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Textos sobre la libertad.

Epicteto, Pláticas (libro IV).- Es libre el hombre que no halla obstáculos y


que tiene todo a su disposición, tal como lo quiere. El hombre que puede ser
detenido, constreñido, trabado o lanzado pese a él mismo hacia cualquier tarea es
un esclavo. Pero ¿hay alguien que no encuentre obstáculos? Será aquel que no
desee nada que le sea ajeno. Pero ¿qué nos es ajeno? Es lo que no depende de
nosotros tener o no tener, o tener con tal calidad o con tales condiciones; así el
cuerpo nos es ajeno, extrañas sus partes, extraña nuestra fortuna; si te diriges a
cualquiera de estas cosas como a tu propio bien, sufrirás el castigo que merece
quien desea cosas ajenas. Tal es la ruta que conduce a la libertad, el único modo de
librarnos de la esclavitud y que, un día, nos permitirá decir con toda el alma:
“Llévame, Zeus, y tú, Destino, al lugar en el que he sido puesto por vosotros”.
Diógenes era libre […] no porque procediera de padres libres (no era así)
sino que era libre porque había rechazado todo cuanto suponía esclavitud. Solo
tenía relaciones fáciles de romper, no se aferraba a nada. Si se le hubiera apresado
por sus bienes, los hubiera abandonado antes de dejarse llevar con ellos; si se le
hubiera tomado por la pierna o por todo el cuerpo habría dejado la pierna o el
cuerpo, y lo mismo sus amigos, sus parientes, su patria.

Cicerón, Sobre el destino.- Y habiendo dos opiniones de los filósofos


antiguos (una la de los que opinarían que de tal forma todas las cosas las hace el
destino, que éste las produce por fuerza de necesidad -en tal opinión estaban
Demócrito, Heráclito, Empédocles, Aristóteles-; y la otra la de los que les parece
que los movimientos de las almas son voluntarios), lo que a mí me parece es que
Crisipo, a modo de arbitro de honor, hubiera querido atinar en el medio, aunque se
acerca más a los que piensan que los movimientos de las almas están liberados de
la necesidad. Pero con las palabras que usa acaba cayendo en tales dificultades
que, a su pesar, confirma la necesidad del destino. Pues aquellos antiguos a los que
les parecía que todo viene a ser por causa del destino, decían que los asensos se
producen por fuerza y necesidad. Pero los que disentían de éstos, liberaban los
asensos del destino y decían que, si se mete el destino en los asensos, no se puede
evitar la necesidad de éstos. Y razonaban así: "Si todas las cosas ocurren por el
destino, todas las cosas ocurren por causa precedente, y en el caso de un deseo,
también todas aquellas cosas que le siguen, y por tanto también los asensos. Y si la
causa del deseo no depende de nosotros, ni siquiera el propio deseo está en
nuestra potestad. Y si esto es así, ni siquiera aquellas cosas provocadas por el
deseo dependen de nosotros. Por tanto, no están ni los asensos ni los actos en
nuestra potestad. De esto se sigue que ni las alabanzas son justas, ni las censuras,
ni los honores, ni los castigos". Siendo esto algo pervertido, creen inferir con
verosimilitud que no todas las cosas de cuantas ocurren, ocurren por el destino […]
Pero como Crisipo, por un lado, condenaba la necesidad, y, por otro,
mantenía que nada sucede sin causas previas, distinguía clases de causas, para así
evitar la necesidad y mantener el destino. Dice: "Pues de las causas unas son
perfectas y primeras, otras adyuvantes y próximas. Es por esto que cuando
decimos que todas las cosas ocurren por causas previas, no queremos decir esto:
por causas perfectas y primeras, sino por causas adyuvantes y próximas." Y de esta
forma, a aquel razonamiento que poco antes decíamos, le contesta Crisipo así: En

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caso de que todas las cosas ocurran por el destino, dice que de ello ciertamente se
sigue que todas las cosas ocurren por causas previas, pero no por causas primeras
y perfectas, sino adyuvantes y próximas. Si éstas en sí mismas no están en nuestra
potestad, no se sigue que ni siquiera el deseo esté en nuestra potestad, sino que lo
que se desprendería de esto sería que, si dijéramos que todas las cosas ocurren por
causas perfectas y primeras, y puesto que esas causas no están en nuestra
potestad, ni siquiera el deseo estaría en nuestra potestad […]
"Pues -dice- de la misma forma que el que ha empujado el cilindro le ha dado
el comienzo del movimiento, pero no la rotación, así es como ciertamente la visión
va a imprimir y como a marcar el alma con su forma, pero el asenso estará en
nuestra potestad. Y una vez impulsada ésta desde el exterior (como se dijo para el
cilindro), aquello que ha quedado lo mueve su propia fuerza y naturaleza. Porque
si alguna cosa se produjera sin causa precedente, sería falso que todas las cosas
ocurren por el destino. Pero si para todas las cosas que ocurren parece verdad que
una causa las antecede: ¿qué podría alegarse a por qué no debe decirse que todas
las cosas ocurren por el destino? Sólo se puede alegar algo entendiendo cuál es la
distinción y diferenciación de las causas."

