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Lorenzo -Pipe- Sarmiento de Duefias, nacié en Bilbao. Es licenciado en Derecho a RNs Certo eeu ee an Com Me gee ee ek DO EL Roe cg de una larga lista de libros néuticos. Es Eure Male Oi rae eed Ce rag Re cules Sata lord Ce Ma cece Secu teee iet at) Dek Ret i Koos Entre el Cielo y las Olas. Ha entrevistado Coast ac ee Rn} CU ages ui sei DC aa ecu ite OMS oR eta tay DOR ene coe Capitanes de Yate, y el Ancla de Plata de la Real Liga Naval Espafiola. Dirige Se ew Mace ay Cen Ca COE Cee COS etal) Dee eg se Rue Ccceal ae ae BA oe “POR LAS COSTAS DEL MUNDO Sener stood een ek Marfil ENTRE EL CIELO Y LAS OLAS Pe ee a navegando ead Boye CMR MUD Pee nC Cn a es Cee abu a ULB eae Wc) | _DERECREO see cn oe cs ey ott ON ore AERC Ad Seeres ech sis chon ae Bee ead meee cure oe Ce eerie fret iavaee) Re Cr rte ce ecm nas crete) ee”) Ree) oa tse ary Cre Cue coe Ce cy 5 Nag ; = eee a us Berto cure ert Cental Cie) ost ev Reet agit Nee ee woe See ee eee Museo de las Caracolas, La Odisea del ST UR ees la Mar, Marrajeras, el Naufragio del Date hn eee “Si algo todavia no ha aparecido al cabo de mucho tiempo, el noventa por ciento de las veces es porque nadie lo ha buscado”. Clive Cussler, famoso novelista y buscador de barcos hundidos. “Los seres humanos hemos examinado quizds una millonésima parte de la oscuridad del océano. Quizds menos. Quizds mucho menos”. William Broad, autor de Discovering the Secrets of de Deep Sea. Para mi mujer, Magdalena, que se ha convertido en una fenomenal buceadora. Juntos, hemos tenido la oportunidad de ver bajo el agua algunas de estas maravillas. TESOROS SUMERGIDOS PIPE SARMIENTO Primera edicion diciembre de 2005 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizacién escrita de los titulares de los dere chos, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccién total o parcial de esta ‘Obra por cualquier método, comprendidos la reprografia y el tratamiento informatico y 1a distribucién de ejemplares de ella mediante alquiler 0 préstamo publico. © Lorenzo -Pipe- Sarmiento de Duefias _www.pipesarmiento.net © Planetamar SL Disefio de cubierta Océano Grafic Fotografias, archivos de Pipe Sarmiento ISBN: 84/922701/1/X Depésito legal: B-51789-2005 Disefio, maquetacién, impresién y encuadernacién: Imprenta Baltasar 1861. 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La transparencia del agua era equiparable a la de cualquier mar tropical. Mi corazén se aceleraba en esa mezcla de emocién y responsabilidad que los buzos sentimos cada vez que nos sumergimos, aunque esta inmersién era diferente: por primera vez descendia bajo las aguas del Egeo, la zona del mundo més rica en historia y cuyos fondos velan un mayor numero de tesoros. El crater volcdnico de la bahia de Lindos, situado al sureste de la isla de Rodas, se alejaba, al tiempo que los casi imperceptibles aleteos que realizaba me llevaban hacia el fondo, atrapado por ese juego de fuerzas con el que se pelean la profundidad y la presién del agua. Veinte metros marcaba el viejo profundimetro de membrana, un artilugio rudimentario que habia comprado a un buzo profesional, pero cuyos principios de fun- cionamiento todavia son vigentes. El regulador Nemrod bitraquea, una pieza usada y desgastada en arduos trabajos submarinos, desprendia un hilillo de aire, que se escapaba por unas juntas que habian aguantado demasiada presién dando vida a los muchos propietarios que habia tenido. Tampoco las botellas que llevaba colgadas a mi espalda por medio de ris- ticos atalajes eran muy seguras: las habia comprado de quinta mano a una empresa de trabajos submarinos, con lo que mis inmersiones siempre adquirian un mayor valor. Se convertian, sin yo pretenderlo, en actos heroicos, a caballo entre el valor y la osadia. Asi todo, bucear era una pasién sofiada e interpretada en juegos infantiles, emulando a Mike Nelson, papel interpretado por el padre de los hermanos Bridges, héroe de una serie de los comienzos de la television, cuyos capitulos interpretaba por el pasillo de casa. Para reforzar mis conocimientos estudié los programas del coman- dante Cousteau y la serie la Llamada de las Profundidades de mi admira- do amigo Eduardo Admetila. Emuléndolos, buceé todas las calas de Plentzia, mi querida villa de veraneo, y, aunque tuve que alargar los pla- zos de las primeras bisquedas de tesoros, esas experiencias me sirvieron para ir acomodando los movimientos bajo el agua. La cala del Castillo, Barrica, Isla Villano o la Ensenada de los Cajiones, serian mis escenarios predilectos. Pasé un par de afios formandome en los fondos del Cantabrico, INTRODUCCION INTRODUCCION 10 Tesot0s sumergidos incluidos viajes a los Castros de Po en Llanes y a la isla de Mauro en Santander. Cuando crei que estaba preparado, decidi emprender la aven- tura de ir en busca de la Atlantida. La ingenuidad propia de la edad me hizo creer que era posible. Por eso, mientras descendia por las tibias aguas del Egeo, el camino que habia tenido que remar contra corriente se me venia a la cabeza como en una interminable carrera de obstéculos, y el fondo del crater de Lindos era la afiorada meta. Durante unos minutos permaneci absorto entre las megaliticas pie- dras que aparecian desprendidas de la cercana montafia, y que le daban al ambiente el efecto de un desastre natural. En la orilla desde la que me habia sumergido aprecié las milenarias marcas de una construccién. El que la ruina estuviese en el borde me animé a pensar que podia encontrar ves- tigios de antiguas civilizaciones bajo el agua. Las piedras parecian suspendidas en la nada, y los peces se mo- vian sin prestarme atencién. Una forma extrafia, parecida a una estatua, me hizo acercarme, para comprobar en su proximidad que sdlo era una ilu- sién, un espejismo submarino que el ansia creaba; un magico juego de luces con los que el agua y las rocas fabricaban palacios sumergidos, columnas 0 avenidas majestuosas. Sin embargo, la realidad era muy dis- tinta, se trataba de piedras superpuestas por los seismos submarinos. En una penumbra azulada en la que la profundidad dibujaba sus contornos como si lo hiciese con tinta china, distingui una forma que podia parecer- se a una construccién, pero estaba a cuarenta metros de profundidad y se me antojaba imposible que tanta agua hubiese acabado por tapar algo que la mano del hombre habia construido en la orilla. Le di varias vueltas, lo palpé una y otra vez y, efectivamente, se trataba de un muro de piedra; aparecia adornado con pequefias columnas bien conservadas, talladas en una especie de hornacina. Con la punta del cuchillo raspé para comprobar si habia alguna inscripcion; pero la piedra resaltaba lisa y pulida. En una de sus esquinas, cerca de la base de las columnas, aprecié unos grafismos ejecutados a base de letras y simbolos. El corazén se me salia, y la emo- cién provocaba que el aire se consumiese mas deprisa. Desprovisto del guante de la mano derecha los rocé con la punta de mis dedos, y pensé que habrian sido tallados a mano por unos seres que vivieron dos mil afios antes que yo. El agua habia logrado conservar los restos como si hubiesen estado sumergidos en formol. Fue un momento que conservo para mi, y posiblemente se erigié en el comienzo de una pasién que ha ido en aumen- to con el paso de los afios, Con la imprecisién con la que se suele actuar en un trance asi dis- paré tres 0 cuatro fotografias con mi camara. Como no tenia fotémetro, pues los precios de los que habia en el mercado eran inasequibles, calcu- Ié la luz a base de repasar mentalmente una lista de diafragmas y veloci- dades extraidas de un libro francés. Bien es verdad que los cuarenta metros de agua que tenia sobre la cabeza en nada se parecian a los ensayos foto- graficos que habia realizado en el Cantabrico: aqui era posible ver con niti- lesoros sumergicos dez la superficie desde la descomunal profundidad en la que me hallaba. Y como era consciente de los peligros que encerraba tanta claridad, con el rabillo del ojo no perdia de vista las tablas de descompresién que llevaba pintadas en la manga izquierda del traje de Neopreno. De pronto, vi que sobresalia un objeto de formas redondeadas en una vaguada. Con mucho cuidado le quité la arena que lo cubria, hasta dejar al descubierto una preciosa anfora, por cuya boca trataba de escapar un cangrejo que la venia utilizado como refugio. Admiré absorto sus for- mas sensuales, consciente del privilegio de tener en mis manos un trozo de pasado, un eslab6n perdido del tiempo. En ese instante pensé que aca- baba de ganar la carrera. Que habia vencido a la incredulidad de los ago- reros; en definitiva, que habia alcanzado el suefio de dar con un verdade- ro tesoro submarino. Esa anfora, que habia permanecido sumergida duran- te dos mil afios, me convertia en un ser privilegiado. En uno de los pocos que habia visto en la profundidad azul un retazo del pasado, un trozo de historia mucho mas real y apasionante que lo que nos contaban los tedio- sos libros de historia de finales de los sesenta. Nadie que haya