Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
contexto de la historia de la
Iglesia
10/05/2016
por Roberto de Mattei
E n los Evangelios, Jesús se vale de muchas metáforas para referirse a la Iglesia que fundó.
Una de las más apropiadas es la imagen de la barca puesta en peligro por la tempestad (Mat.
8, 23-27; Mr, 4, 35-41; Luc 8, 22-25). Esta imagen la emplearon con frecuencia los Padres
de la Iglesia y los santos para describir a la Iglesia como una nave zarandeada por las olas y
que, se podría decir, vive en medio de tormentas sin llegar a hundirse jamás.
Es bien conocido el relato evangélico de la tempestad que aplacó el Señor en el lago
Tiberiades: «Tunc surgens imperavit ventis et mari» (Mat. 8, 26). Cuando los papas residían
en Aviñón, Giotto pintó la escena de la atribulada barca de San Pedro en un célebre mosaico
que originalmente se encontraba en el pórtico de la primitiva basílica de San Pedro y
actualmente puede contemplarse en el atrio de la nueva.
En la Cuaresma de 1380, Santa Catalina de Siena hizo el voto de acudir todas las mañanas a
San Pedro para rezar ante la imagen mencionada. Un día, el 29 de enero de 1380, hacia la
hora de vísperas, estando ensimismada en oración, tuvo una visión de Jesús que salía del
mosaico y le colocaba sobre los hombros la navecilla de la Iglesia. Agobiada por semejante
peso, la santa cayó inconsciente al suelo. Esa fue la última visita que hizo a la basílica la
santa, que siempre había exhortado al Sumo Pontífice a guiar intrépidamente la nave de la
Iglesia.
A lo largo de dos milenios de historia, la mística Barca de la Iglesia ha capeado los vendavales
y tempestades que la han azotado.
Durante los tres primeros siglos, la Iglesia fue objeto de implacables persecuciones por parte
del Imperio Romano. Entre San Pedro y el papa Melquíades, contemporáneo del emperador
Constantino, hubo treinta y tres pontífices. Todos ellos fueron canonizados menos un par que
sufrieron el exilio; los treinta restantes murieron como mártires.
En el año 313 Constantino el Grande otorgó libertad a la Iglesia y a los cristianos, que una
vez fuera de las catacumbas comenzaron a echar los cimientos de una nueva sociedad
cristiana. Pero el siglo IV, el del triunfo y la libertad de la Iglesia, fue también el siglo de la
terrible crisis arriana.
Ya en el siglo V, el Imperio Romano se hundió y la Iglesia tuvo que hacer frente por sí sola
a las invasiones, primero de loa bárbaros y más tarde del islam, que a partir del siglo VIII
anegó los territorios cristianos de África y Asia Menor, que desde entonces no han sido
devueltos a la verdadera fe.
En los siglos transcurridos entre Constantino y Carlomagno hubo sesenta y dos papas. Entre
ellos se cuentan San León Magno, que se enfrentó solo a Atila, el azote de Dios;San Gregorio
Magno, que esforzadamente combatió a los lombardos; San Martín I, desterrado en cadenas
al Quersoneso, y San Gregorio III, que vivió en peligro continuo de muerte, acosado por los
emperadores de Bizancio. Ahora bien, entre tan ardorosos defensores de la Iglesia, también
encontramos a papas como Liberio, Vigilio y Honorio, que titubearon en la fe. Honorio en
particular fue condenado por hereje por su sucesor San León II.
En el siglo XIV, cuando la Sede trasladó a Aviñón y permaneció allí setenta años, la
consecuencia fue una crisis tan terrible como la del arrianismo: el Gran Cisma de Occidente,
que dividió a la Cristiandad en dos, llegando al final a haber tres pontífices. El problema de
la legitimidad canónica no se resolvió hasta 1417.
Siguió una época de aparente tranquilidad: un periodo humanista, que en realidad fue la
antesala de una nueva catástrofe: la Reforma Protestante del siglo XVI. Una vez más, la
Iglesia reaccionó vigorosamente, pero en los siglos XVII y XVIII se infiltró en su seno la
primera herejía que optó por no separarse de la Iglesia y quedarse en ella: el jansenismo.
Tanto la Revolución Francesa como Napoleón trataron de acabar con el Papado, pero no lo
consiguieron. Dos pontífices, Pío VI y Pío VII fueron desterrados de Roma y encarcelados.
En 1799, cuando falleció Pío VI en Valence, el consejo municipal comunicó la noticia por
escrito al Directorio declarando que se había dado sepultura al último papa de la historia.
Desde Bonifacio VIII, el último pontífice medieval, hasta Pío XII, último de la era
preconciliar, reinaron 68, de los cuales sólo dos han sido canonizados por la Iglesia hasta la
fecha: Pío V y Pío IX. Dos están beatificados: Inocencio XI y Pío IX. Todos tuvieron que
soportar violentas tempestades. San Pío V combatió el protestantismo y promovió la Liga
Santa contra el islam, logrando la victoria de Lepanto; el beato Inocencio XI combatió el
galicanismo y fue el artífice de la liberación de Viena en 1683, que la liberó del asedio turco.
El gran pontífice Pío IX resistió valerosamente la Revolución Italiana, que en 1870 le
arrebató la Ciudad Santa. San Pío X combatió una nueva herejía: el modernismo, síntesis de
todas las herejías, que se había infiltrado en la Iglesia entre los siglos XIX y XX echando
hondas raíces.
El Concilio Vaticano II, inaugurado por Juan XXIII y clausurado por Pablo VI, auguraba una
nueva era de paz y progreso para la Iglesia, pero el postconcilio resultó ser uno de los periodos
más dramáticos de la historia de la Iglesia. Benedicto XVI, sirviéndose de una metáfora de
San Basilio[1], comparó el postconcilio a un combate naval nocturno en medio de una
tempestad. Y ésa es la época que estamos viviendo.
Se podía decir que el relámpago que cayó sobre la cúpula de San Pedro el 11 de febrero de
2013, día en que Benedicto XVI anunció su abdicación, es símbolo de la tempestad en que
se ve envuelta la barca del Pescador, así como la vida de todos los hijos de la Iglesia.
La historia de los tormentas soportadas por la Iglesia es la historia de las persecuciones que
ha sufrido. Pero también es la historia de los cismas y herejías que desde su fundación han
intentado socavar su unidad interna. Los ataques internos siempre han sido más graves y
peligrosos que los externos. Los más graves, las dos tempestades más terribles, fueron la
herejía de Arrio en el siglo IV y el Gran Cisma de Occidente en el XIV.
En el primer caso, el pueblo católico no sabía dónde estaba la fe verdadera, porque los obispos
estaban divididos entre arrianos, semiarrianos y antiarrianos, y los papas no se sabían
expresar con claridad. Fue entonces cuando San Jerónimo acuñó aquella célebre frase según
la cual el mundo entero despertó y descubrió espantado que se había vuelto arriano [2].
En el segundo, el pueblo católico ignoraba cuál era el verdadero pontífice, porque cardenales,
prelados, teólogos, reyes y hasta santos seguían a diferentes papas. No se trató de una herejía,
ya que nadie negaba el primado petrino, pero dos y hasta tres papas se disputaban la dirección
de la Iglesia, y se encontraban por tanto en la situación de división eclesiástica que en teología
se conoce con el nombre de cisma.
La crisis modernista corría el riesgo de ser peor que las dos anteriores, pero no estalló con
toda su virulencia porque San Pío X la había sofocado parcialmente. Desapareció por algunas
décadas, pero resurgió con fuerza durante el Concilio Vaticano II. Este concilio –último de
la Iglesia–, celebrado entre 1962 y 1965, optó por ser pastoral, pero el carácter ambiguo y
equívoco de sus textos acarreó catastróficas consecuencias pastorales.
Fruto directo del Concilio Vaticano II es la crisis actual, que tiene su origen en la
preponderancia de la praxis sobre el dogma preconizada por el Concilio.
El 11 de octubre de 1962, en el discurso inaugural del Concilio, Juan XXIII distinguió entre
«el depósitum fidei» o verdades de la fe, y «la manera de formular su expresión»
manteniéndolas intactas.
Cada uno de los veinte concilios anteriores había sido pastoral, pues tenían carácter
dogmático y normativo además de su dimensión pastoral. En el Vaticano II, la pastoral no
fue la simple explicación natural del contenido dogmático expresado de un modo adaptado
al tiempo actual; todo lo contrario, lo pastoral se ensalzó como un principio alternativo al
dogma. El resultado fue una revolución en el lenguaje y la mentalidad y la transformación de
la pastoral en nueva doctrina.
Entre los más fieles seguidores del espíritu del Concilio se encuentra el cardenal alemán
Walter Kasper. Y precisamente a él le confió el papa Francisco la labor de redactar el informe
preliminar del debate previo al Sínodo en el consistorio de febrero de 2014. El informe se
centra en la idea de que lo que tiene que cambiar no es la doctrina de la indisolubilidad del
matrimonio, sino la actitud pastoral hacia los divorciados vueltos a casar. La misma fórmula
empleó el cardenal Kasper al comentar la exhortación postsinodal de Francisco Amoris
Laetitia. Kasper explicó que la exhortación apostólica del Papa no cambia en nada la doctrina
de la Iglesia ni el Código de Derecho Canónico, pero lo cambia todo.»[3].
La brújula que marca el rumbo al pontificado de Francisco y la clave para entender su reciente
exhortación apostólica se centra en el principio de que es necesario introducir cambios, no
en la doctrina, sino en la vida misma de la Iglesia. Sin embargo, para sostener el escaso valor
que se da a la doctrina, el Sumo Pontífice presentó un documento de 250 páginas en el que
expone una teoría sobre la preponderancia de la pastoral. El pasado 16 de abril, en el vuelo
de regreso de Lesbos, aconsejo a los reporteros leer la presentación que hizo monseñor
Schönborn de Amoris Laetitia, a quien le había encomendado la interpretación auténtica de
la exhortación. En la conferencia de prensa del 8 de abril, cuando presentó el documento,
Schönborn definió la exhortación pontificia calificándola de, ante todo «un acontecimiento
lingüístico».
Que se eligiera un estilo lingüístico para comunicarse con el mundo contemporáneo revela
una forma de ser y de pensar, y en este sentido es necesario reconocer que el género literario
y el estilo pastoral del Concilio no sólo expresan la unidad orgánica del mismo, sino que son
el vehículo implícito de una doctrina coherente. «El estilo –recuerda O’Malley–es la máxima
expresión del sentido, sólo el sentido; no es un adorno, sino también el instrumento
hermenéutico por excelencia»[7].
Esta revolución lingüística no sólo consiste en alterar el sentido de las palabras, sino también
en omitir algunos términos y conceptos. Se podrían poner numerosos ejemplos: declarar que
el infierno está vacío es con toda seguridad una afirmación temeraria, por no decir herética.
Omitir, o limitar como mucho, toda referencia al infierno no expresa una proposición errónea,
pero supone una omisión que da lugar al error aún mayor de un infierno vacío: la idea de que
no existe el infierno, ya que nadie habla de él. Y como no se hace caso de él, es como si no
existiera.
Francisco no ha negado jamás la existencia del infierno, pero en tres años sólo lo ha
mencionado un par de veces, de manera muy impropia, y al declarar en Amoris laetitiaque
«el camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre» (nº 296) da a entender
que niega la condenación eterna de los pecadores. ¿Acaso esta ambigüedad no equivale en la
práctica a una negación teórica?
En la doctrina no cambia nada, pero en la práctica cambia todo. Ahora bien, si no se quiere
negar el principio de causalidad sobre el que se levanta todo el edificio del conocimiento en
Occidente, es necesario admitir que todo efecto tiene una causa y cada causa sus
consecuencias. La relación causa-efecto es la única entre la teoría y la acción, entre la
doctrina y la práctica. Entre los que han entendido esto muy bien se encuentra el obispo
dominico de Orán, monseñor Jean-Paul Vesco. En una entrevista concedida a La Vie, declaró
que con Amoris Laetitia «no cambia nada en la doctrina de la Iglesia, y sin embargo cambia
todo en la relación de la Iglesia con el mundo»[8]. Actualmente –destaca el mitrado de Orán–
ningún confesor podrá negar la absolución a quién esté convencido de que la situación
irregular en que se encuentra es la única posible, o al menos la mejor posible. Según la nueva
moral, las circunstancias y la situaciones concretas diluyen el concepto de mal intrínseco y
de pecado público y permanente.
