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GÓNGORA Y EL «POLIFEMO»
I
BIBLIOTECA ROMÁNICAHISPÁNICA
DIRIGIDA POR DÁMASO ALONSO
E-OLNSG OBRA
BL "POLIFEMO?
SEXTA EDICIÓN, AMPLIADA, EN TRES VOLÚMENES
I
ESTUDIO PRELIMINAR:
VIDA Y OBRA DEL POETA, GONGORISMO
5
O GREDOS
Randall Library UNC-W
O DAMASO ALONSO, 1974.
EDITORIAL GREDOS, $. A.
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CAPÍTULO PRIMERO
13
Hay en la historia de todos los pueblos que han dejado una
huella importante en la cultura del mundo, un momento en
que todas las actividades nacionales parece que se coordinan ha-
cia el engrandecimiento. Á veces esos momentos de maravillósa
unanimidad y eficacia siguen precisamente a épocas caóticas que,
“movidas anárquicamente, parece que van a llegar a la aniqui-
lación del país. El siglo xv peninsular es un buen ejemplo de
discordias intestinas de todas clases. Castilla especialmente, no
parece que haya podido llegar más bajo que en la época de
Enrique IV. La unión felicísima de las coronas de Aragón y
Castilla en don Fernando y doña Isabel; las evidentes virtudes
y capacidad directora de estos monarcas, que cambian un pa-
norama de caos en una nación organizada; su designio, triun-
fante en Granada, de terminar la Reconquista; su acierto en el
apoyo al proyecto de un, al parecer, visionario, al que nadie ha
hecho caso, que les lleva al descubrimiento de América; la po-
lítica italiana de don Fernando, que al reino de Sicilia, ya unido
a Aragón desde principios del siglo XV, incorpora ahora, desde
principios del xvI, el de Nápoles; todo, y también la adhesión
unánime y entusiasta de sus súbditos, parece, más que una evo-
lución de una sociedad humana, una súbita mutación de escena
teatral o el cambio que el plan de un autor impone en una no-
vela en que el lector, de un capítulo de horrores, a la vuelta de
la hoja, pasa a otro de armonías y claridades. La Providencia
presidía ese cambio.
. Al morir Fernando V hay dos clases de dominios en el na-
ciente imperio: uno, los territorios, cada día ensanchados, en
América; otro, los bienes patrimoniales de la corona de Ara-
gón: Sicilia, Cerdeña y Nápoles. El destino español de Navarra
ha quedado decidido. Se han incorporado también las islas Ca-
narias, conquistadas durante el mismo reinado de los Reyes
Católicos, y en el norte de Africa, la plaza de Orán, conquista-
da por Cisneros.
14
Pero otro aspecto de la política de los Reyes Católicos va
a tener consecuencias de extraordinaria importancia para el fu-
turo de España. Han casado a su hija doña Juana con don Fe-
lipe el Hermoso, hijo de Maximiliano 1, emperador de Alema-
nia, y a su hijo, don Juan, con doña Margarita, hermana de
don Felipe. La temprana muerte de don Juan? hace a doña
Juana (la Loca) heredera de la corona.
(Santa Teresa de Jesús nace en 1515.)
En 1517 empieza a reinar Carlos 1 de España y V de Ale-
mania. En él van a reunirse todos estos dominios con los que le
vienen de la herencia de sus abuelos paternos, Maximiliano I
y María de Borgoña; y él, con sus luchas en Italia —a las que
va para defender los derechos de los duques de Milán—, llega
a obtener el Milanesado. Carlos continúa la política de afian-
zamiento en el norte de Africa con la toma de Túnez, 1535
(a la que asiste Garcilaso, quien morirá al año siguiente en la
campaña de la Provenza).
Durante ese mismo reinado del emperador Carlos 1 los des-
cubrimientos y conquistas en América tienen su período de ma-
yor actividad: la conquista de Méjico y su organización (Nueva
España) y de zonas de Centroamérica; la conquista del Perú;
la de los actuales Ecuador y Colombia; se empieza la explo-
ración de regiones de la actual Argentina y de Paraguay. Asom-
bra la rapidez española: hacia mediados del siglo xv1 los espa-
ñoles han llevado a estos inmensos territorios la administra-
ción y el derecho; se ha creado toda una legislación de Indias,
protectora de los naturales, pormenorizada y previsora; han
fundado tres Universidades; han llevado todos los animales úti-
les de Europa, que crecen ya en América en grandes rebaños;
han conseguido la adaptación, en todos los climas favorables,
de los árboles y plantas europeos; han fundado muchas ciuda-
des; han predicado la religión cristiana y convertido miles y
16
(Ese mismo año 1580, de la unión peninsular, nace Que-
vedo. En 1582 muere Santa Teresa.)
El imperio español, construido en tan pocos años con tal as-
pecto de solidez, descubre pronto grietas en su interior o difi-
cultades en sus comunicaciones como sistema, que los enemigos
aprovechan. Los alzamientos de las Comunidades y de las Ger-
manías —superados relativamente pronto— pueden considerarse
iniciales, pues sólo después de ambos se produce la españoliza-
ción de Carlos V, que trae como consecuencia que su idea del
imperio sea profundamente hispánica (el emperador, entre los
príncipes cristianos mantiene sus dominios hereditarios, adquie-
re terrenos sin límite —y con ellos almas para Cristo— en las
Indias idólatras; intenta por todos los medios reprimir el pode-
río turco lo mismo en el Mediterráneo que en Europa, y en todo
defiende la unidad católica).
En la época de Felipe II surgen no pocos signos de debili-
dad: Túnez fue tomado por los turcos en 1570. El gran éxito
de Lepanto (1571) no impidió que el poderío naval turco se
rehiciera pronto; don Juan de Austria conquista de nuevo Tú-
nez en 1573; pero en 1574 se volvía a perder.
En el ámbito imperial, las naves inglesas interceptan fre-
cuentemente-las comunicaciones con el imperio y atacan o sa-
quean puertos españoles. En 1588 sufrió Felipe II uno de sus
mayores fracasos en la expedición de la llamada Armada Inven-
cible, que debía haber obtenido la invasión de Inglaterra. Este
fracaso facilitó las depredaciones navales inglesas, envalentonó a
los rebeldes de los Países Bajos y disminuyó el prestigio del mo-
narca español en Francia y, en general, en Europa.
(En 1588, Lope, condenado por los ataques a la familia Oso-
rio, casado con Isabel de Urbina, soldado —si hemos de creer-
le— en una nave de esa misma derrotada Armada Invencible.
En 1588, Góngora, ya racionero de la catedral de Córdoba, re-
cibe —como los otros miembros del Cabildo— um interrogato-
Uv
POLIFEMO 1.—2
rio sobre su conducta. Lo contestará con mucho humor. Ese mis-
mo año 1588 moría en Lisboa Fray Luis de Granada.)
Hacia el fin del reinado de Felipe II, en 1596, los ingleses
toman a Cádiz, se mantienen en él varias semanas, y al fin
reembarcan, tras quemar la ciudad.
En el interior, los sucesos de Antonio Pérez traen como con-
secuencia los alborotos de Aragón (1591). La unidad, pues, no
es perfecta.
(En 1591 mueren Fray Luis de León y San Juan de la
Cruz.)
De todos los problemas del reinado de Felipe II, ninguno
más difícil y molesto que el de los Países Bajos; las provincias
del Norte se separan; Felipe II, en 1598, poco tiempo antes de
morir, cede los Países Bajos a su hija Isabel Clara Eugenia y su
futuro esposo Alberto de Austria, como soberanos, si bien con
una cláusula retroactiva si morían sin sucesión.
En el reinado de Felipe II la declinación de la potencia
española es indudable; en primer lugar, por crecimiento de los
enemigos (al principio del reinado, Isabel de Inglaterra y En-
rique IV de Francia), y con la estabilización de la rebeldía de las
provincias del norte en los Países Bajos. Con esas provincias es
necesario firmar la tregua de doce años de La Haya (1609). Este
hecho es muy significativo,
(El “Quijote” se había publicado cuatro años antes, en
1605. La tregua de La Haya parece terminar con el quijotismo
inmaculado de España. También don Quijote se convencerá al
fin de la “Segunda parte” del libro, 1615.)
El imperio español en Carlos V y en Felipe II había tenido
como misión primordial la defensa de la religión católica; esa
tregua con las provincias unidas, protestantes, era el primer re-
conocimiento de la imposibilidad de mantener ese programa.
Pero las armas español.s en el mundo infundían respeto
aún. Se obtienen victorias contra Carlos Manuel de Saboya, por
cuestiones que afectaban al Milanesado; se apoya al emperador
18
Fernando 11 (fase inicial de la guerra “de Treinta Años”); se
ocupa la Valtelina.
En los dominios americanos sigue la obra colonizadora, y aún
se hacen, allí y en el Pacífico, muevas conquistas o exploracio-
nes (Nuevo Méjico, California, Nuevas Hébridas y algo de la
costa de Australia). En Africa se adquiere (por cesión) la plaza
de Larache.
Lo más denunciador de la declinación es, sin duda, la tre-
gua de “Doce Años”; el descontento de Portugal anuncia males
futuros; las dificultades económicas (mal que aquejó siempre
al poderío español desde sus primeros tiempos) son enormes.
El desmoronamiento, sin embargo, no se produce hasta el
reinado de Felipe IV. Los primeros momentos de éste, con la
privanza del conde de Olivares (pronto conde-duque), parecen
favorables: la lucha con Francia por la cuestión de la Valtelima
se resuelve favorablemente; se apoya al imperio en la segunda
fase de la guerra de los “Treinta Años”; se obtiene la impor-
tante victoria de Fleurus (1623). Expirada la tregua de “Doce
Años”, se decide la guerra en los Países Bajos (Portugal lo quería
también así, porque los holandeses dificultaban el comercio por-
tugués en Asia). La guerra terrestre es favorable a los españoles
(toma de Bredá, 1625).
(Don Luis de Góngora muere en 1627.)
Pero esa reanudación de la guerra de Flandes hace que In-
glaterra y Francia ayuden por todos los medios a las Provincias
Unidas; las naves holandesas obstaculizan el comercio español
y portugués en todos los mares. La guerra por la sucesión del
Ducado de Mantua termina adversamente para España (1631).
Cuando la guerra del imperio alemán parece que debía quedar
resuelta por la victoria del Cardenal-Infante sobre los suecos en
Nárdlingen (1634), Richelieu, libres las manos después de ter-
minada la guerra religiosa francesa, interviene (1635) para con-
trapesar el auge de los Habsburgos y de España.
(En 1635 muere en Madrid. Lope de Vega.)
19
Son aliados de Francia los suecos y los protestantes alema-
"nes y príncipes italianos; la poderosa flota holandesa queda
encargada de cortar las comunicaciones de España con Améri-
ca. En los años 37-39 España tiene que combatir por mar en
las más distintas aguas, y por tierra, desde Flandes a Italia. Su-
fre terribles golpes, pero aún la suerte de las armas está inde-
cisa. Y algo aún mucho peor.
(Exactamente el 7 de diciembre de 1639 el gran satírico
Quevedo era detenido por orden de Olivares y llevado preso al
convento de San Marcos, de León.)
... Algo mucho peor. Porque entonces se produce la suble-
vación de Cataluña (1640), y poco después la de Portugal, don-
de se proclama rey el duque de Braganza. Más aún: el duque
de Medinasidonia —cuñado del de Braganza— quiere procla-
marse rey de Andalucía. Esto último aborta. La sublevación ca-
talana termina en 1652, pero la guerra en Cataluña dura años
contra ejércitos franceses. La independencia de Portugal se es-
tablece en seguida; las armas españolas, en larga lucha, no con-
siguen nada; el imperio portugués se separa con su metrópoli;
sólo en 1668 reconocerá España la independencia.
En 1643 ha caído Olivares, en enero; semanas antes —di-
ciembre— había muerto Richelieu. Pero las guerras siguen, y
en la primavera de 1643 el duque de Enghien (futuro Condé)
derrota a los tercios españoles en Rocroy: este nombre señala
simbólicamente el fin del predominio militar español.
A Olivares ha sustituido Haro. Mientras siguen las guerras
exteriores y las de Portugal y Cataluña, hay sublevaciones en
Nápoles y en Sicilia (1647).
(Quevedo ha muerto en 1645.)
Por la paz de Westfalia (1648), España, en Minster, acepta
el reconocimiento jurídico de las Provincias Unidas, con mu-
chos acrecimientos de terreno y ventajas comerciales para ellas;
y en Osnabriick, el Imperio firma la paz con Francia y sus alia-
dos. La guerra española con Francia se arrastra aún. Condé nos
20
derrota en Lens (1648), y fuimos derrotados con Condé —que
se había pasado a nuestro campo— en las Dunas (1658).
(En 1658 muere Gracián.)
En la paz de los Pirineos (1659), España perdió el Artois,
y varias plazas de Luxemburgo y de Flandes; y, lo más lamen-
table, el Rosellón, tierra española de lengua catalana.
Si el reinado de Felipe IV fue el más dramático, el del ven-
cimiento de España, el de Carlos II es el más triste, el de Es-
paña en ruinas, cadáver en pie y despojo de Europa. Tras el
desvergonzado proyecto de reparto de las posesiones españolas
entre Luis XIV y Leopoldo, el emperador alemán, tras la victo-
riosa campaña francesa en los Países Bajos y en el Franco-Con-
dado, el recelo de Holanda e Inglaterra ante el poderío de Fran-
cia moderó las condiciones de la paz de Aquisgrán (1668), en
que España perdió las plazas conquistadas por los franceses en
los Países Bajos, pero no el Franco-Condado.
Nueva lucha contra Francia, de una coalición de España, Ho-
landa, el Imperio, y nuevas victorias francesas; en la paz de
Nimega (1678), España, mucho peor tratada que sus aliados,
pierde el Franco-Condado y muchas plazas de los Países Bajos
(se le devuelven algunas).
(En 1676 ha nacido Feijoo; va a surgir con él otro siglo
literario: el siglo crítico, el siglo XVIII.)
Nueva agresión francesa a plazas de los Países Bajos, con in-
vasión de España por Cataluña; abandonada por sus aliados, Es-
paña, en la tregua de Ratisbona (1684), deja el Luxemburgo...
(Calderón de la Barca ha muerto en 1681. Se extingue con
él la última gran figura del Siglo de Oro.)
Nueva y larga lucha francesa contra la Gran Alianza, uno
de cuyos miembros es España: nuevos desastres nuestros en
Flandes; Cataluña es invadida, y.en ella la larga guerra va de
mal en peor y llega a la toma de Barcelona; Luis XIV nombra
un virrey francés (1697). Pero en la paz que sigue (paz de Rys-
wick, 1697) Luis XIV se muestra increíblemente generoso: de-
Z
vuelve casi todo lo conquistado en Flandes después de Nimega
con el Luxemburgo, y tódo lo ocupado en Cataluña. Es que la
sucesión de Carlos II se prevé muy próxima y hay que ganar
simpatías entre los españoles. En 1700 muere el rey español des-
pués de dejar como heredero a Felipe, duque de Anjou, nieto
de Luis XIV.
¿Cómo se refleja esa marea rápida, con sus dos tiempos, cre-
ciente y decreciente, en el arte literario? La pregunta, eviden-
temente, es doble: de una parte está la huella que en.el con-
tenido mismo de la obra literaria pudieron dejar los aconteci-
mientos políticos e internacionales; de otra, las consecuencias
—si las hubo— que para la técnica y el estilo literario tuvie-
ron esos hechos. El problema central sería averiguar si estos dos
aspectos están íntimamente relacionados.
El poderío y la decadencia en la -obra de los escritores. — El
emperador Carlos V asoció a su obra, de un modo u otro, a los
mejores entre los escritores españoles de su época. No podemos
dudar del entusiasmo que por él sentía Garcilaso de la Vega.
Unos cuantos versos de cansancio nos le revelarían, en la Elegía
Primera, como un guerrero a la fuerza, sólo deseoso de vida pa-
cífica y reposo:
¡Oh miserables hados! ¡Oh mesquina
suerte la del estado humano, y dura,
do por tantos trabajos se camina!
Y agora muy mayor la desventura
de aquesta nuestra edad, cuyo progreso
muda de un mal en otro su figura.
¿A quién ya de nosotros el eceso
de guerras, de peligros y destierro
no toca, y no ha cansado el gran proceso?
22
¿Quién no vio desparcir su sangre al hierro
del enemigo? ¿Quién no vio su vida
perder mil veces y escapar por yerro?
¿De cuántos queda y quedará perdida
la casa y la mujer y la memoria,
y de otros la hacienda despendida?
¿Qué se saca de aquesto?...
24
veintitantos días. El duque de Medinasidonia debía atacarles,
pero no lo hacía: la gente se preparaba. El conde de Essex
y sus ingleses quemaron la ciudad y se fueron. El soneto nos
cuenta el final de la aventura :
... al cabo, en Cádiz, con mesura harta
ido ya el Conde sin ningún recelo,
triunfando entró el gran duque de Medina.
25
Muerte infeliz en Portugal arbola
tus castillos. Colón pasó los godos
al ignorado cerco de esta bola.
Y es más fácil, ¡oh Españal, en muchos modos,
que lo que 'a todos les quitaste sola
te puedan a ti sola quitar todos.
26
Gracián (1601-1658) es el hombre que llega ya a la madu-
rez en los alrededores del desastre y lo vive. Hay en él una po-
sición no sólo desengañada, sino de crítica de España y de lo
español, que a veces recuerda la de Larra o la de los escritores
de la generación de 1898.
Poderío y decadencia nacionales y barroquismo. — Esta curva
de entusiasmo y depresión nacionales, que sigue isócronamente
—en los espíritus más selectos y más en contacto con lo inter-
nacional: Garcilaso, Aldana, Cervantes, Quevedo, Gracián— la
del poderío y la decadencia política y militar de España, se co-
rresponde, lo vamos a ver en seguida —y con qué matices—,
con la de la producción del Siglo de Oro (en cantidad y en ca-
lidad) $. Antes debemos plantearnos aún una pregunta: ¿Tiene
la decadencia nacional una relación inmediata con el desarrollo
del barroquismo en sus dos ramas: gongorismo y conceptismo?
Es necesario saber que durante varios siglos (desde el xv1n)
el dicterio de “corruptora del gusto europeo” ha sido una de
las acusaciones contra España que forman parte de su leyenda.
Sólo la ignorancia de la crítica en el momento de formarse tal
idea y el desconocimiento del significado del barroquismo lite-
rario (en su valoración estética y en su extensión internacional)
pudo hacer fraguar semejante inepcia, difundida primero en Ita-
lia, repetida durante el siglo XvIn y el XIX, y aun por: críticos
españoles.
Hoy sabemos que el barroquismo?” en general, y el literario
en particular, es un enorme movimiento espiritual que llega a
toda la humanidad culta, con un poco de adelanto en unos si-
tios y de retraso en otros; que tiene múltiples formas: *“mari-
nismo”, en Italia; “preciosidad”, en Francia; “escuela metafí-
sica”, en Inglaterra; “escuela de Silesia”, en Alemania; “gongo-
rismo” y “conceptismo”, en España *,
8 Véanse las “conclusiones” al final de este capítulo.
9 Creo reflejar la terminología más aceptada y el criterio medio.
Véase nuestro capítulo IV.
10 Véase nuestro capítulo 1V.,
27
Sabemos, además, que todos los rasgos particulares que dis-
tinguen el gongorismo español (hipérbaton, fórmulas estilísticas
especiales, cultismo léxico, acusativos griegos, ablativos absolu-
tos, colorismo y léxico suntuario, plurimembraciones y correla-
ciones, etc.), todos, sin excepción, aparecen en poesía italiana,
como manierismos del petrarquismo (muchos de ellos están en
el mismo Petrarca), y florecen o reflorecen, con inusitada acti-
vidad, en la estela del petrarquismo en el siglo XVI; y se ven
en lírica y épica en un gran poeta como Tasso,
En fin, no sólo es falso que España sea la corruptora del
gusto por cuestión de prioridad, sino porque no hay tal *“co-
rrupción”” del gusto. Cada época tiene sus necesidades estéticas,
que expresa de un modo distinto: el siglo XVII tuvo sus modos
de expresión —que deben tener nuestro respeto, sean cuales sean
nuestras tendencias artísticas actuales—; esos modos de expre-
sión produjeron entre nosotros a Góngora, a Quevedo —y a
Lope también—, a Gracián, a Calderón (de esa “corrupción” del
gusto quisiéramos mucha) y a una cantidad muy grande de in-
genios de mucho talento que no llegan a la talla de los nom-
brados. En cambio, el recortado siglo XVIII — interesantísimo en
muchos aspectos—, con todo su programa de exquisito “buen
gusto”, produjo por todas partes en Europa un decrecimiento
general de la lírica,
La consecuencia de lo que acabamos de decir es evidente:
no es sensato pensar que el barroquismo español sea una con-
secuencia de la decadencia nacional, por la razón de que es un
fenómeno amplísimo que se produce en otros muchos lugares de
Europa donde no se puede hablar de decadencia nacional. En
las “conclusiones” del presente capítulo habremos de fijar nues-
tros puntos de vista en esta difícil cuestión.
28
LAS GENERACIONES EN.
LA ÉPOCA DE GÓNGORA
2d)
último era de Córdoba, y Góngora, quince años más joven, era
amigo suyo y le dirige dos sonetos, uno de los cuales figura en
los preliminares de La Austriada, de Rufo (1584), poema que se
debió de leer con fruición en los círculos literarios cordobeses *,
La siguiente generación es la del poeta: Góngora nace en
1561; son sus compañeros coetáneos en este valle de lágrimas
Lope de Vega (1562), Lupercio y Bartolomé Leonardo de Ar-
gensola (nacidos en 1559 y 1562), José de Valdivielso (15607?)
y Alonso de Ledesma (1562). Es curioso que la casualidad haya
emparejado al gran poeta Góngora y a Ledesma, cabeza de un
interesante tipo de conceptismo, aunque estéticamente no muy
valioso, Vilanova ha señalado numerosísimas coincidencias de
léxico, temáticas, etc., entre Lope y Valdivielso, por un lado, y
Góngora, por otro; su mismo número las hace sospechosas como
“fuentes”. Esas coincidencias de léxico, temáticas, etc., son nor-
males entre miembros de una misma generación literaria; los
datos de la bibliografía, a veces, no aclaran la verdadera prela-
ción de los miembros. En cambio, sabemos que Góngora fue
desde muy pronto un punto de atención para todos. En la mejor
antología de la época, las Flores de poetas ilustres, de Espinosa,
formada en 1603, el autor, nacido en 1578, incluye 37 composi-
ciones de Góngora, 18 de Quevedo, y 8 de Lope. El testimonio
temprano de Espinosa es valiosísimo: indica cuál era el juicio
de calidad, el juicio de las minorías líricas en la precedencia de
valores, mucho antes de los poemas centrales del gongorismo.
Sobre la generación siguiente !* ejerce ya una reacción, posi-
tiva o negativa, la gran figura de Góngora. Es la generación de
Quevedo (n. 1580), y se divide netamente en amigos y enemi-
gos del autor de las Soledades y el Polifemo. Enemigo impla-
cable era Quevedo, y lo fue Jáuregui (n. 1583); amigos son Villa-
mediana (n. 1582), Paravicino (n. 1580), Soto de Rojas (n. 1534).
30
Baltasar Elisio de Medinilla (n. 1585), muy amigo de Lope, por
la época de aparición de las Soledades se aproximó personalmen-
te a Góngora. Amigo también, Pedro Espinosa (n. 1578), com-
pilador de las Flores.
Las generaciones posteriores son, en general, grandes admi:-
radoras de Góngora.
Una se agrupa en torno a 1600. La figura principal es Cal-
derón (n. 1600), que lleva el gongorismo a su teatro, convirtién-
dolo en una parte integrante, esencial, del mismo, pero filtra-
do y estilizado según fórmulas que son personales del drama-
turgo. A su lado, el prosista conceptista por excelencia, Gracián
(n. 1601), que en su Agudeza y arte de mgeno muestra repeti-
damente una enorme admiración por Góngora. Luego, poe-
tas como Gabriel Bocángel (n. 1603), Salvador Jacinto Polo de
Medina (n. 1603), Anastasio Pantaleón de Ribera y otros, de los
cuales tratamos con algo más de extensión en el capítulo XI,
al estudiar la huella de Góngora, pues en todos ellos se muestra
evidente; aun, a veces, en el que la crítica considera más ale-
jado, como el conde de Rebolledo (n. 1597), o aun en Pérez
de Montalbán (n. 1602), discípulo de Lope y principalmente dra-
maturgo.
Una generación de autores de comedias, que, más o menos,
pertenecen a la escuela de Calderón, nace entre 1607 y 1618:
Rojas Zorrilla, Moreto, Solís... Otras generaciones posteriores se
desdibujan en la disolución del Siglo de Oro.
