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LA INJUSTÍCIA SOCIAL I LA MARGINACIÓ.

L’ESCLAVITUD I LA
QÜESTIÓ INDÍGENA

Jordi Figuerola
UAB

EL OLVIDO SOCIAL Y LA DISCRIMINACIÓN: POBREZA Y DESIGUALDAD.

En América Latina, las poblaciones negras e indígenas han sido afectadas por la indigencia con
una mayor intensidad y magnitud por causa de la discriminación étnico-racial.

La discriminación étnico-racial y lingüística se fue implantando como un factor de descalificación


primaria lo que trajo consigo los procesos de exclusión social. Nunca se ha aceptado el
encontrarnos frente a una verdadera sociedad de castas, pero, en realidad, los mecanismos de
una sociedad de este tipo han funcionado históricamente en el continente.

El origen de la situación se remonta al sistema de colonización y de esclavitud que vivió América


desde el siglo XVI al XIX, y que requirió y consintió abiertamente la explotación de indígenas y
afrodescendientes.

Defendemos, a la vez, que la realidad social y cultural indígena se ordenó de nuevo después de
la independencia, provocando un proceso de regresión en su situación social y de ruralización –
entendida como vinculación al campo-, reforzado cuando la extensión de las plantaciones agro-
exportadoras y el triunfo de la economía liberal, a finales del siglo XIX, destruyeron las
comunidades y encerraron a los indígenas en una marginalidad económica donde no eran más
que una reserva de mano de obra estacionaria para las plantaciones.

Las nuevas repúblicas, por tanto, continuaron con la segregación social, económica, política y las
situaciones desventajosas para estos pueblos. Y no solo eso, sino que desarrollaron una
concepción racista sobre su naturaleza. El pensamiento patriarcal ha reducido al “indígena” a una
minoría, a un grupo marginal. Y no fue una casualidad que la cultura dominante asimilara a veces
al indio con la mujer –débil, infantil, cándido, inocente, incluso homosexual, entendido como
desprecio-, dos segmentos que sufrían una misma dominación cultural y conceptual.

Recuérdese, además, que la independencia dio paso a la construcción de estados-nación que no


eran nacionales en relación a la mayoría de la población, no estaban fundados con la mayoría de
la ciudadanía ni la representaban. Eran una fiel expresión de la colonialidad del poder. Los
eurodescendientes o los blancos ahora se llamaban mexicanos, brasileños, peruanos, etc., y
extendían estas denominaciones para todos los pobladores delimitados por fronteras, pero la
nacionalidad no tenía nada que ver con las poblaciones colonizadas de indígenas, negros o
mestizos. La nacionalidad de estos nuevos estados no representaba la identidad de la gran

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mayoría de la población a ellos sometida. Bien mirado, la nacionalidad era contraria a esa
identidad.

Ya desde la época oligárquica el “progreso” mismo volvía a confrontarse con los indígenas.
Talvez ya no fuera aquello de la época colonial, que los consideraba unos paganos a los cuales
se les tenía que cristianizar. Ahora, con el positivismo, el darwinismo social y la adoración por el
progreso, al mundo indígena se le consideró “salvaje”, poco desarrollado. Y eso les acarreó todos
los tópicos: holgazanes, poco ambiciosos, despreocupados por el progreso material, o sea,
indiferentes al espíritu capitalista que estaba instalado.

Durante el siglo XX ha habido un intento de europeizar la subjetividad del indígena como una
manera para su modernización, pero en este empeño continuaba habiendo un prejuicio latente
sobre su “inferioridad”, su “arcaísmo” o “primitivismo”. La asimilación cultural y política que el
Estado procuró se sustentó a través del sistema institucionalizado de educación pública. La
estrategia consistía en una asimilación del indígena a la cultura de los dominadores, calificada
como “cultura nacional”, a través del sistema escolar formal, pero también a través del trabajo de
instituciones religiosas y militares. Por esta razón, en todos los países, el sistema educativo pasó
a ocupar un lugar central en las relaciones entre indígena y no-indígena.

Como un reconocimiento o una asunción de este mundo autóctono, ocurrió, a la vez, la formación
de un movimiento intelectual llamado “indigenista”, con amplia influencia en la literatura y en las
artes plásticas, que visibilizaba la existencia de dicha realidad y, en algunos casos, intentaba
recoger el mundo indígena y su cultura como parte substancial y fundadora de la sociedad de la
época. México es emblemático en esta corriente, sobre todo después de la revolución de 1910.
Pero también ha habido una “apropiación” de las culturas anteriores a la conquista y que fueron
dominadas, destruidas y colonizadas, transmitiendo de una manera ahistórica el orgullo de ser
inca, azteca, maya, etc., o sea, el indígena anterior a la colonización.

