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Esteban Martín Todisco 30591525

Seminario de Debate contemporáneo II


Ítems a trabajar: 1C y 2A

1C Ricoeur

Ricoeur y la filosofía analítica

Los problemas que afronta la filosofía analítica al enfrentar el tratamiento de


la identidad, según Ricoeur, es que omite la dimensión temporal de la existencia
humana.

Para analizar las paradojas de la identidad personal, Ricoeur repone la


tradición analítica remitiéndose, en primer lugar, a los autores clásicos de gran
influencia como Locke y Hume; después expone el planteo general de la tesis
reduccionista y sus adversarios, para luego dedicar una discusión especial con la
posición de Parfit.

Entendemos por problema de identidad la relación que un ente tiene consigo


mismo. Puede tomarse desde el aspecto cuantitativo, donde se tiene en cuanta la
unidad del ente al distinguirlos frente a otros números de entes; o bien se lo toma
desde la identidad cualitativa donde se analiza la semejanza de propiedades a fin de
determinar que ante un cambio espacial o temporal se trata del mismo ente.

De Locke, Ricoeur apunta a su noción de identidad de la persona según la


unidad de la conciencia, ya que Locke define persona como “una cosa pensante en
diferentes tiempos y lugares”1. De este modo inaugura la corriente psicologista de la
identidad al reconocer el vínculo del ente consigo mismo sólo en función de los
estados mentales y con independencia del cuerpo o fuerza metafísica sustancial,
colocando el fundamento en la conciencia, o mejor dicho en tener conciencia a
partir de aquello que hace “que un hombre sea sí mismo para sí mismo” 2. Locke no
solo se distancia de la teoría clásica sustancialista que postula un sustrato donde se
inhieren las propiedades y accidentes del ente, fundamentando la identidad en esta
substancia que conserva su contacto con las propiedades y accidentes cambiantes,
sino que también se distancia de las teorías materialistas de su época al distinguir la

1
LOCKE, Ensayo sobre el entendimiento humano, pág. 318
2
Ibíd., pág. 319

1
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identidad personal tanto de la identidad corporal. Ahora bien, según Ricoeur, esta
noción de identidad que fundamenta el enlace de la persona y sus estados mentales a
partir de la autopercepción del momento, y de la reflexión de la memoria en el
presente con respecto a las percepciones pasadas, convoca una serie de problemas
como las intermitencias (sueños) o fallas de la memoria 3. Siendo la reflexión
instantánea de la conciencia el fundamento de la identidad personal, se abre en
Locke una aporía ontológica en cuanto a la duración y permanencia en el tiempo
para extender esa conexión entre el sujeto y sus estados mentales.

Hume, por su parte, rechaza tanto la teoría clásica que afirma la existencia de
una sustancia donde se inhieren las propiedades y los accidentes, como también la
posición de Locke al plantear la duda sobre su existencia. Postula su falsedad en el
rango de mera creencia, a la vez que le adjudica a la imaginación la facultad de
imponer un elemento de identidad en la diversidad cuando ésta pasa de una
experiencia a otra. Acá Ricoeur hace hincapié en la distinción humenana entre idea e
impresión, donde la última es verdaderamente producto del dato de la experiencia
mientras que el primero es resultado de una operación de la imaginación, lo cual trae
a manera de implicación que la idea de un sí no es más que una ilusión, dada la
imposibilidad de obtener una impresión invariable de nuestra experiencia interna 4.

La cuestión planteada entonces es que, si la identidad se define por la unidad


inalterable de la subjetividad ante la diversidad de estados mentales (que el sujeto
los reconozca como propio), cómo podría garantizarse la permanencia en el tiempo
entre una autopercepción que es momentánea y los estados mentales que se suceden
unos a otros. Con respecto a filosofía analítica del siglo XX, Ricoeur examina con
detalle la tesis reduccionista de Parfit. Entendemos por reduccionismo la postura de
afirmar la existencia de cualidades o propiedades que encadenan acontecimientos
(físicos o mentales) y garantizan la continuidad entre fenómenos psíquicos y
percepciones corporales. Esta posición continúa el camino inaugurado por Locke en
cuanto postular la identidad como una relación entre la conciencia y sus estados
mentales, pero le agrega una vía somático-orgánica al incorporar el elemento
corporal. Las tesis contrarias son aquellas que no se comprometen ontológicamente
con la existencia de un reducto no observable. De esta manera tenemos tres

3
RICOEUR, Sobre sí mismo como otro, pág. 122
4
Ibíd., pág.123

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posiciones: la dualista, que fundamenta la identidad en una sustancia distinguible a


la materia; la reduccionista, que niega el status de sustancia como fundamento y
asume el de las propiedades invariables conectados a los cambios de la materia; y
finalmente, las posiciones alternativas que niegan tanto la sustancia como las
propiedades, y postulan la identidad de la persona no en base a sus estados físicos o
mentales, sino en relación a sus acciones.

