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RECENSIÓN.

Autor: C.S. LEWIS


Título: LOS CUATRO AMORES
Título original: The four loves
Fecha: 1960
Traductor: Pedro Antonio de Urbina
Editorial: Rialp
Lugar: Madrid
Fecha de la presente edición: Abril de 1999
Edición: séptima

Que nuestros afectos no nos den la muerte, pero que tampoco mueran. Esta cita de
John Donne, con la que C.S. Lewis da comienzo a este ensayo, nos abre ya el marco
conceptual en el que nos vamos a situar: el papel paradójico del amor, como algo que nos
da la muerte y la vida. En Los cuatro amores, una obra de madurez del autor, Lewis
pretende hacer una aproximación hacia lo que es el amor, palabra que intenta expresar una
realidad tan vieja como el hombre mismo, pero que al igual que él, sigue siendo un misterio
todavía hoy. La obra está dividida en cinco capítulos más una introducción. El estilo es
sencillo, de fácil lectura, ligero, en el que la reflexión teórica se combina con ejemplos,
tanto de la vida cotidiana como de la historia del hombre y de la literatura. Además su
moderada extensión (unas 150 páginas en la edición que utilizo) y un formato acertado lo
convierten en libro atractivo.

C.S. Lewis, novelista, crítico literario, filósofo y catedrático de Literatura medieval


y renacentista en Oxford, es conocido sobre todo, en palabras de Margaret Drable, por "el
intenso aroma cristiano" que traslucen sus obras. Este detalle es muy importante, pues en
Los cuatro amores asistimos a una reflexión del amor, del amor entendido en clave
cristiana. Es aquí donde radica el vicio y la virtud de la obra. El vicio porque algunos de los
postulados que sostiene Lewis difícilmente pueden ser aceptados por la sociedad actual;
virtud, porque este marco cristiano nos proporciona toda una serie de conceptos, ideas y
perspectivas sumamente interesantes, que pueden ser de enorme utilidad a la hora de
analizar el lenguaje sobre amor en la sociedad medieval y renacentista. Los cuatro Amores
no es la primera vez en la que el autor aborda esta temática, pues ya lo había hecho en La
Alegoría del Amor(1930), donde estudiaba el fenómeno amoroso en la literatura medieval
europea. En cierto modo, la presente obra viene a ser una continuación de la primera, pero
bajo mirada del hombre maduro, que ve las cosas desde una perspectiva más alejada del
objeto. La obra está divida en 5 capítulos más una introducción. En ésta y en el primer
capítulo, Gustos y amores por lo sub-humano, se despliega toda una terminología que luego
aplicará en los siguientes capítulos dedicados a los cuatro amores que el considera que hay
en el hombre: el afecto, la amistad, el Eros y la Caridad.
En la introducción Lewis nos expone el recorrido ideológico y los distintos
enfoques que pasaron por su cabeza antes de escribir el libro. Primeramente nos confiesa
que su idea original provenía de San Agustín "Dios es amor", punto a partir del cual creía
poder desplegar la fácil idea de que los amores humanos son sólo amor en la medida en que
se asemejan al amor divino. A partir de ahí encontraba dos tipos de amor. El amor-dádiva y

