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caso de que todas las cosas ocurran por el destino, dice que de ello ciertamente se
sigue que todas las cosas ocurren por causas previas, pero no por causas primeras
y perfectas, sino adyuvantes y próximas. Si éstas en sí mismas no están en nuestra
potestad, no se sigue que ni siquiera el deseo esté en nuestra potestad, sino que lo
que se desprendería de esto sería que, si dijéramos que todas las cosas ocurren por
causas perfectas y primeras, y puesto que esas causas no están en nuestra
potestad, ni siquiera el deseo estaría en nuestra potestad […]
"Pues -dice- de la misma forma que el que ha empujado el cilindro le ha dado
el comienzo del movimiento, pero no la rotación, así es como ciertamente la visión
va a imprimir y como a marcar el alma con su forma, pero el asenso estará en
nuestra potestad. Y una vez impulsada ésta desde el exterior (como se dijo para el
cilindro), aquello que ha quedado lo mueve su propia fuerza y naturaleza. Porque
si alguna cosa se produjera sin causa precedente, sería falso que todas las cosas
ocurren por el destino. Pero si para todas las cosas que ocurren parece verdad que
una causa las antecede: ¿qué podría alegarse a por qué no debe decirse que todas
las cosas ocurren por el destino? Sólo se puede alegar algo entendiendo cuál es la
distinción y diferenciación de las causas."
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Descartes, Carta a Mesland (mayo 1644).- El hombre […] es tanto más
indiferente en tanto conoce menos las razones que le impulsan a tomar un partido
más que otro; creo que esto no puede negarse. Estoy de acuerdo con Vd. en lo que
dice acerca de la suspensión del juicio pero he tratado de explicar por qué medios
se puede suspender. Porque me parece que es cierto que de una gran luz en el
intelecto se sigue una gran propensión en la voluntad; de suerte que viendo con
claridad que una cosa nos es propia, es muy difícil, creo que imposible, detener el
curso de nuestra acción mientras estemos pensando eso. Pero ya que la naturaleza
del alma es tal que atiende a cada cosa de manera fugaz, tan pronto como nuestra
atención se separa de las razones que nos permiten conocer que algo nos es propio
y solo retenemos en nuestra memoria el hecho de que nos ha parecido deseable,
podemos representarnos cualquier otra razón que nos haga dudar de ella y de ese
modo suspender nuestro juicio y puede que hasta formar uno contrario. Así, pues,
como Vd. no sitúa la libertad en la indiferencia sino en una potencia real y positiva
de determinarse, creo que nuestras opiniones son distintas solo en el nombre,
porque yo pienso que esa potencia es la voluntad. Yo no veo que esta sea distinta
cuando es indiferente (cosa que Vd. considera una imperfección) de cuando no lo
es […] De manera general llamo libre a toco cuanto es voluntario, mientras que Vd.
quiere reducir ese nombre a la potencia de determinarse, acompañada de
indiferencia.
Spinoza, Carta a Schuller (1674).- Digo que es libre aquello que existe y
obra por la sola necesidad de su naturaleza […] Todas las cosas creadas están
determinadas a existir y obrar de una manera precisa y concreta. Y ara
entendernos mejor, propondré un ejemplo. Una piedra recibe de una causa
exterior, que la impulsa, cierta cantidad de movimiento con la cual, después de
haber cesado el impulso de la causa externa, continuará necesariamente
moviéndose […] Y lo que aquí se dice de la piedra hay que aplicarlo a cualquier
cosa singular, aunque se la conciba compuesta y apta para muchas cosas; es decir,
que toda cosa es determinada necesariamente por una causa exterior a existir y
obrar de cierta y determinada manera.
