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La muerte de Marguerite Duras

1.

E1: Estaba sobre una pared blanca.

E2: Creo que era una pared blanca.

E1: Color violáceo, de eso me acuerdo, negro violáceo. Estaba inmóvil.

E2: Casi muerta, pensé.

E1: Me acerqué muy cerca para mirarla: apenas se movían algunas de sus patas.

E2: Casi muerta, pensé.

E1: Parecía muerta, nunca había pensado en las moscas, sólo para maldecirlas.

E2: Sentí respeto por su quietud, por esa quietud que anticipaba el final.
Una soledad digna - pensé- eso, había dignidad en sus últimos momentos. Sentí la presencia
de la muerte -como si la muerte se pudiera ver... materialmente.
¿Por qué tan sola?, pensé. ¿Tendría hijos, sabrían que se estaba muriendo?
¿Se daría cuenta de la muerte por fuera o por dentro?

E1: Sola, resignada a morir sola, porque no había más moscas cerca, no divisé ninguna.

E2: Pensé si el ritual de la muerte en las moscas consistía en morir en absoluta soledad...

E1: Tal vez las demás huyen porque les horroriza la muerte.

E2: Se escapan para no verla morir.


Hacen lo que nosotros no nos animamos... pensé. Pensé en su vida: cuánto vive una mosca,

E1: dos - tres días

E2: Muy poco. ¿Estaría vieja? Temí enloquecer con mis razonamientos.

E1: Pero no podía dejar de mirarla, pensaba en una enfermedad incurable, podría estar
sufriendo.

E2: Sentí piedad.

E1: Cuando un perro se está muriendo, hacemos alboroto, pero la muerte de una mosca
común pasa inadvertida. Pero esa mosca se debatía contra la muerte.

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E2: Sentí la presencia de la muerte entre los dos, ella y yo.

E1: No podía dejar de mirarla.

E2: ¿Cómo sabía si estaba sufriendo?

E1: Tuvo, así lo creí cuando la observé, algunas convulsiones rítmicas, y luego quedó inmóvil.
Murió, pensé.

E2: Por fin la muerte y la vida tan juntas.

E1: Observé que se movía en el tramo delantero, estaba inmóvil, con leves movimientos en su
parte superior que se extinguían poco a poco. Me quedé con ella, había un extraño silencio, un
increíble silencio de muerte. La muerte estaba allí presente, entre ella y yo...

E2: Un extraño compartir entre una mosca común y yo. Ella sabía que yo estaba allí,
acompañándola en su momento final. ¿Sabría también acaso que estaba muriendo, que eran
sus últimos instantes…? Pienso que sí, hoy pienso que sí.

E1: La acompañé dormitando. De repente, desperté sobresaltado. No estaba. Mosca de


mierda.
Pensé: una broma de mal gusto, estaría volando riéndose de mí. La descubrí en el piso, había
caído de la pared al piso, yacía muerta, inmóvil. Miré el reloj: las tres y veinte

E2: ¿A qué hora habría muerto? ¿cuánto dormité?

E1: Desconté dos minutos. Tres y dieciocho había sido la hora del deceso.

E2: Los últimos minutos de una mosca común tal vez desterrada a la soledad.

E1: ¿Qué haría con su cuerpo?

E2: Nunca había tenido la sensación de tener la muerte tan cerca, tan inmensamente cerca.
Pensé: cuántas muertes deben ocurrir a nuestro alrededor sin darnos cuenta.

E1: Pensé también que la había acompañado más de media hora.

E2: Pensé en los solitarios del mundo.

E1: Quería ponerle el nombre de algún gran solitario.

E2: O solitaria. Marguerite Duras.

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E1: Ha muerto la mosca Marguerite Duras.

E2: Grité. Ha muerto la mosca Marguerite Duras, grité.

E1: Estaba feliz al encontrar un nombre. Cuando llegó mi mujer, le dije que una mosca llamada
Marguerite Duras había muerto a las tres y dieciocho, y que yo la había visto morir, que la
había acompañado en sus últimos instantes.

E2: Cómo.

E1: dijo sobresaltada.


Vi morir una mosca, Marguerite Duras se llamaba. Ella rió a carcajadas.
Estaba sola, le dije. Y quise acompañarla. Estaba muy sola Marguerite Duras.

E2: Por eso te digo, a veces pienso, el otro día a la noche, sí, el otro día, cuando salí al balcón,
había muchas estrellas, me di cuenta: cuántas, y pensé, vos sabes, digo, qué sé yo, me
parecieron miles, nunca tantas, pensé que si nosotros somos una de tantas.

E1: ¿Cómo?

