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LA VERDAD EN LA BIBLIA
DIOS HABLA EL LENGUAJE DE LOS HOMBRES
Es evidente que la Sagrada Escritura contiene un mensaje que viene de parte de Dios.
Pero ¿cuál es este mensaje?, ¿cómo puede descubrirse?, ¿todo, absolutamente todo, es
verdad en la Biblia?, ¿todo tiene la misma importancia?, ¿puede el hombre --el
cristiano-- desconfiar de la verdad de la Biblia, de que realmente sea palabra de Dios,
si descubre a lo largo de sus libros algunos errores, algunas contradicciones? Es
preciso tener ideas claras respecto a todo esto; saber, sobre todo, cómo debe acudirse
a la Sagrada Escritura, cuál es la verdad que ésta, ciertamente, encierra. En cuatro
apartados estudia el autor todos estos interrogantes, abriendo un camino
profundamente religioso-teológico para la inteligencia de la Palabra de Dios.
LA vérite dans la Bible. Dieu parle le langage des hommes, La Vie Spirituelle, 114
(1966) 387-416
Frente a este hecho, se han dado dos posiciones igualmente ridículas: abandonar la fe en
la Biblia, en su "inerrancia", en su inspiración; o bien cerrar los ojos a los problemas
que se plantean, asiéndose férreamente a cuanto dice, considerándola Palabra de Dios,
que necesariamente tiene que ser perfecta y veríd ica en todo.
Los occidentales somos herederos de la cultura griega, en especial de sus grandes genios
Platón y Aristóteles. Imbuidos de su mentalidad, consideramos la verdad como algo
abstracto, una idea que hay que deducir de lo sensible. La filosofía de Platón opone
espíritu y materia, hasta tal punto que ésta impide captar la idea pura, preexistente en sí
misma en un punto divino. Aristóteles llega a la idea pura por medio de- sucesivas
abstracciones de lo sensible.
PIERRE BENOIT
Para los griegos Dios es el concepto supremo. Para Platón, el Bien absoluto. Para
Aristóteles, el primer motor, la causa que explica todos los efectos. Por este camino de
abstracciones, de ascesis intelectual, unos pocos llegan al encuentro con Dios, que
queda oculto para la gran masa.
En la Biblia no es así. Dios no es una idea, es una Persona. Es un ser que se encuentra,
que ama, que habla, que crea todas las cosas, que dirige la historia (cfr. Ex 34,6-7).
Dios, en la Biblia, se manifiesta como un ser personal, que ama y es justo. Bondad y
Justicia. No una idea abstracta, sino el encuentro de Alguien a quien se amará, a quien
se seguirá, con quien se caminará.
Por eso la Palabra de Dios es una palabra viva que llama al corazón. Dios quiere que el
hombre le conozca, marchando junto a Él, por su camino, obedeciéndole. La religión
bíblica y cristiana es una religión del obrar más que del conocer. No pretendemos con
ello desestimar la parte doctrinal y cognoscitiva. Pero ciertamente la Palabra de Dios no
es un sistema de filosofía, una visión del mundo. Es el conocimiento de la voluntad
divina, del corazón de Dios que se manifiesta.
Es ésta una doctrina que nosotros no admitimos. Dios nos enseña en la Biblia que hay
un único principio, el Dios bueno, de quien proviene todo, espíritu y materia. Dos cosas
que se distinguen, ciertamente, pero no se oponen: todo es inicialmente bueno. El
pecado ha introducido un desorden y la salvación consiste en volver a restaurar la
armonía, el equilibrio. En la salvación bíblica y cristiana se asume a todo el hombre,
alma y cuerpo; toda la creación, espíritu y materia. Por esta razón se va a Dios con todo
el ser, cuerpo, alma, corazón, inteligencia. Es una concepción más verdadera del mundo,
que no admite dos principios opuestos. Y lo conduce todo hacia Dios.
Puede darse también un segundo engaño: buscar en la Biblia todo tipo de verdad,
incluso profana. No hay que pensar que la Biblia diga la última palabra sobre cualquier
cosa, incluida la ciencia, la historia y todos los conocimientos naturales. Toda ella está,
ciertamente, inspirada. Pero no todo es objeto formal de la Revelación. La Biblia enseña
PIERRE BENOIT
un determinado género de verdad: "La Verdad que Dios ha querido ver consignada en
las Sagradas Escrituras, en orden a nuestra salvación", como dice la Cons titución Dei
Verbum del Concilio Vaticano Il. E incluso en esto hay que realizar un nuevo trabajo:
reencontrar el sentido religioso de los que escribieron la Biblia, teniendo en cuenta que
entre ellos y nosotros existe un abismo, que media entre ambos la crisis racionalista de
los siglos XVIII y XIX.