CONCLUSIONES
31
con la estela del petrarquismo, y el empuje (pasión, contraste,
violencia, exceso) del barroquismo se ejerce en todas partes. Es-
tos mismos argumentos valen para hacer muy sospechosa la idea
de que la decadencia española es la causante de los llamados
“vicios”? de la literatura española del siglo XVII.
Si tomamos las dos figuras más importantes, Góngora y Que-
vedo (como representantes de esos “excesos” y “extravagan-
cias” de estilo —adoptamos la terminología de la crítica de los
siglos XVII-XIX—), nos encontramos con el hecho curioso de que
su actitud frente a los problemas nacionales es muy distinta. Que-
vedo los vive en su vida y en su literatura; Góngora los igno-
ra: cuando le preocupa la política nacional, es la suya preocu-
pación de pretendiente ante cambio de validos o desaparición de
protectores. Góngora es uno de los españoles cegados por el gran
engaño: no se da cuenta de los crujidos precursores del hundi-
miento. Su poesía seria tiene una tendencia cortesana hacia la
pompa, el ornato, el decoro que da el cultismo. Quiere ser un
poeta cortesano, de la corte del mayor imperio. Su terrible des-
engaño, a la vejez, es el chasco del pretendiente al que no se ha
premiado, a pesar de sus inmensos méritos. Cierto que hay en
su poesía una veta humorística, escéptica, que satiriza maligna-
mente la corrupción de costumbres, y algunos males imperiales
—sátiras contra “genoveses”—; pero los “genoveses” están sa-
tirizados lo mismo que los médicos o los abogados...
Vemos, pues, cuán difícil es contestar a la pregunta acer-
ca de un influjo de la decadencia nacional sobre el estilo lite-
rario del siglo XVI. Tratando de buscar unos puntos de apoyo
para la decisión que se tome, encontramos:
1.2 Conceptismo y gongorismo son las formas españolas
de un fenómeno universal: el barroquismo literario.
2. o No hay prueba ninguna de que estas manifestaciones
españolas sean más tempranas que las otras del barroquismo
literario europeo (el gongorismo portugués?” es un fenómeno
17 Véase nuestro capítulo XI.
32
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concreto, perfectamente limitado y explicable por causas his-
tóricas).
3." En España el poderío nacional, que tiene su cima en
la juventud de Felipe JI (hasta 1580), tiende ligeramente a de-
clinar en los últimos años de este monarca; algo más, bajo Fe-
lipe III (tregua de La Haya, 1609); los problemas gravísimos
se acumulan en la época de Olivares (terrible año 1640), bajo
Felipe IV; desde aquí hasta la muerte de Carlos II, la caída
es casi vertical,
Los fenómenos del gongorismo llegan a su apogeo (1613),
con cierto retraso respecto al apogeo nacional (1580), pero con
notable adelanto respecto a los signos de ruina inminente (1640).
El gongorismo llega a ese punto central de las Soledades y el
Polifemo (1613) cuando la declinación es aún escasa en los sig-
nos exteriores. Pocos años después, Quevedo la refleja; Gón-
gora es posible que no se haya dado cuenta de ella, o por-lo
menos de su gravedad, nunca.
4. Los fenómenos del gongorismo y conceptismo tienen
profundas raíces en el estilo del siglo xvI. El gongorismo pro-
cede del crecimiento y acumulación de los manierismos petrar-
quistas, que ya tienen.una intensificación en Italia y en España
en el mismo siglo XVI. El conceptismo es de fuentes más va-
riadas: 4) manierismos en la prosa del siglo XVI, como en Fray
Antonio de Guevara; b) sutilezas en la predicación (que dará
origen a los “conceptos predicables”); c) sutilezas y chistes, en
las justas poéticas en honor a santos, muy abundantes en la
segunda mitad del siglo XVI (conceptismo tipo Ledesma); d) re-
lacionado con lo anterior, humorismo satírico, con juegos de
palabras, de muchos tipos, en la poesía satírica, desde 1580, de
Góngora, etc.
La cuestión, pues, es muy complicada, y más aún por el
carácter tan complejo del llamado conceptismo (de muchos *ti-
pos distintos, en prosa y en verso). Lo que resulta claro es que
hay un aspecto técnico (cansancio de los materiales y formas
33
POLIFEMO 1.—3
renacentistas; necesidad de superación y novedad) que fue qui-
zá común a toda Europa; pero que la variación y la novedad
se obtuvo sin cambiar los mismos materiales que el Renacimien-
to había usado: el gran inconveniente inicial del Barroco (para
quien le busque una novedad total, que no tiene) es no haber
podido romper definitivamente con el Renacimiento.
Arraigados así profundamente el gongorismo y el conceptis-
mo en tradiciones que vienen del siglo XVI, todo parece indicar
que se habrían producido aunque la línea de poderío nacional
hubiera continuado creciente en la primera mitad del siglo XVI
(los males económicos, base de las sátiras, existían ya antes). Es
también muy probable que la miseria económica primero y
los alarmantes indicios de la ruina nacional exacerbaran la es-
tética de Quevedo y de Gracián, al par que su crítica. Y que
el estilo de Góngora, en sus imitadores, aumentara su tenden-
cia hacia la pompa y la suntuaria solemnidad exterior, precisa-
mente para ocultar la catástrofe de España.
Entre tantos puntos problemáticos una cosa resulta eviden-
tísima: las nutridas generaciones de escritores bien dotados,
coronadas por algunos verdaderos genios que van naciendo a lo
largo del siglo XVI, de las cuales las últimas aún tienen su mayor
actividad en el xvi (Góngora muere en 1627; Lope, en 1635;
Quevedo, en 1645), de repente se adelgazan en número y sobre
todo en calidad. Otras manifestaciones artísticas avanzan más, en
su esplendor, por el siglo xvI1. Pero en literatura no podemos ci-
tar como escritores de primera fila nacidos desde 1600 sino a Cal-
derón, a Gracián (y todo lo más, y con algo de violencia, a Ro-
jas y a Moreto). La fertilidad española —ese maravilloso desper-
tar de todas nuestras energías, con la unión bajo los Reyes Ca-
tólicos— se había extinguido también en lo literario, y a la
muerte de Carlos II, España es un cadáver en pie, en lo na-
cional y en lo internacional, y ya casi sólo una oquedad o una
última resonancia apagadísima en poesía, en novela, en teatro.
34
CAPÍTULO Il
NACIMIENTO Y NIÑEZ
33
por la partición de los bienes contra su hermanastro don Alonso
de Argote; sólo obtuvo una modesta concesión de alimentos.
Don Francisco quedó pobre. Su riqueza fue espiritual; era eru-
dito —licenciado por Salamanca— y poseía una buena bibliote-
ca (él estimaba que valía más de quinientos ducados). Obtuvo
por el favor del Secretario Eraso algunos nombramientos tem-
porales como juez de residencia (con atribuciones de corregidor
durante ella) en Madrid y otros sitios; y luego fue juez de
bienes confiscados, de la Inquisición, en Córdoba. Su esposa,
D.* Leonor de Góngora, era hija de Luis de Góngora y de doña
Ana de Falces. Del matrimonio de D. Francisco nacieron ade-
más del futuro poeta, que fue el primogénito, otros tres (obsér-
vese la disparidad de apellidos): doña Francisca de Argote, do-
ña María Ponce de León y don Juan de Góngora y Argote.
Don Luis nació, casi de seguro, en casa de su tío el racionero
don Francisco de Góngora, cerca de la catedral, en el hoy nú-
mero Q de la calle de Tomás Conde (calle que antes tuvo otros
nombres, el “de las Pavas” entre ellos).
EN
Resulta absolutamente comprobado que doña Isabel era her-
mana del racionero Falces (y mo su amante como quería la mur-
muración cordobesa del siglo XVI); y es casi seguro que doña
Isabel tuvo a su hija doña Ana, de Alonso de Hermosa, pariente
próximo de Francisco de Eraso, secretario de Felipe II (casi
seguro: por deposición de testigos en las pruebas de 1568; por
esa carta de Francisco de Eraso, en que éste reconocía el pró-
ximo parentesco con doña Ana; por la de otro modo incom-
prensible protección prestada por Francisco de Eraso lo mismo
a don Francisco de Góngora que al cuñado de éste, don Fran-
cisco de Argote, favoreciendo con puestos las carreras de
ambos).
¿Por qué, pues, doña Isabel, en su testamento no habla de
Hermosa, si éste era el padre de doña Ana, y en cambio se
declara viuda de ese Hernando de Cañizares? Tratando de bus-
car una explicación, podríamos pensar que doña Ana no fue
habida en legítimo vínculo, sino ya antes o ya después del ma-
trimonio de doña Isabel con Cañizares, o adúlteramente durante
la vida de éste. Así se podría explicar el hecho de que los Gón-
goras, que alardean de su relación familiar con el poderoso se-
cretario, no den nunca la razón legal de esa relación.
No cabe duda de que en la filiación de doña Ana había
algo vergonzoso u ocultable, pero no sabemos cuál era la causa
por que debía ser ocultado. En las pruebas de sangre de los si-
glos XVI o XVII en que hay alguna duda en el árbol genealógico,
surge en seguida el rumor de “cristianos nuevos”. Pero en estas
pruebas de 1568 tal rumor sólo aparece vaguísimo y sin nada
concreto en que fundarse, en tres testigos. Lo que, en verdad,
se discute entre las declaraciones es si doña Ana fue hija del
racionero o de Hermosa. Nuestra investigación moderna puede
decir rotundamente que doña Ana no fue hija sino sobrina del
racionero Falces, y que es casi seguro que fue hija de Alonso
de Hermosa. Queda esa duda de por qué la familia no explica-
ba el título legal de la paternidad de Hermosa. Más aún: los
38
Góngora hicieron lo posible por ocultarlo u olvidarlo. Hay in-
dicios de que a la altura de la generación del poeta ya no te-
nían una idea mucho más clara de la que tenemos nosotros.
Detrás del muro de este misterio que oculta algo vergon-
zOso, podemos imaginar varias soluciones posibles. Situados en
los testimonios de 1568, la solución sería la explicación de cómo
Hermosa engendró a doña Ana (si, como parece, fue su padre),
y por qué la familia no dio explicaciones claras sobre estos
hechos.
Niñerías
No sabemos nada seguro de la niñez de Góngora. Podemos
imaginarle dedicado a los entretenimientos infantiles que él
enumera en uno de sus más famosos romancillos (el que em-
pieza “Hermana Marica”. V. más abajo, t. II, núm. 3).
Es probable que hiciera sus primeros estudios en el colegio
que en Córdoba tenían los padres de la Compañía de Jesús.
Pero la primera acción del futuro poeta, que podemos reseñar,
es una travesura: yendo con otros chicos de su edad a la
Huerta del Rey se subió a un muro muy alto, del que cayó y
se abrió tan malamente la cabeza que llegó a estar desahuciado
de los médicos. Entonces sus padres le llevaron una reliquia de
San Alvaro y, con maravilla de todos, curó, “milagrosamente”
(afirma la noticia que nos ha llegado). En seguida tenemos el
primer testimonio de su talento. En una visita del gran erudito
Ambrosio de Morales, éste, sorprendido de las agudezas de
Luis, exclamaba: “¡Qué gran talento tienes, muchacho!”.
39
pe II). El tío don Francisco cedió esos beneficios —en Cañete,
en Guadalmazán y en Santaella— (previa aprobación papal) en
favor de aquel sobrino Luis a quien su despejo natural parecía
predestinar para estudios. Así el muchacho se vio hecho clérigo
cuando acababa de cumplir los catorce años. ¿Pero se preocu-
paron acaso de indagar si tenía vocación religiosa? Góngora
era creyente como el español normal de la época, y escribió
algunos versos devotos, como cualquier poeta de su tiempo:
eso es todo.
Con intervención del bondadoso tío, don Luis fue enviado
a estudiar a Salamanca; ello originaba bastantes gastos: la ma-
nutención del estudiante y de un ayo que la familia mandaba
con él.
El tío don Francisco tenía también otros bienes que no eran
eclesiásticos: con ellos formó un mayorazgo que dejó a don
Juan, el hermano menor de don Luis. Así ocurrió que las apti-
tudes intelectuales de este último tuvieron como última conse-
cuencia que él, el hermano mayor, fuera clérigo, y que el
menor, don Juan, fuera el mayorazgo.
En la Universidad, don Luis aparece matriculado en Cáno-
nes, en 1576, y continúa hasta el curso de 1579-1580, y este
último año entre los estudiantes llamados “generosos”, hijos de
familias nobles y pudientes. No debió de estudiar demasiado;
ni hay huella de que obtuviese ningún título. Hasta Pellicer
pudieron llegar testimonios fehacientes de la vida que el joven
Góngora llevó en Salamanca:
fue adquiriendo el título de primero entre catorce mil ingenios que
se describían o matriculaban en aquella escuela entonces...; obedeciendo
a su natural, se dejó arrastrar dulcemente de lo sabroso de la erudición
y de lo festivo de las Musas... Con este dulce divertimiento, mal pudo
granjear nombre de estudioso ni de estudiante; pero él trocaba gustoso
estos títulos al de poeta erudito, el mayor de los de su tiempo, con
que comenzó a ser mirado y aclamado con respeto 4.
40 :
No cabe duda de que en Salamanca se cuajó la vocación
literaria de Góngora: poeta. Conocía el latín y leía el italiano
y el portugués (y aun podía hacer pinitos en estas lenguas: en
ellas y en castellano está un soneto cuadrilingiie que, siguiendo
una moda italiana, había de escribir años más tarde). Sería un
poeta “culto”.
42
Un contemporáneo más joven nos ha dejado los nombres de
algunas mujeres dadas a amoríos, que pasaron por la juventud
del poeta, el cual no se recata de describirnos entre chistes que
a veces son claramente obscenos, esta vida de sensualidad y
despreocupación. Una parte de sus compañeros de Cabildo debía
de estar sumergida en el mismo ambiente. Hay que tener pre-
sente, sin embargo, que no era sacerdote, ni por entonces, qui-
zá, pensaba en serlo nunca. La condición de clérigo le servía
para cobrar sus rentas eclesiásticas.
En el año 1587 llegó a Córdoba un nuevo obispo, hombre
de criterio rígido. El obispo sometió a los canónigos y racio-
neros a un interrogatorio. Contra algunos capitulares se hicieron
graves cargos. Los que se le hicieron a Góngora fueron más
bien leves: “que asiste rara vez a coro”, y que cuando acude
“anda de acá para allá saliendo con frecuencia de su silla”;
que habla mucho durante el oficio...; que forma en los corrillos
del Arco de Bendiciones donde se habla de vidas ajenas; que
ha concurrido a fiestas de toros; que “vive como muy mozo
y anda de día y de noche en cosas ligeras, trata representantes
de comedias y escribe coplas profanas”.
Don Luis va contestando como puede, y no sin humor:
dice, por ejemplo, que en las horas está “con tanto silencio
como el que más, porque aunque quiera no estar con el que
se me manda, tengo a mis lados un sordo y uno que jamás
cesa de cantar, y así callo por no tener quien me responda...”.
Dice también: ni mi vida “es tan escandalosa ni yo tan viejo
que se me pueda acusar vivir como mozo”, y que a su casa
van representantes como a las de otros caballeros, “y más a la
mía” —dice— “'por ser tan aficionado a la música”. Confiesa
que ha ido tres o cuatro veces a los toros, pero que también
han ido otros del Cabildo (a los que nombra) y que en el hacer
coplas ha tenido “alguna libertad”, pero no tanta como le atri-
buyen, por no ser suyas “las más letrillas que me achacan”.
Dice, además, que su poca Teología le disculpa y, añade, “he
43
tenido por mejor ser condenado por liviano que por hereje”.
El obispo le puso cuatro ducados de pena, conminándole que
no fuera a toros.
Como dice Artigas al comentar este saladísimo descargo,
esas respuestas “por lo que dicen, lo que insinúan y lo que
callan” nos dan “un retrato moral de Góngora en sus primeros
tiempos de racionero, a los veintiocho años”.
46
Entre el otoño y el invierno de 1603 debió de ser su vuelta
a Córdoba. Góngora se había quedado sin dinero en la Corte:
tuvo que pedir prestados 1.500 reales.
Pero en Valladolid dejaba a Pedro Espinosa el texto de las
poesías que se incluirían en las Flores de poetas ilustres (esta
antología, formada en 1603, se imprimió en 1605). El número
extraordinario de composiciones de Góngora que incluía nos
revela que el poeta cordobés superaba ya en fama a casi todos
sus contemporáneos.
En noviembre de 1605 es herido en riña un sobrino de
don Luis, hijo de doña Francisca: el cirujano les comunica a
la madre y al tío que es necesaria la trepanación. Hecha ésta,
el joven muere. Toda la familia se apresta a la venganza jurí-
dica. Comienza un largo proceso, con grandes gastos.
Siguen luego unos cuantos años de residencia en Córdoba,
a veces interrumpidos por algún viaje. La musa de Góngora, sin
embargo, continúa siendo preferentemente cortesana. Debió de
poner ilusiones en la protección del Marqués de Ayamonte, al
que dedica varias poesías por estos años, y cuya residencia en
Lepe (Huelva) visitó en 1607: de ese viaje nos quedan varios
sonetos, alguno muy bello. Pero ese mismo año murió el
Marqués.
En 1609 Góngora tuvo que hacer, comisionado por el Cabil-
do, un nuevo viaje: a Madrid, Alcalá, Alava y Pontevedra.
Casi todos los viajes de Góngora nos han dejado una huella en
su poesía: de las escritas en éste se ve que Galicia no le gustó;
siguió cultivando a los grandes (y quizá tuvo ilusión —para
desilusionarse después— de ir en el séquito del nuevo virrey de
Nápoles, el Conde de Lemos). El crecimiento de Madrid le pro-
dujo asombro; pero la “corte envainada en una villa” (así la
llama) le mereció también sátiras. Su estancia en Madrid coin-
cide con el final del proceso contra los matadores del sobrino:
se va asqueado de la justicia y de Madrid. Lo ha expresado en
unos famosos tercetos (v. más abajo, t. II, núm. 53).
47
Comienza la llamada “segunda
época” de la poesía de Góngora
A fines de 1610 ocurre la llamada toma de Larache (más
bien, cesión por compra). Góngora dedica al hecho algunas
burlas; y al mismo tiempo una enfática canción. A esta can-
ción se suele atribuir el comienzo de la llamada “Segunda
época” de Góngora: denominación que sólo en cierto sentido
resulta exacta (como explicamos más abajo en el capítulo V).
En 1611 —lo vamos a ver en seguida— nombra coadjutor
de su ración a un sobrino (esto le libraba de la asistencia a
coro): va a comenzar unos meses de gran intensidad literaria.
La musa de Góngora ahora se propone mayores empeños.
Estamos en el momento más importante de la vida del gran
poeta. Hay que pensar que durante parte del año 1612 y en
los primeros meses de 1613 trabajaba en dos poemas extensos y
ambiciosos: la Fábula de Polifemo y Galatea y las Soledades.
Por mayo de 1613 la noticia era conocida en Madrid y en al-
gunas reuniones se habían leído trozos del Polifemo. Pero Gón-
gora no había completado más que ese poema. y la Primera So-
ledad. La Segunda tuvo una redacción más lenta y había de
quedar incompleta. En estos poemas se condensaban, repetían
y exageraban los rasgos cultos que su poesía tenía ya desde
los primeros momentos. La controversia que siguió a la divul-
gación del Polifemo y las Soledades en copias manuscritas, fue
un hervidero de pasiones: véase más abajo, capítulo III.
Góngora seguía viviendo en Córdoba. Es posible que por
estos años hiciera algún viaje a Madrid. Colabora, con un ro-
mance, en las fiestas de Córdoba a la beatificación de Santa Te-
resa (1614); escribe una serie de villancicos al Nacimiento de
Jesús (1615): se le ve en el ambiente de la Catedral, y deseoso
de halagar a su obispo. Es probable que fuera a Toledo en 1616
a las fiestas de la Virgen del Sagrario, patrocinadas por el car-
48
denal Sandoval y Rojas, tío del Duque de Lerma, privado de
Felipe Ill: Góngora colaboró en la fiesta literaria con unas
octavas. Los deseos de medro de Góngora (con sus cincuenta y
cinco años) son patentes; por entonces debió de comenzar otro
poema de estilo elevado y grandes proporciones: el Panegírico
al Duque de Lerma (que lleva la fecha de 1617 en el manus-
crito Chacón).
49
POLIFEMO I.—4
dia, le debía, en 1617, 918.000 maravedís (unos 2.750 ducados);
esta deuda arrastraba desde hacía muchos años, y en lo sucesivo
no haría sino aumentar con velocidad creciente. Heredia era
un clérigo gordo, hacendado y nada espiritual que se retrasaba
en pagar, pero Góngora le engatusaba entre bromas, cebos y
promesas, y el otro terminaba por adelantar algo más de dinero.
Pero eso ocurrió, sobre todo, más tarde, durante la residencia
de don Luis en la Corte.
Don Luis había ido preparando las cosas desde hacía años,
para estar libre y al mismo tiempo ayudar a los suyos. Por favo-
recer a sus sobrinos había logrado el nombramiento de coadju-
tor de su ración en la Catedral, con derecho a sucederle, a un
hijo de su hermana doña Francisca (don Luis de Saavedra); y
había cedido a un hijo de su hermano don Juan (don Pedro de
los Ríos) los beneficios de Cañete y Santaella. Los cargos ecle-
siásticos no eran heredables, pero por medio de esos expe-
dientes de cesión, con aprobación papal, se convertían prácti-
camente en hereditarios. Estas cesiones se solían hacer de
modo que el nuevo poseedor cobraba, claro, el beneficio, pero
se obligaba por contrato a dar una pensión al que se lo cedía.
Góngora repetía ahora, a su modo, lo que con él mismo ha-
bía hecho su tío don Francisco. Con ello dejaba arreglados a
dos sobrinos (uno, por parte de una hermana; otro por parte
del hermano). El tener coadjutor le libraba del suplicio del
coro: ya podía volar.
50
influyen decisivamente los deseos de medro personal a que alu-
díamos antes. Pero no pensaba en él solo: quería sacar lustre
a su casa. El papel generoso de protector de los suyos, que
hemos visto ya había comenzado en Córdoba, lo podía desarro-
llar mejor en Madrid.
Se ha dicho que Villamediana envió su litera a don Luis
para que hiciera el viaje cómodamente. La verdad es que todo
lo necesario para el viaje, vestidos, mercaderías, alquiler de
mulas y dinero, lo pagó Heredia.
Góngora había vivido ya otras veces, pero de paso, en el
ambiente de la corte. Ahora le parece “ventana de confusión y
ruido”. Sin embargo, parece entrar con buen pie: “con buenos
pilotos he comenzado a tentar modestamente el aplauso de Pa-
lacio y el favor de mis protectores”, escribe en carta a su obispo
cordobés. Por de pronto, va a tener “una capellanía de S. M.,
a quien los tutelares dan nombre de llave maestra a mayores
ascendencias, si no cierran tras sí las puertas y me dejan en el
banco” (es decir, como a los pretendientes que esperan en la
antesala). Para la capellania de Palacio necesita ordenarse de
sacerdote, y pide a su obispo las llamadas **reverendas”, las car-
tas dimisorias indispensables para poder recibir órdenes sagra-
das, de otro obispo.
Faría y Sousa nos cuenta una graciosa anécdota: Parece que
el Duque de Lerma tuvo algunos escrúpulos de conciencia en
nombrar para capellán del rey a un poeta (no siempre limpio)
como Góngora. Pero alguien se los disipó diciendo: “¿Por ven-
tura hay Estatuto que mande que todos los capellanes de S. M.
sean tontos?”. El nombramiento real lleva la fecha de 15 de
octubre de 1617.
Despistado pretendiente. Apu-
ros económicos en Madrid
54
Es muy deprimente la lectura del epistolario de Góngora,
cada vez más según se avanza por estos años, del 1622 hasta
las últimas cartas (la última es de marzo de 1626). Todos son
contratiempos. Compran la casa en que vivía Góngora en Ma-
drid y tiene que desalojarla (carta del 4 de noviembre de 1625).
¿Y quién es el comprador? Se dice que fue un gran enemigo
de don Luis: Quevedo *?. Pudo serlo, a juzgar por la rechifla
de unos versos que deben de ser suyos: más abajo los hemos
de citar, págs. 70-71. Pero es asunto dudoso.
