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Winnicott desarrolló su trabajo a partir del uso de los primeros objetos del bebé, y esta
observación le permitió la construcción de una teoría que da cuenta del espacio
intermedio entre el mundo interno y el externo. Este entre comprende no sólo la
estructuración del psiquismo infantil, sino también una nueva manera de abordar los
avatares de la clínica y de reflexionar sobre los fenómenos culturales. Resultado de ello
es un conjunto de nociones o red conceptual cuya flexible sistematización ha llevado, a
me-nudo, a confusiones con respecto su recepción. Algunos autores han abordado esta
problemática y lo han considerado como un trabajo a realizar.
Estos conceptos son la piedra de toque para comprender qué idea tiene acerca del
analista y del análisis, temas que serán abordados en la segunda parte
La clínica de Winnicott se desarrolla a partir del descubrimiento que hace del jugar en
los niños y los bebés. Encuentra que manipulan objetos de una manera significativa y
que se transforman en privilegiados para el universo del niño. Ello no quita que tengan
materialidad sino que son el ejemplo concreto de la conquista progresiva del mundo en
la subjetividad del niño. A partir de allí, observa con más detalle la relación madre-bebé
en los inicios de la vida del infans donde el medio actuaría como facilitador del
desarrollo. Al punto tal que Winnicott no puede separar al sujeto de su relación con el
ambiente, porque entre ambos se establece una implicación mutua: el niño
winnicottiano significa paulatinamente el mundo y, a la vez, se significa a sí mismo. Es
sólo a partir de ese encuentro bebé-medio que podrá crecer, dando lugar al gesto
espontáneo como signo de la creatividad incipiente del bebé. Estos son los fenómenos
que Winnicott describe en su clínica, desde el comienzo de su obra, a partir del
Desarrollo emocional primitivo, de 1945, y que continuaría hasta su último trabajo.
Por ello, sólo es posible considerar al desarrollo del bebé a partir de su relación con el
ambiente que lo rodea, específicamente, el entorno materno. Esto explica la afirmación
de que “el bebé no existe” y que su lugar lo ocupa la pareja madre-bebé. Aquí aparece el
término “madre suficientemente buena” para dar cuenta de este rol fundamental para la
experiencia de vivir y existir del niño. Lo mismo que su contrapartida, si esta función
resulta intrusiva o indiferente, tendrá como consecuencia vivencias de futilidad, de
aislamiento, de intrusiones violentas y una detención de los procesos de desarrollo e
individuación.
Nemirovsky señala, tal como lo establece Winnicott, que las necesidades tempranas –
claramente diferenciadas del accionar pulsionar– son agrupadas en la obra en tres
grandes categorías: sostén (holding), manipuleo (handling) y presentación de objeto
(object-presenting). Éstas requieren acciones específicas del medio –el medio más
temprano es la preocupación de la figura maternante–, para que en el transcurso del
desarrollo hacia la independencia el sujeto se integre, se personalice y acceda a la
realidad. Y como bien lo indican Davis y Wallbridge, estos logros no son sucesivos, ni
se consolidan de una sola vez. Por el contrario, se superponen, se los alcanza, se los
pierde y se los recupera nuevamente.
El ambiente facilitador refiere puntualmente a las condiciones del entorno materno y los
cuidados que ella es capaz de proveer. Esta función se desdobla en madre-objeto y
madre-ambiente. Cada una propicia determinadas variables del crecimiento del bebé. La
primera, surge a partir de un proceso complejo de fusión, ilusión-desilusión propulsada
por los encuentros primigenios con el pecho que se irá complejizando a lo largo del
tiempo. La segunda alude a la posibilidad de que el niño cuente con un entorno que lo
proteja tanto de sus propios impulsos, como del mundo aún extraño y que además
habilite a distintas experiencias promoviendo su crecimiento. Es lo que Bollas entiende
como el discurso privado entre la madre y el niño cuyo idioma se sostiene en el gesto, la
mirada y la expresión entre ambos.