E2: Si nosotros dos, aquí solos, con tanta gente en una, y hay tantas otras, que me pareció que
me caía para abajo, y cerré la ventana, no quiero abrirla más.
Me dan ganas de tirarme, qué sé yo.

E1: Miedo.

E2: Sí, miedo: eso, me da miedo.

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2.

E2: Hay algo de maravilloso en el suicidio, pienso... qué sé yo, es fácil decirlo, un último gesto
que queda en el más absoluto misterio, el último pincelazo. A veces me pasa tener un estado
de demasiada conciencia de mí mismo... comienzo a preguntarme cada uno de los gestos que
hago. Digo:

E1: Ahora me levanto y doy vueltas en círculo por el cuarto, me detengo, ¿cómo sigo?, toco
una pared a lo largo, con las manos palpando rugosidades. Después pienso: ah, ya sé, ahora
me tiro en la cama y hago 20 flexiones, me toco la frente, la nariz. Salgo corriendo al baño,
orino, lo intento; cuando estoy orinando pienso: qué viene después de la orina.

E2: Lo único que admiro es la intensidad de la desesperación, el momento más sublime… me


parece que la gente que veo hace gestos, se mueve, pero yo preveo el vacío.

E1: Ellos no parecen percibir el sin sentido y hasta parecen felices. ¿Cómo se puede vivir así?

E2: Pienso. No se dan cuenta de la inutilidad de los gestos. Pienso: Ese pobre hombre parado
con su rodilla derecha doblada y el talón en la pared está silbando, lo veo tocarse los genitales
con disimulo y pienso: qué irá a hacer ahora, camina unos metros, tres más exactamente,
abraza a otro hombre sin tener conciencia de la desesperación del momento. A veces pienso
que no saben que van a morir y se mueven espontáneamente. Cuando pienso en matarme en
esos estados críticos pienso... Pienso en matarme porque me parece siempre tendré que
inventar todos mis gestos, en cada instante de mi vida. Es inaguantable.

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3.

E1: Conozco una amiga que tiene una amiga que no puede leer porque tiene miedo al vacío
entre las letras.

E2: Miedo a caerse...

E1: Creo que sí - a caerse por el vacío de las letras. Tiene miedo. Terminó empleándose en
una fiambrería - cortaba salame de Milán con un cuchillo grueso. Le aliviaba sentir la densidad
del salame cortado por un cuchillo grueso - Un día el fiambrero le dijo que le iba a ser más fácil
cortar el salame por rodajas en la máquina. Pero entonces el salame cortado en la máquina
caía demasiado rápido - sentía que ella caía al vacío cada vez que la máquina cortaba las
rodajas de salame. Un día agarró el cuchillo y empezó a clavarlo en su pecho y gritaba. “Este
es mi pecho, lo siento - éste es mi cuerpo concreto cuando me clavo el cuchillo. Mi cuerpo
concreto. Mi dolor concreto". Yo por eso me hice boxeador. Los golpes en la cara, en el cuerpo
me hacen sentir - éste es mi cuerpo, me digo, mi cuerpo duele - éste soy yo. Cuando pego,
también las manos duelen al pegar. Son mis manos. Las siento. El dolor es mío.

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4.

E2: Te acordás.
Querida Aristóbula:
una semana sin verte y ya estoy desesperado.

E1: El departamento que el tío Serafín nos prestó por diez días queda en pleno centro y es muy
incómodo.

E2: Un ambiente amplio donde tenemos que dormir los tres.

E1: Vine porque solos los viejos no pueden estar sin pelearse. La playa que vamos es infernal.

E2: Para llegar al mar tardás media hora para mojarte los pies.

E1: Es un hervidero de gente y tenés que pasar por encima de todo tipo de cuerpos con
bronceador y saltear todo tipo de obstáculos.
Mamá trae la comida a la playa:

E2: Tortilla, huevos duros y salamines.

E1: Y a eso de las doce empezamos a comer.


Sabés lo que puede llegar a ser 20.000 personas almorzando al mismo tiempo. No sabés el
ruido que hacen, no hay espacio posible. Pero descubrí que nadie se queja por estar
veraneando.

E2: Todo se tolera.

E1: Mamá trae 2 tortillas.

E2: Una para nosotros y la otra la reparte entre la gente que no trajo comida.

E1: Estamos todos tan pegados y apretujados que el otro día, al abrir una gaseosa, le pegué
un codazo al señor que estaba al lado. Fue incomodísimo porque le dejé el ojo negro.

E2: Cuento los días y volvemos.

E1: ¡Esto es infernal y todos contentos!

