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PROBADOS

POR EL
FUEGO
ARTHUR W. PINK
PROBADOS POR
FUEGO
Arthur W. Pink (1886-1952)

“M as é l c on oc e m i c am in o; m e p rob ará, y sald ré c om o oro” (Job

J
2 3 :10).

ob, en este versículo, se corrige a sí mismo. Al principio del capítulo


lo encontramos diciendo: “Hoy también hablaré con amargura;
porque es más grave mi llaga que mi gemido” (23:2). El pobre
Job sentía que su situación era inaguantable, pero se recupera.
Controla su arrebato y su impetuosa desesperación. ¡Cuántas veces
nos tenemos que retractar! Sólo ha caminado sobre esta tierra Uno que
nunca tuvo que hacerlo.

Job también se consuela a sí mismo. No podía comprender los misterios


de la Providencia1, en cambio Dios conocía el camino que tomaba. Job
había buscado con diligencia la tranquilizante presencia de Dios pero,
desde hacía un tiempo, había sido en vano. “He aquí yo iré al oriente,
y no lo hallaré; y al occidente, y no lo percibiré; si muestra su poder al
norte, yo no lo veré; al sur se esconderá, y no lo veré” (23:8-9). Pero se
consoló con esta realidad bendita: que aunque él no podía ver a Dios,
éste podía verlo a él, lo cual era mil veces mejor. “Él conoce”: el Altísimo
no es insensible ni indiferente a nuestro destino. Si nota la caída de un
pajarillo, si cuenta los cabellos de nuestra cabeza, por supuesto que
“conoce” el camino por el que andamos.
Job, además, enuncia un concepto noble de la vida. ¡Qué espléndidamente
optimista era! No dejó que sus aflicciones lo convirtieran en un
escéptico. No permitió que las terribles pruebas y los problemas que
estaba sufriendo lo vencieran. Miraba el lado radiante del tenebroso
nubarrón: el lado de Dios, velado del sentido y la razón. Pensó en la
vida en su totalidad. Miró más allá de “las pruebas de fuego” y dijo que
después de pasarlas sería como oro refinado.
“Mas él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro”.
Encontramos aquí tres grandes verdades. Consideremos brevemente a
cada una.

1. CONOCIMIENTO DIVINO DE MI VIDA: “Él conoce mi camino”. La


Omnisciencia2 es uno de los atributos maravillosos de Dios. “Porque
sus ojos están sobre los caminos del hombre, y ve todos sus pasos” (Job
34:21). “Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y
a los buenos” (Pr. 15:3). Spurgeon3 dijo: “Una de las pruebas más
grandes de la fe cristiana práctica o empírica es: ¿Cuál es mi relación
con el Dios omnisciente?”. ¿Cuál es su relación con él, querido lector?
¿Cómo le afecta? ¿Lo aflige o lo reconforta? ¿Rehúye del pensamiento
que Dios conoce todo su camino; quizá un camino de mentiras,
egoísmo e hipocresía? Para el pecador, éste es un pensamiento terrible.
Si lo niega no, lo cierto es que procura olvidarlo. Pero para el cristiano,
hay en esto un auténtico consuelo. ¡Qué reconfortante es recordar que
mi Padre conoce todo acerca de mis pruebas, mis dificultades, mis
sufrimientos y mis esfuerzos por glorificarle! Verdad preciosa para los
que están en Cristo, pensamiento horroroso para los que no lo están,
es saber que el camino que estoy transitando es totalmente conocido
y observado por Dios.

