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T. 38.

Revolución industrial e industrialización

La situación sobrevenida a partir de 1780 va a suponer una alteración profunda en


la vida de los seres humanos. Se trata de la llamada “revolución industrial”, que supuso
un cambio tan radical como la “revolución neolítica” en su momento. La revolución
industrial supone la sustitución del trabajo animal y humano por las máquinas. De este
modo, la economía, política, cultura y sociedad se verán afectadas. Para la historiografía
marxista, la Revolución industrial fue la transformación de las fuerzas productivas y de
las relaciones de producción mediante las cuales se desarrolló el capitalismo industrial.

Podemos hablar de tres revoluciones industriales: la primera entre 1760/80 y 1850


corre a cargo del sector textil, con el carbón como fuente de energía y el ferrocarril
como medio de transporte. La segunda entre 1870 y 1914/45 es predominante el sector
de la química pesada, la electricidad y el siderúrgico. La tercera desde 1945 hasta la
actualidad tiene como señas la robótica y electrónica, energía atómica y exploración
espacial. El concepto de revolución ha sido muy discutido porque no aparece de forma
súbita ni se produce en un corto espacio de tiempo, aunque ciertamente fue
revolucionaria al transformar el sistema productivo y el sistema social. Quizá cabría
interpretarla como una evolución de los acontecimientos anteriores, especialmente la
denominada segunda revolución industrial. La expresión Revolución industrial fue
empleada primero en Francia por el socialista Blanqui, tal vez como semejanza en el
terreno económico a lo que en el aspecto político había significado en Francia la
revolución de 1789. El término Industrialización se utiliza para aquellos países que van
pasando de una etapa eminentemente agraria a otra industrial.

La revolución industrial no se trató solo de un cambio técnico (sistema de fábrica,


utilización de la energía del vapor de agua, etc.), sino también de un cambio de
mentalidad (disposición para asumir y emplear las nuevas técnicas), de economía
(ampliación de mercado y nuevos sistemas económicos), de educación (una mano de
obra capaz de usar la nueva tecnología), etc. Este cambio no surgió de la nada, sino que
se basó en la protoindustrialización, los capitales obtenidos mediante el comercio
colonial y los cambios agrícolas precedentes. No es casual que Gran Bretaña liderase
esta “revolución”.

Centrándonos en los factores que originaron la revolución industrial, los


económicos son los más numerosos. En primer lugar, se produce una revolución
agrícola. Los profundos cambios en la agricultura comienzan por las transformaciones
de la estructura agraria, produciéndose la sustitución del sistema de campos abiertos
(open fields) por el de campos cerrados (enclosures). Posteriormente se produce la
introducción de nuevos métodos de cultivo (el sistema Norfolk, que introduce el forraje
para evitar dejar la tierra en barbecho), se emplean abonos y se mejora la crianza del
ganado (a través de la estabulación). Se mejoró el utillaje agrícola gracias a los inventos
como la sembradora de J. Tull, la segadora de Mckormik y la trilladora de Turner.
Todos estos cambios incrementaron la producción y productividad agraria,
contribuyendo así la agricultura al advenimiento de la industria, ya que pudo alimentar a

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la población en continuo crecimiento y liberó mano de obra agrícola que emigró a las
ciudades formando la clase obrera.

En segundo lugar, los cambios producidos en el comercio. En la Inglaterra del siglo


XVIII se produjo una transformación radical en la organización de su comercio interior,
al constituir un verdadero mercado nacional, en el que se integran todas las regiones del
país. A esto contribuyeron los nuevos sistemas de transporte y comunicación, la mejora
de la red de carreteras, la construcción de canales o la eliminación de aduanas. Por su
parte, el comercio exterior amplió el mercado para los productos de la industria
británica y dio acceso a nuevas materias primas. Tenían el control de los mares.

También contamos con factores financieros, puesto que todo proceso de


industrialización necesita ir precedido de un aumento de la oferta de capitales. Para
canalizar los capitales procedentes del comercio y de la agricultura hacia la industria se
hizo uso de dos medios: el crédito bancario y la participación directa de las empresas.