Ambas contribuyen a que pueda crear –que Winnicott distingue del descubrir– a partir
de los objetos con los que se encuentra. En La familia y el desarrollo del individuo
(1957), establece que los niños necesitan un ambiente seguro para poder desafiarlo,
basado en libertad a fin de vivir con imaginación. Gradualmente el bebé va
experimentando que pese a sus desafíos y hasta agresiones (que al principio lo son “por
azar”) el entorno continúa con rasgos de perdurabilidad y confiabilidad. Esto tiene un
valor altísimo, ya que permite la vivencia paulatina de un mundo que se va
enriqueciendo en sutilezas. La importancia de la intimidad del cuidado le permite al
niño estar a salvo de las intrusiones desagradables del mundo que aún no conoce y
protegerse de sus propios impulsos y sus afectos. La seguridad del cuidado proporciona
al niño una vida personal y espontánea. Posteriormente, desafiará esta seguridad: la
madre permite que el mundo aparezca de manera paulatina y el niño dirige acciones
impulsivas contra él. Esta tensión continúa durante toda la infancia. Winnicott lo
encuentra también en los artistas creadores: recuerdan la lucha entre los impulsos y la
seguridad creando nuevas formas y abandonándolas para crear otras. El ambiente
facilitador es el que permite que el niño tenga la oportunidad de crecer, creer y crear; sin
embargo, cualquier falla inusual o prolongada en este ambiente, particularmente en los
inicios, pone al individuo mas cerca de la enfermedad.
Ésta es la importancia que le da Winnicott al tema del cuidado, término que él asocia
con la cura. Debido a la indefensión y a la fragilidad del infante en sus primeros meses,
la dependencia al ambiente es tan radical que el término confianza resulta indispensable
para su desarrollo y crecimiento: “Estas condiciones: la falta de madurez, la
enfermedad, la vejez, provocan dependencia. Lo que se necesita, por lo tanto, es
confiabilidad”.
Nótese que depende de ambos, pero la ilusión parte del niño. Sin embargo, la res-puesta
de la madre tiene un factor fundamental: paulatinamente abre el mundo al niño y
permite que lo conquiste.
Objetos
La teoría de los objetos presenta en Winnicott una paradoja: considera que está da-do de
entrada, aunque el bebé no se percate de ello. Esto supone el espectro que abarca los
objetos subjetivos, transicionales y objetivos y que van de la mano de la dependencia
absoluta a la independencia relativa. La condición del crecimiento no involucra una sola
variable: a la constitución del psiquismo le corresponde la de los objetos y el mundo.
Pelento señala que la teoría de Winnicott cada objeto tiene e inaugura un espacio. Así,
el objeto subjetivo abre el mundo interno; la presencia de la madre como algo in-
dependiente da cuenta de la realidad compartida; y el objeto transicional inaugura el
espacio de la creatividad.
Objeto subjetivo
El objeto subjetivo aparece como la primera relación de objeto en las etapas más
tempranas de la vida del bebé. Estas primerísimas experiencias se consideran subjetivas.
La madre o parte de ella son creadas debido a la experiencia de omnipotencia. La
creación de los objetos subjetivos permite al niño la gradual vivencia de ser en la
medida que puede crear. Por lo general, es el pecho ofrecido por la madre este
primerísimo objeto de creación.
Winnicott acentúa que, aunque el ambiente resulte vital, la acción de creación siempre
parte del infante… cuando las condiciones son estables y contenedoras para ello. Aquí
aparece un rasgo mágico en la creación que luego será extensible a los objetos
transicionales. Pero, si bien el niño es quien crea, es el ambiente el que habilita a crear.
Lo que se pone en juego es una operatoria de superposición entre crear y ofrecer.
Destino auspicioso si el niño puede, mediante la ilusión, creer que crea.
Objeto transicional
El objeto transicional puede considerarse uno de los aportes más originales de la teoría
de Winnicott al psicoanálisis. La tradición psicoanalítica entendía que el objeto,
concepto caro a la noción de sujeto, podía precisarse en términos de objetos internos y
externos. Así se puede comprender la teoría desarrollada por Klein a partir de los postu-
lados freudianos y que constituyó la base de su práctica clínica. Winnicott no rechaza
las realidades internas y externas, pero las complejiza al cuestionar su carácter
dicotómico. A partir de allí se referirá a los objetos como objetos transicionales y a toda
la experiencia que se despliega en ese espacio como fenómenos transicionales:
El sentido de la frase es poder ubicar esta tercera zona de la experiencia que permite la
distinción entre yo y no-yo, entre lo propio y lo ajeno, entre lo subjetivo y la alteridad.
La noción de entre no alude a cuestiones físicas-espaciales como adentr-fuera. Por el
contrario, designa modos de experiencia y de relación. Desde el comienzo mismo,
según Winnicott, en la teoría del desarrollo del propio-ser existe “algo, alguna actividad
o sensación que se interpone entre el bebé y la madre”. Como bien lo establecen Davis
y Wallbridge, ambas realidades externas e internas se superponen; de manera tal que lo
descubierto pasa a ser no-yo. Ello no involucre la pérdida de la ilusión, por el contrario,
cierta cualidad de la omnipotencia se mantiene y permite tolerar el peso de la realidad
del mundo. Así el valor de lo transicional habilita a un modo de ser en el mundo que, al
sostenerse en la ilusión, no presupone ni acatamiento ni traición al propio ser.