“Él conoce mi camino”. Los hombres no conocían el camino de Job. Era


crasamente incomprendido y, para alguien con un temperamento
sensible, ser incomprendido es una prueba dolorosa. Sus propios
amigos pensaban que era un hipócrita. Se defendió contra ese veredicto
indigno declarando: “Él conoce mis caminos; me probará, y saldré
como oro”. Aquí tenemos una enseñanza para cuando atravesamos por
circunstancias similares. Hermanos creyentes, sus amigos y, aun
también sus hermanos cristianos, pueden no comprenderlo o
interpretar mal los tratos de Dios con usted, pero consuélese con la
realidad bendita de que el Omnisciente lo conoce.
“Él conoce mi camino”. En el sentido más amplio de la palabra, Job
mismo no conocía su camino, como tampoco conocemos el nuestro
ninguno de nosotros. La vida es profundamente misteriosa y el paso de
los años no ofrece una solución. Tampoco filosofar nos ayuda. La
voluntad humana es un enigma extraño. El hecho de que somos
conscientes es prueba de que somos más que autómatas. Usamos el
poder de elegir en cada movimiento que hacemos. No obstante, resulta
claro que nuestra libertad no es absoluta. Hay fuerzas que entran en
juego para bien o para mal y que sobrepasan nuestro poder de
resistirlas. Tanto la herencia como el ambiente ejercen poderosas
influencias sobre nosotros. Nuestro entorno y circunstancias son
factores que no pueden ser ignorados. ¿Y qué de la Providencia que
“determina nuestros destinos”? ¡Ah, qué poco sabemos del camino en
que andamos! Dijo el profeta: “Conozco, oh Jehová, que el hombre no
es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus
pasos” (Jer. 10:23). Aquí entramos en la esfera de los misterios y no vale
la pena negarlo. Mucho mejor es reconocer con el sabio: “De Jehová
son los pasos del hombre; ¿cómo, pues, entenderá el hombre su
camino?” (Pr. 20:24).

En el sentido más específico de la expresión, Job sí conocía su camino


o sea, el camino que transitaba. Cuál era ese “camino”, nos lo dice en
estos dos versículos: “Mis pies han seguido sus pisadas; guardé su
camino, y no me aparté. Del mandamiento de sus labios nunca me
separé; guardé las palabras de su boca más que mi comida” (Job 23:11-
12). El camino que Job escogió era el mejor camino, el camino bíblico,
el camino de Dios: “Su camino”.
¿Qué opina de ese camino, querido lector? ¿No fue una elección
maravillosa? ¡Ah, Job no era sólo “paciente”, sino también sabio! ¿Ha
hecho usted una elección similar? ¿Puede decir: “Mis pies han seguido
sus pisadas; guardé su camino, y no me aparté” (23:11)? Si puede, alabe
al Señor por su gracia que lo hizo posible. Si no puede, confiese con
vergüenza que no se ha apropiado de su gracia que es todo suficiente.
Póngase ahora mismo de rodillas y sincérese con Dios. No esconda ni
retenga nada. Recuerde que está escrito: “Si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos
de toda maldad” (1 Jn. 1:9). ¿Acaso no explica el versículo 12 su fracaso
y mi fracaso, querido lector? ¿No será porque no hemos temblado ante
los mandamientos de Dios o porque hemos estimado tan poco su
Palabra que nos hemos desviado de su camino? Entonces ahora y todos
los días, busquemos gracia de lo Alto para obedecer sus mandamientos
y guardar su Palabra en nuestro corazón.

“Él conoce mi camino”. ¿Cuál es su camino? ¿El camino angosto que lleva
a la vida o el camino ancho que lleva a la destrucción? Asegúrese en
cuanto a esto, querido amigo. Las Escrituras declaran: “Cada uno de
nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Ro. 14:12). No tiene por qué caer en
el engaño o la incertidumbre. El Señor declaró: “Yo soy el camino” (Jn.
14:6).

2. PRUEBA DIVINA: “Me probará”. “El crisol para la plata, y la hornaza


para el oro; pero Jehová prueba los corazones” (Pr. 17:3). Ésta era la
manera como Dios probaba a Israel en la antigüedad y su manera de
probar al cristiano en la actualidad. Justo antes de que Israel entrara a
Canaán, Moisés hizo un recuento de la historia del pueblo desde que
habían salido de Egipto. Dijo: “Y te acordarás de todo el camino por
donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto,
para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si
habías de guardar o no sus mandamientos” (Dt. 8:2). De la misma
manera, Dios nos prueba, examina y humilla.