Parfit, por su parte, sostiene tres tesis: no hay una existencia separada del
núcleo de pensamientos (sustancia); no hay convicción para determinar una
permanencia semejante; y, por último, que no es necesaria dicha determinación para
elevar al individuo al estatuto de sujeto moral. Parfit pretende, bajo el hilo de estas
tesis, atacar la posición dualista. Ricoeur cuestiona el reduccionismo, pues al
postular la identidad personal en la relación de un cerebro con sus estados mentales,
sólo se confirma la pertenencia y permanencia de los fenómenos psíquicos a su
matriz mental, pero no se prueba existencia alguna de la persona concreta, pues el
individuo, a través de su cerebro, mantiene una relación vivencial con el cuerpo pero
carece de una experiencia vivencial de su cerebro 5. Sin embargo Ricoeur no
pretende retomar la posición dualista; más bien quiere demostrar, tomando las
conclusiones de Parfit, que la tesis reduccionista es en realidad “parasitaria” 6 a la
tesis no reduccionista, ya que al afirmar la identidad personal en la existencia de un
cerebro con los acontecimientos físicos y mentales encadenados a éste, hace uso del
término acontecimiento como vocabulario de referencia pero en una descripción de
modo impersonal7. Así el problema de la identidad personal, bajo la perspectiva de
Parfit y el reduccionismo, queda indeterminado, pues ésta confirma la relación de un
cuerpo con los acontecimientos (físicos) que lo ligan sin asentar la autopercepción
del cuerpo con respecto a los “acontecimientos” que devienen por la voluntad de sus
acciones. La impersonalidad de los acontecimientos neutraliza el cuerpo propio y
“señala la reducción del cuerpo propio al cuerpo cualquiera”8.

Ricoeur sostiene a la largo del estudio quinto que las tesis reduccionistas
han errado el tratamiento sobre la identidad personal por abordarlo desde la
extensión de un tiempo físico o astronómico, y dejar de lado la especificidad

5
Ibíd., pág. 130
6
Ibíd., pág. 129
7
Ídem.
8
Ídem.

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temporal de la existencia humana susceptible de ser configurada en una trama


narrativa. Esto conlleva a dejar de lado la pregunta por el “qué” de la experiencia y
desplazarla a la cuestión del “quién” en función a la persona concreta que liga
vivencialmente su existencia a los acontecimientos que lo encadenan. La alternativa
será pensar la identidad personal en dos sentidos: como mismidad (ídem) que da
cuenta de la permanencia en el tiempo y como ipseidad, (ipse) que da cuenta de la
reflexividad exclusiva del ser humano a través de la conciencia y con respecto a sus
vivencias, donde a través de la dialéctica del ipse, el uno deviene otro y es en virtud
de dicha alteridad que se constituye un Yo, el cual da cuenta de sí mismo al narrarse
y vincular su existencia a los acontecimientos que la encadenan.

Identidad personal narrativa

Para su propuesta de identidad personal, Ricoeur retoma la teoría narrativa


expuesta en Tiempo y narración, donde exponía la temporalidad humana por medio
de la dialéctica entre las acciones que prestaban sucesión y la totalidad del relato en
cuanto estructura narrativa, a partir de la cual los acontecimientos eran configurados
por la estructura narrativa de la trama. Esto le permitió a Ricoeur fundamentar una
filosofía de la historia en la que una comunidad pudiera comprenderse a sí misma en
función de los avatares trascurridos. Acá Ricoeur pretende bucear de nuevo entre la
relación de vida narrada y comprensión de sí, pero ahora supeditada a la conciencia
individual de una persona.

