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Adolescentes
‘’Dos cabezas piensan mejor que una’’ reza un conocido refrán. No sólo la sabiduría
popular sino también la formación en psicoanálisis nos permite demostrar algo de ello: la
formación universitaria, grupos de estudio, la supervisión y la terapia misma –experiencia que
siempre nos invita a interrogarnos, a recordar que el saber se encuentra del lado del paciente
el cual siempre nos sorprende y nos obliga a corrernos del lugar omnipotente de creer saberlo
todo y que aquello extraño a nosotros puede enriquecer nuestra mirada-.
Esta creencia delirante puede traer graves consecuencias: por un lado, el ‘creer saberlo
todo’ obtura aquello que debería ser sostenido como interrogación. Para evitar cerrar con el
sentido propio aquellas posibles vías de trabajo y evitar apresurarnos en su exploración. Por
otro lado, nos vuelve incapaces de conversar con otras disciplinas, subjetividades o realidades
distintas a la nuestra cerrándonos a los distintos aportes o puntos de vista. Como mencionaba
anteriormente y en concordancia a lo que plantean Rome, Corredera & Noceti (2022) nuestro
lugar desde el psicoanálisis está lejos de querer ‘enseñar’ al sujeto, más bien, se trata de
dejarse enseñar por él’ y subvertir el lugar de saber que distingue al psicoanálisis de otras
disciplinas.
Por ello, el hecho de trabajar en conjunto con profesionales de otras disciplinas no nos
asegura que estemos realizando transdisciplina. Por ejemplo, podemos conformar un equipo
de trabajo con médicos cirujanos, terapistas ocupacionales, psicólogos pero si cada uno de los
profesionales trabaja dentro del área que delimita su objeto de estudio y no se aventura a
interrogarse más allá de las fronteras de su campo y a dialogar con dichas disciplinas
estaríamos realizando lo que en palabras de Sinay Millonschick (1999) es la multidisciplina:
el análisis de varias disciplinas sobre un mismo objeto de estudio, dentro de los límites
internos de cada disciplina sin ir más allá.
Viñeta clínica
David estaba por cumplir los 4 años. En cualquier espacio de la institución le era muy
difícil mantenerse quieto. Sin embargo, parecía movilizarlo una curiosidad sin freno. En
ocasiones, abría todas las puertas y cajones del mobiliario áulico sin detenerse a observar que
había en aquellos espacios. Ante las dificultades que presentaba David como quedarse quieto,
la motivación de salir del aula, las caídas y golpes frecuentes, entre otras cosas, llevó a que los
integrantes del equipo de orientación funcionen como ayudantes en el aula. Posteriormente a
ello, le indican que consulte con un pediatra y éste a su vez deriva a la familia a consulta con
un neurólogo. Este profesional diagnostica autismo y ADDH. Indica acompañante
terapéutico, terapia psicológica, entre otras cosas. Con este diagnóstico, posibilitaba que, a su
vez, Servicio Social cubra los honorarios del acompañante terapéutico que se solicitaba. Entre
todos los trámites el niño fue diagnosticado a mitad de año.
El porcentaje de inasistencias era elevado -el 70% de los días de clases-. Este aspecto
generaba tensión en los distintos agentes: para la maestra preocupación porque según su ética
no podía evaluar el desempeño del niño, lo cual le generaba conflictos con la directora que
según ella la presionaba para que realice un informe favorable. Por otro lado, la directora se
expresaba disconforme con las ausencias del niño pero no se comunicaba formalmente con la
familia y aunque argumentaba la necesidad de asegurar la obligatoriedad de la educación
tampoco comunicaba la situación con la inspectora del nivel.
Previo al diagnóstico el jardín había decidido reducir la carga horario del David de 8 a
4hs. Contrariamente a ello, el médico neurólogo indicó que debía concurrir las 8hs
nuevamente. Por tal motivo, se realizó una reunión donde la madre de David solicitó
incorporar a su hijo nuevamente en la doble jornada. Pero las ausencias continuaron y se
volvieron más persistentes.
Problemática
Comento en el equipo la necesidad de conversar con él para más allá del diagnóstico
tener un intercambio con la esperanza de que se produzca un dialogo enriquecedor. Intenté
comunicarme con él de múltiples formas pero era inaccesible. En una segunda instancia
cuando recurro al equipo la respuesta fue: ‘él no le atiende el teléfono a nadie, tampoco esa es
nuestra función hacer terapia’. En este caso mi respuesta fue que no se iba a hacer ningún
tipo de terapia, que me parecía necesario conversar con él para entender desde su punto de
vista la problemática y construir herramientas útiles para trabajar con el niño en la institución
y reforzar la sugerencia de la derivación con un psicólogo infantil para que trabaje en
conjunto con nosotros y la familia. A lo cual, la directora me responde que esto no era parte
de nuestra ‘’función’’ y ‘que iba a consultar con la inspectora’.
