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Querida Sophie:

1.32

Te escribo sobre tu exposición de la Luhring Augustine de Nueva York


en la primavera de 1991, en particular con una instalación: Los ciegos.
Mi curiosidad —¿o mi preocupación?— es un reflejo de anomalías y
ambigüedades: Nueva York, con su insufrible inaccesibilidad, no es una
ciudad paciente, ni la Luhring Augustine es un espacio artístico donde
uno espere oír la voz de una minoría oprimida; y tú, Sophie Calle, una
mirona confesa, ¿qué es esta instalación que nos presentas?

En un pequeño pedestal, en el centro de la sala, hay un atril en el que se


encuentra el espacio conceptual de Los ciegos: «Conocí a gente que había
nacido ciega, que no había visto nunca. Les pregunté cuál era su imagen
de la belleza».

En las paredes había textos enmarcados con las respuestas de estas


personas: en pocas palabras, definiciones breves de la belleza. Yo, como
otros a mi alrededor, me dejé llevar fácilmente por estas voces y su
repercusión:

Lo que me satisface estéticamente es el cuerpo fuerte y musculoso


de un hombre.

El cabello es magnífico. Sobre todo, el africano. Me acurruco en el


cabello largo de las mujeres. Finjo que soy un gato y maúllo.

En el Museo Rodin hay una mujer desnuda con unos pechos muy
eróticos y un culo impresionante. Es dulce y hermosa.

Estoy —¿cómo decirlo?— extasiado. No hay otra palabra para describirlo.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 2.32

Mi fascinación se ve mitigada por algo inquietante en estas palabras y lo


que es inquietante es que son, digamos, francas. No se disculpan por el
hecho de que es el cuerpo, el cuerpo con un género concreto particular,
lo que debe ser tocado para ser visto. Esta es la mirada táctil de los
ciegos. Es una mirada que no está condicionada por lo que las políticas
feministas y sexuales nos han enseñado acerca de tocar. Las condiciones
en las que se da esta mirada táctil, por lo tanto, no se pueden juzgar
con nuestras normas, que traducen las acciones de los ciegos a nuestro
vocuabulario –y uso esta palabra deliberadamente– como de violencia
táctil. Este tacto no va de sentir, ni siquiera de tocar, sino de ver. El tacto
en sí se elide, es una proyección semántica de nuestra propia fisiología,
no de la de los ciegos. Si todo el mundo fuera ciego, quizá tocar se
llamaría ver. ¿Estoy siendo demasiado romántico? Es muy probable. Pero,
en vista de que los sordos no ven la lengua de signos como una manera
bonita de comunicarse –es un idioma, pura y simplemente, un idioma–,
creo que se puede decir lo mismo de esta mirada táctil: se trata de ver,
no de tocar.

Este es el efecto inevitable de una transmodalidad impuesta:


reconfigura nuestras convenciones fisiológicas y el lenguaje con el que
las describimos. Esta sala y las voces de la gente que hay dentro de ella
requieren mucha paciencia, Sophie. Necesito ir más despacio, todos
necesitamos ir más despacio e intentar entender qué hay detrás de esta
mirada táctil; debemos redescubrir el acto de ver y, si nos quedamos
congelados frente a la visión (nuestra visión) de este «ver como tocar»,
son nuestras preconcepciones las que nos congelan y nuestra falta
de voluntad (no incapacidad, sino falta de voluntad) para ver lo que
estamos viendo.

Y ¿qué estamos viendo, Sophie?

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 3.32

Seducido como estoy, casi tengo miedo de enfrentarme a las fotografías


que acompañan estos textos, de traspasar la sincera audacia de este
lenguaje hacia lo que hay detrás: imágenes que se supone son las de los
objetos, personas, lugares y pasiones que se describen. Pero ahí están:
la mujer de Rodin, con sus pechos eróticos y su culo impresionante
reducido a dos dimensiones por el ektachrome; la cabeza de una mujer
con una melena rubia; el cuerpo de un hombre enredado entre sábanas.
No obstante, la parte más inquietante sigue ahí: tus fotografías de las
caras de estas personas ciegas, sus firmas. Puedo observar, mirar, fijar la
mirada en las caras y en los ojos, caras y ojos que no pueden mirarme a
mí.

«Sujetos», los llaman. Me siento en presencia de un experimento social.


Siento que me están observando, como si formara parte de este
experimento. Solo y no tan solo, estoy incómodo.
Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 4.32

Me odio cuando estoy aquí, pero me veo arrastrado, seducido, atraído


hacia esta mirilla cultural. Me enfrento a mis ambivalencias —¿acaso no
lo hacemos todos?, ¿no lo haces tú?—, a estas imágenes: la hipóstasis,
la voz transcrita y la interpretación fotográfica de Sophie Calle de esa
voz. Me acerco a las voces, intento escucharlas y borrar las imágenes
que intervienen: las caras, las fotos y la presencia de Sophie Calle. No es
fácil. Las fotografías de las voces, tus fotografías, tus interpretaciones,
son firmemente hermenéuticas: la multitud a mi alrededor, alrededor de
los textos, se impone y, al final, no revela tanto las voces de los ciegos
como la voz de Sophie Calle. Me aparto de la mirilla; me siento culpable y
enfadado. Y apartándome, me acerco.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 5.32

Una cosa que parece más clara ahora es que las representaciones
culturales recientes de los discapacitados suelen estar mediadas por
aquellos que se encuentran fuera de la experiencia: las fotografías de
Nicholas Nixon de niños ciegos, los documentales de Frederick Wiseman
sobre escuelas para sordos y ciegos y las fotografías de Nancy Burson
de niños con trastornos craneofaciales: debo admitir que todas estas
obras tienen momentos brillantes, sensibles y profundos, pero también
son relativamente incómodas por el hecho de que siguen siendo obras
«documentales». Esto significa que son representaciones que, en el mejor
de los casos, son interpretaciones, como tus fotos. Al mirar estas obras,
la gente permanece en el exterior, observando a través del ojo de la
cámara, observando a través del doble giro de cultura y estética; es decir,
mirando el enredo indisoluble de verdad y ficción, un enredo que nunca
se desen­redará, ni podrá hacerlo. Y supongo que tampoco podremos
nosotros.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 6.32

