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RESUMEN: A la tesis de la decadencia de la religión le ha sucedido la del interés por las consecuen-
cias políticas, económicas y culturales del hecho religioso. El proceso de la globalización y la proble-
mática del choque o alianza de civilizaciones revaloriza las religiones. Es importante estudiar las fun-
ciones sociales y antropológicas de las religiones y evaluar su potencial humanizante y su violencia
destructiva. Estas dinámicas varían de las sociedades tradicionales a las postmodernas, porque, como
el nacionalismo, son factores de resistencia a la colonización cultural y a la erosión de la identidad. De
ahí, sus posibles aportaciones a la paz mundial, a una ética intercultural y al diálogo de civilizaciones.
PALABRAS CLAVE: religión, choque de civilizaciones, diálogo de culturas.
* Un borrador de este artículo, sin aparato crítico y más resumido, apareció en ESTRADA,
JUAN A., «El papel de las religiones ante los conflictos de la globalización»: Afinidades 2 (2009),
43-61.
1
Ambos buscan las estructuras universales del habla, difiriendo en el carácter trascen-
dental o reconstructivo de su análisis. Cf. APEL, K. O., «Pensar con Habermas contra Haber-
mas», en DUSSEL, E. (ed.) (1994), Debate en torno a la ética del discurso de Apel, México, Siglo XXI,
© PENSAMIENTO, ISSN 0031-4749 PENSAMIENTO, vol. 66 (2010), núm. 249, pp. 653-671
654 J. A. ESTRADA, DIÁLOGO INTER-RELIGIOSO Y ENCUENTRO DE CIVILIZACIONES
Para evaluar las religiones hay que comprender su origen, significado y fun-
ciones desde la perspectiva antropológica, social y cultural. Entre otras, des-
taca la de ser una instancia de sentido, una de las fuentes básicas de la moral
social, y un factor determinante de cohesión y de identidad. De ahí, la pervi-
vencia de la religión, aunque las religiones concretas se transformen, mueran
y nazcan, al margen de la existencia o no de Dios o los dioses. En cuanto sis-
207-253; «¿Disolución de la ética del discurso?, en SMILG, N. (ed.) (2004), Apel versus Haber-
mas, Granada, Comares, 121-246; HABERMAS, J. (1989), Teoría de la acción comunicativa: com-
plementos y estudios previos, Madrid, Cátedra, 320-324. También, ESTRADA, JUAN A. (2004), Por
una ética sin teología. Habermas como filósofo de la religión, Madrid, Trotta, 82-89.
2
HORKHEIMER, M. - ADORNO, T. (1994), Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos,
Madrid, Trotta, 53-54.
3
El carácter carencial del hombre ha sido realzado desde distintas perspectivas. Cf.
GEHLEN, A. (1993), Antropología filosófica, Barcelona, Paidós, 33-38.
4
ADORNO, T. (1987), Minima moralia, Madrid, Taurus, §18.
5
ESTRADA, JUAN A. (2010), El sentido y el sin sentido de la vida, Madrid, Trotta.
6
ESTRADA, JUAN A. (2003), Imágenes de Dios. La filosofía ante el lenguaje religioso, Madrid,
Trotta, 35-36.
7
Así lo ve FIERRO, A. (1976), Semántica del lenguaje religioso, Madrid, Fund. Juan March.
8
Remito a mi estudio, ESTRADA, JUAN A. (2005), La pregunta por Dios. Entre la metafísi-
ca, el nihilismo y la religión, Bilbao, Desclée.
9
GINER, S. (2003), Carisma y razón. La estructura moral de la sociedad moderna, Madrid,
Alianza.
10
Por eso la mera privatización de la religión, que fue una de las consecuencias del aná-
lisis clásico de la secularización, ha sido desmentida por los hechos. Cf. CASANOVA, J. (2000),
Religiones públicas en el mundo moderno, Madrid, PPC.
Por una parte, en los países del tercer mundo, la religión puede ser una ins-
tancia fundamental de defensa y resistencia en el proceso de globalización. La
modernización actual lleva consigo una occidentalización del mundo, de la
misma forma que el «estilo de vida americano» ha generado una americaniza-
ción de Occidente. El proceso hegemónico y expansivo de Occidente, que parte
de 1492 como un hecho que cambió la geopolítica mundial, estuvo marcado por
11
HUNTINGTON, S. (1997), El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mun-
dial, Barcelona, Paidós.
