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Los Druidas ante la irrupción de César en las Galias

por E.P.Salañer, Historiador

Los druidas, en los momentos de producirse la irrupción romana en la Galia libre, detentaban un importantísimo
papel y su protagonismo social abarcaba no solo el campo religioso, sino también el jurídico, el educativo y,
singularmente, el político Los autores grecorromanos nos han dejado en torno al clero druida y al druidismo su propia
versión de los hechos, si bien tal visión responde a una particular interpretación no exenta de incomprensión y
exotismo.

Sobradamente conocida es la situación de la Galia en los momentos previos a la intervención de Cesar. A comienzos
del año 60 a C se conocen en Roma las intenciones de los helvecios de abandonar sus lugares de origen, secundando
asi el plan de Orgetorix, planeado durante el consulado de M Valerio Mésala y M Pupio Piso (6"1 a C), con la firme
intención de iniciar una marcha sin retorno (Caes , bell. Gall, 1, 2 4). Tal asunto preocupó seriamente al Senado
hasta el punto de que a los cónsules de aquel año, Q.Cecilio Mételo Celer y L. Afranio, se les ordeno hacerse cargo de
cada una de las provincias galas (Narbonense y Cisalpina). Al primero de ellos, que permaneció en la Narbonense
durante el 59 a.c , le sorprendió la muerte sin llegar a intervenir contra los helvecios, ya que desapareció
momentáneamente el riesgo de su migración.

Seguidamente, mediante la lex Vatinia, César recibió durante cinco años el proconsulado de las dos Galias, al que
añadió el Gobierno de Iliria (norte de Epiro) En marzo del 58 a C se conocieron nuevos e inquietantes rumores sobre
movimientos por parte de los helvecios, que para aquel momento habían tomado ya la firme determinación de
emigrar hacia el territorio de los santones, situado en los límites con Aquitania. Ante estos rumores, el procónsul
decidió intervenir, considerando que había asomado ya su anhelada oportunidad

La intervención de César

Singular fue el papel de los heduos en estos momentos decisivos César se habría servido de esta ayuda para
configurar, tomando como eje la alianza con este pueblo, un sistema de protectorado equiparable quizá al intentado
en Oriente por Cneo Pompeyo (J J Hatt). De este modo, el procónsul buscaba aunar sus propias ambiciones y los
intereses puntuales de la República Igualmente, cuando operó en la Galia Bélgica, César contó desde el primer
momento con la colaboración de los remos, pueblo que le informó sobre el movimiento confederal (57 a.c)que
pretendía neutralizar su intervención en aquel espacio (Caes , bell Gall, II, 3).

La carencia de unidad política caracterizaba a la Galia independiente, dividida, según el testimonio de César, en tres
zonas separadas por sendos cursos fluviales el Garona dividía a los aquitanios de los galos, quienes, a su vez,
poblaban la Céltica, el Mar-ne y el Sena separaban a éstos de los belgas. Los germanos, vecinos de los belgas, se
ubicaban al otro lado del Rin (Caes , bell Gall,, 1, 1-3).

Junto a la existencia de inestables sistemas monárquicos aglutinados en torno a poderosas fortalezas (oppida), la
nobleza militar constituía un sector poderoso y privilegiado (los equites que menciona César en sus Comentario que
ejercía un auténtico dominio protofeudal sobre grandes masas de campesinos (S Lewuillon) Junto a los soberanos
aparece la figura del magistrado anual o vergobretus, autoridad asesorada por una importante e influyente clase
social los druidas La tendencia hacia la hegemonía de unos colectivos sobre otros había determinado conflictos
cotidianos entre nationes rivales; éste era el caso de los avernos, secuanos y heduos. Ninguno de ellos había
conseguido un predominio sustancial sobre sus más inmediatos rivales. Para neutralizar las aspiraciones heduas,
avernos y secuanos, especialmente de estos últimos, se apoyaron en los suevos de Ariovisto para intentar una
engañosa hegemonía que no hizo más que favorecer la presencia germana y, al producirse la migración helvecia, la
ulterior y decisiva por parte de César.

Pluralidad funcional

Entre los galos, los druidas acaparaban todo un conjunto de relevantes y significativas funciones. Junto al conocido
papel religioso - por constituir una auténtica clase sacerdotal -, los druidas eran los educadores de la aristocracia
guerrera.
Se trataba de una enseñanza transmitida de manera oral, potenciadora de la memoria y que poseía un carácter
secreto y elitista. Los druidas transmitían así un corpus intelectual cerrado y restringido, porque lo que no deseaban
era que tales enseñanza fueran conocidas por el pueblo llano (Caes., bell. Gall., VI, 14, 4).

