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Universidad Nacional de la Matanza

Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales

Licenciatura en Trabajo Social

Asignatura: Práctica II. Grupo y Comunidad. Profesora a cargo: Mg. Sandra Robledo

Ficha de Cátedra: “Trabajo Social con grupos: fundamentos teóricos metodológicos para
su intervención”

Autoras: Dra. Alejandra Giménez – Lic. Silvia Illanes

2023

Introducción

En el presente escrito se buscará realizar un recorrido sobre el Trabajo Social con Grupos,
para eso, como primer punto se realizará un breve análisis sobre sus orígenes, a continuación,
se hará una aproximación a definiciones sobre este método que compete a la profesión, como
así también acercarse a las didácticas grupales. Para lograr esto, se recurrirá a los
posicionamientos de autores importantes en la temática y en el Trabajo Social. Asimismo,
se caracterizarán las intervenciones grupales y lo que genera en los integrantes.

Será de particular interés vincular los conceptos de persona y las relaciones interpersonales
que se gestan en el interior del grupo, como así también la importancia del otro en la dinámica
grupal. Luego se reflexionará sobre la figura grupal, para después profundizar en el análisis
de los resultados que surgen de las intervenciones grupales, el rol del coordinador y de su
trama al interior de la grupalidad.

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Orígenes del Trabajo Social con Grupos

En las producciones de Dell”Anno (2012), Ornellas, Tello, Brian (2019), Alegre (2009), se
realiza una reconstrucción de los orígenes del Trabajo Social y lo grupal. Ander Egg (1992)
analizaba que Mary Richmond ya hablaba de la necesidad de incluir, en ciertos tratamientos,
el trabajo con grupos. En los treinta del siglo pasado, el trabajo con grupos se comenzó a
desarrollar con una idea más sistematizada de este método, que se había puesto en práctica
mucho antes en los Settlements Houses. A mediados de esa década ya se le veía como una
especialización del Trabajo Social, Ornellas, Tello, Brian (2021).

Los antecedentes e inicios del trabajo social de grupo se encuentran en los EEUU. Ellos
comienzan con una práctica de intervención, que a lo largo del tiempo se va sistematizando,
hasta que va tomando carácter de profesionalidad. Se desarrolla, en un principio, en los
incipientes centros sociales comunitarios que acogían a personas que se integraban a los
nuevos suburbios de las ciudades industriales procedentes de zonas rurales. También
intentaban integrar grandes grupos de inmigrantes procedentes de culturas diversas.

Así mismo, en Europa, a partir de la década del 40’, y en virtud de la problemática generada
por los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), comienza a
considerarse a la familia y a la comunidad como instituciones básicas, y, por ende, se ve la
necesidad de protegerlas. Las mujeres fueron quienes recibieron mayores dosis de atención
por parte de los servicios sociales que se dedicaron a la familia, ya que afrontaban más que
los hombres las consecuencias cotidianas de los problemas sociales.

Otro de los problemas derivados de la guerra fue la enorme cantidad de lisiados. Para ellos
fue necesario implementar una serie de actividades terapéuticas y recreativas que les
ayudarán en su recuperación. Sin embargo, dichas actividades resultaban imposibles y
sumamente costosas en un abordaje individual. Por eso, se planteó la necesidad de realizarlas
agrupándolos, lo cual era factible debido a su condición.

De esta manera surgió el trabajo social de grupos, que plantea la necesidad de armonizar
intereses y valores. De a poco se va constituyendo como tal, a pesar de que muchos

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profesionales se resisten al reconocimiento de este nuevo método, por sentirse identificados
con el trabajo de caso.

Esta forma de acción para la intervención profesional significó una gran riqueza para el
desarrollo de los profesionales, ya que el abordaje grupal requería de una experiencia distinta
a la que se había desarrollado en el tratamiento individual. Por tanto, se le exigió al trabajador
social de grupos, no sólo de una nueva instrumentación, sino también una superación de los
marcos referenciales.

En el análisis que realiza Alegre (2009) denomina a este periodo pre-científico. Se caracteriza
por un trabajo sin método y sin la intención de extraer conclusiones teóricas. En el periodo
científico se distinguieron dos etapas: el primero, de experimentación que va desde 1930
hasta 1936; y, el segundo, período es el metodológico que abarca desde el año 1936 hasta la
actualidad. En esta última etapa aparecen los aportes de modelos de actuación profesional
multidimensionales donde se ubican los tradicionales, desde el año 1936 hasta los 50’; los
críticos, en los años 60’ y 70’; y los contemporáneos, desde los 80’ en adelante.

