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Curso 2016/2017
Prof. Dolores Utrilla
1. INTRODUCCIÓN
La Constitución Española de 1978 (CE) es la norma suprema del ordenamiento jurídico español, y
establece el marco dentro del cual deben desarrollarse todas las ramas del Derecho. Por lo tanto, el
Derecho administrativo está condicionado, en su configuración y aplicación, por una serie de
exigencias derivadas del texto de la Constitución. Ello, sin embargo, no significa que todo el contenido
del Derecho administrativo esté constitucionalmente prefigurado: debido al carácter abierto y
democrático de la Constitución, dentro de ella caben distintos tipos de políticas y distintas formas de
actuación administrativa.
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Fuente: Material docente de elaboración propia a partir de los manuales de SÁNCHEZ MORÓN (Derecho
administrativo. Parte general, Tecnos, 11ª ed., 2015) y SANTAMARÍA PASTOR (Principios de Derecho administrativo
general I, Iustel, 3ª ed., 2015).
2. LA CLÁUSULA DE ESTADO SOCIAL
Tomada literalmente de la Constitución Alemana, la cláusula de Estado social (art. 1.1 CE) expresa
una concepción política del Estado según la cual éste no se limita, como propugnaba la teoría liberal,
a corregir las disfunciones más graves y ostensibles del mercado y de la sociedad civil, sino que asume
como propia la responsabilidad de conformar el orden social en el sentido de promover la progresiva
igualdad material de todos los ciudadanos y de asegurarles el acceso a un cierto nivel de bienestar
económico y social. El contenido general de la cláusula de Estado social se encuentra recogido en el
art. 9.2 CE, pero encuentra manifestaciones específicas a lo largo de todo el texto de la Constitución,
y en particular en los arts. 39 a 51 CE (los llamados “principios rectores de la política social y
económica”).
El principio de Estado social vincula a los ciudadanos y a todos los poderes públicos, pero en su
proyección sobre la Administración y sobre el Derecho administrativo puede descomponerse en
varios contenidos fundamentales, a saber: el mandato de satisfacer los intereses generales (infra 2.1)
y de hacerlo, además, de manera eficaz (infra 2.2), lo que explica la atribución a la Administración de
una serie de poderes o potestades diferentes a los que ostentan el resto de sujetos de Derecho (infra
2.3).
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2.2. EL PRINCIPIO DE EFICACIA
El art. 103.1 CE ordena a la Administración actuar de acuerdo con el principio de eficacia, esto es, que
los intereses generales cuya tutela tiene encomendados se vean satisfechos de manera efectiva, en el
plano de los hechos. Pese a la aparente vaguedad de este mandato, el Tribunal Constitucional ha
señalado que se trata de un principio de idéntica naturaleza y valor que los demás principios
constitucionales, y que condiciona no sólo la actividad de la Administración pública, sino también la
del resto de poderes públicos cuando actúan sobre la Administración (regulándola o enjuiciándola).
Resulta evidente la dificultad de exigir judicialmente el cumplimiento de este principio: la eficacia es
una noción abstracta, cuya observancia es opinable y puede darse en grados distintos. Con
independencia de los problemas que plantea su exigibilidad práctica, resulta claro que el principio de
eficacia exige que cada Administración, así como el conjunto de todas ellas, funcione de modo racional
y adecuado a los objetivos que debe cumplir. La eficacia, por lo tanto:
Se proyecta sobre la organización interna de cada Administración (evitando la creación o
mantenimiento de estructuras ineficientes o inútiles y regulando el estatuto y actuación de su
personal para que pueda prestar sus servicios de la manera más productiva a la Administración
en la que se encuadran), así como sobre las relaciones entre distintas Administraciones
(constituyendo el fundamento último de las técnicas de cooperación y coordinación entre ellas).
Se proyecta sobre todas las actividades de la Administración, exigiendo que la ley le atribuya los
medios y potestades que sean necesarios para el cumplimiento de sus fines.
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3. LA CLÁUSULA DE ESTADO DEMOCRÁTICO
El principio de Estado democrático del art. 1.1 CE, que se traduce en la titularidad de la soberanía en
el pueblo español (art. 1.2 CE) influye sobre la configuración constitucional de la Administración
pública al imponer su sometimiento a instancias políticas (infra 3.1), así como a los principios de
objetividad e imparcialidad (infra 3.2) y a los principios de participación y transparencia (infra 3.3).