Los sectores económicos motores de la primera Revolución industrial fueron el


textil y el siderúrgico. La industria textil se mecanizó en todas sus fases: cardado, hilado
y tejido. Entre los principales avances destacan la lanzadera volante de John Kay, la
hiladora de Hargreaves (perfeccionada por Arkwright –waterframe– y posteriormente
por Crompton –la mule Jenny–) y el telar mecánico de Cartwright. Estos avances
incrementaron la producción algodonera de centros como Liverpool y Manchester. En
su estructura productiva se pasó del domestic system al factory system. En cuanto a la
siderurgia cabe destacar el método de pudelado y laminación de Cort y, a mediados del
siglo XIX, el convertidor de Bessemer, que produjo acero de mayor calidad. La
demanda del ferrocarril dinamizó este sector. Las fuentes de energía de estas industrias
son el vapor y la hulla. A principios del siglo XVIII con el procedimiento de Darby se
consiguió transformar la hulla en coque metalúrgico. El empleo de coque redujo los
costes de producción de la siderurgia. Por su parte, James Watt, que partió de estudios
anteriores (Papin, Newcomen), convirtió la máquina de vapor en el verdadero motor de
la primera Revolución industrial, suministrando fuerza motriz a las máquinas y fuerza
de tracción a los transportes. La introducción de la máquina de vapor aceleró el proceso
de concentración industrial, estimuló el desarrollo del sistema de fábrica y significó el
ahorro de tiempo y de mano de obra. Esto dio lugar a movimientos de protesta como
huelgas pacíficas o ataques violentos como el ludismo (destrucción de máquinas que
ponían en peligro los puestos de trabajo).

Uno de los factores que más contribuyó al éxito de la Revolución industrial fue la
innovación tecnológica, que transformó las condiciones de producción: incrementó la
producción industrial, redujo los costes de producción y los precios industriales. Ya
hemos señalado la máquina de vapor y los inventos relacionados con la industria textil y
siderúrgica. En relación a los transportes hay que destacar el ferrocarril, que nace en las
minas de carbón. G. Stephenson ideó una locomotora a vapor con mayor potencia que el
resto convirtiendo al ferrocarril en el medio de transporte más representativo de la

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Revolución industrial. La máquina de vapor fue aplicada también al transporte
marítimo, siendo el pionero R. Fulton.

En conexión con los factores económicos encontramos los factores sociales. La


aristocracia inglesa no invirtió en tierras ni en especulación inmobiliaria, sino en
industria (maquinaria, textil, siderúrgica). Además, la mano de obra era abundante como
consecuencia de la liberación de mano de obra agrícola y el crecimiento demográfico.
Este último fue debido al tránsito del ciclo antiguo (caracterizado por altas tasas de
natalidad y mortalidad) a uno moderno (con altas tasas de natalidad y un descenso de la
mortalidad). También influyeron las mejoras sanitarias (uso de anestesia), higiénicas
(alcantarillado), el avance de la medicina (Jenner descubrió la vacuna contra la viruela),
así como la alimentación. Este aumento demográfico supuso un aumento de mano de
obra y de demanda de bienes industriales. A medida que la industria se urbaniza surge el
verdadero proletariado.

Por último, en cuanto a los factores políticos tenemos que tener en cuenta el papel
del Estado. Gran Bretaña contaba en el siglo XVII con un Parlamento en el que estaban
representados los propietarios de tierras y los comerciantes, quienes elaboraban las leyes
del país en función de sus intereses. Como consecuencia de las teorías económicas que
aparecieron en el siglo XVIII, fisiocracia (Quesnay) y liberalismo económico (A.
Smith), el Estado inglés creó un ámbito en el cual la iniciativa privada fue capaz de
lanzar la Revolución industrial. Las transformaciones económicas fueron fruto del
individualismo y del mercado. Sin embargo, el Estado propició este proceso creando un
marco legal, una estabilidad política, una armonía social, un sistema fiscal, una moneda
estable y libertad. Además, impulsó la reforma del sistema educativo para formar a los
obreros y técnicos industriales.