Ahora estoy retrocediendo, saliendo de esta sala, entrando en el registro


del discurso y el pensamiento crítico contemporáneo sobre cómo los
asuntos relativos a los discapacitados encajan en los paradigmas de este
discurso. A lo mejor eres consciente de que la aportación de la crítica
poscolonial al análisis de cómo nuestros predecesores participaban
en el voyerismo y en la apropiación estética. Tanto en el arte como
en la literatura, se podría decir que la modernidad debe gran parte
de su existencia a la confluencia de estética y discurso primitivistas.
Cosificando aspectos del otro colonizado dentro del ethos del hombre
blanco,nuestras prácticas culturales evolucionaron como una especie
de barbarismo «refinado» (y, por lo tanto, permisible, incluso deseable).
Quizá de forma inconsciente, este barbarismo sigue dentro de nosotros,
sigue —¿se me permite decirlo?— dentro de nuestro trabajo: el otro no
es un otro colonizado que vive en otra parte, sino un otro nativo, un otro
fisiológico que vive entre nosotros. ¿Por qué has transcrito las voces
de los ciegos en un medio al que no tienen acceso? ¿Qué diferencia hay
entre mirar a los ojos de los ciegos o a los labios de la Venus Hotentote?
Es una analogía desconcertante y soy consciente de que no gustará
a algunos. Se enfadarán. Quizá así empezarán a entender la ira de
los discapacitados, cómo la mirada que actúa con el pretexto de la
curiosidad, como la curiosidad colonialista, es, en realidad, una mirada de
violencia. Estamos en un punto de la historia cultural en el que nuestras
concepciones de la alteridad, de ser realmente otras, deben ir más allá
de las representaciones del Otro canonizado. Los colonizados ya no viven
necesariamente en el extranjero: viven al lado de nosotros, dentro de
nuestros propios hogares.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 7.32
antes, y muchos ámbitos de la vida cultural contemporánea africana
A pesar de mi resistencia inicial a tu trabajo, presiento que hay algo —lo que se ha teorizado como cultura popular, en particular— no
extraordinariamente atractivo en Los ciegos. Parte de mi ambivalencia se preocupan de esta manera por trascender el colonialismo, por
reside en darme cuenta de que lo que a mí me afecta de forma negativa ir más allá. Efectivamente, podría decirse que es una marca de la
afecta a otros de un modo muy distinto. ¿Es porque yo soy discapacitado cultura popular el hecho de que sus préstamos de formas culturales
y otros no? ¿Es porque veo, y quizá otros no, una relación intrincada entre internacionales sean extraordinariamente insensibles y no tanto
la historia estudiada de la colonización y la historia (en gran parte) no despectivos, sino más bien ciegos al problema del neocolonialismo o al
estudiada de los discapacitados? ¿Es porque veo surgir de estos textos “imperialismo cultural”».
el horror de la colonización doméstica? Naturalmente, «colonización» es
una palabra dura, ya que sugiere el sometimiento a través de la fuerza Y esto (es una cita larga, pero es necesario copiarla entera) es de una
física. Pero también es aterrador —quizás más aterrador cuando uno se declaración de los artistas Houston Conwill, Joseph De Pace y Estella
da cuenta de lo sutil y psicológicamente enrevesado que es— el uso de Conwill Majozo, que acompañaba su instalación de 1992 en el Museo
la lengua como agente colonizador. La opresión de las lenguas nativas y Brooklyn:
los intentos de controlar el origen de un idioma con otros medios (que se
suele apodar «normalización lingüística») son un aspecto innegable de «Creamos mapas de lengua que presentan peregrinajes culturales
la historia de mucha gente oprimida. Es más difícil de reconocer como y viajes metafóricos de transformación que se pueden vivir como
opresión cuando la lengua que un grupo social utiliza para hablar de otro ritos de paso por la vida y la muerte hacia el renacimiento y la
grupo social se califica a sí misma en términos negativos: la identidad resurrección, favoreciendo una mayor conciencia y entendimiento
está «marcada» por la lengua. En particular, la metáfora es una forma de la cultura. Están compuestos por un collage de citas de músicas
de violencia latente que deviene patente en el uso de la ceguera y la del mundo, como spirituals, blues, góspel, soul, jazz, funk, samba,
sordera como metáforas peyorativas para insinuar ignorancia, estupidez merengue, reggae, rap y canciones de protesta en dialecto,
y falta de ingenio. así como declaraciones críticas de portavoces de la cultura
afroamericana. Las palabras proféticas y humanistas reflejan
Este fenómeno está arraigado, es un reflejo de la facilidad con la que se los valores y aspiraciones de la cultura (esperanza, sabiduría,
estereotipa a los discapacitados, y, en su omnipresencia, es un reflejo de templanza, justicia y amor) y funcionan simultáneamente como
cómo los cambios relacionados con el racismo y el sexismo en la lengua crítica y curación, abordando los problemas de la paz en el mundo,
aún no los han sentido los discapacitados. La lengua inglesa aún debe la justicia social, los derechos humanos, los derechos civiles, los
responder al enorme abismo semántico entre no poder ver y no querer derechos de los discapacitados físicos, la libertad, la igualdad,
ver, entre no poder oír y no querer oír. Aquí, por ejemplo, Elaine Showalter la democracia, la historia, la memoria, la identidad cultural,
escribe en Raritan (otoño de 1983): la pérdida, la diversidad cultural, la educación multicultural,
la libertad para elegir, el apoyo público al arte, la ecología y el
«Difícilmente podemos no dar la bienvenida a la crítica feminista cuidado. También se enfrentan a los enemigos universales: la
masculina cuando llevamos tanto tiempo lamentando la ceguera, la guerra, el odio, el racismo, la opresión, el clasismo, la violencia, la
sordera y la indiferencia de de las instituciones críticas masculinas intolerancia, la censura, la enfermedad, la drogadicción, el sexismo,
por nuestro trabajo». la discriminación por la edad, el apartheid, la indigencia, el SIDA, la
codicia, el imperialismo, el colonialismo, el militarismo, la amnesia
Aquí, Kwame Anthony Appiah, en Critical Inquiry (invierno de 1991): histórica y cultural, la ceguera transcultural y el miedo al Otro».

