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rup revista uruguaya de

PSICOANáLISIS
montevideo, uruguay, octubre de 2018

127
Desamparo
rup 127
revista uruguaya de psicoanálisis
REVISTA URUGUAYA DE PSICOANÁLISIS
Editada desde 1956

Publicación oficial de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay (apu), integrante de la Asociación


Psicoanalítica Internacional (api) y de la Federación Psicoanalítica de América Latina (fepal)

© octubre de 2018, apu

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ISSN 1688-7247 (en línea)
Comisión del Papel, edición amparada en el decreto 218/96
(2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127): 5-6
issn 1688 - 7247

Tabla de contenidos

Editorial .................................................................................................... 7

Temática

El desamparo del desamor: A propósito


de la depresión en la infancia
Myrta Casas de Pereda...........................................................................11

Desamparo: «Acontecimiento» y repetición.


Après coup en transferencia
Susana García........................................................................................ 25

¿Qué nos ampara?


Leonardo Peskin..................................................................................... 37

Marcas del desamparo: Sobre algunas repercusiones


de la Shoah en la actualidad…
Rosa Zytner........................................................................................... 46

Efectos de Edipo en la migración africana en Europa:


Condición de desamparo, adopción y retorno
perturbador de la raza
Simona Taliani.......................................................................................58

Algunas consecuencias psíquicas


de la diferencia sexual y de géneros
Leticia Glocer Fiorini............................................................................ 80

Notas sobre vulnerabilidad y desamparo en la infancia


Analía Wald.......................................................................................... 90
tabla de contenidos
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La mano, mmmmamaa: El desamparo


de un bebé de un año y cuatro meses
Ingeborg Bornholdt.............................................................................. 102

Desamparo y posición del analista: de brújulas y GPS


Alberto C. Cabral..................................................................................118

Del amor al amparo: La envoltura amatoria del cuerpo


Nadal Vallespir......................................................................................125

Cubrir el desamparo
Gladys Franco...................................................................................... 143

Pobreza y desamparo: Efectos en el funcionamiento psíquico


Susana Martínez................................................................................... 151

Conversaciones en la revista

Entrevista al Prof. Roberto Beneduce


Elías Adler y Marcelo Viñar................................................................ 177

Reseña de libro

Reconsiderando el encuadre movible (en movimiento)


en psicoanálisis: Su función y estructura en la
teoría psicoanalítica contemporánea
Silvia Flechner.......................................................................................211

En memoria

Dr. Ángel Ginés


Luis Villalba......................................................................................... 237

Normas de publicación.......................................................................... 239


(2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127): 7 | 7
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Editorial

Este volumen de la Revista Uruguaya de Psicoanálisis está dedicado a


recoger algunos de los trabajos presentados en el marco del 10.o Congreso
Internacional y Multidisciplinario de la Asociación Psicoanalítica del
Uruguay: «Desamparo: Perspectivas psicoanalíticas y socioculturales»,
que tuvo lugar del 16 al 18 de agosto de 2018.
Convocados por el interés de continuar el diálogo y reflejar los acuer-
dos y disensos, así como las pluralidades teóricas y los alcances clínicos,
publicamos los artículos que encontrarán en esta edición.
Asimismo, con este espíritu republicamos un muy vigente trabajo de
la Dra. Myrta Casas escrito y publicado en 1988.
Abordamos el desamparo desde distintos e intrincados vértices: el
desamparo inicial con el que llegamos al mundo, el desamparo como
potencial organizador del psiquismo, el desamparo de la vulnerabilidad
humana, el desamparo social.
Para ello, nos parece importante también contar con aportes de la
interdisciplina, apelar a nuevas miradas y contextos que posibiliten un
acercamiento abierto y renovado al tema.
Incluimos una entrevista al Prof. Roberto Beneduce (Turin, Italia),
doctor en Antropología cultural y Etnología, en la que nos ofrece su pers-
pectiva del desamparo en el contexto de las migraciones, punto central de
sus estudios e investigaciones.
Es nuestro deseo que esta publicación pueda acompañar estas expec-
tativas, plasmar algunas de las ideas y experiencias vividas en el Congreso,
y que constituyan nuevos disparadores para que el psicoanálisis continúe
desarrollando un diálogo fecundo dentro y fuera de su quehacer específico.

Michele A in
Directora de la Comisión de Publicaciones
TEMÁTICA
(2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127): 11-24 | 11
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El desamparo del desamor:


A propósito de la depresión
en la infancia
Myrta Casas de Pereda

Dionisio ya no tenía mucho miedo, ni sueño,


ni dolor de garganta, ni resignación,
ni futuro, ni presente, ni siquiera pasado,
porque hasta el hecho de que
su madre no volviera ya no tenía sentido.
Había entrado en él otra fisura de la realidad
y se movía, de un lado a otro,
como se mueven las ramas de un árbol.
«Lloverá siempre», Carlos Denis Molina

Introducción

Desde el desamparo-indefensión del recién nacido se constituye ese con-


cepto bifronte que marca, de un lado, las carencias en el campo del otro
(lo que no ampara) y del otro, la fragilidad del sujeto en cuestión (indefen-
sión). Momento paradigmático el del nacimiento, hace recaer todo el peso
sobre el otro para la sobrevivencia. Mediatizado a lo largo de la infancia,
se mueve la incidencia de uno y otro aspecto del concepto.
Amparo implica otro que rodea y remite a todo aquello del orden
de la realidad efectiva que protege de las fuerzas exteriores, del posible
daño. Y, al mismo tiempo, implica en el orden de la vivencia (fantasía)
la necesidad expresa de un afecto, del compromiso libidinal del otro en
esa función de cuidado y protección. Desamparo queda así muy próximo
(también en su etimología) a desamor, desamparado, des-amado. Dimen-
sión imaginaria esencial en la Depresión, en su mala articulación con lo
Real y lo Simbólico.
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La niñez tiene, en la magia, la omnipotencia, la ilusión, cierto «abrigo»


para el desamparo que implica su indefensión. Es el aspecto narcisista que
juega en esta vivencia; el lado estructural radica en la constitución del ob-
jeto perdido para posibilitar la trama del sujeto de deseo. Esta aceptación
de la pérdida hace presente, o hace imprescindible, al otro en su función
simbólica. Esto se podría formular también de este modo: para que haya
aceptación de la pérdida, tiene que mantenerse el amor del objeto (no al
objeto, sino del objeto). Es decir, desde el otro (función materna) surge
un elemento simbólico (frustración) en un contexto libidinal presencial
del amor del otro, elemento imaginario.
La infancia es un periplo lleno de adquisiciones y pérdidas en su evo-
lución libidinal, borde donde el narcisismo constituye el yo, así como
es constituido en las pérdidas narcisistas que implican la elaboración o
aceptación de la frustración (y privación y castración), o todo el juego de
separación-constitución del sujeto. Y este «lugar» de la estructura trabajará
a pleno en el espacio-tiempo de la infancia.
La importancia del mecanismo de la desmentida en la infancia, como
lo subraya Freud, habla de esa función yoica en pañales, de ese registro
de lo imaginario predominante (eje narcisista de la relación dual) donde
está en juego la configuración de los ideales y el avatar imaginario de las
identificaciones. Y se vuelve de singular importancia aquí la función sim-
bólica ejercida por la madre. Dispone de la omnipotencia, de la negación,
de la desmentida para manejarse con la frustración, privación, castración.
El mal encuentro con la función materna fallante promueve la adhesión
al otro para no enfrentarse a la angustia ante la ausencia. Modos que ha-
blan también de duelos fallidos, o de mal procesamiento del duelo que
es, a su vez, un elemento (o un modo de articulación) fundamental en la
constitución del deseo.
En la perspectiva que desarrollo en las páginas siguientes, se plan-
tea que los momentos depresivos de la infancia, frente a la angustia que
implicaría ese contacto con el desamparo del desamor, desencadenan o
promueven un corte, una interrupción, una desconexión «salvadora». El
concepto freudiano de inhibición ayuda a perfilar los elementos clínicos,
inhibición que consideramos en un doble registro, y en ambos surge el
desamparo.
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Un primer sentido es la disminución o el bloqueo de simbolización,


anonadamiento para el sujeto del inconsciente en la paralización de la
cadena significante. Desvalimiento psíquico. ¿Desamparo de la no dispo-
nibilidad simbólica?
En ese instante de silencio psíquico, el acto sustituye el sentido que
debería circular en la cadena donde discurre el deseo. Se coagula en un
momento de lo real y aparecen haceres, acciones sin poder simbólico más
que para el que las pueda «oír». Testimonio del desamparo que convierte al
niño en un llamado, en un reclamo pesado para el otro. Y el acto es a su vez
testimonio del desamparo, ahora un acto. Es el segundo sentido que señalé
antes, expresión clínica de la depresión de una caricatura agrandada del
reclamo y del señalar al otro su rol fallido. Acoso al otro, señalándolo en su
función carente, con la exigencia de cuidado, el exceso de la dependencia.
Pensemos en la imagen de un niño perdido o de un niño desesperado de
angustia como evocadora de este desamparo.
Estas consideraciones surgen a propósito del presente desarrollo acerca
de la depresión que fue realizado para el simposio sobre Etiología de la
Depresión.1
Aunque la depresión y el pasaje al acto del suicidio melancólico están
impregnados de esa cualidad particular del afecto, la depresión que con-
sideramos no sería un afecto en el sentido de un «desplazamiento simbó-
lico, sino el resultado de un empobrecimiento simbólico», como señala
Cottet (1985). Intento, pues, una reflexión desde esta perspectiva, donde
la vivencia o el acto dan cuenta de un desfallecimiento de la estructura. «El
efecto depresivo atestigua de la estructura de la experiencia y no de la del
sujeto» (Freud, 1892-1899).
Y esa presentificación de experiencia, que da cuenta de la depresión
infantil, está signada por dos modos de expresión: un fondo depresivo,
donde el matiz afectivo marca un modo inhibido de contacto, su hacerse
cargar por un otro, y por otro lado la irrupción de actos, conductas, que
abarcaría desde el acting-out hasta el pasaje al acto.

1 7.o Congreso Internacional de Psiquiatría Infantil, diciembre de 1987, Montevideo.


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Formas del hacer, formaciones marcadas por la impronta de una


acción, actos descolgados del lenguaje verbal, en los que el sinsentido
irrumpe y golpea al otro, y en los que se vuelve tan esencial la realidad
transferencial para restituir posibles sentidos. Ruptura del discurso, corte
del sentido, «puesta en acción objetal» (dice Nasio, 1987), detiene la rela-
ción vincular, ya sea como llamado al otro en el acting-out o como hecho
radical, a veces terminal, en el pasaje al acto.
Actos y no síntomas de los que, como suspensiones pasajeras o defi-
nitivas del proceso de pensamiento, tratamos de dar cuenta.
Elementos puntuales, como expresiones de fallas del proceso de es-
tructuración, puestas en escena de procesamientos fallidos, en los que
aparece un significado similar en todos los marcos referenciales: dolor
por el desamor.
Tomo una perspectiva estructural, enlazando algunos hilos que Freud
nos tiende. Nos dice Freud en este hermoso trabajo que llama La transi-
toriedad (1892-1899):

El duelo por la pérdida de algo que hemos amado o admirado parece al


lego tan natural que lo considera obvio. Para el psicólogo empero, el duelo
es un gran enigma, uno de aquellos fenómenos que uno no explica en sí
mismos pero a los cuales reconduce otras cosas oscuras. (destacado mío)
Aunque todo lo vivo cesara sobre la Tierra, el valor de eso bello y
perfecto estaría determinado únicamente por su significación para nuestra
vida sensitiva; no hace falta que sobreviva y es por lo tanto independiente
de la duración absoluta. (destacado mío)

«Es la revuelta anímica contra el duelo lo que devolvió el goce de lo


bello», dice Freud, y se pregunta: «¿Por qué ese desasimiento de la libido
de sus objetos habría de ser un proceso tan doloroso? No lo compren-
demos. [...] Solo vemos que la libido se aferra a sus objetos, y no quiere
abandonar los perdidos, aunque el sustituto ya esté aguardando». Eso
entonces, es el Duelo.
«Aquello que tiene valor por su significación y que es independiente
de la duración absoluta», dice Freud; independencia del tiempo, cuestiona
así la idea de continuidad, que resultaría, por tanto, mítica. «Vale por su
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significación» y está inmerso en el sentido de objeto perdido y entendemos


que el objeto se vuelve perdido ya en ese momento de significación que
produjo su efecto (sensible).
El tiempo, yendo de lo virtual a lo actual, es una mirada estructural,
genera esa «pérdida» del objeto en el mismo instante que tiene su efecto
de sentido para el sujeto.
El trastorno de ese procedimiento del duelo genera mucho de lo que
nos ocupa. Procedimiento, procesamiento, es tránsito del sujeto en su
encuentro con el otro, que podrá dar cuenta de la depresión. Un no duelo,
una imposibilidad de «abandonar los objetos perdidos».
Como decía Freud, la fuerza de lo bello está en su significación, en el
valor de representar una vivencia, una idea, instaurando una disponibili-
dad, representaciones que son en sí mismas testimonio de la pérdida ya
acontecida. Y esto es placentero, gozoso, cuando Freud describe la im-
pronta de su mirada al paisaje perecedero. Transitoriedad, que por ser
pérdida y vivida realmente como tal, permite a Freud disfrutar de ese
objeto evanescente, paisaje perecedero.
Si lo importante es la significación, lo que impide ese procesamiento
de duelo, el dolerse por la pérdida, es precisamente la fallida significación.
Así, en lo que llamamos pérdida del objeto acontecerá en realidad una
pérdida del sujeto. Toda relación de objeto es, en realidad, una relación
de falta de objeto, para que haya disponibilidad de sujeto de deseo. Es esa
falta de objeto la significación cumplida de la que hablaba Freud. Objeto
siempre perdido, será solo reencontrado (los sucesivos objetos libidinales).
Significación, simbolización, es inscripción de una pérdida para disponer
del símbolo, construcción que ordena o articula algo vivido; metáfora que
es vía y realización, a la vez, de dicha significación.
Esa tarea de significación es tarea que se da en el encuentro del niño
con su madre que dará lugar y espacio, perspectiva simbólica para que
dicha significación acontezca.
Y el testimonio de esa simbolización será, en la perspectiva lacaniana, el
objeto a, que es en parte el otro de las identificaciones especulares (objeto
de identificación), pero al mismo tiempo aquello que ya no se tiene, resto
que se pierde en toda la simbolización —objeto perdido—. Cara objeto
del sujeto, dice Juranville (1984).
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El denominarlo así ofrece la perspectiva de ubicar los procesos de pér-


didas como constitutivos de la estructura. Nasio (1985) lo define como una
especie de constante de las pérdidas en la historia del deseo de un sujeto.
La relación de objeto en dicha relación de estructura se juega en la
tríada frustración, privación, castración, en relación, a su vez, con los tres
registros: Simbólico, Imaginario y Real. Y en esta perspectiva, el objeto es
siempre una falta de objeto, motor del deseo y origen de la fantasía.
La frustración, verdadera piedra angular en este tema, no es sino un
modo de nombrar en el vínculo con el otro (lo que el otro —la madre—
ejerce sobre el niño) el procesamiento de la radical pérdida del objeto, la
aparición de la falta del objeto que va a permitir la emergencia del deseo.
Piedra angular porque tanto determina la estructura normal como desen-
cadena sus fallas. Nombra entonces, en lo vincular, el proceso de afirmación
y expulsión, que Freud describe en La negación (1925/1979b), en su vínculo
con la prueba de realidad y del origen del juicio: la pérdida inicial. Allí
describe una situación de pérdida instauradora de la posibilidad de pensar.

Discernimos una condición para que se instituya el examen de la realidad;


tienen que haberse perdido objetos que antaño procuraron una satisfac-
ción objetiva (real).
La afirmación como procura de una satisfacción objetiva (real).
La afirmación como sustituto de la unión, pertenece a Eros, y la nega-
ción sucesora de la expulsión, a la pulsión de destrucción.
[Se trata de que] la creación del símbolo de la negación haya permitido
al pensar un primer grado de independencia respecto de las consecuencias
de la represión.

Lo que está pues en juego es un proceso de separación (hay pérdidas,


expulsión y afirmación) que genera símbolos que se vuelven el «sustituto»,
«certificado de origen de la represión». Momento constitutivo del pensar
para Freud que supone la reunión, la aceptación de la pérdida con la ex-
pulsión como mecanismo.
Dicha alternancia de pérdida y reunión impregna los avatares de la
relación con el otro: el niño y su entorno, abarcados en la tríada ya men-
cionada (frustración, privación, castración).
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En torno a la frustración, Lacan (1956-1957/inédito) subraya que en


la medida que algo demandado puede ser rechazado, es que ese pedido
puede articularse en el orden simbólico. Para que ocurra dicha articula-
ción, es tan importante el pedido como su posibilidad de ser escuchado
(y no ser satisfecho).
De allí que el no de la negación freudiana podemos verlo no solo como
un mecanismo autónomo: jugando en la relación con el otro, aparece como
un elemento que se resignifica en el concepto de frustración.
La frustración implica una pérdida en lo imaginario, en esa relación
dual madre-niño, y refiere a un objeto real en juego y que puede ser, en
un momento dado, la madre misma. La frustración es «asunto propio de
la madre simbólica», dice Lacan (1960), y se refiere a que la madre enseña
al niño a sufrir frustraciones, «a percibir bajo una tensión inaugural la
diferencia entre pérdida e ilusión» (1956-1957/inédito).
En la depresión o en los momentos depresivos de la infancia, esta fun-
ción materna falla o desfallece, se desarticula esta dialéctica separación-
alienación en la constitución del deseo y lo que se exterioriza es la depen-
dencia en su lado de exceso.
«La frustración tiene valor no solo inaugural sino que conduce a otra
cosa: la castración. El momento de la frustración desemboca sobre otro
plano, el del deseo» (Freud, 1956-1957/inédito).
Pérdida resignificada a lo largo de la evolución libidinal, la cual va
marcando su misma impronta en las identificaciones, desde la primera
especular a la de los ideales.
Frustración que podemos pensar como un elemento que integra el
duelo. Se mediatizan las pérdidas por la disponibilidad de fantasías. Es
decir que esta habla de la caída y pérdida del objeto a. Es una instancia de
articulación de los tres registros que quedan así anudados en un corazón
que será el a, lugar ahora que nombra en minúscula el objeto perdido.
El proceso del duelo abarca así la pérdida, el anudamiento de registros,
disponibilidad del fantasma; al mismo tiempo, el recuerdo permite, ahora
sí, dolerse de lo perdido. El desasimiento de lo perdido como correlativo
de la individualización.
En los momentos melancoliformes de la infancia ocurren borramien-
tos de dicha articulación.
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Una demanda sin respuesta (exceso o carencia de frustración) impide


atravesar el duelo del objeto. Lleva a retomar la imagen más arcaica de la
madre omnipotente, el Otro no borrado.
El lugar del a no se tapa con los sucesivos objetos metonímicos, la fan-
tasía, y su relación con el otro remite al momento en que el a es la madre,
no ya el semejante en el extremo del eje narcisista en la relación dual, sino
Otro Absoluto que se aproxima a la Cosa. Ocurrencia que detiene o impo-
sibilita la caída del objeto a, la pérdida. No se dispone del lugar que dicha
pérdida determina y no hay lugar para la fantasía (el sujeto se confunde
con el objeto). No hay disponibilidad de fantasía. No ya la omnipotencia
o la negación, que son ambas procesamientos simbólicos, fantasías que
hablan de la articulación S. I. R. Se vuelve eso imposible (unión con la
Cosa), y no habiendo deseo de deseo, no se promueve ninguna pérdida.
Y ante la angustia de una presentificación tal de lo siniestro, al niño no le
quedan muchas respuestas.
Surgen entonces la depresión y la melancolía, no como ataque al objeto
introyectado, sino como un defecto de simbolización donde no ocurre
una pérdida simbólica.
Y esto, creo, es algo que podemos ubicar en la perspectiva freudiana
de la depresión. Me refiero a su concepto de inhibición que desde el Ma-
nuscrito G (Freud, 1892-1899) a Inhibición, síntoma y angustia (1926/1979a)
mantiene en la explicitación de la depresión. «Inhibición psíquica con
empobrecimiento pulsional y dolor por ello» (Freud, 1892-1899). «Herida
abierta», metaforiza Freud, «agujero en lo psíquico». «La sombra del objeto
recae sobre el yo», dirá años más tarde. Podemos verlo como un modo de
nombrar las peripecias de la imagen especular, el doble, la relación ima-
ginaria dual que, en vez de conducir a la pérdida en el campo del Otro,
quedan en la depresión melancólica como pérdidas en el yo, dando lugar
a fallas sucesivas en las cuales la frustración y la privación no organizan
la castración y el avatar edípico.
Inhibición que se traduce en lo afectivo por todo el complejo sinto-
mático del dolor, la tristeza, el abatimiento, la pérdida de interés, y que
compromete el polo esencial del cuerpo en el marco de esa dificultad de
simbolización, y allí este se hace acto, pero no acto en su dimensión de
discurso que en modo similar a la palabra implica el sujeto de deseo y la
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expresión de sus fantasías. Lo que emerge es algo del orden de la acción


no sostenida por lo reprimido, esa aparición inquietante y sorpresiva que
caracteriza el acting-out y el pasaje al acto.
Tal vez por esto, porque la expresión clínica (o sintomática) de esta
afección son actos, comportamientos y trastornos del humor, es que se
vuelven tan significativas esas captaciones singulares de Freud, aún en
un contexto temprano de su pensamiento. En las Actas de la Sociedad
Psicoanalítica de Viena, Freud (1918) comenta una presentación acerca
del suicidio en la infancia (1910). Dice:

No hay que olvidar que el suicidio no es más que una salida, una acción,
un desenlace de conflictos psíquicos y que lo que se trata es de explicar el
carácter del acto y cómo el suicida viene a vencer la resistencia contra el
acto del suicidio.

También señala que sería el miedo al incesto lo que lleva a los niños
al suicidio. (Miedo al incesto que hoy podemos pensar, setenta años des-
pués, como la dificultad para el niño de acceder a la neurosis —dificultad
para simbolizar la prohibición, la pérdida del objeto a y la castración—,
perdiéndose él mismo en el avatar de dicha búsqueda).
Freud piensa algo de esto cuando dice que, en el suicida,

la pulsión de vida es vencida por la libido. La cuestión es saber en qué


condiciones esta victoria es posible y cuándo ella conduce al suicidio en
lugar de producir una neurosis. Según esto, el suicidio no sería tanto una
consecuencia, sino un sustituto de la psicosis, aunque ambas formas puedan
combinarse. (destacado mío)

Incesto o unión letal con la madre (como Otro Absoluto), ámbito


narcisista donde no se posibilita la aceptación de ninguna pérdida. Desfa-
llecimiento de la estructura donde lo edípico no logra preeminencia sobre
las articulaciones narcisistas.
El a posteriori, que organiza desde la peripecia edípica los procesos de
separación y pérdidas implica, a su vez, que representación y pensamiento
se ven trabados.
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Y lo que se manifiesta en la clínica es ese desfallecimiento simbólico.


El acto es lo que hay que explicar, dice Freud. Es que no surge un sínto-
ma, una solución de compromiso entre instancias. Lo que emerge es del
orden del acto.
Aparece así el registro freudiano de la inhibición, o el lacaniano del
desfallecimiento de la estructura. Están muy próximos aún en el resorte
último de esa inhibición o desfallecimiento. Ambos hablan de un soltarse
de las representaciones.
Freud (1892-1899) nos dice que «la soltura de asociaciones es siempre
doliente. Mediante una hemorragia interna nace un empobrecimiento de
excitaciones, de acopio disponible, que se manifiesta en las otras pulsiones
y operaciones» (destacado mío).
Por otro lado, desde la perspectiva lacaniana se habla de aflojamiento
del sujeto en la cadena significante, un no disponer del objeto del fantasma
y el surgimiento de la angustia que lo conduce al acting-out o al pasaje al
acto. Aflojamiento significante con conservación de lo imaginario en el
acting-out, o el patético soltarse de ella en el salto a lo real del pasaje al
acto (Lacan, 1963/inédito; Cottet, 1985; Gauguin, 1987).
Acciones que no tienen valor estructurante, valor metafórico (más que
para el que las «escucha»). Huida o sideración. Ni el acting-out ni el pasaje
al acto tienen el estatuto del acto en su efecto significante como lo tiene
en cambio el acto-gesto-juego del discurso infantil.
Aflojamiento del sujeto de su propia cadena significante para no en-
frentarse a la angustia ante la ausencia del deseo del Otro. Así, esto se
evidencia en la dependencia hostil con respecto a la madre, con ese au-
mento de la tendencia a seguirla en las protestas y exigencias constantes,
huidas provocadoras, negativas a aceptar sustitutos maternos, rabietas
y severas pataletas. Conjunto de signos con los que M. Mahler describe
el estado de ánimo negativo en el niño pequeño y que puede oscilar en
ciclos periódicos; y en la sesión analítica, los comportamientos que Mela-
nie Klein describió como tentativas de suicidio inconscientes (golpearse,
lastimarse o ponerse en situación de riesgo) no son sino esos acting-outs
o a veces pasaje al acto, testimonio de movimientos melancoliformes,
verdaderos agujeros de simbolización.
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Las respuestas del niño en esos momentos puntuales que la frustra-


ción desencadena y que son del orden del hacer son signos, llamados; sin
comprender el niño generalmente lo que hace, reclama un sentido que
solo puede venir del otro. Expresión de la falla del aparato psíquico cuando
se enfrenta a la angustia. Testimonio del fracaso en la pérdida del objeto
(caída del a) que debe reintegrarse como posibilidad de pérdida en la
verbalización, simbolización secundaria que propicia el discurso analítico.
Huida o sideración —decía antes—. Huida en un doble registro:

• el de los actos de fugas, huidas reales más o menos significativas;


• la huida en lo psíquico, un aflojamiento significante, el acting-out.

En este ámbito de las expresiones clínicas, se vuelve significativa la ubi-


cación del acting-out que realiza Lacan en el seminario La angustia (1963/
inédito). Lo señala como testimonio de una falla en la función del duelo.
Es que en tanto que suspensión de pensamiento, es al mismo tiempo una
instalación en la demanda (no duelo, no pérdida). Búsqueda en el otro
de ese don (de amor) que reafirme su unión, y en la insistencia solo se
establece la persistencia del pedido que atestigua esa unión (que se vuel-
ve soldadura). Sin desunión, sin barra, sin separación, no se instituye el
sujeto deseante. Se queda en la demanda que se vuelve caricatura, escollo
del deseo. Un modo de expresión de no disponer de ese elemento simbó-
lico (muerte de la cosa y aparición del símbolo), es cuando la palabra se
vuelve acto. En una dimensión concreta, real, no metafórica, de llamado
al otro. Obliga al otro a atender algo que lo conmociona (con-mueve) y
entran todos los órganos de los sentidos en juego. La palabra estalla en
sus múltiples «raíces» corporales, se vuelve acción, movimiento, aconteci-
miento (huidas, rabietas, accidentes) o sideración, inhibición de la acción,
el temido tedio, aburrimiento que también connota el peligro del silencio
y la muerte (tirarse o dejarse morir).
Singular espacio, este, de las manifestaciones clínicas de la depresión
en la infancia. Signada por comportamientos (de menor o mayor impacto),
no se deja ubicar fácilmente en las conceptualizaciones psicoanalíticas.
Ni síntomas ni fantasías, el acting-out y el pasaje al acto ocupan un
lugar complejo y difícil de sistematizar.
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La distinción entre el acting-out y el pasaje al acto corresponde a su-


cesivas propuestas realizadas por Lacan (1956-1957/inédito, 1962-1963/
inédito) y profundizadas luego por analistas lacanianos (Gauguin, 1987).
Sin pretender abarcar todos los matices que surgen de dichas reflexio-
nes, señalaré, no obstante, que en general al acting-out se lo entiende como
la disolución simbólica con conservación de lo imaginario, mientras que
en el pasaje al acto habría una disolución imaginaria, escapando en lo real
a toda inscripción significante. Y en relación con el objeto a, ambos serían
respuestas a la irrupción de dicho objeto en escena derivadas de la angustia
ante lo real. Huida del a en el acting-out, fusión con él en el pasaje al acto.
Habría en este último caso un instante último de identificación con el
objeto a, eso que debería haberse perdido de haber existido respuesta en
el otro. Se pierde ahora radicalmente en dicha fusión en ese encuentro con
lo real del no deseo del Otro, dando cuenta así de esa irresistible tendencia
al suicidio de los hijos no deseados. ◆
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Resumen

Tomando algunas ideas acerca de la etiología de la depresión en la infancia,


se plantea la posibilidad de pensar el desamparo psíquico como la dificul-
tad en un momento dado de disponer de la capacidad de simbolización
(pensamiento, verbalización).
El desamparo para el sujeto es máximo en esos instantes de angustia
en los que, no disponiendo del símbolo, estalla en actos que son, a su vez,
expresión inequívoca de tal reclamo. Se toma el concepto de frustración
para articular allí la importancia del otro y su compromiso libidinal para
hacer efectiva la función simbólica de la pérdida real.
Finalmente, se realizan algunas consideraciones acerca de la expresión
clínica de la depresión en la infancia donde quedan apoyadas las consi-
deraciones teóricas acerca de la dificultad de simbolización como resorte
etiológico. Así, las expresiones clínicas son del orden del acto, no sosteni-
das por su efecto significante. Acting-out y pasaje al acto como testimonios
del borramiento de la palabra.

Descriptores: desamparo / infancia / acto / depresión / simbolización

Summary

Based on some ideas on the etiology of Depression in infancy, the paper


tries to consider psychic helplessness as the difficulty met at a given mo-
ment for having the capacity to symbolize available (thinking, verbalizing).
Helplessness is at its peak for the subject in those moments of anxiety
when, unable to resort to the symbol, he bursts in acts that are, at the same
time, an unmistakable expression of that claim. The concept of frustration
is used in order to articulate the importance of the other and its libidinal
commitment so as to make the symbolic function of the real loss of the
object effective.
Finally, the clinical expression of Depression in infancy is discussed to
support the theoretical considerations about the difficulty in symboliza-
tion as an etiological factor. Thus, clinical expressions relate to the act, not
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sustained by their signifying effect. Acting out and enactment as testimony


of the way the word is erased.

Keywords: helplessness / infancy / act / depression / simbolyzation

Bibliografía

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(comp.), En los límites de la transferencia.
Buenos Aires: Nueva Visión.
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issn 1688 - 7247

Desamparo: «Acontecimiento»
y repetición. Après coup
en transferencia
Susana García1

La brillantez interpretativa del contenido manifiesto viene a encubrir la


total ignorancia de lo que se mueve en el fondo […].
Si [el paciente] se contenta con repetir nuestras formalizaciones de su
mundo psíquico y con no hablar ahora sino el new speak pregonado por
los diferentes «partidos» analíticos, habremos transformado en su con-
trario, nolens vólens, una experiencia que pretendía ser desalienante.

Piera Aulagnier, 1976/2018

Cuando estaba pensando este trabajo, me surgió el tema del desamparo


junto con la repetición de lo traumático y sus posibilidades o no de resig-
nificación en el análisis. Evoqué situaciones clínicas donde hay una difi-
cultad de movilidad, de asociación, en las formas de la repetición, temas
que han sido de constante interés en mi práctica y mis reflexiones teóricas
como psicoanalista. ¿Cómo trabajar con esos restos fragmentarios, que
no tienen ligazón a palabra pero se expresan en actos, en enfermedad
somática o en reestructuración psíquica?
Todos sabemos que el desamparo estructurante es el que obliga a cons-
tituirnos como sujetos. Presencia y ausencia, pares inseparables para que
el infans pueda sustituir lo que le falta, siempre con precariedad, siempre
tolerando el límite, siempre teniendo que renunciar a la omnipotencia,
haciendo el duelo por lo perdido para siempre, pero buscando nuevas
formas de transcripción.