Hasta la Edad Media se conservó aquel espíritu religioso: Dios era la explicación del
mundo, y todo en el mundo tenía como significación y valor esta referencia a Dios. Sea
cual sea el tema que se trate en la Biblia, se habla de él en la medida en que se hable de
Dios. Se ve en él un símbolo, una expresión, un mensaje de Dios. El autor sagrado se
detiene sobre todo en este aspecto religioso y descuida un poco, legítimamente sin duda,
lo accidental.
Es preciso realizar una conversión, buscar la intención del autor y de Dios, que está tras
él. Muchos pasajes de los cuatro evangelios nos muestran una accidental inexactitud -
local, histórica, temporal- en los detalles, y al mismo tiempo un trasfondo profundo,
PIERRE BENOIT
religioso, común a los cuatro evangelistas, que es lo que hay que recibir. Lo demás no
es sino el. "acompañamiento".
Sería, sin embargo, prácticamente imposible separar con el bisturí lo que es religioso. y
lo que no lo es. Todo el conjunto del libro contribuye a la enseñanza fundamental. Cada
elemento -Jonás, Tobías, los detalles de las crónicas...- juega su papel en el gran
conjunto. Por él pasa una chispa de verdad, de belleza. Colabora con el todo, como el
último de los frailes en un convento, como el último soldado en un ejército.
Los Santos Padres, aun teniendo una concepción intelectualista diferente de los semitas,
acuden a la Biblia porque eran profundamente religiosos, buscando en ella un mensaje
de salvación. Han exagerado tal vez en su alegorismo, pero nunca se interesaron por el
detalle material que a nosotros tanto nos preocupa. Van directamente a lo esencial. Y
tienen razón.
No pensemos que la verdad bíblica se nos da "hecha", como por medio de un dictado, al
estilo de los oráculos griegos de Delfos, por ejemplo. Estos oráculos eran pasivos. La
divinidad -así se creía- tomaba posesión de la pitonisa hasta tal punto que dominaba su
personalidad.
"privilegiados" no tienen otra cosa que hacer sino transcribir fielmente lo que les
manifiesta su abstracta inspiración. En suma, una especie de ideal fotográfico...
Iluminados por Dios -ahí está precisamente la inspiración-, fecundados por el Espíritu
Santo, ayudándose de su reflexión y la de aquellos que les habían precedido, descubren
estos teólogos que algo ocurrió, algún drama tuvo lugar al comienzo de todo. El hombre
era bueno, trabajaba con gozo, el dar a luz un hijo no era un sufrimiento terrible. Pero se
rebeló, quiso ser su propio maestro despreciando la soberanía de Dios. El autor o
autores descubrieron esto, iluminados siempre por el Espíritu Santo, lo expresaron en
una preciosa narración, con un jardín maravilloso, un árbol de frutos exquisitos, una
serpiente... conteniendo todo ello un mensaje nuevo, espléndido, que nos enseña, de
parte de Dios, cómo vino el mal al mundo por nuestra culpa. Así es la revelación, muy
diferente al sistema de dictado en que el hombre no es sino un secretario pasivo. Es un
descubrimiento del espíritu humano por el Espíritu divino.
Es como la marcha de un pueblo escogido por Dios hacia una total revelación. Es una
concepción viva, cálida, como de un descubrimiento, mucho mejor que si el hombre
hubiese sido tratado como simple amanuense, sin poder decir nada por sí mismo.
Supone una gran actividad interior de su espíritu. Dios da su verdad interiormente. La
verdad no se halla en el objeto solo. El espíritu del hombre aporta también algo. Y el
conocimiento resulta una auténtica interacción del objeto y la propia personalidad del
escritor, que lo capta y lo re-crea en su interioridad. Así ha procedido la inspiración
divina, según estas leyes legítimas del pensamiento humano.
Este es el trabajo que ha dirigido él Espíritu Santo, para que se realizara una
transformación auténtica y asimilable e, nunca una deformación. No conocemos con
certeza el detalle material de las palabras, los gestos, el tiempo o los lugares, pero
estamos seguros de que a través de los escritos de un Mateo, un Marcos, un Lucas o un
Juan, a través de su testimonio teológico e inspirado, podemos alcanzar el sentida
profundo de las cosas que sucedieron, el sentido de la fe, lo que Dios ha querido
enseñarnos por medio de estas mismas cosas.