E2: Te extraño, Aristo. Nuestras tardes en la piscina, nuestros besitos secretos debajo del agua
y todos nuestros mimos. Qué ilusión. Cuánto te extraño. Llego el miércoles. Otro tormento:

E1: Papá me obliga a dar una vuelta juntos, solos él y yo, todas las tardes. Se pone la mejor
pilcha y me obliga a caminar por la avenida principal y piropea a todas las minas jóvenes que

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pasan. “Viste cómo miran, deben pensar que somos hermanos”. En la playa, cuando estamos
almorzando, me pone la boca en mi oreja y me dice: “Mirá hijo, mirá esos culos, son los
mejores culos del mundo, no hay mejores, ni en Nueva Orleans, Nueva York o Connectitut”. A
veces no me deja comer de lo cerca que se pone. No tengo espacio para masticar. Y mamá
nos mira como si adivinara lo que me dice.
Cuando caminamos a la tarde, aprovecha para contarme todas sus experiencias amorosas,
todos los cuernos que le puso a mamá.

E2: No tiene la menor idea lo mal que me hace escuchar sus intimidades.

E1: Me da consejos sexuales.

E2: Es horrible.

E1: Cuando volvemos:

E2: “Te habrá contado todo, ¿no?”

E1: Me dice mamá.

E2: “Es un mentiroso. Puro alarde”.

E1: Y me empieza hablar de los fracasos sexuales de papá - de que nunca cumplió con ella
como hombre, me habla de su impotencia sexual, de las consultas médicas.

E2: Quedo atrapado entre los dos.


A veces he pensado: qué doloroso debe haber sido para vos haber perdido a tus padres siendo
tan chica. Y a veces te envidio: ¡De la que te zafaste, Aristo! iDe la que te zafaste!
No puedo vivir sin vos.
Dentro de pocos días estaremos juntos otra vez.
Te adora, siempre tuyo.

VOZ EN OFF: Claro que me acuerdo, grandote, cómo no me voy a acordar si la leí cien veces

5.

E2: Pero el viejo tenía además cosas buenas. Me enseñaba a boxear de pibe.

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E1: “Lo primero que tenés que hacer cuando suena la campana es poner cara de boludo, de
inocente y tirar una piña con todas tus ganas, con toda tu alma. La primera, aunque sea al aire;
entonces el otro piensa: esa cara de boludo de inocente y cómo tira las piñas.
Lo vas a acobardar, te lo digo yo que lo vas a acobardar con la cara de boludo, aunque la piña
vaya al aire lo importante es tirarla con toda el alma y poner cara de inocente, entendés.
En otro momento tenés que moverte hacia delante, todo el tronco, entendés. Y volvés
bruscamente hacia atrás. Es como un amague, entendés.
Sabés lo que lográs, sabés lo que lográs, que el otro se descompagina cuando vos vas hacia
delante y va a ir, digo, se va a mover hacia delante, cuando vos ya vas a estar atrás para
golpearlo, cuando ves que viene todo descompaginado”.

E2: “Por qué no le enseñas otras cosas, no podés enseñarle otras cosas. Lo único que le
podés enseñar es a tirar trompadas”.

E1: “Y qué querés que haga, si lo único que sé en la vida es ayudarlo en eso. A tirar
trompadas. A mí me hubiera gustado enseñarle números, eso, números me hubiera gustado”.

E2: Decía él. Y ella se reía, siempre se reía.

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6.

E2: Yo corría todos los días. Iba por Boyacá hasta la Av. Juan B. Justo. Un día iba corriendo,
haciendo sombra y tirando piñas al aire.
Me paré a descansar en una esquina, y un tipo me fichaba. Se acercó. Creo que venía con
otro, pero del otro no me acuerdo.

E2: “Bien pibe. ¿Querés trabajar con nosotros en los ratos libres?”.

E1: ¿De qué?

E2: “Y de qué va a ser, de golpeador, si es lo único que sabés hacer”.


Una hora por día nada más. Golpeás una hora y te vas. Te ganas unos mangos para los fasos.

E1: “Yo no fumo”. Empecé a ir todos los días y golpeaba. Una hora, me tenían, y después me
largaban.

E2: Al principio me impresionaba

E1: Pero también me servía como entrenamiento. Le empecé a tomar el gusto. Les pegaba con
los guantes de bolsa para no lastimarme los nudillos. Los traían agarrados.
Cuando los fajaba, les rompía la jeta. Los llevaban todos rotos.

E2: Cumplían siempre el horario.

E1: En una hora fajaba a 8 tipos.

E2: Un día me pusieron una mina


Una mina joven, parecía brava. No tenía más de veinte años. La tenían agarrada entre dos
tipos. Yo le dije al grandote:

E1: “Señor, me pusieron una mina para la fajada”.

E2: “Y qué hay, no te animas. Nosotros te pagamos para fajar a todos los que te ponemos
enfrente. Pegale a esa hija de puta. Pegale duro a esa conchuda”.