“Me probará”. Si fuéramos más conscientes de esto, resistiríamos


mejor la hora de aflicción y seríamos más pacientes cuando sufrimos.
Las irritaciones cotidianas de la vida, las cosas que molestan tanto,
¿qué significan? ¿Por qué son permitidas? La respuesta es ésta: ¡Dios lo
está “probando”! Esa es la explicación (por lo menos, en parte) de aquel
desencanto, la pérdida de sus esperanzas terrenales, en medio de esa
gran pérdida: Dios estaba, está probándolo. Dios está probando su
humor, su valentía, su fe, su paciencia, su amor y su fidelidad.
“Me probará”. Con cuánta frecuencia los santos de Dios ven a Satanás
como la única causa de sus problemas. Consideran que ese gran
enemigo es responsable por muchos de sus sufrimientos. Pero esta
manera de pensar no trae verdadero consuelo al corazón. ¡No negamos
que el diablo produce mucho de lo que nos hostiga!, pero por encima
de Satanás ¡está el Señor todopoderoso! El diablo no puede tocar un
cabello de nuestra cabeza sin el permiso de Dios y cuando le es
permitido molestarnos y distraernos, aun entonces ¡es sólo Dios quien
lo usa para “probarnos”! Aprendamos, entonces, a mirar más allá de las
causas y los instrumentos secundarios de Aquel que obra todas las
cosas según el consejo de su voluntad (Ef. 1:11). Esto fue lo que hizo
Job.

En el primer capítulo del libro de Job, encontramos a Satanás que le


pide permiso a Dios para hacer sufrir a su siervo Job. Usó a los sabeos
para destruir los animales de Job (1:15), envió a los caldeos para dar
muerte a sus siervos (1:17) y causó que un viento fuerte matara a sus
hijos (1:19). ¿Y cuál fue la reacción de Job? Exclamó: “Desnudo salí del
vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó;
sea el nombre de Jehová bendito” (1:21). Job miró más allá de los
ejecutores humanos, más allá de Satanás que los había empleado, puso
sus ojos en el Señor que tiene control de todo. Comprendió que el
Señor lo estaba probando. Vemos lo mismo en el Nuevo Testamento.
Juan escribió a los santos que sufrían en Esmirna: “No temas en nada
lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en
la cárcel, para que seáis probados” (Ap. 2:10). El que fueran echados en
la cárcel era simplemente que Dios los “probaba”.
¡Cuánto perdemos por olvidar esto! Qué consuelo es para el corazón
zarandeado por los problemas, saber que no importa de qué forma se
presente la prueba, no importa cuál sea el ejecutor que indigna, es Dios
quien está “probando” a sus hijos. ¡Qué ejemplo perfecto nos da el
Salvador! Cuando sus captores se acercaron en el jardín y Pedro
desenvainó su espada y le cortó la oreja a Malco, el Salvador le dijo:
“Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he
de beber?” (Jn. 18:11). Los hombres estaban por descargar su terrible
ira sobre él, la serpiente heriría su calcañar, pero él miró más allá.
Querido lector, no importa lo amargo de su contenido (infinitamente
menos que lo que el Salvador bebió), aceptemos la copa porque viene
de la mano del Padre.
En algunos casos, tendemos a cuestionar la sabiduría de Dios y su
derecho a probarnos. Muy a menudo murmuramos contra sus
dispensaciones4. ¿Por qué razón me da Dios una carga tan intolerable?
¿Por qué otros tienen a sus seres queridos y los míos me fueron
quitados? ¿Por qué me es negado tener buena salud y fuerzas y, quizá
aún, el don de la vista? La primera respuesta a todas las preguntas
como esas es: “Oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios?”
(Ro. 9:20). El que alguno cuestione los tratos del gran Creador es una
insubordinación maligna. “¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por
qué me has hecho así?” (Ro. 9:20). ¡Con qué seriedad necesita cada uno
de nosotros clamar a Dios para que su gracia silencie nuestras palabras
rebeldes y calme la tempestad dentro de nuestro desesperadamente
malvado corazón!
También 1 Pedro 4:12-13 nos dice: “Amados, no os sorprendáis del
fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os
aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los
padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria
os gocéis con gran alegría”. Aquí se expresan los mismos pensamientos
que en el pasaje anterior. Hay una causa detrás de nuestras “pruebas”
y por eso no hemos de considerarlas extrañas, sino esperarlas. Y
también encontramos aquí la esperanza bendita de ser ricamente
recompensados en la segunda venida de Cristo. Después vemos que se
agrega el mensaje de que, no sólo debemos encarar estas pruebas con
la fortaleza de la fe, sino que debemos regocijarnos también en ellas
porque Dios nos permite compartir “las aflicciones de Cristo”. Él
también sufrió: suficiente le es entonces “al discípulo ser como su
maestro” (Mt. 10:24-25).
“Me probará”. Querido lector cristiano, no hay excepciones. Dios tuvo
un solo Hijo sin pecado, pero nunca uno sin aflicciones. Tarde o
temprano, de una forma u otra, pasaremos por pruebas duras y
pesadas. “Y enviamos a Timoteo nuestro hermano… para confirmaros
y exhortaros respecto a vuestra fe, a fin de que nadie se inquiete por
estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que para esto
estamos puestos” (1 Ts. 3:2-3). También está escrito: “Es necesario que
a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch.
14:22). Así ha sido en todas las épocas. Abraham fue “probado”,
probado con severidad. Igualmente lo fueron José, Jacob, Moisés,
David, Daniel, los Apóstoles, etc.
3. EL RESULTADO DEFINITIVO: “Saldré como oro”. Notemos el tiempo
del verbo. Job no creía que ya era oro puro. “Saldré como oro”, declaró.
Sabía muy bien que todavía había en él mucha escoria. No afirmaba ser
ya perfecto. De ninguna manera. En el último capítulo de su libro, dice:
“Me aborrezco” (42:6). Y bien podía, y bien podemos sentirnos así
nosotros. A medida que descubrimos que en nuestra carne “no hay
nada bueno”, cuando nos examinamos a nosotros mismos y
examinamos nuestros caminos a la luz de la Palabra de Dios y
contemplamos nuestros innumerables fracasos, cuando pensamos en
nuestros innumerables pecados, tanto de omisión como de comisión,
tenemos buenas razones para aborrecernos. ¡Ah, lector cristiano, hay
mucha escoria en nosotros! Pero no siempre será así.