vivido, aunque sea una modesta experiencia como la descrita, podré olvidar jams el mundo de los tesoros sumergidos. La famosa borrachera de las profundidades no es nada comparada con lo que se siente al encontrar una parte de nuestro pasado milenario bajo las aguas. La mar es uno de los pocos lugares donde el tiempo se detiene cuando algunos cuerpos extrafios son engullidos por sus profundidades. Son muchos los factores que acaban por influir en la conservacién de los pecios y sus tesoros, tales como su composicién, la salinidad reinante, la profundidad a la que se encuentren, el tipo de fondo, y la forma y el por qué de su hundimiento. Durante muchos lustros el hallazgo de tesoros bajo el mar ha sido una actividad marginal y desconocida. Los avances de la técnica, los documentales extranjeros y los hallazgos de barcos miticos han convertido a esta actividad, que se desarrolla a medio camino entre la cien- cia y la aventura, en una especie de obsesién para algunos, y ciertamente en un tema ante el cual nadie permanece indiferente. La proliferacién de la ensefianza del buceo ha traido consigo el que los mares del Globo se lle- nen de burbujas. De unas gentes que deben aprender a ser respetuosas con el medio ambiente, pero sobre todo con las cosas que podemos encon- trar bajo la mar. Pues, un objeto que sdlo supone una mera conquista par- ticular, puede ser la llave para situar un gran pecio, cuyas bellezas podre- mos disfrutar mas tarde Sé por propia experiencia que es dificil sustraerse a la tentacién y a las ganas de llevarnos un recuerdo del lugar en el que hacemos inmer- sién; pero debemos resistir la natural inclinacién humana a depredar, pues los objetos antiguos encontrados bajo la mar suelen ser partes de un puzz- le dificil de descifrar. Asi las cosas, y como me ha venido sucediendo con otros temas INTRODUCCION VW INTRODUCCION 12 Tesoros sumergidos referentes a la mar, durante estos Ultimos treinta y cinco afios he guarda- do cuanta informacién sobre tesoros sumergidos caia en mis manos. Y de esas muchas carpetas que conservo como verdaderos tesoros documenta- les, he realizado una seleccién de los hallazgos submarinos més intere- santes: unos, por estar en nuestras aguas, otros, por ser especialmente curiosos y desconocidos; los mas, porque sus historias me conmovieron y me hicieron sofiar. Pretendo bucear junto al lector en la historia del mundo, bajo las aguas de esos mares y océanos que le dan a nuestro Planeta ese maravilloso tono azul cuando se contempla desde el espacio. Un lugar todavia tan lejano como lo eran las profundidades marinas hasta hace bien poco. Mar y espacio se funden en una sola barrera de los imposible e ins6lito, en lugares a los que el ser humano logra llegar con mucha dificul- tad debido al gran ntimero de limitaciones fisicas que se nos presentan; pero dos mundos apasionantes ante los que nadie permanece impertérri- to, porque en uno esté escrito con restos de civilizaciones y naufragios gran parte de nuestro pasado, y por el otro pasa nuestro futuro. Creo que cuando la implacable accién de los humanos vaya aca- bando con los recursos del Planeta Tierra, se deberan buscar en el Universo otros lugares de agua como el que tuvimos el privilegio de disfrutar en la Tierra, y que constituye el verdadero sostén de la humanidad. Y de nuevo comenzaran los ciclos de navegacién. Muchas de estas singladuras acaba- ran en naufragios debido a la fuerza de los elementos, a los errores huma- nos 0 a los hundimientos producidos por los hombres en guerras y dispu- tas. De esos pecios del futuro, los ciberarquedlogos de los proximos siglos volveran a extraer restos de civilizaciones perdidas, entre los que se encontraré la nuestra. Los naufragios son apasionantes eslabones de agua entre dos mundos; el seco en el que se construyeron los barcos, y el mojado por las. aguas de mares, rios, lagos y océanos que se erigieron en sus tumbas. Muchos de ellos no podran encontrarse jamés, otros quizas nunca existie- ron y sdlo fueron producto de una imaginacién calenturienta. El resto, los més, no sabemos dénde estan. Hemos ido construyendo aparatos cada vez més precisos para rastrear los fondos marinos, como los magnetémetros o los sonares de barrido lateral. Pero estas maquinas tampoco nos han dado la respuesta definitiva a los problemas que nos plantean las profundidades. El fondo de la mar esta repleto de accidentes geograficos que engafian a estos ingenios, y los sumergibles son demasiados caros como para poder hacer uso frecuente de ellos. Bajo la mar encontramos cafiones, monedas 0 dnforas; mafiana los tesoros que se hallen serdn restos de ordenadores, piezas de sofisticadas maquinarias, 0 las actuales construcciones de hormigén que quedaron bajo el agua debido al cambio climético. El presente que ahora vivimos de forma rapida y poco cuidadosa para con las posibilidades del Planeta, sin lugar a Tesoros sumergidos dudas terminard por convertirse en objeto de estudio para los arquedlogos submarinos de los siglos venideros. Antes, cuando la tecnologia era practicamente inexistente y habia que moverse por intuicién, habia tres tipos de personas que se metian en estos asuntos: el aventurero de despacho, que obtenia la inspiracin de la palabra hablada o escrita, y aportaba recursos para su financiacién. Su interés se agudizaba con una mera alusi6n a la palabra tesoro, y su activi- dad imaginativa empezaba a operar desde ese momento. El segundo tipo era el investigador cientifico o histérico. A este no le importaba, ni antes ni hoy, encontrar oro o piedras preciosas, pues basan su placer en aprobar o desaprobar, en identificar 0 en catalogar. Y nos quedan los antiguos aven- tureros, los soldados de fortuna de la época moderna: mientras hallaban el tesoro, lo que en realidad buscaban era la aventura. Iban en pos de cual- quier rumor, persiguiendo toda leyenda; a menudo, sin tan siquiera cons- tatar su autenticidad. Hoy, esto ha cambiado, la altisima tecnologia puesta a nuestra dis- posicién convierte en accesibles los tesoros mas profundos. No basta con prohibirlo todo. De la misma manera que las excavaciones arqueolégicas situadas en tierra siempre se han realizado con procedimientos cientificos, dada su facilidad de acceso, las nuevas tecnologias submarinas han acer- cado sobremanera los tesoros situados bajo el agua, por lo que es urgen- te su proteccién. Ya no hay aventureros sofiadores como lo fueron los pro- tagonistas de las historias que os cuento en este libro. Hoy las gentes que se dedican a extraer restos de naufragios fuera de la arqueologia son empresarios ambiciosos que s6lo buscan el enriquecimiento, sin que les importe la forma de conseguirlo. Nombrar la palabra tesoro es transportarnos a la infancia, a un mundo de fantasia que, en nuestro caso, esta intimamente conectado con la realidad. La prensa espafiola ha dado muchas noticias sobre la polé- mica suscitada entre el Estado Espafiol, la Junta de Andalucia y la empre- sa norteamericana Odissey en relacién a una fragata britdnica que naufra- g6 en aguas del Estrecho. El Sussex, que asi se llama el barco localizado en nuestras aguas por esta empresa, ha destapado nuestras carencias. En el apéndice legal tratamos el asunto con mayor profundidad. Ya se pueden contar por miles los espafioles que dedican parte de su tiempo de ocio a bucear bajo las aguas de nuestros mares. Y por miles también los europeos que vienen a nuestras costas para practicar su deporte favorito, Ahora hace falta que regulemos las extracciones y ha- llazgos marinos a través de un ley especifica, que tape las carencias exis- tentes en otros cuerpos legales. Ademds de dotar con mds medios a nuestros arquedlogos para que puedan desempefiar mejor su trabajo. De lo contrario, seguiremos en manos de empresas extranjeras, de funciona- rios 0 de politicos no duchos en la materia INTRODUCCION HISTORIAS REALES TRAS LAS HUELLAS DE PAUL Y VIRGINIA Francia sufrié muchos naufragios entre los siglos XVI y XVIII. Y, aunque los rumbos de los barcos galos fueron distintos de los nuestros, también tuvieron flotas que navegaban por las costas de la Florida, Canada y el Golfo de México. No debemos olvidar que espafioles y franceses com- batimos encarnizadamente en multiples ocasiones en esas tierras. Por eso es Idgico que haya una buena cantidad de pecios franceses velando inte- resantes tesoros arqueoldgicos en diferentes mares del mundo. Sin embar- go, es mas extrafio que una de las mas célebres novelas francesas se con- virtiera en la pista que conduciria a un equipo de investigadores hasta el tesoro que un barco transportaba en sus bodegas. En 1787 la sociedad europea se vio conmocionada por la edicién de un libro titulado Paul y Virginia, escrito por el francés Bernardin de Saint Pierre, Tras su publicacién, le situé entre los precursores del romanticismo en su pais. La obra también le otorgé al escritor celebridad, riquezas y glo- ria. El libro trata de la historia de amor entre dos jévenes nacidos en Isla Mauricio, en el océano [ndico. Eran de diferente clase social, lo