Trabajo Social y grupos: diferentes formas de intervención

El Trabajo Social tiene como objetivo potenciar lo humano, por ejemplo, en la superación de
diversas situaciones complejas que acontecen en el escenario social. Desde lo cultural, se
pueden presentar facilitadores u obstaculizadores en la resolución de las mismas. La pobreza,
el desempleo, la violencia institucionalizada, la corrupción, la discriminación social y,
particularmente, la étnica, dan testimonio de una sociedad que discursea sobre derechos
humanos, pero no los practica.

Se entiende como grupo a la familia, la pandilla, los muchachos de la esquina del barrio, los
compañeros de estudio, de trabajo, de la iglesia, del club, del comité político. En grupo nos
divertimos con amigos, en grupos se cometen delitos, en grupo reclamamos nuestros
derechos ciudadanos, no hay vida humana sin grupos (Kisnerman, 2012). Es allí, donde lo
propio de la persona toma relieve, porque se genera el encuentro con la otredad que acontece
a pleno.

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Los grupos se recortan en el tejido social con sus propios códigos, convirtiéndose en ámbitos
concretos de apreciación de las tendencias culturales. Desarrollan una versión modificada de
las pautas sociales generales, ya que, incluso en la contracultura, la cultura prevaleciente
resulta la referencia.

Se comprende que el surgimiento y desarrollo de la cultura grupal tiene lugar dentro del
proceso de vida de todo grupo. Es inherente al mismo y se puede afirmar que no hay
posibilidad que éste exista sin la presencia de un sistema de significaciones que permita el
intercambio entre las personas y su proyección hacia el medio (Dell' Anno, 2012).

Para Gnneco (2005) el trabajo social con grupos se define como “un método que fomenta el
desempeño social de las personas a través de experiencias grupales con objetivos
específicos” (Gnneco, 2005:78). Dicho método, persigue como propósito colaborar en la
mejora del desempeño social de las personas mediante experiencias de grupo
deliberadamente estructuradas. Las mismas, tienen como fin ayudar a manejar mejor sus
problemas personales, grupales y comunitarios. De este modo, el TS con grupos resulta una
forma de servir a las personas dentro y a través de estos, cara a cara, con el objeto de obtener
cambios deseados en los participantes.

Souto (1993), al realizar un análisis sobre la didáctica grupal, recupera algunas precursoras
en el estudio del tema. Retoma a Ana María Fernández (1989), quien subraya:
la necesidad de pensar lo grupal como un campo de problemáticas atravesado
por múltiples inscripciones: deseantes, históricas, institucionales, políticas,
económicas, etc. Lo grupal en un doble movimiento teórico: el trabajo sobre
sus especificidades y su articulación con las múltiples inscripciones que lo
atraviesan. Nueva manera de pensar Lo Uno y Lo Múltiple, intentando
superar los encierros que la lógica del objeto discreto impone, abriendo la
reflexión hacia formas epistémicas, pluralistas, transdisciplinarias.
(Fernández, 1989:57).

Así mismo, recupera a De Brassi (1990), quien refiere a lo grupal como “un espacio
estructurante de lo social-histórico, condición inmanente de existencia y razonabilidad de
los grupos mismos" (De Brassi, 1990:83).

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Señalar tales definiciones, resulta de interés, pues, permiten observar la manera en que los
grupos dejan de ser un objeto discreto para pasar a ser un campo de problemáticas a estudiar.
La pregunta acerca de ¿qué es un grupo? es reemplazada por ¿qué atraviesa lo grupal?
haciéndose necesario a partir de este interrogante, recurrir a distintas teorías y disciplinas,
Esto sucede dado que se pone de manifiesto que: "Nos orientamos (...) hacia los nudos
problemáticos caleidoscópicamente atravesados por las múltiples inscripciones que los
constituyen" (Del Cueto y Fernández, 1985:13).

De allí que, en esta disruptiva postura teórica, la preocupación pasa del grupo como objeto a
lo grupal como campo, y, a la grupalidad como especificidad del acontecer grupal. Surge así,
una reconceptualización superadora de formulaciones anteriores, donde la transversalidad
abre la posibilidad de pensar lo grupal como campo de atravesamientos e inscripciones
múltiples. Es en esta intersección, donde se hace visible un doble camino: el de la inscripción
del grupo en la institución y el de la producción de efectos singulares, específicos en el grupo.

Desde esta perspectiva, los grupos aparecen "constituidos por múltiples hilos de unidades
disciplinarias que se enlazan en el pensar lo grupal" (Fernández, 1989:57), es decir, en un
"proceso desencadenado por los cruces y anudamientos deseantes entre miembros
singulares" (De Brassi, 1990:83) enlazados en "espacios tácticos donde se da la producción
de efectos singulares e inéditos, con una inscripción institucional real o imaginaria”. (Del
Cueto y Fernández, 1985:16).