Si los sacerdotes dejan de hablar del pecado público y animan a los adúlteros y convivientes
a fin de integrarlos en la comunidad cristiana, sin privarlos del acceso a los Sacramentos,
cambia forzosamente también la doctrina junto con la praxis. La norma de la Iglesia era que
los divorciados que se han vuelto a casar por la vía civil no pueden recibir la Eucaristía. Por
el contrario, Amoris laetitia deja claro que, en algunos casos, los divorciados que han
contraído nuevamente nupcias pueden recibir la Sagrada Comunión.
El cambio no es sólo de hecho, sino de principios. Basta una sola excepción en la práctica
para alterar el principio. ¿Quién va a negar que esta revolución de la praxis no es también
una revolución doctrinal? Pero es que aunque nada cambie en la doctrina, sabemos que en la
práctica cambiará: se incrementarán las comuniones sacrílegas, aumentará el número de
almas que se condenen, y nada de esto será en contravención de Amoris laetitia, sino a causa
de dicho documento.
En Fátima, Nuestra Señora mostró a los tres pastorcillos una terrorífica visión del infierno al
que van las almas de los pobres pecadores, y a Jacinta se le reveló que el pecado que condena
más almas es el de la impureza. ¿Quién iba a imaginar que al ya nutrido número de pecados
de impureza se le agregaría la difusión del matrimonio por derecho consuetudinario de los
países anglosajones (common-law marriage), en muchos casos ratificado por vía civil? ¿Y
quién habría pensado que una exhortación pontificia lo respaldaría? Y sin embargo eso es lo
que ha sucedido. No podemos cerrar los ojos a la realidad. La Iglesia tiene una misión
práctica: la salvación de las almas. ¿Y cómo se salvan las almas? Convenciéndolas para vivan
de acuerdo con la ley evangélica.
El Demonio también tiene un objetivo práctico: que se pierdan las almas. ¿Y cómo se pierden
las almas? Convenciéndolas para que vivan en desacuerdo con la ley evangélica.
La labor del sacerdote consiste en enseñar y observar le ley, no dejar de aplicarla, no buscar
excepciones a su cumplimiento. El que cree pero contradice con sus obras su fe se condenará
como los que, según dice San Pablo, «profesan conocer a Dios, mas con sus obras le niegan,
siendo abominables y rebeldes y réprobos para toda obra buena» (Tito 1,16).
En una de sus reflexiones, fechada el 16 de abril del año en curso, el padre Jean-Michel
Gleize comenta el párrafo 299 de Amoris laetitia, que afirma: «los bautizados que se han
divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad
cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo.» (§ 299).
Señala el P. Gleize: «En las diversas formas posibles…» ¿Por qué no se les administra
entonces la comunión eucarística? Si ya no se puede decir que los divorciados vueltos a casar
viven en estado de pecado mortal (301), ¿qué va a tener de escandaloso darles la Sagrada
Comunión? Llegados a ese punto, ¿por qué se les va negar? La exhortación Amoris
Laetitia va sin duda alguna en esa dirección. Al hacerlo, se convierte en una ocasión de ruina
espiritual para toda la Iglesia. Dicho de otro modo: es lo que en teología se conoce como
escándalo, en toda la extensión de la palabra. Y ese escándalo es fruto de la relativización
práctica de la verdad de la fe católica en lo que respecta a la necesidad e indisolubilidad de
la unión sacramental del matrimonio»[10]
No hay en la Tierra autoridad superior a la del Papa, por la sencilla razón de que no existe en
este mundo cargo ni misión más elevados. ¿Qué misión? La de confirmar a los hermanos en
la fe, abrir el Cielo a las almas, pastorear los corderos y ovejas de Cristo, que es el único
pastor, el Buen Pastor, el pastor supremo. En resumidas cuentas, la misión de gobernar la
Iglesia.
La Iglesia la gobierna el Papa. Esta misión le corresponde porque es el sucesor de San Pedro,
a quien Jesús confió la misión como cabeza visible de la Iglesia. Y es una misión que
trasciende su persona, ya que la habrían continuar sus sucesores.
El Vicario de Cristo es el obispo de Roma, porque Roma no es una ciudad o una diócesis
como cualquier otra: tiene una vocación universal. Los sucesores de San Pedro son obispos
de Roma porque, por disposición divina, San Pedro fue a Roma y al morir allí estableció para
los obispos de Roma la sucesión legítima e ininterrumpida de su primado universal.
Todos los obispos poseen la plenitud de las sagradas órdenes, y en este sentido el Sumo
Pontífice no es superior a los demás prelados; es igual a ellos. Ahora bien, sólo el Papa tiene
la jurisdicción suprema que le confiere una autoridad plena e ilimitada sobre todos los demás.
El Concilio Vaticano I declaró dogma de fe el primado pleno, ilimitado y universal del Papa
sobre todos los obispos del mundo. El primado de jurisdicción consiste en la autoridad
gubernativa del Pontífice, e incluye su autoridad magisterial. En 1870, el Concilio Vaticano
I, tras promulgar el dogma del primado de Roma, promulgó asimismo el del magisterio
infalible del Papa en unas circunstancias determinadas. La infalibilidad es la prerrogativa
sobrenatural por la que el Pontífice y la Iglesia no pueden errar al profesar y definir una
verdad revelada, mediante una asistencia divina especial atribuida al Espíritu Santo. Y el
Papa, que no es infalible al gobernar la Iglesia, puede ser infalible en su magisterio pontificio.
Que no se den estas condiciones no quiere decir que el Papa esté equivocado. Al contrario;
en principio, hay que inclinarse a su favor. Eso sí, cuando el Sumo Pontífice no es infalible,
puede cometer errores de gobierno y de magisterio. El llamado magisterio extraordinario del
Papa, el magisterio ex cathedra, siempre es infalible. Podemos ver un ejemplo de ello en los
dogmas de la Inmaculada Concepción y la Asunción. De todos modos, el magisterio ordinario
del Papa también puede ser infalible. Lo es cuando reitera una verdad de fe o moral que la
Iglesia ha enseñado durante siglos.
El Espíritu Santo asiste a los cardenales cuando eligen papa reunidos en cónclave. Y una vez
elegido el Pontífice, el Espíritu Santo lo asiste en el ejercicio de su gobierno y magisterio.
No obstante, la historia nos enseña que, a pesar de la asistencia del Paráclito, es posible elegir
a papas indignos que en su vida privada pueden pecar –incluso gravemente–, así como
pontífices que erraron en su gobierno y hasta en su magisterio. Pero ello no debe ser motivo
de escándalo. Si la Providencia permite que se elija a un papa malo, ello obedece a razones
más elevadas y misteriosas que no se aclararán hasta el final de los tiempos. El Espíritu Santo
sabe sacar bienes de males.
La salvación, a la que los teólogos llaman justificación, resulta del misterioso encuentro entre
la voluntad humana y la gracia divina. Quien piensa que la acción del Espíritu Santo en la
vida del hombre basta para salvarse, sin el concurso de la propia voluntad, adopta una postura
luterana o calvinista.
Y quien sostiene que el Papa nunca se equivoca porque el Espíritu Santo lo asiste de forma
infalible, incurre en el mismo error sobre la gracia que cometen los calvinistas.
La papolatría es pecado porque convierte a San Pedro en Cristo. Al atribuir al Papa perfección
e infalibilidad a todo acto y palabra del Sumo Pontífice, se lo deifica y deificar al Papa no
tiene nada que ver con la veneración debida a su persona. Al igual que la devoción a Nuestra
Señora, la devoción al Papa es un pilar de la espiritualidad católica, Sin embargo, la
espiritualidad requiere un cimiento teológico y antes incluso que teológico, racional. Para
venerar al Papa es preciso saber quién es y quién no es.
El Sumo Pontífice no es, como Jesucristo, hombre y Dios a la vez. No hay en él una divinidad
que absorba su humanidad. No tiene dos naturalezas, una humana y otra divina, en una misma
persona. El Papa sólo tiene una naturaleza y es una sola persona, humana. Está manchado
por el pecado original, y no es confirmado en gracia en el momento de ser elegido. Como
todo hombre, puede pecar y equivocarse, pero sus pecados y errores revisten más gravedad
que los demás hombres. No sólo porque las consecuencias son más graves, sino porque todo
acto suyo que no corresponda a la gracia de Dios es mucho más grave, al ser mayor la
asistencia que recibe del Espíritu Santo.
Además del primado petrino y la infalibilidad, hay una tercera verdad de fe que puede
considerarse dogma, aunque la Iglesia nunca la haya proclamado como tal mediante un
decreto extraordinario: la indefectibilidad de la Iglesia. Esta indefectibilidad la afirmó el
propio Jesucristo cuando dijo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las
puertas del abismo no prevalecerán contra ella» (Mat.16,18).
¿Qué quiere decir indefectibilidad? Que la Iglesia no puede equivocarse. Significa que, como
explican los teólogos, la Iglesia llegará hasta el fin de los tiempos tal como se fundó, sin
alteraciones en la esencia que le comunicó el propio Jesucristo.
La Iglesia es indefectible, pero eso no quita que por su lado humano pueda cometer algunos
errores; errores y padecimientos que pueden ser causados por sus hijos e incluso por sus
ministros.
Esto puede suceder cuando se confunde la institución con los hombres que la representan. La
fortaleza del papado no se deriva de la santidad de San Pedro, del mismo modo que la
negación de San Pedro no es señal de debilidad de la institución, ya que las palabras que le
dirigió Jesús, «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia», iban dirigidas a la
figura pública de San Pedro, no a la privada.
El Papa no es Jorge Bergoglio ni Joseph Ratzinger. Es, ante todo, como nos enseña el
Catecismo, el sucesor de San Pedro y el Vicario de Cristo en la Tierra. Lo cual no disminuye
en modo alguno la grandeza e indefectibilidad del Cuerpo Místico de Cristo. La santidad en
una nota imborrable de la Iglesia, pero eso no quiere decir que sus pastores, ni siquiera los
pastores supremos, sean impecables en su vida personal, o incluso en el ejercicio de su
misión.
Cuando dijo Jesús que las puertas del infierno no prevalecerían sobre la Iglesia, no prometió
que el infierno no la atacaría. Al contrario, nos permite vislumbrar que se está librando una
feroz batalla. La lucha no fle altará, pero tampoco será derrotada. Al final triunfará la Iglesia.
A dos verdades nos remite el dogma de la indefectibilidad: el primero, que la Iglesia vive
perpetuamente entre conflictos y es blanco de los ataques de sus enemigos. El segundo, que
la Iglesia derrotará a sus enemigos y triunfará en la historia. Pero sin contienda no puede
haber victoria, y ésta es una verdad que nos afecta, ya que afecta nuestra vida como hijos que
somos de la Iglesia, e incluso como meras personas.
Decir que las puertas del infierno no prevalecerán es lo mismo que decir «Al final, mi corazón
inmaculado triunfará», como dijo Nuestra Señora en Fátima. Hace exactamente noventa y
nueve años.
El 3 de enero de 1944, Nuestra Señora dirigió unas palabras proféticas a Sor Lucía, mientras
ésta rezaba ante el Tabernáculo.
Así lo cuenta Sor Lucía: «Sentí mi espíritu inundado por un misterio de luz que es Dios, y en
Él vi y oí la punta de una lanza como una llama que se separaba de ella, tocaba el eje de la
Tierra y lo hacía temblar: montañas, ciudades y aldeas fueron enterradas junto con sus
habitantes. El mar, los ríos y las nubes se salieron de sus confines, e inundaron y arrastraron
consigo en un remolino las casas y las personas en tal cantidad que no se puede contar. Es el
mundo purificándose del pecado en que está inmerso. El odio y la ambición provocan la
destructiva guerra. Después, sentí que el corazón me latía apresuradamente, y una voz suave
que decía: “Al final, una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia, santa, católica y
apostólica. ¡En la eternidad, en el Cielo!” La palabra cielo me llenó el corazón de tanta paz
y felicidad que, casi sin darme cuenta, no dejé de repetirme durante mucho rato: ¡¡El cielo,
el cielo!!»[11]
El poder del rosario
Nuestra Señora nos ha dicho en las apariciones marianas aprobadas por la Iglesia
de Fátima y Akita y en otros muchos lugares, que si el mundo no se convierte, se
acerca a la humanidad un tiempo de gran pena, un clima trágico de oscuridad y
destrucción.
