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Horatius Bonar
Sigan al Cordero
Horatius Bonar
Traducido del libro Follow the Lamb (en inglés), dominio público,
publicado por James Nisbet & Co., 1874.
Contenido
Prefacio
SIGAN AL CORDERO
6. Estudien la Biblia
9. Guárdense de Satanás
Conclusiones prácticas
Prefacio
He revisado y vuelto a escribir con mucho cuidado este librito, que
fue publicado por primera vez hace unos catorce años, mientras ocurría
un avivamiento importante en muchas regiones de Escocia.
Abril de 1874.
SIGAN AL CORDERO
Es para ustedes, que son llamados por el nombre de Cristo, que se
han escrito estas páginas, a fin de que recuerden lo que Dios espera de
ustedes y los compromisos a los que los liga su nuevo nombre.
Sean leales con el que los amó y los lavó de sus pecados con Su
propia sangre. Él merece recibir su lealtad. Es lo menos que pueden
hacer por Él.
1. Esfuércense en la gracia que es en Cristo Jesús
(2 Tim 2:1)
Fue esta gracia o amor gratuito la que empezó con ustedes, y con la
que ustedes empezaron. Fue esa gracia la que ustedes «prendieron» o,
más bien, la que los «prendió» a ustedes. Además, el carácter especial
con que ustedes cuentan es el de hombres que «conocen la gracia de
Dios» (Col 1:6), que han «gustado que el Señor es benigno» (1 Pe 2:3),
hombres de los que Dios ha tenido compasión (Rom 9:15), hombres a los
que Él ha mostrado Su amor perdonador. Así son llamados ustedes.
2. Mantengan la conciencia limpia
La primera vez que ustedes vieron la cruz, y entendieron el
significado de la sangre, sus conciencias fueron limpiadas «de las obras
de muerte» (Heb 9:14), y fue esa limpieza de conciencia la que les dio
paz. No es que hayan dejado de ser pecadores o hayan perdido la
conciencia de serlo, sino que hallaron algo que pacificó en justicia sus
conciencias e hizo que sus sentimientos hacia la ley y el Legislador
fueran como si ustedes nunca hubieran sido culpables.
4. Sean honestos con ustedes mismos
«Si nos examinásemos á nosotros mismos, cierto no seríamos
juzgados» (1 Co 11:31), es decir, si tan solo nos juzgáramos a nosotros
mismos cabalmente, nos ahorraríamos los castigos divinos. Sin embargo,
no somos veraces con nuestras propias almas. Actuamos con mano
negligente en lo que tiene que ver con nuestros propios pecados y
dejamos sin reprensión ni condena ciertas cosas en nosotros mismos que
sí tenemos la agudeza de identificar y reprender en otros. Sean honestos
con cada área de sus vidas diarias, con el deber, la prueba, el sacrificio, la
abnegación y la paciencia con otros. Tengan cuidado con la parcialidad y
la autoindulgencia en la verdad, la experiencia o la práctica. Recuerden
que todas las cosas tienen dos caras: una conciencia tierna y una mente
balanceada lidian con las dos. Sean honestos con su conciencia en todas
las cosas, grandes y pequeñas, espirituales y temporales. Sean honestos
con la Iglesia de Dios y con los hermanos. Sean honestos con Dios, Padre,
Hijo y Espíritu Santo.
6. Estudien la Biblia
No la ojeen ni la lean: estúdienla, cada una de sus palabras. Estudien
toda la Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento; no solo sus capítulos
favoritos, sino toda la Palabra de Dios de principio a fin. No se
compliquen con los comentaristas: pueden ser de provecho si se
mantienen en su lugar, pero ellos no son sus guías; su guía es «el
Intérprete», el muy escogido (Job 33:23) que los llevará a toda la verdad
y los guardará de todo error.
