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Hace 100 años solo los jóvenes que pertenecían a las clases dirigentes podían acceder a las

universidades, que por entonces eran instrumentos esenciales de control ideológico para
garantizar la continuidad del sistema. El sistema universitario vigente era tan obsoleto que en
uno de los programas de Filosofía se hablaba en la «bolilla» 16 de «los deberes para con los
siervos». En la Universidad de Córdoba el clero hacía sentir su influjo. Esto llevó a la
movilización de los estudiantes que crearon en marzo de 1918 un «Comité pro Reforma».

El consejo superior respondió con el cierre de la universidad, lo que desató una ola imparable de
protestas estudiantiles. También el gobierno de Hipólito Yrigoyen apoyó el movimiento y la
reforma no tardó en llevarse a cabo. El movimiento universitario reformista renovó los programas
de estudio, posibilitó la apertura de la universidad a un mayor número de estudiantes, promovió
la participación de estos en la dirección de las universidades e impulsó un acercamiento de las
casas de estudios a los problemas del país. La reforma tuvo un profundo impacto en toda
América Latina.

Si en 1918, el movimiento reformista logró ampliar el acceso a la universidad a los sectores


medios, en el siglo XXI el desafío debe ser –señala Ricci- defender el Sistema Educativo
Universitario y llevar a cabo «una nueva transformación para que la universidad se abra aun
más a la sociedad, a todos los sectores». Los dos grandes hechos históricos que marcaron el
camino a seguir en relación a la política universitaria Argentina fueron la Reforma Universitaria
de 1918 y la sanción de la Gratuidad Universitaria en 1949 por decreto de Juan Domingo
Perón. La primera, enmarcada en un momento político clave en el que por primera vez se
consagra, mediante un sufragio legítimo, un presidente democrático de nuestro país, constituyó
un gran paso hacia la democratización del proceso universitario argentino. A partir de
entonces, la universidad abre su acceso a los sectores medios.

El Sistema de Educación Público Universitario argentino, tomado como ejemplo en todos los
reclamos regionales por basarse en los pilares del ingreso irrestricto y de educación gratuita y
pública, propone una universidad autónoma, cogobernada, inclusiva y de calidad. En el año del
centenario de la Reforma Universitaria nos enfrentamos en Latinoamérica a un brusco cambio
político, con líderes conservadores o neoliberales que no comparten los ideales del Sistema
Universitario Público legado por sus antecesores. Estos nuevos vientos de derecha que golpean
a la universidad, y tienden a una separación del estudiante y futuro profesional de su
contexto, agitan el ideal de un sujeto universitario individualista escindido de contexto social, al
que solo le importa el libre ejercicio de su profesión. La educación es tenida como un bien
valorable solo en los términos cuantitativos del rédito económico, una inversión que apunta al
lucro.

Es el momento de una nueva transformación, de que la universidad se abra aún más a la


sociedad, a todos los sectores. A 100 años de la Reforma, cada vez más hijos e hijas de
trabajadores y trabajadoras deben llegar a la universidad. Hay que imbricar la educación
superior en un ciclo virtuoso con el contexto social, que tenga como objetivo primario el bien
común. Estamos ante el desafío de lograr una apropiación social de la universidad que la
coloque en un lugar de relevancia en el proceso regional de construcciones de sociedades más
justas.

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