Lucrecio, De la naturaleza.- Y has de entender también, ínclito Memmio,


que aun cuando los átomos desciendan en línea recta en el vacío, guiados por su
peso, ocurre, sin que podamos decir cuándo, que se desvían ligeramente de la
vertical, tan poco que apenas si se puede hablar de inclinación.
Sin esta excepción, todos caerían como gotas de agua y no dejarían de
descender en el inmenso vacío, con lo que no habría ocasión para que se
encontraran, ni chocaran, y a naturaleza nunca hubiera podido crearse.
Si pensamos que esos átomos más pesados, cayendo mas rápido en línea
recta a través del vacío, caen desde arriba sobre los más ligeros, produciendo así el
movimiento generador de las cosas, estaremos equivocados. Lo que cae en el agua
o en el aire debe sin duda acelerar su caída en proporción a su peso, porque los
elementos del agua y los del aire sutil apenas si pueden oponer resistencia a todos
los cuerpos y ceden rápidamente a la presión de los más pesados. Pero el vacío no
puede dejar de ceder a ningún cuerpo, en ningún punto, en ningún movimiento, tal
como lo exige su naturaleza. De ese modo todos los átomos deben, a través del
vacío inerte, caer a la misma velocidad, pese a la desigualdad de sus pesos. Jamás,
pues, los más pesados caerían sobre los más ligeros, ni producirían por sí mismos,
con sus choques, movimientos diferentes a través de los cuales pudiera obrar la
naturaleza.
Por eso, repito, es preciso que los átomos se aparten un poco de la vertical,
pero lo menos posible para que no parezcan oblicuos, lo que repugna a la razón; es
evidente, y el ojo nos lo enseña, que los cuerpos pesados no pueden por sí mismos
seguir la dirección oblicua cuando caen; pero ¿qué ojo agudo verá que no se
apartan en absoluto de la vertical?
En fin, si todos los movimientos están encadenados en la naturaleza, si
siempre de un primero nace un segundo en un orden riguroso, si por su
declinación los átomos no provocan un movimiento que rompa las leyes de la
fatalidad e impida que las causas se sigan hasta el infinito, ¿de dónde vendría el
que todos los vivientes gocen de libertad, de dónde viene esta libre facultad que
nace arrancada a los hados que nos mueve presurosa hacia donde nos conduce el
deleite?

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Descartes, Carta a Mesland (mayo 1644).- El hombre […] es tanto más
indiferente en tanto conoce menos las razones que le impulsan a tomar un partido
más que otro; creo que esto no puede negarse. Estoy de acuerdo con Vd. en lo que
dice acerca de la suspensión del juicio pero he tratado de explicar por qué medios
se puede suspender. Porque me parece que es cierto que de una gran luz en el
intelecto se sigue una gran propensión en la voluntad; de suerte que viendo con
claridad que una cosa nos es propia, es muy difícil, creo que imposible, detener el
curso de nuestra acción mientras estemos pensando eso. Pero ya que la naturaleza
del alma es tal que atiende a cada cosa de manera fugaz, tan pronto como nuestra
atención se separa de las razones que nos permiten conocer que algo nos es propio
y solo retenemos en nuestra memoria el hecho de que nos ha parecido deseable,
podemos representarnos cualquier otra razón que nos haga dudar de ella y de ese
modo suspender nuestro juicio y puede que hasta formar uno contrario. Así, pues,
como Vd. no sitúa la libertad en la indiferencia sino en una potencia real y positiva
de determinarse, creo que nuestras opiniones son distintas solo en el nombre,
porque yo pienso que esa potencia es la voluntad. Yo no veo que esta sea distinta
cuando es indiferente (cosa que Vd. considera una imperfección) de cuando no lo
es […] De manera general llamo libre a toco cuanto es voluntario, mientras que Vd.
quiere reducir ese nombre a la potencia de determinarse, acompañada de
indiferencia.

Spinoza, Carta a Schuller (1674).- Digo que es libre aquello que existe y
obra por la sola necesidad de su naturaleza […] Todas las cosas creadas están
determinadas a existir y obrar de una manera precisa y concreta. Y ara
entendernos mejor, propondré un ejemplo. Una piedra recibe de una causa
exterior, que la impulsa, cierta cantidad de movimiento con la cual, después de
haber cesado el impulso de la causa externa, continuará necesariamente
moviéndose […] Y lo que aquí se dice de la piedra hay que aplicarlo a cualquier
cosa singular, aunque se la conciba compuesta y apta para muchas cosas; es decir,
que toda cosa es determinada necesariamente por una causa exterior a existir y
obrar de cierta y determinada manera.
Aún más, conciba Vd. ahora, si lo desea, que la piedra, mientras prosigue su
movimiento, piensa y sabe que ella se esfuerza, cuanto puede, por seguir
moviéndose. Sin duda esa piedra, como tan solo es consciente de su conato y no es
de ningún modo indiferente, creerá que es totalmente libre y que la causa de
perseverar en el movimiento no es sino que así lo quiere. Y esta es la famosa
libertad humana, que todos se jactan de tener, y que consiste en que los hombres
son conscientes de su apetito e ignorantes de las causas por las que son
determinados. Así el niño cree apetecer libremente la leche, el chico irritado
querer la venganza, y el tímido la fuga. Por su parte, el borracho cree decir por
libre decisión de su alma lo que después, ya sobrio, querría haber callado.
Igualmente quien delira, el charlatán y otros muchos de la misma calaña, creen
obrar por libre decreto de su alma y no que son llevados por el impulso. Y como
este prejuicio es innato a todos los hombres, no se liberan tan fácilmente de él.

