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CEDOMIL Go1c
LUIS lÑIGO-MADRIGAL
Una acaudalada familia acostumbra a pasar, año tras año, los meses
de verano en la lujosa casa de campo sita en sus inmensas posesiones rura
les. La estadía es, más que unas vacaciones, el medio de controlar la fuente
de riqueza familiar: en las propiedades patrimoniales existen minas de oro
cuyo producto es extraído y laboreado en sutiles láminas, aptas para usos
ornamentales y muy codiciadas en el mercado internacional, por los nativos
de la tierra (otrora orgullosos y libres, sometidos hoy a la cuasi esclavitud
so pretexto de antiguas prácticas antropofágicas que se les achaca y, dicen,
pueden resurgir) . Sólo un miembro de la familia estableció alguna vez re
laciones amistosas con los nativos; pero ese excéntrico ha sido declarado
loco, encerrado y mantenido aislado del grupo familiar.
Durante una de sus permanencias en la casa de campo la familia decide
realizar un paseo a un mítico paraje de sus posesiones; en la gira partici
parán sólo los adultos (acompañados de la innúmera servidumbre que los
atiende y, llegado el caso, deberá defenderlos de posibles antropófagos),
en tanto los niños permanecen, solos, en la casa.
Idos los mayores uno de los niños libera al supuesto loco (su padre)
y éste inicia un vasto programa de reformas en la vida del lugar, incluyendo
relaciones amistosas con los nativos, normas de igualdad en los derechos y
obligaciones de todos los habitantes, etc. Tales reformas son acatadas con
desigual ánimo por los niños que, desde distintos ángulos, las acogen, ig
noran o rechazan. En esas circunstancias, el plan de reformas fracasa y el
caos se enseñorea del lugar.
De vuelta del paseo los adultos saben, en el camino, lo que ha suce
dido en la casa durante su ausencia; deciden enviar a la servidumbre para
reinstaurar el orden quebrantado y posponen su propio regreso para el año
siguiente.
Los sirvientes cumplen su tarea de conquistar a sangre y fuego, implan
tando una atmósfera de crimen y terror que es una especie de mascarada
del antiguo régimen.
Cuando regresan los adultos, lo hacen acompañados de extranjeros a
quienes tienen el propósito de vender sus posesiones ; los extranjeros (en
complicidad con la antigua servidumbre y con la nueva que ha acompañado
a los adultos en su regreso; con una de las niñas que había huido del lugar
durante la ausencia de sus padres y con el amante nativo de ella; con otra
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Tal vez convenga señalar que el peligro que acecha a los abandonados
es el de las «tempestades» de vilanos que azotan cada año, al finalizar el
verano, a Marulanda: vilanos producidos por gramíneas que pueblan las
posesiones de los Ventura y la novela. Y que el único medio para no pere
cer sofocado por esos vilanos, es un método de respiración lenta y acom
pasada perfeccionado por los nativos, al que se pliegan los Ventura que
quedan en la Casa (otros, locamente, se aventuran en el campo, en donde
la muerte es segura ), en una especie de ritual en que quedan « . . . tumbadas
las figuras de grandes niños y nativos confundidas, apoyadas unas en otras,
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en los almohadones, cubiertas por las mantas a rayas tejidas por las muje
res de los nativos, respirando apenas, con los ojos cerrados, con los labios
juntos, viviendo apenas . . . » (p. 498). [ . . . ]