La Biblia, sin duda, tiene un lenguaje propio, no hecho solamente de palabras, sino de
imágenes, de temas. Para expresar lo sobrenatural inexpresable, Dios ha procurado a sus
intérpretes un lenguaje que se comprenda. Cuando se anuncia el gran "día de Yahvé",
por ejemplo, no hay que tomar al pie de la letra todas aquellas catástrofes y
acontecimientos cósmicos. Son como los colores de que dispone la paleta del pintor y
de los que se sirven los autores sagrados. Es el ropaje con que revisten la gran
transformación del mundo; transformación que, sin embargo, sigue encerrando un
misterio indescifrable.
Este descubrimiento, que hemos dicho hacía el escritor sagrado, supone naturalmente un
progreso, que va adaptándose al espíritu humano. Es un progreso incluso en
concepciones morales y dogmáticas, desde las primeras generaciones hasta el fin del
Nuevo Testamento. Encontramos al comienzo concepciones morales verdaderamente
lamentables. En dogma también hay visiones imperfectas que van poco a poco
desarrollándose y perfeccionándose.
allá de lo que pensaban los autores. Los pensamientos de Dios y del escritor no se
identifican. El de Dios se remonta infinitamente más alto. Hay incluso en el texto
sagrado mucho más contenido de lo que el autor humano cree. Hay un "algo más", que
se manifiesta en dos planos diferentes.
Uno de ellos es el de las segundas intenciones que Dios pone en los acontecimientos o
las palabras que más tarde recibirán un sentido más profundo, más completo, en otro
capítulo del Libro. Nosotros, que poseemos ya el Libro acabado, tenemos el derecho y
el deber de captar y leer los hechos nuevos a la luz de los antiguos, y éstos a la luz de
aquellos.
Otro plano es el de las correcciones que Dios mismo hace: aquellas doctrinas morales y
dogmáticas imperfectas eran necesarias al comienzo. Y no podían ser cambiadas por
Dios de la noche a la mañana. Poco a poco se irán realizando, con pedagogía divina,
ajustes, correcciones, progreso.
Quizá se objete: se comprende que los autores antiguos hablasen como podían, con
errores; pero lo incomprensible es que Dios les haya inspirado para hacerlo. Porque es
Dios quien ha dicho: matad a los enemigos; y a Jacob: haz esto, engaña a tu padre. Sí,
Dios ha querido estas cosas, pero lo que Dios quiere verdaderamente es el elemento
bueno de todo aquello, el elemento de verdad, la elección libre de Dios que pasa por
encima de las leyes de la herencia y puede escoger al más joven y al que a simple vista
parece el menos digno. En otros pasajes de la Biblia es Dios mismo quien explica las
correcciones, y castiga al intermediario humano de su Voluntad porque ha ido
demasiado lejos.
En una palabra, es preciso tener en cuenta el conjunto general del Libro para
comprender su mensaje auténtico. "Para conocer el sentido de los textos sagrados -dice
la Constitución Dei Verbum del Vaticano II (DV 12)- es necesario considerar
diligentemente el contenido y la unidad de toda la Escritura".
Dios procede así por una especie de dialéctica. La búsqueda procede del Espíritu y
progresa por el diálogo entre dos maneras de ver que se confrontan y estimulan
mutuamente. Todas las opiniones que parecen contradictorias son pretendidas. El
misterio de la persona de Cristo, el misterio de su Revelación, el misterio de la ley y de
la gracia, el misterio de la venida del fin de los tiempos, todos estos misterios no pueden
enseñarse con palabras humanas que sean transparentes para la razón. Dios quiere que
se hagan entrever, que se sugieran, por medio de acercamientos -no contradictorios, sino
distintos- cuya síntesis, más allá de la razón, en la fe, proporcione la verdad plena,
integral. Hay, pues, en la Biblia una dialéctica. Las verdades de un libro no son las de
otro: todos ellos se complementan, se enriquecen, se corrigen... y permanecen
misteriosos acercamientos, balbuceos de misterios inexpresables. Por esto la Verdad de
Dios está en toda la Biblia. Dios no habla en un pasaje determinado. Habla en todos
ellos, en la suma de todos ellos.