Resulta así que, conceptualizar “grupo” como nudos, espacios o procesos, es renunciar a la
aprehensión de la totalidad del grupo. Es, por el contrario, aceptar que en cada acontecimiento
grupal hay inscripciones múltiples y acontecimientos que se cruzan, de los cuales resulta
imposible dar cuenta de manera totalizadora. En síntesis, esta visión postula un
inacabamiento del grupo y del conocimiento acerca de él.

Para Rossell Poch (2001) el sentido y el valor del trabajo de grupo radica en la relación que
establecen los miembros entre sí, y en la situación de grupo en sí misma, que actúa como
“contexto y medio de ayuda”. Las personas que participan tienen una situación, un problema
o un interés común. A partir de esto, con la ayuda del trabajador social, pueden mejorar su

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situación personal, y también, potenciar su capacidad para modificar aspectos negativos. Es
decir, los sujetos participan activamente en sus propios cambios.

Así mismo, se considera que este tipo de trabajo presenta aspectos importantes en los cuales
los profesionales intervienen para:
• Sensibilizar a las personas.
• Formar un grupo a través del trabajo individualizado.
• Ampliar horizontes.
• Establecer marcos referenciales para facilitar el trabajo grupal.
• Facilitar la participación.
• Ayudar a asumir responsabilidades.
• Fomentar un espíritu crítico en cada uno de sus miembros.
• Concientizar, para que puedan reconocer su propia realidad y así poder modificarla.
• Orientar a los grupos para que puedan organizarse.
• Despertar en los miembros del grupo el deseo de elaborar su propio camino para
enfrentar sus problemas y no esperar que la solución llegue desde afuera.
• Lograr que las/os integrantes del grupo se constituyan en “agentes de movilización”
dentro de su contexto social, a la vez que, movilicen a otros ciudadanos a participar
en actividades comunitarias.
• Ayudar a formular objetivos comunes relevantes para el grupo.

Persona - Grupos y relaciones interpersonales

Se entiende a lo social como los procesos relacionales que se establecen entre sujetos. Tienen
que ver con interacciones, vínculos y lazos sociales. La intervención de trabajo social se
realiza con los otros; es decir, con sujetos sociales que se conforman en diferentes colectivos.
Es preciso asumir que las personas son seres grupales, que están sumergidos en relaciones
sociales dentro de multitud de grupos diversos (Fernández y López, 2006).

De ahí la importancia de contar con una propuesta metodológica para la intervención de


trabajo social con grupos. Ya que es una de las principales maneras para trabajar desde el

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quehacer profesional, dado que se desarrolla precisamente con colectivos, ya sean estos
familias, grupos escolares o la población abierta, entre otros, e incluso durante la intervención
en comunidad es frecuente recurrir al trabajo con grupos (Ornellas, Tello, Brian, 2019).

Es posible pensar en la tríada persona-grupo-comunidad1 si se parte del significado del


concepto de persona, en el núcleo de cualquier consideración sobre los grupos. Se reconoce
la presencia de ellas, con sus atributos personales y en la interacción recíproca. Por ello,
Dell”Anno (2006), hace un juego de conceptos: parte de la aproximación al concepto de
“persona”, para relacionarlo con el de sujeto. Este último es reciente y autodeterminado,
enfrenta sus circunstancias o contingencias, con posibilidad de autonomía y juicio crítico.

Desde la idea anterior, cada sujeto, al conformar un grupo, va tejiendo un entramado de


relaciones interpersonales. Dell’Anno (2012), analiza los aportes de Rogers (1989)
destacando el concepto de comprensión empática como posibilitador de una verdadera
comunicación. En estas relaciones se destaca y reconoce la singularidad de las personas.
Buber (1970), sostiene que en estas relaciones se establece un encuentro de las personas
consigo mismas, y a la vez con sus compañeros. Se percibe, en este entramado al otro en toda
su alteridad, posibilitando reconocerse y, desde ese reconocimiento de estar/comprender y
relacionarse con el otro, habrá quebrantado su soledad en un encuentro riguroso y
transformador.

Ornellas, Tello, Brian (2019) comprenden a la otredad como la capacidad de ver al otro como
un igual, que supone una relación entre sujetos que se reconocen y en la que el otro se
constituye en un espejo que permite develar aspectos que, en ocasiones, pasan desapercibidos
para el sujeto individual. Esa relación con el otro tiene que construirse en el diálogo reflexivo
que, además, modifica a quienes lo establecen. Las autoras toman los aportes de Lyotard
(1994) que considera que el derecho a la palabra debe reconocer tres estatutos: la facultad de
interlocución, la legitimación de la palabra y el derecho positivo de hablar. La interlocución
se basa en el reconocimiento de las instancias del yo y el tú en su correlación. La palabra se
legitima por la comprensión, la capacidad de escuchar al otro y de entenderlo; y el derecho
positivo de hablar, que implica necesariamente un silencio. Es decir que el diálogo es la

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El concepto de comunidad se desarrollará ampliamente en otra ficha de cátedra.