«Todos los aspectos de la vida cultural africana —incluida la música ¿Ceguera transcultural? Sophie, es casi irónico que la gente que sigue
y algo de escultura y pintura, incluso alguna narrativa ampliamente utilizando estas metáforas peyorativas también sean las personas
desconocida para Occidente— se han visto influidos, a menudo que han hecho más cosas para abrir nuestra conciencia cultural a la
intensamente, por la transición de las sociedades africanas a diversidad humana. Casi irónico; ¿qué más podría significar, Sophie?
través del colonialismo, pero no todas son poscoloniales en un
sentido relevante, ya que el pos- en “poscolonial”, como el pos- en Atentamente,
“posmodernismo”, es el pos- del gesto de separación del que hablaba Joseph
Querida Sophie: 8.32

Tengo una hipótesis sobre la lengua inglesa y cómo nuestra sensibilidad


respecto a las diferencias humanas está asociada a ciertos factores
lingüísticos: los términos como «racismo» (racism) y «sexismo» (sexism)
funcionan bien en inglés porque usan una monosílaba en una forma
bisílaba que se acopla fácilmente, lo que facilita su omnipresencia en el
discurso cotidiano. Por lo tanto, no es difícil entender que estos términos
y sus ideologías concomitantes se asimilen mejor entre la población
estadounidense: los términos «raza» (race) y «sexo» (sex) son rápidos.
«Discapacitado» (disabled) —un término que en sí es inadecuado— es
trisílabo en inglés, está cargado de incomodidad. Los términos ingleses
differently abled (con capacidades diferentes), physically challenged (con
limitaciones físicas) y handicapped (disminuido) no funcionan, y tampoco
tenemos un término que describa la opresión consciente e inconsciente
de los discapacitados («paternalismo» se acerca, pero como metáfora
también contribuye a provocar un daño injusto). Derrotados por la
aporía de la lengua y las restricciones de la etimología, nos arrastramos
de vuelta al presente: somos nosotros solo para nosotros mismos. Tú
sigues siendo tú. El abismo se ensancha.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 9.32

Hoy tengo un poco más que decir sobre la lengua, en particular sobre la
semántica, es decir, significados y connotaciones.

Mi preocupación ahora es por qué los discapacitados, como grupo social,


hemos progresado tan poco a la hora de convertirnos en una parte
central de nuestra conciencia social. Quiero decir, Sophie, que cuando
la gente habla sobre multiculturalidad, parece que se refieren a todo
el mundo, menos a los discapacitados; nosotros somos otra cosa. Otra
cosa. Estoy seguro de que hay muchos motivos por los que se produce
esta categorización: algunos son políticos, otros demográficos y otros
educativos; pero creo que el motivo más importante es lingüístico.

Una gran parte del problema es que la palabra «discapacitado» no se


aplica exclusivamente a las personas o a la cultura humana. Cuando
hablamos de «afroamericanos» o «asiáticos», o de sus variantes
adjetivales («historia afroamericana», «cultura asiática»...), identificamos
un nexo humano del que se origina la actividad humana consiguiente. Por
lo tanto, se nos recuerda el centro humano constantemente, es decir, un
pueblo, aunque sea un pueblo diversificado, no una ideología; está en la
raíz del significado. Pero esto no pasa con los discapacitados: la palabra
«discapacitado» no implica automáticamente un contexto humano porque
es parte de una matriz independiente para lo que es disfuncional o se
resuelve de otra manera con prefijos: discapacitado, anormal, disfuncional.
En la autopista de peaje de Nueva Jersey entre Delaware y Nueva York
hay muchas señales que, como textos sociales, reiteran esta matriz:
Please park disabled cars behind cones (aparcar los coches discapacitados
detrás de los conos), Please wait with disabled vehicles (esperar junto a
los coches discapacitados). Lo que esta matriz comunica continuamente
es que un estado de incapacitación es un estado desviado que trastorna
una normalidad ilusoria y requiere algún tipo de ayuda para restaurarla
(rehabilitarla) a un estado más aceptado socialmente.

Esto es importante porque la matriz nos asegura que la sociedad seguirá


viendo a los discapacitados de la misma manera que ve a sus automóviles:
faltos de nuevas correas del ventilador, parches en los neumáticos y
revisiones del motor. No hay un pueblo en el centro del ser, sino una
disfunción. Y no podemos deshacer esta matriz tan fácilmente: no podemos
decir «Aparcar los coches rotos detrás de los conos» porque, aunque es
semánticamente sincero, no implica el imperativo psicológico que transmite
la palabra «discapacitado». Nuestro mundo está hecho de metáforas: hacen
lenguaje, ideas e, incluso, poesía, pero también deshacen a las personas.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 10.32

Cada vez que consigo un poco de espacio para relajarme, ese eco vuelve
una y otra vez: Dado que tu cara no está disponible para mí, ¿por qué
debe mi cara estar disponible para ti? Estas palabras tienen algo que
es inquisitivo y desafiante a la vez, algo que casi llega a la resistencia
absoluta. Quizá sea el bucle del signo de interrogación lo que nos desafía,
agarrado a la palabra final: ti.

Hoy me ha vuelto. Me refiero a la voz, su origen. Es de John Hull, Ver en la


oscuridad: La experiencia de la ceguera (Nueva York, 1990):

Otro aspecto [...] es el horror de estar sin cara, de olvidar la


apariencia de uno, de no tener cara. La cara es el espejo de uno
mismo.

¿Está vinculado al deseo que a veces siento de ocultar mi rostro


enérgicamente frente a los demás? Quiero sujetarme la barbilla
y taparme la cara con la mano, apretándola contra mi nariz,
como si tuviera puesta una máscara. ¿Es este un deseo primitivo
de encontrar algún tipo de igualdad? Dado que tu cara no está
disponible para mí, ¿por qué debe mi cara estar disponible
para ti? ¿O nace de la sensación de que la cara se ha perdido?
¿Estoy llorando de alguna manera la pérdida de la cara? ¿Estoy
intentando recuperar la garantía de que tengo cara sintiéndola
con mis propias manos? Quiero tocarme los labios mientras
hablo. Las voces de los demás vienen de la nada. ¿Mi propia voz
también viene de la nada?

No puedo decir más.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 11.32

Viernes 22 de marzo. He vuelto a tu exposición y he comprado un


catálogo. Es un catálogo de tu exposición de 1989 en la galería Fred
Hoffman de Santa Mónica, pero es todo lo que tienen. En la introducción,
Deborah Irmas (ella comisionó tu exposición, ¿verdad?) escribe:

Lo verdaderamente fascinante de este proyecto es su función


didáctica. Comparamos nuestras nociones de belleza (en las que la
mayoría de nosotros casi nunca piensa) con las respuestas simples,
pero a menudo sinceras, de los sujetos.

