Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
A RO128L068L3
y HWLCFO Historia del piano : el instrumento
CHICAGO PUBLICAJBRARY
ERATURE AND LANGUAGE DIVISION
| FOREIGN LANGUAGE INFORMATIONTION CENTER
| 400 SOUTH STATE STREET
| CHICAGO, ILLINOIS 60605
FORM 19
NY
1 lab oí ote HA |
y
q NY Om my *4 en y
Piero Rattalino
Historia
del piano
El instrumento, la música y los intérpretes
<n ,
UNIVERSITARIA
SpanPresse) Universitaria
Cooper City, FL 33330 «-EE.UU.
SP/
ML
700
-R3718
1997
Título original:
Storia del pianoforte. Lo strumento, la musica, gli interpreti
ISBN: 1-58045-903-X
Impreso en España - Printed in Spain
12345EGO01 00 99 98 97
Publicado con autorización especial. Todos los derechos reservados. No está permitida
la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la
transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por
fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los
titulares del copyright.
”.
A Vincenzo Vitale
Historia del piano. El justrumeanto, la música y dos intérpretes o 3
FSBN: (-58045:003-K
impreso qaEspaña - Prtod e Ñ
¡3
de.
Fdo com
ADN í
Da eeprodoceión
tota) asprecia] de cu Ale, a:
| acepaa,par hna e
|escapa, e ÍS yo
/ (coralesdel
copyrIa, ES
Indice
Prefacio
El objeto de este libro, cuyo título más exacto habría podido ser Breve
historia del piano, es el de indicar las correlaciones entre los diversos temas
(construcción y fabricación, literatura, didáctica, vida concertística) en que
de ordinario se divide la historia del instrumento y de lo que representa. Al
final indicaremos algunas publicaciones especializadas que permitirán al
lector, si lo desea, profundizar en el conocimiento de cada uno de los temas.
Un primer y útil complemento a nuestro texto lo constituirán, sin embargo,
aquellas noticias (biografías de los autores, de los intérpretes y de los cons-
tructores, listas de las obras, análisis de las épocas históricas, de las formas,
de los géneros, nociones de acústica) que se pueden encontrar fácilmente en
las enciclopedias y en los diccionarios de música, y que aquí podremos
citar sólo de paso.
La dedicatoria a Vincenzo Vitale es un pequeño tributo de afecto a un
amigo y de reconocimiento a un pianista que se ha entregado al instru-
mento con ilimitado amor. Expreso un cordial agradecimiento a los amigos
Enzo Beacco, Paolo Bordoni, Riccardo Risaliti y Giorgio Vidusso, que han
leído el manuscrito. También debo un particular reconocimiento a Peppi
Battaglini, a quien iba destinado el libro y a cuyas constantes instancias y a
cuyo estímulo se debe la decisión de iniciar y luego completar un texto es-
crito en medio de las obligaciones de una profesión, la de director artístico
de teatro [Regio de Turín], que es de las más locas que puedan existir en el
pequeño gran mundo de la música.
¡A
Sexta parte Narea tieplas ' * . - a q ES Le
i, Fijar ul signo a TR a a
Y Escomrsr le hestoria A NS AN
HL Liberar la máxica PO ó . ) E +¡
Cronología esencial N ] ii
Ms entre To bibliogradlá delpláno aa , 205
Bio sóbre do dincogralía e E . 287
Los de lus obras citacias ne p 2
indice analítico y , 00
h 4
o a
otostor1 E
xXx
Jl 1 obibog slds orosgs añer oli 0980 oidil steseb olsido Y
sam eoravib sol enas asnoiorisros sal moibei ab lo es ,omuia Ish nord
sup 09 troBeinsonos sbiv comosbib cuisrdtd idisestidal Y nólorianos)
lA .sissengo: sup ol 9h y oresmiuntend lob arotaid al obivib $2 onifro sh
da aáritimaq sup esbesilainoqes auobesiidug esaugis somorsoibar land
Eso ¿ol sh onu sba9 9b orrimisomosla as 1ssibawlorq .nozab oliz rolual us
oxusdros ale nánlitenos ol odo) onzstía s obs molqanos Hi smnq mu :
-2n05 201 sh y esiignóni sol ab 2notun sol ab asifieraoid) esioion eslloupe
«Apariol 21 9b asoñórid 2500q) eel ab alicia ario ent ob astall estoroua
19 omic isunoons asbouq 9 sup (soitzios ab aseoison 2orambs solob
somesiboq iupa sup y .aolzttm 7 «omeeoiooib ol no y asiboqoliions sl a
oabg sb olíauta
25 6 otosia ab aludía AN nu 29 sisi” osasoniY e sirotecibsb a
“ameni ls obegoitas sel 92 sup steinsid nu s Ornimivonosar ab Y ogima ]
sogiora ol e olasirmioobetgs Isibros nu ozmarA raras obastieriliciós oras o
nerd sup ozeubiY oimoiO y dilsriA obunsiA jacbrogl olosT. ¿o906Í osnA
Aqqa a omsierivonoss 16luojneg me odsb asidensT oiñiyeunsm ls obl
$ y »ntonsizal 29tAsI2100 REYNO B €ordil laobanitesh sdí asiup a ini
«25 0Jx51 ru 1isJolgiios oxsul y miaial sh notzisb el sdak seofun
cara roJasnib ob al nólesiong situ sb esnotouzildo sal ab otbom
pu
PRIMERA PARTE
La larga marcha
o
1%
O
CAPÍTULO I
La utopía
La Biblia, que obtiene su información de un archivo privilegiado, puede
transmitirnos el nombre del que introdujo el uso de los instrumentos musi-
cales: Júbal, «padre de cuantos tañen la cítara y la flauta». También el ór-
gano, prototipo de todos los instrumentos con teclado, tiene un padre
célebre: Ctesibio de Alejandría, que vivió en el siglo m a. de C. A medida
que ascendemos en los siglos oscuros, las paternidades van oscurecién-
dose también: el clavicémbalo, ya en uso en el siglo xtv, y que conoció un
gran florecimiento hasta la mitad del xvu:, y el clavicordio, conocido desde
el siglo xv y usado hasta casi el umbral del x1x, son hijos de nadie. No así el
pianoforte o piano, instrumento moderno, instrumento iluminístico. El
piano tiene un padre indiscutido, además de varios pretendientes ilegítimos
de la paternidad. El padre se llama Bartolomeo Cristofori, nacido en Padua
el 4 de mayo de 1655, tañedor de clavicémbalo al servicio de Fernando de
Médicis, en Florencia, desde 1688 o 1689.
¿Padre o realizador? En realidad, parecía que el pianoforte no había
sido concebido por Cristofori, pero que a él, pobre artesano que se veía
obligado a hacer imposibles para tener contentos a sus señores, se le ocu-
rrió la idea cuando un grupo de nobles florentinos descubrió los achaques e
imperfecciones del clavicémbalo.
Mario Fabbri, al cabo de más de dos siglos y medio, encontró los docu-
mentos que fijan en «dos años antes del Jubileo» (del Jubileo de 1700, y por
lo tanto en 1698), los comienzos de los experimentos realizados «por la vo-
luntad del Serenísimo Gran Príncipe Fernando», y en 1700 la primera des-
cripción de un «Arpicembalo di Bartolomei Cristofori, di nuova inven-
zione, che fa il piano e il forte». Fabbri reconstruyó la discusiones habidas
en la corte de los Médicis, durante las cuales, según atestigua el compositor
y poeta Giovanni Maria Casini, se argumentaba sobre «cómo puede expre-
sarse con los instrumentos el lenguaje del corazón, ora con delicado toque
de ángel, ora con violenta irrupción de las pasiones», observando, al propio
14 LA LARGA MARCHA
audaz no sólo ha sido pensada felizmente sino también realizada en Florencia por el señor
BarroLomeo CristoFORI, paduano, tañedor de clavicordios estipendiado por el Serenísimo Prín-
cipe de Toscana. Hasta ahora solamente ha construido tres del tamaño corriente de los otros
clavicordios y todos le han salido perfectamente logrados. La obtención de este mayor o
menor sonido depende de la diferente fuerza con que el ejecutante pulsa las teclas, y regulando
esa fuerza puede oírse no sólo lo bajoy lo fuerte, sino también la gradación y diversidad de la
voz, tal como ocurre con un violoncelo.
El interregno
Si el viejo Johann Sebastian se veía obligado a improvisar un Ricercare
en un instrumento de teclado que no le satisfacía, había otro Bach que aún
podía permitirse menos desdeñar el pianoforte: su hijo Carl Philipp Ema-
nuel, desde 1740 cembalista de la corte de Federico el Grande. Nacido en
1714, Carl Philipp Emanuel había sido educado por un padre que ya había
elaborado un curso didáctico completo, iniciado con las Invenzioni, seguido
de las Symphoniae y terminado con el primer libro del Clavicembalo ben tem-
perato. Quien había pasado por un adiestramiento de este género, impar-
tido además por el inventor en persona, no podía ciertamente admirar en el
pianoforte al joven bárbaro que habría desterrado tanto el clavicémbalo
como el clavicordio. Espíritu abierto, curioso y reflexivo, Carl Philipp Ema-
nuel tuvo en cuenta el pianoforte, pero sin llegar a ser pianista: sus intereses
como instrumentista y músico le llevaban más bien a preferir el clavicor-
dio, en el que veía, y no sin razón, mayores posibilidades de desarrollo de
una expresión, por decirlo así, parlante. En su fundamental tratado didác-
tico Versuch úber die wahre Art, das Clavier zu spielen (ensayo sobre el modo
de tocar sobre teclado), publicado por primera vez en 1753, dice Bach, des-
pués de hablar del clavicémbalo y del clavicordio: «El pianoforte, más re-
ciente, posee muchas bellas cualidades, cuando es sólido y bien construido,
aunque el tocarlo es algo que debe estudiarse atentamente, labor que no
está exenta de dificultades. Suena bien por sí solo y en pequeños conjuntos.
Sin embargo, sostengo que un buen clavicordio, con excepción del sonido,
que es más débil, participa de los atractivos del pianoforte y posee, además,
los característicos vibrato y portato que yo obtengo añadiendo presión [del
dedo] después de cada golpe. Y es en el clavicordio donde puede ser más
exactamente valorado el ejecutante sobre teclado». Bach mencionaba tam-
bién con admiración el recientísimo clavicémbalo de arco construido por
Johann Hohlfeld y pensaba en los usos diferentes de las diversas clases de
instrumentos de teclado existentes, confesando al propio tiempo su predi-
lección personal por el clavicordio. No era el único en pensar de este modo,
EL INTERREGNO 21
El reino
En 1760 llegaba a Inglaterra un artesano alemán de unos veinticinco
años, Johann Christoph Zumpe, que había trabajado en el taller de Silber-
mann; en 1761 llegaba a Londres un joven escocés, John Broadwood, y casi
en el mismo año el holandés Americus Backers. En 1762 llegaba a Londres,
tras un período de trabajo en Italia, Johann Christian Bach, nacido en 1735,
undécimo de los trece hijos del segundo matrimonio de Johann Sebastian y
hermanastro de Carl Philipp Emanuel, discipulo del padre y del hermanas-
tro. Bach llegaba llevando en el bolsillo un contrato del Teatro del Rey, y
por lo tanto asumió una posición de relieve en la sociedad londinense.
Zumpe, Broadwood y Backers se mantuvieron en derredor.
Dos clavicembalistas tenían el monopolio del mercado londinense: el
suizo Burkhardt Tschudi, que había simplificado su nombre en Burkar
Shudi, y el alemán Jacob Kirckman, convertido para los ingleses en Kirk-
man. Kirkman y Shudi construían magníficos clavicémbalos e inventaron
dos tipos diferentes de Venetian swell, celosía de varillas colocada encima de
las cuerdas y movida con pedal que, abriéndose y cerrándose, producía un
efecto de crescendo y diminuendo. Zumpe y Broadwood entraron en la tienda
de Shudi. Zumpe comenzó a construir pianos de mesa. En seguida logró
hacer un modelo que gustó enormemente, y en 1776 abrió una tienda pro-
pia. Broadwood, dotado de ingenio como constructor, pero también con
grandes dotes comerciales, se casó en 1769 con la hija de Shudi y al año si-
guiente convirtióse en socio de su suegro. Americus Backers fabricó por su
cuenta pianos, entre los cuales uno de 1772, conservado todavía hoy, y que
reclama en seguida nuestra atención por un motivo particular. El mayor o
menor volumen de sonido de los instrumentos de cuerda con teclado se ob-
tiene con la cualidad de la tabla armónica o de la caja de resonancia, o con
cuerdas cada vez más gruesas y más tensas, o duplicando o triplicando el
número de las cuerdas o, naturalmente, con combinaciones de las diversas
posibilidades. El arte de construir tablas o cajas de resonancia había alcan-
zado ya su punto culminante a finales del siglo xvu (¡piénsese en Stradiva-
26 LA LARGA MARCHA
! Entre finales del siglo xvm y comienzos del x1x. se usaban indistintamente los términos pianoforte y for-
tepiano. Hoy está bastante difundido el uso del término fortepiano para indicar el instrumento del si-
glo xvi.
2 Con qué resorte móvil. / apretando su palanca. / el sutil pedal / es el alma del teclado!
EL REINO 27
1 El año anterior el piano había hecho su aparición en un concierto público en Londres, cuando el com-
posítor Charles Dibdin lo había escogido para acompañar un song interpretado por una tal miss Bríckler. El
prímer compositor que mencionó en Inglaterra el píanoforte en una publicación impresa fue Burton. en
1766. en una colección de sonatas «para clavícémbalo. u órgano. o pianoforte»,
28 LA LARGA MARCHA
PPPPRRRPRARO
legato
30 LA LARGA MARCHA
Poco más allá de una escala en terceras, que recuerda un momento tí-
pico del estilo concertante (piano y violín o piano y flauta), anuncia la que
será la más impresionante especialidad técnica de Clementi, es decir, las
dobles terceras:
EL REINO Sl
El clasicismo
:
as AAS
30 ayu A
S a A W e Y = "” o 2 y pl 7 $ y re o
E e ¡ / y 1 ñ 5, e DY o
4 aida: o (A ESA en “A
45
- 7 ml . ] p Ñ ñ ] Ñ . ] ] : Í á o E SO .
AU RE o Ñ . y e E EA
A : Ñ Ñ e y Ñ a ñl Ñ ud y Lal FAN o
o ¿an y p e -4 um dh o ME dE É
AN AO E A AAN
. ] ie
A A | Le l Poe 7
ETS
ES ; 2 z ds
EA AA
AAE 4 =
A
e <= ¡e dl a . pd Y ya 12 y > e eN ape
ld:Úregia
CAPÍTULO I
Mozart
blicó música para piano. Stein no era un artesano que fuera en pos del mer-
cado existente y tratara de satisfacerlo, ni un industrial que tuviera la
intención de descubrir y desarrollar un mercado en potencia: era, en cam-
bio. un constructor con vivos intereses musicales e intelectuales, que habia
hecho suya la utopia florentina —la quimera de un instrumento de teclado
capaz de conciliar la máquina y la creación individualizada del sonido— y
que, para este fin, intentaba unir en uno solo las virtudes de varios instru-
mentos. Construyó asi un piano-órgano que llamó Melodika. es decir, un
piano con un registro de órgano sensible al tacto del ejecutante, una Saiten-
harmonika que reunia un teclado de clavicémbalo y uno de piano, y el Vis-
a-vis Fliigel, con cordiera tocada por dos ejecutantes a los dos lados opuestos
y con dos mecánicas diferentes: por un lado, clavicémbalo. por el otro, pia-
noforte. A pesar de su curiosidad de experimentador, Stein no habria pa-
sado a la historia si no hubiese perfeccionado un tipo de mecánica del
pianoforte no derivada de la de Cristofori. En los tres pianofortes Cnstoton
aún existentes, y en el diseño publicado por Mattei, la mecánica, incluso
presentando numerosas variantes, conserva una caracteristica fundamen-
tal: la última palanca recibe el impulso en el extremo opuesto a aquel en
que se encuentra el macillo. Este principio es mantenido por Silbermann.
Backers. Broadwood (aun con todas las adaptaciones, con todos los hallaz-
gos destinados a disminuir ruido y fricción y a hacer la tecla cada vez más
dócil al tacto). y es la caracteristica esencial de la denominada mecánica im-
elesa. Stein perfeccionó (¿o creó?, no lo sabemos) otro tipo de mecánica, la
mecánica alemana, probablemente derivada de la sencillisima mecánica
que Sócher había creado para el piano de mesa: la última palanca está em-
pernada de forma que el macillo se apoye en la tecla.
En la mecánica inglesa el ejecutante advierte ante todo la resistencia del
sistema de palancas: en la mecánica alemana, advierte ante todo el peso del
macillo y tiene por esto un control más directo sobre el movimiento del ele-
mento que, al golpear la cuerda. la hace vibrar. Sin embargo. el escape no
sería en teoría siquiera necesario, y en la práctica, el escape Stein. tan apre-
ciado por Mozart. sirve no tanto para permitir la recaida del macillo como
para frenarla para atenuar el choque desagradable entre macillo y tecla. La
mecánica alemana, que fue llamada también vienesa porque la hija de
Stein trasladó luego el taller paterno a Viena, era esquemática pero inge-
niosa, y fue adoptada hasta alrededor del año 1830, cuando fue definitiva-
mente superada por los progresos de la mecánica francesa.
Mozart aprendió rápidamente a servirse del piano Stein y a enfrentarse
a un rival, el capitán lgnaz von Beecke, que en Baviera estaba causando es-
tragos. El nombre de Von Beecke aparece varias veces en el epistolario fa-
miliar de los Mozart. La madre escribía a su marido Leopoldo, el 28 de
diciembre de 1777, desde Mannheim: «Todos dicen cosas maravillosas de
Wolfgang. pero ahora toca de un modo completamente diferente a como
solía hacerlo en Salzburgo, porque aqui hay pianofortes en los que toca tan
extraordinariamente bien que todos dicen no haber escuchado nunca nada
mejor. En suma, el que le ha escuchado, dice que no encuentra quien le
iguale. Aun cuando Beecke haya tocado aqui, y también Schubert, todos
MOZART 4]
dicen que Wolfgang les supera con mucho en belleza de sonido, cuali-
dad y ejecución».
Este aguafiestas de Von Beecke, que en enero de 1778 iba a tantear el te-
rreno en un centro como Viena, era estrechamente vigilado por Leopold
Mozart y su mujer: «Beecke debe de estar celosísimo de Wolfgang, porque
trata de rebajarlo cuanto puede» (carta de Leopold, 25-26 de enero); «Creo
muy bien que el capitán Beecke trata de rebajar a Wolfgang, porque hasta
hoy ha sido considerado como un dios en su distrito y en Augsburgo y sus
alrededores. Pero cuando la gente ha oído a Wolfgang, de pronto exclama:
“¡Caramba! ése deja a Beecke tirado por los suelos. No hay comparación
posible entre los dos!” (carta de la madre, 1 de febrero). Leopold vigilaba
aún en febrero y en junio, preocupado por Von Beecke, como si fuese el
ogro comeniños. 4
Puede que papá y mamá Mozart hagan sonreír, pero sería un error pen-
sar que se angustiaban por el gusto de angustiarse y sería demasiado fácil
llegar a la conclusión de que en el fondo Ignaz von Beecke era lgnaz von
Beecke y Mozart era Mozart; los motivos de conflicto, como hemos dicho a
propósito de otra rivalidad, iban, a nuestro modo de ver, más allá de los
contendientes y de su respectiva talla histórica. Mozart criticó a Von
Beecke, indirectamente, al criticar a la hija de Stein, Nanette, que ingenua-
mente imitaba al pianista más de moda en Augsburgo. En una carta a su
padre (23 de octubre de 1777) censuraba a Nanette porque levantaba el an-
tebrazo, hacía mohínes, no iba a tiempo, variaba la velocidad en las repeti-
ciones de un mismo pasaje. La compostura y el decoro del comportamiento
debían ser una vieja regla y su ausencia un viejo vicio, desde el momento
que Francois Couperin había sentido la necesidad de dar un drástico con-
sejo: «Por lo que hace referencia a los mohínes, pueden corregirse colo-
cando sencillamente un espejo en el atril de la espineta o del clavicém-
balo». Los movimientos del antebrazo, las oscilaciones del tiempo, así
como también las muecas censuradas por el severo pedagogo Mozart, po-
dían ser tonterías de una niña de ocho años, pero también podían ser seña-
les de una diversa concepción de la ejecución.
Las composiciones de Von Beecke, en las que se encuentran detalles ba-
rrocos de estilo y un frecuente uso del recitativo, hacen suponer (sólo supo-
ner, porque el problema no fue afrontado por los contemporáneos) un
estilo de ejecución basado, o bien en la rítmica no acentuativa, o bien en la
libertad de lenguaje. El uso de un nuevo instrumento de teclado ofrecía la
posibilidad de una profunda transformación de la ejecución, que no mi-
raba solamente al «piano» y al «forte» graduados por el ejecutante, sino
también al acento dinámico. La obtención del ritmo mediante los acentos
dinámicos, como en el clavicémbalo y en el órgano, mediante la prolonga-
ción de las notas acentuadas, era una novedad que Mozart podría haber de-
sarrollado, en contraposición con los cembalopianistas que trasladaban al
pianoforte el estilo de ejecución del clavicémbalo. Por lo demás, basta escu-
char las ejecuciones mozartianas (al piano) de un clavicembalista como
Gustav Leonhardt para comprender cómo podía ser leída la música de Mo-
zart... vista desde la parte del clavicémbalo. En cambio, si Mozart había de-
42 EL CLASICISMO
! Las indicaciones de los movimientos lentos de las Sonatas escritas entre 1777 y 1778 son muy significa-
tivas: Andante cantabile con espressione (K. 310). Andantino con espressione (K. 311). Andante cantabile (K. 330).
Andante cantabile (K. 333).
MOZART 45
2 No traducimos el término. que puede entenderse en sentido genérico o. más probablemente, como
clavicordio.
CapítTULO II
Beethoven
zartiano sul generis en cuanto que era alumno de Leopold Mozart), virtuoso
de manos enormes, y el abate Joseph Gelinek, bohemio, que se hizo popu-
larísimo entre la aristocracia y enseñó el piano a la futura emperatriz de los
franceses María Luisa. Gran especialista de variaciones, ejecutor de brillan-
te virtuosismo, Gelinek ya había estado en Viena estudiando con Al-
brechtsberger y había obtenido el primer empleo por recomendación de
Mozart, que apreciaba su talento de improvisador. La obra creativa de Ge-
linek estaba destinada a caer merecidamente en el olvido, pero sus variacio-
nes sobre todo lo variable demuestran un conocimiento de los efectos
pianísticos muy considerable, y sus transcripciones de músicas de cámara y
sinfónicas atestiguan una habilidad nada desdeñable para los fines de una
difusión capilar de la música. También había que mantener a distancia a
los concertistas de paso, como el genialoide charlatán Daniel Steibelt, que
fue a Viena en 1800 y midió sus fuerzas con Beethoven, perdiendo vergon-
zosamente en la comparación en casa del conde Von Fries.
La actividad concertística de Beethoven está sólo parcialmente docu-
mentada porque no se conocen exactamente sus compromisos, muy nume-
rosos, en los salones aristocráticos: ¡y era en ellos donde se ensayaban los
campeones, se creaban las rivalidades, se formaban los partidos! A fines del
siglo xvmi el aspecto creativo de la actividad del pianista-compositor se en-
trelazaba estrechamente con el aspecto de la difusión y de la explotación
comercial: editoriales, elaboración, conciertos, lecciones particulares. El
concierto público de pago es la base de todo este laberinto: es organizado
por el concertista a sus expensas y llega al final de una serie de contactos
sociales, de frecuentación de tertulias y salones aristocráticos y burgueses,
de confrontaciones y rivalidades alentadas por protectores y protectoras de
alta posición, por fabricantes, por editores. En el concierto público no se
ejecuta música para piano solo: es obligada la participación de la orquesta
y de otros solistas (cantantes, instrumentistas) y al concertista le están reser-
vados el Concierto para piano y orquesta y la improvisación. Las fuerzas
movilizadas son muchas, el interés de participación es alto y del resultado
del concierto dependen aumentos de venta del piano utilizado y de las mú-
sicas del concertista fáciles de ejecutar por el aficionado, así como una
abundancia de peticiones de lecciones particulares. Al final, el concertista
saca las sumas de la recaudación y de lo que hay en la bacía de plata colo-
cada en el vestíbulo para las ofertas voluntarias, paga la sala, la orqutsta,
los carteles, los otros gastos, da una ojeada a las ventas de sus partituras, se
da una vuelta para husmear, controlar, contrarrestrar las reacciones, cribar
las peticiones de lecciones y fija su precio.
Con este mundo debía contar y contó Beethoven. Su actividad pública
se inicia en Viena en 1795, prosigue con conciertos en Berlín en 1796, en
Praga en 1796 y en 1798, en Viena de 1796 a 1800; después las apariciones
son muy raras hasta el concierto del 11 de abril de 1814 con el que Beetho-
ven concluye su carrera de concertista ejecutando el Trío, op. 97. Si Mozart,
equivocando completamente la mesura y enajenándose el favor del público
con una intensa aventura de vanguardia, ejecutó en Viena no menos de
quince Conciertos en el período de sólo cinco años, Beethoven ejecutó
id
BEETHOVEN 9)
cuatro Conciertos suyos, uno de Mozart (el K. 466, en re menor) y una Fan-
tasía suya en trece años: el op. 19 en la primera versión, el 29 de marzo de
1795 y después varias veces entre 1795 y 1796; el Concierto de Mozart en
1795, op. 19, en la versión definitiva, en Praga en octubre y en Viena el 18 de
diciembre de 1798; el dp” 15; probablemente, en Praga en octubre de 1798 y
en Viena el 2 de abril de 1800; el op. 37 en Viena el 5 de abril de 1803; el
Op. 58 en casa del príncipe Lobkowitz en marzo de 1807 y en público el 22
de diciembre de 1808; la Fantasía op. 80 en la misma velada en que se eje-
cutó el Concierto número 4 (así como las Sinfonías números $5 y 6, y otras pie-
zas más). El Concierto, op. 73, el célebre Emperador, no fue ejecutado nunca
por Beethoven, pero fue presentado en Leipzig el 28 de noviembre de 1811
por Friedrich Schneider y en Viena, el 12 de febrero de 1812, por Carl
Czerny. Además de los Conciertos, Beethoven ejecutó en público algunas
de sus composiciones de cámara con piano: no tocó nunca ninguna obra
para piano solo. Su actividad fue, como se ve, limitada. Beethoven no fue
un concertista itinerante y no trató de difundir su música pianística fuera
de su ciudad y de un ambiente cultural que, y él lo sabía, era el centro de la
atención europea. .Afirmándose en aquel ambiente, fue estimado entre los
más grandes pianistas de su tiempo, y esto, evidentemente, a causa de su
manera personal y creativa de imaginar y descubrir las sonoridades del
plano, manera que, en la medida de lo posible, intentaremos ahora recons-
truir en su evolución.
Las Variaciones de 1792-1800 y la Sonata, op. 6, para piano a cuatro
manos (hacia 1797) revelan una voluntad de adecuación al gusto del pú-
blico, un reto a la competencia de los Gelinek y de los Kozeluch. En las tres
Sonatas, op. 2, publicadas en 1796, el empeño del compositor es mayor, y lo
es, sobre todo, la búsqueda de una escritura pianística original. El factor
más importante, y a nuestro modo de ver, más significativo, consiste en el es-
pejismo de la antigua perenne utopía: hacer del clavicémbalo un instru-
mento cantante.
En la primera Sonata la cantabilidad es de sello tradicional: el primer
tema del segundo tiempo, tomado del juvenil Cuarteto con pianoforte,
Wo O 47, núm. 3, es de escritura netamente cuartetística en su primera exposi-
ción y es variado y florido de un modo rococó en la segunda exposición. La
melodía temática, una canción en tres partes, viene articulada con reanuda-
ción en la octava superior y se extiende directamente por el centro del te-
clado, desde el do central hasta el fa sobreagudo, de que Beethoven dis-
ponía. La sonoridad es en este caso muy dulce e íntima, pero el compositor
no trata de superar los límites objetivos del instrumento, es decir, la dismi-
nución de intensidad del sonido después de la percusión.
Bastante más evolucionada es la concepción del sonido cantable en el
Largo apasionado de la segunda Sonata. La extensión, en vez de dos octa-
vas y media, es de una octava y una quinta, y se desenvuelve, por tanto, en el
ámbito de una voz humana (podría ser confiada a un contralto). La natu-
raleza no instrumental sino vocal de la extensión predispone de por sí
al oyente a un tipo de percepción emotiva y hasta fisiológicamente parti-
cipativa, y Beethoven ataca, además, la melodía en el registro central (el
54 EL CLASICISMO
Largo appassionato
tenuto sempre
Adagio sostenuto
Sí deve suonare tutto questo pezzo delicatissimamente e senza sordini
Y os
AAA
BEETHOVEN Dl
rente del usual; y porque nos hacen comprender cómo el opus 53 y las otras
obras pianísticas, hasta 1809, fueron compuestas para la sonoridad del
Erard, más potente que la sonoridad de los pianos vieneses, y para la mecá-
nica del Erard, mecánica inglesa. El aumento del volumen del sonido del
piano se desarrollaba érr relación con un fenómeno de difusión de la mú-
sica del que Beethoven participó sólo marginalmente y del que se hablará
más adelante. No obstante, no se puede decir que Beethoven esperara el
Erard para desarrollar la nueva concepción de virtuosismo, porque la bús-
queda virtuosística nueva comienza o bien con la Sonata, op. 27, núm. 2, o
- bien con las Variaciones, op. 35. Pero en el Erard probablemente encontró
Beethoven el instrumento que le permitía la búsqueda de un virtuosismo
que ya no era de salón, sino de teatro: la cima de esta búsqueda la encontra-
mos en el Concierto en Mi bemol mayor, op. 73 (1809), que exalta la fun-
ción del solista y hace del piano no sólo un instrumento concertante, sino la
parte más importante de la orquesta. Es bien conocido y a menudo citado
el hecho de que en el primer movimiento del Concierto, op. 73, no hay la
tradicional Cadencia al final de la reexposición. La renuncia a la Cadencia
es la lógica consecuencia de una concepción de la relación solista-orquesta
en la que el solista ya no es, como en el Mozart maduro y como en el Beet-
hoven de los tres primeros Conciertos, un primus inter pares integrado en la
estructura sinfónica, y ni siquiera, como en el Beethoven del cuarto Con-
cierto, un soberbio decorador del tejido orquestal, sino que constituye la
base sonora del conjunto instrumental, la estructura portante del discurso,
de la misma. forma que la sección de los arcos era la base sonora de la or-
questa clásica.