Ahora bien, esta concepción elitista de la enseñanza no hacía de los druidas un grupo social cerrado, dado que a tal
posición se podía acceder, desde distintos orígenes, tras largos y esforzados estudios. De hecho, tanto César como
Pomponio Mela (III, 2, 18) se refieren a la cifra de 20 años para acceder a la condición de druida. Desde esta
perspectiva cabría hablar de una clase que permitía, al integrarse en ella, el ascenso social. Por este motivo se podría
establecer, según Jean Markale, un paralelismo con el sacerdocio cristiano, aunque desde una perspectiva doctrinal el
druidismo estuviera sustancialmente alejado de la posterior cultura cristiano-occidental.

Junto a esta importante función docente, los druidas hacían las veces de jueces y, como tales, se encargaban de
dirimir todo tipo de pleitos tanto públicos como privados. Las penas que imponían estaban íntimamente vinculadas a
su propia función religiosa y por ello sus sentencias estuvieron siempre revestidas de un carácter sagrado, y cuando
eran condenatorias encerraban el estigma de lo maldito y comportaban un sentido claramente excomulgatorio.

Pero como en la sociedad celta resulta inapropiada la separación entre lo sagrado y lo profano, tampoco puede
establecerse una separación nítida entre cada una de estas funciones que, de forma natural, desempeñaban los
druidas. Su poder intelectual, su influencia social y su peso político tuvieron que ser relevantes hasta tal punto que el
druida constituía una figura estrechamente unida a la del rey celta o, en su defecto, al consejo aristocrático, en
aquellos casos en los que la nobleza guerrera hubiera desplazado en los oppida al monarca de turno.

Cabe la posibilidad, además, de que fueran druidas los que acapararan la más alta magistratura, el vergobretus
anual, en el caso de los heduos. En suma, el druida proporciona al poder político (cuando no lo desempeña, lo cual no
resulta extraño) el mas firme soporte intelectual e ideológico (F Le Roux y Ch-J Guyonvarc'h).

Las doctrinas druidas estaban relacionadas tanto con las especulaciones filosóficas como con el estudio de los astros
(Caes , bell dall, VI, 4, 16) y se han señalado asimismo concomitancias con la creencia en la transmigración de las
almas o metempsicosis (Caes , bell Gall, VI, 14, 5) y en la reencarnación. Tal apreciación no siempre es aceptada por
todos los investigadores pues no hay nada en la tradición céltica que recuerde, de cerca o de lejos, a las doctrinas
hindúes y budistas de los ciclos de reencarnación (Jean Markale).

Testigo ocular

Sea como fuere, lo cierto es que la mejor descripción del druida procede de la mano de César:

.....de aquellas dos clases, una es la de los druidas, otra la de los caballeros ¿Los primeros
atienden el culto divino, ofician en los sacrificios públicos y privados, interpretan los misterios de
la religión a ellos acuden gran numero de adolescentes para instruirse y les tienen mucho respeto
Pues ellos sentencian casi todas las controversias públicas y privadas y, si se comete algún
delito, si ocurre alguna muerte, si hay algún pleito sobre herencias o linderos, ellos son los que
(deciden y determinan los premios y los castigos si alguna persona, particular o publica, no se
atiene a su fallo, la ponen en entredicho. Este castigo es para ellos el más grave. Los asi puestos
en entredicho son considerados como impíos y criminales, todos se apartan de su camino y
rehuyen su encuentro y conversación por temor a contaminarse: ni se les hace justicia aunque lo
pidan, ni se les hace participes de honor alguno. Al frente de todos estos druidas hay uno, que
tiene entre ellos la autoridad suprema .Muerto este, o bien le sucede otro que aventaje a los
demás en prestigio o, si hay varios iguales, se hace la elección por votación de los druidas, en
ocasiones, llegan a disputarse la primacía con las armas. En cierta época del año, se reúnen los
druidas en un lugar sagrado del país de los carnutes, considerado como el centro de toda la
Galia.. Aquí concurren de todas partes los que tienen pleitos, y se atienen a sus decretos y
sentencias. Se cree que su doctrina tuvo origen en Bretaña y que de allí pasó a la Galio, y,
todavía ahora, los que quieren conocerla más a fondo suelen ir allí para aprenderla (Caes , bell.
Gall., VI, 13, 3-12).

