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El tráfico de esclavos en las Islas comenzó a inicios del siglo XVI. Según las cifras que
maneja el catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Las Palmas de Gran
Canaria (ULPGC), Manuel Lobo, en los siglos XVI y XVII había entre un 15-20% de
población esclava en las islas de conquista realenga: Tenerife, La Palma y Gran Canaria.
Solo en esta última isla, se calcula que en el siglo XVI había 10.000 esclavizados, de los
cuales un 70% eran negros. Y en la ciudad de Las Palmas se alcanzaron cifras que la
asemejaban a capitales andaluzas y castellanas. Lobo recuerda que en este sector de la
población había, en menor medida, personas del norte de África y en un número
mucho mayor, subsaharianos que procedían de Senegal, Gambia, Guinea Bissau y años
después de Biafra, El Congo y Angola.
Varias localidades canarias vieron aumentar su riqueza gracias al oro blanco. Los
ingenios azucareros de Los Llanos de Aridane y San Andrés y Sauces en La Palma; de
Garachico, La Laguna, La Orotava, Adeje o Güímar en Tenerife y de Arucas, Guía, Telde,
Tenoya, Agaete o Las Palmas en Gran Canaria obtuvieron importantes ganancias al
colocar su producto en el mercado internacional a precios competitivos gracias a la
fuerza de trabajo de las personas africanas. […]
“El tener esclavos a los que no se les pagaba un sueldo y a los que se les hacía trabajar
de sol a sol permitía tener un producto de calidad. Y en segundo lugar, se obtenía un
azúcar competitivo, y para ser competitivo, indudablemente, la mano de obra no podía
costar”, subraya Lobo.
En el caso de la capital de Gran Canaria, por aquella época simplemente Las Palmas sin
el apellido de la isla con la que se la rebautizó en la década de los años 20 del siglo
pasado para no confundirla con Palma de Mallorca, Lobo apunta que los esclavizados
se convirtieron en una pieza clave para su desarrollo urbano y económico. El
historiador enumera que las mujeres lavaban la ropa y cuidaban a los niños y ellos
abrían los caminos, ayudaban a construir casas y obras civiles, transportaban agua a las
casas y trabajaban en las canteras y con la maquinaria que levantaba piedras. Un
ejemplo es la catedral de Santa Ana, en cuya construcción es probable que participaran
esclavos ya que era habitual que los canteros y albañiles se ayudaran de ellos en
aquella época, como detalla también Lobo.
Pero además, en la ciudad capitalina, el comercio esclavista adoptó una forma todavía
más lucrativa. A la fuerza de trabajo de los ingenios azucareros y demás profesiones, se
sumó la función que cumplía el puerto de la ciudad como centro de abastecimiento y
distribución. Su posición estratégica en el comercio triangular –con Europa, América y
África- le dio una posición ventajosa en el escenario internacional. En sus muelles se
reparaban los barcos y se abastecían de víveres y combustible las embarcaciones antes
de partir a la costa occidental africana o a América. Por este puerto entraban las
personas que serían compradas por los dueños de tierras y hacendados de las Islas
para que trabajaran en sus propiedades o por mercaderes peninsulares, flamencos,
genoveses e ingleses que hacían negocio con la compraventa de esclavizados que más
tarde trasladarían a las colonias americanas. Era tan determinante este mercado para
la ciudad que cuando en 1599 se prohibieron las expediciones, “Las Palmas, el más
importante mercado de seres humanos, vio arruinado su activo y provechoso
comercio. La ciudad se despobló, los mercaderes se retiraron, los navíos buscaron otros
puertos; faltó el dinero y aumentó la pobreza general”, tal y como expresó el
historiador Romeu de Armas en su libro Piraterías y ataques navales contra las Islas
Canarias.