Sin embargo, que la Biblia nos sea el libro de los libros, el único
libro del mundo que tiene solo palabras veraces, y solo versículos que
son sabiduría. Al estudiarla, asegúrense de recibirla como es en verdad,
la revelación de los pensamientos de Dios que nos ha sido dada en las
palabras de Dios. Si solo fuera un libro de pensamientos divinos y
palabras humanas, sería de poco provecho, pues nunca podríamos estar
seguros de que las palabras en verdad plasman los pensamientos. Es
más, podríamos estar bastante seguros de que el hombre equivocaría las
palabras al tratar de encapsular los pensamientos divinos. Por lo tanto, si
solo tuviéramos las palabras del hombre, es decir, la traducción humana
de los pensamientos divinos, tendríamos uno de los libros más pobres e
incorrectos de todos, algo así como lo que obtendríamos si las obras de
Homero y Platón fueran vertidas al castellano por un niño de seis años.
Sin embargo, como sabemos que tenemos pensamientos divinos
plasmados en palabras divinas gracias a la inspiración de un Traductor
inerrante, nos sentamos a estudiar el volumen celestial con la certeza de
que en todas sus enseñanzas hallaremos la perfección de la sabiduría y
de que en su lenguaje encontraremos la expresión más precisa de esa
sabiduría que el habla finita del hombre puede proferir.
Toda palabra de Dios es tan perfecta como pura (Sal 19:7; 12:6).
Leamos y releamos las Escrituras, meditando en ellas de día y de noche.
Nunca envejecen, nunca pierden la savia, nunca se secan. Aunque, como
he dicho, es bueno y útil leer otros libros si son buenos y veraces, tengan
cuidado de leer demasiados. No dejen que un libro del hombre deje en un
rincón el libro de Dios. No permitan que los comentarios sofoquen el
texto ni dejen que lo que es verdadero y bueno deje fuera lo que es mejor
y más veraz.
7. Cuiden sus pasos
Tengan cuidado, no solo de caer, sino también de tropezar. «Mirad,
pues, cómo andéis avisadamente; no como necios, mas como sabios»,
como hombres en territorio enemigo, como viajeros que escalan una
montaña cubierta de hielo resbaloso y rodeada de terribles precipicios,
donde cada paso puede significar una caída y cada caída, un salto al
abismo. Tengan cuidado de los pequeños resbalones, de las
inconsistencias leves, como se les dice: son el comienzo de toda rebelión
y son malas en sí mismas, además de odiosas ante los ojos de Dios.
Mantengan sus vestiduras inmaculadas (Ap 3:4); tengan tanto cuidado
con las manchitas como con las manchas o roturas más groseras. Apenas
descubran una mácula, por pequeña que sea, vayan a lavarla a la fuente,
para sus vestidos siempre sean blancos y, por consiguiente, agradables
ante los ojos de Aquel a quien ustedes pertenecen y sirven. Crucifiquen
«la carne con los afectos y concupiscencias» (Gal 5:24). «Amortiguad,
pues, vuestros miembros que están sobre la tierra» (Col 3:5).
Recuerden las palabras del Señor para Su Iglesia: «Mas tienes unas
pocas personas en Sardis que no han ensuciado sus vestiduras: y
andarán conmigo en vestiduras blancas; porque son dignos».
Manténganse alejados de la jovialidad del mundo, y cuídense de las que
llaman «distracciones inocentes». No condeno todas las distracciones,
pero espero que sean útiles y provechosas, no solo inocentes. El baile y los
juegos de cartas son los instrumentos que el mundo usa para matar el
tiempo. Son trocitos del mundo y de las sendas del mundo que les
entramparán los pies y los alejarán de la cruz. Abandónenlos.
Manténganse lejos del salón de baile, de la ópera, del oratorio, del teatro.
Los vestidos, la ostentación y los espectáculos son trampas mortales.
Despójense de la liviandad y la frivolidad, de toda conversación tonta y
de todo chisme, recordando las palabras del apóstol: «Ni palabras torpes,
ni necedades, ni truhanerías, que no convienen» (Ef 5:4), y «Ninguna
palabra torpe salga de vuestra boca, sino la que sea buena para
edificación, para que dé gracia á los oyentes. Y no contristéis al Espíritu
Santo de Dios, con el cual estáis sellados para el día de la redención» (Ef
4:29, 30).
Estas cosas pueden parecer pequeñas, pero son las raíces de las
grandes. Resistan los comienzos. Llévenle la delantera al tiempo. Vivan
mientras viven. Cuiden sus pasos, cuenten sus minutos, vivan como
personas que se esfuerzan por entrar a un Reino y que tienen temor, no
solo de la apostasía abierta, sino también de la más mínima omisión del
deber, de la mancha más pequeña sobre la vestidura de un santo, del más
mínimo insulto contra el nombre de un discípulo (Heb 4:1; Jud 23).