Semanas posteriores escucho diversos comentarios que traen las maestras en relación
al hecho relatado sobre ‘la confusión de roles’ se había difundido de manera ‘informal’ en la
institución. Frente a este hecho decido hablar con la directora para intentar ordenar mi labor
de ser necesario. Su respuesta fue que uno dejaba su título y su manera de trabajar fuera de la
institución. Como si el cargo excluyese el título el cual habilitaba su ejercicio, totalmente
paradójico.
Algunas semanas antes que finalice el período escolar la madre de David se acerca a la
institución con una carpeta desbordada de informes, estudios, órdenes, etc. Alegremente nos
comenta que consulto con otras dos profesionales: una fonoaudióloga y una especialista en
autismo quien le realizo el test ADOS-2. Ambas profesionales no coincidían con el
diagnostico de Autismo indicado por el neurólogo. Mientras escuchaba atentamente a la
madre de David la directora me indicaba constantemente que preste atención y vaya
redactando el ‘acta correspondiente’. Pronto me piden que salga para llamar a la maestra de
David y cuando ingresamos a la dirección la directora y la fonoaudióloga se disculpan y se
retiran de la reunión para atender otros asuntos. En una reunión posterior sin la madre de
David ni la maestra presente, la directora y la fonoaudióloga aseguran que las profesionales ya
mencionadas estaban equivocadas. Asimismo me explicaban cuáles eran los síntomas del
autismo e indicaban observarlos en la conducta de David.
Dicha frase no deja de resonarme en relación al caso relatado. ¿Qué era aquello
desconocido lo cual se rechazaba? ¿Otros profesionales, otras miradas, el riesgo de apostar
por la inclusión de David?, ¿el enojo de los padres, los colegas o la inspectora?, ¿temor a
apostar y no obtener lo que se espera?, ¿a quiénes no se puede cambiar?, ¿es el otro quien está
equivocado?, ¿hay un punto de vista superior a otros en esta discusión?
Rome, Corredera & Noceti (2022) precisan los fundamentos que posibilitan la eficacia
de ‘la práctica entre varios’ en el trabajo con niños con problemáticas del espectro autista, los
cuales podemos extrapolar a otros contextos de trabajo colectivo para reflexionar sobre ello.
Entre varios de los fundamentos encontramos la ética como brújula que orienta la práctica.
Las autoras sostienen que las reuniones de equipos no deben dedicarse exclusivamente
a cumplir funciones administrativas o burocráticas –tales como se presentaban en el jardín:
reuniones donde lo importante era dejar redactado en acta lo conversado sin intención de
dialogar posibles intervenciones en relación a las problemáticas que se planteaban-.
Asimismo, los equipos deben de preservar en su centro un vacío de saber, que ha de ser
bordeado en el trabajo e intercambio entre colegas sin procurar saturarlo (Rome, Corredera &
Noceti, 2022).
Perla Zelmanovich (2003) plantea que en la actualidad nos encontramos con escenas
de fragilidad, de debilitamiento del tejido simbólico, la inconsistencia de discursos que
sostienen el vínculo social en conjunto a la falta de implicación en los acontecimientos y la
posibilidad de asumir responsabilidad ante las consecuencias de los actos tiene como
resultado el empobrecimiento de las posibilidades de dar sentido a lo incomprensible.
A pesar de las dificultades de David, debemos pensar cuales son las condiciones
necesarias para posibilitar dicho proceso y no, por el contrario, cuales son las condiciones que
lo limitan para excusarnos de intentar hacer algo nuevo. Considero que en este caso el
diagnostico intenta cerrar, culpar al niño y su familia por su condición, considerándolo por
fuera de la norma, difícil de educar y por lo tanto, expulsado imaginariamente de la
institución, en lugar de hacer lo posible para incluirlo dentro del marco cultural que aporta la
institución educativa.
Por otro lado, se olvida que hablamos de un niño que está en vías de constitución y
como afirma Gisela Untoglich (2020) las consecuencias que puede suponer un diagnostico si
no se abordan los problemas subyacentes del malestar y se nomina el sufrimiento teniendo en
cuenta solo el comportamiento observable del niño corriendo el riesgo de transformar la
clínica en una serie de procedimientos burocráticos.
A su vez, Zelmanovich (2003) nos recuerda como los procesos vinculados a la
identificación que pueden ponerse en juego de forma ‘pasajera’ y tales identificaciones
pueden quedar congeladas por la sanción que los adultos hacemos del discurso social dando
un destino acabado. Por lo cual, debemos darles un marco para que la identidad sea ensayada,
sin apresurarnos ni realizar nominaciones que impliquen tales riesgos.
Silvia Bleichmar (2014) expresa que la relacion entre el adulto y el niño debe ser
asimétrica, simbólica y de capacidad de dominio del mundo. En este sentido, el adulto tiene
responsabilidad y en la escuela no somos todos iguales –niños y adultos- y agrego, entre
profesionales tampoco: hay que sostener cierto límite entre colegas y fronteras permeables
entre disciplinas. No tenemos por qué opinar del mismo modo, ni es correcto opinar sobre
otra disciplina como si fuese todo lo mismo.
Considero que no se puede ir demasiado lejos sin el aporte de los colegas que
enriquecen nuestra perspectiva que aportan luz sobre lo desconocido.