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¡Machos a la marcha!

Significado e identidad de la masculinidad en el contexto militar

Janeth Adriana Bravo Benavides, CC 1004623362

El documento analiza cómo se construyen las identidades masculinas en el


contexto militar colombiano, revelando la estrecha relación que existe entre ciertas
nociones de la masculinidad y la perpetuación de la violencia. Se pone de
manifiesto la influencia que ejercen los dogmas institucionales sobre los
individuos, moldeando su forma de pensar y actuar de acuerdo a ideales que
glorifican el uso de la fuerza y minusvaloran rasgos considerados "femeninos".

Esta investigación resulta dolorosamente reveladora. Duele reconocer que la


violencia en Colombia responde en gran medida a rígidos esquemas de género
que nos han sido inculcados desde la cuna. Es imposible leer los lemas del
ejército que equiparan hombría con valentía en combate, o escuchar los nefastos
discursos de ciertos políticos, sin sentir cierta angustia e indignación. Sin embargo,
también hay algo de esperanza en el hecho de que se realicen estudios como
éstos. Verbalizar el problema es el primer paso para transformar estas nocivas
construcciones sociales y romper de una vez el ciclo vicioso de violencia.

Al enfatizar valores como el valor, el honor y el sacrificio, el ejército fomenta la


conformación de masculinidades agresivas y la cosificación del enemigo. Se
moldean hombres para la guerra, para matar y morir. Incluso quienes sobreviven y
vuelven a casa arrastran profundas heridas emocionales, que con frecuencia son
transmitidas a sus familias. Es trágico pensar en la cantidad de colombianos,
combatientes y civiles, cuyas vidas han quedado marcadas para siempre por
décadas de horror. Jóvenes que fueron criados en la idolatría por las armas y la
fuerza; mujeres abusadas como trofeos de guerra; cientos de huérfanos y viudas.
Las secuelas son incalculables.

Y aún en el marco de los acuerdos de paz, estos discursos que enaltecen una
masculinidad violenta siguen latentes. El rechazo que expresaron ciertos sectores
frente a lo que llamaron "ideología de género" no es sino la reiteración del
profundo conservadurismo de nuestra cultura, todavía renuente a despojarse de
sus arraigados prejuicios.

Es urgente replantear nuestros paradigmas dominantes sobre lo que significa "ser


hombre". Necesitamos modelos alternativos que validen también esas cualidades
"femeninas" como la compasión, la ternura, la expresividad emocional. Quizás así
podamos empezar a construir una sociedad más pacífica e incluyente. Mientras
sigamos glorificando la violencia como atributo masculino, condenaremos a
nuevas generaciones a perpetuar el horror.

Pero este cambio de mentalidades no será fácil. Estamos hablando de estructuras


sociales profundamente interiorizadas, que se refuerzan a través de instituciones
tradicionalistas como la Iglesia, los medios de comunicación e incluso la familia.
Transformar imaginarios tan arraigados requerirá de políticas públicas
contundentes y sostenidas en el tiempo. Se necesitan programas educativos,
campañas mediáticas, iniciativas comunitarias y un compromiso real del Estado
para impulsar el cambio cultural.

Asimismo, es clave trabajar con los grupos directamente involucrados en la


violencia armada. Los programas de reinserción para excombatientes deben
apuntar no solo a la desmovilización logística sino también a la transformación
humana. Se requieren procesos psicoeducativos que faciliten la conexión con
emociones reprimidas, la expresión del dolor acumulado y la resignificación de sus
propias historias. También espacios seguros donde construir nuevas
masculinidades que validen la vulnerabilidad, el perdón, la creatividad. Solo así
podrán romper con décadas de adoctrinamiento militar y comenzar una nueva vida
en sociedad.

Del mismo modo, urge atención psicosocial para las víctimas sobrevivientes,
dando prioridad a comunidades étnicas y de zonas rurales más afectadas por el
conflicto armado. La reparación integral debe apuntar a restaurar no solo los
daños materiales sino también la confianza, la dignidad y las relaciones
interpersonales destrozadas por la violencia. Aquí también la perspectiva de
género es crucial, pues las victimizaciones vividas por hombres y mujeres son
cualitativamente distintas.

Romper el ciclo está, en gran medida, en nuestras manos. Y éste es un buen


comienzo. Pero falta mucho por hacer. La construcción de una cultura de paz -y de
masculinidades pacíficas- será un proceso largo y desafiante. Nos convoca como
sociedad a revisarnos profundamente, a soltar antiguos dogmas, a abrirnos a
nuevas formas de pensar y relacionarnos. Valdrá la pena si así le ahorramos a las
futuras generaciones algo del tormento por el que hemos pasado. Ningún
colombiano debería verse forzado a empuñar un arma para afirmar su hombría.
Cuando ese día llegue, quizás podamos decir que la pesadilla ha terminado.

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