Vuelvo a mirar las voces transcritas:

«Me preocupan las flores, tengo miedo de pisarlas».

«Mi madre me dijo que parara de tocar cosas. Me decía: “No toques, te
hace parecer una persona ciega”».

«No necesito belleza, no necesito imágenes en el cerebro».

«Nunca me he cruzado con la perfección absoluta».

«Creo en lo que quiero creer».

... ¿«simples»?

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 12.32

The New Yorker ha publicado una breve descripción de tu exposición en la


guía de galerías del 8 de abril. Una parte dice así:

Calle entrevistó a una serie de personas que habían nacido ciegas


y les pidió que describieran su imagen de la belleza. Después ilustró
estas definiciones con fotos de los sujetos y de lo que habían
descrito. Algunas de estas personas parecen ciegas y otras, no.

Me paro en esta última frase y la releo: Algunas de estas personas


parecen ciegas y otras, no. No estoy seguro de qué significa esto
exactamente ni de cómo debería entenderse, pero, de alguna manera,
significa mucho de un modo terriblemente imprevisible. Solo la idea de
parecer ciego, de presentar signos visibles de identidad, es, de algún
modo, impresionante: uno piensa en la fotografía de Paul Strand de
una mujer ciega con un cartel colgado del cuello: BLIND (ciega). Mira
la fotocopia que adjunto. ¿Hasta qué punto la alteridad debería ser
un atributo visible? ¿The New Yorker diría de las fotografías de Robert
Mapplethorpe: «Algunas de estas personas parecen homosexuales y
otras, no»?

Me miro en un espejo y busco mi sordera, pero no la encuentro. Por algún


motivo, se nos ha enseñado a suponer que la diferencia es un fenómeno
visual y el cuerpo, el lugar de la raza y el género. A lo mejor necesito un
audífono, no uno de color carne, sino uno rojo: un símbolo que no deje
lugar a discusión, un símbolo que se anuncie ceremoniosamente. Pero
también sé que, en el momento en que abra la boca, mis sibilantes
nasales me delatarán; sé que, en el momento en que me hables por
detrás, pensarás que te estoy ignorando. Este escenario es un cliché,
pero uno que, a veces, es insoportablemente real. Una vez, en el Museo
Metropolitano de Arte, estaba sentado en el suelo, pasando el rato con
el Marat de David, cuando un guarda del museo me tocó el hombro y me
regañó por no haberme levantado la primera vez que me lo advirtió.

Algunas de estas personas parecen ciegas y otras, no.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 13.32

¿Puedo contarte una historia? No es el tipo de historia que describiríamos


como cuento con moraleja, sino una historia real que, en sí misma, es una
moraleja.

Una noche, una conocida mía que estaba visitando Nueva Orleans se
fue directa al Barrio Francés por los motivos por los que la gente va
a Nueva Orleans: por las vibraciones del jazz, los ritmos del blues y el
ambiente carnavalesco que convierte al Barrio Francés en lo que es. Para
ella era algo atrayente, y, de hecho, siguió siéndolo durante un tiempo.
Pero entonces pasó algo, por la noche temprano. Un policía se había
percatado de su paso inestable y la paró para hacerle unas preguntas.
Sin embargo, ella no lo entendía muy bien y él tampoco sus respuestas.
Era un policía inteligente y reconocía una intoxicación en cuanto la veía.

La arrestó por ebriedad pública. Su expediente de arresto mencionaba


«dificultad para hablar», un «comportamiento incomprensible» y
«movimientos erráticos». Pasó una larga noche sola en la cárcel tratando
de entender por qué había sido arrestada por ser lo que era, todo lo que
podía ser: una joven sorda con parálisis cerebral.

Algunas de estas personas parecen ciegas y otras, no.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 14.32

Uno podría pensar que la historia de Joseph es mentira, ficticia. Pero


la primera vez que la oí, yo, junto con catorce estudiantes que estaban
compartiendo la sala con esta mujer, enseguida reconocimos no la
verisimilitud de la historia (porque casi no la tiene), sino su cruda verdad:
a nosotros, sordos los dieciséis, nos resultaba familiar, demasiado
familiar, un surrealismo familiar que hace que nuestras vidas sean
inexplicables e increíbles para todo el mundo, excepto para nosotros.

Y ese el motivo por el que, cuando leemos libros y vemos películas


sobre la vida de gente discapacitada, nos damos cuenta de que no
son vidas reales, sino vidas filtradas por las ideologías de personas sin
discapacidades, vidas que se han transformado en creíbles para que se
puedan vender a un público que se las crea.

Como Los ciegos.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 15.32

Creo que mi última postal fue un poco dura. Lo siento. La verdad casi
nunca es cortés. Debes de estarte preguntando cuál es el propósito de
Joseph, cuál es el propósito de esta persona que cuestiona y vilipendia a
Sophie Calle por su estética y su parco gesto de magnanimidad.

Intentaré explicártelo.

Una parte del problema está (como sugería en una postal anterior)
relacionada con las representaciones de los discapacitados y el debate
general de lo que entendemos como representaciones «auténticas» e
«inauténticas» de las diferencias raciales y sexuales. Estos son términos
realmente difíciles de evaluar y solo tienen valor porque proporcionan
la base para un debate cultural continuo, por cuya tensión la cultura
forzosamente se sustenta, se perpetúa y se rehace.

Te puedo regañar, Sophie, pero no te puedo corregir. En el reino de los


intercambios culturales, todo lo que es correcto para unos es incorrecto
para otros.

No te estoy enviando una ideología en estas postales ni un espacio


teórico, solo un enredo teórico, un enredo de percepciones desgastadas
sobre los discapacitados como parte de la red de diferencias humanas.
Sophie, ¿cómo podemos medir y cuantificar algo tan abstracto como
las diferencias? ¿Por qué deberíamos hacerlo? Todos estamos enredados
entre nosotros. Joseph, Sophie, Los ciegos. Todos diferentes y todos
iguales con nuestras diferencias.