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el amor-necesidad. El primero es aquel amor que nos lleva a entregarnos a los demás, a
actuar por la alteridad; el ejemplo típico es el del padre que trabaja pensando en el bienestar
de sus hijos. El segundo es el amor que necesita del otro, aparentemente no hay alteridad,
es el amor del hijo que acude a su madre en busca de auxilio ante un temor. Lewis, percibe
que esta primera distinción no es suficiente, pues la realidad es mucho más complicada.
Hay que tener presentes tres elementos antes de adentrarnos más en el amor: en primer
lugar las limitaciones que impone el lenguaje en tanto que representación de la realidad, en
segundo lugar niega el carácter egoísta del amor necesidad, pues supondría llamar egoísta a
un niño por mamar del pecho de su madre, y en tercer lugar porque el amor a Dios es un
amor-necesidad, fruto de que el creyente se sabe nada ante Dios y toma conciencia de la
necesidad que tiene de Él. Con ello el amor-necesidad se dignifica al mismo nivel que el
amor-dádiva.
Una vez planteada esta primera disyuntiva Lewis aborda una de las distinciones más
complejas de toda la obra: la existencia de dos tipos de cercanía, la cercanía por semejanza
y la cercanía por aproximación. Se parte aquí desde la concepción del amor como cercanía
de dos personas, ya sea por necesidad ya sea por entrega (dádiva). El autor pone como
ejemplo la cercanía que hay entre un hombre en la cima de una montaña y un pueblo.
Desde la cima, el pueblo parece muy cercano, pero en realidad si queremos llegar hasta él
tenemos que caminar largas horas dando bastantes rodeos. La cercanía por semejanza es la
del que está en la cima, es una cercanía que nos viene dada, como la de dos personas que se
parecen, pero que en realidad no han hecho nada para ello. La cercanía por aproximación
es la que baja la montaña, es una cercanía móvil, que puede aumentar, se requiere nuestra
actuación para que se efectiva. Como es lógico esta cercanía está más próxima a la unión
con el amado/a que no la de semejanza.
El autor abandona aquí este camino, que retomará más adelante al abordar los tipos
amor. Ahora, antes de finalizar el capítulo, Lewis se adentra en lo que va ser el núcleo
entorno al cual va a girar toda la obra: la oposición entre San Agustín "Dios es amor" y
Denis de Rougemont, "El amor deja de ser un demonio cuando deja de ser un Dios". Es
importante hacer notar la presencia de Rougemont, que en los años treinta publicó una obra
(El amor y occidente) destinada a revolucionar la concepción tradicional sobre e amor y
cuya influencia también está presente, aunque sea para negarla, en esta obra. Lewis cree
que la frase de Rougemont equivale a decir, en sus propias palabras, que "el amor empieza
a ser un demonio desde el momento en que comienza a ser un dios". Es aquí donde radica
el peligro, pues si Dios es amor, y el amor se convierte en Dios cabe la posibilidad que
convirtamos en dios a aquello que no es dios, es decir, el amor. El porqué de esta distinción
radica en la diferencia antes mencionada de la cercanía por semejanza y por aproximación.
El amor, en su punto más álgido se halla en una situación de cercanía por semejanza con el
amor divino, lo que explica que reclame para sí su condición de dios. Pero esta cercanía
por semejanza no significa que sea una cercanía por aproximación, aspecto que hay que
considerar para no confundir el amor humano con el divino. En el último capítulo, dedicado
a la cáritas, Lewis profundizará más en esta diferencia.
En el siguiente capítulo, Gustos y amores por lo sub-humano, Lewis continúa
desarrollando su terminología sobre el amor y centra su estudio en dos campos concretos: la
naturaleza y la patria. Primeramente distingue dos tipos de placeres: el placer-necesidad y
el placer-apreciación. El placer-necesidad corresponde al del sediento que bebe agua. Es
fruto de la necesidad, nos viene dado, es momentáneo y muere en nosotros una vez
conseguido. El placer-apreciación corresponde al que ama a su mujer por se quien es.