12
DURKHEIM, E. (2003), Formas elementales de la vida religiosa, Madrid, Alianza. Una pers-
pectiva complementaria es la que ofrece CORNFORD, F. M. (1984), De la religión a la filosofía,
Barcelona, Ariel.
13
HABERMAS, J. (1990), Pensamiento postmetafísico, Madrid, Taurus, 25.
14
AMIN, S. (1999), El capitalismo en la era de la globalización, Barcelona, Paidós; AGUIRRE,
M. (1995), Los días del futuro. La sociedad internacional en la era de la globalización, Barcelo-
na, Icaria; BECK, U. (1999), ¿Qué es la globalización?, Barcelona, Paidós.
15
CASTELLS, M. (1986), La era de la información: economía, sociedad y cultura, Madrid,
Alianza.
16
La globalización ha sido definida como sociedad del riesgo, siendo la inseguridad uno
de los factores constitutivos de la mundialización actual. Cf. BECK, U. (1998), La sociedad del
riesgo, Barcelona, Paidós; (2002), Libertad o capitalismo, Barcelona, Paidós.
17
PÉREZ TAPIAS, J. A. (2000), «¿Identidades sin fronteras?», en Las ilusiones de la identi-
dad, Madrid, Fronesis, 55-98; BERGER, P. - HUNGTINTON, S. (2002), Globalizaciones múltiples. La
diversidad cultural en el mundo contemporáneo, Barcelona, Paidós.
18
FERNÁNDEZ DEL RIESGO, M. (2005), Una religión para la democracia, Madrid, Fund. Mou-
nier, 31-50.
19
BERGER, P. (1979), The heretical imperative, Nueva York, Doubleday.
20
ESTRADA, JUAN A. (2006), El cristianismo en una sociedad laica, Madrid, Desclée, 103-72.
21
Remito a la crítica de las sociedades tradicionales que ofrece BLANQUART, P. (1989), Le
rêve du Compostelle, París, 182-209, 324-30.
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Esta es la crítica que dirige Metz a Habermas, remitiendo a Walter Benjamin, Adorno
y Horkheimer contra le lógica discursiva formal del segundo. ESTRADA, JUAN A. (2004), Por una
ética sin teología. Habermas como filósofo de la religión, Madrid, Trotta, 171-232. Una buena
síntesis reciente es la que ofrece METZ, J. B. (2006), Memoria passionis. Ein provozierendes
Gedächtnis in pluralistischer Gesellschaft, Friburgo, Herder, 236-51.
23
MARDONES, J. M. (1991), Capitalismo y religión. La religión política neoconservadora,
Santander, Sal Terrae; (1998), Neoliberalismo y religión, Estella, EVD.
24
ESTRADA, JUAN A. (2003), Imágenes de Dios, Madrid, Trotta, 159-92.
25
P. SCHINELLER, «Christ and the Church: a Spectrum of Views»: TS 37 (1976) 545-66.
26
FUKUYAMA, F. (1992), El fin de la historia y el último hombre, Barcelona, Planeta.
pueda ser enriquecida y perfeccionada con elementos que las demás puedan apor-
tar, pero dentro del marco de ésta. De ahí al «destino manifiesto» y al «pueblo
elegido» («A Nation under God») para llevar los valores de la civilización al mundo
subdesarrollado no hay más que un paso. La propuesta sería pasar del subdesa-
rrollo al desarrollo pleno, es decir, abandonar formas más primitivas de religión
en favor de la más madura y plena, aunque ya no se mantenga la pretensión de
que las otras religiones son un error global. No hay aquí espacio para captar el
carácter heterogéneo de las religiones, mucho menos la posibilidad de que sean
inconmensurables, y la imposibilidad de relegar a todas a una particular, que
sería la que hegelianamente comprendería y asumiría a todas 27.