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posibilidad de conocer al otro desde quién es y no desde lo que se cree -por prejuicio o
estereotipo- que es.

De esta manera se mira al grupo desde el lugar que se comparte, las individualidades y
singularidades para lograr fusionarse con los otros. Desde las palabras de Ornellas, Tello,
Brian (2019), el otro implica la existencia de algo que no es propio, sin embargo, eso externo
que se rige con autonomía respecto a uno mismo, también puede afectar y alterar la propia
individualidad. La otredad no implica que el otro deba ser discriminado o estigmatizado. Por
el contrario, las diferencias que se advierten constituyen una riqueza social y pueden ser un
factor del cambio individual y colectivo. Es en este sentido siempre que se trabaje con sujetos
colectivos, habrá que incidir en el reconocimiento del otro como un yo, pues esa es la
posibilidad de establecer relaciones horizontales, de sujeto a sujeto.

A partir del reconocimiento de la existencia del otro, se teje el entramado de relaciones


interpersonales. Estas se conforman al interior del grupo y así se configura una red vincular
que se orienta a alcanzar sus propios objetivos y a cobrar cierta autonomía con respecto al
entorno que lo contiene. Esta estructura adquiere características particulares, estableciendo
en ella una pauta interna de relaciones entre los roles. Son en base al manejo de la autoridad,
el liderazgo, la información y la actividad. Esta pauta adquiere cierta estabilidad, pero no es
fija, ya que favorece un “estructurando” permanente en el grupo (Dell”Anno, 2006).

Esta construcción de relaciones con las diferentes personas que conforman el grupo, es decir
con ese otro que me une un objetivo en común, conforma un lazo social. Así nace y se
fortalece, en un espacio grupal, un contexto/escenario en el que cada miembro tomará un rol.

Aproximaciones a grupos operativos

Pichón-Rivière (1985) considera al grupo con una direccionalidad, definiéndolo como grupo
operativo. La noción de tarea es planteada en un doble juego: desde una intersubjetividad a
partir de interrogarse por la intrasubjetividad; y, en donde la relación mundo interno y mundo
externo es dialéctica. Por lo tanto, define grupo como "un conjunto restringido de personas
que ligadas por constante de tiempo y espacio y articuladas por su mutua representación

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interna, se proponen en forma explícita o implícita, una tarea que constituye su finalidad,
interactuando a través de roles” (Pichón Riviere:1988:142).

Los complejos mecanismos de asunción y adjudicación de roles son significativos y


necesarios en el escenario grupal. Es el sujeto y su acontecer que al situarse en el grupo se
relaciona a través de la interacción y el vínculo, logrando de esta manera la construcción de
un aprendizaje (Alegre, 2009).

La propuesta de Pichón, es la dialéctica y la técnica básica es la operativa porque responde a


reglas y procedimientos que tanto ordenan como le dan sentido a la acción. La dialéctica se
apoya en una ley fundamental que es la ley de la unidad y la lucha de contrarios, que significa
que todo sujeto, fenómeno o situación está recorrido por una serie de partes o elementos más
simples que lo componen. Estos elementos que están articulados entre sí de una determinada
manera, tanto que se presuponen y a la vez que se excluyen, reciben la denominación de
contrarios porque la existencia de uno pretende negar la existencia del otro. Por ese motivo
se dice que la relación entre ellos es de lucha y complementariedad (Alegre,2009).

Aparecen la contradicción que se genera, recorriendo etapas diferentes y se desarrolla de


manera desigual; en un momento predomina un estado y en otro el otro. Esta idiosincrasia se
despliega a través de las características del proyecto que se propone el grupo, por ejemplo, si
predomina el polo del proyecto el grupo se moviliza y acciona la “tarea” donde ésta, se re-
piensa, se re-elabora y se critica. Por el contrario, si predomina el polo de la resistencia al
cambio el grupo está en una "pre-tarea", es decir, hace “como si” plasmara una actividad,
pero no logra realizar una tarea eficaz o un aprendizaje (Alegre,2009).