Aún más, conciba Vd. ahora, si lo desea, que la piedra, mientras prosigue su
movimiento, piensa y sabe que ella se esfuerza, cuanto puede, por seguir
moviéndose. Sin duda esa piedra, como tan solo es consciente de su conato y no es
de ningún modo indiferente, creerá que es totalmente libre y que la causa de
perseverar en el movimiento no es sino que así lo quiere. Y esta es la famosa
libertad humana, que todos se jactan de tener, y que consiste en que los hombres
son conscientes de su apetito e ignorantes de las causas por las que son
determinados. Así el niño cree apetecer libremente la leche, el chico irritado
querer la venganza, y el tímido la fuga. Por su parte, el borracho cree decir por
libre decisión de su alma lo que después, ya sobrio, querría haber callado.
Igualmente quien delira, el charlatán y otros muchos de la misma calaña, creen
obrar por libre decreto de su alma y no que son llevados por el impulso. Y como
este prejuicio es innato a todos los hombres, no se liberan tan fácilmente de él.
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pensar, de moverse o de no moverse, según las preferencias o directrices de su
propia mente, será un hombre libre. Por el contrario, si no son iguales la potencia
de realizar una acción y de abstenerse de ella en un hombre; si el hacer algo o el no
hacerlo no responde igualmente a la preferencia de su mente, no será un hombre
libre, aunque, quizá, la acción sea voluntaria. De manera que la idea de libertad
consiste en la idea de la potencia que tiene cualquier agente para hacer o dejar de
hacer una acción particular, según la determinación o pensamiento de su mente
que elige lo uno a lo otro; pero si no está dentro de la potencia del agente el actuar
eligiendo una de estas cosas, no existe libertad, y ese agente está bajo una
necesidad. De manera que la libertad no puede existir si no existe pensamiento, ni
volición, ni voluntad; pero puede existir pensamiento, voluntad o volición, sin que
exista libertad. Una pequeña consideración sobre uno o dos ejemplos nos pueden
aclarar bastante esto.
Una pelota de tenis, bien se encuentre en movimiento por el golpe de la
raqueta, bien esté en reposo, no será tomada por nadie como un agente libre. Si
investigamos sobre la razón de ello, encontraremos que es porque no concebimos
que una pelota de tenis piense, y que en consecuencia pueda tener ninguna
volición, o preferencia del movimiento sobre el reposo, o viceversa; por tanto, no
tiene libertad, no es un agente libre; sino que el movimiento y el reposo caen bajo
nuestra idea de lo necesario, por lo que así se les denomina. De igual manera, un
hombre que cae al agua (al derrumbarse el puente sobre el que se encuentra) no
tiene ninguna libertad, no es un agente libre. Porque aunque tiene volición, aunque
prefiera no caer al agua, sin embargo como no entra en su poder el impedir este
movimiento, la detención o cese de ese movimiento no se sigue de su volición, y,
por tanto, no es libre en ese momento […]
De manera que la libertad no es una idea que pertenezca a la volición o a la
preferencia, sino que es propia de la persona que tiene el poder de actuar o dejar
de actuar, según los designios o dictados de su mente. Nuestra idea de libertad
llega hasta donde alcanza esa potencia, y no más allá. Porque siempre que alguna
restricción impide la actuación de esa potencia, o que alguna confusión elimina esa
indiferencia de la habilidad de obrar o de dejar de hacerlo, ya no hay libertad, ni
existe en ese momento la noción que de ella tenemos.
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A.- Pero si usted estuviera paralítico y no hubiera podido evitar esta batería, no
hubiera tenido el poder de hallarse donde se halla. ¿Hubiese entonces
forzosamente oído y recibido el cañonazo y hubiese muerto?
B.- Nada más cierto.
A.- Así, pues, ¿en qué consiste su libertad si no existe el poder de realizar lo que su
voluntad exige con necesidad absoluta?
B.- Usted me confunde… Entonces, ¿la libertad no es otra cosa que hacer lo que yo
quiera?
A.- Reflexione y considere si la libertad puede ser entendida de otro modo.
B.- En ese caso, mi perro de caza es tan libre como yo, pues posee necesariamente
la voluntad de correr cuando descubre una liebre y el poder de correr si no le
duelen las piernas. No disfruto de nada superior a mi perro. Usted me reduce al
estado de las bestias.