Una contradicción, sí. Hay muchas, y este es mi propósito: despegar las


contradicciones de la ideología, no crear una ideología que reprima las
contradicciones. No estaría siendo sincero contigo ni conmigo mismo si lo
que dije no reflejara también el caos de qué y quiénes somos.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 16.32

Entre las reseñas y observaciones de tu anterior exposición de Los


ciegos en la galería Fred Hoffman de Santa Mónica se encuentran los
(generosos) comentarios siguientes:

«Lo verdaderamente fascinante de este proyecto es su función


didáctica».
D. Irmas en el catálogo de la Hoffman

«Todos estos paisajes cerebrales son emocionalmente


desgarradores».
B. Weissman en Artforum, noviembre de 1989

«A diferencia de los artistas más teatrales, la implicación de Calle


con lo social brinda una celebración de lo individual».
B. Butler en New Art Examiner, octubre de 1989

«En pocas palabras, Los ciegos, con su abierta empatía hacia sus
sujetos, parece un síntoma de la creciente confianza de Calle en sí
misma como artista».
R. Pincus en Art in America, octubre de 1989

La pregunta que sigue forzosamente es esta: ¿por qué cuando los


artistas sordos usan la lengua de los signos en su arte o los ciegos
emplean métodos táctiles o auditivos, su trabajo se percibe como un
cliché, pero cuando los artistas que ven y oyen se apropian de los cuerpos
y los pensamientos de los discapacitados, su obra es aplaudida como un
gesto magnánimo?

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 17.32

El lenguaje, que parece ser aquí lo más importante, no deja de volver


a mí: el tuyo, el mío y el de los ciegos. Nos mezclamos, nosotros y
nuestras voces; esta sala no conoce la pasividad. Quizá de un modo
no intencionado, el lenguaje sigue entrometiéndose, imponiéndose y
tomando el control. Rousseau y Condillac explicaron, como un conflicto
irresoluble, el papel humanizador del lenguaje en nuestras vidas, cómo
nos hace y nos deshace a la vez, define y desdefine lo que hay a nuestro
alrededor, incluso, parece ser, lo que uno no puede ver y lo que uno
no puede oír. Me sorprende con cierta gravedad cómo una serie de
«imágenes» textuales de la belleza empezaron como lenguaje y siguen
siendo lenguaje, proyectado por los que ven en los que no ven:

«Me dicen que el blanco es hermoso».

«El verde es hermoso porque, cada vez que me gusta algo, me dicen
que es verde».

«El mar también debe de ser hermoso. Me dicen que es azul y verde y
que, cuando el sol se refleja en él, te hace daño en los ojos».

Es fácil decir a los discapacitados lo que se están perdiendo; es mucho


más difícil escuchar y entender lo que tienen. Como dijo Victor Hugo, la
sordera es una enfermedad de la mente, no de los oídos.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 18.32

En esencia, el asunto en cuestión es la diferencia o, más concretamente,


la alteridad. La historia está llena de ejemplos del deseo de relacionarse
con los demás en alguna configuración: experimentar a los demás,
poseerlos, controlarlos... De un modo casi irónico, es una manera de
aprender más cosas sobre nosotros mismos, de ver cómo encajamos en
el gran esquema de la existencia, la infinita taxonomía de diferencias
que siempre estamos tratando de trazar, ordenar y organizar en
cómodos compartimentos de conocimientos. ¡Ojalá fuera tan simple,
Sophie! Pero, naturalmente, no lo es. Y no es siempre el gesto de
benevolencia desinteresada que parece ser. La diferencia implica un
grado de desposeimiento; implica que el otro es simultáneamente lo que
queremos ser y lo que tememos ser. Queremos tocar esta experiencia de
diferencia, pero también queremos hacerlo desde la distancia segura de
nuestra propia identidad. No podemos renunciar a lo que somos para
convertirnos en otra persona. Damos por sentado que cerrar los ojos
es como experimentar la ceguera o que dormir es como experimentar
la muerte, pero sabemos que no abandonamos ni podemos abandonar
el sentido del yo en estos intentos; no podemos «dejar de conocernos»
como individuos. La imaginación, o como diría Keats, la «inmaginación»,
no puede entrar completamente en la conciencia del otro, no puede
convertirse en el otro. La empatía es una ilusión, no una verdad: el
camaleón puede cambiar de color para fundirse con su entorno, pero no
se convierte en ese entorno.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 19.32

¿Has visto alguna vez las fotografías del siglo xix de Eadweard
Muybridge de humanos y animales en movimiento? Si miras de cerca
las fotografías en serie de personas andando, especialmente las de las
personas discapacitadas, verás que, en todas ellas, la idea de «caminar»
es una generalización de la locomoción humana, de mover el cuerpo del
punto A al punto B utilizando solamente la realidad fisiológica propia.
Independientemente de si la persona es un niño o un joven, una mujer con
esclerosis múltiple cerebroespinal o un niño con una doble amputación
de las piernas (Muybridge fotografió a toda esta gente), no hay manera
de definir la normalidad, excepto a través de la idea abstracta de
locomoción: todo el mundo llega de A a B, y esto es lo que es sumamente
importante, no el hecho de que lleguen de formas diferentes.

Lo que uno descubre con esto es una idea general de las diferencias.
Como Paul Souriau observó en L’esthétique du mouvement («La estética
del movimiento», publicado por primera vez en 1889), el movimiento es
un producto de la fisiología (o una «estructura orgánica»): no existen los
cuerpos «normales» ni los movimientos concomitantes, sino una serie de
diferencias que se reflejan en diferentes movimientos. Lo que es normal
es el hecho de que la locomoción es generalmente posible y que el cuerpo
se adaptará a sus recursos disponibles, agotándolos si es necesario,
para asegurarse esta posibilidad, de la manera más extraordinaria —o
quizá debería decir ordinaria— en el caso del doble amputado. Por este
mismo motivo, uno podría alegar que el habla no es normal para los
humanos, sino que la base del habla es la lengua y el cerebro encontrará
otra manera de producirla en aquellos para los que el habla no es
posible. Incluso Rousseau pensó en esto en su Ensayo sobre el origen de
las lenguas y tuvo dificultades, pero no tenía el tipo de prueba que las
lenguas de signos de los sordos nos ofrecen actualmente.

Por lo tanto, lo que es normal no está definido mediante referencias a


la fisiología estática, sino por una fisiología dinámica, por la presencia
de las diferencias. De la misma forma que los átomos se segregan y
se repelen mutuamente, las marcas de las diferencias son formantes
irónicos: al mismo tiempo que amenazan el colapso del orden, también
mantienen el orden. Solo en virtud de las diferencias podemos
discriminar, solo en virtud de la alteridad, la lengua es en sí posible, ya
que, ¿qué es la lengua si no componer un conjunto finito de diferencias
fonológicas en un conjunto infinito de declaraciones?