E1: Y se rajó. Nos quedamos solos. La mina me miraba fijo, parecía brava. No tenía miedo.

E2: Parecía que no tenía miedo.

E1: Yo tenía puestos los guantes de bolsa.

E2: “Señor”.

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E1: Me dijo.

E2: “Escuché que usted pega fuerte. En la cara péguenme, como a los demás. Abajo no me
pegue porque estoy embarazada y no quiero perder a mi bebé. Por favor señor al bebé no”.

E1: La miré fijo. Me miraba fijo. Sabía que no tenía respuesta, por eso tal vez me miraba fijo.

E2: Sentí que me caía en un abismo. En mi propio abismo.

E1: Nos seguíamos mirando.

E2: Yo seguía cayendo, era un abismo sin fondo. Con su bella mirada, me sostenía. Se me
cruzan las imágenes de todas las caras rotas, las imágenes de los que se llevaban a rastras,
después de las fajadas.

E1: Me ajusté los guantes de bolsa. Ella me miraba, me seguía mirando. Yo empecé a tirar
trompadas... al aire... Ella me seguía mirando. Tiré todos los golpes que el viejo me había
enseñado pero eran golpes al aire. Uno de los golpes dio en mi cara. Me pegué dos golpes
más. No la tocaba. No podía pegarle, me seguía mirando. Yo seguía tirando piñas al aire, con
toda alma y vida, algunos golpes daban en mi jeta, otros quedaban en el aire. No pude pegarle,
no podía pegarle nunca.

E2: “Así que no la tocaste a la mina, no pudiste pegarle ¿no?”.

E1: Me dijeron que no fuera más, que desapareciera del barrio y que no hablara nunca de eso
porque, si no, me iban a buscar y me iban a boletear.

E2: “Entendiste bien, Cassius Clay, adonde sea, no hables nunca. No te conozco, nunca te vi
en mi vida. Vos no me conoces, nunca estuviste en este lugar. Nunca pasaste por aquí. No
quiero verte la jeta nunca más, ¿entendiste? Te rompemos los huevos. Calladito, bien calladito.
Entendiste bien, pibe. Olvidate de todo, pibe, de todo. ¿Y, qué decís?”.

E1: “No sé quién soy, nunca lo vi en mi vida, no recuerdo quién soy, no recuerdo nada de lo
que me enseñaron, ni el nombre de mi padre, ni el de mi madre... ni haber nacido”.
Estaba extrañado de mi respuesta. Como absorto, confundido.

E2: “Bien, pibe. Aprendiste rápido... muy rápido. Vení, acercate, Cassius Clay, te quiero decir
un secreto en el oído”.

E1: Me acerqué desprevenido, me pegó una patada en los huevos, caí arrodillado. Me pegó
fuerte en la cara. Sangraba... creo que me rompió varios dientes.

E2: “Para que no te olvides. ¿Entendés?”.

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E1: Estaba arrodillado. Sangrando, con dientes rotos.
Él estaba atrás como para darme otro golpe, vi una baldosa en el suelo. Estaba floja. Arriba
había un diente mío, fue instantáneo.
Agarré la baldosa y se la puse con todas mis fuerzas en la jeta. Se la partí en el bocho.
La sangre le brotaba, él seguía de pie sin moverse. Empecé a correr por la puerta de salida, y
corría por unos matorrales.

E2: Entre los matorrales, pasto alto, sentía que él venía detrás gritando muy fuerte.

E1: Me di vuelta, y lo vi todo ensangrentado. Pegaba alaridos mientras me perseguía.


Sangraba por los ojos y los oídos. Corría con un palo y también pisaba los matorrales. Yo
corría velozmente, pisando los matorrales y él gritaba pisando también los matorrales.

E2: Yo escuchaba mis pasos sobre los matorrales y más atrás sus pasos sobre los matorrales.
Parecía música: sus pasos, mis pasos y sus gritos. Sólo escuchaba eso: el ruido que hacían
nuestros pasos sobre los matorrales. Era raro.

E1: Y cada tanto, un grito de él, un grito terrible, como de dolor. Así, largo rato. Después, dejó
de gritar.

E2: Y sólo escuchaba nuestras piernas pisando los matorrales, las de él y las mías. En un
momento me pareció tenerlo muy cerca, me pareció que sus pisadas sobre los matorrales las
oía cerca. Era otra música, pensé, la cercanía de sus pasos sonaba diferente.

E1: Después escuché un ruido sordo. Ya no había sonido de sus pisadas sobre los matorrales.

E2: Sólo sentía la música de mis pisadas.

E1: Corrí más ligero, no me di vuelta. Seguí corriendo largo rato, escuchando sólo la música de
mis pisadas.
Sé que después caí. Pero mucho después

E2: Mucho después.

