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1. La estética, como disciplina filosófica, nace a mediados del siglo XVIII.

Quien acuña
ese nombre (“estética”, del griego aisthesis, “percepción sensible”) es el filósofo
Alexander Baumgarten. Baumgarten llama “estética” a la ciencia del conocimiento
sensitivo (o sensible), es decir, el conocimiento que la ciencia físico-matemática deja
de lado. La experiencia sensible es irreductible al análisis lógico. Pensemos, por
ejemplo, en cómo le explicaríamos a alguien que nunca vio ningún color qué es un
color. La experiencia de ver un color no es lo mismo que decir, por ejemplo, que tal
color es un grado determinado de la escala cromática (esa sería la respuesta científica,
que puede matematizar la explicación de qué es un color). Otro ejemplo: percibir un
sonido no equivale a decir que en el aire viajan ondas acústicas de determinada
frecuencia. El conocimiento sensitivo (esto es, el conocimiento que nos dan los cinco
sentidos), entonces, es distinto del conocimiento matematizante de la ciencia
galileana.
2. La estética, como rama de la filosofía, con el tiempo deja de ser entendida como el
estudio del conocimiento sensible. Se la empieza a considerar como el pensamiento
filosófico sobre lo bello y, finalmente, como el pensamiento filosófico sobre el arte
(que es una parte de lo bello, dado que hay cosas bellas naturales, como las flores).
3. La estética es el modo de reflexión moderna sobre el arte. Ya con Baumgarten se
separa de la ciencia natural; es decir, ya tenemos una base para pensar la autonomía
de lo sensible. El texto de Peter Bürger nos ofrece una pequeña historia de la
autonomización del arte, es decir, nos muestra cómo la modernidad fue desarrollando
distintas teorías sobre la relación entre el arte y otras prácticas sociales (la política, la
moral, la ciencia).
4. En la historia que reconstruye Bürger hay dos conceptos centrales: institución literaria
y modernización. La institución literaria tiene, para Bürger, tres rasgos: a) sirve a un
propósito particular dentro de la sociedad; b) formula un código estético determinado;
c) tiene validez ilimitada (es decir, las reglas de la institución no se discuten; cada
institución literaria determina qué es la literatura en cada época histórica). La
modernización podríamos entenderla con estos tres otros rasgos: a) el predominio de
la regla, de la ley, de lo que se puede medir o calcular (racionalización); b) la
centralidad del individuo ante la crisis de las instituciones; c) la separación de la vida
humana en esferas (política, ciencia, arte, religión) que tienen su propio modo de
funcionamiento autónomo. Bürger analiza cada etapa histórica con estos dos
conceptos.
5. Las etapas o períodos que estudia Bürger son tres. La primera es la doctrina clásica
(siglo XVII en Francia, bajo el absolutismo político). La doctrina clásica ofrece
normas para la composición de obras literarias; su código estético está basado en el
predominio de la regla. En ese aspecto es moderna. Sirve además para un propósito
social particular: transmitir pautas sociales de conducta y apoyar el nacimiento del
Estado absolutista francés en su disputa con la Iglesia. En ese aspecto también es
moderna, ya que contribuye a la separación de esferas (se separa la política de la
religión) y se aleja de la institución tradicional, la Iglesia (hay que tener en cuenta que
el Estado absolutista, en esa época, es un fenómeno reciente, moderno). La autonomía
de la institución literaria clásica es ambigua: por un lado, se separa de la Iglesia (a la
cual se subordinaba el arte medieval); por otro, pasa a depender del Estado.
6. La segunda etapa es la institución literaria del Iluminismo -o Ilustración- (Francia,
siglo XVIII). Pensemos en lo que ya estudiamos con Koselleck al ver el origen del
Estado moderno: el Estado, para poner fin a las guerras religiosas, separa a la política,
por un lado, de la interioridad de la conciencia, por otro (Hobbes decía: “la autoridad,
no la verdad, hace la ley”). Ahora bien: pasadas las guerras civiles, en el siglo XVIII,
esa interioridad del hombre sale a la luz (“Iluminismo”) y quiere discutir el orden
político. Quiere discutir libremente cuál es el verdadero orden político y cómo hay
que organizar la sociedad. Bürger nos explica el aspecto literario de este proceso. La
literatura ilustrada, en su aspecto filosófico, discute cuáles son las normas válidas para
organizar la sociedad; en su aspecto artístico, ayuda a que el individuo haga suyas
esas normas. La modernización, entonces, se ve en el hecho de la centralidad que
adquiere el individuo ante la crisis de las pautas tradicionales (ya no sólo la Iglesia,
sino también el Estado absolutista es criticado). La institución literaria tiene un
propósito particular: contribuir a la creación de una sociedad racional (es decir,
moderna) a través de la formación del individuo.
7. Sin embargo, la idea de una sociedad racional pronto es criticada por los propios
ilustrados (lo que Bürger llama “la autocrítica de la Ilustración”). Parece que no todo
puede reducirse a la racionalización de nuestras acciones; además, la sociedad
racional tampoco parece ser tan buena como se pensaba. La respuesta crítica
encuentra, en el plano literario, la figura del genio. El genio produce sin reglas, sin
leyes; en ese aspecto se opone a la modernización. Nace la tercera etapa, la estética de
la autonomía, desde mediados del siglo XVIII en adelante (etapa para la cual la
“estética del genio” que menciona Bürger es un paso previo). La estética de la
autonomía logra separar al arte de todas las otras instancias sociales. El arte ya no
sirve a la política, a la ciencia, a la moral. En ese aspecto, la estética de la autonomía
es moderna: promueve la autonomía del arte. Sin embargo, las categorías que utiliza
para este fin no son modernas: el genio produce irracionalmente, sin leyes; por lo
tanto, el receptor contempla una obra de arte sin tener tampoco un conjunto de reglas
para “calcular” la calidad de la obra (a diferencia de lo que pasaba en el clasicismo
francés del siglo XVII); la obra de arte, por último, es una totalidad. La obra de arte
no es una máquina o un mecanismo, que se puede separar en partes. Lo típicamente
moderno, lo racional, es hacer máquinas, que funcionan con reglas específicas válidas
para todas las máquinas iguales. La obra de arte, según lo que explica la estética de la
autonomía, es todo lo contrario: cada obra es única. La modernidad del arte es
paradójica: se hace moderno (es decir, se autonomiza) haciendo una crítica de la
modernidad y apelando a categorías no modernas.

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