Junto a los druidas, que son los que detentan las importantes funciones sagradas, judiciales, educativas e
intelectuales anteriormente mencionadas, los autores clásicos distinguen también de entre los galos a bardos
(poetas) y simples vates (adivinos). En cuanto a los ritos y a la adivinación, tampoco existe una frontera clara entre
el druida y el adivino. En muchas ocasiones druida y adivino se sincretizan en uno, si bien no todos los que realizan
actos de adivinación desempeñan las importantes funciones sociales que hemos visto. Así lo reflejó Estrabón:

En términos generales, se puede decir que para todos ellos [el geógrafo Amasia se refiere a los
galos] hay tres grupos que gozan de especial distinción: los bardos, los vates y los druidas. Los
bardos son poetas cantores. Los vates tienen funciones sagradas y estudian la naturaleza. Los
druidas se dedican también al estudio de la naturaleza, pero añaden el de la filosofía moral y son
considerados los más justos, por lo cual se les confían los conflictos privados y públicos, incluso
el arbitraje en caso de guerra, y han llegado a detener a los que se estaban alineando ya para el
combate... (Estrabón, IV, 4, 4, C 197).

Por su parte Lucano escribe:

Vosotros también, vates que con vuestras alabanzas confiáis a una larga posteridad las almas
valientes y destruidas por la guerra, escribisteis, oh bardos, libres de cuidado numerosos
poemas. Sólo a vosotros se os ha concedido conocer a los dioses y a las divinidades del cielo, o
sólo a vosotros desconocerlos; habitáis profundos bosques en lugares apartados; según vuestra
doctrina, las sombras no se dirigen a las silenciosas mansiones del Erebo y a los pálidos reinos
del subterráneo Pintón; el mismo espíritu gobierna los miembros en otro mundo; si cantáis cosas
que no conocéis la muerte es el intermedio de una larga vida. ¿Felices ciertamente con su error
los pueblos que contemplan desde arriba la Osa, a los que no atormenta el mayor de los
temores, el miedo a la muerte! (Lucano, Farsalia, I, 448-460).

Culto y ritos

En lo que se refiere a su nombre, Plinio (N. H., XVI, 249-250), haciendo alusión al rito de la recolecta del muérdago,
describe a los druidas como «hombres de la encina» (drus, en griego, significa encina). Este origen heleno no parece
tener una base muy firme pues si, como parece, el término drus también se puede identificar con el roble, la
etimología - roble es dervo en galo y daur en gaélico- no parece corresponderse con el druides latino.
Etimológicamente, druidas significaría «los muy valientes o muy sabios», del céltico druwides: dril es un prefijo
aumentativo y luid, un término indoeuropeo emparentado con el verbo latino videre (ver), según Joan Markale. Esta
delimitación etimológica encaja perfectamente con el papel intelectual y científico otorgado a los druidas, en el que
tampoco puede descartarse su posible relación con el pitagorismo.

Existe además una denominación, la de gutuater, que ha sido definida por los filólogos como «Padre de la Palabra» o
«de la Voz.» (de gutu, voz y ater, padre), término atestiguado, al parecer, por cuatro inscripciones galo-romanas y
considerado en una de ellas como nombre propio. Existe la duda de si se trata de un nombre común, que pueda ser
entendido y aplicado como tal y que denomine a una determinada función sacerdotal o si, por el contrario, se refiere
a un nombre propio, ya que muchos títulos sacerdotales han dado origen a antropónimos (G. Ch. Picard). El término
gutuater no lo conocemos por César, sino gracias a Hircio (bell. Gall., VIII, 38, 3), autor del libro VIII de los
Comentarii.
En los bosques es donde desarrollaban sus enseñanzas los druidas galos (Pl., N. //., XVI, 949-951; P. M., III, 2, 18).
Lucano hace mención a un bosque sagrado, situado cerca de Marsella, que talaron las tropas de César:

Había un bosque sagrado nunca, desde hacia largo tiempo, violado, que rodeaba con sus ramas
entrelazadas un aire oscuro y gélidas sombras, ya que los rayos del sol estaban totalmente
apartados de ellas [...¡Lo ocupan [...] santuarios de unos dioses de rito bárbaro: aras levantadas
sobre funestos altares y todos los árboles purificados con sangre humana [...! Hay en aquellos
árboles, que no ofrecen su fronda a ninguna brisa, un horror particular. También brota de negras
fuentes abundante agua y las tétricas representaciones de los dioses carecen de arte y surgen
informes de cortados troncos [...I Los pueblos no lo frecuentan con un culto propio del lugar, sino
que se lo han cedido a los dioses. Cuando Fe-bo está en el centro del eje, o cuando la negra
noche ocupa el cielo, el sacerdote mismo tiene miedo a penetrar y teme sorprender al dueño del
bosque. César manda que, introducido el hierro, esta arboleda caiga; pues vecina a la obra y sin
haber sido tocada en otra guerra anterior se erguía densísima entre montes desnudos. Pero las
fuertes manos temblaron e impresionados por la temible majestad del lugar creían que, si herían
a los árboles sagrados, las hachas se volverían contra sus propios miembros... (Lucano, Farsalia,
III, 398-432).

Efectivamente, el druidismo era una religión perfectamente integrada en el medio natural, cuyos espacios sagrados
se situaban al aire libre sobre montes, grutas, árboles y lagos. En especial se distingue el bosque, espacio tenebroso
y a la vez sagrado, refugio de ladrones, marginados y bandidos, según la interpretatio estraboniana (A. Prieto). Este
espacio vinculado con el caos y la barbarie, habitualmente destacado por los autores clásicos, adquiere en César
concomitancias de manifiesta peligrosidad, dado que para las legiones, en ocasiones, tales lugares habían resultado
funestos Dos legados del procónsul, Quinto Titurio Sabino y Lucio Arunculeyo Cota, junto con 15 cohortes, fueron
engañados por el caudillo eburon Ambiórix y conducidos, en parajes boscosos y muy propicios para la actuación de la
guerrilla, a su total exterminio (Caes , bell Gall, V, 27-37).

En lo referente a los lugares de culto, el propio César habla de lugares consagrados, no de templos (Caes , bell Gall,
VI, 13 y 16, VII, 121, 2, 5) No obstante, en la Europa céltica se han encontrado espacios delimitados por un muro,
recintos sagrados (Viercks-chanzen), estructuras de planta rectangular con esquinas mas o menos redondeadas y con
una superficie aproximada de una hectárea (Guadalupe López Monteagudo) Tales espacios se han llegado a poner en
relación con alguno de los lugares consagrados mencionados por el procónsul, singularmente con el de los carnutes
(Caes , bell Gall, VI, 1, 7)
Y, ¿qué decir de los sacrificios humanos? El sacrificio humano, por abominable que parezca en los esquemas de
nuestra manera de entender la existencia, se ha de en tender desde la perspectiva del relativismo cultural como un
acto religioso que eleva a la víctima desde una esfera simplemente humana a otra divina. Este hecho explicaría la
libre aceptación por parte del que ha de ser sacrificado (en el sentido, precisamente, de sacrum faceré) Por ello, el
sacrificio humano, asunto al que los clásicos se refieren constantemente quizá como tema exótico y elemento de
atracción para sus lectores, no comportaría a priori una manifestación de ininteligible brutalidad y salvajismo.

Víctimas religiosas

Determinados autores especializados en el mundo celta (C J Guyonvarc'h y F Le Roux, Jean Markale) han insistido en
la excepcionalidad del sacrificio humano entre los druidas. Estrabón, buscando excitar la imaginación del lector, hace
hincapié en esta vertiente negativa y contrapone las costumbres de estos colectivos indígenas a las del mundo
civilizado grecorromano.

Hay que añadir además a su irreflexión la barbarie y el salvajismo que suele ser connatural a los pueblos del Norte,
como por ejemplo la costumbre de colgar, al volver de la batalla, cabezas de los enemigos de las colas de caballos
para llevárselas y clavarlas ante las puertas de los templos [... ]Muestran a los extranjeros las cabezas de los
enemigos famosos embalsamados con aceite de cedro, y ni siquiera a cambio de su peso en oro se avienen a
devolverlas. Los romanos les hicieron terminar con estas practicas, y con las referentes a los sacrificios y a la
adivinación que eran contrarias a nuestros usos Golpeaban, por ejemplo, en la espalda con una espada a un hombre
elegido ritualmente como víctima y practicaban la adivinación a partir de sus convulsiones. No sacrificaban, sin
embargo, jamas sin la presencia de un druida» (I-strabon, IV, 4, 5, C 198). Diodoro de Sicilia (V, 9, 5) también se
refiere a la decapitación y a los sacrificios humanos. No obstante, en el primer caso el asunto parece hacer alusión a
un ritual que se efectuaría sobre el guerrero caído en combate Desde este punto de vista, la decapitación supondría
una vejación para el ene migo, de tal modo que las cabezas cortadas tendrían un carácter «profiláctico y sagrado»
(Sopeña y Marco Simón).

