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Artes Visuales y Literatura, una relación simbiótica

Pareciera que la literatura y las artes visuales mantienen una especie de circulo
vicioso en el cual surge una evidente dependencia; Podemos leer a un Oscar Wilde
cautivándonos con el imponente retrato de Dorian Gray a lo largo de su obra o
podemos encontrarnos con una Ofelia que ha escapado de las páginas de
Shakespeare para esconderse en un cuadro de John Whaterhouse. Diferentes
manifestaciones, distintas mentes con distinto sentir, no obstante prestándose un
poco de su esencia para transmitirnos algo nuevo de lo viejo.

Para llegar a las palabras tuvo que existir un primer lenguaje, nutrido por la vida
misma, cargado de nuestros sentidos, del tacto, de los sonidos que surgían de la
tierra y sobre todo de la vista, ya que nuestros ojos son los responsables de aportar
información visual al cerebro, quien interpreta y procesa información. Despertando
estímulos internos que nos hacen crear relación con conocimientos previos como
también conectar con nuestro estado emocional y ¿Qué es el arte sino sentimiento?

No es raro que dentro de la literatura una pieza significativa sea la descripción, ya


sea narrativa, ya sea poética, es tan difícil no recurrir a ella. Uno se encuentra con
el trabajo de Gustavo Adolfo Bécquer y queda maravillado por su perceptible y casi
táctil prosa, ya me ha atrapado antes Patrick Suskind con su primera novela, donde
uno queda asqueado por los olores tan detallados que se encuentran dentro del “El
perfume”. Una obra que se hizo película, una duración de dos horas con veintisiete
minutos que alejaron o acercaron al lector de la experiencia que conlleva tener un
libro en las palmas de las manos. Desde este punto es comprensible porque Carlos
Ruiz Zafón hasta el último día de su vida se negó a que sus palabras llegaran al
séptimo arte de forma directa.

En 1988 llego a la pantalla grande la creación del director Terry Gilliam, “Las
aventuras del barón Munchausen”, la película nace gracias a dos relatos ya
existentes y me imagino también al constante trabajo de los guionista que quedan
ocultos detrás del sujeto que lleva la cámara. Pese a todo, parte de la belleza de
esta cinta surge desde el año 1445, ya que en ese entonces es cuando llega al
mundo el pintor Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi mejor conocido simplemente
como Sandro Botticelli, al que hizo tributo Gilliam al recrear una de las escenas más
cautivadoras de toda la cinta: El nacimiento de venus.

A mi sentir el arte se debe al arte, Por ejemplo: Anna Atkins hiso historia al incluir
en sus libros fotografías de las plantas, los manuscritos ilustrados pasaron de ser
solo libros con dibujitos a guías científicas, que no han cambiado su molde hasta el
día de hoy. No me sorprendería tampoco que a partir de una de las fotografías de
Dora Maar, algún escritor surrealista se inspirase para crear algún cuento o alguna
novela que no dudo podría ser tan relevante e innovadora como la película ‘Le
Voyager dans la lune’.

Las pinturas rupestres en si son un lenguaje, el deseo de capturar recuerdos, el


empuje que cambio nuestra percepción del mundo, de nosotros mismos,
expulsando lo irreal fuera de nuestra cabeza.

El lenguaje escrito y el pictórico, son lo mismo cuando de expresar se trata, se llevan


también entre sí que niego en absoluto que cualquiera que se haga llamar así mismo
artista sea cual sea la disciplina que desarrolle, llegara a declararse independiente
de las otras manifestaciones artísticas.

Somos en si parte de un campo semántico tan entrelazado que aun que uno quiera
no puede ser indiferente al otro, pues bueno así ocurre con la literatura, que
sucumbe a la belleza de la cinematografía, la pintura y fotografía y si, a la inversa
con cada una de ellas se obtiene el mismo resultado.

Sin darnos cuenta dentro de alguna novela es muy posible que nos lleve a conocer
una pintura de pies a cabeza sin tener jamás que verla, dentro de alguna cinta se
nos escurrirá por los oídos una cita de un autor para nuestra mente desconocido.
Pero allí esta, allí sigue todo vivo, sujetando la mano de uno sin haberlo pedido.

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