Locke, Ensayo sobre el entendimiento humano.- Todas las acciones de las


que tenemos alguna idea, según ya hemos dicho, son de dos clases: pensamiento y
movimiento; y en la medida que un hombre tenga la potencia de pensar o de no

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pensar, de moverse o de no moverse, según las preferencias o directrices de su
propia mente, será un hombre libre. Por el contrario, si no son iguales la potencia
de realizar una acción y de abstenerse de ella en un hombre; si el hacer algo o el no
hacerlo no responde igualmente a la preferencia de su mente, no será un hombre
libre, aunque, quizá, la acción sea voluntaria. De manera que la idea de libertad
consiste en la idea de la potencia que tiene cualquier agente para hacer o dejar de
hacer una acción particular, según la determinación o pensamiento de su mente
que elige lo uno a lo otro; pero si no está dentro de la potencia del agente el actuar
eligiendo una de estas cosas, no existe libertad, y ese agente está bajo una
necesidad. De manera que la libertad no puede existir si no existe pensamiento, ni
volición, ni voluntad; pero puede existir pensamiento, voluntad o volición, sin que
exista libertad. Una pequeña consideración sobre uno o dos ejemplos nos pueden
aclarar bastante esto.
Una pelota de tenis, bien se encuentre en movimiento por el golpe de la
raqueta, bien esté en reposo, no será tomada por nadie como un agente libre. Si
investigamos sobre la razón de ello, encontraremos que es porque no concebimos
que una pelota de tenis piense, y que en consecuencia pueda tener ninguna
volición, o preferencia del movimiento sobre el reposo, o viceversa; por tanto, no
tiene libertad, no es un agente libre; sino que el movimiento y el reposo caen bajo
nuestra idea de lo necesario, por lo que así se les denomina. De igual manera, un
hombre que cae al agua (al derrumbarse el puente sobre el que se encuentra) no
tiene ninguna libertad, no es un agente libre. Porque aunque tiene volición, aunque
prefiera no caer al agua, sin embargo como no entra en su poder el impedir este
movimiento, la detención o cese de ese movimiento no se sigue de su volición, y,
por tanto, no es libre en ese momento […]
De manera que la libertad no es una idea que pertenezca a la volición o a la
preferencia, sino que es propia de la persona que tiene el poder de actuar o dejar
de actuar, según los designios o dictados de su mente. Nuestra idea de libertad
llega hasta donde alcanza esa potencia, y no más allá. Porque siempre que alguna
restricción impide la actuación de esa potencia, o que alguna confusión elimina esa
indiferencia de la habilidad de obrar o de dejar de hacerlo, ya no hay libertad, ni
existe en ese momento la noción que de ella tenemos.

Voltaire, Diccionario filosófico; Artículo: “Libertad (sobre la).-


A.- Una batería de artillería dispara junto a su oído; ¿tiene libertad de oírla o no?
B.- Sin duda, no puedo evitar el oírla
A.- ¿Desea que este cañón se lleve su cabeza y las de su mujer y su hija, que están
paseando con usted?
B.- Pero ¿qué pregunta me está haciendo? Yo no puedo desear semejante cosa
mientras tenga sano juicio; es totalmente imposible.
A.- Bien; usted oye forzosamente este cañón y no desea morir, ni que muera su
familia, de un cañonazo mientras pasean. Usted no tiene el poder de no oír, ni
puede desear permanecer aquí.
B.- Ello es evidente.
A.- En consecuencia, usted ha avanzado unos treinta pasos para liberarse del
cañón. ¿Ha tenido usted poder para andar conmigo esos pasos?
B.- Eso es todavía más claro.