En Europa continental la industrialización realizó tímidos progresos hasta mediados


del siglo XIX. Sus niveles de producción estuvieron muy alejados de Inglaterra. Por
esas fechas, tan solo tres países –Francia, Bélgica y Alemania– iniciaban su despegue
industrial. La inestabilidad política y social que vivió Francia ralentizó el proceso de
industrialización. Por su parte, el área alemana fue un conglomerado de estados
independientes hasta 1870, que dificultaron, en la etapa que nos ocupa, el proceso de
industrialización. Fue a partir de la unión aduanera (Zollverein) de 1834 cuando
comenzó un primer despegue importante gracias al ferrocarril que impulsó la industria
siderúrgica y de bienes de equipo. En Bélgica fue clave la minería del carbón, sobre la
que se desarrolló la industria siderúrgica que exportó hierro colado. Tras su
independencia en 1830 se creó la banca belga que permitió inversiones en distintos
sectores. Al margen de Europa, en Estados Unidos la industrialización avanzó de forma
rápida gracias a la rápida mecanización de la agricultura, a la llegada de inmigrantes
europeos (más de 40 millones en el siglo XIX), a la riqueza de materias primas y al
desarrollo empresarial (trusts).

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Hacia 1870 los países industrializados entran en una nueva fase de expansión
industrial debido a un avance en la demografía, la economía y la tecnología. Es lo que
se ha denominado segunda revolución industrial.

Nuevamente se produce un aumento demográfico como consecuencia de varios


factores. Es en esta época cuando se consolida el régimen demográfico moderno, si bien
la tasa de natalidad decrecerá (por las ideas maltusianas o por la pérdida de fuerza de las
ideas religiosas), la tasa de mortalidad descenderá notablemente. Gran Bretaña duplicó
su población, de 22 a 44 millones antes de la Gran Guerra. Los movimientos
migratorios beneficiaron a América en general y a Estados Unidos en particular, que
llegará al siglo XX con más de 80 millones de habitantes. La explosión demográfica fue
resultado también de la mejora en la alimentación (gracias a la refrigeración, enlatado y
pasteurización), las condiciones sanitarias (el descubrimiento de la penicilina por
Fleming), la ampliación de redes comerciales (Argentina será la carnicería de Europa),
la relativa estabilidad internacional (Paz Armada), progresiva adopción por parte de los
Estados de medidas y legislaciones sociales como consecuencia de las luchas obreras
(pensiones, seguros de accidente), etc.

Respecto a la tecnología, pasamos de una fase en la que los inventos eran producto
de mejoras artesanales a una planificación científica. El invento es fruto de un proceso
de racionalización de la ciencia. Aparecen ahora dos nuevas fuentes de energía: el
petróleo y la electricidad. El petróleo, asociado al motor de explosión, dio paso a la
industria del automóvil (patentado por Daimler) con gran desarrollo en Francia
–Peugeot– y, sobre todo, en Estados Unidos –Ford–. También surgió la aviación (los
dirigibles –Zeppelin–, aeroplanos –hermanos Wright–), aunque tendremos que esperar
hasta la primera guerra mundial para lograr avances significativos. En relación con el
petróleo surgieron ahora compañías petroleras como la Standard Oil de Rockefeller. En
cuanto a la electricidad, su producción se concentró en centrales y sus aplicaciones se
diversificaron enormemente: alumbrado (Edison inventó la bombilla), sistemas de
comunicación (el teléfono patentado por Bell o la radio por Marconi), fuente de energía
para los transportes o la industria, etc. Con todo, estas nuevas fuentes de energía no
desbancaron al carbón aunque sí provocaron una nueva revolución de los transportes.
En esta época comenzó la moda de la bicicleta, sobre todo para su uso urbano debido al
mal estado de las carreteras.

En relación a los factores económicos, la producción aumentó en todos los sectores.