¿Cuál sería el remedio para tan graves males? ¿Cómo derribar las
fuerzas de Satanás? La Santísima Virgen, protectora de la Iglesia,
dio como medio eficaz para apaciguar la cólera de su Hijo,
para extirpar la herejía y reformar las costumbres de los
cristianos, la Cofradía del Santo Rosario. Los hechos lo
comprobaron: se reavivó la caridad, se volvió a la frecuencia de los
sacramentos como en los primeros siglos de oro de la Iglesia y se
reformaron las costumbres de los cristianos».2
Lepanto
Mahoma (570-632) predicó que había un solo Dios, Alá, y que él Mahoma era su
profeta más grande. Mahoma enseñó que Dios, al igual que un dictador, sellaba a
cada hombre con su destino, proclamó la predestinación, motivo por el cual esa
religión es denominada Islam, que significa «resignación a los decretos de Dios»,
sus seguidores son conocidos como musulmanes, que quiere decir los que se han
entregado a Dios.
Un nuevo ataque contra el Cristianismo provino del fenómeno del Islam, que niega
a la Santísima Trinidad y la divinidad de Cristo, con la fuerza militar, el Islam
pretendió destruir el Cristianismo, pero fue sólo con la intervención de
la Mujer que no prosperó dicha pretensión.
En 1571 los turcos (musulmanes) bajo Selim el Sot, -quien embriagado con el
poder que había heredado- decidieron invadir Europa. El Papa San Pío V, convocó
a una Cruzada en contra los turcos. Únicamente unos cuantos respondieron: Don
Juan de Austria, los españoles, los venecianos y la pequeña flota papal. La flota
turca los superaba en una proporción de tres a uno. Como dominico y devoto del
santo Rosario, el Papa convocó a su vez a una Cruzada del Rosario en Europa para
ayudar a las fuerzas católicas. El 7 de octubre las tropas se enfrentaron a los
musulmanes en el Golfo de Lepanto, derrotándolos milagrosamente. Don Juan
confesó que la victoria fue lograda por un favor otorgado gracias al arma de la
oración del santo Rosario, esta victoria salvó a Europa de ser invadida por las
fuerzas del Islam.
Un antiguo sacerdote satanista hoy beato Bartolo Longo uno de los más fervientes
y dedicados promotores del santo Rosario. Durante su juventud había formado
parte de una «iglesia satánica» de la que llegó a ser sacerdote.
Nacido y criado en una familia católica, en la que se rezaba regularmente el
Rosario, su madre murió cuando él tenía apenas 10 años, esa pérdida le disparó a
un camino que lo condujo a abandonar la Fe; atrapado en los últimos años de la
Universidad con el cebo de fiestas y orgías, incursionó en el espiritismo y el
satanismo, participación en misas negras y proclamas públicas anti-católicas.
En ese breve período de su vida comenzó a ser asaltado por el demonio, tuvo que
luchar contra la depresión e incluso algunos intentos de suicidio. Los otros
miembros de su familia no dejaban de pedir al Cielo por su salvación.
En medio de la turbación y confusión que el diablo puso en él, creyó un día
escuchar estas palabras: Si quieres salvarte, propaga la devoción del santo Rosario: es
promesa de María.
El hoy beato, volvió a la Verdadera Fe gracias al Rosario y fundó el Santuario de
Nuestra Señora de Pompeya: «Aquel que propaga el Rosario se salvará», y así él
escribió:
«No puede haber ningún pecador tan perdido, ni alma esclavizada
por el despiadado enemigo del hombre, Satanás, que no pueda
salvarse por la virtud y eficacia admirable del santísimo Rosario de
María, agarrándose de esa cadena misteriosa que nos tiende desde
el cielo la Reina misericordiosísima de las místicas rosas para salvar
a los tristes náufragos de este borrascosísimo mar del mundo».
«Una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia santa, católica y apostólica». Las palabras
de Nuestra Señora son las mismas del papa Bonifacio VIII en la bula Unam Sanctam, en la
cual, al final de la Edad Media, reiteró la singularidad de la Iglesia en la obra de la redención:
«Por la fe estamos obligados a creer que hay una sola y Santa Iglesia Católica y Apostólica
(…) y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los pecados (…). En ella hay un solo Señor,
una sola fe, un solo bautismo (Efe. 4,5)[12]»
La exclamación final «¡El cielo, el cielo!» parece referirse a la épica elección entre el cielo,
donde las almas salvadas encuentran la bienaventuranza eterna, y el Infierno, donde las almas
de los réprobos padecen tormentos durante la eternidad.
La Iglesia no abre las puertas del Infierno, sino las del Cielo.
El Papa y los obispos no son los únicos que constituyen la Iglesia, sino los fieles: sacerdotes,
monjas, religiosos, seglares y laicos. Se le garantiza asistencia divina hasta el fin de los
tiempos para que no se pierda ni debilite. Eso quiere decir que a lo largo de la historia la
Iglesia puede pasar por momentos de desorientación y deserción, pero vista en su conjunto,
jamás llevará a los fieles a la perdición.
Después de resucitar, Jesús se apareció por segunda vez en el lago Tiberiades, y dijo a sus
apóstoles: «Ecce ego vobiscum sum omnibus diebus, usque ad consummationem saeculi»
(Mat. 28, 20). He aquí que estaré con vosotros hasta el final de los tiempos.
Nunca ha habido tanta necesidad como ahora de un punto de apoyo, de una luz que nos guíe,
de una piedra en la que podamos afirmar el ancla. Y esa Piedra sólo puede ser Pedro. No
Simón, sino Pedro. En Pedro buscamos esencia, sentido e inmutabilidad. Lo hombres, todos
ellos, hasta los más grandes, mueren. Pero quedan los principios, y entre ellos, hay uno que
sostiene a todos los demás: el primado petrino. Sabemos muy bien que sólo una voz suprema
y solemne puede poner fin al proceso de autodemolición en curso: la voz del Romano
Pontífice, el único al que se la ha concedido la posibilidad de definir la Palabra de Cristo,
haciéndose portavoz infalible de la fe. Sabemos también que un papa puede contribuir a la
autodemolición de la Iglesia, llegando incluso a caer en herejía, en cuyo caso la conciencia
nos obliga a resistirle.
Pareciera que las olas están a punto de engullir la nave de San Pedro mientras el Señor
duerme, como en aquella tempestad del lago Tiberiades. Volvámonos a Él
diciéndole:«Exsurge, quare obdormis Domine? Exsurge (Ps. 42, 23). Levántate, Señor. ¿Por
qué da la impresión de que duermes?
Tal vez fuera ése el ruego que le hizo Santa Catalina de Siena ante el mosaico de Giotto en
aquel lejano enero de 1380. Y es posible que no sea causal que este año, la hora tradicional
de adoración del Santísimo Sacramento de los participantes en la Marcha por la Vida tenga
lugar en la basílica de Santa Maria sopra Minerva, bajo cuyo altar mayor reposan los restos
de Santa Catalina de Siena.
En esta hora de adoración, no nos limitemos a implorar ayuda para la Marcha por la Vida,
sino también para la Santa Madre Iglesia, con una fervorosa súplica al Señor: «Exsurge, quare
obdormis Domine? Exsurge!»
Roberto de Mattei
Discurso pronunciado en el Roman Life Forum
6 de mayo de 2016
[Traducido por J.E.F]
[1] San Basilio, De Spiritu Sancto, XXX, 77, in PG, XXXII, col. 213.
[2] S. Jerónimo, Dialogus adversus Luciferianos, n. 19, in PL, 23, col. 171. “Ingemuit totus
orbis, et Arianum se esse miratus est”
[3] Vatican Insider, 14 April 2016
[4] John O’Malley, What happened at Vatican II. Life and Thoughts, Milan 2010, p. 313.
[5] Ivi, p. 47.
[6] Ivi, p. 314.
[7] Ivi, p. 51
[8] http://www.lavie.fr/religion/catholicisme/jean-paul-vesco-dans-amoris-laetitia-le-pape-
appelle-a-une-revolution-du-regard-11-04-2016-72152_16.php
[9] Antonio. Piolanti, Pietro Parente, Dizionario di teologia dogmatica,, Studium, Rome
1943, pp. 45-46
[10] P. Jean-Michel Gleize FSPX, Amoris Laetitia, considerations on
chapter 8, inhttp://sspx.org/en/amoris-laetitia-sspx-gleize
[11] Carmelo de Coimbra, Um Caminho sob o olhar de Maria, Ediçoes Carmelo, Coimbra
2012, p. 267
[12] Bonifacio VIII, Bull, Unam Sanctam , avril 18th 1302, in Denz-H, n.870.
10828
“La mayor victoria del diablo consiste en convencer a los hombres de que no existe”.
Esta verdad indiscutida llevó al prelado a la conclusión de que el ambiente moderno es una
trampa ideal para las garras infernales. En todo momento, el ambiente sugiere que no existe
Dios, ni el demonio, ni el infierno. Y los espíritus malignos atacan e invaden los cuerpos de
sus víctimas de formas innumerables. Hay cultos satánicos explícitos. Mas también
implícitos, como ciertas técnicas de meditación y algunas terapias alternativas, supersticiones
o modas del tipo de la New Age o música del tipo del rock’ an’ roll.
¿Cómo fue que la humanidad generó este ambiente engañosamente neutro y
materialista, por tanto tan útil para los espíritus de las tinieblas?
La Revolución genera el ambiente propicio para la acción diabólica
Mons. Gemma da una explicación histórica bien clara. Se parece mucho a la denuncia del
proceso revolucionario que el Prof. Plinio Correa de Oliveira formula en su obra Revolución
y Contrarrevolución. No descartemos que el culto obispo italiano haya tomado de allí alguna
inspiración: “La laicización de nuestra sociedad es el fruto de un largo y complejo
proceso que se extendió a lo largo de cinco siglos, y que se desarrolló en tres etapas
fundamentales, tres revoluciones en el campo cultural y social, con acciones cruentas
también, que llevaron a la transformación gradual del mundo antiguo, tradicional, para
dar en la sociedad actual, posmoderna y secularizada”.
Mons. Gemma describe estas sucesivas revoluciones: primero la revolución protestante, que
causó el gran desgarramiento de la sociedad cristiana medieval; segundo el Iluminismo y la
Revolución Francesa; tercero la revolución comunista marxista. Finalmente, una cuarta etapa
de la Revolución: el movimiento estudiantil de los años ’60, que disgregó la familia,
generalizó el uso de las drogas, propugnó por la liberación de toda norma moral y sobre todo
se opuso a toda autoridad. Ese proceso generó una sociedad y una cultura que por inercia
seduce a los hombres hacia la idea de que Dios y religión son cosas absurdas (pp. 113 y ss.).
¡Ay de los que se dejan llevar por esta influencia!, advierte Mons. Gemma. Más ¡ay!
también de los que reaccionan de un modo exagerado y caen en el error opuesto: las nuevas
formas de religiosidad. Todos son presas fáciles de Lucifer.
Armas para Derrotar a los demonios
Mons. Gemma exhorta a los fieles a recurrir a las armas que vencen al demonio: la Fe, los
Libros Sagrados, el ayuno, los sacramentos. Y sobre todo a la oración por medio de
Nuestra Señora, la “enemiga de Satanás” (p. 16). Entre las oraciones específicas, él
recomienda la renuncia formal a Satanás, como se hace en la renovación de las promesas del
Bautismo, y el exorcismo breve: “San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé
nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios,
pedimos suplicantes; y tú, Príncipe de la Milicias Celestiales, arroja al Infierno, con el
Divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos que andan dispersos por el
mundo para perdición de las almas. Amén” (p. 17).
Y recomienda también no dejarse seducir por el ambiente revolucionario de hoy ni por las
falsas novedades en la religión, -inclusive dentro del ámbito católico- , que tanto y tan bien
sirven de ocasión para los maleficios y posesiones del padre de la mentira.
Con estas cautelas y estas armas espirituales, el católico resistirá y saldrá victorioso,
confiando siempre en la promesa divina: “Las puertas del Infierno no prevalecerán”(Mt.
