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BAJO IMPERIO ROMANO

Edicto de Milán (313)

Por su parte Licinio, pocos días después de la batalla, tras hacerse cargo y
repartir una parte de las tropas de Maximino, llevó su ejército a Bitinia y entró
en Nicomedia. Allí dió gracias a Dios con cuya ayuda había logrado la victoria y
el día 15 de junio del año en que él y Constantino eran cónsules por tercera
vez, mandó dar a conocer una carta dirigida al gobernador acerca del
restablecimiento de la Iglesia y cuyo texto es el siguiente:
"Yo, Constantino Augusto, y yo también, Licinio Augusto, reunidos felizmente
en Milán para tratar de todos los problemas que afectan a la seguridad y al
bienestar público, hemos creído nuestro deber tratar junto con los restantes
asuntos que veíamos merecían nuestra primera atención el respeto de la
divinidad, a fin de conceder tanto a los cristianos como a todos los demás,
facultad de seguir libremente la religión que cada cual quiera, de tal modo que
toda clase de divinidad que habite la morada celeste nos sea propicia a
nosotros y a todos los que están bajo nuestra autoridad. Así pues, hemos
tomado esta saludable y rectísima determinación de que a nadie le sea negada
la facultad de seguir libremente la religión que ha escogido para su espíritu, sea
la cristiana o cualquier otra que crea más conveniente, a fín de que la suprema
divinidad, a cuya religión rendimos este libre homenaje, nos preste su
acostumbrado favor y benevolencia. Para lo cual es conveniente que tu
excelencia sepa que hemos decidido anular completamente las disposiciones
que te han sido enviadas anteriormente respecto al nombre de los cristianos,
ya que nos parecían hostiles y poco propias de nuestra clemencia, y permitir de
ahora en adelante a todos los que quieran observar la religión cristiana, hacerlo
libremente sin que esto les suponga ninguna clase de inquietud y molestia. Así
pues, hemos creído nuestro deber dar a conocer claramente estas decisiones a
tu solicitud para que sepas que hemos otorgado a los cristianos plena y libre
facultad de practicar su religión. Y al mismo tiempo que les hemos concedido
esto, tu excelencia entenderá que también a los otros ciudadanos les ha sido
concedida la facultad de observar libre y abiertamente la religión que hayan
escogido como es propio de la paz de nuestra época. Nos ha impulsado a
obrar así el deseo de no aparecer como responsables de mermar en nada
ninguna clase de culto ni de religión. Y además, por lo que se refiere a los
cristianos, hemos decidido que les sean devueltos los locales en donde antes
solían reunirse y acerca de lo cual te fueron anteriormente enviadas
instrucciones concretas, ya sean propiedad de nuestro fisco o hayan sido
comprados por particulares, y que los cristianos no tengan que pagar por ello
ningún dinero de ninguna clase de indemnización. Los que hayan recibido
estos locales como donación deben devolverlos también inmediatamente a los
cristianos, y si los que los han comprado o los recibieron como donación
reclaman alguna indemnización de nuestra benevolencia, que se dirijan al
vicario para que en nombre de nuestra clemencia decida acerca de ello. Todos
estos locales deben ser entregados por intermedio tuyo e inmediatamente sin
ninguna clase de demora a la comunidad cristiana. Y como consta que los
cristianos poseían no solamente los locales donde se reunían habitualmente,
sino también otros pertenecientes a su comunidad, y no posesión de simples
particulares, ordenamos que como queda dicho arriba, sin ninguna clase de
equívoco ni de oposición, les sean devueltos a su comunidad y a sus iglesias,
manteniéndose vigente también para estos casos lo expuesto más arriba (...).
De este modo, como ya hemos dicho antes, el favor divino que en tantas y tan
importantes ocasiones nos ha estado presente, continuará a nuestro lado
constantemente, para éxito de nuestras empresas y para prosperidad del bien
público.

