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FERNÁN PERAZA, padre de Guillén Peraza, era oriundo de Valdeflores (Sevilla), hijo
de Gonzalo Pérez Martel y de doña Leonor Ruiz Peraza, a los que les transfirieron el
Señorío de las Islas Canarias el 28 de junio 1443 y el derecho a conquistar el resto de las
Islas Canarias (Gran Canaria, La Palma y Tenerife).
Desde Lanzarote, que en ese momento histórico era donde residía el poder de los
conquistadores, Fernán Peraza invita a su hijo Guillén Peraza, del cual se decía que
poseía bríos, mucho valor y gentileza, heredados de su abuelo, que había ejecutado
grandes y memorables correrías contra los moros en Sevilla.
Con la ayuda de los castellanos, Fernán Peraza cuenta con tres fragatas de guerra,
doscientos ballesteros y trescientos canarios de las islas de Lanzarote, Fuerteventura,
Gomera y Hierro, que estaban bajo su mando. Con ese poder confiere a su hijo Guillén
Peraza la conquista de La Palma y salen desde la bahía de lo que hoy es San Sebastián
rumbo a La Palma.
El recibimiento que le dieron los palmeros fue de tanta firmeza que de inmediato el
invasor fue oprimido bajo la lluvia de piedras que le caían desde las alturas.
La agilidad y destreza con que trepaban los riscos más escarpados y la facilidad de
esconderse para atacar de nuevo por sorpresa fue la gran estrategia de los palmeros
contra el invasor Guillén Peraza.
Ante lo imprevisto, las tropas de Guillén Peraza retroceden en franca huida hacia la
ribera, pero el joven Peraza, basado en sus atributos de buen guerrero, desenvaina su
espada y da órdenes de arremeter contra los insulares, sin darse cuenta de que para los
aborígenes de La Palma su mejor arma era el lanzamiento de piedras, pues desde niños
eran adiestrados y efectuaban competencias. Una de las piedras lanzadas certeramente
da en la cabeza de Guillén Peraza, con tal contundencia que lo mató.
Entre los conquistadores castellanos la muerte de Guillén Peraza fue el infortunio más
lastimoso. En su retirada logran recoger el cadáver de Guillén Peraza, y en su intento
por llegar a los navíos murieron muchísimos conquistadores. La escuadra regresó a La
Gomera con el cadáver del joven guerrero y en sus exequias el pueblo entonó endechas,
que gracias al padre Juan Abreu Galindo hoy conocemos.
¡Llorad, las damas, / así Dios os vala! / Guillén Peraza / quedó en La Palma, / la flor
marchita / de la su cara. / No eres palma, / eres retama, / eres ciprés / de triste rama; /
eres desdicha, / desdicha mala. / Tus campos rompan / tristes volcanes, / no vean
placeres / sino pesares; / cubran tus flores / los arenales, / ¡Guillén Peraza! / ¡Guillén
Peraza! / ¿Dó está tu escudo? / ¿Dó está tu lanza? / Todo lo acaba / la malandanza.