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EN LOS LÍMITES DE LA FOTOGRAFÍA

Lorenzo-Pipe-Sarmiento De Dueñas

www.pipesarmiento.net

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La fotografía no solo sirve para retener el presente,
sino también para guardarlo durante mucho tiempo.
Con ello medimos la evolución.

Pipe Sarmiento de Dueñas

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Pocas veces se ha usado una palabra para definir algo de forma más
precisa: fotografía. Viene de las palabras griegas foto, luz, y grafía, escritura
o pintura. Y es, exactamente, lo que pretendemos los fotógrafos, pintar
con la luz.

Superadas la fase de una fotografía aplicada a la captación de imágenes


para usos prácticos, que los móviles han vulgarizado hasta extremos
inimaginables hace solo unos años, el fotógrafo o grafista de la luz
busca algo más que le lleve a plasmar lo que siente o ve de manera
diferente, dejando en sus trabajos una parte de sí mismo.
Desde mediados del siglo XX contamos con materiales y soportes para
nuestras imágenes que nos permitieron crear a través de la manipulación de
las fotografías, y que se parece a lo que hoy se hace con las imágenes
digitales por medio de un ordenador. Pero nuestros sistemas eran más
complejos al basarse en la intervención sobre los carretes y los papeles
cuando las imprimíamos en los aparatos de ampliar y positivar.
Encerrados en pequeños y tóxicos laboratorios sumidos en la penumbra
de la luz roja o verde variábamos los tonos y colores, y recortábamos lo
que sobraba de nuestras creaciones. También sacábamos grano o textura
jugando con la sensibilidad de cada película, deformando las luces para
acercarnos a lo que solo uno podía ver.
Sin embargo, para realizar las composiciones había que utilizar una gran
variedad de filtros en el momento de la toma, de lo contrario era imposible
lograr los efectos pretendidos con trucos de laboratorio. Los filtros de cromo,
los polarizadores y ultravileta los utilizábamos a diario para lograr contrastes
y efectos especiales.

Y es cuando la fotografía se convierte en arte, cuando se pasa de lo que


es a lo que uno imagina y siente. Este es el resultado de cincuenta años de
mirar y ver, de sentir y transmitir. De vivir a fin de cuentas.

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Hoy, ya no existe la fotografía; a lo sumo contamos con unas máquinas
perfectas que lo hacen todo por nosotros y que han matado un arte que
alcanzó mucha importancia en el siglo XX, cuando los grandes fotógrafos
destacaron en aspectos tan variados como los viajes, la moda, las fotos de
estudio, o las familiares; cuando tener una buena cámara era poseer un
objeto mágico que te podía transportar a aquellos lugares que otros no
podían alcanzar.

La aberración de los teléfonos móviles y tabletas dotados de sofisticadas


cámaras han vulgarizado hasta la sumisión más absoluta a los verdaderos
fotógrafos, relegándoles a la nada, a su completa desaparición. Por ello,
practicamente todas las fotografías que vemos son iguales, basadas las
unas en las otras, o retocadas hasta la estupidez, perdiendo el instante en
el que se crearon.

Recuerdo cuando, tras treinta años de ser suscriptor de la revista National


Geographic, escribí a su director en Washington solicitándole mi baja;
lo razoné diciendo que sus fotos ya no eran creíbles, que estaban
todas retocadas, y que por ello no podía seguir admirando a la que para
mí fue la más importante revista de fotografía del mundo. Me respondío
sintiéndolo mucho, pero dándome la razón pues, él pertenecía a mi
generación, que habíamos trabajado mucho para que Kodak o Agfa
nos fabricaran productos mejores para que nuestras fotografías fueran
subiendo de calidad. Los ASA 25 o 400 fueron logros importantísimos que
nos permitieron subir el listón de nuestra captación de imágenes, al tiempo
que Leica, Nikon, Olympus o Canon mejoraban la velocidad de obturación
de sus cámaras transportándonos a las puertas del siglo XXI.

Pero llegaron los móviles, las cámaras digitales y los programas de retoque
fotográfico y el arte desapareció para siempre, aunque algunas partes
interesadas sigan defendiendo la bondad de dichos logros. Pero no es
cierto: el revelado y la influencia del creador sobre el mismo iba asociado a
las exposiciones, a la creación distinta de los otros, al arte a fin de cuentas
de quienes nos expresábamos a través de la fotografía; yo nunca he dejado
de hacerlo, pero los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado
fueron el cénit de la expresividad, de la creción; en fin, de una visión del
mundo que cada uno plasmábamos tal como lo veíamos, y que nos
permitió soñar y crear.

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Marsella

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Puerto pesquero de San sebastián y cabo Higuer

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Bermeo en 1978

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Puerto Sotogrande en 2002

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San Juan de Gaztelugatxe

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