Durante las tres primeras décadas del siglo XX, en plena época oligárquica, se acentuó el pillaje
sobre las tierras indígenas con una represión y con la derrota sangrienta de los campesinos. Con
la crisis de este sistema, la situación social y económica mudó porqué en algunos lugares las
relaciones de servilismo, o señoriales, se transformaron por los cambios en la estructura de los
poderes locales, ya sea por medio de revoluciones (caso de México 1910,1927 o Bolivia 1952), ya
sea por presiones y movilizaciones a favor de las reformas agrarias (Perú 1952), ya sea porque
algunos terratenientes fueron obligados a transformar el trabajo servil, insostenible, por el de
asalariado (Ecuador 1969-70), Todos estos procesos estuvieron asociados al proceso de
urbanización de la mayoría de los países que supuso un abandono del campo hacia las ciudades
y un incremento de los trabajadores industriales y de servicios. Y como resulta evidente, el marco
sociológico del indígena varía según el porcentaje sobre la población total.

Con el cambio económico hacia el mercado y la irrupción del neoliberalismo a partir de los años
70 y 80, las características que ha comportado socialmente y que ya se han señalado, se han
agravado en este segmento de población. En algunos países la situación de ciertas comunidades
depende de una política asistencial.

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En cualquier caso, a lo largo del siglo XX y por lo que se refiere a la propia asunción de la
realidad indígena, se ha mantenido sin muchos cambios esta realidad y, hoy día, existen formas
de discriminación y exclusión más sutiles, gracias a la pervivencia de ideologías e instituciones
que legitiman dichas prácticas. Continúa viéndose al indígena como un grupo marginal sobre el
cual se tiene que actuar con políticas de ayuda social o de organizaciones de solidaridad. A
menudo, bajo estos planteamientos, subyace la misma consideración racista.

Una figura importante para el movimiento indigenista ha sido el presidente de Bolivia, Evo
Morales. Hombre de una gran intuición para situarse en la complejidad del inestable campo
político, se destacó de todos los otros líderes indígenas por su carisma y por su capacidad de
unificar fuerzas y liderazgos populares dispersos. Además fue el único líder indígena que pudo
establecer acuerdos con sectores urbanos de la clase media perjudicados por las reformas
neoliberales de la economía. Esa capacidad de general alianzas flexibles con el multiforme y
siempre fragmentado movimiento social boliviano, le posibilitó el resultado electoral en las
elecciones del 2005 que le llevaron a la presidencia del país, y siendo el primer líder indígena
ocupando este cargo en el continente.

Los afrodescendientes

Los afrodescendientes también han sido olvidados y conforman la parte sufrida de la


desigualdad. Herederos de los esclavos conforman un porcentaje importante de la población
americana. Se estima que los descendientes de africanos corresponderían alrededor de un 29%
de la población, lo que vendría a suponer unos 150 millones de personas. Pero lo significativo es
que a pesar de ser un tercio de la población los afro-latinoamericanos representan más del 40%
de los pobres de la región. Si miramos las características sociales de esta población nos damos
cuenta que, tradicionalmente, se ha utilizado el trabajo femenino en el servicio doméstico, tiene
los porcentajes más bajos de nivel escolar, el trabajo masculino ha sido concentrado en
ocupaciones manuales, peligrosas, de baja calificación y subalterna, etc.

Y, evidentemente, al hablar de este segmento de la población estamos tratando de racismo.


Durante el siglo XIX, por ejemplo, a la población negra se la invisibilizó, Recuérdese que aunque
se aboliera la esclavitud en casi todos los países con la independencia, en Cuba no se acabó
hasta 1880 y en Brasil continuó hasta 1888. Y no hace falta que recordemos de qué manera los
Estados Unidos de América ha tenido y tiene en la cuestión negra y racial su punto más débil.
Una de las manifestaciones de políticas demográficas que relacionan negritud con racistas, una
vez constituidas las nuevas repúblicas americanas, fue la preocupación por blanquear la
población de ciertos países. En México, en Venezuela, en Ecuador, en Colombia y en Brasil, por
citar los casos más notables, el poder público estimuló la inmigración blanca europea como forma
de substituir la mano de obra indígena o africana.