Y para que el contenido de nuestra generosa ley pueda llegar a conocimiento


de todos, convendrá que tú la promulgues y la expongas por todas partes para
que todos la conozcan y nadie pueda ignorar las decisiones de nuestra
benevolencia".

LACTANCIO, "De mortibus persecutorum" (c.318-321). Recoge M. Artola


"Textos fundamentales para la Historia", Madrid, 1968, p. 21-22.

Modificaciones introducidas por Constantino en la estrategia defensiva


del Imperio

Constantino tomó otra iniciativa que permitió a los bárbaros una penetración
fácil en las tierras sometidas a la dominación romana. El Imperio romano a
todo lo largo de sus fronteras, y gracias a la previsión de Diocleciano, está
dividido en ciudades, guarniciones y torres de defensa, lugares donde todo el
ejército se encuentra acuartelado. La penetración era así difícil para los
bárbaros, ya que por todas las partes les salían al encuentro un ejército con
potencia suficiente para rechazarlos. Constantino eliminó este sistema de
seguridad apartando de las fronteras a la mayor parte de los soldados,
asentándolos en las ciudades que no necesitaban protección. Privó así de
ayuda a los que estaban presionados por los bárbaros e impuso a las
tranquilas ciudades las molestias que se derivan de la estancia de los
soldados, por culpa de lo cual la mayoría han quedado desiertas. Dejó que los
soldados se ablandasen entregados a espectáculos y a una vida de placer y,
por decirlo llanamente, fue el mismo Constantino el que creó y distribuyó la
semilla de la perdición del Estado que dura hasta el día de hoy.

ZOSIMO, H.N., II, 34. Recogido por A. Lozano y E. Mitre, "Análisis y


comentarios de textos históricos. Edad Antigua y Media", Madrid, 1978, pp. 99-
100.

Edicto de Tesalónica, 28 de febrero del 380

Todos nuestros pueblos (...) deben adherirse a la fe trasmitida a los romanos


por el apóstol Pedro, la que profesan el pontífice Dámaso y el obispo Pedro de
Alejandría (...), o sea, reconocer, de acuerdo con la enseñanza apostólica y la
doctrina evangélica, la Divinidad una y la Santa Trinidad del Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. Únicamente los que observan esta ley tienen derecho al título
de cristianos católicos. En cuanto a los otros, estos insensatos extravagantes,
son heréticos y fulminados por la infamia, sus lugares de reunión no tienen
derecho a llevar el nombre de iglesias, serán sometidos a la venganza de Dios
y después a la nuestra (...)

"Código Teodosiano", 16, I, 2. Recogido por M.A. LADERO, "Historia Universal


de la Edad Media", Barcelona, 1987, p. 55.

Ley de "hospitalidad" de Arcadio y Honorio (398)

Los emperadores Arcadio y Honorio, Augustos, a Hosio, magister officiorum.


Ordenamos que en cualquier ciudad en la que nos encontremos o se
encuentren aquellos que nos sirven, después de haber alejado toda injusticia
tanto de parte de los repartidores como de los huéspedes, todo propietario
posea plenamente en paz y seguridad dos partes de su propia casa y la tercera
sea adjudicada a un huésped, de manera tal que la casa sea dividida en tres
partes. Que el propietario tenga la posibilidad de elegir la primera; el huésped
obtendrá la segunda que él desee; la tercera deberá quedar para el propietario.
Los obradores que éstan a cargo de los mercaderes no sufrirán la antedicha
división; han de permanecer en paz y libertad, protegidos contra toda injusticia
de los huéspedes y serán utilizados en favor sólo de sus propietarios e
intendentes (...).

TH. MOMMSEN, "Theodosiani Libri XVI...", L. VII, 8, 5, p. 328. Recoge A.


García Gallo "Manual de Historia del Derecho Español", vol. II Antología de
Fuentes del Antiguo Derecho, p. 362.

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