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El antropólogo y sociólogo Clyde Kluckhohn decía: “la antropología proporciona una

base científica para lidiar con el dilema crucial del mundo actual: ¿cómo personas de
diferentes aspectos, idiomas mutuamente ininteligibles y formas de vida distintas
pueden vivir pacíficamente entre ellas?”

La religión, que hace parte de lo que llamamos cultura, también presenta el fenómeno
de endoculturación, que es el control que las generaciones mayores ejercen sobre las
menores mediante premios y castigos: vamos programando cada generación
subsiguiente para que repita las conductas de las anteriores, premiando cuando se
adecua a nuestros procesos ancestrales y castigando (o dejando sin premio) las
desviaciones a tales pautas de comportamiento. Esto termina mutando en cierto
etnocentrismo al considerar tácitamente que nuestras formas de actuar son mejores
que las otras en todos los aspectos dados, y los que se encuentren por fuera de esto
son extraños, gente inculta que debe ser rechazada, o transformada para que sean más
como nosotros. En medio de la intolerancia que esto representa, nos olvidamos que
bien podríamos encontrarnos en la otra orilla si hubiéramos sido endoculturados al
interior de otra comunidad, y los que hoy son nuestros pares nos considerarían todo lo
que hoy decimos de los otros.1
Al recurrir al talante sagrado de reglas que rigen las relaciones entre los individuos
entre sí y con su entorno, nos libera de la incertidumbre que representa la toma de
decisiones sobre qué es lo correcto, qué se supone que haga.
Para el teólogo alemán Rudolf Otto, la concepción de Dios (y de religión) es una de las
tantas características muy propias del ser humano, en la que dotamos a las deidades
de un modo absoluto de nuestros propios atributos, lo que impone el simbolismo de
perfección y omnipotencia en Dios, en tanto que nosotros somos sus obras imperfectas
y limitadas. Al hacer a Dios alguien a quien nos parecemos, al otorgarle un nombre y
unas cualidades, lo sagrado ya no es no es solo una entidad sino algo vivo.

Con esto en mano, los grupos siguen a un proceso de mitificación, que es considerar
ciertos relatos como la historia verdadera, la que posee un carácter sagrado lleno de
significados religiosos. Esto nos plantea una forma histórica diferente de apreciar la
realidad, ya que la vemos desde una concepción temporal primigenia, de los mitos de la
creación del mundo, la existencia del sol y la luna y de todas las cosas antes de que
tuviéramos el conocimiento científico para comprender su razón de ser.

Y por otro lado, dichos mitos toman lugar en la realidad en tiempo presente de las
personas, cada vez que estos son reproducidos de manera oral o escrita, toman lugar
en el tiempo y el espacio de la interacción, haciéndose parte de la misma realidad.
Asumimos los mitos como verdaderos y los validamos al explicar la realidad a través de
un tiempo histórico de las sociedades.
El aspecto sagrado y la noción de Dios también impone límites: el tabú, que más que
limitación social, es un espacio de seguridad. Así la religión es el medio de enfrentar la
ansiedad y la incertidumbre de manera positiva y no como aquella dependencia nociva
de la que hablaba Freud.

1
Harris, M. (2004) Antropología cultural. Madrid, España: Ed. Alianza Editorial
La lógica religiosa puede parecer irracional a los ojos de las sociedades modernas, pero
esto es otro reflejo etnocentrista, porque ellas también presentan sus aspectos
irracionales particulares. Para el antropólogo inglés Edward Burnett Tylor, a pesar de
dicha irracionalidad religiosa de la que surge la forma de pensar, tiene una estructura
coherente y lógica, que cumple con las necesidades del colectivo, de modo que en ella
se expresan las reglas implícitas del comportamiento en sociedad mediante una
compleja red de símbolos y de actividades que le dan orden y sentido a la sociedad. O
sea, el mundo de lo sagrado (Dios) tiene injerencia directa en el mundo de lo profano (lo
humano), enmascarado de forma indirecta por los símbolos que se encuentran en las
estructuras de los mitos y ritos.
Considerar la religión como parte de, o una forma de vida específica en sí misma, esto
se traduce en la existencia de un ethos característico que le da identidad a cada una de
las diferentes formas como se concibe la realidad por parte de distintas sociedades, lo
que implica una situación en la que conviven una amplia gama de posturas que se
suponen y oponen entre sí. Anthony Giddens puntualiza que el fundamentalismo no es
algo equiparable ni al fanatismo ni al autoritarismo, sino que propone el regreso a los
estamentos básicos de las sagradas escrituras, mismas que deben ser leídas y
aplicadas de manera literal a todos los ámbitos de la vida cotidiana.