que les generaba muchos problemas a la hora de relacionarse. El padre de Virginia no permitia que el mulato cortejase a su hija, y ponia espias tras ellos cada vez que intuia que iban a verse. A pesar de ello, los enamorados siempre encontraban la manera de escapar de sus guardianes, y se abrazaban y besaban entre los acantilados de la Isla con la incipiente pasion de los ado- lescentes y la inconsciencia propia de la edad. La marcha de Virginia a estudiar a Paris dejé a su enamorado Paul sumido en la afliccién. Pasaron los afios y el reencuentro no se producia. En Mauricio, Paul habia centrado su vida en ese amor, y Virginia, a pesar de los muchos peligros que Paris encerraba para una joven de familia dis- tinguida, logré mantener su amor encendido, sumido y acariciado por el roméantico recuerdo que le tralia su isla, en contraste con la vida social de la capital de Francia. Por fin, y tras ocho ajios de ausencia, Virgina le anuncia a Paul en una carta que en el mes de marzo emprenderia viaje de regreso a la Isla de Francia, como se le llamaba entonces a Mauricio. Viajaria a bordo del bergantin Saint Géran. Paul no pudo contener la emocién por la noticia y lloré sobre el papel con la ansiedad y la congoja propia de diez afios de separacidn. Pero la espera aun se le haria muy larga, pues, para llegar hasta alli habia que embarcarse en una travesia de cerca de tres meses, haciendo escalas para aprovisionar la nave, y siempre que la meteorologia se comportase de forma benigna. TRAS LAS HUELLAS DE PAUL Y VIRGINIA 7 TRAS LAS HUELLAS DE PAUL Y VIRGINIA - 18 Tesoros sumergidos El dia de la llegada del buque se fue acercando. Unos pescadores que regresaban de su faena, advirtieron a Paul que en el horizonte acaban de divisar la arboladura de un gran navio. En principio pensaron que seria uno de los muchos que pasaban de largo, pero, una hora después, parecié que ponia rumbo a la Isla. El 17 de agosto de 1774, cuando la noche caia sobre los trépicos, el Saint Géran navega despacio en la oscuridad, acercandose perezosa- mente a su destino. La mar estaba bella. La luna rielaba en el cielo, y las olas se movian bajo ellos con armonia y cadencia. De pronto, el vigia situa- do en la proa para advertir de los peligros, grité: iVirar! Acaba de distin- guir la blanca espuma que sefialaba arrecifes a proa: espuma asesina, como la Ilamaban los marineros de entonces. EI capitan Delamare mandé al timonel cambiar de rumbo, pero la orden llegé tarde, y no pudieron evi- tar la colisién contra el arrecife. De las doscientas personas que viajan a bordo sélo se salvaron nueve, que lograron ganar la costa a nado. Cuando llegaron a la playa estaban heridos por el coral y sangraban profusamen- te. No habia luces en las cercanias y permanecian desorientados. Agazapados unos contra otros, esperaron la salida del sol. Paul, el protagonista de la novela de Bernardin, y segtin ésta, paso la noche esperando la llegada del barco en el que viajaba su amada Virginia. Desde donde estaba no podia presenciar el drama que se estaba produciendo en el arrecife; menos atin hacer algo por evitarlo. Al alba, vio las siluetas de los nueve sobrevivientes que caminaban por la playa; esta- ban desastrados y se movian titubeantes. Tras comprobar que Virginia no estaba entre ellos, les apremiéd sobre el destino de los otros viajeros. También pregunts si se trataba del Saint Géran: le respondieron afirmati- vamente, y que nadie mas se habia salvado. Después, le contaron cémo se habia producido el accidente: dijeron que una fuerte resaca llevo al barco contra los arrecifes. Una de las personas aseguré conocer a Virginia, con la que habia trabado amistad durante la travesia, pero le aseguré que la habia dejado de ver tras la cena. Los dias posteriores el joven enloqueceria rastreando la costa entre los peligrosos arrecifes en un pequefio esquife. No acababa de creer que Virginia hubiese muerto; pero su empefio fue vano, slo nueve personas se libraron del desastre, y entre ellas no estaba Virginia. Para entonces el Saint Géran habia desaparecido ya de la superficie de la mar, partido por las rompientes y los corales. Dias después, y cuando Paul habia perdido ya toda esperanza de encontrar con vida a su amada, el autor de la novela le hizo morir de tristeza. Hasta aqui el contenido del roman, que es la palabra que se emplea en Francia para decir novela, y que sirvié para elevar a la gloria al escritor galo Bernardin de Saint Pierre. Pero, équé hay de verdad en esta narra- Tesoros sumergidos cidn? Los datos _histéricos nos dicen que en marzo de 1774 un bergantin de seiscientas toneladas de nombre Saint Géran zarp6 del puerto de Lorient con destino a la llamada Isla de Francia, hoy Mauricio. A bordo via- jaban doscientas treinta personas entre tripulacién Yy Pasajeros. Levaron anclas de madrugada. Al rato, las velas se hincharon, y el barco se alejé con rapidez de la costa. Era su cuarto viaje al océano Indico; jamas volve- ria. Y como en tantas otras ocasiones, este buque engrosaria la fatidica lista de naufragios y desapariciones que ostentan todos los paises que tuvieron poderosas flotas. La mayoria de los sobrevivientes moririan aho- gados 0 por las heridas producidas con el coral. Uno de ellos narré cémo se desarrollaron los hechos. También describié, de forma vaga, cémo era el lugar en el que se habia producido el naufragio. Nueve afios después, el abad de la Caille, experto astronomo y car- tdgrafo, fue enviado por la Corona a Mauricio para realizar las cartas ndu- ticas de sus costas. Cuando publicé el trabajo, sus lectores pudieron com- Probar cémo en el angulo superior derecho habia escrito Paso del Saint Géran. A las preguntas que le hicieron sobre el por qué de ese nombre, el abad respondié que lo habia sefialado asi por las afirmaciones de los isle- fios sobre el posible lugar en el que desaparecié un barco de ese nombre. En Francia, durante unos meses, de nuevo se volvié a hablar de la desaparecida nave, aunque al poco tiempo otra vez fue olvidada. Hizo falta esperar varios afios, concretamente hasta 1786, para que un joven inge- niero del Rey llamado Bernardin de Saint Pierre desembarcara en la Isla. En algunos circulos de pescadores locales todavia se podian oir relatos sobre el naufragio del Saint Géran; un accidente que habia conmocionado a la poblacién. Bernardin, que era un apasionado de Ia literatura, tenia la costumbre de anotar en un cuaderno que siempre llevaba consigo las anéc- dotas mas interesantes que le contaban. Para los recorridos que empren- did estudiando emplazamientos militares utilizé la carta nautica del abad de la Caille. En uno de ellos, se fijé en el paso Saint Giran, y lo relacioné con la dramatica historia que venia escuchando de boca de los islefios. Cuando meses después regresé a Paris, esas anécdotas las utilizé Para componer su famosa novela Paul y Virginia. Cuentan que Bernardin partié de Mauricio muy impresionado por la existencia de un huérfano que habia dejado aquel naufragio. Durante su estancia se entrevisté con él en muchas ocasiones, y sus relatos fueron las principales fuentes de docu- mentacién a la hora de escribir la novela. Con todas las experiencias acu- muladas, seguin dijo en una conferencia, decidié convertir al Saint Géran en la ficticia tumba de Virginia, y a Paul, como un moderno Montesco, que se suicidase a causa del gran dolor sentido. Toda Europa conocié la novela. A través de ella se divulgé la triste historia de los dos jévenes. Y como resultado de ello, el nombre del barco Saint Géran se hizo famoso a los oidos de la gente; aunque en realidad nadie supiese que se correspondia con una nave y a una tragedia real. TRAS LAS HUELLAS DE PAUL Y VIRGINIA © 19 TRAS LAS HUELLAS DE PAUL Y VIRGINIA 20 Tesoros sumergidos Pasaron cerca de doscientos afios. En 1966, unos pescadores de Mauricio descubrieron los restos de un navio sobre la barrera de coral del llamado Paso del Saint Géran. Al principio no supieron de qué buque se trataba. Hallaron cafiones, anclas y una campana de bronce con la inscrip- cion en francés, “pertenece a la Compaiiia de Indias”. Tambien salieron a la luz monedas de plata en las que se podia leer 1742. De esta forma casual, el misterioso barco desaparecido y el libro de Bernardin comenza- ron a encontrarse de nuevo. Un grupo de buceadores decidié investigar en los archivos de la Marina Francesa, estableciendo vinculos, fundados en los testimonios de algunos de los nueve sobrevivientes de! naufragio. Sin embargo, todavia estaban lejos de poder probar que el pecio hallado perteneciese al Saint Géran. En los papeles siguieron la ruta del buque, y supieron que habia hecho escala en la isla de Gorée, en el Senegal, tras un mes de navega- cién desde Lorient. También se constato que embarcaron treinta esclavos. Posteriormente, la nave descendié hasta la altura del Cabo de Buena Esperanza, donde tuvieron que luchar contra una fuerte tormenta. Pasado el fatidico Cabo, pusieron rumbo a Mauricio. A principios de los afios setenta, alentados por estos documentos y los hallazgos