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A.- Pero si usted estuviera paralítico y no hubiera podido evitar esta batería, no
hubiera tenido el poder de hallarse donde se halla. ¿Hubiese entonces
forzosamente oído y recibido el cañonazo y hubiese muerto?
B.- Nada más cierto.
A.- Así, pues, ¿en qué consiste su libertad si no existe el poder de realizar lo que su
voluntad exige con necesidad absoluta?
B.- Usted me confunde… Entonces, ¿la libertad no es otra cosa que hacer lo que yo
quiera?
A.- Reflexione y considere si la libertad puede ser entendida de otro modo.
B.- En ese caso, mi perro de caza es tan libre como yo, pues posee necesariamente
la voluntad de correr cuando descubre una liebre y el poder de correr si no le
duelen las piernas. No disfruto de nada superior a mi perro. Usted me reduce al
estado de las bestias.
A.- Estos son los pobres sofismas de los pobres sofistas que le han educado. Ya se
siente usted enfermo de verse libre lo mismo que su perro. Veamos: ¿no se parece
usted a su perro en mil cosas? El hambre, la sed, estar despierto, dormir… ¿no son
los cinco sentidos comunes a él? ¿Querría usted tener el olfato en otro lugar
distinto de la nariz? Y entonces, ¿por qué desea tener una libertad distinta?
B.- Es que yo tengo un alma que razona y mi perro apenas razona. Él no tiene más
que unas pocas ideas sencillas y yo tengo mil ideas metafísicas.
A.- Bien, usted es mil veces más libre que él, es decir, posee mil veces más poder de
pensar que él, pero no es libre de manera distinta a como él lo es.
B.- ¿Cómo? ¿No soy yo libre de desear lo que quiero?
A.- ¿Qué pretende usted decir con eso?
B.- Lo que entiende todo el mundo. ¿No se nos dice cada día que la voluntad es
libre?
A.- Un proverbio no es una razón. Explíquese mejor.
B.- Entiendo que soy libre de querer como me plazca.
A.- Con todos mis respetos, eso no tiene ningún sentido. ¿No ve que es ridículo
decir: “unos creen que el cardenal Mazarino ha muerto, otros creen que vive y yo
no creo ni una cosa ni otra”?
B.- Pues bien, quiero casarme.
A.- ¿Ah, eso es responder claramente! Y ¿por qué quiere casarse?
B.- Porque estoy enamorado de una muchacha hermosa, bien educada, bastante
rica, que canta muy bien y cuyos padres son gente muy honrada. Me ufano de ser
amado por ella y bien recibido por su familia.
A.- Eso es una razón. Observe que no se puede querer sin tener alguna razón.
Declaro que usted es libre de casarse; es decir, tiene el poder de firmar el contrato.
B.- ¿Cómo? ¿No se puede querer sin razón alguna? ¡Vaya! Entonces ¿en qué queda e
proverbio que dice “sit pro ratione voluntas”: mi voluntad es mi razón, y quiero
porque quiero?
A.- Eso es absurdo, amigo mío. Existiría en usted un efecto sin causa.
B.- ¡Y qué! Cuando juego a pares o nones, ¿tengo alguna razón para escoger par o
impar?
A.- Sin duda.
B.- Por favor, ¿quiere decirme cuál es la razón?
A.- Pues que la idea del número par se presenta en su alma mejor que la idea de
impar. Sería divertido que se dieran casos en que quisiera usted por existir una
causa del querer y otros casos en que quisiera sin causa. Cuando usted quiere

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casarse es evidente que siente la razón dominante, en cambio, no la siente usted
cuando juega a pares o nones. Sin embargo, es absolutamente preciso que haya
alguna.
B.- Así, en definitiva ¿yo no soy libre?
A.- Su voluntad no es libre; en cambio sus acciones lo son. Usted es libre de obrar
cuando tiene el poder de obrar.
B.- Así, todos los libros que he leído sobre la libertad indiferente…
A.- Son tonterías. La libertad indiferente no existe, solo es una frase sin sentido
inventada por gentes que apenas lo tenían.

Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres.- La voluntad es


una especie de causalidad de los seres vivos en tanto que son racionales, y la
libertad sería la propiedad que tiene esta causalidad de poder obrar con
independencia de causas ajenas que la determinen; igual que la necesidad natural
es la propiedad que tiene la causalidad de todos los seres desprovistos de razón
que los determina a obrar por influencia de causas externas.
La definición que acabo de dar de la libertad es negativa y por tanto, estéril
para dar con su esencia; pero de ella se desprende un concepto positivo de
libertad, que es rico y fecundo. Como el concepto de una causalidad implica el de
las leyes, a partir de las cuales cada cosa que llamamos efecto debe ser puesta por
otra cosa a la que llamamos causa, el de libertad, aunque no sea una propiedad de
la voluntad conforme con las leyes de la naturaleza, no queda por ello exenta de
toda ley; al contrario, ha de ser una causalidad operante según leyes inmutables,
pero de leyes de un tipo particular, pues de otro modo una voluntad libre sería
pura nada (a). La necesidad natural es heteronomía (b) de las causas eficientes;
ningún efecto es posible más que según esta ley: que algo distinto determina a la
causa eficiente a la causalidad. ¿En qué puede entonces consistir la libertad de la
voluntad, sino en una autonomía, es decir en la propiedad que tiene de ser ella
misma su propia ley? Esta proposición: la voluntad en todas las acciones es su
propia ley, no es más que otra manera de formular el siguiente principio: hay que
obrar a partir de una máxima que pueda ella misma tomarse como objeto a título
de ley universal. Tal es precisamente la fórmula del imperativo categórico y el
principio de la moralidad; una voluntad libre y una voluntad sometida a las leyes
morales son por tanto una sola y misma cosa.