E1: Nunca más escuché esa música.

E2: Nunca más.

E1: Nunca más.

7.

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E2: Vienen y van. Eso sí, no faltan nunca. Tendría que hablar de ellos. Que diera detalles. Qué
sé yo... Nunca sé si son dos o una persona la que llega. Al principio las consideraba batallas,
por lo imprevisto. Acometían ferozmente. No decían nada. Ni una palabra.

E1: Por lo menos no mienten.

E2: Llegan y se van. Hay un tiempo de espera. A veces me encuentro imaginando la futura
arremetida. Me río. Parece una locura.

E1: Tal vez con el tiempo ya no son batallas, solo encuentros.

E2: Sí, ahora son encuentros. Yo los espero. Son cada tanto. Si por lo menos pudiese precisar
el tiempo... Adivinar: dentro de dos horas vendrá la arremetida. Pero ya no sé calcular el
tiempo. Alguno de ellos me hizo una pregunta que conservo en mi memoria por ser lo único
hablado entre nosotros. Me preguntó si había llovido aquí a la mañana. Nunca supe qué quería
decir por “aquí”. Si se refería a mi pequeño espacio de mis intimidades, o tal vez se refería a
algún territorio más amplio que ya no puedo reconocer, pero que tal vez él imaginaba cerca de
mi terruño. No le pude contestar porque no conocía en ese tiempo nada fuera de mi terruño. No
creo, no lo sé, que se estuviera refiriendo a ciudades o localidades que hace tiempo que no
forman parte de mi mundo o de mi interés. Yo sólo puedo hablar de mi terruño.
Vienen y van. Todo sigue su curso. Aprenderé alguna vez a darme cuenta que es muy corto el
tiempo de nuestras vidas para seguir hablando de los otros.

E1: Si los hay.

E2: Digo bien. En el caso de que hubiera otros.

E1: Sería aterrador que no vinieran más.

E2: Porque entonces tendría que hablar solo de mí. Y ya tengo poco que decir de mí, cada vez
menos.
Vienen y van. Lo creo así. Lo tengo que creer así. Mi porción es esta.

E1: No es poco.

E2: Mi porción trata de silencios cortos, largas peroratas y algunos encuentros cada tanto.

E1: Si los hay.

E2: Creo que sí los debe haber. Por qué no. iQué maravilla! Todo esto es muy largo.

E1: Pero la rutina no debe interferir, no debemos dejar que la misteriosa rutina nos invada.

E2: Si por lo menos pudieran entenderme. Qué enorme cansancio me invade.

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E2: Buscar el detalle que pueda modificar la rutina. Un accidente. Un accidente al pasar que
pueda transformar la cotidianeidad en un hecho singular - extraordinario - en un acontecimiento
a rememorar.

E2: De eso se trata.

E1: Simplemente de eso. De buscar hechos significativos que puedan romper el círculo de la
cotidianeidad. Lo que hay que buscar es…

E2: El asombro.

E1: El asombro.

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8.

E1: Nos dimos un beso intenso, con la intensidad de otras épocas milenarias, mi lengua
recobraba sensibilidades perdidas.

E2: A veces las lenguas envejecen también, y van perdiendo sensibilidad, se vuelven seniles.
No pierden ni poder ni fuerza.

E1: Pero sí sensibilidad, se bese lo que se bese.

E2: ¡Cuánto me gustaría creer en Dios a veces!

E1: Como si mi lengua de golpe tuviera la capacidad de estremecerse, cuerpo al rozar.

E2: Sí, digo bien.

E1: Rozar la lengua de la joven que experimentaba un beso con un hombre mayor. Y lo que
más me llamó la atención es la intrépida erección que no necesitaba de preparativos previos ni
sufrimientos agónicos.
Fue instantánea, me apreté feliz al cuerpo de la jovencita que parecía también descubrir algo
novedoso en este sutil encuentro.

E2: Todo sucedía sin pensarlo. Otra, un cuerpo entero, por Dios.

E1: Lengua, pene, asociados en un estremecimiento del que había perdido noción en los
últimos años.

E2: Maravilloso acople donde no se piensa.

E1: Solo acontece todo.

E2: Sentí un lejano miedo cuando...

E1: La jovencita parecía tomar una iniciativa en el beso, y su lengua exploraba a más velocidad
que la mía, tal vez un tanto cansada, después de los minutos iniciales de tanta intensidad.
Perdí noción, me entregue al ritmo.
Ella dijo algo así como:

E2: “Se mueve. se mueve algo”.