El fenómeno religioso crea identidad, proporciona patrones de comportamiento y divide


el mundo en lo sagrado y lo profano. El choque de los fundamentalismos se basa en la
creencia de que uno tiene supremacía respecto al otro, lo cual se encuentra enlazado a
los credos religiosos o surgidos de éstos. Es así que la tolerancia es la manera de
disfrazar los roces y fricciones, porque no se observa por completo las aristas de la
situación, ni se trata de comprender ni respetar al otro, solamente se le da por su lado.2

La vida social no se puede concebir sin una dimensión religiosa, porque es a través de
ella que es posible analizar la moral que rige a una sociedad, su cosmovisión, lo que les
proporciona una identidad propia a quienes habitan en ella. Es a través de términos
como sagrado, profano, mito, rito y otros, que podemos encontrar la manera en que se
configura la identidad de una sociedad en términos de su comportamiento moral,
encontrar su trascendencia histórica y en la configuración del mundo, y por tal son
aspectos de la vida en la sociedad humana de importante relevancia.
No hay religiones buenas o malas, o más o menos válidas que otras, simplemente son
distintas, del mismo modo que las sociedades y, por tanto, todas merecen ser
consideradas y respetadas. El problema de las sociedades es que no aceptan formas
diferentes de pensamiento, ni se esmeran en reconocer, comprender y respetar la
diferencia.
La cultura y la religión no son aspectos separados de la vida social, no; hacen parte de
la estructura que define a las sociedades, y es por tal razón que el estudio de sus
interrelaciones nos permite entender de una manera más precisa las dimensiones de la
cultura, siendo que la religión es una creación y recreación humana que sólo es
concebible gracias a la sociedad en sí misma. La religión es un fenómeno cultural ya
que ayuda a construir la personalidad durante la niñez y asegura la cohesión social
2
Camarena Adame, M.E. Tunal Santiago, G. (2009) La religión como una dimensión de la cultura.
Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas | 22 (2009.2)
mediante la configuración de una conciencia colectiva. La humanidad, enfrentada
siempre a la angustia en sus diversas facetas, a los factores externos y las tragedias de
la vida, encuentra en las creencias religiosas una sensación de coherencia, control y
realidad.
La importancia del estudio de la religión como dimensión cultural se debe a que la
religiosidad refleja de un modo sublime las características que son inherentes de los
seres humanos y en la que se polariza la acción social por medio de un símbolo que
llamamos Dios que aparece como perfecto e ilimitado, mientras que en el otro extremo
se encuentran las personas como seres falibles y limitadas. La religión se presenta
como el mecanismo que usamos los humano para enfrentar el miedo que produce una
vida de incertidumbre. “Las culturas no se componen sólo de las actividades
económicas dominantes y sus patrones sociales, sino también por los conjuntos de
valores, ideas, símbolos y juicios. Las culturas capacitan a sus miembros para compartir
ciertos rasgos personales”.3
Antes hablábamos de tolerancia pero no como la mejor de las opciones por verlo como
‘aguantarnos al del lado’; pero aunque no es la mejor al menos es un paso en la
dirección correcta: nos permite el roce y la posibilidad de aculturación, de un
acercamiento que permita encontrar factores de cercanía con los que nos podemos
identificar, u otros que podamos adoptar, apuntando a un horizonte de multiculturalismo
que favorezca la coexistencia, integración, participación y respeto entre las diferentes
culturas.

3
Kottak, C.P.(2011) Antropología Cultural. México D.F., México: McGraw-Hill/Interamericana
OTTO, R. (1980), Lo santo, lo racional y lo irracional en la idea de Dios, Madrid,
Ed. Alianza Editorial, pp.1-231.

Harris, M. (2004) Antropología cultural. Madrid, España: Ed. Alianza Editorial

Kottak, C.P.(2011) Antropología Cultural. México D.F., México:


McGraw-Hill/Interamericana

Camarena Adame, M.E. Tunal Santiago, G. (2009) La religión como una dimensión de
la cultura. Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas | 22 (2009.2)

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