Marx, La cuestión judía.- Los “derechos del hombre”, distintos de los


“derechos del ciudadano”, n son sin los derechos del miembro de la sociedad
burguesa, es decir, del hombre egoísta, del hombre separado del hombre y de la
comunidad. La constitución más radical, la de 1793, afirma: “Art. 2: estos derechos
(los naturales e imprescriptibles) son la igualdad, la libertad, la seguridad, la
propiedad”.
¿En qué consiste la “libertad”? Art. 6: La libertad es el poder perteneciente al
hombre de hacer cuanto no perjudica a los derechos de otro”. Y según la
declaración de los derechos del hombre 1791, “la libertad consiste en pode hacer
todo cuanto no dañe a otro.
La libertad es pues el poder de hacer cuanto no dañe a otro. Los límites en los
que cada cual puede moverse sin perjudicar a otro vienen marcados por la ley,
igual que el límite de dos campos eta determinado por un poste. Se trata de la
libertad del hombre considerado como mónada aislada, replegada sobre sí

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misma… El derecho del hombre, la libertad, no se basa en las relaciones del
hombre con el hombre sin más bien en la separación entre el hombre y el hombre;
es el derecho a la separación, el derecho del individuo limitado a sí mismo.
La aplicación práctica del derecho de libertad es el derecho de propiedad
privada… “El derecho de propiedad es el que pertenece a todo ciudadano de gozar
y disponer a su arbitrio de sus bienes, de sus rentas, del fruto de su trabajo y de su
industria (Constitución de 1793, art. 16).
El derecho de propiedad es pues el derecho de disfrutar de su fortuna y de
disponer de ella a su antojo, sin que importen los demás hombres,
independientemente de la sociedad; es el derecho del egoísmo. Es esta libertad
individual, con su aplicación, la que constituye la base de la sociedad burguesa, que
hace que veamos en cada hombre no una realización, sino mas bien la limitación de
la propia libertad.

Engels, Anti Dühring.- Hegel ha sido el primero en exponer rectamente la


relación entre libertad y necesidad. Para él, la libertad es la comprensión de la
necesidad. "La necesidad es ciega solo en la medida en que no está sometida al
concepto." La libertad no consiste en una soñada independencia respecto de las
leyes naturales, sino en el reconocimiento de esas leyes y en la posibilidad, así
dada, de hacerlas obrar según un plan para determinados fines. Esto vale tanto
respecto de las leyes de la naturaleza externa cuanto respecto de aquellas que
regulan el ser somático y espiritual del hombre mismo: dos clases de leyes que
podemos separar a lo sumo en la representación, no en la realidad. La libertad de
la voluntad no significa, pues, más que la capacidad de poder decidir con
conocimiento de causa. Cuanto más libre es el juicio de un ser humano respecto de
un determinado punto problemático, con tanta mayor necesidad estará
determinado el contenido de ese juicio; mientras que la inseguridad debida a la
ignorancia y que elige con aparente arbitrio entre posibilidades de decisión
diversas y contradictorias prueba con ello su propia libertad, su situación de
dominada por el objeto al que precisamente tendría que dominar. La libertad
consiste, pues, en el dominio sobre nosotros mismos y sobre la naturaleza exterior,
basado en el conocimiento de las necesidades naturales; por eso es
necesariamente un producto de la evolución histórica. Los primeros hombres que
destacaron de la animalidad eran en todo lo esencial tan poco libres como los
animales mismos; pero cada progreso en la cultura fue un paso hacia la libertad. En
el umbral de la historia humana se encuentra el descubrimiento de la
transformación del movimiento mecánico en calor: la producción del fuego por
frotamiento; en el último estadio de la evolución ocurrida hasta hoy se encuentra
el descubrimiento de la transformación del calor en movimiento mecánico: la
máquina de vapor. Y a pesar de la gigantesca subversión liberadora que produce la
máquina de vapor en el mundo social —acción que no está aún ni en su mitad— ,
es indudable que la producción del fuego por frotamiento la supera en cuanto a
eficacia liberadora del hombre respecto del mundo. Pues el fuego producido por
frotamiento dio por vez primera al hombre el dominio sobre una fuerza natural, y
le separó así definitivamente del reino animal. La máquina de vapor no producirá
nunca en la evolución de la humanidad un salto tan descomunal, por mucho que se
nos aparezca como representante de todas esas poderosas fuerzas productivas que
se apoyan en ella y con cuya imprescindible ayuda se hace posible un estadio social
sin diferencias de clase, sin angustias por los medios de la existencia individual, y

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en el que pueda hablarse por vez primera de real libertad humana, de existencia en
armonía con las leyes naturales conocidas. Pero la entera historia humana es aún
muy joven, y sería ridículo el pretender atribuir a nuestras actuales concepciones
alguna validez absoluta, como se desprende del hecho de que toda la historia
transcurrida hasta hoy puede describirse como historia del período que va desde
el descubrimiento práctico de la transformación del movimiento mecánico en calor
hasta el de la transformación del calor en movimiento mecánico.