E1: Era notorio que mi miembro, aún con pantalones, se movía entre sus piernas. Y entonces,
le dije sabiamente…

E2: …como si en ese momento mi experiencia apareciera en forma de consejo esclarecedor:

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E1: “Yo me muevo, querida, y se mueve mi cadera - y tal vez mi sexo pero eso es bueno y es
lindo”, dije, mientras acentuaba mis movimientos pélvicos y la apretaba ferozmente contra mí.

E2: “Se sigue moviendo.

E1: dijo, y se apartó.

E1: Se mueve en mi boca, su dentadura señor, a mí no me importa, me excita jugar con su


dentadura floja adentro de mi boca”.

E2: Y siguió besándome con intensidad.


Era cierto, mi dentadura se movía.

E2: Tuve miedo de que, en pleno frenesí, pudiera tragarmela.

E1: Pero no importaba. No había vuelta atrás. Si me la tragaba bien valía el momento vivido.
Me dijo:

E2: “Me parece que me voy. Me estoy yendo mi amor”.

E1: Y se estremeció contra mi cuerpo con su orgasmo juvenil.

E2: “¿Puedo verla?”

E1: Intenté desabrochar mis pantalones.

E2: “No, no. Quiero ver su dentadura, no su miembro eréctil y aburrido, muéstremela quiero
conocerla. Por favor, muéstremela, está suelta”.

E1: Fue un instante - la aflojé y se la posé en la mano.

E2: “¡Qué linda es! Tiene todos los dientes. No falta ninguno”.

E1: Dijo. Tenía mi dentadura entre sus manos y la empezó a chupar. Tuve asco.

E2: De quién, me pregunté. Asco para quién.

E1: Dejó la dentadura en una mesa.


Recuerdo un comentario sobre la blancura de mis dientes, de los dientes de la dentadura.
Y agregó:

E2: “Vení, besame ahora, pero sin tus dientes”.

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E1: “Ahora”, dije yo.

E2: “Sí, ahora”.

E1: Y comenzó a chupar mi encía, y yo besaba más que nunca.

E2: “Me gusta besar a un viejito sin dientes”.


Otro estremecimiento gritando: “viejito desdentado hijo de puta, caníbal devorador”. “Abuela
perversa”.

E1: Quién iba a imaginar tanta novedad. Se rió, me alargó la dentadura, me la puse... me
miró... nos miramos, caminamos de la mano.

E2: “¿Hace mucho que la tiene?”

E1: Noté que había perdido todo pudor.


“Cinco años, nunca se aflojó tanto. No sé. No sé qué decir”

E2: “Y qué tiene que decir, para qué decir más, no hace falta, ya dijimos todo”.

E1: Y se rió.

E2: “La próxima vez no se olvide de traermela”.

E1: Pensé que Yo no le importaba, que solo existía en función de dentadura: con dentadura y
sin dentadura. Pero no yo, sino la prótesis.
Al irse me saludó con su mano. La vi irse. Caminé por la calle. Me metí en un bar. Pedí una
ginebra.

E2: Estaba confundido.

E1: “No, tanto no -le dije al mozo-. Media”.

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9.

E2: Siempre pasa algo. Siempre ocurre algo. Aun en la desesperación y el vacío. Siempre pasa
algo. Todo sigue su curso. Siempre ocurre algo.
Si pudiéramos lograrlo.

E1: Se trata de lograr un mundo feliz donde cada uno tenga su lugar, su pequeña escenografía,
pequeñas convulsiones diarias que parezcan crear pequeñas ilusiones, pequeñas pasiones...
Tal vez en eso consista

E2: La libertad.

E1: La libertad.

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10.

E2: Cuando era joven quise ser actor de cine.


Me decían que tenía mucha pinta.

E1: Bueno, era cierto tenía una pinta que mataba.


Las minas me decían que me parecía a Marlon Brando.

E2: Me recomendaron un director de teatro.


El tipo me puso frente a un espejo enorme y me dice:

E1: “Pone cara de alegría”.

E1: Yo puse.

E2: “Quiero los músculos de tu cara bien tensos. Más fuerte. Mirate bien en el espejo. Esa que
tenés enfrente es tu cara de alegría. Mirá los músculos de tu cara. Miralos bien. No te olvides
más”.
Ya me empezaba a acalambrar…

E1: La jeta.
“Aguanta un poco así no te olvidas más. Ahora pone cara de tristeza”.

E2: La puse.

E1: “Mirate en el espejo. Esa es tu cara de tristeza. No te la olvides nunca tampoco”.

E2: De repente me puse a llorar.


Me preguntó qué me pasaba, que era importante que me acordara de la imagen que me vino
cuando empecé a llorar.
Que no comentara la imagen. Que la guardara para mí.
Yo lloraba como loco.
Me acordé de mi hermanito menor, cuando murió.

E1: “Bien pibe, ese es el camino de la memoria emotiva. Primero los músculos, después la
emoción”.