Entre las novedades pianísticas del Concierto, op. 73, que se añaden a
quince años de adquisiciones y las completan, hay que citar, sobre todo, las
octavas (probablemente ejecutadas con el brazo, no con la muñeca) y las oc-
tavas alternadas. La comparación entre la primera entrada del solista y
la misma entrada antes de la reexposición puede indicar un aumento de la
tensión virtuosística. Las ágiles octavas alternadas de la primera vez se con-
vierten en la segunda en un punzante e incisivo bloque de sonidos y el bri-
llante pasaje de agilidad de la primera vez se convierte en la segunda en un
potente pasaje de octavas alternadas en las que el ejecutante puede sacar fá-
cilmente partido del peso de los brazos:
62 EL CLASICISMO
Schubert
Al contrario de Mozart y de Beethoven, Schubert no era pianista concer-
tista. Esto no significa que no supiese escribir para piano o que el piano le
interesase poco; pero la evolución del estilo instrumental schubertiano no
es muy profunda y su participación en el desarrollo de la relación entre el
instrumento y el público es limitadísima. Schubert era ante todo el pianista
de sus Lieder, su concepción del sonido pianístico se derivaba directamente
de su concepción del sonido vocal: sonido de cámara, ductilísimo, apto para
recitar, entonándolos, los textos de grandes poetas para un público poco
numeroso, idóneo para hacer que se entendieran las palabras y su signifi-
cado poético. Y Schubert estaba orgulloso de.su sonido. Durante el verano
de 1825 hizo un viaje por la Baja Austria con el cantante Michael Vogl, eje-
cutando a menudo, entre otras piezas, la Sonata en la menor, op. 42. El 25
de julio escribía a la familia: «Agradaron especialmente las variaciones (se-
gundo movimiento) de mi nueva sonata a dos manos, que ejecuté yo solo, y
no sin razón. Algunas personas me aseguraron que las teclas se convertían
en voces cantantes bajo mis dedos, hecho que, de ser verdad, me causa
mucho placer porque no puedo soportar el maldito martilleo a que se entre-
gan incluso distinguidos pianistas y que no deleita ni el oído ni la mente».
Estas palabras nos dan pie para hablar brevemente de Schubert pia-
nista, a través de testimonios de amigos y conocidos que le oyeron tocar.
Escribe Albert Stadler: «Verle y oírle tocar sus composiciones era un verda-
dero placer. Un magnífico toque, mano tranquila, modo de tocar claro, pu-
lido, pleno de discernimiento y sensibilidad. Pertenecía aún a la vieja
- escuela de buenos pianistas, cuyos dedos no habían aún empezado a atacar a
las pobres teclas como aves de rapiña». Y Josef von Ghay: «Las horas pasa-
das practicando con Schubert figuran entre los placeres más intensos de mi
vida, y no puedo pensar en aquellos días sin sentirme profundamente con-
movido. No era solamente el hecho de que en tales ocasiones yo aprendía
muchas cosas nuevas, sino que me daban un gran placer el modo claro y
ágil de tocar, la concepción personal, el modo de ejecutar (ora delicado, ora
66 EL CLASICISMO
[Allegretto]
68 EL CLASICISMO
1 Como ejemplo comparativo con la sonata clásica. podemos escoger el tipo de organización tonal. muy
frecuente, con primer, tercer y cuarto movimiento en la tonalidad principal. y segundo movimiento en la to-
nalidad mayor de la subdominante.
70 EL CLASICISMO
17 17
que irrumpe sin razón (¡podría ser el fin!) y la repercusión del mismo sol,
pianissimo, antes de los acordes finales. Entre los so! del comienzo y los sol
del final se coloca aproximadamente durante ocho minutos una música
que no quiere imitar un drama y una catarsis, pero que es simplemente ex-
puesta y variada, como Un problema visto desde todos los lados y jamás re-
suelto, porque el que se lo encuentra ante sí está animado por la voluntad de
contemplarlo, no de resolverlo. En las Sonatas de Schubert se encuentran
ciertamente aspectos que también habían sido tocados por Beethoven en
las Sonatas o en partes intimistas de ellas (opus 7, opus 10, núm. 2, y
opus 14), pero en una dimensión no dialéctica, que, en cambio, en Beetho-
ven jamás se hallaba ausente. La intimidad era para Beethoven la tensión
prometeica vuelta hacia el yo; para Schubert, es disociación psíquica.
En la variación de los elementos constitutivos, más que en su desarrollo,
se encuentra, por tanto, el sentido de la sonata schubertiana, que es llevado
al máximo grado de experimentación y de hipótesis revolucionaria en la
Wanderer. A pesar del uso que se ha hecho de ella, y que antes hemos recor-
dado, la Wanderer no nos parece una verdadera excepción en la producción
de Schubert. El virtuosismo que no tiene en cuenta las manos del pianista,
las relaciones tonales heterodoxas, la contaminación entre la forma de la
sonata y la forma de la variación, expresan a nuestro juicio una negación
del momento histórico presente. E incluso el significado de la variación, en
Schubert, se refiere a una realidad vista en negativo en un mundo, el del
Biedermeier, que se ha servido y se sirve de la variación para obtener un
máximo de comunicación social de contenidos banales. Schubert demues-
tra que la variación puede significar la pérdida de la dialéctica y, por lo
tanto, de la posibilidad de una efectiva sociabilidad. En el momento en que
la variación asume en Beethoven el carácter de síntesis histórica y, por lo
tanto, de humanismo profético, la variación como alternativa al desarrollo
se convierte para Schubert en el medio para denunciar la ilusión vivida por
la sociedad en los años del Congreso. Por esta su trágica conciencia de un
fracaso, por este su vivir la derrota ideológica del músico y del intelectual,
preferimos considerar a Schubert en el final del clasicismo más que en los
albores del romanticismo, y verlo en relación con Beethoven más que con
Schumann y Chopin, más joven solamente en trece años, pero pertene-
ciente a un mundo renovado.
INTERMEDIO
El Biedermelier
La Biedermeierzeit (época del Biedermeier) puede entenderse como la
cara opuesta de la cultura representada por Beethoven y Schubert. No es
que el Biedermeier haya de considerarse como no-cultura; pero el Bieder-
meier es lo cotidiano, es la vida, es la relación con una realidad historicoso-
cial que es aceptada y en la que la gente decide obrar sin rebeliones. Al
contrario de Schubert, los músicos del Biedermeier son todos ellos músicos
de éxito, activos en el campo internacional, que desarrollan la relación so-
cial simbolizada por el concierto público, saliendo así al encuentro de
oyentes nuevos y maniáticos de cosas que exciten la imaginación y que les
entusiasmen con la revelación de un mundo fabuloso.
El concierto público de pago, como ya hemos visto, es la institución que
la burguesía se va creando lentamente, en forma asociativa y empresarial,
para poder acceder comunitariamente al disfrute de la música instrumental
que la aristocracia, en cambio, se había garantizado con el financiamiento
directo. Haydn había sido director de la orquesta privada del príncipe Es-
terházy, Mozart había formado parte de la orquesta del arzobispo de Salz-
burgo, Beethoven había formado parte de la orquesta del príncipe elector
de Bonn. Mozart, tras haberse liberado del empleo fijo, se había convertido
en empresario de sí mismo, Beethoven organizó, pero más raramente que
Mozart, conciertos de música suya (viviendo del producto de la venta de
las composiciones a los editores y con una pensión que tres aristócratas se
habían comprometido a pasarle, exigiéndole el único compromiso de no
abandonar el Imperio austrohúngaro). En cambio, Haydn, cuando estuvo
pensionado, tuvo que firmar un contrato con el empresario inglés Johann
Peter Salomon comprometiéndose como compositor y director con una
compensación fija, y que se supone era el riesgo de la eventual pérdida o la
ventaja de la eventual ganancia.
Caracteres esenciales de los Salomon Concerts, y de los competidores
Professional Concerts, eran la periodicidad (contra lo esporádico de los con-
ciertos organizados por músicos individualmente) y el costo normalizado
EL BIEDERMEJER 75
mania, los Hummel se hallaban en Viena a fines de 1792, cuatro años des-
pués de haber partido de esta ciudad. Vale la pena observar que si Hummel
padre es cronista fiel, en cuatro años el pequeño Hummel apenas dio
treinta o treinta y cinco, conciertos públicos. El concierto, como ya hemos
visto, era en realidad sólo un aspecto, el último y el más remunerativo, de
un complejo juego hecho de recomendaciones, de amistades, de aparicio-
nes en salones aristocráticos y en salones burgueses, de lecciones y otras
cosas, y podía incluso brillar por su ausencia («No he dado conciertos por-
que he encontrado demasiado pocos aficionados», dice Hummel padre ha-
blando de Hadersleben; y en Schwerin, dice, nada de concierto porque «no
hay aficionados a la música»).
La actividad concertística del Hummel niño es, mutatis mutandis, la del
Hummel adulto, de Dussek, de Cramer, de Steibelt, de Field, de Moscheles,
de Kalkbrenner, activos todos ellos entre finales del siglo xvi y los prime-
ros treinta años del xix. Entre éstos se recuerda especialmente a Dussek por
un invento suyo que entró a formar parte de manera estable en el ritual del
concierto. Mozart y sus contemporáneos tocaban todavía con el piano colo-
cado perpendicularmente con respecto a la sala, y por consiguiente de es-
paldas al público (como hoy los directores de orquesta). Dussek adoptó por
primera vez la posición transversal del piano con el pianista de perfil y con
la posibilidad para el público de seguir el movimiento de las manos. En su
juventud le llamaban le beau Dussek y tenía un perfil de medalla; quizá por
ello se le ocurrió una invención que, como puede ver cualquiera, ya no po-
dría modificarse sin destruir un elemento esencial del espectáculo. En cam-
bio, otros motivos espectaculares han desaparecido: por ejemplo, a comien-
zos del siglo x1x, el concertista entraba en escena con el sombrero de tres
picos en la cabeza y guantes en las manos, hacía las inclinaciones (que de-
bían ser tres: una hacia el palco central, en el que se sentaba la máxima au-
toridad de entonces, otra a diestro y otra a siniestro), se sentaba, se quitaba
sombrero y guantes, se cercioraba (porque el tocar de memoria fue un in-
vento de Liszt) de que «el individuo idóneo para volver las páginas al Ar-
tista» (C. Czerny) estuviese pronto a entrar en acción y finalmente empe-
zaba a desgranar sus notas.
El concierto se llamaba entonces academia. Se llamó después concierto,
poniendo en apuros a los inexpertos, que confunden concierto con Con-
cierto, porque al principal protagonista de la academia le correspondía eje-
cutar un Concierto para piano y orquesta, generalmente compuesto por él
mismo. El Concierto para piano y orquesta encuentra a comienzos del si-
glo xrx una espectacular fortuna y se desarrolla con la evolución de la vida
concertística, perdiendo progresivamente las características de música de
cámara ampliada que había tenido con Mozart y con el Beethoven de los
primeros tres Conciertos. En el Concierto núm. 4 de Beethoven el piano
suena casi constantemente, y de un modo evidentemente virtuosista, pero
con pasajes ornamentales que embellecen el discurso de la orquesta; la es-
critura pianística no es, en este caso, completa, sino integrada en la or-
questa. En cambio, en el Concierto núm. 5, como hemos visto, el piano se
pone como sección de la orquesta y su escritura es predominantemente
78 EL CLASICISMO
completa, pero la sección del piano se alterna o se integra con las otras sec-
ciones en una relación de equilibrio sinfónico. En los conciertos Bieder-
meier la escritura pianística es casi siempre completa, autónoma, y el piano
se convierte en la sección ampliamente predominante de la orquesta, así
como la sección de los arcos era absolutamente predominante en la or-
questa protoclásica. Así como el par de oboes y trompas era elemento de
color y frecuentemente ad libitum en la orquesta protoclásica, la orquesta se
vuelve elemento de color, de sostén, de relleno en el concierto Biedermeier.
Esta evolución se explica o bien en relación con el desarrollo del virtuo-
sismo, o bien con la utilización práctica que se hacía de los conciertos para
piano y orquesta: una parte orquestal de limitada incidencia y no esencial
permitía reducir al mínimo el número de los ensayos ( y de ahí el costo de la
orquesta) y ejecutar el concierto incluso con orquestas de provincia semi-
profesionales, o con las orquestas de aficionados de las academias filarmó-
nicas. El pianista del Biedermeier es ya un virtuoso de habilidades funam-
bulísticas, pero aún no puede permitirse presentarse solo: debe asegurarse
la colaboración de otros instrumentistas y cantantes y debe disponer de la
orquesta, que en los pequeños centros, como decíamos, es mixta, com-
puesta de profesionales y aficionados. La presencia de otros ejecutantes y
de la orquesta garantiza una implicación, una forma de participación ac-
tiva de la comunidad, que está pronta a aclamar al virtuoso, pero que toda-
vía no lo ha puesto sobre los altares. En los conciertos Biedermeier la parte
orquestal es, pues, simple y fácil, de forma que sólo requiera una prueba de
lectura y pueda ser eliminada para la ejecución en los salones particulares,
junto a los potentados locales, que en el rito del concierto en los primeros
decenios del siglo precede normalmente a la ejecución pública. La or-
questa, musicalmente, se convierte en un accesorio, en una especie de cau-
datario que muy bien puede desaparecer sin perjudicar a la majestad y al
carácter imponente del efecto sonoro, y los compositores procuran efectiva-
mente versiones alternativas de ciertos pasajes para el caso de que la or-
questa no fuera disponible. Incluso se va más allá: la importancia de la
orquesta se reduce a tal punto que se escriben hasta conciertos con orquesta
ad libitum, en los que el pianista no tiene dificultad en asimilar las pocas,
insignificantes frases de la orquesta sola: piénsese, para tener un término de
comparación aún corrientemente comprobable, en el Andante spianato e Po-
lacca brillante de Chopin, que se ejecuta con o sin orquesta.
El desarrollo del virtuosismo, habida cuenta de las necesidades de una
escritura completa que no deje a la orquesta alguna parte esencial al equili-
brio del discurso, se dirige, pues, hacia las octavas, las notas dobles, los
acordes, hacia la utilización de la mano derecha en dos funciones simultá-
neas (tema o melodía en el anular y el meñique, figuraciones ornamentales
en los otros dedos), hacia los saltos de la mano izquierda, hacia los arpegios
rapidísimos en una mitad o más del teclado. La tendencia es la de hacer
sonar simultáneamente el piano en toda su extensión, cubriendo de este
modo el espectro sonoro de la orquesta. En este sentido, la ingeniosidad, la
capacidad inventiva, el valor, el dominio de los nervios es verdaderamente
admirable en los compositores-ejecutores. Hay que observar que esta escri-
»
EL BIEDERMEIER 79
op. 74, para piano, flauta, oboe, trompa, viola, violoncelo y contrabajo. Fue
un triunfo inaudito. La escritura, evidentemente virtuosista, de todos los
instrumentos lanzaba la idea de una música de cámara no ya colaboración,
como creación de una personalidad colectiva, sino como competición,
como comparación de talentos. Al Septimino, op. 74, siguieron el Septi-
mino, Op. 88, de Moscheles, el Septimino, op. 132, de Kalkbrenner, el Gran
Septimino Militar, op. 114, de Hummel, con gran parte de trompa, y los dos
Septiminos de Alexander Fesca, además de una gran cantidad de Quintetos.
Junto al concierto y a las variaciones con orquesta o, en algunos casos,
sin orquesta, se utilizaban en las ejecuciones públicas el allegro di bravura,
vasta pieza en forma de primer movimiento de sonata y de gran esfuerzo
virtuosístico, casi primer tiempo de concierto para piano solo. Inventor del
allegro di bravura parece haber sido Ferdinand Ries, alumno de Beethoven,
que en 1813 se había trasladado de Viena a Londres y que incluso trató de
encargar allegros di bravura a su maestro. Aun cuando no fuese reacio a
tomar en consideración las empresas comerciales que garantizaban una ga-
nancia segura, Beethoven dudó por un motivo crítico muy razonable:
«Debo decir francamente que no soy demasiado ámigo de estas cosas: re-
quieren demasiado, demasiado mecanismo, al menos las que conozco»
(carta de 16 julio de 1823). El 5 de septiembre Beethoven se hallaba casi de-
cidido, hasta el punto de fijar en 30 ducados el precio de un allegro di bra-
vura (precio enorme si se piensa que al príncipe Galitzin le había pedido,
siete meses antes, 50 ducados por un cuarteto de arcos); pero luego se lo vol-
vió a pensar y no hizo nada.
Beethoven, que rechazó el allegro di bravura, intentó, en cambio una vez
otro género virtuosístico, el capricho, en una pieza que, por lo demás, no
llevó a término: Allungherese quasi un capriccio, conocido también con el
título apócrifo de La rabbia per un soldino perduto sfogata in un capriccio. Los
Caprichos de August Eberhardt Múller, que gozaron de una gran fama, son
composiciones virtuosísticamente audaces, y que en algunos detalles dan
una idea del grado de experimentación al que había llegado el virtuo-
sismo pianístico hacia el año 1800: es obligado, después que Georgii lo re-
descubriera, citar Les sauts du diable, op. 52, página que podría pertenecer al
Liszt más arriesgado:
(H .160)
A
12)
16
A A AR
"
Vaccompagnamento martellato
jan de buena gana sobre la forma, trabajan, en cambio, sobre el carácter ex-
presivo, procurando crear subgéneros e inventando múltiples nombres.
Además del Nocturno, de la Bagatela (Beethoven), del Momento musical
(Schubert), encontramos entre 1810 y 1830 el Impromptu (Schubert, Vori-
sek, Kalkbrenner, etc), la Rapsodia (Vorisek), la Egloga (Tomasek), el Prelu-
dio (Hássler, Hummel, etc.) y encontramos la serie de pequeñas piezas
unidas no por razones estructurales, como en Beethoven y en Schubert,
sino con un título inusual: Ensayos sobre diversos caracteres, de Kalkbrenner,
Cuadros musicales, de Anselm Huúttenbrenner, Bombonera musical, de Mos-
cheles.
Otro capítulo fundamental de la publicistica Biedermeier para piano
son los bailes: todavía minués, algún galop, algunas polonesas, pero sobre
todo escocesas y valses. Ningún creador de valses compitió ni siquiera de
lejos con la genialidad de Schubert, pero todos los compositores tuvieron
en su catálogo varias colecciones de valses, empezando por Hummel, pro-
veedor habitual de la Sala Apolo de Viena, el fantasmagórico estableci-
miento de baile en el que la burguesía ejercitó las corvas en la danza del
siglo. Ñ
Para completar este aluvión de música para aficionados («brillante, pero
no difícil», como le pedía a Moscheles una temerosa mamá inglesa) no
podía faltar una poderosa literatura didáctica. El gran codificador de la di-
dáctica, Carl Czerny, inició su actividad ya durante el Biedermeter, pero al-
canzó su madurez durante el romanticismo y por esto no hablaremos ahora
de él. Pero el Biedermeier inventó el Estudio o Étude, breve pieza en la que
una dificultad técnica se repite de varias maneras con fines de ejercitación.
algunos trozos de Bach (por ejemplo, algunos Preludios del Clave bien tem-
perado) o de otros clavicembalistas (por ejemplo, la célebre Toccata en La
mayor, de Paradisi) respondían ya al principio que informó el estudio. Pero
la exploración sistemática de la técnica, y por tanto la producción en serie
de estudios, empieza sólo con Antonin Reicha, que fue probablemente el
primero, en 1801, en emplear el término estudio en el sentido que luego se
hizo definitivo con el gran Cramer, con Clementi (Ejercicios en todos los
tonos, 1811, después Gradus ad Parnassum), con Ludwig Berger (que en 1820
inventó el estudio para la mano izquierda sola), con Steibelt, Boély, Kalk-
brenner, Charles Mayer, Hummel, Moscheles. Mientras, Dussek trataba de
esparcir miel sobre la amarga medicina en los 12 Estudios melódicos y Háss-
ler llegaba a combinar la severidad pedagógica con la amena diversión en
los Estudios en forma de valses.
Como fundamento de todo el gigantesco edificio que se iba constru-
yendo, se crearon los «métodos», que son al mismo tiempo tratados de lec-
tura, de técnica, de estilística, enciclopedias del saber. De los métodos de
Dussek (1799), de Clementi (1801), de Adam (1804), pasamos a los métodos
de Francesco Pollini (1811) y Cramer (1815) para llegar finalmente al coro-
namiento monumental de los métodos de Hummel (1828), Kalkbrenner
(1830), Fétis y Moscheles (1837), Czerny (hacia 1845). En poco más de cua-
renta años se desarrolla en los métodos la progresiva división entre técnica
pura, técnica aplicada y estilística, apenas indicada en Clementi y realizada
EL BIEDERMEIER 85
bligo hacia la tecla justa), quitaba la faja, apoyaba los brazos en el guiama-
nos, hacía que se disparasen los dedos: el instrumento, dócil y dulcemente,
respondía.
¿Qué instrumento? Un instrumento de estudio, adosado a la pared, poco
costoso y robusto: un mueble que se llama pianino, el piano vertical.
La invención del piano vertical pertenece por igual a dos artesanos,
Isaac Hawkins de Filadelfia y Matthias Múller de Viena, que en los prime-
ros años del siglo xix construyen, el uno independientemente del otro, los
primeros modelos de un instrumento destinado a tener una vastísima difu-
sión y a convertirse, como lo demuestra la pintura de ambiente de todo el si-
glo xix, en un indispensable objeto de adorno. La posición vertical de la
tabla de las cuerdas —simple expediente para limitar el espacio ocupado
por el mueble— era ya corriente en el piano jirafa y en el piano pirámide.
Pero el piano vertical era un poco diferente, aunque respondía a la misma
exigencia: la tabla de las cuerdas, que en el jirafa y en el pirámide se ini-.
ciaba a la altura de las teclas, en el piano vertical llegaba hasta el suelo, es-
taba dispuesta en posición invertida (la parte más estrecha, abajo y no
arriba) y se la hacía vibrar mediante un mecanismo en el que el macillo era
accionado por detrás por un tirante. Las ventajas del piano vertical eran
evidentes; sus límites nacían ante todo de la posición del mecanismo, que
no presentaba al ejecutante la resistencia de un peso que hay que mover
hacia arriba y que vuelve a caer por la fuerza de la inercia, sino de un peso
que estaba en equilibrio y que, después del impulso inicial, estaba sujeto a
la fuerza de la inercia en el momento en que golpeaba la cuerda. Por tanto,
el toque en el piano vertical no podía alcanzar los límites de diferenciación
y de sofisticación que alcanzaba en los pianos de cola y la cualidad del so-
nido era menos variada y a menudo tenía un algo como de involuntario.
Razones de economía, esenciales para un instrumento de amplia difusión,
aconsejaron luego el empleo de materiales menos caros y sistemas de cons-
trucción más sencillos. Pero, como quiera que las ventajas, al menos dentro
de ciertos límites, superaban a los inconvenientes, el piano vertical no sólo
relegó al desván las jirafas y las pirámides, sino que hizo desaparecer tam-
bién los gloriosos pianos de mesa tan queridos por Schubert, y cuyo meca-
nismo era mucho más sensible al tacto y mucho más difícil de tratar.
Sin embargo, la batalla fue bastante larga, porque, si en Europa el piano
de mesa fue vencido hacia la mitad del siglo, en los Estados Unidos pro-
longa la resistencia hasta los umbrales del siglo xx. El fin llegó en 1903 y fue
un final nibelúngico: la Society of American Piano Manufacturers adquirió
los últimos remanentes de la infeliz estirpe, los colocó en un montón de cin-
cuenta pies de altura y les prendió fuego.
7
TERCERA PARTE
El romanticismo
e *
te, | eo
¿ga iris de yd eL als deMO: Po DOS et
E di Le ge PUNO ea hom send 5 Sruneno,dos A
«e Y IA Pa .
<a ei q $450 dedicirmeano. de cuudio, tocata 2d gnc
El aa cun ale ae se Mamá piarino, +l piano venical 0
m EN 0% a el pro vertical perienaco. por igual. a dos artesanol,
E E nó ls Vida y Martins Mulier de Viena; que en tosprimo:
2 RA A a dlao ivdepertiemencante del. otro, la
e > ie ale dy ii mento dosunada a enc: una vastisiena
dl
DOLO 3 AAA o A Asa pintura de ambienme
de odo sé 7
pe UE. A qe heras abimo, de mborst. La posición vortical de ly 1
A ecu lisoitpr et espacio ocupade:
de A a A enel piano jirafi:y 30:el piano pcia
OA A sique eespondia a da
EEC $ esca «et enero hue enen el jinefa y enal pirámide seáni
EN Ae E A pleito,vertical Viegaba hasta el lares
o y ca .% Ss purvisn mitida (a parte. ¿más estrocha. abajo yn
ade 7me A conismo: en el queel concilio
o +A a AOL pogo qe rare, Las ventanas del piano rericale
| AA a ERIN ey vts do de Le paxición del caen se
i ña pl an de retención de m.peso que hay q a
AA its aa rez porla fuerza de la inerieamodeap
ds: ile y pde gus, despues del impulso iniciob estaba su
y PCIA edil aras
q 2 momento ex que golpeaba dape
O here vertical no podia alcanzar
loslrilez de difesenci
e a orbe en dos pienos decola y uc 3 j eN
; ral Mir y a menudo renia un algo como de inv bh
Y A Deate 5. memánles para ur iataremto de sinptia dibisión
an id pelo de smaterialos rtignoa catas ysustemas deosa
O A WERE dl Pracctina quiers.que las veitajas, almenos den
G de se si Seyeribao 2.103 invonvenicles,
elplano vesticahas
a >ptos rn Poe ass y las irme, 0 que
Jo depara
y eig eo petsde Mes ten queridos por Bchuber y un
se a to emetiolo ul tacto y-mútbo más dificil dertier
HU jo abra deebatas eN :
ae pe soplo haria de mitad del siglo
eados Essdos De
E Ae * Pete e $os umbrales delaglo se El e 11M
0 oca de ey a American
Piano Manatactirers ad
5 E ER pe 9d
1 qe MA
A): Dia Ei estor
A
CAPÍTULO I
Alemania
EA RAE
O
AOS
a
A ANA
. menores y mínimos del Biedermeier más profundizado que el que hoy po-
seemos nos permitiría probablemente encontrar muchos otros ejemplos de
experimentaciones realizadas entre el comienzo del siglo y el año 1830, más
o menos. Por lo demás, el Mendelssohn maduro no reniega del todo, sino
que conserva en gran medida los elementos estilísticos del Rondó capricho-
so que pertenecen sin lugar a dudas al Biedermeier. Mendelssohn y los otros
románticos, no obstante, conducen a una definitiva significación estética
los intentos y las búsquedas del período anterior, iniciando al mismo
tiempo nuevas búsquedas sobre las potencialidades del piano como las que
se estaban fijando, en cuanto a principios de construcción, entre los años
1830 y 1840.
Entre las obras pianísticas de Mendelssohn, de quien fueron y son fa-
mosas las Variations sérieuses, merecen una cita los algo clásicos seis Prelu-
dios y fugas, la Fantasía en fa sostenido menor, op. 28, y, sobre todo, los dos
- Conciertos. Mientras el juvenil Concierto en la menor, compuesto entre
1823 y 1824, permanecía vinculado a un Biedermeier no inmune de tenta-
ciones de clasicismo académico, el Concierto en sol menor, op. 25, com-
puesto en 1831, reasume de una manera muy madura una orientación
clásica de la relación solista-orquesta. Entre 1829 y 1831 Mendelssohn
había realizado viajes de instrucción por varios países de Europa, que casi
insensiblemente se habían convertidos en apariciones concertísticas y en
estrenos internacionales, aunque procurando no ponerse en competencia
con los famélicos cazadores de gloria y, en vez de dejarse ver en conciertos
y piezas de concierto brillantes, había ejecutado algunas páginas de altí-
simo valor, los Conciertos números 4 y 5 de Beethoven y el Concertstúck de
Weber, que los virtuosos evitaban. El Concierto en sol menor continúa, en
el campo creativo, los intentos culturales del Mendelssohn intérprete: rea-
nuda la concepción clásica de la relación solista-orquesta (con una referen-
cia más directa al Concierto número 4 de Beethoven), mantiene algunas
características del concierto Biedermeier (con una referencia más directa al
Concierto número 3 en sol menor de Moscheles), anticipa el predominio
romántico del solista sobre la orquesta y reanuda la forma clásica y Bieder-
meier articulándola de una manera nueva y ágil.