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Supone un acto voluntario, no es momentáneo y es de carácter más bien eterno, perdura en
el alma, independientemente de su consecución o no. Las relaciones entre ambos amores
son flexibles, así un placer necesidad, por un aditivo, se puede convertir en placer
apreciación. Este último lleva al autor a descubrir un nuevo tipo de amor, el amor de
apreciación que es “ese sentimiento de que el objeto de placer es muy bueno, esa atención y
casi homenaje que se le tributa como una obligación, ese deseo de que siga siendo lo que es
aunque no lo disfrutemos nosotros”. De este modo el amor-necesidad diría de una mujer
que “No puedo vivir sin ella”, el amor-dádiva aspira a hacerla feliz y el amor-apreciación la
contempla feliz, alegre de que ella exista, aunque ella no sea para él.
Con todo este universo conceptual desplegado Lewis aborda el tema del amor a la
naturaleza. Su principal propósito es criticarlo, basándose sobre todo en el carácter
puramente sentimental y subjetivo de la naturaleza, pese a que encuentra normal nuestra
fascinación por ella. La misma infinidad de la naturaleza y el subjetivismo humano hacen
que cuanto uno busca en la naturaleza encontrará aquello que está buscando, pues el
método es de por sí mismo una opción. El autor percibe como la poesía romántica inglesa
(Wordsdworth sobre todo) tratan y elogian a la naturaleza hasta el punto de convertirla en
un dios, en el que la razón está ausente, esta es, al parecer de Lewis, su falta más grave. En
cuanto el amor a la patria lo considera un sentimiento natural y lógico, ya que en algunas de
sus manifestaciones se puede convertir en un amor-apreciación. Sin embargo ve con malos
ojos ese amor en la medida que es calculez egoísta, hecho que lo convierte en interesado.
En el tercer capítulo se aborda ya uno de los cuatro amores que va a tratar: el afecto.
Con esta palabra el autor quiere referirse al término griego storgé, concepto de traducción
difícil, que estaría dentro del marco semántico de la ternura, el sentimiento o el cariño. Es
“el más sencillo y más extendido de los amores, el amor en el que nuestra experiencia
parece diferenciarse menos de la de los animales”. La dificultad de este amor radica en que
no es fácil ponerle unos límites claros, pues está presente tanto en el Eros como en la
amistad. Esta ambigüedad se muestra también en la terminología expuesta por Lewis, pues
el afecto no es, como veremos a continuación, únicamente amor-necesidad ni amor-dádiva
ni amor de apreciación, sino más bien los tres y ninguno a la vez. Con todo Lewis intenta
concretar algunos de sus rasgos principales: arbitrario, privado, humilde y necesitado.
El afecto es un amor arbitrario, proviene de “la carne”, pues, en su origen, la
voluntad está ausente. Podemos tenerlo por alguien que no conocemos de nada, y carecer
de él en las relaciones con personas que conocemos de toda la vida. Por ejemplo podemos
tenerlo por un niño recién nacido, tal vez porque nos hace gracia la suavidad de su pelo. El
afecto aparece sin dar explicaciones ni justificarse. Es un sentimiento privado, personal,
algo muy íntimo de la persona, que dirigimos sobre todo hacia las personas de nuestro
ámbito social y familiar. Es la sonrisa del padre ante un hijo que mira con cara de sorpresa,
el pasar por alto alguna broma inocente y sin ninguna gracia de un amigo etc. Es humilde
pues no se muestra externamente, no hace alarde de su presencia, los demás no lo perciben
si no es por algunos detalles nimios, en el modo de mirar a alguien, la reacción ante un
determinado acto, un gesto etc. Por último es necesitado en el sentido de que ha de ser
merecido. La persona u objeto sobre el cual se dirige el afecto ha de demostrar que es
merecedora de él. Por ejemplo, podemos sentir afecto por una chiquillo de 6 años, inocente,
de gestos gráciles y espontáneos, pero si descubrimos que en el fondo es una maleducada,
“llorona”, y egoísta (si se puede ser egoísta a esta edad) todo ese encanto que hallábamos
en ella se desmorona, y pierde ese afecto que habíamos depositado en ella.

