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John Locke: el empirismo naturalista

Libros, Pensamiento 29 agosto, 2017 Pascal Charbonnat

En los albores de un nuevo período, un filósofo inglés, John Locke (1632-1704), realiza una
síntesis del empirismo filosófico. Da su forma acabada al empirismo nacido del naturalismo
metodológico, buscando la verdadera fuente de la facultad de conocer. Las fronteras de la razón
natural están claramente trazadas; experiencia y creación se enfrentan, extrañas entre sí pero
respetuosas una con otra.

Surgido en la burguesía puritana de Somerset, Locke estudia en Oxford, donde recibe la


indispensable formación aristotélica. Interesado por la medicina se relaciona con Boyle en 1662
y juntos reflexionan sobre el lugar que ocupa la experiencia en el conocimiento. Vive de las
rentas que le producen las tierras legadas por su padre y de sus lecciones en el Christ Church.
En 1667 colabora con el médico Thomas Sydenham para escribir De Arte Medica, en donde la
experiencia ocupa un lugar primordial.

Ese mismo año se convierte en médico personal de Lord Ashley, a quien salva gracias a una
operación quirúrgica. En la medida en que su protector asciende en el escalafón de la monarquía
(Gran Canciller en 1672), Locke asume más responsabilidades y se implica en las cuestiones de
la tolerancia religiosa. Ashley, devenido conde de Shaftesbury al ser promovido a par, sufre una
serie de reveses políticos y entra en rivalidad con el rey Carlos II. Después de fracasar en su
intento de sublevar
al país para derrocar al rey, tiene que huir a Holanda. Por miedo
a la represión real,

Locke también se va, en 1683, a las Provincias Unidas. Allí


encuentra un clima de tolerancia y un medio intelectual
propicios para continuar con la redacción de sus obras. La
situación en Inglaterra mejora con el Toleration Act de 1689,
que le ofrece a

Locke la posibilidad de regresar. En 1690 publica sus dos obras


principales: Dos tratados sobre el gobierno civil y Ensayo sobre
el entendimiento humano. Termina su vida compaginando sus
actividades intelectuales con las políticas.

Este extracto de una obra de su juventud, Ensayo sobre la ley


de la naturaleza (1664), resume bien la naturaleza del
empirismo de Locke:

Afirmo que el fundamento de todo conocimiento de esta ley [de la naturaleza]


se debe a lo que percibimos; es a partir de estos elementos que la razón y la
facultad de probar –marcas distintivas propias del hombre– nos permiten, a partir
de argumentos que se extraen necesariamente de la materia, del movi miento
y de la estructura del mundo visible y de su organización, acercarnos al artesano
de la Creación, y concluir con toda certeza interior que Dios es el autor de
toda esta creación (Locke 1986 [1664]:33).

Al crear el mundo,
la divinidad le
otorgó una ley que
le es propia, «la ley
de la naturaleza» y
que puede ser
comprendida por sí
misma por medio
de los sentidos y de
la experiencia. Esta
coexistencia entre
creación y
experiencia tiene un
doble significado.
Por una parte, la
naturaleza y la
divinidad son dos
entidades que la razón humana ha de tratar de forma independiente. Por otra, esta misma razón
no ha de perder de vista que la naturaleza debe su existencia a lo divino. Estas dos tesis
complementarias constituyen la esencia del empirismo naturalista. (Es decir, del empirismo no-
materialista.)

Este doble presupuesto está en la base del desarrollo del Ensayo sobre el entendimiento
humano. Locke tiene como objetivo descubrir la fuente y los límites del conocimiento humano.
Adopta un método idéntico a su tesis principal: la experiencia le brinda a la razón su único y
verdadero material para conocer el mundo; la demostración de esta idea ha de basarse en
argumentos extraídos de la experiencia. El fundamento y el desarrollo de esta obra monumental
se reflejan mutuamente; de alguna manera, se autovalidan el uno al otro. Este juego de espejos
se basa en una concepción autónoma de la naturaleza, cuya ley es accesible naturalmente, más
allá de su tributo original a lo divino.

Así, Locke construye una teoría del conocimiento a la manera de una filosofía natural, cuya
estructura se asemeja mucho al atomismo de un Boyle. Contrariamente a los aristotélicos,
comienza por observar. Gracias a numerosos ejemplos, constata que los principios innatos no
existen, que la diversidad de los hombres y de las sociedades prueba que ninguna idea
preconcebida es posible. Viene entonces la exposición sintética de los diferentes tipos de ideas,
desde las más simples (extraídas de uno o de varios sentidos) hasta las más complejas (que son
combinaciones de las precedentes).

Las ideas de las que


es capaz la razón
natural se ordenan
según un juego de
combinaciones, que
tiene como piezas
elementales las ideas
simples. Estas
provienen de la
sensación y de la
reflexión, es decir del
cuerpo constituido por
órganos de percepción
y de pensamiento.
Cuanto más compleja
es una idea, es decir
cuanto más alejada está de una sensación, más formada está por un conglomerado importante
de ideas simples. Las ideas complejas son las moléculas, mientras que las simples son los
átomos.