Pichón sostiene que hay contradicciones que son universales porque están presentes en todos
los grupos, es decir, en todos los "procesos" grupales, a saber: sujeto-grupo; necesidad-
satisfacción; proyecto-resistencia al cambio; lo manifiesto- lo latente; lo viejo- lo nuevo,
entre otros. Por lo tanto, se considera que la situación fundamental del acto de conocer, es
poder comprender una lógica de la una realidad que por sí misma es dialéctica, en un
interjuego contradictorio. De esta manera, cada integrante del aprehender en el grupo alcanza
tanto una totalización como una síntesis. Este movimiento se conquista a través de la
comunicación para que los sujetos desmitifiquen la realidad a través de su problematización.

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¿Cómo se piensa a la figura grupal desde el origen de la palabra grupo?

El grupo siguiendo las dos líneas que plantea Anzie se orientan a nudo y a lo redondo. El
nudo hace referencia al grado de cohesión entre los miembros del grupo, teniendo en cuenta,
el nivel del consenso, de pertenencia y la interacción social; lo redondo hace referencia a una
reunión, a un círculo en el que todas las personas están en un mismo nivel. Resulta usual,
que, al pensar en grupos, la primera representación, remita a una figura mental con formato
de círculo. Jasiner (2019), en este sentido, advierte acerca de la importancia de problematizar
y reflexionar sobre esta manera de concebir la imagen del grupo circularmente. Esta
representación, deja al dispositivo grupal conceptualmente reducido a la idea de muchos
individuos ubicados a la misma distancia de un líder que, además, ocupa un lugar idealizado.

La autora propone pensar al grupo desde la recreación de un nudo, es decir, invita a dejar de
identificar al “grupo círculo”, para así abrir el juego a nuevas opciones teóricas respecto a
una práctica subjetivante. Enfatiza en que la idea del círculo como la representación en el
plano de una esfera, que, además de marcar un afuera y un adentro consistentemente
delimitados, puede ser reducido a un punto central. Contrariamente, sostiene, que el nudo es
una articulación de cuerdas y agujeros que parecieran más adecuadas para conceptualizar el
trabajo en grupo.

Este paso del círculo al nudo deviene en dos cuestiones: la primera, vinculada a un cambio
de paradigma, en tanto el término grupo deja de ser sinónimo de círculo; la segunda, ligada
a una nueva dirección para las operatorias de la figura del coordinador. Tal
redireccionamiento, consiste en pensar que en el centro del nudo hay un agujero y por tal,
allí, es necesario ubicar la tarea y no al líder. Si se centralizara en el líder se propiciaría el
efecto masa, no el vaciamiento y los enlaces necesarios que abonan el efecto sujeto.

En síntesis, si se piensa a los grupos desde esta perspectiva, significa posicionarse en una
mirada en grupos más flexibles, sin que esto quiera decir que no se logre el cumplimiento de
los objetivos planteados, ni que se dejen de asumir los roles que correspondan. Por el
contrario, se trata de mirar al grupo desde otra perspectiva, haciendo hincapié en las vivencias
y realidades que se generen en el interior de lo grupal.

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La Trama Grupal: Construyendo grupos habitables

Entre los aportes de Jasiner (2019) acerca del trabajo con grupos, se encuentra la recreación
de la figura del coordinador, concebida por ella, como un tejedor que enhebra el uno grupal
en la trama, a la vez que, la trama en el trazado singular de cada hebra. El empleo de esta
metáfora que atrapa, el teje y desteje grupal, en el traspaso de lo homogéneo a lo común y de
éste a lo singular. Trazado que, la autora, sugiere considerar como brújula que direcciona el
trabajo con estos dispositivos grupales orientados a los sujetos.

Jasiner (2019) en su obra “La trama de los grupos” sugiere:


“... que si todo anduvo bien y en un primer tiempo se instaló el efímero pero
fundante y necesario uno grupal unitivo, ese homogéneo se irá horadando y
se tratara ahora del tejido de una trama grupal unitiva, de un tiempo de lo
heterogéneo en que se irá tramando lo común, condición para que de allí
emerja lo singular. El campo de lo grupal tejer trama corresponde al segundo
tiempo lógico, pasaje homogéneo a lo común tejido colectivo que va
produciendo morada y espacio vacío que aloja. (…) Pensándolos así, los
grupos pueden devenir espacios en los que emerjan protagonismos anudados
que se saben efecto de lo común”. (Jasiner, 2019: 114)

Tales ideas, anticipan el albergue subjetivante de lo colectivo, pensándolo como acto político
instituyente, nacido en los dispositivos grupales. Hecho que conmueve, en tanto rompe la
entraña misma del individualismo. Diluyéndose y esfumándose a partir del protagonismo
creativo anudado en la producción con la otredad. De este modo, es posible desinstalar
prácticas totalizadoras y repetitivas como destino recurrente del trabajo grupal, evitando que
devenga en equivocar dejando una marca en la senda. En palabras de la autora:

“El individualismo desaforado de nuestros tiempos puede ser conmovido, allí


donde los otros pueden recordarnos que el sujeto es sujeto borrado, es decir,
ni individuo, ni indiviso, que su estructura incluye al otro y necesita del otro.
El sujeto precisa del otro en su propia estructura y el grupo, en el
anudamiento de cada quien, con los otros, funda su estructura”. (Jesiner,
2019: 114)

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Tal planteo, corroe los yo-ismos anquilosados en visiones arquetípicas del adalid,
pues la novedad justamente consiste en lo posible en su caída. Tal como Jasiner
plantea:

“Pensamos nuestros dispositivos centrados en la tarea y no en ningún líder,


porque la tarea enlaza, ya que no es sin los otros. La tarea grupal, entonces,
transitara en los carriles de la producción de lo nuevo y de lo posible, con un
narcisismo suavizado, en que poder escuchar al otro no es lo mismo que
sumar a lo del otro en un discurso de sordos”. (Jesiner, 2019: 115)

Es entonces, allí, en ese tiempo-espacio gestado en lo diverso y particular de lo grupal, donde


se hace necesario suspenderse, rastrear y comenzar a erosionar el acontecer, principalmente,
en los grupos en que se trabajan las cicatrices impregnadas por la emergencia de dolencias
subjetivas. Para ello, la autora sostiene:

“Un coordinador tiene que estar muy trabajado para sostener


transferencialmente y acompañar este pasaje, único camino para allí
advengan grupos que alojen. (…) El tejido de la trama hace de los grupos
espacios habitables. Alojamientos subjetivos, llamamos a esa posibilidad de
albergar que habita en el corazón del tejido grupal. (…) Nosotros, artesanos
de lo grupal, aprendemos cada vez de nuevo a tejer con lo que hay, más allá
de cualquier ideal, actitud que va generando alojamiento subjetivo y a la vez
las oportunidades de que en la tarea de entrelazado con otros vayan surgiendo
nuevas formas, nuevos colores, figuras hasta allí jamás imaginadas”.
(Jesiner, 2019: 115)

Todo lo anterior, se traduce en la construcción de moradas colectivas tejidas en tramas


grupales no rígidas, enriquecedoras y valiosas para los sujetos. Para ello es necesario que en
la construcción de esa morada se abran las puertas “a todo lo que hay”, es decir a lo doliente
y por sobre todo la palabra como hecho sanador. En ese intersticio fundante, es donde Jesiner,
ubica a la ternura:

“Hablamos de ternura y miramiento como base necesaria en la producción


de vínculos no mortificantes para el ser humano. Podríamos pensarla como

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el deseo y la aceptación del nacimiento subjetivo del otro, el deseo que allí
emerja el sujeto”. (Jesiner, 2019:114-115)

Ulloa (1999), por su parte, plantea que:

"La ternura es lo antitético de la crueldad. Se piensa que es un sentimiento


medio blandengue, pero en un escenario cultural, la ternura es un formidable
dispositivo donde se estructura la condición ética del sujeto. La ternura
significa brevemente tres cosas: el abrigo frente a los rigores de la intemperie,
el alimento frente a los rigores del hambre y el trato justo. No necesariamente
un sujeto sin ternura está condenado a ser cruel. Dependerá del contexto
social y los dispositivos socioculturales en que se incluya.". (Ulloa, 1999: 3)

A partir de la definición anterior, se desprende que la ternura es posible de ser concebida


como una instancia psíquica fundadora de la condición humana. En esta misma línea de ideas
y en consonancia con Ulloa, Carbón y Martínez (2019) consideran a la ternura como
dispositivo social subjetivante. Al respecto sostienen:

“La ternura es el primer elemento que hace del sujeto, sujeto social, porque
es un dispositivo social. Sin la mediación de la ternura los sujetos se
encuentran expuestos a situaciones de sufrimiento, injusticia y violencia que
llevan a la desesperanza y a la desesperación. Ubicamos entonces el
desamparo como fracaso del 1ª amparo, fracaso de la ternura”. (Carbón y
Martínez, 2019: 175)

Desde Segato (2018) el fracaso de la ternura, se potencia en coyunturas nutrientes del


consumismo propio del modelo capitalista, cuyo sello impresiona y magnifica el
individualismo, el desamparo y el dolor. En consonancia con la autora, cuando sostiene que:

“vivimos en una sociedad en la que impera una pedagogía de la crueldad


consistente en transmutar lo vivo y su vitalidad en cosas comprables,
vendibles, desechables. Se nos acostumbra a un espectáculo de crueldad e
impunidad, que promueve bajos umbrales de empatía y desensibilización
respecto del sufrimiento del otro”. (Segato, 2018: 16)

Pero a la vez, alentadas por Martínez y Carbón (2019) que:

“ese destino de desesperanza, desesperación y soledad propio de esta época


puede cambiar si se produce una consulta y un encuentro. Si en esa consulta
un sujeto se encuentra con un analista capaz de alojar el sufrimiento y leerlo

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en términos de desamparo ofreciéndose como agente de la ternura”. (Carbón
y Martínez, 2019: 176)

Tal sucesión de ideas, en el recorrido realizado, es la que conduce a subrayar la importancia


de incorporar la ternura como dimensión imprescindible en la intervención del trabajo social
con grupos. Ello habida cuenta, de la necesidad de lograr que los grupos se conviertan en
dispositivos capaces de alojar a sujetos dolientes, que tejan en lo colectivo un abrigo capaz
de erosionar los rastros sufrientes a la vez que fundar a través de la ternura vínculos no
mortificantes a su subjetividad.

¿Qué nos brinda las intervenciones grupales?

Muchas veces se suele creer que no se obtienen los mismos resultados en las intervenciones
grupales como los alcanzados a través de la intervención individual. Puede ser porque se
representa a esta última, como más eficaz y enriquecedora. Sin embargo, es importante saber,
que, también las intervenciones grupales son eficaces y generan transformaciones en los
sujetos, enriquecen sus vidas y aprendizajes, al mismo tiempo que dialécticamente a la vida
del grupo.

En este punto, se hace necesario detenerse en diversos elementos que comienzan a surgir
desde lo grupal: tiempo-espacio para la vivencia, reflexión y conceptualización. La vivencia,
como primer elemento a considerar, puede entenderse como el paso inicial en el cual se
implementarán ciertas técnicas disparadoras, cuyo objetivo es romper el hielo y movilizar
algunas estructuras cognitivas en relación al tema a tratar.

En tanto, la reflexión, es el momento en el que se re-piensa acerca del cómo se sintió la


experiencia y qué ideas surgen, desde ese pensar en cada integrante. Esto permite ir
hilvanando distintos contenidos más emocionales que conceptuales. Contenidos que se dejan
en suspenso hasta la siguiente etapa, en la que se buscará articular aquel “hacer con el
sentir”, para construir nuevas hipótesis conducentes hacia la síntesis y conceptualización
final. De esta manera, en el grupo se van produciendo diferentes aprendizajes. (García, 2005:
27).

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Asimismo, el trabajo en grupo permite a los profesionales abordar los problemas sociales
emergentes en el grupo, en un tiempo - espacio de reflexión y encuentros intersubjetivos,
habilitados por medio de la circulación de la palabra, y la superación de las discusiones. En
los grupos se trabaja con la palabra hablada, lo gestual, el cuerpo, las emociones y también
con la escritura. Apropiarse de esta idea permite la construcción de narrativas grupales, hace
que emerjan diferentes representaciones en las que se entrelazan las historias personales y la
memoria colectiva, en la singularidad de lo que a cada uno le representa.

Lo antes mencionado, solo se hace posible, si se tiene en cuenta que, como forma de
interacción en los encuentros, se requiere de la escucha del “otro”, de las miradas, y de las
palabras dentro de un cuadro escénico definido. Es decir, un espacio que se construye a partir
de la posibilidad de generar nuevos órdenes de pensamiento o de explicación en situaciones
concretas.

Más allá del objetivo que convoque a trabajar en grupo, esta forma de intervención colabora
en el rescate y recopilación de momentos, circunstancias y experiencias. Así como también,
de ciertos ritos que permiten representar diferentes etapas de la historia de los participantes.
Por tal motivo, se generan desde este lugar, nuevas formas de impacto, entendidas como un
modo de construir conocimiento desde la singularidad particular de cada actor.

Es importante saber, que el desafío consiste en la motivación, para que cada uno alcance
interpretaciones propias, a través de sus reflexiones, desde su historicidad como sujetos. Sin
olvidar lo que fueron, a la vez que, interpretando su realidad actual, así lograr quitar en algún
momento, el velo de aquello que no se deja percibir. Desde esta perspectiva, el trabajo con
grupos, permite dimensionar desde otro lugar la relación con los otros. Haciendo posible el
protagonismo de otros actores sociales y valorando la importancia de sus logros. Se trata de
resignificar las relaciones interpersonales sostenidas con la otredad y, a la vez, posicionarlas
como actores protagonistas.

