Está en la página 1de 12

EL NARRADOR DE «EL OBSCENO PÁJARO DE LA NOCHE» 467

El hombre está vinculado a las circunstancias, pero los vínculos son


desafortunados.

CEDOMIL Go1c

EL NARRADOR DE EL OBSCENO PÁJARO DE LA NOCHE


DE JOSÉ DONOSO

Más allá de las posibilidades de desintegración del narrador que


se pueden observar en La vida breve de Onetti o en La muerte de
Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, el narrador de El obsceno pájaro
de la noche, de José Donoso, constituye un caso insólito y por mu­
chas razones notable. Ofrece de distinto y bien diferenciado, en re­
lación a los casos anteriores, el obedecer el narrador a una de las
posibilidades más complejas que la novela puede presentar: la del
narrador-testigo-personaje. Este tipo de narrador conocido en algunas
de las expresiones más notables de la novela moderna adquiere en
Donoso una estructura excepcional. Dentro de la unidad aparente del
narrador cada una de sus otras dimensiones adquiere un carácter de
total no�edad y de extrañeza que condiciona, desde el polo subjetivo,
la objetividad del mundo narrado. Como en las novelas mencionadas,
anda envuelta la cuestión de la identidad de la persona aunque aquí
confundida en patetismo singular. En la estructura del narrador agen­
te, la desintegración del narrador, adopta el informe :fluctuar de múlti­
'
ples identidades, la sustitución y la participación en variadas personas
y, a la vez, en un movimiento reductor que se hará acompañar del
empequeñecimiento, de la reducción de tamaño hasta lo minúsculo y
despreciable. En la ambigüedad de este doble movimiento, se cifran
la voluntad de ser y la voluntad de autoaniquilamiento en el narrador.
Dos mitos polarizan esta doble tensión: uno, el edipiano, otro, el del
imbunche.

Cedomil Goic, Historia de la novela hispanoamericana, Ediciones Universita­


rias de Valparaíso, Valparaíso, Chile, 1980', pp. 262-265.
468 GARCÍA MÁRQUEZ, FUENTES, DONOSO

La ambigüedad del narrador en cuanto tal se presenta en Humberto


Peñaloza, escritor de una biografía de don Jerónimo de Azcoitía y cronista
impotente de la Rinconada y del mundo de monstruos que allí habita en
un orden, creado por don Jerónimo para su hijo Boy, que margina a los
seres deformes del contexto corriente de la vida; y en el Mudito que, si­
métricamente, en la Casa de Ejercicios de la Encarnación de la Chimba,
vieja fundación del siglo xvm, convertida en asilo de viejas sirvientas y de
huérfanas idiotas, narra y oculta manuscritos bajo la cama, como hacen
las viejas con cachivaches y desechos inútiles. En ambos planos se super­
ponen las tensiones antes apuntadas.
Dentro de esta ambigüedad se habla de una novela dentro de la novela
y en ello se funda parte de la identidad del narrador. Por una parte, un
nombre repetido nueve mil trescientas veces en cien ejemplares, una suerte
de golem sostenido por la letra impresa en la biografía de don Jerónimo.
Por otra, la crónica de la Rinconada imaginada e interiormente concebida,
pero no escrita y, en similar forma insatisfactoria, no perfeccionada: la na­
rración del Mudito a la Madre Benita y toda la narración hecha en segunda
persona, cuyo grado de inmediatez, asegurado por la apelación al «usted» o
al « tú», no certifica su real cumplimiento, pues de labios del narrador no
sale voz alguna. Esta suerte de impotencia expresiva marca la totalidad de
la figura del narrador y se extiende por cierto a sus otras dimensiones.

De la estructura ambigua del narrador queremos desprender algu­


nos momentos que lo caracterizan en general de un modo extremada­
mente peculiarizador. Sea primero la perspectiva del narrador, el modo
de la interpretación de la realidad, su peculiar visión del mundo. Este
es el aspecto más característico del narrador y aquel que apela más
vivamente a la participación crédula del lector, puesto que se trata de
una visión mágica del mundo. Esta visión establece una causalidad a
distancia de rasgos extraños, de efectividad sorprendente que se cum­
ple con resonancias demonológicas en una serie de repeticiones, de
transformaciones, participaciones y sustituciones, que hacen del mun­
do una realidad, en parte, detenida, donde el tiempo está suspendido,
y, en parte, una realidad inaprehensible, fluctuante e indeterminada,
donde la dislocación del tiempo es total. De esta visión mágica del
mundo la novela recibe, en los aspectos de su disposición narrativa,
determinaciones muy claras y expresivas de la extrañeza ahistórica del
mundo y de la inestabilidad de toda secuencia narrativa. Desde este
punto de vista, la narración conquista y pierde a cada paso, con la
transformación del narrador, el punto de hablada y lo determina en
un nuevo contexto del discurso, explotando y exigiendo las posibilida-
EL NARRADOR DE «EL OBSCENO PÁJARO DE LA NOCHE» 469