El Concierto en sol menor se distingue ante todo por la originalidad de
la forma: la exposición orquestal, imprescindible en el concierto clásico y
en el concierto Biedermeier, es sustituida por una breve y apremiante in-
troducción, que culmina con la entrada del solista (en dobles octavas, im-
ponente y orgullosa, como para prefigurar el comienzo del Concierto
- número 1 de Liszt); las claras divisiones del concierto clásico, con los re-
tornelos orquestales que escanden las subdivisiones estructurales, son eli-
minadas por Mendelssohn, que, aun respetando integramente la forma
" clásica, la trata con una fluidez y una continuidad hasta entonces insólitas;
ni siquiera la cadencia, que es mantenida, rompe el discurso, sino que es un
punto culminante, una cadencia en el tiempo sobre la cual vuelve a inser-
tarse la orquesta.
Después de la breve coda que sigue a la cadencia, Mendelssohn no cie-
rra el movimiento, pero añade un intermedio de fantasía que, sin solución
ALEMANIA 97
pin y Schumann. Mas por ahora, sólo las Sinfonías están ganando un
puesto en la vida concertística, mientras que las páginas para piano perma-
necen precisamente en el limbo al cual las ha relegado el hecho de reducir a
Mendelssohn a la categoría de garante y maestro de buenas maneras, con-
trapuesto por la sociedad victoriana a aquel maestro de maneras pésimas
que fue Wagner.
En una curiosa página de 1835, Robert Schumann coloca al Mendels-
sohn ejecutante del Concierto en sol menor en el sagrario de lo absoluto, de
aquello de lo que «no se puede decir nada», junto con la Sinfonía Júpiter de
Mozart, «cosas que parecen de Shakespeare», «algunas de Beethoven».
También de otros testimonios se desprendía la convicción de que Mendels-
sohn era un pianista excelente; pero su formación de músico y sus aspiracio-
nes artísticas le excluían del número de los virtuosos románticos arrastra-
dores de multitudes. Los dos tribunos que aparecieron en el área de habla
alemana fueron Sigismund Thalberg y Adolf Henselt.
El primero, nacido en Suiza de padres austríacos (era hijo ilegítimo del
príncipe Dietrichstein y de la baronesa Von Wetzlar), se educó en Viena,
donde estudió también con Hummel. Debutó en 1829, y obtuvo en 1831 un
éxito enorme que le hizo famoso en toda Europa, con el Concierto en fa
menor, Op. 5, ejecutado por él en Viena el 20 de marzo (y Chopin, que el 4
de abril ejecutó en Viena su Concierto en mi menor, fracasó). El Concierto
de Thalberg era una pieza, por decirlo así, super-Biedermeter, en la que el
virtuosismo alcanzaba límites paroxísticos y en la que se restablecía la ca-
dencia del primer movimiento, ausente en los conciertos de Hummel, Mos-
cheles y otros hasta llegar a Chopin. Sin embargo, no fue el Concierto, op. 5,
el que hizo de Thalberg uno de los más celebrados virtuosos del siglo, ni la
Sonata, op. 56, ni la Balada, op. 76, ni, en general, las piezas en las que
Thalberg buscaba una versión suya casera del romanticismo chopiniano-
lisztiano. El arma victoriosa de Thalberg fue confiada a sus fantasías sobre
temas de obras teatrales, al Tema original y Estudio, op. 45, y a una recopila-
ción de transcripciones titulada El arte del canto aplicado al piano.
Las fantasías dramáticas thalbergianas que arrebataron a los públicos
de todo el globo (peregrinó hasta los Estados Unidos yel Brasil) fueron las
referentes a la Dama del lago y al Barbero de Sevilla de Rossini, a la Sonám-
bula y a la Norma de Bellini, al Don Juan de Mozart, al Don Pasquale de Do-
nizetti y, entre todas, como champán embriagador, la referente al Moisés de
Rossini. Thalberg se presentó con la Fantasía sobre Moisés en París, centro
máximo del virtuosismo, en 1835, y dejó de piedra a un público ciertamente
no acostumbrado a petrificarse con facilidad. Cuarenta años más tarde es-
cribía el gran pedagogo Antoine-Francois Marmontel: «Se intentaba adivi-
nar el secreto de aquella poderosa sonoridad. La bella y larga melodía, que
a cada estrofa acrecentabáa su fuerza, surgía bajo el torrente de los arpegios
que recorrían el teclado en toda su extensión». Secreto de simplicidad ex-
trema y de extrema ingeniosidad. Ya hemos encontrado (por ejemplo, en
el Rondó caprichoso de Mendelssohn) la disposición pianística en la que el
tema O la melodía se cantan en el registro central (el más sonoro y pastoso,
el más parecido a la voz masculina), con un bajo de sostén y con una ligera
ALEMANIA 99
Quién era el que traicionaba los «derechos del canto» lo sabemos ho-
jeando las páginas de la Italia musicale, el periódico publicado por Lucca:
era Verdi. A pesar de la estima de Lucca y de otros, las veinticuatro piezas
del Arte del canto no nos emocionan mucho, porque en general son dema-
siado fáciles, demasiado al alcance de quejumbrosas jovencitas de la buena
sociedad, demasiado inferiores a aquel otro arte del canto que Liszt reunió
con sus transcripciones de Rossini, de Schubert, de Schumann. Después de
haber admirado tal vez 1] mio tesoro del Don Juan, Voi que sapete de las Bodas
de Fígaro y la Balada de la Preciosa de Weber cerramos para siempre el libro.
En cambio, lo que nos interesa es la premisa, que nos da la medida de una
lúcida conciencia de los límites del piano y de una búsqueda ingeniosa
sobre una técnica del toque diferenciada.
El punto de partida es una sorprendente distinción entre realidad e ilu-
sión, ilusión que vence la realidad: «Así como el piano no puede, racional-
mente hablando, reproducir el bello arte del canto en lo que ofrece de más
perfecto, es decir, no tiene la facultad de prolongar los sonidos, es necesario
destruir esta imperfección con la destreza y con el arte, procurando produ-
cir no sólo la ilusión de los sonidos sostenidos y prolongados sino también
v
ALEMANIA 101
y sus apariciones se redujeron a tal punto que en los últimos treinta años de
su vida parece ser que sólo actuó tres veces en público.
El trabajo más comprometido de Henselt y el más significativo históri-
camente es el Concierto en fa menor, op. 16. Concierto Biedermeier fuera
de su época, en el que parece revivir una Edad Media a lo Walter Scott, el
Concierto, op. 16, posee una fascinación que nace ante todo de sus mismos
defectos. Nos hallamos hacia el año 1840: Moscheles, Ries, Kalkbrenner y
finalmente Chopin han escrito ya sus conciertos di bravura, en los que el
papel del piano siempre se ha ido ampliando y el papel de la orquesta es
cada vez más restringido; Liszt ha hecho ya algún esbozo para su primer
Concierto, pero no ha seguido adelante; Schumann, después de haber bos-
quejado y abandonado tres proyectos de concierto, se dispone a empezar a
componer el Concierto en la menor y deberá trabajar en él durante cuatro
años antes de resolver verdaderamente el problema. Se comprende que
haya compositores (Henry Herz es quizá el ejemplar más típico) que conti-
núen escribiendo conciertos di bravura y el público les ha recompensado
con éxitos extraordinarios, pero los compositores de mayor talento han
comprendido que el virtuosismo di bravura ya está pasado de moda. Hemos
visto anteriormente cuál fue la solución de Mendelssohn: un concierto ni
clásico, ni Biedermeier, ni romántico, que marcaba un punto de paso de
una época a otra. Solución, pues, transitoria, más allá de la cual no había
logrado pasar Mendelssohn cuando había compuesto su Concierto núme-
ro 2. Schumann, haciendo la crítica del Segundo Concierto de Mendelssohn,
observó, de una manera muy aguda: «Difícilmente podrán los virtuosos lu-
cirse en este Concierto con sus prodigiosas facultades. No les exige nada
que no hayan hecho y tocado ya centenares de veces. En realidad, a me-
nudo les hemos oído lamentarse de ello. Tienen algo de razón: la ocasión
de mostrar habilidad mediante la novedad y el brillo de los pasajes no debe
quedar excluida de un concierto».
La solución del problema, teóricamente, se presentaba muy sencilla: o
hallar una relación distinta entre solista y orquesta, manteniendo, no obs-
tante, la supremacía del solista e inventando, por lo tanto, nuevas formas de
virtuosismo, o suprimir la orquesta. La segunda solución es la que Schu-
mann había intentado en 1835-1836 con el Concert sans orchestre, op. 14. La
primera solución es la que, de manera diferente, habrían encontrado sucesi-
vamente Schumann, Liszt y Brahms.
Henselt siente, también él, el problema como puro virtuoso de habili-
dad, con la forma mentis del virtuoso que debe ofrecer al público un espec-
táculo de técnica emocionante de por sí, y con el estajanovismo del virtuoso
que debe trabajar diez o doce horas diarias sobre un tipo de preparación
claramente atlética. Por esto, con el Concierto, op. 16, busca Henselt la solu-
ción intermedia, la solución de compromiso: la presencia de la orquesta se
justifica por algunos poquísimos episodios en los que su papel aparece
como esencial (el coral «Religioso» en la mitad del primer movimiento),
confiado a los arcos con sordina, algunas intervenciones de los violoncelos
y de los instrumentos en el tercer movimiento, y el piano no renuncia un
ápice de su patrimonio tradicional de habilidad, sino que más bien lo acre-
>
ALEMANIA 103
didad del piano, mientras que, por ejemplo, para Beethoven, debemos ha-
cernos prestar algo para obtener el color del sonido, primero por la trompa,
después por el oboe, etc.» Así escribía en 1835 Schumann, hablando de al-
gunas Sonatas de Schubert. Han hecho falta más de cien años para que la
cultura hiciera suya Áe un modo definitivo e indiscutido esta fundamental
iluminación crítica schumanniana.
Poseyendo una conciencia tan límpida de la historia, Schumann debía
ser el espejo de aquello que su época no podía dejar de ser para suceder dig-
namente al clasicismo vienés. Con Haydn, Mozart, Beethoven y Schubert la
sonata había alcanzado un grado tal de desarrollo que hacía imposible una
ulterior evolución: para Schumann; lo veremos después, la forma sonata se
convierte en un problema de relación con la historia, no de desarrollo his-
tórico. Pero con Schubert y con Beethoven, como hemos dicho, el clasi-
cismo había empezado también a organizar en ciclo las pequeñas formas:
Schumann, partiendo de las experiencias beethovenianas y schubertianas,
se convierte en el creador del políptico. El Beethoven de las Variaciones,
op. 120, y el Schubert de la Wanderer-Fantasie habían superado el concepto
de variación creando el principio de transformación infinita de estructuras
elementales: Schumann ve esta meta como el momento más radical alcan-
zado por el clasicismo, y la aplicación de este principio representa el filón
principal de su operatividad.
Las encantadoras Variaciones sobre el nombre Abegg, op. 1 (1830), repre-
sentan el primer momento, aún no radical, de la poética schumanniana:
basada en un tema derivado de la denominación alemana de las notas
(a=la, b=si bemol, g=sol), el opus 1 es una delicada fantasía de gusto de
salón, de un Biedermeier filtrado a través de una sombra de afectuosa iro-
nía. Las incompletas, emocionantes Variaciones sobre un tema de Beethoven
(1833) se sitúan en el extremo opuesto: son una exploración de las estructu-
ras profundas de un tema, el Allegreto de la Séptima Sinfonía, vuelta irreco-
nocible para hacer de sustrato a una creación surrealista, que supera todos
los cánones estéticos de la época y que, introduciendo citas de otros trozos,
pone como base un análisis sobre núcleos fundamentales del componer
beethoveniano. Si se consideran las Variaciones sobre el Allegretto de la Sép-
tima escritas por el buen abate Gelinek aproximadamente un cuarto de
siglo antes y aún no superadas por el gusto medio de los contemporáneos
de Schumann, se tiene una idea de cuán paradójicas deberían parecer las
variaciones schumannianas: tal vez, visto que las dejó incompletas, a los
ojos del autor mismo. Si el tema con variaciones puede compararse a una
serie de retratos del mismo personaje con diversos vestidos, actitudes y am-
bientaciones, las Variaciones sobre un tema de Beethoven son comparables a
retratos al modo de Picasso o de Braque: ¡imaginen el efecto sobre los cur-
sis de 1830!
En el centro de la poética de Schumann podemos colocar los Estudios
sinfónicos, op. 13, y el Carnaval, op. 9. Los Estudios sinfónicos son el estadio
final de una obra en forma de variaciones largamente elaborada, de la que
se conoce una versión de 1834, una segunda versión de 1834-1835, una ter-
cera de 1837 y una cuarta de 1852. Las versiones tercera y cuarta están pu-
108 EL ROMANTICISMO
Animato — (4=400)
Hand
Rechte
París
sonoridad de la primera cuerda del violín con la sonoridad seca y algo ás-
pera del registro sobreagudo de los pianos de 1830:
O E E O
e E A A A A A A
O]
PP molto legato
HS
Sa.
TUD PL Ps
== X= La e Y e
santes y escritos a veces de un modo tan poco tradicional como para sor-
prender a un grave y no académico editor como Mugellini por la «estruc-
tura extravagante de los pasajes». También es posible que Chopin hubiese
obtenido sugerencias de las investigaciones de Kessler, pero es poco lo que
sabemos acerca de las relaciones entre los dos hombres y, por consiguiente,
hemos de suponer que Chopin hizo él solo los descubrimientos de los que
ahora hablaremos.
En el Estudio, op. 10, núm. 1, el ataque del dedo a la tecla ocurre en po-
sición ya no longitudinal, sino transversal, mientras la ondulación lateral
de la mano sigue y no se anticipa al movimiento del dedo sobre la tecla; al
variar el impacto dedo-tecla, varía el timbre. En el Estudio, op. 10, núm. 2,
el medio, el anular y el meñique que ejecutan la escala cromática deben ne-
cesariamente atacar la tecla en posición transversal porque el pulgar y el ín-
dice ejecutan los acordes de dos notas. Se puede muy bien suponer el origen
violinístico del Estudio número 1 (basado sobre las cuatro cuerdas), del Estu-
dio número 2 (escala con pizzicatos de la izquierda) o el origen violoncelís-
tico del Estudio número 9; pero el efecto no es violinístico: es invención de
sonoridad pianística nueva. Sonoridad de volumen no grande, de timbre
crepitante, estremecido, agresivo, que Chopin aplica también a una escri-
tura tradicional: por ejemplo, el Estudio, op. 10, núm. 4, no sería de sonori-
dad nueva si hubiese sido escrito en do menor: en do sostenido menor, con
la mano en posición diferente de la tradicional, o sea, más alta, exige, en
cambio, una soltura de los dedos que da una sonoridad diferente; e igual-
mente, el Estudio, op. 10, núm. 7, en el que las dobles notas, con la repercu-
sión de la parte inferior, obligan al ejecutante a adoptar una posición de la
mano muy alta.
La técnica de Chopin no fue verdaderamente analizada durante su vida.
Liszt se entusiasmó con los Estudios, op. 10, cuando se publicaron y los
aprendió en una semana; el crítico berlinés Ludwig Rellstab escribió: «El
que tiene los dedos torcidos los endereza trabajando sobre estos Estudios
[el op. 10]; los otros harán bien en no tocarlos sin tener cerca a los señores
Von Gráfe o Dieffenbach [célebres cirujanos de Berlín]»; muchos comenta-
ron que la sonoridad de Chopin era de volumen limitado y alguien encon-
tró que tenía «dedos de goma» y «manos de serpiente». Los apuntes para
un método que Chopin escribió en fecha desconocida nos dicen muy poco
sobre la técnica chopiniana. Ciertamente, Chopin no fue un pianista fu-
nambúlico, un pianista de moda; como escribiría él mismo muchos años
más tarde, con agudísimo sentido de la realidad, «para la clase burguesa se
requiere algo extraordinario y mecánico, que yo no poseo» (carta del 2 de
junio de 1848). Un histórico como Wilhelm de Lenz, y dos virtuosos como
Liszt y Anton Rubinstein, sin embargo, consideraban extraordinario el vir-
tuosismo de Chopin y, por consiguiente, su capacidad de invención del so-
nido debía ser como para asombrar a quien, no dado fácilmente a asom-
brarse, tuvo ocasión de escucharle. Más allá de las numerosas descripcio-
nes que no nos dan más que una vaga idea del fenómeno, en sentido téc-
nico sólo podemos en realidad hacer conjeturas; más bien, una conjetura:
la de que Chopin superase el ataque clásico de la tecla —muñeca ligera-
128 EL ROMANTICISMO
Introducción
Primer grupo temático (sol menor)
Primer episodio de transición, sobre material del primer grupo
Segundo grupo temático (Mi bemol mayor)
Segundo episodio de transición, sobre material del primer grupo
Segundo grupo temático (La mayor)
Tercer episodio de transición, sobre material del primer grupo
Segundo grupo temático (Mi bemol mayor)
Primer grupo temático, abreviado (sol menor)
Coda.
, Chopin se
como fundamentos de un nuevo arte polaco. En este sentido
la poética de los románti cos, pero
aproxima, al menos en las Baladas, a
protest as contra los títulos añadid os a
nunca elige, antes detesta (véanse sus
s inglese s) títulos no genéric os. Nos
sus composiciones por algunos editore
n entre la Balada, op. 23, y una balada
parece pues pueril buscar la relació
re-
determinada de Mickiewicz, mientras que en el plano musical la Balada
dinaria , verdad eramen te asombr osa en un com-
presenta una meta extraor
positor de veinticinco años.
Los ocho meses pasados por Chopin en Viena en 1830-1831 representan
de
el momento de la crisis, de la desprovincianización, del descubrimiento
la realidad contemporánea. En los primeros años transcurridos en París,
Chopin encuentra un punto de equilibrio entre la búsqueda experimental y
la inserción en un contexto sociocultural. Además de la Balada, op. 23, co-
menzada en Viena pero terminada en París, son sobre todo los Estudios,
op. 25, y las Polonesas, op. 26, los que representan en este momento el expe-
rimentalismo chopiniano. En el opus 26 la Polonesa adquiere tonos dramá-
ticos. extraños a su tradición y apenas esbozados en algunas de las Polo-
nesas escritas en Varsovia, que desplazan el género hacia la poética del
poema danzado en vez de la de la danza. En los Estudios, op. 25, prosigue
la investigación sobre la sonoridad, también como profundización de ins-
trumentaciones pianísticas ya conocidas. El primer estudio, por ejemplo,
varía la disposición del Impromptu, op. 90, núm. 3, de Schubert, que a
su vez derivaba del primer movimiento de la Sonata, op. 27, núm. 2 de Beet-
hoven, y tiene en cuenta la disposición de la parte central del Impromptu,
op. 9, núm. 4. Chopin amplía la distancia entre melodía y bajo y añade
una segunda línea armonicorrítmica; la distinción de la grafía (melodía y
bajo de tamaño ordinario, partes del medio más finas, como hasta entonces
se había empleado sólo para pequeñas cadencias ornamentales) visualiza
para el intérprete la distinción de dos timbres; y no sólo de dos timbres, sino
también de dos planos perspectivos: más que de partes en relieve sobre un
plano único se puede ya hablar de primer y segundo plano, de espacializa-
ción del sonido:
informó sobre los precios de las lecciones supo que la tarifa de Chopin era
de veinte francos oro. Es difícil efectuar un cálculo, incluso aproximado,
sobre el valor actual del franco oro, pero se puede comprender muy bien a
qué nivel había llegado Chopin cuando se compara su tarifa con las de
otros. Un profesor corriente cobraba cinco francos, un profesor de buena
fama ocho francos; Kalkbrenner, que era Kalkbrenner, profesor del conser-
vatorio, socio de Pleyel, inventor del guiamanos, ¡llegaba sólo a doce!
La clientela de Chopin era la que ha sido inmortalizada en sus dedica-
torias. Sobre todo femeninas: desde la princesa Marcellina Czartoriska, pa-
sando por todos los grados del Gotha menory de la gran burguesía, hasta la
señorita Friederike Mueller. Chopin impartía hasta ocho o nueve lecciones
diarias, y su prestigio era tal que con frecuencia sus alumnas iban a su casa
(¡con carabina, naturalmente!) en vez de hacer trotar al maestro de un pala-
cio a otro; cuando iba a dar lecciones a la casa de la alumna, Chopin tenía
derecho a entrar por la puerta principal en vez de hacerlo por la puerta de
servicio, reservada a los maestros corrientes. ¡En suma, desde Beethoven no
se había visto un músico que pudiese tratar tan de tú a tú a la aristocracia y
a la alta finanza!
¿Qué enseñaba Chopin y cómo lo enseñaba? Hacía hacer ejercicios de
los cinco dedos en una posición inédita: mi - fa sostenido - sol sostenido -
la sostenido - si. Posición en la que el pulgar y el meñique tocaban las te-
clas blancas, y los dedos largos, las teclas negras: dedos cortos contra tecla
larga, dedos largos contra tecla corta. La posición para los ejercicios sobre
las cinco notas se elige para desarrollar el tipo de toque que el didacta con-
sidera fundamental, y parece claro que la inédita posición de Chopin había
de servir para desarrollar el toque con flexión del dedo deslizándose a lo
largo de la tecla, toque que permite el más seguro dominio de la tecla por-
que se desarrolla partiendo de un punto próximo al punto de apoyo de la
palanca y alejándose del punto de apoyo mismo.
Chopin, coherentemente con el planteamiento básico, iniciaba después
el estudio de las escalas, partiendo no del Do mayor sino del Si mayor, pro-
bablemente porque adiestraba la mano en los desplazamientos laterales, en
vez de obligar al pulgar a doblarse bajo la palma de la mano. Por desgracia.
como ya hemos dicho, los esbozos para un método que Chopin realizó bas-
tante fatigosamente son poco más que anotaciones y no poseen carácter sis-
temático, aunque bastan para demostrar la posesión racional de una téc-
nica encaminada hacia un arte refinadísimo del sonido. No podemos, pues.
decir mucho con precisión y certeza.
Existen los testimonios de algunos alumnos sobre la didáctica y sobre
los principios de estética y de estilística de Chopin: testimonios que se exa-
minan, a nuestro juicio, con mucha circunspección y que en su conjunto
nos dicen menos todavía que las pocas páginas del método. En cambio, las
listas de las partituras que los alumnos estudiaron nos dicen cuál fue su re-
pertorio didáctico, aun cuando no nos revelan casi nada sobre el uso que de
aquel repertorio hacía el maestro y para qué fines lo seleccionaba. Chopin
hacía estudiar el Clave bien temperado de Bach, los Preludios y Ejercicios y
el Gradus ad Parnassum de Clementi, los Estudios de Cramer, los Estudios,
PARÍS 133
op. 95, de Moscheles, nada de Mozart, pocas Sonatas de Beethoven (op. 14,
núm. 2, op. 26, op.27, núm. 2, op. 31, núm. 2, op. 57), los Conciertos y los
Nocturnos de Field y muchas composiciones de Hummel, las Sonatas,
op. 24 y op. 39, y el Concertstúck de Weber, algo de Schubert, sobre todo a
cuatro manos, las Romanzas sin palabras y el Concierto en sol menor de
Mendelssohn, poquísimas transcripciones de Liszt, algo de los composito-
res parisienses de la época, nada de Schumann. La enseñanza de Chopin,
emanación directa de su arte y de su concepción del piano, produjo pocos
profesionales y ningún gran concertista militante: Carl Filstch, que por lo
que parece prometía convertirse en un segundo Liszt, murió a la edad de
quince años; Carl Mikuli enseñó en Lemberg, y Georges Mathias en el
Conservatorio de París. Ninguno de ellos, como se ve, llegó a crear escuela y
la difusión de las obras de Chopin y su interpretación se debió sobre todo a
Liszt, a sus discípulos y a Anton Rubinstein.
La relación positiva entre Chopin y su mundo social alcanzó el punto
culminante entre 1835 y 1837. Son los años en los que Chopin, prometido
en secreto con la condesa Maria Wodziñska, piensa en un arreglo burgués y
en una vida tranquila, podríamos decir de intelectual. La serenidad de su
música se ve en este momento apenas turbada por el furor del Nocturno,
op. 27, núm. 1 y por el recitativo final del Nocturno, op. 32, núm. 1, y su escri-
tura alcanza vértices de eufonía y esplendor insuperables en el Nocturno,
op. 27, núm. 2, en el Impromptu, op. 29, en el Scherzo, op. 31, y los Val-
ses, Op. 34,
La nueva crisis, que vuelve a lanzar a Chopin por el camino de lo desco-
nocido, llega después de 1837, tras la ruptura con los Wodziñski; y en las
obras 35-39 (y también en el opus 28, los Preludios, en los que Chopin
había empezado a trabajar desde 1836, pero que no terminó hasta enero de
1839) asistimos a la explosión de un experimentalismo revolucionario sin
igual. Los preludios son mucho más que una colección de veinticuatro pie-
zas: son el sin par experimento chopiniano de organizar las pequeñas for-
mas en un políptico según el rígido abstracto diseño geométrico de la
sucesión de las tonalidades en la alternancia de modo mayor y modo
menor. Después del ejemplo del Clave bien temperado, entendido, sin em-
bargo, como colección y no como ciclo, el empeño de componer piezas si-
milares en las veinticuatro tonalidades había estado siempre reservado a
obras didácticas: Clementi había enlazado veinticuatro Ejercicios y Kessler
veinticuatro Estudios; August Alexander Klengel cuarenta y ocho (24 x 2)
Cánones y Fugas, Johann Wilhelm Hássler trescientos sesenta (24 X 15)
Preludios; Liszt había proyectado cuarenta y ocho Estudios, los había redu-
cido a veinticuatro y se había parado en doce. Chopin logró juntar veinti-
cuatro cuadros que en su conjunto tienen un sentido formal completo: se
consigue alternando velocidad, densidades rítmicas y caracteres expresivos,
de suerte que cada pieza tenga su complemento en la próxima y que el má-
ximo de la extensión y de la intensidad se alcancen en el centro. Es muy di-
fícil, en realidad, distinguir la unidad formal del ciclo de los Preludios: el
propio Schumann, al hacer la crítica de ellos, los consideró como un acopio
de fragmentos, «ruinas y plumas de águila», y su opinión prevaleció hasta
134 EL ROMANTICISMO
gracia, la iglesuela siempre puede mucho, y Heller aún está esperando con-
vertirse en el poeta. Pero si no el poeta, por lo menos poeta sí lo era. Sus
Promenades d'un solitaire, inspiradas en Rousseau, elogiadísimas por la crí-
tica contemporánea, y los Preludios, op. 81, que todavía se ejecutaban a
fines del siglo, han desaparecido del repertorio; pero los Estudios, especial-
mente las tres colecciones opus 45, 46, 47, se han adoptado siempre, y por su
utilidad y belleza sólo son superados por el Album para la juventud, de
Schumann.
Todos estos pianistas-compositores, a los que añadiremos dentro de
poco a Liszt, pertenecen a la «legión extranjera» que hacia 1830 llega a
París y lo conquista, y todos son, sobre todo, especialistas en el manipular,
para gozo de los aficionados, temas de obras teatrales, usados unas veces
para variaciones, otras veces para divertimentos, caprichos, rondós, impro-
visaciones, reminiscencias, mosaicos, ilustraciones; otras para fantasías
distinguidas en elegantes, brillantes, dramáticas, favoritas, características
de sala de concierto. La música pianística francesa había tenido bien poco
que oponer a Londres y a Viena, porque poco después de la oleada de la
primera «legión extranjera», que huyó precipitadamente después de la Re-
volución, sólo Boieldieu y Méhul habían escrito piezas para piano que su-
peraron las fronteras. Louis Adam, alsaciano, padre del autor de Giselle,
había fundado la escuela pianística francesa y había escrito algunas Sona-
tas, una de las cuales, la op. 10 (1810), puede compararse sin desdoro con las
más bellas sonatas del Biedermeier. Hacia 1810 se había destacado Alexan-
der-Pierre-Francois Boély, que conocía bien las obras de Beethoven y que
fue de los primeros en estudiar con pasión a Bach y el barroco, hasta el
punto de escribir más tarde cuatro Suites, op. 16, «compuestas en el estilo de
los maestros antiguos». Ningún compositor francés, en los primeros treinta
años del siglo, había sido un protagonista de la vida musical internacional.
El despegue de París como centro internacional de la música pianística
pone en el candelero también a algunos pianistas-compositores franceses.
Hemos recordado incidentalmente a Émile Prudent, Louis Lacombe y Ale-
xander Goria como seguidores de Thalberg, famosos en toda Europa; aña-
damos a Henry Ravina, cuyos Estudios fueron adoptados durante mucho
tiempo en las escuelas francesas, y a Henry Rosellen, cuya Revérie, op. 31,
núm. 4, era recomendaba por Goncourt como medio infalible para hacer
caer enamoradas a las muchachitas. El único pianista-compositor de au-
téntica talla histórica es Charles-Henri-Valentin Morhange llamado Alkan.
Alkan es una figura misteriosa, fantasmal, mítica. Ganaba a los once
años de edad el primer premio de piano en el Conservatorio, y a los dieci-
siete era un pianista consumado. Formó parte de los círculos intelectuales
románticos y fue amigo de Chopin, de quien «heredó» muchos alumnos y
alumnas. Fue activísimo como compositor entre los años 1840 y 1848; luego
desapareció de la circulación durante casi diez años, se dedicó después de
nuevo a escribir y a los sesenta años empezó a dar seis conciertos anuales
en la Sala Erard, rodeado, dice Philipp, de una nube de damas «parfumées
et froufrounantes». Murió a los setenta y cinco años, como consecuencia de
la caída de una escalera mientras cogía de un estante un libro del Talmud.