La agricultura debió su incremento a la progresiva mecanización y al uso de fertilizantes
(gracias a la industria química). La aparición de cooperativas en los países
industrializados favoreció la optimización de la inversión y el abaratamiento de los
productos. El cultivo de cereales y de la vid decreció (este último afectado por la
filoxera) en favor de otros productos más rentables. En la industria se llevó a cabo una
concentración empresarial (horizontal o vertical) con el objetivo de mejorar la
rentabilidad y hacer frente a las crisis cíclicas del capitalismo. La producción en masa
fue posible por una demanda amplia del producto y un descenso de precios, lo que en
Estados Unidos se logró mediante el trabajo en cadena (taylorismo) y la fabricación en

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serie (fordismo). Los trabajadores se convirtieron en consumidores, al mejorar sus
condiciones de vida. Además, hay que tener en cuenta la inclusión de la mujer en la
industria y los servicios, especialmente tras la movilización masculina en la primera
guerra mundial. Destacan en esta etapa tres tipos de industria: la siderúrgica, la química
y la eléctrica. La industria del acero incrementó la producción gracias al método Martin-
Siemens y, a finales de siglo, al horno eléctrico, siendo Estados Unidos el mayor
productor al finalizar este período. La industria química va a dar paso a los laboratorios
científicos donde nacerá la industria farmacéutica. Además, hay que destacar también
de la química la aparición de la sosa, los colorantes artificiales, los explosivos o los
abonos. Alemania destacó en este tipo de industrias (Bayer). Por último, la eléctrica
resultará ser una formidable fuente de energía.

El comercio de los productos se efectuaba por ferrocarril o por mar gracias a la


navegación a vapor. Poco a poco se introducirá el petróleo como combustible,
abaratando los costes tras la bajada de precios gracias al perfeccionamiento de las
técnicas de refinado y distribución, y la menor necesidad de mano de obra (los
fogoneros no eran necesarios). El comercio internacional se vio favorecido por la
construcción de los canales de Suez y de Panamá. El libre comercio, que había
imperado en las décadas centrales del siglo XIX, sufrió un retroceso en los años finales
de esta centuria debido a la implantación de medidas proteccionistas.

Durante este período se produce un sensible estancamiento económico de Inglaterra


frente al desarrollo de otros países como Francia, Alemania o Estados Unidos. A partir
de 1870 decrece el empuje británico sobre todo en las industrias pesadas debido a los
técnicos que surgen en Alemania y Estados Unidos. En Alemania Biscmarck reforzó la
cohesión económica del país con la unificación de la moneda, la creación del
Reichsbank, la extensión de la red ferroviaria, etc. Tras la crisis de 1873 se produjo una
concentración industrial y bancaria que junto al incremento de las exportaciones la llevó
a ser la segunda potencia industrial a comienzos del siglo XX. El primer puesto lo
ocupó Estados Unidos, que continuó su rápida industrialización gracias al crecimiento
demográfico, la concentración industrial y el impulso tecnológico (a finales del siglo
XIX se concedieron más de 400.000 patentes de invención). Francia despegó hacia la
industrialización de forma notable a partir del Segundo Imperio, apoyándose en el
capital financiero, los ferrocarriles y las obras públicas. En Japón tras la Revolución
Meiji (1868) se inició el proceso de modernización al asimilar instituciones y técnicas
occidentales. La carencia de una burguesía capitalista obligó al Estado a tomar la
iniciativa en la industrialización, fundando barcos, estableciendo fábricas, construyendo
ferrocarriles, etc. Asimismo se preocupó por estimular la iniciativa privada, cobrando
importancia los zaibatsu, una especie de trust familiares, que controlan fuertes industrias
cada vez más concentradas. En relación a nuestro país, el proceso de industrialización se
inició con un desfase significativo. Tras el triunfo del liberalismo a partir de los años 40
apareció el sector capitalista financiero y se consolidaron algunos focos industriales
(Cataluña y el País Vasco).

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A modo de conclusión planteo las consecuencias producidas por la Revolución
industrial.

