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(26)EL MONSTRUO

Nos aproximamos a la pequeña llanura seca y abrasada en donde se percibe este fenómeno. EL
terreno que la rodea es arenoso, rústico y está repleto de piedras: a medida que avanzamos,
sentimos un calor excesivo y respiramos el olor del cobre y del carbón mineral que exhala el
volcán: entrevimos por fin la llama que una ligera lluvia desencadenada fortuitamente convirtió
en más ardiente. Este fuego pede tener treinta o cuarenta pies de circunferencia: si se cava la
tierra de los alrededores, el fuego se aviva inmediatamente bajo el instrumento que la desgarra…
Sade, Juliette

Le será enviado una instrucción al señor Lenormand, comerciante de maderas… para rogarle que
venga él mismo, acompañado de una carreta, a buscar mi cuerpo, para que sea transportado… al
bosque de mi tierra de Malmaison… donde quiero que sea colocado, sin ninguna ceremonia, en el
primer bosquecillo espeso que se encuentra a la derecha del mencionado bosque… Mi fosa será
abierta en ese bosquecillo por el granjero de Malmaison bajo la inspección del señor Lenormand,
que no abandonará mi cuerpo más que después de haberlo depositado en dicha fosa… Una vez
que esté cubierto se sembrarán allí bellotas a fin de que más tarde, cuando el terreno de (27)la fosa
se recubra y el bosquecillo se reconstituya, las trazas de mi tumba desaparezcan de la superficie
de la tierra, del mismo modo en que me jacto de que mi memoria se borrará del espíritu de los
hombres.
Marqués de Sade, Testamento

Los diferentes modos de espera destructiva de presente se traducen, en Sade, en


operaciones mentales que presiden diferentes prácticas de desborde
“experimental”. Cuando la felicidad consiste no en el disfrute sino en el deseo de
quebrar los frenos que se oponen al deseo, no es en la presencia sino en la
espera de los objetos ausentes que disfrutaremos de esos objetos –es decir, que
disfrutaremos de esos objetos destruyendo su presencia real (asesinatos
orgiásticos)-, o si nos decepcionan –y parecen negarse a la presencia en su
resistencia a lo que les querríamos hacer padecer –los maltrataremos para
convertirlos a la vez en presentes y destruidos (lo que se expresa, por ejemplo,
en el sadismo moral mediante el sacrilegio dirigido al Dios ausente). En algunos
personajes de Sade la decepción en la espera termina convirtiéndose en una
ficción erógena: el objeto no decepciona, pero se lo trata como si decepcionara.
Sin embargo, uno de esos personajes, demasiado favorecido, confiesa que, dado
que no tiene más que desear para tener, su disfrute nunca está motivado por los
objetos que lo rodean, “sino por aquellos que no están”. “Es posible cometer
crímenes tal como los concebimos y como dice usted; en cuanto a mí, confieso
que mi imaginación siempre se posó sobre aquello que está más allá de mis
medios, concebí mil veces más que lo que hice, y siempre me quejé de la
naturaleza, que dándome el deseo de ultrajarla, me sustraía siempre los
medios.”
Una vez más, aquí la Naturaleza es vivida como una presencia provocadora
de la espera, una presencia que se sustraería de la espera agresiva: la conciencia
sadista* se ve frente a la propia eternidad (28)de la que había renegado y que ya no
puede reconocer bajo los trazos de la astuta Naturaleza: por una parte, mantenida
en las funciones orgánicas del individuo, experimenta los límites de su
agresividad; por la otra, en los movimientos de la imaginación, tiene la sensación
*
Sadiste en el original. Se tradujo el neologismo para respetar la intención del autor, puesto que en
francés existe, como en español, el término sadique (sádica). [N. de la T.]

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del infinito; pero en lugar de encontrar su condición eterna y sentirse en la
unidad universal, no percibe allí como en un espejo más que el infinito reflejo de
las diversas y múltiples posibilidades perdidas de su individuo. El ultraje a infligir
a la Naturaleza sería dejar de ser individuo para totalizar inmediata y
simultáneamente todo l que contiene la Naturaleza: sería alcanzar una pseudo-
eternidad, una existencia temporal, la de la polimorfismo perversa. Al haber
renegado de la inmortalidad del alma, los personajes de Sade postulan en
contrapartida su candidatura a la monstruosidad integral, y niegan así la
elaboración temporal de su propio yo; su espera los vuelve a colocar
paradójicamente en el estado de posesión de todas las posibilidades de desarrollo
en potencia, estado que se traduce en su sentimiento de poder incondicionado. La
imaginación erótica que se desarrolla a medida que se forma el individuo, al
contrabalancear sea una perversión, sea el instinto de propagación, y que elige los
momentos de soledad y de espera del individuo para invadir su yo –momentos en
los que el mundo y los seres están ausentes-, correspondería así a una tentativa
inconsciente de recuperar todo lo posible convertido en imposible por el hecho de
la toma de conciencia del yo- al haber permitido esta formación la realización del
otro yo-; correspondería, por lo tanto, a una actividad de la agresividad, en
detrimento de la realidad exterior, que tiene como objeto volver a encontrar su
integridad original. Sin embargo, en el individuo vivo en espera permanente, la
imaginación parece todavía un esfuerzo para escapar del objeto que él espera,
para volver a la condición a-temporal en donde la posesión de todo lo posible
excluiría la posibilidad de la experiencia de la pérdida. Por boca de sus personajes
Sade mismo confiesa: “Yo inventaba horrores y los ejecutaba a sangre fría, en
estado de no negarme a nada; por más dispendiosos que fueran mis proyectos de
desborde, los abor(29)daba al instante”. En efecto, el solitario, el prisionero Sade,
privado de todo medio de acción, dispone a fin de cuentas del mismo poderío que
el héroe omnipotente con el que sueña: el poder incondicional que no conoce más
resistencia, que no conoce más obstáculos ni fuera ni dentro de sí mismo, que no
tiene más que la sensación de su derramamiento ciego. “Los abordaba al
instante.” Apuro que no alcanza sin embargo, y en lo más íntimo, para agotar el
movimiento de “esa suerte de inconsistencia, de azote del alma y patrimonio
demasiado funesto de nuestra triste humanidad”. Así el alma, aspirando a la
liberación, es presa de una esperanza contradictoria; espera escapar de la
dolorosa experiencia de la pérdida negando al objeto su presencia, mientras que
en el mismo instante muere de deseo de ver al objeto, reintegrado en el presente,
quebrar en ella el movimiento del tiempo destructor.*

PIERRE KLOSSOWSKI. “Acéphale”, 2005, Caja negra editora. Traducción: Margarita


Martínez.

*
En rojo están los números de página del original.

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