8. Quiten de ustedes la vanagloria y el amor a los
elogios
El propósito de Dios en todas las acciones de Su gracia es «apartar
del varón la soberbia», obstaculizar la jactancia, mantener al pecador
humilde. El cristiano anciano solamente puede decir «Por la gracia de
Dios soy lo que soy», y el cristiano más joven no tiene otra confianza ni
otro alarde. Toda «confianza en la carne» (Flp 3:1), toda confianza en
nosotros mismos, toda dependencia de la criatura, es dejada a un lado
por la grandiosa obra del Sustituto Divino, que hizo todo por nosotros y
no nos dejó nada que hacer, nada que pueda servirnos como motivo de
jactancia (2 Co 12:9; Gal 6:14; Is 41:16; 45:25).
El «yo» fue puesto a un lado, y Cristo ingresó para hacer y ser todo
lo que, hasta ese punto, se suponía que el «yo» debía ser y hacer. Las cosas
que antes nos eran ganancia, desde entonces las contamos pérdida por
Cristo, y dejamos para siempre de gloriarnos en la carne y de ser
deudores de cualquier cosa distinta a la sangre y la justicia del Hijo de
Dios. Aprendimos a decir: «Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz
de nuestro Señor Jesucristo» (Gal 6:14).
10. Cuídense de la verdad a medias
Pocas cosas son más peligrosas o propensas a guiar al error abierto.
Por ejemplo, tengan cuidado de malinterpretar lo que dice la Escritura
sobre el viejo hombre y el nuevo hombre, sobre la carne y el espíritu.
Dicho error podría llevarlos a negar su propia responsabilidad personal
por todo lo que dicen o hacen, como también a desestimar la necesidad
diaria de la sangre de Cristo para toda nuestra persona y la necesidad
constante que todo nuestro ser tiene del poder Espíritu mientras
vivamos.
11. Hagan algo por Dios
Ustedes no nacieron ni volvieron a nacer solo para ustedes mismos.
Es posible que no puedan hacer mucho, pero hagan algo: trabajen
mientras dura el día. Es posible que no puedan dar mucho, pero den algo
según sus capacidades, recordando que Dios ama al dador alegre.
Presten atención y tengan cuidado con la codicia, pues el amor al dinero
es la raíz de todos los males. Cuando la mundanalidad hace ingreso, en
cualquier forma ―ya como amor al dinero, ya como amor al placer―,
ustedes dejan de ser fieles a Cristo y empiezan a intentar servir al mismo
tiempo a Dios y a Mammón.
Por lo tanto, hagan algo por Dios mientras dure el tiempo. Puede
que no dure mucho, pues el día se va y las sombras de la tarde ya están
extendidas. Hagan algo cada día. Trabajen, y pongan el corazón en esa
obra. Obren con gozo y voluntad buena y recta, como hombres que aman
su labor y también a su Señor. No se cansen de hacer bien.
12. Vivan esperando a su Señor
Quien ama a Cristo anhela verlo y no se contenta con las
interacciones que otorga la fe. Quien ama busca a su ser amado ausente:
la esposa, a su esposo; el hijo, a la madre. Hagan ustedes lo mismo con su
Señor. No es suficiente que puedan comunicarse diariamente con Él a
través de las cartas que la fe trae y lleva: deben verlo cara a cara; de lo
contrario, hay un hueco en sus vidas, un vacío en su existencia, una nube
que cubre su amor, un tambaleo en su cántico. El que ha sido salvo desea
reunirse con su Salvador, y siente que su gozo será inevitablemente
imperfecto hasta entonces. La marca del discípulo es que espera al Hijo
de Dios «de los cielos» (1 Tes 1:10), que ama, aguarda y anhela la
aparición de Cristo. Que esta marca se aprecie en ustedes y sean como
los santos de Corinto, de quienes dijo su apóstol: «De tal manera que
nada os falte en ningún don, esperando la manifestación de nuestro
Señor Jesucristo» (1 Co 1:7). «Teniendo los lomos de vuestro
entendimiento ceñidos, con templanza, esperad perfectamente en la
gracia que os es presentada cuando Jesucristo os [sea] manifestado» (1
Pe 1:13).