Ricoeur empieza su planteo con la distinción entre los dos sentidos de


identidad expuestos anteriormente. El ídem encubre el ipse y la misión de una
Filosofía del Sujeto entonces se basa en correr el velo. La mismidad es, además de
un concepto de relación, una relación de relaciones 9. Una es la relación numérica,
identidad cuantitativa; la segunda es la relación de semejanza, identidad cualitativa;
y un tercer componente relacional, la continuidad interrumpida, que corresponde a
la operación de vincular al individuo con sus diferentes estadios sucesivos. Con
respecto al problema de la permanencia en el tiempo descripto en el punto anterior,

9
Ibíd., pág. 110

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donde se apunta a buscar “el invariable relacional”, Ricoeur plantea 2 modelos: el


carácter y la palabra dada10.

Por carácter se entiende un conjunto de signos distintivos (adquiridos) que


permiten identificar a un individuo como siendo el mismo 11. Ricoeur asocia la
noción de disposición adquirida con la de costumbre en la ética de Aristóteles al
entender que no se trata de algo dado sino resultado de la constitución de hábitos. El
carácter representa el polo de la identidad como mismidad donde el ídem cubre al
ipse a modo de sedimentación, y “asegura a la vez la identidad numérica, la
identidad cualitativa, la continuidad ininterrumpida en el cambio, y finalmente la
permanencia en el tiempo que define la mismidad”12

La palabra dada o promesa, consiste en la conservación de sí en cuanto


fidelidad a los valores. Esto implica una permanencia opuesta a la anterior, pues más
allá del cambio, hay un mantenimiento de sí del individuo con respecto a su promesa
o palabra. De este modo, lejos de leerse bajo la temporalidad física o astronómica de
la permanencia, este segundo modelo indica una temporalidad interna donde la
propia conciencia, por medio de la voluntad y de la reflexión, da cuenta de sí mismo
a través de los diferentes estadios.

Con este planteo obtenemos, por un lado, un desplazamiento de la pregunta


por el “qué” del carácter al “quién” de la palabra dada o promesa; en segundo lugar
tenemos un polo donde ídem e ipse tienden a coincidir (el primero encubre al
segundo en la permanencia en el tiempo de la mismidad) y un segundo polo donde
el ipse se distingue del ídem. Tomando la matriz narrativa y haciéndola intervenir
entre medio de ambos polos, Ricoeur propone pensar la constitución conceptual de
la identidad personal a partir de la una identidad narrativa 13. De este modo, en
Ricoeur el concepto de identidad personal remite a un proceso donde la identidad
narrativa oficia de mediador entre la identidad como permanencia en el tiempo y la
identidad reflexiva entre el ídem y el ipse, donde el uno da cuenta de sí mismo en
relación con el otro.

10
Ibíd., pág. 112
11
Ibíd., pág. 113
12
Ibíd., pág. 117
13
Ibíd., pág. 113

5
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Conclusión

Estoy de acuerdo con Ricoeur al pensar la identidad personal como identidad


narrativa. En primer lugar, si la pregunta por la identidad se interroga por un
invariante relacional, el desplazamiento de la pregunta por el “qué” a la pregunta por
el “quién” resulta efectivo, ya que en el primer caso la respuesta sería una cosa y la
discusión pasaría por si esa cosa es sustancial o material (inobservable); en cambio,
en el quién la pregunta es por un sujeto, que a diferencia de un substrato cuyo enlace
con sus accidentes es siempre inmanente, se halla en contacto con un predicado
siempre en virtud de una relación. En segundo lugar, la identidad narrativa permite
al sujeto el reconocimiento de sí, pues conecta los estados mentales en tanto
fenómenos con la percepción interna del individuo. Sin esta identidad narrativa, no
habría nexo entre la mismidad como permanencia en el tiempo y la continuidad
vivencial entendida como experiencia. Esta opacidad fallaría en favor del primero,
el cual re-identifica un cuerpo distinguiéndolo de otro pero en tanto cuerpo
cualquiera, mientras que se encubre (o sedimenta) el polo de la ipseidad, que no
toma la temporalidad física del movimiento y el cambio, sino la temporalidad
fenomenológica de la acción a través de una dialéctica entre ídem e ipse donde el
uno (reflexión impersonal) deviene otro (alteridad) y el Yo se constituye mediante el
reconocimiento del proceso reflexivo. Y por último, en tercer lugar, la identidad
narrativa permite que el sujeto moral devenido del proceso reflexivo no sea un mero
individuo de imputación jurídica sino un individuo dotado de responsabilidad en
virtud de asumir el vínculo con la cadena de acontecimientos. Esto se debe a que la
identidad como mismidad sólo señala la conexión entre un individuo y el acto, pero
no pude fundamentar el reconocimiento subjetivo del mismo. La identidad narrativa,
en cambio, al introducir la voluntad como mantenimiento en la sucesión de
diferentes estadios, permite que coincidan el acto y su agencia desde la conciencia
del sujeto.