PARÍS 139
La fama de Alkan pende de un hilo tenue que desde hace cien años o
más no parece que vaya a romperse ni a hacerse más fuerte. Un hijo suyo
natural, Elie Miriam Delaborde, ejecutó algunas de sus composiciones y
reeditó a finales del sigloruna amplia selección de sus obras pianísticas; Isi-
dor Philipp continuó jurándo en falso sobre Alkan durante los tres cuartos
de siglo y en todo ese tiempo enseñó en París y en América; Ferruccio Bu-
soni ejecutó varias de sus piezas, y su alumno Egon Petri anduvo tras sus
huellas; el disco empezó a interesarse por él hacia el año 1970: hoy es defen-
sor de Alkan, sobre todo, el pianista inglés Ronald Smith, a quien se deben
numerosas grabaciones y una pequeña monografía.
No es fácil clasificar a Alkan, como no es fácil deshacerse de él: no es
Chopin, ni es Liszt y no es siquiera Heller o Wolff. Se le puede comparar
con Berlioz por su aspecto imponente, por la délirante grandiosidad de sus
construcciones; pero, en tanto que Berlioz se dirigía a un público e intentaba
organizar la vida musical conforme a sus concepciones, Alkan se limitaba a
escribir músicas que no ejecutaba, que no ejecutaban otros concertistas y
que eran demasiado difíciles para los aficionados. Pero la comparación
con Berlioz, formulada por Hans von Biúlow, es la más evidente, al menos
en este sentido: si para Berlioz la orquesta es el universo musical, que
puede sonar hasta con un pequeño conjunto de cámara, para Alkan el
universo musical es el piano, que puede sonar también como una orquesta.
La tendencia Biedermeier a hacer del piano un instrumento que sustituye a
la orquesta en un teatro atestado de público es seguida coherentemente por
Alkan, no menos que por el Liszt de la primera época. Y para Alkan, no
menos que para Liszt, vale lo que el mismo Liszt escribiera en 1837: «El
piano es para mí lo que la nave es para el marinero y el caballo para el árabe;
más aún: es mi lengua, mi vida, mi propio yo». Tomemos la Sonata, op. 33, de
Alkan, publicada a finales del año 1847 y titulada Les quatre Áges. Cin-
cuenta páginas, mil ciento veintiún compases, cuarenta y tres minutos de
música. Las dimensiones son las de la Sonata, op. 106, de Beethoven, y las
ambiciones, diremos, son parecidas. Alkan quiere delinear la vida del hom-
bre en sus cuatro edades, y los cuatro movimientos se titulan «20 años», «30
años (Casi Fausto)», «40 años (Feliz vida familiar)» y «50 años (Prometeo
encadenado)». El sintético programa y los retornos de los temas en varios
movimientos indican que Alkan mira hacia la estética de Berlioz; su domi-
nio del teclado y su audacia técnica no tienen límites. Verdaderamente,
donde Alkan nos asombra es en su capacidad de organizar la arquitectura
en función de la sonoridad que hay que obtener del instrumento: el primer
movimiento es en si menor, con terminación en Si mayor; y el segundo mo-
vimiento empieza en re sostenido menor, con terminación en Fa sostenido
mayor; pero el tercer movimiento es en Sol mayor, y el cuarto movimiento
en sol sostenido menor. La comparación con Mahler se impone al ins-
tante. ¿Por qué la Sinfonía número 9 de Mahler, que comienza en Re ma-
yor, termina en Re bemol mayor? Porque el timbre orquestal del Re
mayor no habría dado el carácter expresivo del cuarto movimiento, que
sólo en Re bemol mayor suena conforme a su significado. Por análogas ra-
zones, Alkan rompe en la Sonata el tradicional retorno final a la tonalidad
140 EL ROMANTICISMO
su alma para llorar, para esperar o para adorar». En la pieza de Liszt que
comienza Lento assai con un profondo sentimento di noia y termina Lento dis-
perato, la soledad como consuelo no es del todo evidente y el tema ideoló-
gico es más bien el romántico de la soledad como desolación y aniquila-
miento. La composición, que es una verdadera improvisación sobre dos
breves incisos temáticos, está construida más sobre estados de ánimo que
sobre relaciones formales referibles a la tradición, y en cuanto tal repre-
senta un momento revolucionario que va incluso más allá de las contempo-
ráneas esperanzas de Chopin y de Schumann.
Aún más profundizada es la experimentación sobre la poética y sobre el
lenguaje en el Album d'un voyageur, escrito entre 1835 y 1836 en tres partes:
Impresiones y poesías, que son siete composiciones originales; Flores melódi-
cas de los Alpes, que son nueve transcripciones de cantos populares, y Pará-
frasis, que son tres elaboraciones brillantes de músicas popularizantes. Liszt
hace preceder el 41bum de un prefacio, en el que expone, entre otras cosas,
dos conceptos clave de su juvenil romanticismo, programáticamente anti-
clasicista. El primer concepto se refiere al rechazo de las formas tradicionales:
«... úuna serie de piezas que no ateniéndose a ninguna forma conven-
cional, no encerrándose en ningún esquema especial, asumirán sucesiva-
mente los ritmos, los movimientos, las figuras más apropiadas para expresar
el sueño, la pasión o el pensamiento que las habrá inspirado». El segundo
concepto se refiere al desarrollo de la música instrumental como lenguaje
de lo inefable: «Cuanto más la música instrumental progresa, se desarrolla
y se libera de los primeros lazos, más tiende a recibir la impronta de la idea-
lidad que ha marcado la perfección de las artes plásticas, convertirse ya no
en una simple combinación de sonidos, sino en un lenguaje poético, más
adecuado quizá que la misma poesía para expresar todo aquello que nos
abre horizontes insólitos, todo aquello que rehúye el análisis, todo aquello
que se agita en la profundidades inaccesibles de los deseos imperecederos,
de los presentimientos, del infinito».
Declaraciones que no precisan de comentario, que se encuadran perfec-
tamente en la poética de los románticos y que sustancialmente no se verán
nunca desmentidas por Liszt. Pero Liszt sentirá más adelante, como antes
lo habían sentido Chopin y Schumann, el problema de la relación con la
tradición, y en los años de Weimar, como veremos, se preocupará por hacer
reconfluir en su poética, en una síntesis histórica completa, las formas tra-
dicionales y, ante todo, la forma sonata.
En paralelismo con esta experiencia y sin que podamos, como es evi-
dente, establecer barreras insuperables entre uno y otro momento, Liszt va
en busca de un nuevo virtuosismo, especialmente después de haber escu-
chado, en 1831, a Niccoló Paganini. La aparición de Paganini fue revela-
dora para Liszt, que había desarrollado al extremo el virtuosismo Bieder-
meier y no veía ya el modo de superarlo; reveladora de la posibilidad de
hacer revivir por última vez, y por lo tanto de hacer morir, la figura del vir-
tuoso que, componiendo para su instrumento, descubre en la materia posi-
bilidades ignotas y consigue con la revelación de lo desconocido encantar a
una multitud culturalmente no formada. La demonicidad de Paganini no
144 EL ROMANTICISMO
F energico
con fuoco
Grandioso
A A
CUARTA PARTE
El manierismo
Us a aya VANA
IN A 1
ms ab 4
] PENES PANES A
DANZA ade moda continuaba perl
] RATA”
Ke e E nr e pt rañquilizante Bjedermeier:
A A 5 uds a tentró nes dee,e lus varasY:
e IA Belgiójuzoy desus rente
> le
z pa Pra
Dn A a a in el pasion es
dla paga mod!
' Ls yin
y Chop ) '
los Ot,
: DIA a A A EN ON
2 A Y2 A Ars: LA NAM ICIONES de Thal**
de ue
Mai Los o AA jires Mas conforme al priacipid
ap eiii rrocible sino que debe permite '
a
- lo ic ta anación verdadera cons $
" 5 y paramaneria, superdues»
A traia en pasible ver niguna direct
2 sara, este onospto aápande y
a coral, pcs de la tera
carros veria en cada uno Glas
jala ende le ys sobre las motas nobleR,.
E door je mili ei :
DA a tor" a
Es A
o ds Tis
e tarabuén estay
Prñá. Viorz
y Ctra,
7
o ICAA «que obati: ia: y Ch
> 1 6 al dr comple, quese
po E GANA mi
SOZRCARARA, 100 UTA, la COMPOs ición
ESA ri
ee sua de
dh nación Chopin, art
7 Dr ds A Des des temérecia y cabaloa
eo ÍA MA a 1 e,
nonus sorprende dellol
pis e ido mida que podia) es a.
e A A E A A Pr ind:
OO AIAES sel A, eee Ara ci
9 é e
aa ne at AE i ida
conjunto
AS E aca As iO a
A añ + A Sorteo e da sobria 00 >
ñ ES 20 ES fl e A Eb, tmb 5 tan va Ya Epa A
o pk A5 me SE, EA, IRA ce ve gáriva sobre les
ta Y, aa e A, so puede bablar ás de ana conquist el
un rd es de la popularidad a laciampoplarie >
MA A O ts dd sa «el ua positor dede
dor6 AA Pc
E wait SM Actis: a
a e de pl
» E de up
| : :1 e
CapítULO I
Liszt en Weimar
[Allegro moderato]
LISZT EN WEIMAR 155
así como habría que analizar la profunda contradicción entre la vida (en par-
ticular la relación con la Sayn-Wittgenstein, que se inicia precisamente en
1848) y la fidelidad de la Iglesia católica. La dependencia del poder consti-
tuido lleva inevitablemente a Liszt al optimismo y al triunfalismo. No, en
cambio, en Funérailles, pieza merecidamente famosa, en la que las tristes
campanas del comienzo, la marcha fúnebre, el duelo, la charanga guerrera
establecen una progresión perfecta, entusiasmante, que trasciende el dato
naturalista para asumir el valor de una meditación sobre la muerte. No obs-
tante, no se puede dejar de observar, en relación con el crucial momento
histórico, el replegarse sobre sí mismo que revela Funérailles, frente a la lú-
cida conciencia política de un Heine, que en Im Oktober 1849 sabe expre-
sar el sentido de la derrota y de la impotencia de los intelectuales.
La revisión de las dos colecciones de Estudios mira sólo por excepción
hacia aspectos compositivos: las modificaciones son en este sentido margl-
nales, y solamente el número 3 de los Estudios de Paganini, la Campanella, es
completamente transformado. En cambio, las modificaciones de la escri-
tura son radicales: la dificultad sigue siendo, en general, muy grande, pero
se eliminan todos aquellos aspectos que sabían a acrobacia, a desafío a lo
imposible, y que aparecían ligados a las extraordinarias facultades perso-
nales de Liszt. La preocupación de Liszt no es hacer música para todos,
sino hacer asimilables sus descubrimientos a todos los que se dedican al
concertismo. No siempre, como hemos indicado ya, la nueva versión nos
parece mejor que la primera bajo el aspecto de la sonoridad. Pero tampoco
este momento de la revisión es únicamente técnica, sino, según nos parece,
ideológica: el desafío es transferido a la materia, desafío diabólico que
puede conducir la materia a la esclavitud, y las fuerzas tenebrosas y terri-
bles, suscitadas por la primera versión, son domeñadas y guiadas. no asus-
tando ya al que posee el gusto por el riesgo calculado y una musculatura en
condiciones para valorar y discriminar diferencias mínimas de espacios
y distancias.
Consideremos por un instante la Campanella. Tras la Fantasía de 1831-
1832, Liszt había compuesto en 1838 una nueva versión de la pieza, mucho
más breve, incluida en la recopilación de los Seis Grandes Estudios sobre Pa-
ganini. La versión de 1851 es aún un juego de azar sobre las distancias de
dos octavas, sobre las notas repercutidas, sobre las vibraciones del brazo.
pero es un juego elegante que puede realizarse con gracia. Una mano me-
diana tiene una apertura, del pulgar al meñique, de aproximadamente
veintiún-veintidós centímetros: una distancia de dos octavas, en el teclado,
cubre más o menos treinta y cinco centímetros. Los tres dedos largos, ín-
dice, medio y anular, se mueven con facilidad en un espacio de unos seis
centímetros: la técnica de las notas repercutidas les impone el moverse
en un espacio de aproximadamente un centímetro. El brazo puede vibrar
con un promedio de frecuencia de seis a siete movimientos por segundo:
una particular disposición natural y un especial adiestramiento permiten una
vibración de ocho a nueve movimientos por segundo. La última versión de
la Campanella no exige más, y aunque no es una pieza para todos, ni si-
quiera es exclusivamente para semidioses y demonios. Liszt, semidiós y de-
LISZT EN WEIMAR US
piano y arcos) y que hacia 1850 retorna como mito faustiano para permane-
cer luego presente hasta el final en la poética lisztiana.
Entre 1852 y 1853 Liszt aborda finalmente la forma sonata. La Sonata
en si menor de Liszt cierra él ciclo de la sonata romántica, entronca con la
Wanderer-Fantasie de Schubert, primera experiencia alternativa a la sonata
clásica, y es contemporánea de las tres Sonatas de Brahms, primeras expe-
riencias de sonata neoclásica. En la Sonata de Liszt se elimina, ante todo, la
división en varios movimientos; los cuatro movimientos tradicionales (alle-
gro, adagio, scherzo, finale) se mantienen, pero fundidos en un solo bloque, y
los elementos temáticos del primer y del segundo movimiento retornan en
el tercero y en el cuarto, que no presentan material nuevo. La forma de la
Sonata en si menor representa la síntesis de tres formas clásicas, es decir, de
la sonata en cuatro movimientos, del allegro de sonata, de la canción:
! Estamos hablando. como es evidente. de afinidades culturales. Por lo que respecta a las relaciones per-
sonales con los nazarenos y con los prerrafaelistas. se puede recordar que Liszt conocía bien y admiraba
mucho a Friedrich Overbeck: y que conoció muchos años más tarde a Edward Burne-Jones. por quien fue
retratado en el Merlín.
LISZT EN WEIMAR 163
Alemania
amor de Liszt se repartieron los favores del mundo femenino antes de que el
nórdico Grieg llegase para conquistar el imperio de los corazones sensibles.
Son muy singulares las siete Suites (notables, sobre todo, la número 4,
opus 91), singulares porque Raff trata con ellas de hacer revivir la suite clá-
sica en dimensiones formales posbeethovenianas, reasumiendo la idea lisz-
tiana de síntesis histórica, pero volviendo la atención, en vez de hacia los
principios del componer, hacia los caracteres pintorescos de los estilos. La
técnica contrapuntística que Raff emplea en las Suites vuelve en el Con-
cierto, op. 185 (1873), reminiscencias o de Mendelssohn o de Liszt y que
debe recordarse entre los ejemplos más significativos de tardorromanti-
cismo.
Entre los amigos de Liszt cabe citar, además, al gran didacta Theodor
Kullak, autor de la Escuela de las octavas y de una vasta producción, y al ha-
bilísimo editor Henry Litolff, autor de cinco Conciertos sinfónicos para
piano y orquesta. Litolff, como Liszt, quería tener en cuenta el desarrollo al-
canzado tanto por la técnica pianística como por la orquesta romántica
hacia la mitad del siglo, y, por consiguiente, quería emplear el piano en un
discurso sinfónico completo. Empeño ambiciosísimo, que Litolff logró rea-
lizar al menos en el Concierto núm. 4 en re menor, op. 102, compuesto en
1851 y ejecutado en París por el autor. Berlioz, crítico feroz y temidísimo,
alabó en aquella ocasión la sabiduría, la inspiración, la inteligencia, la no-
bleza de las melodías, la frescura de las ideas y la instrumentación, ha-
blando de «orquesta principesca» y de «sonoridades magníficamente com-
binadas»: cumplido que, viniendo de un mago de la instrumentación como
Berlioz, equivalía a una consagración. La orquesta usada por Litolff com-
prendía también trombones, flauta pequeña y triángulo, y era manejada
con extrema pericia, sin excluir por lo demás una parte de piano de trascen-
dental dificultad: ya sea por la concepción de la relación solista-orquesta,
ya por la técnica de la transformación de los temas, el Concierto en re
menor de Litolff representa, a nuestro juicio, el eslabón entre Mendelssohn-
Schumann y Liszt, y el hecho de que Liszt dedicase a Litolff su Concierto
núm. 1 nos dice que el señor de Weimar reconocía la función histórica de
los trabajos de su amigo, siete años más joven que él.
Más o menos de la misma edad que Litolffy Raff, Carl Reinecke fue el
faro de los antiwagnerianos y antilisztianos y fue persona poderosísima en
la organización de la vida musical alemana porque de 1860 a 1902 enseñó
piano y composición en el Conservatorio de Leipzig y de 1860 a 1895 fue di-
rector de los conciertos de la Gewandhaus. Sin embargo, el rígido academi-
cismo de Reinecke no estuvo desprovisto de aspectos positivos: por ejem-
plo, a él se debe la primera edición filológicamente correcta de las Sonatas
de Beethoven, a él se deben frecuentes ejecuciones de los Conciertos de Mo-
zart cuando Mozart era considerado aún autor poco rentable. Para los
Conciertos de Mozart y de Beethoven Reinecke escribió Cadencias, que per-
manecieron mucho tiempo en repertorio; como compositor obtuvo un pro-
longado éxito internacional con el primero de sus cuatro Conciertos, en fa
sostenido menor, op. 72 (1867).
También el Concierto, op. 18, de Hermann Goetz, compuesto en 1867
ALEMANIA 167
como el Primero de Reinecke, gozó de buena fama. La Sonata, op. 17, para
piano a cuatro manos, se ejecuta a veces en nuestros días, y entre las inocen-
tes paginitas de las Lose Blátter, op. 7, y de los Genrebilder, op. 13, se encuen-
tran piezas, como Bei Dir!, y Auf Wiedersehen!, que hicieron correr ríos de
lágrimas femeniles.
En Goetz, no menos que en muchos otros compositores alemanes del si-
glo x1x, vuelve a encontrarse siempre la vena amoroso-intimista que había-
mos observado en Mendelssohn y en Henselt, y que habremos podido
observar en Schumann, vena en la que predomina en la superficie el aspecto
sentimentaloide, pero en el que se percibe también, en lo profundo, un as-
pecto erótico. Los cuarenta y tres inocentes compases de 4uf Wiedersehen! de
Goetz rozan indudablemente lo kitsch, pero no son kitsch: son un cuadrito
sentimental en el que Freud habría bien podido percibir el perfume de li-
gero erotismo que a nuestro juicio hacía la fortuna de las piezas de ese gé-
nero. Pero el erotismo viene explícitamente declarado sólo en un caso, y
sólo en un contexto áulico que le confiere carta de ciudadanía en el salón
burgués: en Erotikon, op. 44, de Adolf Jensen, inspirado en la mitología y en
la poesía de la Grecia clásica. Sin embargo, Jensen no alcanza su más vivo
éxito con Erotikon ni con los Idilios, op. 43, inspirados también en la Grecia,
ni con las Escenas de vagabundeo, op. 17, ligadas al Schumann pánico de las
Escenas del bosque, sino con los más modestos 25 Estudios, op. 32 (en las
veinticuatro tonalidades: el vigésimo quinto cierra el ciclo con el Do mayor
del primero), que son un poco el homólogo alemán de los Estudios de He-
ller y que analizan con intención poética la técnica pianística, sobre todo
schumanniana. En cambio, en su más ambiciosa composición, la Sonata
en fa sostenido menor, op. 25, dedicada a Brahms y publicada en 1864, Jen-
sen se acercó a los confines de otro mundo en el que no llegó a penetrar.
Adolf Jensen murió joven, a los cuarenta y dos años, como joven murió
Goetz, a los treinta y seis. Muy joven murió el alumno de Liszt más rico en
talento, Julius Reubke, fallecido cuando sólo contaba veinticuatro años. El
nombre de Reubke ha sobrevivido al tiempo por la Sonata sobre el Salmo
número 94 para órgano; pero merecería ser conocida también su Sonata en
si bemol menor para piano, obra que entiende la lección lisztiana en sen-
tido evolutivo y, dice Newman, «en campo expresivo y en el sacar partido
del teclado avanza incluso un poco más» (que Liszt). Ejemplos de diligente
y esforzada imitación lisztiana son la Sonata, op. 1, de Alexander Winter-
berger, la Sonata, op. 1, de Rudolf von Viole, y la Sonata, op. 6, de Felix
Draeseke, todos discípulos de Liszt. Otros alumnos de Liszt pronto llegaron
a ser, como exigía la época, intérpretes: Hans Bronsart von Schellendorf,
autor de un lisztianísimo Concierto, op. 10, en fa sostenido menor, fue pia-
nista, director de orquesta, director de los teatros de Hannover y de Wei-
mar; Hans von Biilow, que se había distinguido con la Balada, op. 11, y con
el Impromptu Lacerba, figuró entre los mayores pianistas y directores de la
segunda mitad del siglo, en ocasiones incluso tentado por la composición,
como en el ignominioso Carnaval de Milán.
La lista de los discípulos de Liszt acaba aquí, como demostración del
hecho de que la influencia lisztiana no fue directa y no hizo gran presa en
168 EL MANIERISMO
Saint-Saéns. de 1858. Litolffy Liszt querían superar la idea misma del con-
cierto para buscar un nuevo organismo sinfónico y habían interpretado en
el sentido más radical las experiencias de Mendelssohn y Schumann; Ber-
wald y Saint-Saéns buscaban una relación de integración entre solista y Or-
questa, aligerando el trabajo del solista y volviendo, pues, hacia Mendels-
sohn. Brahms reemprende más bien el camino del Concierto núm. 3 de
Beethoven, concierto en el límite de dos épocas, en el que el clasicismo
había alcanzado la cumbre y se había detenido.
Si las estructuras son clásicas, las dimensiones del Concierto, op. 15, son
de tal amplitud como para plantear problemas de «retención» de las estruc-
turas mismas. Problemas, naturalmente, que ya habían sido afrontados por
el Beethoven de la Sonata, op. 106, de la Novena Sinfonía, de los Cuartetos,
op. 127, op. 130 y op. 132, que Brahms considera como cimas del clasicismo,
tratando siempre de continuar las últimas experiencias beethovenianas en
un campo, el del concierto, abandonado por Beethoven desde 1809. Brahms
resuelve los problemas formales con la complejidad de los grupos temáti-
cos, con una escritura pianística que exige del solista una multiplicidad de
funciones, y con una técnica del desarrollo temático y de construcción
de los temas sobre un intervalo de bases, el intervalo de cuarta justa, que de-
muestran una asombrosa asimilación de principios beethovenianos de
construcción del discurso.
Los trabajos que se sitúan entre las Sonatas y el Concierto representan
una especie de meditación y de adiós al romanticismo. Las Variaciones sobre
un tema de Schumann, op. 9 (1854), que en el autógrafo figuran como «Va-
riaciones sobre un tema de Él dedicadas a Ella» son al propio tiempo un
documento psicoanalítico de la relación Schumann-Clara-Brahms y el ho-
menaje afectuoso y apasionado al amigo venerado y a Clara, autora ella
misma, como hemos dicho, de variaciones sobre el mismo tema escogido
por Brahms (el Andantino, op. 99, núm. 4). En las Baladas, op. 10 (1854),
Brahms vuelve a la simple forma ternaria, a una forma de canción am-
pliada superando lo que había sido la elaboración chopiniana de la forma
de balada. También para este aspecto se puede hablar de clasicismo, es
decir, de reanudación de esquemas clásicos no modificados y, podríamos
decir, no «contaminados» por el romanticismo. Pero en Brahms, más que
este aspecto, aunque fundamental, hay que hacer resaltar la originalidad de
la invención temática y algunas novedades de escritura pianística, que lle-
nan el conjunto de las composiciones juveniles.
El estilo pianístico brahmsiano se presenta de pronto con tales caracte-
res personales inconfundibles como para hacer desalentador el estudio de
sus orígenes. Algunas semejanzas entre el Scherzo, op. 4 y el Scherzo, op. 31,
de Chopin o entre la última página de la Sonata, op. 2, y la última página de
la Barcarola de Chopin parecen evidentes, pero no se puede olvidar que
Brahms, dice William Mason, en 1853 aseguró no conocer ninguna composi-
ción de Chopin; el Intermezzo de la Sonata, op. 5, parecería influido por el es-
tilo de Liszt, pero puede tratarse sólo de impresiones, y ciertas sugerencias
schumannianas y beethovenianas evidentes no indican tanto una selección, y
por lo tanto un principio de formación estilística, como un evidente conoci-
ALEMANIA 17H
obritas infantiles escribió entre 1880 y 1881 las Piezas, op. 3, y la Sonata,
op. 5, en 1884 los Stimmungsbilder, op. 9, y el Tema y 15 Improvisaciones con
Fuga, y que concluyó esta fase de su laboriosidad con una original compo-
sición para piano y orquestá, la Burlesca en re menor (1885) de escritura
pianística incómoda pero rica en efectos y soberbiamente instrumentada,
con pasajes de piano-orquesta entre los más brillantes de la literatura.
Los compositores centrocuropeos menores son autores prolíficos de
conciertos para piano y orquesta: hemos citado algunos, pero si hubiése-
mos de ampliar el campo consumiríamos bastantes páginas. Los tipos de
concierto son esencialmente dos: el concierto en varios movimientos sepa-
rados que, a grandes rasgos, podríamos definir como clasicista y que se
construye sin escatimar los desarrollos temáticos, y el concierto en varios
movimientos unidos, más ágil de proporciones, con retornos y transforma-
ciones temáticas: el primer movimiento recuerda el concierto beethove-
niano y también brahmsiano, el segundo el concierto lisztiano, pero sobre
todo mendelssohniano. Ambos tipos están calculados en función del pú-
blico, del público como destinatario y consumidor, de aquel público anó-
nimo pero bien consciente de sus exigencias que en la sociedad burguesa
ha sustituido al soberano o al príncipe. La sensibilidad a esta invisible y
corpórea presencia del público no falta nunca en los conciertos de los com-
positores alemanes menores y les lleva a disfrutar del sonido y de la cons-
trucción en un sentido que no parece errado definir como escenográfico, es
decir, espectacular.
Tomemos como modelo paradigmático el Concierto número 1 en si
menor, op. 2, de Eugéne d'Albert, publicado cuando el autor tenía veinte
años y anhelaba la conquista de un rápido éxito. El Concierto es de varios
movimientos ligados entre sí, con una introducción que (piénsese en el
Concierto número 5 de Beethoven y en el más reciente Concierto número 1,
de Chaikovski) sirve para presentar al solista. D'Albert resuelve con magní-
fico sentido del espectáculo la entrada en escena: el orador que se presenta
por vez primera, el tribuno que por espacio de media hora arengará a la
multitud empieza con modestia y se suelta tranquilamente los dedos un
poco, luego expone una bella melodía ancha y plástica cantándola (es un
virtuoso) con el meñique, el dedo más pequeño y débil; presta oído atento
para oír, con un murmullo de aprobación, lo que ha de decirle la trompa,
responde scherzando, luego se inflama y estalla en un infernal pasaje de oc-
tavas. Una presentación perfecta en la que se condensa todo lo que el pú-
blico quiere comprobar en el virtuoso antes de entregársele: si el virtuoso
logra ejecutar como conviene esta su entrada, se ha ganado ya la atención y
la simpatía del público.
Hecho singular. El Concierto no es muy difícil, porque técnicamente se
basa todo él en la tradición de Mendelssohn y del Liszt de los años cin-
cuenta «que se ha vuelto juicioso». Exceptuados algunos pasajes de octa-
vas, que requieren petulancia y gusto por el riesgo, la pieza es técnicamente
dominable sin dificultades, incluso para un pianista no excelso; los efectos
están calculados sagazmente y la escritura da mucho de sí. Los defectos del
Concierto residen en la forma un poco desequilibrada y en la fallida reno-
180 EL MANIERISMO
gano), pero se puede observar que a través del órgano Reger empieza a vis-
lumbrar la posibilidad de crear artificialmente, con las duplicaciones,
nuevos timbres. Por ejemplo, en la quinta variación la duplicación de la
línea central no se percibe como tal sino como enriquecimiento tímbrico.
Vivace e. 120-126.)
París
Tres de los grandes protagonistas del romanticismo pianístico desapare-
cen hacia la mitad del siglo: Mendelssohn en 1847, Chopin en 1849, Schu-
mann en 1856. Otros tres protagonistas corroboran el fin del romanticismo:
Henselt se convierte en un burócrata imperial, Liszt censura su pasado revo-
lucionario y hasta Alkan reconsidera su titanismo. Después del manierís-
tico Concierto para piano solo, del que ya hemos hablado, Alkan compone en
1861 una sonata en cuatro movimientos, su opus 61 (que se publicará pós-
tuma): son cuarenta y ocho páginas impresas, un poquito más de las que
contaba, por ejemplo, la Sonata, op. 106, de Beethoven. Pero Alkan, acos-
tumbrado a dimensiones muy diferentes, define su nueva composición
como Sonatina. La Sonatina, op. 61, lleva a sus consecuencias extremas
aquellas ideas de sonoridad seca y cortante que ya hemos observado en el
Alkan anterior, con una escritura lineal y desnuda que a veces recuerda a
Domenico Scarlatti, pero que otras veces hace pensar francamente en el
Prokófiev neoclásico.
Pero la evolución estilística de Alkan no es tan profunda ni tan radical
como la de Liszt. Sólo en algún caso, como en el Schizzo, op. 63, núm. 45, ti-
tulado Les Diablotins, Alkan se sirve del sonido como materia, rumor, to-
cando límites de impresionismo avant la lettre, y sólo en algún caso (como
en los tres Estudios, op. 76, uno para la mano derecha sola, uno para la
mano izquierda sola, uno para las dos manos juntas) piensa aún en am-
pliar su antiguo virtuosismo heroico. Prevalece, en cambio, en él el sereno y
tranquilo replegarse en el pasado próximo, con un recurrente sentido de
nostalgia para el romanticismo intimista de las Romanzas sin palabras
de Mendelssohn.