Las deudas se van condensando y le ahogan. En el verano
de 1624, perseguido por los acreedores, el juez, por pura lás-
tima, se dispone a pedirles que esperen quince días. Heredia
—dice Góngora— “me trata como a sitiado, solicitándome por
hambre”. En esta carta, de enero de 1625, nos cuenta: “ha
sido menester vender un' contador de ébano para comer estas
dos semanas”. A fines de la primavera de ese mismo año está
en grave peligro de que le embarguen el coche. Poco después
escribe: “yo estoy para echarme en un pozo”. En julio: “yo
estoy en unas tenazas, vendiendo mis escritorios, de que he
hecho 800 reales””. Pero los que debe son 9.000... Los acree-
dores le conceden plazo hasta el último de julio...
El Conde-Duque le da buenas palabras. Tanto gestiona há-
bitos Góngora, que una vez el privado le dice: “El diablo harte
de hábitos a estos de Córdoba”. El Conde-Duque quería que
Góngora reuniera sus poesías y las imprimiera en un volumen.
Con el pie en el estribo para un viaje (14 de octubre de 1625)
le dice Olivares: *““Vm. no quiere estampar”. Contesta Góngo-
ra: “La pensión puede abreviar el efecto”. Se trata de la fa-
mosa pensión, concedida, en principio, hacía cerca de tres años,
pero que el poeta no llegaba a cobrar (ni sabemos que lo hi-
ciera nunca). Y el valido le vuelve a dar grandes seguridades,
y que todo se arreglaría a la vuelta del viaje. “No tenga pena”,
12 Que tenía que desalojar la casa lo dice Góngora en una carta. Pero
no nombra al comprador,
S0
y con esto le despide. Todavía en otra carta vemos al Conde-
Duque dándole dos abrazos al poeta (que —dice :éste— “los
compran muchos que los vieron”). Después el Conde-Duque se
pone las manos en el pecho: “diciéndome con esto sin hablar
—interpreta Góngora— que él cumpliría su palabra y me des-
pacharía, que no lo dudo en esta ocasión...”. Pues podía du-
darlo: bien se ve que el favor del Conde-Duque fue más apa-
rente que real,
Las angustias económicas de Góngora y las crecientes y
menguantes de esta terrible época senil se ven también en va-
rios sonetos escritos por estos años: sonetos descarnados, duros,
intensos, sombrios (v. más abajo, t. II, núms. 48-50).
Góngora no había impreso nunca sus poesías, que andaban
manuscritas de mano en mano, muchas veces muy incorrectas
y mezcladas con otras indebidamente achacadas a él. En estos
últimos años se ha dado cuenta el poeta de que publicarlas
puede satisfacer al Conde-Duque, y asegurarle el nunca del todo
claro favor del valido. El libro impreso podía adquirirle más
fama aún, proporcionarle dinero. Todo esto se refleja en varias
cartas: y busca los mejores cartapacios de sus versos con idea
de emprender la publicación. Es otra ilusión que no se llevará
a cabo.
La última carta (dictada a un amanuense) es de 24 de mar-
zo de 1626, y en ella vemos que el poeta está enfermo: no
puede tomar la pluma. En esa última carta dice también que
debe 1.600 reales, y encarga que quien tome en arriendo sus
beneficios se haga responsable de esa deuda.
Cinco días después hizo testamento: Deja como heredera
a su alma, y manda se paguen una serie de pequeñas deudas
(unos 4.000 y pico reales). No menciona la de 1.600 reales,
que creía arreglada ya con su carta.
S6
La vuelta a Córdoba. La muerte (1627)
Aliviado en su mal —¿esclerosis vascular del cerebro? “—,
va a Córdoba. Había perdido la memoria: una anécdota nos le
presenta preguntando a cada paso las cosas que acaba de pre-
guntar y que ya le han respondido. En 30 de octubre de 1626
el obispo de Córdoba da licencia a don Luis, en atención a su
enfermedad para que pueda oir o decir misa en su casa aun en
día festivo.
En su testamento no mencionaba para nada a su familia;
en las cartas hay con frecuencia quejas contra sus parientes. En
una de las últimas escritas desde Madrid se había expresado con
mucha dureza, quejoso especialmente del maltrato de su sobrino
don Luis de Saavedra, a quien él había favorecido con la su-
plencia de su ración de la Catedral. Pero en. estos postreros
meses de su existencia, estando enfermo, en Córdoba, la situa-
ción debía de haber cambiado. Alguna atención, algún cuidado
recibiría de su familia. En Córdoba, el 1.? de noviembre de 1626,
firmaba Góngora una escritura en la cual hacía donación com-
pleta de las obras que había hecho “así en poesía como en
prosa”, a su sobrino don Luis de Saavedra. ¿Obras en prosa?
¿cuáles serían? De Góngora no conocemos más escritos en
prosa que sus cartas. Pero no parece fácil pensar que se refiriera
a ellas.
Don Luis de Góngora murió en Córdoba el 23 de mayo
de 1627. Según había pedido en el testamento, fue enterrado
en la capilla de San Bartolomé, donde yacían también sus
padres. El sitio exacto se ignora,
57
Don Luis de Saavedra —que debía de ser tan imbécil como
egoísta— no se preocupó ni poco ni mucho de la edición de
las obras de su tío, el gran poeta; se precipitó en cambio a
asegurarse la sucesión como racionero en propiedad en el Ca-
bildo.
Hay toda una serie de retratos de Góngora, muy parecidos
entre sí (Museo del Prado; Museo Lázaro; Fine Arts Museum,
Boston, etc.). El mejor, sin disputa posible, es el de Boston. Si es
el que sabemos pintó Velázquez, el poeta andaba por los
61 años. En la Casa de la Moneda, de Madrid, se conserva una
cabeza en yeso (¿o barro») **,
La cabeza de Góngora era verdaderamente impresionante:
calvo, con el pelo aún oscuro, frente despejada, nariz fina, agui-
leña, pero un poco colgandera, rostro alargado, fuerte entrecejo
(dos intensos pliegues verticales y uno horizontal, ya muy bajo),
la boca hundida, obstinada, fuertes pliegues en las comisuras y
en la barbilla y sobre el bigote; un lunar en la sien derecha.
Nos mira de lado. Todo en él indica inteligencia, agudeza, fuer-
za, precisión, desdén.
Completan su retrato las sales y chistes a él atribuidos en
muchas anécdotas.
14 Sobre su autor, véase D. ALONSO, Estudios y ensayos gongor-
nos, 2.* ed., págs. 597-598.
58
CAPÍTULO III
60
Cuando el aplaudido dramaturgo saca su poema La Dragon-
tea, otro soneto hiriente, intencionado, del cordobés;
... Para riido de tan grande trueno
es relámpago chico: no me ciega.
Soberbias alas alza: mal navega.
Potro es gallardo, pero va sin freno,
62
echadiza, es sumamente moderada (aparte algunas reticencias).
Lope.se sincera, asegura haber alabado a Góngora siempre;
niega que el soneto fuera contra él.
Lope tira las piedras y esconde la mano: numerosas reti-
cencias y claras burlas contra Góngora están esparcidas por sus
obras, pero muchas veces se escuda con decir que no ataca a
Góngora sino a los ““mochuelos'”” que han dado en imitarle. El
soneto suyo que empieza: “Boscán, tarde llegamos...” es una
burla contra la nueva lengua, pero ¿acaso no era Góngora el
máximo fomentador de ella? El cordobés se sintió tocado; se
le atribuye este otro soneto:
“Aquí del conde Claros”, dijo, y luego
se agregaron a Lope sus secuaces... 6
63
QUEVEDO Y GÓNGORA, ENEMIGOS
67
Era su benditísima esclavina,
en cuanto suya, de un hermoso cuero,
su báculo timón del más zorrero
bajel que desde el Faro de Cecima
a Brindis, sin hacer agua, navega.
Este, sin landre, claudicante Roque,
de una venera justamente vano,
que en oro engasta, santa insignia aloque,
a San Trago camina, donde llega:
que tanto anda el cojo como el sano.
68
millones para la Corona y sustanciosísimos regalos en dinero para los
poderosos. Por eso dice Góngora que Quevedo ha engastado en oro la
venera, con lo cual se juntan en ella el rojo de la insignia de Santiago
y el dorado del oro, como en el vino aloque el tinto y el blanco: por
eso la llama santa imsignmia aloque. Dice también San Trago con defor-
mación, alusiva, de Santiago; y el verso final procede del refrán “Ca-
mino de Santiago, tanto anda el cojo como el sano”.
69
Para decir: “Yo gusto de beber frío de nieve”, dirá: “Bebo con ar-
miño del frío, con requesones de agua, con vidrieras de diciembre, con
algodón llovido, con pechugas de nubes”, que poder remudar frasis es
limpieza.
70
que de tu habitación quedó de modo
la casa y barrio todo,
hediendo a Polifemos estantíos,
coturnos tenebrosos y sombríos,
y con tufo tan vil de Soledades,
que para perfumarla
y desengongorarla
de vapores tan crasos,
quemó como pastillas Garcilasos...
71
Entre ellos merece mención especial el Conde de Villamedia-
na 15; los dos poetas, el racionero de Córdoba y el aristócrata,
se tuvieron sincero afecto. Antes del traslado de Góngora a
Madrid Villamediana le había visto en una visita a Córdoba,
ciudad en la que encontró
un vulgo necio, un Góngora discreto;
72
uso que se encuentra por toda la obra de Villamediana; y
Góngora, si bien repite temas, fórmulas estilísticas, etc., 'usa-
das por él en otras partes de su obra, nunca repite literalmente
sus propios versos. El prólogo de La Gloria de Niquea no es
de Góngora ?”,
Dedicó don Luis un bello soneto a Villamediana “celebrando
el gusto que tuvo en diamantes, pinturas y caballos”; dedicó.
una cincelada décima a la Fábula de Faetón que su amigo ha-.
bía escrito (v. más abajo en nuestra “Antología”, t. II, núms. 46
y 26). Y otro soneto cuando Villamediana estaba para ir a Ná-
poles con el Duque de Alba... Pero no se fue, sino (asesinado
por “impulso soberano”) al otro mundo. Góngora lamentó y
contó su muerte, en una carta, y (junto con las del Conde de
Lemos y don Rodrigo Calderón) la lloró en un soneto.
PEDRO DE VALENCIA Y
SU CARTA CENSORIA
PARAVICINO
14
con que en las audiencias soportaba a los importunos el P. Alia-
ga, confesor de Felipe III) le llama “Hortensio mío”. Es cierto
que casi todo el mundo quería bien a Hortensio (no el joven
Calderón) y que en la amistad a él podían coincidir un Lope
y un Góngora.
Paravicino correspondía a don Luis con cariño y enorme
admiración: tiene un romance en el que elogia de modo sumo
las gracias de Góngora, su Polifemo, sus Soledades, y al final,
excitándole para no dejarse vencer por pesadumbres que les
eran comunes, dice:
76
El Antídoto es un largo escrito en prosa: no contiene una
doctrina estética general, sino una serie de críticas desgranadas,
a voces, versos y pasajes de la Soledad Primera. Escrito con hu-
mor, tiene a veces verdadera gracia. Otras veces, se ve que no
ha entendido el texto de Góngora. Contra éste hay en el An-
tídoto bastantes ataques personales.
Años más tarde en su Discurso poético escribió Jíuregui
una crítica más posada y doctrinal contra el cultismo literario.
Quién lo había de decir: el antigongorino Jáuregui da mues-
tras evidentes de cultismo en su versión de la Farsalia y en su
Orfeo. Se ha atribuido a Góngora un hiriente soneto que circuló
contra este último poema.
Al Antídoto respondieron varios defensores de Góngora.
Mencionemos el Examen del Antídoto, por don Francisco Fer-
nández de Córdoba, Abad de Rute ”,
Debemos atender ya a los fieles comentaristas de Góngora:
a esos denodados escritores del siglo XVI que dedicaron buena
parte de su vida a estudiar e interpretar casi palabra por palabra
las obras del gran poeta.
De todos ellos, el primero en el tiempo fue, sin duda, Pedro
Díaz de Rivas, cuyas Anotaciones estaban ya escritas en 1627,
pues en la primera edición de las obras de Góngora, la impresa
por Vicuña en ese año, se las menciona ya; y aún es posible
que sean algunos años más tempranas. También Salcedo Coro-
nel y Pellicer (comentaristas de los que vamos a hablar en se-
guida) aducen a veces las opiniones de su compañero cordobés,
y, en cambio, en las Anotaciones, de Díaz de Rivas, no se les
menciona a ellos nunca.
78
Lecciones Solemmes de Pellicer, que escribió Andrés Cuesta,
profesor de griego en Salamanca, tremendo crítico, mordaz, gra-
cioso; los comentarios abundantes y desordenadísimos de Váz-
quez Siruela %, y los ya mencionados de Serrano de Paz a las
Soledades (cuya novedad consiste en encontrar un sentido mo-
ral a todo). Y hay otros muchos comentarios cortos, o que que-
daron inacabados, o a poesías de Góngora más breves, en ma-
nuscritos del siglo XVII.
Mencionemos aquí, aunque de otro tipo, un par de libros
impresos.
Las Epístolas Satisfactorias (1635), en una de las cuales el
gongorista de Loja, don Martín de Angulo y Pulgar, contestaba
a las objeciones que contra la poesía de Góngora puso Fran-
cisco de Cascales en una de sus Cartas Filológicas; y en otra
contesta por motivo igual a un “sujeto grave y docto”. Angulo
y Pulgar tuvo gran afición a las obras de Góngora, y reunió
un par de inestimables manuscritos gongorinos; pero vivió
alejado y sus noticias necesitan siempre crítica cuidadosa ”.
Del otro libro, el Apologético..., de Espinosa Medrano (en
que discute los ataques de Faría y Sousa contra Góngora), habla-
remos en el capítulo XI.
19
CapíTULO IV
80
nismo?; el admirador de Lope quiso expresar en ella que el
estilo de Góngora y sus secuaces era una especie de herejía li-
teraria contra la que había que combatir. Nosotros vamos a usar
la voz cultismo literario, o simplemente cultismo, que no impli-
ca ni juicio peyorativo ni tampoco alabanza.
Es necesario, ante todo, que veamos lo falso de esa supuesta
igualdad entre “cultismo literario” y “gongorismo”. La corrien-
te culta en literatura es una enorme fuerza que avanza con el
mismo impulso del Renacimiento. Tiene como norma general
la imitación de los escritores de la antigiiedad grecolatina: imi-
tación en los géneros (a esto se debe la boga del pastoril, de
Garcilaso a Góngora), en los temas (Garcilaso describe en un
soneto la transformación de Dafne, etc.; Góngora, en el Poli-
femo, la de Acis, etc.); pero imitación también en el léxico
(y a esto se debe la inundación de voces cultas, o *““cultismos lé-
xicos” 3), y, lo mismo, imitación en la sintaxis, en las alusiones
mitológicas, etc. Este cultismo literario se intensifica aún por
acumulación de todas estas manifestaciones particulares durante
la segunda mitad del siglo XvI, y en España tiene todavía un
notable aumento desde, aproximadamente, 1580, es decir, el
momento en que Góngora se inaugura como poeta. Góngora
nace, pues, a la literatura dentro de una atmósfera de cultismo;
la moda entonces era precisamente una intensificación del cul-
tismo literario. Dentro de ella irá desarrollando a lo largo de su
vida los rasgos que están acumulados en el Polifemo y las Sole-
dades *, y que sus imitadores reproducen casi siempre sin ta-
lento; el gongorismo es, pues, una manifestación particular del
cultismo literario prevalente y creciente en España (y en Italia
y gran parte de Europa) en el siglo XVI y el XVII.
81
PNLIFEMO 1.— 6
GONGORISMO Y CONCEPTIS-
MO, ESTILOS COMPLICADOS
82
LAS MODAS LITERARIAS EN EURO-
PA EN LA ÉPOCA DE GÓNGORA
84
Es que desde el principio se producen como dos tendencias
en el uso del término barroco: para unos, la voz tiene un va-
lor tipológico aplicable a cualquier época (en ese sentido pode-
mos considerar barroca la literatura helenística o gran parte de
la poesía arábigoespañola”, etc.); para otros, barroco es el
arte (incluyendo ahora también la literatura) del siglo XVI.
Es en este segundo sentido como aquí lo empleamos: el
gongorismo, el conceptismo, el marinismo, la poesía metafísica
inglesa, etc., son todos modos nacionales y particulares de un
gusto, y aun un movimiento espiritual general a gran parte de
Europa, que, un poco antes o un poco después, tuvo sus ma-
nifestaciones más evidentes en el siglo XvI1 (sus orillas pene-
tran, por un lado, en el siglo XVI, y por otro, más o menos pro-
fundamente, en el XVII).
Todos los movimientos dichos coinciden en algo: semejan-
za en los elementos analizables del significante: antítesis, para-
lelismos, correlaciones, metáforas intensas o difíciles, paronoma-
sias y otros juegos de palabras, disemias. Pero hay una especie
de inquietud que trasciende de la mera forma, o que si la con-
sideramos en la forma comprendemos que viene de dentro:
generalmente es un choque de realidad e irrealidad, como en
La vida es sueño, de Calderón; de monstruosidad y belleza,
como en el Polifemo, de Góngora *, o en los de Marino ?; otras
veces es un tremendo desgarrón afectivo por el que entran en
el mundo noble heredado del Renacimiento las voces ásperas o
las vislumbres infrahumanas, como en tantas páginas de Queve-
do, o todo el desenfreno vital y literario de Lope de Vega”,
o terribles retorcimientos del ingenio aprietan la expresión en
87
pero las llevan en los pies; pero la imaginación tiene que hacer
un notable esfuerzo para imaginar a nadie calzando “deseos”.
Si consideramos este ejemplo, ¿por qué hemos de pensar
que el conceptista Quevedo complica el “fondo” más que el
gongorista Góngora? Pongamos otro ejemplo:
Quevedo dice de un ganancioso en el juego que “recogía el
dinero con las ancas de la mano”. Y no lo comprenderá quien
no tenga en cuenta que Quevedo usa metafóricamente la pala-
bra ancas por la molla que la palma forma hacia el lado del
meñique, no sólo movido por poderse considerar parte posterior
de la mano, sino por la curvatura y morbidez, que recuerdan
las de las ancas de las caballerías. Góngora, por su lado, hará
que se lamente un enamorado que alzó su pensamiento, audaz,
previendo que de sus plumas (como en el caso de Icaro)
conservarán el desvanecimiento
los anales diáfanos del viento.
Las plumas con las que osó volar caerán esparcidas flotando
mucho tiempo en el aire, conservándose en el aire mucho tiem-
po como en unos anales: anales diáfanos. Otro ejemplo de vien-
to, de Góngora: El Céfiro (llamado también Favonio) se levan-
ta para despertar a Galatea, que yace sobre la hierba como en
una cama; y como para levantar al que duerme se le corren
las cortinas, así lo hace Favonio. Pero ¿qué cortinas corre? Las
mismas del viento (esas telas sutiles, vagas, que nos tocan la cara
cuando sentimos el viento). Góngora lo dice en un verso sua-
vísimo:
Vagas cortinas de volantes vanos
corrió Favonio...
88
Se nos dirá que esos resultados se deben a particularidades
de los ejemplos escogidos. Todo lo contrario: los escogidos fa-
vorecen nuestra tesis, pero no por condiciones especiales suyas.
Para escoger ejemplos especialmente favorables tendríamos que
echar mano de ejemplos gongorinos de los que más se aproxi-
man a la idea vulgar de lo que se suele entender como con-
ceptismo: las máximas complicaciones y fusiones entre lo in-
conexo; como en el verso ““pavón de Venus es, cisne de Juno”,
con toda la segunda parte de su estrofa (estrofa 13, versos 5-8);
o, con un gesto de apicarado humor, cualquiera de las dos ver-
siones de la estrofa 10, versos 5-8: la primitiva, afeada por
Pedro de Valencia, y la que el poeta dio luego en un intento de
obedecer a esa corrección. Véanse nuestros comentarios y notas
a esas dos estrofas del Polifemo % Pis,
Una cosa resulta, pues, evidente: en el fondo del gongo-
rismo hay siempre una tendencia que tenemos que llamar con-
ceptista. Las definiciones que sitúan conceptismo y gongorismo
como dos mundos distintos y contrapuestos son falsas,
Hay un conceptismo también en la base del gongorismo.
Para distinguirlo de lo que tradicionalmente se ha llamado con-
ceptismo, voy a llamar a este último conceptismo puro. Pues
bien, las diferencias entre el gongorismo y el puro conceptismo
son evidentes. Puede verse en el siguiente cuadro:
Recargamiento ornamental y
Gongorismo ... ... sensorial, entrelazado con
Barroquismo —del una complicación conceptista.
siglo XVII espa- ¡ Complicación conceptual obte-
¡pS A nida en parte por procedi-
mientos no desemejantes de
Conceptismo puro
los del gongorismo, pero sin
el recargamiento ornamental
y sensorial de éste.
91
más larga y a la par más característica y más condensada en
esos poemas. Hay que añadir luego en el gongorismo todos
los imitadores de Góngora, que llegan hasta muy dentro del
siglo XVI. Otra nota, que ya señalamos al principio, es la de
que el gongorismo suele darse más frecuentemente en verso;
hay, sin embargo, un gongorismo en prosa que (mezclado con
puro conceptismo) afectó, por ejemplo, a la predicación y aun
a los títulos de los libros, y se desarrolla mucho en el siglo XVII.
La primera diferencia que con respecto al del gongorismo
nos ofrece el desarrollo histórico del conceptismo es que su ori-
gen es menos unitario. Son varios los elementos del siglo XVI
que van a confluir en él; tantos, aparentemente, que no hay
acuerdo en los críticos acerca de su prelación y relativa impor-
tancia, y aun a veces se discute si tal antecedente aducido por
la crítica ha tenido real influjo en la producción del puro con-
ceptismo.
Coster, por ejemplo, se ha detenido especialmente en con-
siderar las ingeniosidades y juegos de conceptos y de palabras
que hay en los antiguos padres de la Iglesia y la importancia
que pudieron tener las sutilezas en la exégesis bíblica. Sea de
esto lo que fuere, es lo cierto que en la prosa de algunos escrito-
res del siglo XvI, y especialmente en la de Fray Antonio de
Guevara, hay abundantes preciosismos (paralelismos, antítesis,
paronomasias, etc.). A la difusión europea de Guevara (cuyo
éxito en el mundo fue muy grande) se ha achacado el estilo
preciosista inglés llamado eufuismo (segunda mitad del si-
glo xv1) *,
Creo que hay otra procedencia del juego conceptual que no
se cita O no se interpreta bien. Se menciona siempre a Alonso
de Ledesma (1562-1623) como el elemento más caracteriza-
92
do del conceptismo poético; sus Conceptos espirituales se im-
primieron en 1600. Pero Ledesma no es sino el representante de
una tendencia que venía mostrándose por lo menos desde 1580
y que tuvo su desarrollo en las Justas poéticas en honor a San-
tos: la aplicación de pequeñas y muy extravagantes compara-
ciones a materias de la religión y de la vida de Santos. Hará
falta un estudio especial para saber si Ledesma fue corifeo o un
mero ejecutante. La extravagancia era grande y su difusión so-
cial enorme. Un ejemplo: al mismo Don Felipe II se atribuye
esta cuarteta :
La fe, muy viva entonces, hacía posibles estos chistes con co-
sas sagradas, pero hoy los rechaza nuestro gusto,
Sea como sea, creo que estos conceptos de las justas poé-
ticas tuvieron un gran influjo en el desarrollo del puro concep-
tismo.
El conceptismo en verso tiene un sucesor en Bonilla, pero
tanto Quevedo como Góngora, cuando en sus obras satíricas
dejaban todo boato externo, entran de lleno en el conceptismo
puro. Recuérdese el soneto de Góngora a Quevedo en que le
afea las borracheras, o el de Quevedo a Góngora en que le re-
procha la pasión del juego **.
93
Hay luego el conceptismo en prosa. Después de Quevedo
está la figura de Gracián, que por mero tratadista unas veces,
y por ser de carácter alegórico su única novela (El Criticón),
operaba en el mejor terreno para el desarrollo de conceptos.
Gracián puede considerarse como el más genuino representante
del puro conceptismo.
94
CaApíTULO V
LA OBRA DE GÓNGORA
95
arrendador de sus beneficios eclesiásticos, y a don Francisco de
Corral, gran amigo de don Luis.
No se suele alabar bastante el valor literario de las cartas
de Góngora. Allí hay las más vívidas estampas de sucesos de la
época: las angustias de un rey inepto (Felipe III) ante la muer-
te; el momento de la prisión del Duque de Osuna; el desdén
del Conde de Villamediana, que por no descomponer una galo-
pada deja que los caballos le pisoteen la joya de alto valor que
se le ha caído; los pormenores impresionantes de su asesinato.