des indicativas de los pronombres personales de primera y segunda per­


sonas.
El lector debe reacomodar constantemente con las fluctuaciones
del narrador -de la identidad del narrador- la perspectiva para ade­
cuarla al eventual «punto de hablada». La desintegración del narrador
está sometida de esta manera a una indeterminación general. La iden­
tidad, la personalidad, del narrador, el punto de hablada, la posición
témporo-espacial, son fluctuantes y contradictorias. El propio grado de
conocimiento del narrador está afectado por la general indetermina­
ción, de modo que éste se muestra a sí mismo impotente para penetrar
en la real condición de lo observado o experimentado, o en la esfera
de realidad que le corresponde. Lo real se le aparece ambiguo, inde­
terminado entre la alucinación , el sueño, la pesadilla, la magia, el rito,
la invención y la realidad práctica. Pero, a la vez, ciertas constantes se
establecen en la conciencia crepuscular del narrador: la sospecha y
hasta la convicción adoptada de la efectividad de la magia, de los im­
pulsos oscuros e inconscientes de los personajes, de la duplicidad y del
enmascaramiento del mundo, de la necesidad del orden y del terror
del no pertenecer o ser extraño, de la compulsión de todo orden y de
la determinación del propio ser por el Otro, de la intolerancia del mun­
do por lo extraño y de su conversión en lo monstruoso y en lo obsce­
no, de lo intolerable y angustioso de ser extraño en el mundo.

En cuanto testigo, define el narrador su condición esencial como voyeur.


Se trata de un voyerismo sui generis con el cual se interpreta el poder de
los siervos o de los desposeídos y el narrador interpreta su propio poder
y lo representa mágicamente. La elaboración de las características del mun­
do a la luz del testigo se proyecta en un sentido sexual de expreso simbo­
lismo fálico o de atribución de tal sentido a la mirada que comunica y
hace participar de su potencia a quien carece esencialmente de ella y nece­
sita del testigo para recibir de él el poder de que carece. En el caso del
narrador esto no acontece sin resentimiento ni agresividad que se expresa
de modo sexualmente ambiguo. Paralelamente, este sentido se desarrolla
dentro de una situación mágica en que el hijo de don Jerónimo es engen­
drado en el sincronismo de un acoplamiento mágico que hace fecundo al
impotente desde el lado oscuro de lo real. En ambos casos, la participación
mágica es experimentada negativamente por el testigo, en correspondencia
con la pérdida o despojamiento de la identidad. El sentimiento de despojo
o robo de la propia identidad efectuado por el padre, que le revela la in­
significancia de su nombre y de su extracción social, engendra la crisis de
470 GARCÍA MÁRQUEZ, FUENTES, DONOSO

identidad y la búsqueda de un rostro que se representa en el carácter fluc­


tuante de las transformaciones del personaje, en que la apetencia del rostro
se confunde con el deseo o demanda de amor resuelto en los términos de
un complejo de Edipo. De modo que cuando las circunstancias penúltimas
arrojan al testigo a la anulación total, al imbunchaje cumplido de todas sus
posibilidades de contacto con el mundo exterior, todavía capta la presencia
de alguien afuera y entonces olvida su propósito claudicante y se abre de­
sesperadamente hacia esa presencia percibida «porque hay alguien afuera
esperándome para decirme mi nombre y quiero oírlo» . Pero esa posibilidad
le es negada y su ser es anulado, perfectamente anulado, por un poder te­
rrible y grotesco.