“Saldré como oro”. Job no dijo: “Cuando sea probado quizá saldré como
oro” ni “espero salir como oro”, sino que con plena confianza y positiva
seguridad declaró: “Saldré como oro”. Pero, ¿cómo lo sabía? ¿Cómo
podemos nosotros estar seguros de este feliz resultado? Lo sabemos
porque el propósito divino no puede fracasar. Aquel que comenzó su
obra en nosotros “la perfeccionará” (Fil. 1:6). ¿Cómo podemos estar
seguros de este resultado feliz? Porque la promesa bíblica es segura:
“Jehová cumplirá su propósito en mí” (Sal. 138:8). Entonces ¡cobre
aliento, usted que pasa por pruebas y aflicciones! El proceso puede ser
desagradable y doloroso, pero el resultado es encantador y seguro.
“Saldré como oro”. Esto lo dijo aquel que tuvo aflicciones y
sufrimientos como pocos entre los hijos de los hombres han tenido.
Hagamos nuestras, entonces, estas palabras triunfales. “Saldré como
oro” no es la expresión de jactancia carnal, sino la seguridad de aquel
cuyos pensamientos permanecían en Dios. No habrá nada que sea por
nuestros propios méritos, sino que la gloria será toda del divino
Refinador (Stg. 1:12).

