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Contexto: Nos situamos sobre un nuevo escenario en donde el concepto inclusión es el actor
principal en la escena educativa. Sin embargo, se pone en cuestión la deseada utopía de poder
convivir todos juntos, intentando comprender por qué al ser humano le cuesta tanto vivir en
sociedad sin la necesidad de aislar, discriminar o segregar lo diferente. En este sentido el tema
principal es la convivencia, considerando que solo va a existir la inclusión mientras haya
convivencia.
Inclusión viene del latín inclusio y significa “acción y efecto de poner algo dentro”.
convivencia, procedente del latín convivere, significa "acción de convivir", definiendo convivir a
su vez como "vivir en compañía de otro u otros, cohabitar".
• Porque cualquier niño puede estar incluido, puede estar dentro de la escuela, pero eso
no alcanza para que pueda sentirse bien allí.
• No todas las infancias logran ingresar al intercambio simbólico de los juegos y palabras.
En el mundo interno de algunas infancias con trayectorias inclusivas las palabras pueden
percibirse como cosas que están vivas, pueden ser interpretadas literalmente o volverse
persecutorias y amenazantes. Por ello, cuando pensemos en la inclusión educativa de
aquellos niños que tienen esta forma particular de relacionarse y de percibir el mundo,
nunca olvidemos observar cuál es su relación con la palabra y su posición en el lenguaje,
pues las posibilidades de aprender los contenidos curriculares y vincularse con otros
estarán en estrecha relación con ello.
• La convivencia depende más de la temprana escena que se arme para propiciar lazos
naturales entre los niños, docentes y los padres de los niños, que de la condición o
diagnóstico de aquel a quien haya que incluir. Y son los adultos quienes deben garantizar
que la escena transcurra con la mayor naturalidad posible en el escenario áulico.
Si deseamos inaugurar espacios para la convivencia no debemos creer que se trata simplemente
de estar todos juntos; porque podemos estar todos juntos sin que por ello exista comunidad. La
comunidad se forma a través de los lazos verdaderos que forjan las personas. Si un sujeto no se
siente parte, es decir, siente que no tiene un lugar en la vida de un otro, entonces no hay
convivencia.
• Existen dificultades que los docentes conocen muy bien, ligadas al contenidos curricular
y sus adaptaciones, pero también existen necesidades no específicamente educativas
sino subjetivas y del orden del campo del deseo. Al introducirnos a las realidades que
nos muestran los niños con discapacidades mentales e intelectuales, nos hallamos en el
terreno de lo subjetivo, nos encontramos con diferentes formas de habitar el mundo,
más precisamente con distintas maneras de habitar el lenguaje. Esto nos lleva al
problema de la inclusión: no está dado en que todos tengan las mismas oportunidades
y posibilidades de acceso sino en el respeto por los tiempos subjetivos de los niños con
dificultades en su constitución. Prepararles un mundo aúlico que respete sus tiempos
subjetivos y sus diferencias. No alcanza con abrir y acondicionar un espacio físico, sino
también darle un lugar desde la conexión con el otro. Considerar las diferentes
habilidades y necesidades, no educativas sino subjetivas.
Si pensamos en personas con discapacidades motoras o sensoriales quizás no sea tan erróneo
hablar de inclusión; sin embargo, cuando se trata de discapacidades intelectuales y mentales la
cuestión ronda más por lo que denominamos convivencia.
Debemos hacer énfasis en el respeto por la singularidad del otro, porque este otro, más allá de
cualquier condición discapacitante y de cualquier singularidad, existe un sujeto que busca el lazo
a un otro.
Un niño de 9 años al que llamaremos Miguel. El mismo asiste, al momento de este escrito, a
segundo grado de escolaridad común, con una trayectoria escolar enmarcada en una serie de
sucesos y dificultades que producen exclusión escolar.
Cuando ingresa a primer grado, pero en otra escuela y en el turno mañana las dificultades se
mantienen. Miguel tenía una obsesión por los dinosaurios y “era” un dinosaurio, en el sentido
de que se comportaba como tal.
Paralelamente, los profesionales del equipo escolar realizan la primera consulta neurológica, en
la cual se sugiere medicación a fin de solucionar el problema. Medicación que no va acompañada
de un informe diagnóstico específico. A su vez, y luego de unas entrevistas psicológicas se
empezó a hablar de psicosis infantil y autismo, lamentablemente se deslizó la información en la
escuela, sin haberla puesto en el informe escrito, se comentó que esta sería la problemática, el
niño era psicótico, era el autista de la escuela.
Al comienzo del próximo año, Miguel repite 1° grado y pasa al turno tarde de la misma escuela,
allí, siguen los problemas: el niño se escapaba, no hacía caso, no trabajaba, le pegaba a los
compañeros, se comportaba de manera extraña. A las dificultades anteriores se agregó una más:
Miguel era el psicótico, “tenemos un psicótico en primero”, era el discurso de la directora. Se
produce la segunda derivación a neurología, esta vez acompañado por miembros del equipo
interdisciplinario de la escuela para cerciorarse del diagnóstico ya que no se confiaba en la
madre. Llegados a este punto, aparece una nueva institución que empieza a jugar sus cartas en
la vida de Miguel: la escuela de Educación Especial.
La Escuela Especial, entonces, envía a una maestra de apoyo a la integración. Maestra, que es
ubicada por la Escuela Común como la salvadora de Miguel. A partir ahí, la maestra comienza a
ver al niño, a prestarle el servicio de integración. Trabajaría con adecuaciones curriculares y
asistiría al niño una vez a la semana. Esta situación, sin embargo, no cambia las conductas de
Miguel, quien se encontraba ubicado en un lugar “patológico”: era el autista, el psicótico y frente
a lo cual se vio dificultada la intervención de la integración escolar ya que no realizaba las mismas
tareas que sus compañeros, no se apuntaba a un proyecto alfabetizador y todo lo escolar en
relación al niño tenía que ver con su “mala conducta” y su “patología de base”. Es así que a
mediados de año el niño pasa a la Escuela Especial, situación que se plantea como necesaria
para el momento presente, pero que, acuerdos firmados mediante, se concluye que en el
próximo año Miguel debería volver a la Escuela Común. Además, llegado el caso, el niño recibe
un diagnóstico “definitivo”: síndrome de Asperger.
ESPACIO DE REFLEXIÓN
2. ¿Cuál era la mirada que las instituciones mantenían sobre Miguel? ¿Piensan que se
condice con lo hablado o no? ¿Por qué?
• Lo fundamental es encontrar un lugar para este niño en donde pueda hacer lazo social,
en donde pueda ser nombrado desde su subjetividad. Como Miguel y no como el
psicótico, el autista y en la actualidad el Asperger.
• Esto es, la inclusión no sólo sería “integrarlo” en el espacio físico, no se trata sólo de
tenerlo adentro, sino de que en ese adentro no quede excluido entre los demás, que
logre aprender, que su aprendizaje no sea un como sí.
• Esto es, Miguel ya está en la escuela, la cuestión ahora es cómo hacer para que sea.
Porque una cuestión es estar y otra diferente ser. La cuestión del ser entonces tendrá
que ver con lo que venimos planteando: la necesidad de una escuela que eduque, pero
sobre todo que permita que los sujetos aprendan, una escuela que permita una
socialización activa, que favorezca un proceso de historicidad subjetiva que permita a los
sujetos formar parte de la sociedad, una escuela que arme un lugar simbólico que
permita a los sujetos con discapacidad comenzar a habitar su lugar, ese lugar que se
construye junto y con los otros.