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3.2. LOS PRINCIPIOS DE OBJETIVIDAD E IMPARCIALIDAD
La Administración es una organización de carácter profesional, cuya actuación, pese a estar dirigida
por el Gobierno, no puede sino dirigirse a la satisfacción de los intereses generales, de manera neutral
(esto es, no puede ser utilizada como instrumento para ejecutar, contra los intereses generales, las
preferencias partidistas del partido mayoritario). La Constitución intenta garantizar la neutralidad de
la Administración a través de los principios de objetividad e imparcialidad:
Principio de objetividad (art. 103.1 CE).- Se proyecta sobre la actividad administrativa
objetivamente considerada, esto es, sobre el comportamiento de la Administración como
organización, imponiéndole dos mandatos. Por una parte, que su actividad se dirija (únicamente) a
la satisfacción de los intereses generales identificados en cada caso por el Derecho, sin acepción de
personas ni interferencias partidistas, sin favoritismos ni discriminaciones. De otro lado, que su
actuación tenga en cuenta todos los intereses en juego que el Derecho ordena proteger en cada
caso (y sólo esos intereses).
Principio de imparcialidad (art. 103.3 CE).- Se proyecta sobre la actuación de cada servidor público,
y le prohíbe otorgar preferencias o disfavores no contemplados por el ordenamiento jurídico. La
imparcialidad, como manifestación subjetiva del principio de neutralidad de la administración, es
un correlato o consecuencia del principio de igualdad en la aplicación de la ley (art. 14 CE).
Estos dos principios son el fundamento y correlato de otros preceptos constitucionales referidos a la
Administración, y que buscan reforzar su neutralidad al servicio de los intereses generales. Entre ellos
destaca la opción constitucional por una Administración profesionalizada (esto es, compuesta por
empleados públicos seleccionados conforme a criterios de igualdad, mérito y capacidad –art. 23.2 CE-
y sometidos a un conjunto de normas que intentan garantizar su neutralidad –inamovilidad,
incompatibilidades… art. 103.3 CE-), así como el establecimiento de un conjunto de reglas de
comportamiento tendentes a asegurar el correcto uso de las potestades administrativas (tal es la
función del procedimiento administrativo, art. 105 CE).
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4. LA CLÁUSULA DE ESTADO DE DERECHO
Principio tradicional del Estado liberal, significa la sumisión de todos (y, en especial, de los poderes
públicos) al ordenamiento jurídico. Esta cláusula general incluye, entre otros contenidos, tres que
afectan directamente a la Administración pública: el principio de legalidad (infra 4.1), el principio de
control judicial (infra 4.2) y el principio de garantía patrimonial (infra 4.3).
Vinculación a las normas reglamentarias.- Los reglamentos (normas de rango inferior a la ley
aprobadas por la Administración) forman parte del ordenamiento jurídico y vinculan a todos los
sujetos, incluida la propia Administración (sea la Administración que los dictó, o un órgano distinto
de esa u otra Administración, aunque se trate de un órgano jerárquicamente superior). Ninguna
Administración puede incumplir ni permitir a otras Administraciones incumplir lo establecido en
una norma reglamentaria. Lo que sí puede hacer, si tiene atribuida la competencia o poder para
ello, es modificar o derogar un reglamento; pero una vez aprobado y en vigor, su aplicación debe
ser igual para todos y no puede excepcionarse de manera singular. Esta fuerza obligatoria es lo
que se conoce como principio de inderogabilidad singular de los reglamentos.
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c) Potestades regladas y potestades discrecionales.-
Aunque la Administración debe actuar en todo caso con sometimiento pleno a todo el Derecho, su
actuación no siempre se encuentra regulada por las normas con el mismo grado de detalle. Ello da
lugar a la distinción entre dos tipos de poderes o potestades administrativas: potestades regladas y
potestades discrecionales.
Potestad reglada: aquella potestad de la Administración que se encuentra regulada de manera
detallada y completa por el Derecho, de manera que la decisión administrativa es una pura y
simple ejecución de la norma.