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Al lo largo del capítulo Lewis insiste en el carácter activo y necesario del afecto.
Nuestra vida se ha ido configurando a partir de una serie de elecciones que, conscientes o
inconscientemente han estado influidas por el afecto. Tenemos este tipo de amigos o aquel
otro no porque los hayamos elegido (el carácter activo) por tener unas virtudes perfectas o
por ser la mejor elección que podíamos hacer, sino porque tienen este modo de ser, ese tipo
especial de cualidades que nos agradan. Aquí radica el hecho de que podamos ser amigos
de personas aparentemente muy distintas de nosotros y sin embargo sintamos que estamos
hechos los unos para los otros. Esto muestra como el afecto, en cierto modo es un salir de
nosotros, pues nos lleva a apreciar los modos de ser concretos de los demás, y así se
entiende que Lewis pueda afirmar que el afecto “nos enseña a observar a las personas que
están ahí, luego a soportarlas, después a sonreírles, luego a que nos sean gratas, y al fin a
apreciarlas”. Lewis concluye paradójicamente que el afecto es algo natural, pero natural de
tal modo que nos lleva a “amar lo que no es atractivo”, hecho, este último, que no es
natural.
El afecto, como hemos anunciado antes, se sitúa en un lugar fronterizo. Es amor-
necesidad en la medida que requerimos de ese afecto, el caso del niño que se refugia en los
brazos de su madre ante el miedo a la oscuridad; es amor-dádiva en la medida que nos lleva
a darnos, a tener detalles de cariño por las personas por las sentimos afecto, son las caricias
de la madre para tranquilizar a su niño; es amor-apreciación en la medida que valoramos al
otro por lo que es, y pasamos por alto sus miserias, cuando sonreímos ante una caída
aparatosa de un bebé que gatea y no hace más que llorar.
El capítulo termina refiriéndose a dos peligros a que nos puede llevar el afecto: el
activismo y los celos. El primero, que es una perversión del amor dádiva, está
ejemplificado con una pequeña parodia de la madre atareada, “que vive para su familia”
que les da todo lo que quieren pero sin preguntarles qué es lo que quieren. Nos olvidamos
de la otra persona y nuestra mente se centra solo en satisfacer esa necesidad de dar.
Respecto a los celos, que son una perversión del amor necesidad, Lewis muestra como son
fruto de ese carácter privado que comentábamos del afecto. El afecto, que como hemos
visto es un amor frontera, se convierte en celos cuando vemos que perdemos a aquella
persona que necesitamos, nos sentimos desamparados y nuestra defensa consiste en un
ataque a la persona que nos substituye.
Lewis no lo comenta, pero no está de más aplicar retrospectivamente este concepto
a la literatura del amor. ¿Dónde está el afecto? En el Tristán lo podemos encontrar en la
curación de Iseo a Tristán, tanto al Tristán mendigo como al Tristán caballero, pues el
primer movimiento de Iseo es de compasión por él, otra cosa es que a partir de ese primer
sentimiento positivo hacia Tristán nazca el amor. En el román artúrico lo hallamos en la
ayuda del caballero a la dama en apuros, en la poesía trovadores, aunque es muy discutible,
se puede ver en el amor de lohn en la medida que el poeta canta a una mujer que ni siquiera
conoce, sólo lo hace por la necesidad interior de darse, de sentir devoción por alguien. No
podemos olvidar aquí la estrecha relación que hay entre el afecto y el eros y cómo
frecuentemente el eros se inicia con un primer movimiento de afecto.
En el siguiente capítulo Lewis aborda el tema de la amistad. El autor pretende aquí
hacer una “rehabilitación” de este tipo de relación entre las personas, que él considera un
tipo de amor. Primero de todo reivindica su presencia a lo largo de la historia: “David y
Jonatán, Pílades y Orestes, Rolando y Oliveros, Amis y Amiles” personajes que la crítica
literaria ha tendido a olvidar centrando su atención en los famosos Antonio y Cleopatra,