1 Analista titular en funciones didácticas de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay.


sgarvaz@gmail.com
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26 susana garcía
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Como ya he expresado (García, 2005), esto sería lo traumático estruc-


tural, violencia primaria imprescindible, con sus dos vertientes, el otro
auxiliador no es, no está todo lo que la omnipotencia y el desvalimiento
del bebé necesitarían, y además lo erotiza sin saberlo.
Entonces, me importa distinguir lo siempre traumático del desamparo,
esta situación antropológica fundamental que plantea Laplanche (1996).
Asimetría radical adulto-niño, necesidad del otro para vivir, para recibir
estímulos, adquirir marcha, lenguaje y valores, y sobre quien también se
implanta lo ignorado por el adulto, lo que constituye una imprescindible
libidinización para que emerja el sujeto deseante, con sus anhelos, sus
fantasías, sus frustraciones. En esta perspectiva queda planteada de en-
trada la sexualidad que viene desde el otro y es de algún modo creada y
recreada por el infans. Lo que creía poseer es solo una ilusión; surge frus-
tración, vivencia de indefensión, angustia, pero al mismo tiempo se abre
el terreno de la esperanza, de la búsqueda, motor vital que lleva a aceptar
sustituciones, desplazamientos abriendo a la simbolización y a la constante
resignificación, que permite la alteridad.
Pero hay otro desamparo, que nos obliga a repensar los problemas.
En un encuentro con Marcelo Viñar2, yo decía que hay hechos
traumáticos que dañan particularmente al psiquismo, acontecimientos
terribles, que con frecuencia configuran duelos imposibles de tramitar y
obligan a defensas primarias, a identificaciones alienantes o, peor aún, a
forclusiones. Situaciones arrasadoras de la estructura psíquica que debe-
mos considerar con sumo cuidado. Tortura, pérdidas dramáticas, campos
de exterminio, migraciones, marginalidad y sus sevicias. Recuperemos «la
dignidad de los hechos» (Gil, 2011)3 y pensemos juntos cómo abordar esa
dramática humana que requiere del concurso de todos, de la academia, de
los trabajadores, de los empresarios y de todo el contexto político y social.
Respecto del acontecimiento, entiendo que es una desviación de los
postulados irrenunciables del psicoanálisis interpretarlos como hechos

2 Actividad científica de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay, marzo de 2018, Montevideo.

3 Daniel Gil lo dice en referencia a la reflexión sobre sexo, sexualidad, sus construcciones y diferencias
sexuales.
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reales a pesquisar y pensando que hay una relación causal y lineal con el
sufrimiento neurótico o psicótico del sujeto.
En eso podemos afirmar que no hay acontecimiento o no hay trau-
ma a descubrir de los orígenes. Como lo muestra la Carta 52 de Freud
(1896/1986a), hay diversas formas de transcripción, regidas por distintas
leyes, y lo representado —o el significante (no entro en ese debate)— es
siempre el ausente que motiva la construcción de novelas del yo. No hay
que ir a pescar «aquello acaecido»... pero hay un pero…
Al respecto, voy a mencionar la película uruguaya Ojos de madera, de
Germán Tejeira y Roberto Suárez (Casanova, Tejeira y Suárez, 2017), que
se proyectó y comentó desde distintas disciplinas en nuestro Congreso
sobre Desamparo. Se trata de un niño que sufre un accidente terrible con
sus padres, y el único que queda vivo entre los muertos es él. A ese niño
lo cuidan, se preocupan por su mutismo o sus rarezas, pero nadie le habla
ni le explica lo ocurrido, ni pone palabras a su terror.
Sabemos que cada uno tramita esos traumatismos de manera absolu-
tamente individual; lo anterior de su modo de relacionarse y lo posterior
se juegan en armados imposibles de conocer a priori, infinitos desplaza-
mientos, identificaciones inconscientes, armado siempre en dos tiempos,
siempre après coup. Pero yo planteo que en este caso hay un traumatismo
extremo que dañó gravemente la estructura y se vincula, entre otras cosas,
con ese acontecimiento.
Foucault (1979/1992) señala la importancia que ha tenido, en particular
para las ciencias humanas, la incidencia del estructuralismo para desterrar
el concepto de acontecimiento, pero nos advierte:

No se trata de poner todo sobre un mismo plano, que sería aquel del
acontecimiento, sino de considerar que existe toda una serie de estra-
tificaciones de acontecimientos diferentes que no tienen ni el mismo
alcance, ni la misma amplitud cronológica, ni la misma capacidad de
producir efectos. (p. 179)

Pienso que vale la pena, para abordar la clínica, diferenciar aquellos


signos-huella que logran traducción a palabra, siempre de modo parcial,
siempre dejando resto, de las marcas primarias intromisionantes, como
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expresa Laplanche (1996), violencia secundaria de Piera Aulagnier (1977),


que tienen escaso o nulo poder de traducción. También estar atentos a
investigar acontecimientos que acaecen en cualquier etapa de la vida y
pueden desestructurar el armado psíquico.
Con estas dos últimas, es imprescindible encontrar modos de aborda-
je, tarea que Freud nos legó. Así, su afirmación de la necesidad de mover
en el análisis los fenómenos residuales, trabajados en nuestro medio por
Fanny Schkolnik (2016), es objetivo imprescindible del tratamiento. Con
esto planteo la necesidad de retomar, reformular los planteos freudianos,
que se continúan haciendo sin que se pierdan los conceptos fundamen-
tales. No le pidamos a Freud lo que no podía dar, como dice Laplanche
(1986 [1984]/2015): «no podía ir más lejos. No podía profundizar más en
la articulación original del acontecimiento y el fantasma».
Por su parte, nuestro entrañable historiador José Pedro Barrán (2008)
plantea: «todo presente se encuentra constituido por estratos más o menos
densos de pasados residuales y otros de novedades también de diverso
espesor» (p. 74).
Una de las formas de trabajar estos traumatismos patógenos es valorar
los acontecimientos que el paciente nos relata o que podemos pesquisar en
gestos, posturas, fragmentos, padeceres; acontecimientos generadores de
angustia, horror, condenados a repetirse y que tienen carácter de inligables
para el sujeto. ¿Cómo ligarlos? Ligar, dice Laplanche (1986 [1984]/2015),

es un per, una perlaboración que tan solo puede ser una escucha elabo-
rativa subordinada. [...] la chispa solo puede surgir entre dos polos. Es
un per que viene a suplir en todo ser humano (que acude a análisis) las
fallas, los desgarros, las monstruosidades irremediables del para-excita-
ciones interno.4

Estoy de acuerdo con la elaboración subordinada y la chispa que surge


entre dos polos, pero ¿se limita solo a la escucha? No ligamos y elaboramos
internamente, lo formulemos o no, en su oportunidad, con otros referentes

4 Se refiere a la conferencia de André Beetschen: Écouter, lier: L’analyste et le pare-excitations.


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que, como señalaba más arriba, no son solo palabra, aunque los convirta-
mos o intentemos convertirlos en palabra. El cuerpo, los actos son a veces
indicios fuertes que favorecen las ligazones o nuestras propias asociaciones
que nos sugiere el paciente sin palabras, nos lleva a un film, un libro, un
poema, un recuerdo personal, una imagen, que a veces se convierte en
indicio para generar hipótesis.
El acontecimiento, dice Bleichmar (2006),

es un modo de subrayado que, en definitiva, por efecto del relato [yo agre-
go: cuando lo hay] deja afuera la parte acontencial estrictamente acaecida,
del mismo modo, el traumatismo es lo que escapa al relato, aquello […]
que acosa y llega a derribar […] las formas habituales de defensa del yo
que no pueden hacerle frente a esta efracción de la significación5 (párr. 15)

generándose un traumatismo patógeno.


Esto pasa en nuestra realidad cotidiana, con los desheredados de la
tierra, con lo que significo como desamparo desestructurante, sin olvidar
que el mismo no obedece solo a motivos socioeconómicos, sino que abarca
todos los sectores sociales.
Quiero decir una palabra más sobre el papel de la sexualidad im-
plantada por el adulto sobre un niño sin lenguaje, sin posibilidad de
pensar y sin un armado defensivo suficiente. También es una erogenei-
dad necesaria, pero siempre que incluya el reconocimiento de que es
otro. Sin embargo, se ven con demasiada frecuencia, también en todos
los sectores sociales, excesos de erotización-posesión o carencias-faltas
de libidinización, abandonos, indiferencia, y esto marca de una forma
compleja la estructura.
Me parece significativo el ejemplo que aporta Harris (17 de agosto
2018) en el trabajo presentado en nuestro Congreso, acerca de una pacien-
te, madre, que relata los placeres eróticos vividos en el amamantamiento
del hijo y el estado de extrañamiento angustioso que le generaba alimentar

5 Bleichmar trabaja aquí las ideas de Pierre Nora: Nora, P. (1984). Los lazos de la memoria. París:
Gallimard.
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a la hija, con la que mantiene dificultades. Aquí surgen asociaciones y re-


cuerdos que permiten también configurar la hipótesis de algo muy difícil
desde siempre con su propia madre, niña expuesta al cuerpo materno y
sus desbordes, un cuerpo demasiado ausente y demasiado presente.
Esas marcas, esas huellas, esas situaciones —muchas de ellas caídas
bajo la represión secundaria, otras seguramente más primarias— ¿pueden
transitarse si no hay otro que se disponga en transferencia a la escucha y a
la búsqueda comprometida? Búsqueda que lleva a la interpretación, pero
no solo, sino a construcciones y a establecer lazos posibles que han que-
dado desconectados y muchas veces no se escuchan, sino que es necesario
inferirlos desde fragmentos de palabras, desde los actos, desde el modo de
ubicarse en sesión, escuchando en ocasiones un relato que parece un infor-
mativo desafectivizado, el paciente habla de otro que no es él, transmitiendo
una ajenidad que ubica en ocasiones al analista exactamente en el otro
extremo, angustiado, perturbado, horrorizado y sin encontrar las palabras.
Esto se ve en forma permanente en nuestra clínica, relatos desafec-
tivizados o desbordes actuados, que dan cuenta de repeticiones que no
encuentran mejor forma de ligazón.
Harris (17 de agosto 2018) nos relata sobre otra paciente, Clara, que
estaba: «en un desamparo que apenas podía conocer como una repeti-
ción». Señala: «Me cuenta su historia sin un sentido de su significado y
significatividad». Y agrega: «Llegamos a decir algo sobre el estado en el
que puede caer cuando surge cualquier situación de pérdida o de sepa-
ración. Arenas movedizas. Cae en un estado disociado y sin palabras,
desapareciendo en ninguna-cosa (no-thing) y ningún-lugar (no-place).
Nos hemos mantenidos juntas (a menudo enfrentando mi desamparo y
el suyo). Después de varios años de trabajo y después del nacimiento de
su segundo hijo, la analista sentía que había estado muy cerca de perderla
y de que ella perdiera todo». Nos dice: «Yo vivía el desamparo de sentir
que ella podía repetir el destino de su madre adoptiva, que su derrumbe
determinó la separación», la pérdida de su mundo infantil, a los seis años.
Este es para mí un punto clave, vivir lo que la paciente no puede vivir
y actúa pero sabiendo (a veces) que somos otros y sin contraactuar. Somos
depositarios de lo escindido, de lo desmentido, de lo que no encuentra
palabras y de los afectos coagulados.
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Y sí, Clara desaparece en ninguna-cosa y ningún lugar, y también lleva


a cabo actuaciones cada vez más dañinas con el alcohol y la sexualidad
con personas desconocidas, que no sabe quiénes son. Como ella. ¿Quién
es? ¿Cuál es su apellido? ¿Quiénes sus padres? ¿Qué han querido de ella?
¿Y su analista qué querrá? ¿Cómo confiar?
Sin embargo, el tratamiento se sostiene: «Volvemos del precipicio».
«En las arenas movedizas», nos dice con acierto la analista, y remarco el
plural que a mi juicio no es pérdida de la asimetría, sino consecuencia del
trabajo en la cubeta (Laplanche, 1990).
Así es con estos pacientes con graves traumas en la infancia. Cuando
se puede mantener el análisis es porque la analista logra ubicarse como
un objeto constante, en una estructura llena de rupturas, de huecos, de
traumas activos, analista que padece pero resiste los embates de su pa-
ciente, convirtiendo el análisis en un lugar donde se puede desplegar la
desesperanza, el horror, el miedo, la desconfianza, el odio, la retaliación y,
a veces, el amor. Harris dice que la repetición persiste en la paciente ante
las separaciones, lo pienso con Roussillon (1995) como «actos mensaje-
ros». Actos que siguen buscando ser apalabrados, que tienen que seguir
trabajando juntas, con la esperanza de que surja una resignificación mayor,
aceptando el límite, pero transitando ese complejo camino de las arenas
movedizas en las que a veces parece que nos hundimos más aún que los
pacientes, pero confiando en la búsqueda de las huellas que están marcadas
en el cuerpo, con el calor de la transferencia y sus cuidados.
También debe destacarse la soledad ética (Stauffer, 2015), referida a la
ausencia de testigo sobre lo acaecido principalmente en la infancia, pero
también en situaciones de exterminio o terrorismo, y creo que hay una
situación muy dramática que es la existencia del conocimiento de muchas
personas que guardan el secreto, niegan o desmienten, dejando al niño
absolutamente desamparado, teniendo que recurrir a su propio y frágil
sostén, lo que lo obliga a un recurso como la culpa. ¿Qué hice yo para
que esto me sucediera? De paso, trata de dejar indemne lo vivido con
los objetos originarios; o recurre también a identificarse con el agresor,
repitiendo la violencia ejercida sobre él, ahora adulto, sometiendo a otros;
o en actos autodestructivos en los que repite una y otra vez lo vivido sin
reconocerlo; también con salidas somato-psíquicas o convirtiéndose en
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32 susana garcía
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robot, que no siente, no recuerda, no tiene historia, como plantea Joyce


Mc Dougall (1996). Es decir, con los recursos que puede armar, con su yo
precario y atacado, según las circunstancias. Esto también se ha visto con
las víctimas del terrorismo y del Holocausto, entre otros.
Estas situaciones nos obligan con frecuencia a modificaciones de en-
cuadre y cambios en el posicionamiento del analista, ya sea respecto a la
frecuencia, a la actitud a asumir ante la dificultad de asociación del pacien-
te, al no uso del diván, a cambios significativos respecto a la neutralidad.
Para mí, el análisis implica el mantenimiento de la asimetría y la abs-
tinencia, el trabajo en transferencia, se interprete o no, el abordaje de la
sexualidad y los conflictos, el compromiso afectivo del analista y su ca-
pacidad de espera, su tolerancia a lo enigmático, así como el resistir a los
ataques y a las defecciones.
Otro aspecto a tomar en cuenta con pacientes gravemente traumatiza-
dos es el lugar del objeto, aspecto que implica al analista como presencia.
Pienso en la función objetalizante teorizada por Green (1996), que señala
que «es imposible homogeneizar los efectos del objeto» (p. 253) y que «el
objeto es inductor o catalizador de la ligazón» (p. 256), y esto lo encontra-
mos en el trabajo clínico. Ni fueron homogéneas las figuras originarias ni
tampoco lo somos nosotros como analistas.
¿Cómo sobreviven muchos a tanto desamparo? Algunos autores ha-
blan del concepto de resiliencia; no me siento afín a él. Planteo pensar
en la complejidad de los restos dejados por los objetos originarios, pese
a los cortes, los abandonos, las desapariciones, los abusos, pero algo les
permite a nuestros pacientes seguir buscando y encontrar un analista que
pueda vencer el miedo y sobrevivir como «un objeto capaz de dejar que
se inscriban en ella los efectos de ese padecer» (Green, 1996, p. 260). Y
esto favorece la emergencia del no-yo como lo inconsciente, pero también
no-yo de la experiencia subjetiva (el analista), que es como sabemos de
un objeto distinto a todos los otros; no por nuestro mérito, sino por las
características del método.
Esto solo puede lograrse en transferencia, manteniendo la asimetría
del encuadre, pero comprometiéndose con el dolor y el padecer del otro,
que será siempre desconocido pero se conectará de alguna manera con
nuestros propios dolores, con nuestras propias marcas, nuestros propios
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límites, sosteniendo la esperanza sin omnipotencia y suspendiendo el jui-


cio. Buen momento para reconocer nuestras impotencias, nuestros propios
desconocimientos.
Barthes (1977/1998) dice que una de las fuerzas de la literatura es la
fuerza de representación, porque se afana en representar lo real, que es
irrepresentable, imposibilidad a la que la literatura no quiere someterse,
solo tiene lo real como objeto de deseo.
¿Y los psicoanalistas? Barthes señala lo que ya planteó Freud, que lo
real es inalcanzable, imposible de acceder, pero eso no quita que lo bus-
quemos con la ilusión de alcanzarlo. ¿Qué hizo Freud (1917/1986b) con el
Hombre de los lobos, en esa su infatigable búsqueda de la escena origina-
ria? Escena no originaria, sino construida entre Freud y Serguei, con un
analista afanado en su teorización y un paciente en transferencia, pero así
se construyen las teorías, con tropiezos, con idealizaciones, con búsquedas
que dejan huellas para ser rectificadas, ampliadas, descartadas.
También nosotros con los pacientes dañados construimos historias
que permiten juntar fragmentos, armado psíquico, y no tienen que ser
verdaderas, sino hacer malla, hacer un hilado de la historia transferencial
que podrá o no el paciente ir descartando y recogiendo, lo que puede llegar
a ampliar su capacidad simbólica, buscando que ceda la autodestrucción.
Nuestra función es apalabrar pero, junto con ello, aceptar que la palabra
nunca va a dar cuenta de la dimensión del sufrimiento psíquico. Como dice
Borges (1926/1998): «Pienso que las palabras hay que conquistarlas, vivién-
dolas, y que la aparente publicidad que el diccionario les regala es una falsía».
Interrogarse, recorrido teórico, compromiso, tesón, permitirse «lo
fuera de frase», como dice Barthes (1973/2007), compartiendo lo que dice
Nacht (1963): «No es tanto lo que el analista dice, sino lo que es […] su
real disponibilidad, su receptividad y su aceptación auténtica de lo que es
el otro». ◆
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34 susana garcía
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Resumen

La autora propone discriminar lo siempre traumático del desamparo,


recibido: julio 2018 - aceptado: agosto 2018

imprescindible para que se constituya un sujeto, del desamparo que des-


estructura y dificulta un armado psíquico, donde el comercio entre yo,
superyó e inconsciente no favorece la movilidad de las distintas transcrip-
ciones en la estructura psíquica.
Señala que lo traumático estructural, violencia primaria imprescin-
dible, tiene dos vertientes: el otro auxiliador no es, no está todo lo que la
omnipotencia y el desvalimiento del bebé necesitarían lo que va obligando
a tolerar los límites, a renunciar a la omnipotencia, a hacer el duelo por lo
perdido para siempre, pero que también permite buscar nuevas formas
de transcripción. En este encuentro está también presente la erotización
del cuerpo del infans por parte del adulto, erogeneidad necesaria, pero
siempre que incluya el reconocimiento de que es otro.
No obstante, también vemos el desamparo desestructurante y lo intro-
misionante del adulto. Se subraya la frecuencia de excesos por parte del
adulto, manifestados en una erotización-posesión o en carencias-faltas de
libidinización, que marcan seriamente la estructura.
Estos traumatismos necesitan ser apalabrados, y esto solo es posible en
transferencia, comprometiéndose con el dolor del otro y aceptando que la
palabra nunca va a dar cuenta de la dimensión del sufrimiento psíquico.

Descriptores: acontecimiento / desamparo / trauma / transferencia / elaboración /


psicoanalista

Summary

The paper suggests discriminating what is always traumatic in helpless-


ness, essential for the constitution of the subject, from helplessness which
fragments (desestructura) and makes psychic assembly processes difficult,
where the commerce between the ego, the superego and the unconscious
does not promote the mobility of the different transcriptions in the psychic
structure.
desamparo: «acontecimiento» y repetición. APRÈS COUP en transferencia | 35
issn 1688 - 7247 | (2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127)

The author indicates that the structural traumatic, unavoidable primal


violence, with its two possible paths: the fellow other does not «exist» (no
«es»), «is» not (no «está») everything that the omnipotence and the help-
lessness of the baby «would need», which forces the toleration of limits,
mourning what is lost forever, but which also allows for the search of new
forms of transcription. In this encounter there is also the erotization of the
body of the infans by the adult. Necessary erogeneity, but only if it includes
the recognition that the infans is another.
But we also find the fragmenting helplessness and the intrusion of the
adult. The frequency of excess, manifest in an erotization – possession and
/ or absence – lack of libidinization, which severely mark the structure.
These traumatisms need to be put into words and this is only possible
in the transference, committing to the pain of the other and accepting that
the word will never manage to account for psychic suffering.

Keywords: event / working through / helplessness / trauma / transference /


psychoanalyst

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issn 1688 - 7247

¿Qué nos ampara?


Leonardo Peskin1

La necesidad de ser amparados es inmanente a la condición humana.


Desde el comienzo de la vida, aún en el útero, durante el nacimiento y
en la infancia, se necesita del cuidado psíquico y biológico. Las figuras
parentales que nos cuidan se constituyen en base al ámbito sociofamiliar
donde se produce el nacimiento. El infans depende de un modo extremo,
no sobreviviría sin la asistencia y el amparo brindados por quien haga
de madre. Los cuidados necesarios varían según las pautas sociales, la
puericultura y la psicología evolutiva. El amor y el deseo de esa madre
deben ser moderados y modulados por funciones que se teorizaron como
regulaciones paternas. Los deseos, amores, actitudes y roles son pautados
por el entorno sociocultural, ya que la especie se encuentra alejada de la
naturaleza y debe ir configurando formas que la remeden. Esto vale para
la sexualidad, la autoconservación y la reproducción. Nos parecemos a los
mamíferos, pero esa similitud requiere un trabajo de asimilación cultural.
Es un aprendizaje que construye laboriosamente lo que en los animales
ya está dado. A raíz de la carencia de un ser natural y la arrogancia de la
especie, siempre surgen tentaciones de desviarnos de las metas pautadas.
La condición humana es más sofisticada que la animal, pero permanente-
mente debe ser orientada al reconocimiento y cuidado de los semejantes.
Eso hace que cuestionemos como inconcebible para cierta cultura lo que
se hace en otra. El humano librado de las ataduras simbólicas que lo acoten
llega a crear sentidos alejados de toda necesidad natural. Dejar vivir, querer

1 Miembro titular (didacta) de la Asociación Psicoanalítica Argentina. leonardopeskin@hotmail.com


|
38 leonardo peskin
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y amar a los hijos y a los semejantes es una decisión. Siempre acecha el


riesgo de deshumanizarlos, tratarlos como cosas. En los animales, vemos
rechazos de las funciones parentales, también asesinato y devoración de
los hijos, así como severas peleas con congéneres, pero están basados en el
instinto y el margen que este otorgue al aprendizaje a partir de experiencias
vividas. Matar, devorar a un hijo como Cronos, violarlo, regalarlo, venderlo
o abortarlo derivan de que no haya moderación, basada en los diques del
aparato represivo y la ley (asco, pudor, vergüenza, moral, culpa).
Todos estos argumentos nos van llevando a una conclusión obvia:
lo simbólico —es decir, el universo significante— es el que sostiene y
socorre a los humanos para salir del desvalimiento generado por el des-
arraigo instintivo de la especie. Pero la organización simbólica puede
proteger o ser letal, tanto en el accionar de los otros sobre el sujeto como
del sujeto hacia los otros.
Nos constituimos como sujetos mediante la alienación en el lenguaje
y la separación de las tendencias pulsionales narcisistas; así, nos insertar-
nos en un discurso cultural por vía del entorno parental. A este recorrido
hacia la humanización lo denominamos vicisitudes edípicas, que llevan a
la asunción de un lugar en una cadena simbólica. Mediante operaciones
metafóricas, adquirimos un nombre y nos inscribimos fantasmáticamen-
te en cierta realidad asumiendo sus reglas. Así, el amparo objetivo y la
asunción del lenguaje permiten salir del desamparo. Estos hechos son la
condición necesaria, núcleo de origen que nos sostendrá narcisísticamente
a lo largo de la vida; cuando fracasan, se vuelve determinante de por vida el
cuidado brindado por los otros. Las organizaciones discursivas en las que
nos insertamos legislan y orientan el camino para la pulsión. Restringir
una dimensión gozosa implica intensificar otras; al goce hay que darle
un destino, y no todo puede ser sublimado. A nivel social, los discursos
rigen el gobierno de una masa, una ciencia, una institución. Dependerá
de la calidad de la orientación del discurso que considere a aquellos donde
se impone o los cosifique. En toda sociedad o cultura hay un pacto que
incluye o no reglas de cuidado. Las aceptaciones de estas condiciones se
apoyan en las dinámicas simbólico-narcisistas que la especie, en tanto
gregaria, tiene predispuestas. Freud las describió, destacando la creación
y la función del padre como legisladora. Estas configuraciones sociales,
¿qué nos ampara? | 39
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cuando son protectoras, no son necesariamente estables ni garantizadas;


solemos ver fenómenos de regresión donde en breve plazo se pueden
perder milenios de cultura. Las dinámicas que venimos considerando
derivan del inevitable malestar en la cultura que puede conducir a gra-
ves regresiones, las que llevan a la violencia, a la guerra o a dolorosas
expulsiones. Aun así, la peor alternativa no es la regresiva, sino que haya
un siniestro «progreso» hacia el odio en la efectivización del ataque y la
destrucción. Es decir, una organización que, aplicando toda la sofisticada
capacidad simbólica, la pone al servicio del exterminio de los otros. Esto va
desde proyectos intencionales de desamparo a las formas más aberrantes
o sutiles de destrucción sin resto. Ya no se trata de descuidar ni expulsar,
sino de hacer desaparecer al otro sin dejar rastros de que hubiera existido.
Estas prácticas no son hechos individuales como en la tragedia clásica
(Antígona o el propio Edipo), sino que son hechos masivos, en los que
toda la maquinaria científico-tecnológica y legal de un Estado es puesta
al servicio de la extinción de naciones enteras o de ideologías completas.
Hay formas estruendosas como las guerras o sutiles como el colonialismo,
el capitalismo y sus derivaciones más tardías, que estamos viviendo.
En nuestra clínica nos encontramos, en menor escala, con los mismos
problemas que en lo social observamos a gran escala. En las historias
de las familias y de nuestros analizantes observamos los estigmas de los
desamparos vividos, desde formas leves a severas. Nadie pasa indemne la
historia de asunción de un lugar en el gran Otro que lo determina. Los
pasos de constitución subjetiva llevan inexorablemente a pérdidas, como
renuncias al goce de los objetos parciales para alcanzar una posición fan-
tasmática. Estas pérdidas, Edipo mediante, son duelos y pueden o no ser
acompañadas de modo que se atenúe el efecto traumático; no obstante,
dejan cicatrices que van marcando la vida de nuestros analizantes. Hay
accidentes típicos del desarrollo, como son las muertes de abuelos o pa-
dres, las separaciones, los nacimientos de hermanos, el atravesamiento
de la escolaridad, la asunción de los rasgos físicos, el desarrollo púber-
adolescente, etc., donde es puesta a prueba la estructura psíquica alcanza-
da. Este tránsito requiere ámbitos, presencias o ausencias que faciliten la
elaboración que depende de que el tiempo de la demanda cultural consi-
dere el tiempo de cada sujeto. En nuestra clínica vemos microcatástrofes
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40 leonardo peskin
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evitables que luego no son del todo reversibles. Dentro de un análisis, se


nos plantea cómo abordar en un tiempo actual lo que el tiempo histórico
no permitió significar y resolver. La tendencia más desamparadora ter-
mina siendo la repetición de lo traumático como expresión de la pulsión
de muerte, íntimamente ligada al masoquismo. En el avance del análisis,
la dialéctica clínica que inexorablemente se sostiene por la transferencia
nos pone frente a la compulsión a la repetición, que junto con el empuje
del Superyó imponen el volver a vivir lo devastador del trauma. Frente a
estos embates, que a la vez son la oportunidad de un cambio, nos queda
el amparo del espacio analítico, que, como en el origen de la vida, es una
condición necesaria pero no suficiente, y es ahí donde el recurso del diá-
logo busca modificar lo que quedó coagulado por represión del conflicto.
Estas dos condiciones —el poder sostener el análisis y que este promueva
un cambio en la significación de lo traumático— serían la tarea. Las fija-
ciones probablemente sean inmutables y hacen al diseño de la represión
construida sobre rígidos pilares que sostienen el aparato psíquico. Lo que
ofrece el análisis es que el sujeto encuentre un lugar que no lo confronte
tan descarnadamente con sus miserias de origen. Los únicos recursos
son la palabra y los actos que permitan un corrimiento de aquel real que
determina al sujeto. Pero, insisto, las acciones que generan un cambio son
las que respetan el tiempo del sujeto. Lo que ampara en un momento es
obstáculo en otro. Por eso es tan importante que el análisis tienda a una
terminación, lo que en una etapa o en algún momento salva al estar pre-
sente, en otro momento salva al dejar de estar. No es más que el fort-da
donde estos dos significantes dan oportunidad a la constitución del sujeto,
siendo que la fase expulsiva, ausentificadora, es dominante para promover
que el sujeto se sostenga construyendo su propio deseo y abandone el de-
seo del Otro. Esto no solo en el fin de análisis, sino en cada intervención
de un analista, ejerciendo la capacidad de destituirse para promover la
autonomía del sujeto, tanto como en la función materna lograda.
Voy a introducir una viñeta. Hace muchos años atendí a una mujer
extremadamente frágil y susceptible, básicamente fóbica. Dependía mucho
emocionalmente de sus padres y, como suele acontecer en las fobias. la
madre era dominante. Luego de unos años de análisis, logró desprenderse
parcialmente de los padres, terminar su carrera, casarse y tener un hijo.
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Cada obstáculo la desesperaba, y le costaba manejar la angustia. Cuando


los padres viajaban, se sentía abandonada y pendiente, temiendo las ma-
yores desgracias, como enfermedades graves o accidentes, hasta que ellos
le decían que estaban bien, y en ese momento expresaba la rabia por lo
que le habían hecho pasar. Estos finales de las crisis mostraban la posición
narcisista implicada en su fobia. Sus preocupaciones eran controlar todo,
ser muy tenida en cuenta y ser atendida por el marido o una amiga perma-
nentemente. Todo eran sobresaltos y alivios parciales. No obstante, había
estabilizado su vida y había logrado muchos períodos de placer. En un
momento se produjo una coyuntura particular en mi vida, que me obligó
a suspender el análisis por razones ajenas a mi voluntad. Sabiendo cómo
era ella, le busqué un analista que la atendiese en mi lugar, e hicimos un
proceso de adaptación. Yo dejé de verla de a poco, y ella parecía conforme
en su tratamiento con la otra persona. Así pasaron unos meses, y yo volví
a atender, pero no me contacté con ella, suponiendo que quizás debería
continuar con ese nuevo análisis. De golpe, recibí un llamado del marido,
que me dijo que ella estaba descompensada, invadida de angustia, y que
el análisis que estaba haciendo no funcionaba. Cuando la vi, mostraba
un cuadro de ansiedad que trataba de manejar corriendo y moviéndose;
incluso tuvo la entrevista parada, yendo de un lado a otro del consultorio.
Me relató que concurrieron dos hechos significativos. Había tenido un
aborto a raíz de un embarazo anembrionado, sostenido por error médico
con altas dosis de hormonas, y a la madre la habían tenido que operar de
un melanoma que obligó a una resección amplia de la lesión, pero parecía
tener buen pronóstico. Dos eventos que involucran sacar y cortar, para re-
solver lo anembrionado y lo maligno. Lo que de a poco apareció como po-
tenciador de la angustia fueron hechos vinculados a su análisis con el otro
analista, quien le dijo que yo seguía sin atender, cosa que era falsa (pare-
cería que no quería perder la paciente), y a raíz de la angustia, la comenzó
a ver todos los días, incluso dos veces por día. Según ella decía, la trataba
como si ella estuviera psicótica. Yo la retomé, bajé las sesiones a dos veces
por semana, y comenzó a aliviarse. Enseguida apareció que el sospechoso
exceso de dedicación del otro analista le resultó insoportable, la hizo sentir
atrapada y daba por cierto que lo que ella padecía era sin límite. Es obvio
que se exacerbó la malintencionada posesividad materna. Por supuesto,
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42 leonardo peskin
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puedo inferir que, en transferencia conmigo, se sintió abandonada, aunque


lo que ella refería que la tranquilizaba era que yo no la atrapaba y no daba
tanto crédito a sus demandas por angustia. Lo cierto es que, como fóbica,
siempre la consideré rotando hacia la histeria, dentro de una personalidad
infantil que hacía todo lo posible para «no crecer» porque eso implicaba
separarse y hacer su vida. Esta experiencia casi accidental, mezclada con
la mala praxis del otro analista, operó justamente sobre ese fantasma de
sobreprotección y no separación hasta la pesadilla. El corte fue lo aliviante.
Lo expongo como un ejemplo de que muchas veces cobijar en exceso no
es amparar, y la tendencia general de un análisis, tratándose de pacientes
neuróticos, debiera promover la más pronta autonomía. Recordemos la
contraposición que hace Lacan (1962-1963/2006) entre el «Te amo, aunque
tú no lo quieras» (p. 36), que hace estragos, con el «Yo te deseo, aunque no
lo sepa» (p. 36), que da oportunidades.
Todo lo que fui exponiendo me lleva a resaltar la calidad del discurso
en el que se construye la subjetividad, tanto a nivel social como familiar. La
asunción del lenguaje es la esencia amparadora por excelencia al dar lugar
al inconsciente como un recurso «inmunológico», que bien o mal nos
protege de las noxas, aunque no es suficiente para defendernos de todas las
formas de violencia que nos acechan. La fragilidad humana hace que de-
bamos ser amparados por una organización simbólica que nos trasciende
como sujetos. Debemos rehuir todas las formas de masoquismos que nos
suelen tentar, pero nuestro destino depende de la intensidad del sadismo
que se descargue sobre nosotros. Y no me refiero a los terribles accidentes
de la vida, sino a nuestra vulnerabilidad para ofrecernos al goce de un
Otro. Tomemos el ejemplo de Freud, que afrontó de un modo admirable
todas las desgracias que la vida le impuso, muerte de seres queridos, gue-
rras y enfermedades invalidantes, y gracias a sus extraordinarios recursos
simbólicos, pudo con todo eso. Sin embargo, lo tuvieron que salvar porque
contra el avance de la maquinaria nazi no pudo: lo trascendió.
Todo lo expuesto nos lleva a una conclusión: el hombre se encuentra
protegido o condenado por su historia y la de sus circunstancias. La his-
toria está construida basada en discursos que nos atraviesan y determinan
nuestro inconsciente, colectivo e individual. Y la historia, parafraseando
a los Baranger, es tartamuda, tiende a reiterarse dada la insistencia de
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la repetición. En nuestros consultorios, estimulamos y fortalecemos los


recursos inconscientes como inmunidad natural, pero no podemos evitar
las incidencias de la maldad ni las epidemias culturales a las que estamos
expuestos, ya que el mal radical existe y acecha. Lo que resta es desentrañar
en qué medida un sujeto se presta o no, con sus recursos, a ser víctima, o
logra evitarlo. Pero estemos advertidos que muchas veces las mejores inten-
ciones no son suficientes y pueden virar a ser las peores. Los equívocos del
amor en la especie nos predisponen a cierta ingenuidad por la trascendental
búsqueda de amparo que siempre ilusionamos. ◆

Resumen

La necesidad de ser amparados es inmanente a la condición humana. Des-

recibido: junio 2018 - aceptado: julio 2018


de el comienzo de la vida humana, aun antes del nacimiento, se requiere el
amparo biológico dentro del vientre materno y del cultural en el entorno.
Esto es resaltado por todos los enfoques psicológicos y psicoanalíticos;
sin embargo, no siempre es resaltada la necesidad del lenguaje y la sim-
bolización como la más trascendente condición de amparo de la especie.
Esto abarca tanto la posibilidad que brinda a la creación de quien ejerza
la función materna como la adquisición de independencia de los objetos
primarios. Sin ese recurso, la cría humana permanecería en una depen-
dencia de un otro, que es el más precario recurso para ser amparada. La
capacidad de lograr autonomía apoyados en la capacidad de simbolizar y
lograr el lenguaje es lo que termina dando el mayor amparo. Todo esto no
quita que la socialización, precisamente lograda mediante estos recursos,
sea imprescindible para la realización como sujetos. Estas ideas son ilus-
tradas con una viñeta clínica.

Descriptores: desamparo / lo simbólico / cultura / material clínico / amor /


subjetividad
Candidato a descriptor: Amparo
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44 leonardo peskin
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Summary

The need for protection is inherent to the human condition. From the
beginning of human life, even before birth, biological protection is re-
quired inside the mother’s womb and the cultural environment. This is
emphasized by all psychological and psychoanalytic approaches. However,
the need for language and symbolization is not always emphasized as the
most transcendental condition of protection for the species. This embraces
both the possibility offered to the creation of the person exercising the
maternal function, and the acquisition of independence from the primary
objects. Without that resource, the human young would remain depend-
ent on another, the most precarious resource in order to be protected. The
capacity for achieving autonomy, supported by the capacity for symbol-
izing and acquiring language, is what provides the greatest protection in
the end. This does not mean that the socialization, achieved precisely by
these resources, is not essential for our realization as subjects. These ideas
are illustrated with clinical vignette.