de los pescadores locales, los franceses formaron un equi- po de investigadores. Para dirigir la operacién contrataron los servicios del cazatesoros Robert Marx. Conseguidos los fondos necesarios para empren- der la aventura, el equipo viajé a Mauricio en busca de las evidencias del naufragio. Sabian dénde se encontraba, tanto por el nombre del paso que el Abad habia escrito en la carta de navegacién, como por los testimonios de los pescadores que sacaron del agua la campana de la nave con su ins- cripcién visible. ‘Cuando llegaron al lugar sefialado, los riberefios aseguraron que no habian tocado ni los cafiones ni las anclas. Dijeron que pesaban demasia- do y que carecian de los medios para izarlos a bordo de sus pequefias embarcaciones. Por el contrario, y esto les preocupé especialmente, supie- ron que se habia utilizado dinamita para volar el coral. Con el grupo de Marx llegé un equipo de la TV francesa y varios funcionarios del Ministerio de Educacién, que eran los principales patroci- nadores de la expedicién. La razén por la que apoyaban esta busqueda la fundamentaban en que, a lo largo de la historia de la navegacién francesa hacia las Indias orientales habian tenido pocas pérdidas de barcos, y con- vertia al Saint Géran en un acontecimiento arqueolégico de primera mag- nitud. Junto al equipo de aventureros y buceadores viajaron también un arquedlogo, un geédlogo y varios historiadores. El mar que rodea a isla Mauricio posee dos aspectos bien diferen- ciados: la costa oeste es baja y facil para la navegacién, mientras que la costa este es abrupta y esté batida por los vientos del sudoeste durante gran parte del afio. Y era precisamente en esa complicada costa donde se Tesoros sumergidos creia que habia naufragado la nave. Los buceadores tuvieron que trabajar en condiciones muy dificiles. Lo primero que vieron en el fondo fue los cafiones y las anclas de la nave, objetos ya identificados por los pescadores afios atrés. Estaban completa. mente cubiertos de incrustaciones, aunque su estado general era bueno, Tras un bajo en dcido muriatico y un pulido quedarian como nuevos. La Profundidad a la que se encontraban era escasa, apenas seis metros. Pero este hecho, en lugar de ser favorable a sus intereses, se convirtié en un grave problema, pues cada vez que las olas rompian sobre la costa zaran- deaban a los buceadores como si fueran de trapo. Trabajaban con una mano, atados al barco; la otra la utilizaban para sujetarse a los corales, con la dificultad que esto conlleva, dado lo cortantes y urticantes que son la mayoria de ellos. Los pescadores que habian trabajado sobre los restos del barco les contaron que, para evitar la resaca, se dejaban llevar por las olas pasan- do de un lado al otro de la laguna, mientras que en sus vuelos acuaticos cogian alguna pieza del fondo. Les aseguraron que jamés habian succio- nado el lecho marino. Se habian limitado a coger las cosas que la resaca dejaba al descubierto. Para poder llevar a cabo el trabajo submarino que tenian delante, el equipo de Max optd por fondear los botes de goma lejos del arrecife. Ganaban el lugar de trabajo pegados al fondo, muy lastrados, agarrando- Se a las piedras. Esto les hacia progresar con una lentitud desesperante. Los primeros dias de la excavacién no encontraron gran cosa, tan sdlo apa- recieron algunos objetos pesados tales como balas de cajién y balines de armas ligeras. Como habian fondeado lejos de la barrera de coral pudieron trabajar varios dias de esa semana. El viernes aparecié un gran recipien- te, que debié servir al cocinero del barco para preparar ingentes cantida- des de comida. Del fogén de a bordo sdlo quedaba una masa de hierros retorcidos tapados por varias capas de coral. Algunas inmersiones después salié del limo un candelabro de bronce, algo inusual, pues en estas naves eran muy pocos los privilegiados que podian disponer de luz después de anochecer. La vida se organizaba en funcién del sol. Cuando llegaba la penumbra la gente trataba de dormir. También encontraron miles de balas de fusil. Ese tipo de municién se transportaba en barriles de madera, de 'os cuales no quedaba ni rastro. Ademas, las usaban para cazar en las escalas que realizaban. La carne que se procuraban les ayudaba a librarse del escorbuto. EI Saint Géran llevaba veintiocho cafiones para defenderse de los Piratas. De ellos, habian aparecido ocho. Los habitantes mas ancianos de las poblaciones cercanas al lugar del naufragio les contaron que, segun decia la tradicién popular de la isla, el barco habia durado poco tiempo sobre el arrecife. Las olas fueron tan violentas, que en tan solo unas horas partieron su robusta madera. Pero los buzos seguian sin encontrar restos TRAS LAS HUELLAS DE PAUL Y VIRGINIA 21 TRAS LAS HUELLAS DE PAUL Y VIRGINIA 22 Tesoras sumergidos de este material, ni siquiera pedazos petrificados entre el coral. Robert Max aconsejé desplazar la busqueda hacia el interior de la laguna de coral, en la creencia de que las olas podian haber movido la nave en esa direccion. El escaso fondo que habia en el lugar donde habian encontrado los cano- nes y las anclas les animé a tomar tal decision. A los pocos dias comenza- ron a ver un buen numero de piedras negras perfectamente amontonadas Daba la impresién de que eran parte del lastre. Es sabido que los barcos de vela de esa época llevaban un lastre mévil que aumentaban 0 dismi- nuian en funcién de la carga que debian transportar. Pero el hecho de que las piedras fuesen negras despisté a Max; en teoria, el lastre del Saint Géran tendria que estar compuesto por piedras procedentes de Francia, y no por negras rocas volcdnicas que, una vez estudiadas, se demostré pro- cedian de isla Mauricio ‘A partir de ese momento surgié la duda de que los restos en los que trabajaban no fuesen los del Saint Giran. Pero al volver sobre los documentos extraidos del Archivo de la Marina en Paris hallaron uno que les sacé de dudas, y les acercé de nuevo al barco afiorado. Habia un mani- fiesto de carga fechado en Mauricio, realizado en el viaje anterior al nau- fragio de la nave. En él se aseguraba que el lastre estaba compuesto por varias toneladas de lava procedente de los crateres volcanicos de la Isla. Dias después aparecerian diferentes piezas de madera petrificada del buque. En tierra, y durante varios dias, los arquedlogos fueron levantando las partes més duras, hasta dejar al descubierto.una pasta que un dia debié ser madera. En uno de los trozos de coral quedaron grabadas unas letras, eran grandes y claras: decian, Saint Géran. Ya no habia duda del nombre del barco en el que trabajaban. Los meses posteriores siguieron encontrando objetos de toda indole: botones, hebillas, monedas de plata, botellas y recipientes de perfume, ademas de piezas de cobre y bronce. Pero sin ninguna duda el hallazgo mas emocionante fue un anillo de mujer: tenia engarzado un topacio. En su parte interior habia una inscripcién que decia, Virginia. El corazén de todos los miembros de la expedicién dio un vuelco cuando recordaron el nombre de la protagonista de la novela de Bernardin. éSe trataba de una casualidad?, se preguntaron éO en realidad en la nave viajaba la protagonista de esa roméntica historia, que el escritor galo habia tratado de difuminar tras la apariencia de una novela? Un miembro de la expedicién regresé a Paris para investigar el sor- prendente suceso. Durante varias semanas se introdujo en la vida del famoso escritor. Entre las notas sobre su existencia encontré los cuader- nos que tanto le gustaba redactar en sus viajes, y que sus descendientes habian conservado en su casa natal junto a otros objetos. Tres dias com- pletos tardé en leer los manuscritos, y lo hizo con la esperanza de encon- trar alguna pista que le diese luz sobre el método seguido para escribir la Tesoros sumergidos Novela. En uno de ellos, apuntado con exquisita precisién, venia detallado su viaje a Mauricio en 1786, cuando contaba la edad de cincuenta afios. Era una tarde gris y melancélica en la que el Sena estaba especialmente iluminado por les destellos repentinos que una tormenta descargaba sobre la ciudad. Entre luces y ruidos encontré la primera pista. Decia el escritor: “He investigado la lista de los pasajeros que embarcaron en el Saint Géran, y he encontrado una mujer de parecidas caracteristicas a las de la protago- nista del relato que me propongo escribir. Se llamaba Virginia; debia tener unos veinte afios. La Compafiia de las Indias se negaba a darme la lista, Pero les he dicho que estaba realizando un estudio sobre un pariente desa- Parecido, que podria haber sido pasajero del buque. La lista es pequefia, separada de la asignada a la tripulacién. Apenas vienen resefiadas carac teristicas de las personas embarcadas: nombre, apellido, sexo y edad’. Para el investigador era mas de lo que podia sofiar. La heroina de la famosa novela tenia nombre y apellido, y ademas habia embarcado en la nave siniestrada. Asi que, la historia de Bernardin se articulaba sobre personas reales, Cuando mostré la copia de los apuntes de