Como personaje, el narrador y testigo, encarna diversas identida­


des miserables de seres desposeídos o sirvientes. Éstos -el narrador
incluido-- no son vistos sin más como una parte baja y despreciable
del universo, sino como una parte complementaria, entrañable y dia­
lécticamente trabada con los poseedores. Estas dos clases se sostienen
recíprocamente, constituyen un orden ambiguo, pero cada una en sí
misma posee un orden para sí, sometido a una legalidad que no tolera
trasgresiones. El personaje narrador es el encargado de poner en rela­
ción los diversos órdenes que es posible sorprender en este universo.
A él le cabe la demoníaca posibilidad insatisfactoria de la no pertenen­
cia a ningún orden particular y por consiguiente de la apetencia de
pertenecer a algún orden: su condición es de una especial ambigüedad
anhelante y angustiada. Su ubicuidad es expresión de su des-ubicación
en orden alguno. Es expresión esencialmente de la pérdida del rostro,
de la in-significancia del nombre. Y lo es de la búsqueda de la máscara
que se identifique con su rostro verdadero.
«CASA DE CAMPO» DE JOSÉ DONOSO 47 1

LUIS lÑIGO-MADRIGAL

ALEGORfA, HISTORIA, NOVELA: CASA DE CAMPO


DE JOSÉ DONOSO

[Casa de campo, la novela de José Donoso, tiene en buena parte


un carácter alegórico. Las primeras reseñas publicadas sobre la obra
anotaban ya esa posibilidad, ] que queremos desarrollar ahora con al­
gún detalle, para explicarla después, desde una perspectiva sociológico­
literaria, como expresión de la actividad histórica de un grupo social
específico en un momento determinado de la historia de Chile, atra­
yendo además, como confirmación de nuestra hipótesis, los capítulos
finales, no alegóricos, del texto.
Aunque el narrador de Casa de campo (narrador cuyas especiales
características están en directa relación con la «alegoría» propuesta y
con la ideología que la estructura) insiste reiteradamente en la calidad
fictiva de su narración, [ ] en el caso de la novela que nos ocupa
. . .

la negación explícita de su carácter alegórico está relacionada, desde


un punto de vista retórico, por una parte con la ironía y, por otra, con
el tipo de relación elegido entre la voluntad semántica y el thema.
Finalmente, si concedemos que aun las alegorías mentadas como
tales exigen lectores dispuestos a asumirlas desde una perspectiva de­
terminada, dispondremos de un camino que permitiría un análisis so­
ciológico del consumo de la obra de que tratamos (cosa de la cual
no nos ocuparemos aquí) . [ ] . . .

Para empezar primero por lo primario, habría que ir, paradojal­


mente, a la última página de Casa de campo. Allí, terminado ( ? ) el
texto, figuran los lugares y las fechas entre los que se escribió: «Cala­
ceite-Sitges-Calaceite. 1 8 de septiembre 1 973 - 1 9 de junio 1 978», da­
tos de los que nos interesa retener ahora el de la fecha inicial: 1 8 de
septiembre de 1 973, esto es: fecha de celebración de la Independencia
de Chile ( 1 8-IX-1810), pero 18 de septiembre de 1 973 , es decir, siete
días después del golpe militar que derribó al Gobierno Constitucional

Luis Iñigo-Madrigal, «Alegoría, historia, novela (a propósito de Casa de cam­


po de José Donoso)», en Hispamérica, 25:26 ( 1980), pp. 5-31 (5-14, 25-31 ). Los
números entre paréntesis corresponden a las páginas de la edición de Seix Barral,
Barcelona, 1978.
472 GARCÍA MÁRQUEZ, FUENTES, DONOSO

de Chile, asesinando a su Presidente, Dr. Salvador Allende Gossens, a


miles y miles de patriotas, encarcelando y torturando a muchos más, e
instaurando un régimen de opresión y terror que aún no cesa. En esa
precisa fecha se comienza a escribir (o se nos dice que se comienza
a escribir, matiz a tener en cuenta) Casa de campo, que narra lo si­
guiente:

Una acaudalada familia acostumbra a pasar, año tras año, los meses
de verano en la lujosa casa de campo sita en sus inmensas posesiones rura­
les. La estadía es, más que unas vacaciones, el medio de controlar la fuente
de riqueza familiar: en las propiedades patrimoniales existen minas de oro
cuyo producto es extraído y laboreado en sutiles láminas, aptas para usos
ornamentales y muy codiciadas en el mercado internacional, por los nativos
de la tierra (otrora orgullosos y libres, sometidos hoy a la cuasi esclavitud
so pretexto de antiguas prácticas antropofágicas que se les achaca y, dicen,
pueden resurgir) . Sólo un miembro de la familia estableció alguna vez re­
laciones amistosas con los nativos; pero ese excéntrico ha sido declarado
loco, encerrado y mantenido aislado del grupo familiar.
Durante una de sus permanencias en la casa de campo la familia decide
realizar un paseo a un mítico paraje de sus posesiones; en la gira partici­
parán sólo los adultos (acompañados de la innúmera servidumbre que los
atiende y, llegado el caso, deberá defenderlos de posibles antropófagos),
en tanto los niños permanecen, solos, en la casa.
Idos los mayores uno de los niños libera al supuesto loco (su padre)
y éste inicia un vasto programa de reformas en la vida del lugar, incluyendo
relaciones amistosas con los nativos, normas de igualdad en los derechos y
obligaciones de todos los habitantes, etc. Tales reformas son acatadas con
desigual ánimo por los niños que, desde distintos ángulos, las acogen, ig­
noran o rechazan. En esas circunstancias, el plan de reformas fracasa y el
caos se enseñorea del lugar.
De vuelta del paseo los adultos saben, en el camino, lo que ha suce­
dido en la casa durante su ausencia; deciden enviar a la servidumbre para
reinstaurar el orden quebrantado y posponen su propio regreso para el año
siguiente.
Los sirvientes cumplen su tarea de conquistar a sangre y fuego, implan­
tando una atmósfera de crimen y terror que es una especie de mascarada
del antiguo régimen.
Cuando regresan los adultos, lo hacen acompañados de extranjeros a
quienes tienen el propósito de vender sus posesiones ; los extranjeros (en
complicidad con la antigua servidumbre y con la nueva que ha acompañado
a los adultos en su regreso; con una de las niñas que había huido del lugar
durante la ausencia de sus padres y con el amante nativo de ella; con otra
«CASA DE CAMPO» DE JOSÉ DONOSO 473

de las niñas que ha enamorado a uno de los extranjeros), deciden apro­


piarse de las posesiones de la familia por medios expeditos, abandonando
a los adultos y al resto de los niños y nativos en la casa, librados algunos a
la muerte y los más a un futuro incierto.

La acción así presentada está exenta de carácter alegórico sólo en


su última parte, resumida en el postrer párrafo, la cual adquiere un
aire discursivo de anticipación o hipótesis política por oposición a
lo que la antecede, que puede entenderse como alegoría en dos niveles
distintos y complementarios.
El primero y más general, aquel cuyo contenido propio y recto es
el de la historia hispanoamericana en el lapso que corre entre lo que
Halperin Donghi ha llamado surgimiento y madurez del orden neoco­
lonial.1 Se trata, en este primer nivel, de una alegoría imperfecta (per
mixta apertís allegaría) en que <<Una parte de la manifestación se en­
cuentra léxicamente en el nivel del pensamiento mentado en serio» .
Efectivamente, así como, e n el contenido manifiesto de Casa de campo,
los Ventura (tal el nombre de la familia ¿protagónica? ) venden a los
«extranjeros» la producción tradicional de oro laminado que elaboran
los nativos de sus posesiones y, en un momento dado, acuciados por
las crecientes dificultades de explotación, deciden tratar de vender las
posesiones mismas a aquellos extranjeros, así el plano del pensamiento
mentado en serio (i.e. , «el proceso que llena la etapa iberoamericana
comenzada a mediados del siglo XIX») corresponde al <<nuevo pacto
colonial que . . . transforma a Latinoamérica en productora de materias
primas para los centros de la nueva economía industrial, a la vez que . . .
la hace consumidora de la producción industrial de esas áreas», pacto
que llega a su madurez hacia 1880, no «sin crisis de intensidad cre­
ciente» que hacen que la situación comience «a modificarse en favor
de las metrópolis» . [ . . J Dentro de este primer contenido propio pue­
.