Para Winnicott este objeto se manifiesta dentro del espacio transicional. Ésta resulta una
zona intermedia de la experiencia a la cual contribuyen tanto la realidad exterior como
la interior; lo subjetivo y lo que se percibe objetivamente. Una de sus cualidades más
significativas es que no responde a ningún desafío, ya que no está constituido como
consecuencia de alguna exigencia ni externa, ni interna. Por el contrario, más que
encauzar a las fuerzas pulsionales o a las demandas externas, implica un relajamiento de
ellas y, debido a ello, un lugar de descanso que involucra, paradójicamente, a ambas.
El objeto transicional aparece entre los 4 y 6 meses y hasta los 8 o 12. Se establece
como la primera posesión no-yo que, en cierta medida, responde a las excitaciones y
satisfacciones orales, de igual modo que a la representación del pecho materno; no
obstante, no se reduce a éstas. Algo más se agrega que no es del orden de lo pulsional.
Aunque Winnicott estable que la condición del objeto transicional habilita el camino
para posteriores simbolizaciones; la relación entre simbolización y transicionalidad no
se sostiene en que el objeto transicional reemplaza al pecho, ya que este último existe,
por decirlo así, por derecho propio. Lo importante de destacar es que el objeto posea
cierta materialidad, por lo general suave, que permita otorgarle cualidades de vitalidad.
Si bien los ejemplos más mencionados son la manta o el osito de peluche, lo que está de
fondo es su cualidad de existencia, de presencia e intermediación. Lo interesante es que
también puede serlo una melodía, un sonido. Lo interesante es que no se puede imponer,
ni predecir. La elección del niño sobre el objeto siempre será inédita. Lo que señala la
relación entre libertad y transicionalidad.
Las cualidades del objeto son ejercer cierta anulación de la omnipotencia; ser al mismo
tiempo, amado y odiado; no debe cambiar, salvo que lo haga el mismo bebé; tiene que
sobrevivir a la agresión y al daño; tener cierta textura para que el bebé lo sienta como
vital o que posee una realidad propia. Objetivamente, proviene de afuera, pero no para
el bebé, aunque tampoco viene del interior: es lo que plantea Winnicott como una aluci-
nación.
Objeto objetivo
El objeto objetivo es aquel que se ubica como externo, proveniente del mundo, con
características propias no creadas por el infante. Vale decir, que el objeto objetivo
podría ser ubicado por fuera de la zona de la experiencia de omnipotencia del niño. Este
rasgo del objeto no está dado de entrada. Es el resultado de un largo proceso de ir y
venir. En efecto, si el niño crea de manera omnipotente el mundo, a medida que éste se
complejiza, la madre le permite ver de manera gradual, los límites de esa misma
omnipotencia. Es el resultado de que lo “distinto de mí” se soporte como diferencia y
alteridad. La realidad de este tipo de objeto surge luego de que éste ha sobrevivido a la
destrucción por parte del niño. Winnicott lo establece como el pasaje que va de la
relación al uso de objeto.
Un interrogante para plantear aquí es la relación que hay entre uso de objeto, objeto
transicional y objeto objetivo. Los dos últimos presuponen el uso de objeto en la medida
que usarlos significa poder destruirlos. El objeto transicional se presenta como “lo dis-
tinto de mí” y como “primera posesión no-yo”, pero al ubicarse dentro de la zona de los
fenómenos transicionales sostiene la famosa paradoja winnicottiana de que el objeto no
es absolutamente externo o interno, sino la superposición de ambos. Por el contrario, en
el objeto objetivo radica la exterioridad que constituye un límite a la omnipotencia y
cuya potencial destrucción debería, en el mejor de los casos, alojarse en el plano de la
fantasía. Su supervivencia es la prueba de realidad que permite al niño poner límite a su
propia agresividad.
Esto echa por tierra cualquier lectura “evolucionista” en la teoría winnicottiana. Por el
contrario, la creación y emergencia progresiva de los objetos por parte del bebé no tiene
un principio superador o jerárquico. Como tampoco insinúa la desaparición de alguno.
A medida que crece, crea mundos y objetos, y, a su vez, los objetos y el mundo le
muestran su relieve. Condición necesaria para habitar con lo propio en lo ajeno sin
perder singularidad.