Keywords: helplessness / the symbolic / culture / clinical material / love /


subjectivity
Candidate keyword: Protection

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issn 1688 - 7247

Marcas del desamparo:


Sobre algunas repercusiones
de la Shoah en la actualidad…
Rosa Zytner1

Hay cosas que deben ser dichas suficientes veces…


Sigmund Freud

Reflexionar sobre la Shoah en la actualidad supone el abordaje de un acon-


tecimiento complejo y polifacético, devastador para la humanidad, que
se ha inscrito de forma indeleble a nivel psíquico y social, y, entre otros
aspectos, evidencia marcas del desamparo en los sobrevivientes y sus des-
cendientes.
Como marca-herida difícilmente cicatrizable en la subjetividad de
los directamente involucrados y, actualmente, en hijos, nietos y bisnietos,
en su lugar de testigos vivientes, la Shoah no admite conceptualizaciones
simples y lineales. Acontecimiento frontera entre lo psíquico y lo social,
de doble vertiente, que no solo involucra a los judíos, sino a la especie
humana en su conjunto.
En un trabajo anterior, decíamos que la Shoah

provocó un viraje radical de lo familiar y previsible (das Heimlich) a lo


extraño, inquietante, siniestro (das Unheimlich), introduciendo profun-
das transformaciones a nivel psíquico y en el entorno social y cultural,
perfilándose así un «contexto social siniestro» —concepto acuñado por

1 Psicoterapeuta habilitante y supervisora de la Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica.


rzytner@gmail.com
marcas del desamparo: sobre algunas repercusiones de la shoá en la actualidad… | 47
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Lutenberg (2002)— que las nuevas generaciones hemos tratado de abordar


y tramitar. (Zytner, 2013)

En este trabajo, abordaremos algunas de las marcas del desamparo,


que incluye la propia implicación de pertenencia a la segunda generación,
ubicada en la contemporaneidad cultural del siglo XX e inicios del XXI,
que produce resonancias afectivas que seguramente impregnan el texto.
Más de ochenta años después, más allá de su propia especificidad,
sigue constituyendo un baluarte paradigmático y emblemático de lo que
han sido y siguen siendo episodios extremos de catástrofe social que dan
cuenta, radicalmente, de la violencia extrema ejercida por un ser humano
sobre otro, que sigue impregnando actualmente, desde otras expresiones,
el entramado psíquico y social.
Freud utiliza el término desamparo (Hilflosigkeit), tomándolo del
lenguaje corriente, para describir el estado del recién nacido, que por su
prematuridad es completamente dependiente del cuidado de un adulto.
Mediante el llanto y el dolor, demanda una acción adecuada del adulto
que ponga fin a su estado. Por lo tanto, en el adulto caracteriza la situación
traumática por excelencia, generadora de angustia.
Desde un punto de vista económico, el exceso de excitación conduce
al incremento de la tensión de necesidad, que el aparato psíquico es aún
incapaz de dominar, y el sujeto es desbordado por ella, lo que genera
el sentimiento de desamparo psíquico. Desde una teoría de la angustia,
el desamparo sería el prototipo de la situación traumática (Laplanche y
Pontalis, 1974).
«Estar a la intemperie» denomina Rodríguez Rendo (2012) el desam-
paro que impacta al psiquismo en la época actual: el sujeto debe convivir
con el miedo y, por lo tanto, queda en la intemperie. Miedo inseparable
del escenario de la «modernidad líquida» a la que alude Zygmunt Bauman
(2008) y asimismo al de los efectos de la Shoah en los involucrados.
En Inhibición, síntoma y angustia, Freud (1926/1976) distingue la an-
gustia (sin objeto) del miedo (con objeto). Esta angustia sin objeto es la
que emerge cuando el desamparo se reactiva en la vida adulta. El sujeto
queda a la intemperie, se ha producido una maniobra en la que concurren
el peligro externo y el interno, constituyéndose el nexo con la situación
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traumática: exigencia pulsional y amenaza exterior. El estado de desam-


paro se considera el prototipo de la situación traumática. En el curso de su
vida, el impacto de un acontecimiento que haga eco en su marca traumáti-
ca va a producir la reactivación del desamparo. En cada oportunidad en la
que algo abrupto irrumpa desde fuera o desde dentro, ese acontecimiento
traumático se conectará con el desamparo.
Es evidente el vínculo que tiene este concepto con el de trauma, el
cual no es posible abordar porque escapa a los límites del presente trabajo,
así como tampoco podremos adentrarnos en el recorrido de las distintas
aproximaciones al concepto de desamparo que realiza Freud.
Daremos algunas pinceladas sobre temas tan profundos como la me-
moria, el silencio (también como una de sus facetas), los testimonios y el
duelo para abordar algunas de estas marcas del desamparo como reper-
cusiones de la Shoah en las generaciones actuales, en la medida en que
la clínica y numerosas investigaciones desde distintas disciplinas señalan
que el horror vivido por los padres afectó la subjetividad de la segunda y
tercera generación, ambas receptoras y transmisoras.
La deshumanización de los prisioneros de los campos conduce a una
de las marcas del desamparo. Le fue suficiente un instante a Primo Levi,
en el momento de su ingreso a Auschwitz, en el encuentro de miradas con
el Dr. Pankow (médico que procedía a su admisión), para leer el mensaje
de esa mirada: «Eres un subhombre».
Sin embargo, los efectos de estas y otras situaciones difícilmente ima-
ginables no pueden ser traducibles meramente a códigos psicopatológi-
cos: «No soy un enfermo, sino expresión de mi época», clamaba David
Roussett cuando salió del campo de concentración. Por ello estas marcas
de vulnerabilidad modelizadas por la Shoah siguen poseyendo una fuerza
mortífera que, según teoriza Zygmunt Bauman (1998), parte de la racio-
nalidad propia de la modernidad.
Fethi Benslama (2006) señala, en un artículo sobre «la representación
y lo imposible», que

el genocida deja, mediante su acto, misivas genealógicas psíquicamente des-


tructivas de la representancia, que van a operar sobre varias generaciones,
con tantos más estragos en la medida en que ha habido negación, silencio
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o borramiento de la destrucción y de sus responsables. Lo irrepresentable


transporta entonces el accionar de la crueldad más allá de su acción.

La magnitud del horror sufrido por la Shoah produjo un corte en los


procesos de memorización, silencio necesario para el psiquismo, ¿refu-
gio para lo intolerable? (Viñar y Ulriksen de Viñar, 2000). El nazismo,
según Daniel Gil (1996), intentó «destruir el orden humano, su memoria,
la muerte misma, como estructura simbólica que permite la memoria», lo
que acarreó una pérdida de memoria de la humanidad.
La memoria se instala entonces como aspecto esencial para contrarres-
tar este efecto, donde el papel del testigo directo y del testigo indirecto, con
«el testimonio partícipe» y el «testimonio delegativo» (patrimonio de los
que vivieron directamente las experiencias, pero también de sus sucesores;
Naymark, s. f.), asume un rol fundamental.
Testimonios-testigos-escuchas. El historiador Hugo Vezzetti (1998)
señala que

la cuestión es si la acumulación de testimonios permite conocer, es decir,


formular las preguntas pertinentes, construir una reactivación del pasado
que necesariamente se abre a la cuestión de la permanencia y la diferencia.
La transmisión de una experiencia límite… sólo puede ser rodeada
y elaborada sin cesar, en la medida en que es fundamentalmente inasimi-
lable. La memoria se construye también, en esa dimensión, con silencios
y con huecos que mantienen, en contra de lo ya sabido, interrogantes que
no tienen respuesta.

Por su parte, el historiador Henry Rousso (1998) plantea que estamos


inmersos en el «tiempo de la memoria», «en una relación afectiva, sensi-
ble, incluso dolorosa, con el pasado», donde «en la hora actual, el pasado
reciente se nos presenta con una intensidad sin igual», que «reviste una
actualidad inédita, como consecuencia de la dificultad de asumir las tra-
gedias del siglo XX».
Es así que en este «tiempo de la memoria» nos encontramos frente al
tiempo de las generaciones, segundo tiempo, en el cual el terror no solo
deja marcas del desamparo, sino que podría convertirse en pensable.
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En 1913, Freud planteaba «que ninguna generación es capaz de ocultar a


la que sigue sus procesos anímicos de mayor sustantividad». Por consi-
guiente, reflexionar sobre estos temas, entonces, como señala Maren Ul-
riksen (Viñar y Ulriksen de Viñar, 2000), «surge de los efectos a posteriori
de la generación siguiente», y «opera como un esfuerzo para atravesar el
espesor del desconocimiento, levantar la desmentida, restituir el trabajo
de la memoria y hacer reconocer el carácter y la extensión del terror». En
este proceso cambian las reglas de juego, ya que «se trata de una empresa
de renacimiento, de restitución de engramas destruido» que continúa a lo
largo de las generaciones... y que intenta abordar el silencio compartido.
Debemos pensar también en la conceptualización de la transmisión
transgeneracional de lo traumático, aludiendo al trauma masivo sufrido
por los sobrevivientes, que pasa a ser acumulativo en el propio psiquismo
y en las generaciones siguientes, y que dejamos planteado sin desarrollarlo.
Desde la perspectiva de las marcas del desamparo, y en la difícil trami-
tación de un «duelo de características especiales» (Kijak y Pelento, 1985),
la transmisión y reflexión colaborarían en la metabolización del terror
en dolor, especialmente a través de un tercero (otro social) que intente
habilitar la posibilidad del proceso de duelo.
Frecuentemente encontramos en los sobrevivientes una presentifi-
cación del pasado, donde el tiempo queda congelado, con el miedo a no
poder salir y la certeza de no haber salido nunca. Algo queda irremedia-
blemente perdido. El doliente permanece inserto en una situación incierta
e indefinida, abocado a rehacer su vida, pero al mismo tiempo, aferrado al
objeto perdido con la misión (relacionada con sus intensos sentimientos
de culpa por haber sobrevivido) de devolverlo a la vida. Resignar el objeto
y olvidarlo serían vivenciados como una traición al ser querido. Las imá-
genes indelebles ligadas a escenas de tortura, sufrimiento y desamparo de
víctimas y formas de muerte inenarrables tampoco lo permiten, y esto se
transmite también a los hijos.
Por lo tanto, sigue constituyendo un desafío vigente, manifestado en
las diversas expresiones de las marcas del desamparo sobre las generacio-
nes actuales, continuar con el abordaje del terror desde diversas miradas
que permitan afrontar el intento de pensar lo impensable y franquear
la inapelable respuesta del SS mencionado por Primo Levi (1947/1988).
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«Heir ist Kein Warum» («Aquí no hay ningún porqué») frente a la atónica
pregunta del prisionero: «Warum?» (¿Por qué?), por la crueldad sin mo-
tivo. Si el terror se opone al pensar, es de orden ético, además, el revertir
esa imposibilidad, aun con la permanencia de la «oscura opacidad» (Sneh
y Cosakas, 2003) que sigue habitando el pensamiento.
Este silencio, con una doble vertiente, implicó un «pacto de silencio»,
verdadero secreto compartido: los sobrevivientes no querían o no podían
hablar, y los hijos y el colectivo social no podían o no querían escuchar,
sin atreverse a preguntar-preguntar-se. De todo ello dan cuenta muchos
de los testimonios de sobrevivientes, entre otros, los de Primo Levi y Jorge
Semprún. En un apéndice de 1976 a su libro Si esto es un hombre, Primo
Levi (1947/1988) nos relata que el manuscrito fue rechazado por varios
grandes editores y aceptado finalmente por una pequeña editorial que cerró
al poco tiempo, y que «el libro cayó en el olvido, entre otras cosas porque
en esos tiempos de áspera postguerra la gente no tenía muchas ganas de
regresar con la memoria los dolorosos años que acababan de pasar». Tie-
nen que transcurir más de diez años para que el libro despierte el interés
del público. Por su parte, en La escritura o la vida, Jorge Semprún (1995)
describe el clima imperante a su regreso a Francia, que veía a los sobrevi-
vientes como «aparecidos» a los que era prácticamente imposible escuchar.
Silencio de intensos contenidos afectivos, nada callado por cierto, que
impactó profundamente en la segunda generación, ya que los sobrevivien-
tes transmitieron a sus hijos (a través de distintos canales, tanto conscien-
tes como inconscientes), las secuelas de esa violencia extrema vivenciada
en esta catástrofe psíquica (a nivel individual) y catástrofe social (a nivel
colectivo) que fue la Shoah.
Investigando el silencio a través de testimonios de hijos de sobrevi-
vientes, Nadine Fresco (1984) describe el vertiginoso agujero negro de una
memoria de muerte prohibida, que se manifestaba en ocasiones en incom-
prensibles ataques de pena. Los padres no explicaban nada, los hijos no
preguntaban nada, cubiertos de un manto de implacable silencio, incapaces
de transgredir la prohibición. Letanías de silencio que subrayan un objeto
invisible enclaustrado en una evocación imposible... También encuentra
en ellos el sentimiento de irreparable nostalgia de un mundo donde sien-
ten que fueron excluidos al nacer, y el vértigo de la confrontación con el
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pasado, objeto perdido de un deseo innombrable, en el que el sufrimiento


toma el lugar de algo heredado. Vivencian su existencia como una especie
de exilio, no de un lugar en el presente o en el futuro, sino de un tiempo
que se ha ido para siempre, dejándolos con una identidad trunca, cadena de
«sustituciones», en el que la presencia de un sentimiento de culpa dificulta
la oposición, la ambivalencia y la hostilidad necesaria para el crecimiento.
El silencio se articula con la intensidad del sentimiento de culpa de los
sobrevivientes por haber sobrevivido. Las fuentes de culpa se multiplican:
la incapacidad de salvar a sus seres queridos, las condiciones generadas
por el cambio de código referencial en la cotidianeidad y la arbitrariedad
absoluta de las normas (por ejemplo, en los guetos y campos de concen-
tración), las experiencias extremas vividas, la ruptura con los parámetros
conocidos de convivencia, los dilemas imposibles de resolver... y la lista
es infinita... «¿Por qué yo me salvé?», una y otra vez se preguntan con
desconsuelo los sobrevivientes. En numerosos testimonios se escuchan
las voces de los sobrevivientes transmitiendo que con el silencio querían
proteger a sus hijos, querían olvidar y reconstruir su vida, sentían que no
los podían comprender, experimentaban culpa de haber sobrevivido, se
avergonzaban de situaciones vividas en la guerra y otras muchas expre-
siones que no plantearemos aquí por falta de tiempo.
Actualmente, la tercera y la cuarta generación interpelan e invitan a
romper un silencio compartido con la generación anterior, generación
«bisagra», en muchos sentidos. Y a través de este reclamo, la segunda se
siente más habilitada, finalmente, a preguntar... y a poder escuchar... Desde
su medio familiar inmediato, son los nietos los que se atreven a preguntar
lo que los hijos no pudieron. Algunos de ellos dicen: «Hay que seguir la
cadena, continuar con la antorcha, para que no se pierda». «La gente tiene
que conocer lo que pasó». «Los sobrevivientes ya se están yendo…». «Para
luchar contra el negacionismo».
En un trabajo anterior realizado con Luba Bondnar (Bondnar y Zytner,
2003), nos preguntábamos si habría una «huella de vulnerabilidad» que se
transmite de generación en generación. «Parecería como si en el sufriente
quedara un “surco” que luego cada cual llenará con experiencias propias-
ajenas» (p. 240), muchas veces traducidas en identificaciones alienantes
con el sobreviviente. En palabras de una hija de una sobreviviente:
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Todo esto es parte de mi identidad... soy maestra, soy mamá, soy casada,
soy hija de sobreviviente... no puede existir que eso no esté... ¡está enra-
bado en mí, está siempre, siempre; siempre está ahí! (p. 238)
A veces necesito que las personas que están en contacto conmigo sepan
que yo soy una descendiente del nazismo... tienen que saberlo, yo me quedo
tranquila si las personas lo saben, si no, hay algo que no funciona. (p. 238)
Yo pensaba que la Shoah, el nazismo, me había llegado cerca, y des-
pués me di cuenta de que no me llegó cerca... ¡me agarró, me tocó y me
tiene! ¡Y está allí...! (p. 239)
Yo le conté mucho a mi hija menor. Yo tenía que decirle, yo era la que
tenía que contar... era y es mi deber. Este tema siempre está entrelazado
en mi vida, está en mi vida, es parte permanente de mi vida. (p. 240)

Y en relación con el duelo, planteamos un «duelo suspendido», a la


espera de que las generaciones posteriores puedan asumirlo y convivir con
él, en lugar de «elaboración» (Bondnar y Zytner, 2003).
Por su parte, Yolanda Gampel (1993), refiriéndose a la forma en que
los sobrevivientes intentan tramitar el duelo, así como borrar el dolor y los
efectos en sus hijos, introduce el concepto de «identificación radiactiva»,
que actúa como los efectos de la radiación, sin que el psiquismo pueda
protegerse de su penetración, implantación y efectos. Serían penetraciones
de aspectos terribles y destructivos de la realidad externa, no representa-
bles, actuados en ocasiones por los sobrevivientes o sus hijos, que actúan
impregnando el tejido social, como caja de resonancia. A su vez, los hijos
experimentan una «transposición» de otra «realidad», la de la experiencia
de situaciones traumáticas de la guerra vivida por sus padres (Kestemberg,
1972, 1982), que involucra la construcción de subjetividad.
Dina Wardi (1992) introduce la metáfora de «vela conmemorativa»,
como la designación inconsciente, por parte de los padres, de la misión
de recordar a los familiares muertos en la Shoah, como forma de llenar
el vacío dejado por su ausencia y mitigar el dolor de un duelo imposible
de elaborar. Las «velas conmemorativas» deben servir como eslabón que
preserve el pasado y lo una al presente y al futuro, siguiendo la tradición
judía de que los hijos tienen la obligación de izcor, recordar, de continuar
con la memoria de sus familiares muertos, pero en una pesada carga que
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compromete la propia identidad en pro de dar consuelo a sus progenitores,


muchas veces, a costa de la posibilidad de discriminación e individuación.
Fracaso de un proceso simbólico, por lo cual las «velas conmemorativas»
se convierten en memoriales-vivos para los muertos, transformándose en
un aspecto inseparable del ritual de duelo que no pudo llevarse a cabo por
los padres.
No obstante, también se observa que a través de distintos caminos
(psicoterapéuticos, de las creaciones artísticas, etc.), los descendientes
exploran la posibilidad de romper su propio pacto de silencio, plasmando,
nombrando a sus muertos, en un proceso compartido con otros descen-
dientes, que recién cuando logran encontrarse con aspectos más realistas
de los mismos, encarnando retazos informes transmitidos, fragmentacio-
nes de la memoria, logran renovar la cadena generacional, evitando que-
dar atrapados en el círculo sin salida del pasado. Las creaciones artísticas
muchas veces habilitan una «puesta en escena», cumpliendo la función
de organizador inconsciente, que va desde la vivencia y la reflexión hasta
una «puesta en sentido» que ubica tanto la significación singular que para
el deudo posee la muerte de sus familiares como la significación social, en
un cruce de la historia individual y la historia social.
Finalizando, privilegiamos el intento de comprensión crítica, que tras-
cienda una repetición mortífera o meramente catártica, apuntando a la
inexorable «pertenencia a la especie humana» defendida a ultranza por
Robert Antelme (1996), que pone en jaque una hipótesis de Giorgio Agam-
ben (2000) de que en situaciones extremas de campo de concentración
(campo de exterminio), el judío se transformaba en no-hombre (el llama-
do «musulmán» de Auschwitz). Nos ilumina también el entendimiento
de la misma sobrevivencia humana..., la intensa, incansable, permanente
lucha de los sobrevivientes por mantenerse íntegros en su humanidad.
Implicándonos como escuchas-testigos, nos posicionamos en el se-
gundo tiempo de la reflexión a la que nos referíamos anteriormente. Y
pensar sobre la Shoah nos trae la posibilidad de trabajar su especificidad,
así como vincularla con los efectos de los regímenes de terror vividos en
nuestros países latinoamericanos y otras situaciones de terror. ◆
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Resumen

Reflexionar sobre la Shoah en la actualidad supone el abordaje de un acon-

recibido: junio 2018 - aceptado: julio 2018


tecimiento complejo y polifacético, devastador para la humanidad, que se
ha inscrito de forma indeleble y, entre otros aspectos, alude a marcas del
desamparo en los sobrevivientes y sus descendientes, marcas del desam-
paro que evidencian efectos de lo traumático en sus vertientes organiza-
doras y disruptivas de la organización psíquica, tanto en sus dimensiones
psicoanalíticas como socioculturales.
En su carácter de marca-herida difícilmente cicatrizable en la subje-
tividad de los directamente involucrados y las generaciones siguientes, la
Shoah no admite conceptualizaciones simples y lineales. Acontecimiento
frontera entre lo psíquico y lo social, de doble vertiente, que atañe a la
especie humana en su conjunto.
Provocando un viraje radical de lo familiar y previsible a lo extraño,
inquietante, siniestro, ha introducido profundas transformaciones a nivel
psíquico y en el entorno social y cultural, perfilándose así un «contexto
social siniestro» (Lutenberg, citado por Zytner, 2013) de desamparo que
las nuevas generaciones han intentado abordar y tramitar, enfrentando su
carácter de herencia ominosa.
Más de ochenta años después, más allá de su propia especificidad,
sigue constituyendo un baluarte paradigmático y emblemático de lo que
han sido y siguen siendo episodios extremos de catástrofe social que dan
cuenta radicalmente de la violencia extrema ejercida por un ser humano
sobre otro, que sigue impregnando actualmente, desde otras expresiones,
el entramado psíquico y social.

Descriptores: desamparo / Holocausto / sobreviviente / trauma / duelo / repetición /


nazismo / memoria / desamparo / lo irrepresentable / transgeneracional
Candidato a descriptor: Testimonio
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Summary

Reflecting on the Shoah at present implies dealing with a complex and


multifaceted event, devastating for humanity, which has indelibly been
inscribed and, among other things, refers to marks of helplessness in the
survivors and their descendants; marks of helplessness that reveal effects
of the traumatic in its organizing and disruptive facets on the psychic
organization, both in its psychoanalytic and sociocultural dimensions.
In its capacity as a mark-wound that can hardly heal in the subjectivity
of those directly involved and the following generations, the Shoah does
not allow for simple and linear conceptualizations. Event in the borderline
area between the psychic and the social, twofold, concerning the human
species in its entirety.
Provoking a radical shift from the familiar and foreseeable to the
strange, unsettling, uncanny, it has introduced profound transformations
at psychic level and in the social and cultural environments, thus shap-
ing up an «uncanny social context» (Lutenberg, cited by Zytner, 2013) of
helplessness that the new generations have tried to approach and work
through, facing its connotation of uncanny legacy.
More than eighty years later, beyond its own specificity, it continues
to constitute a paradigmatic and emblematic bulwark of what have been
and continue being extreme episodes of social catastrophe that render
radical account of the extreme violence exerted by one human being over
another, which continues to pervade at present, from other expressions,
the psychic and social weft.

Keywords: helplessness / Holocaust / survivor / trauma / mourning / repetition /


Nazism / memory / the irrepresentable / transgenerational
Candidato a descriptor: Testimony
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58 (2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127): 58-79
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Efectos de Edipo en la migración


africana en Europa: Condición
de desamparo, adopción y
retorno perturbador de la raza
Simona Taliani1

Lo que [Baby Suggs] llamaba lo grosero de la vida era el choque que


recibió cuando se enteró que nadie dejaba de jugar a las damas solo
porque entre las piezas estuviesen incluidos sus hijos.

Toni Morrison, Beloved, 1993

Estar en abandono en la migración

Mis investigaciones ponen en tela de juicio los sistemas de adopción de los


niños nacidos de padres africanos que han inmigrado en Italia. Comienzo
esta breve presentación de mi trabajo clínico y etnográfico, conducido
desde hace más de diez años con madres nigerianas2, dando una breve
explicación sobre el título propuesto. Alguno habrá reconocido en la ex-
presión efecto de Edipo el modo original con el que Pierre Bourdieu (1999)

1 Psicóloga. Dra. en Antropología. Universidad de Turín. italiasimona.taliani@unito.it

2 A través de intercambios de larga duración he visto regularmente alrededor de cincuenta madres


nigerianas: las he escuchado en sus encuentros en presencia de los asistentes sociales; las he visto
interactuar con sus hijos en los espacios asignados para la observación de la relación madre-niño
(que en Italia llaman «lugares neutrales»); he estado con ellas frente a los juicios del tribunal y también
durante los coloquios clínicos, algunos de los cuales fueron conducidos por mí como psicoterapeuta
a quien se dirigían (en el Centro Frantz Fanon de Turín, un servicio para la psicoterapia y el apoyo
psiquiátrico a los inmigrantes, los refugiados y las víctimas de tortura); finalmente he leído sus dossiers,
compuestos por una serie infinita de documentos (sociales, médicos, psicológicos) y me he reunido
con los operadores que tenían el menor a cargo en el curso de los encuentros periódicos de la red.
efectos de edipo en la migración africana en europa: condición de desamparo… | 59
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retoma el neologismo popperiano.3 En La miseria del mundo, Bourdieu


utilizaba como sinónimos las expresiones efecto de Edipo y efecto de des-
tino, refiriendo con ambas metáforas a una forma precisa de «violencia
inerte del orden de las cosas»: una violencia inscripta en los mecanismos
implacables de las instituciones del Estado frente a individuos que perte-
necen a un grupo estigmatizado específico.

El prejuicio racista o los juicios clasificatorios, a menudo estigmatizantes con


el personal de encuadramiento escolar, social o político que, a través del efec-
to de destino que ejercen, contribuyen mucho a producir los destinos enun-
ciados y anunciados. ¿Son buenos? ¿Son malos? La pregunta y la respuesta
moralizante que exige tienen muy poco sentido. (Bourdieu, 1999, p. 68)

Bourdieu pensaba la escuela como un lugar de producción de profecías


que se autorrealizaban, excluyendo a los hijos de los inmigrantes de los
éxitos escolares y marcando así su destino de marginados. Yo pensaré aquí
en los tribunales para menores y en los servicios sociosanitarios italianos
frente a la evaluación de la capacidad parental de las madres africanas
inmigradas en Italia, y el destino muchas veces predestinado de sus hijos,
dados en adopción a familias italianas. La pregunta que los operadores
sociosanitarios se plantean (¿son suficientemente buenas estas madres?)
encuentra en la mayor parte de los casos una respuesta moralizante nega-
tiva. Lo que ganan inmediatamente los niños a través del acto jurídico de
la adopción es devenir italianos (y gozar, por tanto, de un derecho pleno
de ciudadanía negado a sus madres, por su parte, abandonadas al destino
de la irregularidad jurídica y de la clandestinidad social).
El escenario que presentaré —lo veremos más adelante— no tiene mu-
cho que ver con el nacimiento en el abandono griego y hebreo (como con

3 En La miseria del historicismo, Popper bautiza como efecto de Edipo la idea de que una predicción influye
sobre el acontecimiento pronosticado: «La idea de que una predicción puede influir sobre el suceso predicho
es muy antigua. Edipo, en la leyenda, mata a su padre, a quien nunca había visto, y este era el resultado
directo de la profecía que hizo que su padre le abandonase. Esta es la razón que me hace sugerir el nombre
de «Efecto de Edipo» para la influencia de la predicción sobre el suceso predicho (o, más generalmente, para
la influencia de una información sobre la situación a la que la información se refiere), sea esta influencia
en el sentido de hacer que ocurra el suceso previsto, sea en el sentido de impedirlo».
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Edipo y Moisés), pero tiene ciertamente mucho en común con el entendi-


miento originario de la ley de la vida, allí donde vida y derecho se mezclan.
El trasfondo migratorio que aquí presento no constituye una excepción a
la historia. El tráfico atlántico ya había producido una pérdida genealógica
que hacía del esclavo negro un «sin-parientes» por ley. Lo sostiene Achille
Mbembe en Crítica de la razón negra (2016). Una singular asociación viene
en mente mientras se lo lee, como si una privación de derechos civiles y
políticos privara en esencia y antes que nada de una descendencia.4 En la
migración, descubrir que tanto un permiso de residencia como un hijo
o una hija son «revocables» hace precipitar en la experiencia materna la
conciencia de que sea posible, sin demasiado esfuerzo, romper una familia
negra en dos (Williams, 1997).
Procederé a pequeños pasos, conciente de que deberé detenerme a
detallar mi investigación, pero con la esperanza de no faltar a lo esencial.
Después de un breve análisis del sistema social y jurídico de la adopción,
presentaré la historia migratoria de las mujeres nigerianas para transmitir
de qué forma se encuentra, en la migración, el deseo de ser madre. Descri-
biré luego cómo se introduce, lenta pero inexorablemente, una distancia
entre estas madres y sus hijos, dados en adopción. Finalmente, intentaré
analizar lo que sucede después (après-coup), a partir del mito que habla de
niños perdidos que retornan (el Edipo griego, notoriamente).
A partir de una búsqueda simultánea de archivo,5 etnográfica y clínica,
me formulo ahora algunas preguntas, y espero que el compartirlas pueda

4 Mbembe (2016) habla exactamente de «sin-parientes» (kinlessness): «Así, para los negros confrontados
a la realidad de la esclavitud, esta pérdida es en primer lugar de tipo genealógico. En el Nuevo Mundo,
el esclavo negro esta jurídicamente privado de todo parentesco. Es, por esto mismo, un “sin-parientes”.
La condición de “sin-parientes” (kinlessness) es impuesta por la ley y por la fuerza. Por otra parte, esta
evicción del orden del parentesco legal es una condición heredada. Nacimiento y descendencia no dan
derecho a ninguna relación de pertenencia social en sí misma» (p. 59).

5 La búsqueda de archivo a la que se hace referencia es aquella conducida sobre los registros médicos
del Centro Frantz Fanon. Las mujeres nigerianas aquí seguidas en el curso de la psicoterapia (que
inician a menudo durante el proceso de separación de sus hijos y continúan luego de que han sido
declarados adoptables) llevan frecuentemente a los operadores del Centro Fanon los reportes que
otros operadores escriben sobre ellas y que son depositados en el Tribunal, además de las medidas
y las sentencias del propio juez. Cada vez que se indicara, entonces, archivo, se refiere a documentos
escritos por psicólogos, médicos, jueces, conservados en el Centro Fanon.
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llevarnos a comprender qué sucede en estas familias cortadas en la migra-


ción. ¿A qué precio estas mujeres africanas inmigrantes logran evitar la
fuerza física de la normalización del Estado? ¿Cómo debilitar la presión
que se ha hecho interior? ¿Queda algo de inviolable de uno mismo, de la
propia historia, de los propios hijos, de los propios sueños, de los propios
mitos y de los propios deseos cuando el Estado llega a tomar todo lo que
de verdad importaba?

El estado de abandono moral

Empezaré por la noción jurídica de abandono para evidenciar de inme-


diato el vínculo profundo entre la ley del mejor interés para el menor y la
condición de abandono que le es intrínseca.
En Italia la adopción prevé una rescisión definitiva, neta, de la filiación:
exactamente como en la mayor parte de los casos de adopción internacio-
nal —aun siendo la que describiré una práctica de adopción nacional en
la que el menor, hijo de inmigrantes, adquiere la ciudadanía italiana en el
mismo acto en el que viene emitida la medida—, el principio regulador del
proceso entero está basado en la teoría del clean break (una ruptura limpia,
total con el pasado y con la familia de nacimiento) y en la declaración de
un estado de abandono material o moral del menor.
En los casos de los que me he ocupado en estos largos años, ninguna
de las madres nigerianas ha abandonado los hijos propios declarando no
querer (o no poder) ocuparse ni ninguna ha golpeado, abusado o sido ne-
gligente frente a uno de sus hijos o de sus hijas; pero para todas ellas ha sido
abierto por parte del Tribunal de Menores el proceso del menor a declarar
adoptable por razones dictadas según la consideración de las instituciones
como un estado de abandono moral (esto es, un estado, por un lado, de
soledad material y espiritual de un menor a merced de sí mismo, necesitado
de socorro y asistencia, y, por otro lado, de irrecuperabilidad probada de las
capacidades parentales de la madre o del padre «en un tiempo razonable»).
Decía que ninguna de las mujeres vistas ha abandonado al hijo propio
ni ha ejercido una acción violenta (de negligencia, abuso o maltrato: las
tres condiciones por las cuales en Italia el menor sería considerado en ries-
go), pero ha sido evaluada como negligente, no idónea, peligrosa o dañina
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para el crecimiento del propio niño; por esto, las instituciones estatales
han declarado el estado de abandono moral. ¿Qué sucede, entonces, para
llegar a esta evaluación negativa de la madre?
Una madre nigeriana inmigrante es muy a menudo una mujer sola,
explotada, vulnerable. Su solicitud de ayuda a los servicios socioasisten-
ciales coincide en numerosos casos con el descubrimiento de un estado de
embarazo y con la decisión de continuar con el mismo. La mujer, insertada
en una comunidad mamá-niño por parte de los operadores sociales de los
servicios asistenciales, comienza así a ser observada en su cotidianeidad.
Cada uno de sus comportamientos maternos es desentrañado e interpreta-
do: cuántas veces el niño es amamantado; cuántas veces la madre le hace las
trenzas a la niña, que llora; cuánto tiempo un neonato es tenido en brazos;
cuánto se lo cubre mientras duerme (¿suda, respira, transpira?); cuánto
duerme, cuándo duerme, cómo duerme. Prácticas de destete, primeras
formas de deambulación, gustos olfativos y alimentarios, balbuceos y vo-
calizaciones, aprendizaje rudimentario de la lengua materna y de las otras
lenguas que los niños, sobre todo si son extranjeros, sienten alrededor de
ellos, en la escuela, en la comunidad o en la familia italiana donde pasan
la mayor parte de su tiempo si son dados en cuidado diurno,6 y aun más.
Si los niños son más grandes, se observa si se los ayuda con los deberes,
si se les pregunta cómo están, si se les da la merienda en un horario apro-
piado... Cada detalle del cotidiano materno (y paterno, en los casos en los
que el padre está presente) se vuelve objeto de un discurso científico que
produce un destino familiar preciso. Es muy frecuente que el resultado de
la larga observación lleve a evaluaciones negativas de la capacidad de la
madre que amamanta demasiado (cada vez que el pequeño llora), cubre
con demasiadas mantas al neonato (¿no ve que suda?), desteta demasiado
pronto con comida inadecuada (como arroz con salsa picante), no juega lo
suficiente o no ayuda con los deberes... La madre no cambia «en un tiem-
po razonable» su estilo educativo, no colabora con lo que los operadores
sugieren (léase: obligan hacer).

6 Todos estos son instrumentos de apoyo a los padres en Italia que aquí muy rápidamente se transforman
de recursos en trampas.
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Ocurre entonces la primera separación: la madre y sus hijos son in-


sertados en diferentes estructuras. Para ser mejor tutelado, el menor es
movido, sin que lo sepa su madre, a otra comunidad o familia en custodia.
La mujer, una vez alejada de la comunidad de hospitalidad en la que ha
vivido con el niño, deberá seguir la agenda de los encuentros que son or-
ganizados en presencia de educadores y psicólogos encargados de realizar
nuevas observaciones de la relación en horarios y lugares establecidos por
los servicios del territorio y aprobados por el juez (el derecho es únicamen-
te de una hora a la semana de visita). Asimismo, en este contexto, si no
se encuentran cambios de comportamiento «en un tiempo razonable», la
evaluación será negativa. Si el juez considera tener necesidad de un experto
sobre las partes en causa, encarga a un perito —casi siempre un profesional
con formación médico-psiquiátrica o psicológica y psicoterapéutica—, que
inicia el proceso de evaluación para responder a las demandas del juez,
cuya gramática es ejemplificable así:

Diga el consultor, examinados los actos del fascículo, efectuados los colo-
quios considerados indispensables para la respuesta a la pregunta, obser-
vada asimismo la relación madre/hijo, cuál es la personalidad de la madre
teniendo en cuenta sus orígenes culturales y especificando la eventual
significancia de estas últimas en la modalidad de expresión de la propia
genitorialidad.

