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ANTIGUO TESTAMENTO
LOS PROFETAS
A. El Fenómeno profético
INTRODUCCIÓN
La segunda parte de la Biblia hebrea es llamada Nebiim (Profetas). Comprende dos tablas: los Profetas
anteriores o primeros (libros narrativos, que son parte de la historia deuteronomista) y los Profetas pos-
teriores o últimos (recopilaciones de oráculos o de relatos que ponen en escena a profetas).
Vamos a tratar en esta sección los Profetas posteriores. Las recopilaciones proféticas son inauguradas
por el más largo de los libros, Isaías, prosiguen con las de Jeremías y Ezequiel, y concluyen con el llamado
conjunto de los Doce profetas “menores”: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc,
Sofonías, Ageo, Zacarías y Miqueas.
Uno de los grandes temas de este conjunto es la relación de alianza entre el Señor y su pueblo. Las faltas
contra la alianza sellada después de la salida de Egipto son descritas en los libros narrativos. Los profetas
las denuncian. Algunos añaden que, después de un castigo, el Señor ofrece una alianza nueva. En efecto,
los beneficios de la primera alianza dependen de la fidelidad a la Torá o Ley, tal como fue transmitida
por Moisés.
EL FENÓMENO PROFÉCTICO
El sentido religioso espontáneo del ser humano le empuja a buscar en la divinidad una respuesta a los
enigmas que lo oprimen, una curación de los males que le atormentan. Ante los dioses, los hombres
acuden a implorar la salvación. Y se esfuerzan en alcanzarla utilizando ciertos medios de influencia,
quizás incluso de presión, cuyo valor depende de sus representaciones teológicas. Entre todos esos
medios hay uno especial: consiste en descubrir lo que Dios quiere del hombre; conocer ese designio
divino y actuar en plena conformidad con él es caminar en el sentido mismo de las cosas, disfrutar de
todas las fuentes de felicidad; es asegurarse la propia vida; es realizar su salvación.
En todas las culturas antiguas, el empleo de técnicas adivinatorias, así como la interpretación de los
signos que ofrecían, se confiaban a un especialista encargado de descifrar el designio de Dios y publi-
carlo. Este hombre era llamado de diversas maneras, en función de los matices que cada civilización
añadía a la intuición primera; pero lo esencial es que está presente en todos los lugares en que los
hombres se interrogan por el destino que Dios tiene sobre ellos y sobre la manera mejor de prepararse
para acogerlo.
Los Profetas – A. El fenómeno profético – pág 2.
Las poblaciones semíticas del oeste (Sirira, Fenicia, Canaán) sentían una gran atracción por los trances
adivinatorios. El delirio no tenía que ser necesariamente violento. A veces se producía gracias a alguna
técnica de eficacia reconocida, por ejemplo, los instrumentos musicales tan variados como sonoros.
En Israel, el especialista encargado del contacto con Dios es a veces el sacerdote y a veces también el
profeta. Es interesante comprobar la vecindad de estos dos «ministros» (Jr 14, 18). Los israelitas no
ignoraban las técnicas adivinatorias que utilizaban ya antes sus vecinos. Y la biblia reconoce y describe
además otras utilizadas en el Próximo Oriente antiguo. Importadas u originales, estas técnicas adivina-
torias se practican en Israel, pero no sin provocar una oposición cada vez mayor.
El Deuteronomio rechaza en bloque todas las técnicas adivinatorias, citando especialmente la necro-
mancia (Dt 18, 9-12). Pero el tono se va haciendo cada vez más severo (Miq 3, 7; Jr 29,8) Yel adivino, con
sus técnicas pasadas de moda, empieza a ser tenido por un charlatán (Dt 18, 10.14), como el tipo del
profetismo mentiroso que ha conducido al pueblo a su ruina (por el año 587) (Jr 27, 9; Ez 13, 9.23;
21,28.34; Zac 10, 2; etc.).
a) Los antecesores
Los «profetas», nebiim, que son llamados «hijos de profetas», bene-nebiim, o también «hermanos pro-
fetas» aparecen en la tierra de Canaán, cuando el país lleva ya largos años ocupado por los clanes he-
breos. Se hacen ver y oír, no sin ciertos eclipses, hasta la época de Eliseo, que muere por el año 790.
Tanto antes como después de esta fecha, se menciona además a algunos profetas anónimos. ¿De dónde
proceden? Son el fruto del difícil encuentro que se produjo el siglo XIII a. c., en tierras de Palestina, entre
la fe yahvista y la civilización cananea. Cuando los clanes hebreos se establecen en Canaán, el país les
atrae, sus habitantes les impresionan. Y adoptan su comportamiento. Ven en medio de sus gentes a
ciertos «profetas» que practican un éxtasis de donde parecen surgir extrañas luces útiles para la exis-
tencia de los creyentes. Seducidos por esto, los hebreos se entregan a la búsqueda de una palabra de
Dios necesaria para la vida. Los primeros profetas que mencionan los textos bíblicos están «tallados»
según el patrón que ofrecen los extáticos de Canaán.
