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Girard, René.

Mentira romántica y verdad novelesca (Anagrama, 1985)

p. 9: el discípulo se precipita hacia los objetos que le designa el modelo. El modelo es el


mediador del deseo

p. 10: tan pronto como se deja sentir la influencia del mediador, se ha perdido el sentimiento
de lo real, y el juicio queda paralizado

p. 11: el mediador puede ser imaginario, pero la mediación no lo es

p. 12: los personajes de Cervantes y de Flaubert imitan o creen imitar los deseos de los
modelos que libremente se han otorgado

p. 13: el mediador como rival; p. 14: el mediador ya no puede interpretar su papel de


mediador sin ser a la vez un obstáculo. Es clave la distancia que haya entre el mediador y el
sujeto deseante

p. 15: mediación externa: cuando la distancia es suficientemente grande para que no se


toquen las esferas de posibilidades. Mediación interna: cuando la distancia es suficientemente
chica para que las esferas entren en contacto. La distancia en cuestión siempre es espiritual

p. 16: el héroe de la mediación externa proclama en voz alta la naturaleza de su deseo; venera
abiertamente a su modelo. En la mediación interna, en cambio, se busca disimular la
mediación y la imitación. Se busca repudiar los vínculos de la mediación. p. 17: el sujeto
deseante siente odio por su modelo, en la mediación interna

p. 19: todas las sombras se disipan si se reconoce a un mediador en el rival detestado

p. 20: sólo los novelistas revelan la naturaleza imitativa del deseo. Si florecen los
“sentimientos modernos”, es porque la mediación interna triunfa en un mundo en el que las
diferencias entre los hombres se borran cada vez más. El vanidoso romántico ya no quiere ser
discípulo de nadie. Se persuade de que es infinitamente original. La espontaneidad se
convierte en dogma, derribando a la imitación

p. 21: el novelista deja actuar a sus personajes para luego presentar al mediador. Así
restablece la jerarquía del deseo. // “El vanidoso romántico quiere persuadirse constantemente
de que su deseo está inscrito en la naturaleza de las cosas o, lo que equivale a lo mismo, es la
emanación de una subjetividad serena, la creación ex nihilo de un Yo casi divino. Desear a
partir del objeto equivale a desear a partir de sí mismo: nunca es, en efecto, desear a partir del
Otro”. Romanticismos y realismos, idealismos y positivismo, secretamente coinciden en
disimular la presencia del mediador. Todos estos dogmas son traducciones de visiones del
mundo propias de la mediación interna. La mentira en común es el deseo espontáneo. Todos
ellos defienden la ilusión de autonomía
p. 22: “romántico” designa a lo que no revela la presencia del mediador. “Novelesco”
designa a las obras que revelan esa presencia. // El romántico defiende una partenogénesis de
la imaginación. Ansioso de autonomía, se niega a inclinarse ante sus propios dioses. // El
deseo triangular es el que transfigura al objeto

p. 23: en Stendhal, la pasión es lo contrario de la vanidad. El ser pasional extrae de sí mismo


la fuerza de su deseo, no de los demás

p. 24: la vanidad es lo que metamorfosea a su objeto

p. 25: la pasión que no habla apenas es deseo. En cuanto hay deseo, reaparece el mediador.

p. 26: la pasión auténtica se confunde con la serenidad de las alturas. Es inseparable de la


dicha estética. Remite a la revelación del deseo triangular. Escapa del ámbito de lo novelesco,
entregado a la vanidad y al deseo
p. 27: la transfiguración del objeto deseado define la unidad de la mediación externa y de la
mediación interna. La imaginación necesita un padre, y este padre es el mediador

pp. 29-30: cuanto más se acerca el mediador al sujeto deseante, más tienden a confundirse las
posibilidades de los dos rivales y más insalvable se hace el obstáculo

p. 32: el novelista es el que supera su propio pasado romántico // el sujeto deseante espera
obtener del objeto beneficios de tipo sacramental La Imaginación ha hecho su labor. El objeto
está transfigurado

p. 33: siempre hay un contacto con el mundo real, pero no es el objeto el punto de contacto,
sino otra conciencia. Es un tercero quien designa al narrador el objeto que comenzará a
desear.

p. 34: sugestión literaria – publicidad contemporánea

p. 35: la fuente de la transfiguración está en nosotros, pero el agua viva sólo brota cuando el
mediador golpea la roca con su varita mágica

p. 36: la emoción estética no es deseo sino cese de todo deseo [p. 26]. El deseo es uno.

p. 39-40: “Recuperar el tiempo es recuperar la impresión auténtica bajo la opinión ajena que
la recubre; es, por consiguiente, p. 40 descubrir esta opinión ajena en su calidad de opinión
extraña; es entender que el proceso de mediación nos aporta una impresión vivísima de
autonomía y de espontaneidad en el preciso instante en que dejamos de ser autónomos y
espontáneos. Recuperar el tiempo es [...] admitir que siempre se ha copiado a los Otros a fin
de parecer original tanto a sus ojos como a los propios. Recuperar el tiempo es abolir una
pequeña parte del propio orgullo”. Con la muerte del orgullo se nace a la humildad, y así
también se nace a la verdad.
p. 41: románticos y simbolistas quieren un deseo transfigurador, espontáneo; se encierran en
su sueño poético. El novelista, a partir del sueño, nos muestra el siniestro cortejo de la
mediación interna

p. 42: Dostoyevski como cima de la mediación interna

p. 43: a medida que el mediador se aproxima, los frutos del deseo triangular se hacen más
amargos

p. 44: el deseo triangular es una alienación cada vez más total a medida que disminuye la
distancia entre el modelo y el sujeto

p. 45: la mediación interna convierte al mediador en un rival. A medida que el mediador se


aproxima, su papel crece y el del objeto disminuye. p. 47: prioridad del Otro en el deseo. p.
48: estadios agudos de la mediación interna caracterizados por una preponderancia cada vez
más visible del mediador y una gradual desaparición del objeto

p. 52: ya en Cervantes, con la inclusión de El curioso impertinente en Don Quijote, se da la


presencia simultánea de la mediación interna y la externa. Esto confirma la unidad de la
literatura novelesca

p. 53: todos los héroes de novela esperan de la posesión una metamorfosis radical de su ser.
El deseo aspira al ser del mediador. El deseo es deseo de ser el Otro. El sujeto deseante
quiere convertirse en su mediador.

p. 54: para tener esa clase de deseo, es preciso experimentar una repugnancia invencible
hacia la propia sustancia. Hay que renunciar a la opción de desear por uno mismo

p. 55: el héroe de novela siente la angustia de ser un ser separado, concreto, y contamina
todas las cosas que puede utilizar

p. 56: la subjetividad novelesca se odia, porque tiene una exigencia imposible de satisfacer,
que no puede venirle de sí mismo. Hay una promesa engañosa, la promesa de autonomía
metafísica. Dios ha muerto y el hombre debe ocupar su lugar. Cada cual se siente excluido de
esa promesa, de esa herencia divina.

p. 57: la mentira es lo que sostiene al deseo triangular. El sujeto se vuelve hacia el Otro que
parece disfrutar de la herencia divina. Se aleja del presente y vive en el futuro [ver p. 10; p.
81]. Nada lo separa de Dios salvo el mediador, que es un rival

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