Fuera del tiempo, pero sobre todo fuera de larefriega, que es observada
con parnasiana ironía, se sitúa también la obra pianística de un músico re-
sidente en París, que no había sido romántico y que durante el romanti-
cismo apenas había dado señales de vida: Gioacchino Rossini. Títulos
ingeniosos y a menudo burlescos (Preludio convulsivo, Preludio sedicente
PARÍS 185
drammatico, Valzer torturato, Valzer zoppo, Valzer lugubre, L'olio di ricino, Stu-
dio asmatico), historietas y escenificaciones (Piccolo treno del piacere, Marcia e
reminiscenze per il mio ultimo viaggio, Una carezza a mia moglie, Un seppeli-
mento a carnevale) ilustran Cont gran frecuencia sus músicas pianísticas y
por esto han hecho aproximar este Rossini al Satie zambón, al músico que
treinta años más tarde, como veremos en su momento, pondrá irresistible-
mente en ridículo el psicologismo barato. Pero en Rossini, como en Satie,
no hay únicamente el espíritu irónico hasta la autoironía, ni únicamente
una música que no se preocupa del oyente; hay también una concepción de
la música que se extiende a lo lejos, una musique d'ameublement todavía
antes de que Satie inventase el término. La largura exagerada de muchas
piezas, las repeticiones mecánicas, la problemática técnica, la falta de he-
chos proponen de nuevo en ambiente de salón la estilización extrema del
melodrama serio rossiniano, melodrama que se escucha en una sala ilumi-
nada, entrando y saliendo a discreción, siguiendo una música que procura
relajamiento y concentración intermitentes, objeto sonoro más que espejo
del alma, y confiada, forzosamente, a virtuosos para quienes el sonido no
tenga secretos. En efecto, Rossini confía sus músicas, para que las interpre-
ten en su salón, a Saint-Saéns, a Planté, a Diémer, es decir, a los mayores re-
presentantes del virtuosismo pianístico francés, y las hace escuchar a un
público que puede admirar el juego intelectualístico y paradójico y el su-
premo artificio manierístico.
Junto a la ironía y a la música de adorno no falta, empero, la música
como alusiva y secreta confesión que se encuentra en las páginas que el
compositor, que se autodefine como «pianista de cuarta clase», escribe para
sí. Sobre todo, en la colección Quelques riens se encuentran momentos tran-
sidos de estremecimientos de angustia, momentos, como el Rien en fa sos-
tenido menor, en el que el sentimiento de la muerte es evocado con dolor y
exorcizado con un segundo tema ln tempo a l'Offen... (Offenbach); o mo-
mentos, como el Rien en sol menor, en que una construcción perfectamente
regular, con frases de cuatro compases, es enmascarada con increíble astu-
cia y por ello resulta sutil e incomprensiblemente inquietante. En fin, es de
interés extremo la sonoridad pianística de Rossini: Diémer dice que Ros-
sini casi no usaba el pedal y tenía un «toque argentino»; Lanza Tomasi se
ha preguntado, tal vez por razones estilísticas, si Rossini no conoció a Cou-
perin, y Mendelssohn se enfadó una vez porque Rossini, al que estaba ha-
ciendo escuchar un Capricho suyo, susurraba entre dientes: «Parece una
Sonata de Scarlatti». Creemos que el conocimiento de páginas de los clavi-
cembalistas, el amor antiguo por el clavicémbalo, la amistad de intérpretes
como Diémer, Aristide e Louise Farrenc o Amédée de Méreaux, que se
planteaban el problema de recuperar la música barroca francesa, llevó a
Rossini a concebir el instrumento más como el piano dieciochesco que
como el piano romántico. Se podría pensar que al menos para la ejecución
de la polifonía (piénsese, por ejemplo, en elfugato del Preludio religioso de
la Piccola Messa solenne y en el fugato del Saggio dell'antico regime) el tipo
de sonido escogido por Rossini fuese el elaborado por Chopin hacia 1840, y
esta suposición parece tanto más probable cuanto que Georges Mathias,
186 EL MANIERISMO
que permiten también hacer un buen papel a las orquestas sinfónicas que se
van constituyendo rápidamente en todo el mundo civilizado (ya están supe-
rados los tiempos del concierto Biedermeier y de la necesidad de no gravar
la orquesta con responsabjlidades demasiado pesadas). Saint-Saéns escribe
cinco Conciertos (en 1858, 1868, 1869, 1875 y 1896) y cuatro Piezas de con-
cierto para piano y orquesta: composiciones que ejecuta él mismo y que le
permiten participar regularmente en las temporadas sinfónicas de media
Europa. De los cinco Conciertos, el Segundo es considerado el más ameno,
el Cuarto, el más docto, el Quinto, el más picante; el Tercero, cuando se le
toma en consideración, es considerado escandaloso, y el Primero, inocente.
A nosotros no nos parece ver en Saint-Saéns ni inocencia ni escándalo y ni
siquiera amenidad, doctrina ni picardía. Vemos, en cambio, la maestría de
quien, poseyendo culturalmente a fondo toda la música de Rameau a Wag-
ner, y siendo del todo ajeno a aspiraciones místicas, escoge con fría seguri-
dad la mezcla de tradición y novedad que sepa interesar y seducir al
público sin aburrirlo u obligarlo a un esfuerzo mental no grato.
Se ha dicho a menudo, a propósito del Concierto número 2, que Saint-
Saéns comienza con Bach y termina con Offenbach: observación que, si
bien es justa para el Segundo, también vale en realidad para los otros con-
ciertos, en los que, a través de una serie gradual de traspasos, se llega siem-
pre a la opereta. La boutade posee, en verdad, un valor de juicio crítico
porque pone de manifiesto la verdadera razón de la originalidad de Saint-
Saéns: en el momento en que las clases medias adquieren lo «clásico»
como conocimiento historicocultural imprescindible y, para no morir de
cultura, hacen surgir junto a lo clásico lo «ligero» como única forma de arte
contemporáneo verdaderamente pedida y consumida, Saint-Saéns no lucha
como Liszt o como Brahms, sino que ni siquiera admite la separación de
las dos culturas. La Tiefe, la profundidad alemana es representada pero no
vivida; y lo mismo el sentimiento, y lo mismo la diversión. Se puede hablar
de cinismo de Saint-Saéns, pero más propiamente podemos hablar de dis-
tanciamiento irónico de un gran sapiente que no pierde nunca el control de
sí mismo ni de los demás y que quiere mantenerse al margen de la parodia y
de la deformación grotesca.
- El distanciamiento irónico era probablemente evidente en las ejecucio-
nes de Saint-Saéns, porque su sonido era seco y frío. Saint-Saéns usaba poco
el pedal de resonancia y concebía el piano como instrumento de percusión
con un radicalismo como para horrorizar a un wagneriano como Alfred
Cortot: «Para Saint-Saéns el piano es el teclado con sus recursos específi-
cos. Acepta el instrumento tal cual es, con su sonido corto y las característi-
cas sonoridades percusivas. Para él son sospechosos los falaces espejismos
del pedal, los sortilegios maléficos de las armonías que se confunden, las
languideces del toque, el abuso de las difuminaciones y aquello que llama
«la manía de un tocar expresivo y la monotonía del ligado». Cortot atri-
buía el sonido de Saint-Saéns a los estudios realizados con el alumno de
Kalkbrenner, Camille Stamaty: explicación que, dicho sea con todo el
respeto, nos parece de una desconcertante banalidad y ceguera, dado que se
aplica a un talento como el de Saint-Saéns. Pensamos, más bien, que el
188 EL MANIERISMO
ya el del público ingenuo, encantado por Liszt en los años treinta y cua-
renta, quiere conservar el recuerdo histórico de un tiempo de conquistas
hacia el cual mira con amor.
Saint-Saéns y Franck representan dos tendencias opuestas, respectiva-
mente manierística y neorromántica, de la música pianística francesa en
los últimos treinta o cuarenta años del siglo xIx, y al uno o al otro van liga-
dos, directa o indirectamente, varios compositores. Los franckianos más co-
nocidos son Alexis de Castillon, cuyo Concierto, op. 12, ejecutado por
primera vez por Saint-Saéns en 1872, señaló un talento pronto truncado por
una muerte prematura, y Vincent d'Indy que, en cambio, vivió muchos años
y escribió muchísimo para piano, dejando, empero, sólo una composición
verdaderamente notable, la Sinfonía sobre un canto montañés francés, op. 25
(1886), para piano y orquesta. Ernest Chausson, que para piano compuso
poquísimo, puede ser recordado por las Quelques Dances, op. 26, de 1896, en
las que ya asoma el neoclasicismo, y el belga Guillaume Lekeu, también fa-
llecido prematuramente, dejó una Sonata de la más estricta observancia
franckiana.
Pero con Saint-Saéns puede relacionarse el exromántico Stephen Heller
“ por dos monumentales series de Variaciones que parten de temas de Beet-
hoven, variados ya (¡nada menos!) por el mismo Beethoven: las 33 Varia-
ciones sobre un tema de Beethoven, op. 130, y las 21 Variaciones sobre un tema
de Beethoven, op. 133, las primeras sobre el tema de las 32 Variaciones en do
menor, las segundas sobre el tema del segundo tiempo de la Appassionata.
Los detalles que más sorprenden al oyente se refieren a las contaminacio-
nes. El opus 130 contiene variaciones en las que se injertan temas de la
Quinta y de la Novena Sinfonía, y del Trío en do menor; el opus 133 para-
frasea el Allegretto de la Octava Sinfonía (Variación núm. 6.), el primer mo-
vimiento de la Séptima Sinfonía (Variación núm. 8), el segundo movimiento
del Cuarteto, op. 59, núm. 1 (Variación núm. 13), el primer movimiento de
la Appassionata (Variaciones números 14 y 15), el Estudio, op. 25, núm. 1
(Variación núm. 7) y el Estudio, op. 10, núm. 8 (Variación núm. 10) de Cho-
pin, el tercero de los Estudios Sinfónicos de Schumann (Variación núm. 12)
y algunos detalles de otras composiciones, terminando con un final que su-
perpone el tema del segundo movimiento y el tema del final de la Appassio-
nata. La operación de Heller, en sentido más general, tiene, sin embargo, un
significado más profundo y más interesante, porque el compositor trans-
porta los temas de Beethoven a contextos, a media sonoros y armónicos que
le son íntimamente ajenos, tal como el contexto pianístico y el estilo
brahmsiano eran ajenos al Aria de Hándel: véanse, por ejemplo, en el opus
133, la mórbida segunda variación, con las armonías de séptima en el lugar
de los acordes perfectos y una amplia escritura en acordes arpegiados en el
lugar de los acordes no arpegiados de Beethoven; o la Variación decimo-
quinta, en la que la coda de la exposición del primer movimiento de la Ap-
passionata se convierte en una especie de estudio-nocturno romántico. El
hecho de que Brahms variase nuevamente temas ya variados por Hándel
(op. 24) o por Paganini (op. 35) no podía suscitar objeciones, porque Hán-
del era un autor antiguo, aunque muy grande, y Paganini un virtuoso ita-
190 EL MANIERISMO
Rusia
Hay una fecha que puede indicarse emblemáticamente como punto de
partida para la definitiva penetración en Rusia del piano, y es el año 1802:
en 1802 Hummel ofrece en San Petersburgo algunos conciertos y poco des-
pués llega a la entonces capital del Imperio Muzio Clementi, acompañado
de su joven alumno John Field. La finalidad del viaje de Clementi es la de
abrir un depósito para la venta tanto de pianos construidos por la empresa
de la cual él es socio, como de las partituras publicadas por su casa editora.
Clementi vuelve a partir de San Petersburgo pero deja en la ciudad a Field,
que durante algunos años se convierte en el dominador de la plaza acapa-
rando la bien retribuida tarea de las lecciones particulares. Clementi re-
gresa a San Petersburgo, para controlar la marcha de los negocios, en 1806;
están con él los alumnos August Alexander Klengel y Ludwig Berger. De
pronto, vuelve a partir Clementi, se quedan Klengel y Berger, pero Field,
prudente y astutamente deseoso de evitar rivalidades peligrosas , se traslada
a Moscú para conquistar en esta ciudad un nuevo espacio. En 1809 se esta-
blece en San Petersburgo (allí morirá en 1823) Daniel Steibelt, pianista bri-
llante y renombradísimo, compositor nada desdeñable, hábil intrigante,
charlatán, estafador. En 1810 los hermanos Diederichs, alemanes, estable-
cen en San Petersburgo el primer taller para la construcción de pianos.
Pero Steibelt no se preocupa mucho por el piano, prefiriendo la más lucra-
tiva actividad teatral; los hermanos Diederichs no logran un modelo de
instrumento que pueda competir con los pianos franceses, austríacos, ingle-
ses; Klengel y Berger regresan a Alemania cuando se perfila la invasión na-
poleónica; y Field, tras haber contratado con Steibelt el regreso, reasume su
puesto en San Petersburgo. Todavía efectuará viajes entre San Petersburgo
y Moscú, pero permanecerá ininterrumpidamente en Rusia hasta 1832, y re-
gresará a ese país, para morir en él, en 1837. En Rusia será el líder indiscu-
tido del piano.
Por espacio de veinte años Field es el pedagogo solicitadísimo, que por
veinte rublos la lección instruye a las nobles damiselas, quedándose a me-
194 EL MANIERISMO
nudo dormido, porque le tira mucho la botella; durante veinte años Field es
el compositor preferido, el maestro del gusto; durante veinte años labra la
fortuna de los pianos Tischner, que declara preferir a todos. Su terreno de
acción, el pequeño campo que cultiva, es la aristocracia, pero atrae también
a jóvenes de talento y condiciona el gusto a través de los alumnos y los
alumnos de los alumnos: los alemanes Charles Mayer y Moritz Bernard, el
polaco Antoine de Kontski, los rusos A. L. Gurilév, P. N. Engalicev, D. N.
Saltikov, A. P. Esanlov, A. Diibiúick, A. A. Aliabev, M. I. Glinka.
La lectura de las obras pianísticas de Glinka es muy estimulante al prin-
cipio, y muy decepcionante al final. Mirando las primeras composiciones
nos parece volver a encontrar a cierto joven Chopin: el mismo fieldismo de
fondo, el mismo sentido de un particular color tímbrico del piano, la misma
facilidad discursiva. Pero si Chopin avanzó rapidisimamente y superó de
un salto a sus predecesores cuando entró en contacto con la cultura vienesa
y francesa, el conocimiento del mundo occidental arrebató a Glinka toda
su seguridad e hizo de él un tímido y asustado admirador de Weber y de
Schumann. Algunas de sus páginas de álbum y señaladamente la transcrip-
ción de una melodía popular finlandesa, pueden aún recordarse, pero la
única página suya que ha sobrevivido y verdaderamente digna de perdurar,
es la paráfrasis que Balakirev sacó de su romanza La alondra.
También el nombre de Aliabev, autor de una sonata en un movimiento
solo y de muchas danzas, ha quedado solamente por la Paráfrasis de la Ro-
manza El ruiseñor, hecha por Liszt. El nombre de 1. F. Laskovski, artista que
había superado el gusto fieldiano y que conocía bien a los románticos, es
recordado sobre todo, por los elogios de Glinka, mientras que el de Genichta,
admirador de Beethoven, se presenta a los ojos de quien los fija en la colec-
ción de los ensayos de Schumann. Alexander Villoing, alumno de Dibiúck
y maestro de Anton Rubinstein, alcanza una notoriedad europea con el
Concierto, op. 4, sustancialmente ligado a los modelos fieldianos.
Entre los años 1830 y 1840 aproximadamente, declina la influencia de
Field y no se consolida el predominio del noruego Ernst Haberbier, compo-
sitor de fama, cuyas obras didácticas se adoptan todavía hoy, el cual reside
en San Petersburgo de 1832 a 1850. Dargominskiy escribe algunas páginas
para piano, todas ellas, salvo la Tarantela a tres manos, más tarde transcrita
por Liszt, de interés mínimo, y que, de todas formas, no tienen una sufi-
ciente difusión. Se afirma, en cambio, el romanticismo, inicialmente repre-
sentado por Henselt y que «estalla» en la culta sociedad rusa cuando Liszt,
en 1842, da en San Petersburgo seis fantásticos conciertos. De Rusia, adonde
vuelve aún en 1843, Liszt se lleva algunos souvenirs musicales, pero sólo la
paráfrasis del Ruiseñor entra en el repertorio de muchos virtuosos, mientras
que las otras piezas caen pronto en el olvido.
Así, pues, el primer compositor ruso cuyas obras para piano alcanzan
realmente una amplia y duradera difusión es Anton Rubinstein. La música
de Rubinstein se afirma, ya sea porque posea un valor intrínseco, ya sea
porque el autor la ejecuta constantemente (incluso, modestamente, en el fa-
moso ciclo de conciertos históricos que ilustran toda la literatura cembalo-
pianística y de los cuales se excluye a Brahms), ya sea porque sus numero-
RUSIA 195
Piezas, op. 10, muy originales, sobre el nombre Bach. Borodin empieza en
1878 la Pequeña Suite, op. 1, Cui empieza a escribir en 1877 sus innocuas
piezas de salón, debuta el joven Liádov y N. V. Cherbachev sucede a Von
Wilm en el favor de los aficionados.
Las Paráfrasis sobre un tema favorito, escritas en 1878 en colaboración
entre varios compositores, dan la medida de lo que era medianamente la
música pianística rusa de la época. El tema, tratado siempre como ostinato
en el registro agudo del piano, es el denominado «de las chuletas», porque
se puede tocar golpeando las teclas con los dedos índices de las dos manos
alternadas; Borodin, Cui, Liádov y Rimski-Kórsakov son los autores de las
músicas, es decir, de veinticuatro variaciones y de catorce pequeñas piezas.
Las piezas de Cui y de Liádov pertenecen a la más evidente manera de
salón, a veces incluso apetitosa, pero siempre espiritualmente ligera y frí-
vola. Rimski-Kórsakov se siente estimulado hacia búsquedas contrapuntís-
ticas y tímbricas, Borodin parte del tema tontuelo para componer una
irónica Polka, pero luego pasa a una Marcha fúnebre y termina con un im-
presionante Requiem para coro, órgano y piano, que recuerda claramente
las coetáneas páginas religiosas de Liszt. Liszt, recibidas las Paráfrasis,
mandó en 1880 al editor una pieza suya para insertar en la colección:
quince compases, que concluyen el camino de Borodin, confiriendo una
iluminación metafísica al infantil tema de «las chuletas».
Los dos trabajos que, por motivos diversos, descuellan en el rico pano-
rama de la música rusa de la década de los setenta son, sin duda, los Cua-
dros de Músoregski y el Concierto, op. 23, de Chaikovski.
Los Cuadros de una exposición aparecen como un pegote no sólo en el
contexto de la música rusa sino también de la europea. Compuestos en 1874
en ocasión de una exposición póstuma de cuadros y dibujos de Victor Hart-
man, amigo íntimo de Músoreski, no se publicaron hasta 1886 en una ver-
sión corregida por Rimski-Kórsakov y con acotaciones naturalistas del
crítico Stassov; empiezan a ejecutarse cerca de veinte años después de la
publicación en versiones con cortes y con readaptaciones concertísticas de
la escritura instrumental; en texto crítico no aparecieron hasta 1930 y alre-
dedor de 1950 se ejecutaban habitualmente en la versión original. Una his-
toria tan atormentada de lo que es, sin duda, una de las mayores obras
pianísticas del siglo xIx no se explica solamente por la novedad y la audacia
del lenguaje, que podían desconcertar a los contemporáneos; sino que es
más bien la escritura pianística que no responde a una concepción tradi-
cional del sonido y a que, como, por otro lado, ocurre en cierto tipo de
Brahms, pone incómodo al ejecutante. La escritura de Músoreski suscitaba
en la lectura una imagen del sonido que luego no resultaba en el momento
de la ejecución, y la falta de correspondencia entre el texto impreso y el so-
nido hacía pensar en impericia o en incuria por parte del compositor. Así,
algunas «correcciones» de expertísimos pianistas querían reconstruir los
efectos pianísticos que Músoregski, se creía, había imaginado pero no había
sabido realizar; en realidad, la corrección trastornaba completamente una
sonoridad característica, personal, creada por Músoregski por decisión
consciente.
RUSIA 197
stein, sin embargo, por ser de difícil ejecución, nace del virtuosismo román-
tico, mientras que la escritura de Chaikovski plantea problemas nuevos y
exige dotes de valor y de atletismo hasta entonces inusitadas, pero también
(hecho novísimo), una estrecha colaboración entre solista y director.
Los tres grandes pasajes de octavas martilladas del Concierto explican
lo que queremos decir. Los tres pasajes llegan a la cumbre de tres peroracio-
nes de la orquesta y dejan al pianista completamente descubierto: el pia-
nista debe sustituir a la orquesta y regir la tensión dinámica que la
orquesta ha ido progresivamente acumulando, y así como una peroración
comporta también, inevitablemente, una aceleración del movimiento, el
pianista debe mantener el movimiento que le deja la orquesta. Una perora-
ción de la orquesta llevada desenfrenadamente, conforme a las posibilida-
des efectivas de la orquesta, supera en realidad los límites de las posibili-
dades, tanto de fuerza como de velocidad, de cualquier pianista. En la
ejecución del concierto tienen, pues, validez los límites individuales del
pianista, que pueden en mayor o menor grado aproximarse a una meta
ideal, pero jamás alcanzable, y tiene también validez en grado sumo el en-
tendimiento entre el pianista y el director, al que corresponde dirigir la or-
questa hasta el punto, y no más allá, de las máximas posibilidades
individuales del pianista.
Mientras en los conciertos virtuosistas del período Biedermeier y del ro-
manticismo el predominio del solista es absoluto e indiscutido, en el Con-
cierto de Chaikovski se manifiesta una concepción del virtuosismo incluso
como competición entre solista y orquesta. Una concepción que, en sen-
tido lato, podría definirse como competitiva e incluso como heroica, y que
refleja la ideología burguesa en la época de la industrialización. La compa-
ración no puede ser ni demasiado absoluta ni mecánica. No obstante, el
Concierto de Chaikovski, trabajo que no se impone por cualidad de inven-
ción y de novedades lingúísticas o formales, permanece en el repertorio
como uno de los momentos emblemáticos del concierto para piano y or-
questa, precisamente porque se dirige hacia la ideología de una época que
ya no es la beethoveniana, revolucionaria y democrática, ni la romántica,
aristocrática y heroica, sino que es la burguesa, oligárquica y materialista.
Este aspecto, que hemos tratado de poner de manifiesto partiendo del
análisis de los pasajes de octavas, verdaderos puntos culminantes, verdade-
ras y auténticas puntas de un iceberg, se extiende en realidad a toda la parti-
tura, difícil para el director no menos que para el pianista. No se trata,
evidentemente, de una partitura sinfónica, del tipo de la del Segundo
Concierto de Brahms. Se trata, en cambio, de una partitura en que la or-
questa empieza a articularse de un modo fraccionado y facetado, de un
modo, sólo para entendernos, no de sinfonía, sino de «concierto para or-
questa». Esta concepción, embrionaria en el Concierto, op. 23, es desarro-
llada en el Concierto número 2, op. 44, del 1879-1880, y, sobre todo, en la
Fantasía de Concierto, op. 56, de 1884, cuyo primer movimiento, que radi-
caliza la contraposición entre piano solista y piano como elemento tím-
brico de la orquesta, es en realidad una pequeña obertura de ballet cortada
a mitad de una enorme cadencia, con un efecto de intersección de dos even-
RUSIA 199
tos independientes que nos hace vacilar (apenas vacilar, por supuesto) ante
el mundo de Mahler.
Los trabajos para piano y orquesta de Chaikovski son los momentos
más relevantes de la literatura piánística rusa que entre los años 1880 y 1890
aproximadamente no produce otras tan sorprendentes como las del dece-
nio anterior. Rimski-Kórsakov escribe en 1882-1883 el lisztiano Concierto,
op. 30; Eduard Schiitt dos espectaculares Conciertos; se distinguen entre los '
jóvenes el letón Joseph Vitol, Felix M. Blumenfeld, Koroshenko, Kalinni-
kov, y los más conocidos Glasunov, Grecháninov, Rebikov. Liapunov com-
pone hacia 1886 los 12 Estudios de ejecución trascendental, que repiten en el
título la colección de Liszt, que están dedicados a la memoria de Liszt y que
se relacionan con Liszt de un modo curioso: como ya hemos dicho, Liszt
había tenido la intención de escribir veinticuatro estudios, pero se había
parado en el Doce en si bemol menor; Liapunov «completa» el ciclo lisz-
tiano escribiendo doce estudios que comienzan por la tonalidad de Fa sos-
tenido mayor y siguen el orden por terceras descendentes hasta el mi
menor. Liapunov consigue afirmarse en el plano internacional sobre todo
con los Estudios (y con la Rapsodia ucraniana para piano y orquesta),
mientras que las otras numerosísimas obras suyas no entran en repertorio.
También la música para piano solo de Anton Arenski obtiene una limitada
difusión, tras un breve período de gran favor. La Tabatiere a musique de Liá-
dov se convierte en un clásico del diletantismo internacional, y Biriulki,
también de Liádov, es otro título favorito de los aficionados que prefieren
Grieg a Brahms y Ketten a Grieg. En la estela de Cherbachev y de Liádov
llegan al atril de los aficionados de todos los países algunos compositores
que los diccionarios de hoy ni siquiera registran, pero que en los últimos
decenios del siglo gozan de una fama desproporcionada, como Antipov, Al-
faraki o Karganov.
Entre 1880 y 1890 la música rusa se vende, pues, como el pan, aun
cuando su obra maestra absoluta, los Cuadros de una exposición, sea tan ig-
norada que ni siquiera la cite Cui en su estudio La música en Rusia (1880),
muy leído en su tiempo. Después de 1890, también el valor cualitativo, que
había bajado en el decenio anterior, vuelve a subir sobre todo por obra de
Rajmáninov y Skriabin. Entre las Piezas, op. 119, de Brahms (1893) y las Es-
tampes de Debussy (1903), Rajmáninov y Skriabin son efectivamente los dos
mayores compositores de música para piano, los únicos que ofrecen aporta-
ciones de novedad ala literatura del instrumento. Diferente la personalidad
de los dos y diferente el alcance de su obra; podría decirse que son como los
goznes de la charnela que une la literatura del siglo xix con la del siglo xx y
que habiendo partido ambos de la cultura romántica, el uno la ha termi-
nado y el otro ha empezado a transformarla, y por esto nosotros, para co-
modidad de exposición, trataremos de Skriabin y de Rajmáninov en dos
capítulos diferentes.
En la segunda mitad del siglo xIx el intimismo romántico se había co-
rrompido en el psicologismo sentimentalista de la música para uso de los
aficionados, floreciente en toda Europa, florecentísima entre la pequeña
burguesía rusa. Con Rajmáninov, a final del siglo, asistimos, creemos, a
200 EL MANIERISMO
los más grandes del siglo, como compositor se mueve en la órbita de Liszt
casi como un catalogador de los géneros lisztianos. En su producción en-
contramos el estudio de concierto (Estudios, op. 1), la fantasía dramática
(Fantasía sobre la Halka)! Ya rapSodia (Melodías gitanas húngaras), la trans-
cripción de Bach (Preludio, fuga y allegro en Mi bemol mayor), la paráfrasis
concertística (versión de concierto de la Invitación a la danza de Weber), la
pieza intimista (Esperanza, Op. 3). Cosas todas ellas bien escritas, con el sen-
tido de la sonoridad elegante y con originales facultades inventivas. Pero
Tausig empezaba a ir más allá de Liszt cuando falleció prematuramente.
Su transcripción de la Tocata en re menor de Bach es estilisticamente dife-
rente de las transcripciones de Liszt: un Bach transportado al órgano ro-
mántico, con la búsqueda de juegos coloristas y con un vigoroso compo-
nente de virtuosismo trascendental. Las Nouvelles Soirées de Vienne se enla-
zan con el título de las Soirées de Vienne de Liszt; pero, mientras que Liszt
había parafraseado los valses de Schubert con suma elegancia, logrando
transportar a la sala de concierto una atmósfera de salón, Tausig parafrasea
valses de Johann Strauss hijo con todo el virtuosismo y con todas las acro-
bacias necesarias para hacer olvidar a un público esnob que la música de
Strauss es siempre música de heurigen (tienda de vinos y licores). Liszt
había dirigido su atención hacia la música popular elevada a categoría de
arte, entendiendo por popular, con un error crítico que más tarde le fue ás-
peramente echado en cara, incluso la música de los gitanos húngaros. En
cambio, Tausig aborda la música «ligera», la música que Bartók habría de-
finido como «culta folclórica», salida de las cervecerías y que hace furor en
los cafés; una posición análoga era la asumida en los mismos años por el
Brahms de las Danzas húngaras, y los dos empezaban quizá a vislumbrar el
problema de las dos culturas, música culta y música folclórica, que después
habría sido denunciado por Mahler.