16,18).
Tomado de http: //www.tfp-fundadores.org.br/
Traducción del portugués de P.C. D
Amén.
D e lo que hagamos en esta vida va a depender toda la eternidad. Eterna felicidad o eterno
Se medita en los Ejercicios Espirituales Ignacianos que hay niños en el infierno por un sólo
pecado mortal. Nosotros merecíamos el infierno por nuestros pecados, pero hemos tenido
más oportunidades. No tentemos más a la Providencia de Dios. No es cosa de broma. Con la
eternidad no se juega.
¿Qué nos enseña la Iglesia sobre el infierno? (eternidad de las penas, número y grado de
las mismas)?
Le contestaré con mucho gusto con este párrafo del Catecismo de la Iglesia Católica: «La
enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que
mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de
la muerte y allí sufren las penas del infierno, “el fuego eterno”. La pena principal del
infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre
la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira» (n. 1035).
En otro párrafo se había indicado que: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni
acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre
por nuestra propia y libre elección» (n. 1033).
Debe tenerse en cuenta que el infierno, como enseñaba Santo Tomás, es el estado de los
condenados y el lugar en que se encuentran. También que la Iglesia ha afirmado siempre que
es dogma de fe, tanto su existencia, como la eternidad de todas penas y la desigualdad de
ellas en proporción de las culpas por los pecados cometidos sin arrepentimiento y con
obstinación en los mismos. Se comprende, porque son muchos los textos del Antiguo
Testamento que lo afirman, e igualmente, en el Nuevo, también lo hacen, el Precursor y
muchísimas veces el propio Cristo. También hablan del infierno San Pablo, San Pedro, San
Judas, Santiago y el Apocalipsis.
¿En qué aspectos esenciales de la realidad del infierno profundiza Santo Tomás de Aquino
en la Summa?
Para comprender la profunda explicación tomista debe advertirse que la eternidad de las
penas de los condenados es un misterio revelado. No se puede, por tanto, demostrar
racionalmente, pero es posible dar razones de su conveniencia. Santo Tomás da dos razones:
La primera es que el pecado mortal aleja de Dios, último fin y bien supremo del hombre,
que hace perder así la gracia divina, que es lo que lleva a la vida eterna. El pecado mortal sin
arrepentimiento es «un desorden, que, en sí mismo, es irreparable». Si el hombre permanece
en pecado mortal y resiste hasta el último momento a la gracia y muere así impenitente con
un desorden que no ha tenido fin, merece, por ello, una pena que tampoco lo tenga, es decir,
una pena eterna. (S. Th., I-II, q. 87, a. 3, in c.).
La segunda razón que da el Aquinate está basada en la gravedad «cuantitativamente infinita»
o inconmensurable del pecado (Ibíd., a. 4). Afirma que: «Es justo que quien en su propia
eternidad pecó contra Dios, en la eternidad de Dios sea castigado». Explica que: «decimos
que peca en su propia eternidad, no sólo por la continuidad del acto, que perdura en toda
su vida, sino porque, habiendo puesto su fin en el pecado, tiene la voluntad de pecar
siempre». De ahí que «los inicuos quisieran vivir siempre para permanecer siempre en su
iniquidad» (Ibíd., a. 3, ad 1).
¿Hasta que punto es grave por tanto la condenación eterna y su irrevocabilidad?
Se advierte claramente su gravedad en la sentencia que pronunciará Cristo Salvador y Juez
nuestro a los malos castigados: «Apartaos de Mí, malditos. Id al fuego eterno, que fue
destinado para el diablo y sus ángeles» (Mat 25, 41)
Con la expresión «apartaos de Mí», se significa que se castiga con lo que se llama «pena de
daño», que es la mayor pena que se pueda recibir. En primer lugar, porque es estar arrojado
de la vista de Dios a la mayor distancia. En segundo lugar, porque no se tiene el consuelo de
la esperanza que pueda redimirse ni finalizar nunca. Por último, en tercer lugar, porque se
carecerá eternamente de la luz y el calor de la vida divina.
Con la de «malditos», se entiende que les perseguirá la justicia divina con toda clase de
maldiciones. Aumenta con ello su pesar y desconsuelo, porque al ser apartados de la
presencia de Dios no se les ha considerado dignos de alguna cosa buena por la que merecieran
una bendición. No pueden así esperar nada que alivie su aflicción y desgracia.
El otro castigo que sigue está significado con el mandato «id al fuego eterno». A este otro
tipo de castigo se denominan «pena de sentido», porque se sufre con los sentidos. Entre todos
los tormentos está el del fuego. A estos sumos dolores sentidos se suma además el mal de
saber que durará eternamente.
Por último, de las palabras finales «que fue destinado para el diablo y sus ángeles» se infiere
que el castigo eterno de los condenados incluirá toda clase de penas. La razón es porque
tendrán que soportar a los demonios, una malísima compañía. No tendrán ni el consuelo que
podían tener en su vida terrenal del alivio de alguna persona, que sufriera también la misma
desventura y que fuera afable y caritativo con él.
¿Por qué el hombre actual no medita sobre ello ni vive en consecuencia?
En nuestra época se habla poco de las penas eternas del infierno, al igual que de los otros
novísimos o en lo que habrá de terminar nuestra vida terrena, desde el primero, la muerte
hasta el último, el juicio final. Quizá por temor a intranquilizar o a asustar, o para no dar una
imagen desagradable de la justicia divina. Además corren en los mismos católicos objeciones
superficiales e incoherentes, que, a pesar de ello, se alejan de la enseñanza de siempre de la
Iglesia. Sin embargo, vistos con los ojos de fe la consideración de las postrimerías es de gran
utilidad para refrenar nuestras pasiones rebeldes a la razón y a la ley de Dios y así apartarnos
del pecado. En la misma Escritura se dice: «En todas tus acciones acuérdate de los novísimos
o postrimerías y no pecarás jamás» (Eclo 7, 40)». En definitiva, el negar estas verdades es
colaborar con los que quieren descristianizar a la persona, a la familia y a la sociedad
Algún ejemplo práctico para poder comprender lo que es la eternidad del suplicio y evitar
caer en él…
Si me permite pondré un ejemplo que daba el tomista Garrigou-Lagrange, profesor en Roma
de Karol Wojtyla, el futuro papa Juan Pablo II, en los años de 1946 a 1948 y director de su
tesis doctoral. Explicaba que a los privados de la visión divina, ello les proporciona tanta
pena, que si fuera posible soportarían todos los dolores físicos con tal de no verse privados
del gozo de Dios. Se lee en Santa Catalina de Sena que además se ven afectados del
remordimiento de su conciencia, no por haber ofendido a Dios, sino por aquello a lo que les
han llevado sus fatales decisiones. También de la vista del demonio, y del cuarto tormento
del fuego, «fuego que abrasa y no consume. Y tanto es el odio que les devora que no pueden
querer ni desear ningún bien». (Diálogo, c. 40). Finalmente el dominico francés ponía el
siguiente ejemplo: es como un hombre que ha querido libremente arrojarse a un pozo negro
y sin fondo en el que quedará aprisionado para siempre, aun sabiendo de antemano que jamás
podrá salir de él.
Se evita caer en él o no caer en el pecado, con la gracia de Dios, que se nos da en los
sacramentos. Con ella se evita la condena en el juicio de Dios, donde le tendremos que dar
cuenta de nuestras malas obras, de nuestras palabras e incluso de nuestros pensamientos más
profundos y escondidos. Ya desde ahora tendríamos que pedir siempre, como se hace en el
antiguo himno de la misa de difuntos (Dies irae): «¡Dios mío, perdóname!».
Javier Navascué
Entre 1989 y 1991, el imperio del mal soviético se desmoronó en apariencia, pero la
desaparición de su envoltorio político permitió una difusión más amplia del comunismo en
el mundo, difusión que tiene su núcleo ideológico en el evolucionismo filosófico y el
relativismo moral. La filosofía de la praxis, que según Antonio Gramsci sintetiza la
revolución cultural marxista, se ha convertido en el horizonte teológico del nuevo
pontificado, trazado por teólogos como el cardenal alemán Walter Kasper y el arzobispo
argentino Víctor Manuel Fernández, inspirador de la exhortación apostólica Amoris Laeititia.
En este sentido, no debemos tomar el Secreto de Fátima como punto de partida para entender
que está teniendo lugar una tragedia en la Iglesia, sino partir de la crisis eclesial para entender
el significado fundamental del Secreto de Fátima. Una crisis que se remonta a los años
sesenta del siglo XX, y que con la abdicación de Benedicto XVI y el pontificado de Francisco
ha experimentado una aceleración sin precedentes.
Según el arzobispo Gänswein, la dimisión del papa teólogo ha hecho época, porque ha
introducido en la Iglesia Católica la novedosa institución del papa emérito, transformando el
concepto de munus petrinum, el ministerio petrino. «Tanto antes como después de su
dimisión, Benedicto ha entendido y entiende su misión como participación en dicho
ministerio petrino. Aunque abandonó el solio pontificio con su decisión del 11 de febrero de
2013, no abandonó en realidad dicho ministerio. Por el contrario, integró el cargo personal
en una dimensión colegial y sinodal, casi un ministerio en común. (…) Desde la elección de
su sucesor Francisco el 13 de marzo de 2013 no hay por tanto dos papa, sino un ministerio
ampliado de facto, con un miembro activo y otro contemplativo. Por ese motivo, Benedicto
XVI no renunció a su nombre ni a la vestidura talar blanca. Y por esa razón, la forma correcta
de dirigirse a él sigue siendo el tratamiento de Santidad. También por esa razón no se ha
retirado a un monasterio apartado, sino al interior del Vaticano. Como si se hubiera hecho a
un lado para dejar sitio a su sucesor y a una nueva etapa en la historia del papado. (…) Con
un acto de extraordinaria audacia, lo que ha hecho es renovar el cargo pontificio (contrariando
la opinión de consejeros bienintencionados y sin duda competentes), y con un último esfuerzo
lo ha potenciado (como espero). Esto ciertamente no lo podrá demostrar sino la historia.
Pero en la historia de la Iglesia, el año 2013 quedará como aquel en que el célebre teólogo
que ocupaba el trono de San Pedro se convirtió en el primer papa emérito de la historia».
Este discurso resulta chocante, y por sí solo pone de manifiesto que no hemos superado la
crisis de la Iglesia, sino que nos encontramos más que nunca dentro de dicha crisis. El Papado
no es un ministerio que pueda ampliarse, porque es un cargo, y un cargo atribuido
personalmente por Jesucristo a un único Vicario y un único sucesor de San Pedro. Lo que
distingue a la Iglesia Católica de las demás iglesias y religiones es la misma existencia de un
principio unitario e indivisible encarnado en la persona del Sumo Pontífice. El discurso de
monseñor Gänswein da a entender que hay una Iglesia bicéfala y aumenta la confusión en
una situación ya demasiado confusa.
Una frase vincula la segunda y la tercera parte del Secreto de Fátima: «En Portugal se
conservará siempre el dogma de la fe». La Virgen se dirige a tres pastorcillos portugueses y
les garantiza que su país no perderá la fe. ¿Y dónde se perderá la fe? Siempre se ha creído
que la Virgen se refería a la apostasía de naciones enteras, pero cada vez se ve más claro que
la pérdida mayor de la fe está teniendo lugar entre el clero.
Estas palabras suponen la negación radical de toda forma de relativismo religioso, al cual la
voz celeste contrapone la exaltación de la Santa Iglesia y de la Fe católica. El humo de
Satanás podrá infiltrarse en la Iglesia a lo largo de la historia, pero quien defienda la
integridad de la Fe ante las potencias del infierno verá, en el tiempo y en la eternidad, el
triunfo de la Iglesia y del Corazón Inmaculado de María, sello definitivo de la trágica pero
entusiasmante profecía de Fátima.
Roberto de Mattei
MENSAJE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
A SU AMADA HIJA LUZ DE MARÍA
22 DE MAYO DEL 2016
Les bendigo con Mi Amor, el cual derramo sobre todos los sedientos
de Mi Voluntad.