Winnicott ubica el pasaje de la relación al uso de objeto como aquellas experiencias que
permiten al sujeto transitar de la omnipotencia originaria a la realidad compartida, que
en los comienzos se refiere puntualmente a la separación de la fusión madre/bebé. Este
proceso involucra varios elementos que interactúan de manera conjunta: la habilidad del
bebé para “tropezar” con el objeto, que Winnicott entiende en términos de capacidad; la
naturaleza del ambiente en términos de elasticidad y confiablidad; y, por último, la
posibilidad de que en el encuentro/desencuentro entre ambos puedan constituirse como
dos cosas distintas entre sí; vale decir, de relativa independencia. Lo que inaugura la
distinción entre lo mío y lo distinto de mí.
Ahora bien, la diferencia entre el objeto subjetivo y el objeto de uso radica en que el
primero es el producto de la omnipotencia infantil y el segundo es la realidad del objeto
que se presenta con características que le son propias. No se trata de dos objetos
materialmente distintos, sino de momentos diferentes de relación con objetos.
4. La experiencia de alteridad: ésta surge en la otredad del objeto que resiste y sobrevive
a la potencial destructividad, ya que no depende ahora exclusivamente de la ilusión.
Bajo estos términos, la realidad compartida como lo distinto de mí logra instaurarse. Es
lo que Winnicott establece como alojar el objeto “fuera de la zona de los fenómenos
subjetivos”, que hace que, desde uno, puedan aparecer dos. La posibilidad de uso: el
niño puede usar el objeto a partir de una desilusión. Esta experiencia –por decirlo así–
suficientemente buena, hace que la ilusión del niño encuentre un límite a su
omnipotencia, luego de que la fusión ha tenido lugar. Aquí, los objetos pueden ser
manipulados sin que pierdan realidad. Adquieren, en cambio, temporalidad y
consistencia por fuera de la fantasía. Que sean usables alude a que tienen “entidad por
derecho propio”. La idea de que el objeto transicional es una forma de los objetos de
uso permite incluir una terceridad. Es entre la madre y el niño que aparece este tipo
particular uso de objeto: ni plenamente objetivo, ni subjetivo. Davis y Wallbridge
plantean que el objeto transicional es un caso especial de uso, ya que conserva
cualidades mágicas; pero, al ser paulatinamente descatectizado, “tiene permanencia y
vida propias, unidas a su valor de supervivencia”.
Un último punto a considerar es que la destructividad no lleva, necesariamente, al uso
del objeto. Habría dos caminos.
b) Pero también puede suceder que haya destrucción sin uso: este punto indicaría
que hubo destructividad, pero no tanto como condición de la alteridad, sino “para
deteriorar al objeto bueno para hacerlo menos bueno y, por ende, menos sujeto a
ataques”. Éste sería un punto en común con la teoría de los objetos idealizados de
Klein. Aquí podríamos ubicar, en Winnicott, a una madre que lejos de dar lugar a la
experiencia de omnipotencia del niño, irrumpe con la propia. El objeto adquiere una
dimensión que el niño no puede elaborar dada la intensidad de aquél. El lactante
reacciona frente al ambiente hostil para apaciguar un vigorismo de un objeto
“demasiado bueno”. Esta línea sería la del analista que “sabe demasiado” y queda
ubicado dentro de los fenómenos subjetivos winnicottianos.
Podría decirse de esta manera: al comienzo, el bebé crea un universo donde los objetos
se subsumen a él. La sobrevivencia de éstos a la destrucción de aquél, admite la
existencia de un mundo, ya no de una omnipotencia indiferenciada, sino de uno
compartido con otros. La capacidad de uso permite al niño manipular lo que no es parte
de su ser. Porque los objetos son en sí mismos, y no forman parte del ser del bebé; se
pueden usar. Es lo que Winnicott establece como que los objetos “pasan, al mismo
tiempo, por el proceso de quedar destruidos, porque son reales, y de volverse reales,
porque son destruidos”. Estas vicisitudes ponen al lactante en contacto con su
capacidad de crear. Y esta vivencia resulta central en el desarrollo del self. “Permiten
que el bebé sea y que haya podido tener la vivencia paradojal de haber inventado sus
propios objetos”. Lo transicional aludiría a un modo particular de uso, porque supone
tanto lo externo como lo interno.