Con respecto de los sacrificios humanos, Diodoro hace hincapié en la vertiente adivinatoria del sacrificio al afirmar
que los druidas «ofrecen la muerte de un hombre y le clavan un cuchillo en la región por encima del diafragma, y
cuando la víctima herida ha caído interpretan el futuro a partir de la forma de su caída y de las convulsiones de sus
miembros, asi como del manar de la sangre, pues aprendieron a confiar en una practica antigua y continuada de
observación de tales materias .Y es costumbre que nadie realice un sacrificio sin un 'filosofo' (druida)» (Dio Sic.V, 31,
3-4).

Por su parte. Cesar incide mas bien en el aspecto puramente penal «Juzgan que son mas agradables a los dioses
inmortales los suplicios de aquellos que han sido cogidos en hurto o en latrocinio o después de algún delito» (Caes .
bell Gall, VI, 16, 5).
¿Hasta que punto alentaron los druidas la lucha contra el poder romano? Determinados autores (J J Hatt, Jean
Markale) contemplan al clero druida como un elemento activo e inclinado al enfrentamiento con Roma, que pudo
aglutinar algún grado de resistencia «nacional» frente a Cesar. Sin embargo, otros estudiosos rechazan tal
interpretación y ven en los enfrentamientos entre colectivos galos la expresión fehaciente de fidelidades y clientelas
protofeudales, que nada tienen que ver con cualquier tipo de anacronismo «nacional» (S Lewuillon).
La hipótesis de una resistencia druida a la conquista romana carece de pruebas concluyentes en las que sustentarse
(G Ch Picard, C J Guyonvarc'h y F Le Roux) De este modo, el protagonismo desempeñado por los carnutes en su
lucha contra el proconsul en el 52 a.c , su posible vinculación con el clero druida y el lugar donde se celebraban los
ritos druídicos han sido puestos en relación con la masacre protagonizada por este pueblo contra los comerciantes
romanos en Cenabum.. Tal acción dio pie al estallido confederal aglutinado por Vercingetó-rix, caudillo de los
avernos, en el 52 a C. Que tal masacre hubiera sido alentada por los druidas no deja de ser una hipótesis carente de
apoyos firmes (G Ch Picard).

La resistencia

Se ha pensado que uno de los caudillos del complot que acabó con la vida de Cayo Fufio Cita, intendente de César,
pudo ser un druida (Desjardins, Jullian) Así las cosas, la insurrección habría brotado al amparo de la asamblea
general que el clero druida habría celebrado el 23 de enero (juliano) del año 52 a C (J Carcopmo). Tales hechos han
sido puestos en tela de juicio por G Ch Picard. Ante el silencio de las fuentes, no parece que sea posible aventurar
excesivas hipótesis aunque, sin lugar a dudas, siempre resulta atractivo contemplar a los druidas alentando la
resistencia frente al procónsul.

Se ha querido ver también la mano del clero druida en la revuelta invernal del 54 / 53 a .c, tras el regreso de César
de su segunda expedición a Britannia. En este caso César habría violado un espacio sagrado, ya que la isla era
considerada sede del druidismo. Los carnutes, al asesinar a Tasgetius, régulo pro romano fiel al procónsul,
propiciaron en aquel instante la señal para la insurrección. Pero tales revueltas, dirigidas principalmente por el
caudillo eburón Ambiórix, pueden explicarse simplemente como resultado del aumento de las exacciones y de la
creciente presión del ejército ocupante en materia de abastecimientos.

Y si resulta difícil demostrar de forma fehaciente la participación del clero druida en tales acontecimientos, tampoco
parece razonable excluir totalmente a este colectivo de tales hechos, dada la estrecha vinculación existente entre
esta clase sacerdotal y la nobleza guerrera a la que dedicaba, como es sabido, una buena parte de sus esfuerzos
educativos.