El tercer paso, que es el gran reto, iría en la línea de la interculturalidad y de
la pluralidad religiosa del teocentrismo. Se acepta la validez y veracidad de todas
las grandes tradiciones religiosas, que serían históricamente simétricas y equi-
parables. No habría un único camino para llegar a la divinidad, quizás tan plu-
ral como las religiones, sino diversas vías, que corresponden a la pluralidad de
pueblos y de tradiciones. De lo fáctico, se pasa a una valoración inicialmente posi-
tiva de la pluralidad con lo cual se eliminan los peligros de una religión cerrada
en sí misma, que se presentaría como la única válida, degradando a la otra. La
ventaja de esta opción es que responde mejor a la pluralidad reinante y que exige
una apertura a lo diferente. Posibilita también, el diálogo entre las religiones en
lugar de alentar a los fundamentalismos y sectarismos propios de la universali-
dad exclusiva. Habría unidad y pluralidad de las religiones, cada una de ellas frag-
mentaria, desde el contraste entre la finitud humana y la infinitud divina.
Esta postura parece la más razonable, sin embargo, tropieza con las pre-
tensiones de verdad de cada religión y confunde la pluralidad fáctica con la
valoración axiológica que equipara a todas las religiones. Si todo vale es que
nada vale. La aceptación incondicionada de todas las religiones, no sólo como
respetables en sí mismas, en cuanto que son caminos humanos para afirmar
el sentido de la vida y buscar a Dios, sino con el mismo valor a priori en cuan-
to a verdad y validez, redunda en un descrédito de todas. Del relativismo se
pasa fácilmente al escepticismo: no es que todas valgan, sino que ninguna es
verdadera, exista Dios o no, ya que la igualdad entre ellas es la mejor prueba
de que el problema religioso es insoluble, porque Dios no existe o porque no
es accesible. Las diferencias, contradicciones y luchas entre ellas sería la mejor
prueba de que ahí no hay verdad alguna, sino mera pasionalidad afectiva. Enton-
ces tendría razón el ateísmo, o por lo menos el agnosticismo, con lo que sería
imposible identificarse con credo alguno (a no ser por motivos afectivos, tra-
dicionales o de meras preferencias subjetivas). El teocentrismo pluralista faci-
litaría por tanto la indiferencia religiosa. La equiparación a priori entre plura-
lidad e igualdad genera no verdad.
27
El análisis histórico no favorece la valoración del cristianismo como religión absolu-
ta. Las verdades contingentes de la historia se oponen a la pretensión de absolutez del cris-
tianismo. Cf. TROELTSCH, E. (1996), Oeuvres; Histoire des religions et destin de la théologie, Gine-
bra, 65-68.
Por otra parte, este planteamiento iría contra las religiones concretas, que no
aceptarían que todas las religiones sean igualmente validas, como tampoco son
equiparables los contenidos de cada cultura. El mismo presupuesto de que todas
se dirigen a Dios, variando en los caminos, va en contra de cada religión. El cami-
no a Dios no es la abstracción de lo sustancial comunitario, para obtener una
visión de Dios aceptable a todas las religiones y reducida a un mínimo formal y
trascendental. Esa síntesis abstracta, aparte de ser fácticamente irrealizable,
dadas las diferencias fundamentales que hay entre las religiones y la imposibili-
dad de una definición que las abarque a todas, sería además inútil. Por su extre-
ma idealidad y grado de abstracción no serviría para decidir los problemas inter-
nos de cada una. La universalidad sólo es posible desde cada tradición sustancial
particular. Sólo desde dentro de una experiencia religiosa es posibles diferenciar.
Estamos abocados a una hermenéutica que parte de una tradición concreta y
que no puede hacerse al margen de ella. No tenemos que renunciar a nuestra
propia cultura para abrirnos a las demás, sino que afirmandola hay que recono-
cer las diferencias y aprender de ellas, en la línea de la interculturalidad.
Hay que partir, por tanto, de cada creencia religiosa y desde ella interpretar
a las otras. Es inevitable que esa hermenéutica del otro esté condicionada por
la propia experiencia. Si Dios existe y se comunica, lo hace respetando los con-
dicionamientos socioculturales. Cualquier manifestación de la divinidad la per-
cibe un cristiano desde los símbolos y conceptos de su cultura religiosa, mien-
tras que un musulmán, y mucho más un hindú, la interpretaría desde sus propios
esquemas de comprensión. Por eso, no hay posibilidad de desarraigarse de la
propia religión al analizar y comprender las otras. La verdad que podamos encon-
trar en otra visión diferente tiene siempre un contenido autorreferencial, desde
el que establecemos jerarquías, divergencias y puntos comunes. Por tanto, la
teología de las religiones tiene que partir siempre de las confesiones concretas,
no de una abstracción de todas ellas.
¿Cómo llegar entonces a hacer posibles las pretensiones de universalidad?