De este modo, la identidad narrativa entonces nos permite atravesar una


dialéctica por la cual el sí en tanto pronombre reflexivo impersonal entre en una
mediación con la alteridad, en tanto otro de sí, permitiendo devenir en Yo concreto,
individuo que sintetiza la configuración de las acciones y la totalidad estructural del
relato, para obtener así una identidad personal no sólo desde la perspectiva externa

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sino también desde la interna, volviendo al sujeto responsable (susceptible de ser


interpelado) y garantes de sus propias acciones.

2A
Identidad personal y prácticas represivas

A continuación me propongo analizar los textos de Klein y Duhalde sobre las


prácticas represivas y vincularlos a la noción de identidad personal en cuanto identidad
narrativa. En primer lugar vinculo la identidad personal a las prácticas represivas en el
sentido de que estas últimas no sólo persiguen el fin de aniquilar físicamente a sus
víctimas, sino que además pretenden borrar toda raigambre histórica y cultural que las
personas asesinadas conservasen con el presente por medio de sus lazos identitarios. En
segundo lugar elijo pensar la identidad personal de las víctimas como identidad
narrativa por el peso que se obtiene desde las nociones de huella y testimonio para
reconstruir una vida que ya no puede hablar por sí, ya sea por los problemas físicos o
neurológicos y las dificultades de memoria, o por la directa desaparición de esa vida. La
hipótesis es que el concepto de identidad narrativa permite que una biografía trasvase la
memoria colectiva de una comunidad a partir de la identidad personal.

Tanto en el texto de Duhalde El Estado terrorista como el de Klein, La doctrina


del Shock, las prácticas represivas persiguen como fin anular el lazo de pertenencia que
la persona perpetrada mantiene dentro de su comunidad, y convertirlo en un factor
reactivo para dicha comunidad, ya sea por la amenaza hacia el resto que genera el daño
producido o por la conversión de la víctima a la ideología de los perpetrados. Tenemos
entonces el caso de la dictadura argentina donde la represión buscaba, entre otras cosas,
“aplicar métodos psicológicos tendientes a alterar” 14 la identidad política y psíquica de
los secuestrados; por otro lado, Klein describe cómo en la década del 50´ la CIA
financió una campaña terapéutica y experimental a cargo del canadiense Ewan Cameron
(quien buscaba un tratamiento para patologías psíquicas como la esquizofrenia), a fin de
obtener nuevas “técnicas de control mental” 15 aplicables a los interrogatorios. Esto
puede llamarse modelo desintegrador, donde a través de técnicas de tortura psicofísicas
se anula la voluntad de la víctima. El resultado consistía en obtener de la mente del

14
DUHALDE, El Estado Terrorista Argentino, pág. 2
15
KLEIN, La doctrina del Shock, pág. 41

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prisionero una tabla rasa16, lista para ser maleable y reconstruida desde una cosmovisión
impuesta por sus captores17.

Como vimos en el punto anterior, la voluntad es un factor esencial para que un


individuo se reconozca en la continua sucesión de sus acciones. Anular la voluntad y
privar de la voluntad es impedir el flujo decisorio de las acciones y convertirlas en un
transcurrir de eventos que se le imponen con fuerza tal que no oponen resistencia, la
cual en último caso sería un horizonte de comprensibilidad para dichos eventos. Sin
embargo la angustia por la introyección de la tortura física 18, la deprivación sensorial19,
la pérdida de individualidad de su rostro 20, del nombre y de las condiciones espacio-
temporales, generan la anulación total de la autoconciencia. El individuo cosificado
queda a merced de su torturador quien reconstituye su identidad efectivizando la
dominación.