Para el presente quedan dos cosas: Primero, el amor es el termómetro


divino mientras estamos en el crisol de la prueba: “Y se sentará [la
paciencia de la gracia divina] para afinar y limpiar la plata… (Mal. 3:3).
Segundo, el Señor mismo está con nosotros en este horno de fuego, tal
como lo estuvo con los tres jóvenes hebreos (Dn. 3:25). Para el futuro,
esto es seguro: lo más maravilloso del cielo no será la calle de oro ni las
arpas de oro, sino las almas de oro que han sido estampadas con la imagen
de Dios: ¡Predestinados a ser “hechos conformes a la imagen de su Hijo”
(Ro. 8:29)! ¡Alabado sea Dios por esta perspectiva gloriosa, por un
resultado tan glorioso, por una meta tan maravillosa!
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A. W . Pin k (1886-1952): pastor y maestro itinerante, prolífico autor


de Studies in the Scriptures (Estudios en las Escrituras) y muchos libros,
incluyendo el muy conocido The Sovereignty of God (La soberanía de
Dios).

¡C ristian o! Su s aflic c ion e s p re se n te s n o son n ad a c om p arad as c on


las aflic c ion e s y los torm e n tos d e m u c h os d e los c on d e n ad os,
q u ie n e s, c u an d o e stab an e n e ste m u n d o, ¡n u n c a p e c aron e n la
m e d id a q u e lo h a h e c h o u ste d ! ¡H ay m u c h os ah ora e n e l in fie rn o
q u e n u n c a p e c aron c on tra u n a lu z tan c lara c om o lo h a h e c h o u ste d ,
n i c on tra u n am or tan e sp e c ial c om o lo h a h e c h o u ste d n i c on tra
m ise ric ord ias tan p re c iosas c om o lo h a h e c h o u ste d ! ¡Por c ie rto,
h ay m u c h os ah ora ru g ie n d o e n e l fu e g o e te rn o q u e n u n c a p e c aron
c om o lo h a h e c h o u ste d !
¡M u c h os, c u yos d olore s n o tie n e n e l re sp iro d e la m itig ac ión , a
q u ie n e s se le s sirve e l lloro c om o p rim e r p latillo, e l c ru jir d e d ie n te s
c om o e l se g u n d o, e l g u san o atorm e n tad or c om o e l te rc e ro y e l d olor
in tole rab le c om o e l c u arto!

¡Ah , c ristian o! ¡C óm o p u e d e u ste d p e n sar se riam e n te e n e stas c osas


y n o tap arse la b oc a, au n c u an d o e stá p asan d o p or los m ás g ran d e s
su frim ie n tos te m p orale s! ¡Su s p e c ad os son m u c h o p e or q u e m u c h os
d e los q u e ah ora e stán e n e l in fie rn o y su s “g ran d e s” aflic c ion e s n o
son m ás q u e la p ic ad u ra d e u n a p u lg a e n c om p arac ión c on las d e
e llos! Por lo tan to, ¡d e je d e m u rm u rar y g u ard e sile n c io d e lan te d e l
Se ñ or! —T h om as Brook s

Dios se d e le ita e n m ostrar m ise ric ord ia (M iq . 7:18). N o se c om p lac e


e n e n tre g ar a su p u e b lo a la ad ve rsid ad (O s. 11:8). De é l flu ye la
m ise ric ord ia y la b on d ad lib re m e n te y c on n atu ralid ad . N u n c a e s
se ve ro, n u n c a d u ro. N u n c a h ie re , n u n c a n os ate rroriz a a m e n os
q u e , lam e n tab le m e n te , lo h ayam os p rovoc ad o.
A ve c e s, la m an o d e Dios p e sa m u c h o sob re su p u e b lo a p e sar d e
q u e su c oraz ón y su s afe c tos e n e sos m ism os m om e n tos e sté n
p re d isp u e stos h ac ia e llos (Je r. 3 1:18-2 0).

N ad ie p u e d e c on oc e r e l c oraz ón d e Dios p or su m an o. La m an o d e
m ise ric ord ia d e Dios p u e d e e star ab ie rta c on tra e l q u e su c oraz ón
an h e la, c om o e n e l c aso d e l ric o y Láz aro e n e l Evan g e lio. Y su m an o
d e se ve rid ad p u e d e c ae r c on d u re z a sob re los q u e am a, c om o
p od e m os ve r e n los c asos d e Job y Láz aro –T h om as Brook s

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