No deja de ser curioso que la formación de las llamadas “culturas nacionales” apelaron al
mestizaje, lo sublimaron, como elemento esencial identificador de los países americanos, pero es
evidente que esta construcción ideológica “nacional” contenía los mismos gérmenes de racismo
ya que invisibiliza o hace desaparecer a la negritud reduciéndola simplemente a una
representación subordinada o a una manifestación folclórica.

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EL DESTINO TRÁGICO DE LAS NACIONES INDIAS DE LOS ESTADOS UNIDOS

La Declaración de Independencia de 1776 se aprobó con un texto muy significativo. Entre los
agravios que plantea contra Jorge III y que sirven de argumentos para romper los lazos con la
metrópoli británica hay uno que dice:

“Ha alentado insurrecciones internas en nuestra contra, y ha tratado de inducir a los


habitantes de nuestras fronteras, los despiadados Indios Salvajes, cuya conocida regla de
lucha es la destrucción sin distinción de edad, sexo y condición.”

El parágrafo nos muestra el universo mental que tenían los Padres Fundadores americanos sobre
los indígenas. El salvajismo es sinónimo de inferioridad, la muestra palpable que a estos “seres
humanos diferentes” se les podía quitar sus tierras, expulsarlos de sus territorios y eliminarlos
gradualmente.

Es difícil calificar el proceso de extinción física y cultural de estos pueblos. Algunos lo califican de
genocidio, sin duda, pero quizás sea más preciso definirlo con el concepto actual de limpieza
étnica, en el sentido de borrar a un grupo de población físicamente y culturalmente de manera
premeditada con la creencia de que quien lo hace es superior y que lo que se hace es “limpiar” de
“bárbaros” a un territorio, aunque dichas poblaciones puedan “civilizarse” como sinónimo de
“occidentalizarse”.

El mundo colonial americano -hispánico, francés y británico- era muy periférico. Eso quiere decir
que había poblaciones autóctonas que fueron sometidas o que vivieron en los espacios donde las
monarquías coloniales tenían un cierto control. Pero también había, por las extensiones del
territorio y por las características geográficas, grandes espacios de indígenas que vivían libres del
gobierno colonial. En contacto muchas veces con las zonas colonizadas, pero al margen del
control estricto de la metrópoli. No será hasta el siglo XIX cuando todas las poblaciones indias, a
excepción de casos muy aislados, serán encuadradas dentro de las realidades políticas de las
nuevas naciones surgidas con la independencia.

Las Trece Colonias británicas se poblaron de colonizadores y el espacio geográfico entre los
Apalaches y el Misisipi representaba el territorio indio. En las colonias, sin embargo, fueron cada
vez más arrinconados. Cuando llegó la independencia el territorio indio fue abierto a la
colonización y los conflictos con las diferentes tribus indias fueron en aumento. La guerra en
defensa de sus tierras se decantó del lado del gobierno americano que les fue desposeyendo de
sus tierras en lo que serían los futuros estados de Pennsylvania y Ohio.

Escarmentados las naciones indias se aliaron con los británicos, como los shawnee, los
sherokees o los creek, en la guerra con los Estados Unidos de 1812 a 1814. Dicha elección fue
fatal para sus intereses porqué dio la posibilidad al gobierno americano de derrotarlos y,
paulatinamente, de ir apropiándose de todo el noroeste.

El elemento esencial era si se reconocía por parte del gobierno de los Estados Unidos la
existencia de entidades grupales indias, asentadas desde tiempos inmemoriales en unos
territorios anteriores a la realidad de la nueva administración estatal. Aunque se firmaron tratados

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entre Estados Unidos y diferentes naciones indias, éstas nunca llegaron a ser independientes ni a
consolidarse en estados propios como podría haber acontecido.