Bernardin, los miembros del equipo quedaron maravillados. A partir de ese momento le dieron un valor muy especial al anillo de Virginia. Durante ese tiempo, lo buceadores habian encontrado cientos de monedas de plata, asi como joyas de gran valor. Un dia por la mafiana, en el que parecia que la maldita resaca del sur no iba a hacer acto de presencia, dieron con el cafién numero diecio- cho. Cuando lo subieron a la superficie, el lugar que antes habia ocupado en el lecho marino dejé paso a una especie de gruta, aunque se podia advertir que no era tal, que la cavidad estaba hecha por el hombre. Dos buzos metieron cuidadosamente las manos y tocaron algo duro. Tiraron de sus bordes, y salié un precioso recipiente con forma de jarra: era de un intenso color negro, y tenia incrustaciones de coral en la mayor parte de Su contorno. Robert Marx fue el primero en darse cuenta que era de plata. Lo metieron en un bajio de electrdlisis, y a las pocas horas comenzé a verse su brillo. Sobre sus costados habia grabadas escenas de caballos. Pero ahi no termind el descubrimiento; horas después, cerca de donde habia estado la jarra de plata, aparecié un pequefio cofre del mismo material. En su interior viajaban cientos de monedas de oro y plata. También sacaron a la superficie las piezas de un tocador de plata que lle- vaban grabadas la letra V: éPodria tratarse de Virginia? Dijeron todos al unisono. A ninguno de los miembros del equipo se le pudo convencer de que aquellas piezas, incluso el cofre y la jarra, no pertenecieron a la pro- tagonista del libro de Bernardin. Cuando se hizo el reparto de los objetos, las autoridades de Mauricio decidieron exponer en su Museo Nacional, situado en la capital de la isla, San Luis, las piezas que les correspondieron. La mayor discusién se entablé cuando hubo que decidir quién se quedaba con el anillo y las pie- TRAS LAS HUELLAS DE PAUL Y VIRGINIA 23 TRAS LAS HUELLAS DE PAUL Y VIRGINIA 24 Tesoros sumergidos Teso1os sumnergidos VINISUIA A 1NWd 30 SW114NH Sv1 SWaL 25 TRAS LAS HUELLAS DE PAUL Y VIRGINIA - 26 Tesoros sumergidos zas de tocador. Sin darse cuenta, los duros buceadores y el resto de arque- dlogos e historiadores se habian imbuido tanto en la novela, que casi habian trabajado mas por conocer la verdad de la historia que por la recu- peracién de los restos de la nave. Baoder, el historiador que viajé a Francia y descubrié las notas de los cuadernos de Bernardin, llevaba muchos dias trabajando en los archi- vos locales de San Luis, intentando esclarecer quién era la misteriosa pasa- jera de nombre Virginia. En la iglesia encontré una partida de bautismo fechada en 1721, lo que confirmaba que en la época del naufragio esa mujer, efectivamente, tendria veintitrés afios. Tirando de archivos y libros de registros logré establecer que a pasajera Virginia era la unica hija del gobernador de la Isla: un hombre viudo que habia pedido un destino en ultramar para olvidar la muerte de su mujer en el parto de su hija. Constaté que habia llegado a Mauricio con un bebé de unos meses y una comadrona. Venia asistido por dos servidores bretones, que siempre habian trabajado para la familia. Al poco tiempo de tomar posesién de su cargo bautiz6 a su hija con el nombre de su madre, Virginia. Cuando cumplié trece afios decidié mandarla a Paris para que se formase como le corres- pondia a su clase social. Y escuché de la bibliotecaria de la capital que, entre la gente del lugar se decia que la verdadera raz6n por la que el gobernador mandé a su hija a Paris fue para apartarla de un chico de color con el que mantenia relaciones. Consta en los archivos de la Isla que el gobernador se suicidé al enterarse de que su hija habia fallecido en el nau- fragio del Saint Géran. -También se dice -continué la bibliotecaria-, que el amigo de Virginia se quité la vida tras la infructuosa busqueda de su amada. Realidad y ficcién se convierten en una fina linea dificil de superar. Por eso los naufragios no sdlo son burbujas en el tiempo en las que es apasionan- te bucear. También cuentan la historia de los pueblos. A veces, como en este naufragio, sirven para establecer los eslabones de una doble tragedia: la mate- rial que se produjo al naufragar el barco, y esa otra mas oculta que se da entre las gentes que pierden a sus familiares, amigos y seres queridos. LA PLATA DE MADEIRA En la ruta hacia a las Islas Canarias, y si nos desviamos unas millas hacia el oeste, practicamente a medio camino de las islas Afortunadas, se encuentra el archipiélago portugués de Madeira: un conjunto de islas volcani- cas que se elevan muchos metros sobre la superficie de la mar, y que son de un verdor y belleza como pocos lugares quedan ya en el mundo. En estas islas, concretamente en la de Porto Santo, que es la segunda en tamafi, pues las otras estan deshabitadas, una flota de la Compafiia Holandesa de Navegacién naufragé en 1774. Corrian los primeros afios de la década de los setenta cuan- do esta historia lleg6 a mis manos. Por unos meses, y tras leer en una revista un reportaje sobre un barco hundido en esas aguas, decidi seguir su pista. Presagiaba que tenia ante mi una verdadera aventura; una de esas historias que todavia se podian leer en los libros de Verne o Salgari. El grupo de buceadores con los que contacté lo formaban Roger Pera, Michel Gangloff y Robert Stenuit, el mismo caza-tesoros que habia encontrado los restos de la Armada Invencible en las Costas de Irlanda. El dinero para la expedicién lo ponia Alan Fink, un tipo que se jugaba su empresa para financiar la busqueda de tesoros en la mar, atraido por la intensa personalidad de Stenuit. Cerraba el grupo otro francés, Paul Grosset, veterano y compafiero de Robert en multiples aventuras. Paul era un experto buceador de la Comex, miembro del Grasp, siglas del Grupo de Buisquedas Arqueolégicas Submarinas Post Medievales de Francia. Una moneda con una marca, y un misterioso trazo en una carta de navegaci6n, para los conocedores de la materia pueden indicar la clave que nos conduzca hasta un tesoro. En el caso del buque holandés Slot Ter Hooge la pista para localizarlo empez6 con el hallazgo de una pequefia talla de plata del siglo XVIII. Una mujer recibié de regalo un medallén que contaba con una anti- giledad de dos siglos. Un amigo de la familia se interes por él, y aprecié la curiosa escena que habia grabada en el anverso del mismo. Tras un concien- zudo estudio, detecté unas cifras que pertenecian a una posicién en la mar, Pues junto a ellas aparecian grabadas las palabras longitud y latitud. Ademas, se podia leer también, Isla de Porto Santo. Puesto al habla con el museo local de su pueblo, le recomendaron se pusiera en contacto con Robert Stenuit, un experto en temas marinos. En prin- cipio éste no supo decirle dénde podia estar situada esta isla. Pero dias des- pués, y a base de cotejar cientos de cartas de navegacién y viejos mapas, dio con ella. La palabra Porto tenia que venir de la lengua Portuguesa, pero las islas que este pueblo habia conquistado entre los siglos XVI y XVII eran dema- siadas, sobre todo si contaba las descubiertas en las costas Africanas y en la LA PLATA DE MADEIRA 27 LA PLATA DE MADEIRA 28 Tesoros sumergidos India. Stenuit y su gente tardaron varias semanas en relacionar la pequefia isla del archipiélago de Madeira: un territorio que habian tenido mas cerca que las lejanas Indias Orientales. Se pusieron manos a la obra tras comprobar que la longitud y latitud grabada en el medallén coincidian con el paso por ellas de ese meridiano y paralelo. Stenuit ya habia demostrado su aptitud para estos temas cuando fue capaz de rescatar un numero muy elevado de piezas de gran valor de los buques de la Armada Invencible Espafiola, que naufragaron en Irlanda a causa de los temporales, cuando regresaban a nuestro pais. Ademés de otros impor- tantes tesoros extraidos de las bodegas de varios galeones holandeses, que se habian ido a pique en la costa Oeste de Australia. La llamativa forma de la joya que les habia llevado hasta las Azores, hizo suponer a los arquedlogos submarinos la existencia de un significado que podia ir mas alla del propio valor del objeto. Las iniciales que tenia grabadas, y las dos escenas representadas en él, una mostrando un dibujo de la Isla y otra con las palabras Isla de Porto Santo, lat 33. long 35, y en el lado opues- to un grupo de hombres a bordo de una barca introduciendo un objeto largo y cénico en el agua, tenian un valor mayor que el del capricho artistico de un orfebre de la época. Pensaron que el aparato de bucear que introducian en el agua podia significar que trabajaban sobre algo concreto, que pretendian res- catar un objeto. Desde el principio tuvieron claro que no eran pescadores, y que podia tratarse de buzos. Durante los meses que trabajaron en el medallén, y tras estudiar posi- bles significados, constataron que el grabado pertenecia a un escudo de armas, que correspondia al famoso investigador submarino Lethbridge. Este singular personaje habia sido el inventor de un sofisticado artilugio submarino