Pueblo Mío, les dirijo hacia la paz interior. El alma en paz deja
traslucir una criatura centrada en Mí y una criatura que tiende y se
orienta hacia Mí, deja traslucir la paz del alma. La voluntad humana
tiene que moverse hacia Mí, vivir en Mí y someterse a Mí, para que
la criatura se encuentre ordenada hacia Mi Amor y lo que de Mi
Amor se deriva.
Quien niega el mal y mira todo como bueno, no puede librarse del
mal, sino en el mal vive…
Oren, hijos Míos, oren por Italia, el Volcán Vesubio atrae el dolor,
despierta con fuerza sin que le esperen. (2) La tiranía llega a
Europa, la traición se dará en esas tierras.
Su Jesús.
Hermanos (as):
Miré a dos Enviados del Cielo, poseedores de una luz tan radiante
que solo miro la luz que poseen, pues mis ojos parpadean
demasiado. Ellos sacan de un lugar santo un libro grande y pesado.
Cristo me dice: “Rescato lo que es Mío, lo sacaré de la Tierra que no
merece este conocimiento”.
Amén.
La hostia está atravesada por el clavo
Queridos hermanos, la Sagrada Hostia está atravesada por el clavo, cada vez que las
manos del sacerdote la elevan estando en pecado. Pecados de la carne, pecados de falta de
fe en la presencia real del Cuerpo de Cristo. Algunos no creerían aun cuando vieran la
Sangre fluir. Tal es su increencia. Ya ni se confiesan. Tal es el dolor inimaginable que el
Señor siente y padece.
El Señor sufre enormemente por sus sacerdotes y muy pocos le consuelan. Muchos están
absorbidos por el mundo, cómo lo miran y desean, dominados por la carne, fríos en la fe,
olvidaron las motivaciones que les llevaron al Seminario, y otros tratan de olvidarlas.
Más, otros sufren por lo que ven en sus hermanos en el sacerdocio y en sus Pastores. Otros,
sufren muchísimo al darse cuenta de su error, de que fueron engañados por las mentiras y
falsedades del postconcilio, pero ya no pueden cambiar. Han seguido la tendencia del clero
y Obispos mundanizados y ahora no pueden dar marcha atrás, están solos, incomprendidos
y arrinconados. ¿Quién les ayudará?
La Sagrada Hostia está atravesada por el clavo, porque muchos sacerdotes ya no le ven
en Ella. No creen. Solamente creen en ellos mismos. De noche piensan en lo que harán al
día siguiente, pero no para dar gloria a Dios arreglando el altar, o preparando la homilía, o
adquiriendo una nueva hermosa imagen para su iglesia; piensan en cómo destacar,
sobresalir, en no crear ningún contratiempo, en quedar bien con quien fuere menester.
Piensan en ellos mismos, en su propio bienestar por encima de todo, en congraciarse con el
mundo a cualquier precio.
Muchos deberían hacer verdadera penitencia corporal hasta sangrar.
Muchos no saben a dónde mirar y deberían saberlo, pero no lo saben. Sus Obispos no les
muestran el verdadero camino del sacerdocio de Jesucristo, no les llevan a Dios. Da la
impresión que los Obispos adoctrinan más que guiar santamente y ejemplarmente. Cuántos
sacerdotes en peregrinaciones con otros sacerdotes y obispos, se preguntan dónde está la fe
católica cuando ven el ridículo comportamiento de los demás sacerdotes y obispos.
La Sagrada Hostia está atravesada por el clavo, porque vivimos una verdadera tragedia
en el sacerdocio católico, la tragedia de verdadera identidad. ¿Dónde está sacerdote
católico? Su identidad en la forma de vestir, de hablar, en su vida de oración, de penitencia,
de renuncia al mundo, que busca la compañía del Señor y a Ella arrastra a las almas. Y por
encima de todo, ¿dónde está el sacerdote católico en el Santo Sacrificio de la Misa? La
perversión y profanación del Santo Sacrificio ha llevado a la desfiguración total del
sacerdocio.
Cuántos sacerdotes disfrutan con cualquier cosa mundana, otros viven aburridos y tediosos,
y el Señor solo en el Sagrario. Buscan divertir a sus feligreses con diversiones del mundo,
distraerle con cosas mundanas. Hasta en los momentos de adoración eucarística hay que
distraer a los fieles para que no se aburran haciendo esto o aquello, en lugar de estar en
profundo silencio adorando y hablando con el Señor. Deberían pensar sólo en Él y hacer
todo por Él, vivir su vida sacerdotal orientada toda a Dios.
Respecto a los seminaristas, ellos no son los responsables últimos, son más del mundo que
de Dios. Quizá lo más cerca que están de Dios es cuando el día de la ordenación se tumban
en el suelo. Allí humillados ante Dios es cuando más cerca estarán de Dios, pues luego se
levantarán y nunca más se volverán a postrar ante Dios. Ya no se inclina el cuerpo al Yo
pecador al inicio de la Misa, y muchos ya lo han omitido.
La Sagrada Hostia está atravesada por el clavo, y los sacerdotes han de aprender a
oficiar la Santa Misa tradicional para dar el culto debido a la Santísima Trinidad, para
santificar sus vidas sacerdotales, para reparar las ofensas, injurias, profanaciones, que se
cometen en la actualidad al Sacratísimo Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. Para
dignificar el sacerdocio católico, para que retorne lo que nunca debió desaparecer en la
formación de los futuros sacerdotes, la formación tradicional, el sacerdote tradicional
católico.
Ave maría Purísima.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa.
[Nota del autor: En el siguiente artículo me propongo exponer una serie de hechos y
observaciones sin llegar a una conclusión definitiva. Sin embargo, estos hechos y observaciones
son de una naturaleza tal que se prestan a ser malinterpretados cuando se observan y se informa de
ellos. Quiero dejar claro que en el presente artículo no pretendo vaticinar nada. Me limito a hacer
unas observaciones sobre unos fenómenos que se avecinan, tanto por parte del cielo como de los
hombres, que pueden resultar interesantes y de los que habría que estar al tanto.]
por detrás (la mujer vestida de sol). Esto tendrá lugar durante el centésimo aniversario de las
apariciones de la “Mujer vestida de sol,” Nuestra Señora de Fátima en 1917. ¿Qué significa esto?
***
Si el Señor nos diera una señal, ¿seríamos capaces de reconocerla? Y si Él, como ya ha hecho
en otras ocasiones, nos pusiera una gran señal en el cielo, un presagio de grandes y terribles
sucesos, ¿nos daríamos cuenta? ¿Estamos tan ocupados como muchos que nos han precedido,
que ni nos molestamos en mirar hacia arriba? Si el Señor nos enviara esa señal hoy mismo,
¿la veríamos? Y si llegásemos a verla, ¿nos importaría o la desecharíamos como una tonta
superstición?
¿Qué pasaría si les dijera que se aproxima un portentoso suceso astronómico que en cuanto
a precisión, contexto y momento se asemeja a la señal descrita en el Apocalipsis?
¿Levantarían la mirada?
Apocalipsis 12,1-5
“Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer revestida del sol
y con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce
estrellas, la cual, hallándose encinta, gritaba con dolores de parto y
en las angustias del alumbramiento.
La Estrella de Belén
Sabemos que esa versión es incorrecta porque cuando los Magos llegaron a Jerusalén, a tan
sólo 8 kilómetros de Belén, tuvieron que explicar lo que vieron y por qué lo interpretaron de
esa manera. El rey Herodes, su corte y el resto de Jerusalén ignoraban en buena parte lo de
la Estrella de Belén. La gente de aquella ciudad, como nosotros, estaba ocupada trabajando
para sus familias y en sus quehaceres diarios. Aunque esa gran señal que anunciaba el
nacimiento del Salvador, el propio Hijo de Dios, la tenían encima de su cabeza, no la notaron
ni les importó.
Para comprender el contexto de la señal de Apocalipsis 12, es útil examinar más a fondo la
Estrella de Belén. ¿Qué era la Estrella de Belén y por qué la vieron los magos cuando nadie
más la había visto? Pues muy sencillo: porque prestaban atención.
Hay un supuesto convincente que sostiene que la Estrella de Belén fue una serie de sucesos
astronómicos normales que dieron lugar a conjunciones muy excepcionales que anunciaban
simbólicamente el nacimiento de un rey. Es importante resaltar que esto no tiene nada que
ver con la astrología.
La astrología se define en alguna enciclopedia como:
“Arte de adivinación que intenta predecir acontecimientos terrestres y humanos mediante de
la observación e interpretación de estrellas fijas, el Sol, la Luna, y los planetas. Sus partidarios
creen que entendiendo la influencia de los planetas y estrellas sobre los asuntos de la tierra
permite vaticinar el destino de las personas, sociedades y naciones e influir en ellos”
La Iglesia Católica condena sin rodeos la astrología, así como toda forma de adivinación
(CIC 2116). Pero las señales como la Estrella de Belén no son adivinaciones del destino
basadas en las estrellas, sino un símbolo astronómico regular si se tiene en cuenta que algunas
veces el Señor del universo se sirve de su creación para comunicarse con el hombre. La Biblia
está llena de casos que lo confirman. El Salmo 19 dice:
San Pablo cita este salmo en la epístola a los Romanos, cuando afirma que los judíos estaban
al tanto de la venida del Mesías.
San Pablo deja claro que los judíos sabían sobre el Mesías porque los cielos se lo habían
dicho. Obviamente, Pablo no avala la astrología; se limita a indicar que Dios puede servirse
de los cielos para anunciar sus planes, y de hecho lo hace. Puede decirse mucho más sobre la
diferencia entre la astrología y la comprensión de las señales en los cielos, pero de momento
nos limitaremos a señalar que buscar en el cielo la confirmación y el anuncio de los planes
de Dios es legítimo dentro de un contexto u aplicación apropiados.
Entonces, ¿qué era la Estrella de Belén? Como he dicho, hay un supuesto convincente que
sostiene que la Estrella de Belén fue una serie de sucesos astrológicos con un simbolismo
elocuente. Se puede encontrar más información [en inglés] en BethlehemStar.net, pero
intentaré resumirlo.
Entre los años 3 y 2 a.C. ocurrió una triple conjunción entre Júpiter (el planeta rey, en
movimiento retrógrado) y Regulus (la estrella reina). Probablemente, los Magos interpretaron
esta triple conjunción como un enorme anuncio de neón en el cielo, que titilaba como
diciendo: REY-REY-REY. Todo empezó con el Año Nuevo judío y en la constelación de
Leo (el león, símbolo de la tribu de Judá). Por lo tanto, representaba claramente al rey de los
judíos, de la tribu de Judá. La señal era muy clara para los que estuvieran familiarizados con
el Mesías. Es más, justo detrás de Leo ascendía la constelación de Virgo, con el sol por detrás
y la luna a sus pies.
Luego de esta increíble conjunción triple, Júpiter comenzó a avanzar por el cielo hacia el
oeste, hasta ponerse en conjunción con Venus, planeta asociado con la maternidad. La
conjunción del rey de los planetas con la madre de los planetas fue tan próxima que formaba
el objeto más brillante del firmamento. Jamás se había visto algo así.
Toda esta simbología del rey de Judá y de la Virgen bastó para movilizar a los Magos hacia
Jerusalén, pero se puede entender que el ciudadano medio de Jerusalén no lo notara.
Júpiter continuó avanzando hacia el oeste hasta que se detuvo. Cuando lo hizo (visto desde
Jerusalén), lo hizo al sur, sobre el pueblo de Belén, el 25 de diciembre del año 2 a.C. Esto se
ve claramente con un programa astronómico moderno que muestra el cielo en cualquier fecha
de la historia y desde cualquier perspectiva. Gracias a esta tecnología, no sólo podemos
estudiar los cielos del pasado sino también los del futuro.
En el contexto que acabo de describir, dirigimos la mirada a los cielos del futuro, que una
vez más nos muestran señales muy simbólicas.
” Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer revestida del sol
y con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce
estrellas, la cual, hallándose encinta, gritaba con dolores de parto
y en las angustias del alumbramiento.”
El autor del Apocalipsis indica claramente que esta visión es una señal en el cielo. ¿Qué
veremos en el cielo en un futuro cercano?
Luego de esos 9 meses y medio, Júpiter saldrá del vientre de Virgo. Junto con la salida de
Júpiter (nacimiento), el 23 de septiembre de 2017, veremos la constelación de Virgo con el
sol ascendiendo por detrás (la mujer vestida de sol). A los pies de Virgo, veremos a la luna.