Algunas de las figuras más relevantes entre los heduos pudieron haber pertenecido al clero druida. Este seria el caso
de Diviciaco (Cíe , De Dwmat, I, 40), que mantuvo mientras le fue posible la alianza con Cesar Por el contrario, su
hermano Dumnorix, alma de la resistencia y uno de los personajes más poderosos del colectivo heduo, podría haber
formado parte del clero druida (Caes., bell. Gall., V, 6,3). De la misma manera, Diviciaco pudo haber encabezado la
más alta magistratura, el vergobretus anual. (Caes., bell. Gall., \, 16, 5). Sabemos que Diviciaco fue fiel a César
hasta la muerte de su hermano Dumnórix (54 a. C.) y, por solidaridad con su familia, fue alejándose gradualmente
de los romanos.

Ahora bien, las relaciones entre César y el clero druida no parece que fueran especialmente tensas. El procónsul
romano, cuando tiene que decidir entre dos de los pretendientes heduos a la máxima magistratura, elige a
Convictolitán, que parece contar además con el apoyo del clero druida. De este modo «obligó a Coto a deponer el
mando. Ordenó que Convictolitán, que había sido nombrado por los sacerdotes según las costumbres de la nación,
estando presentes los magistrados, ocupara el poder» (Caes., bell. Gall., VII, 33, 3-4).

No deja de resultar curiosa la actitud de César ante el clero druida ya que el magistrado, quizás interesadamente, no
concede a los sacerdotes druidas un papel destacado en el proceso de oposición a la presencia romana en la Galia
libre.

Y, sin que sepamos hasta qué punto César afirma la verdad, este papel minimizador parece que contrasta con la
visión que sobre tal asunto poseemos de años posteriores, en los que el papel del druidismo adquiere cierta
relevancia. Es posible que los druidas, una vez perdido su protagonismo en la Galia y conforme progresaba el proceso
de asimilación al mundo romano, se refugiaran en Britania e Irlanda.

Durante el 61 a. C., cuando tiene lugar la expedición de S. Paulino a la isla de Mona (Anglesey), este enclave
destacado del druidismo se convierte en objetivo primordial para el militar romano. Su intervención, no demasiado
afortunada, alienta la revuelta de Boudicca (véase Historia 16, no 224, pp. 75 y ss.), soberana de los Ícenos. Tácito
refiere el siguiente testimonio con tintes melodramáticos:

Ante la orilla estaba desplegado el ejercito enemigo, denso en armas y en hombres: por medio
corrían mujeres que, con vestido de duelo, a la manera de las Furias y con los cabellos sueltos
blandían antorchas: en torno, los druidas, pronunciando imprecaciones terribles con las manos
alzadas al cielo (Tac../1., XIV, 30. 1).

Al producirse la crisis neroniana y en la vorágine de la guerra civil (69 a. C.) se produce el asalto al Capitolio en
Roma. Al transmitirse la noticia de este hecho por boca de los druidas, estos últimos lanzan a los vientos la
posibilidad de un nuevo orden mundial en el cual el celtismo relevaría a la hegemonía de los romanos: I.os galos
habían levantado su ánimo pensando que la fortuna de nuestros ejércitos sería lo misma en todas partes, y por
haberse divulgado el rumor de que los campamentos de invierno de Mesia y de Panonia estaban sitiados por los
sármatas y los dados; similares figuraciones corrían acerca de Britania. Sin embargo, nada los había empujado tanto
a creer llegado el final del imperio como el incendio del Capitolio. La urbe había sido tomada antaño por los galos,
pero el imperio se había mantenido por haberse conservado intacta la morada de Júpiter; ahora, en cambio, con
aquel fuego fatal se había dado la señal de la ira del cielo, y el dominio del mundo se ofrecía a los pueblos de allende
los Alpes, profetizaban los druidas con su vana superstición(Tac., Hist., IV, .54, uídica, según R. Havell. 1-3). Desde
esta perspectiva cabría señalar además el papel que desempeñó Véleda, sacerdotisa de los brúcteros, al predecir el
triunfo del bátavo Julio Civil y la consiguiente derrota romana (Tac., Germ., 8, 3. Id, Hist., IV, 61, 2-3).

Sin embargo, y a pesar de este postrero rebote, el fenómeno druida habría quedado definitivamente arrumbado en la
dalia durante los principados de Augusto, Tiberio y Claudio. A lo largo de los mismos sus miembros tuvieron que
pasar de la clandestinidad a la ilegalidad. Suetonio nos precisa:

Suprimió completamente en las Galias la cruel y atroz religión de los druidas que Augusto se
había limitado a prohibir a los ciudadanos (Suet, Claud., XXV).

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