A.- Estos son los pobres sofismas de los pobres sofistas que le han educado. Ya se
siente usted enfermo de verse libre lo mismo que su perro. Veamos: ¿no se parece
usted a su perro en mil cosas? El hambre, la sed, estar despierto, dormir… ¿no son
los cinco sentidos comunes a él? ¿Querría usted tener el olfato en otro lugar
distinto de la nariz? Y entonces, ¿por qué desea tener una libertad distinta?
B.- Es que yo tengo un alma que razona y mi perro apenas razona. Él no tiene más
que unas pocas ideas sencillas y yo tengo mil ideas metafísicas.
A.- Bien, usted es mil veces más libre que él, es decir, posee mil veces más poder de
pensar que él, pero no es libre de manera distinta a como él lo es.
B.- ¿Cómo? ¿No soy yo libre de desear lo que quiero?
A.- ¿Qué pretende usted decir con eso?
B.- Lo que entiende todo el mundo. ¿No se nos dice cada día que la voluntad es
libre?
A.- Un proverbio no es una razón. Explíquese mejor.
B.- Entiendo que soy libre de querer como me plazca.
A.- Con todos mis respetos, eso no tiene ningún sentido. ¿No ve que es ridículo
decir: “unos creen que el cardenal Mazarino ha muerto, otros creen que vive y yo
no creo ni una cosa ni otra”?
B.- Pues bien, quiero casarme.
A.- ¿Ah, eso es responder claramente! Y ¿por qué quiere casarse?
B.- Porque estoy enamorado de una muchacha hermosa, bien educada, bastante
rica, que canta muy bien y cuyos padres son gente muy honrada. Me ufano de ser
amado por ella y bien recibido por su familia.
A.- Eso es una razón. Observe que no se puede querer sin tener alguna razón.
Declaro que usted es libre de casarse; es decir, tiene el poder de firmar el contrato.
B.- ¿Cómo? ¿No se puede querer sin razón alguna? ¡Vaya! Entonces ¿en qué queda e
proverbio que dice “sit pro ratione voluntas”: mi voluntad es mi razón, y quiero
porque quiero?
A.- Eso es absurdo, amigo mío. Existiría en usted un efecto sin causa.
B.- ¡Y qué! Cuando juego a pares o nones, ¿tengo alguna razón para escoger par o
impar?
A.- Sin duda.
B.- Por favor, ¿quiere decirme cuál es la razón?
A.- Pues que la idea del número par se presenta en su alma mejor que la idea de
impar. Sería divertido que se dieran casos en que quisiera usted por existir una
causa del querer y otros casos en que quisiera sin causa. Cuando usted quiere
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casarse es evidente que siente la razón dominante, en cambio, no la siente usted
cuando juega a pares o nones. Sin embargo, es absolutamente preciso que haya
alguna.
B.- Así, en definitiva ¿yo no soy libre?
A.- Su voluntad no es libre; en cambio sus acciones lo son. Usted es libre de obrar
cuando tiene el poder de obrar.
B.- Así, todos los libros que he leído sobre la libertad indiferente…
A.- Son tonterías. La libertad indiferente no existe, solo es una frase sin sentido
inventada por gentes que apenas lo tenían.
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misma… El derecho del hombre, la libertad, no se basa en las relaciones del
hombre con el hombre sin más bien en la separación entre el hombre y el hombre;
es el derecho a la separación, el derecho del individuo limitado a sí mismo.
La aplicación práctica del derecho de libertad es el derecho de propiedad
privada… “El derecho de propiedad es el que pertenece a todo ciudadano de gozar
y disponer a su arbitrio de sus bienes, de sus rentas, del fruto de su trabajo y de su
industria (Constitución de 1793, art. 16).
El derecho de propiedad es pues el derecho de disfrutar de su fortuna y de
disponer de ella a su antojo, sin que importen los demás hombres,
independientemente de la sociedad; es el derecho del egoísmo. Es esta libertad
individual, con su aplicación, la que constituye la base de la sociedad burguesa, que
hace que veamos en cada hombre no una realización, sino mas bien la limitación de
la propia libertad.