Conclusiones prácticas
Permítanme concluir con algunas observaciones prácticas.
«Yo soy Jehová vuestro Dios», esta era la salutación amorosa que
Dios le dirigía a Israel (Lv 11:44). Ahora no ha dejado de ser Su
salutación de gracia para cada cual que ha creído en el nombre de Su
Hijo, Jesucristo. Dios se convierte en nuestro Dios en el instante en que
recibimos Su testimonio acerca de Su amado Hijo. Esta nueva relación
entre Dios y nosotros en virtud de la cual Él nos llama Suyos y nosotros lo
llamamos a Él nuestro es el simple resultado de un evangelio creído.
No es a los que obran, sienten o aman que Dios dice «Yo soy Jehová
vuestro Dios», sino a los que CREEN. Y cuando Dios usa la palabra creer,
quiere decir justamente eso y no procura incluir nada sino lo que lo que
el hombre entiende por esa palabra. Si hubiera querido decir alguna otra
cosa, nos lo habría indicado, y no habría permitido que nos
extraviáramos o fuéramos engañados al malinterpretar una palabra de la
que la Biblia está llena. Si el significado hubiera sido obrar, sentir o amar,
lo habría expresado así y no hubiera permitido que supusiéramos que
CREER en verdad es todo.
Cuando Dios le dijo a Israel «Yo soy Jehová vuestro Dios», añadió:
«por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo» (Lv
11:44). También agregó: «Yo soy Jehová, que os hago subir de la tierra de
Egipto para seros por Dios: seréis pues santos, porque yo soy santo» (Lv
11:45).
Tengan ánimo. Dios está de su lado. Tienen a Cristo para luchar por
ustedes. Tienen al Espíritu Santo para sostenerlos y consolarlos. Tienen
más razones para tener ánimo que desánimo. Tienen el ejemplo de
millones que los han precedido. Tienen las preciosas y grandísimas
promesas (2 Pe 1:4). Tienen muchos compañeros de viaje y milicia a
diestra y a siniestra. Tienen frente a sus ojos un reino radiante que
compensará toda prueba y todo conflicto aquí. Además, el camino es
corto. El trajín acabará pronto. La batalla no durará para siempre. Mayor
es el que está con ustedes que todos los que pueden estar contra ustedes.
Fortalézcanse en el Señor. Fortalézcanse en Su amor y en Su poder.
Tomen toda la armadura de Dios (Ef 6:10, 11).
Con esa libertad, viene el amor, el amor por Aquel que ha sacado
nuestras almas de la prisión yendo Él mismo a prisión por nosotros.
Con ese amor, viene el celo, el celo por Aquel que siguió a Sus
perdidos hasta recuperarlos, por Aquel que dijo «El celo de tu casa me
comió».
[←2]
Oigan lo que Jonathan Edwards escribe sobre la señorita que luego llegó a ser su
esposa: «Dicen que hay una jovencita en ―[cierto lugar] que es amada por el gran Ser que
hizo y rige el mundo. Dicen que hay ciertas temporadas en que este gran Ser, de una u otra
manera invisible, la visita y llena su mente con dulcísimo deleite, y que a ella por poco no le
importa nada más que meditar en Él. Dicen que ella espera ser elevada y recibida luego de
un tiempo donde Él está, ser elevada del mundo y trasladada al cielo, pues está segura de
que Él la ama demasiado como para dejarla mantenerse distante de Él para siempre. Allí
ella habitará con Él, cautivada por Su amor y deleite por los siglos de los siglos. Por eso,
aunque le presentes todo el mundo, ella lo menosprecia y no le da importancia; tampoco le
presta atención a ninguna pena o aflicción. Posee una extraña dulzura de mente y una
singular pureza en sus afectos; es muy justa y meticulosa en toda su conducta, y sería
imposible persuadirla a hacer algo malo o pecaminoso aun si le dieras todo el mundo, pues
ella no querría ofender a este gran Ser. Ella tiene una maravillosa dulzura, calma y
benevolencia universal de mente, en especial después de que el gran Ser se ha manifestado
a su mente. A veces va de un lado a otro cantando con dulzura y siempre parece estar llena
de gozo y placer, nadie sabe por qué. Ama estar sola, caminando por los campos y las
arboledas, y siempre parece estar conversando con alguien invisible».