En las cartas de Góngora están sus angustias de viejo preten-
diente entrampado, los apremios de sus acreedores, los juicios
y demandas a que ha de responder, las ventas de objetos de
su mobiliario a que tiene que apelar para seguir trampa ade-
lante...; la decadencia de su edad, los achaques de los ojos,
la enfermedad que le paraliza la mano. Pero allí está también
la esperanza, que no se acaba nunca; sus inagotables minas de
humor y malicia. Allí, en fin, un tesoro de gracias, de giros
idiomáticos, de frases proverbiales, de léxico español de la me-
jor solera ?,
Nos quedan también, curiosas dentro de la obra total de
Góngora, dos comedias: Las firmezas
de Isabela y el Doctor
Carlino, esta última inconclusa. La primera lleva la fecha 1610
en el manuscrito Chacón, y la segunda, la de 1613. Estas fechas
son interesantes si consideramos que por esos años Góngora com-
- pone también sus grandes poemas (la Primera Soledad y el Po-
lifemo estaban acabados al mediar 1613, y la Canción a la toma
de Larache ya dijimos que es de entre fines de 1610 y 1611).
Evidentemente, por esos años 1610-1613 Góngora debió de ha-
cer examen de conciencia de su actividad literaria y se propuso
exigir a su musa esfuerzos mayores.
96
¿Soñó con sus comedias arrebatar el aura popular que ro-
deaba a Lope? ¿Demostrar que se podía hacer un teatro con
calidades poéticas y finura literaria? Esas calidades y esa finu-
ra las hay casi siempre en ambas comedias, pero al mismo tiem-
po ¡qué lentitud y poca diafanidad de la acción dramática!
Góngora ignoraba la primera ley de la acción dramática a la es-
pañola, que tan bien conocía Lope. Si quiso competir con él,
Góngora se equivocó de medio a medio.
Quedan en estas obras (y también en la Comedia venatoria,
que posiblemente también es suya) muchos momentos de fina
expresión lírica, como el monólogo de Isabela, “Dichosa pastor-
cilla”, etc., al principio del acto segundo de Las firmezas de
Isabela, o el de Violante, en el mismo acto:
98
das en 1580, arranca de esa técnica: sus primeros sonetos están
impregnados de culto italianismo; y en España podía estribar
en la poesía, tan culta y tan italianizante, de Herrera.
El cultismo de la más temprana lírica seria de Góngora es
del todo evidente: todos los artificios estilísticos que hemos de
estudiar más adelante (capítulos VII y VIII) están presentes en
la poesía de Góngora desde su fecha más temprana. Daremos
sólo algunos ejemplos. He aquí una estrofa de su primera can-
ción (publicada al frente de una traducción de Os Lusiadas, de
Camoens, por Luis de Tapia):
Suene la trompa bélica
del castellano cálamo
dándoles lustre y ser a Las Lusíadas *,
y con su rima angélica
en el celeste tálamo
encumbre su valor entre las Híadas.
Napeas y Hamadríadas
con amorosocántico
y espíritu poético
celebren nuestro bético
del Mauritano mar al mar Atlántico,
pues vuela su Calíope
desde el blanco francés al negro etíope.
99
con el valor de “pluma”, no sería posible sin estupenda pedan-
tería usarlo hoy, salvo con un matiz de humor. Extraordinaria
es la voz tálamo, que está dicha con el valor de 'mansión” o
“región” (“en el celeste tálamo'” = “en la mansión o la región ce-
lestial'): es un valor que la palabra tiene en latín y en griego,
pero raro aun en esas lenguas; no conozco esa acepción en cas-
tellano. Este cultismo del Góngora más joven da ciento y raya
a los de las Soledades y el Polifemo. Notemos la acentuación:
Lusíadas, Hamadriadas, etc. La tendencia natural de nuestro ro-
mance castellano es a la colocación del acento en la vocal más
abierta; cuando Góngora acentúa ““Hamadríadas”, no hace sino
seguirla acentuación latina de esta voz griega (acusativo de plu-
ral Hamadryádas). En otras estrofas de esta canción sale otro
tipo de latinismo en el uso de las vocales, en las voces Tápta,
prosápia, consideradas esdrújulas, para lo cual hay que deshacer
el diptongo de la : y la a: -á-p1-a, sencillamente porque el latín
no conoce tales diptongos y en esa lengua prosapía tiene cua-
tro sílabas y la i no tiene un valor de yod, como en castellano,
sino que no es sino la penúltima vocal; y por ser breve, el
acento carga sobre la antepenúltima, es decir, sobre la a.
Observemos ahora cuánto peso de alusiones mitológicas tiene
esta breve estrofa. “Híadas”, “Napeas”, “Hamadríadas”, “Ca-
liope”... Citemos también la última estrofa:
Cuanta pechos heróicos
te dan fama clarífica,
oh Lusitania, por la tierra cálida,
tanta versos históricos
te dan gloria mirífica
celebrando tu nombre y fuerza válida:
dígalo la Castálida
que al soberano Tápia
hizo que (más que en árboles,
en bronces, piedras, mármoles)
en su verso eternice su prosápia,
dándole el odorífero
lauro, por premio del gran dios lucífero,
100
También nos sale a raudales el léxico extravagantemente
culto: clarífica, mirífica, odorífero, lucífero, etc. También, apar-
te los casos ya considerados de prosapia, etc., nos encontramos
hiatos como el de heróicos (que tiene que ser esdrújulo para
no perder el esdrujulismo de la rima, que es ley de este tipo
de composiciones; y que, al serlo, cumple exactamente con la
norma de la prosodia latina: heroicos); asimismo nos sale al
paso la mitología: la Castálida = “la musa'; y, expresado por
perifrasis, el gran dios lucífero = “Apolo”.
Más interés tiene aún lo que ahora encontramos: notemos
los fuertes hipérbatos (o sea, transposiciones de palabras): cuan-
ta va con fama, pero en medio se interponen pechos heroicos
y te dan; quiere, pues, decir 'cuanta fama clarífica te dan pe-
chos heroicos'. Exactamente el mismo juego de transposición se
produce en “tanta... / te dan gloria mirífica”. Y más adelante
todo el período está también entrelazado:
dígalo la Castálida
que al soberano Tapia
hizo que (más que en árboles,
en bronces, piedras, mármoles)
en su verso eternice su prosapia...
101
presadas en ocasiones perifrásticamente; tres distintos tipos de
dislocación de los diptongos castellanos (cada tipo repetido va-
rias veces); varias clases de violento hipérbaton, que llega a
producir en la mente del lector sintagmas aparentes, erróneos.
Podemos afirmar que esta composición tempranísima de Gón-
gora contiene la mayor parte de las extravagancias cultistas que
se encuentran en las Soledades y que, por el amontonamiento
de esos cultismos, se aproxima en dificultad a las mismas Sole-
dades. Podríamos decir que el carácter cultista de esta compo-
sición excede a lo que se debe considerar el término medio del
cultismo que hay en la Fábula de Polifemo y Galatea.
Basta lo que antecede para probar que la separación de la
vida literaria de Góngora en dos épocas, una toda naturalísimas
claridades y otra tremendo artificio y oscuridad, es totalmente
falsa.
He querido mostrar la falsedad de la separación en “dos
épocas” de la obra de Góngora tomando como objeto de aná-
lisis una composición de la primerísima época. Podría obje-
tarse que hemos ido a dar, por casualidad, en un ejemplo par-
ticularmente favorable. Si tomáramos uno que haya excitado en-
tusiasmos como modelo de diafanidad, p. ej., el llamado roman-
ce “de Angélica y Medoro” (del cual se dice en la Historia de
la literatura española, de Hurtado y González Palencia 5, que en
él “un tema de amor se injerta en forma castiza y de elegancia
tan natural como exquisita”), y lo analizamos por procedimien-
tos estilísticos, en seguida veríamos que empezaba a revelar no-
tables complicaciones y artificios; y no sólo eso, sino muchos
cultismos de léxico y de sintaxis, muchas recónditas alusiones,
y con todo ello, en suma, no pocas oscuridades. Hice, años ha,
un análisis demorado de ese romance, y a lo que entonces es-
cribí remito al lector *.
5 Libro, por otra parte, utilísimo.
6 La lengua poética de Góngora, págs. 20-37. Véase también E. M.
WILSON, On Góngora's Angélica y Medoro, en Bull. of Hisp. Studies,
XXX, 1953, págs. 85-94.
102
Y, sin embargo, hay dos Góngoras. Mejor dicho, hay dos
manifestaciones del arte de Góngora, que le sitúan plenamente
dentro de la tradición renacentista en general, y en particular,.
de la de España. Sabida es la duplicidad de la visión represen-
tativa que del mundo tiene el Renacimiento: de una parte se
fortalece o reanuda la tendencia a la huida de la realidad y al
acercamiento a la belleza como principio absoluto; y de otra,
la aproximación a lo real humano, a lo particular, a lo fluctuan-
te, a lo concreto. Y junto a estas dos, la del contraste de una
y otra. La primera dirección produce una literatura aristocrática
e idealista (novela sentimental, bucolismo, diálogos de amor y
belleza...); la segunda, una literatura naturalista que se compla-
ce en describir los vicios, las necesidades cotidianas y las feal-
dades de la vida (novela y poesías picarescas, etc.). Lo caracte-
rístico español es la superposición de las dos tendencias (desde
La Celestina hasta el Quijote). En Góngora desde el primer año
en que tenemos testimonio de su producción literaria, 1580,
hasta 1626, año anterior a su muerte, en que escribe sus últimas
poesías, se da también sin interrupción ese paralelismo: a un
lado, las producciones en que todo es belleza en el mundo, todo
virtud, riqueza y esplendor; al otro, las gracias más chocarre-
ras, las burlas menos piadosas y la fustigación más inexorable
de todas las miserias de la vida. Aparte aún una serie de com-
posiciones, de las cuales la más característica es la Fábula de
Píramo y Tisbe, en que se cortan los dos planos, el de lo abso-
luto y el de lo contingente, la mitología y lo picaresco, las es-
plendideces y el mal olor.
Las Soledades y el Polifemo son el haz que mira a lo sobre-
humano. La letrilla ¿Qué lleva el señor Esgueva?, p. ej., el en-
vés que atiende a la más baja humanidad. La Fábula de Píramo
y Tisbe es haz y envés al mismo tiempo, y representa, quizá
mejor que ninguna composición, el punto de vista humano, es-
céptico, del autor.
103
Es engañoso creer que la dirección ascendente, representada
en los poemas mayores, Soledades, etc., está llena de tinieblas,
y, en cambio, la descendente (en letrillas satíricas, romances y
sonetos humorísticos) está llena de facilidad. En una y otra Gón-
gora sigue el mismo procedimiento de transformación irreal de
la naturaleza. No Góngora sólo: todo el siglo XVI. Cuando
Quevedo dice de un narigudo que era un hombre pegado a una
nariz, cuando Góngora llama “estoraque” del Congo” a una
mulata, no usan procedimientos distintos del que emplea el se-
gundo cuando llama a Polifemo “monte de miembros eminen-
te” (estr. 7), o cuando, para describir a Galatea, dice que el alba
llueve sobre ella purpúreas rosas (estr. 14). En algún caso, una
misma imagen hiperbólica podrá producir ya un efecto, ya el
otro: Acis —a lo elevado— será un venablo; Píramo —a lo
chocarrero—, un chuzo; las dos serán armas (la una, noble, del
noble ejercicio de la caza; la otra, plebeya) de que se vale el
Amor para herir corazones;
Era Acis un venablo de Cupido...
106
tos caballos”); el del español de Orán, que tiene que ausentarse
de su dama (''Servía en. Orán al rey”), etc. Son piezas que todo
español culto conoce y recuerda. Añadamos aquí, porque tam-
bién son de los mayores aciertos de los años mozos de Góngora,
alguna letrilla, como la de la niña que lamenta la ida a la
guerra, de su amado (con el estribillo “Dejadme llorar / orillas
del mar”), o algún romancillo, como el de “Hermana Marica”,
lleno de recuerdos de la infancia (aunque aquí entramos ya en
lo humorístico, y aun, al final, en lo malicioso).
Estos encantadores romances y letrillas, aunque cultos (y no
exentos de artificio), son de lo menos complicado de Góngora.
Pero forman un muy pequeño grupo de composiciones dentro
de su obra.
Examinemos ahora los romances y letrillas humorísticos, y
observemos, ante todo, que por la forma no hay modo de se-
pararlos completamente. Frecuentemente las letrillas son acon-
sonantadas, y detrás de cada estrofa (que satiriza un motivo di-
ferente) se repite el estribillo (o parte de una estrofilla inicial):
Núm. 1. Dineros son calidad
¡verdad!
Más ama quien más suspira
¡mentira!
Cruzados hacen cruzados,
escudos pintan escudos,
y tahures muy desnudos,
con dados ganan condados;
ducados dejan ducados
y coronas Majestad,
¡verdad!
... Siendo como un algodón
nos jura que es como un hueso,
y quiere probarnos eso
con que es su cuello almidón,
goma su copete, y son
sus bigotes alquitira,
¡mentira!
107
Pero otras veces, las letrillas son sencillamente romances o
romancillos, en-los que periódicamente se intercala un estribillo:
110
tro de la obra de Góngora, una extraña e importante pieza: el
barroquismo se burla aquí de sus propios mitos. Por su dificultad
e interés mereció un extenso comentario de Salazar Mardones
en el siglo xvi1 *!, El cual nos ha transmitido la noticia de que
Góngora la trabajó más que ninguna y que la prefería entre to-
das sus obras (“la que más lima costó a su autor y de la que
hacía más estimaciones”; véase más abajo, II, núm. 13).
Las mismas dotes geniales que Góngora aplica en esas com-
posiciones humorísticas escritas en versos octosílabos (algunas
veces hexasílabos, y, una, heptasilabos) las emplea también en
sus sonetos satíricos y burlescos. Son muchos, y los comienza a
escribir bastante pronto (los primeros conocidos son de 1588 u
89). Empiezan ya entonces los dirigidos a ciudades, o a sus ríos,
etcétera. De 1589 —año de su primera visita a Madrid— debe
de ser el que constituye su primera burla contra el pobre Man-
zanares:
Duélete de esa puente, Manzanares,
mira que dice por ahí la gente,
que no eres río para tanta puente
y que ella es puente para muchos mares.
111
Jura Pisuerga, a fe de caballero,
que de vergiienza corre colorado
sólo en ver que de Esgueva acompañado
ha de entrar a besar la mano a Duero.
113
'- POLIFEMO 1.—8 AA A
CaríTULO VI
SONETOS
114
En ningún caso Góngora deja de agregar, en mayor o me-
nor número, rasgos personales a la imitación. Tiene un soneto
que empieza:
Al tramontar del Sol la ninfa mía
de flores despojando el verde llano,
cuantas .troncaba la hermosa mano
tantas el blanco pie crecer hacía,
Ondeábale el viento que corría
el oro fino, con error galano,
cual verde hoja de álamo lozano
se mueve al rojo despuntar del día.
120
Si nosotros damos aquí importancia a esta canción bombás.
tica y de un entusiasmo que hoy se nos antoja frío, es sencilla.
mente por el hecho de que en ella se ven por primera vez acu-
mulados hasta el máximo los artificios estilísticos que constitu-
yen lo que se entiende por gongorismo.
Hemos combatido en lo que antecede la idea de las “dos
épocas”. Lo hemos hecho desde un punto de vista científico,
porque todos los elementos del gongorismo existen en la poesía
de Góngora desde los años juveniles del poeta; pero es cierto
que el lector que se asoma a esta “canción” puede pensar que
está ante algo nuevo, entre otras cosas, porque le resulta más
difícil la comprensión. Dos causas —como ya dijimos— produ-
cen esas dificultades en los poemas centrales del gongorismo:
la acumulación, mayor ahora, de los mismos artificios que Gón-
gora usó siempre, y la mayor longitud de los poemas.
Mucho hay, sin embargo, tradicional en esta canción. La es-
trofa tiene diecisiete versos, lo mismo que en las canciones pa-
trióticas de la juventud de Góngora; la huella herreriana es evi-
dente. Góngora, sin embargo, es aquí sucesor directo de esas
canciones de su propia juventud, y de un estilo retumbante, que
puede verse ya (hacia 1600) en alguna oda de Agustín de Te-
jada y en alguna de don Francisco de Medrano. Ahora aquí, en
Góngora, el estruendo es el mismo, pero todo es ya más com-
plicado. He aquí las dos primeras estrofas:
En roscas de cristal serpiente breve,
por la arena desnuda el Luco yerra,
el Luco, que con lengua al fin vibrante,
si no niega el tributo, intima guerra
al mar, que el nombre con razón le bebe,
y las faldas besar le hace de Atlante.
Desta, pues, siempre abierta, siempre hiante
y siempre armada boca,
cual dos colmillos, de una y de otra roca,
Africa (o ya sean cuernos de su Luna,
o ya de su elefante sean colmillos)
ofrece al gran Filipo los castillos,
121
carga hasta aquí, de hoy más militar pompa;
y del fiero animal hecha la trompa
clarín ya de la Fama, oye la cuna,
la tumba ve del Sol, señas de España
los muros coronar que el Luco baña.
Las garras, pues, las presas españolas
del rey de fieras no, de nuevos mundos,
ostenta el río, y gloriosamente
arrogándose márgenes segundos,
en vez de escamas de cristal, sus olas
guedejas visten ya de oro luciente.
Brama, y menospreciándolo serpiente,
león ya no pagano
lo admira reverente el Oceano.
Brama, y cuantas la Libia engendra fieras,
que lo escuchaban elefante apenas,
surcando ahora piélagos de arenas
lo distante interponen, lo escondido,
al imperio feroz de su bramido.
Responden las confusas, las postreras
cavernas del Atlante, a cuyos ecos
si Fez se estremeció, tembló Marruecos.
122
tillos los que compara con los colmillos del elefante. Al ser con-
quistado por España, la trompa del elefante se hace trompa o
clarín de la Fama, que canta el hecho por todos los ámbitos
del mundo.
Nuevas imágenes animales en la segunda estrofa. El león
español ha clavado allí sus garras, y ahora el río, en vez de es-
camas de sierpe, se viste con las guedejas del león. El Océano,
que lo despreciaba cuando era serpiente, lo reverencia ahora
que lo ve león cristiano; y a los bramidos del león todas las
fieras que apenas le escuchaban cuando era elefante, ahora que
le oyen león, temen su bramido, y huyen y se esconden. Y res-
ponden con sus ecos las cavernas de Atlante, y a esos ecos tiem-
blan Fez y todo Marruecos.
El cultismo de todo es evidente. Y la dificultad mayor con-
siste en esa sucesión de imágenes animales (el Luco, serpiente
y elefante, cuando moro; y león cristiano, cuando español) y,
además, en la longitud de los períodos gramaticales. El primero
ocupa seis versos, y el segundo once en la primera estrofa, y
la elocución se complica con paréntesis incisos, y en la segunda.
estrofa se arrastra con gerundios. Hay varias fórmulas estilísticas
de las que caracterizarán el estilo gongorino: “ya A, ya B”,
“no A, B”, “si A, B”. Las verdaderas transposiciones o hipér-
batos no son demasiado violentos, pero todo se complica en la
mente del lector a causa de la longitud y la variación de las
imágenes, que cambian; pero luego se vuelve a recordar las ya
abandonadas ?.
* LAS “SOLEDADES”
124
guida por todos los editores posteriores *. Permite una lectura
más cómoda, pero no hay que pensar que esas separaciones es-
tuvieran en la mente del poeta.
Sobre el plan de Góngora, las opiniones están de acuerdo en
que pensó cuatro partes, cuatro Soledades. Pero mientras Pellicer
nos dice que quiso simbolizar en ellas las cuatro edades del
hombre, “en la primera, la juventud, con amores, prados, jue-
gos, bodas y alegrías; en la segunda, la adolescencia, con pescas,
cetrería, navegaciones; en la tercera, la virilidad, con monterías,
cazas, prudencia y económica, y en la cuarta, la senectud, y
allí política y gobierno”; por su parte, Díaz de Rivas, cordobés
y amigo de don Luis, nos dice en sus inéditos comentarios: “el
argumento de su obra son los pasos de un peregrino en la sole-
dad... La primera Soledad se intitula Soledad de los campos, y
las personas que se introducen son pastores; la segunda, la So-
ledad de las mberas; la tercera, la Soledad de las selvas, y la
cuarta, la Soledad del yermo”. Angulo y Pulgar, en sus Epísto-
las Satisfactorias, 1635, copia, fundiéndolas, estas dos opiniones.
Quedaron sin hacer la Soledad Tercera y la Cuarta, y sin
acabar, la Segunda.
Góngora —como hemos dicho más arriba— envió a Pedro
de Valencra la Soledad. Primera y el Polifemo, para que los
censurara ?. Corrigió los pasajes que al humanista le parecieron
mal. Pero antes de esa corrección se habían, sin duda, hecho al-
gunas copias de los originales de Góngora: a los textos que de
éstas proceden llamamos textos de la “primitiva versión” (tanto
del Polifemo, como de la Soledad Primera) $.
125
Las Soledades son la obra más difícil de Góngora. En el
Polifemo o en el Panegírico al Duque de Lerma, la brevedad
de la estrofa (octava real) limitaba los desenfrenos de la sin-
taxis, y de las perífrasis alusivas, etc. En las Soledades la silva
permitía las más estupendas proliferaciones, engarces, incisos.
El Polifemo tenía como pauta una metamorfosis bien conocida;
las Soledades, era un poema inventado, de escasa acción: y el
lector no tenía guía alguna para un argumento de contenido
bien exiguo.
¿Cuál es, pues, el contenido de las Soledades? Brevemente.
Al principio de la primera Soledad se nos presenta a un joven
que, desdeñado por la que ama, arriba, náufrago, salvado sobre
una tabla, a la costa. Acogido por unos cabreros, pasa con ellos
la noche en el rústico albergue donde éstos viven, y a la ma-
ñana siguiente vuelve a caminar y encuentra un grupo de se-
rranos y de serranas que, con multitud de presentes, se dirigen
a unas bodas. Presidiendo el grupo de las mozas va un viejo
que, por haber perdido un hijo en el mar, acoge con simpatía
al náufrago peregrino. Y, después de execrar en un largo dis-
curso a la ambición, causa de todos los descubrimientos, pero
también de todos los desastres marítimos, invita al joven a que
los acompañe y asista a las bodas. Caminan, pues, por el bosque,
mientras las serranas van tejiendo coros, alternando canciones,
tal vez descansando a orilla de las fuentes, y llegan al lugar
donde se había de celebrar el casamiento. Fuegos de artificio,
danzas entre unos álamos ponen fin al día. Duermen, y a la
mañana siguiente, adornada con flores y ramos la aldea, van los
novios, acompañados por las alternas voces de zagalejas y zaga-
les, hasta la iglesia donde se celebra la ceremonia nupcial. No
126
faltan luego ni el lucido banquete de bodas, ni danzas y discur-
so de parabién. Y a la tarde, en el ejido del lugar, los mozos
compiten en atléticos deportes: en la lucha, en el salto, en la
carrera. Anochece, y todos los invitados acompañan procesio-
nalmente a los novios.
Con el amanecer del día siguiente empieza la segunda So-
ledad, y vemos al peregrino en la margen de una ría, acom-
pañado de un grupo de gentes de mar, que, de vuelta de las
bodas, pasan a la otra ribera en una embarcación que llega a
recogerlos. Nuestro peregrino prefiere la pobre barquichuela
de dos pescadores. Asiste con ellos a las faenas de la pesca, y
luego se dirigen los tres hacia una isla, apenas separada de
la tierra firme, en que habitan los propietarios de la barca;
y mientras así lentamente navegan, el joven peregrino canta sus
infortunios amorosos. Recibido por el anciano padre y las bellas
hermanas de los que le habían conducido, emplea el día en re-
correr el islote y admirar la moderada hacienda de aquella feliz
familia. Comen sobre la hierba en amenísimo lugar, y después
de haber comido, narra el anciano algunas hazañas piscatorias
de dos dé sus hijas. De otras dos están enamorados dos pesca-
dores que a la caída de la tarde llegan a la ribera y cantan al-
ternadamente su pasión. El joven peregrino solicita del anciano
que admita como yernos a los dos amantes, y, concedido, se
entregan al reposo los moradores de la isla. A la mañana si-
guiente, conducido el extranjero por los mismos que le habían
llevado, va navegando cerca de la tierra firme y asiste desde
la barca a una partida de caza con halcones que en la ribera
tiene lugar. Aquí queda interrumpido lo que Góngora escribió.
Esta acción tan tenue, tan escasa, si se hubiera desarrollado
el plan total del poema podría quizá haber adquirido un sentido
dentro del conjunto. Las Soledades tal como las tenemos, son
más bien una sucesión de escenas pastoriles, con un largo relato
histórico, unas bodas rurales, escenas de pesca, de cetrería,
unidas sólo, como hilo continuo, por la presencia de ese pere-
127
grino solitario al que aflige una tremenda desventura amorosa ?.