bautizado con el nombre de la Maquina de Pescar Plata, con el que se habia logrado recuperar una importante cantidad de objetos durante los siglos XVII y XVIII. El hecho de que el medallén y el escudo perteneciesen a un afamado precursor del buceo, le hizo pensar a Stenuit que el objeto largo y cilindrico que uno de los hombres introducia en la mar era el invento para recuperar objetos de su invencién. El siguiente paso que dieron fue encontrar un nexo de unién entre la biografia de Lethbridge y la isla portuguesa de Porto Santo. Cuando supieron que el rey de Holanda le habia concedido el derecho a osten- tar su propio escudo, y que el insigne buceador habia decidido adornarlo con las escenas grabadas en el medallén, intuyeron que la joya la podria haber disefiado é! mismo, con el propésito de regalarsela a una dama. Fue entonces cuando el equipo de Stenuit intuyé que el nexo de unién tenia que ser un naufragio. A los datos que ya tenian podian sumar una lon- gitud y una latitud; situacién que debia marcar un punto concreto en una carta de navegacién. Tras indagar en la vida del pionero del buceo y de los rescates de obje- tos situados en los pecios, y con la ayuda de su Ultima descendiente viva, la Tesoros sumergidos sefiorita Katherine Letbridge, Stenuit constato que habia trabajado para la compafiia Holandesa de Navegacién, filial de la Compafiia de Indias Holandesas, en la recuperaci6n de la carga de varios barcos, que naufragaron en las islas portuguesas de Madeira, entre los afios 1720 y 1774. También supieron que una de estas naves al zarpar de la actual Yakarta, antes Batavia, llevaba a bordo cuatro toneladas de plata, segtin datos extraidos de los fondos documentales del Museo Naval de Amsterdam. En distintos archivos se con- servaban los manifiestos de carga de la mayor parte de las naves que zarpa- ban y arribaban a los puertos Holandeses. De la misma fuente obtuvieron el dato de que Lethbridge habia estado en Madeira en cinco ocasiones. Pero lo que no podian saber de ninguna manera era la cantidad de plata que se habia recuperado. En los papeles del Museo constaba que, entre la noche de 19 de noviembre de 1724, fecha en la que naufrago el buque, y el dia que Lethbridge llegé a la isla por primera vez con la intencién de recuperar el tesoro que trans- portaba la nave, los holandeses colocaron guardias en los acantilados de la Isla, para que nadie pudiese robar su carga. Otro documento decia que Letbridge habia recuperado parte del botin. Aunque segtin esos mismos manifiestos todavia quedaban por extraer varias toneladas de plata. La gran profundidad a la que quedaron algunos de los cofres no permitié al buceador extraer la totalidad del tesoro. De la misma fuente se supo que uno de los barcos en el que habia trabajado el holandés se llamaba Slot Ter Hooge, Y que, de una tripulacién compuesta por doscientos veinte hombres sélo se salvaron treinta y tres. Los naufragos fueron conduci- dos a Lisboa. Ellos fueron los que precisaron el lugar del naufragio. Katherine Lethbridge, sobrina del investigador submarino, mostré al equipo de Stenuit los valiosos documentos que habia heredado de su antepa- sado, entre los cuales se encontraban los planos de la maquina de recuperar tesoros, y una revista de la época llamada Gentleman‘ s Magazine. En su inte- rior, habia un articulo escrito por el inventor, dando los detalles de funciona- miento de su ingenio submarino. Decia textualmente: "Mi maquina esta hecha de una buena encina del Norte. Es perfectamente redonda. De un didmetro de dos pies y medio en su parte superior, y de dieciocho pulgadas en la parte de los pies. Tiene una capacidad de treinta galones. Para protegerla de la pre- sién, est reforzada por anillos de hierro tanto el interior como el exterior. También esté provista de dos agujeros para sacar los brazos, y de un vidrio de cuatro pulgadas que sirve para poder mirar por él. Para hacerla bajar al fondo marino hace falta un lastre de cinco quintales. Pero con sélo soltar quince libras tiende a flotar. Yo llevo una cuerda en la mano con la que me comunico con la superficie a base de tirones. Cuando trabajo permanezco tumbado sobre el vientre. A veces he tenido que estar hasta seis horas en esta posicién. El aire es renovado cada cierto tiempo por unos agujeros previstos en la parte supe- rior, que lo reciben de unos fuelles. La profundidad maxima a la que puedo bajar es de diez metros, donde permanezco por un espacio de tres a cuatro LA PLATA DE MADEIRA 29 LA PLATA DE MADEIRA 30 Tesoros sumergidos minutos. Maniobro con las manos y deposito los objetos en cestos colgados de la parte inferior de mi maquina”. El francés Paul Grosset, experto buzo de la Comex, meses después de concluir los trabajos en Madeira, y ayudado por su empresa, realizo una repro- duccién exacta del artilugio descrito. Incluso, pudo bajar a diez metros y per- manecer en él sin salir a la superficie durante treinta minutos. El invento de John Lethbridge era superior a lo que él habia imaginadb. Y si se hubiera usado con més frecuencia en los diferentes mares en los que hubo naufragios, se podrian haber recuperado muchas cargas valiosas. Robert Stenui y su equipo tuvieron que negociar con el gobierno Holandés, en concreto con el ministerio de Finanzas, la busqueda no sdlo de este buque, sino de cualquier barco holandés que pudieran encontrar en sus trabajos submarinos. Portugal reconocia hasta hace muy poco la propiedad del buque en funcién del pabellon que llevase, y siempre que se tratara de barcos que pertenecian a una armada. Tras muchas discusiones, que estuvieron a punto de dar al traste con la operacién, acordaron que ellos se llevarian un modesto veinticinco por ciento del valor de lo rescatado. Si estaban equivoca- dos y al final la plata era poca, apenas les llegaria para pagar los gastos de desplazamiento e implantacién del material en la Isla. El derecho exclusivo de busqueda se lo dieron por un tiempo determinado. Concluido el mismo, el pecio volveria a ser libre para otros que pudieran solicitarlo. Una expedicién compuesta por cuatro personas lleg6 a la isla de Porto Santo el 10 de Junio de 1973 a bordo de un viejo barco llamado Zara. El buque habia servido en la Segunda Guerra Mundial como lanchén de apoyo; fue todo lo que Stenuit pudo encontrar a buen precio para llevar a cabo su incierta aventura. Con los buceadores viajaba una reproduccién del medallén, el pesa- do equipo de buceo y un bote Zodiac, provisto de un par de motores fuera bordo. Una vez localizado el paisaje grabado en la joya, supieron que los luga- refios lo llamaban Porto de Guilhermo. En cuanto accedieron a él advirtieron que era la perfecta representacién de la rada que aparecia en el medallén y en el escudo de Lethbridge. Se trataba de una bahia de apenas cuarenta metros de ancho en su abra, repleta de escollos en sus dos puntas extremas. Estaba situada en la cara norte de la Isla, y aparecia protegida por altos acantilados de més de ciento cincuenta metros de altura, que la defendian de los vientos del Sur. Posiblemente, los tripulantes del barco naufragado la debieron esco- ger con la intencién de resguardarse de un violento temporal. Las borrascas que vienen de esa direccién son raras, pero cuando soplan generan una mar muy dura. Era el lugar ideal para que un buceador pudiese encontrar objetos. Parecia evidente que otros barcos habian utilizado esta rada para protegerse del mal tiempo. Ademaés, el agua estaba clara y el fondo no pasaba de los siete metros. El que la Bahia estuviese situada al Norte de la Isla sdlo les permitia trabajar en verano, y Unicamente los dias que el viento del noroeste soplara a Teso10s sumnergidos baja intensidad. El dia 19 de junio hicieron la primera inmersién. Stenuit bajé el prime- ro. Fue el encargado de fijar el ancla: una costumbre que tenemos los buceado- res navegantes, y que evita pueda garrear, y al volver de la inmersién nos encontremos con la desagradable sorpresa de que la embarcacién ha sido arrastrada por las olas, el viento o las corrientes, Stenuit bajé por la cadena del ancla hasta llegar al fondo. En principio le parecié que estaba firme y bien sujeta a una roca a poco mas de seis metros de profundidad. Lentamente le dio una vuelta y tocé la piedra con la mano. Al instante algo se desprendio, y dejé al descubierto la parte central de un ancla. éQué habia sucedido?. Pues que el fondeo se habia dado en el mismo lugar que, por ldgica, y dado lo angosto del lugar, habia escogido la tripulacién del Sloot Ter Hooge. Stenuit salié a la superficie dando gritos de alegria. Unas voces que contagiaron de entusiasmo a sus compafieros, y a los dos marineros portu- gueses encargados de maniobrar el Zara. Pero no todo fue éxito: a esa exigua profundidad parecia légico que Lethbridge hubiese recuperado practicamente toda la carga con su artilugio submarino. Sin embargo estaban alli, y no pen- saban desistir tan pronto de su empefio. Rastrearon la zona en varias direc- ciones buscando objetos que resaltasen en el fondo. La segunda inmersién decidieron