La pericia, entre todas las intervenciones de especialistas dirigidas a


la tutela del menor, está entre los procedimientos más complejos, desde
el momento en que es tarea del consultor encargado y es competente es-
cuchar a todas las partes (padres biológicos, menores, operadores de los
servicios públicos, familias de custodia y cada interlocutor potencialmente
relevante a los fines de la respuesta a la demanda). La máquina entera es
gobernada por un juez extensor del Tribunal de Menores, encargado de
escribir la sentencia, previa discusión y acuerdo en la Cámara del Consejo
en presencia de otros colegas honorarios y magistrados.
El resultado negativo para un progenitor abre la posibilidad del re-
curso. El fascículo pasa entonces a la Corte de Apelación, donde nuevos
magistrados y jueces deberán pronunciarse. El caso puede —en desacuerdo
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general— pasar entre la Corte de Apelación, la Procuraduría de Menores y


el Tribunal de Menores por muchos años. Son historias largas aquellas de
las que se habla. La última opción para los padres, si se confirma al menor
como adoptable, es la Corte Europea para los Derechos del Hombre. Apa-
rece, entonces, en el diálogo con el Estado italiano, un sujeto jurídico eu-
ropeo que recoloca la cuestión más allá de los confines nacionales. Uno de
los casos emblemáticos de los últimos años, de condena al Estado italiano,
ha visto como protagonista a un padre nigeriano. En el caso Akinnibosun
contra Italia, al hombre, llegado a Italia en una barca desde Libia con la hija
de dos años e injustamente detenido por dos años, le había sido imposi-
ble reconstruir después de la excarcelación la relación con la hija dada en
cuidado familiar y luego declarada en estado de adoptabilidad. La Corte
europea condenó a Italia y reconoció al progenitor con una compensación
económica por el daño moral sufrido, aunque sin que la sentencia pudiera
incidir sobre el dispositivo de adopción en curso.7

Migración violenta y (el único) amor cordial 8

Decidir partir, para la mayor parte de estas mujeres nigerianas, significa


volverse parte de un sistema de explotación de las mujeres por otras mu-
jeres más grandes. Decidir partir ha significado y significa ser hija (obviye)
de una misma madre (iye onisan, literalmente «madre de nalgas» o «madre
de atrás») y, al mismo tiempo, estar sometida a una entidad invisible: es un
espíritu o una divinidad que mantiene atadas sus vidas a través de aquellos
objetos-fetiches que son la mismas partes de sus cuerpos (sus piezas remo-
vibles y removidas durante el rito: vello púbico y axilar, sangre menstrual,

7 La Corte Europea para los Derechos del Hombre no puede revertir, en los casos de condena, la
medida tomada por las instituciones estatales nacionales. En este caso, entonces, padre e hija fueron
separados de forma definitiva: la menor entró en el circuito de las adopciones nacionales, fue asignada
a una familia italiana (que la imagina como «abandonada») y criada en el anonimato total respecto a
su historia migratoria.

8 Agradezco a Marcelo Viñar por haberme sugerido esta expresión, en una noche fresca de agosto
(Montevideo, 2018).
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cabello y uñas). No quisiera entretenerme en estos puntos:9 espero que sea


suficiente saber que para partir de Nigeria se contrae una enorme deuda
económica (unos cincuenta a sesenta mil dólares) para con la mujer que
ha permitido el viaje y una deuda simbólica frente a un espíritu (dichos
débitos son pagados por la chica con la actividad de mercantilización del
cuerpo: prostitución en la calle, en los clubs, en casa).
Los niños nacen en esta precisa situación migratoria. Muchos más son
los que no son traídos al mundo y no pocos son los que sus madres no
hubiesen querido ver llegar al mundo. Es el empecinamiento de los peque-
ños, todavía fetos en el vientre de sus madres, lo que igualmente los hace
nacer, no obstante las pastillas ingeridas, los puños en la panza, el alcohol
bebido junto con los laxantes.10 Porque una cabeza que quiere nacer nace,
recita un proverbio edo (el idioma africano hablado en la parte sudeste de
Nigeria). Junto con este deseo embrional, está la voluntad de Dios (¿quién
otro, de hecho, puede donar un hijo a una mujer?, me preguntan durante
una conversación en torno a estos argumentos). El deseo de ser madre de
parte de la mujer viene, por tanto, después: es, por así decirlo, secundario
respecto a la voluntad de fuerza mayor.
El embarazo testimonia, cuando se confirma, la fuerza física de la jo-
ven, a pesar de todo. Es una señal deseada de salud y bienestar del cuerpo,
y permite trayectorias regulares: o porque permite formular un pedido
de ayuda a algún servicio socioasistencial del territorio que responderá a
las madres gracias a la activación de un recurso de hospitalidad o porque
llega durante el inicio de las actividades para obtener los documentos.
Impulsa la necesidad de reinscribir la propia vida en direcciones alterna-
tivas a aquellas de la trata y de la mercantilización de sí misma: un hijo
o una hija llegan entonces porque se puede compartir un destino final-
mente amoroso, afectuoso, en la soledad de una migración que ha roto
las relaciones de confianza y generado tensiones, desacuerdos, temores,

9 Para profundizar, remito a mis dos trabajos precedentes, uno en inglés y otro en francés (Tagliani,
2012, 2016).

10 Muchos de estos abortos son clandestinos y forzados, dado que un embarazo podría impedir que la
joven pagara su deuda.
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desconfianzas extendidas. Por esta razón, se contraponen en ángulo recto,


bajo la motivación de los deseos de rescate y liberación, la maternidad y
la feminidad. Ser una mujer respetable y respetada significa ser madre, de
modo tal de no ser más identificada como una buena para nada.
Lo dice muy bien Yetunde, una mujer nigeriana a quien el Tribunal le
ha quitado dos hijos (que no han tenido siquiera el tiempo de conocerse
entre ellos: cuando el hijo fue dado en adopción, la pequeña todavía no
había nacido y fue luego separada a tres días del parto, llevada por los
servicios sociales cuando madre e hija estaban todavía en el hospital).
Durante un diálogo con el médico psiquiatra encargado por el juez como
perito para evaluar su personalidad y su capacidad maternal, ella afirma:

Si soy mamá no me muevo sola, no piensan que soy una prostituta; si


tengo un niño, soy una mamá. Si no tengo un niño, piensan que soy una
prostituta. (Yetunde, Archivo F. I, fascículo jurídico, pericia médico-psi-
quiátrica, 2009)

A partir del discurso que esta mujer buscaba desarrollar sobre su deseo
de ser madre para consolidar una buena identidad de sí misma, el psi-
quiatra encargado de evaluar su personalidad aseguró que en estas frases
emergía de un modo claro un «pensamiento de significado delirante».
En la voz de Yetunde —diagnosticada por el médico como afectada por
un «trastorno de personalidad borderline y antisocial»— hay algo que,
desde mi punto de vista, hace, por el contrario, explotar, delirar nuestras
categorías: emergen fragmentos de una vida cotidiana en la que el cuerpo
de una madre inmigrante africana es la «presa» y en el cual son los hijos
quienes dan una identidad a la madre que los ha traído al mundo. No es
casual que apenas nacen los hijos, cae en desuso aun en la migración el
nombre propio de la mujer y deviene de ahora en adelante «la madre de».
Devienen todas iye omo, la madre de un niño. También yo me acostumbro
a llamarlas de esa manera, dado que en su mundo son los hijos quienes
generan a las madres.
Mantener a los niños en su vida es entonces, tanto en el plano indivi-
dual como social, una elección contraria a la aceptación de las reglas de la
trata y de la explotación sexual: ser solamente mujer. Elegir continuar con
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el embarazo significa de por sí ya una relación de contraste, de verdadero y


real conflicto con la propia madre de atrás para volverse madre de alguien.
Es un acto de insubordinación social, un contrapunto existencial. Estos
niños vienen, por tanto, investidos de una urgencia subjetiva no derogable
y representan para estas mujeres capitales sociales y simbólicos peculiares.
Tener un niño ha significado ser mamá: es una experiencia en la cual se
declina la existencia, irrevocablemente, el único predicado posible del ser.
La maternidad —como institución amorosa y femenina— revela aquí
un aspecto vergonzante, dado que es complejo de decir: es una materni-
dad que se da ya atravesada por una idea de posesión que no es oportuno
revelar por completo en la sociedad occidental, incluso frente a psicólogos
y psiquiatras, siempre prontos a remover la ambivalencia con diagnósticos
que son un bisturí cortante.
Me pregunto: ¿es posible pensar las condiciones de maternidad en las
cuales son los niños los que protegen, socorren, sostienen y salvaguardan
a sus madres, sin que esto venga inmediatamente descrito en el registro
patológico?
Durante una conversación, mantenida algunos años después del ale-
jamiento de su segundo hijo, Yetunde me dice:

Ninguna persona puede ir a golpear a una mujer con un niño en brazos. Por
esto he pensado que yo podría estar más protegida; si te ven con un niño
en brazos, no te lastiman. (Yetunde, entrevista, Turín, 11 de mayo de 2015)

Yetunde estaba recordando conmigo un día particular. Podríamos


decir que recordaba el momento del peligro, cuando los bomberos y la
policía golpearon y luego tiraron la puerta de su casa. Una pérdida de
agua que había alarmado a los vecinos y el miedo de la mujer al abrir
—frente a las voces masculinas y con el hijo que todavía dormía en su
cuna— había producido un desenlace nefasto. La madre esperaba, de
hecho, que el hijo se despertara para poder tomarlo en brazos e ir a abrir
la puerta «con su protección».

Mi niño dormía tranquilamente. Hasta ese momento [los vecinos de casa],


no han llamado a la policía y los bomberos […]. [Los bomberos] han dicho
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¿por qué no has abierto la puerta? Yo estaba esperando que mi niño se


levantara tranquilamente así también yo estoy cubierta con la protección
de mi niño porque no sé qué quieren. [Luego] me tomaron a mi niño.
(Yetunde, entrevista, Turín, 11 de mayo de 2015)

La sentencia, escrita muchos años después del incidente, dejaba poco


espacio a otra imaginación, a otra historia, y establecía que:

[El alejamiento en 2008 del menor había sido] el éxito de la intervención


efectuada por la policía del Estado y los bomberos en la habitación de la
progenitora, que se había negado a abrir a los interventores, que había
amenazado con tirarse por el balcón y había empuñado una barra metálica,
y que fue finalmente admitida en un servicio psiquiátrico (diagnóstico al
ingreso: agitación psicomotora con graves perturbaciones comportamen-
tales en trastorno antisocial de personalidad sin capacidad crítica) luego
del tratamiento sanitario obligatorio dispuesto. (Yetunde, Archivo F. I.,
fascículo jurídico, sentencia de 2013)

El Tribunal decidió darle seguimiento al proceso de adopción del


menor, asegurando que la madre «ciertamente, no reconocía para nada
las reglas más elementales que informan (por el contrario, deben de-
bidamente informar) las normas comportamentales en el intercambio
social y civil entre conciudadanos y vecinos». Desde hacía varios meses,
la mujer tenía demasiados «fracasos» en casa y no había intervenido
pronto para reparar la canilla rota que causaba la pérdida de agua, preo-
cupándose poco por el riesgo de anegamiento del apartamento de abajo.
La mujer, como se lee asimismo en el procesamiento, no estaba «inspi-
rada en una maternidad consciente» y estaba afectada por un trastorno
de personalidad que la llevaba a tener actitudes «reivindicativas para
obtener ventaja».
La construcción de la imagen de la mujer negligente se agrega así a la
de la madre abandónica, a través de un proceso escrito que legitima a los
ojos del lector la probada irrecuperabilidad de la mujer de ser una madre
responsable y consciente, dado que se encuentra afectada por un trastorno
de personalidad psicótica y hace del hijo un objeto. Se consolida dentro
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de este horizonte de sentido y de fuerza el estereotipo de una madre sin


control, promiscua, excesivamente fértil, que tiene un hijo después de otro,
sin cuidado alguno de construir una familia ni preocupación de tener a su
lado un marido y padre de sus hijos: todas las características que ilustran
las mujeres encontradas en el curso de la investigación (solas, jefas de
hogar, con hijos de hombres diversos que no se preocupan de tener a su
lado y dejan ir por su vía migratoria).
Las nigerianas que pude conocer responden plenamente a la imagen
de la antimadre (Briggs y Mantini-Briggs, 2000), tanto como producto
sociológico de una economía racial que las hace víctimas de trata o pros-
titutas, como ejemplos de estado de irresponsabilidad, de insensibilidad y
daño para la vida de sus niños.

Las rutas de las desidentificaciones

En los aspectos jurídicos, sociales y sanitarios que les conciernen como


madres, los saberes psicológicos y médicos, además de las intervenciones
educativas cotidianas, piden a estas mujeres adherirse a una expectativa
de parentalidad precisa. De hecho, se reduce cada una de sus formas de
competencia de parentalidad: estas jóvenes madres devienen incapaces de
criar responsablemente a sus hijos porque no logran «en un tiempo razo-
nable» adherir a los modelos educativos (por tanto, culturales) propuestos.
Cuanto más pequeño es el menor, más urgente es llegar pronto y de
forma unánime a un acuerdo respecto a la adopción. Es un contexto en
el que emergen fuertes sensaciones, las vivencias, las peligrosas empatías,
sin filtro. Los niños son «bellos, bellísimos»; las madres son «bestias» y
«simios», como en el caso de Eniola, madre a la cual le serían alejadas
las tres hijas.
Lo que se produce en el curso de las observaciones es una extrañeza
creciente entre la mujer y sus hijos: los unos se esfuerzan por reconocer
a la otra (y viceversa) a medida que se diluye el vínculo y se esfuman los
momentos de encuentro. Los niños tienen para la madre un body odor
que apesta a sudor porque las personas con quienes viven no saben lim-
piarlos bien ni cuidar como se debe su piel; hablan mal porque respon-
den a los adultos cuando nada los autorizaría a tal insolencia; cambian
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comportamientos, reglas, hábitos. Son bautizados o confirmados sin la


opinión de las madres que, si bien es cierto que son cristianas, no son
necesariamente todas católicas. Los hijos, si son pequeños, olvidan rápi-
damente a las madres, se duermen en sus brazos durante el encuentro o
en el auto enseguida después, señal evidente, según los psicólogos a cargo
de describir las relaciones, de toma de «distancia emotiva»; si son gran-
des, se limitan a confesar que como máximo las querrían cerca o incluso
en la casa de los adoptantes junto a ellos, como diciendo que no querrían
volver a las casas nerviosas y en la periferia, donde estaban antes, luego
de que han experimentado el calor de casas serenas y acomodadas (no
solo económicamente). Quien escribe sobre ellos —sobre las madres y
sus hijos— sugiere introducir, a la una y los otros, en ulteriores atencio-
nes neuropsiquiátricas, psicológicas, pediátricas para evaluar el cuadro
psíquico de los sujetos desde la «identidad múltiple» y ahora ya irrecon-
ciliable en virtud de la diferencia cultural que se ha instalado entre ellos.
En el caso de Eniola, uno de los abogados escribió que

Las hijas podrían [...] tener riesgo de desarrollar síntomas o trastornos


vinculados a la incapacidad de la madre de garantizarles crecer en condi-
ciones buenas y serenas en Italia, desde el momento que ella está todavía
—no lo olvidemos— manifiestamente demasiado radicada en su cultura
de origen. (Eniola, B. L., fascículo jurídico, memorias del abogado, 2012)

El elemento cultural emerge a veces manifiesto, a veces enmascarado


bajo otras instancias consideradas por los psicólogos a cargo como más
profundas y aculturales (afectivas, por ejemplo), como indicio de una
diferencia radical entre padres e hijos. Estas madres demasiado culturales
resultan incapaces de aculturarse lo suficiente para responder a necesida-
des-deseos de sus hijos italianos en detrimento de la ley, como si las nece-
sidades y los deseos de estos últimos no fuesen rápidamente alimentados
por las inéditas experiencias que realizan en los nuevos espacios de vida
donde son insertados.
La modalidad para liquidar a las madres es hacerlas sujetos afectados
de patología o disfunción psíquica.
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El conflicto cultural es inevitable y una forma de evaluación debe resultar


dominante. [...] La señora no parece haber sabido aculturarse y tal aspecto
es un elemento disfuncional de la personalidad. (Victoria, V. T. Z., Archivo
Centro Fanon, pericia del médico-cirujano profesor asociado en psicolo-
gía, 2014; comentarios míos)
La señora es portadora de un trastorno psiquiátrico, independiente de
la proveniencia étnico-cultural, denominado Trastorno de Personalidad de
cluster B, en el cual están presentes elementos de tipo borderline y antiso-
cial (Yetunde, F. I., Archivo Centro Fanon, pericia del médico-psiquiatra,
2009; comentarios míos)

Un mito en cuestión

Volvamos ahora a Edipo, un mito familiar tanto en el psicoanálisis como


en las ciencias sociales. Para la antropóloga francesa Susanne Lallemand
(1993), el mito de Edipo connota la «relación aberrante» de la circulación
de los niños en Occidente.11
Al tomar estas historias del lado del Edipo, de hecho, se puede enten-
der un aspecto de la cuestión, que es atribuible a la forclusión del nombre
de la madre. Por otra parte, el Edipo ha expresado siempre algo en torno al
retorno de lo real de aquello que no ha sido jamás conocido (simbolizado).
Rita Laura Segato —antropóloga argentina autora en 2006 de O Édipo
brasileiro12— en el análisis de la estructura familiar burguesa blanca en
Brasil puso en evidencia el silencio total, también académico, en torno a la
figura de la niñera afrodescendiente, hablando de una doble forclusión del
nombre de la niñera pobre y negra. La forclusión a la cual asistimos con

11 Lallemand (1993) escribe: «Pour l’anthropologue intéressé par l’adoption, [l’Œdipe] peut … être l’exemple
manifeste d’une relation d’échange mal engagée, et la condamnation sans appel d’un mode de
circulation enfantine séparant donateurs et récipiendaires : bref, il signe le naufrage humain qu’est
l’adoption dite plénière […].
Elle donnait lieu, dans des sociétés où le mode de la communication avec l’autre passe par la
connaissance de ses antécédents et la relation directe avec lui, à un rapport aberrant» (p. 7).

12 Una versión en español del texto es publicada en el trabajo La crítica de la colonialidad en ocho ensayos
y una antropología por demanda (Segato, 2013), con el título «El Edipo negro: Colonialidad y forclusión
de género y raza».
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los niños nigerianos dados en adopción por el Estado italiano y separados


definitivamente de sus madres es doble pero inversa respecto al esquema
propuesto por la familia brasileña. Tenemos aquí un niño nigeriano que
será criado por una mujer italiana (que se volverá jurídicamente su madre)
a condición de la forclusión del nombre de la madre nigeriana e inmigrante.
La máquina burocrática actúa rápidamente para introducir una desiden-
tificación definitiva entre una madre y sus hijos, acumulando diferencias
(socioculturales, económicas, psicológicas pero incluso antes jurídicas) y
acelerando aquellas que los psicoanalistas definen como negaciones.
Laura Segato, fuertemente influenciada en su análisis por el pensa-
miento en torno a la forclusión propuesto por Judith Butler, sostiene que
la negación y el desconocimiento sobre el plano social y público de cada
trazo de intimidad entre el recién nacido y la niñera negra es eso que ha
hecho inaccesible al adulto brasileño de clase media a cualquier deseo
de afecto, ternura y sobre todo familiaridad en torno al cuerpo materno
negro. La autora concluye que el racista ciertamente ha amado y todavía
ama a su niñera oscura, sin poder sin embargo reconocerla en su color (en
su racialidad), tanto que si la viera aparecer inesperadamente en la cena,
reivindicando con su sola presencia un vínculo de parentesco, su reacción
no sería otra que virulenta. Estamos hablando de eso que no se puede
nombrar porque no se reconoce ni como algo propio ni como algo del otro.
Sobre la forclusión todavía conviene detenerse un instante más para
comprender el funcionamiento psíquico y social en el caso italiano que es-
toy tratando de analizar. Es definible en términos de una expulsión anticipa-
da de la posibilidad misma de que un deseo pueda coagularse, como decir
que el niño, incluso antes de haber deseado algo, se encuentra viviendo en el
deseo anticipado y anticipadamente expulsado por parte de otros. En suma,
no se puede realmente amar a una madre así. Ahora, en el caso del Edipo
brasileño es la madre (blanca) cívica la que rompe la relación del hijo con
la niñera negra —la expulsa, en cierto punto, de la relación de cuidado, y a
veces también de la casa—; en el caso que intento aquí circunscribir, son las
instituciones del Estado lo que debo mirar, así como las figuras que contro-
lan la disolución del vínculo antes de que un niño pueda haberlo deseado.
En las prácticas de adopción del pasado, el abandono del progenitor debía
ser querido, declarado a través de la firma de documentos o acreditado
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por funcionarios designados al cuidado del huérfano que físicamente no


tenía un lugar que tomar. Hoy la introducción de la categoría de abandono
moral hace decididamente poco transparentes los procedimientos, y es todo
menos clara la identidad del sujeto que desea la adopción.
Los fantasmas13 —o sea, las figuras adoptantes que toman el puesto ma-
terno— introducen con amor en la sociedad italiana a los niños, devenidos
ya ciudadanos a título pleno gracias a la adopción nacional. Las madres
biológicas caerán, por el contrario, en el olvido de las relaciones inútiles.
Resta preguntarse qué quedará de todo esto en el psiquismo diaspórico
africano, el cual intento explorar aquí, al menos del lado materno.
Entre las mujeres conocidas que no han visto a sus hijos retornar a
casa, puedo decir que habitan las casas populares de la periferia o, en el
mejor de los casos, viven en alguna tienda ocupada o son recibidas en
alguna comunidad terapéutica para pacientes psiquiátricos; algunas de
ellas van incluso a caballo (de acuerdo con la vanguardia rehabilitadora de
la pet-therapy). Todas están a la espera de que sus hijos retornen, algunas
trabajando en el tejido y entretejiendo colores que no lastiman a nadie.
Retratos de mujeres que, como la Baby Suggs de Toni Morrison en Beloved
(1993), reflejan con esto lo que hay todavía de inofensivo en este mundo.14
Cuanto más se erosiona el vínculo biológico entre la madre y los hijos,
hasta ser forcluido, más prolifera en el plano imaginario materno un entra-
mado de contrapoder, o quizás sería mejor decir de un poder marginal que
les permite sobrevivir a pesar de todo. Muchas de ellas —creo que no por
casualidad— se repiten «la vida continúa». He reflexionado mucho sobre
la expresión de este deseo de vida, del deber de seguir adelante.

13 Esta es la palabra usada por Yetunde durante el coloquio clínico en referencia a los padres al cuidado
de su última hija en la fase de preadopción. Estos otros invisibles —ya que no tenía ella ningún derecho
de encontrarlos, saber dónde habitaban o cómo eran— para ella eran verdaderos fantasmas.

14 Baby Suggs dice en cierto momento de la novela que quiere quedarse quieta en un cama a reflexionar
sobre eso que es inocuo en el mundo. Cuando Sethe le pregunta de qué está hablando («por aquí no
hay nada de inofensivo»), Baby Suggs advierte el azul («no le hace daño a nadie»); y tampoco le hace
daño a nadie el amarillo (Morrison, 1993, p. 150). Por tanto, son los colores eso inocuo que resta en la
vida. Una de las mujeres nigerianas seguidas junto con Roberto Beneduce pasa su tiempo tejiendo,
produciendo mantas y vestidos en los cuales los colores se entrelazan el uno con el otro, sin solución
de continuidad.
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En esta economía fantasmática del discurso materno negro —¿pero que


raza de madre eres?—, el exceso de melanina se vuelve maldición, en un sen-
tido y en su opuesto. Maldición porque la diferencia racial ha tomado, por
así decirlo, a estos niños (dado que fueron creados por madres negras, afri-
canas, negligentes, prostitutas y marginalizadas), pero maldición también
porque no será menos virulenta la acción materna al reclamarlos y hacer
suceder alguna cosa nefasta con aquellos que permitieron que la separación
sucediera. Estamos en el reino de una acción política marginal (atribuible
al poder de la palabra que maldice). Estas mujeres no son pasivas, no su-
cumben. Se reapropian de la estigmatización racial transformándola en su
«ventaja» (un proceso de catacresis). Permanecen madres, permanecen
madres africanas e insisten en su incidencia, seguras de que sus hijos las
buscarán, una vez adultos, en virtud de la raza, es decir, del color de su piel.
Son mujeres que (re)hablan de raza. Son contrasemánticas morales de la
migración, de las cuales emana una profunda descolonización de la mater-
nidad a partir, casi paradojalmente, de un discurso que racializa a sus hijos.
Son, de hecho, las sombras y el olor de la piel, en el cabello crespo, el color
de los ojos... que recordarán a sus hijos, una vez adultos, haber sido traídos
al mundo por una madre que no es la que los ha criado (la madre, por tanto,
no es una). La pregunta no será, sin embargo, «¿quién es mi madre?», porque
los hijos saben que solo puede ser una mujer negra quien los haya querido,
deseado y traído al mundo. Según las madres, la pregunta que se harán
los niños separados es, en realidad, «¿dónde está mi madre?», y responder
significará buscarlas. En sus consecuencias, el escenario que estas mujeres
imaginan es entonces diferente respecto de aquel sugerido por Segato para el
Edipo brasileño: aquí la línea del color retorna en lo real como una invitación
a actuar (a la búsqueda de la propia genealogía interrumpida).
Estos hijos volverán, sostienen con determinación. Esto es seguro por-
que la sangre es más espesa que el agua (blood is thicker than water). La
sangre es eso que vincula a distancia y en la distancia. Se necesita entonces
sobrevivir y estar ese día prontas al encuentro. Por esto es fundamental
permanecer con vida en Italia.

Yetunde [seudónimo]: Cada día pienso en volver a Nigeria, pero si vol-


viera es como estar alejada de mis niños. La única cosa es esa. Porque
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si me fuera de Italia, lo veo como si estuviera lejos de ellos. Yo los he


querido mucho, yo nunca los he abandonado a mis hijos. [...]
Cuando salí de la comunidad donde estaba con mi niña, supe que mi
madre faltaba. Mi niña lloró tanto ese día...
La muerte de mi madre cambió tantas cosas para mí, como si fue-
sen otros ojos, fue desde aquel momento que entendí que cuando pier-
des una mamá, la mamá que me trajo al mundo se ha ido, los ojos se
han ido. Yo debo recomenzar todo desde el principio... Quizá sucedió
así, que murió mi mamá, me han quitado el permiso de residencia,
me han quitado los niños... ¿Cuántas cosas han sucedido? Todo, ¿en-
tiendes? Es decir, como si ella se ha ido, como si fuera que se hubiera
llevado todo. Yo debo recuperar todas estas cosas, pero no es una cosa
así de fácil. Porque mi madre... es un personaje que me ha traído al
mundo [...], fue una persona que he respetado mucho aun si yo no
tuve esta posibilidad de alimentarla, de vestirla, de hacerle todo, pero
para mí es así.

[Se detiene para hacer una pausa; frente a una nueva pregunta que la insta,
pide esperar porque tiene otras cosas para agregar].

Era muy muy visible mi mamá [...]. Era un ojo más para mí que exis-
tía, no es que se pueda encontrar artificialmente, por eso yo hoy he
intentado hacer mi vida bella, aun si no tengo dinero para sobrevivir,
yo estoy intentando sobrevivir por mis hijos. Si logro ver las fotos de
ellos, es una cosa más para los hijos, es muy importante. Por esto me
despierto [...].

Yo: ¿Me estás diciendo que tu madre te protegía desde lejos?


Yetunde: Pero, claro, es siempre mi madre. Yo la he querido mucho, aun-
que no había una relación, dado que ella estaba en Nigeria. [...] Una
madre protege a sus propios hijos, los quiere, incluso de lejos, incluso
de cerca, incluso si está solo en una foto. Si tu quieres a tu hijo, incluso
solo ver...
Yo: ¿Todas las veces que miras la foto de tus hijos los estas protegiendo?
Yetunde: Pero es obvio. Porque incluso si tú lo piensas, no es una cosa
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negativa [...]. Porque una mamá, cuando va, va, no es que puede retor-
nar. Cuando ha muerto, ha muerto. (Yetunde, F.I., entrevista, Centro
Frantz Fanon, 11 de mayo de 2015)

Si aquí he intentado un análisis transindividual de la experiencia de


la pérdida de los niños —«expulsados» de la vida de sus madres por parte
de un poder que, una vez más en la historia, es percibido por aquellos que
lo sufren distante y arbitrario— es para no cerrar en el registro psicopato-
lógico estas existencias, incluso en la conciencia de que el costo psíquico
para cada una de ellas ha sido enorme. Si es cierto que Edipo15 habla sobre
el niño perdido que retorna para obsesionar a los adultos y afectarlos en
nada menos que en su propio destino, prevenir la tragedia —engañar a
los dioses o maldecir a los jueces— es posible con la condición de que
las madres sepan mantener el vínculo en la distancia y estén prontas a
«reconocer» en la primera ocasión al hijo o a la hija que retorna a casa,
en la diáspora. ◆

15 El Edipo solo no basta, ni siquiera si lo traducimos como Edipo negro (Segato 2013) o africano (Ortigues
y Ortigues, 1966). He anticipado que estos no son, como en el caso de Edipo o Moisés, nacimientos
en el abandono. Para entender a fondo la relación de no-abandono de estas madres con sus hijos,
debemos apelar a un mito nigeriano bien preciso: el del Ogbanje, o sea, del niño-espíritu que regresa
para perturbar el vientre de su madre mediante un ciclo de nacimientos-muertes y renacimientos. La
literatura sobre el mito del Ogbanje (o de otros nacimientos extraordinarios de niños-espítitus) es
muy amplia. Para una síntesis, refiero a Edipus et Ogbanje dans la migration nigériane: Une mythologie
virulante de l’adoption et ses anticorps (Taliani, 2018/en edición).
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Resumen

Mis investigaciones ponen en tela de juicio los sistemas de adopción de

recibido: agosto 2018 - aceptado: agosto 2018


los niños nacidos de padres que han inmigrado a Italia. Cuestionaré las
formas de construcción de un «niño inmigrante adoptable» e intentaré al
mismo tiempo reproducir el punto de vista de las madres que tienen que
enfrentar estas separaciones inesperadas.
Estas mujeres, en la mayoría de los casos, nigerianas, resultan protegi-
das por el Estado en cuanto víctimas de las tratas, pero cuando se convier-
ten en madres se las considera inadecuadas para ese rol porque no se las
considera suficientemente buenas para ocuparse de sus hijos. Su acogida
en los hogares madre-niño coincide con la necesidad de observarlas en sus
relaciones cotidianas. Si los jueces —basándose en los informes redactados
por los servicios sociales— consideran por eso que «no son motivadas
por un sentimiento maternal responsable», ellas pierden el derecho de
encontrarse con sus hijos, hasta la separación total. La ruptura de los lazos
decidida por la figura de la adopción hace entonces de un niño africano
nacido de una madre inmigrante un sin padres y un producto del Estado,
mientras las madres vuelven a caer en las mazmorras de las relaciones
inútiles y en el anonimato de los sin papeles.
Apoyándome en la literatura que cuestiona las relaciones entre mi-
gración, Estado y familia, analizaré el concepto de descolonización de la
maternidad para entender cómo estos pequeños sujetos se convierten en
italianos en virtud de la pérdida de su madre negra (en un proceso para-
lelo a lo que la antropóloga médica argentina Rita Laura Segato nomina
«forclusión del nombre de la madre negra» en el caso del Edipo brasileño).

Descriptores: abuso / mito / filiación / investigación / institución / migración


/ desamparo / adopción / violencia / poder / relación madre-hijo / racismo /
antropología / madre / cultura
Candidato a descriptor: Testimonio
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78 simona taliani
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Summary

My research work calls into question the adoption systems of children


whose parents have migrated into Italy. I will challenge the forms of con-
struction of a «migrant adoptable child» and at the same time I will try
to reproduce the point of view of the mothers who have to face these
unexpected separations.
These women, mostly Nigerian, end up being protected by the State in
their condition of victims of sex trafficking, but when they become mothers,
they are considered not suitable for that role because they are not consid-
ered good enough to take care of their children. Their hosting in mother-
baby centres coincides with the need to observe them in their daily relation-
ships. If the judges — based on the reports provided by the social services
— consider that they are «not motivated by a responsible maternal feeling»,
they lose the right to see their children, until there is a complete separation.
The rupture of the bonds determined by the figure of the adoption turns
then an African child born of an immigrant mother into a parentless and a
product of the State, while the mothers fall back into the dungeons of useless
relationships and the anonymity of those without papers.
Supported by the literature that questions the relations between migra-
tion, the State and the family, I will analyze the concept of decolonization of
maternity, in order to understand how these small subjects become Italian as
a result of the loss of their black mother (in a process that is parallel to what
the Argentinian medical anthropologist Rita Laura Segato calls «foreclosure
of the name of the black mother» in the case of the Brazilian Oedipus).

Keywords: abuse / filiation / research / institution / migration / helplessness /


adoption / violence / power / mother-son relationship / racism / anthropology /
culture
Candidate keyword: Testimony
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Buenos Aires: Prometeo.
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80 (2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127): 80-89
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Algunas consecuencias psíquicas


de la diferencia sexual y de géneros1
Leticia Glocer Fiorini2

El título de este trabajo, modificación del muy conocido texto freudiano,


apunta a analizar los efectos de la diferencia sexual y de géneros en la cons-
trucción de subjetividad sexuada en las mujeres. Esto incluye los efectos
de la violencia de género.
Al enfocar la cuestión de la diferencia sexual, Freud aborda su concep-
tualización a partir de la diferencia anatómica entre los sexos. «La anato-
mía es el destino» es una de sus afirmaciones fuertes (Freud, 1925/1979a).
Sin embargo, recordemos que Freud concibió el complejo de Edipo/cas-
tración como una expresión de tendencias incestuosas y parricidas que
conducían al acceso a la diferencia sexual como consecuencia de la reso-
lución edípica (Freud, 1923/1979c, 1923/1979c, 1924/1979b). Esto abona en
contra de un destino inapelable desde la anatomía.
Esta propuesta fue ampliada y repensada en el psicoanálisis contempo-
ráneo. Laplanche (1980/1988) propuso distinguir entre la diferencia sexual
y la diferencia de géneros al plantear que la primera respondía a la lógica
de la contradicción, de acuerdo con la lógica aristotélica, y la segunda a
una lógica de los contrarios. A esta distinción agregó el concepto de diver-
sidad anatómica. De esta manera, amplió la concepción sobre la diferencia

1 Panel «Mujeres, exclusión y desamparo» del Congreso de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay,
Montevideo, agosto de 2018.