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 20.32

Una breve lista de lecturas recomendadas sobre la alteridad fisiológica:

Harlan Lane,
The Mask of Benevolence («La máscara de la benevolencia»)

John Hull,
Ver en la oscuridad

Georges Canguilhem,
Lo normal y lo patológico

Que disfrutes leyendo.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 21.32

Sábado 23 de marzo; vuelvo a estar en esta sala, vuelvo a estar entre


los ciegos y Sophie Calle. Tu firma me rodea, pero no sé quién es realmente
Sophie Calle o, ya que estamos, quién es en realidad el autor de esta
obra. Los anuncios dicen «Sophie Calle», pero me da la impresión de
que el verdadero artista en esta sala no es Sophie Calle, sino los propios
ciegos, ya que son ellos los que hacen lo que el artista debe hacer
forzosamente: encontrar la belleza donde los demás no creen que esté.
No es algo exclusivo de los ciegos con los que Sophie Calle se reunió y
habló, sino de todos los ciegos, todos los discapacitados, todos nosotros,
todo el mundo; incluso, quizá, Sophie Calle.

A los historiadores del arte y críticos contemporáneos les gusta


decir que vivimos en una época en la que las distinciones ontológicas
entre el arte y la vida son necesariamente borrosas; no obstante, al
mismo tiempo parece que somos reacios a reconocer que el arte no
se reivindica a sí mismo como arte, sino que asume modestamente la
posición de ser lo que sea que se encuentre siendo. Se dice que Duchamp
cambió las reglas convirtiendo los objetos cotidianos en objetos
artísticos. El desafío hoy en día es darle la vuelta a esto y admirar el
objeto cotidiano o a la persona normal y corriente, precisamente porque
no es arte ni quiere serlo.

Me asusta mi propia voz. ¿Qué he dicho, Sophie?

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 22.32

Hay algo que es más que un poco atractivo en la idea de que vivir, en sí
mismo, pueda asumir una identidad estética, cómo el acto de vivir puede
suplantar el mero objeto como ideal estético. En el momento actual de
la historia cultural nos enfrentamos al fin de un siglo de «objetualidad»,
el fin de un periodo en que (especialmente en la década de 1980) el
objeto artístico se convirtió en un objeto de proporciones exageradas,
física y económicamente. Rechazar este arte no es un signo de simple
descontento o marxismo residual, sino que es un acto de dar la vuelta, un
gesto en dirección a algún tipo de modestia no declarada hasta ahora,
en la que el arte está definido por un sentido sincero de propósito, por un
deseo de ser todo, excepto esta ficción a la que llamamos arte. Seguro
que no es el único tipo de arte que hay ni que habrá, pero es un arte
pertinente y no accesorio a nuestra conciencia cultural contemporánea.
Puede que sea esto lo que tú misma estás queriendo decir en Los ciegos.
Si es así, es un hermoso fracaso.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 23.32

17 de abril. He vuelto. Las caras, las voces, ahora conocidas... casi una
familia. Ahora les dedico más tiempo a los textos, más espacio, y, cuando
he entrado hoy en la galería, me he sentido atraído de inmediato por
el texto en braille azul de Claude Jaunière. De todas las fotografías
de objetos, relieves, lugares y gente que constituyen tu ejercicio
hermenéutico, el texto en braille es el que más pertenece a este sitio,
aunque, aplanado en una fotografía, de alguna manera se contradice a
sí mismo, casi como si fuera un oxímoron. Cuando me acerco (y tengo
que acercarme porque este texto, hecho para leerlo tocándolo, está
protegido por un cristal), me doy cuenta de que este icono del alfabeto
ciego está montado al revés.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 24.32

He comprobado dos, tres y cuatro veces la colocación del texto en


braille de Jaunière: del revés, del revés... no para de repetirse en mis
ojos. Cuando me aproximo a él, lo miro de cerca y me vuelvo a alejar,
una y otra y otra vez; los visitantes de la galería se me quedan mirando,
tratando de comprender mi incomprensión. Seguro que esto no es
deliberado, pero llamarlo «error» no lo redime de mi conciencia, donde lo
llevo a una cafetería a tomar café.

Hace un año, una conocida me envió una postal de una serie de Señales
de tráfico para sordos del pintor Martin Wong. En las zonas frecuentadas
por sordos, especialmente cerca de escuelas para sordos, Estados
Unidos tiene por tradición colocar señales de tráfico para alertar a los
motoristas. Las señales, normalmente compuestas por letras negras
sobre un fondo amarillo, son claras y concisas: «Peatones sordos», «Niño
sordo», «Niños sordos». La postal de Wong mostraba un intento de
presentar textos bilingües escribiendo «Escuela para sordos» en inglés
(School for Deaf) y en el alfabeto deletreado para sordos. Te envío una
copia. Mi conocida, artista también, pensó que me gustaría este pequeño
acto de intercambio cultural, y al principio me gustó. Pero, cuando miré
la postal de cerca, me di cuenta de que ambas «f» estaban mal: en lugar
de estarse tocando el pulgar y el índice, como debería ser en una «f»
correcta, Wong había representado el pulgar tocando el meñique, que es
el número 6. En vez de decir «School for Deaf», la señal rezaba «School
6or Dea6».

El café me consuela. El texto en braille de Jaunière del revés. Esta «f» que
no es una «f». No son simples errores, sino un deseo fuera de lugar.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 25.32

30 de abril. Según la New York Gallery Guide, Los ciegos ha cerrado, pero
las obras de arte de las paredes de la galería dicen que aún continúa. Es
la sexta semana. Hoy no me he quedado mucho rato: la comodidad de
las caras y voces conocidas traiciona mi incomodidad.

En las galerías me siento genuinamente sorprendido por la presencia de


rastros de la vida de gente discapacitada: textos en braille ampliados,
pinturas que incluyen mensajes codificados en el alfabeto deletreado
para sordos, tatuajes en lengua de signos... Los discapacitados parecen
estar por todas partes en las galerías hoy en día, pero solo como sujetos,
con la cotidianeidad de sus vidas enmarcada y montada para aquellos
que la encuentran poco corriente, «estética» y quizá, incluso, extraña.