El poeta, en su arte refinadísimo y complicado, quiere, pre-
cisamente, aprisionar la vida más elemental: cabreros, monta-
ñeses, pescadores, en selvas, aldeas, chozas pastoriles. Fuerzas
elementales humanas, resueltas en amores, en danzas, en juegos,
en luchas, en deportes de la pesca y de la caza. Los seres de la
naturaleza descritos rápidamente, por un pormenor: terneras,
palomas, halcones, búhos, pájaros cantores, focas y monstruos
marinos, copia de pescados, flores, frutos, bosques, huertecillos,
jardines... Y como contraste, los desengaños del peregrino, las
glorias y los desastres de la ambición en guerras y descubri-
mientos geográficos, los males de la vida cortesana; envidia,
inútiles ceremonias, adulación, pasajeros favores y valimientos...
Por todas partes asoma en las Soledades, junto al menosprecio
de corte la alabanza de la vida elemental y de la edad dorada.
Por todas partes fluye también un espíritu pánico de exaltación
de las fuerzas naturales: bajo los versos más precisos, bajo las
palabras más espléndidas, late el fuego vital de la naturaleza
engendradora, como un borboteo apasionado que al verse re-
primido en los estrechos límites de la forma poética, si no llega
a quebrarla, le comunica por lo menos su ardor, llena de sun-
tuosidad y boato la forma misma, la hace recargada.
El gongorismo, decimos, tiene aquí su representación más
neta y todos los rasgos del estilo de Góngora que hemos de
estudiar más adelante —capítulos VII y Vlll— se encuentran
aquí, no ya reunidos, acumulados,
Hay uno tan característico de las Soledades (más aún que
de su contemporáneo Polifemo) que no podemos menos de
mencionar aquí: es el extraño poderío de la imagen, o más
exactamente, de la metáfora, Góngora, en las Soledades, como
en toda su obra, parte de toda la metaforía de tradición pe-
trarquesca habitual en la poesía del Renacimiento. Pero sobre
128
ese plano normal metafórico se elevan, como geniales creacio-
nes (porque en este punto Góngora es mucho más que un acu-
mulador de materiales antiguos; aquí su arte mira hacia el
futuro), como geniales intuiciones, imágenes de una novedad
extraordinaria. Es en las Soledades, precisamente, donde su in-
tuición creadora llega en esta materia a lo más alto. De ello
hablaremos en el capítulo VIII.
EL “PANEGÍRICO AL
DUQUE DE LERMA”
130
No entraremos en pormenores explicativos (ténigase en cuen-
ta que “apenas... que” equivale ahí y en otros lugares de Gón-
gora a “apenas... cuando”). Para comprender el carácter irreal
de la estrofa basta saber que el “gran rubí del día” y el “mayor
diamante de la noche” (el sol y la luna) son metáforas de Fe-
lipe III y Margarita; los “astros de plata” son los caballeros y
damas de la corte, que bailaron en el sarao; la “láctea... segun-
da vía'”” es una especie de nube artificial que se tendió en el sa-
lón, y por la que salieron los que bailaban... Con terrible con-
traste barroco (tema del desengaño), en la estrofa siguiente nos
dice cómo toda esa ilusión se desmonta en breve tiempo, aquel
cielo suntuoso que había fingido la sala del sarao se disuelve;
y la estancia, dice el poeta,
131
CapítuLO VII
SU DIFICULTAD
132
propia poesía. Porque acabamos de afirmar la dificultad de las
Soledades (1613). Pero ¿acaso era fácil la canción para la tra-
ducción de Os Lusiadas, que el joven Góngora escribió en el
primer año de su salida al mundo como poeta (1580)? Y entre
ambas fechas, tantos ejemplos de dificultad, casi como años, se
podrían alegar. Góngora no hace una rectificación de su obra al
escribir las Soledades y el Polifemo, sino que la confirma. La
dificultad, sin embargo, afectaba antes a una canción, a una o.
varias estrofas o pasajes, etc. En cambio, ahora, en las Soledades
(el Polifemo es de lectura mucho menos difícil), la dificultad po-
demos decir que se extiende a todo el poema (aunque en él hay
bastantes pasajes diáfanos).
Probablemente —repetimos— leyó el manifiesto de aristo-
cratismo literario y de defensa de una moderada oscuridad, es-
crito por Carrillo de Sotomayor. Ni necesitaba leerle, porque en
realidad esas ideas eran de antiguo moneda muy corriente en-
tre algunos doctos?. Y ya las sustentaba Herrera, quien dijo:
133
siglo XVI y principios del XVI un concepto oscilante, que hay
que coordinar dentro de su contexto. Así ocurría en Carrillo,
así en Herrera, que fluctuaban entre su posición cerradamente
aristocrática y algunas restricciones últimas; en el caso de Carri-
llo, posiblemente, por no molestar a Cascales.
Góngora, a raíz de las primeras críticas contra el Polifemo y
las Soledades, contestó a la acusación de *“oscuro'”” con concep-
tos tan netos y claros, que demuestran cuán meditado tenía el
asunto y cuán decidida era su posición. Coincide totalmente con
Herrera y con Carrillo (y en términos cercanos a cualquiera de
los dos) en la posición aristocrática:
134
Se revuelve, en cambio, contra los que le achacan “confu-
sión”. Dice que pasa como en Babel, que Dios hizo que con su
mismo lenguaje se confundieran:
CULTISMOS
138
lo primero que hice fue establecer una lista de los cultismos
fonéticos ?usados en la Soledad Primera, y otra de algunos de
los cultismos fonéticos usados antes de ese poema", Pero ése
no era el criterio más interesante en el caso del cultismo gongo-
rino. Porque es que los cultismos se vulgarizan por el uso (p. ej.,
en nuestra lengua, envidia, envidioso). Envidia es una voz que
usan hasta las gentes menos doctas; claudicar tiene cierta rela-
tiva vulgarización en sentido moral; pero por “cojear” sólo lo
podrían decir, humorísticamente, gentes cultas; ¿quién podría
decir adusto por “requemado' o vulto por “rostro'? He aquí,
pues, un problema lingúístico: distinguir los **cultismos vulgari-
zados”” (que en un momento dado ya no son “cultismos” para
la normal sensibilidad lingiística). Y otro problema entremez-
clado: el cultismo de acepción: una palabra puede estar vulga-
rizada en una acepción, pero ser absolutamente culta en otra.
Todos esos problemas hubiera sido necesario plantearlos para
juzgar exactamente el sentido de las reacciones anticultistas
frente a Góngora; y algo más importante aún: la contribución
del autor de las Soledades en la vulgarización de una gran
parte de los cultismos usados por él,
Fue precisamente tratando de encontrar algún indicio qúe
permitiera distinguir la vulgarización o no vulgarización de un
determinado cultismo por lo que acudí a las censuras anticultis-
tas y establecí esa otra lista (de que hablábamos al principio) **
de voces señaladas como extravagantes o ridículas por los burlo-
nes. Pero ya hemos visto cómo la misma intención caricaturesca
hacía difícil la discriminación, y que en los casos más certeros la
censura afeaba, más que el uso de una palabra, el abuso o reite-
9 Ibidem, págs. 48-66. Claro está que al establecer esa lista ya sabía
yo que era inevitable un número considerable de vacilaciones y aun de
errores: porque los límites de lo que es “cultismo fonético”, en princi-
pio muy netos, son en la práctica, en algunos casos, un problema pe-
liagudo.
10 Ibidem, págs. 77-80.
11 Véase la pág. 137, nota 6.
139
ración de la misma (ya veíamos que las voces cultas más reitera-
das en la Soledad primera son también las más veces criticadas
en las censuras). En cada voz traté de encontrar los casos más
antiguos de su uso literario (que muchas veces era en el si
glo XV, el XIV o aun antes); y en el otro extremo temporal, el
momento de su aceptación por los diccionarios (muchas veces
fines del siglo XVI o principios del xvII). Se fijaba así, con la
aproximación posible, el momento de su aparición literaria; y
luego, el momento de su aceptación en los registros oficiales del
léxico, es decir, en los diccionarios. Esta aceptación probaba
que tras la primera aparición, la palabra había dejado una larga
estela literaria. La mayor parte de los cultismos gongorinos tie-
nen un uso muy antiguo y una admisión muy posterior en los
vocabularios; entre esos dos datos, pues, debía existir una con-
tinuidad de empleo.
Esto es lo que han confirmado del modo más brillante los
recientes estudios de Antonio Vilanova, el cual ha rastreado,
con una labor verdaderamente admirable, la presencia de los
cultismos del Polifemo en los textos poéticos del siglo Xv1 y de
los primeros años del xvH. La ejemplar actividad de Vilanova
será fructífera no sólo en los estudios gongorinos, sino en los
de la historia de la lengua castellana.
Esa notable investigación ha venido a confirmar del modo
más rotundo lo que, en parte como resultado de mi investiga-
ción, en parte de modo principalmente intuitivo, me atreví ya
a sostener en 1927: que lo que hizo Góngora “como introduc-
tor de cultismos fue popularizar, difundir, una serie de vocablos,
de los cuales la mayor parte eran ya usados en literatura y ha-
bían conseguido entrada en los vocabularios de la época, y sólo
los menos —en realidad una minoría reducidísima— podían ser
considerados como raros, aunque aun éstos estaban implícitos
en la conciencia gramatical del siglo xv1” ”,
140
Fuera de estas cuestiones, principalmente interesantes para la
historia de la lengua, a mí me preocupaba otro problema: ¿Por
qué usó Góngora tantas voces cultas? ¿Qué valores tenían éstas
dentro de su sistema estético?
Góngora viene a la postre de un movimiento cultista inicia-
do en el siglo xv y que lentamente se desarrolla a lo largo
del XvI. Según se avanza por ese siglo se van sucediendo las
afirmaciones de la nobleza del español, de su comunidad con el
latín. Los cultismos están vertiéndose incesantemente en los dic-
cionarios desde Nebrija hasta Covarrubias. Góngora respira des-
de los años de su formación un ambiente cultista. Herrera le da
la pauta. Es Góngora todavía un mozo cuando invade España
la moda latinista de los esdrújulos.
Había, pues, un fuerte peso de tradición; seguir esa tradi-
ción, simplemente seguirla, exigía ya un refuerzo de los cultis-
mos de la lengua poética. Pero Góngora hizo más. El cultismo
no sólo es en él una cobertura externa, es algo que impregna
toda la masa poética del mundo. De esta interpretación cultista
del universo poético salen una serie de aspectos particulares; en-
tre ellós, el cultismo lingúístico.
Hay un Imperio español. Góngora tiene una mentalidad
neta del español del tiempo del gran engaño, de esos años en
que, cuando los imperios empiezan a desmoronarse, los súbditos
imperiales se ven aún en el pináculo del mundo. A ese Imperio
español debe corresponder un idioma, un idioma poético, noble,
solemne, pomposo, puro. ¿Dónde está el modelo? Ahí, a la
mano: en el latín. Y todo el esfuerzo de Góngora será la crea-
ción de una lengua poética española imperial y universal: acer-
camiento al latín en léxico y en sintaxis,
Porque es que hay que expresar una realidad material irreal.
mente. Y en el Panegírico, el Duque de Lerma será un segun-
do Fénix,y el príncipe don Felipe (luego Felipe III) es el *pro-
picio albor del Héspero luciente”, y la Duquesa de Lerma será
una Latona que parirá, no un Apolo, sino dos (dos hijos); no
141
una Diana, sino tres (tres hijas), etc... En esta huida de la reali-
dad tiene forzosamente que colaborar el lenguaje. Cómo lo hace
por medio de la metáfora, hipérbole, perífrasis, etc., lo hemos
de estudiar en otras partes de este libro. Pues el cultismo no es,
en este sentido, más que otro aspecto de esa huida: el cultismo
podríamos decir que es el modo de esquivar la palabra desgas-
tada en el comercio idiomático y sustituirla por otra que abre
también una ventana sobre un mundo de fantástica coloración:
el mundo de la tradición grecolatina.
Así, Góngora se permite el placer de ir engastando en sus
poemas palabras nuevas (y tan antiguas) a flor de cuño, a pesar
de su vejez, y con una noción neta, no desgastada, en su con-
cepto etimológico intacto. Esta noción neta se asocia a la niti-
dez general de la representación poética, se asocia a la limpieza
del giro sintáctico, resuelto con la exactitud de un problema geo-
métrico.
El cultismo tiene, además, un valor externo fonético en el
verso. El presta su cohesión maravillosa al endecasílabo gongo-
rino; él facilita, con su frecuencia en esdrújulos frente a los gra-
ves del castellano, una musical alternancia de acentuación, y
cuando recibe el acento rítmico, refuerza la expresión de todo
el verso. Muchos de los versos de Góngora de mayor fuerza ex-
presiva tienen, en efecto, colocado un cultismo esdrújulo en la
cima de intensidad rítmica:
..pintadas aves, cítaras de pluma...
.. Incierto mar, luz gémina dio al mundo...
..dosel al día y tálamo a la noche...
..bostezo, el melancólico vacío...
142
...la alba entre lilios cándidos deshoja...
..verdes hilos de aljófares risueños...
...en el papel diáfano del cielo...
...bruñidos eran óvalos de plata...
144
biológica a fórmulas inmutables, un paso de lo abstracto a
símbolos concretos. El amor se reduce a un niño, Cupido; la
guerra, a Marte; la música y sus propiedades, a Orfeo o a An-
fión; la velocidad, a Atalanta; la avaricia, a Midas; la belleza
masculina, a Adonis o a Ganimedes; la fidelidad erótica, a Eco
(y al eco) o a Clicie y el heliotropo; la esquivez, al laurel; el
amor fraternal, al álamo; los celos, al jabalí; la delación, al
búho; la inmortalidad y la renovación eterna, al Fénix, etc.
Queda así el mundo desdoblado en dos zonas: abajo, la
tornadiza variedad vital; encima, su representación mítica en
fórmulas ya fraguadas de una vez para siempre, estilizadas, in-
mutables. No nos engañe lo pegadizo, lo adjetivo novelesco
que se pueda superponer en una obra como las Metamorfosis.
El valor céntrico de la obra de Ovidio es el ser la Historia Uni-
versal de este cosmos, imagen acrisolada de todas las contin-
gencias del mundo real.
El Renacimiento vuelve a dar valor a todas estas represen-
taciones. Para un escritor renacentista, un objeto cualquiera se
sitúa, se ordena dentro del mundo, cuando se le refiere a un
punto de este sistema fijo. Cada uno de los fenómenos de la
realidad queda definido así por una polar mitológica.
Góngora entra aquí, como siempre, de lleno en la tradición
grecolatina. Su cerebro está cargado del lastre representativo de
las antiguas fábulas. En este mundo es donde se refugia. Auto-
máticamente, tiende a arraigar cualquiera de las formas de la
vida en el cielo fijo de la representación mitológica.
Los procedimientos que usa para establecer este cordón um-
bilical entre un fenómeno y su simbolización grecolatina, son
varios. Unas veces recurrirá a la comparación directa: la fiera,
el ave, el pez
dejan la sombra, el ramo y la hondura,
cual ya por escuchar el dulce canto
de aquel que de Strimón en la espesura
los suspendía.
145
PoirFEMO T1—10
Porque la fábula dice que así ocurría cuando Orfeo tañía la lira
a orillas del río Estrimón.
En otras ocasiones sustituirá el fenómeno terrestre por su re-
presentación mítica (perífrasis mitológica propiamente dicha).
Así, el toro quedará expresado por la alusión al rapto de Euro-
pa (Júpiter se convirtió en toro para robarla):
Tal vez la fiera que mintió al amante
de Europa, con rejón luciente agita...
ALUSIONES A ADAGIOS
ALUSIONES FABULOSAS
HIPÉRBATON
A B
En sangre a Adonis, si no fue en rubíes,
tiñeron mal celosas asechanzas.
162
Y en la Fábula de Píramo y Tisbe, hace una larga descrip-
ción de la belleza de Tisbe, y usa todos esos materiales suntua-
rios y otros coloristas: *“terso marfil”, la frente; “luciente cris-
tal”, que era “vaso de claveles”, la tez; “rubí, perlas y aljó-
far 2”, los labios, muelas y dientes; “plata bruñida”, el cuello;
el pecho como el del ave “Fénix”; el cuerpo de “mármol”. Pero
toda la descripción está entremezclada de jocosidades, Después
de hablar de la tez ('cristal”” y *“*claveles”) añade :
Arbitro de tantas flores
lugar el olfato tuvo,
en forma, no de nariz,
sino de un blanco almendruco.
“la cabeza era oro fino y nieve ardiente el rostro; ébano eran las
pestañas y los ojos dos estrellas, desde donde el Amor no tendió nun-
ca su arco sin hacer blanco; perlas y rosas rojas, había allí donde el
dolor (condensado en el corazón) formaba palabras ardientes y bellas;
llama eran los suspiros y las lágrimas cristal”.
163
De esta línea procede casi toda la poesía de amor de los
siglos posteriores, y es la que llega a Torquato Tasso, y es la
que a través de toda la tradición española y de la italiana, Gón-
gora hereda y usa desde sus primeros sonetos amorosos. (Re-
cuérdese el célebre soneto que empieza “Mientras por competir
con tu cabello”). En sus poemas extensos, Polifemo y Soledades,
ese uso continúa y se intensifica; todo lo bello, mujer o natu-
raleza, está hecho de materiales preciosos: el mar es “zafiro”
y con su espuma “argenta de plata”; 1922
el trigo es “oro”, el
sudor es “aljófares ardientes”, el agua es “cristal” o “plata”,
la hierba es alfombra de “sedas”, los picos de las palomas son
“rubíes”, un río “argenta arenas”. Estos ejemplos están sacados
del Polifemo. En las Soledades la materia suntuaria, aplicada con
valor metafórico a la naturaleza, aparece aún más frecuentemen-
te que en el Polifemo. Pero es quizá en otro poema largo, el
Panegírico al Duque de Lerma, en donde este uso llega a su
cima: el tema era pintiparado para los excesos suntuarios. Véan-
se estos versos de la recepción que a Margarita y Felipe III
(cuando sus bodas) hizo Valencia :
Desatadas la América sus venas
de uno ostentó y otro metal puro.
¿Qué mucho si pisando el campo verde,
plata calzó el caballo que oro muerde?
164
CapítULO VIII
165
por ejemplo, hablando de una muchacha no dice más que sus
menudas perlas (para designar los dientes). Obsérvese que la
comparación (dientes = perlas) es la misma, pero está ahora su-
gerida omitiendo los elementos reales. Es preciso no olvidar, por
tanto, que una metáfora lleva una imagen implícita; o dicho
de otro modo, que una metáfora es una imagen en la cual el
elemento “real” está implícito, tácito, meramente sugerido.
En la lengua poética del renacimiento y del barroquismo
estas metáforas se vulgarizaron tanto, que palabras como perlas
pasaban a ser ya casi nombre poético de los dientes. Un poeta
que dijera, por ejemplo (hablando siempre de una muchacha),
“Ella toda, marfil, menudas perlas, / rosas con nieve, y un cla-
vel hendido” sería perfectamente comprendido de un lector
habituado a esta poesía, porque hay ahí cinco metáforas que son
cinco tópicos: marfil = “frente', perlas = *dientes', rosas y mte-
ve = “lo rosado y lo blanco del cutis', clavel = los labios'. Esas
metáforas diremos que estaban casi “lexicalizadas'””, es decir, que
estaban casi convertidas en nombres poéticos de los objetos
reales que sugerían.
En nuestra nomenclatura hablaremos, pues, de “plano real”
y “plano irreal”: al “plano real'”” consideramos que pertenecen
los objetos (siguiendo con nuestro ejemplo) de la realidad de la
muchacha, es decir todos los “elementos reales” (“frente', “dien-
tes”, etc.); al “plano irreal” pertenecen todos los “elementos
irreales”, es decir, todos los objetos o cosas que irrealmente atri-
buimos a la muchacha (marfil, perlas, etc.).
Es necesario ahora pasar a distinguir la metáfora de la me-
tonimia.
Se parecen la metáfora y la metonimiía en que lo mismo en
la una que en la otra hay sustitución de la palabra y la noción
que corresponden al objeto pensado.
Pero hay entre las dos una diferencia profunda. En la me-
táfora, el objeto pensado (“dientes”) es sustituido por otro (per-
las) que no tiene conexión real con él: el único vínculo es el
166
de una comparación, el de un parecido por alguna o algunas
cualidades (los dientes de una linda muchacha se parecen por
su color y aun, algo, por su forma, etc., a menudas perlas). En
la metonimia, en cambio, no hay una comparación, sino que el
objeto que sustituye al que pensamos, pertenece a la esfera de
éste, está en cierta relación “real” con él: así, si el poeta dice
Marte en vez de “la guerra”, es porque (considerando, como en
la antigiiedad, o como, por ficción, en el Renacimiento, verda-
deras las fábulas mitológicas) Marte es el dios de la guerra, el
dios que tiene poder sobre esa actividad; y algo semejante ocu-
rre si se emplea un abstracto como la juventud en vez de “los
jóvenes”, o el continente por el contenido (se bebió unas copas),
etcétera (metonimias, estas últimas, tan normales en el lenguaje
corriente, que constituyen ya acepciones de las mismas voces,
pero originalmente fueron metonimias) ?.
En la metonimia no salimos de la esfera real de los objetos
de que estamos tratando (en ella, pues, no se puede hablar de
“plano real” y “plano irreal”, y por tanto menos aún de una
comparación entre los dos); en la metáfora hay siempre un
elemento “irreal” expresado y elemento “real” omitido, y una
comparación, implícita, tácita, entre los dos.
En la sinécdoque? también hay una sustitución del cbjeto
propio y su denominación; y coincide con la metonimia en que
esto se hace sin salir de la esfera real del objeto. Pero en la
sinécdoque lo sustituyente y lo sustituido están siempre en una
relación de cantidad. Si Góngora dice “el líbico'” queriendo ex-
presar “los líbicos, o sea, los habitantes de Libia”, o si decimos
“es un creso” por decir “un hombre muy rico”, en el primer caso
168
canción (estrofa no reproducida por nosotros) se dice que “Al-
burquerque... / a Goa... / sujeta a su obediencia”, el nombre
de Goa está empleado ahí en vez de los habitantes de Goa (con-
tinente en vez del contenido).
Sinécdoques:
“Nuestro bético”, designa a Tapia, el traductor de Os Lusta-
das, que había nacido en Sevilla (el nombre étnico en lugar del
propio). Este tipo pertenece a un grupo general dentro de la
sinécdoque, que se llama antonomasia (en ella se pone —como
aqui— el apelativo en vez del nombre propio, o viceversa).
“El blanco francés”, el “negro etíope”, sinécdoques del tipo
“singular en vez del plural” (quiere decir “los blancos franceses”,
“los negros etíopes'); “pechos heroicos” quiere decir “hombres
de heroicas acciones” (la parte designa al todo).
Este abundante uso de sinécdoques y metonimias, que en-
contramos en sólo dos estrofas (veintiséis versos) de Góngora
en 1580, es aproximadamente el mismo que hallamos en las
obras más características (Soledades, Polifemo) del pleno mo-
mento gongorino. Cierto que en estas obras, y especialmente en
las Soledades, sinécdoque y metonimia se enlazan a veces con
audaces metáforas o entran en amplias perífrasis alusivas, y
contribuyen así a la general dificultad del poema. Pero no son,
en sí mismas, distintas de las de los primeros años.
METÁFORA E IMAGEN
170
perífrasis, que forman como su normalidad poética, su modo
casi constante de expresión.
Reduzcámonos a la metáfora: Góngora parte de una serie
de ellas, triviales ya en poesía de fines del siglo XVI, repetidas
constantemente, con ingeniosas variaciones en nuestro poeta.
Y en medio de esa trivialidad, de vez en cuando, súbitos y ge-
niales hallazgos metafóricos $,
El arranque y brío de Góngora cuando se apodera de una
fórmula personal y creativa, su agudeza y limpidez de visión
en trance de verdadera intuición poética no han sido superados
por nadie en la poesía española. Un desfile de halcones, inquie-
tos y encapirotados ”, sobre el guante de los halconeros: **Que-
jándose venían sobre el guante / los raudos torbellinos de No-
ruega”. El verso inicial, pomposo y doliente, lleva un avance
contenido, que va a precipitarse en imagen y palabras, al arre-
bato del segundo, para morir en una exótica alusión, como de
nieves y noches septentrionales. Y ahora, como contraste, como
desde una máquina voladora, la estática contemplación del es-
trecho de Magallanes: *...de fugitiva plata / la bisagra, aun-
que estrecha, abrazadora / de un océano y otro...” He aquí
ahora dos mirtos que, bañados por una corriente, se cubren de
la espuma; son verdes por sí, y están blancos de espuma, blan-
cos como las garzas o garcetas blancas: los colores y los seres
se cruzan en la imaginación del poeta: “...dos mirtos, que de
espuma canos / dos verdes garzas son de la corriente”. En otra
imagen fluvial nos habla de un curso de agua que fluye y “se
dilata majestuosamente”, dividido por numerosas islas: “*parén-
6 Como hemos dicho (más arriba, pág. 166), en toda metáfora hay
una imagen implícita. Los ejemplos que citamos, unos están expresados
como imágenes, otros como metáforas. Ni que decir tiene que entre me»
táfora e imagen hay muchas posibilidades intermedias. Véase pág. 165,
nota I.