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en el que pueda hablarse por vez primera de real libertad humana, de existencia en
armonía con las leyes naturales conocidas. Pero la entera historia humana es aún
muy joven, y sería ridículo el pretender atribuir a nuestras actuales concepciones
alguna validez absoluta, como se desprende del hecho de que toda la historia
transcurrida hasta hoy puede describirse como historia del período que va desde
el descubrimiento práctico de la transformación del movimiento mecánico en calor
hasta el de la transformación del calor en movimiento mecánico.
Nietzsche, Más allá del bien y del mal.- La causa sui [causa de sí mismo] es
la mejor autocontradiccón excogitada hasta ahora, una especie de violación y acto
contra natura lógicos: pero el desenfrenado orgullo del hombre le ha llevado a
enredarse de manera profunda y horrible justo en ese sinsentido. La aspiración a la
«libertad de la voluntad», entendida en aquel sentido metafísico y superlativo que
por desgracia continúa dominando en las cabezas de los semiinstruidos, la
aspiración a cargar uno mismo con la responsabilidad total y última de sus
acciones, y a descargar de ella a Dios, al mundo, a los antepasados, al azar, a la
sociedad, equivale, en efecto, nada menos que a ser precisamente aquella causa su¡
[causa de sí mismo] y a sacarse a sí mismo de la ciénaga de la nada y a salir a la
existencia a base de tirarse de los cabellos, con una temeridad aún mayor que la de
Münchhausen. Suponiendo que alguien llegue así a darse cuenta de la rústica
simpleza de ese famoso concepto de la «voluntad libre» y se lo borre de la cabeza,
yo le ruego entonces que dé un paso más en su «ilustración» y se borre también de
la cabeza lo contrario de aquel monstruoso concepto de la «voluntad libre»: me
refiero a la «voluntad no libre», que aboca a un uso erróneo de causa y efecto. No
debemos cosificar equivocadamente «causa» y «efecto», como hacen los
investigadores de la naturaleza (y quien, como ellos, naturaliza hoy en el pensar -)
en conformidad con el dominante cretinismo mecanicista, el cual deja que la causa
presione y empuje hasta que «produce el efecto»; debemos servirnos precisamente
de la «causa», del «efecto» nada más que como de conceptos puros, es decir,
ficciones convencionales, con fines de designación, de entendimiento, pero no de
explicación. En lo «en-sí» no hay «lazos causales», ni «necesidad», ni «no-libertad
psicológica», allí no sigue «el efecto a la causa», allí no gobierna «ley» ninguna.
Nosotros somos los únicos que hemos inventado las causas, la sucesión, la
reciprocidad, la relatividad, la coacción, el número, la ley, la libertad, el motivo, la
finalidad; y siempre que a este mundo de signos lo introducimos ficticiamente y lo
entremezclamos, como si fuera un «en sí», en las cosas, continuamos actuando de
igual manera que hemos actuado siempre, a saber, de manera mitológica. La
«voluntad no libre» es mitología: en la vida real no hay más que voluntad fuerte y
voluntad débil. - Constituye casi siempre ya un síntoma de lo que a un pensador le
falta el hecho de que, en toda «conexión causal» y en toda «necesidad psicológica»,
tenga el sentimiento de algo de coacción, de necesidad, de sucesión obligada, de
presión, de falta de libertad: el tener precisamente ese sentimiento resulta delator,
- la persona se delata a sí misma. Y en general, si mis observaciones son correctas,
la «no libertad de la voluntad» se concibe como problema desde dos lados
completamente opuestos, pero siempre de una manera hondamente personal: los
unos no quieren renunciar a ningún precio a su «responsabilidad», a la fe en sí
mismos, al derecho personal a su mérito (las razas vanidosas se encuentran en este
lado -); los otros, a la inversa, no quieren salir responsables de nada, tener culpa de
nada, y aspiran, desde un auto-desprecio íntimo, a poder echar su carga sobre
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cualquier cosa. Estos últimos, cuando escriben libros, suelen asumir hoy la defensa
de los criminales; una especie de compasión socia- lista es su disfraz más
agradable. Y de hecho el fatalismo de los débiles de voluntad se embellece de modo
sorprendente cuando sabe presentarse a sí mismo como la religión de la souffrance
humaine [la religión del sufrimiento humano]: ese es su «buen gusto».