[←3]
Nota editorial: Este es lenguaje figurado. Bonar no adhería a la doctrina popular de
nuestros días que señala que nuestros pecados personales son producidos por espíritus
inmundos que debemos echar fuera. Más bien, este es un llamado a mortificar dicha
conducta pecaminosa a través de los medios establecidos en la Palabra de Dios (ver Col
3:5-10).
[←4]
Algunos hablan del nuevo hombre como si fuera una persona aparte dentro de
nosotros, colocada en nuestro interior desde lo alto, que de inmediato es perfecta e incapaz
de cometer pecado. Hablan también del viejo hombre como si fuera una persona
igualmente separada, inalterada e inmutable, que no hace nada sino pecar. Este abuso de la
figura del apóstol lleva a la absoluta confusión, pues, si ese fuera el caso ―preguntamos―,
¿quién peca, el viejo hombre o el nuevo hombre? ¿Quién es perdonado, el viejo hombre o el
nuevo hombre? ¿A quién lava la sangre, al viejo hombre o al nuevo hombre? ¿A cuál de
estos hombres le dice el apóstol «El que hurtaba, no hurte más», al viejo o al nuevo? ¿A cuál
le dice «Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios»? No al viejo hombre, pues, si esta teoría
es cierta, no puede hacer nada sino contristar al Espíritu hasta el final. No al nuevo hombre,
pues él nunca contrista al Espíritu ni puede hacerlo. ¿A quién le dice «Y no os embriaguéis
de vino», al viejo o al nuevo hombre? La forma antibíblica en que los hombres vanos,
hombres que se dicen sabios, han interpretado la figura del apóstol destruye toda identidad
y responsabilidad personal.
[←5]
Nota editorial: Aunque esta afirmación a primera vista parece favorecer la postura
arminiana sobre la expiación, el resto de los escritos de Horatius Bonar, que fue firme
defensor del calvinismo bíblico, nos llevan a concluir que ese no puede ser el sentido aquí.
Más bien, el autor se refiere a la realidad de que ningún elegido es justificado hasta que es
llamado y unido a Cristo por el Espíritu Santo mediante la fe. «Dios, desde toda la
eternidad, decretó justificar a todos los elegidos, y Cristo, en el cumplimiento del tiempo,
murió por sus pecados y resucitó para su justificación. No obstante, ellos no son
justificados hasta que el Espíritu Santo, a su debido tiempo, en verdad les aplica a Cristo»
(Confesión de Fe de Westminster, XI.4, traducción propia).
[←6]
La suntuosidad de muchos cristianos en la actualidad [nota del traductor: 1874] es
muy triste. ¡Cuántos millares de libras son gastadas en el yo! (en vestuario, en comida, en
entretención, en pinturas, en jolgorios, en autogratificación pura). No basta con
mantenernos apartados del salón de baile, del teatro, de la ópera, del oratorio y de la mesa
de juegos: debemos personalmente negarle al «yo» los lujos que nos identifican con el
mundo. De lo contrario, los hombres del mundo podrían observarnos y decir: «Estos
cristianos gastan tanto dinero en ellos mismos como nosotros. Sus mesas, sus vestidos, su
servicio doméstico, sus hermosos vehículos, sus joyas y sus ornamentos son tan costosos e
innecesarios como los nuestros» (Gal 2:20; 6:14).