Nietzsche, Más allá del bien y del mal.- La causa sui [causa de sí mismo] es
la mejor autocontradiccón excogitada hasta ahora, una especie de violación y acto
contra natura lógicos: pero el desenfrenado orgullo del hombre le ha llevado a
enredarse de manera profunda y horrible justo en ese sinsentido. La aspiración a la
«libertad de la voluntad», entendida en aquel sentido metafísico y superlativo que
por desgracia continúa dominando en las cabezas de los semiinstruidos, la
aspiración a cargar uno mismo con la responsabilidad total y última de sus
acciones, y a descargar de ella a Dios, al mundo, a los antepasados, al azar, a la
sociedad, equivale, en efecto, nada menos que a ser precisamente aquella causa su¡
[causa de sí mismo] y a sacarse a sí mismo de la ciénaga de la nada y a salir a la
existencia a base de tirarse de los cabellos, con una temeridad aún mayor que la de
Münchhausen. Suponiendo que alguien llegue así a darse cuenta de la rústica
simpleza de ese famoso concepto de la «voluntad libre» y se lo borre de la cabeza,
yo le ruego entonces que dé un paso más en su «ilustración» y se borre también de
la cabeza lo contrario de aquel monstruoso concepto de la «voluntad libre»: me
refiero a la «voluntad no libre», que aboca a un uso erróneo de causa y efecto. No
debemos cosificar equivocadamente «causa» y «efecto», como hacen los
investigadores de la naturaleza (y quien, como ellos, naturaliza hoy en el pensar -)
en conformidad con el dominante cretinismo mecanicista, el cual deja que la causa
presione y empuje hasta que «produce el efecto»; debemos servirnos precisamente
de la «causa», del «efecto» nada más que como de conceptos puros, es decir,
ficciones convencionales, con fines de designación, de entendimiento, pero no de
explicación. En lo «en-sí» no hay «lazos causales», ni «necesidad», ni «no-libertad
psicológica», allí no sigue «el efecto a la causa», allí no gobierna «ley» ninguna.
Nosotros somos los únicos que hemos inventado las causas, la sucesión, la
reciprocidad, la relatividad, la coacción, el número, la ley, la libertad, el motivo, la
finalidad; y siempre que a este mundo de signos lo introducimos ficticiamente y lo
entremezclamos, como si fuera un «en sí», en las cosas, continuamos actuando de
igual manera que hemos actuado siempre, a saber, de manera mitológica. La
«voluntad no libre» es mitología: en la vida real no hay más que voluntad fuerte y
voluntad débil. - Constituye casi siempre ya un síntoma de lo que a un pensador le
falta el hecho de que, en toda «conexión causal» y en toda «necesidad psicológica»,
tenga el sentimiento de algo de coacción, de necesidad, de sucesión obligada, de
presión, de falta de libertad: el tener precisamente ese sentimiento resulta delator,
- la persona se delata a sí misma. Y en general, si mis observaciones son correctas,
la «no libertad de la voluntad» se concibe como problema desde dos lados
completamente opuestos, pero siempre de una manera hondamente personal: los
unos no quieren renunciar a ningún precio a su «responsabilidad», a la fe en sí
mismos, al derecho personal a su mérito (las razas vanidosas se encuentran en este
lado -); los otros, a la inversa, no quieren salir responsables de nada, tener culpa de
nada, y aspiran, desde un auto-desprecio íntimo, a poder echar su carga sobre

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cualquier cosa. Estos últimos, cuando escriben libros, suelen asumir hoy la defensa
de los criminales; una especie de compasión socia- lista es su disfraz más
agradable. Y de hecho el fatalismo de los débiles de voluntad se embellece de modo
sorprendente cuando sabe presentarse a sí mismo como la religión de la souffrance
humaine [la religión del sufrimiento humano]: ese es su «buen gusto».

Freud, Psicopatología de la vida cotidiana.- Se sabe que muchas personas


invocan, frente al determinismo psíquico absoluto, su convicción íntima de que
existe el libre albedrío. Esta convicción se niega a doblegarse frente a la creencia
en el determinismo. Igual que todos los sentimientos normales, esta creencia debe
estar justificada por alguna razón. Sin embargo he dicho ya que no se manifiesta
nunca en las decisiones grandes e importantes; en estas ocasiones, uno
experimenta más bien el sentimiento de una constricción psíquica, y uno se dice:
“estoy en este punto; no puedo hacer otra cosa”. Cuando se trata, por el contrario,
de decisiones insignificantes, indiferentes, se afirma sin reparos que uno hubiera
podido decidir lo contrario, que se ha obrado libremente, que se ha llevado a cabo
un acto de voluntad no determinada. Mis análisis han puesto de relieve que no
hace falta refutar la legitimidad de la convicción a propósito de la existencia del
libre albedrío. Una vez establecida la distinción entre motivación consciente e
inconsciente, sabemos ya que la motivación consciente no abarca todas nuestras
decisiones. Y cuanto no es motivado recibe sus motivos de otra fuente, del
inconsciente, y de ahí se sigue que el determinismo psíquico aparece sin solución
de continuidad.

Simone de Beauvoir, Para una moral de la ambigüedad.- Una de las


principales objeciones que se lanzan contra el existencialismo es que el precepto
“querer la libertad” es solo una fórmula vacía y que no propone contenido alguno
concreto a la acción. Pero esta objeción supone que se ha empezado por vaciar el
término libertad de sentido concreto; ya hemos visto que la libertad no se realiza
más que comprometiéndose en el mundo (a): tanto que su proyecto hacia la
libertad se encarna para el hombre en conductas definidas. Querer la libertad,
querer desvelar el ser, es una sola y misma cosa; por ella se define un recorrido
positivo y constructivo de la libertad que hace pasar el ser a la existencia en un
movimiento sin cesar superado. La ciencia, la técnica, el arte, la filosofía son
conquistas indefinidas de la existencia sobre el ser: el modo como adquieren su
auténtico rostro es asumiéndolas como tales; a la luz de esta asunción es como el
término de progreso encuentra su verdadero sentido. No se trata de acercarse a
una meta fija; el Saber absoluto (b) o la felicidad humana, o la perfección de su
belleza; de ser así, estaríamos condenados de antemano al fracaso porque con cada
paso el horizonte se aleja otro tanto; para el hombre se trata de proseguir la
expansión de su existencia y de recuperar como absoluto el esfuerzo mismo.