Los hermanos-profetas se encuentran por todos los rincones de Palestina. Viven en grupos de cierta
importancia. En sus comunidades respectivas, los hermanos-profetas toman la comida en común, po-
bremente preparada (2 Re 4, 38-44). Pero sobre todo se entregan al piadoso ejercicio del éxtasis profé-
tico buscado en común. Los hermanos-profetas se sitúan en el grupo de todos aquellos contestatarios
empeñados en criticar los vicios de la sociedad nueva que los israelitas se fueron dando progresivamente
desde su instalación en Canaán.
Apreciados por unos por considerarlos relacionados con los grandes héroes (Samuel, Elías, El iseo), pero
ridiculizados por otros que hablan de su «delirio» más que de su profecía, no carecen de defensores
que desean ver en el «espíritu» que los anima el espíritu mismo de Moisés (Nm 11, 24-30). Fueron
numerosos en la época de Saúl y luego de nuevo después del cisma, en el reinado de Ajab y hasta la
muerte de Eliseo; también los cita la predicación de Amós (7, 14): globalmente de 1100 a 1000; luego
de 900 a 750. Fuera de esas fechas, no se mencionan y da la impresión de que han dejado de existir.
Con la desaparición progresiva de los hermanos profetas acaba el tiempo de los primitivos. En medio
de los hermanos-profetas anónimos, manteniendo con ellos estrechas relaciones, aunque a veces pro-
ceden de ambientes distintos, aparecen al mismo tiempo varias personalidades que la biblia menciona
y cuyas siluetas traza a veces con tanta precisión que algunos merecen una monografía, mientras que
de otros sólo se conoce el nombre.
Entre ellos están Samuel, entre 1040 Y 1010 (1 Sm 1-25); Natán, entre 1000 Y 970 (2 Sm 7; 12; 1 Re 1);
los libros hablan en esta misma época de Gad, «el vidente de David» (1 Sm 22, 5; 2 Sm 24, 11 s,). Está
también Ajías, de Siló, inspirador de la separación política de las tribus, por el año 930 (1 Re 12); Miqueas,
hijo de Yimlá, alrededor del 860 (1 Re 22); sobre todo Elías, por el 875-850 (1 Re 17-2 Re 2) y su sucesor
arcaizante, Eliseo, por el 850-790 (2 Re 2-13).
El siglo VIII: del 780 al 700. En tiempos de Jeroboán 11, rey de Israel, Amós y luego Oseas predican en
el reino del norte. En Judá aparece también por entonces Isaías; junto con la de Miqueas, su predicación
se refiere a la guerra siro-efraimita (740-730), a la destrucción de Samaría (722) y al asedio de Jerusalén
por parte de Senaquerib, que acabó' con la partida de los asirios (7011700).
El siglo VII: del 650 al 585. En tiempos de Josías y de sus hijos, Jerusalén se encamina hacia la catástrofe.
Sofonías, Nahún (y) Habacuc, pero sobre todo Jeremías, guían al pueblo durante estos años trágicos.
El siglo VI: del 597 al 537. Llevados a Babilonia en una primera (598) y en una segunda (587) deportación,
los israelitas desterrados se prepararon para lo peor por medio de la voz obstinada de Ezequiel. Una vez
que se han dado cuenta de la enormidad de su mal, el profeta se pone a combatir su desesperación. La
fe de estos desterrados se vio sostén ida además por un autor desconocido, que se designa con el
nombre de Deutero-Isaías. Los primeros éxitos de Ciro, del 550 al 546, se convierten para él en el signo
de la próxima liberación.
Desde finales del siglo V a mediados del siglo 111 se van sucediendo, sin una cronología muy precisa,
los profetas posteriores al destierro: Ageo y Zacarías acompañan los primeros esfuerzos de reconstruc-
ción del templo; un tercer profeta isaiano, el Trito-Isaías, comenta la vida de la comunidad instalada de
nuevo en Jerusalén. Vienen luego Malaquías, Abdías, Joel y un Deutero-Zacarías.
Desaparece finalmente el profetismo bíblico. Discutidos desde siempre, a veces perseguidos, los profe-
tas son objeto de un desprecio que los lleva a renunciar a su tarea (Zac 13, 4-6).
CARACTERÍSTICAS GENERALES
▪ La promesa de que habría un nuevo éxodo mediante el cual Israel no sólo volvería a su tierra, sino
que volvería a la fidelidad primera. Yahvé no se había olvidado de su pueblo, sólo lo había abando-
nado en un momento de ira y de dolor.
▪ La esperanza de un Ungido ("Mesías") de Yahvé que, como David, sería un rey según el corazón de
Yahvé y que volvería a Israel el esplendor del pasado y la fidelidad al Dios verdadero.
▪ El surgimiento de un resto fiel, de un pueblo pequeño, sencillo y pobre, que con su fidelidad a Yahvé
expiarían la culpa de Israel y adelantarían la llegada del tiempo de la salvación.