[←7]
Tengan cuidado con los prejuicios, ya tengan que ver con personas o con cosas. Sin
embargo, sean decididos, no gente indecisa que se deja llevar por la opinión pública o se ve
cautivada por algún gran «pensador» de la época. Eviten el uso demasiado frecuente de
ciertas frases religiosas que, en especial cuando no son precisamente escriturales, resultan
repulsivas, como los meros distintivos de las sectas. Con demasiada frecuencia, ellas son
expresiones de una arrogancia con la que nunca se mezcla el amor fraternal. Hay algunos
cuya consigna es lo que entienden por el término (tomado del Dr. Newman) de
«justificación en un Cristo resucitado». Otros tienen por lema lo que designan
«consagración completa». Otros excomulgan a todos los que no «parten el pan» con ellos,
llaman «sistemas» a todas las corrientes menos la suya propia, hablan de «juzgar el error»,
de hacer determinadas cosas «fuera de la comunión» y otras «en comunión», siempre
llaman «partimiento del pan» a la Cena del Señor y han inventado la frase extrabíblica de
«la presidencia del Espíritu Santo» ―¡como si los discípulos debieran reunirse en el nombre
del Espíritu y no en el nombre de Cristo!―. Eviten todas las expresiones sectarias y
extrabíblicas de esa clase, que huelen al hombre y a sus debilidades. Tengan comunión con
todos los que aman al Señor Jesucristo y recuerden que la mesa del Señor es el lugar donde
los cristianos debieran reunirse, no donde debieran separarse. Procuren ser «llenos de
Espíritu» (Ef 5:18). Aquel a quien llamamos «Padre celestial» da «el Espíritu Santo á los que
LO PIDIEREN DE EL» (Lc 11:13). Pidamos, y recibiremos. «Espíritu, ven de los cuatro vientos»
(Ez 37:9). Ese Espíritu fue «derramado», «descendió» o «cayó» en repetidas ocasiones, y no
una sola y única vez en Pentecostés. Vino en respuesta a la oración (Hch 2:17, 33, 38; 4:31;
8:15, 17; 9:17; 10:44, 45, 47; 11:15, 16; 19:6). Que la oración de Pablo por los efesios sea
también la nuestra, «que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de gloria, [NOS] DE
espíritu de sabiduría y de revelación» (Ef 1:17).
[←8]
Nota editorial: A primera vista, podría parecer que esta oración enseña que Dios
considera nuestra fe como el pago de nuestra deuda ante Él, que ella satisface Su justicia
divina. Sin embargo, eso no es lo que el autor quiere señalar. En su obra The Everlasting
Righteousness [La justicia eterna], Horatius Bonar explica cuál es el verdadero rol de la fe:
«La fe no es una satisfacción para Dios. No es posible decir que la fe satisfaga a Dios ni
que satisfaga la ley en sentido o aspecto alguno […] La fe no puede expiar la culpa; no
puede obtener la propiciación; no puede pagar la pena; no puede limpiar las manchas; no
puede otorgar justicia. Nos lleva a la cruz, donde hay expiación, propiciación, pago, limpieza
y justicia, pero en sí misma no tiene mérito ni virtud» (traducción propia, énfasis añadido).
Eso es precisamente lo que enseñan las Escrituras y está plasmado en la Confesión de Fe de
Westminster: «A quienes Dios llama eficazmente, también justifica gratuitamente, no
infundiendo justicia en ellos, sino perdonando sus pecados y considerando y aceptando sus
personas como justas, no por nada obrado en ellos o hecho por ellos, sino por la sola causa
de Cristo; tampoco porque les impute la misma fe, el acto de creer o cualquier otra
obediencia evangélica como la justicia de ellos, sino porque les imputa la obediencia
y satisfacción de Cristo. Ellos reciben y descansan en Cristo y Su justicia por medio de la
fe, fe que ellos no poseen de sí mismos, pues es don de Dios» (Confesión de fe de
Westminster, XI.1, traducción propia, énfasis añadido). En resumen, la fe es el instrumento
que nos une a Cristo, quien es nuestra justicia y salvación. Cuando decimos que somos
salvos por la sola fe, lo que queremos indicar es que la fe es el único instrumento por el que
nos aferramos a la justicia de Cristo, la mano con que la tomamos. No tiene valor en sí
misma, pero nos une a Aquel que es valioso y nos salva.
[←9]
Añado los títulos de algunos libros que pueden resultarles útiles:
Owen on the 130th Psalm [Exposición práctica del Salmo 130, por John Owen]
Fry’s Christ our Example [Cristo, nuestro ejemplo, por Caroline Fry]
Brief Thoughts on the Gospel [Breves pensamientos sobre el evangelio, por Horatius Bonar]
Phillip on the Love of the Spirit [Sobre el amor del Espíritu, por Philip]