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LOS DURMIENTES (LES DORMEURS) 1979

SHOPIE CALLE

Joaquín Ybarra de Felipe

Seguramente Sophie Calle sea la artista de la que más intimidades conocemos, y no son
sólo suyas. Ella, conceptual teórica y artística, fotógrafa amante del video y la
performance, nació en Paris, y no fue hasta su regreso de un viaje por el mundo, que
comenzó su experimentación más íntima.
Calle empezó a perseguir a transeúntes anónimos, los que andan pensando en sus cosas,
yendo a sus destinos, llevando una historia a sus espaldas, cada uno la suya.
Ella se propuso irrumpir en una intimidad que no la pertenece, como un acto detectivesco,
sin ser vista por su obra, como una escritora que conoce a sus personajes al tiempo que
escribe. En vez de un bolígrafo, ella usa su cámara.

Sophie Calle está obsesionada con la mirada, la suya y la ajena. “¿Qué miran los otros
cuando me miran mirar?”, esta frase recoge su obra casi al completo. Le interesan las
infinitas traducciones que pueden surgir con infinitos ojos, las versiones e
interpretaciones, siempre subjetivas.
Entonces se entiende la cotidianidad que aparece a menudo en su obra, es el lugar en el
que las intimidades viven.
En 1979 les pidió a 28 durmientes unas horas de sueño, que fuesen a dormir a su cama y
se dejasen fotografiar. Los durmientes se sustituían cada intervalo de sueño, quedando su
lecho constantemente ocupado durante ocho días, entre cada estancia se ponía a
disposición del huésped un juego de sábanas limpio, algunos durmientes se solaparon.
Sophie Calle anota todo aquello que considera relevante de cada visita, y al partir los
huéspedes les hace una serie de preguntas triviales, pero siempre manteniendo un contacto
neutro, y sobre todo distante.

Esto “surge de su intimidad, pero sin revelar su intimidad”, “la cabeza de un desconocido
en su almohada, que duerme en su cama, aunque no conoce nada de su vida, pertenece a
un instante fugaz de una fuerza asombrosa”. Se produce un encuentro entre su intimidad
y la del durmiente. Ella abre las puertas de su casa, de su habitación y de su cama, se
produce la paradoja de la entrada a la intimidad de un extraño que, a su vez, entra en su
lugar más íntimo.
Este acto habla también de una manera en la que la artista puede observarse a sí misma
cuando nunca puede, cuando está dormida.

El encuentro del observado con la cámara representa con crudeza las reacciones humanas,
físicas y mentales, al saber que somos observados. Y de forma poética el huésped deja
ver cómo se enfrenta con la mirada a los ojos del mundo cuando mira hacia la cámara.

Sophie Calle consigue la vulnerabilidad humana que tanto le inquieta, retratando al ser
humano en su momento más vulnerable, cuando no es consciente de lo que ocurre, cuando
no sabe lo que ocurre a su alrededor, cuando no sabe que le observan.
Al partir el último durmiente, Calle fotografía el escenario del crimen, la cama vacía, las
sábanas desechas, rastro de algo, de alguien. Se podría leer como un vacío que antes
estaba lleno.

Así, Sophie Calle presenta su primera serie de fotografías y textos que convierten el
voyerismo en arte, o por lo menos lo reivindican. Difuminando esa línea entre lo público
y lo privado de esa manera tan delicada que la caracteriza.

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