La problemática de la identidad personal en estos casos se evidencia tras la


experiencia traumática de la tortura. El individuo ha cambiado tanto en el aspecto físico
como en el psíquico. ¿Cómo dar cuenta de la misma persona? Acá se vuelve relevante
pensar la identidad personal como identidad narrativa, pues si tomamos la identidad
como mismidad habría que comprometerse ontológicamente con elementos metafísicos
y constituyentes de la persona, previos e independientes de la personalidad, ya que no
hay permanencia en el tiempo que dé cuenta empíricamente de tratarse de la misma
persona. De hecho el enterramiento innominado 21 es un ejemplo de cómo ante la
permanencia del cuerpo existe una imposibilidad de reconocimiento que obliga a
restituir la identidad de la persona por medio de huellas y testimonios, sin contar con la
materia corporal que, aunque sin vida, aún habita el mundo.

Con respeto a la restitución de la identidad tras la experiencia traumática de la


tortura, nos enfrentamos a que la propia víctima no puede reconstruir, por sus propios
medios, los eventos transcurridos de acuerdo a cómo sucedieron. En el caso de Gail,
víctima del experimento de Cameron, ella da cuenta de sus problemas de memoria y de
la imposibilidad de reconstruir los acontecimientos por sus propios medios. Allí juega

16
Ibíd., pág. 42
17
DUHALDE, pág. 7
18
Ibíd., pág. 10
19
Ibíd., pág. 14
20
Ibíd., pág. 19
21
Ibíd., pág. 47

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un importante rol el factor de la huella, es decir, apelar a los documentos en el historial


del archivo clínico, que demuestren que ella estuvo en esa clínica, que fue descripta
antes de iniciado el tratamiento como “alegre, sociable y simpática” y que luego de
unas semanas apuntaba un cambio tal que “mostraba un comportamiento infantil,
expresaba ideas extrañas y aparentemente estaba en estado de alucinación” 22. Este giro y
sus fundamentos son demostrables luego a partir de los “memorandos desclasificados de
la CIA”23 que evidencian, no sólo la participación de esta entidad con fines de
reprogramar la mente de los prisioneros, sino también la finalidad del tratamiento por
parte de Cameron basado en la “destrucción violenta de las mentes” de los pacientes
para emprender un “viaje de regreso a la salud mental”24.

Acá la identidad narrativa funciona al pensar la permanencia en el tiempo entre


el polo donde ídem e ipse son indistintos y el polo donde la ipse se separa de la
identidad como ídem. A partir de la dialéctica que se abre en la identidad como ipse
entre la mismidad y la alteridad, donde el cuerpo en tanto uno es alterado por un otro,
podemos dar cuenta de una identidad del Yo invariable entre el estadio anterior y el
estadio posterior a la intervención del otro, en virtud del carácter narrativo de los
acontecimientos.

En cuanto a las desapariciones en Argentina, la reconstrucción de los hechos se


realiza a partir de testimonios de los sobrevivientes, a partir del cual se pretende restituir
la identidad del desaparecido narrando su biografía hasta el momento de su desaparición
desde las voces de los familiares, y continuando luego con los datos recopilados entre
quienes hayan compartido cautiverio, a fin de conectar lugares y fechas que permitiesen
completar la narración. Elemento que resulta esencial en la recuperación de menores
sustraídos, así como los hijos arrancados después del parto 25, ya que estas narraciones
plasmaron en un primer momento la existencia de personas que formaron parte de esas
biografías y ahora se encontraban en otros sitios y bajo otra identidad. Nuestra tesis
entonces es que al pensarse el concepto de identidad personal como identidad narrativa,
nos permite dar cuenta de una individualidad concreta como singularidad dentro del
colectivo, a partir de su unidad narrativa configurable en la estructura total de la trama,

22
KLEIN, pág. 43
23
Ibíd., pág. 48
24
Ibíd., pág. 52
25
DUHALDE, pág. 34

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donde biografía y persona quedan conciliadas en el proceso narrable entre los


acontecimientos de una comunidad.

10
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Bibliografía

DUHALDE, El Estado Terrorista Argentino, Buenos Aires, Ediciones Colihue,


2013
KLEIN, La doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre, Argentina,
Paidos, 2008
LOCKE, De la Identidad y la diversidad, en Ensayo sobre el entendimiento
humano, trad. Edmundo O ‘Gorman, México, Fondo de Cultura Económica,
2005 pp. 311-333
RICOEUR, Sí mismo como otro, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2006

Tiempo y narración, trad. Agustín Neira, Mexico, Siglo XXI Editores

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