7 A los halcones empleados en la caza de cetrería, les ponían en
la cabeza unos capirotes que les impedían ver; se los quitaban en el
momento de lanzarlos contra la presa.
171
tesis frondosos / al período son de su corriente”, con un cruce
en la mente de Góngora entre el curso dilatado de un río y
un prolongado período oratorio. Otras veces los motivos de con-
fusión los dan los mismos elementos naturales, como en estos
desvaríos de la dudosa luz del crepúsculo: “Los horizontes /
...hacían desigual, confusamente, / montes de agua y piélagos
de montes”. En paisajes —se diría prerrománticos— del poeta,
se describen cavernas tenebrosas; nos habla del “melancólico
vacío” de un “formidable bostezo de la tierra”. Por el contrario,
no pocos gozos estéticos nos proporciona con las más intensas
claridades. Si el agua es cristal (tópico), también el cristal será
agua. Nada nuevo. Pero un humilde adverbio dará novedad
e intensidad a la imagen: “Cristal, agua al fin dulcemente
dura”. El viento Céfiro (llamado también Favonio) correrá sus
propias aéreas e impalpables cortinas: ““Vagas cortinas de volan-
tes vanos / corrió Favonio”. O, aún otra imagen aérea: las
plumas de un vuelo demasiado atrevido dejarán escrito en los
senos del aire un perpetuo aviso de aviadores incautos: “De
sus vestidas plumas / conservarán el desvanecimiento / los ana-
les diáfanos del viento”. O imágenes del fuego en el agua:
unas luces se reflejan en el agua de un arroyo. Cada onda es
un fanal, cuya vidriera será la misma agua, cuya luz el propio
reflejo que dentro del agua parece arder: “Fanal es del arro-
yo cada onda; / luz, el reflejo; la agua, vidriera”.
He elegido en lo que antecede unos pocos ejemplos, pro-
cedentes todos de las Soledades o del Polifemo. He buscado sólo
los que eran gramaticalmente claros y suficientemente breves
para no hacer embarazosa la cita. He tenido que dejar, pues,
los que se desenvuelven a lo largo de una estrofa completa, en
los que, en general, Góngora se asemeja más a los otros poetas
de los siglos XVI y XVII.
172
PERÍFRASIS ALUSIVAS $
1/9
Y la Muerte será encubierta bajo la máscara de ministro jus-
ticiero de toda vida:
la que en la rectitud de su guadaña
Astrea es de las vidas...
176
cultismos no desgastados en el diario comercio idiomático, fre-
cuentemente esdrújulos (pórfidos, óvalo, diáfano, lilros), con fo-
nética que podemos llamar “rica”, por las analogías y contrastes
dentro del consonantismo y del vocalismo de cada palabra (p-f-
d, d-f-n, 1-1, etc.). Véase cómo la palabra de fonética más rica
o más expresiva ocupa el centro de intensidad del endecasílabo
(con el realce del acento rítmico de 6.*, o de los de 4.* y 8.* sí-
labas): Mientras cenando en PÓRfidos lucientes...; En la mitad
de un Óvalo de plata...; Los anales diáfanos del viento...; Ca-
duco aljófar, pero aljófar bello... Ejemplos todos de las Sole-
dades. El procedimiento sirve para reforzar aún más la sensa-
ción lumínica del vocabulario colorista de Góngora.
En el Polifemo se encuentran valores semejantes y con ellos
los efectos musicales de la aliteración vocálica (repetición de
sílabas claras —e, a— u oscuras —0, u— o contraste de las
unas y las otras). Versos de albura resplandeciente: El pie argen-
ta de PLata al Lilibeo...; La alba entre llos CÁndidos des-
hoja...; Que es rosas la ALba y rosicler el día...: o de profun-
da tenebrosidad: Nocturno el lobo de las sombras nace...; In-
fame turba de nocturnas aves...
Pero los aciertos son todavía más especiales. Góngora es uno
de los poetas españoles que mejor han comprendido el verso
como unidad expresiva: en ella se produce la fusión de elemen-
tos internos y externos, de que hemos hablado. En un solo
verso nos da toda la pesadez, toda la soñolienta torpeza del
búho: Grave, de perezosas plumas globo... Dos palabras simé-
tricas, grave, globo, contrabalancean la densidad total de la
imagen; otras dos, perezosas, plumas, acaban de dar pausado
sopor y lentitud al endecasílabo, Otras veces, la lucha de los
grupos -cr-, -tr-, -br-... sirve para realzar el profundo clamor
de los cuernos marinos: Trompa Tritón del agua a la alta gru»
ta...; las errés expresan la rabia y la impotencia del dios ma-
rino, que no puede competir con la música de Polifemo: Rom-
pe Tritón su caracol torcido...; o entre ellas se redondean los
177
arrullos de la paloma: Donde celosa arrulla y ronca gime... Y.
Alguna vez distintas aliteraciones corresponden a distintos sen-
tidos en dos partes de un mismo verso: El céfiro no silba o
cruje el robre...: en la primera mitad del endecasílabo, con las
consonantes fricativas (c, f, s, l, b) sentimos el susurro de los
vientos, y la segunda se endurece y quiebra (kr-j-r-br-) con
chasquidos de leña en el bosque. Hay otros vérsos por los que
pasa —con sus fricativas— el soplo de los vientos más suaves:
El fresco de los céfiros rijído..., o en los que otro perfecto sis-
tema de fricativas (v-s—vu-s—u-s) 1 nos hace ver cómo se des-
pliegan las impalpables cortinas del vientecillo primaveral: Va-
gas cortinas de volantes vanos... Hay otros versos que resbalan
envueltos en su piel deslizante y suculenta: El congrio que,
viscosamente liso, / las redes burlar quiso... Otros, en fin, que
cruzan dardeantes en iluminaciones momentáneas: El neblí que,
relámpago su pluma, / rayo su garra...; El gerifalte, escándalo
bizarro / del aire... Son éstos, todos, versos, ya de las Soledades,
ya del Polifemo, que por estar trabados con el ritmo general de
la estrofa, ya reforzando, ya contrastando el efecto de los ante-
riores, sólo dentro de la estrofa misma pueden ser compren-
didos en todo su valor.
No hay un poeta que en poemas de la extensión del Poli-
femo E las Soledades, pueda mantener una intensidad expresiva
semejante a la de los espléndidos versos que acabamos de citar,
Ni podría eso ocurrir, porque en los poemas son necesarias las
partes neutras, menos resaltadas, que sirven precisamente para
favorecer el realce de las otras. También, además, se encuentran,
a veces, en Góngora versos de dureza no expresiva, inútiles -o
13 Compárense todos estos versos en que intervienen erres: todos.
tienen matices muy distintos de expresividad. Son buenos ejemplos de
lo dicho al principio: las mismas aliteraciones dan distintos efectos ex-
presivos, porque el punto de partida de todo el proceso está en el signi-
ficado. Significados distintos, por el efecto de un mismo tipo de alitera-
ción realzan expresivamente sus diferencias. Vale esto para todo efecto
del significante sobre el significado.
14 Creo que Góngora tendría la idea nebrisense de la u labiodental.
178
de relleno, pero victoriosamente contrapesados por la iluminada
mayoría de los aciertos ** Pis,
PARONOMASIAS
Y en las Soledades:
bien que su menor hoja un ojo fuera
179
PLURIMEMBRACIONES Y CORRELACIONES os
Durante unos años (sobre todo a fines del siglo XVI) se puso
de moda en España terminar por trimembres las estrofas de las
canciones. Y Góngora lo hizo así en una de 1590. He aquí al-
gunos endecasílabos finales de esa canción :
...ver a Dios, vestir luz, pisar estrellas.
...Ven pompa, visten oro, pisan flores.
...larga paz, feliz cetro, invicta espada.
Una fuerte pausa después del verso 4.” la divide (con gran
frecuencia) en dos mitades. También, bastantes veces, los ver-
sos 1.2 y 2.2 y 3." y 4 tienden a enlazarse como dos parejas.
El verso 7. y el 8.” están unidos por el pareado de la rima. Y
el verso 8.” tiende a ser bimembre: en el Polifemo se puede
decir que el verso 8.” de estrofa es bimembre en un 50 por 100
de las octavas '. También el verso 4.” lo es con frecuencia, y
con menos, el 1.?
La última consecuencia de esta estética dual, desemboca en
las dualidades correlativas. Pero esto exige una explicación previa.
183
monte aire río
corre fiera. vuela ave nada pece
cueva fresca árbol verde arroyo frío
sombra ramo hondura
184
sistemas correlativos, en ese poema, las estrofas 4, 7, 9, 13, 14,
16-17, 18, 19, 24, 25, 26, 28, 41, 44-45, 49, 53, 57 Y 58. Veinte
estrofas, o sea, casi un 32 por 100 de todo el poema. En la
mayor parte de los casos se ha explicado la correlación en
los comentarios o en las notas de cada estrofa: a ellos remi-
timos al lector *,
Es muy curiosa y notable para la comprensión de la estética
gongorina y en especial de la del Polifemo, esta simplificación
del artificio correlativo y su reducción a sistemas duales. Esta
dualidad correlativa es la proyección en profundidad sintáctica,
de la dualidad de los versos bimembres, y, además, va a enla-
zarse con la utilización de todos los elementos binarios que, se-
gún explicamos más arriba %, están implícitos en la octava. La
correlación dual entraba perfectamente dentro de la estructura
de esta estrofa. Para los valores especiales en cada caso, remito
a los varios explicados en los comentarios o en las notas.
185
CapítULO IX
ÉPOCA GRECOLATINA
186
una enorme peña la entrada de la cueva, descubre la presencia
de los visitantes y devora a dos. Ulises, al día siguiente con-
templa con horror cómo el cíclope se come a cuatro de sus
amigos. Entonces logra emborracharle, y luego ciega con un
palo ardiente —largo como un mástil de navío— el único ojo
del monstruo. Al otro día Polifemo se sitúa a la entrada de la
cueva y va tentando sus carneros uno a uno; pero Ulises los
ha unido de tres en tres y debajo de cada tres esconde a uno
de sus compañeros. Todos logran así escapar, y Ulises lo hace de-
bajo del carnero más grande. Escapan en su navío (Odisea, IX,
106-540).
De otra parte tenemos la historia de Polifemo enamorado
y músico. No sabemos si inicialmente se trató de dos persona-
jes unidos luego en uno solo, por una especie de contaminación.
El primer autor en que figuró en esbozo, fue en Filóxeno de
Citeria, poeta ditirámbico (hacia 436 a. de C. - hacia 380 a. de
C.): ya en su Cíclope, Polifemo era cantor y músico, y estaba
enamorado de Galatea. En la Leontion, colección de elegías de
Hermesianacte de Colofón, nacido probablemente hacia el año
300 a. de C., a las que puso el nombre de su amada, figuraba
desde luego Polifemo, mirando hacia el mar (se sabe por una
cita de un verso), y esto hace suponer que la historia del amor
del cíclope por Galatea constituyera el contenido de una de
las elegías. Pero es en Teócrito (probablemente hacia 310-250 a.
de C.; florecía hacia 275-270) en donde conservamos ya en
sus Idilios un tratamiento del tema. En dos de los idilios figura.
En el IV (Los bucolrastas), sabemos que Galatea ejerce su co-
quetería contra Polifemo que la ha amado, y que ahora afecta
desdeñarla (y ya está aquí el pormenor del mirarse Polifemo en
el agua del mar en calma, y encontrarse guapo). En el Idilio XI
(Cíclope), sabemos que Polifemo, por el amor de Galatea, aban-
dona sus ganados y pasa el tiempo cantando sobre una elevada
roca, a la orilla del mar, y oímos su canto: en él están ya las
comparaciones de la belleza de Galatea (''más blanca que la leche
187
cuajada”, etc., que con variaciones aparecen una y otra vez en
la tradición posterior); está también la alabanza de su riqueza
en ganados, etc., y su destreza en tocar la siringa o zampoña:
también su ruego a Galatea, para que abandone las ondas y
vaya adonde él, a vivir con él en su cueva, orillada de laureles,
cipreses y hiedra... Polifemo consolaba su amor cantando.
Las dos tradiciones, la del Polifemo homérico y la del de los
bucolistas, están representadas en la literatura latina.
En Virgilio (70-19 a. de C.) está patente la herencia de
Homero. En la Enetda (Ill, 588-691), Eneas y sus compañeros
encuentran a uno de los compañeros de Ulises; se entrega a
ellos: que hagan con él lo que quieran. Ulises se le dejó olvida-
do dentro de la cueva de Polifemo y ha vivido oculto por los
bosques; les cuenta los horrores de la cueva del monstruo (los
compañeros de Ulises devorados, la borrachera del gigante,
cómo le cegaron) y aconseja a Eneas y sus compañeros que hu-
yan de los cíclopes que pueblan aquellos alrededores. En aquel
momento aparece Polifemo: lleva como bastón un pino; se lava
en el mar. Los troyanos huyen; Polifemo los siente y grita:
la ribera se puebla de cíclopes. Los troyanos escapan: se llevan
al pobre griego.
No tenemos en Virgilio un Polifemo enamorado, pero del
canto del gigante hay huellas en el cántico apasionado de Co-
ridón: el elogio de su riqueza en ganados; el haberse mirado
en el mar en calma y no haberse encontrado feo...; la petición
de que el objeto amado vaya a estar con él, etc. (Bucolica, II,
19 y siguientes).
Pero es Ovidio (43 a. de C.-18 d. de C.) el escritor que,
de toda la antigiiedad, tiene más importancia para nuestro
tema. Trató extensamente el Polifemo de la tradición bucólica
en sus Metamorfosis, XIII, 738-897. Aquí está ya, en su inte-
gridad argumental, la historia que volverá a contar Góngora
en su Fábula. Acis es ya en Ovidio el amor de Galatea; el
188
cíclope celoso le aplasta arrojándole una gran piedra; Galatea
hace que su amado se transforme en río.
En diversos lugares de nuestro comentario y de nuestras
notas hemos comparado pasajes del poema de Góngora con su
fuente principal e indiscutible, Ovidio.
Señalemos ahora sólo que en Ovidio hay ya una breve des-
cripción de la belleza de Acis. (Góngora la desarrollará más, es-
trofas 33-36.) En Ovidio es sólo:
Pulcher et octonis iterum natalibus actis.
Signarat teneras dubia lanugine malas.
(vs. 753-754)
191
I peli de la barba, e de l'inconte
chiome, pareano gommone di navi.
Un'occhio sol nel mezzo havea la fronte.
en seguida ocurre pensar que está ahí una huella del parafra-
seador italiano, Y en otra octava de Anguillara riman Tifeo y
Lilibeo, lo mismo que en la 4 de Góngora.
Pero si se quieren juzgar con algo de precisión estas cuestio-
nes de antecedentes en una materia tan sobada como la histo-
ria de Polifemo, hemos de tener en cuenta otras circunstancias.
La geografía y la mitología han colaborado en situar co-
lindantes a Tifeo y a Lilibeo, y el capricho idiomático les
dotó de una rima común y bien halladera. Recuérdense ahora
los dos versos de Anguillara y los dos de Góngora que se les
parecen, y léanse estos dos del “caballero” Marino:
. Un pastor di statura emulo al monte :
una luce (i'nol nego) ho sola in fronte.
192
Esto nos lleva a hablar de los tratamientos del tema de Po-
lifemo por el poeta Marino. Este, bastante antes que Góngora,
había escrito toda una serie de sonetos, en sus “Rime Bosche-
recce”, que figuran ya en la edición de las Rime de 1602 ?, En
casi todos habla Polifemo, de modo que en cada uno se da como
un fragmento de su canto. Muchas veces el principio del soneto
(el primer cuarteto) sirve de introducción a las palabras del gi-
gante; éstas ocupan, en algunos sonetos, sólo el terceto final;
hay un soneto en el que habla otro pastor; uno en el que habla
Doris... Con esta técnica, cambiante, pero centrada en el canto
polifémico, los veintitrés sonetos de Marino dan el contenido
de casi toda la fábula, según Ovidio.
Góngora debió de conocer los sonetos de Marino como tam-
bién la traducción (rellenada) de Anguillara. ¿Que pudo esa lec-
tura sugerirle el empleo de una palabra, alguna vez? Es posible,
pero no necesario. Lo cierto es que nada hay menos parecido a
la Fábula de Polifemo, de Góngora, que los sonetos polifémicos
de Marino. A Marino (como a Lope) le perdía la facilidad, que
le llevaba inevitablemente a la superficialidad y el palabreo.
Un soneto de estos del poeta italiano había de dejar una
huella próxima sobre uno de Suárez de Figueroa, que en los
tercetos es mera traducción del último soneto de los de Ma-
rino ?,
Muchos años más tarde volvió el “caballero” Marino a tocar
el tema de Polifemo, en su larguísimo poema L'Adone (ter-
minado en París, en 1623). Allí se juntan las dos ramas de la
leyenda polifémica, porque en el canto XIX se cuenta la histo-
ria de los amores de Polifemo y la muerte de Acis (estrs. 125-
148), y luego el relato homérico (149-165); la novedad es ahora
un nuevo canto de Polifemo, en el que lamenta su ceguera y
194
poeta. Il Polifemo de Stigliani es sólo un largo y doloroso canto
de amor, muy variado, muy fértil de motivos (a veces, sobre
todo en la primera versión, difuso y descarriado), pero muy
tierno; la voz del gigante vibra de pasión y muchas veces se
vela de lágrimas.
Estos dos tratamientos anteriores a Góngora, el de Stigliani
y el de los Sonetos de Marino, se caracterizan por el predomi-
nio —y casi la exclusividad— del canto de amor no correspon-
dido, Góngora iba a crear algo muy distinto.
195
Escrita en verso octosílabo, con un pie quebrado cada quinto
verso, obtuvo los elogios más cálidos de Menéndez Pelayo. Y,
ciertamente, que los merece por la extraña y fresca viveza (si
bien en algunos pasajes resulta deslavazada y amplificadora).
Para nosotros ofrece sobre todo la curiosidad de señalarnos un
interés resaltado por el tema de Polifemo, ya en la misma época
de Carlos V.
El encanto de esta versión es ciertamente muy grande.
Véanse algunos de los alicientes que, entre sus bienes, ofrece
el gigante a Galatea:
Tengo más:
manzanas cuantas querrás
(que hacen doblar las ramas)
de las cuales, si me amas,
a tu placer comerás
cuanto quieras;
y uvas de dos maneras
en sus parras, de contino:
las unas como oro fino,
sabrosas y comederas
si las vi;
y otras como carmesí.
196
Lo que nos seduce aquí es una como ingenuidad (que llega
luego a Fray Luis de León) en el verter un autor latino a nues-
tra lengua: nos place esa vulgaridad idiomática que lo aureola
todo como de un realismo terruñero y castellano.
No llega a ésta ninguna de las otras traducciones, La que se
puede considerar mejor, la de Sánchez de Viana (que, en la parte
que nos interesa, está en octavas), es muy desigual; a algunos
evidentes aciertos en la expresión —que a veces se prolongan
algunas estrofas— suceden en seguida versos fríos y desaliñados.
He aquí dos octavas que corresponden (aproximadamente) a
dos pasajes que acabamos de citar:
Mil árboles con ramas apandadas
de frutas hermosísimas poseo.
Y uvas como el oro y coloradas:
las unas y las otras yo deseo
para ti sola sean reservadas,
que en sólo contentarte nte recreo.
Tú misma con tus manos matadoras,
podrás coger maduras Zarzamoras.
(Comp. Ovidio, vs. 812-816.)+
Del ganado:
De su alabanza no me creas nada:
tú misma lo verás, que no te engaño,
que apenas, de la ubre tan hinchada,
se puede menear mi gran rebaño...
(Comp. Ovidio, vs. 824-826.)
197
sereno, y más lasciva que el cabrito,
cuando es recién nacido, ternecito.
Más lisa que la concha, más graciosa
que sol de ivierno y sombra de verano,
más noble que un manzano, y más hermosa
y más de ver que un plátano lozano.
Más lucia que la helada, y más sabrosa
que la madura uva, y a la mano
más blanda que la pluma regalada
del blanco cisne, y más que la cuajada.
Y si no huyes, linda más que huerto
de dulces aguas siempre proveído;
mas pues que no me esperas, eres cierto,
más brava que novillo embravecido,
de corazón más áspero y más yerto
que durísimo robre envejecido,
mucho más que las ondas, engañosa,
y más que mimbre o nueza, correosa.
200
... que todo cuanto abraza este gran río
es mío, y será tuyo si tú vienes,
ven, oh, ven, Galatea, al llanto mío.
(Comp. Ovidio, vs. 838-839.)
201
Fábula de Acis y Galatea. Tradujo, en verso, De remedio amoris,
de Ovidio, y en prosa De la brevedad de la vida, de Séneca.
Y en prosa nos dejó también El libro de la erudición poética
(indudablemente de 1607 o algo antes) y unas cartas.
El libro de la erudición poética es un tratadito aristocrático
sobre el arte de escribir. ¿El vulgo podrá entender al buen
poeta, podrá acaso juzgarle?> “¿De cuándo acá al indocto pre-
sunción de entender al poeta?” —pregunta el autor—. AÁrre-
mete contra los que quieren robar a la poesía todo el arreo de
su persona. “Los trabajos de la poesía no han nacido para el
vulgo... Mal se atreverá el indocto a mirar las obras del que
no lo es”. Alaba la poesía “usada de algunos modernos de este
tiempo” por la imitación que hacen de los antiguos. Y la poesía
“fundada en contrario de esto, no será poesía, pues en eso...
se diferencia el poeta del versificador”. Los poetas han de as-
pirar a la cima —como Lucrecio— y apartarse de lo trillado y
vulgar, y aun del hablar común. ¿Merecerán por eso nombre de
oscuros? El poeta, por medio de “cosas algo ocultas””, puede dar
mayor” claridad. No aprueba Carrillo la oscuridad por buena,
pero es evidente que entiende por oscuridad algo muy distinto
del concepto vulgar: “Quien no está acostumbrado a oir... esta
nueva disposición de palabras, ¿por qué será pecado del Poeta
no entenderlo? ¿No será más justo, de su flojedad e ignoran-
cia? Diferentemente hemos de hablar, y así ha de ser algo cui-
dadoso el entendernos”. Al necio “no es bueno le ofenda la es-
curidad del Poeta siendo su saber o su entender el escuro”. En
la última parte aconseja templanza. Habrá que usar con pru-
dencia de las ““agudezas”. Húyase de la demasía de las figuras,
del demasiado cuidado de las palabras y de la confusión de
ellas. Cerca del final dice que desea que “estas hojas tengan
por término las paredes de casa” (el Libro de la erudición poé-
tica va dirigido al hermano del autor).
Evidentemente ese deseo, si era sincero, no se cumplió, por-
que una carta (escrita en Cartagena, 7 «de julio de 1607) con-
202
testa, no hay duda, a algunas críticas amistosas hechas al “Li-
bro”; entre ellas estaría la de escribir prosa demasiado atildada.
Al final de la carta salta un dato interesantísimo. Carrillo debía
haber discutido sus teorías con Cascales; creía, sin embargo,
que en el fondo pensaban los dos lo mismo: “al Licenciado
Cascales le dé mil encomiendas, y que se acuerde de una deuda
de una carta mía. Y en lo que toca a mi discurso, el fin suyo
y mío, es probar, siendo vicio la escuridad como lo es, no ser
escuro a lo que el vulgo da tal nombre. Y esto basta a quien
sabe tanto”. Evidentemente, o el “discurso”” de que habla es el
Libro de la erudición poética o un escrito muy semejante.
Cascales le hablaría contra la oscuridad; Carrillo estaría con-
forme, pero no sin afirmar que lo que el vulgo juzga oscuridad
no es la oscuridad verdadera.
La prosa de Carrillo sí era en verdad demasiado atildada.