hacerla hacia el sudeste, para alejarse de los lugares que Lethbridge habia tenido a mano. Al instante empezaron a encontrar cosas: dos cafiones de hierro, el perno del timén, y un cafién giratorio con su cerrojo, ademas de municién de distintos calibres. Fragmentos de botellas de vidrio desparrama- das por distintos lugares que ain contenian vino: algunas, incluso, tenian el corcho fijado por un alambre de cobre. También hallaron vasijas de piedra y ladrillos moldeados, del tipo que se realizaba en Yakarta, antes Batavia, y que seguramente constituian el lastre de la nave. Estas piezas, al igual que suce- de hoy, suelen ser las primeras que marcan un naufragio. Todos los buques de vela, hasta el siglo XIX, llevaban piedras, lingotes de hierro o plomo para esta- bilizar la nave. En algunos de ellos se grababa el lugar de procedencia. Durante las siguientes inmersiones continuaron sacando objetos de las bodegas de la nave. Ya no tenian duda de que fuese un navio holandés. Los ladrillos de lastre ratificaban su procedencia. El barco cuyos restos tenian delante habia zarpado con su rico cargamento de lo que hoy llamamos Yakarta. A los buceadores les preocupaba que el lugar de la busqueda estuviese for- mado por arena muy fina, y que la resaca la desplazase con facilidad. Pero ese tipo de arena también les decia que los posibles tesoros, que en general eran muy pesados, podian permanecer atin bajo aquel manto. En la sexta inmer- sién, debajo de una botella de vidrio, encontraron la primera moneda de plata. La limpiaron con sumo cuidado. En el adverso de la misma pudieron leer 2 S florines holandeses. En la otra cara aparecia el escudo del leén y la palabra Zeeland, Holanda. Con toda certeza trabajaban sobre los restos de una nave holandesa, aunque la duda estaba en saber si se trataba del Sloot Ter Hooge. Las semanas siguientes apenas pudieron sumergirse debido a las LA PLATA DE MADEIRA 31 ~ LA PLATA DE MADEIRA 32 Tesoros sumergidos malas condiciones de la mar, pero aprovecharon las horas del dia para hacer un preciso plano del lugar del naufragio y croquis con los lugares dénde habian aparecido las piezas en la zona ya rastreada. Este sistema de cuadriculas es el que aconsejan los arquedlogos submarinos, pues se establece con mayor pre- cisi6n la situacién del buque, cémo naufragé, y lo que es mas importante, se pueden localizar los objetos en funcién de la ubicacién que solian llevar a bordo de las naves. Cada parte de un navio hundido indica algo: asi, si encontramos la sobrequilla, la cdmara del capitan, donde se guardaban los objetos de valor, no estaré muy lejos, pues siempre estaba situada en el castillo de popa, sobre esta pieza estructural de la nave. En definitiva, la exacta posicién de los res- tos de un pecio son trascendentales para conocer cémo se desarrollaron los ltimos momentos de la nave. Pasado el temporal, los buzos pudieron volver a la mar, a pesar de que el agua de la rada estaba muy turbia. Pero un submarinista experto puede situarse sobre un objeto con la misma precisién que lo haria un dia de agua clara, Al poco de sumergirse, sobre una roca negra de granito aparecieron nue- vas monedas de plata. El temporal habia removido el lecho y los sedimentos del fondo se habian esparcido. El equipo no daba crédito. La propia naturale- za les habia ayudado a encontrar nuevos tesoros. Sacaron del agua mas de cien monedas de plata. Se estaran preguntando cémo pueden conservar las monedas su brillo tras pasar tres siglos bajo el agua. Es normal que suceda si han estado enterradas. Lo mas comin es que aparezcan de color verde, y haya que limpiarlas con acido para disolver esa capa verdosa, que se forma por la reaccién del agua marina con el cobre utilizado para endurecerlas. Y aunque no afecta a su estructura, ya que la plata no sufre la corrosién del agua de la mar, se suelen unir unas con otras, y aparecen en grandes racimos. Ademas, las monedas antiguas nunca eran iguales, pues se acufiaban con troqueles rudimentarios. Cuando Stenuit y sus compafieros desembarcaron ese dia glorioso, procedieron a fotografiar y a marcar las monedas en el plano. Luego, planea- ron las siguientes inmersiones en base a lo conseguido. Por lo general, los objetos sumergidos se cubren de una especie de crisélida protectora formada por granos de arena, grava, algunas piedrillas y otros restos orgénicos que se aglutinan por la accién del éxido de hierro, ademas de una compleja amalga- ma de sales producidas por los metales al contacto con el agua salada. Hay veces que el extremo de un utensilic, como un tenedor o una espada, sobre- ‘salen lo justo para desvelarnos otros objetos escondidos tras esa masa amor- fa. Ya en la superficie, hay que separarlos con mucho cuidado. Es un trabajo tremendamente laborioso. Para encontrar el grueso de la carga que llevaba la nave, de la cual no habia constancia que hubiera sido recuperada, Stenuit y sus hombres debian remover varias toneladas de arena. Para ello decidieron emplear una man- guera de alta presién, que se enchufara a una bomba situada en la superficie. Con ello se logra remover el fango y la arena, ademas de pequefias rocas y Tesoros sumergidos sedimentos. Es un sistema muy perjudicial para el fondo marino, pues acaba con los huevos de muchas especies y rompe los nidos y cuevas en las que los moluscos forman su habitat. Cuando se pone en funcionamiento este aparato lo hace de forma muy silenciosa, pero el lecho marino es sacudido por una ola interior, que se expande a muchos metros del lugar de trabajo. Los peces apro- vechan la facilidad que se les brinda para atacar a esos tradicionales enemigos que siempre logran esconderse bajo el fondo cuando van a devorarlos. En los dias sucesivos fueron saliendo del océano pipas, hebillas de cin- turén hechas con plata y cobre, alfileres de bronce, muchas balas de mosque- tes, botones de cobre y un sin fin de objetos valiosos. Pero el trabajo de exca- vacién en la arena era penoso, y daba la impresién que no se avanzaba: cada vez que el chorro de agua a presin apartaba una duna de arena, el agua se encargaba de volver a poner otra cantidad de idénticas caracteristicas un poco mas alld, sin que los buzos tuvieran tiempo de inspeccionar el pozo que aca- ban de realizar. En realidad, y ellos lo sabian mejor que nadie, estaban movien- do la arena de un lugar a otro. Para solucionar el problema recurrieron al Unico método conocido, y que consiste en Ilevarse la arena a otro lado. Lo podian lograr con un aparato llamado en los ambientes submarinos -chupén-: un arti: lugio parecido al anterior, pero que en lugar de tirar agua a presién por la man- guera, aspira la arena por medio de una bomba. La arena extraida pasa por un tamiz, donde se depositan los objetos que transporta, antes de volver al mar. El problema reside en que el destrozo que se produce en el lecho marino es alin mayor. El fondo queda repleto de enormes crateres, en los que cuesta mucho que vuelva a generarse vida marina. Sin embargo, para Stenuit y sus hombres era imposible encontrar en Madeira una maquina de esas caracteristicas, por lo que tuvieron que recurrir al hombre que se convertiria en su angel de la guarda, Joao Borges, director de relaciones ptiblicas del Departamento de Turismo del Archipiélago. Quien, con la promesa de que este descubrimiento lograria traer més turismo hacia las entonces despobladas Islas, consiguié en Lisboa un compresor de una tone- lada, trescientos metros de manguera, y la boca metalica del chup6n. También logré que los duefios del barco les permitieran colocar una gria en su cubier- ta. Con la nueva bomba encontraron el timén del barco, un mortero de bronce, que seguramente habia pertenecido al médico de la nave, un juego de pesas de medir, y un par de gemelos de oro que conservaban atin la marca de su orfebre. En el balance que los buceadores hacian todas las tardes consta- taron que el mes de junio habia sido bastante malo en resultados. Julio un poco mejor, pues habian podido trabajar el cincuenta por ciento de los dias, y en agosto se estaban defendiendo. Pero quedaba poco tiempo antes de que el verano tocase a su fin. Stenuit se encontraba en cubierta tomando notas. La totalidad de sus compajieros trabajaban bajo el agua. De pronto, escuché un escdndalo. Dos buceadores salieron del agua y desaparecieron en la cdmara. Al rato regresa- LA PLATA DE MADEIRA 33 LA PLATA DE MADEIRA 34 Tesoros sumergidos ron llevando en la mano un pequefio paquete envuelto en papel de periddico. En la otra mano tenian una botella de cava. Cuando lo desenvolvié, Stenuit pudo distinguir la rosa que se grababa en los lingotes de plata para remarcar su autenticidad. Habian dado con el tesoro. Dias después aparecié el segundo, luego el tercero, y asi hasta treinta lingotes de plata. La mayor parte de ellos se encontraban pegados los unos a los otros formando una especie de pirémi- de. Pas6 el mes de agosto con la esperanza puesta en nuevos hallazgos. Stenuit trabajaba el primer domingo de septiembre con el chupén cuando Louis Gorsse le hizo una sefia