Potestad discrecional: aquella potestad de la Administración que no se encuentra regulada de
manera completa por el Derecho, de manera que la Administración goza de cierto margen de
decisión propia a la hora de actuar. Este margen de decisión atribuido por las normas a la
Administración es lo que se conoce con el nombre de discrecionalidad administrativa, y supone
que, dentro de los márgenes legales, la Administración puede optar lícitamente por decisiones o
soluciones distintas para satisfacer el interés público.
El de las potestades discrecionales es uno de los aspectos más complejos e importantes del
Derecho administrativo. Algunos de sus elementos nucleares se explican a continuación.
LA DISCRECIONALIDAD ADMINISTRATIVA
Justificación y función.- En una sociedad compleja, el legislador no puede regularlo todo,
ni la Administración podría desempeñar correctamente su función si toda su actuación
estuviera predeterminada de manera absoluta y rígida por la ley. Por ello, la propia ley
reconoce, en muchos supuestos, la existencia de márgenes administrativos de
discrecionalidad. La atribución de un margen de decisión propio a la Administración,
además de ser necesario por las razones que acaban de señalarse, es coherente con el
hecho de que la Administración es un poder público que (1) cuenta con legitimidad
democrática indirecta, (2) dispone de una adecuada capacidad funcional o profesional, y
(3) es responsable de sus actos ante los ciudadanos y ante el resto de los poderes públicos.
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4.2. PRINCIPIO DE CONTROL JUDICIAL DE LA ADMINISTRACIÓN
a) Significado general.-
Otra manifestación del principio de Estado de Derecho es la exigencia de mecanismos de control del
efectivo sometimiento de todos los sujetos, y en especial los poderes públicos, al ordenamiento
jurídico. El más importante de estos mecanismos de control es el llamado control judicial, esto es, el
realizado por los jueces y tribunales integrantes del Poder Judicial. Sin embargo, la Constitución y las
leyes prevén también la existencia de otros mecanismos de complementarios de control sobre el poder
ejecutivo (Gobierno y Administración). Los principales mecanismos de control existentes pueden
esquematizarse como sigue:
- Controles externos
o Control político o parlamentario del Gobierno y de la Administración.
o Control por el Tribunal de Cuentas y por el Defensor del Pueblo (y sus equivalentes
autonómicos).
o Control judicial.
- Controles internos de las propias administraciones
El principio de control judicial de la Administración tiene dos vertientes, una objetiva y otra subjetiva.
b) Dimensión objetiva.-
Desde un punto de vista objetivo, el control judicial es una potestad de los órganos judiciales, como
expresa el art. 106.1 CE: “Los Tribunales controlan la potestad reglamentaria y la legalidad de la
actuación administrativa, así como el sometimiento de ésta a los fines que la justifican”. Desde esta
perspectiva, el principio de control judicial impone que cualquier actividad o inactividad administrativa
pueda ser sometida al enjuiciamiento de los órganos judiciales para controlar su adecuación a Derecho.
Ello significa que el control judicial es pleno, esto es, no existen zonas de la actividad administrativa
exentas de él. Cuestión distinta es la del orden jurisdiccional competente para controlar la actividad
administrativa, que depende de la rama del Derecho a que ésta se someta. Así, cuando la
Administración actúa sometida al Derecho administrativo, el control de su actividad corresponde a la
Jurisdicción Contencioso-Administrativa, pero cuando actúa sometida al Derecho privado, la
competencia corresponde a la Jurisdicción Civil o Social, según los casos. La Administración puede
también ser juzgada por la Jurisdicción Penal, así como por el Tribunal Constitucional, el Tribunal de
Justicia de la Unión Europea y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en su caso.
c) Dimensión subjetiva.-
Desde un punto de vista subjetivo, el control judicial de la Administración se corresponde con el
derecho fundamental a la tutela judicial efectiva reconocido en el art. 24.1 CE: “Todas las personas
tienen derecho a obtener la tutela efectiva de los jueces y Tribunales en el ejercicio de sus derechos e
intereses legítimos, sin que, en ningún caso, pueda producirse indefensión”. Los contenidos principales
de este derecho fundamental pueden esquematizarse del modo siguiente:
- Derecho de acceso al proceso o “derecho a la acción”, que comprende tanto el derecho a una
primera instancia judicial como el derecho a utilizar los recursos contra las resoluciones judiciales
previstos por el Derecho.
- Derecho a un proceso público con todas las garantías (sin indefensión, con igualdad de armas y
sin dilaciones indebidas).