E2: Fui dos o tres veces y me raje. Lloraba siempre. No me gustaba ir. No fui más. Sufría
mucho. Ahora con el paso de los años comprendo mejor la intención de los ejercicios. La vida
me enseñó muchas cosas. Pero a los veinte años no entendía por qué tenía que sufrir tanto.

E1: Me acuerdo de una pelea que me estaban fajando y de repente puse cara de alegría, como
me había enseñado el profesor.
El otro me dejó de pegar.

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E2: “De qué te reís, boludo” me dijo. Y se quejó al referí de que yo le hacía morisquetas.
No me pudo pegar más. Le gané por puntos.

E1: Fue la única vez que puse esa cara.

E2: La que me enseñó el profesor, la de la memoria emotiva. Asquini se llamaba el profesor.


Ahora me acuerdo.

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11.

E2:
A: “Vos sabes que a mí no me gusta que me nombres junto a tus mujeres”.
B: “Si yo no te nombro”.
A: “Es verdad, casi nunca me nombrás, solamente cuando tenés miedo te acordás de mi
existencia”.
B: “Y qué más querés”.
A: “Que cuando decís mi nombre, desde siempre, lo hiciste porque siempre fuiste igual. Decís
mis minas: Alina -Cleopatra - Segismunda - Atril - Marcela - Josefina - Tatiana - Ludovica -
Carmen - Delia - Aristóbula - Inés - Josefa -Sonia”
B: “Siempre fueron muy buenas conmigo - muy adorables”.
A: “Me pluralizás - me convertís en una de tantas, en una serie que se vuelve anónima. Me
estoy olvidando de alguien, ya sé. Rebeca, la mujer inolvidable, esa puta que te volvió loco”.
B: “Pero yo te quiero a vos sola, siempre te quise a vos sola”
A: “Pero nombrás a todas las demás y yo quedo en una lista”.
B: “No... no... no... sos injusta, cuando digo Aristobula, tu nombre, pronuncio, digo: Aristo -
Bula, divido el nombre en dos como si valieras por dos, me entendés”.

E1:
A: “Siempre te entendí, por eso estoy a tu lado, en el medio de tus terrores, en el medio de tus
pánicos - en los largos recorridos de noches interminables”.
B: “Claro... claro, ¿por qué no te casaste conmigo?”
A: “Porque nunca me pediste que fuera tu mujer”.
B: “Sí, te lo pedí”.
A: “Una vez sola. Y creías que te morías, me pediste que fuera tu mujer en el mismo momento
que te daban la extrema unción. ¿Te acordás de la cara del cura?
B: “¿Cuál, el que me daba la extrema unción?

E2:
B: Me preguntó si tenía fe, y le contesté que tenía la esperanza que Dios se acordara de los
pobres algún día, que si él no creía que era injusto que hubiera tanta hambre en el mundo”.
A: “Y el cura se enojó con vos, el médico dijo que se apurara, que había poco tiempo”.
B: “El cura seguía enojado, me acuerdo, y se puso a hablar del libre... ¿cómo era?”.

E1:
A: “Libre albedrío”.
B: “Le dije que no entendía, me dijo que era un ignorante y el médico lo apuraba porque la
presión mía se iba al carajo. Pero el cura me gritaba y me decía que tuviera más respeto, ya no
pude escuchar más, sólo le miraba la boca abierta gritando, los dientes amarillos, y fue allí que
el médico se retiró de la sala, después el cura me tiró un liquido encima”.
A: “Y fue allí donde vos, hijo de puta, me dijiste si yo me quería casar con vos, yo dije cuándo”.

20
E2:
B: “Yo te contesté: ya, ahora mismo, rajá a buscar al cura y nos casamos ahora - vos rajaste a
buscarlo y me dijiste que el cura estaba como loco y que había tenido presión alta, te dije que
fueras a buscar otro cura, dijiste que no era necesario. Yo pensé que vos pensabas que era
fiambre, y yo te dije, ¿te acordás, lo que te dije?”.
A: “Sí”.
B: “Qué te dije”.
A: “Me dijiste que ahora sobre el final sabías que sólo me habías querido a mí”.
B: “¿Por qué?, te pregunté”
A: “Y yo te dije que porque siempre te había cuidado en las buenas y en las malas
B: “¿Qué más?.(PAUSA) Te dije que habías sido una hembra fabulosa en la cama y una
compañera.