Y sobre su cabeza encontraremos una corona de doce estrellas, formada por las nueve
habituales de la constelación de Leo, sumadas a los planetas Mercurio, Venus y Marte.
Da la casualidad de que estos sucesos tendrán lugar durante el centésimo aniversario de las
apariciones de “la Mujer vestida de sol”, Nuestra Señora de Fátima en 1917. La culminación
de estos sucesos astronómicos ocurrirá tan sólo 3 semanas antes de que se cumplan cien años
del gran milagro de Fátima, en el que el sol “bailó” (otra señal celeste), lo cual fue
presenciado por millares de personas.
Ha transcurrido casi un siglo desde entonces, y durante ese tiempo hemos visto cumplirse las
advertencias de Nuestra Señora con gran precisión. La gente no ha dejado de ofender a Dios,
hemos visto guerras terribles, naciones devastadas, los errores de Rusia desparramados por
el mundo entero y, a decir verdad, incluso dentro de la Iglesia. Y todavía esperamos que se
cumplan sus promesas, el triunfo de su Inmaculado Corazón y un período de paz para el
mundo entero.
Y luego en otro texto, Sor Lucía citó a Nuestro Señor diciendo “No han querido atender mi
petición… Al igual que el Rey de Francia se arrepentirán, y la harán, pero ya será tarde. Rusia
habrá esparcido ya sus errores por el mundo, provocando guerras y persecuciones a la Iglesia.
El Santo Padre tendrá que sufrir mucho.”
Las menciones al rey de Francia resultan interesantes con relación a lo que estamos
exponiendo, ya que refieren explícitamente a las peticiones que hizo el Sagrado Corazón al
rey de Francia el 17 de junio de 1689 por medio de Santa Margarita María Alacoque. Luis
XIV y sus sucesores no respondieron al pedido de Nuestro Señor de consagrar a Francia al
Sagrado Corazón de Jesús. Como resultado, el 17 de junio de 1789, exactamente cien años
después del día de la petición, la Asamblea Nacional de la Revolución Francesa se adueñó
del gobierno de Francia y despojó al monarca de su poder. Más tarde, el rey perdió su cabeza
en la revolución.
No es posible saber hasta qué punto tiene valor la alusión a este período de cien años, o si el
cronómetro ha empezado a correr y cuándo, pero es interesante y relevante en el contexto de
lo que decimos.
Y por supuesto, muchos conocen ya la visión del papa León XIII en la que dijo haber oído
que se le concedieron a Satanás cien años para intentar destruir la Iglesia. Inmediatamente
después de esta visión, León XIII compuso la oración a San Miguel Arcángel en la que se
ruega que nos defienda en la batalla y sea nuestra defensa contra la perversidad y acechanzas
del demonio. Después agregó las oraciones leoninas al final de la misa, las cuales suprimió
el Concilio Vaticano II.
A propósito de la crisis actual, en esta era de falsa misericordia debo recalcar que la fecha en
que comenzará el suceso astronómico, el 20 de noviembre de 2016, es la misma en que
finaliza el Año de la Misericordia decretado por el papa Francisco. Y es nada menos que el
mismo día de la fiesta de Cristo Rey.
En conclusión, vuelvo a insistir que no soy dueño de la verdad en cuanto al significado del
suceso astronómico descrito, si es que lo tiene. Más aún, no afirmo conocer el futuro ni
acontecimientos futuros relacionados con el cumplimiento de las promesas de Fátima. He
escrito lo anterior porque me encuentro en una situación parecida la de los Magos de hace
2000 años. Levanto los ojos al cielo y digo: “Señor, tienes toda mi atención.”
Patrick Archbold
[Traducción de Marilina Manteiga. Artículo Original]
[laprensa.com.ar] Juan Manuel De Prada afirma que hay un orden anticristiano que ya fue aceptado.
Y que el pensamiento y el arte católico son productos del pasado. Hasta la Iglesia se pone hoy de
rodillas y halaga al mundo para ser admitida, lamenta.
– Los intelectuales católicos suelen merecer el ostracismo, hablar desde las catacumbas.
Usted no. ¿Por qué?
– Bueno, he tenido un primer impulso como escritor y hoy cuento con unos lectores a los que
estoy muy agradecido, que creen en mis obras y ven que no estoy al servicio del sistema
como la mayoría de los llamados intelectuales españoles. Pero el sistema de a poco me ha
ido poniendo un cerco.
– ¿Cómo es eso?
– El mundo liberal y progresista ha intentado arremeter contra mí y desprestigiarme de
formas muy diversas. Cuando tú te inscribes a negociados de izquierda o de derecha, el
sistema te permite encontrar tu lugar bajo el sol. Lo que no se soporta es una crítica más
profunda, más radical. Eso te condena al ostracismo. A mí de joven me veían como un
escritor conservador. A medida que se han dado cuenta que no es así las resistencias y las
condenas van creciendo. Sin embargo, lo más duro para mí fue el ostracismo al que se me ha
condenado desde medios católicos.
IMPENSABLE
– A principios del siglo pasado hubo una ola de conversiones al catolicismo entre
intelectuales que hoy parece impensable. ¿A qué se debe?
– Creo que entonces los intelectuales todavía participaban de un mundo que era católico. Un
orden cristiano que subsistía. Con problemas, es cierto. Con persecuciones incluso. Pensemos
en Inglaterra, donde el católico estaba mal visto en los círculos burgueses. El problema hoy
es otro. El problema es que la ideología mundialista ha logrado reformatear las mentes. De
tal manera que hoy ya no subsiste un orden cristiano. Y el nuevo orden anticristiano ya fue
aceptado como algo natural. Creo que el capitalismo, como el comunismo, encierra una
visión antropológica, y que el consumismo desenfrenado, el hedonismo, la libertad religiosa,
han creado pueblos muertos desde un punto de vista espiritual. En el actual orden
anticristiano, encontrar un intelectual católico es tan difícil como que aparezca una palmera
en el Polo Norte.
– El intelectual católico de voz potente, arraigado en la doctrina, ¿es una raza en extinción?
– Yo creo que sí. No tanto porque no pueda aflorar, porque que eso aflora de forma natural,
sino porque el sistema lo reprime, lo silencia, lo condena.
– En realidad el pensamiento católico, o el arte católico, duele decirlo, son productos de otras
épocas. Creo que ya han desaparecido. Solo quedan individualidades raras. Pero como
movimientos estéticos, intelectuales o filosóficos ya han muerto. Si uno lee hoy los medios
de comunicación católicos verá que las realidades económicas, políticas, sociales, culturales,
se analizan desde pensamientos ideológicos, bien de corte liberal, bien de corte conservador
o progresista, y luego se les da un barniz católico para disimular. Pero el pensamiento
católico, es decir la capacidad que tenía la fe para encarnarse en las realidades artísticas,
sociales, políticas, la capacidad para analizar la realidad desde presupuestos cristianos, eso
ha desaparecido.
– El afán de la Iglesia de entregarse al mundo es una tentación que recorre la historia. Quizás
hoy es más patético y lamentable. Porque, a diferencia de otras épocas, cuando la Iglesia era
la cabeza del mundo, el faro que alumbraba el camino, hoy ya no pinta nada. Su prestigio, su
predicamento, es cada vez menor. Entonces la Iglesia se pone de rodillas, halaga al mundo
para ser admitida. Hay una frase en el comienzo del pontificado de Francisco que no se
comentó lo suficiente.Él dijo que a la religión le correspondía el papel de ser “animadora” de
la democracia. Es escalofriante. Parece que le asigna a la religión el papel de allanarle la vida
a la democracia. Darle alegría al mundo. Actuar de pasatiempo y entretenimiento, como si
fuera una vedette del Maipo.
– Ahora, si la Iglesia deja de ser el faro que ilumina al mundo, y los intelectuales católicos
han desertado, ¿cuál es el panorama?
– (Pausa) El panorama es el que nos ha sido anticipado. Que la Iglesia, a medida que nos
acerquemos al fin de los tiempos, irá perdiendo relevancia, irá reduciéndose hasta convertirse
en un rebaño pequeño. Es la gran apostasía y la gran tribulación de las que habla San Pablo.
Es interesante el relato de las siete cartas a las siete iglesias del Apocalipsis porque repite una
y otra vez: “conserva lo que tienes”. La Iglesia tiene que preservar el depósito de la fe.
– Crecí en una pequeña ciudad de provincias, en el seno de una familia modesta y muy ligada
al mundo rural. Mi vida está muy ligada a las tradiciones que mis antepasados me legaron.
Creo que la tradición es lo que constituye al ser humano. Le da al hombre una perspectiva
del tiempo y del espacio. Y, como escritor, no participo de esa visión romántica del arte en
el que la búsqueda de la originalidad se ha convertido en el marchamo de calidad.
– Yo pienso que todo el tinglado de la farsa de nuestra época le hace creer a las personas que
son dueñas de su propia vida y que pueden crear su propia biografía. Esto es algo que la
modernidad ha ideado para crear criaturas desvalidas. Para despojar a la gente de aquellos
vínculos fuertes que lo unían a realidades vitales más profundas, que daban sustancia a su
vida. Y el resultado son vidas condenadas a la derrota, a la desesperación, a la depresión. La
familia transmitía la fe, también un oficio. El hombre venía al mundo con un abrigo:
espiritual, intelectual, moral. Allí donde los vínculos de la tradición quedan rotos se puede
masificar a la gente. Es interesante ver cómo hoy en día las estadísticas pueden definir a los
pueblos.
CASTELLANI
– Usted publicó en España al sacerdote, escritor y apologeta argentino Leonardo Castellani.
¿Qué cree que tiene él para ofrecer al lector de hoy?
– Castellani es uno de los más grandes escritores argentinos del siglo XX. Cuando uno
empieza a leerlo se da cuenta que tiene un estilo personalísimo, un pensamiento vigoroso que
expresa con un donaire especial. Tiene muchas facetas: es apologeta, exegeta, polemista,
novelista, cuentista, poeta. Por desgracia en la Argentina es menos apreciado de lo que
debería. Sobre él pesa una condena ideológica. Yo lo descubrí gracias a un amigo argentino,
un librepensador, pero de gran gusto literario. Me propuse darlo a conocer aquí en España.
Publiqué cinco libros de él y es una de las cosas de las que más orgulloso estoy.
Amado Pueblo Mío, hijos Míos:
LA MASA MUERTA
1 GÁLATAS 3, 29.
2 Cf.: 1 Cor. 10, 17; 12, 12-27; Ef. 1, 13; 2, 16; 3, 6; 4, 4 y 12-16; Col. 1, 18 y 24; 2, 19; 3,
15.
3 SAN JUAN, 15.
4 MORALES SJ. TOMÁS, La hora de los laicos.
5 LORING SJ, JORGE, Para Salvarte, 34ª edición.
6 PIO XII, Benignitas el humanitas, Radiomensaje de Navidad de 1944.
7 Cf: SÁENZ SJ, ALFREDO, El hombre moderno.
8 PIO XII, Benignitas el humanitas, Radiomensaje de Navidad de 1944.
9 BOFF, LEONARDO, Iglesia, carisma y poder, pág. 241
SU EXCELENCIA:
Para su crédito eterno, y para vergüenza eterna de la Iglesia, solo usted entre todo el
episcopado católico ha protestado pública y directamente contra las muchas declaraciones
en Amoris Laetitia (AL), que aparecen en menoscabo de los preceptos negativos de la ley
natural, sobre todo en el capítulo 8, incluidos aquellos en contra del divorcio, el adulterio y
la fornicación. Por la voluntad divina, estos preceptos, como escribe su excelencia, “son
universalmente válidos… obliga a todos y cada uno, siempre y en toda circunstancia” y
“prohíbe una acción determinada semper et pro semper, sin excepción” porque concierne a
“tipos de conducta que no pueden, en ninguna situación ser una respuesta adecuada”.
Sin embargo, no hay duda de que AL se escribió de manera ambigua, pero con consistencia
implacable, precisamente para crear la impresión de “excepciones” a preceptos morales
absolutos que el documento describe tendenciosamente a lo largo de su texto simplemente
como “reglas generales (2, 300, 304)”, un “principio general”, “reglas” (3, 35, 288), “un
conjunto de reglas” (49, 201, 305),”una regla” (300, 301, 304), “la regla” (301 y nota 348),
“una regla general” (301) y “una ley general o regla” (301).