Sartre, El existencialismo es un humanismo.- Dostoyevski escribió: si Dios


no existe, todo está permitido. En efecto, todo está permitido si Dios no existe y por
tanto el hombre está abandonado, ya que no encuentra, ni en él ni fuera de él, una
posibilidad de aferrarse. Ante todo no encuentra excusas. Si, en efecto, la existencia
precede a la esencia, nunca podrá explicarse por relación a una naturaleza
humana dada y fija; dicho de otra manera, no hay determinismo, el hombre es

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libre, el hombre es libertad. Si por otro lado Dios no existe, no hallamos ante
nosotros valores u órdenes que pudieran legitimar nuestra conducta.
Así, pues, ni delante ni detrás de nosotros tenemos el ámbito luminoso de los
valores, de las justificaciones o de las excusas. Lo expresaré diciendo que el
hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo
y por eso mismo sin embargo libre, porque una vez arrojado al mundo, es
responsable de todo lo que hace. El existencialismo no cree en el poder de la
pasión. Nunca pensara que una bella pasión es un torrente creador que conduce
fatalmente al hombre a determinados actos y que, por tanto, es una excusa. Piensa
que el hombre es responsable de su pasión. El existencialismo tampoco piensa que
el hombre pueda encontrar ayuda en un signo determinado, en la tierra, que lo
orientará; piensa por el contrario que el hombre descifra el signo como le place.
Piensa pues que el hombre, sin apoyo ni ayuda alguna, esta condenado en cada
momento a inventar al hombre.

Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción.- La elección que hacemos


de nuestra vida tiene lugar a cada momento sobre la base de un cierto dato. Mi
libertad puede desviar a mi vida de su sentido espontáneo, pero mediante una
serie de deslizamientos, y no mediante una creación absoluta. Todas las
explicaciones de mi conducta por mi pasado, mi temperamento, mi medio, son
pues verdaderas, a condición de que las considere no como aportaciones
separables sino como momentos de mi ser total del que me es dado explicar el
sentido en diferentes direcciones, sin que se pueda nunca decir si soy yo quien les
da sentido o lo recibe de ellas. Junto con la existencia he recibido una manera de
existir, un estilo. Todas mis acciones y pensamientos están en relación con esta
estructura e incluso el pensamiento de un filósofo es solo una manera de explicitar
su posición en el mundo, lo que él es. Y sin embargo soy libre no a pesar ni a causa
de estas motivaciones, sino por medio de ellas. Porque esta vida significante, este
determinado significado de la naturaleza, y de la historia que soy yo, no limita mi
acceso al mundo sino que es, por el contrario, mi medio de comunicarme con él.
Siendo el que soy sin restricciones ni reservas es como tengo oportunidad de
progresar; viviendo mi tiempo es como puedo comprender los otros tiempos,
hundiéndome en mi presente y en mi mundo, asumiendo resueltamente lo que soy
por azar, queriendo lo que quiero, haciendo lo que hago, es como puedo ir más allá.
Solo puedo perder mi libertad si trato de sobrepasar mi situación natural y social
rechazando asumirla de entrada, en vez de unirme a través de ella con el mundo
natural y humano. Nada me determina desde fuera, no porque nada me solicite,
sino al contrario porque estoy a la vez fuera de mí y abierto al mundo.

Kojève, Introducción a la lectura de Hegel.- La negatividad no es otra cosa


que la libertad humana, es decir aquello por lo que el hombre difiere del animal.
Pero si la libertad es ontológicamente negatividad es porque no puede ser ni
existir más que como negación. Pero para poder negar ha de haber algo que negar:
algo dado existente y por tanto un ser dado idéntico. Por eso el hombre solo puede
existir libremente, es decir, humanamente, viviendo como animal en un mundo
natural dado. Pero solo vive allí humanamente en la medida en que niega esto dado
o animal. Ahora bien, la negación se realiza en tanto que acción efectuada y no en
tanto que pensamiento o simple deseo. No es pues por sus “ideas” (o su
imaginación) más o menos “elevadas”, ni por sus “aspiraciones”, más o menos

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“sublimes” o “sublimadas”, como el hombre es verdaderamente libre o realmente
humano, sino solo en y por la negación efectiva, es decir activa, de lo real dado. La
libertad no consiste en la elección entre dos “dados”: es la negación de lo dado,
tanto de lo que se es (como animal o como “tradición encarnada”) como de lo que
no se es (mundo natural o social).
La libertad que se realiza y se manifiesta como acción negadora es por eso
mismo esencialmente una creación. Negar lo dado sin caer en la nada es producir
algo que aún no existía: es justo lo que se llama crear.