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Tristan y Isolda, Romeo y Julieta. Amistad entendida como la Philia aristotélica o la
amiticia ciceroniana.
La amistad, comenta el autor, es el menos natural de los amores, pues es “el menos
instintivo, orgánico, biológico (…) No hay en él nada que acelere el pulso o lo haga a uno
palidecer o sonrojarse”. Sin embargo es uno de los amores más enaltecidos en la época
antigua y medieval. Tan viejo como el mundo cortés o las ordenes de caballería que no son
sino extereotipaciones de la amistad. ¿Qué es la relación que se da entre los caballeros
medievales?, Un compañerismo que va más allá del mero cumplimiento de unos dogmas.
¿Qué hay entre Roland y Oliveros, entre Amis y Amile que les une hasta la muerte?
Precisamente por su desvinculación del sistema nervioso, la amistad es “un mundo
tranquilo, luminoso, racional de las relaciones libremente escogidas” y por eso mismo,
concluye, “es el único que parece elevarnos al nivel de los dioses”.
El autor no llega a dar una definición de la amistad, tal vez porque no se puede dar,
pero sí que nos va marcando por qué senderos transcurre y cuáles son sus rasgos
principales. La amistad surge del amor de apreciación. Tenemos amistad con alguien
cuando descubrimos que tenemos algo en común, algo que compartimos con él y que nos
lleva a sentir una admiración y respeto. En este sentido la amistad, como el eros tiene
también un carácter de separación del grupo, de intimidad: nosotros nos sentimos unidos a
otra persona por algo que nos hace diferente de los demás. La relación entre Eros y
Amistad no es determinante. Entre dos personas puede haber sólo amistad, pero puede que
de ahí surja el eros, entonces este amor, se ve sumamente enriquecido, ya que la unión de
los enamorados es una unión, por decirlo de algún modo, “doble”, unión de alma y cuerpo.
Lewis expresa la diferencia entre eros y amistad de un modo muy gráfico: describimos “a
los enamorados mirándose cara a cara, y en cambio a los amigos, uno al lado del otro,
mirando hacia delante”
La amistad no es sólo el amor que surge por tener algo en común con otra persona,
si no que va más allá, es la unión de destinos, es la relación con otra persona con las que
compartes ideales, concepciones del mundo, horizontes hacia los que dirigir nuestro actuar
y nuestra felicidad. Se distingue así del mero compañerismos, que puede ser muchas veces
la raíz de la amistad. El compañerismo sería la relación de dos trabajadores de una oficina,
comparten el mismo trabajo, comentan las dificultades y problemas que tienen, pero no hay
nada más allá. Una vez salen del despacho la relación se ha terminado. La amistad es
innecesaria. Esta es, tal vez, el principal de sus rasgos, la sociedad puede funcionar sin
amistad, y visto desde el punto sociológico lo único que aporta es calidad de vida. Lewis
insiste mucho en este punto, la amistad “está llena de admiración mutua, de amor de
apreciación”. No es propio de ella ser inquisitiva, preguntar a una persona por sus
problemas, si necesita ayuda, aunque la auténtica amistad nos llevará allí; no es agradecida
aunque demos las gracias. En la amistad no nos interesa la vida personal del otro sino el
otro en sí mismo, independientemente de sus problemas, sus defectos y virtudes. Es el amor
de apreciación puro. En la amistad dejamos de ser padre/hijo, jefe/trabajador,
maestro/estudiante para ser nosotros mismos, nos reunimos en un terreno atemporal, porque
si “Eros quiere tener cuerpos desnudos, la amistad personalidades desnudas”, tal como son,
sin obligaciones de ningún tipo, fuera de las asumidas voluntariamente por el amor. Y es
aquí donde aparecerán esos elementos que no son propiamente amistad pero sí que la
acompañan: el ser inquisitivo, el ser agradecido, el preocuparse por el otro, son elementos
que no vienen impuestos sino que nos los imponemos nosotros mismos libremente, fruto de
ese amor desinteresado, de apreciación, que tenemos por el otro. Se entiende ahora porqué