Su discurso está todo embutido de citas de autores, en latín,
a las que él añade pulcra traducción castellana. La doctrina es
muy interesante, pero la fluencia argumental del libro no es
mucha. De él resulta evidente: la posición aristocrática; el
vulgo no puede juzgar; el escritor ha de tener alta aspiración y
apartarse del modo vulgar; si no es entendido, entonces no
se le podrá llamar oscuro, pero ha de huir de amontonar di-
ficultades.El aristocratismo que le llevaba a una defensa total
de los modos insólitos de escribir, se ve moderado, como hemos
dicho, hacia el final del tratado.
Nos hemos detenido en el Libro de la erudición poética
por la relación que pudiera tener con las ideas de Góngora.
La obra literaria, sin embargo, más importante de Carrillo
es la Fábula de Acis y Galatea?, en treinta y cinco octavas.
La dedicatoria al conde de Niebla ocupa cinco estrofas. Empieza
el poeta cuatralbo diciendo que, en una pausa de los quehaceres
de la guerra marítima (el conde era capitán general de las gale-
203
ras del Océano), escuche sus versos. Las dos estrofas iniciales
son magníficas, muy expresivas de las escenas de navegación
y guerra, que el poeta, en un instante de ocio, evoca:
Mientras el hondo mar, mientras no gime
agravios de mil remos, gobernados
de fuertes brazos, ni su imperio oprime
la quilla en largos surcos plateados;
mientras la espuma en su color no imprime
o turco o holandés rostro, ni —igualados
los largos vasos al ligero viento—
exceden del corsario el pensamiento;
mientras la ronca trompa no tumbare,
y al más osado pecho y al cansado
brazo del bogavante no alentare
a despreciar el viento apresurado;
mientras el grueso ferro no dejare
la seca arena con que está abrazado,
ni velas visten de la entena extremos:
¡oíd mis versos, pues que callan remos!
204
*'y coronado de humos del volcán fogoso, estando atento, escu-
chó así...'
Las octavas iniciales del canto de Polifemo ocultan todas
artificios estructurales (recolección, dos, y correlación, una). Con
esos pequeños artificios contrasta la pasión de la voz, casi ro-
mántica:
Sosiega el rostro de la mar airado,
con el divino tuyo, ninfa mía,
merezca —si lo puede un desdichado—
con sólo verte un rato de alegría;
borde tu rostro un campo dilatado
de azul cristal, y glóriese este día
ser la primera vez que su ancho velo
sirve a mi hermoso sol de ser su cielo.
208
ya dijimos que en Stigliani casi no hay más que el canto, que
en Marino es enormemente predominante, y que en Carrillo lo
es aún en sumo grado. Stigliani, dijimos, charla incansablemente
y repite ?; Marino amplía y es desordenado: evidentemente, los
dos escribieron casi como improvisadores. Carrillo, por el con-
trario, se adhiere a Ovidio y le sigue muy próximo y trata,
en parte, de ordenarlo a la moderna ?. La comparación del es-
pacio que cada poeta dedica al canto de Polifemo resulta bien
elocuente: Stigliani, 472 versos; Marino *, 191; Carrillo, 120;
Góngora, 104. Y más elocuente aún, el porcentaje de lo que
ocupa el “canto” dentro de cada uno de los respectivos poemas
(o conjunto de sonetos, en Marino): en Stigliani, un 95 por
100; en Marino, un 57 por 100; en Carrillo, un 43 por 100;
en Góngora, un 20 por 100. He aquí, pues, cómo, en un primer
acercamiento al poema, el de Góngora, desde su misma inten-
ción, desde su organización, se nos revela como algo esencial-
mente distinto.
El personaje Polifemo y su canto, tema barroco. — Si en los
principios del poema de Góngora Polifemo es sólo un monstruo
de ferocidad, dotado por la naturaleza de enorme estatura y
descomunales fuerzas, pero señalado por ella, con su grotesco
único ojo, más adelante, al llegar al “canto” del cíclope, el lector
percibe algo nuevo: hay una veta de dulce ternura en aquella
alma monstruosa.
La ternura y la fiereza en un solo ser: dos contrarios en
un solo sujeto. He aquí una complicación, tan grande y tan
209
POLIFEMO 1.— 14
interesante, que en seguida se nos ocurriría suponerla invención
de Góngora.
Nada de eso: en realidad, Góngora inventó poco en este
punto. Esa complicación, creada por el arte en un alma humana,
tiene más de 2.200 años, por lo menos. Esa coincidencia de con-
trarios en Polifemo, la hallamos ya en Teócrito (que florecía
por los años 276 antes de Cristo): y Teócrito sabía muy bien
que manejaba un. viejo tema, pues llama a Polifemo “arcaico”
ópxotoc MoAógayos *. Esa misma complicación psicológica del
héroe la encontramos en Ovidio, y de él pasa a todos los imi-
tadores: está en Marino, en Stigliani, en Carrillo...
Góngora. la recibe y no la exagera. No iba quizá por ahí su
temperamento, Hay pormenores deliciosos, en Ovidio, como el
ya apuntado en Teócrito, de los dos oseznos —tan igualitos que
apenas se pueden diferenciar—. Polifemo los ha cogido en la
alta montaña para que Galatea juegue con ellos; Marino $ vio la
graciosa ternura de este propuesto regalo. Hasta, entre nosotros,
Barahona de Soto lo comprendió también ”. Góngora —proba-
blemente el color de los oseznos no servía para sus fines— lo
desdeña.
Góngora, aunque no especialmente atento a la ternura, puso,
claro está, también matices tiernos en la voz del cíclope, el
cual puede con justicia pedir a Galatea:
... escucha un día
mi voz, por dulce, ya que no por mía.
212
con la belleza de Galatea: sólo él será el correspondido. El
amor de Polifemo, amor monstruoso, grotesco, es repelido, an-
titético de la Belleza. En el centro, el amor de la isla es como
un hervor incontenible de fuerzas de la naturaleza engendra-
dora. Aparte, el tema de Belleza: Galatea.
Estos temas se suceden, se sustituyen, se contrastan.
Es esta distribución temática y la sustitución, ya por matices,
ya por tremendo contraste, de los temas, lo que da al Polifemo
su carácter ejemplar de poema barroco, lo que por la perfecta
intuición del conjunto y de las partes hace del Polifemo el me-
jor poema barroco europeo ?',
Tema de Polifemo. — Un mar azul y plata, una isla, un
llano cenizoso, una tenebrosa caverna donde vuelan aves noc-
turnas, de mal augurio, un habitante de esta caverna: un ser
monstruoso, Polifemo. Este es el orden de las estrofas 4-7, co-
mienzo del poema; el poeta apunta en dos versos (estrofa 4,
versos 1.2.) un feliz mar de plata, para sumergirnos en se-
guida en las lobregueces telúricas. La estrofa 5 y la 6 son dos
pequeñas obras maestras de la poesía barroca: el paisaje tétrico
y ensombrecedor surge así, como en un prenuncio del paisaje
romántico. ¡Cuán lejos de los prados verdes, de los artoyos de
plata de la tradición renacentista !
La octava.s es la estrofa de la tenebrosidad; en la sombra
absoluta están las fuerzas del mal, como representadas en esas
aves infaustas que vuelan en la caverna. Pero en la oscuridad
profunda, hay aún un equilibrio, un acompasado batir de alas
de las aves agoreras.
En la estrofa 6, el dinamismo que todo lo va a distorsionar
está indicado en el mismo comienzo: porque la caverna es
ahora un enorme bostezo telúrico. Y algo hay como de terre-
moto en el aparente desorden y descolocación de todos los ele-
mentos de la octava. A la inmediata cercanía del horrible Poli-
femo —ya nombrado en esta estrofa— podemos atribuir la con-
10 Entre los de sus proporciones.
213
moción: se diría como los compases anunciadores de la apari-
ción del monstruo.
Y llega la descripción de Polifemo, y de su fiereza, y de las
frutas de su zurrón, y de su instrumento y su terrible música
(estrofas 7-12). La selva se perturba, el mar se alborota, huyen
asustados los bajeles. “¡Tal la música es de Polifemo!”, excla-
ma el poeta, y parece en su exclamación cerrar y condensar to-
dos los espantos de la música y de la figura del gigante.
Tema de Galatea. — El choque u oposición contrastada de
los temas no puede ser mayor. Tras el estruendo, un silencio
breve y entran ahora, dulcemente, las palabras de la estrofa 13,
que irán creciendo hacia color:
Ninfa, de Doris hija, la más bella,
adora, que vio el reino de la espuma.
Galatea es su nombre, y dulce en ella
el terno Venus de sus Gracias suma.
Son una y otra luminosa estrella
lucientes ojos de su blanca pluma...
214
Y es la descripción de Galatea muy breve: en realidad ter-
mina con el verso 4.” de la estrofa 15 '!. Y aún esos cuatro ver-
sos sirven más bien de anuncio o introducción a un subtema
que va a seguir.
Subtema de transición: amor de las divinidades marinas.—
Subtema, porque es como una variación o una segunda fase del
de Galatea. Nos ha descrito Góngora la belleza de Galatea; nos
representa ahora su desdén. Dos divinidades o semidioses del
mar, Glauco y Palemo (o Palemón), la aman: a los dos desdeña.
Las dos estrofas están llenas de materia marina y de colores
fríos (cristal, plata, verde, cerúleo) —hasta el coral que ahí se
menciona también, por ser “tierno” no podía ser rojo, según la
erudición que manejaba el poeta.
El desdén de la ninfa está subrayado con su huida (estr. 17):
huida física que se parece a tantas otras de las que nos reseñan
las Metamorfosis de Ovidio: ninfas desdeñosas que huyen de
sus enamorados (como Dafne del mismo Apolo). Por eso el poeta
compara, indirecta e ingeniosamente, la huida de Galatea con la
de Eurídice y con la carrera de Atalanta (que, en el fondo, huía
de sus pretendientes con vencerlos en la carrera).
El ambiente marino de estas estrofas, y su bajo color, sirven
así muy bien como transición, sobre la que va a resaltar la des-
cripción de Sicilia y de su feracidad.
Tema de Sicilia: la abundancia. — Pasamos ahora a colores
calientes: es la primavera y el verano de Sicilia; es la abun-
dancia; es la potencia incansable de la naturaleza engendradora.
El poeta ha intuido una técnica para presentar ante nuestros
ojos los frutos dispares de la naturaleza: racimos, frutas, ce-
reales, lana, vino. Ha necesitado presentarnos todo esto, produ-
cirnos una sensación de abundancia, de plenitud; y producírnos-
la rápidamente, acumuladamente (en dos estrofas, 18 y 19). La
a trigo vino
218
Acis se mueve en la escena: ha dejado sus ofrendas —al-
mendras, manteca, miel— al lado de Galatea, que duerme; y
ahora Acis se está lavando las manos y el rostro en el arroyo.
Al ruido, y al levantarse de un vientecillo Galatea se ha
despertado; salta en pie. Tiene miedo: ha oído ruido. Ve las
ofrendas. Teme su peligro. ¿Serán de un sátiro? ¿De Polife-
mo? No. ¿Cómo esos violentos monstruos hubieran respetado
su sueño? ¿De quién serán? Y en su corazón hay ya agrade-
cimiento. Pero Amor quiere más, quiere vencer el desdén amo-
roso de Galatea. Coge un arpón de los dorados, y se lo lanza al
pecho a la ninfa.
Galatea está inquieta, siente algo nuevo, su inquietud se cal-
maría si pudiera conocer al donador de las ofrendas. Le llama-
ría... pero no sabe su nombre. Quiere buscarle. Y allí en la um-
bría, echado, encuentra a Acis: el taimado muchacho finge
hallarse profundamente dormido.
El fingimiento tiene éxito con Galatea: le cree dormido,
y, apoyada en un solo pie, se inclina sobre él para contemplarle;
nótese la actitud, teatralizada, tan de pieza de baile escénico.
Y ahora cambia de posición y le mira: ve su recia trama de
hombre, su cabello y el bozo que apenas le cubre las mejillas.
Hay una belleza y una fuerza rural en Acis, que enamora a
Galatea; no se sacia de mirarle.
Y el pícaro Acis sigue fingiéndose dormido, pero no se
pierde movimiento de Galatea, y sabe leer lo que en el corazón
de la muchacha está pasando. Luego, de repente, se pone en
pie y ceremoniosamente se inclina para besar —como en reli-
giosa adoración— el coturno de Galatea. Gran susto de ésta...
pero se le pasa pronto. Y levanta a su adorador, permitiéndole,
risueña, permanecer a su lado.
Lo aéreo e inocentemente malicioso, el movimiento y las
simples reacciones psicológicas que se pintan en estas estrofas
se nos proyectan en la retina con movimiento de juegos escé-
nicos: todo mudo y rítmico, Escenas, digo, como de ballet, en
219
las que Góngora ha derrochado gracia, ligereza, matización psi-
cológica... Todo tan ligero, tan adorablemente refinado, que
uno no puede menos de maravillarse. ¿De dónde le venían estas
gracias al racionero cordobés? *”,
Unión de Acis y Galatea. — Buscan los ya enamorados un
sitio umbroso, bajo una peña; por delante de ellos trepan unas
hiedras que forman como una celosía natural (estrofa 39).
...Sobre ellos comienza a caer una lluvia de negras violas
y blancos alhelíes.
Tema de Polifemo: tema de Galatea.
— Vuelve a producirse
un fuerte contraste, también esencialmente musical. Recordemos
la lluvia de “negras violas, blancos alhelíes”” cubriendo la pa-
reja de enamorados.
De repente echa mano Góngora de las mayores sonoridades,
y surge una visión de humo y fuego:
Su aliento humo, sus relinchos fuego,
si bien su freno espumas, ilustraba
las columnas Etón que erigió el griego,
do el carro de la luz sus ruedas lava...
221
llevaba, por ejemplo a Lope, a desmoronar —últimas escenas de
la tercera jornada— el enredo más amontonado, en unos pocos
minutos y unos pocos versos.
Los contrastes temáticos en el Polifemo de Góngora. — De-
bemos ahora preguntarnos qué valor o qué sentido tienen estos
contrastes del Polifemo gongorino que, dentro de la literatura
española, señalan a esta pieza como de una estructura excep-
cional: poesía que va hacia música sinfónica.
Para explicarlos hemos echado mano, una y otra vez, de
comparaciones musicales. Ahora debemos expresarnos en ele-
mentos puramente estilísticos.
No cabe duda de que en la mayor parte de esos contrastes
el poeta ha establecido en sucesión temporal inmediata, no sólo
conceptos contrastados, sino que también ha elegido voces aco-
modadas a esos conceptos, imágenes adecuadas para grabárnos-
los más, etc. El contraste se produce, pues, doblemente, en el
plano del significado y en el plano del significante. El signifi-
cante sirve entonces para reforzar y matizar el mismo con-
traste que entre los conceptos se establece. El influjo del signifi-
cante sobre el significado puede ejercerse en una voz, o en un
verso entero o en una estrofa, o en partes mayores de la estruc-
tura de un poema; el choque, la contraposición temática en el
Polifemo, dan a éste una estructura originalísima y son un exce-
lente ejemplo del valor expresivo del significante sobre partes
mayores de un poema ?*,
En la poesía barroca, en su mejor representante europeo, don
Luis de Góngora, el reforzamiento del significado por el sig-
nificante no se produce sólo en unidades pequeñas (por ejemplo,
una palabra expresiva, o la aliteración de un verso, etc.), sino
en grandes unidades, en la relación mutua o contraste entre dos
partes del poema, representante cada una de un tema. Una de
15 Véase, pues, confirmada en este ejemplo del Polifemo, la exposi-
ción teórica que sobre los significantes de mayor extensión hicimos en
Poesía española. Ensayo de métodos y límites estilísticos, 3.* ed., pági-
nas 29-33. o
222
las más extraordinarias características del arte de Góngora, es
que su verso y su poema son una constante modificación inten-
sificada del vínculo entre significante y significado.
Podemos llegar a esta conclusión: en el poema barroco exis-
te la tendencia hacia un límite ideal que sería la constante ac-
ción expresiva del significante sobre todo el significado, a lo
largo de todo el poema.
El Polifemo de Góngora se aproxima a ese límite.
223
ese rabioso prurito de hoy, que hace que una de las normas
primeras para medir el valor de una obra de arte sea apreciar
en cuánto se separa o radicalmente distingue de las anteriores.
Esta sed representa el triunfo de la personalidad creadora y es
una rebeldía, un “no serviremos”, que no va más allá del
romanticismo del siglo xIX, y es quizá la novedad de este mo-
vimiento, que no sólo se conserva, sino que aumenta cada día
en el mundo contemporáneo.
Góngora, fiel a su época, imita tenazmente. Á veces sobre
una sola estrofa, y aun un solo verso, se proyectan al mismo
tiempo tres o cuatro sombras venerables. (Porque las burlas
contra el ardor erudito de un Pellicer o un Salcedo son muchas
veces injustificadas.) Góngora imita su Polifemo, ante todo, de
Ovidio,
Pero claro está que antes de ponerse a la tarea ha leído las
principales imitaciones contemporáneas. Es indudable que en-
contraría útiles sugerencias en Stigliani, en Marino, en Carrillo.
Seguir los itinerarios rigurosos de las voces o de las vincu-
laciones sintagmáticas más o menos extensas, es difícil: porque
son terrenos pisoteados en todos sentidos, donde las huellas se
confunden. Sin embargo, después del estudio de Vilanova re-
sulta mucho más claro que Góngora no sólo imita en el Pol;-
femo a Ovidio y en general a los antiguos, y a los italianos,
sino que está inmerso, como cualquier poeta español de la se-
gunda mitad del xvi y de los primerísimos años del siglo XVII,
en un mundo idiomático poético, que es común, y del que ex-
trae con toda naturalidad cultismos y troquelaciones idiomáticas
y aun temáticas. De vez en cuando surge un punto en que la co-
nexión, ya no con la masa, sino con un modelo dado, también
inmerso en ella, es segura: y Vilanova plantea y muchas veces
resuelve con nitidez esas herencias.
Hay, pues, en Góngora un deliberado designio de imitación.
Pero basta repasar las notas y los comentarios al Polifemo que
siguen en este libro para darnos cuenta de que es una intención
224
superadora: Góngora acendra, pule, intensifica, perfecciona lo
que los modelos le dan, aviva y contrasta los colores, aumenta
las posibilidades alusivas, aprieta y hace restallantes las imágenes
y metáforas. Y sobre todo logra —como veíamos hace poco—
que la acción del significante sobre el significado sea, o se apro-
xime a ser, constante,
Es, pues, su imitación, inquieta, atormentada; y lo es así
porque Góngora, hombre del siglo XVII, tiene en el fondo algo
distinto que expresar: son monstruosidades nuevas, paisajes
sombríos y melancólicos, actitudes desmesuradas, jayanes con
corazón de niño tiernísimo, claroscuros de cortante violencia,
enorme pasión incontenible, grandes fuerzas de la naturaleza en-
gendradora, belleza cimera y absoluta...
La íntima tragedia del Barroquismo es tener que expresar
todo esto, dentro de las formas renacentistas. Curiosamente lo
extremado y nuevo de lo que hay que decir lleva a exacerbar
rabiosamente la imitación, a complicar la forma y trabajarla
hasta las cercanías de su rompimiento.
Esta es la lucha que existe dentro de lo barroco: su íntimo
torcedor, Hemos visto, en el ejemplo del Polifemo, la atumula-
ción y choque en él de diversos tipos de contrarios, Hay una
gran contrariedad, un gran conflicto interno en la esencia mis-
ma del barroco, que es así un conflicto hecho conflictos, un
contraste de contrastes, un choque de choques.
Tratemos de reducir esa multiplicidad a fórmula más sencilla
en el mismo Polifemo.
EL CONTRASTE DE LO
BELLO Y LO MONSTRUOSO
225
POLIFEMO 1.— 15
Poema todo, resaltarían dos: un endecasílabo de oscura repre-
sentación;
infame turba de. nocturnas aves
229
Final. — Lo sereno y lo atormentado; lo lumínico y lo ló-
brego; la suavidad y lo áspero; la gracia y la esquiveza y los
terribles deseos reprimidos. Eterno femenino y eterno mascu-
lino, que forman toda la contraposición, la pugna, el claroscuro
del Barroco. En una obra de Góngora se condensaron de tal
modo que es en sí ella misma como una abreviatura de toda la
complejidad de aquel mundo y de lo que en él fermentaba. Se
condensaron —luz y sombra, norma e ímpetu, gracia y malau-
gurio— en la Fábula de Polifemo, que es, por esta causa, la
obra más representativa del Barroco europeo.
Pero esto es lo asombroso: Galatea y Polifemo (lo celestial
y lo telúrico) se resolvieron —estéticamente— en un organismo
único: en esa Fábula de Polifemo y Galatea, ya unidad, ya
eterna criatura de arte, prodigio de arte.
230
CAPÍTULO XI
Etc, Versos a los que no sólo por la estructura sino por el con-
tenido, no es difícil encontrarles paralelo en los poemas mayores
del cordobés.
El hipérbaton (bien que no acumulativo) aparece ahora, con
giros extravagantes alguna vez, en La Andrómeda:
Ella, mirando al joven semideo,
mayores, de dolor extremos hace.
234
Y decía del final de la fábula (cuando Orfeo pierde a Eurí-
dice por volver la cabeza):
El volvió la cabeza, ella la planta,
la trova se acabó y el autor queda
cisne gentil de la infernal palude.
7 Canto Il, estr. 5. En esa estrofa, por cierto, sigue Jáuregui exacta-
mente el mismo sistema correlativo que empleó Góngora en un soneto
(MILLÉ, 232). La fuente común es Groto; pero la manera moderada de
emplear Jáuregui la correlación es la misma de Góngora.
8 Lope, según el parecer de Artigas.
9 Ed. CABAÑAS, 1948; véase el excelente estudio de Cossío, Fábulas
mitológicas, págs. 397-411; fue Gerardo Diego quien entre nosotros
volvió antes los ojos al Orfeo de Jáuregui. Sobre El mito de Orfeo...,
véase el primoroso libro de PABLO CABAÑAS, C. S, I. C., 1948.
233
tiempo, de Lope. En el Desengaño de amor en rimas, publicado
en 1623, pero escrito unos “doce” años antes, según Lope,
debió de haber retoques: hay algunos rasgos muy evidente-
mente gongorinos, no menos quizá que en Los rayos de Fae-
tón (1639) y en su delicioso Paraiso cerrado para muchos...
(1652) %; aquí, hasta la forma de silva colabora a traernos el
recuerdo de las Soledades y casi no hay metáfora o artificio
estilístico que no tenga su paralelo en Góngora.
Don Luis de Ulloa y Pereira (1584-1674) tuvo con Góngora
el trato suficiente para que éste le dedicara un soneto. En sus
Versos (1659) están muchos rasgos del cultismo barroco: con-
trastes, paralelismos, correlaciones '!. El poema Raquel mereció
elogios a Menéndez Pelayo. La gallardía que ciertamente tienen
muchas partes del poema está basada en un estudio meticuloso
de la variación estilística (como el de Góngora en el Polifemo).
Es evidente que había estudiado también la octava de Ariosto
yilaide Tasso?
Un gran amigo de Ulloa, ya de otra generación, nos ofrece
el mayor interés: don Gabriel Bocángel y Unzueta (1603-
1658) 9. Su Fábula de Leandro y Ero sale en 1627 (año de la
muerte de Góngora) en .el tomo Rimas y Prosas. Bocángel era
236
muy amigo de Jáuregui y lo era también de Lope. Ilustres crí-
ticos han dicho que en la poesía de Bocángel el mayor influjo
es el de Jáuregui. Sin negar éste, que es evidente, abramos la
Fábula de Leandro y Ero.
En la estrofa 2 nos encontramos naufragante (voz usada por
Góngora en las Soledades y censurada en el Antídoto); en la
estrofa 3 leemos;
238
por casi todos lados) la prueba más patente, no ya del cultismo
de Polo, sino de su gongorismo manifiesto.
Sólo un momento nos detendrá Anastasio Pantaleón de Ri-
bera (1600-1629). La mayor parte de su obra poética '% es humo-
rística, y aun aquí muestra ya su gongorismo: es uno de los
que prolongan (“dentro de la más servil imitación gongorina”,
Cossío) la línea de duro corte entre bella fábula antigua y cruel
escepticismo moderno que inaugura Góngora con la Fábula de
Piramo y Tisbe *.
Basta para convencerse de cómo Pantaleón de Ribera trabaja
sobre los materiales gongorinos y en el ambiente de los poemas
mayores del cordobés, leer el epitalamio (que con nombre, algo
pedantesco, de ““Fescenino”) dedica a don Gaspar Pérez de
Guzmán y su esposa:
Al concurso feliz de dos amores
que la edad igualaron y el deseo
asista tu deidad, santo Himeneo.
Ven, que joven gallardo ya te espera
en cuyo labio las primeras flores
produjo apenas rubia primavera.
Ven, Himeneo, ven, que el Sacramento
más dulce, solicita virgen bella...