Quiroga (1992) alude a la vida cotidiana, como el espacio y el tiempo en que se manifiestan,
en forma inmediata y directa, las relaciones que los sujetos establecen entre sí. Esta
vinculación es simultánea con la naturaleza en función de sus necesidades, configurándose
de ese modo sus condiciones concretas de existencia. En ese marco, la cotidianidad se define

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como la manifestación inmediata en el tiempo, ritmo y espacio de las complejas relaciones
sociales que regulan la vida de los sujetos en una época histórica determinada.

En esta misma línea, Berger y Luckmann (2006) consideran a la vida cotidiana como una
realidad interpretada por los sujetos con un significado subjetivo coherente del mundo. Entre
esas múltiples subjetividades de la realidad, existe una que se presenta como “la realidad
por excelencia”, siendo esta, la realidad de la vida cotidiana. La misma se organiza alrededor
del “aquí” de mi cuerpo y el “ahora” de mi presente. Estos ponen el foco de atención en la
realidad en lo cotidiano. Sin embargo, ella no se agota por estas presencias inmediatas, sino
que abarca fenómenos que no están presentes en los cuerpos y en el acontecer diario. Esto
significa que la cotidianidad puede ser comprendida en grados diferentes de proximidad y
alejamiento, tanto espacial como temporal, por tal, lo más próximo a mí, es la zona cotidiana
directamente accesible a mi manipulación corporal.

Todo lo anterior, conduce a subrayar la relevancia que cobra la vida cotidiana en los sujetos
partícipes de diversos grupos, ya que las singularidades de cada uno de ellos se amalgaman
en lo grupal. Dell"Anno" (2006), retoma el interés al concepto de vida cotidiana, como
inherente a la vida grupal.

Al decir intervenciones con grupos en trabajo social, implica considerar a la actuación


profesional, mientras el proceso grupal se refiere a la evolución natural del fenómeno grupal.
El proceso metodológico constituye el desarrollo intencional de acciones profesionales. La
dialéctica alude a una forma de pensamiento en función de relaciones. Implica una apertura
continua a un devenir que resulta de considerar las contradicciones entre opuestos,
negociaciones constructivas, síntesis parciales. Conlleva una lógica de la acción como
aprehensión de hechos y significados, como movimiento, como solución provisoria.

Al hablar de dialéctica entre proceso grupal y proceso metodológico, significa referirse al


interjuego dinámico entre ambos, del cual se espera una potenciación, cuyo sentido último
resulta imprevisible. Por ello, la propuesta de un modelo lineal predeterminado resulta
incompatible con esta idea de trayectoria abierta. (Dell”Anno, 2006)

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Desde el planteo de Ornellas, Tello, Brian (2019) entienden la complejidad que lleva a
comprender que la multiplicidad de interacciones sociales en diversos sentidos constituye la
realidad en la que se interviene y se tiene que hacer una selección del tipo de interacciones
sociales con que se trabaja para delimitar, no solo el campo disciplinar, sino también el
profesional. Así, las interrelaciones conflictivas que producen problemas sociales se
diferencian como objeto de intervención de trabajo social.

Las autoras mantienen una postura coincidente con la intención del presente trabajo, que es
hacer trabajo social desde la complejidad y la transdisciplina. Visibilizar lo social, entendido
como interacciones y procesos que configuran la sociedad, la desigualdad en la que imperan
relaciones de dominio - sumisión. Por el contrario, es no hacerlo desde otras aproximaciones
disciplinares que abordan la realidad desde lo jurídico, lo cultural, lo psicológico o, inclusive,
lo económico.

A modo de cierre

A lo largo de todo el trabajo, se otorgó relevancia al Trabajo Social con Grupos.


Comprendiendo que es una herramienta que permite intervenir sobre diversas realidades
sociales y a partir de estas, problematizarlas de este modo generar cambios. Conscientes de
construir un entramado de relaciones desde el abordaje integral y eficaz en problemáticas
sociales complejas. Trabajar con grupos, desde esta perspectiva, invita al trabajador social a
desenhebrar las tramas y recomponer el tejido en una nueva matriz parida en la intersección
y el abrigo de lo singular y colectivo.

Al decir de Natalio Kisnerman Trabajar con y en grupos […] transformando necesidades en


potencialidades, es permitir un goce, un despliegue de pasiones y creatividades inimaginables
pues cada grupo es una caja de sorpresas, en la que solo implicándose es posible descubrir
una tarea apasionante, aún en situaciones contextuales deprimidas. Entrar a ser parte de un
grupo […] es entrar en un juego […]. Y siempre es un proceso de mutuos aprendizajes
generadores de libertad, compromiso, entrega (citado por Dell’Anno y Teubal, 2006: 9)

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