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este amor nos eleva al nivel de los dioses, pues es un amor que no tiene necesidad ni de
recibir ni de dar, que se mueve sólo por amor a las otras criaturas en sí mismas.
Al final de capítulo el autor aborda temas muy candentes en su época, como es la
relación entre los hombres y las mujeres, los círculos “elitistas” del Oxford de inicios de
siglo y si las mujeres pueden o deben participar de ellos. Lewis considera que es mejor que
no lo hagan. Aduce razones de tipo culturales, sobre todo el hecho de que la mayoría de
ellas carecían de la formación universitaria de los hombres, por lo que estarían en una clara
inferioridad en las conversaciones. No hay misoginia, pues reconoce que puede haber la
amistad entre hombres y mujeres si tienen algo en común, como el caso de los misioneros.
No hay que olvidar que en la época de Lewis la incardinación de la mujer en la sociedad
civil está dando sus primeros pasos y que hasta ese momento, en general, hombres y
mujeres vivían en mundos separados. Antes de esta reflexión ha abordado el tema de la
homosexualidad, que considera evidentemente diferenciada de la amistad.
En el V capítulo Lewis aborda el tercer tipo de amor: el eros. En él pretende
solucionar la antigua disyuntiva cristiana de la dualidad alma / cuerpo y profundiza en el
carácter irracional del eros. Primero de todo pone las cartas encima de la mesa y clarifica
que es lo que él entiende por eros, “ese estado que llamamos <<estar enamorado>> o si se
prefiere, la clase de amor <<en el que>>los enamorados están”. No incluye por tanto el
concepto de sexualidad que va a denominar, siguiendo la tradición iniciada en el Roman de
la Rose, con el nombre de Venus, ya que Eros es un estado muy amplio, que puede
contener a Venus o no. Se entiende ahora porqué consideraba el afecto como el más natural
de los amores. Lewis critica las tesis evolucionistas que consideran al Eros como una
derivación de Venus. La relación entre ellos no es determinante, muchas veces surgirá
primero Eros y más tarde Venus aparecerá como un intruso, otras será al revés. Porque de
hecho la diferencia entre Venus y Eros está en que el primero desea el placer que le da una
mujer/hombre y el segundo desea a una mujer/hombre en sí misma.
Lewis hace notar que los enamorados desean al otro en la totalidad de su ser, alma y
cuerpo. De hecho lo que desean es pensar continuamente en el otro, es la cogitatio
inmoderata medieval, de este modo el enamorado se convierte, en palabras del autor, en
“un contemplativo del amor”, en un Meliador, un Galaad. Consecuencia de ello “el Eros
transforma maravillosamente (...) lo que par excellence es un placer necesidad en el mejor
de todos los placeres de apreciación”. Eros tiene una pretensión de totalidad, de
identificación con el amado/a, al igual que los místicos medievales, algo que algunos
expresan con la famosa frase “te comería a besos”. Sin Eros Venus se convierte en un puro
egoísmo. El autor analiza ampliamente las implicaciones de Venus y Eros mostrando como
son dos polos que se unen y se contraponen a la vez, sobre todo porque uno es puramente
carnal, y tiende a al muerte y el otro es espiritual y tiende a la eternidad. Es un juego de tira
y afloja en el que la persona ha de tener el suficiente criterio para no dejarse arrastrar por
ninguno de los dos límites. La tradicional contraposición alma cuerpo se soluciona así por
una absorción de Venus dentro de Eros. Venus sólo es amor cuando forma parte de un
estado más amplio de amor, Eros.
Más adelante Lewis profundizará en su análisis del carácter de totalidad de Eros.
Primero llama nuestra atención sobre su carácter irracional, que propiamente no busca la
felicidad sino la unión con la amada, unión física y espiritual, aún sabiendo que ese amor,
como el de Tristan, les llevará a la muerte. Es el ejemplo de Romeo y Julieta, y de tantos
otros. Pero el Eros tiene la virtud de hallar la felicidad en el dolor compartido, son los
mártires, son los enamorados condenados, son las lágrimas de la esposa que va a visitar a su