Hay tres procesos que se entremezclan y que significaría que no habría ninguna posibilidad que
estas comunidades fueran respetadas.
1) El primero, el convencimiento gubernamental y de los diferentes estados que ellos tenían
el poder, que residía en la soberanía de su población masculina y blanca, y que no había
ninguna posibilidad real que pensaran en la posibilidad de ceder sus prerrogativas políticas
a poblaciones con dinámicas de poder y autoridad propias. Hubo sentencias del Tribunal
Supremo, incluso, que priorizaba la soberanía de los Estados Unidos por encima de los
derechos de quienes ocupaban el territorio anteriormente.
2) El segundo, la presión que irán ejerciendo las masas de colonos que irán llegando y que se
irán extendiendo en busca de tierras. La presión económica y la lucha por un modelo
económico que respondía a una agricultura familiar, a la explotación ganadera o a grandes
plantaciones con productos comerciales, chocaba frontalmente con las costumbres y las
bases económicas y de subsistencia indias.
3) El tercero, el resultado contraproducente de querer asimilar a estas poblaciones,
“civilizándolas”, o sea, integrarlas en la “modernización” y en la adopción del modo de vida
occidental, incluida la cristianización de algunos y la marginación, y en algunos casos
prohibición, de sus ritos y creencias. Este proceso, fruto de la convicción profunda sobre la
superioridad de la cultura blanca occidental, acabó desdibujando a muchos indígenas,
haciéndoles dóciles y serviles, y desubicando sus parámetros vivenciales.

Con este panorama quedaba claro que remover a estas poblaciones y confinarlas en reservas
sería la lógica natural de dicho proceso. En 1830, en plena época jacksoniana y denominada
como de extensión democrática, se promulgo la Removal Act o la Ley del Traslado que
significaba la deportación de inmensas poblaciones indígenas del noreste y del sudeste hacia el
oeste. Durante los años siguientes fueron removidos los choctaws, los chichasaws, con grandes
sufrimientos, y las tribus que se resistieron como los cherokees, los creeks y los seminolas
también fueron deportados a la fuerza y algunos después de perder otro enfrentamiento con el
gobierno. Este éxodo, como el protagonizado por los cherokees a través del “sendero de las
lágrimas”, acabaron diezmando las poblaciones indias.

Cuando los Estados Unidos se hicieron con las enormes extensiones arrebatadas a México, de
Texas, Nuevo México y California, la tensión con los indígenas de esta parte del sur se
incrementaron notablemente, quizás porqué anteriormente durante la denominación española y
después mexicana no habían estado tan presionados por la paulatina avalancha de colonos. En
este caso la resistencia india fue dura, como se verá, con las tribus de los comanches, apaches,
navajos y kiowas. Los apaches, por ejemplo, casi consiguieron expulsar a los colonos en Arizona
en 1864 con su jefe Cochise. Finalmente se les intentará convertir en sedentarios cuando eran
nómadas, y su claudicación será la derrota de la revuelta de su líder Gerónimo en 1879. En
California pasó algo parecido cuando en 1848 se descubrió oro y aconteció la locura de los
buscadores que se abalanzaron sobre dicho territorio siendo expulsados los indios. No solo fue el
aniquilamiento de hombres, mujeres y niños, sino que al huir a las montañas o al desierto muchas
poblaciones indias perecieron por hambruna o enfermedad.

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En el noroeste lejano cuando Estados Unidos, conjuntamente con la Gran Bretaña, en 1846, tuvo
el dominio del territorio de Oregón, la llegada significativa de colonos a estas tierras también
provoco incidentes y tensiones con las poblaciones indígenas que allí residían. Casi todas estas
poblaciones acabaron derrotadas, removidas y confinadas en reservas.

Algo parecido aconteció con las tribus que habitaban en las Grandes Praderas. A pesar que
habían vivido con una cierta independencia y con ciertos acuerdos con el gobierno, a partir de la
segunda mitad del siglo XIX, la presión de los colonos y la destrucción de su modo de vida,
cuando fueron extinguidos los bisontes, cuando el ferrocarril modifico el paisaje económico de
muchos lugares o cuando las caravanas perturbaban el modo de vida indígena.

Entre los años setenta y noventa del siglo XIX tuvo lugar las últimas guerras indias significativas,
las que muchas han llegado hasta nosotros y que han consagrado a sus principales jefes como
Caballo Loco, Toro Sentado, de los sioux, o Cochise y Gerónimo de los apache.

La realidad es que en 1890 había unos 248.000 indios en todo el territorio de Estados Unidos y
diez años después, en 1900, la población había vuelto a descender a los 237.196 indígenas.
Triste balance para los legítimos pobladores ancestrales de los territorios americanos. No es de
extrañar que el Museo de Historia de los Estados Unidos en Washington no haya un espacio para
ellos como pioneros del país, ya que no son considerados la base histórica de la sociedad
estadounidense, y se vean confinados al Museo de Historia Natural, al lado de las plantas y los
animales, considerados como una especie zoológica.

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