Como su excelencia ha discernido sin duda, la reducción que hace AL de la ley moral a una
“regla general” es el recurso retórico por el que se introducen “excepciones” a la regla en
“ciertos casos” que involucran lo que AL describe eufemísticamente como una “unión
irregular” o “situaciones irregulares” (78, 298, 301, 305 y nota 351) – queriendo decir, por
supuesto, los que “están divorciados y vueltos a casar, o simplemente viviendo juntos (297)”
en un estado de adulterio público continuo o la simple fornicación.
Al mismo tiempo reduce la ley moral a un “conjunto de reglas” en las que pueden haber
excepciones prácticas –como con cualquier simple regla- AL también degrada la
indisolubilidad del matrimonio de su estatus de ordenación divina como una unión universal,
fundación moral sin excepciones para las relaciones conyugales a un mero “ideal” (36),” un
ideal demandante” (38), “el ideal” (298, 303), “este ideal” (292),), “el ideal de envejecer
juntos”(39), “el ideal cristiano” (119, 29), “una lucha para alcanzar un ideal” (148), “el ideal
del matrimonio” (157), “el alto ideal” (230), “el bello ideal” (230), “el ideal más completo”
(307), y “el ideal evangélico” (308).
Después de haber reducido el matrimonio a un mero ideal, AL se atreve a sugerir que ciertas
uniones sexualmente inmorales pueden “darse por lo menos en forma parcial y análoga” y
que poseen “elementos constructivos” (298). AL incluso va tan lejos como para declarar que
una “segunda unión” -lo que significa una relación que Nuestro Señor mismo condenó como
adulterio- puede exhibir “fidelidad probada, generosa donación, [y] compromiso cristiano…”
(298). AL por lo tanto oscurece, de hecho tiene por objeto eliminar, el sentido de la
reprobación moral divina del carácter adúltero de los inexistentes “segundos matrimonios”.
Incluso la enseñanza del propio Papa que canonizó Francisco se somete a un reduccionismo
tortuoso. En línea con toda la Tradición, Juan Pablo II afirmó enFamiliaris consortio que los
divorciados y “vueltos a casar” no puede ser admitidos a los sacramentos sin el compromiso
de abstenerse de nuevas relaciones adúlteras: “La reconciliación en el sacramento de la
Penitencia, que abriría el camino a la Eucaristía, sólo puede ser concedida a aquellos que
asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios
de parejas casadas” (Familiaris consortio, 84).
Sin embargo, como su excelencia objeta justamente, AL omite sistemáticamente cualquier
referencia a la afirmación de Juan Pablo II de la enseñanza constante de la Iglesia en este
sentido. Por el contrario, AL lo relega a un pie de página en el que un imperativo moral
absoluto se presenta falsamente como la mera “posibilidad de vivir como hermanos y
hermanas”, que ofrece la Iglesia. En la misma nota, incluso esta malinterpretación del
magisterio auténtico es socavada por la sugerencia (basada a su vez en una cita
flagrantemente engañosa de la Gaudium et spes) que “en este tipo de situaciones, muchas
personas… señalan que si ciertas expresiones de intimidad faltan, ‘a menudo sucede que la
fidelidad está en peligro y el bien de los niños sufre’”. ¡Como si “la intimidad” se requiriera
moralmente para garantizar la “fidelidad” a un compañero en adulterio!
Por último, en una oración de resumen que debería ser suficiente por sí sola para cubrir este
trágico documento de oprobio hasta el fin del tiempo, AL declara que incluso aquellos que
conocen muy bien “la regla” y “el ideal”, no obstante pueden ser justificados en su decisión
deliberada de no conformar sus acciones a la ley moral, y que Dios mismo aprobaría esta
desobediencia a sus mandamientos en “la complejidad concreta” de la situación de uno:
Sin embargo, la conciencia puede hacer más que reconocer que una determinada situación
no se corresponde con objetividad a las demandas generales del Evangelio. También puede
reconocer con sinceridad y honestidad lo que por ahora es la más generosa respuesta que se
puede dar a Dios, y llegar a ver con cierta seguridad moral, que es lo que Dios mismo está
pidiendo en medio de la complejidad concreta de los propios límites, aunque todavía no
totalmente el ideal objetivo. (303).
Esta declaración, que refleja todo el tenor del documento, es obviamente, nada menos que
una licencia para la exoneración “pastoral” de adulterio público habitual o cohabitación
basada en la auto-evaluación subjetiva de los pecadores mortales objetivos. Estas personas
serían entonces admitidos a los sacramentos, sin una modificación previa de la vida, en
“ciertos casos”, después de “discernimiento pastoral de un sacerdote local lleno de amor
misericordioso, que siempre está listo para comprender, perdonar, acompañar, dar esperanza,
y por encima de todo integrar a (312)” personas que viven en uniones sexuales
inmorales. (Cfr 305 y nota 351).
Su excelencia observa con la debida alarma que a raíz de la promulgación de AL: “Hay
obispos y sacerdotes que pública y abiertamente declaran que AL representa una clara
apertura a la comunión para los divorciados y vueltos a casar, sin que tengan que practicar la
continencia”. Y, como usted observa justamente: “hay que reconocer que ciertas
declaraciones en AL podrían utilizarse para justificar una práctica abusiva que ya ha estado
ocurriendo por algún tiempo en varios lugares y circunstancias en la vida de la Iglesia”.
De hecho, la conclusión de su excelencia es ineludible. También ineludible son las
consecuencias, que usted mismo enumera y resumimos aquí:
– Las mismas palabras de Cristo no se aplicarían a todo el mundo en todas las situaciones;
– Uno podría ser autorizado a recibir la sagrada comunión con toda la intención de seguir
violando los mandamientos;
– La observancia de los mandamientos se convertiría meramente teórica, con las personas
que piadosamente profesan creencia en la “teoría” mientras violan la ley de Dios en la
práctica;
– Todas las otras formas de desobediencia permanente y pública a los mandamientos del
mismo modo podrían justificarse en razón de “circunstancias atenuantes”;
– Las mismas palabras de Cristo ordenando a una obediencia sin concesiones a los
mandamientos de Dios, es decir, el camino con la cruz en esta vida “ya no serían válidas
como verdad absoluta”.
Sin embargo, sus compañeros prelados ahora observan un silencio casi universal de cara a
esta “catástrofe”. Sólo su excelencia declara valientemente ante el mundo que: “La admisión
a la santa comunión de las parejas que viven en ‘uniones irregulares’ y que se les permita
practicar los actos que están reservados para los cónyuges en un matrimonio válido sería
equivalente a la usurpación de un poder que no pertenece a ninguna autoridad humana,
porque hacerlo sería una pretensión de corregir la Palabra de Dios mismo”.
Entre los más de 5,000 obispos y más de 200 cardenales, su excelencia se encuentra solo al
protestar públicamente los abusos impensables a los que este vergonzoso documento
innegablemente se presta -totalmente sin precedentes en la historia bimilenaria del papado-.
Incluso los pocos entre sus compañeros prelados que han abordado la crisis que AL ha
provocado han tratado de negar su clara intención, tan evidente en el capítulo 8. Proponen
“interpretaciones” debilitadas en “continuidad con el magisterio” llegando a ser
prácticamente lo contrario de lo que los pasajes más problemáticos de AL afirman
repetidamente en diferentes maneras.
Pero como el eminente teólogo francés padre Claude Barthe observó inmediatamente
después de la publicación de AL: “Honestamente, no veo cómo se podría interpretar el
capítulo 8 de la exhortación en el sentido de la doctrina tradicional. Sería violentar el texto y
no respetaría la intención de los compiladores…”. Del mismo modo, el reconocido filósofo
católico Robert Spaemann, asesor de Juan Pablo II y amigo de Benedicto XVI, respondió por
lo tanto cuando se le preguntó si AL representa una ruptura con la enseñanza previa: “Ese
tema de una ruptura emerge, sin duda, por cada persona que piensa, que conoce los textos
respectivos”.
Otros entre sus hermanos, no están dispuestos a negar lo evidente, han propuesto seriamente
que Francisco ha promulgado nada más que intrascendentes “reflexiones personales” que no
espera que nadie preste atención. Pero incluso esta objeción se centra en los trámites tales
como el tono y el estilo, en lugar de admitir abiertamente que AL no puede pertenecer al
magisterio por la sencilla razón de que sus afirmaciones, dado el significado de las palabras
en función de su significación ordinaria, no pueden reconciliarse con la auténtica enseñanza
de la Iglesia sobre el matrimonio y la moral sexual.
Ninguno de estos tímidos objetores entre la jerarquía parece dispuesto a reconocer el aspecto
casi apocalíptico de un documento papal en el que la ley moral es descrita como una “regla
general”, el santo matrimonio se reduce a “un ideal”, y a los pastores sagrados de la Iglesia
se les dice que “un pastor no puede sentir que es suficiente con aplicar las leyes morales a
los que viven en situaciones ‘irregulares’, como si fueran piedras a lanzar en la vida de las
personas (305)”. Este no es el lenguaje de Nuestro Señor y su Evangelio, sino más bien una
especie de encantamiento demagógico que parece cumplir la profecía de san Pablo de una
época en que la gente “no soportarán más la sana doctrina; antes bien, con prurito de oír se
amontonarán maestros con arreglo a sus concupiscencias: apartarán de la verdad el oídos,
pero se volverán a las fábulas (2 Tim 4: 3-5). “
Aparte de su excelencia y unos pocos valientes sacerdotes, solamente los laicos han exhibido
algo que se aproxime a la oposición vigorosa que demanda esta escandalosa “exhortación
apostólica” de todos los miembros de la Iglesia. En este sentido, su excelencia hace notar los
paralelos entre nuestra situación y la crisis arriana del siglo cuarto, cuando “casi todo el
episcopado se había convertido en arriano o semi-arriano”. El papa Liberio excomulgó a su
homónimo san Atanasio, y el Papa mismo “firmó una de las formulaciones ambiguas de
Sirmio, en la que se eliminó el término ‘homoousios”[de una sustancia]”. También hace notar
que “san Hilario de Poitiers fue el único obispo que se atrevió a reprender severamente al
Papa Liberio por estos actos ambiguos”.
El paralelo con su propio testimonio valiente contra las “formulaciones ambiguas” de AL no
se pierde en nadie que tenga algún sentido de la historia católica. Como usted escribe: “Podría
decirse que, en nuestro tiempo, la confusión ya se está propagando con respecto a la disciplina
sacramental para parejas divorciadas y vueltas a casar”. Por lo tanto, concluye, la enseñanza
de Juan Pablo II en Familiaris consortio 84- se suprimió totalmente en las 256 páginas de
AL, como lo fue durante todo lo largo del año del “viaje sinodal” – “se puede apreciar, en
cierta medida, como los ”homousios” de nuestros días”.
A la luz de estas consideraciones, sin embargo, tenemos que plantear con sinceridad estas
preguntas para consideración de su excelencia: ¿Es suficiente llamar, como usted lo hace, a
“una interpretación auténtica de AL por la Sede Apostólica” que reafirmaría la Familiaris
consortio 84 y la disciplina bimilenaria sacramental que defiende? ¿No es perfectamente
claro que esa interpretación auténtica es precisamente lo que AL ideó evitar, y que por lo
tanto nunca será próxima durante este pontificado (salvo un giro milagroso de eventos)? Y,
finalmente, ¿no es también perfectamente claro que los problemas con AL van mucho más
allá de la condición eclesial de los divorciados y “vueltos a casar” a un ataque contra las
bases mismas del orden moral objetivo, retóricamente reducido a un conjunto de reglas a
partir de las cuales un actor puede ser justificado en “ciertos casos”?
Por todas estas razones, imploramos a su excelencia hacer todo lo posible para convencer a
sus hermanos en el episcopado – sobre todo los cardenales, que están obligados por juramento
a sacrificar sus vidas por la defensa de la fe– a organizar oposición pública concertada y
decisiva a las novedades destructoras de Amoris laetitia, identificándolas explícitamente
como tales, advirtiendo a los fieles en contra de ellas, y con respeto solicitar al Papa su
corrección inmediata o la retirada total del catastrófico texto.