den rastrearse algunos elementos específicos: tal por ejemplo la propia


Casa, lujoso palacete un tanto exótico, en consonancia con las innova­
ciones arquitectónicas que acompañan a la bonanza económica de los
primeros tiempos del nuevo pacto; o las referencias a las modas, los
medios de transporte, la música y otros contenidos de la actividad co­
tidiana del mundo de los Ventura.
Pero esta primera alegoría imperfecta es sólo, si se me permite

l. [Tulio Halperin Donghi, Historia contemporánea de América Latina,


Alianza Editorial, Madrid, 1969, passim. ]
474 GARCÍA MÁRQUEZ, FUENTES, DONOSO

decirlo así, el «marco escénico» en que se desarrolla otra, ésta perfecta


(tata allegaría) , es decir, sin huella léxica del pensamiento mentado en
serio, cuyos elementos son mucho más ricos, más matizados que los
de la primera. Aquí el sentido recto y propio es el de la historia con­
temporánea de Chile entre fechas que pueden fijarse, a efectos expo­
sitivos, en los años que corren de 1970 a 1973, si bien dentro de ese
lapso el discurso explícito no guarde estricto paralelo con la cronología
del pensamiento mentado en serio.
Por otra parte, las dos alegorías, al relacionarse (relacionando de
esta manera los contenidos propios a que remiten) producen un mundo
de abierta complejidad; así, por ejemplo, las posesiones de los Ventura
(Marulanda es su nombre) son siempre, en el contenido semántico ma­
nifiesto, territorio del país que habita la familia (país innominado en
el texto) , pero mientras en el primer nivel del pensamiento mentado
en serio ese país es América y Marulanda una porción indeterminada de
ella, en el segundo nivel del pensamiento mentado en serio ese país
(y Marulanda, y la casa de campo y sus inmediaciones, y la casa de
campo con su parque rodeado de una verja de 18 .633 lanzas) es Chile.
Desde el punto de vista retórico estamos, pues, en presencia de
una suerte de alegoría sofisticada, censuradas por Quintiliano como
inconsequentia rerum foedissima, pero que aquí tiene una consecuencia
notoria con la ideología que determina el texto y se transparenta en sus
páginas finales .
Atendamos por ahora al segundo nivel del pensamiento propio,
aquel que constituye el centro de la novela, según explicita el propio
narrador no bien comenzada ésta: «La noche anterior a la excursión
que me propongo usar como eje de esta novela . . .». La excursión es,
como sabemos, pretexto, ocasión o detonante del abandono de la casa
de campo en manos de los niños (dirigidos por el loco : Adriano Go­
mara) por parte de los adultos. Tal vez valga la pena aclarar ya aquí
que, en el segundo pensamiento seriamente mentado ( ¿también en el
primero? ) , la distribución de los habitantes de la casa corresponde a
una esquemática división social de la población de Chile: los mayores
son la «oligarquía» (en sentido decimonónico) ; los niños, las capas me­
dias; los nativos, el proletariado o la «clase baja»; la servidumbre,
por su parte, corresponde inequívocamente a los aparatos represivos
del Estado y, en especial, a las Fuerzas Armadas. En función del doble
carácter alegórico del contenido semántico manifiesto y, principalmen­
te, de la condición de per mixta apertis allegaría que reviste 1a primera
«CASA DE CAMPO» DE JOSÉ DONOSO 475

de las alegorías las correspondencias entre los diversos grupos de per­


sonajes novelescos y la división social sobredicha pueden difuminarse,
entrecruzarse o adquirir formas aparentemente excluyentes. Sin em­
bargo, en tanto la excursión corresponde, en el nivel del segundo pen­
samiento mentado en serio, al abandono del poder por parte de la
oligarquía en favor ( ? ) de las capas medias (proceso cuya trayectoria
histórica en Chile sería larga de detallar, pero que puede remontarse,
bien hasta el primer gobierno de Arturo Alessandri, 1 920-1924, bien
hasta el triunfo del Frente Popular en las elecciones presidenciales de
1 938), esa excursión parece remitir a la desaveniencia de la burguesía
chilena frente a las elecciones de 1 970, expresada en la disputa entre
el Partido Nacional y la Democracia Cristiana que impidió, primero,
la presentación de un candidato único de esas fuerzas políticas y, pos­
teriormente, permitió que Salvador Allende fuera elegido Presidente
de la República.
En el discurso explícito las actitudes de los personajes, o grupos de
personajes, frente a la excursión y sus consecuencias pueden relacio­
narse así con las actitudes de diversos grupos sociales chilenos frente
a los acontecimientos nacionales a partir de 1 970. [ . . . ]
El capítulo doce contiene una «interpolación de otro mundo» (p.
395 ) : una conversación del narrador de la novela con Silvestre Ven­
tura; un «alarde» realista, en el que el primero expone el sentido de
su obra y las diferencias que la separan de su anterior producción.
Después de ese «cambio de registro», se vuelve al anterior, en el que
Silvestre Ventura rinde cuenta a su hermano Hermógenes y a la mujer
de éste, Lidia, de una misión que le ha sido encomendada: encontrar
un nuevo mayordomo que acompañe a la familia en su regreso a la
Casa, « . . . con el fin de desarticular de entrada las probables preten­
siones heroicas del que quedó allá y que podrían resultar peligrosas . . . »
(p. 408 ) . Silvestre no ha encontrado a ningún candidato dispuesto a
aceptar el puesto, pero la conversación fraternal sirve para conocer
los proyectos de los Ventura, que irán a la Casa acompañados de cier­
tos extranjeros a quienes piensan vender sus posesiones; esos proyec­
tos incluyen toda suerte de traiciones mutuas. [ . . ] .