2 Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina. lglocerf@intramed.net.ar


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sexual, agregando otros factores que permiten abordar la complejidad de


la construcción de subjetividad sexuada.
Si incluimos otras perspectivas disciplinarias, desde mediados del siglo
pasado se desarrollaron las teorías de género que agregan otra variable
para poder comprender la multiplicidad de factores en juego, tratados
también por las distintas olas del feminismo desde fines del siglo XIX.
Posteriormente aparecieron las teorías queer en el marco de corrientes
posgénero, que discutieron cierta tendencia de la categoría género a deri-
var en concepciones universales y esencialistas. En el amplio campo de las
teorías de género y posgénero, destacamos a Butler, De Lauretis, Haraway,
Braidotti, entre otras. En antropología, a Segato.
Con respecto al concepto de género, incluimos el debate entre teorías
psicoanalíticas de origen anglonorteamericano y francés. Estas últimas,
en general, no aceptan la categoría género.
En este marco, vemos que las mujeres son atravesadas por discursos y
teorías que son expresión de normas, creencias, narrativas que representan
el contrato social vigente. Estos discursos tienen efectos en las prácticas
sociales e, inversamente, las prácticas actúan sobre las teorías. Ciertamen-
te, estos discursos entran en conflicto con contradiscursos y contrateorías
que representan otras prácticas sociales.
Pero ¿cuáles son los efectos psíquicos de las normas que rigen los
lazos sociales? El derecho romano consagró al pater familia: las mujeres,
los niños y los esclavos eran su posesión y debían ser educados y discipli-
nados a través de su poder. La división sexual del trabajo sostiene estas
proposiciones desde los orígenes. El concepto de pater familia se mantiene
hasta la actualidad bajo distintas formas, en la vida cotidiana y en muchas
teorías vigentes.
También Freud se refirió a los factores culturales en juego en la con-
formación de la subjetividad femenina, pero no desarrolló esta vertiente.
Actualmente, el psicoanálisis ha calado hondo en la sociedad, principal-
mente occidental, y da cuenta del cambio de paradigma que significó en
relación con las propuestas de la Modernidad. El sujeto ya no es más el
sujeto de la conciencia, y la sexualidad ya no es más solamente la sexua-
lidad adulta. El inconsciente y la sexualidad infantil perverso-polimorfa
empezaron a tallar, y esto modificó radicalmente la concepción del sujeto.
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82 leticia glocer fiorini
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Sin embargo, las teorías freudianas sobre lo femenino y la diferencia se-


xual son fuertemente discutidas porque representan una visión sesgada
de las mujeres y de la sexualidad femenina si se tiene en cuenta que, para
Freud, el destino privilegiado de las mujeres era la maternidad. En este
marco, otros destinos de la sexualidad eran lateralizados y otras funciones
y capacidades eran atribuidas a su «parte masculina».
Si bien las mujeres no responden a una categoría universal, ciertamen-
te hay puntos en común. Una historia de las mujeres nos muestra vacíos
y silencios (Duby y Perrot, 1990/1991). Durante siglos el único espacio
de carácter simbólico fue el de la maternidad, altamente idealizado. Así
como las mujeres son muy frecuentemente desvalorizadas o denigradas,
la maternidad les otorga un status simbólico que opera como una salida
frente a «lo negativo», lo fuera de lo simbólico, que se atribuye a la posi-
ción femenina.
En este contexto, hay una problemática de género en juego. Clásica-
mente, el concepto de género se basa en la división entre el sexo anatómico,
por un lado, y el género como efecto de la cultura, por el otro (Rubin, 1975).
Abordo este concepto como un enunciado discursivo cuya expresión en
el psiquismo responde a una construcción subjetiva compleja. Se trata de
la creencia, imaginaria pero con fuertes y sostenidos efectos simbólicos,
de la pertenencia de un sujeto al campo de lo masculino o lo femenino
—soy hombre, soy mujer—, o bien de no pertenecer a ninguno de estos
campos. Esta creencia corresponde al campo de los ideales narcisistas y
se construye sobre una multiplicidad de variables: el cuerpo biológico da
señales, las identificaciones relativas al género se organizan desde el proyecto
identificatorio parental, la sexualidad/pulsión está en acción, los discursos
vigentes envían sus mensajes, las normas sociales ejercen su poder. Todos
estos factores actúan recursivamente entre sí. Sería imposible pensar en un
concepto maestro, solo la sexualidad o la cultura, o bien solo los cuerpos,
que se impondría sobre los anteriores a riesgo de caer en un pensamiento
sustancial.
En cuanto a las identificaciones relativas al género femenino, no tienen
la suficiente jerarquía valorativa. Se constituyen ideales frustrados en su
realización desde su misma estructuración como tales. Frecuentemente
las mujeres desplazan estos ideales a otros significativos, la pareja o los
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hijos, quienes deberían cumplirlos. Esto representa una falla narcisista en


la construcción de subjetividad, ya que los ideales femeninos sucumben
frente al lugar asignado a las mujeres.
Recordemos que el concepto de género como categoría conceptual
y discursiva fue posterior a Freud. Sin embargo, cuando Freud describe
cómo se posicionan niñas o niños en relación con los padres al comienzo
del complejo de Edipo, está hablando de un niño o una niña que, en ge-
neral, reconocen su pertenencia masculina o femenina antes del acceso a
la diferencia sexual, en términos de las teorías sexuales infantiles (Glocer
Fiorini, 2001, 2015).

Violencia de género y desamparo

Los ejes mencionados no son independientes de los fenómenos de violen-


cia de género. Entendemos por violencia de género las distintas formas de
violencia real y simbólica ejercida sobre las mujeres. Se trata de una cuestión
estructural: la misoginia está en acción. La diferencia sexual y de géneros
está en relación sistémica con la violencia de género, y esto es historizable.
La violencia de género hacia las mujeres impregna los discursos sociales y
forma parte de las teorías que intentan explicar la diferencia sexual. Com-
prende desde hechos mínimos, cotidianos —como los chistes machistas y su
relación con el inconsciente, parafraseando nuevamente a Freud—, pasando
por distintas formas de violencia psicológica hasta llegar a la violencia física
y la muerte. Estas manifestaciones están sustentadas en la organización del
contrato social, son sistémicas y tienen indudables efectos psíquicos.
El proyecto identificatorio (Castoriadis-Aulagnier, 1975/1977) en su va-
riante género actúa, y las posiciones quedan naturalizadas.
Recordemos que Freud (1895/1986b, 1930 [1929]/1988) había descripto
la condición de desamparo propia del recién nacido y su inermidad en
el humano, a diferencia del reino animal. Esa condición necesita de un
sostén, un apoyo y un reconocimiento que deberán ser cumplidos por la
madre u otro significativo que tome esa función. Este es un requisito del
ser y de la estructuración narcisista.
Sin embargo, constatamos que la condición de desamparo se reduplica en
las mujeres. Es decir, la inermidad propia del recién nacido se potencia en
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las mujeres. Esto se observa históricamente a través del lugar secundario


que tradicionalmente les es asignado en la vida sociocultural, así como en
sus propias realizaciones personales. El desamparo genera sentimientos de
inferioridad y una baja de la autoestima que, como señalaba Freud (1914),
responden a un déficit de suministros narcisistas. Al igual que el recién
nacido, necesitará del apoyo y el sostén de los otros significativos.
La situación de desamparo crea, inevitablemente, las condiciones para
el ejercicio del poder/dominio sobre las mujeres, con lo cual se autoperpe-
túan estas condiciones. Se trata de poderes, saberes y «verdades» (Foucault,
1979, 1984/1995) con fuerte impacto en la construcción de subjetividad si
pensamos que esta se construye desde el campo pulsional deseante, pero
no sin los mensajes que provienen del campo de la otredad.
Además, recordemos que la condición femenina es sometida a violencia
también cuando se expresa en otras subjetividades, sexualidades y géneros
no convencionales. La violencia hacia el travestismo, el transexualismo o las
homosexualidades es parte de las condiciones de exclusión que marcaron
históricamente lo femenino.

De los binarismos a las estructuras ternarias

Pensar esta problemática en términos binarios es insuficiente para com-


prenderla. La polaridad masculino-femenino no da cuenta de la compleji-
dad de la construcción de subjetividad en mujeres y hombres, sea cual sea
su elección sexual o su género asumido. Como todo dualismo, uno de los
términos —en este caso, el masculino— está jerarquizado y sobreinves-
tido. Sabemos que los binarismos responden a relaciones de poder y que las
relaciones de poder se sirven de las estructuras binarias. Esto se expresa en
la teoría psicoanalítica, así como en los discursos y las prácticas sociales.
El desamparo es una de sus consecuencias para el polo femenino, investido
negativamente.
A la luz de las aporías que genera el pensamiento dualístico en la
construcción de subjetividad, habíamos propuesto analizar estas cuestio-
nes desde por lo menos tres variables (Glocer Fiorini, 2001, 2015). En cada
una de estas variables se juega la significación que se da a lo femenino
y la diferencia sexual. En primer lugar, es necesario incluir el papel de
algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual y de géneros | 85
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los cuerpos, que «definen» una pertenencia al campo de lo femenino o


masculino acorde a un imperativo de la cultura, aunque esto no siempre
se cumple. Los cuerpos femeninos están desvalorizados como tales: el
horror a lo femenino está en acción, y esto concurre a que, proyeccio-
nes mediante, encarnen la amenaza de castración. Las teorías sexuales
infantiles integran este conjunto (Freud, 1909/1980). También hay que
consignar que una idealización de los cuerpos femeninos puede funcio-
nar como símbolo fálico, defensivamente. En segundo lugar, el plano de
las identificaciones de género que configuran un déficit en lo simbólico
asignado a las mujeres. Estas corresponden a ideales narcisistas deva-
luados. Tercero, el papel de la sexualidad y el deseo. Aquí constatamos los
obstáculos de abordar la diferencia sexual, ya sea en términos dualísticos
fálico-castrado, o bien como posición femenina o masculina definida
alrededor del significante falo.
Se trata de significaciones sobre lo femenino y la diferencia sexual
que responden a un hilo conductor: la «diferencia» considerada en tér-
minos dualísticos con fuertes implicaciones jerárquicas para uno de sus
términos. Sin embargo, vemos que autores como Laqueur (1990/1994) han
señalado las variantes históricas en las concepciones sobre la diferencia
sexual, que ya eran conocidas por Freud, si bien él se inclinó por una de
ellas, desechando la otra.
Señalaba Bourdieu (1998/1999) que los esquemas de percepción y co-
nocimiento dominantes no son ideologías, sino sistemas establemente
inscriptos en las cosas, en los cuerpos y en el psiquismo. Hay un trabajo
de reproducción histórica continuada que conduce a clasificar las cosas
y las prácticas dentro de la oposición masculino-femenino. Sostiene que
estos esquemas son utilizados como instrumentos de conocimiento, y no
como objetos de conocimiento. Es decir, que no son analizados, ya que
constituirían un espacio neutral. Esto es aplicable al psicoanálisis. Se trata
de una disciplina que contiene herramientas para analizar diversas proble-
máticas, pero que también debe constituirse en objeto de conocimiento.
Si esto no ocurre, se siguen sosteniendo las dicotomías binarias que
encierran relaciones de poder. En este contexto, las mujeres han sido ubi-
cadas históricamente en situaciones de exclusión, y el efecto de desamparo
es inevitable.
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Por estos motivos, considero imprescindible revisar la categoría dife-


rencia como operación simbólica que abra el acceso a una trama social,
más allá de la diferencia sexual.
Mi propuesta es que la diferencia de géneros entra en un sistema de re-
laciones con la diferencia sexual y la diferencia anatómica, así como con la
diferencia en sentido lingüístico y discursivo. Sus significaciones responden
y, a la vez, resisten el contrato social. Se trata de distintos planos, no nece-
sariamente concordantes, en los que se juega la categoría diferencia, planos
cuya heterogeneidad es constitutiva (Glocer, 2015).
Poder revisar el dualismo clásico masculino-femenino y generar líneas
de fuga que permitan otras opciones de pensamiento, así como teorizar
desde las «fronteras», desde los límites, tendrá efectos en la clínica. Así,
la ubicación clásica de las mujeres como objetos de conocimiento y deseo
podrá ser repensada, considerando la posición de sujetos que la Moder-
nidad no incluyó.
Entre el sexo anatómico, el género y la sexualidad/deseo; entre el Edipo
y el más allá del Edipo; entre la diferencia sexual, anatómica y de géneros,
en esas intersecciones se construye subjetividad, con mayor o menor grado
de conflicto de acuerdo a las variables personales, colectivas y discursivas
en juego. ◆
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Resumen

La autora propone analizar los efectos de la diferencia sexual y de géneros

recibido: agosto 2018 - aceptado: agosto 2018


en la construcción de subjetividad sexuada en las mujeres. En esta línea se
incluyen los efectos de la violencia de género, implícita y explícita, sobre la
construcción narcisista y los ideales femeninos en las mujeres. La exclusión
y el desamparo son consecuencia y, a la vez, causa de esta trama.
Se aborda la polaridad binaria masculino-femenino y sus aporías para
pensar la complejidad de los itinerarios del deseo, así como las migracio-
nes de género.
Se postula pensar la construcción de subjetividad sexuada en un marco
de entrecruzamientos de más de dos variables heterogéneas: los cuerpos,
las identificaciones, la sexualidad y el deseo. Todas atravesadas por los
discursos y las normas que configuran el contrato social y sus insuficien-
cias. En este contexto el concepto de diferencia sexual y de lo femenino
se inscriben en un marco de pluralidades. Esto amplía las posibilidades
de pensar más ampliamente en la clínica los conflictos que se presentan
alrededor de esta problemáticas.

Descriptores: mujer / diferencia de los sexos / identidad sexual / género / violencia


/ desamparo / subjetivación

Summary

The author suggests analyzing the effects of sexual and gender differences
in the construction of the sexed subjectivity of women. The effects of gen-
der violence, both implicit and explicit, on the narcissistic construction
and female ideals in women are included in this analysis. Exclusion and
helplessness are a consequence and, at the same time, the cause of this weft.
The paper addresses the binary male-female and its contradictions to
think about the complexity of the itineraries of the wish as well as about
gender migrations.
The paper proposes to consider the construction of sexed subjectivity
in the context of the intersection of more than two heterogeneous vari-
|
88 leticia glocer fiorini
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ables: bodies, identifications, sexuality and the wish. All of these influenced
by discourses and norms that shape the social contract and its shortfalls.
In this context, the concepts of sexual difference and of female difference
are inscribed within a frame of pluralities. This broadens the possibilities
for a vaster approach to the clinical work with the conflicts which revolve
around these problem areas.

Keywords: woman / difference between the sexes / sexual identity / gender /


violence / subjectivation / helplessness

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90 (2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127): 90-101
issn 1688 - 7247

Notas sobre vulnerabilidad


y desamparo en la infancia
Analía Wald1

1. La noción de vulnerabilidad refiere a múltiples dimensiones analíticas y


áreas posibles de intervención, dada la diversidad de fenómenos a los que
está asociada. Comprender desde una perspectiva compleja los impactos
sociales observados a partir de eventos catastróficos ha llevado a ciertos
autores latinoamericanos a proponer el análisis de distintas dimensiones
de vulnerabilidad que estarían jugando un papel importante en la pro-
pensión al daño. Wilches-Chaux (1993) propone once dimensiones (física,
económica, política, técnica, cultural, educativa, institucional, natural,
técnica, ideológica y ecológica) y su concepto de «vulnerabilidad global»
supone que las vulnerabilidades se superponen en situaciones de desastre,
de una forma cualitativamente distinta a otras crisis socioeconómicas, más
bien crónicas. De estas últimas nos interesa ocuparnos, particularmente
de las condiciones de vulnerabilidad de niños y niñas que nacen y viven
en contextos de exclusión social. Al mismo tiempo, consideramos que es
necesario alertar sobre una extensión difusa y extraterritorial de la noción
de vulnerabilidad al campo de la subjetividad.

2. La vulnerabilidad subjetiva es para el psicoanálisis una condición es-


tructural, desconocida e inconsciente. La Hilflosigkeit como desamparo

1  Analista en formación de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Universidad de Buenos Aires. Facultad


de Psicología. awald@psi.uba.ar
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estructural se actualiza como angustia o como desestructuración en situa-


ciones de pérdida o desvalimiento. El sujeto neurótico es estructuralmente
vulnerable, y es por ello que, ante la encrucijada traumática, las conse-
cuencias pueden llegar hasta el anonadamiento, el estrago de la identidad
con el consecuente arrasamiento subjetivo (Dobon, 2015), la «demolición
psíquica» (Viñar y Ulriksen de Viñar, 1993).
Puesto que somos vulnerables, el acontecer externo puede transformar-
se en trauma interno, colapso de la subjetividad. G. García Reinoso (1992)
señala que todo acontecimiento implica una traducción e inscripción psí-
quicas. La situación de trauma repetido se inscribe en el inconsciente como
deseo de muerte del Otro. El trauma acá es el deseo de muerte del Otro o
de un otro colocado en ese lugar de Otro omnipotente (las catástrofes se
adjudicaban en la antigüedad a un castigo o una maldición de los dioses).
Estamos diferenciando la condición de vulnerabilidad subjetiva consti-
tutiva y estructural que deviene de la experiencia de desamparo originario
ante el deseo del Otro (Lacan, 1959/2015) de lo que puede ser la encrucijada
traumática y el colapso subjetivo que esta puede involucrar. Solo a través
de la respuesta mediante el síntoma o el fantasma el desamparo deviene
experiencia subjetiva. La inscripción del desamparo como deseo de muerte
del Otro ya implica una imaginarización posible, a diferencia de las intru-
siones sin significado que, según Žižek (2012), afectan la textura simbólica
de la identidad del sujeto. En la era posreligiosa da lo mismo la violencia
física externa, las catástrofes naturales o la destrucción de la base mate-
rial de nuestra realidad interna (lesiones cerebrales). Cuando el sujeto se
encuentra sin puntos de referencia, con el sentido en blanco, es invadido
por un exceso de goce que impide su localización, lo cual puede producir
estragos y llevar al sujeto a salirse de la escena a través de un pasaje al acto.
El problema es que a veces, como en la mayoría de los niños latinoa-
mericanos, el evento disruptivo —los efectos destructivos de la violencia
sociosimbólica— es un estado de cosas permanente. La situación trau-
mática es la persistencia misma del trauma. Žižek se refiere al siglo XXI
como el siglo del sujeto postraumático, descomprometido, superviviente
de desastres naturales, violencia familiar, traumas sociopolíticos, acciden-
tes graves, catástrofes que carecen de significado libidinal. La eliminación
del sentido es, para Žižek, la nueva cara de lo social.
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Los conflictos sociales quedan privados de la dialéctica de la lucha


política propiamente dicha y se vuelven tan anónimos como las catástrofes
naturales. Así, para Žižek, los límites que separan a la historia de la natu-
raleza, a la sociopatía de la neurobiología, están desdibujados; el terror del
campo de concentración y una lesión cerebral orgánica pueden producir
la misma forma de autismo.

3. El reproche que le hace Malabou a Freud en Les nouveaux blesses (2007)


es que él no está dispuesto a aceptar el poder destructivo que tiene la reali-
dad per se, y no por el impacto que tiene en la realidad interna del sujeto.
O sea, determinado estado de cosas puede tener un poder destructivo o
desvastador sobre la psique, independientemente de su resonancia, no
por ansiedades, no por masoquismo, no por impulso de muerte o sen-
timiento de culpa. Se trata de situaciones en las que el sujeto no puede
estar presente en su propia fragmentación. Al contrario de la castración,
no hay ninguna representación ni posibilidad de anticipar o fantasear la
destrucción neuronal. Cuando esto sucede, es un nuevo sí mismo, no hay
posibilidad de reconocimiento.
Freud no puede concebir un sujeto que sobreviva a su propia muerte o
al borrado de su identidad simbólica. Como en el caso del Alzheimer, es un
nuevo sujeto el que surge, descomprometido, desafectado, carente de lo que
Heidegger llama ser en el mundo, una existencia encarnada y comprometida.
Psiques más allá del amor y el odio, ni sádicas ni masoquistas. Psiques
desafectas, descomprometidas, incapaces de transferir.

En términos lacanianos, lo que falta aquí no es solo otro ser humano, el


atento oyente, sino el propio «gran Otro», el espacio de inscripción o de
registro simbólico de mis palabras… Este sujeto es primordialmente una
Cosa enigmática, impenetrable, totalmente ambigua, hasta el punto de
que no se puede hacer otra cosa que oscilar entre atribuirle un sufrimien-
to inmenso o una bendita ignorancia. Lo que le caracteriza es la falta de
reconocimiento en un doble sentido: que no nos reconocemos a nosotros
mismos en él, no hay empatía posible, y que el sujeto autista, debido a su
retirada, no nos reconoce a nosotros, sus compañeros en la comunicación.
(Žižek, 2012, p. 311)
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A partir de la descripción del sujeto postraumático, la pregunta que


cabe hacerse es la opuesta: cómo transformar la economía de las cosas
en economía libidinal, en dichos de Žižek (2012), «¿cómo hacer surgir el
sexualizado universo del significado?» (p. 311). Si entendemos que la se-
xualidad freudiana es la plataforma giratoria entre el exterior y el interior,
entre el accidente externo y la realidad psíquica, la mediación para que esto
ocurra es la fantasía. La fantasía primordialmente reprimida se presenta
como la sutura entre el exterior y el interior, es la estructura que integra
y disemina el puro shock y lo transforma en éxtimo. Entonces, ¿estamos
diciendo que el trabajo del psicoanalista con niñas y niños en situaciones
de vulnerabilidad social apunta al despliegue fantasmático para que el
trauma pase a formar parte de lo reprimido? La paradoja sería que apun-
tamos a construir vulnerabilidad subjetiva: sujetos que puedan subjetivar
la Hilflosigkeit como desamparo estructural. Decía Silvia Bleichmar (2006):

La fuerza de lo acaecido cobra eficacia productiva cuando lo que ingresa no


es devastador, y puede encontrar modos de recomposición simbólica. En tal
sentido, nadie está exento de que su acaecer sea desarticulado o interrum-
pido por el azar, pero todos tenemos la posibilidad de que la inscripción de
lo imprevisible sea tolerada. En sus formas ya canonizadas, el psicoanálisis
llamó a esto «posición depresiva» o «tolerancia a la angustia de castración».

Se trata, desde el punto de vista teórico, de reconocernos tan vulnera-


bles como plausibles de domeñar intrapsíquicamente lo que nos acaece.
En esto radica la sabiduría que el análisis puede brindar.
Entonces, ¿la vulnerabilidad subjetiva es ya una respuesta, recompo-
sición simbólica mediante, a la vulnerabilidad social? ¿Será ese el trabajo
de los psicoanalistas?

4. En el Hospital de Clínicas, el equipo de Psicopedagogía del Programa


de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires2 recibe

2 Programa de asistencia psicopedagógica. Secretaría de Extensión Universitaria. Facultad de Psicología


de la Universidad de Buenos Aires. Directora: Analía Wald. El programa asistencial fue creado por Silvia
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consultas por niños que presentan distintas situaciones de vulnerabilidad:


exclusión socioeconómica, simbólica, diglosia conflictiva de lenguas, po-
blación migrante o algún diagnóstico neurológico. En este último caso,
la vulneración tiene que ver con daños en el sustrato material (lesiones
cerebrales), trastornos funcionales (descargas epilépticas) o también con
el peso de cargar con diagnósticos difusos que dificultan aún más el des-
pliegue social.
El dispositivo asistencial involucra entrevistas diagnósticas individua-
les con el niño y los adultos a su cargo, y tratamiento grupal, con grupo
paralelo de reflexión para los adultos. La orientación clínica implica es-
tablecer hipótesis acerca de las modalidades singulares de los procesos de
simbolización de cada niño y acerca de los ejes históricos de significación
de la problemática, desde la perspectiva de la complejidad (Morin, 2001).
La matriz teórica en la que se enmarca el análisis emplaza el campo de
producción de la subjetividad infantil en una línea de intersubjetividad,
en la cual se definen los ejes históricos de sentido subjetivo frente a los
cuales, sin embargo, el niño no es pasivo. La complejización creciente
de las estructuras psíquicas implica modos de elaboración a partir de
una metabolización compleja y heterocrónica de derroteros pulsionales,
afectivos e identificatorios con los objetos de investidura que incluye el
campo social.
Agustín3 tiene nueve años y es derivado al servicio desde neuropediatría
por problemas de aprendizaje y de conducta en la escuela. Está bajo la guarda
de Héctor y Marina, quienes hace dos años lo llevaron a vivir con ellos. Está
medicado por epilepsia y al momento de la consulta no presenta convul-
siones, aunque a veces tiene ausencias. Según Héctor y Marina, la madre
biológica vive en situación de vulnerabilidad social y lo habría «dado» por

Schlemenson en 1984 en la Facultad de Psicología y recibe consultas de los Equipos de Orientación


Escolar de la Ciudad de Buenos Aires. Se trata de niños pertenecientes a sectores vulnerables. En el año
2014, el programa incorporó una nueva sede en el Servicio de Pediatría, en el marco del Programa de la
Facultad de Psicología en el Hospital de la Clínicas. El trabajo asistencial en el hospital está asociado
al proyecto de investigación «Problemas de aprendizaje: complejidad y abordaje interdisciplinario».

3 Terapeuta a cargo del diagnóstico: Abigail Iglesias. Terapeutas a cargo de los grupos de niños: Abigail
Iglesias, Sofía Adinolfi Greco, Daniela Stigliano y Erica Hamuy. Terapeuta a cargo del grupo de adultos:
María Eugenia Milano.
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no tener para alimentarlo. Tiene nueve hijos además de A, ya habría «dado»


otros hijos y está nuevamente embarazada. Héctor y Marina eran vecinos
del barrio; no podían tener hijos, conocían a Agustín, se fueron encariñan-
do con él, empezaron a alojarlo hasta que se quedó con ellos y solicitaron
la guarda. Recién en ese momento, Agustín concurrió por primera vez a la
escuela y empezó a atenderse en el hospital. En el momento de la consulta,
se habían mudado a un barrio más próspero a partir de que consiguieron
un trabajo en una portería. Eso significó que Agustín dejara de vivir cerca
del lugar donde había crecido, de su madre y hermanos. Es en la escuela
nueva en la capital donde Agustín comienza a tener dificultades, a pesar de
haber aprendido a leer y escribir. Se pelea con sus compañeros y les pega.
No logra integrarse en el grupo y además es muy distraído.
Dice Marina en la entrevista: «lo recibimos con un short, descalzo y
sin remera… él fue un perrito que lo tiraron para afuera. Si le cuesta es
porque nadie lo apoyó… Por ahí le metimos mucha presión».
Les resulta muy difícil comprender que, pese a las comodidades que le
ofrecen, Agustín no les responde con el reconocimiento, la solicitud y el
cariño que ellos esperaban. En el grupo de adultos, Héctor y Marina po-
drán hablar de las dificultades que tienen con Agustín. La vida con el niño
está lejos de responder a la situación idealizada que habían fantaseado, y
sienten enojo y dolor al sentirse rechazados.
El equipo de la escuela relata las dificultades que tienen con Agustín.
Como ingresó tardíamente a la escuela, está un año atrasado. Le cuesta
estar en la clase y se pone agresivo con los compañeros. Como es bastante
alto, decidieron que pasara de grado a pesar de no tener los contenidos
correspondientes para priorizar los aspectos sociales, aunque la dificultad
de las tareas termina por apabullarlo. Está con adaptaciones curriculares
para facilitar su inserción.
En las entrevistas diagnósticas, es muy difícil que Agustín se pueda
sentar. Se muestra muy pendiente de la terapeuta y le dice que le va a traer
algo para comer o tomar, la invita a su casa o a pasear. Le ofrece pollo,
asado, el alimento que a ella le guste. En el dibujo de la familia, dibuja
a su papá Héctor y su mamá Marina, que lo están esperando afuera del
consultorio. Sin embargo, más adelante, en esa misma entrevista, le dirá
a la terapeuta:
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Mañana te puedo pasar el número de mi mamá, y hablás con ella. Decile


que la extraño, que venga a hablar con vos, yo la espero, la llevamos a su
casa y ya está. Tengo ganas de verla, no me lleva Marina.

Nombra a algunos de sus hermanos y las edades. Dice que se pelean.


Graba un mensaje para su mamá:

Mamá, te quiero mucho, gracias por irte a visitar, espero que te pongas feliz
cuando me veas y por favor decile a la abuela que no se ponga a llorar más,
porque mi abuela no tiene mucha fe de mí y es muy inquieta.

Abuela, por favor, no te pongas a llorar por tu nieto. Tu nieto está bien.
Por favor, me da mucho escándalo lo que hacés, que llores que querés con-
migo, que me meta en tu casa todos los días. Bueno, si estás así me voy a
tener que ir a vivir con vos. Un día no me quería, nos dejó tirados en una
cancha porque hacíamos ruido y no podía dormir. Abuela, dejá de llorar
porque yo estoy en el doctor esperando a que Abigail llame a mamá para
que no llores más por mí.

En los inicios, aparecen mezclados relatos de su vida actual y su vida


pasada, entramados con producciones fantasmáticas: cuenta que fue a
la casa de una tía y relata el encuentro con la llorona y cómo la enfrentó
Héctor, su padre adoptivo. Mediante el grabador, le habla a su abuelo, «Pa-
pito». Dijo que falleció antes de que él naciera. Luego cuenta situaciones
con él y dice que falleció cuando era chico, que él le pedía que dejara de
fumar, cuenta cómo fue cuando falleció. Luego dice que lo va a ir a ver al
hospital en donde está internado y luego que está viviendo en la casa de
la abuela, quien lo cuida y lo baña.
En el dispositivo grupal, busca la dualidad, identificarse masivamente
con el otro. Si un niño dice que se va a ir de vacaciones, él dice que tam-
bién va a ir al mismo lugar. Respecto de un chico que también se llama
Agustín, dice: «nos gusta lo mismo porque somos iguales». Cuando se
le pregunta por su apellido, dice que se llama así porque es el nombre de
su barrio.
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Con el tiempo, en el grupo de niños, Agustín empieza a traer relatos


menos idealizados de su vida anterior, relata de modo muy desafectivizado
situaciones de descuido en su casa materna de origen.
En una de las sesiones recientes, Agustín juega al ta-te-ti con otro niño.
Agustín no puede salir del lugar del que pierde, repitiendo varias veces
la misma forma de perder. El otro niño lo interpela: «No te das cuenta,
siempre perdés igual…».
¿Qué es perder para Agustín? ¿Cómo se constituye el sujeto de la pér-
dida? ¿Cómo se tramita como reprimido el lugar del desamparo estruc-
tural en un orden social mortífero, excluyente, desigual, que deja caer
los vínculos primarios, erógenos y libidinales? ¿Cómo se tramitan las
«ausencias», trauma desde el sustrato corporal que también dificulta la
construcción de una trama identificatoria en un eje temporal significativo?
Si, como decíamos, la fantasía se presenta como la sutura entre el exte-
rior y el interior, como la estructura que integra y disemina el puro shock
y lo transforma en éxtimo, es posibilidad de pérdida de goce, pero tam-
bién cicatriz endeble. Un intercambio que tenga en cuenta la diferencia se
constituye con objetos que no estén totalmente marcados por el sello del
narcisismo del sujeto. Las experiencias con otros no tienen para Agustín
un valor interrogativo, no cuestionan las certidumbres requeridas por su
precario equilibrio narcisista.

5. El nuevo entendimiento del sujeto en el marco de la plasticidad (Ma-


labou, 2010) y de la complejidad (Morin, 2001) tiene importantes impli-
caciones epistemológicas. Nuevos paradigmas de investigación y nuevas
formas de colaboración que sobrepasen las barreras entre las disciplinas
se hacen necesarios. La propuesta del pensamiento complejo propone
una reconfiguración epistemológica tendiente hacia un conocimiento
transdisciplinar, desarrollando también una propuesta ética y política.
Existen problemas transdisciplinarios, tanto parciales como abarcadores,
que pueden articular e integrar algunos campos disciplinares adyacentes.
Azaretto y Ros (2015) consideran que los propósitos que orientan
el diálogo del psicoanálisis con otros campos de conocimiento no son
solo cognitivos, sino también políticos, institucionales, retóricos, hacia
|
98 analía wald
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adentro del propio campo/hacia el campo científico/hacia la comuni-


dad. «La fragmentación del conocimiento en campos disciplinares es
subsidiaria de la división social del trabajo y según esta lógica a cada
disciplina le corresponde un objeto que le es propio y un campo teórico
específico» (Bello Díaz, 2003, citado por Azaretto y Ros, 2015, p. 59). La
interdisciplinariedad obliga básicamente a reconocer la incompletud de
las herramientas de cada disciplina, la multirreferencialidad teórica en el
abordaje de los problemas y la existencia de corrientes de pensamiento
subterráneas —de época— atravesando distintos saberes disciplinarios
(Fernández, 2011; Stolkiner, octubre de 2005; entre otros). «Si existe la
unidad que une todos los niveles de Realidad, esta tiene que ser una uni-
dad abierta […]. En la visión transdisciplinaria, la pluralidad compleja y
la unidad abierta son dos facetas de una única y misma Realidad» (p. 42).

6. ¿Qué se puede esperar del encuentro con un psicoanalista? El discurso


del psicoanálisis introduce la dimensión subjetiva, con lo que obstaculiza
el empuje a la objetivación. Enfrentamos el desafío de extender el psicoa-
nálisis a prácticas ubicadas por fuera del ámbito tradicional del consultorio
o de un encuadre más clásico. Se trata de un psicoanálisis comprometido
con problemas cruciales de su época.
Tal vez el aporte del psicoanálisis en el marco de la complejidad que
estamos presentando sea instaurar la posibilidad de formular una res-
puesta singular. La hipótesis de este trabajo es que frente a la vulnera-
bilidad social, la condición de vulnerabilidad subjetiva (Hilflosigkeit) es
una conquista que implica una respuesta singular del niño que no está
garantizada. La apuesta es que los espacios «entre» (el grupo de niños,
el grupo de padres, el grupo de trabajo interdisciplinario) sean espacios
de hospitalidad. Dice Derrida (Derrida y Dufourmantelle, 1997) que el
anfitrión se vuelve vulnerable al alojar al otro. Es en ese espacio límite,
donde las singularidades se constituyen en tanto que exposición al con-
tacto con el otro y a ser afectado por esa presencia, que el otro aparece
como semejante. Y, entonces, nosotros también somos otros. Algo nos
roza, exponiendo en ese mismo movimiento algo de nosotros mismos,
algo que ha hecho sentido. ◆
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Resumen

El presente artículo presenta algunos desarrollos a partir del abordaje

recibido: junio 2018 - aceptado: julio 2018


clínico con niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad social. Se pro-
pone diferenciar la condición de vulnerabilidad subjetiva constitutiva y
estructural que deviene de la experiencia de desamparo originario de lo
que puede ser la encrucijada traumática y el colapso subjetivo que esta
puede involucrar planteando la pregunta por situaciones en que los efectos
destructivos de la violencia sociosimbólica es un estado de cosas perma-
nente. Se discuten desarrollos de Malabou (2007) y de Žižek (2012) acerca
del sujeto postraumático, planteando la hipótesis de que la condición de
vulnerabilidad subjetiva es ya una respuesta, recomposición simbólica me-
diante, a la vulnerabilidad social. A partir de un recorte clínico, se plantea
el desafío de extender el psicoanálisis a prácticas ubicadas por fuera del
ámbito tradicional del consultorio o de un encuadre más clásico. Se trata
de un psicoanálisis comprometido con problemas cruciales de su época,
que pueda sostener la posibilidad de una respuesta singular, entendiendo
al sujeto en el marco de la plasticidad y de la complejidad, en abordajes
que sobrepasen las barreras disciplinares.