A. Breton y L. Trotski, Para un arte revolucionario independiente.- El arte


no puede plegarse a directivas ajenas y a acudir a llenar dócilmente los esquemas
que algunos creen poder asignarle, fines pragmáticos de corto alcance, sin negarse.
Más vale entregarse al don de la creación, que es la prerrogativa de todo auténtico
artista, que implica un comienzo de solución (virtual) de las contradicciones más
graves de su época y orienta el pensamiento de sus contemporáneos hacia la
urgencia del establecimiento de un orden nuevo.
La idea que el joven Marx se había hecho del papel del escritor exige, en
nuestros días, una vigorosa puesta al día: Es claro que esta idea ha de extenderse al
plano de lo artístico y lo científico, a las diferentes categorías de productores e
investigadores. “El escritor –decía Marx- ha de ganar dinero, naturalmente, para
poder vivir y escribir pero en ningún caso ha de vivir y escribir para ganar dinero…
El escritor no considera de ninguna manera sus trabajos como un medio. Son fines
en si. Son tan poco un medio para sí miso y para los demás que sacrifica
necesariamente su propia existencia a la existencia de sus escritos… La primera
condición de la libertad de prensa consiste en no ser un oficinista”. Más que nunca
se trata hoy de esgrimir esta declaración contra quienes pretenden someter la
actividad intelectual a fines externos a la misma y, menos preciando todas las
determinaciones históricas que le son propias, dirigir, en función de pretendidas
razones de Estado, los temas del arte. La libre elección de estos temas y la no
restricción absoluta en lo que concierne al campo de investigación constituyen
para el artista un bien que tiene derecho a reivindicar como inalienable. En
materia de creación artística, importa esencialmente que la imaginación escape de
cualquier restricción, que bajo ningún pretexto se deje encuadrar en un sector. A
quienes quieran daros prisa, ya sea hoy o mañana, para que consintamos en que el
arte se someta a una disciplina que consideramos incompatible con sus medios,
hemos de oponer un rechazo sin excepción y nuestra voluntad deliberada de
mantenernos en la fórmula “toda licencia en arte”.

Camus, El hombre rebelde.- ¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que


dice no. Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde el
primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes durante toda su vida,
juzga de pronto inaceptable una nueva orden. ¿Cuál es el contenido de ese “no”?
Significa, por ejemplo, “las cosas han durado ya demasiado”, “hasta ahora, sí;
en adelante, no”, “vais demasiado lejos” y también “hay un límite que no
rebasaréis”. En suma, ese “no” afirma la existencia de una frontera. Vuelve a
encontrarse la misma idea de límite en ese sentimiento del rebelde de que el otro
“exagera”, de que extiende su derecho más allá de una frontera a partir de la cual
otro derecho le hace frente y lo limita. Así, el movimiento de rebelión se apoya, al
mismo tiempo, en el rechazo categórico de una intrusión juzgada intolerable y en

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la certidumbre confusa de un buen derecho; más exactamente, en la impresión del
rebelde de que “tiene derecho a…” La rebelión va acompañada de la idea de tener
uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón. En esto es en lo que el
esclavo rebelado dice al mismo tiempo sí y no. Afirma, al mismo tiempo que la
frontera, todo lo que sospecha y quiere preservar en este lado de la frontera.
Demuestra con obstinación que hay en él algo que “vale la pena…”, que exige
vigilancia. De cierta manera opone al orden que le oprime una especie d derecho a
no ser oprimido más allá de lo que puede admitir […]
Por confusamente que sea, del movimiento de rebelión nace una toma de
conciencia: la percepción, súbitamente evidente, de que hay en el hombre algo con
lo que el hombre puede identificarse, al menos por un tiempo. Esta identificación
no era sentida realmente hasta ahora. El esclavo sufría todas las exacciones
anteriores al movimiento de insurrección. Y hasta con frecuencia había recibido sin
reaccionar órdenes más indignantes que la que provoca su negativa. Era con ellas
paciente; las rechazaba quizás en sí mismo, pero puesto que callaba era más
cuidadoso de u interés inmediato que consciente todavía de su derecho. Con la
pérdida de la paciencia, con la impaciencia, comienza, por el contrario, un
movimiento que puede extenderse a todo lo que era aceptable anteriormente. Ese
impulso es casi siempre retroactivo. El esclavo, en el instante en que rechaza la
orden humillante de su superior, rechaza al mismo tiempo el estado de esclavo. El
movimiento de rebelión le lleva más allá de donde estaba en la simple negación.
Incluso rebasa el límite que fijaba su adversario, y ahora pide que se le trate como
un igual. Lo que era al principio una resistencia irreductible del hombre, se
convierte en el hombre entero que se resume en ella y se identifica con ella. Esa
parte de sí mismo que quería hacer respetar la pone entonces por encima de lo
demás y la declara preferible a todo, inclusive a la vida. Se convierte para él en el
bien supremo. Instalado anterior mente en un compromiso, el esclavo se arroja de
un golpe (“puesto que es así…”) al todo o nada. La conciencia nace con la rebelión.

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