 En economía supuso el triunfo del capitalismo. La primera revolución industrial


consolidó el liberalismo económico y el modelo capitalista. La influencia de teóricos
como A. Smith, D. Ricardo y Stuart Mill en este sentido resultó significativa. En la
segunda revolución industrial el modelo económico cobró nuevas perspectivas
conocidas como capitalismo oligopolístico (trusts, cárteles), sentando las bases de una
mundialización económica.
 En la sociedad contemplamos la aparición de una nueva clase social, el
proletariado. Sus condiciones de trabajo fueron generalmente muy duras. Las jornadas
eran de sol a sol (la iluminación permitió la jornada nocturna en la fábrica), la disciplina
estricta y los despidos frecuentes. No existían seguros de enfermedad ni
compensaciones por despidos. El trabajo en la fábrica ocasionó un cambio psicológico,
pues el trabajo era rutinario y tenía un ritmo marcado por las máquinas. Era frecuente el
trabajo de niños, defendido por el gobierno inglés de Pitt, a pesar de la prohibición del
trabajo infantil a menores de 9 años por la Factory Act de 1833. A partir de los años 30
cobrará importancia el asociacionismo obrero (Trade Unions), llegando a su cénit con la
Primera Internacional en 1864. En ella colaboró Marx, cuyas ideas triunfaron en
algunos partidos socialistas europeos especialmente tras la Segunda Internacional
(principalmente en Alemania). En los países menos industrializados, como España,
cobraron más fuerza las ideas anarquistas. Por otro lado, la Revolución industrial
supuso la consolidación de la clase burguesa (industrial, mercantil y financiera). El
Estado intervino en políticas sociales, como la reglamentación del trabajo.
 En la política los Estados se vieron obligados a planificar e impulsar políticas de
colonización e imperialismo para dotar de recursos y medios a sus crecientes economías
(el reparto de África en la Conferencia de Berlín 1884-1885).
 La industrialización trajo cambios urbanísticos, ya que asistimos a la
concentración progresiva de la población en las ciudades. Esto conlleva un modo de
vida pésimo para la clase obrera, que vive hacinada en condiciones deplorables (sin
alcantarillado ni agua corriente o iluminación). Se iniciaron planes de reforma
urbanística como el de Haussman en París, no siguiendo siempre motivos altruistas sino
de control de los obreros, considerados peligrosos.
 La industrialización provocó también cambios medioambientales, puesto que la
industria es el principal agente contaminador a escala mundial.
 Finalmente apreciamos cambios culturales e ideológicos producidos por los
avances científicos. La educación llega a un mayor número de gente, impulsada por el
Estado. Se distancia claramente la ciencia de la fe, siendo Darwin el máximo exponente
con su teoría de la evolución. La invención de la linotipia facilitó el desarrollo de la
industria periodística. Se crearon unas condiciones técnicas y sociológicas que hicieron
posible el nacimiento y la satisfacción de una demanda amplia de productos artísticos y
culturales concretos que iban desde el cine (inventado por los hermanos Lumière), el
teatro hasta el retrato, la fotografía o la novela, poniendo así las bases de una
“democratización” del arte.

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Como bibliografía recomiendo la lectura de las siguientes obras:

Deane, Ph., La Primera Revolución Industrial, Barcelona, 1989. La autora nos


ofrece un detallado estudio de la revolución industrial británica durante el período de
1750-1850, haciendo hincapié en el rol jugado por los estamentos sociales y los
gobiernos, y en los factores que motivaron el despegue de la industria británica en el
siglo XVIII

Pasdermadjian, H., La Segunda Revolución Industrial, Madrid, 1960. El autor


resalta la evolución entre las dos revoluciones industriales remarcando la segunda, que
representa una nueva etapa en la vida económica de las sociedades humanas. Las
conclusiones que saca son tanto positivas –el progreso indefinido de los bienes de
producción–, como negativas –el peligro de que el bienestar económico perjudique la
espiritualidad de la sociedad–.

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