Descriptores: vulnerabilidad / trauma / adopción / material clínico / niño / hospital


/ desamparo / sociedad

Summary

The paper presents a series of ideas based on clinical work with children
and young people in a context of social vulnerability. It proposes to distin-
guish the condition of subjective constituting and structural vulnerability
that becomes the experience of primal helplessness from what can be the
traumatic junction and the subjective collapse this can involve, wondering
about situations where the destructive effects of the socio-symbolic vio-
lence is a permanent state of affairs. Contributions from Malabou (2007)
and Žižek (2012) are discussed in connection with the post-traumatic
subject, putting forward the hypothesis that the condition of subjective
|
100 analía wald
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vulnerability is already a response, via symbolic reconstitution, to social


vulnerability. Based on a clinical vignette, the paper proposes the challenge
of extending psychoanalysis to practices outside the traditional environ-
ment of the consulting room or outside a more classical setting. It is a
psychoanalysis committed to crucial problems of our times, which can
sustain the possibility of a singular response, understanding the subject in
the frame of plasticity and complexity, in approaches that stretch beyond
disciplinary barriers.

Keywords: vulnerability / trauma / adoption / clinical material / child / hospital /


helplessness / society

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La mano, mmmmamaa:
El desamparo de un bebé
de un año y cuatro meses
Ingeborg Bornholdt1

Introducción

El llamado/invitación para el envío de trabajos para este congreso sobre


el tema Desamparo coincidió con la demanda de evaluación, por parte de
una madre, para su bebé de 16 meses. Me animé a describir ese trabajo
que demandó una articulación y adaptación de la técnica psicoanalítica
clásica para niños pequeños a la de observación de bebés, elaborada por
Esther Bick.
Describo, entonces, ese tratamiento que ya lleva cuatro meses de du-
ración. Como madre e hijo viven lejos de Porto Alegre, construimos la
posibilidad de dos horarios semanales consecutivos. Atiendo primero a
la madre y, en seguida, a la madre y al hijo juntos, en el horario siguiente.
Se trata de un intenso trabajo de deconstrucciones y transformaciones,
visto que el desarrollo de niños pequeños es muy rápido e intenso, pues,
como sabemos, la velocidad del desarrollo es inversamente proporcional a
la edad cronológica. Me siento agradecida por esta oportunidad de discutir
el caso con colegas en este evento.
El término alemán Hilflosigkeit (Hilfe: «ayuda», los: «sin») se traduce al
español como «desamparo». Pretendo abordar el tema a partir del material
de evaluación de Cauê.

1 Miembro efectivo de la Sociedad Psicoanalítica de Porto Alegre. inge.b@terra.com.br


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La madre me llamó en un estado de gran ansiedad solicitando ayuda


inmediata para Cauê, que tiene 1 año y 4 meses. En un discurso confuso,
repetía: «Ya no sé qué hacer... Él está agresivo, pega, grita, empuja a los
compañeros y no duerme; ¡ni yo!». Afligida, dice que viven a 180 km de
Porto Alegre, que es sola y que trabaja mucho. Conseguí un horario para
la madre en la misma semana.
Primero, me sorprende la edad de la madre: como su hijo era un bebé,
esperaba una madre más joven. Inmediatamente, dice que adoptó a Cauê
cuando este tenía 43 días. Ella tiene 58 años. En su verborrea, habla sin cesar.
Comprendo mínimamente las principales quejas y la situación de vulne-
rabilidad. Por la urgencia y angustia, arreglo un segundo horario para ella
en la misma semana, seguido de otro para atender a madre e hijo juntos.
La aplicación de la técnica de observación de bebés me resultó su-
mamente útil y valiosa. Veía a una pareja madre-bebé profundamente
atada en vínculos de dependencia, invasiones y controles. Hay un gran
desamparo en Cauê, al igual que en la madre. Tan asimétricos en cuan-
to a su edad, allí se los veía funcionar simétricamente muchas veces.
Desesperación y rabia fácilmente se apoderaban de uno o del otro y los
hacían terminar «mezclados», fusionados en accionamientos afectivos
recíprocos. Se alternaban también en movimientos en los cuales uno se
manifestaba por la dependencia vivida. El círculo proyectivo entre uno y
otro provocaba en mí sentimientos de impotencia diversas veces. Poco a
poco, se fueron deconstruyendo certezas de que solo el niño sería respon-
sable por los accionamientos y, así, entramos, paso a paso, a esa maraña
con-fusional. Pudieron surgir algunos significados y transformaciones.

Primera observación madre-Cauê

Llegan algunos minutos antes, anunciándose por el intercomunicador.


Cuando abro la puerta de la sala de espera, la madre enseguida se levanta
con Cauê de la mano. Nos presenta: «Este es Cauê» y «Esta es la tía2 Inge»,

2 N. de la T.: En Brasil es común que los niños llamen tío o tía a los adultos de su confianza, como los
maestros. En este caso, cuando la madre se refiere a la psicoanalista como tía está comunicando
implícitamente al bebé que puede confiar en ella.
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y entra, resuelta, con el niño de la mano. Él no me mira mucho y lo veo


solo de espaldas. Me sorprende que se deje llevar tan naturalmente, sin
vacilaciones o protestas, a ese ambiente nuevo para él. Me sorprendo aun
más cuando, al volverme hacia ellos en el corredor, veo a la madre exten-
diéndome su brazo y pasando la mano de Cauê de la suya a la mía. ¡Él,
a su vez, me da su mano sin vacilar! «Voy al baño... Ya vuelvo», dice la
madre y desaparece.
Así, nos vamos tomados de la mano a la sala de los niños, a pocos
pasos de allí. Tenemos que subir un escalón. Cauê se empeña, levantando
una pierna de lado, pero es pequeño y sus cortas piernitas no alcanzan.
Tiene el chupete en la boca. Levanta el segundo brazo y pronuncia algo
como «hmmá, hmmá», que, más tarde, descubriría que quería decir «la
mano, la mano», expresión que acabó inspirando el título de este trabajo.
Con sus brazos y manos tomadas de las mías y conmigo detrás, Cauê
sube el escalón. Recién en ese momento logro verlo por entero: vestido de
hombrecito, de pañales y chupete en la boca, que succiona con fuerza. Se
detiene y señala con el dedito índice un trencito que dejé del lado de afue-
ra, en el piso, frente a su cajón abierto. Cauê lleva pantalones bermudas de
jeans, camisa a rayas y sandalias. Camina con las piernas medio abiertas
hacia el tren. Para sentarse, se deja caer sobre la cola en el piso. Me mira,
y veo sus lindos y vivaces ojos negros.
Hago un gesto positivo con la cabeza y él agita el tren hacia acá y hacia
allá, más que hacerlo andar. El tren vuelca. Cauê me mira serio de nuevo.
No me parece asustado. En seguida, se apoya con los pies y las manos en
el piso para levantarse e intenta patear las piezas. Estas apenas se mueven,
pues su pie solo logró rozarlas.
Es un bebé encantador, con su pelo negro y corto, tez bien oscura,
mejillas redondas y una mirada seria. Después, une los pedazos del tren
esparcidos por el suelo. Los enderezo nuevamente. Él me observa atento.
Comento: «Se dio vuelta, pero podemos enderezarlo de nuevo».
Tras pocos minutos, escucho a la madre saliendo del baño. Él se po-
siciona mejor de cara al tren, y esa vez lo patea con fuerza y cae sentado
de nuevo. Me mira, quieto, y parece curioso. La madre entra, y la invito
a sentarse con un gesto, pero ella permanece de pie y abre varios papeles
sobre la mesa. Todo ocurre rápidamente y al mismo tiempo. Como si fuera
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un cortocircuito, ella dice que ha traído todos los resultados de exámenes


del hijo, evaluaciones médicas y escolares. Él, por su parte, sigue ocupado
con la locomotora, en la cual ha descubierto un pitido que acciona sin ce-
sar. Hago un movimiento rítmico con los hombros que él repite, divertido,
con todo el cuerpo. Se va agitando cada vez más mientras la madre habla
sin parar sobre la documentación. Me siento mareada al intentar prestar
atención a ambos simultáneamente. Los dos completamente en paralelo.
Le digo a la madre que miraré todo y que «ahora estamos aquí con Cauê»,
intentando hacer una intervención.
Entretanto, él explora más su cajón (casi colgado sobre el cajón, debido
a su tamaño). Arroja lo que logra alcanzar hacia atrás, hacia afuera. Le
interesa más una ollita, nuevamente se deja caer sentado y la golpea contra
el piso, en el bote de basura, y entonces revuelve con la mano dentro de
la olla.
Le alcanzo una cucharita mientras comento: «Podemos jugar a la co-
mida». Él comprende, revuelve dentro y fuera de la olla con la cuchara con
aires de «importante». Se le cae el chupete y la madre se lo pone de nuevo
en la boca inmediatamente, sujetándolo a la camisa con un broche. Por
primera vez, observo en él una leve sonrisa. Siempre con el chupete medio
colgado en la boca, empuja la cuchara en mi cara (dándome comida).

A: Hmmm, hmm. [jugando a comer]


M: ¿Y mamá? ¿No le darás nada, eh?

Él sigue pasando la cuchara por la boca, la cabeza, el piso, y entonces,


sentado, apunta en dirección a la silla de la madre. Ella se ríe, encantada.
Se levanta y lo llena de besos ruidosos, pero no juega a comer. Él reaccio-
na y aparta el cuerpo de la madre. Gatea hacia otro lado. Intenta chupar
una pelotita de goma que estaba en el piso. Se sienta e intenta sacarse una
sandalia. La madre lo ayuda, dejándolo libre.
Cauê sale casi corriendo hacia la pelota. En ese momento, observa el
pequeño balcón con macetas de plantas. Hace «hm, hm» mientras señala
con el dedito.

A: Podemos salir a mirar.


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Abro la puerta y salimos. La madre nos sigue concentrada en el celular


y comenta que quiere mostrarme el patio de su casa. Él muestra, «hm,
hm», una hormiga. Intenta perseguirla, tropieza, se levanta y quiere pisarla
(descalzo, ciertamente no la mata).

M: ¡La encontré!

Me muestra una foto. Entramos de nuevo. El sol está muy fuerte. Sin
tomar el celular, miro la foto que ella me muestra. Siento una inquietud al
ver una piscina a nivel del suelo. La madre parece notarlo y comenta: «Esta
foto es vieja. He mandado poner una cerca aquí, alrededor de la piscina,
¿no, hijo? No puedes ir a la piscina», y sigue hablando. Comenta que Cauê
ya ha intentado subirse a una silla para «saltar la cerca»,3 asociando con
la niñera anterior: cuenta que había tenido que «despedirla en el acto» y
me dice, en voz más baja, «¡Fíjate tú!». Relata que la niñera había dejado
a Cauê solo sentado en la bañera con agua para ir a buscar algo al dormi-
torio. «¡Podría haberse ahogado!».
Además de la alarma que despertó en mí, siento cierta irritación y can-
sancio en ese final de sesión. Son sentimientos y experiencias emocionales
que Cauê debe de tener continuamente.
Una imagen final de la salida condensaba el drama de esa falta de
sincronía, de ese ruido. Como en una fotografía de la inversión de los
papeles maternos, Cauê corre hacia la niñera y ambos se ríen felices con el
reencuentro. La niñera lo alza y la madre los sigue empujando el cochecito
y llevando los bolsos y la cartera.

Evolución en las siguientes semanas

Cada semana, madre e hijo llegan puntualmente a pesar de las dificultades


externas reales. De a poco, la madre me va contando más sobre su historia
y la de Cauê. Sin embargo, sucede algo mayor que la historización y el

3 N. de la T.: En portugués, «saltar la cerca» tiene también el sentido de tener relaciones fuera del
matrimonio o de una relación estable, engañando al compañero.
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relato. Hay una importante circulación emocional de lo que conversamos


en las sesiones individuales y en las conjuntas que les sucedieron. Muchas
veces, parecen ilustraciones. Siempre la invito a que pensemos sobre la
sesión conjunta de la semana anterior. A lo largo de las semanas, ella va
adquiriendo capacidad de prestarle atención a Cauê y hablar menos al
mismo tiempo. Se hace un poco más empática y menos invasiva. Aunque
con poquísima intervención verbal en el horario de la sesión conjunta, allí
se posibilitaba alguna comprensión y elaboración.
Datos históricos relatados por la madre: dice tener pocos recuerdos
de su infancia. Imagina que su madre y su padre nunca la alzaron en los
brazos, pues «era cada uno en lo suyo». A pesar de ello, siempre había
soñado con ser madre. Sin embargo, ahora se siente permanentemente
amenazada por la posibilidad de no lograr ni siquiera adoptar, pues aún
está con la guarda provisoria del niño. Relata que estuvo casada y que se
hizo varios abortos, muy dolorosos para ella. Su matrimonio se deterioró
cuando ella ya no lograba quedar embarazada. Sus padres han fallecido y
no tiene hermanos.
Se pone de manifiesto su gran soledad, así como la amenaza y la ansie-
dad que le produce el que la estén observando y evaluando continuamente.
Se recuerda a sí misma muy dedicada al estudio y, después, al trabajo.
Construyó una robusta vida y carrera profesionales. Se inscribió para
adoptar inmediatamente después de la separación. No puso restricciones
en cuanto al niño. Sin embargo, dos factores que representaron dificulta-
des para ella en el proceso de adopción fueron, justamente, los de estar
sola en el proyecto y su edad. Inesperadamente, la llamaron para que se
postulara para adoptar un bebé de 43 días de edad. Ella tenía 58 años.
Primero, debía tomar conocimiento de que el bebé era de sexo masculino,
hijo de padres drogadictos que habían perdido la guarda por negligencia
y que eran de un medio social que lindaba con la miseria. El bebé había
permanecido siempre en el hospital. Había recibido tratamientos, sobre
todo de infectología pediátrica. También le informaron que el bebé era de
tez muy oscura, de origen indígena. No podía verlo, tendría algunos días
para pensar. Le habían mostrado solo una foto. En el medio de su vida
turbulenta, se pasó una noche accionando a su red de amigos y contactos
para obtener ayuda en compras esenciales (cama, ajuar, pañales, leche,
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etc.). Suspendió algunos compromisos y viajes. Equipó mínimamente


su casa y, en 30 horas, volvió al servicio judicial y social para afirmar y
confirmar su propósito.
La comprensión de cuánto quiere y lucha, el abordaje de sus sentimien-
tos al ver (y vivir), repetidas veces, al hijo volverse hacia otras personas
con señales de rechazo hacia ella abre un tema inagotable. También se
siente amenazada por mi presencia con Cauê, que ahora entra corriendo
al consultorio. Sin embargo, nota que la invito a «entrar» en los juegos.
Logra pensar sobre cómo es operativa con él.
Poco a poco y sin orientación en ese sentido, va dejando más tiempo
libre para ella en casa. Cuenta que está «tercerizando» hacerle compañía
al hijo. Refiere que el bebé dice «mmmta» y que, a veces, ella lo escucha
como llamando a «Tata». Llora mucho. Hablamos sobre el chupete. ¿Sería
una forma de intentar «callarlo» para no escuchar palabras dolorosas? En
ese idioma madre-hijo, ella escucha la distinción de las palabras mmtá y
mmmá. Aclara, entonces, que mmmá significa «mamá-mano». Fueron sus
primeras palabras conmigo en la transferencia y, ahora, se vuelven com-
prensibles y repletas de sentido. Hablamos sobre cómo el bebé la quiere y
la necesita. Ilustro lo que digo con la expresión «dar una mano» y agrego
que Cauê necesita esa mano para vivir. Hablamos sobre la vivencia original
de Cauê, de que su madre biológica lo haya «dejado de la mano de Dios».
Algunas semanas después, la invito a pensar sobre si, en su agotamiento,
ella no sentiría las mismas ganas de «dejarlo de la mano». Se inaugura así
el abordaje del tema de las violencias y odios recíprocos.
Otra gran sorpresa para mí es ver, en la documentación, que Cauê
tenía otro nombre y apellido completamente diferentes. La madre lo había
registrado aun sin la confirmación de la adopción. Eso arrojó luz sobre
un patrón materno y sobre algo que, en parte, Cauê ya ha asimilado e
internalizado: la determinación de seguir adelante «cueste lo que cueste».
La madre desea borrar el inicio de la historia de Cauê.
Llora copiosamente, se deprime mucho, relata los fantasmas nocturnos
del bebé. Ha sido una pesadilla para ambos. Una pesadilla (esta palabra
es de la madre) que comenzó aproximadamente seis meses antes y que
aumenta. Exhausta, refiere que, muchas veces, tales pesadillas culminan en
gritos de ambos en la madrugada. Él le pide que vaya a su cuarto llamán-
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dola y llorando y gritando «la mano, la mano». Frustra los intentos mater-
nos de acostarse a su lado, pues, aunque tenga sueño, se pone a «pellizcar
con las uñas». La madre me muestra cómo su mano está roja alrededor
de las uñas. Allí existe otra marca primitiva, realmente corporal: por las
intensas identificaciones proyectivas, uno habita el cuerpo y la mente del
otro. Se trata de otra de las fusiones como las de las palabras.
Gradualmente, el chupete va quedando más de lado en las sesiones y
el lenguaje se desarrolla mucho de semana a semana. Mamá, agua, miga
(hormiga), nooo, piuí, etc., pasan a ser palabras bien discriminadas, por
ejemplo.
Cauê suele entrar corriendo y ya no necesita ayuda para subir el es-
calón. Apoyándose en la barriga, se arrastra hacia arriba y hacia adentro
del consultorio. Generalmente, se dirige primero al tren. Muchas veces,
lo patea, lo separa y encaja las piezas nuevamente.
La violencia de los controles y las proyecciones mutuas, no obstante,
es intensa y circula entre ambos. Él desafía a la madre, grita mucho y la
paraliza con su «nooo» cuando la siente invasiva. Con rabia, ella le res-
ponde que terminará «matándola» y le recuerda que, después, le pide la
mano toda la noche. Posiblemente, la representación de «estar abandonado
a su suerte» de ambos, más allá de las experiencias reales y traumáticas
originales, se está repitiendo en formas secundarias. En la evaluación/
tratamiento descritos, el gesto inaugural de la madre es el de «largar su
mano». El del bebé, en contrapartida, es el de «agarrarse de mano ajena»
disponible. Cauê responde con recursos propios, probablemente oriundos
de sus condiciones constitutivas y de sus posibilidades actuales. Así como
la madre, es resiliente y cuenta con un recurso propio de sostenerse en
posibilidades existentes. En la siguiente semana, intento abordar eso con
la madre. Ella asocia diciendo que él fue y es muy voraz, ilustrando su
afirmación, concretamente, con el ejemplo de la alimentación. Me viene
la imagen de un verdadero sobreviviente que aprovecha cada pedacito de
afecto y cuidado a su alcance.
Cabe cuestionar: ¿dónde quedaron las elaboraciones? Hay mucho de
negación de dolores e imagino que eso se debe a que son muy intensos.
Son impedidos en buena medida de elaboración. En Cauê está instala-
do un profundo desamparo, probablemente sedimentado en aquel otro
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nombre oficial que consta en sus documentos. Durante el primer año de


su vida, lo han investigado en todos los frentes posibles. Está sano, pero
necesita que lo observen en controles regulares tras tener el alta del in-
fectólogo, del gastroenterólogo, del neurólogo, del otorrinolaringólogo,
etc. Ese mismo año, la madre organizó una gran reforma en su casa para
adaptarla mejor al bebé. Hasta entonces, ella poco o nada había notado
de la relación entre las exigencias de todos los exámenes y consultas a
los cuales había necesitado someterse Cauê, sumados al caos y al barullo
de la casa, y lo que representan en sus significados invasivos. Todo eso
ocurrió en el primer año de vida del bebé, cuando los ritmos y la calma
ambientales son de valor constitutivo. A su alrededor había amenazas.
Estas posibilitan repeticiones de las vivencias traumáticas originales.
Los fantasmas reaparecen por las noches, cuando Cauê se agita y grita.
Hablar sobre esas posibles conexiones posibilita una mayor condición de
continencia por parte de la madre.
En las semanas de diciembre, hay una gran agitación en las sesiones
conjuntas. Además de los desafíos de Cauê y de sus intentos de dominar a
la madre ya descritos, su impulsividad se manifiesta directamente también
conmigo. Junto con sus señales positivas, la madre soporta mal contencio-
nes necesarias a manifestaciones como rayar paredes, escupir agua, arrojar
la pelota contra la ventana, entre otras. Yo describo las manifestaciones
del bebé, y ella repite que «sostendrá» a Cauê cuando este no pueda hacer
algo solo. «Intentó pegarme y morderme, y yo lo sostuve». Entonces, arroja
una muñeca de trapo contra la pared y va a pisarla con rabia. Interpreto
que quiere hacer eso conmigo, y él empieza a jugar con otra cosa, como si
no me hubiera escuchado. Pero, repentinamente, viene y apoya su cara de
mejillas redondas en mi falda con cariño. Es un instante. Sin duda, él tiene
ese rudimento de ansiedades más depresivas y tendencias restauradoras.
Comprendo que la desesperación materna está sobredeterminada y se
sobrepone a algo experimentado primariamente por Cauê. Algo dramático
y traumático que solo podemos imaginar. La experiencia original de ser
descuidado debe ser borrada. Ese deseo de borrar una parte, imposible en
el plano psíquico, cobra su precio, en forma sintomática, en esa «mezcla»
de ambos y en otras manifestaciones de gran ansiedad y carácter amena-
zadoramente patológico.
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Los abordajes directos de la circulación de agresividad de ambos y el


reconocimiento de la ambivalencia de la madre tienen como consecuencia
una mayor seguridad de la madre con respecto al hijo. Ahora logra enfocar
mejor las propias dificultades y, con tristeza, imagina cómo sería el futuro
de Cauê. Cuando él tenga 20 años, ella tendrá 80. Él no tendrá padre. Y
sus padrinos están en la misma franja etaria que ella. ¿Ella misma tendría
condiciones de soportar si él llegara a tener alguna patología o a buscar
las drogas? Son cuestionamientos que ella se hace allí y que abren espacios
para pensar más allá del momento presente y más allá de las dificultades
de Cauê.
En la cuarta semana de diciembre, entre Navidad y Año Nuevo, re-
cibo mensajes de socorro de la madre. La adopción no se ha autorizado:
¡tendrá que pasar por más observaciones! Está desesperada. La llamo por
teléfono y escucho que Cauê está allí con ella, en su presencia. Ella repite
en un tono de voz alto y desesperado: «No sé qué haré si me lo sacan...».
Le digo: «Mamá, me asustas mucho hablando así», intentando intervenir.
Cortamos.
En enero, el agua de la pileta se vuelve central. Ponemos una sillita a la
cual Cauê se sube para alcanzar el grifo y la pileta. Con mucha satisfacción,
primero, claro, chapotea con alegría e intenta tomar agua, mojándose todo.
También intenta —y a veces logra— mojarme o mojar a su madre (que
ha pasado a quedarse toda la sesión junto con Cauê y ya no se sienta). En
las semanas preliminares a la separación por las vacaciones de febrero,
durante dos sesiones, evacúa en los pañales y la sala queda invadida de
olor a caca. La primera vez, la madre me mira asustada por lo que podría
suceder a continuación. Pregunto si no tiene una muda para cambiarlo en
el bolso que siempre deja junto al cochecito del bebé en la sala de espera.
Va a buscar el bolso.
Ponemos el protector plástico en la sala y ella me advierte: «Siempre es
una lucha, ya verás, él patalea». El temor materno a enfrentar el cambio de
pañales es visible. De hecho, él empieza a patalear, intentando darse vuelta
y estirando las piernitas firmes, etc. Grita entre pedido y desafío «nooo», y
la madre intenta doblarle las piernas a la fuerza, sudando mucho. Acerco
un perrito de plástico y juego a que este le habla a Cauê, diciéndole: «No
hagas eso, Cauê. Tienes que cambiarte, ayuda a mamá, vamos, uau, uau».
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Él logra calmarse y afloja las piernas, arranca el perrito de mi mano y me


lo devuelve pidiendo «uau, uau». Mientras la madre lo cambia, describo
la escena como si el perrito le hablara: «uau, uau»... Cuando Cauê está
pronto y con ropa limpia, la madre lo pone en el piso, hace un paquete
con el pañal sucio y se lo entrega mientras dice: «¿Sabías, tía Inge, que yo
mismo guardo mi caca?». Ahora la sorprendida soy yo: mientras sostiene
su pañal en la mano, Cauê mira alrededor buscando el bote de basura.
El juego con el agua sigue. Hay dos piezas del cajón de Cauê que son
sus preferidas: una pequeña taza y una olla. Le muestro que el grifo queda
ligeramente abierto mientras él logra dejar el agua solo allí dentro de la
pileta... muy satisfecho, ¡él pasa el agua de la taza a la olla y viceversa! Eso
empieza a repetirse en todas las sesiones. Hay momentos en los que, de
repente, arroja agua hacia afuera y se ríe. Entonces, le digo que tenemos
que acordarnos de lo que «arreglamos». Generalmente, eso evoluciona a
que Cauê cierre el grifo. Él protesta o dice que «miga»: iba a derramarla
en la hormiga que vio en el balcón. Entonces, vamos con la ollita con
agua a buscar una hormiga. Con la madre, vamos hablando sobre lograr
«aguantar, contenerse más». Ella misma dice: «Los dos, ¿no?».
En las dos primeras semanas tras las vacaciones, la madre vuelve a
estar más acusatoria con Cauê y «su ser voluntarioso y bruto». Sin em-
bargo, considera que el sueño parece estar un poco mejor y refiere que en
la guardería escucha muchos elogios. También Cauê revisa pasos: patea
las cosas, intenta mojar la sala con agua y el tren sigue siendo uno de sus
juguetes favoritos. Entra alegre y señala un «piuííí», comunicándose de
inmediato. Parece estar más grande, habla más y alcanza mejor las cosas,
con mayor control corporal. Hace jugadas de «gol» en las cuales tolera
mejor la participación de la madre. Como el espacio de la sala es pequeño,
Cauê pide que abramos la puerta de salida y, eventualmente, integramos
el corredor y la sala de adultos.
En una sesión, la madre parece notoriamente transformada. Más son-
riente y aliviada, entra con pasos tímidos y se deja caer en el sillón. Me
mira con los ojos llenos de lágrimas y exclama: «¡Salió! ¡Salió!». Me cuenta
que el juez aprobó la adopción plena y que los papeles se están tramitando.
Me siento igualmente emocionada mientras la escucho. En lo que parece
un milagro, relata que, al mismo tiempo, Cauê ha dormido toda la noche.
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En la sesión conjunta que sigue, él entra corriendo como siempre.


Emite sonidos de alegría al ver su tren y empieza el habitual juego con
el juguete: encajar las piezas aceptando ayuda cuando no logra hacerlo
solo. Entonces, pita y dice «piuuuí», tomando un lápiz, una tiza o lo que
encuentra primero. Interpreto verbalmente. Pongo mi mano en la loco-
motora: «Aquí, mamá»; después, en el vagón: «Aquí, Cauê..., juntos». Él
no esboza reacción, pero tira del tren hasta que el juguete se choca contra
la silla. Frustrado, se deja caer sentado y patalea.
«Tuve una idea: ¿vamos a pegarlo?», le digo. Busco una cinta adhesiva
en su cajón y pongo un poco en el enganche. Él también pide cinta y le doy
pedacitos que pega en cualquier parte. Veo que la madre observa todo en
silencio. «¿Quieres ayudar a pegar, mamá?», le pregunto, invitándola. Me
retiro hacia la silla mientras los dos se quedan pegando. Ella, animada,
enrolla más y más cinta adhesiva alrededor del enganche. Aunque tenga
dificultad en tolerar que él pegue la cinta en cualquier lugar, los dos se
van entendiendo. Al final, cuando ya basta de cinta, ¡una nueva sorpresa!
«¿Vamos a ponerle una cuerdita y tirar?», le dice. Fue lo más espon-
táneo y lúdico que le vi hacer. Además, propone: «¿Vamos allí, al lugar
“grande?”», a lo que ambos salen al corredor. Los sigo en silencio en ese
movimiento emocionante. Me siento en el diván, de frente al corredor, y
veo la siguiente escena: Cauê con la cuerdita en una mano y, en la otra, la
mano de su madre. La pareja se ríe y juega a tirar de la locomotora con
los vagones pegados atrás: «piuíiiii, piuíiii».
Naturalmente, ese momento mágico también pasa y, a la semana si-
guiente, Cauê patea el tren y este se deprende. A esto le sigue un comen-
tario materno: «Sí, todo bien siempre y cuando no me frustre. Además,
ya no ha dormido tan bien y ¡vi que pateó a un amiguito! Creo que no me
lo dicen para que no me asuste. ¡Él es bruto, nomás!».

Consideraciones finales

Hace más de un siglo, Freud (1908/1992) se preguntaba:

¿No deberíamos buscar ya en el niño las primeras huellas del quehacer


poético? La ocupación preferida y más intensa del niño es el juego. Acaso
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tendríamos derecho a decir: todo niño que juega se comporta como un


poeta, pues se crea un mundo propio o, mejor dicho, inserta las cosas de
su mundo en nuevo orden que le agrada. (p. 127)

Así como en el psicoanálisis de niños pequeños, también en la obser-


vación de bebés confirmamos el desarrollo positivo o negativo en ritmos
acelerados. La velocidad del crecimiento es inversamente proporcional a
la edad cronológica. De ello resulta que la técnica psicoanalítica de niños
tenga un carácter altamente preventivo. Esas técnicas son delicadas y sofis-
ticadas. Solicitan condiciones de empatía, tolerancia, paciencia y tránsito
hacia dentro de movimientos regresivos de contacto con el inconsciente y
de vuelta a transformaciones y significaciones de lo que se comunica verbal
y preverbalmente. El entrenamiento de observación de bebés forma parte
de la capacitación para ese ejercicio único con cada pareja madre-bebé,
así como con la de analista-niño y analista-padres, y también resulta útil
para la preparación para la pareja analista-paciente de cualquier edad.
En el caso que acabo de relatar, las sorpresas en el transcurso de las
sesiones fueron constantes. Comenzaron con la actuación preliminar de la
madre de dejar la mano del niño en la de la analista ya en el corredor y con
la respuesta del bebé. Le siguieron la sorpresa de la condensación de las
palabras en el nombre, núcleo de identidad del paciente, que constaté en la
lectura de los exámenes, lo relativa a la etnia del paciente y la perplejidad
ante el entrenamiento para que el mismo bebé llevara su pañal a la basura,
y así sucesivamente. Fue una sucesión de sorpresas, algunas impactantes,
todas reveladoras de la riqueza simbólica alojada allí. Por ejemplo, la que
se manifiesta en la profundidad y simplicidad cuando Cauê logra externar
algo que aún no es exactamente una palabra articulada: es un hmmmá o
un ahmmm o, incluso, un mmmtá.
Fueron pedidos, casi órdenes, de socorro para «subir» un escalón en
el desarrollo imposible de realizar sin ayuda. Son rudimentos del lenguaje
verbal que albergan una síntesis de la historia, del trauma y del pedido
o grito de socorro. Conjeturar sobre sus significados con la pareja ayudó
a revelar lo que no era representado, sino reprimido, en la personalidad
materna, así llamada «relativamente madura», y en la dependiente e «in-
madura» del bebé (Bollas). Las conjeturas hacen circular emocionalmente
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contenidos no accesibles a la representación y liberan más las fuerzas para


el crecimiento, la integración y la salud. Mi propensión crítica hacia los
aspectos invasivos y tan poco empáticos de la madre fue perdiendo fuerza
a medida que pude ir dando sentido en mi mente a la interacción entre
madre e hijo; mi empatía contribuyó a la ampliación de la circulación de
sentidos en la propia madre, en el bebé y en la pareja. Es una dimensión
de sufrimiento y desesperación de ambos que ilustra un desamparo ex-
tremo. Yo misma me volví más capaz de comprender la desesperación de
esa madre a la que estaban evaluando en cuanto a su capacidad y deseo
de maternidad frustrado durante su vida fértil. Reinaba una amenaza
constante de enjuiciamiento que era más y más buscada en tercerizaciones
operativas. Naturalmente, me fui volviendo más empática con ella, reco-
nociendo profundamente su drama, sus traumas y sus valientes luchas en
la vida solitaria que construía.
El niño, que al principio había sido acogido por las instituciones de
salud y de derecho, había llegado a la madre adoptiva o, como ella decía,
«madre del corazón». La posible falla de la mano de esa madre representa
para él su aniquilamiento.
«Hmmmá» («mamá-mano») fue también su primer llamado transfe-
rencial. Evidentemente, estas son elaboraciones graduales dentro de una
mente adulta en su búsqueda de atribuir significados a la mente de un
bebé. Podemos trazar una línea que une y condensa a la madre biológica-
madre → adoptiva → Tata y → → sucesivas representaciones en la historia.
Los objetos primarios se simbolizan en secundarios, así como las experien-
cias traumáticas y sus repeticiones, en este pequeño paciente. La locomoto-
ra tirando del vagón, sus desenganches y reenganches, repetidos un sinfín
de veces en estos pocos meses permitieron, no obstante, desobstaculizar
más el trabajo de elaboración de la pareja entre sí. En alguna medida,
con Bion (1962/1994), podemos observar que los contenidos emocionales
excesivos y evacuados se pudieron contener más y más, y transformarse
en pensables. Las bocas —y no solo la boca con chupete de Cauê— se
destaparon más y los sentimientos y fantasías pudieron fluir.
Se construyó algún amparo en el lugar del desamparo. Este, ciertamen-
te, es un escalón necesario para una larga escalera del desarrollo de Cauê.
Necesitará mucha fuerza «bruta», en algunos desniveles, para construir
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116 ingeborg bornholdt
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su propio sentido de self (Winnicott), su identidad, con presencias y con


lagunas iniciales. Sin duda, es un gran desafío el que Cauê tiene por de-
lante, pero tendrá que subir escalón por escalón para llegar a la cima en la
vida adulta, desde donde, entonces, podrá observar horizontes y ángulos
más amplios. ◆

Resumen

La madre de Cauê solicita una evaluación psicoanalítica urgente para su


recibido: junio 2018 - aceptado: agosto 2018

bebé, revelándose ella misma extremadamente ansiosa. Parecía desespe-


rada al intentar describir cierta exasperación instalada en la relación, en
su vida y en la de Cauê, que estaría trastornado.
Ambos duermen poco y Cauê, que solía ser un bebé tranquilo y dulce,
se habría transformado en un niño extremamente demandante y agresivo.
En este artículo se describen los primeros cuatro meses de observación
y entendimiento psicoanalítico de esa pareja profundamente atada en
vínculos de dependencia y control, amor y odio, poco amparo y mucho
desamparo. Aunque sus mentes sean bastante asimétricas (se trata de una
mujer adulta de 58 años y de un bebé de menos de un año y medio), los
dos se accionan recíprocamente en círculos proyectivos.
En esos meses de tratamiento, igualmente iniciales y fundadores para
alguna atribución de significados, se hicieron necesarias varias adapta-
ciones técnicas, tanto con respecto a la observación de bebés como a la
atención psicoanalítica.