Después de Tausig la paráfrasis sobre los valses de Strauss se convierte
en un género especial, tenido particularmente en honor por los virtuosos
polacos. No nos referimos tanto a Adolf Schulz Evler, que, sin embargo, ha
entrado gratuitamente en la historia por su sorprendente paráfrasis del
Bello Danubio azul, como a Moritz von Rosenthal, Leopold Godowski o
lenaz Friedmann. Los tres, grandísimos pianistas, y los tres, compositores
también prolíficos y agradables, que conservan un puesto en la literatura
del instrumento más como de invenciones virtuosísticas que como creado-
res. El Vals de Strauss se convierte para ellos en el estímulo para instrumen-
taciones que apuntan hacia los timbres, hacia modos de atacar las teclas,
hacia la rapidez y la complejidad de sucesiones de sonidos para crear una
especie de vértigo en el oyente y también de superposiciones de temas
(según la antigua costumbre de la fantasía dramática), Rosenthal llega
hasta a insertar fugados en sus paráfrasis sobre Strauss, y en la paráfrasis
sobre el Vals, op. 64, núm. 1, de Chopin, además de las acrobacias en dobles
notas, superpone el tema de la primera parte y el tema del trío. También
Godowski parafrasea a Chopin; mejor dicho, es con Chopin que produce
sus más delirantes experimentaciones técnicas. Pero, a nuestro modo de
ver, no pueden saldarse los 53 Estudios sobre los Estudios de Chopin de Go-
204 EL MANIERISMO
dowski simplemente como delirios de una mente obsesionada por los pro-
blemas y por las posibilidades de la mecánica, como catálogo de monstruos y
de horrores, de una dificultad tan absurda como para desanimar al que
quiera adentrarse en él. Los 53 Estudios son esto, pero no solamente esto:
Godowski busca también soluciones tímbricas ligadas a posiciones de la
mano, busca un sonido que se aproxima al de Skriabin y consigue a veces
crear flores fantásticas cuya derivación de la planta chopiniana puede com-
pararse, por ejemplo, a la relación Vivaldi-Bach.
Aparentemente más serios y en realidad más académicos y más próxi-
mos al gusto de salón y pequeñoburgués son otros virtuosos polacos. Franz
Xaver Scharwenka obtiene éxitos clamorosos con las Danzas nacionales po-
lacas y con cuatro Conciertos, entre los cuales es particularmente notable el
ya citado Segundo, con un Scherzo de arrebatadora vitalidad en el centro.
Moritz Moszkowsky escribió un Concierto y una infinidad de piezas carac-
terísticas, desde Danzas españolas, op. 12 y op. 65, para piano a cuatro manos,
Gondolera, Serenata, Vals de amor, con que se embelesaban los aficionados
hasta el Capricho español que daba ocasión a Joseph Hofman para desple-
gar una técnica de las notas repercutidas cual no se había visto y no volve-
ría a verse jamás. En tercer lugar, el último vate del siglo x1x polaco, el gran
pianista Ignaz Paderewski, cuyo Minueto, Op. 14, núm. 1, figuró entre las pie-
zas favoritas del repertorio, que se empeñó también en un Concierto, op. 16,
y en una Fantasía polaca, op. 19, para piano y orquesta y que todavía a co-
mienzos del siglo xx escribía una Sonata, op. 21, de más que brahmsiana
grandeza y Variaciones con fuga, op. 23, que no ceden en monumentalidad a
las contemporáneas variaciones de Reger.
En los países escandinavos, después del danés Friedrich Kuhlau, bien
inserto en el primer Biedermeier, después del sueco Franz Berwald, compo-
sitor de formación cultural alemana, pero cuyo clasicismo queda como sus-
pendido en una luminosa contemplación del pasado en el Concierto en Re
mayor, de 1855, después del noruego Ernst Haberbier y el danés Niels
Gade, completamente englobados en la cultura centroeuropea, el primer
compositor que alcanzó una fama internacional, poniendo de relieve la
música popular de su país, fue el noruego Eduard Hagerup Grieg. Los estu-
dios académicos de Grieg y, en contraste, su sustancial indiferencia hacia el
academicismo, son evidentes en las estructuras rígidas y toscas de la So-
nata, op. 7, y del Concierto, op. 16. Los problemas que Grieg se plantea son
problemas de lenguaje, no de formas, y su uso de los esquemas de la tradi-
ción europea es igualmente bárbaro cuando se trata de la forma de canción.
como cuando se trata de la forma sonata. La rigidez en una forma articu-
lada como la del allegro de sonata, claro está, es más evidente, pero no se
puede alabar a Grieg como miniaturista y rechazarlo como sinfonista: los
méritos de Grieg son, en un caso y en el otro, los de un melodista que rela-
ciona entre sí dos lenguajes y que halla en la música popular un estímulo
para sustentar un modo de llevar la armonía no del todo ligado a la tradi-
ción; es éste, por lo demás, el significado de todas las culturas nacionales.
que frente al racionalismo iniciado por Rameau reivindican el carácter
creativo, y no científico, del lenguaje musical. En Grieg se observa además
LAS CULTURAS PERIFÉRICAS 205
algunas de las Danzas españolas escritas en los años noventa), termina con
la conquista de una posición social segura en el mundo musical de Barce-
lona. Muy pobre, casado a los veinticinco años, muy consciente de los debe-
res asumidos para con fa'esposa y la familia de ésta, Granados vio en el
pequeño mundo de las lecciones particulares de piano la modesta pero se-
gura fuente de ingresos que le era indispensable y, cual si protagonizase
una novela edificante, trabajó con tenacidad para llegar a ser el primer
maestro de Barcelona. Lo llegó a ser cuando compró la Academia de mú-
sica fundada por el violinista Mathieu Crickboom y sostuvo el poder con-
quistado trabajando también como organizador de conciertos.
Económicamente satisfecho, o por lo menos tranquilo, Granados de-
senterró las ambiciones que tuvo sepultadas durante unos quince años y
entre el 1909 y 1911 compuso los seis grandes cuadros de Goyescas, a los que
hizo seguir en 1914 la «escena goyesca» titulada El Pelele. Las Goyescas, a las
que El Pelele sirve casi de prefacio, están concebidas como un poema sinfó-
nico en varias partes, a través del cual se desarrolla el relato de un episodio
de amor y muerte. Ni la estructura, ni el lenguaje, ni la escritura pianística
son verdaderamente innovadores con respecto a la tradición romántica,
pero la novedad está representada por el descubrimiento de un mundo trá-
gico que había sido objeto del supremo arte de Goya. El sentido de la fatali-
dad, el tono obsesivo que se insinúa y agiganta en el curso de las siete
piezas hasta la Serenata del espectro, son traducidos por Granados con una
maestría que si no puede hacerle partícipe de las radicales experiencias rea-
lizadas en los mismos años por otros músicos, le puede destacar del epigo-
nismo romántico en que anteriormente se había movido.
La Inglaterra del siglo x1x no presenta caracteres de «escuela nacional», y
tampoco Italia. Cierto que una danza popular italiana como la tarantela
compitió con el bolero en cuanto a difusión internacional, pero la Italia de
la música instrumental no estudió el folclore para desvincularse de la cul-
tura dominante centroeuropea y ningún compositor alcanzó siquiera la ori-
ginalidad de la poesía de un Grieg. Clementi fue el líder indiscutido en
Italia en los primeros treinta años, aproximadamente, del siglo (Sonatas de
Francesco Pollini, importante sobre todo como didacta, Sonatas de Bonifa-
zio Asioli, Fugas de Francesco Lanza), y fue luego sustituido por Thalberg
(música de Giuseppe Unia y de Adolfo Fumagalli), que influyó profunda-
mente en los italianos, ya sea por su concepción del Arte del canto aplicado al
piano, que pareció la panacea en un país todo él entregado al melodrama,
ya sea a través de la enseñanza impartida a algunos jóvenes durante los
años de su estancia en Posillipo. En la segunda mitad del siglo también Ita-
lia sucumbió a aquel medio posromanticismo que arranca de Chopin, de
Mendelssohn y de Schumann, aquello que de los fermentos revoluciona-
rios de antes de 1848 pudo conservarse en la sociedad filisteoburguesa. El
Nocturno en Re bemol mayor, op. 24, del napolitano Theodor Dóhler, es-
crito hacia 1845, es ya un ejemplo típico de reducción ad usum delphini, casi
de edición expurgada de la Berceuse de Ckropin:
208 EL MANIERISMO
Lento cantabile A RA
bro pe
. de
ADA NAS
Weber: Sonata. op. 24. Purcell: Mad Bess. Bach: Preludios y Fugas en Do sostenido mayor,
do sostenido menor y Re mayor [probablemente del primer libro del Clavicembalo bien tempe-
rato]. Canción alemana La primera violeta. Beethoven: Sonata, op. 31, núm. 2. Scarlatti: Selec-
ción de piezas de las Suites of Lessons (incluida la célebre Fuga del gato) en la versión original
para clavicémbalo y ejecutadas, a petición, en este instrumento. Hándel: 11 fabbro armonioso.
Mozart: Dúo deCosi fan tutte. Beethoven: Sonata, op. 8la. Jackson: Va” debole tiranno. Mosche-
les: Selección de los Nuevos Estudios, op. 95.
«EL CONCIERTO SOY YO» DN
Beethoven: Sonata. op. 53. Bach: Bourrée. Mendelssohn: Presto scherzando. Chopin: Barca-
rola, op. 60, Balada, op. 47. dos Mazurcas de las opus 59 y 33. Weber: Invitación a la danza.
Schumann: Kreisleriana, op. 16. Schubert-Liszt: Serenata de Shakespeare. Liszt: Rapsodia húngara.
que todavía hoy afligen a los cantantes y que constituyen el escollo más
duro de la didáctica. La estética del sonido instrumental, basada desde
siempre en la estética de la vocalidad, trata en la segunda mitad del siglo de
adecuarse al nuevo gusto: para el piano la solución del doble problema, vo-
lumen de sonido y homogeneidad tímbrica de la gama, se encuentra en el
cuadro enteramente metálico, posibilitado por los enormes progresos de
la siderurgia.
Ya en el año 1825 Alpheus Babcock de Boston había fundido un cuadro
enteramente metálico, pero para un pequeño piano de mesa. Un socio suyo,
John Mackay, entró algunos años después en la empresa de otro construc-
tor, Jonas Chickering, y los dos empezaron a trabajar sobre la idea de un
piano de gran cola con marco enteramente metálico. No eran ellos solos.
Poco después de 1850 se instalaban efectivamente en Alemania y en los Es-
tados Unidos fábricas de pianos que, adoptando sistemas industriales de
producción e invirtiendo capitales en la investigación tecnológica y cientí-
fica, habría de llegar en una veintena de años a resolver los problemas res-
tantes y a hacer del piano el instrumento que hoy todavía es.
Julius Ferdinand Blithner funda en 1853 en Leipzig su fábrica, que en
unos diez años se convierte en una de las más importantes del mundo. Frie-
drich Wilhelm Carl Bechstein construye en 1856 un piano de cola, presen-
tado el año siguiente por Hans von Búlow en Berlín en una ocasión
histórica: la primera ejecución pública de la Sonata en si menor de Liszt; el
piano Bechstein obtiene el mismo éxito (muy contenido) que la Sonata,
pero en seguida, como la Sonata, se impone entre las mayores creaciones
del siglo. En Viena, Ludwig Bósendorfer desarrolla la obra de su padre
lgnaz, que en 1828 había levantado de nuevo la casa de Joseph Brodmann:;
conserva el título de «fabricante de pianos de la corte», ya conquistado por
el padre, y construye un número limitado de instrumentos pero de calidad
superfina. En Alemania, en Seesen, estaba en actividad desde el año 1836 la
empresa de Heinrich Engelhard Steinweg; en 1849, el hijo segundo de
Steinweg, Christian Carl Gottlob, implicado en los movimientos revolucio-
narios, huye a Nueva York, seguido al año siguiente por el padre y gran
parte de la familia, mientras permanece en Seesen el primogénito Carl Frie-
drich Theodor. Los Steinweg americanos cambian la parte final del ape-
llido (Steinweg = camino de piedra) en Steinway (way = weg) y producen
nuevos tipos de piano que obtienen un éxito asombroso.
La importación de pianos de Inglaterra casi había cesado en la práctica
hacia el año 1850 y el mercado americano había sido conquistado por la in-
dustria nacional guiada por Chickering: los Steinway, ganando por unani-
midad el premio en la feria de Nueva York de 1855, se aseguran al mismo
tiempo la supremacía y el liderazgo de un mercado en enorme expansión.
A partir del año 1859 aplican al piano de gran cola el cruzamiento de las
cuerdas, obteniendo un aumento del volumen de sonido. Después, ha-
biendo muerto dos hijos de Heinrich, el primogénito Carl Friedrich Theo-
dor cede la empresa de Seesen al socio Friedrich Gotrian, de lo que deriva
la casa Gotrian-Steinweg, que aún existe, y asume la dirección de la fábrica
americana. Este retoño Steinweg, que posee profundos conocimientos cien-
«EL CONCIERTO SOY YO» IS
1 El número progresivo de pianos vendidos puede dar una idea de la incidencia en el mercado de las
marcas más cotizadas.
Bechstein 11.600 24 950 54 180 126 160 147 000 168 000
Blithner 19 000 31 000 55 000 109 000 128 000 142 000
Érard 53 000 65 000 80 000 113 800 128 500 135 000
Pleyel 75000 100 000 122 500 178 000 202 000 216 000
Steinway 41 000 69 000 97 000 237 000 331 000 445 000
216 EL MANIERISMO
Rameau: Gavota variada. Gluck: Minueto del Orfeo. Scarlatti: Dos Sonatas. Beethoven: So-
nata. op. 106. Schumann: Kreisleriana, op. 16. Schubert-Cesi: Margherita all'arcolaio. Thomas:
Gavotta. Thalberg: Estudio en la menor. Chopin: Estudio, op. 25, núm. 10, Polonesa, op. 44.
Hans von Biúlow ejecutó a menudo en una sola velada las últimas cinco
Sonatas de Beethoven (aproximadamente dos horas y diez minutos de efec-
tiva duración musical). Un recital de Oscar Beringer, en Londres en 1881,
comprendía cuatro sonatas: la opus 106 de Beethoven, la opus 39 de Weber,
la opus 5 de Brahms y la Sonata de Liszt. La velada beethoveniana en la
serie de los conciertos llamados «históricos», que Rubinstein ejecutó varias
veces a partir de 1885, comprendía las Sonatas, op. 27, núm. 2, op. 31, núm. 2,
op. 53, op. 57, op.90, op. 101, op. 109 y op. 111, y la velada schumanniana
comprendía la Fantasía, op. 17, la Kreisleriana, op. 16, los Estudios sinfóni-
cos, op. 13, la Sonata, op. 11, cuatro de las Piezas fantásticas, op. 12, «El pá-
jaro profeta» de las Escenas del bosque, la Romanza en re menor y el
Carnaval, op. 9.
La audición de programas que, desde el punto de vista de la costumbre
actual, parecen hechos para destruir las facultades receptivas del especta-
dor, resultaba favorecida por la difusión del diletantismo y por la preparación
que el público no dejaba de hacer con vistas al concierto. En la segunda
mitad del siglo x1x, con el desarrollo del telégrafo y de la red ferroviaria, la
organización artesanal de la academia y del viejo recital, confiada al con-
certista mismo a través de contactos personales, desaparece completa-
mente, y en su lugar surgen dos estructuras complementarias: una local,
que es la «sociedad de los conciertos» o «sociedad del cuarteto» o «socie-
dad de los amigos de la música», regida gratuitamente por socios; y una in-
ternacional, la agencia, regida por profesionales altamente especializados.
Hermann Wolff, por ejemplo, organiza desde Berlín las giras, las tournées
«EL CONCIERTO SOY YO» 27
Ferruccio Busoni fue uno de los más célebres concertistas de los años a
caballo entre los dos siglos. De los más célebres y de los más discutidos,
porque, si bien su fabulosa técnica trascendental estaba completamente
exenta de censura, sus ideas acerca de la interpretación, sobre las cuales
tendremos ocasión de volver, suscitaban perplejidad y hasta escándalo.
Hoy, de las poquísimas grabaciones suyas, de sus escritos y de sus progra-
mas, su figura de protagonista de la historia de la cultura emerge con un
relieve que no es alcanzado por ninguno de los pianistas de su generación y
que lo coloca al lado de Liszt y de Anton Rubinstein para formar la tríada
de los dominadores del siglo. En cambio, los contemporáneos, y el público
más que los críticos, idolatraron al polaco Ignaz Paderewski y admiraron a
Eugéne d'Albert, Moritz von Rosenthal, Emil von Sauer, Alfred Reise-
nauer, Raoul Pugno, los polacos Josef Hofmann y Leopold Godowski, el
extraño, clownesco Vladimir de Pachmann, el francés iracundísimo Fran-
cis Planté y varios alumnos de Theodor Leschetitzki, que después de haber
enseñado durante mucho tiempo en San Petersburgo había abierto en 1878
en Viena una escuela privada de la que habían salido Paderewski y una
larga lista de grandes talentos. Después de la Schumann y después de la in-
glesa Arabella Goddard Davison, las concertistas más conocidas fueron la
venezolana Teresa Carreño, la rusa Annetta Essipova, la alemana Sophie
Menter y la americana Fanny Bloomtfield-Zeisler.
Casi todos los célebres pianistas de ambos sexos que acabamos de citar
habían sido seleccionados según el sistema del protégé adoptado desde la
época de Clementi y perfeccionado con el tiempo. Clementi procuraba a
sus alumnos la primera o la primera importante aparición en público, ha-
ciéndose patrocinador o garante del nuevo talento y del nivel profesional de
su preparación; el muchacho debutaba, la gente del oficio iba a escucharle
y el primer paso hacia la carrera se había dado. La variante más importante
de este mecanismo de selección es la francesa, adoptada desde comien-
zos de siglo: los pianistas franceses se pusieron de manifiesto, en general, ga-
nando el concurso público que se celebraba en el conservatorio de París al
final de cada año escolar y en el que podían tomar parte los muchachos que
habían superado una serie de pruebas preliminares. Muy a menudo el pre-
mio fue concedido a jovencísimos: Alkan y Planté ganaron a los once años,
Diémer a los trece, y la victoria los llevó a apariciones no triviales en la vida
concertística parisiense cuya crítica se hacía en las revistas y en los periódi-
cos musicales de todo el mundo. Planté, por ejemplo, fue de pronto invitado
a tocar en trío con el violinista Alard y el violoncelista Franchomme, susti-
tuyendo, ¡nada menos!, a Chopin, fallecido hacía unos pocos meses.
El doble debut de Josef Hofmann puede ejemplificar perfectamente
tanto los mecanismos de selección, como la explotación de la precocidad,
que en el siglo x1x fue tenida en la máxima consideración y suscitó una cu-
220 EL MANIERISMO
2Bl repertorio con orquesta de Hofmann comprendía entonces el Concierto, K. 466. de Mozart, los
Conciertos número 1 y número 3 de Beethoven, el Concertstúick de Weber, el Rondó brillante y el Concierto nú-
mero 1 de Mendelsshon.
«EL CONCIERTO SOY YO» DM
requieren un timbre claro y metálico, así como una gran sonoridad. Los tro-
zos del Clave bien temperado se interpretan mucho mejor con un bello piano
tipo 1830 y también con uno de nuestros instrumentos modernos». Pronto
volveremos a esta observación de Schweitzer; por ahora nos conviene obser-
var que con él aparece el primer y marginal, pero significativo, vislumbre de
una nueva concepción del uso filológico del piano, aquella concepción que
más de cincuenta años después llevó al redescubrimiento del pianoforte an-
tiguo, rebautizado, para distinguirlo del pianoforte moderno, con el nom-
bre de fortepiano.
Maa
QUINTA PARTE
El decadentismo
regina rastro aleroytallo, AAA
Ada A his eenparcial METER YO ch 20)
apa 003 a rmábién cen pro de cera ns unenios A
Vr aá sms ulmervurión de Heli Ora
Wi qer dns thaparcosel priai y il
AMEN toricepción ¿delape lodógion de
añ de sinenene años depués Pr ld MOP 000 o
Mg renaulicado. para in del Son nadan a >
Ss le foarpiono pa de
FRIA ADA
Sá ;
ka E aco . .
=
3 Y
E N ay .
a A PE Mn
A e h La ña
- E
: 5 LIA bl y =D A
. po
DATA
led 4% id ey 0 AN ei
ay pre E :
EAN el
y qt ÁS o o ; Y MAA .
en o ió A
e o A AS o
4 ba ES ÉS E
= e er OS
CAPÍTULO I
El simbolismo
Algunas fotografías del Liszt anciano, del Liszt con el hábito talar ya no
impecable y con los blancos calcetines, nos muestran al antiguo león ro-
mántico cansadamente sentado ante un humilde piano vertical, y la mono-
cromía de las páginas lisztianas tardías, con las contraposiciones diná-
micas sin difuminaciones, con aquella cantabilidad ya no metavocalística,
con aquella falta de profundidad y de perspectiva, con aquella reducción
del fresco dramático repetitivo a papel pintado de empapelar, encuentran
su encarnación más apropiada en el pianino, no en el gran cola. Si este
lugar de arribo es para el concertista Liszt un signo de soledad y de aleja-
miento del mundo, para Satie, tapeur á gages, aporreador de piano a sueldo
del Chat Noir y del Auberge du Clou, el pequeño piano es el instrumento
de trabajo, un sonido que flota sobre los vapores del humo y del alcohol y
sobre los rumores de la conversación, y que no debe dar voz a un lenguaje
sino a un equivalente sonoro de los espejos y del empapelado. En las Gym-
nopédies (1888) el ritmo siempre igual, los acercamientos de las armonías
sin que entre los acordes se desarrolle una dialéctica tensión-distensión, la
melodía más pitada que cantada, son los elementos constitutivos de un es-
tilo pianístico que no sólo no requiere el piano gran cola sino que, antes
bien, en el piano de cola plantea difíciles problemas de limitación y de con-
trol de la sonoridad, mientras que suena perfectamente a través de la mecá-
nica tosca y la pobre cordera de los viejos armatostes verticales. La auda-
cia de la armonía de Satie, esta aproximación de los acordes según una lógica
de la sensación en vez de según convenciones sintácticas, nace, a nuestro
modo de ver, de la relativa casualidad de resultado de la mecánica del pia-
nino: mientras que en el piano de cola se pueden entonar con relaciones ca-
libradísimas los sonidos de un acorde en función de su posición en la
armonía, en el pianino el resultado sonoro escapa la mayoría de las veces a
las intenciones del pianista, y el acorde suena como agregado sonoro tím-
bricamente caracterizado. El arcaísmo y el curioso orientalismo de las pri-
meras páginas de Satie representan una reducción de la música a melodía
acompañada de instrumentos de percusión, como en la Edad Media, y el
piano vertical se convierte en el conducto de esta revolución cultural que da
un vuelco al uso social tanto de la música como del instrumento cerca de
las clases cultas. Vuelco radical, que se evidencia incluso en los mortíferos
consejos dados al ejecutante y en las historietas que condenan a lo grotesco
el psicologismo del romanticismo tardío, pero que encuentra su punto de
fuerza y su valor absoluto en una escritura pianística tan aparentemente
descuidada y tonta como coherente con las premisas de unas poética des-
mitificante que convierte la realidad en absurdo y lo absurdo en verdad.
Se sabe que Debussy admiró a Satie y que las ideas de Satie tuvieron
una importancia no desdeñable en la formación de su personalidad; pero
con Debussy volvemos a entrar en el profesionalismo, en un profesiona-
lismo que no reniega de golpe del pasado. El piano de Debussy es el piano
de Chopin y de Liszt, es el piano de cola difícil de dominar y de las enormes
posibilidades: posibilidades, en verdad, aún en parte inexploradas.
La técnica de la construcción, como hemos visto, había evolucionado
hacia un piano que ya no era exactamente el piano de Chopin y de Liszt. La
Í
EL SIMBOLISMO 2
(délicatement
el presque sans nuances)
Modérément animé
objeto sonoro, o una pintura sonora, sin participación afectiva y sin traspa-
sar los límites del simbolismo. La convergencia de los formantes hacia un
punto central, esencial para el significado psicológico-expresivo de la mú-
sica, aquí queda rota, y aunque puedan encontrarse en Debussy la melodía,
el bajo y las partes del medio de la escritura romántica, el conjunto no con-
verge en la melodía. El significado no es, pues, psicológico sino espacial, de
movimiento de eventos sonoros cuya correlación depende únicamente de
su contemporaneidad. Por más que puedan ser peligrosas las comparacio-
nes entre música y pintura, se puede volver a pensar en Friedrich, en sus ár-
boles solitarios y, frente a ello, en las diversas versiones del Árbol azul que
Mondrian estaba pintando precisamente en 1910, mientras Debussy escri-
bía los Preludios.
El descubrimiento de la historia, que se inicia con Mozart, que agobia
a Beethoven, que se impone a los románticos y que se vuelve obsesiva en
Brahms, vale para Debussy, como para todos los músicos europeos de su
época, y el deseo de la síntesis histórica, de la continua recuperación de un
pasado que revive continuamente, opera siempre en él, pero de un modo
cada vez más difuminado y alusivo. En el segundo libro de los Preludios
(1910-1913) Debussy retorna hacia sí mismo (por ejemplo, en Bruyéres, estilís-
ticamente ligado a la Suite bergamasque), pero procede también cada vez
más adelante, aproximándose al descubrimiento del ruido. En el último
Preludio, Feux d'artifice, ruido es el largo crujido inicial y está hecho en gran
parte de ruidos de la cadencia que culmina en el glisando a dos manos. En
dos momentos se acerca Debussy a aquel límite de explotación de los recur-
sos del piano que sólo se verá superado unos quince años más tarde por
Cowell, el paso de la ejecución sobre teclado a la ejecución sobre cordera.
Esto no quiere decir que la escritura pianística del preludio sea de ningún
modo inadecuada; pero a la luz de posteriores experiencias históricas, no
se puede dejar de ver un preanuncio del glisando sobre la cordera en el
gran glisando a dos manos, y no puede dejar de verse un preanuncio del
punteado sobre la cordera en los últimos sonidos de la mano derecha.
Tocado este punto extremo, en los confines del mundo que será explo-
rado por las vanguardias de la posguerra, en los doce Estudios (1915), nos
hallamos en la catalogación del pasado, de la cultura. Los lugares designados
de la técnica pianística (las cinco notas, las terceras, las sextas, las octavas,
las notas repercutidas, etc.) determinan el plano de la obra y la sonoridad
pianística que Debussy ha descubierto se relaciona con las abstracciones
didácticas de la tradición. A través de ellas, casi como en una rejilla, rea-
parece todo el camino estilístico que el creador ha recorrido en cerca de
treinta años de actividad. Un ciclo histórico se cierra para siempre: en el
piano ya no habrá nada por descubrir. Se podrá utilizar, y de un modo tam-
- bién original, todo el patrimonio acumulado desde Mozart hasta De-
bussy. Pero, para hallar nuevas posibilidades tímbricas en el piano se deberá
inventar el piano preparado, se deberá probar el piano eléctrico, se deberá in-
troducir la relación con las máquinas de reproducción del sonido. El piano,
como continente por descubrir, como terra incognita, termina con Debussy.
Una fuerte, aunque cortés polémica, contrapuso en 1907 a Debussy con
EL SIMBOLISMO 231
1 La historia de la ejecución en los últimos treinta años del siglo xix no está suficientemente documen-
tada por el disco y. por lo tanto. no puede decirse hasta qué punto la generación de los intérpretes nacidos
alrededor del año 1860 desarrolló la técnica colorística. Al parecer. se elaboró una técnica a fines del si-
elo que se diferencia de la del pasado. Es muy significativo a este respecto lo que Bartók escribe de D'Albert:
«Lo que ha tocado. lo ha ejecutado admirablemente. Cómo no sentir un piano. si tan extraño resultaba al-
gunas veces el efecto de sus timbres» (carta a su madre. de 21 de enero de 1900). Bartók hacía poco tiempo
que se había establecido en Budapest. donde estudiaba con un discípulo de Liszt. István Thomán. Sin em-
bargo. la técnica colorística de D'Albert representó para él una sorpresa. Obsérvense también las fechas: la
carta de Bartók es de 1900 y Jeux d'eaux se compuso en 1901.
232 EL DECADENTISMO E
mente hacia el año 1905, lleva a Skriabin hacia dos extremos: por una
parte, en los Preludios y en las Piezas breves de la madurez (op. 48, op. 49,
etcétera) y en los breves Poemas (op. 63, op. 69 y op. 71) a la notación expre-
sionista, la revelación súbita y punzante de un estado de ánimo, el indivi-
dualismo absoluto; por otra parte, en las Sonatas, a la revelación panteística
de un cúmulo magmático de fuerzas elementales y terribles a las que Skria-
bin considera como las potencias regeneradoras de la humanidad.
Las connotaciones poéticas, filosóficas, francamente «misteriosóficas»
singulares en un músico que no se siente tentado por el teatro, se canalizan
hacia preocupaciones de orden formal que hacen pensar en los poetas sim-
bolistas franceses contemporáneos. Así como los simbolistas franceses ven
en el soneto, no tanto un esquema formal como una eterna forma arquetí-
pica, Skriabin vuelve a pensar incesantemente el esquema clásico de la so-
nata. En la literatura postschubertiana la sonata aparece como excepción,
como relación del compositor con la historia, con el clasicismo. En cambio,
Skriabin escribe dos sonatas ya durante la adolescencia y, después de haber
compuesto entre 1891 y 1892 la Sonata, op. 6, vuelve a esta forma hasta la
Sonata número 10, op. 70, de 1912-1913, dos años antes de su muerte.
En la Sonata, op. 6, el esquema formal tradicional rígidamente respe-
tado (¡en el primer movimiento se encuentra hasta el ritornello de la exposi-
ción!) se emplea con finalidades dramáticas, según un inexpresado pro-
grama que conduce sin sombra de duda a una visión de anonadamiento.