Como el Prof. Spaemann ha dicho: “Cada cardenal, pero también cada obispo y sacerdote,
está llamado a defender, en su propio campo de experiencia, el sistema sacramental católico
y de profesarlo públicamente. Si el Papa no está dispuesto a introducir correcciones, será
asunto del próximo pontificado regresar las cosas oficialmente a su sitio”. Mientras tanto, sin
embargo, humildemente proponemos a su excelencia que este vergonzoso silencio de los
jerarcas debe terminar por el bien de la Iglesia y el bien de las almas. Porque como sor Lucía
de Fátima advirtió al cardenal Caffara, uno de los pocos rivales acérrimos de la facción
progresiva (y por lo tanto el mismo Francisco) durante el Sínodo: “la batalla final entre el
Señor y el reino de Satanás se hará sobre el matrimonio y la familia”.
La batalla final está, sin duda en marcha. Y ay de los pastores que abandonan a las ovejas
para defenderse a sí mismas en medio de ella.
En Christo Rege,
Christopher A. Ferrara
Quien repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera, y si una
mujer repudia a su marido y se casa con otro, ella comete adulterio» (Mc 10, 11-12).
M is queridos amigos:
Los católicos, desde que nuestro Divino Redentor así lo hizo, hemos usado la barca de san
Pedro como un símbolo de la Iglesia. Me parece, no obstante, ya que la Iglesia en este mundo
es llamada la Iglesia militante, que una descripción más apta de ella sería la de una antigua
galera romana conocida como «trirreme», debido a que cuenta con tres niveles de remos uno
sobre otro de cada lado para empujarse hacia el enemigo. Es también posible pescar desde
esta embarcación, sin embargo, los católicos, especialmente los que ya están confirmados,
están obligados a luchar desde esta nave, luchar contra el error, contra la herejía, contra la
moral depravada, en una palabra, contra el espíritu de este mundo.
Continuando con esta simbología, en una trirreme romana había, a grandes rasgos, dos clases
de tripulación, los oficiales en la cubierta y los remeros bajo ellos, con un capataz marcando
el paso para así coordinar el ritmo y la velocidad de los remos. Si imaginamos nuestra Iglesia
como una nave trirreme todos ustedes serían los remeros, mientras que las señoras y yo
seríamos los capataces. Los oficiales en la cubierta encima de nosotros serían el obispo, el
cardenal y el Papa, el capitán del barco. Es casi una analogía perfecta excepto que el papa
Francisco, de manera simbólica tanto como real, parece no encontrarse a bordo como capitán
de su propia nave. De hecho, es el primer Papa que no vive en el Vaticano sino en un hotel
cercano.
No creo que el escritor de estas palabras esté exagerando del todo la gravedad de la catástrofe
que el papa Francisco le ha echado a cuestas a la Iglesia, de hecho sobre toda la humanidad,
de cuyo cuidado y protección él es el responsable supremo. Es así que, como soldado
confirmado de Jesucristo, y no se diga como sacerdote, no puedo dejar de cumplir con mi
deber.
En breve, el documento de 264 páginas, 325 párrafos y 391 notas al pie, contiene sus ideas y
directivas acerca de cómo la Iglesia, sus obispos, sus sacerdotes y sus fieles deben considerar
e incorporar católicos que han contraído nupcias válidas (de hecho cualquier matrimonio)
que se han divorciado de sus cónyuges, que han intentado casarse de nuevo con un tercero y
que ahora viven en lo que el Papa llama una unión «irregular» o una situación «irregular» —
lo que Nuestro Señor Jesucristo llamó más exactamente «adulterio» y un pecado mortal según
el sexto y el noveno mandamiento.
Y ya que estamos hablando de adulterio, de las veintidós veces que esa palabra aparece en el
Nuevo Testamento el Papa la usa únicamente tres veces en su exhortación, todas en
referencia al incidente del Nuevo Testamento en el que la mujer (María Magdalena) fue
sorprendida en el adulterio. Mas el adulterio de esta mujer de ninguna manera es de la misma
especie que el adulterio que Nuestro Señor condena en otra parte, en el Evangelio según san
Marcos (19, 3-9) así como en el Evangelio de san Marcos (10, 2-12), y que es de mucha
mayor gravedad ya que se trata de un pecado cometido con deliberación y no motivado por
una pasión pasajera, porque es pertinaz, por el escándalo y por la ruina causada a la familia
abandonada y al bien común.
¿Qué, exactamente, dice entonces el Señor de esta grave especie del adulterio? Citaré los
pasajes precisos del Evangelio de san Marcos (10, 2-12)
«Y viniendo a Él algunos fariseos que, con el propósito de tentarlo, le preguntaron si era
lícito al marido repudiar a su mujer, les respondió y dijo: “¿Qué os ha ordenado
Moisés?” Dijeron: “Moisés permitió dar libelo de repudio y despedirla”. Mas Jesús les
replicó: “En vista de vuestra dureza de corazón os escribió ese precepto. Pero desde el
comienzo de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por esto el hombre dejará a su padre
y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos vendrán a ser una sola carne. De modo que no
son ya dos, sino una sola carne. ¡Y bien! ¡lo que Dios ha unido, el hombre no lo separe!”.
De vuelta a su casa, los discípulos otra vez le preguntaron sobre eso. Y les dijo: “Quien
repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si una mujer
repudia a su marido y se casa con otro, ella comete adulterio”».
El adulterio de la desafortunada mujer es menos malicioso ya que, a pesar de ser un pecado
mortal, es menos deliberado y más pasajero. A pesar de eso, el papa Francisco
intencionadamente equipara la malicia menor de la mujer, y de su adulterio casual motivado
por la pasión, con el mal mucho mayor de un adulterio deliberado y a sangre fría, como lo es
el de los divorciados y vueltos a casar. Lo que ocurre aquí es un blanqueo de la condena
perenne de la Iglesia en contra de esta forma adulterio con la misma hipocresía que motivó a
los fariseos y los escribas a condenar a la mujer pillada en el adulterio. Aludiendo
someramente (y tan sólo una vez) al pasaje del Evangelio que hemos citado, el papa Francisco
dedica 264 páginas a ofuscar, confundir y finalmente contradecir lo que Jesucristo ordena en
él.
El Papa continúa, «La Iglesia posee una sólida reflexión acerca de los condicionamientos y
circunstancias atenuantes. Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en
alguna situación así llamada «irregular» [en cualquier situación de divorcio y casamiento]
viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante» —hasta el
momento de la aparición de este documento estos fieles estaban excluidos de la sagrada
comunión.
Una vez minimizada la gravedad del divorcio y un segundo matrimonio (lo que Jesucristo
llamó adulterio) a un nivel poco más que un pecado venial y ahora regresando a la noción de
la «disciplina sacramental», el Papa concluye, otra vez en una nota al pie, citando a otro
documento: (Evangelii Gaudium, 24 de noviembre de 2013, 47), «La Eucaristía, si bien
constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un
generoso remedio y un alimento para los débiles[51]. Estas convicciones también tienen
consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A
menudo nos comportamos [los sacerdotes] como controladores de la gracia y no como
facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada
uno con su vida a cuestas».
Si acaso ya se han extraviado, permítanme resumir la esencia de lo que el papa Francisco
dice en Amoris Laetitia acerca de los católicos divorciados y que han intentado contraer
nupcias con otra persona. Posiblemente dudarán de mi juicio, anotaré por lo tanto el número
de los párrafos correspondientes y los invito a que lean el documento ustedes mismos.
1) (§301) No todas las situaciones [hablando de los divorciados y vueltos a casar] que
Jesucristo llama adulterio y que la Iglesia tradicionalmente ha condenado son pecado mortal.
4) (§306, nota 351) Toda persona involucrada en una situación «irregular» —que
tradicionalmente la Santa Madre Iglesia ha considerado en estado de pecado mortal y por lo
tanto inhabilitados para acercarse al comulgatorio hasta antes no haber abandonado el
adulterio y confesado su pecado— el papa Francisco insiste en que no se les debe rechazar
la sagrada comunión como si esta fuese un premio por la perfección, sino que se les debe
alentar a acercarse a recibir la Eucaristía como un remedio a su situación de «irregularidad».
¿Acaso me he pasado por alto alguna circunstancia en las Sagradas Escrituras o en las
enseñanzas perennes de la Iglesia en la que el adulterio sea considerado como un pecado
venial? En el Evangelio de San Mateo (19, 17-18) leemos que Jesús le dice a un joven (el
énfasis es mío) «”Mas, si quieres entrar en la vida [eterna], observa los
mandamientos”. “¿Cuáles?”, le replicó. Jesús le dijo: “No matarás; no cometerás
adulterio…». Obviamente, de lo que dice Jesús aquí se desprende que quien sea que cometa
un adulterio (quien sea que se divorcie y se vuelva a desposar) y persista en ello no alcanzará
la vida eterna. Incluso en el episodio que discutimos más arriba de la mujer sorprendida en
el adulterio y llevada a la fuerza ante Jesús para que fuese condenada, este acaba diciéndole
a ella «Vete, desde ahora no peques más» (Jn 8, 3-11)
Los escribas y fariseos pretendían destruir el pecado lapidando al pecador. Jesús, sin
embargo, simplemente busca siempre destruir el pecado aplicando la norma moral diciendo
«no peques más». El papa Francisco condena incluso esto cuando dice en §305, «un pastor
no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones
«irregulares», como si fueran piedras que se lanzan sobre la vida de las personas». Lo que el
papa Francisco en efecto dice es que incluso alentar al pecador a obedecer la ley moral, ese
«no peques más», es tanto como lanzarle piedras a aquella mujer. De hecho, el papa
Francisco dice en §298 en la nota 339, citando al papa Juan Pablo II, «En estas situaciones
[divorcio y nuevas nupcias], muchos, conociendo y aceptando la posibilidad de convivir
“como hermanos” [i.e. sin intimidad sexual] que la Iglesia les ofrece, destacan que si faltan
algunas expresiones de intimidad [i.e. el acto conyugal] “puede poner en peligro no raras
veces el bien de la fidelidad y el bien de la prole”» (!?) (Juan Pablo II Exhortación
apostólica Familiaris Consortio, 22 de noviembre 1981). ¿Y qué de la fidelidad al primer
matrimonio, de hecho, al único que realmente existe? ¿Y qué del bien de esos hijos?
Queridos amigos, en toda la historia de la Iglesia, desde que Jesucristo la fundó en la cruz
hasta el papa Francisco, jamás ningún sucesor de san Pedro se había imaginado, y cuanto
más proclamado, que fuese posible que una persona, católica o no, se divorciara y se volviese
a casar sin escapar al repudio de Jesús como adúltero. Dejando a un lado las consideraciones
religiosas, más grave aún, son las consecuencias a un nivel natural; sancionar tal posibilidad
es un ataque directo al fundamento de la ley natural. Un torpedo a la barca, a la nave trirreme,
de san Pedro —de la Iglesia— es un ataque a los fundamentos de la sociedad humana, del
bienestar común y, por lo tanto, afecta negativamente las probabilidades de la supervivencia
de la especie humana.
Nulificar las consecuencias de violar tanto las leyes divinas como las naturales es nulificar
las leyes mismas. Imaginen ustedes un niño a quien se le advierte no acometer cierta
actividad, y cuando desobedece no hacer nada para corregirlo o castigarlo. ¿Acaso no
concluiría, acertadamente, que ese precepto es nulo y vano y que es usted un necio? Esto
equivale a un genocidio, a un suicidio universal. Eso es Amoris Laetitia, una condena de
muerte a la raza humana firmada y promulgada por el papa Francisco.
LES BENDIGO.
Hijos:
Oren hijos Míos, oren, un asteroide es dividido por el hombre, pero una
parte de gran tamaño cae en el mar, siendo causa de terror y de temor
para la Humanidad, mientras otros fragmentos penetrarán en tierra.
Hermanos (as):
Diles que tengan voluntad para que el ego no les domine, y humildad para
ser verdaderos. Diles que el hombre es causante de su propio mal, en unos
casos, causante directo y en otros, llevado por la ignorancia que le han dado
como verdad.
Diles que les amo y que Mi Hijo desea que Yo tome un lugar más cercano
hacia Su Pueblo.
Diles que Mi Auxilio está con todos.
Diles que me llamen.
Amén.