¿Cómo pasar de una religión particular a una universal, que quiere ser válida
para todos los hombres? Desde una tradición particular, la única universalidad
posible es la de la apertura multicultural, que llega a una creencia abierta y no
dogmática, es decir, cerrada en sí misma. Se puede reconocer en las otras reli-
giones caminos de búsqueda de Dios desde el ser humano, que se pregunta y
busca. Esta antropología podría establecerse como base común para todas las
religiones. Los monoteísmos podrían integrar en esos datos antropológicos su
propia concepción teológica del Dios creador, su teología natural y su percep-
ción de lo sobrenatural como inscrito en la misma naturaleza e historia.
En este sentido se puede hablar de un reconocimiento no sólo fáctico de las
otras religiones, en cuanto que están ahí, sino también moral. Desde los mono-
teísmos se puede también admitir que hay un encuentro plural con la divinidad,
en cuanto han sido modos históricos de alcanzarla, aunque a la hora de estable-
cer la verdad de esas experiencias colectivas sea inevitable el enjuiciamiento desde
la referencia a la propia tradición. Las posibles concordancias las establece cada
creyente, al captar la sintonía de otras creencias con la propia. A partir de ahí
28
MARQUARD, O. (1981), «Lob des Polytheismus»: Abschied vom Prinzipiellen, Stuttgart,
Kohlhammer, 91-116.
externos. Se trata de una convicción de verdad que puede subsistir incluso con
problemas no resueltos y aporías. La duda aquí no sería un signo de falta de fe,
sino al contrario, una muestra del carácter genuino, abierto y no dogmático, de
ésta. No es posible conocer todas las otras tradiciones religiosas y mucho menos
evaluar su potencial de verdad. Basta con la convicción de la validez del propio
camino, que se va confirmando en la praxis experiencial de la vida y que se va
afianzando como interpretación fecunda de la vida que genera valor y sentido.
Por otra parte, no hay que olvidar el carácter evolutivo y cambiante de las mis-
mas religiones, que hace que contenidos que en una época se consideraban fun-
damentales pierdan importancia en otra época histórica, así como surgen nue-
vas lecturas hermenéuticas que ofrecen acentos diversos. Y es que aunque las
religiones fueran inspiradas por Dios, el contenido de la experiencia religiosa
en que surgen está siempre afectado por los condicionamientos sociales, cultu-
rales y antropológicos de sus protagonistas.
En cuanto que hay una experiencia subjetiva y una mediación humana, hay
que atender al marco social y el código cultural en que surge. Esto es lo que tuvo
que aprender el cristianismo a partir de la crisis que generó Galileo y luego con
Darwin, y es también una de las enseñanzas que tienen que asimilar todas las
religiones. Por eso, la capacidad de reforma interna de una religión tiene que
abrirla al diálogo con las otras, captando el carácter contingente y condiciona-
do de ella misma. En cuanto que se aprende esta enseñanza de la historia se
ponen límites al carácter absoluto de la propia verdad, ya que los contenidos de
ésta cambian con el tiempo, y resulta posible aprender y enriquecerse con otras
perspectivas religiosas. De esta forma se contribuye a la paz religiosa y al diá-
logo de culturas, contra los fanatismos religiosos que se pretenden ahistóricos,
esencialistas y no contingentes.
El diálogo inter-religioso cobra hoy significación para el de las culturas y
civilizaciones y se convierte en uno de los imperativos para llegar a la paz mun-
dial. Hay que reforzar los elementos de consenso interculturales e inter-religio-
sos, como «la regla de oro» de tratar al otro como a uno mismo, que, bajo diver-
sas formulaciones forma parte del patrimonio de todas las grandes religiones
mundiales. Desde los consensos se pueden asumir las diferencias. Estas llevan
a que los derechos humanos en sus distintas formulaciones sean asumibles hoy
para todos los países, aunque la fundamentación de éstos sea diferente según la
propia cultura y religión. Las religiones abiertas y el consenso en favor de una
sociedad más justa, es la mejor forma de luchar contra los fanatismos religio-
sos y sus manipulaciones políticas. Presupone religiones que hacen su propio
proceso de ilustración y autocrítica, y que son capaces de vivir en el contexto
laico y plural que favorece el proceso de globalización. De ahí depende la paz
mundial y el futuro mismo de las tradiciones religiosas de la humanidad.