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marido en la cárcel. La felicidad en el Eros aparece sin buscarla. No es el resultado de un
cálculo, sino fruto del deseo de dar fin a ese estado de enamoramiento, por eso no se puede
considerar a los enamorados unos egoístas o unos locos, pues no actúan en vistas a una
felicidad sino a una necesidad. Podemos ver aquí la razón por la que Tristan y Isolda, en la
versión de Beroul, no sienten responsables de su amor, ya que actuaron por la necesidad
que Eros les imponía.
Este carácter de totalidad e irracionalidad del amor lleva a Lewis a percibir cómo
“entre todos los amores él es (Eros), cuando está en su culmen, el que más se parece a un
dios y, por tanto, el más inclinado a exigir que le adoremos. Por sí mismo, siempre tiende a
convertir el hecho de estar enamorado en una especie de religión”. El autor matiza aquí las
tesis que expuso en Alegoría del amor, argumentando que en ese libro consideraba la
religión de amor medieval como un mero juego literario. Ahora percibe que el amor lleva
verdaderamente a una religión. Sin embargo no hay que engañarse. El problema del amor
no es que los enamorados se adoren el uno al otro, una adoración que se manifiesta en los
besos, las caricias, la entrega del alma y de los pensamientos etc, sino en el hecho de hacer
del amor un dios, de seguir sus mandatos a toda costa. Leemos aquí la crítica velada que
Lewis ejerce a la ya mencionada frase de Rougemont : "El amor deja de ser un demonio
cuando deja de ser un Dios". El amor es peligroso cuando se hace un dios, cuando es la
razón que justifica todas nuestras acciones, cuando nos lleva a actuar como Tristan y Isolda.
Ahora entendemos mejor el valor de los sufrimientos del amor, pues todo los dolores se
convierten en sacrificios a ese dios, y la muerte en holocausto. Y ¿por qué nos engaña Eros
haciéndose pasar por un dios cuando no lo es? La respuesta la apuntábamos ya al inicio de
esta recensión, porque Eros tiene una cercanía por semejanza con dios, pero no una
cercanía por aproximación.
Ahora podemos entender porqué Lewis condena el Eros que se hace dios. Eros es
condenable como dios porque él no es un dios, sólo tiene apariencia, cercanía por
semejanza, debido a “su fuerza, dulzura, terror y atractiva presencia”. La experiencia nos
dice cómo ese amor nos hace promesas sinceras que no piensa cumplir “te seré fiel”, “esta
vez sí que será la definitiva” etc., nos muestra cómo no posee una cercanía por
aproximación de Dios La experiencia nos enseña también cómo con frecuencia esa fuerza,
ese sentimiento, nos abandona y entonces ¿dónde está el amor?, ¿Dónde se han quedado
esas promesas? Nuestro yo, que lo habíamos entregado vuelve a estar en nuestras manos y
entonces ¿qué? La conclusión es que el amor no es un dios porque no es eterno. Ello no
significa que Lewis condene el amor, pero percibe que “no puede por sí mismo ser lo que,
de todos modos, debe ser si ha de seguir siendo Eros. Necesita ayuda; por tanto, necesita
ser dirigido. El dios muere o se vuelve demonio a no ser que obedezca a Dios”.
Y ¿por quién ha de ser ayudado? En el último capítulo nos da la respuesta: la
caridad, que no es un amor natural. Caridad entendida como decencia y sentido común,
caridad como bondad, caridad como amor de dios, como aquello que da plenitud a los
amores naturales. El autor pone el ejemplo del jardín y el jardinero. Los amores naturales
son las plantas que nacen en el jardín, cada planta, como cada amor, tiene una belleza por
sí misma, pero lo que hace bello al jardín es la labor del jardinero que ha ido cortando
donde hacía falta y dejando crecer donde era necesario. Los amores naturales se nos
presentan como semidioses, cada uno nos promete y nos da algo que nos agrada, pero como
argumenta Lewis “Los amores demuestran que son indignos de ocupar el lugar de Dios,
porque ni siquiera pueden permanecer como tales y cumplir lo que prometen sin la ayuda