Descriptores: técnica psicoanalítica en niños / observación de niños y lactantes


/ caso clínico / trauma / madre / adopción / desamparo / psicoanálisis de niños /
juego / identificación proyectiva
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Summary

Cauê’s mother asks for an urgent psychoanalytic evaluation of her baby,


revealing her own extremely anxious state. She seemed desperate when
trying to describe a certain exasperation that had settled into the relation-
ship, her life and that of Cauê, who could be disturbed.
They both sleep little and Cauê, who used to be a peaceful and sweet
baby, had apparently turned into an extremely demanding and aggressive
child.
This paper describes the first four months of observation and psycho-
analytic comprehension of this couple, deeply tied in bonds of depend-
ence and control, love and hate, little protection and much helplessness.
Even if their minds are quite asymmetrical (an adult woman of 58 and a
baby of less than a year and a half), the two of them operate reciprocally
in projective circles.
In those months of treatment, both initial and founding for some kind
of attribution of meanings, a series of technical adaptations became neces-
sary, both regarding the observation of babies and the psychoanalytic care.

Keywords: psychoanalytic technique in children / child-infant observation /


clinical case / trauma / mother / adoption / helplessness / play / projective
identification / psychoanalysis of children

Bibliografía

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118 (2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127): 118-124
issn 1688 - 7247

Desamparo y posición del


analista: de brújulas y GPS
Alberto C. Cabral1

Voy a utilizar la noción de desamparo para revisitar aspectos referidos a la


posición del analista. Más precisamente, su ubicación en un más allá del
amparo que brindan la religión del padre y sus relevos: entre ellos, el saber
teórico. Es una cuestión que abre a la compleja relación entre la práctica
del analista y el saber que la orienta, sí…, pero que no la determina: una
distinción que podríamos graficar evocando la diferencia que supone para
el viajero contar con una brújula o con un GPS (Buzo Pipet, 2018).
En 1974, G. Steiner dictó un ciclo de conferencias que luego fueron
editadas con el título Nostalgia de lo absoluto. Steiner pasa revista en ellas
al proceso de secularización del pensamiento occidental, propio de la Mo-
dernidad, con su secuela: el retroceso progresivo de las grandes religiones.
«La gradual erosión de la religión organizada y de la teología sistemática,
especialmente de la religión cristiana de occidente —comenta— nos ha
dejado con una profunda e inquietante nostalgia» (p. 111) de lo que deno-
mina el absoluto.
Su tesis fuerte es que, en su repliegue, el pensamiento religioso dejó
vacante un espacio que tendió a ser ocupado en el curso del siglo XX
por tres grandes «mitologías» alternativas: el marxismo, el psicoanálisis
y el estructuralismo levi-straussiano. Con una fachada racionalista que
los diferencia del pensamiento religioso, el secreto de la fascinación que
ejercen estos tres grandes relatos residiría, para Steiner, en la visión mesiá-
nica que comparten. Al participar de una misma pretensión de totalidad,

1 Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina. accabral@intramed.net


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habrían podido satisfacer una necesidad de certezas que para Steiner sería
consustancial a la condición humana. Es por eso que la cultura occidental
habría intentado saciar en ellos una sed de absoluto que ya no encontraba
posibilidades de tramitación en los oasis religiosos clásicos.
Para nosotros, analistas, la noción de «nostalgia de lo absoluto» no
puede dejar de evocar los desarrollos freudianos en torno a la «añoranza
del padre». En ella, Freud (1913/1979d, p. 146) reconoce el núcleo de la
posición religiosa: la subsistencia de una imago paterna no atravesada por
la castración. Poco importa que esta imago cobre cuerpo en una divinidad,
en un líder o en una teoría: a ese Padre todo-poder se sigue dirigiendo el
reclamo infantil de protección… frente al desamparo.
Recordemos la precisión de Freud: «Los críticos se empeñan en de-
clarar profundamente religioso a cualquiera que confiese la insignificancia
e impotencia del hombre frente al todo del universo, [pero] la esencia de
la religiosidad adviene en la reacción que busca un socorro frente a tal
sentimiento» (p. 149). Quedan así sentadas las bases del «contrato con el
Padre» (Freud, 1913/1979d). En retribución por este socorro ilusorio, el
sujeto reafirma su creencia en (y confiere consistencia a) un Padre com-
pleto… al precio de conservar ese infantilismo psíquico que para Freud
es uno de los nombres de la posición neurótica.
Si la noción de «nostalgia de lo absoluto» nos permite entonces verifi-
car el carácter original y anticipatorio de la crítica freudiana a la religión
(reparemos en que Tótem y tabú precede en más de sesenta años a las
conferencias de Steiner)… ¿qué decir de la religiosidad que este le impu-
ta a nuestra disciplina? (Dejamos aquí de lado sus críticas al marxismo
y a Levi-Strauss, porque ya bastante tenemos con nuestra condición de
analistas).
Freud estaba advertido del deslizamiento cosmovisional al que está ex-
puesto todo sistema de pensamiento… incluido, por supuesto, el psicoaná-
lisis. Pero, a diferencia de Steiner, para él ese deslizamiento es efecto de una
posición subjetiva particular: la de quien —impulsado por su necesidad
de certezas— profesa una teoría animado por la convicción de encontrar
en ella respuestas a todos los enigmas. En otros términos: la tendencia a
forjar una cosmovisión no depende de características inherentes a una
teoría, sino de la posición neurótica de quien la sostiene como «creyente».
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120 alberto c. cabral
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Es una distinción sutil, pero, a mi modo de ver, crucial. Puede ayudarnos


a resituar las bases del diálogo entre analistas. A contramano de convoca-
torias voluntaristas que suelen circular entre nosotros, precisemos que las
corrientes teóricas no «dialogan» entre sí… salvo al precio de anular la sub-
jetividad de quienes las sostienen. Cuando sucede, el diálogo ocurre entre
analistas que, al hablar en nombre propio, dan testimonio de que la teoría a
la que adhieren no satura el todo de su experiencia. Es lo que ocurre, en cam-
bio, con quienes profesan posiciones creenciales que el análisis de formación
no les permitió atravesar, reteniendo su ubicación subjetiva en un más acá de
la identificación paterna. Tienden a transformar la teoría en esos Baedekers
(hojas de ruta, precursores de los modernos GPS) sobre los que ironizaba
Freud (1926/1979c), que contendrían ilusoriamente todas las respuestas.
Es por ello que la puesta a punto de la subjetividad del analista pre-
supone, también, trasponer el registro identificatorio. Es lo que permite
al futuro analista servirse de la teoría, sorteando el riesgo de convertirse
en su sacerdote. La respuesta genuina a la imputación de religiosidad que
Steiner nos dirige se dirime entonces en nuestra aptitud para promover
en nuestros analizantes ese «abandono de la casa paterna» en el que Freud
(1927/1979b) vislumbraba la posibilidad de un ateísmo radical. Es la misma
orientación que lleva a Lacan (1975) a sostener que solo el fin de análisis
puede entregar «un ateo verdadero, viable, que no se contradiga».
En una carta dirigida a M. Klein, en noviembre de 1952, Winnicott
recorta un emergente de esa religiosidad laica que veinte años más tarde
Steiner evocaría con su noción de nostalgia de lo absoluto. Se trata de
la que califica como «infortunada oración», que J. Rivière incluye en su
prólogo a Desarrollos en psicoanálisis (Klein et al., 1952/1974). Podemos
considerarla paradigmática de una posición subjetiva extendida entre
nosotros, pero no siempre formulada en forma tan explícita. Por eso me
parece interesante transcribirla:

Klein ha producido en verdad algo nuevo en psicoanálisis, a saber, una


teoría integrada que da cuenta de todas las manifestaciones psíquicas,
normales y anormales, desde el nacimiento hasta la muerte, y no deja
ningún fenómeno infranqueable ni fenómenos pendientes sin establecer
su relación inteligible con el resto. (p. 27)
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En esta pretensión de dar cuenta de «todas» las manifestaciones psíqui-


cas y brindar las respuestas que permitan franquear «todos» los enigmas,
podemos reconocer las marcas de lo que Freud evocaba como cosmovisión,
pero también los atributos del todo-saber que reniega de sus límites y que
Lacan (1969-1970/1992) ubica en el lugar de agente del discurso universitario.
Se trata de la ilusión (religiosa) de contar con un resguardo (el corpus
teórico) que ampare al analista en los encuentros con lo real del deseo de
su analizante. Es lo que le permitiría sentirse Heimlich ante la inevitable
emergencia de lo Unheimlich que el dispositivo analítico convoca: esto es,
las manifestaciones del deseo inconsciente, en tanto expresiones de la alte-
ridad radical del Otro. Para «no faltar a la cita» (Lacan, 1962-1963/2006, p.
56), se espera del analista que pueda sostenerse en la condición de «desam-
paro» que la hace posible. Diríamos, con A. Machado (1908/1940), «ligero
de equipaje». Más precisamente: aligerado del ropaje identificatorio que
hace obstáculo a sus posibilidades de operar como portavoz del deseo de
su analizante, al promover intervenciones que —en cambio— dan voz a
los propios núcleos identificatorios.
Por supuesto que el deslizamiento hacia la cosmovisión no es un pa-
trimonio exclusivo de nuestros colegas kleinianos. Es un deslizamiento
al que todos estamos expuestos, también —ahora lo veremos— quienes
mantenemos una transferencia con la enseñanza de Lacan.
El texto La agresividad en psicoanálisis fue presentado originalmente
por Lacan en el 11.o Congreso de psicoanalistas de lengua francesa, reunido
en Bruselas en 1948. En el segundo párrafo de su ponencia, Lacan evoca
el acervo compartido por los asistentes al encuentro:

una experiencia fundada en una técnica, un sistema de conceptos al que


somos fieles, tanto porque fue elaborado por aquel que nos abrió todas las
vías de esa experiencia, cuanto porque lleva la marca viva de las etapas de
su elaboración. Es decir, que al contrario del dogmatismo que nos imputan,
sabemos que ese sistema permanece abierto no solo en su acabamiento, sino
en varias junturas. (cursivas mías)

Parece claro que para Lacan la cualidad «abierta» del sistema freu-
diano no es un rasgo circunstancial determinado por un desarrollo aún
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122 alberto c. cabral
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insuficiente de la teoría. Por el contrario, parece otorgarle un carácter


estructural: es por eso que ve en él un antídoto, incluso, frente al riesgo de
deslizamiento al dogmatismo. Podemos ver, en esta reivindicación del «in-
acabamiento» del sistema freudiano, un anticipo de lo que años más tarde
lo llevará a elogiar «el fruto positivo del no-saber» (Lacan, 1955/1980b, p.
125), que no es una sencilla «negación del saber, sino su forma más elabo-
rada» (Lacan, 1955/1980b, p. 126). Su ausencia lleva a perder la brújula, en
el mismo movimiento de aferrarse a un GPS…
El comentario que formula J. A. Miller (1991) a propósito del mismo
apartado parece corroborar, en un primer momento, la aproximación de
Lacan: «Freud es esencialmente considerado un constructor de sistemas
abiertos: lo que no es solamente un lugar común, pues en la teoría deben
quedar siempre conceptos abiertos y no cerrados» (p. 9). (Reparemos en
la marca de negación que abre la segunda parte del enunciado). «Pero esto
señala [prosigue Miller] que hay un agujero en Freud, y que la ambición de
Lacan en este texto, como en el resto de su trabajo, es resolver ese agujero»
(p. 10; cursivas mías).
Es claro que la intención de «resolver ese agujero» presupone clausurar
la apertura que Lacan consideraba característica de las construcciones
freudianas: su invocación, entonces sí, queda reducida a un lugar común…
como preanunciaba la negación que marcamos. La pretensión de «resolver
el agujero» de la construcción freudiana parece por ello corresponder a un
Miller que en este punto preciso (que no es el todo) de su reflexión tiende
a compartir con J. Rivière un mismo lugar de enunciación. Se exponen
así al sarcasmo que Heine dirige al filósofo y que tanto gustaba a Freud
(1932/1979a): «Con su gorro de dormir y con jirones de su bata, tapona los
agujeros del edificio universal» (p. 148).
Una forma sugerente de evocar el trabajo renegatorio de Juanito, em-
peñado en sostener la creencia en la existencia del falo materno: el tapón
de «su» edificio universal. Lejos de «taponar», se espera del analista una
relación suficientemente temperada con la angustia, como para sostener-
se —ahí donde el neurótico retrocede— ante los agujeros que definen las
coordenadas de su cita con el deseo del Otro. ◆
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Resumen

Utilizo la noción de desamparo para revisitar aspectos de la posición del

recibido: junio 2018 - aceptado: julio 2018


analista. En particular, su ubicación en un más allá del amparo que brin-
dan la religión del padre y sus relevos: entre ellos, el saber teórico. Evoco
desarrollos de Steiner para destacar la originalidad del abordaje freudiano
de la posición religiosa. Exploro la relación entre la práctica y el saber del
analista: sugiero que este último orienta, pero no determina la primera.
Apelo para ello a la distinción entre el recurso a la brújula y el moderno
GPS. Cuando el análisis de formación no ha permitido al analista atra-
vesar la identificación paterna, se corre el riesgo de que se amarre (reli-
giosamente) en su saber teórico para enfrentar la angustia que le suscita
confrontarse a lo real del deseo de su analizante.

Descriptores: desamparo / psicoanalista / formación psicoanalítica / teoría / teoría


lacaniana

Summary

I make use of the notion of helplessness [desamparo] to revisit some as-


pects of the position of the analyst. Especially, his position beyond the
protection [amparo] provided by the religion of the father and its relays:
among them, theoretical knowledge. I refer to Steiner to emphasize the
originality of the Freudian approach on the religious position. I explore
the relation between the practice and the knowledge of the analyst: I sug-
gest that the latter guides, but does not determine the former. For this
purpose, I invoke to the distinction between resorting to a compass or to
the modern GPS. When the training analysis has not enabled the analyst
to go through the paternal identification, there is a risk of his (religious)
mooring to his theoretical knowledge in order to face the anxiety aroused
by confronting the real of the desire of his analysand.

Keywords: helplessness / psychoanalyst / psychoanalytic theory / lacanian theory


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124 alberto c. cabral
issn 1688 - 7247 | (2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127)

Bibliografía

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(2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127): 125-142 | 125
issn 1688 - 7247

Del amor al amparo:


La envoltura amatoria del cuerpo
Nadal Vallespir1

A Mari, generosa dadora de amor y amparo,


capaces ambos de atravesar fronteras.

Y tal vez los espejos sean como maestros


de lecciones aún no comprendidas:
ese golpe y rebote de la imagen
esa infidelidad a lo que estuvo
alguna vez, tan íntegro, tan claro
[...] Imágenes. Imágenes.
Unas sobre las otras, unas tras de las otras
siempre la nueva echando a la más vieja
Circe Maia, Espejos

Introducción

Casas de Pereda tituló «El desamparo del desamor: A propósito de la de-


presión en la infancia» (1988) su trabajo de hace treinta años sobre este
tema. Yo voy a titular «Del amor al amparo» este artículo en el que intento
mostrar un recorrido, un camino, tal vez de ida y vuelta, que conduce del
amor al amparo (o del desamor al desamparo). Este amor de nuestros días,
tan descaecido, tan devaluado, tan «olvidado» y, sin embargo, tan necesa-
rio. Imprescindible para la supervivencia del recién nacido humano y su
inserción en una sociedad y una cultura propias de su especie. Este amor

1 Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. nadal@adinet.com.uy


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capaz de resguardar el cuerpo, sólidamente unido al aparato psíquico, con


una envoltura que lo cobija y lo ampara, a la que propongo denominar
envoltura amatoria del cuerpo. Elegí el vocablo amatoria en vez de su cer-
cano amorosa porque el primero es relativo al amor que induce a amar.

1. Discurramos un diálogo puramente ficcional entre dos enormes poe-


tas: «¿Quién es yo? ¿Qué es este intervalo que hay entre mí y mí?»
(Pessoa, 1982/1991, p. 45). «Yo es otro» (Rimbaud, carta del 13 de mayo
de 1871 dirigida a Georges Izambard).

Un analizante, cuando niño, al ser dejado solo en su casa, se vestía con las
ropas de su madre, contemplándose luego en el espejo. ¿Desmentida de
la ausencia de la madre (fálica)? Desmentida de su castración. Ser el falo
de la madre (metonimia de ella) para ser, existir. Falo imaginario oculto
bajo las vestimentas maternas. «Vivo mirándome en el espejo». El espejo
le infunde vida al devolverle la imagen de su cuerpo-falo recubierto-madre
fálica. Imagen con la que se identifica mediante la vuelta hacia la persona
propia y el trastorno hacia lo contrario. Libido que, desde el sujeto, inviste
la imagen (madre fálica), revirtiéndose sobre él, investido como falo de la
madre. Mira y, al mirar, es mirado. Imagen alienante que buscará, incluso
fuera del espejo, en procura de una identidad siempre incierta y claudi-
cante. Relata que se sintió muerto cuando una chica se rehusó a continuar
saliendo con él. En otra ocasión se refirió a su necesidad de «verme (con
una mujer) porque tengo que verme». Búsqueda imperiosa e incesante del
espejo, de la imagen, que le confirme —al mirarse mirado— que está vivo.
(Vallespir, 1995/2000, p. 52)

Búsqueda imperiosa de la mirada de la madre —seguramente fallida


cuando bebé—, de su amor y su amparo, desplazados a otros objetos. Lo
que no aconteció en aquel momento lo busca ahora con desesperación
en esos objetos sustitutos. El desamparo (el desvalimiento, la indefen-
sión) del recién nacido humano será estructurante en cuanto el amor de
la madre (de los padres) que lo ampara(n) y lo protege(n) se integre en
una estructura que lo inserte en su sociedad y su cultura. Por el contrario,
se tornará patógeno en la medida que ese amor sea una vivencia faltante.
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El transcurso del análisis fue confirmando las presunciones vinculadas a


las experiencias tempranas del analizando, quien mostraba signos inequí-
vocos de depresión y baja autoestima, al mismo tiempo que describía a su
madre como una mujer distante y poco o nada afectuosa o contenedora.

Sufre perturbaciones en el proceso de simbolización. La ausencia lo su-


merge en una soledad desesperante, lanzándolo a una búsqueda frenética,
siempre recomenzada, de mujeres que en algunos aspectos se le parecen.
Quiere salir con «una chica ya conocida (alguien con quien salió o quiso
salir anteriormente), una para atrás». Alienado en la huidiza imagen del
otro no puede vivir sin ella, abandonándola o haciéndose dejar, cuando
teme la fusión, y recuperándola en un juego angustiante, en el que po-
cas veces logra la calma. Juego imaginario, de fascinaciones múltiples,
que a veces lo capturan en redes enmarañadas, a las que debe rasgar para
interrogarse sobre su identidad. Aprisionado en la seducción especular,
desmiente la ausencia, procurando una presencia sin desgarros. Su deseo
queda confinado en ser el falo de su madre (en consecuencia) fálica. El
duelo —lugar horadado por la falta, que lo inaugura— no puede instalarse,
ahogado en la coalescencia de imágenes.
Atascado en las vestimentas de su madre, modela su yo con alteracio-
nes. Procura ser el falo mirado por la madre al contemplarse en el espejo
con la ropa de esta. Al constituirse como ser existente se identifica imagi-
nariamente con su madre. Él tiene que ser su madre (¿su metáfora?) para
poder sostener la desmentida de su ausencia. (Vallespir, 1995/2000, p. 53)
La madre, impelida por su deseo, fragua una imagen que no se limi-
taría al ser de su hijo, a su existencia separada de ella, sino que ya tendría
atribuido el sexo masculino o femenino. Esa imagen se encadena (al modo
del nudo o la cadena borromea) con el cuerpo real por advenir y con el
nombre (simbólico) del niño —que vehiculiza el deseo de su madre (de
sus padres)—, ya elegido desde antes de su nacimiento (o, incluso, desde
antes de su concepción). Real, imaginario y simbólico, anudados en una
matriz precursora del espejo, donde se irán forjando las identificaciones
denominadas primaria y secundarias. Matriz que prefigura el espejo y lo
organiza, que precede al nacimiento del niño y lo espera. De tal manera
que el recién nacido va a encontrar en la mirada de la madre, transmisora
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de su deseo, una imagen que se superpone a su propia, inédita existencia.


(Vallespir, 1995/2000, p. 55; realicé algunas modificaciones con respecto
al texto original)

Pienso, entonces, que si bien podemos coincidir con Winnicott


(1971/1997) en que «el precursor del espejo es el rostro de la madre» (p. 147;
cursivas del autor), se configuraría, sin embargo, desde antes del naci-
miento del niño, cuando este permanece aún alojado en el útero mater-
no (o quizá previamente), una matriz constituida por el nudo de los tres
registros, que habita la mirada de la madre y que se superpondrá al bebé
cuando se encuentre con él. Y recíprocamente.

Del hijo como falo imaginario (deseo del deseo de la madre) a la castración
simbólica. Según Lacan (1957-1958/1999, p. 198), «para gustarle a la madre
[…] basta y es suficiente con ser el falo». En el estadio del espejo se cons-
tituyen el yo ideal, con-formado como ilusoria unidad, y el deseo como
deseo del Otro: el infans desea ser lo que el Otro desea, lo que le falta, el
falo. Esta falta real es la privación (en lo real, donde nada puede faltar) de
un objeto simbólico, de un significante —el falo— cuya significación es de
privación. El infans se identifica con el falo y demanda amor a su madre,
signo del cual es el don: pecho simbólico, don de la madre real. Puede otor-
garlo o rehusarlo; puede «jugar» a darlo y denegarlo, creando un espacio
de ilusión y desilusión (Winnicott), dando paso así a la discriminación y
la identificación. (Vallespir, 1995/2000, p. 59)

Cuando intenté recordar la cita de Lacan, lo que me vino a la mente fue


«para ser amado por la madre» en lugar de «para gustarle a la madre». Es
que de eso se trata: del amor. Todo amor está basado en un prototipo infantil.
Amar es señuelo, es querer ser amado, y en esto reside el engaño propio de
todo amor. El niño necesita imperiosa e indefectiblemente el amor de sus
padres, o de quien(es) haga(n) sus veces, para su supervivencia. Ser el falo:
tarea difícil para el niño. «No es él quien mueve los hilos de lo simbólico.
La frase ya ha sido empezada antes de él, ha sido empezada por sus padres»
(Lacan, 1957-1958/1999, p. 192). El amor proviene de ellos e incita el amor
en su hijo. Se produce un intercambio amoroso, amatorio con inducciones
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recíprocas. El amor de la madre (de los padres) la (los) encamina casi imper-
ceptiblemente a amparar al niño. Arroparlo con su amor aumenta el amor de
su hijo. De su hijo: desde él y hacia él. Amor (que ampara) y amparo, amor
hacia y desde el hijo son senderos de doble sentido, con entrecruzamientos
y recorridos con retornos (también en la acepción de respuesta del otro) y
reinicios, produciéndose una constante retroalimentación.
Ser el falo. Deseo de deseo: deseo del hijo de ser el deseo de (ser desea-
do por) la madre. La madre desea que su hijo sea su falo imaginario. Pero
para establecerlo adecuadamente como tal, necesita haber incorporado la
metáfora paterna. Coincido con Taillandier (1987/1988) cuando se pregun-
ta: «¿No será más bien identificación con la madre en cuanto portadora de
la primordial metáfora paterna?» (p. 12). La identificación a la que alude
es la que él denomina primera identificación. Creo que una adecuada
identificación primaria con la madre o su metonimia, el falo imaginario,
es posible solo en la medida que la castración simbólica separe a aquella
de su hijo. El cuerpo del hijo será, entonces, metáfora del falo imagina-
rio de la madre, símbolo mnémico de este, al modo en que las histéricas
«producen» sus síntomas metafóricos, símbolos mnémicos, a partir de «la
pregnancia de la percepción fálica de las formas imaginarias que cargan a
cada una de las ideas» (Nasio, 1987/1988, p. 15). De lo contrario, según mi
manera de pensar, se producirá una coalescencia, una fusión que desva-
necerá los límites, dañando la capacidad del bebé de asumir su identidad.
O, por otro lado, no llegará a constituirse en falo de su madre debido a la
falta de un verdadero compromiso afectivo por parte de esta. En ambos
casos, producto del fracaso en la incorporación de la metáfora paterna, el
bebé quedará expuesto a un desamparo radical. El desamor se expresará
(y revelará) crudamente en el distanciamiento (como en mi analizando) o
más veladamente en aquellos casos que el hijo queda fijado en la posición
de falo de su madre, de cierta forma como insignia, emblema, divisa, en
una palabra, trofeo de aquella.

2. Ya me referí anteriormente al descaecimiento del amor en nuestros días.


Una frase resume en su enunciado lo efímero del amor, la inmediatez y la
fugacidad de los vínculos: «Hoy te quiero». ¿Y mañana? Nos responderán
que no lo podemos saber. Estoy de acuerdo con aquellos que piensan que
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la promesa matrimonial de amarse «hasta que la muerte nos separe» es


una promesa imposible. No sabemos si el amor (y aquí me refiero a una
pareja) perdurará. No obstante, ¿el amor se acaba de un día para el otro?
El amor en general, no solo el de pareja, sino también el que se da entre
padres e hijos y entre amigos. Hay un exagerado sentimiento de pudor, un
prurito excesivo, hasta diría un prejuicio, en el uso de las palabras amar
o adorar, debido quizá a un temor ocasionado por el significado que les
pueda ser otorgado, con la consiguiente censura. Llama la atención que,
en contradicción con las consideraciones anteriores, en las Navidades
florezcan los letreros que nos sofocan con su fragancia de amor y paz. ¿Tal
vez como una forma de desmentida?
Se ha perdido la comunicación cuerpo a cuerpo. Ha sido sustituida por
los mails o, más aún, los celulares (WhatsApp, SMS, teléfono en el mejor
de los casos). Estamos en una era tecnológica en la que una herramienta
útil, cuando es bien utilizada, conlleva también en un número muy gran-
de de casos y situaciones un uso abusivo o adictivo que desaprovecha sus
beneficios o, aún peor, alimenta sus perjuicios. En estos tiempos existe
un aflojamiento de los vínculos sociales, las relaciones de amistad, los
lazos familiares. Tengamos en cuenta que la pulsión sexual despierta en el
encuentro cuerpo a cuerpo con la madre «aquel otro prehistórico inolvi-
dable a quien ninguno posterior iguala ya» (Freud, 1950 [1892-1899]/1982,
p. 280). Cuerpo a cuerpo en que participan todos los sentidos, todas las
sensaciones y las funciones sensoriales, que rodean el cuerpo del bebé
con una envoltura amatoria: la percepción táctil del contacto (con la piel
o la vestimenta de la madre), en cuanto a la suavidad o las rugosidades,
las asperezas del mismo, a la temperatura (calor o frío) implantada por
el cuerpo de la madre, a la humedad o sequedad de su piel; la mirada
materna (vehículo imprescindible de su deseo); el gusto (pensemos, por
ejemplo, en el sabor de la leche materna, del pezón o de la ropa chupetea-
da por el bebé); el olfato (aromas ambientales, incluso de alimentos que
se estén cocinando, perfumes de la madre, olor del cuerpo y las ropas de
esta); el timbre de la voz escuchada por el bebé, el tono —más que el con-
tenido— de palabras tranquilizadoras, que calman la angustia, así como la
importancia sustancial del momento en que son dichas, tratando de evitar
la dicción a destiempo, adecuando las respuestas a la demanda del bebé
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y a lo que este espera, adaptándose y satisfaciendo sus necesidades, sin


desatender la instalación de la función de ilusión-desilusión (Winnicott).
Ser en un principio el falo imaginario de la madre (ilusión) para, en un
tiempo (así sea lógico) posterior, dejar de serlo (desilusión) ¿no supondría
también, a su vez, la creación de esa función? ¿No correspondería también
a lo que Winnicott ha denominado madre suficientemente buena? Otra
función, sin duda, pero en la que entra indefectiblemente en escena un
tercero (la metáfora paterna portada por la madre).
Enfatizaré ahora el preponderante papel de la mirada.
Lacan en De nuestros antecedentes (1966/1972a) expresa:

Lo que se manipula en el triunfo del hecho de asumir la imagen del cuerpo


en el espejo, es ese objeto evanescente entre todos por no aparecer sino
al margen: el intercambio de las miradas, manifiesto en el hecho de que
el niño se vuelva hacia aquel que de alguna manera lo asiste, aunque solo
fuese por asistir a su juego. (p. 8)

Winnicott (1971/1997), por su parte, señala:

¿Qué ve el bebé cuando mira el rostro de la madre? Yo sugiero que por


lo general se ve a sí mismo. En otras palabras, la madre lo mira y lo que
ella parece se relaciona con lo que ve en él. Todo esto se da por sentado con
demasiada facilidad. Yo pido que no se dé por supuesto lo que las madres
que cuidan a sus bebés hacen bien con naturalidad. Puedo expresar lo que
quiero decir yendo directamente al caso del bebé cuya madre refleja su
propio estado de ánimo o, peor aún, la rigidez de sus propias defensas. En
ese caso, ¿qué ve el bebé? […] cuando mira ve el rostro de la madre. Este,
entonces, no es un espejo. (pp. 148-149; cursivas del autor)

Asevera además que cuando los bebés no se ven a sí mismos, «buscan


en derredor otras formas de conseguir que el ambiente les devuelva algo
de sí» (p. 149). En los días que corren, ¿hay algo que tengan más a mano
que una pantalla, llámese televisor, computadora, tableta o celular? Pero en
estos instrumentos tampoco se verán a sí mismos, sino que van a encontrar
en las pantallas a otros (para peor, no significativos para el bebé) ajenos
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que contribuirán a modelar su cuerpo y su yo, su identidad, por identifi-


cación con «los héroes de la pantalla»2. En este sentido, concuerdo con lo
que Sahovaler, Koremblit de Vinacur y cols. manifiestan —con respecto al
papel potencialmente dañino de las pantallas— en su interesante trabajo
Las tecnologías y el psicoanálisis (2017).

El espejo, hacedor de imágenes que pueden reproducirse indefinidamente


en infinitos espejos, está agujereado: «En la imagen del cuerpo propio, el
falo aparece en menos, como un blanco: un punto ciego»3 (Julien, 1985/1990,
p. 188; cursivas del autor). […] El marco del espejo limita la (proyección
—imaginaria— en la) superficie reflectante, la recorta del resto del espacio,
circunscribe la imagen, opone (¿oposición simbólica?4) lo enmarcado (la
imagen) y lo desmarcado, lo no incluido en él, lo que permanece —cerce-
nado— fuera de su contorno. El espejo mismo, al dar cuenta de la falta,
proporciona la matriz simbólica, terciando en la relación imaginaria. Blanca
Nieves, creída muerta por su madrastra, es designada por aquel como la
más bella. Verse mirado por la madre (Otro primordial), deseado por ella
a través y por medio de esa mirada, introduce algo del orden simbólico, sin
el cual la consiguiente adherencia del niño al espejo y la ausencia de imagen
harían del marco un cascarón vacío (¿vacío real?), inconsistente, provocan-
do la desarticulación de los tres registros. (Vallespir, 2007/2011, pp. 112-113)

Ese contacto imprescindible con el cuerpo de la madre, ese encuentro


cuerpo a cuerpo en que intervienen y se agudizan todas las funciones
sensoriales está subtendido por el amor. Amor que es estructurante en la
medida que hace del desamparo —inherente al recién nacido humano—
un móvil que, a su turno (no en una ordenación alternante, sino en una
reciprocidad simultánea), demandará el amor de la madre y su asistencia,

2 «T. & S. (Los héroes de la pantalla)» es el título de una de las canciones del grupo uruguayo Rumbo
(1979-1985). Concebida durante la dictadura militar, el tema manifiesto y la intención —necesariamente
encubierta— son ciertamente otros.

3 Traducción personal.

4 «En el orden simbólico todo elemento vale en tanto opuesto a otro» (Lacan, 1955-1956/1984, p. 19).
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de la que aquel no puede prescindir sin arriesgar la vida. En este «juego»,


en estos pares antitéticos (amor-desamor, amparo-desamparo), los huma-
nos nos jugamos la vida; la nuestra, pero sin olvidar que también jugamos
la de los otros. El desamparo, entonces, potencialmente letal o, al menos,
patógeno, convoca al amor, cumpliendo ambos (amor y desamparo) una
función estructurante del psiquismo. Y sus fallas en esa función son las
fallas del encuentro-desencuentro, las fallas del amor que no acude en
respuesta a ese llamado convocante. El amor marca el cuerpo, lo con-
tiene, le proporciona una envoltura: envoltura amatoria del cuerpo. La
madre es un continente amatorio. Sus brazos rodean el cuerpo del niño
y lo sostienen, lo abrazan, lo envuelven, metaforizando simbólicamente
—y exteriorizando— su amor y su deseo. En el caso del analizante cuyos
avatares narraba al comienzo, las fallas en el amor de su madre impidieron
esa envoltura, ese «arropamiento», lo cual propició que se arropara lite-
ralmente, realmente, con las vestimentas de su madre. Procuraba recrear
así de forma «satisfactoria» aquel encuentro fallido y displacentero de los
inicios de su vida. De alguna manera, símbolo mnémico que metaforiza el
acontecimiento traumático, al modo de las conversiones histéricas. La me-
moria es efecto y metáfora del conflicto psíquico. En esa línea, el síntoma
histérico es paradigmático. La memoria, al igual que este, en ocasiones se
corporifica, se hace carne. El cuerpo es memoria; en él se labran inscrip-
ciones que escriben una historia.