Describir esta actividad como «apropiación» no es suficiente. Dentro


de este término posmoderno por excelencia se acurruca un deseo
de hacer que algo sea de uno, la audacia de suponer que podemos
trasladarnos a nosotros mismos a otro estado del ser, o de una
identidad única de a una otra. La idea del robo es natural cuando se
hace inconscientemente dentro de una matriz intertextual —cualquier
declaración necesariamente está robando algo—, pero el robo consciente
se mide por sus consecuencias, por aquellos a los que se vulnera. La
pregunta es hasta dónde podemos llevar la idea de la apropiación, cuán
deliberadamente —o con cuánto arrepentimiento— podemos hacer que
satisfaga nuestras propias necesidades a costa de los demás. Existe
una línea tácita a partir de la cual la apropiación se convierte en una
forma de violencia humana, un punto en el que el robo es traspasado
por la agresión a la psique humana: el punto en el que la apropiación se
convierte en expropiación.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 26.32

Estoy empezando a pensar en ti como en una arqueóloga social, una que


excava los fragmentos de la existencia humana, toma notas, fotografía,
etc. Sin escrúpulos ni reparos petulantes: solo la verdad.

Pero ¿la verdad de quién?

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 27.32

¿Por qué no veo ningún encanto ni valor favorable en el uso que hace
Sam Messer del alfabeto deletreado en sus pinturas? Un amigo me dijo
que al menos debería sentirme agradecido por el hecho de que diera a
conocer la lengua de signos, y quizá debería. Pero ¿qué tipo de atención
se está atrayendo aquí? ¿Qué percepción o visión de la lengua de signos
ofrece? Los textos son ambiguos, como probablemente deberían ser: uno
entra, descodifica y se enfrenta con una transcripción: «Para. Escucha.
Mira. El infierno duele».

A lo mejor mi problema es la bidimensionalidad sin vida de la pintura, una


parodia de la dinámica tridimensional de la lengua de signos. Cuando
el alfabeto deletreado se imprime como si fuera un código, deviene
inevitablemente lineal, al igual que otras escrituras: debe ser perseguido
por el ojo. El problema no es la mera falta de naturalidad de este
formato, sino la implicación de que, descodificando el mensaje, la gente
podría llegar a pensar que está usando la lengua de signos, cuando, de
hecho, no está haciendo nada más que practicar un simple código de
transcripción: no hay morfología, ni sintaxis ni movimiento; el aspecto
dinámico, la «envoltura del movimiento», se ha perdido por completo.

Por lo tanto, no es un idioma, sino simplemente el residuo de un idioma,


un rastro de su existencia. Al igual que las señales de tráfico de Martin
Wong, los cuadros de Messer se convierten en simples clichés, señales
de familiaridad. Sin embargo, no creo que esto sea porque tienen la
capacidad de oír, sino porque son intrusos más atraídos por la superficie
aparentemente adornada de la sordera que por los crudos trasfondos de
la psique de los sordos. Incluso los propios artistas sordos están sujetos a
este fracaso, como Morris Broderson, quien, al igual que Wong y Messer,
tiene predilección por los textos escritos con el alfabeto deletreado. Una
crítica de Los Ángeles (Kristine McKenna en el LA Times, el 5 de diciembre
de 1986) describió la obra de Broderson como «el tipo de cosas que
encontrarías adornando las paredes de una niña de 12 años con muy mal
gusto». Una crítica espantosa, pero justificada.

De esta lección podemos sacar dos moralejas: una, que la fisiología no es


el único criterio para la conciencia cultural, y dos, que una señal no puede
existir ni puede tener significado con sentido social separada del cuerpo.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 28.32

Los cuadros de Messer, como tu obra de Los ciegos, suscitan una (uno, un idioma natural; el otro, un sustituto del alfabeto), tienden a
pregunta sobre el privilegio de las opiniones: ¿quién «posee» el braille, marcar sus diferencias de una manera que o bien se exagera por sus
quién «posee» la lengua de signos, quién tiene derecho a las percepciones diferencias (como en la obra de Messer) o que se reprime porque las
y a las visiones mentales de los sordos y los ciegos? diferencias ofenden el sentido de normalidad en la comunidad humana,
el mismo tipo de actividad represiva que contribuye al hecho de que
La pregunta en sí, aunque parezca simple, no tiene fácil respuesta. Las la mayoría de escuelas para sordos y ciegos, como las instituciones
revisiones de la apropiación de las mitologías africana y asiática por mentales, están ubicadas en entornos rurales.
parte de la modenidad, tienden a castigar la condescendencia intrínseca
en la actividad (la noción de «primitivismo», por ejemplo) al reconocer los Atentamente,
objetos estéticos que resultaron de esta interacción cultural —como en Joseph
Las señoritas de Aviñón de Picasso— y las nuevas direcciones que hicieron
posibles. Este paradigma revisionista también se puede encontrar en
obras críticas, como las de Fred Wilson, en las que se hace una crítica
manifiesta, casi implacable, de la expropiación occidental de las culturas
extranjeras, con los museos considerados como una especie de ojo
de cerradura cultural. El deseo de mirar también abarca los objetos
fabricados en masa para el consumo occidental. Si echas un vistazo a
los mercadillos que hay por toda Europa, encontrarás cajas de zapatos
llenas de viejas postales de la gente de África del Norte, tituladas
Scènes et Types, donde se mide la originalidad de las mujeres tunecinas
y marroquíes según sus joyas y sus pechos al aire. Estas postales no
pertenecen a la tradición del risqué (aunque en catálogos de postales
contemporáneos y listas de subastas están clasificadas como risqué),
sino que intentan proclamar su inocencia explorando y comercializando
las diferencias culturales. Incluso Fred Wilson no puede deshacer la
historia de la museología sin que él mismo se convierta en parte del
contexto museológico o sin tomar parte en el uso de los mismos objetos
culturales, que, como crítica, parecen claramente más incómodos en
una galería comercial como Gracie Mansion o Metro Pictures que en un
museo.

Por lo tanto, probablemente sería incorrecto decir que los sordos


«poseen» la lengua de signos o que los ciegos «poseen» el braille. Sin
embargo, no sería incorrecto decir que los sordos y los ciegos merecen
la autonomía de la autodeterminación y que cada excursión hecha a su
territorio cultural está sujeta a una veracidad crítica: será observada y
escudriñada por aquellos para los cuales es parte de su vida cotidiana.
Las transgresiones serán fuertemente respondidas porque evocan
mitos que las comunidades de discapacitados llevan mucho tiempo
tratando de erradicar. La mayoría de estos mitos se centran en la
ilusión de normalidad, el deseo de la gente sin discapacidades de hacer
que los discapacitados parezcan normales, de manera que sean menos
diferentes y menos visibles en los ámbitos sociales y educativos. Tanto
la lengua de signos como el braille, como códigos semióticos arbitrarios
Querida Sophie: 29.32

Me asalta un pensamiento inquietante: ¿quién soy yo para adjudicar la


posesión de la identidad cultural? Me avergüenza pensar que las postales
que estoy escribiendo se vean como una acumulación de advertencias
de la omnipresente Policía Cultural. ¿Estoy haciendo algo tan malo?
En cualquier caso, ¿quién es el tal Joseph Grigely? ¿Por qué dice tantas
frases (tanto declaraciones como juicios) sobre la obra de Sophie Calle?
¿Por qué está tan obsesionado con una simple instalación, Los ciegos?