239
Pantaleón se puede decir de Tamayo: respira Góngora, y no se
aleja nunca tanto de él que no le quede algún vínculo;
Las que métricas rimas
el dictamen purpúreo de la Aurora
me inspiró cuando dora
de los montes las cimas,
me dictó cuando argenta
las flores que alimenta...
240
Véase el principio del soneto al sepulcro de Góngora;
Yace, mas no fallece, en la copiosa
que admiras urna, oh peregrino, el que antes
mármores culto acentuó elegantes,
que su lira se oyese espaciosa.
Tu admiración revoque ponderosa
aquella que aun sus pórfidos sonantes,
bien que en vano, morder con vigilantes
quiere duros aceros, lagrimosa.
Etc. Y no se piense que es un momento en que ha querido
hacer un esfuerzo. Si se leen sus epitalamios, se verá que no sólo
están hechos con temas, ideas, versificación (uno de ellos), etc.,
como el de la Soledad Primera, sino que el poeta traslada pala-
bras y aun fragmentos de versos, y versos enteros, a los suyos.
El “Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo”, de Góngora, se repite
siempre en los dos epitalamios de Trillo. Los comentarios en
prosa que los acompañan, no sólo citan a Góngora entre las
“autoridades”, sino que muchas veces puntualizan con orgullo
los pasajes de él imitados.
Sabido es de antiguo que el Trillo humorístico (en roman-
ces, romancillos y letrillas) procede de Góngora también ?**,
En esa misma generación de Trillo hay que citar (entre los
judíos españoles seguidores de Góngora) '? a Miguel de Barrios
183 Debemos a ANTONIO GALLEGO MORELL la edición de las Obras de
Trillo y Figueroa (C. S. I. C., 1951). La originalidad de Trillo es muy
escasa, aun en las letrillas y romances, en donde plagia de Góngora y
de varias otras fuentes; así lo pone de relieve R. JamMEs, L*imitation
poétique chez Francisco de Trillo y Figueroa, en Bull. Hisp., LVIII,
1956, págs. 457-481.
19 Se suele incluir al Macabeo (1639) de MIGUEL SILVEIRA, entre los
poemas gongorinos. Miguel Silveira era portugués, de Celorico de Beira
(cosa que sabía ya Nicolás Antonio y sale del poema). Silveira era de una
generación de fines del siglo XVI. (Nicolás Antonio dice que Silveira tardó
veintidós años en perfilar su poema: su primera composición. conocida
es de 1608.) El cultismo de Miguel Silveira ha sido mal interpretado se-
cularmente por la crítica: es un cultismo científico (un deseo de preci-
sión científica le hace a veces oscuro) que tiene en general poco que ver
con el cultismo estético (aunque ambos no se puedan tampoco separar en
absoluto). Véase E. GLASER, Miguel da Silveira's:**El Macabeo”, en Bulle-
tim des Études Portugaises, XXI, 1958,
241
POLIFEMO 1.— 16
(1625?-1701). Lo mismo en su libro La flor de Apolo (1665)
que en el que se titula El Coro de las Musas (1672), la admira-
ción por Góngora está patente tanto en los rasgos estilísticos, en
los temas preferidos, etc. como en los elogios que hace del
gran poeta. Dedica un soneto a un “don Miguel de Silva, que
escribió contra los que dijeron mal de las Soledades de D. Luis
de Góngora”. En otro poema pone a éste al lado de Virgilio y
de Homero”,
Hemos dejado para el final —prescindimos de muchos poe-
tas y rimadores de la mitad y el fin del siglo— el nombre más
ilustre entre los sucesores y herederos de Góngora: el de don
Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), que llena la actividad
teatral de más de la mitad del siglo xvi. Es sabido que Calde-
rón —que tantas veces se ríe, por sus graciosos, de los excesos
cultos— lleva él mismo a las tablas el gongorismo. Es gongo-
rismo: pero es un gongorismo especial, resellado personalmente,
que ya nadie confundirá con el de Góngora y que hemos de
llamar calderonismo. Calderón, atento al fin —pedagógico—
del teatro, suprime todo lo embarazoso de Góngora: desapare-
ce, pues, el hipérbaton acumulativo, usa, con moderación, fór-
mulas estilísticas del tipo “A, si no B”, etc.; conserva la violenta
imaginería gongorina, que se estiliza y tiende a reducirse a al-
gunos tipos, tan fijados, que son casi esperables por el especta-
dor o el lector: aumenta el uso de todo lo que puede separar
o distinguir conceptos, de ahí su gusto por la simetría, la antí-
tesis, los paralelismos, las correlaciones, especialmente las bri-
llantes recolecciones del tipo
¿Qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegio tan súave,
excepción tan principal
244
INFLUJO DE GÓNGORA EN EL SIGLO
XVIl Y EL XVII: EN PORTUGAL %
245
Ante todo Faría y Sousa (1590-1649). Vivió este escritor casi
siempre en España y al servicio de secretarios o embajadores
españoles. Fue detenido algunas veces por desconfianza; en
1635 no se le dejó regresar a Portugal. Después de la indepen-
dencia de éste (1640) siguió viviendo en Madrid, donde murió
en 1649.
Faría y Sousa no podía soportar la fama de Góngora, que
a su modo de ver oscurecía la de Camoens. Arremete, pues,
muchas veces en los Comentarios a las obras de Camoens contra
el autor de las Soledades y su estilo. Ya veremos la réplica
tardía que desde el Perú le había de dar “El Lunarejo”. Lo más
curioso es que Faría y Sousa, que escribía en castellano, al
mismo tiempo que ataca a Góngora en los prólogos de sus
poesías, publicadas en varios tomos con el título de La fuente
de Aganipe, le imita en los versos mismos. Escribe, sin embargo,
una sátira (Fábula de Pan y Apolo) en que ridiculiza el estilo
culto.
Francisco Manuel de Melo en su curiosísimo Hospital das
letras demuestra un interés muy especial y admiración por Gón-
gora, pero escribe contra el gongorismo un pasaje satírico en el
Auto do fidalgo aprendiz.
Chocarrera, ingeniosa casi siempre, respirando conocimiento
de Góngora, seguramente la mejor de estas sátiras es la que
lleva por título Pegureiro do Parnaso 2,
La mayor parte de la poesía gongorina portuguesa se en-
cuentra en la recopilación en cinco tomos que se publicó en
Lisboa en fecha tardía (1716-1728)% con el título de la Fénix
Renascida.
Los poetas son del siglo XVII, pero el hecho de publicarse
los nutridísimos cinco tomos en el siglo XVII1, y de que en 1746
tuviera una segunda edición aumentada, muestra cómo en el
siglo que había de ser neoclásico, seguía en Portugal el gusto por
25 Para la autoría de esta pieza, véase ARES, págs. 94-95.
26 La segunda edición, 1746, es mejor que la primera.
246
la imitación gongorina y por el castellano. Sin embargo, desde
los últimos años del siglo xvI1 se habían iniciado los primeros
atisbos del gusto francés, que a la postre había de imponerse en
el XVII.
El colector de la Fénix Renascida, Pereira da Silva, juntó en
ella poesía de todos los géneros. Una tercera parte de las com-
posiciones está en castellano. El gongorismo ha dejado huellas
profundas en una gran masa (castellana y portuguesa) de ese
conjunto. De bastantes composiciones se puede decir que, en
algún modo, son consecuencias directísimas de Góngora.
Uno de los poetas más importantes, de los más representa-
dos en la Fénix Renascida y de los más impregnados de Gón-
gora es Fray Jerónimo Bahía, nacido hacía 1620. Fraile bene-
dictino, fue nombrado predicador real, y debió de llevar, a juz-
gar por sus versos, vida algo mundana. Poeta burlesco, tiene
también delicadas composiciones serias. Pero en esta parte de
su poesía, especialmente en la cortesana (canta a veces las vic-
torias contra Castilla) su suntuosidad llega a extremos que Gón-
gora, quizá, no conoció. Así ocurre en su Lampadario de Cristal,
donde apura todos los artificios imaginables. Góngora está pre-
sente a cada momento: imita lo exterior; es como una estiliza-
ción de los recursos gongorinos, algo semejante a lo que ocurre
en nuestro Calderón, si se resta el genio de éste.
Es muy interesante la personalidad humana y poética de
Antonio da Fonseca Soares, nacido en 1631. Envuelto en aven-
turas amorosas en su juventud, residente luego en Brasil, con un
primer conato de arrepentimiento, vuelto en 1656 a Portugal,
capitán de tercio..., de repente cambia de vida, profesa, toma
el nombre de Fr. Antonio das Chagas, y empieza una labor
apostólica de predicación, que suscita a veces protestas y recelos
(el del famoso P. Antonio Vieira, por ejemplo). Muere en 1682.
Fonseca Soares parece haberse arrepentido de las composiciones
que pertenecen a su época mundana y que son, a veces, bastan-
te libres (ya fraile escribió de temas religiosos). Aparte el Eps-
247
talamio, cuya autoría se le discute, se ve su gongorismo en
la Fábula de Filis y Demofonte y en las Soledades.
Estos poetas, y una inmensa proporción de los contenidos en
la Fénix Renascida muestran a cada paso su gongorismo, en el
uso de cultismos, en el léxico suntuario, en fórmulas sintácticas
(“A, si.no B”, etc.), en la bimembración, en el uso de la corre-
lación, en algunos acusativos griegos, en ablativos absolutos, en
metáforas e imágenes, en los temas... Como casi siempre en el
gongorismo, en todas partes, el hipérbaton —que existe a ve-
ces— está muy refrenado y no suele ser acumulativo como era
en Góngora.
De los temas gongorinos nos interesan especialmente los
que muestran tener en su abolengo las Soledades y la Fábula de
Polifemo y Galatea.
En la producción de piezas de autores portugueses del si-
glo XvI1, que llevan por título ya Saudades, ya Soledades, a la
línea que viene de Góngora, se junta el gusto antiguo por la
Saudade como tema poético.
Es la saudade la nostalgia y el sentimiento de la propia sole-
dad. La soledad castellana es más bien el hecho de hallarse solo.
Pero en las Soledades de Góngora —como dice muy bien
Ares— estaba ya implícito ese valor de nostalgia. En efecto,
el peregrino de las Soledades siente la “saudade'” de su fracaso
amoroso, solo, así, entre gentes, bodas, cacerías...
Hay que descartar composiciones de la Fénix Renascida en
que con título de Soledades, hay una pareja de enamorados que
sufren su separación.
Pero entran en la descendencia de Góngora los varios poe-
mas con título de Saudades de Antonio Barbosa Bacelar (1610-
1663), escritos casi todos en silvas (como las de Góngora). Están
muy lejos de ser una cercana imitación, y pesa en ellas la tra-
dición pastoril del siglo xVL Sin embargo, de vez en cuando
la huella de Góngora es evidentísima. Compárese:
248
Mais proseguira, cuando
lhe parou o discorso interrompido,
de galgos e de perros
estrondoso alarido:
de cacadora errante companhia
montanhéz vozeria
que náo somente A préza os incitava
mas parece que as serras despenhava
(Saudades de Aonio.)
249
Naufragio) en las que parece quiso hacer algo a manera de unas
Soledades. El influjo gongorino es evidente; el parecido de ver-
sos y temas, frecuentísimo. En Naufragio tenemos “el misterio-
so peregrino de todas las Soledades” (Ares); el mismo que apa-
:rece en el Pantheón de Manuel de Melo y en las Soledades de
Fonseca Soares, y todos ellos herederos directos del de las So-
ledades de Góngora.
Nó menor es la descendencia polifémica que tuvo Góngora
en Portugal: se montan aquí dos legados de Góngora: el de
Polifemo, tomado a lo Fábula de Polifemo y Galatea, y el Poli
femo tomado a lo Fábula de Piramo y Tisbe, es decir, en ese
difícil bisel en el que el mito se sacrifica a un duro y escéptico
humor; y Góngora, en Píramo y Tisbe, se había reído de la
bella y antigua historia de amor y también de su propio arte.
Nada menos que cuatro Polifemos fueron recopilados en la
Fénix Renascida, todos en portugués. El único en serio es la
Fábula.de Polifemo e Galatea de Bahía: tiene el mismo núme-
ro de octavas que el de Góngora (sin dedicatoria). Y Bahía, en
un verdadero alarde de habilidad, ha ido siguiendo una a una
las octavas del poeta cordobés, conservindo en líneas generales
el contenido y variarido la fraseología y los pormenores. Com-
párese, por ejemplo, la estrofa 21 de Góngora (réstensele tres de
la “Dedicatoria”) con la 18 de Bahía.
Arde o mar, arde a terra, e em váo cansados
sáo Icaros do Sol os pegureiros,
que tem de Galatea mil cuidados,
tendo descuidos mil dos seus cordeiros;
fazendo guerra os lobos cótra os gados
intensa paz assentáo seus rafeiros,
e o lavrador em vez dos bens de Ceres
Amor semea, e colhe malmequeres.
250
rodia. Como en la Fábula de Píramo y Tisbe, de Góngora, en
esta obra de Vasconcelos pueden a veces leerse bastantes estro-
fas seguidas en el más, al parecer, serio estilo gongorino, cuan-
do de repente una “boutade” a veces amarga, nos hace ver que
estamos en el plano escéptico,
Muy distinta es la: Fábula de Polifemo e Galatea de Jacinto
Freire de Andrade, también en octavas: domina aquí un tono
desenfadado y de burla constante; el poeta, es evidente, que
a veces dirige sus tiros contra el propio Góngora.
A Polifemo: |
Alverga-o huma gráo concavidade
(bocejo disse hum crítico poeta)...
232
lado repetidas veces el influjo del cordobés. Hay que tener en
cuenta que el Bernardo y el Siglo de Oro en las selvas de Erifile
son, en realidad, muy anteriores al apogeo del gongorismo. El
Bernardo se publicó en 1624 (escrito mucho antes, el autor reco-
noce que tardó veinte años en limarlo). Se han señalado versos
del Bernardo que podrían tener relación con otros de las Soleda-
des. No me parece que tengan decisiva fuerza probatoria. Pueden
proceder de una erudición común a ambos poetas, porque los
contemporáneos de Góngora bebían en las mismas fuentes que
éste y respiraban el mismo aire. Se dice que en la Grandeza
Mexicana, publicada en 1604, no se encuentran huellas de gon-
gorismo, y se aduce esto como argumento confirmador de que
lo son las que parecen encontrarse en un poema tardío (en su
redacción definitiva) como es el Bernardo,
En esta materia de fuentes, toda cautela es poca. Se ha se-
ñalado, por ejemplo, como imitación del soneto de Góngora
“Mientras por competir con tu cabello”, uno de Balbuena que
empieza “Mientras que por la limpia y tersa frente”: ocurre
que, en realidad, el soneto de Balbuena no es sino traducción
aproximada del de Bernardo Tasso, que empieza: *“Méntre che
laureo crin v'ondeggia in torno” *,
No hay motivos seguros para probar ni rechazar la imita-
ción de Góngora por Balbuena. Sea de esto lo que fuere, Bal-
buena es un verdadero poeta original, de voz muy propia, con
un barroquismo suyo muy interesante, que hay que considerar
gemelo del de Góngora, si bien siempre más ligero,
233
El otro escritor mejicano de valía que durante el siglo XVII
ha sufrido influjo de Góngora, ha sido la famosa “décima musa”,
Sor Juana Inés de la Cruz, nacida en la Nueva España (1651-
1695). Ella misma, en verso y en prosa, ha escrito palabras muy
elogiosas para Góngora. La influencia del maestro cordobés es
evidente en el Primero Sueño: aquí sí que las troquelaciones
idiomáticas son con frecuencia muy parecidas a las del autor de
las Soledades:
.. coronada de bárbaros trofeos
tumba y bandera fue a los Ptolomeos...
(Primero Sueño.)
256
Hay en el Perú en el siglo xvIII bastante vida de academias
en que al cultismo se mezclan toda suerte de ingeniosidades y
artificios, y donde se producen composiciones de escaso valor.
Pedro de Peralta Barnuevo, escribió numerosas obras y su
erudición era desparramada. Nació y murió en Lima (1663-1743).
“Sobresale en Peralta, dentro siempre de su medianía, más el
erudito que el poeta.” Su gongorismo es evidente en su poema
más ambicioso, Lima fundada. En sus comedias alterna este in-
flujo con el de Calderón. Apuntó también en él el influjo fran-
cés, que caracteriza ya en Perú a la segunda mitad del si-
glo XVII.
En la Nueva Granada se encuentra uno de los más evidentes,
valiosos y tempranos testimonios del influjo de Góngora en
Hispanoamérica. Hernando Domínguez Camargo nació en Santa
Fe de Bogotá a principios del siglo XVII, ingresó en la Compa-
ñía de Jesús; vivía aún en 1659. Su Poema heroico de San Igna-
cio de Loyola quedó inconcluso y fue publicado, póstumo, en
1666, Otras composiciones suyas figuran en el Ramillete de
varias flores poéticas (1676) que juntó Jacinto de Evia. Llamó,
entre nosotros, la atención sobre este poeta, Gerardo Diego. La
huella de Góngora en Domínguez Camargo, quien aprovechaba
versos enteros de su ídolo (aunque escrupulosamente anotaba
al margen de su Poema la procedencia de esos préstamos), es
patente. “Vocabulario, sintaxis, metáforas, hipérboles gongo-
rinas'”* —dice Carilla— “son recogidos como elementos de un
mundo creado y ya aceptado, en muchas estrofas del poema”.
Véase sólo el uso que hace de las fórmulas, tan gongorinas,
CASimob no Bb, si A, etc,>
... cuya en dos partes cima dividida
(si no aferrada)...
De esta colmena, pues, no ya morada
de corchos, sí de mármoles...
Véase también, del mismo OROZ, Pedro de Oña, poeta barroco y gon-
gorista, en Primeras Jornadas de Lengua y Literat. Hispanoam., Co-
municaciones y Ponencias, vol. 1, Salamanca, 1956, págs. 69-90.
37 Quito, 1943.
259
El influjo de Góngora dura casi más tiempo en América
que en España. No tiene nada de particular que en zonas apar-
tadas del centro de difusión así ocurriera. No cabe duda, ade-
más, que el carácter de la poesía barroca de Góngora —la cual
tanto se prestaba a las imitaciones exteriores— 1ba bien al tono
de las ciudades virreinales; también crece en América y se pro-
longa el barroco arquitectónico. Es cierto que en éste hay como
un fermento criollo (se le ha querido comparar, antes con el ba-
rroco de Balbuena que con el de Góngora). Sin negar lo que
pueda haber de especialmente americano en el barroco arqui-
tectónico y el de Balbuena, lo cierto es que las nacientes civi-
lizaciones hispanoamericanas eran terreno propicio también para
la proliferación del barroco de la metrópoli. El influjo francés
acaba algo tardíamente con casi toda la huella gongorina. Pero
no olvidemos que un hispanoamericano, Rubén Darío, va a ser
elemento transmisor (de importancia enorme) para la vuelta a
Góngora en el siglo XX.
262
figura ya, aunque sin especial relieve, en el prólogo de las Prosas
profanas) y hacia el cambio de siglo lo había de trasplantar a
España. En el prólogo de Cantos de Vida y Esperanza (1905)
España es ya “esta tierra de los Quevedos y los Góngoras”. Allí
asocia por primera vez a Verlaine y a Góngora:
Como la Galatea gongorina
me encantó la marquesa verleniana.
263
pués por la de Millé) y la vida de Góngora publicada por Mi-
guel Artigas (1925) son base indispensable para todos los estu-
dios posteriores.
La generación a que pertenece el que escribe estas líneas
había de tener una participación muy directa en lo que iba a
seguir. La generación era casi toda de poetas: Pedro Salinas,
Jorge Guillén, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Rafael Al-
berti, Manuel Altolaguirre %, con algunos prosistas como José
Bergamín, José María de Cossío y Melchor Fernández Almagro.
Teníamos, en general, entonces, un gran culto por la *“pureza
literaria” (eliminación de elementos sentimentales, un gran cui-
dado de la forma, etc.) y además un gran entusiasmo por la
imagen: la imagen interponía como un filtro depurador entre
la realidad y nosotros; gustaba además la exactitud, la felici-
dad y valentía de la imagen, tanto mayores cuanto los objetos
del plano real y del irreal eran más distantes. Estas condiciones
de “pureza” literaria y de intensidad de imágenes y metáforas
las encontrábamos realizadas plenamente en Góngora.
Algunos llevábamos ya varios años estudiando sus obras. Va-
rios miembros de la generación podíamos recitar (y algunos aún
casi podemos) el Polifemo y las Soledades de memoria.
En estas condiciones llegó el año del centenario de la muer-
te de Góngora. Se quiso hacer una bibliotequita Y de obras de
Góngora o en torno a él: Gerardo Diego publicó su Antología
poética en honor a Góngora; J. M. de Cossío, su edición de
Romances; yo, las Soledades con un prólogo entusiasta, notas
y una versión en prosa: resultaba que las Soledades eran inte-
ligibles, que tenían un sentido lógico exacto. La gente se mara-
villaba porque siempre se había creído que eran un puro em-
brollo.
264
En Córdoba, y en el mismo año 1927, publicó don José de
la Torre una importante colección de documentos gongorinos,
y Miguel Herrero García destinó, en 1930, a Góngora, un inte-
resantísimo capítulo de sus Estimaciones literaras del s, XVII.
Mencionemos también el Vocabulario de las obras de Góngora
(1930), de B. Alemany y Selfa, y Góngoras Sonettendichtung
(19035), de E. Brockhaus, obras que pueden ser útiles si se ma-
nejan con cautela.
Con algunas voces discordantes, el entusiasmo de mi gene-
ración ganó en seguida aquiescencia dentro y fuera de España.
«Las Soledades fueron traducidas, en verso, al inglés, por Edward
M. Wilson (versión en los linderos de lo prodigioso); al ale-
mán, por H. Brunn; al francés, más tarde, por P. Darmangeat...
Tempranamente salió también el muy importante libro de in-
terpretación estética de W. Pabst Gongoras Schopfung; Leo
Spitzer dedicaba varios estudios al texto y estilo de Góngora;
y un interesante ensayo, Werner Krauss. Han dedicado tam-
bién su atención a Góngora, E. R. Curtius, H. Petriconi, H.
Hatzfeld, W. Mónch y otros. En Italia, Alda Croce publicó su
bello libro La poesia di Luss de Gongora *. El gran Benedetto
Croce analizó una canción de Góngora; y Vittorio Bodini y
G. C. Rossi han publicado otras contribuciones; en los muy
importantes estudios de Macrí sobre Herrera, se encuentran por
todas partes datos y observaciones sobre el gongorismo, Los es-
tudios y críticas gongorinas han abundado por todas partes:
E. M. Wilson, W. J. Entwistle y A. A. Parker, primero, y luego
T. E. May, C. C. Smith, Palmela Waley, R. O. Jones, Renee
Winegarten, N. Glendinning y otros, en Inglaterra; J. P. W.
Crawford, Elisha K. Kane (con un absurdo y pintoresco libro),
L. Grismer, I. A. Leonard, E. E. Uhrhan, L. Nelson, jr., H. A.
Ryan y Eunice Joiner Gates, esta última infatigable investiga-
dora de muchos aspectos del gongorismo y autora de un exce-
268
dente de estos intentos. Su ejemplo nos debe hacer generosos
y fomentar en nosotros el deseo de comprensión frente a los
intentos de superación expresiva en artes y en letras,
Góngora no es un poeta imitable, ni en su técnica debe ser
imitado. A la increíble experimentación a que sometió el len-
guaje —trasegada luego en tanto y tanto imitador— debemos
buena parte de la ligereza y agilidad que puede tener la prosa
moderna, la posibilidad de los inesperados engarces de pala-
bras, y, en fin, bastantes de éstas que eran cultismos en época
de Góngora —muchas veces meramente poéticos, y algunas
pocas, raros—, gracias a él y a sus imitadores, fueron a enri-
quecer el léxico más usual de nuestra lengua castellana.
Biografía de Góngora
270
D. Alonso, En torno a Góngora: quién era doña Francisca Gel-
der, Madrid, 1963, 19 págs. [del Homenaje a D. Ramón
Carande], Sociedad de Estudios y Publicaciones.
D. Alonso, Los pecadillos de don Luis de Góngora, en RFE,
XLVII, 1964, págs. 216-235.
D. Alonso, Algunas novedades para la biografía de Góngora,
Oxford, 1964, 22 págs. [de Actas del primer Congr. Intern.
de Hispanistas, 1962].
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280
INDICE GENERAL DEL TOMO I
Págs.
281
Págs.
Nota escrita en 1961 (para la 4.* edición de esta obra) ... ...
Nota redactada en ñoviembre de 1966, para la 5.2% edición ... ...
282
dci
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197» Góngora y el "Polifemo"
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