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de Dios”. Estos amores, prosigue “son más altos cuando se inclinan”, cuando la planta se
deja cortar por el jardinero.
Esta dualidad nos lleva a abordar, ahora, el tradicional enfrentamiento entre los
amores naturales y el amor de Dios. Lewis muestra como un apegamiento al amor da
dolor, pues cuando si objeto desaparece hay dolor y, siguiendo a un San Agustín
impresionado por la muerte de un amigo íntimo, concluye que “Amar de cualquier manera
es ser vulnerable (…)Basta que amemos algo para que nuestro corazón con seguridad se
retuerza y se rompa. Si uno quiere estar seguro de mantenerlo intacto, no debe dar su
corazón a nadie, ni siquiera a un animal”. Sólo estaremos seguros si tenemos el corazón en
aquel que sacia, que no cambia, en Dios. Supone un compromiso arduo que nos conduce a
la disyuntiva de a quién queremos más a Dios o al amado/a. La solución la encontramos ya
en el orden de caballería, pues como dice Lovelance “No podría quererte oh amada tanto si
no amara aún mas el honor”. El amor de dios, la caridad, es lo que da plenitud y sentido al
amor natural, fuera de ese amor no hay felicidad porque nada es eterno.
El ejemplo de los caballeros nos da pie a profundizar más en la relación entre los
amores naturales y el amor de dios. “En esto está el amor, no en que nosotros hayamos
amado a Dios sino en que él nos amó primero”. El amor de dios es un amor-dádiva, un don
que él nos concede y que lleva a darnos a los demás y a dios mismo. Este dar a los demás
llega al extremo de amar lo que no es amable, a la caridad. Pero dios nos da algo más, nos
da un amor-necesidad del mismo y de los de demás. Amor-necesidad de él mismo, de modo
que esa necesidad se convierte en amor, y de los demás, de modo que amamos a aquellos
que vemos que necesitamos, que a su vez se mueven por un amor-dádiva por nosotros.
Con todo este desarrollo terminológico y filosófico, Lewis, quiere llegar a un punto
clave: la divinización de los amores naturales. Para ello recurre a otro ejemplo, el de la
persona enferma, que a pesar de sus defectos es tratado con cariño (afecto y eros) y amistad
por sus padres y amigos. Humanamente hablando no hay nada amable en ese enfermo, nada
que nos llene, si el padre/amigo dedica horas esa persona es, según Lewis por el amor de
dios que habita en su alma, de modo que los amores naturales y sus manifestaciones no se
hacen como resultado de un sentimiento o de las ganas sino por Amor. Amor en
mayúsculas porque para Lewis este es el verdadero amor, el amor de dios, un amor
racional, que no obedece a los impulsos irracionales de la carne aunque puede usar de ellos.
De este modo esos amores naturales se divinizan, se hacen instrumentos del Amor, pues “el
Amor Divino no sustituye al amor natural (…)Los amores naturales están llamados a ser
manifestaciones de la caridad, permaneciendo al mismo tiempo como los amores naturales
que fueron”.
Así pues el destino de los amores naturales es que devengan en caridad. Sólo
pueden aspirar a la eternidad “en la medida en que se hayan dejado llevar a la eternidad por
la caridad. (…)Y este proceso siempre supone una especie de muerte”. La gran diferencia
entre los amores naturales y el Amor es la eternidad. Es la idea que insistentemente Lewis
quiere transmitirnos y que ahora lleva un poco más allá: lo que amamos de los demás con el
amor natural no es sino aquello de eternidad que hay en ellos: “Hemos sido hechos para
Dios, y sólo siendo de alguna manera como él (…)los seres amados terrenos han podido
despertar nuestro amor”. Los amores naturales tienen que ser divinizados por nosotros
porque de hecho ya son divinos en la medida que son queridos por dios. Si “solo dios
basta” todo aquello de los amores humanos que parece que nos llena es porque son reflejo o
parte de ese amor eterno de Dios.

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Lewis abandona aquí el libro. Sabe que proseguir con esta reflexión filosófica nos
llevará a un lugar muy alejado, un punto donde ni él mismo se considera suficientemente
preparado para abordarlo. No deja de ser paradójico que la obra concluya con una
divinización de los amores naturales, algo que, finalmente, no suena tan lejano de la visión
de Rougemont. Para Lewis lo que amamos de los amores naturales es aquello que hay de
divino, de eterno en ellos, y precisamente por eso, parece que nos pueden saciar. Los
amores naturales aparecen como algo querido por dios, padre creador, que ha depositado en
ellos parte de su esencia divina. De este modo lo que aparece al final de la obra se nos
presenta como lo anterior cronológicamente. La obra nos permite interpretar la historia del
hombre y del amor como una búsqueda, una queste de la eternidad, de lo que le llena el
alma, un proceso que parte del afecto y llega a su culmen en el amor de dios, como lo
único que perdura y por eso mismo, sacia.
Sin embargo no creo que este sea su mayor valor. A mi modo de ver su importancia
radica en la elaboración de toda una terminología nueva sobre el amor (amor-necesidad;
amor-dadiva, amor de apreciación, placer necesidad etc.), que nos abre nuevas perspectivas
sobre las cuales se puede hacer una relectura de toda la historia del amor en occidente y en
el mundo. ¿Qué tipo de amor es el del Tristan?, Qué hay en el fondo del amor cortés?, Es
un amor-necesidad el amor de lohn? Son preguntas nuevas que surgen a la luz del nuevo
universo conceptual desplegado por Lewis. Su obra adquiere así un valor de apertura, nos
indica una senda nueva, un nuevo planteamiento, para que la posteridad, si cree que vale la
pena, lo siga y progrese en el conocimiento de este estado tan complejo del alma que es el
amor.

EDUARD MARTÍ FRAGA


NIA 12285
Literatura Comparada B
Prof. Victoria Cirlot

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