Después de la segunda y la tercera Sonata, todavía en gran parte tradiciona-
les en su estructura, Skriabin suprime de la Cuarta la división en varios mo-
vimientos. Su solución no es la lisztiana, no es la fusión en uno solo de los
cuatro movimientos de la sonata; elige, en cambio, el esquema más típico
de la sonata dramática, el allegro de sonata bitemático y tripartito con in-
troducción en movimiento lento y peroración final (el esquema de las gran-
des oberturas de Beethoven), esquema que le permite alcanzar la conti-
nuidad y la concentración máxima de la expresión. En la Sonata número 4,
op. 30, el arco expresivo tiende a la afirmación triunfal de un tema presen-
tado al principio con dudoso titubeo. En las sonatas sucesivas ya no encon-
traremos lucha y catarsis, sino la presencia de positivo y negativo, de vida y
de sueño, de conciencia y de delirio, y la Sonata número 10, que empieza y
termina con la misma célula temática interrogativa, será lo exactamente
opuesto de la Sonata número 4. El desarrollo del aforismo, del pensamiento
que ilumina irracionalmente la realidad lleva, en cambio, en los Preludios,
op. 74 (1914), a la anulación de los nexos sintácticos y a la concepción del
lenguaje como epifanía del inconsciente. En el poema Vers la flamme, op. 72
(1914), el sonido pianístico parece perder la precisión de la altura para con-
vertirse en elemento matérico móvil, símbolo de un fuego primordial des-
tructivo y purificador al mismo tiempo.
Skriabin, que muere en 1915 con menos de cuarenta y cuatro años, con-
suma hasta el fondo el simbolismo y el sueño de palingenesia universal
que, bajo la guía de Vladimir Solovev, había animado alos artistas rusos de
su generación. Ferruccio Busoni, en cambio, va más allá del simbolismo
para reafirmar los valores de un «joven clasicismo» humanístico. Los co-
EL SIMBOLISMO 235
ción que como norma, mientras que de Debussy tomaba más bien la
concepción del timbre pianístico como sonido de plancha percutida, desa-
rrollándolo de modo original ya en las Bagatelas, op. 6 (1908) y, sobre todo,
en la Suite, op. 14 (1916). Sergei Prokófiev empieza a escribir música para
piano a la edad de cincó años y su producción refleja sus progresos de eje-
cutante. Prokófiev no pierde de vista el virtuosismo trascendental del si-
glo xix, dominado por la figura de Liszt y encarnado, en la Rusia de
principios del siglo xIx, por Rajmáninov: el Concierto número 2, op. 16
(1913, revisado en 1923), y las Visiones fugaces, op. 22 (1915-1917), son para-
digmáticos de este sentido de la continuidad de la tradición, de la que Pro-
kófiev se siente, como Schónberg por otros aspectos, no el codificador,
sino el heredero capaz de renovarla. Renovación que comporta, empero, un
análisis racional y un retorno a la realidad. Prokófiev no cree ya en la uto-
pía del sonido cantable, del sonido de la dinámica continua, y se vale de un
sonido llamado «percusivo» en el que lo esencial es el comienzo, no la du-
ración. Los distintos sonidos se desprenden y se cortan de un modo que
puede calificarse de divisionístico, y que lleva a un primer plano la percep-
ción exacta, confiando al oído del oyente la construcción del diseño. Ya sea
por este motivo, ya sea por la elección de formas'de la tradición clásica, ya
sea por la predilección por las danzas del siglo xvm, Prokófiev preanuncia,
pues, desde sus años juveniles, el neoclasicismo.
CaApPítTULO II
El neoclasicismo
aquí la última y más difícil rarefacción de una técnica que continúa siendo
sofisticadísima. Después del marginal interés en los timbres artificiales de
la Sonatina segunda (1912) Ferruccio Busoni procede diversamente de Ravel.
Cuando escribe Sonatina ad usum infantis Madeline Americanae pro clavicim-
balo composita no piensa en el clavicémbalo. Su clavicimbalum es el término
latino para pianoforte, y su sonido no es paraclavicembalístico. Él piensa,
en cambio, en una escritura pianística prerromántica o en un Bach didác-
tico transferido al piano, y así la Sonatina in diem nativitatis Christi MCMXVIH
es un trozo encantado en el que la sapiencia de la pedalización moderna se
une a una escritura clasicizante, con un efecto, más aún que neoclásico, pri-
mitivístico. La Sonatina in signo Johanni Sebastiani Magni (1919) parafrasea un
trozo de Bach sobre el cual se construyen contrapuntos metafísicos, y la So-
natina super Carmen (1920) es una «fantasía de cámara» sobre la obra de
Bizet, una fantasía mantenida en los límites de un virtuosismo árido y esen-
cial más de Carl Czerny que de Franz Liszt. El núcleo de las mayores com-
posiciones neoclásicas de Busoni se completa con la Toccata (1921), que
reasume el espíritu clasificatorio de los Estudios de Debussy.
¿Puede hablarse de neoclasicismo en un músico como Satie? Las piezas
escritas durante o poco después de su período de estudio en la Schola Can-
torum (el Pasacalle, En habit de cheval, etc.) proponen de nuevo una ascética
concepción del contrapunto, velada pero oculta por los títulos irónicos.
Pero el neoclasicismo más propiamente pianístico de Satie, aquel que no
parte de razones de orden musical, sino de orden instrumental, lo encontra-
mos en la Sonatina burocrática (1917) y en los cinco Nocturnos (1919). Pero
la Sonatina burocrática es un montaje de la Sonatina, op. 36, núm. 1, de Cle-
menti y consiste en leer la música clementiana según el viejo equipo esco-
lástico (la inversión, el espejo), y en el falsear las líneas sobre varias
tonalidades, con, además, la historia banal de la jornada de un pequeño
burócrata de medias mangas. Historia y paráfrasis muestran con toda evi-
dencia intentos iriónicos de tipo dadaístico, pero lo que aquí más nos inte-
resa, al menos en este punto, es la reconquista de la perceptibilidad de las
líneas a través de la politonalidad, en vez de a través del toque diferenciado.
En el piano de la época de Clementi el juego de las líneas era perceptible a
causa de las características del instrumento tímbricamente no homogéneo;
en el piano de Satie las líneas de la Sonatina podían volver a ser perceptibles
sólo en virtud de un consumadísimo arte del toque. Mediante la politonali-
dad, Satie devuelve vida, confiriéndole eficacia, a una escritura simple que
después emplea con habilidad en los Nocturnos, técnicamente accesibles a
cualquier aficionado de facultades medianas.
Carácter esencial del neoclasicismo de Busoni y de Satie es, pues, la ne-
gación del virtuosismo en cuanto a ars reservata. En la misma óptica ideoló-
gica se sitúan la Sonata (1924) y la Serenata (1925) de Igor Stravinski que
reasumen estilos musicales, pero también tipos de escritura, del pasado. La
contradicción latente consiste en el hecho de que una escritura esquemática
y no difícil de dominar renace en un momento en el que viene a faltar la
base social que en el pasado la había justificado. Las sonatas de Carl Philipp
Emanuel Bach, de Haydn, de Mozart se escribían para el uso privado o se-
EL NEOCLASICISMO 243
Las vanguardias
El concepto de vanguardia puede aplicarse a diversas experiencias mu-
sicales: por ejemplo, las composiciones pianísticas de Matthias Hauer
pueden definirse como de vanguardia porque emplean series de doce sonidos,
y la Suite, op. 25, de Schónberg (1924) es obra de vanguardia por estar cons-
truida, por primera vez en la historia, con una sola serie dodecafónica.
Aquí, en cambio, aun confesando lo arbitrario de la distinción, hablaremos
de las vanguardias en relación no con el desarrollo del lenguaje musical
sino del instrumento y de su uso.
El piano, como hemos visto, llega a ser el piano moderno en los últimos
treinta años del siglo xIx, cuando la adopción generalizada del marco metá-
lico fija los límites definitivos (al menos por ahora) de la tensión de las
cuerdas. La investigación sobre el instrumento realizada entre el final del
siglo y los dos primeros decenios del xx agota prácticamente todas sus posi-
bilidades, excepto una: el tercer pedal, patentado por la Steinway « Sons y
aplicado durante mucho tiempo sólo a los pianos Steinway, que permite
mantener las vibraciones de los distintos sonidos o grupos de sonidos, aun-
que dejando volver la tecla a la posición de reposo. En otros términos, el
tercer pedal mantiene levantados solamente algunos apagadores, en vez
(efecto del pedal de resonancia) de tenerlos levantados todos. Un efecto
análogo y más artesanal, no infrecuente después del ejemplo del Klavier-
stúck, op. 11, núm. 1, de Schónberg, consiste en tener levantados algunos
apagadores bajando la tecla para liberarlos, sin producir, empero, el so-
nido: en cambio, el sonido es producido por las vibraciones por simpatía, y
resulta lejano y misterioso:
LAS VANGUARDIAS 249
Die tasten tonlos niederdric
ken! langsamer
Flag. (4)- 5
Sonata para dos pianos y percusión, ponían los grupos de sonidos pianís-
ticos en relación con sonidos de la percusión, de altura indeterminada.
Entre los poquísimos ejemplos de clusters no digitados en la música euro-
pea pueden citarse los de la Lulú de Berg (con el antebrazo) y el del cuarto
movimiento de la suite All'aria aperta de Bartók (con la palma de la
mano).
Henry Cowell es también el pionero de la ejecución sobre la cordera.
Verdaderamente, se conoce un ejemplo de ejecución directa sobre la cor-
dera desde finales del siglo xv: en la Sonata en Sol mayor de Friedrich
Wilhelm Rust (pensada para clavicordio) se encuentran ejemplos de soni-
dos sobre cordera «a imitación de los timbales, del salterio y del laúd»; en
la última Sonata de Rust, en Re mayor (1796), los armónicos sobre la cor-
dera, punteados y batidos, se emplean no ya como curiosidad excéntrica,
sino en función tímbrica esencial del contexto musical. La idea de Rust no
fue seguida o al menos no se tiene noticia de ello. Muchos oyentes observa-
ron que Debussy tocaba a veces con tal impalpable levedad que daba la im-
presión de que las cuerdas no eran percutidas por. el macillo sino pulsadas
con las manos y. hemos observado (hipótesis no apoyada por ningún docu-
mento) cómo las dos octavas agudas finales de Feux d'artifice dan la impre-
sión de exigir la ejecución directa sobre la cordera.
De todos modos, la primera pieza en la que se exije la ejecución de algu-
nos sonidos sobre la cordera es la Piece for Piano with Strings de Cowell,
compuesta en 1924; en 1925, Cowell compuso Aeolian Harp y luego otras
piezas. El ejemplo de Cowell fue seguido por William Russel, pero tampoco
el uso de sonidos producidos directamente sobre la cuerda (punteados, ba-
tidos, armónicos) llega a hacerse común hasta después de 1950. Finalmente,
Cowell fue el iniciador de la ejecución sobre las partes metálicas del arma-
zÓn y sobre el mueble, es decir, la búsqueda de sonidos o ruidos obtenidos
con partes no principales del instrumento.
En la historia del piano podemos encontrar muchos tipos curiosos de
instrumentos y de teclados poco conocidos: el teclado de Paul von Jankó,
puesto definitivamente a punto en 1886, era una especie de escalera de seis
peldaños y el piano de Emmanuel Moór, bastante conocido en el período
de entreguerras, tenía dos teclados sintonizados a una octava de distancia
que podían actuar por separado o acoplarse mecánicamente.
El único instrumento que fue empleado sistemáticamente por algunos
compositores, entre las dos guerras y posteriormente, es el piano de cuartos
de tono. Un «piano acromático» de cuartos de tono había sido patentado
en París por un tal Behrens en 1892, y Ferruccio Busoni, en 1907, había teo-
rizado el uso de los tercios y sextos de tono. El checoslovaco Alois Hába
hizo construir en los años veinte por lo menos tres tipos de piano de cuartos
de tono por la casa Forster y por la casa Gotrian Steinweg, y para el piano
de cuartos de tono escribió en 1923 la Suite, op. 16, en 1924 la Fantasía,
op. 19, y muchas otras piezas hasta llegar a la Sonata, op. 62, de 1945. El piano
de cuartos de tono podía tener un teclado con teclas grises intercaladas
entre las blancas y las negras o bien dos teclados superpuestos sintonizados
a la distancia de un cuarto de tono. En uno y otro caso surgían poblemas
LAS VANGUARDIAS DS
1 El pianista y compositor checoslovaco Erwin Schuloff estudió los problemas de la técnica pianística
con que se tropezaba el ejecutante con el piano a cuartos de tono. y publicó incluso los resultados de su
trabajo.
252 EL DECADENTISMO
SEXTA PARTE
Nuevas utopías
22
lados los macillos, eneliminará ini
Fipieno boeparado ma abría «uu rió lora
wa del piaao; simo que reflciabt da soeroaiade aval Mi
taba de ug Na pera Eco Teación hayado
Í J ' e ES
PA AAA E A
A E MERLO
CELTAS E ; airada ne
DA ) ql 5 y EN Ó o o a NS
>
o
E
a
E A A e nu
mó A K REI E id ¿0/0 NA 5
Se al
' j
OA
] A Ms e TEA e
pa? MÁ vd A E q SAR TIAAR
2 ¿ae
.
rai
A EN
ie rada para HE DS
E pd rs Ñ
q Ls A EIA m
Lia AAA
A ody OS E po y
MM ea pb DN Es 5 h ( Ye ada
> E sl O
: E eE
NS E > DAMA Y
] . E
CAPÍTULOI
Fijar el signo
La notación musical establece con exactitud la altura de los sonidos, y
con exactitud relativa, indicando el instrumento, establece el timbre. La di-
námica, en cambio, es indicada sin un punto de referencia objetivo, ni ab-
soluto ni relativo; el piano y el forte no son referibles a medidas ni tienen
una relación exacta entre sí, tanto que la unidad de medida de la dinámica,
el decibelio, no nace con la música, sino con el teléfono, hasta el extremo de
que nadie se preocupa de preguntarse si mezzoforte significa la mitad de un
forte, de la misma manera que no nos preguntamos si medio soprano signi-
fica la mitad de soprano. Además, la notación no considera la variación de
timbre en el mismo instrumento, ni la relación timbro-dinámica. Las varia-
ciones de timbre entran en la notación marginalmente, con indicaciones
entre descriptivas y psicologísticas: el esforzado, el brillante, el dulce, el
suave, se refieren en realidad a cualidades tímbricas del sonido que la nota-
ción se contenta con indicar genéricamente, dejando su realización a la tra-
dición o al gusto del intérprete.!
Sin embargo, en los primeros años después de la segunda guerra mun-
dial los compositores empezaron a tomar en consideración, con fines no ya
expresivos sino estructurales, también la dinámica y las variaciones del
timbre. Ya las Tres composiciones de Milton Babitt (1947) y la Sonata núme-
ro 2 de Boulez (1947-1948) estudiaban la organización de los ritmos y de las
intensidades según técnicas seriales derivadas de la dodecafonía. Sin em-
bargo, suele tomarse como punto de referencia el segundo de los Cuatro Es-
tudios de ritmo de Olivier Messiaen, Sistema de valores y de intensidades,
compuesto en 1949.
1 La variaciones del timbre se indican con cierto cuidado en los instrumentos de arco (pizzicato. con
sordina. al puente. sobre el batidor): la única variación del timbre indicada con precisión en el piano con-
siste en la prescripción del pedal «una corda». que. por lo demás. los compositores indican poco y los intér-
pretes emplean mucho.
258 NUEVAS UTOPÍAS
Escribe el autor:
Probablemente influido por toda la escuela vienesa que quería intentar la recuperación de
las formas antiguas, he probado de destruirlas completamente; es decir, que he hecho un in-
tento de destrucción de lo que era la forma sonata de un primer movimiento, de disolución de
la forma del movimiento lento a través del tropo y de disolución de la forma scherzo repetitiva
a través de la forma de la variación; de destrucción, en fin, en el cuarto movimiento, de la
forma fugata y de la forma canónica. Uso términos negativos quizá con exceso. Hay explosión,
disolución, dispersión en esta Segunda Sonata, y es precisamente de manera intencionada, a
despecho de una forma muy constrictiva, que han sido echadas al fuego todas estas formas
FIJAR EL SIGNO 259
clásicas. Después de esta Segunda Sonata, ya no he escrito más con referencia a una forma pa-
sada. Siempre he encontrado una forma que ha sido pensada con la idea misma.
Por otro lado, tampoco puede dejar de observarse que el mismo acorde,
indicado simplemente con un forte o con un piano, no se ejecutaría con di-
námica uniforme de todos los sonidos, a no ser en una concepción de
acorde como cluster, como grupo de sonidos en una zona de alturas. En
cambio, en una concepción armónica del grupo de sonidos, el ejecutante
«entona» los sonidos de manera diversificada según la función e importan-
cia que tiene la intención de atribuirles. Por tanto, en la práctica es imposi-
ble respetar y realizar con exactitud todos los signos de dinámica escritos
por Stockhausen, pero el análisis espectroscópico del mismo acorde indi-
cado uniformemente forte e «interpretado» por un ejecutante, llevaría a re-
sultados que, por hipótesis, podrían coincidir con los indicados por Stock-
hausen. La escritura de Stockhausen, por muy utópica que pueda parecer,
pone de manifiesto la complejidad, tanto de la relación tradicional grafía-
sonido, como de la intervención del intérprete en el momento mismo en que
trata de recuperar en la proyección del compositor toda la realidad del ob-
jeto sonoro presente y anular la figura del intérprete.
La obra creativa de Boulez y de Stockhausen, conducida con un rigor y
una tensión intelectuales que aún hoy, al cabo de más de treinta años, sus-
citan pasmosa admiración, tiende a abolir la distinción de pensamiento y
materia y a resolver en el acto creativo el largo debate que en los años de en-
treguerras se había desarrollado sobre el intérprete. Este momento esencial
en la historia de la música de nuestro siglo abre el camino, por un lado, a la
experiencia de la música electrónica, y por el otro, para nosotros más inte-
260 NUEVAS UTOPÍAS
? Bussotti ofrecerá el más completo ejemplo de creación de sonidos directamente sobre la cordera (cuer-
das punteadas y percutidas de varias maneras y con diversos objetos) y de creación de sonidos obtenidos
usando las partes metálicas y el móvil en los Tableaux vivants para dos pianos (1964-1966).
FIJAR EL SIGNO 261
* «Para dos pianistas». no «para dos pianos». porque cada ejecutante toca también doce platillos afi-
nados (címbalos antiguos) y un wood-block.
FIJAR EL SIGNO 263
que, aun no reasumiendo formas o escritura pianística clásica, nace del es-
tudio de sonoridades románticas o simbolistas. También podría decirse que
ya el tercer trozo de Al aire libre de Bartók, Musettes, se basa en el análisis de
los compases 9-16 del Estudio, op. 25, núm. 3, de Chopin o que en el Kla-
vierstiick YX de Stockhausen reaparecen las sonoridades de la ornamenta-
ción chopiniana y lisztiana. Un estudio profundizado del sonido de la
ornamentación romántica, analizada e indicada con «una escritura de
toque y pedal que [...] no tiene rival en el idear perspectivas infinitésimas»
(Bortolotto), aparece más bien en las músicas escritas por Cornelius Car-
dew hacia 1965 y se hace cada vez más frecuente en los años setenta. En
Paolo Castaldi el gusto por la cita puede llevar a comparar la sonoridad
abstracta del ejercicio y la sonoridad de la literatura (Scale, 1970) o a causar
la intersección de dos composiciones que usan el instrumento de un modo
parecido (Gried, 1969, basado en el collage de fragmentos del Estudio, op. 10,
núm. 3, de Chopin y del Sueño de amor, núm. 3, de Liszt). En De la nuit (1971)
de Salvatore Sciarrino la composición nace del análisis de ciertas sonorida-
des de Ondine (de Gaspard de la nuit) de Ravel, expresamente citadas no sólo
en cuanto a sonoridades, sino también en cuanto a notas y texto. En el
Étude de concert (1976) Sciarrino iimagina una sonoridad skriabiniana (posi-
ciones amplias y rápidos cambios de posición) hecha más impalpable, in-
directa, casi reminiscencia o sueño de la persistencia del comienzo al final
de vibraciones por simpatía de todo el registro grave, obtenidas mediante el
tercer pedal; inmediatamente después, en la Primera Sonata, el compositor
puede servirse de sonoridades simbolistas (incluida una casi cita de Jeux
d'eau a la Villa d'Este de Liszt) sin caer en contextos tradicionales. Por otro
lado, Stockhausen puede escribir en Tierkreis (1975) verdaderas melodías
sin renegar de las conquistas de los años cincuenta. Operación bien distinta
de la institucionalización de la vanguardia, de la relación ecléctica de van-
guardia, y tradición que, en contextos culturales diversos, es perseguida por
artistas de indudable talento como Hans Werner Henze (Tristan, para
piano, cinta magnética y orquesta, 1973) o el soviético Rodion Scedrin
(Concierto número 2, 1966; Concierto número 3, 1973; 25 Preludios polifóni-
cos, 1972). Sin querer con esto expresar juicios morales, puede observarse
que mientras la investigación reasume constantemente aquella relación
evolutiva con la tradición que hemos observado en todos los mayores ar-
tistas hasta aquí encontrados, la institucionalización académica de la
vanguardia procura paradójicamente hacer aceptar música nueva en un
mundo que no requiere música nueva porque en los últimos ochenta años
el repertorio concertístico se ha modificado progresivamente y ha acogido
cada vez con mayor dificultad músicas contemporáneas. Si Liszt presentaba
un repertorio formado casi íntegramente por «primeras ejecuciones absolu-
tas», si Francis Planté (nacido en 1839) conservaba hasta la más provecta
ancianidad una curiosidad por lo nuevo que le permitía incluir en su reper-
torio música de Prokófiev (nacido en 1891) y de Poulenc (nacido en 1899),
ya el repertorio de Schnabel demuestra un total desinterés por la música
contemporánea, si bien Schnabel fue músico muy abierto y compositor
de vanguardia. Hoy, los repertorios de Alfred Brendel (nacido en 1931) y de
264 NUEVAS UTOPÍAS
Encontrar la historia
La historia del concertismo, que por lo menos en el siglo x1Ix no puede
ser diferente de la historia de la interpretación, estuvo dominada durante
unos setenta años por Liszt y por Anton Rubinstein. Liszt, como hemos
visto, transformó la «academia» en recital, estableció el primer núcleo del
repertorio y desempeñó después un papel decisivo en el desarrollo de la
cultura como maestro de varias generaciones de pianistas, de Hans von
Biillow (nacido en 1830) a Eugene d'Albert (nacido en 1864). Anton Rubin-
stein fue, después de que Liszt se retirase del concertismo activo, el mayor
encantador de multitudes y, por consiguiente, el mayor propagador de cul-
tura, llegando a desarrollar el legado lisztiano hasta la ejemplar propuesta
de los «conciertos históricos». Ninguno de los concertistas formados mien-
tras vivieron Liszt y Rubinstein pudo substraerse a las orientaciones sobre
el gusto que éstos habían propugnado y a las tradiciones interpretativas que
de éstos provenían, es decir, a su modo de entender el valor del signo. Sin
embargo, en Fernando Busoni, que conoció a Liszt y a Rubinstein, pero que
era autodidacta, pueden percibirse tanto la premonición de una inevitable
crisis como el proyecto, podríamos decir, de una reforma.
Busoni comenzó imitando, aunque indirectamente, no como discípulo,
a Anton Rubinstein y aún en 1896 se complacía en ser comparado con
él por un crítico competente y temido como Eduard Hanslick. Hacia el
final del siglo Busoni empezó a estudiar intensamente a Liszt, y en 1903 se
presentó en Berlín con tres programas lisztianos que comprendían, entre
otras piezas, la serie completa de los Estudios trascendentales y de los Estu-
dios de Paganini y una velada enteramente dedicada a transcripciones y
paráfrasis. Busoni afirmaba así la validez de las músicas de Liszt, cuyas for-
tunas críticas habían llegado por entonces a un punto ínfimo y, al mismo
tiempo, se proponía a sí mismo como auténtico heredero no tanto de la tra-
dición (porque no había estudiado con Liszt) como de la estética y de la
ideología lisztiana. Liszt había obrado en su tiempo el milagro de hacer
«contemporáneos» a compositores no vivientes, descubriendo, por lo tanto.
266 NUEVAS UTOPÍAS
valores y mitos que se proyectaban más allá de la época que los había pro-
ducido. Los discípulos de Liszt tendían a codificar la memoria y la tradi-
ción lisztianas. Busoni, en cambio, quiso reasumir en la raíz un principio
lisztiano que, como tal, después de la muerte de Liszt ya no coincidía con la
tradición.
Polemizando con el crítico Marcel Rémy, había escrito en 1902:
Usted parte de premisas falsas si cree que es mi intención modernizar las obras. Al contra-
rio, limpiándolas del polvo de la tradición, intento restablecer su juventud, presentarlas como
sonaban para el público en el momento en que por primera vez brotaron de la mente y de la
pluma del compositor. La Patética era una sonata casi revolucionaria en sus días y debe sonar
revolucionaria. Nunca se pone suficiente pasión en la Apasionada, que fue en su época la cima
de la expresión de la pasión. Cuando interpreto a Beethoven trato de alcanzar la libertad, la
energía nerviosa y la humanidad que son los signos peculiares de sus composiciones, en con-
traste con las de los que le precedieron. Identificándome con el carácter del Beethoven hombre
y con lo que se dice de su modo de tocar, me he construido un ideal que erróneamente ha sido
calificado de moderno y que en realidad no es sino vida. Lo mismo hago con Liszt; y, extraña-
mente, muchos me aprueban en este caso mientras que me condenan en el otro.
Por lo que hoy puede comprenderse por sus poquísimos discos, por las
revisiones, por las polémicas que sus ejecuciones suscitaron, Busoni se re-
servaba siempre el derecho de intervenir sobre la escritura instrumental, de
«reescribir» pianísticamente las composiciones, ya fuesen de Bach, de Mo-
zart, de Beethoven, o de Liszt. Todavía más, intervenía para organizar de
manera no tradicional la percepción, por medio del timbre y del pedal
de resonancia,! valiéndose de una técnica del sonido («Busoni es un Creso
en los matices del sonido», Karl Nef) que probablemente no tuvo rival
antes de Horowitz. El objetivo, ya lo hemos visto poco antes, era el de re-
crear el efecto original de la música, no como había sido percibida mate-
rialmente en tiempos del autor, sino como había sido captada psicológica-
mente por los oyentes del pasado. Frente a la codificación de la tradición
destinada a desembocar en el academicismo, y frente a la reciente investi-
gación filológica de Ernst Pauer, de Diémer y de Hipkins, Busoni trataba
de mantener vivo el concepto lisztiano de perpetuo redescubrimiento del
valor emotivo originario de la música, substrayéndola a la historización; in-
tento que no podía dejar de quedar aislado y aparecer provocativo, en una
época que empezaba precisamente, como hemos dicho, a volver a adoptar
los instrumentos antiguos y a volver a estudiar tratados y técnicas de ejecu-
ción del pasado y que, al menos en perspectiva, quería redescubrir los valo-
res Originales de la música a través de un momento inicial de correcta
restauración filológica, no de intuición recreadora.
El problema, que no puede analizarse adecuadamente aquí, es en ver-
dad muy complejo y complicado porque, para citar sólo un ejemplo, Wanda
Landowska usó, polémicamente, un instrumento antiguo, el clavicémbalo,
pero sirviéndose en realidad de él según concepciones ideológicas no dife-
! «Y el piano posee algo que es exclusivamente suyo. un medio inimitable, una fotografía del cielo. un
rayo de la luz lunar. Los efectos del pedal distan mucho aún de haberse agotado. porque han quedado escla-
vos de una teoría armónica mezquina e irracional. Se trata el pedal como si se quisiese reducir el aire y el
agua a formas geométricas.» (Apprezare il pianoforte. 1910.)
ENCONTRAR LA HISTORIA 267
Tal vez me equivoque, pero tengo esta impresión: nos hemos vuelto demasiado refinados,
demasiado cultos. [...]. Distinguimos las sutiles diferencias que hay en la forma y en el color de
las diversas épocas cuando Beethoven todavía oía y luego que se volvió sordo: sabemos todo
esto. pero los volcanes que emergiendo hacían sufrir a Beethoven, los soles que le iluminaban,
los gritos que le destrozaban el corazón, no nos conmueven. Y aquí están las fuentes del fu-
turo: olvidaos del piano. del estilo. de la educación, de la ciencia. y vivid a Beethoven, tocad el
órgano, el violín, silbad, tocad el timbal, cantad de nuevo al piano, sacad de nuevo el mundo
del tenebroso reino de las notas escritas para conducirlo hacia la luz: ejecutad, si os parece, la
Sonata al claro de luna como el sollozar de un moribundo, y orquestad la Marcha fúnebre del
opus 26 del modo más moderno: haced surgir hoy. como por ensalmo, de la Sonata a Waldstein
un idilio con la Naturaleza, para hacer de ello mañana una lucha entre vosotros y el mundo, y
al día siguiente tocad en plena forma la música pura, cuando estaréis tan aguerridos para de-
leitaros con todas las formas: todo está aquí. Entonces os pondréis las alas que os llevarán a
vosotros y a los otros al reino de la fantasía, y podréis contemplar la morada donde estaba el
espíritu de Beethoven. ¡Extraed todavía goce de este magnífico piano que posee hoy toda la
gama de colores de la orquesta y mañana emite sonidos que provienen de otras esferas!