El apartado segundo del capítulo doce está ocupado por la llegada de


los adultos, acompañados de tres extranjeros y nueva servidumbre (aunque
sin Mayordomo ), a la Casa, convertida en ruinas y bajo el férreo dominio
de los antiguos criados. Desde el momento mismo de la llegada, los ex-
476 GARCÍA MÁRQUEZ, FUENTES, DONOSO

tranjeros (dos hombres y una mujer) adquieren un carácter protagónico:


no sólo se permiten criticar las posesiones de los Ventura, poniendo en
duda su real valor, sino que contemplan y juzgan con desprecio explícito
las costumbres y usos familiares . Más aún, prontamente uno de los extran­
jeros, «el nabab de patillas coloradas, en su papel emblemático que lo
autorizaba para cerrar trato en nombre de los suyos», aprovecha b ocasión
«para decirle, sin necesidad de disimulo, unas cuantas palabras al Mayor­
domo»: «Éste las contestó afirmativamente, con la lucidez de quien sabe
el valor de lo que da y de lo que recibe y no duda que su servidumbre
está definiendo el futuro» (p. 435 ).
Entretanto, la atmósfera de destrucción que reina en la Casa es disi­
mulada cada vez con mayor dificultad por los Ventura, que ceden progre­
sivamente a reacciones y sentimientos «humanos». La situación no mejora
con la llegada de una nueva caravana a la Casa: se trata esta vez de Malvi­
na, cuya historia se narra a continuación (pp. 457-474 ): durante el período
«revolucionario», cuatro primos (Malvina, Higinio, Fabio y Casilda) huyen
de la Casa llevándose parte del oro acumulado en las bodegas familiares ;
los acompañan algunos nativos, entre los que destaca Pedro Crisólogo ;
llegados a la capital, Malvina se desembaraza de Fabio y Casilda (después,
también de Higinio) y de los nativos (con excepción de Pedro Crisólogo,
de quien es amante), e inicia una vida de poco escrupulosos negocios, que
incluyen la venta del oro a los extranjeros, y la enriquecen rápidamente;
entre sus actividades planea negociar con Adriano Gomara la obtención de
nuevas remesas de oro, petición a la que aquél accede, con esperanza de
salvar la situación miserable y caótica que impera en Marulanda como con­
secuencia de la «revolución>>; el tráfico, sin embargo, se interrumpe pronto
por una maniobra de los niños contrarios a Gomara, interrupción que no
desagrada completamente a Malvina. [ . . ]
.

Malvina cierra así el círculo de compromisos y traiciones que culminan


con el" abandono de los Ventura a una muerte probable, en los términos
ya conocidos, por la servidumbre, los extranjeros, Malvina y Pedro Crisó·
lago, y Melania, prima de Malvina que acompaña al más joven de los ex·
tranjeros. Sin embargo, algunos de los integrantes del clan abandonado tal
vez se salven. [ . J
. .

Tal vez convenga señalar que el peligro que acecha a los abandonados
es el de las «tempestades» de vilanos que azotan cada año, al finalizar el
verano, a Marulanda: vilanos producidos por gramíneas que pueblan las
posesiones de los Ventura y la novela. Y que el único medio para no pere­
cer sofocado por esos vilanos, es un método de respiración lenta y acom­
pasada perfeccionado por los nativos, al que se pliegan los Ventura que
quedan en la Casa (otros, locamente, se aventuran en el campo, en donde
la muerte es segura ), en una especie de ritual en que quedan « . . . tumbadas
las figuras de grandes niños y nativos confundidas, apoyadas unas en otras,
«CASA DE CAMPO» DE JOSÉ DONOSO 477

en los almohadones, cubiertas por las mantas a rayas tejidas por las muje­
res de los nativos, respirando apenas, con los ojos cerrados, con los labios
juntos, viviendo apenas . . . » (p. 498). [ . . . ]