Si la historia de los discapacitados no fuera tan estática, repetitiva


y plagada de estereotipos, a lo mejor esto no sería necesario; uno
siempre se siente menos cómodo teniendo que reaccionar a los demás
que actuando según los propios impulsos internos. Pero todo el arte,
como toda la narrativa, es esencialmente una combinación de acción y
reacción, y Los ciegos ocupa un lugar intertextual muy claro entre dos
historias: la de los discapacitados y la del posmodernismo. Leo estas
historias, leo entre sus líneas y las malinterpreto, como es inevitable.
Pero no me dejaré engatusar por ellas y quizá este sea el origen de mi
resistencia y mi escepticismo: de alguna manera muy deconstructivista,
estoy buscando algún tipo de verdad. No sé qué es exactamente la
verdad, por lo que, a lo mejor, lo que estoy buscando es en realidad la
veracidad.

No pienses en Joseph Grigely como la persona que escribe estas líneas,


sino como tu conciencia que sale del cuarto de atrás.

¡Hola, hola!

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 30.32

A lo mejor la simple veracidad no es suficiente; quizá lo que necesitamos


es la cruda verdad, una verdad sobrecogedora, una que, en el mejor de
los casos, puede ser desconcertante y que, en el peor, se demostrará que
es falsa. En cualquier caso, déjame intentarlo. Escucha, Sophie: el osado
error del colonialismo y el eterno error del poscolonialismo está en la
creencia de que la mayoría y la minoría son formas estáticas. La verdad
es esta: a medida que las minorías históricamente concebidas alcanzan
el estatus del poder, asumen exactamente las mismas cualidades que
las instituciones sociales que antes ansiaban desalojar. Se convierten en
minorías «certificadas» o «canonizadas», por decirlo de alguna manera,
que perpetúan un mito que no es un mito, sino la propia realidad:
la separación entre los que controlan y los que son controlados. Los
oprimidos se convierten en opresores.

Nadie, Sophie Calle, puede ser más «otro» que otra persona. Ni tú ni yo.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 31.32

Me estoy acercando a un tema. Puede que me equivocara cuando te


escribí por primera vez para decirte que no tenía un propósito teórico
aquí. A lo mejor sí que lo hay. Creo que tiene algo que ver con un tema
que no ha tenido un debate formal: la canonización de las diferencias. La
frase debe de sonar un poco rara, quizá incluso contradictoria, pero creo
que es un momento adecuado para sacarla a colación y preguntarnos
si, de hecho, es posible que haya gente marginada más allá de los
márgenes de los marginados. Ya te estarás dando cuenta de que creo
que sí que la hay. No obstante, no es fácil escribir sobre la relación
entre, digamos, la teoría de la discapacidad y la teoría de la cultura,
entre los discapacitados como minoría y otras minorías canonizadas,
así como los medios por los que los definimos: raza, género, religión y
origen nacional. Estas son frases conocidas porque, al menos en Estados
Unidos, se usan para definir las diferencias a nivel político, legislativo y,
en el discurso crítico, teórico. Pero, ¿cuándo fue la última vez que una
revista crítica como Representations, Critical Inquiry o Cultural Critique
publicó un ensayo sobre los «otros» discapacitados, incluso en números
especiales dedicados a la identidad? ¿Es porque los discapacitados
siguen siendo tratados con condescendencia como seres inferiores, es
decir, gente incapaz de participar en el discurso crítico contemporáneo?
¿Es porque nuestros signos de diferencia son simplemente demasiado
diferentes para encajar en la teoría crítica dominante? ¿Es porque
nuestra presencia provoca una incomodidad que es mejor mantener
fuera de la vista, como ha sido el caso muy a menudo en la historia?
¿Recuerdas aquellas escuelas para sordos y ciegos ubicadas en entornos
rurales? El simple hecho de que, en gran parte, nos ausentemos de los
debates dominantes sobre identidad y diferencias o del propio canon
artístico parece hacerse eco de las ausencias anteriores sentidas por
las minorías ahora canonizadas, que, quizá comprensiblemente, tienen
un territorio que proteger y reivindicaciones de empoderamiento que
custodiar. Creo que una parte del problema es que tendemos a definir
y categorizar demasiado, y nos encontramos atrapados en nuestras
definiciones y categorías. Si realmente pensamos en ello, es difícil definir
lo que es una «madre»: en Washington D. C. hace poco apareció una
serie de carteles que fomentaban las familias de acogida. Representan a
un hombre afroamericano de mediana edad rodeado de tres niños, con el
titular: «Necesitamos más madres como él». El póster es un testimonio
elocuente de la fragilidad de nuestras preconcepciones sobre roles
sociales estereotipados. Lo que hace muy bien es sacar la alteridad de
las teorías y ponerla en las calles y en la conciencia pública. Necesitamos
más carteles como ese. Más discurso crítico. Y más arte.

Atentamente,
Joseph
Querida Sophie: 32.32

Nunca hay suficiente tiempo, ¿verdad? Ni espacio...

Tras ocho visitas a Los ciegos, tras 32 postales, puede que haya llegado el
momento de terminar mi «monospondencia». No quiero decir que haya
agotado las posibilidades de seguir. No, eso no. Un final es una mera
formalidad, el punto en el que la narrativa se detiene, el punto en el que
el escritor, como personaje, sale de su texto.

Tengo un amigo que me anima a ser directo, franco y preciso. Dado que
tu cara no está disponible para mí, ¿por qué debe mi cara estar disponible
para ti?

Quizá, Sophie, algún día devolverás lo que has cogido, desnudarás tu


psique en una sala frecuentada por ciegos y dejarás que recorran tu
cuerpo con sus dedos igual que tú has recorrido el suyo con tus ojos.

Atentamente,
Joseph

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