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La cuestión del origen del arte y mas concretamente de la concepción de “obra de arte” es un

tema que nos atañe, si bien de forma radical, no en gran medida. Dada su envergadura y el
carácter neblinoso del objeto y su optaremos por unas simples pinceladas. Se acostumbra a
considerar que, pese a que el concepto de arte es mas bien moderno, ya en la prehistoria se da
una cierta manifestación del espíritu humano de forma material. Gombrich, en su historia del
arte, pone en primera instancia el foco en las pinturas rupestres. Detengámonos
momentáneamente en ellas: no parece ser una simple decoración, no es un simple adorno como
podrían serlo los grabado hechos en el mango de algún utensilio; no, se muestra como evidente
que el carácter de esta pinturas, principalmente de escenas de caza, no es el simple deleite, igual
que tampoco es la labor de un solo individuo con una mentalidad diferente, sino la forma de
una sociedad, pues en ultima instancia incluso con una única familia ya hay sociedad, de
manifestar una intuición radical para el hombre. De igual forma que el arte, el origen del
lenguaje es difícil de rastrear, pero está envuelto por un cierto carácter mítico. La irrupción del
lenguaje en la vida del hombre supone una transformación, las palabras son y no son el objeto,
me permiten representarme el objeto, significarlo, sin tenerlo en frente. Esto da a las palabras
un carácter predominantemente mágico. De la misma forma parece ser que nuestros ancestros
trataban, con sus pinturas en las pardes de una cueva como puede sr Altamira, de ejercer un
cierto poder sobre la realidad plasmada. Gombrich trae la cuestión a la actualidad
presentándonos la incomodidad que supone a nuestra mente, supuestamente elevada por el
progreso, el hecho de clavar agujas en la imagen de alguien. Chesterton lo plantea en “el hombre
eterno” del primer homo sapiens a nosotros no ha cambiado nada interiormente salvo el
cristianismo, tema en el que entraremos después, e igual que para nosotros en la imagen a una
relación más o menos difusa con la realidad y la intuición subconsciente de que la imagen afecta
la realidad lo para el hombre prehistórico esto también pasa, aumentado por la novedad que
debió suponer para ellos. Entrando más en la cuestión, en estos comienzos del arte ya se nota
una diferencia clara entre la representación y lo representado. Se podría sostener que es la falta
de técnica la que hace a los bisontes plasmados en la piedra tan diferentes de los reales.
Contrario a esta opinión parece ser la realidad, en las cuevas, en lugar de buscar zonas en las
que la roca es mas plana los primitivos optan por usar las formas propias de la roca, las
curvaturas y los recovecos para colocar sus bisontes simbólicos. Este es el punto, lo primordial
no es el realismo, sino expresar, más allá de la forma mismo, las expresiones del objeto en el
hombre. En elogio de la sombra, Junichiro tanizaki nos habla de como la oscuridad acrecienta el
carácter sugestivo de los objetos; de la misma forma la cueva, los huecos en la roca permiten a
la luz de las antorchas un juego de sombras que escapa a la simple representación del objeto y
se aproxima, parecería, al misticismo.

Haciendo un breve repaso por los comienzo de la historia se puede ver como las culturas
mesopotámicas y egipcias hacen unas representaciones que no se asemejan a la realidad, sino
que la presenta deformada, como, por ejemplo, en el caso de los egipcios, de perfil y rígida. Una
vez mas los prejuicios nos juegan una mala pasada, y contra lo que se podría pensar, el
alejamiento de la realidad no es accidental, sino algo voluntario. Se han encontrado en Egipto
esculturas de gran realismo, que carecen de la rigidez de la que, desde la vista del arte griego,
se suele acusar al arte egipcio. Si sabían esculpir “bien”, destaques que lo mismo pasa en la
pintura, los egipcios conocen la perspectiva, ¿Por qué extraña razón deciden esculpir y pintar,
en lo que se supone es mas sagrado, luego mas importante, de una forma aparentemente tan
rudimentaria? La respuesta es la misma que se ha dado con el caso de las pinturas rupestres,
para estas alturas más desarrollada con el surgimiento del estado, se busca de manera
intencionada el alejamiento de la realidad de forma que se logre significar mejor la realidad que
subyace a la apariencia. Con la cultura griega comienza por el contrario una labor de
aproximación a la realidad lo más fidedigna posible, alejándose de las formas previas. Pese a
este intento de los griegos siguen sin representar la realidad en sí, sino que lo hacen
idealizándola, no se representan las personas como son sino como deberían ser.

El mayor salto en la historia en la interioridad del hombre, que es donde intuitivamente parece
residir lo propio del arte, se da con la aparición del cristianismo. Los cristianos comienzan a
extenderse y a adoptar las forma de la cultura en la UE se hayan inmersos, primordialmente
romana, aunque romana buena parte de sus ideas de los judíos, y a usarlas para su propia
devoción. Los símbolos como el pavo real, que, originado en la india y llegado a roma a través
de Grecia y de Alejandro magno, se usan para representar majestad y divinidad, pero no ya la
de Zeus, sino la de Cristo. Los cristianos no solo toman símbolos ajenos, sino que en las
catacumbas en las que se ven recluidos van plasmando sus propias normas de significa lo
trascendente como puede ser la imagen de un pez. Con el tiempo se van dejando de lado las
formas paganas y se comienza a desarrollar una minería puramente cristiana, los iconos.

Los iconos son uno de los símbolos por excelencia. Su forma, siempre igual, arquetípica,
conscientemente distante de la realidad trata de significar algo superior a la propia imagen y a
la mente humana. Conforme los iconos fueron extendiéndose fue creciendo la disputa entorno
a la legitimidad canónica de estos. Las tensione internas en la Iglesia a causa de los icono,
sumada a las disputas territoriales fruto de la separación entre oriente y occidente dieron lugar,
en el siglo VIII a las guerras iconoclastas que dividieron a la cristiandad entre los partidarios de
las imágenes y los que no. En estas luchas surge Juan de Damasco, teólogo, que en su tratado
“sobre las imágenes”, nos deja una cita muy sugerente: “la imagen es una semejanza que
expresa el original de tal modo que entre ambos siempre subsiste una diferencia”. Aquí queda
claro, el icono es, en si mismo, una realidad diferente de lo representado. Florensky, en el
iconostasio habla de “la barrera…que separa los dos mundos”.

Tras la separación entre la iglesia oriental ortodoxa y la occidental católica las formas de arte
asociadas al cristianismo toman rutas distintas. En occidente se perdió la rigidez del icono,
mientras en Oriente continuaron siendo parte esencial del rito y la principal expresión artística
de la religiosidad. Ya se ha dicho que occidente perdió los iconos, pero, poco antes del
renacimiento vuelven los iconos y aparece Giotto. Los iconos regresan a Europa descargados
mayoritariamente de la carga ritual de la que gozaban en la iglesia ortodoxa, la personas
pudiente pueden comprar iconos y tenerlos para la devoción personal, alejados del público, o
incluso tenerlos no por el valor del propio icono sino por el artista detrás de él, como Petrarca y
su icono hecho por Giotto. En el sur de Europa se extiende los iconos i la imaginería cristiana,
pero cada vez más desacralizada y más realista. Panofsky habla de cómo la aplicación de la
perspectiva en el arte y la lucha por un mayor realismo encauza la historia hacia lo que será la
modernidad.

Mientras el arte esta inmerso en la lucha por alcanzar a captar la realidad de la forma mas precisa
posible en el seno de la iglesia algo comienza a quebrarse. Lutero clava sus tesis en la puerta de
su monasterio y comienza el cisma protestante

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