Entre la alegoría propuesta, en el grueso de la obra, las caracte­


rísticas y elementos generales de ésta, y sus capítulos finales, no hay
oposición sino complementariedad. Todo se integra en el nivel de la
ideología del grupo social cuya actividad histórica en el Chile de las
últimas décadas expresa Casa de campo.
Se trata de un sector de las capas medias chilenas: en rigor, de los
estratos altos de esas capas que participan de los intereses y valores
de las clases dominantes tradicionales y comparten con ellas el poder,
que son conservadores, opuestos al desarrollo y fuertemente autorita­
rios, pero que se presentan a sí mismos como un grupo progresista,
democrático y modernizador.
Casa de campo, al alegorizar parte de la historia reciente de Chile
y al prever su futuro próximo, reconoce en muchos y muy distintos
niveles esa filiación. El hecho mismo de aludir y eludir a un tiempo
la realidad, no sólo en el terreno de la ficción, sino en lo que discur­
sivamente se piensa que ella es, más allá de las motivaciones generales
que están en la raíz de toda alegoría y de toda novela «en clave» , re­
produce las tensiones entre lo que la clase media chilena, y en par­
ticular su cúspide, es y pretende ser.
Así, el carácter de alegoría de Casa de campo, al quebrar la con­
cordancia entre la voluntad semántica efectiva y el contenido semán­
tico manifiesto, permite tanto la ironía que es entendida por el lector
como el ocultamiento de la intención seria, logrando, p. ej ., difuminar
la visión peyorativa que, en términos alegóricos, se hace de Salvador
Allende, su Gobierno y sus partidarios. A este mismo proceso contri­
buye la calidad de «alegoría sofisticada» que reviste Casa de campo,
mostrando, por otra parte, el carácter indeterminado, ahistórico, que
presenta la voluntad efectiva. Esta última característica se manifiesta
en el intento explícito de hacer una novela «decimonónica», que se
resuelve en la apropiación de las características más superficiales de
la novela moderna (narrador personal omnisciente que apela frecuen­
temente al lector; también un lenguaje artificioso, que no caracteriza
a la novela del x1x) : ejercicio que sirve como nuevo mediatizador entre
voluntas y thema. De esa manera el estilo «decimonónico» cumple,
externamente, la misma función que, en el interior de la obra, cumple
478 GARCÍA MÁRQUEZ, FUENTES, DONOSO

el reiterado juego de los niños de la familia Ventura, «La Marquesa


Salió A Las Cinco» : «máscara que encubría la mascarada».
Para completar los rasgos ahistóricos del pensamiento seriamente
mentado ahora en el terreno de una concepción de la naturaleza huma­
na (presente en otras obras del autor), según la cual los impulsos egoís­
tas y la agresividad cobarde distinguirán siempre a la especie, uno de
los sirvientes protagónicos, Juan Pérez, encarnación del resentimiento,
la hipocresía, la sevicia, la adulación y la traición, quien tras una larga
serie de villanías se ve abandonado en la Casa, huyendo bajo los vila­
nos que le matarán, es, en forma explícita, una figura sin historia, pero
omnipresente: único de los criados que desde siempre, sin que nadie
se aperciba, ha ido a Marulanda verano tras verano; es, para decirlo
con palabra que gusta a Donoso, la encarnación de las fuerzas «obscu­
ras» del hombre.
Finalmente, y de la misma suerte que el personaje que de alguna
manera (aunque no se sepa exactamente cómo) es el héroe de la novela,
Wenceslao, representa a sectores de las capas medias (condición que
comparte, en otro plano, con los «niños» en general) , las relaciones
entre esos sectores y los elementos del contenido semántico manifiesto
se dan también de manera mucho más sutil: cuando Mauro y sus pri­
mos desengastan las 1 8 .633 lanzas de la verja que protege la Casa, se
sorprenden al notar que, de todas, sólo treinta y tres lanzas estaban
firmemente sujetas : justamente las arrancadas hasta el día del paseo:
justamente, también, el número de ellas que corresponden a los pri­
mos vivos. Las treinta y tres lanzas son así una especie de doble sím­
bolo: equivalen a los niños (y a su correspondencia alegórica) y son
la única salvaguarda de la Casa ( ¿del país ? ) .

También podría gustarte