para que le siguiera. Se desplazaron hasta una pequefia duna. En el medio de la misma vieron un espectdculo maravilloso: enmarcado por una roca que volaba sobre él, y recostado contra una pared de piedra rojiza, aparecié un baul repleto de barras de plata. EI suefio de varios, afios acababa de cumplirse. Stenuit pensd que podria pagar sus facturas, y que todavia sobraria algo. Horas después tuvieron que abandonar el fondeadero a causa de una fuerte tormenta. Durante quince dias no pudieron bucear. La angustia de que la arena movida por las olas tapase el cofre se cernia sobre sus cabezas. En esos tiempos no habia GPS ni sistemas de posicién global ins- talados en los barcos. A lo sumo podian tomar algunas marcas en tierra, y esperar que la fuerza de la resaca no fuese lo suficientemente violenta como para cubrir el lugar. Pero no serian las olas las que les jugasen una mala pasada. El dieci- séis de septiembre pudieron sumergirse de nuevo. Lo primero que hicieron fue quitar la arena que cubria el bal, y que por suerte no lo habia ocultado del todo. Stenuit se quedé paralizado: el cofre estaba vacio. El lado izquierdo y la tabla superior del mismo habian desaparecido. En su interior sdlo quedaban diez lingotes y fragmentos de madera. Todos coincidieron en que se trataba de un robo; nadie del equipo podia comportarse de esa manera. Denunciaron el hecho a las autoridades y pidieron una investigacién. Los cuatro policias loca- les no quisieron sumarse a la misma. En la isla sélo habia tres buzos que pose- ian el material apropiado para descender a esa profundidad, y por casualidad habian llegado a Porto dias antes de que se encontrase el cofre. Stenuit pre- sioné a las autoridades por medio de Joao Borges, que seria el encargado de atemorizar a los buzos locales con denuncias y amenazas de carcel. Una mafia- na, delante de la puerta del consulado Belga aparecieron los veintiocho lingo- tes de plata. La misteriosa y anénima entrega fue dada por buena. Algunos dicen que los verdaderos causantes del robo fueron otros importantes busca- dores de tesoros, pero al no estar probado es mejor no dar nombres. Durante todo el mes de septiembre siguieron sacando del agua lingo- tes de plata. Pero llegé un dia en el que los montones de arena acumulados en el fondo debajo del chupén eran tan grandes, que para moverlos y seguir inspeccionando debian quitar toneladas de arena. Los buceadores estaban ‘extenuados. El viejo compresor roncaba de forma extrafia, y el Zara se movia inquieto en sus amarras. El tiempo comenzaba también a mostrarse amena- Tesoros sumergidos zador. Siguiendo el ejemplo de su predecesor Lethbridge en el rescate del Slot Ter, tomaron la dificil pero prudente decisién de abandonar la busqueda. Los doscientos lingotes de plata encontrados constituian ya una excepcional recompensa. En una conferencia posterior diria Stenuit: “Ya que el buceador holan- dés dejé para otros parte del botin, nosotros también hemos decidido que sean otros los que prosigan un dia la busqueda. En la certeza de que, bajo el lecho marino de esa rada de la isla de Porto do Espiritu Santo atin quedan muchos kilogramos de plata y objetos de gran valor”. He hallado la tumba del pionero del submarinismo John Lethbridg. En su lépida hay grabadas unas palabras del libro de Job, acompafiadas por otras que parecen de su propia cosecha. Dicen asi: “Desnudo sali del seno materno, desnudo me voy de este mundo. Ni el bronce de los elementos decorativos, ni la plata de los lingotes sirven de vidtico para el mas alla”. LA PLATA DE MADEIRA 36 LA PLATA DE MADEIRA 36 Tesoros sumergidos VulgagWwW 4d WlWid W1 VWulgaVW 34d WiV1d WI EL PECIO DE LOS ICONOS El tres de noviembre de 1780 los habitantes de Hyéres, en el Mediterraneo francés, se despertaron con el sonido de un cafionazo en medio de la noche. La descarga indicaba a la poblacién que debian prepa- rarse para prestar ayuda a los supervivientes de un naufragio. Soplaba un tempestuoso viento del Este que habia levantado mucha mar. La Iluvia caia con fuerza y formaba una barrera liquida impenetrable para la vista. Desde el puerto era imposible ver lo que estaba pasando; menos auin qué nave era el que estaba en peligro. Habian pasado dos ajios desde la ultima vez que los cafiones sonaron para alertar a la poblacién sobre un barco en apu- ros. Sin embargo, nadie recordaba una noche como aquella. Noviembre siempre habia sido un mes incierto para hacerse a la mar; la Tramontana solia soplar con extraordinaria fuerza, acelerada por el valle que forman los Alpes con los Pirineos. Aquella noche hubo rachas cercanas a los cincuen- ta nudos, que se Ilevaron las ramas de los arboles y las tejas de las cubier- tas de algunas viviendas. Un segundo cafionazo acentué la angustia de los habitantes. Sabian que debia tratarse de una nave fordnea, pues las loca- les estaban amarradas en el puerto desde hacia varios dias. Los primeros en llegar a la punta vieron al imponente navio enca- llado: sus palos, todavia alzados, se balanceaban en precario equilibrio. Segundos después fueron testigos de su caida: se precipitaron con gran estruendo sobre la cubierta tras el paso de una ola descomunal. El ruido producido por el viento y la mar era aterrador, y se mezclaba con los chas- quidos que producia la quilla cuando era arrastrada por las masas de agua. En ocasiones la nave quedaba cubierta por un manto de espuma, que daba una cierta claridad a la noche. Los hombres saltaron sobre las rocas, lle- gando a unos cientos de metros del navio; pero la resaca no les permitio, acercarse mas. Se escuchaban voces y gritos tras el paso de las rompien- tes. Uno de los primeros en llegar al lugar del accidente pudo distinguir el nombre de la nave: en la amura de estribor, sobre una madera policro- mada, se podia leer Slava Rossii. No era francés, pensé el paisano; pero, a qué nacién perteneceria. La llegada a la costa de los primeros supervi- vientes le apartaron de su reflexién. Entre las caprichosas formas de los bajios vio cémo la gente luchaba contra las olas. Instantes después se pro- dujo un ruido ensordecedor, y el casco de la nave retrocedié, hasta que, poco a poco, fue desapareciendo bajo el agua. Algunos ndufragos lograron ganar la costa. Salian del agua ateridos de frio y magullados por los gol- pes recibidos contra el arrecife. El testigo de tales hechos se llamaba EL PECIO DE LOS ICONOS 39 EL PECIO DE LOS ICONOS 40 Tesoros sumergidos Maurice Braud. Doscientos afios después, un descendiente suyo llamado también Maurice Braud, y que tenia en su rostro rasgos extrafios para la raza y el lugar donde habia nacido, se empefié en investigar el naufragio. Una catastrofe que su abuelo le habia contado en muchas ocasio- nes. Algunos dias, cuando el pequefio Maurice paseaba con el viejo por la costa, le llevaba hasta la Punta de Roucas Rous, y con voz pausada le narraba la noche del naufragio; lo hacia con tanta intensidad, que daba la sensacién de que lo hubiese vivido. -Por qué Roucas de Rous, abuelo -pregunté Maurice. -Rous significa rusos, hijo; desde que naufragé el barco se le puso al cabo ese nombre, en homenaje a la nacionalidad de los que alli se aho- garon. EI abuelo mantenia que su antepasado habia sido testigo presen- cial de lo acontecido aquella terrible noche de otofio: -El vio con sus propios ojos cémo el gran navio se iba a pique -ase- guré Maurice a su nieto. También le conté que la fragata se llamaba Slava Rossii, y que des- pués de trabajar en ella varios dias recuperando los restos que la mar arro- jaba, nadie se volvié a ocupar de ella. Le dijo que se salvaron 140 perso- nas de las casi 200 que llevaba embarcadas, y que pensaban que el barco transportaba un gran tesoro. -éEntonces era un barco ruso, abuelo? -Si, en concreto pertenecia a la flota de Catalina II. Iba a Livorno, en Italia, donde los rusos tenian una base naval, desde la que controlaban el Mediterraneo Oriental. -éY nadie traté de recuperar el tesoro? -pregunté el pequefio Maurice. -Los dias posteriores al naufragio, y cuando la mar mejoré, ya no habia rastro del barco, tan sélo los masteleros de los palos encajonados entre las piedras y algunos restos flotando. Entre ellos aparecieron dos bates con ropas muy delicadas: seguramente debieron pertenecer a una gran dama. También habia gorros y un precioso neceser de madera: cuan- do se abrié atin conservaba el embriagador olor del perfume. En unos deli- cados pajiuelos se podia leer la inicial C. En casa conservo uno de ellos. -Me lo ensefiarés -pregunté Maurice. -Sélo si no se lo dices a tu padre ~puso por condicién el abuelo-. Ya sabes que no le gusta que hable de esto. -éPor qué? -Bueno, es una larga historia que no le gusta que le recuerden. Verds, tu ya eres mayor y puedo contartelo; ademas, sino lo hago yo, es posible que nadie te lo cuente. Me queda poca vida Maurice. -No digas eso abuelo. -Se dice que, ese antepasado nuestro, que fue el primero en ver cémo naufragaba el Slava Rossii acogié en su casa a varios sobrevivientes.

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