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libre, el hombre es libertad. Si por otro lado Dios no existe, no hallamos ante
nosotros valores u órdenes que pudieran legitimar nuestra conducta.
Así, pues, ni delante ni detrás de nosotros tenemos el ámbito luminoso de los
valores, de las justificaciones o de las excusas. Lo expresaré diciendo que el
hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo
y por eso mismo sin embargo libre, porque una vez arrojado al mundo, es
responsable de todo lo que hace. El existencialismo no cree en el poder de la
pasión. Nunca pensara que una bella pasión es un torrente creador que conduce
fatalmente al hombre a determinados actos y que, por tanto, es una excusa. Piensa
que el hombre es responsable de su pasión. El existencialismo tampoco piensa que
el hombre pueda encontrar ayuda en un signo determinado, en la tierra, que lo
orientará; piensa por el contrario que el hombre descifra el signo como le place.
Piensa pues que el hombre, sin apoyo ni ayuda alguna, esta condenado en cada
momento a inventar al hombre.
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“sublimes” o “sublimadas”, como el hombre es verdaderamente libre o realmente
humano, sino solo en y por la negación efectiva, es decir activa, de lo real dado. La
libertad no consiste en la elección entre dos “dados”: es la negación de lo dado,
tanto de lo que se es (como animal o como “tradición encarnada”) como de lo que
no se es (mundo natural o social).
La libertad que se realiza y se manifiesta como acción negadora es por eso
mismo esencialmente una creación. Negar lo dado sin caer en la nada es producir
algo que aún no existía: es justo lo que se llama crear.
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la certidumbre confusa de un buen derecho; más exactamente, en la impresión del
rebelde de que “tiene derecho a…” La rebelión va acompañada de la idea de tener
uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón. En esto es en lo que el
esclavo rebelado dice al mismo tiempo sí y no. Afirma, al mismo tiempo que la
frontera, todo lo que sospecha y quiere preservar en este lado de la frontera.
Demuestra con obstinación que hay en él algo que “vale la pena…”, que exige
vigilancia. De cierta manera opone al orden que le oprime una especie d derecho a
no ser oprimido más allá de lo que puede admitir […]
Por confusamente que sea, del movimiento de rebelión nace una toma de
conciencia: la percepción, súbitamente evidente, de que hay en el hombre algo con
lo que el hombre puede identificarse, al menos por un tiempo. Esta identificación
no era sentida realmente hasta ahora. El esclavo sufría todas las exacciones
anteriores al movimiento de insurrección. Y hasta con frecuencia había recibido sin
reaccionar órdenes más indignantes que la que provoca su negativa. Era con ellas
paciente; las rechazaba quizás en sí mismo, pero puesto que callaba era más
cuidadoso de u interés inmediato que consciente todavía de su derecho. Con la
pérdida de la paciencia, con la impaciencia, comienza, por el contrario, un
movimiento que puede extenderse a todo lo que era aceptable anteriormente. Ese
impulso es casi siempre retroactivo. El esclavo, en el instante en que rechaza la
orden humillante de su superior, rechaza al mismo tiempo el estado de esclavo. El
movimiento de rebelión le lleva más allá de donde estaba en la simple negación.
Incluso rebasa el límite que fijaba su adversario, y ahora pide que se le trate como
un igual. Lo que era al principio una resistencia irreductible del hombre, se
convierte en el hombre entero que se resume en ella y se identifica con ella. Esa
parte de sí mismo que quería hacer respetar la pone entonces por encima de lo
demás y la declara preferible a todo, inclusive a la vida. Se convierte para él en el
bien supremo. Instalado anterior mente en un compromiso, el esclavo se arroja de
un golpe (“puesto que es así…”) al todo o nada. La conciencia nace con la rebelión.
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