- Derecho a la tutela cautelar, esto es, a solicitar medidas cautelares que permitan evitar los
perjuicios que pueden causarse durante la tramitación del proceso por el mantenimiento de la
actividad impugnada.
- Derecho a obtener una resolución judicial fundada en Derecho y motivada.
- Derecho a la ejecución de las resoluciones judiciales en sus propios términos.
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4.3. PRINCIPIO DE GARANTÍA PATRIMONIAL
El principio de garantía patrimonial es una manifestación del principio de Estado de Derecho y se
traduce en el derecho de los particulares a mantener la integridad del valor económico de su
patrimonio frente a las privaciones singulares de que éste pueda ser objeto por parte de los poderes
públicos. La Constitución, sin embargo, no ofrece una garantía total de los derechos patrimoniales de
los ciudadanos frente a los poderes públicos, sino que obliga a la Administración a indemnizar los daños
o menoscabos económicos que produzca a los ciudadanos únicamente en relación con dos supuestos
o instituciones:
Por una parte, la figura de la expropiación forzosa (art. 33.3 CE) obliga a la Administración a
indemnizar o compensar a los ciudadanos por el valor de los bienes de que se les priva de manera
intencional para satisfacer una necesidad pública.
De otro lado, la figura de la responsabilidad patrimonial de los poderes públicos (art. 106.2 CE)
obliga a la Administración a indemnizar los daños y perjuicios que los particulares puedan sufrir
como consecuencia incidental (esto es, no querida o accidental) de cualquier actuación
administrativa.
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5. LA CLÁUSULA DE ESTADO AUTONÓMICO
El principio o cláusula de Estado autonómico implica que España es un Estado donde el poder público
se organiza de manera plural y descentralizada. Con ello, la Constitución vigente se aparta de la
tradición española del Estado unitario y centralizado.
El art. 103.1 CE recoge, entre otros principios que deben regir la actuación de la Administración pública,
la directriz o principio de descentralización, que se traduce en un mandato de distribuir las
competencias y los recursos públicos entre Administraciones públicas diferentes. Este principio tiene
dos vertientes:
Descentralización territorial: es una consecuencia directa del principio constitucional de
autonomía, e impone repartir el poder público entre distintas instancias de gobierno (estatal,
autonómico y local), cada una de las cuales dirige su propia Administración. Tiene, por ello,
una dimensión política, pero también una dimensión administrativa.
Descentralización funcional: su conexión con el principio de autonomía es mucho menos
intensa, e impone atribuir ciertas competencias y recursos públicos a determinados entes
administrativos que actúan con personalidad jurídica propia y actúan con cierta autonomía
respecto de la Administración territorial (sea ésta la estatal, la autonómica o la local). Tiene
una dimensión exclusivamente administrativa o de gestión.
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generales del escalón de organización política superior: el interés general del Estado en su
conjunto es un límite a la actuación de las Comunidades Autónomas y de los entes locales, del
mismo modo que el interés general autonómico es también un límite a la actuación de las
entidades locales de su territorio.
o El interés general, así como la necesidad de que éste se vea servido con eficacia (art.
103.1 CE), justifican y fundamentan que los entes territoriales superiores puedan tener
atribuidos por ley ciertos poderes de coordinación sobre los inferiores. Estos poderes
de coordinación suponen una posición de superioridad o supremacía de unos entes
respecto de otros, y permiten fijar medios y sistemas de relación que hagan posible la
información recíproca, la homogeneidad técnica y la acción conjunta de
Administraciones distintas. En cualquier caso, los poderes de coordinación deben
respetar un cierto margen de decisión o discrecionalidad a favor de las
Administraciones coordinadas.
Igualdad.- Aunque la autonomía se traduce necesariamente en la potencial disparidad de
regímenes jurídicos dentro del territorio español, la Constitución impone ciertos límites dirigidos
a garantizar la homogeneidad básica del régimen jurídico de todos los españoles. La expresión
más clara de ello es la lista de competencias reservadas en exclusiva al Estado (frente a las
Comunidades Autónomas) en el artículo 149.1 CE, que le permite regular los aspectos
fundamentales de las principales ramas del derecho y las condiciones básicas que garanticen la
igualdad de derechos y deberes constitucionales de todos los españoles.
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