E1:
B: “¿Dije compañera, no?”.
A: “Sí, dijiste compañera”.
B: “Qué raro - qué raro que te haya dicho compañera”.
A: “Que había sido muy tierna, cariñosa con vos siempre”
B: “Siempre te dije”.
A: “Siempre, me dijiste, me dijiste que te empezabas a morir - como Marguerite Duras, me
dijiste, como la mosca Marguerite Duras. Me dijiste que te acompañara, como vos habías
acompañado a Marguerite Duras. Me preguntaste la hora. Te dije: las cinco y diez. Me dijiste
que ella había muerto a las tres y dieciocho. Me pediste que no te dejara solo, que te diera la
mano, que querías morirte con el calor de mi mano entre Ias tuyas, y que no habláramos más,
que estaba todo dicho, que permaneciésemos en silencio, me dijiste te quiero con tus manos
sobre Ias mías. Yo te dije: yo también te quiero, fuiste el gran amor de mi vida, grandote”.
B: “Me tenía que morir para que me lo dijeras”.

E2:
A: “Y me hiciste una seña de silencio, nos quedamos callados - y vos te pusiste a llorar, nunca
te había visto llorar de ese modo - sollozabas y lloramos los dos un largo rato, no puedo
acordarme cuánto tiempo, pero fue un rato largo, en un momento, cerraste los ojos y yo pensé
que te habías muerto y salí corriendo, gritando por los pasillos, a buscar al médico. Cuando
volví, estabas sentado en la cama, le preguntaste al médico si te podías morfar un bifacho con
huevos fritos. El médico se rió y el cura que venía detrás también se empezó a reír, después
me empecé a reír yo y después vos. Nos reímos los cuatro sin parar un largo rato. Vinieron
otros médicos y enfermeras que al vernos se empezaron a reír también a carcajadas - el
personal venía y se contagiaba la risa, hubo un momento que había como veinte personas a
las carcajadas - las carcajadas se contagiaban, se reía todo el hospital, nadie sabía de qué se
reían, vino el director a ver qué pasaba,

E1:
A imponer orden.

21
E2:
Y le dio un ataque de risa, y después de hipo y lo tuvieron que Ilevar a la guardia. Nadie podía
parar de reír, las carcajadas parecían que subían y bajaban Ias escaleras - por ahí alguien
intentaba parar, pero era imposible, porque apenas paraba se volvía a reír con más ganas y la
risa se contagiaba entre todos, parecía que ya no éramos nadie, sólo sonidos de carcajadas
imparables”.

E1:
B: “Uno de los que más se reía era el cura, que en un momento se empezó a tirar pedos y
después se cagó. - y salió corriendo por las escaleras - uno gritó: el cura se cagó. Y todos
empezamos a gritar al unísono: el cura se cagó. Cuando miré por la ventana, lo vi al cura correr
y la gente se reía en la calle - por todas Ias calles sonaban carcajadas - se oían las carcajadas
y el grito: se cagó, se cagó, el cura se cagó”.
A: “De repente, porque fue de repente - todo se fue silenciando -las carcajadas empezaron a
perder fuerza, después hubo un largo silencio, la gente se iba retirando. El silencio era pesado,
angustioso, horrible. Yo miré por la ventana y vi que había un carro de policía que con
mangueras hacía callar las últimas carcajadas. Se acabó la joda, gritó uno de ellos y le pegó un
sablazo al último de los rebeldes que se seguía cagando de risa”.
B: “Le abrieron la cabeza, pero al loco le daba más risa, no podía parar de reírse y lo agarraron
entre varios a patadas. Lo rompieron todo, y se lo llevaron a la guardia. Oí que alguien dijo:
esto no podía seguir así - había que parar la cosa - imponer orden - un poco de orden. Tuve
siempre la sensación de que tanta alegría junta no se podía tolerar. Hubo demasiado desborde
de alegría, y eso era peligroso - la alegría cuando se contagia así es peligrosa. La velocidad de
la propagación los asustó”.

E2:
A: “Todo fue muy rápido, eso los asustó. Después entró una enfermera y dijo que te iba a dar
un calmante. Yo te pregunté si te acordabas lo que habías dicho. ¿Cuándo?, me dijiste”.
B: “Nada, te dije”.
A: “Me dijiste algo que no entendí pero que lo recuerdo muy bien”.
B: “Qué te dije”.
A: “No hay imagen verdadera en un objeto ordinario, siempre nos detenemos en los contornos
de la imaginación - como quien tomara de la tierra una botella o exprimiera un frasco de
perfume - no salimos nunca de los contornos - no nos animamos. También dijiste, otra cosa”.
B: “Qué cosa”.

E1:
A: “En eso que voy a convertirme tengo miedo, vení conmigo. Pasamos juntos al otro lado. La
nada, a eso tengo miedo - ¿cabremos los dos allí juntos? - no me dijiste nada más. Te di la
mano”.
B: “Qué hora es”.

E2:
A: “Las tres y dieciocho.

22
E1 Y E2:
A: La hora que murió la mosca Marguerite Duras”.

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