Comparada con las diez categorías lógicas del aristotelismo, la teoría de Locke establece una
continuidad en el conocimiento. Todas las ideas tienen el mismo fundamento, la experiencia
(como sensación y reflexión), constituyendo de este modo el alfabeto de todo enunciado del
saber. El empirismo de Locke sólo tiene sentido desde esta perspectiva: reconciliar la fuente del
conocimiento con las teorías más elaboradas, igualar sujeto y objeto, y finalmente unificar la
naturaleza y su descripción inteligible. (Cosa que la escolástica hace imposible por un uso estéril
y artificial de la lógica aristotélica.)
Frente a la naturaleza devenida una entidad autónoma, se erige siempre el imperativo divino.
Locke aborda la cuestión del origen en el Libro IV de su Ensayo, en el capítulo 10, titulado
«Nuestro conocimiento de la existencia de Dios». Pretende demostrar su existencia mediante
una concatenación ordenada de proposiciones. Esta serie argumentativa es muy significativa,
pues combina un principio inmanentista con un principio trascendente. He aquí cómo se
resumen las proposiciones:

—El hombre sabe con certeza que existe.


—Sabe también que «la pura nada no puede producir ningún ser real» (principio
inmanentista).
—Ha habido pues algo eterno desde toda la eternidad (hasta aquí sigue una evolución
similar a la de Epicuro).
—Ahora bien, lo que ha tenido un inicio, tiene que haberlo recibido de otro.
—Hay pues una fuente eterna en el origen de las cosas que han tenido un comienzo.

Esta fuente ha de ser omnipotente.

—Desde el punto de vista del origen de lo inteligible, o bien hubo un ser con conocimiento
que comenzó a ser, o bien ha existido uno desde la eternidad.
—Ahora bien, es imposible que de una cosa insensible, desprovista de conocimiento, nazca
un ser inteligente (esta es una analogía con el principio inmanentista, pero que introduce
una diferencia de esencia entre la materia insensible y la inteligencia. Esta dualidad conduce
de hecho a un principio trascendente, en la medida en que la inteligencia deviene un terreno
extraño a la naturaleza insensible).

Locke concluye de todo


ello que existe un ser
eterno, todopoderoso y
omnisciente. La conclusión
final se basa
principalmente en este
supuesto: la materia
insensible no puede
engendrar por sí misma la
inteligencia. Saber si esta
es corporal o no, pasa

a un segundo plano, dado


que Locke plantea una
alteridad irreductible entre lo insensible y el intelecto.

Todo el camino recorrido para reconciliar la naturaleza y su conocimiento hay que rehacerlo
cuando se plantea la cuestión del origen del mundo. La firme distinción entre la razón y la fe no
se mantiene en ese punto: la trascendencia recupera sus derechos.
Cuando Locke se refiere a los materialistas (& 15 del cap. 10) les reprocha no explicar la división
entre el pensamiento y la materia insensible. La crítica atestigua un desconocimiento del sentido
del inmanentismo epicúreo, para quien justamente este dualismo no tiene razón de ser. La
diferencia de esencia entre materia y pensamiento es la única proposición que el filósofo evoca
implícitamente, sin duda porque constituye una evidencia. Pero es en este aspecto en el que un
materialista lo hubiera objetado.

El problema del origen en el Ensayo muestra los límites del empirismo de Locke.

Con la condición de concebir una división


entre dos tipos de fenómenos (el curso
ordinario de la naturaleza y su origen
divino extraordinario), la razón natural
descubre por sí misma las leyes de la
naturaleza, consciente del papel de la
experiencia en su sentido más amplio
(como procedimiento y como facultad).
Da la impresión de haber alcanzado por
fin la armonía entre el ser y el
pensamiento. Pero la experiencia por sí
sola se muestra incapaz de impedir el
retorno, bajo una forma velada, de la
trascendencia. Se establece una frontera
con lo religioso, que por muy protegida
que esté, siempre deja filtrar algún
contrabando sobrenatural.

Al mismo tiempo que lleva a su conclusión la crítica de la escolástica, la corriente empirista


plantea la cuestión del origen desde un ángulo diferente: el del hombre moral y racional.
Pregunta cuáles son los orígenes del Estado, de la moral y del conocimiento. El origen de la
naturaleza y del mundo no es ya una cuestión medular, pues desde ese momento depende de
las ciencias naturales o de la religión. Esta nueva temática de la cuestión del origen abre la vía,
en filosofía, a un materialismo de nuevo tipo.

La aportación del empirismo naturalista es doble: hacer de la experiencia el garante de la


verdad (convocando involuntariamente uno de los principios del materialismo antiguo); y
desplazar la problemática del origen al terreno del hombre moral y racional.

Fuente: Pascal Charbonnat. Historia de las filosofías materialistas

Imágenes del texto: Obras del artista visual Sol Lewitt, definido dentro de la vertiente
empírico-medial.

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