Juego
El jugar tiene rasgo de universalidad. Esto quiere decir que, en tanto potencialidad, el
juego es una manifestación de la experiencia de ser y hacer. Se podría decir que jugar
es aquello que se ubica entre la madre y el bebé y, por lo tanto, permite separar a uno y
otro, y juntarlos, paradójicamente, en el juego. Aquí la paradoja se expresaría que en
cuanto ser permite hacer, también hacer permite, en su misma actividad, la experiencia
de ser. Por eso Winnicott consideraba que el juego era serio y divertido a la vez. No es
sólo una actividad lúdica. Al ubicarse dentro de los fenómenos transicionales, el jugar
es la demostración misma de la subjetividad. De allí que el juego se considere precario –
siempre habría un riesgo de perder esa capacidad–. Este riesgo del juego Winnicott lo
ubica en varios sentidos: por un lado, la figura ambiental de la madre que puede llegar a
ser intrusiva o indiferente; y, por el otro, la aparición de los instintos (instinct) por parte
del bebé, a punto tal que un quantum excesivo es capaz de detener el juego. Aquí lo
pulsional encuentra un límite; por sí mismo no sirve para dar cuenta de lo más auténtico
del ser, ni de la creatividad misma: algo más se manifiesta en la experiencia del jugar.
En este sentido: la cuestión del jugar no sólo es una experiencia de relación, como por
ejemplo, la madre que juega con el niño o los niños jugando juntos. Sino también una
vivencia vital de soledad. Jugar a solas en presencia de, pauta esa sutileza subjetiva de
inventar mundos que se superponen tras telón del mundo compartido, sin que tenga
algún rasgo de negación. Esta posibilidad se sostiene en la confiabilidad ambiental. Lo
que muestra la diferencia entre una soledad propia del verdadero self y el aislamiento
impropio del falso.
Sin embargo, la capacidad del jugar no se pierde, sino que continúa a lo largo de la vida
ya que va de la mano del vivir creador y de la expresión del sí mismo. La experien-cia
cultural sería la prueba de este fenómeno en la adultez.
Creatividad
Sin embargo, no se limita simplemente a esta distinción. Uno de los aportes originales
sobre la noción de creatividad es ser y hacer, que se analizan bajo lo que Winnicott
llama “elementos masculinos y femeninos que se encuentran en hombres y mujeres”.
Esta diferencia no remite tanto a la bisexualidad como a características de cada sujeto en
las que se asientan el verdadero self y el acto creador, vinculado en sus orígenes a la
relación del infante con el medio. El elemento femenino puro se ubica al comienzo de la
vida, cuando la madre y el infante se encuentran fusionados. De modo que: “ser es
anterior a la idea de ser-uno-con, porque hasta entonces no hubo otra cosa que identi-
dad”. Aquí objeto y sujeto son uno, sin experiencia aún de diferenciación. Pero, la
condición de ser en Winnicott tiene su rasgo dinámico. Para que el self “sea” tiene que
ser posible encontrarse separado de la madre. A partir de esta experiencia, el hacer
aparece como capacidad del ser. Para Winnicott, el elemento femenino se establece
como una identificación primaria a partir de esas experiencias vitales de fusión y
separación con la madre. Aquí aparece la cuestión del “soy” Por su parte, el elemento
masculino puro se manifiesta en la lucha por distinguir entre “lo que soy” de aquello
“que es distinto de mí” –diferenciación basada en la separación–. Lo que habilita a la
posibilidad del “hago”. Así puede comprenderse que vivir creativamente alude al enlace
de ambos elementos mediante la habilidad de ser y hacer que aparecen en esta
afirmación: “Del ser deriva el hacer, pero no puede haber un hago antes que un soy”.
Esto no acentúa tanto una cronología, sino una lógica que aparece como condición de
posibilidad: se puede crear (hacer) a partir del ser que lo crea. Recorte de índole
heideggeriana que señala, en todo caso, el carácter genético de la creatividad: el propio-
ser.
La imposibilidad de la experiencia creativa está vinculada a la enfermedad, a la
imposibilidad de habitar el mundo con objetos distintos de mí y al acatamiento:
“Lo que hace que el individuo sienta que la vida vale la pena ser vivida es, más que
ninguna otra cosa, la apercepción creadora. Frente a esto existe una relación con la
realidad exterior que es relación de acatamiento; se reconoce el mundo y sus detalles
pero sólo como algo en lo que es preciso encajar o que exige una alta adaptación. El
acatamiento implica un sentimiento de inutilidad en el individuo y se vincula con la idea
de que nada importa y que la vida no es diga de ser vivida (…) esta segunda manera de
vivir en el mundo se reconoce como enfermedad.”