270 NUEVAS UTOPÍAS
2
2 «Mi generación ha conocido ejemplos de pianistas y de profesores que han hecho carrera. o tratado
de hacerla. con el pretexto especioso de haber sido “el último discípulo de Chopin”. Aun admitiendo que al-
gunos de ellos se hayan beneficiado de una única audición concedida por Chopin detrás de alguna reco-
mendación. el papel desempeñado por estos seudoherederos de un estilo y de una manera totalmente
inimitable ha sido generalmente nefasto en la ulterior difusión de su obra. La lástima es que se han encon-
trado seguidores y que toda una serie de virtuosos han quedado persuadidos. por su ejemplo. de que el único
modo de interpretar bien a Chopin es infligiéndole distorsiones de ritmo y zalamerías melódicas usadas in-
distintamente bajo la cómoda señal de “robo” legendario. justificando con esto sus estropicios en una mú-
sica que repudia cualquier exageración. Conviene referirse a los testimonios de los verdaderos discípulos
de un maestro del cual. para interpretarlo fielmente. hay que comprender las intenciones más que imitar
su manera.»
ENCONTRAR LA HISTORIA 2
diáspora que se inicia tras la muerte de Rubinstein (se van Lhevinne, Hof-
mann, Gabrilovich y Leonid Kreutzer, estudian en el extranjero Ham-
bourg, Moisciwitsch y Brailovski) y que se acentúa después de la Revolución,
cuando, además de Rajmáninov, abandonan la Unión Soviética Siloti,
Pouishnov, Borovski, Orlov, Barer y Horowitz, hace que en aquel crisol de
ideas que fue la Rusía soviética hasta alrededor del año 1930, el piano no
participe. que sepamos, en los movimientos de vanguardia. Los tres mayo-
res pianistas-enseñantes de la época, Neuhaus, Igumnov, Goldenweiser,
son ciertamente hombres de cultura europea, pero, por cuanto se puede juz-
gar de sus discos. no parece que actuasen en un ambiente cultural del que
pudiese salir Richter, La única figura de relevancia histórica parece haber
sido, antes de Richter, Vladimir Sofronitski, que no desarrolló actividad con-
certística fuera de su país y cuyos discos bastan para hacer intuir un
enorme valor, sín definir el alcance de la lección de un maestro de la cul-
tura. Intérprete, entre los mayores que hayan existido, de Skriabin, de quien
era yerno, Sofronitski nos ha dejado lecturas de algunas obras de Schu-
mann, Chopin y Liszt en las que el romanticismo es visto a través de Skria-
bín y que parecen preanunciar a Richter; pero la relación entre Sofronitski
y Richter sólo puede basarse en hipótesis.
También Richter, como Gieseking, coloca en el centro de su investiga-
ción a Schubert y en particular al Schubert de las Sonatas, que se convierte
en la clave de bóveda, el pilar de carga de una historia de la civilización que
para Richter culmina en Skriabin, pero que, paradójicamente, sólo encuen-
tra su presuposición en Beethoven. Richter, a decir verdad, interpreta tam-
bién a Bach, a Hándel, a Haydn, a Mozart, pero no parece haber abordado
verdaderamente la historia de la civilización europea desde sus raíces, pro-
bablemente porque lo que más le interesaba era la civilización rusa, ini-
ciada hacía 1830 con la asimilación de Beethoven. Sus interpretaciones
beethovenianas, aunque filológicamente impecables, tratan, a nuestro modo
de ver, de descubrir los aspectos irracionales o hasta demoníacos del arte de
Beethoven: investigación ejemplificada por una interpretación de la Apasio-
nada que trastorna violentamente toda la tradición y que modifica sustan-
cialmente nuestro conocimiento de la obra. Por otro lado, Richter reserva
una atención especialísima al Beethoven de las Variaciones y de las Bagate-
las, es decír, al Beethoven que pone verdaderamente las premisas para la
organización del pensamiento romántico. En esta perspectiva. logra sus-
traer la forma sonata, tal como es entendida por Schubert, a todo condicio-
namiento de la dialéctica clásica, para leer después a Schumann, Chopin,
Liszt, Brahms, Músoreski, Chaikovski como episodios de la espera febril de
un acontecimiento emocionante, espera que se sublima en las visiones mis-
teriosóficas de Skriabin. Richter no tiende a revivir una interpretación del
arte romántico sólo según la óptica del artista ruso, pero siente en esta vi-
sión suya el momento universal de la cultura moderna, hasta el punto de
gue no sólo Prokófiev y Bartók sino hasta los franceses se vuelven para él
uvoz de un simbolismo desleído, reencontrada casi por arte de encanta-
miento» (Messinis) Paradigmática, en este sentido, llega a ser su lectura de
un texto como el Concierto número 5 de Saint-Saéns, en el que vuelve a en-
274 NUEVAS UTOPÍAS
lazo que une, a nuestro modo de ver, a Arrau y el manierismo con un intér-
prete, en apariencia y en realidad, muy diferente: Arturo Benedetti Mi-
chelangeli.
Al contrario de Arrau; que fija la escala de la dinámica en el interior de
un campo tímbrico homogéneo. Benedetti Michelangeli posee, como Gie-
seking, como Horowitz, como Richter, una paleta tímbrica riquísima, pero
se vale de ella para fines no de definición estilística, sino de construcción de
la estructura a través del timbre. Incluso se puede comparar el estilo de Be-
nedetti Michelangeli con los postulados de Messiaen, tan grande es su pre-
cisión en la elección del timbre, fijado por él no tanto como color que
orienta la percepción del oyente cuanto como valor en sí. En este sentido, se
entiende el legendario cuidado que Benedetti Michelangeli pone en «pre-
parar» el instrumento y que ha dado origen a numerosas anécdotas. Había-
mos considerado la idea hipotética de que el piano preparado de Cage
pudiese imitar en negativo ciertas «preparaciones» de concertistas, y había-
mos llegado a decir en broma que el empleo de sofisticados aparatos en
Mantra de Stockhausen conseguía en el fondo un resultado no diverso del del
piano preparado. Jonathan Cott ha provocado sobre este punto una res-
puesta de Stockhausen, exhaustiva y, en principio, impecable.3 Así, si bien
la preparación del piano pueda suscitar la sospecha de rebuscamiento lu-
nático y de abstracto perfeccionismo, Benedetti Michelangeli quiere en rea-
lidad asegurarse contra todo incidente y contra todo evento fortuito en la
producción del timbre, para obtener, explotando una técnica del toque de
trascendental refinamiento, un objeto sonoro sustraído a condicionamien-
tos tanto psicológicos como mecánicos.
El arte de Benedetti Michelangeli presenta aspectos paradójicos (junto
con motivos de inmediata y muy fuerte sugestión), que hacen sumamente
difícil su análisis crítico. Observa Harold C. Schónberg: «sus dedos no pue-
den equivocar una nota o estropear un pasaje, de la misma manera que una
pelota no puede ser desviada de su camino una vez que ha sido lanzada.
Además, como se ve claramente por su ejecución de Gaspard de la nuit, do-
mina perfectamente el aspecto tímbrico. Es justamente uno de los triunfos
del moderno pianismo. Lo que nos deja perplejos en Benedetti Michelan-
geli es que en muchas piezas del repertorio romántico parece no estar emo-
cionalmente seguro de sí mismo, y su modo de tocar, otras veces directo, es
entonces caricatura de artificios expresivos que perturban el fluir de la
música». A estas observaciones, que reflejan la impresión de todo crítico,
podrían añadirse otras, por ejemplo, sobre la pobreza y sobre la falta de ín-
tima coherencia cultural del repertorio. Pero todos estos aspectos se vuelven
en realidad negativos cuando se considera a Benedetti Michelangeli en el
ámbito de la experiencia cultural, dominante y progresiva, abierta por
3 «Cage es interesante en esto: compone su mundo sonoro como cuando recogía sólo instrumentos de
metal y los usaba en una especie de orquesta para Music in Metal. Así. el mundo sonoro de la composición
llegaba a ser tan original como el que nacía con estos sonidos. Era éste un concepto nuevo en la música del
siglo xx. Ahora, con el modulador de anillo sucede técnicamente lo siguiente: se emite un sonido cualquiera
desde un modulador de anillo, junto con un segundo sonido: también este puede ser un sonido cualquiera.
pero yo uso solamente ondas sinusoidales. el sonido más puro. Lo que sale del moduiador de anillo es la
suma de las frecuencias y la diferencias de las frecuencia: los sonidos originales han desaparecido.»
276 NUEVAS UTOPÍAS
Liberar la música
es decir aquel piano antiguo que, para distinguirlo del piano moderno, se
denomina normalmente fortepiano. Ya hemos visto que en los comienzos
de nuestro siglo Albert Schweitzer suscitaba implícitamente un proble-
ma de filología incluso para el sonido pianístico. Durante algunos decenios
el destino de los fortepianos pareció ser el que había pronosticado Georges
Feydeau, en Amour et piano (1883), con un pequeño diálogo entre la pianista
aficionada, Lucilla, que de mala gana debe estudiar el instrumento para
acrecentar sus atractivos de muchacha que quiere encontrar marido, y el
sirviente Battista:
1 Un piano antiguo tiene hoy un valor venal ilimitado. dependiendo del estado de conservación del ins-
trumento y de la belleza del mueble. Por ejemplo. el piano de cola Bósendorfer regalado en 1867 por la em-
peratriz Isabel de Austria a la emperatriz Eugenia de Francia alcanzó en diciembre de 1978. en una subasta
de Christie's. en Londres, las 57 000 libras esterlinas: un piano de mesa de William Southwell se vendió en
1980. en una subasta de Sotheby's. en Londres. por 18 500 libras esterlinas. Al cambio de hoy (1988) unos
11,5 y unos 3.7 millones de pesetas, respectivamente: téngase en cuenta que los pianos de cola más caros fa-
bricados hoy valen unos cuatro millones de pesetas.
LIBERAR LA MÚSICA 281
Ives: Concord-Sonata.
Ravel: Miroirs, Gaspard de la nuit, Le Tombeau de Couperin, Concierto en Sol
y Concierto en Re.
Bartók: Concierto núm. 2, Sonata para dos pianos e instrumentos de percu-
sión, Al aire libre.
Stravinski: Tres movimientos de Petrushka, Sonata (1924) y Concierto para
dos pianos solos.
Prokófiev: Conciertos núm. 2, op. 16 y núm. 4, op. 53, Sonatas núm. 2, op. 14
y núm. 7, op. 83 y Tocata, op. 11.
Messiaen: Oiseaux exotiques.
Boulez: Sonata núm. 2.
Stockhausen: Klavierstúcke IX y X y Mantra.
No hemos tenido en cuenta los diversos «acoplamientos» entre las pie-
zas que ofrece el mercado y que en algunos casos pueden llevar a ampliar
nuestra lista. Por ejemplo, el Concierto, op. 54, de Schumann ocupa en al-
gunas ediciones un disco entero, en otras se encuentra unido al Konzert-
stúck, op. 92 (o al Konzertstúck, op. 134 o a los dos Kontzertstúcke) de Schu-
mann, al Concierto, op. 58, de Beethoven, al Concierto, op. 25, de Mendels-
sohn, al Concierto, op. 21, de Chopin, al Concierto, op. 16, de Grieg, a las
Variaciones sinfónicas de Franck, o a piezas para piano solo; la selección
puede ser alentada por el «acoplamiento», pero también pueden ser de vez
en cuando determinantes el nombre del intérprete, la cualidad técnica de la
grabación o el precio. Por lo demás, en la selección y en la ampliación o en
la limitación de la lista por nosotros aconsejada se expresa el gusto del
comprador, a quien nunca querremos dar orientaciones categóricas o
restrictivas.
Lista de las obras citadas
V. Arkan, Ch.: Charles Valentin Alkan: Oeuvres choisies, edición de 1. Philipp, París. hacia
1900. :
Ph. Bach, C.: Versuch úber die wahre Art, das Klavier zu spielen, Berlín, 1753.
Bartók, B.: Bartóks Béla levelei, edición de J. Demény, Budapest, 1976?,
BeerHoven, L. van.: The letters of Beethoven, edición de E. Anderson, Londres. 1961.
Benvovszkv, K., y J. N. HummeL: der Mensch und Kúnstler, Pressburg, 1934.
BortoLorto, M.: Fase seconda. Studi sulla Nuova Musica, Turín, 1968.
Boutez, P.: Par volonté et par hasard: entretiens avec Célestin Deliége, París, 1975.
Bramms, J.: Johannes Brahms: Briefwechsel, a cargo de la Deutsche Brahms Gesellschaft, Berlín,
1907-1922.
Brerrhaurr, R. M.: Musikalische Leit- und Streitfragen, Berlín, 1906.
BreneL, A.: Nachdenken úber Musik; traducción francesa Réflexions faites, París, 1979.
BuLow, H. von.: Hans von Búlow: Briefe und Schriften, edición de M. von Biúlow, Leipzig, 1896-
1908.
Buson1, F.: Lettere alla moglie, Milán, 1955.
— Lo sguardo lietto. Tutti gli scritti sulla musica e le arti, Milán, 1977.
Canino, B.: «La musica per pianoforte di John Cage», en Quaderni della Rassegna Musicale,
núm. 5, Turín, 1972.
Chorrx, F.: Korespondencja Fryderjka Chopina, Varsovia, 1955,
Coorer, M.: Beethoven: the Last Decade, Londres, 1970.
Cortor, A.: La musique francaise de piano, París, 1930-1948.
— Aspects de Chopin, París, 1949.
CzernY, C.: Vollstándige teoretisch-praktische Pianoforte-Schule, op. 500, Viena, hacia 1835.
Darnnaus, C.: Grundlagen der Musikgeschichte, Colonia, 1977.
DeLacrorx, E.: Journal, París, 1893-1895.
Diémer, L.: «Ricordi rossiniani», en Le Ménestrel, 30 de julio de 1920.
Fassri, M.: «L'alba del pianoforte. Veritá storica sulla nascita del primocembalo a martelletti»,
en Dal clavicembalo al pianoforte, Brescia, 1968.
FeLoman, M.: The early years, Disco Columbia Odyssey 32160303, con notas de Cornelius
Cardew.
Féns, F.: Méthode des méthodes de piano, París, 1837.
— Biographie universelle des musiciens et bibliographie générale de la musique, Bruselas, 1860-
18652,
FiLirp1, F.: Musica e musicisti. Critiche, biografie ed escursioni, Milán, 1876.
Fischer, E.: Musikalische Betrachtungen, Wiesbaden, 1950.
Ganche, E.: Frédéric Chopin: sa vie et ses oeuvres, 1810-1849, París, 1909.
292 LISTA DE LAS OBRAS CITADAS
Georcu, W.: Klaviermusik. Geschichte der Musik fir Klavier zu 2 Hánden von den Anfángen bis zur
Gegenwart, Berlín-Zurich, 1941, 19502.
Havon. J.: Joseph Haydn: Gesammelte Briefe und Aufzeichnungen; unter Benútzung der Quellen-
sammlung von H. C. Robbins Landon, edición de D. Bartha, Kassel, 1965.
Hemne, H.: Sámmiliche Werke, edición de G. Karperles, Berlín, 1861-1869.
HenseLr, A. von.: Piano Concerto in F. Minor, opus 16, 12 Études caractéristiques, opus 2. Disco
Candide CE 31011, con notas de Hugh McGinnis.
Hormann, J.: Piano Playing with Piano Questions Answered, Nueva York, 1920.
D'Inpy, V.: Cours de composition musicale, París, 1903-1950.
Ives, C.: Music and its Future, Stanford, 1933.
— Essays before a Sonata and Other Writings, Nueva York, 1961.
KaLkBrENNER, F.: Méthode pour apprendre le pianoforte á l'aide du guide-mains, contenant les princi-
pes de la musique, París, 1830.
Leon:, S.: Sull'Arte pianistica di Martucci, Brahms, Grieg, Novák, Debussy, Padua, 1915.
Liszr, F.: Gesammelte Schriften, edición de L. Ramann, Leipzig, 1880-1883.
— Franz Liszt's Briefe, edición de La Mara, Leipzig, 1893-1902.
Loesser, A.: Men, Women and Pianos: a Social History, Londres, 1955.
MarmonTEL, F.: Les pianistes célebres, París, 1878.
Mason, W.: Memoirs of a Musical Life, Nueva York, 1901.
Marthay, T.: The Art of Touch in all its Diversity, Londres, 1903.
MenDeLssonn-BarTHOLDY, F.: Briefe aus den Jahren 1833 bis 1847, edición de P. y C. Mendelssohn
Bartholdy, Leipzig, 1863.
Messiaen, O.: L'oeuvre pour piano, Dischi Erato 9110, con presentación del autor.
Messinis, M.: Simbolismo di Richter, en el 43.2 Maggio Musicale Fiorentino, Florencia, 1980.
Merzaer, H. K.: Annotazioni su Scriabin, en 35. Festival Internacional de música contemporá-
nea, Venecia, 1972.
MiLinowsk1, M.: Teresa. Carreño, By the Grace of God, Londres, 1940.
MoscheLes, 1.: Aus Moscheles'Leben, edición de C. Moscheles, Leipzig, 1872.
Mozart, W. A.: Die Briefe W. A. Mozarts und seine Familie, edición de L. Schiedmair, Munich-
Leipzig, 1914.
Nectoux, J. M.: Fauré, París, 1972.
Newman, W. $S.: The sonata since Beethoven, Chapel Hill, 1969.
Niemann, W.: Meister des Klaviers, Berlín, 1919.
Pesenri, G.: Federico Chopin nel 1.* centenario della morte, Borgo San Dalmazzo, 1950.
Ramann, L.: Franz Liszt als Kúntsler und Mensch, Leipzig, 1880-1894.
RaveL, M.: «Lettre á Pierre Lalo», en Le Temps, 9 de abril de 1907.
RusrxstElN, A.: Istorija literaturi fortepiannoj muziki, San Petersburgo, 1899.
Samt-Saéns, C.: École buissonniére: notes et souvenirs, París, 1913.
— Les idées de M. Vincent d'Indy, París, 1919.
ScHónBErG, H. C.: The great pianists, Nueva York, 1963.
ScHuBerT, F.: Franz Schuberts Briefe und Schriften, edición de O. E. Deutsch, Munich, 1919.
Schumann, R.: Robert Schumanns Briefe: neue Folge, edición de F. Jansen, Leipzig, 19042.
— Gesammelte Schriften úber Musik und Musiker, Leipzig 19145.
SCHWEITZER, A.: J, S. Bach, le musicien pote, París, 1905.
SrecHrt, R.: Bildnis Beethovens, Helleran, 1931.
STOCKHAUSEN, K. H.: Conversations with the Composer, edición de J. Cott, Nueva York, 1973.
— Mantra, Disco Deutsche Grammophon Gesellschaft 2530208, con presentación del
autor.
STRAVINSKI, L: Croniques de ma vie, París, 1935-1936.
VaLLerra, L: Chopin, Turín, 1910.
Wacner, R.: Uber das Dirigieren, Leipzig. 1869.
Indice analítico
Abbey, Henry: 220 spielen: 20, 50
Abel, Carl Friedrich: 27 Bach, Johann Christian: 25, 27-28, 33, 39,
Adam, Jean-Louis: 23, 42, 84, 122, 138 44, 47
Afanásiev II, J.: 195 Conciertos: 28, 44-45
agraffe: 122 Sonatas, op. 5 y op. 17: 28
Alard: 219 Bach, Johann Sebastian: 15, 18-21, 25, 33, 35,
Albeniz, Isaac: 120, 206, 225 46, 50, 97, 106, 115, 161, 201. 218
Albert, Eugéne d': 178-180, 219, 225, 231n., Clave bien temperado: 20, 132, 136, 138, 218,
265, 267 268, 269, 271
Concierto núm. 1: 179-180 Invenciones: 20
Concierto núm. 2: 180 Oferta musical: 19
Albrechtsberger: 52 Symphoniae: 20
Alfari: 199 Variaciones Goldberg: 35, 172, 221
Alibev, A. A.: 194 Backers, Americus, 25-26, 27, 40
Alkan (pseud. de Charles-Henri-Valentin Backhaus, Wilhelm: 267, 268, 269, 270, 271,
Morhange): 116, 134, 138-141, 180, 184, 219, 282
279 Badarzewska, Tecla: 202
Antheil, George: 251, 251 Balakirev, Milij Alexéievich: 194-195, 201, 218
Antipov: 199 Banister, John: 27
apagadores: 16, 58 Barth, Hans: 251
Arensk, A.: 199 Bartók, Béla: 164, 203, 225, 231n., 236, 238,
Aristide: 185 243-244, 246, 247, 249, 250, 253, 263, 272.
arpicémbalo: 16 273, 278, 279
arpicordio: 14 Batthyányi, Lajos: 155
Arrau, Claudio: 271, 274-275 Becker, Paul: 282
Asanchevski, P. M.: 195 Beckford, Peter: 28
Ashkenazy, Vladimir: 264, 278 Bechstein, Friedrich Wilhelm: 214
Asioli, Bonifacio: 207 Beecke, lgnaz von: 40-41, 42
Attwood, Thomas: 76 Beethoven, Ludwig van: 31, 33, 35, 47, 50-64,
Auber: 142 65, 66, 68, 69, 70, 71. 72-73, 74, 77, 80-85, 89,
Auenbrugger, Marianna von: 51 91, 94, 98, 100, 105, 106, 107, 109, 111, 113,
Aurnhammer, Josepha von: 51 MESA L6 1118, 1149,1121122, 101244125109,
138, 139, 141, 147, 156, 169, 170, 178, 179,
Babcock, Alpheus: 95, 214 186, 188, 189, 190, 210, 211, 212, 213, 215,
Baberl: 60 216, 218, 220, 234, 236, 258, 261, 266, 268,
Babitt, Milton, 257 269, 273, 278, 289
Bach, Carl Philipp Emanuel: 20-21, 23, 25, 33, Bagatelle, op. 33 y 126: 58, 64, 70, 84
42, 50, 60, 82, 84, 89-90, 218, 242 Cadencias para el Concierto. op. 58 (1 tiem-
Concierto para piano, clavicémbalo y orquesta po): 59, 71
(1788): 21 Conciertos: 35, 50, 53, 55-64, 71, 77, 91
Fantasía: 21, 23 en mi bemol WoO: 50
Versuch vúber die wahre Art das Clavier zu núm. l. op. 15: 56, 59
294 ÍNDICE ANALÍTICO
Raff. Joachin: 165, 166, 215 Saint-Sáens, Camille: 85, 120, 170, 175, 185,
Concierto. op. 185: 166 186. 187, 188, 189, 191, 215, 216, 221, 241,
L'Espiegle, op. 125, núm. 3: 165 A 2IDAS
Lafileuse. op. 157, núm. 2: 165 Saitenharmonika: 40
7 Suites: 166 Salomon. Johann Peter: 74, 76
Ramann, Lina: 155 saltarello: 14, 16
Rameau: 187, 204, 218, 220 Salzburgo, arzobispo de: 74
Ravel, Maurice: 164, 206, 225, 231, 238, 244, Sand, George: 135
245, 246, 263, 267, 270, 272, 278 Santikov, O.N.: 194
Gaspard de la nuit: 231-232, 240 Satie, Erik: 136, 141, 185, 225-226, 228, 237,
Jeux d'eau: 231 242, 243
Ma mere l'oye para piano a 4 manos: 232 Gymnopédies: 164, 225
Miroirs: 231 Ogives: 164, 225
Tombeau de Couperin: 232, 240-242 Sarabandes: 164
Ravina, Henry: 138 Sayn-Wittgenstein, princesa: 105, 153, 154,
Estudios: 138 156
Rebikov, Vladimir Ivanovich: 199 Scarlatti, Alessandro: 33. 243
Reger, Max: 180-183 Scarlatti, Domenico: 15, 18, 33, 184, 210, 211,
—
Concierto op. 114: 181, 182 213, 216, 218, 267, 271
Variaciones y fuga sobre un tema de Bach, op. Sonate: 33
81: 181 Scedrin, Rodion: 263
Reicha, Antonin: 82, 84, 114 Schanz, Johann Wenzel: 48-49
Art de varier, op. 57: 82 Scharwenka, Franz Xaver: 175. 204
Reichardt, Johann Friedrich: 89, 90 Schellendorf., Hans Brousart von: 167
Sonata en fa: 89 Schikaneder, Emanuel (Johann Joseph): 76
Reinecke, Carl: 166, 167 Schiller: 165, 217
Reinhardt, Max: 282 Schmidt. Franz: 245
Reinsenauer: 267 Schnabel, Artur: 64, 263, 268. 269. 270. 271.
Rellstab, Ludwig: 127 222 IZA ZEZ
Rembielinski. Alexander: 124 Schneider. Friedrich: 53, 82
Remy, Marcel: 266 Schoberlechner. Franz: 79
Reti. Rudolf: 109 Schobert. Johann: 21, 22
Reubke, Julius: 167 Schónbeg, Arnold: 164, 169, 178, 235, 159)uyso
270, 271, 272, 273, 277, 278, 279 Solomon, Yonty: 247, 271
Bunte Bliitter, op. 99: 111, 113 Solovev, Vladimir: 234
Carnaval. op. 9: 107, 108-109, 111, 115 Sorabji, Kaikhosru: 247
Carnaval de Viena, op. 26: 111, 115 Spaeth, Sigmund: 39
Concert sans orchestre, op. 14: 102,114, 140 square piano: 22
Concertstiick, op. 134: 163 > 4 Stontini: 142
Concierto en la menor. op. 54: 102, 114, 219 Stadler, Albert: 65
Davidsbiúndlertiinze, op. 6: 110-111, 113 Stadler, Maximilian: 51
Escenas del bosque, op. 82: 110-111, 167 Stamaty, Camille: 85, 187
Escenas infantiles, op. 15: 109, 112, 113 Stassov: 196, 197
Estudios, op. 3: 111 Steffan, Joseph Anton: 23-24, 44
Estudios, op. 10: 111 Caprichos: 23
Estudios, op. 56: 115 Steibelt, Daniel: 28, 52, 77, 79, 81, 82, 83. 84,
Estudios sinfónicos, op. 13: 106-109, 111, 115, 193
181 Concierto núm. 6 «Viaggio sul monte San
Fantasía en do, op. 17: 109, 111, 115 Bernardo»: 93
Fughette, op. 126: 115 Orage: 83 ,
Humoreske, op. 20: 115 Rondó para piano «Les Papillons»: 82
Impromptu sobre un tema de Clara Wieck, Stein, Johann Andreas: 39-40, 60
op. 5: 108 Stein, Maria Anna, (Nanette): 40, 41. 60
Intermezzos, op. 4: 110 Stein, Mattháus Andreas: 60
Kreisleriana, op. 16: 110-112 Steinway: 214-215
Nachtstiúcke, op. 23: 110 Stockhausen, Karlheinz: 259, 261, 262-263,
Novellette. op. 21: 110 264, 275, 276, 279
Papillons, op. 2: 110, 112 Stodart, Robert: 27
Piezas Fantásticas, op. 12: 110-113 Stodart, William: 27
Romanza en Fa sostenido mayor, op. 28, Stradivarius: 25-26
núm. 2: 113 Strauss, Johann: 203
Schizzi, op. 58: 115 Strauss, Richard: 164, 177, 178-179. 180, 181,
Sonatas, op. 11, 14 e 22: 111, 114 245
Toccata, op. 7: 111 Stravinski, Igor: 117, 186, 238, 242, 243, 244,
Variaciones sobre el nombre Abegg, op. 1: 246, 247, 251, 253, 268, 278
107- 109 Streicher, Johann Baptist: 27, 60, 63
Variaciones sobre un tema de Beethoven: 107- Szimanowska, Maria: 124
109 Szimanowski, Karol: 238, 240, 244
Schútt, Eduard: 199
Schwind, Moritz von: 148 Tafelklavier (piano de mesa): 22
Schytte, Ludwig: 180 Taskin, Pascal: 24
Sciarrino, Salvatore: 246, 263 Taubert, Wilhelm: 104, 105, 216
Scott, Cyril: 238 Tausig, Carl: 92, 160, 173, 180, 202-203 213,
Nocturno, Op. 9, núm 2: 233 215, 281
Selection of Pratical Harmony (1830-15, 4 vol.): Teleki, Ladislaus: 155
33 Telemann, Georg Philipp: 33
Selva. Blanche: 206 Thalberg Sigismund: 98-101, 104, 105, 113,
Serkin, Rudolf: 271 116, 124, 131, 140, 141, 147, 149, 150, 171,
Shakespeare: 98 TAZA OS 2092 IZDA SEO
Sgambati, Giovanni: 208 El arte del canto aplicado al piano: 98, 100,
Shostakóvich.: 243, 247 207
Shudi: v. Tschudi Balada, op. 76: 98
Sibelius: 205 Concierto en fa, op. 5: 98
Silbermann, Gottfried: 18-19, 22, 25, 40 Fantasías sobre temas de ópera: 98-99
Silbermann, Johann Andreas: 39 Sonata, op. 56: 98
Sinding, Christian: 205, 272 Tema original y Estudio op. 45: 98, 100
Sjógren, Emil: 205 Tomaschek, [Tomasek]: 81, 84
Skriabin, Alexander Nikoláevich: 91, 110, 164, Tre allegri Capricciosi di Bravura op. 84: 81
199, 201, 204, 225, 232-235, 236, 238, 253, Tomasi, Lanza: 185
DOT IZ ZO, DNA Torrefranca: 29
Skriabin. Julián: 238 Tschudi, Burkhardt: 25, 27
Smetana, Bediich, 205 Túrk, Daniel Gottlob: 42
Smith, Ronald: 139 Twain, Mark: 92
Sócher, Johann: 22, 40 Tympanon: 15
Society of American Piano Manufacturers:
86 Unia, Giuseppe: 207
Sofronitski, Vladimir: 273, 274
Soliva, Carlo: 128 Vanhal, Johann Baptist: 51, 82
302 ÍNDICE ANALÍTICO
50 A
> Mco 16217 DN
¿0 pl Pci. dd 5h:
Pis 6
e ve 7 - E A
Em yes
M Late ue
poLes €
|
|