La reminiscencia, tal como Freud la emplea, nos introduce en la memoria


aprisionada en el cuerpo, que retorna en la metáfora hecha carne en el
síntoma —símbolo mnémico—, que no deja de ser lenguaje. Olvido que
es memoria, no cesando de producir efectos. Rememoración tejida de
recuerdos y surcada de olvidos, aflorando (memoria recuperada) por la
intervención del analista. (Vallespir, 2009/2011, p. 124)

El cuerpo de la histérica en cierto sentido es fragmentado por las con-


versiones, que se apropian de una parte del mismo. Las histéricas no sa-
ben anatomía, y ese cuerpo fragmentado corresponde a sectorizaciones
vinculadas a una anatomía fantasiosa, a un cuerpo imaginario. El síntoma
«habla», es efecto del lenguaje, se «hace» por la palabra y por esta podrá
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«deshacerse». En el analizando que mencioné hay un retorno en su cuerpo


—revestido, reforzado y prolongado por la ropa de su madre— de silencios
y decires, de marcas, de memorias prisioneras, intentando por esa vía una
unificación que lo rescate de la fragmentación, que lo haga «de una sola
pieza». Y esto lo diferencia de las conversiones histéricas.

Este desarrollo es vivido como una dialéctica temporal que proyecta de-
cisivamente en historia la formación del individuo: el estadio del espejo es
un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la antici-
pación; y que para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial,
maquina las fantasías que se sucederán desde una imagen fragmentada
del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad
—y a la armadura por fin asumida de una identidad enajenante, que va a
marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental. Así la ruptura
del círculo del Innenwelt al Umwelt engendra la cuadratura inagotable de
las reaseveraciones del yo. (Lacan, 1949/1972, p. 15)

3. ¿Cómo se construye, entonces, el cuerpo y, por ende, el yo? A partir del


amor de la madre (de los padres), los caminos entrecruzados de amores y
amparos conducen a la conformación de la envoltura amatoria del cuerpo
(y del yo —je, Ideal Ich), envoltura simbólica que atraviesa el estadio del
espejo, así como su precursor, el rostro de la madre y, aun antes de nacer,
la matriz (nudo de la imagen de la existencia del niño separado de ella,
real del cuerpo por advenir y simbólico del nombre) que se trasluce en la
mirada de la madre, transmisora de su deseo, con la que el recién nacido
se va, inevitablemente, a encontrar.

Supongamos ahora que el objeto que brinda la percepción sea parecido


al sujeto, a saber, un prójimo. En este caso, el interés teórico se explica sin
duda por el hecho de que un objeto como este es simultáneamente el pri-
mer objeto-satisfacción y el primer objeto hostil, así como el único poder
auxiliador. Sobre el prójimo, entonces, aprende el ser humano a discernir.
Es que los complejos de percepción que parten de este prójimo serán en
parte nuevos e incomparables —p. ej., sus rasgos en el ámbito visual—;
en cambio, otras percepciones visuales —p. ej., los movimientos de sus
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manos— coincidirán dentro del sujeto con el recuerdo de impresiones


visuales propias, en un todo semejantes, de su cuerpo propio, con las que
se encuentran en asociación los recuerdos de movimientos por él mismo
vivenciados. Otras percepciones del objeto, además —p. ej., si grita— des-
pertarán el recuerdo del gritar propio y, con ello, de vivencias propias de
dolor. Y así el complejo del prójimo se separa en dos componentes, uno de
los cuales impone por una ensambladura constante, se mantiene reunido
como una cosa del mundo, mientras que el otro es comprendido por un
trabajo mnémico, es decir, puede ser reconducido a una noticia del cuerpo
propio. (Freud, 1950 [1895]/1982, pp. 376-377)

«el inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de to-


dos los motivos morales» (Freud, 1950 [1985]/1982, p. 363). ¿Motivos mora-
les? ¿A qué se refiere? ¿Al conjunto de facultades del «espíritu», del «alma»,
en fin, del aparato psíquico? ¿O a un superyó que comienza a esbozarse a
partir del desvalimiento, del cuerpo (los cuerpos), el amor, el deseo? De
todos modos, psiquismo. Y estaba, sin embargo, temporalmente muy lejos
de formular la segunda tópica. El inicial desvalimiento del ser humano
es, pues, fuente primordial del psiquismo. ¿Podríamos conjeturar que es
fundacional del psiquismo, aunque aún no exista un aparato psíquico ni,
por consiguiente, un sujeto dividido?
Claro que no hay que desatender las connotaciones éticas: es indis-
pensable que la madre ceda su cuerpo para amparar al infans —de tal
forma que no lo abandone, no lo deje librado a sí mismo, a su suerte (a su
desgracia, más bien), a su desvalimiento e indefensión (que no prevalezca
el desamor)—, pero sin una cesión excesiva (solidaria de la apropiación
del cuerpo del bebé) que lo erotice en forma desproporcionada, que lo
seduzca, que lo desvíe o aparte de su propio camino.

4. Viñar, en un excelente artículo sobre el desamparo («Hilflosigkeit: Alu-


cinar y pensar, alternativas al desamparo. Una lectura de la experiencia
de satisfacción», 1988), no trabaja la represión primaria. Considero que
ese tiempo mítico de la constitución del aparato psíquico, de la división
del sujeto y, por lo tanto, de la producción del sujeto del inconsciente, es
esencial para pensar acerca del destino del cuerpo. La división instaurada
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por la represión primaria interesaría también en cierta forma al cuerpo,


indisolublemente ligado al aparato psíquico. Por un lado (casi diría, por
una cara), queda en buena medida supeditado a los procesos inconscientes.
Desde ese momento inaugural permanecen en estrecha vinculación que de-
nominaría en cortocircuito, puesto que en ciertas ocasiones estos se dirigen
directamente a aquel sin ser mediados por la conciencia. Producen efectos
en él. Este lazo íntimo entre el cuerpo y el inconsciente es bidireccional.
Por otro lado (otra cara), continúa firmemente unido al yo consciente,
forma parte de él y se mantiene así relacionado con el preconsciente y el
sistema percepción-conciencia. Recordemos que, para Freud (1915/1979),
«los afectos y sentimientos corresponden a procesos de descarga cuyas
exteriorizaciones últimas se perciben como sensaciones» (p. 174). Pero los
afectos parten del yo, es decir, es el yo quien ama u odia y no la pulsión.
El cuerpo, sano o enfermo, habla, demanda —y toda demanda es de
amor (recuerdo un analizante que se enfermaba para ser atendido por su
padre, médico, porque sentía que solo así le brindaba sus cuidados)— y
en sus gritos o sus susurros, con su modalidad privativa, clama por una
respuesta —que le será o no dada—, por un amor que será transmitido
por los gestos, los actos, las palabras atravesadas por el afecto —así como
el afecto es expresado por la palabra, que a veces es insuficiente, no logra
dar totalmente cuenta del mismo, no alcanza a recubrirlo—, palabras que
pueden o no acoplarse a tales actos, los que también son lenguaje y tam-
bién son significantes, como lo son asimismo el timbre y el tono de voz.
Gestos, actos, palabras que fatalmente marcan y dejan rastros, que en su
relación mutua y solidaria se ensamblan materialmente en una cadena
significante sufragada por el sujeto.
Freud (1923/1979) afirma:

El yo es sobre todo una esencia-cuerpo; no es solo una esencia-superficie,


sino, él mismo, la proyección de una superficie. [Y en una nota al pie acla-
ra:] O sea que el yo deriva en última instancia de sensaciones corporales,
principalmente las que parten de la superficie del cuerpo. Cabe conside-
rarlo, entonces, como la proyección psíquica de la superficie del cuerpo,
además de representar, como se ha visto antes, la superficie del aparato
psíquico. (pp. 27-28)
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Lacan, en su trabajo señero con el que introduce el estadio del espejo,


no se refiere a este únicamente como formador de la función del yo, como
parece indicar el largo título, sino que también considera su rol prevalente
en la construcción del cuerpo, aunque sea gracias a una forma total anti-
cipada del mismo, que lo constituye.
Fundación simultánea del yo y el cuerpo, que anuda de una vez e inse-
parablemente el psiquismo y el cuerpo. Identificación primaria del infans
con su madre, con la cosa del mundo, con ese prójimo que se ofrece como
una imagen en el espejo —identificación primaria asociada al tiempo mí-
tico de la represión primaria—. O como múltiples imágenes, «unas tras
de las otras», visuales o sonoras.
La carencia de amor y el desamparo concomitante van a generar fallas
conjuntamente en la constitución del yo (y del aparato psíquico) y del
cuerpo, tanto en su imagen como en el cuerpo simbólico. Y el cuerpo
real ¿puede no ser afectado? La cinta de Moebius exhibe la continuidad
entre lo interno y lo externo, la cual hace necesaria —en concordancia con
una acentuada solidez de la envoltura amatoria del cuerpo para lograr la
experiencia de la unidad, que suscita après-coup la vivencia del cuerpo
fragmentado— una adecuada capacidad de separación para evitar la fu-
sión, que va en detrimento de la individuación.

5. Una joven analizante, víctima de un tremendo desamparo, relata que


en su adolescencia un viejo amigo de la familia, mentalmente deteriorado
por cierto, la tocaba (¿realidad o fantasía? ¿importa?) y le enviaba cartas
de amor, amor que no le brindaron sus padres. Su cuerpo fue doblemente
marcado: por la falta —de amor y falta-abandono de estos cuando esas
escenas se desplegaban—, marca en negativo, y por el erotismo aberrante
de ese hombre, desgraciadamente única muestra de ¿amor? (perverso) que
recibió durante su infancia y adolescencia. Marcas, unas y otras, cinceladas
por el amor-desamor en una turbadora opacidad desorientadora. Se ence-
rraba en su dormitorio para evitar el contacto con aquel, que no vacilaba
en golpear la puerta para que le abriera. Las paredes de la habitación fun-
cionaban, entonces, como reforzado límite corporal, protésico, con el que
pretendía protegerse, al no disponer de una envoltura protectora, de las
tentativas eróticas de quien ocupaba un lugar muy relevante en su familia.
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Una niña, un nombre, tres sílabas-fragmentos seguramente provenien-


tes (extraídas) de otros nombres, ya que no presentan ninguna conexión
entre sí. Nombre fragmentado (al menos hecho de fragmentos); nombre
supuestamente unificado en un conglomerado de sinsentidos. Con un
grueso lápiz, la psicoterapeuta delineaba los contornos de su cuerpo —
mientras la pequeña paciente permanecía acostada en el piso sobre una
gran hoja de papel— para reforzar sus límites (no solo) corporales difusos.
Mientras cursaba el posgrado de psiquiatría, obtuve de pacientes psicó-
ticos, la mayoría con diagnóstico de esquizofrenia, una serie de dibujos de
la figura humana. Algunas de estas figuras eran bosquejadas con un doble
contorno corporal, en tanto otras mostraban una total fragmentación, que
comprendía incluso los rasgos de la cara (ojos, nariz, boca) trazados con
rayas diminutas.
Cuerpo real, erógeno —enlazado para siempre a la pulsión (que es
real y sexual), de la cual es fuente y meta—, cuyos orificios se abren y se
cierran como el inconsciente; cuerpo imaginario (fantaseado; por ejemplo,
el de las histéricas); cuerpo simbólico de las marcas, las trazas (huellas o
vestigios) o los trazos.

Una adolescente con fallas en su identificación primaria se integra a un


grupo de varones, asumiendo el liderazgo. Con una aguja «quemada» im-
pregnada de tinta azul se graba en uno de sus brazos dos letras: la primera
corresponde a la inicial de su nombre de pila y la otra a la primera letra del
número de integrantes del grupo. Sus conductas muestran los trastornos
en la identificación femenina, siendo totalmente acordes con las de sus
compañeros. Pienso que su identificación masculina se entrelaza con la
identificación primaria […], interactuando desde el comienzo mismo.
Las dos letras, a modo de iniciales de nombre y apellido, le otorgan una
filiación que parece estar inexorablemente ligada a su pertenencia al grupo,
que se constituye en soporte de su inestable identidad.
El lenguaje es cuerpo. «Las palabras son para mí cuerpos tocables,
sirenas visibles, sensualidades incorporadas» (Pessoa, 1982/1991, p. 38). Y
el cuerpo es lenguaje. El cuerpo imaginario de esta chica, herido por lo
simbólico, sufre el dolor real ocasionado por esa marca en su superficie,
límite que permite su frágil discriminación. Del cuerpo al significante a
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través del dolor. El cuerpo no afectado, desprovisto de afecto, debe ser


marcado a fuego por ella misma. Marcado por el nombre, que es marca.
Para Casas de Pereda (1992, p. 93) «[...] el niño [es] escritor con su cuerpo
de letras que dice la madre y que dice a la madre [...]». Esta adolescente
escribe dolorosamente en su cuerpo las letras que no escuchó decir a su
madre. (Vallespir, 1995/2000, p. 49)

6. En medicina no solo se separa la mente del cuerpo (hablamos de salud


mental, por ejemplo), sino que este es «fragmentado» por las diversas
especialidades y subespecialidades médicas y quirúrgicas. Así tenemos
traumatólogos de rodilla, hombro o mano, otorrinolaringólogos de oído
o nariz, y podemos continuar con la lista. No estoy haciendo un juicio de
valor, no me refiero a que esta especialización fragmentadora sea buena o
mala. Es simplemente una constatación de la «reaparición» après-coup de
un cuerpo (¿y un yo?) «fragmentado». ◆
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Resumen

En este artículo intento mostrar un camino, tal vez de ida y vuelta, que
recibido: abril 2018 - aceptado: mayo 2018

conduce del amor al amparo (o del desamor al desamparo). Amor que,


convocado por el desamparo, resguarda el cuerpo, indisolublemente ligado
al aparato psíquico, con una envoltura que lo cobija y lo ampara, a la que
propongo denominar envoltura amatoria del cuerpo. El desamparo del re-
cién nacido humano, potencialmente letal o, al menos, patógeno (cuando
el amor es una vivencia faltante), cumple una función estructurante del
psiquismo en la medida en que el amor responde a su llamado.
Planteo la configuración en la madre, desde antes del nacimiento de
su hijo, de una matriz precursora del espejo —y aun del propio rostro
materno— constituida por la imagen del niño como existente separado
de ella, su nombre (simbólico) y el cuerpo real por advenir, anudados al
modo de la cadena borromea.
Considero que la identificación primaria se asocia al tiempo mítico
de la represión primaria, que divide al sujeto, interesando quizá también
el cuerpo.
Recorro sucintamente los aportes de distintos autores e ilustro algu-
nas de mis propuestas con materiales clínicos provenientes de diversos
analizandos.

Descriptores: amor / cuerpo / cuerpo erógeno / falo / mirada / estadio del espejo /
material clínico / yo / metáfora paterna
del amor al amparo: la envoltura amatoria del cuerpo | 141
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Summary

In this paper I try to show a path, may be a two-way road, which leads
from love to protection (amparo) (or from lovelessness to helplessness).
Love which, called upon by helplessness, safeguards the body, indissolubly
bound to the psyche, with an envelope that shelters and protects, which
I suggest calling loving envelope of the body. The helplessness of the hu-
man newly born, potentially lethal or, at least, pathogenic (when love is a
missing experience), accomplishes a structuring function for the psyche
as long as love responds to its call.
I propose the configuration in the mother, even before the birth of her
child, of a matrix that is a precursor of the mirror – and even of the face
of the mother – constituted by an image of the child as existing separately
from her, his name (symbolic) and the real body to come, knotted in the
fashion of a Borromean chain.
Primary identification associated to the mythical time of the primary
repression, which divides the subject, with perhaps an interest also in the
body. The contributions of different authors are succinctly reviewed and
I illustrate some of my proposals with clinical materials from different
analysands.

Keywords: love / body / erogenous body / phallus / gaze / mirror phase / clinical
material / ego / paternal metaphor
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Bibliografía

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(2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127): 143-150 | 143
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Cubrir el desamparo
Gladys Franco1

La muerte no espera al morir,


sino que está presente desde el nacimiento.
Georg Simmel

¡que no quiero verla!


Federico García Lorca

1. En las últimas páginas del libro de Philippe Claudel Bajo el árbol de los
toraya (2017), donde el escritor nos habla —como antes que él, pienso,
solo supo hacerlo Miguel Hernández en su «Elegía»— de lo que significa
la muerte de un ser muy querido: un amigo, un hermano, nos muestra una
imagen del mar Mediterráneo («Mare Nostrum»), un hermoso plano azul
Klein, calmo e hipnótico, imagen que de pronto se altera para mostrarnos
cientos de cuerpos de hombres, mujeres y niños que intentaban huir de
la muerte —del hambre, de la guerra, de la barbarie— en una balsa que
no los sostuvo y que el plácido mar azul arrojó, como basura, a la costa
de la bella Italia.
El exquisito libro de Philippe Claudel cuya escritura lo ayudó a proce-
sar la muerte del amigo se cierra, entonces, con la evidencia de la imposi-
bilidad de escapar, no ya de la muerte invencible, sino de la caridad de un
manto azul hipnótico que se sostenga como un telón, mientras estamos
vivos, para no verla. Parecería, por el contrario, que aquello que implica la
muerte (la muerte en sí misma, sin inscripción posible) haría parte de lo
que insiste en la creación artística (en este caso, en la creación de la novela)
al modo que puede insistir en los sueños, como Freud nos muestra en el

1 Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. laletraescrita@gmail.com


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paradigmático «Sueño de la inyección a Irma», con su mirada capturada


por aquella garganta infectada.
El mar azul que vela la imagen de los incontables muertos del Medite-
rráneo que nos describe Philippe Claudel por asociación libre se conectó
en mi memoria con los «personajes vestidos» de Gustav Klimt. Como
sabemos, sus desnudos explícitos habían sido objeto de censura. A su
muerte, y basándose en algunas obras inconclusas, la crítica entiende que
él se daba el gusto de pintar a sus modelos desnudas y luego las vestía con
los trabajados ropajes que le son tan característicos (el estilo pictórico de
Klimt fue pensado por Dina Gonnet (2012) como metáfora de la construc-
ción del aparato psíquico en la primera tópica freudiana.
En contraposición con sus censuradores, los elogios a la obra de Klimt
acentúan su disfrute de la sensualidad, su necesidad de captar a la mujer en
todas las posiciones del desnudo, su exaltación del erotismo. Pero, como
sabemos, Eros nunca está solo, y algunos primeros planos de los desnudos
de Klimt —que promovieran el horror en quienes lo censuraron— pueden
encontrar parentesco de sentidos con la garganta de Irma, donde Lacan
(1978/2014) supo advertir el desborde del deseo erótico, el punto donde el
soñante encuentra «el objeto de angustia por excelencia»:

el fondo de esa garganta, de forma compleja, insituable, que hace de ella


tanto el objeto primitivo por excelencia, el abismo del órgano femenino
del que sale toda vida, como el pozo sin fondo de la boca por el que todo
es engullido; y también la imagen de la muerte en la que todo acaba ter-
minando. (p. 249)

Esa superposición de «toda vida» y «pozo sin fondo» me parece apro-


ximada por Klimt en la obra «La esperanza 1», de 1903, donde la mujer
embarazada se alza en el esplendor de su imaginaria completud, impúdica,
entre imágenes «de la noche y de la muerte» —en el catálogo Taschen, al
pie de la imagen descrita, G. Néret (2011) habla de «el pelo púbico rojo del
que emana una cierta perversidad» (p. 44)—.
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Ando sobre rastrojos de difuntos


y sin calor de nadie
y sin consuelo.
Miguel Hernández

2. He abordado en trabajos anteriores (Franco, 2017, 2018) algunos aspectos


de la relación entre la creación literaria y la repetición, tanto de experien-
cias de sometimiento a violencia extrema como de la vivencia de la pérdida
de seres queridos, hechos que pueden también ser experimentados como
desgarro del sí mismo. (Toda experiencia de horror remite a la muerte,
como abstracción, e inevitablemente a la idea de la muerte propia).
En la escritura, como en otras formas de expresión, está presente un
intento de domeñar aquello incomprensible, inaprehensible; aquello que
interroga como misterio es precisamente lo que más conmueve, provoca
e impulsa la creatividad. Cuando una obra artística es muy poderosa,
quedamos bajo efecto de un impacto que cuesta describir; luego surgen
expresiones muy humanas, muy repetidas: «me faltan las palabras…» o
«no encuentro las palabras…». Se trata, quizás, de haber captado algo de
aquello que puede quedar fuera del entramado de la lengua.
Lo que puede ser objeto de tratamiento, intentos de procesamiento,
es la idea de la muerte (y, por tanto, la angustia generada por la idea de
la muerte), no la muerte en sí. De la misma no hay registro inconsciente,
y a nivel consciente hay un proceso, un tiempo de crecimiento para que
se pueda tomar noticia de ella; la etapa del «desamparo» inicial del ser
humano puede ser idealizada como una etapa de la vida «amparada» en
la ignorancia del destino mortal, la única etapa ilusoriamente «inocente»
(«que no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesa-
dumbre que la vida consciente»2).
Todos conocemos la angustia del niño cuando descubre la realidad de
la muerte y los mecanismos a que echa mano intentando recuperar cierta
ignorancia, pero ese conocimiento que se hace lugar en el pensamiento ha

2  Rubén Darío, «Lo fatal».


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estado precedido por vivencias de fragmentación y terrores innombrables


en el infans que, sostenido y apalabrado por otros humanos, ha recibido ya
en la concepción el anuncio de su mortalidad. La desmentida cotidiana de
la muerte es el mecanismo que permite organizar la vida para un «después
de este momento», concebir el mañana, proyectar un futuro y actuar en
pro de ese proyecto, «(des)Enmascarar lo real», diría con Leclaire, quien
inicia el texto que uso acá como disparador (Desenmascarar lo real, Le-
claire y Nasio, 1975) con un aserto: «Desenmascarar lo real es el trabajo
del psicoanalista» (p. 9).
En la práctica psicoanalítica, desenmascarar lo real implica rescatarnos
permanentemente de la tentación de cubrir lo inaprehensible con exceso
de construcciones tendientes a una historización exhaustiva en pro de
una supuesta verdad de los orígenes, de las causalidades, en un rellenar
afanoso de los «vacíos». El trabajo de desenmarañar algo de las tramas que
producen las señales de la angustia neurótica se extiende, en ocasiones,
a un intento estéril de calmar la angustia correspondiente a la conciencia
de finitud.
«Desenmascarar lo real» sería, sin embargo, precisamente, aceptar el
límite en tanto lo real es aquello que escapa al sentido y resiste a la repre-
sentación.
¿Cómo entender el espanto que producían los desnudos de Klimt en
sus contemporáneos? Pensar solamente en hipócritas alarmados por la
explicitación erótica sería una lectura ingenua; todo síntoma canaliza más
de una vía (y censurar la obra artística es un síntoma social).
Es preciso situar la obra en su tiempo y circunstancias. Klimt fue
contemporáneo de Freud, de Schnitzler, de Munch, de Schiele… Podría
decirse, en términos actuales, que había una «movida erótica» en la Vie-
na de la frontera de los siglos XIX-XX. Estos hombres vivían casi todos
en la misma ciudad, asistieron a su esplendor en la última época de los
Habsburgo y a su derrumbe ensamblado al estallido de la Primera Guerra
Mundial. Los artistas y los intelectuales develaban las miserias humanas: la
amoralidad del deseo, la intensidad del odio, la fuerza del anhelo de poder
que impulsaban erráticamente las acciones de un imperio a punto de caer.
Austria estaba dividida en opuestos: una minoría centrada por un núcleo
intelectual y artístico deslumbrante y una mayoría conservadora, cerrada
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a las transformaciones, condición que la serpiente nazi aprovecharía para


anidar.
La idea de una fuerza de oposición a la vida está presente en Freud des-
de los inicios de su teorización y encuentra su formulación en la segunda
teoría de las pulsiones, al decir de sus biógrafos, influido por la captación
de la destructividad que evidencia la guerra.
Es interesante observar que los movimientos conservadores se resis-
ten a las propuestas de modificaciones sociales tanto como a la expresión
artística innovadora, aunque esta no trate explícitamente temas de justicia
social. Como a Klimt en la Viena de inicios del siglo XX, en Montevideo,
en 1986, en plena «apertura democrática» —es decir: muy cerca aún de los
desgraciados años de la dictadura— la Intendencia Municipal de Monte-
video del momento prohibió la exposición «Espejos… a veces» del artista
uruguayo Oscar Larroca. Esta muestra, que más tarde ganó importantes
premios internacionales, fue en Montevideo responsabilizada de «atentar
contra la moral y las buenas costumbres».
En el caso de esa obra censurada, volvemos a encontrar el tema del
desnudo femenino, erótica alcanzada por la rotura de la piel, por el trazo
que potencia la falta. El agujero donde Eros se pierde... (¿gozosamente?) es
un escándalo para «la moral y las buenas costumbres», según los códigos
de los censuradores… (Quizás la muerte sea una «mala costumbre»…).
La imagen del cuerpo es la representación imaginaria con la que con-
tamos para pensarnos como seres vivos; el cuerpo fallado, agujereado,
remite a lo ominoso, castración y muerte, dominio de lo real, agonía de
lo representable que artistas de la talla de Oscar Larroca logran evocar.
Detrás —o, se podría decir también, «más allá» de un cuerpo desnudo,
sexuado y sexual—, lo que le excede.
Para calificar producciones artísticas es usual recurrir a adjetivos que
refieren a las nociones de belleza y perfección (quizás sean sinónimos
ideales). Las imágenes de cuerpos fracturados, agujereados o sugeren-
tes de exceso que los aparten de las nociones de belleza y perfección
(también de completud) parece que en todo tiempo son violentas para el
espectador. Son imágenes que bombardean las certezas de un yo supues-
tamente consistente (el que se organiza a partir de la asunción jubilosa
de un cuerpo entero, imagen sostenida en la mirada de Otro que calma
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la angustia, imagen sobre imagen, gesto sobre gesto, deseo fundido en


el deseo de otros: confundido). Es así, entonces, que muchas formas de
expresión artística están orientadas, como el psicoanálisis, a «desenmas-
carar lo real» y, por esa razón, al igual que el psicoanálisis, son resistidas,
calificadas de incomprensibles o de inmorales y censuradas cuando las
circunstancias lo habilitan. El punto común en el espectador escanda-
lizado de cualquier época es la emergencia de la angustia generada por
lo que ve. Ya nos explicó Freud que la angustia es una señal de alarma:
¡cuidado! aquello que está escondido —reprimido— y debía mantenerse
oculto está des-cubriéndose. (Y, más allá, cuidado con el estallido de lo
que nunca se descubrirá).
(Algunos artistas encuentran modos sutiles de mostrar, conectando
en su trabajo el erotismo y la muerte, y al mismo tiempo «enmascaran-
do» —como si fuera un juego— el desamparo de la ignorancia de sí y de
la certeza de mortalidad).

3. La resistencia a saber de la muerte opera también a nivel individual y


colectivo como velo que permite eludir el contacto con los horrores que
produce la sociedad de nuestro tiempo. Encontramos la paradoja de que
en una cultura como la del presente en Occidente, una cultura profunda-
mente visual, donde el discurso políticamente correcto insta a verlo todo,
a no privarse de nada y a satisfacer todo deseo en pro del ejercicio de la
libertad individual, el sufrimiento colectivo del hombre por el hombre es
demasiado horroroso para ser mirado y se oculta o se banaliza en proyec-
ción de imágenes de destrucción colectiva que se presentan enmarcadas
entre las exhortaciones al consumo de todo aquello de lo que no debería-
mos privarnos.
El mar cuya imagen tomé para iniciar esta presentación, el mar Medi-
terráneo del inicio de la novela de P. Claudel, se abre para recibir y matar
miles de personas desesperadas que huyen de África, de la guerra y del
hambre, para encontrar en él su tumba azul y alargar la desgraciada y
extensísima lista mundial de personas empujadas a la muerte. Personas
despojadas de su condición humana por otros humanos. Siluetas que se
añaden a la ominosa e interminable lista de desaparecidos. ◆
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Resumen

En este trabajo se aborda el tema de la muerte y algunos de los medios

recibido: mayo 2018 - aceptado: junio 2018


con los que se cuenta para dar procesamiento psíquico a la idea. La con-
ciencia de la muerte que coloca al ser humano por encima de las otras
especies lo marca, a la vez, con el desamparo de la ignorancia existencial,
brújula del deseo de saber que orienta las búsquedas en las ciencias y en
la producción artística. Como fuerza opuesta, el anhelo de desconocer
la realidad de la muerte lleva a múltiples formas de desmentida, a nivel
individual y colectivo.
Se proponen ejemplos con algunas obras artísticas que han sido cen-
suradas, cuyo manifiesto carácter erótico cubre desgarros, vacíos, signos
y símbolos evocadores de la muerte.

Descriptores: muerte / creación / arte / escritura / elaboración / lo real /


desamparo

Summary

This paper deals with the subject of death and with some of the means on
which we count in order to psychically process the idea. The awareness of
death that places the human being above other species, marks him, at the
same time, with the helplessness of existential ignorance, compass for the
wish to know that guides the search in science and in artistic production.
As an opposing force, the longing to dis-regard the reality of death leads to
multiple forms of disavowal, both at an individual and at a collective level.
The paper provides examples of some works of art, the manifest erotic
character of which covers lacerations, different forms of emptiness, signs
and symbols evoking death and which have been censored.

Keywords: death / creation / art / writing / working through / the real /


helplessness
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Bibliografía

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Franco, G. (2017). ¿Elaborar lo inelaborable?
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(2018). La literatura y el horror. Relaciones,
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Néret, G. (2011). Catálogo Taschen. Santiago de Chile:
Gonnet, D. (2012). La pintura de Gustav Klimt:
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issn 1688 - 7247

Pobreza y desamparo: Efectos


en el funcionamiento psíquico
Susana Martínez1

El estudio de los efectos de la pobreza sobre el funcionamiento de los


niños, en particular sobre el aprendizaje, lleva ya unas cuantas décadas.
Diversas investigaciones realizadas desde ámbitos disciplinares diferentes
(ciencias sociales, ciencias de la educación y de la salud, pedagogía, psi-
cología, neuropsicología, etc.) han arrojado resultados coincidentes en el
sentido de que existe una correlación positiva entre el estado de vulnerabi-
lidad y de exclusión social asociados a la pobreza, y los magros resultados
en el aprendizaje obtenidos en las instituciones educativas.
El elevado número de repeticiones de grado, las deserciones, el fenó-
meno de la edad extra, el ausentismo de las aulas, las bajas performances
en las pruebas estandarizadas de rendimiento, los trastornos de conducta
y el desarrollo insuficiente de las habilidades básicas para la lectoescritu-
ra y el cálculo constituyen desde hace varios años una problemática que
ocupa la agenda política en materia de educación de los gobiernos, tanto
regionales como extraregionales.
No obstante, conjuntamente con los estudios que muestran el efecto
negativo de la pobreza sobre el aprendizaje, también existen otros que
identifican situaciones en que tal efecto no se presenta. Particularmente
interesa destacar todos los desarrollos vinculados al concepto de resiliencia
que dieron lugar a una multiplicidad de estudios cuyos hallazgos princi-
pales dan cuenta de que determinadas situaciones adversas, entre las que

1 Miembro asociado de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. sumart@psico.edu.uy


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se encuentra la pobreza, lejos de afectar negativamente a los involucra-


dos, más bien potencian el desarrollo de sus habilidades, potencializando
una adaptación activa, creativa y transformadora. Es así entonces que se
comienza a hablar de niños «invulnerables», «resilientes» o «mutantes»,
denominaciones que dan cuenta de una pluralidad de posiciones asumidas
en torno a la constatación antes mencionada.
En Uruguay, Bernardi, Canetti, Cerutti, Roba, Schwartzmann y Zubi-
llaga (1996) estudiaron una muestra de 858 familias, con 1224 niños me-
nores de 5 años, representantes de los sectores pobres, comparándola con
99 familias con 119 niños montevideanos pertenecientes a estratos socioe-
conómicos más favorecidos. El objetivo planteado apuntaba a lograr una
mayor intelección acerca del daño que provoca la pobreza en el desarrollo
infantil para así profundizar en el conocimiento de los factores de riesgo a
efectos de influir en las políticas de salud y educación. Se trató de un análisis
epidemiológico pormenorizado y riguroso de datos referidos a la pobreza
urbana, basado en el estudio previo realizado por Terra et al (1989). Dos
hipótesis prevalentes fueron las que dieron forma al planteamiento de la in-
vestigación, la consideración de un efecto acumulativo de los denominados
factores traumáticos, por un lado, y la existencia de una compleja red de
interrelaciones que sirve de sostén para el desarrollo del niño y mantiene el
equilibrio de la familia, por otro. Es sobre este entramado que el efecto acu-
mulativo ejercerá un efecto perturbador; es decir, el impacto de la pobreza
no puede considerarse como un desenlace lineal reducible a la carencia
material, sino que dependerá de complejos procesos inter e intrasubjetivos.
Dentro de las conclusiones de esta investigación, se subraya lo que los au-
tores dieron en denominar la «disponibilidad parental asediada», situación
que conspiraría con el ejercicio adecuado de las funciones parentales. Desde
las premisas teóricas de este trabajo se considera que uno de los efectos de
dicho «asedio» lo constituyen las fallas en la función cometabolizadora,
con el consecuente impacto a nivel de la metabolización psíquica de los
estímulos y, por lo tanto, en la constitución del aparato psíquico.
La literatura psicoanalítica desde las diferentes escuelas y posturas
metapsicológicas abunda acerca de la importancia de las funciones ma-
ternantes y paternantes tempranas para la estructuración del psiquismo.
Constituyen la respuesta del semejante auxiliador al estado de indefensión
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inicial, haciendo posible la vida tanto en el plano biológico como psíquico.


Tal como plantea Bleichmar (1993), si todo transcurre adecuadamente,
la madre tomará a su cargo los cuidados físicos y psíquicos de su hijo a
través de una apropiación deseante, implantando así lo pulsional, pero a
través de la ligazón psíquica, contemplando la capacidad metabolizadora
y evitando el desborde excitatorio que podría constituirse en traumático.
En este contexto, la función paternante será crucial en tanto tercero que
limita el goce en ese circuito narcisista deseante establecido entre la díada.
Se ha caracterizado la situación de pobreza como un fenómeno com-
plejo de deprivación, en el que se articulan y sobredeterminan diferentes
factores que generan luego efectos negativos sobre el desarrollo cognitivo,
dada su incidencia a nivel de la construcción subjetiva. Se señala que la
vulnerabilidad y la desafiliación provocada por el escaso sostén social
impactan sobre las capacidades del sujeto para constituirse como tal. De
manera que los magros recursos materiales se metaforizan en escasez
de recursos internos para la constitución psíquica y la pobreza material
se transforma entonces en precariedad simbólica, lo que se constituiría
en un factor que anticiparía el ulterior fracaso escolar (Mazzoni, Stelzer,
Cervigni y Martino, 2012).
Si la familia, en virtud de la vulnerabilidad psicosociocultural, no está
en condiciones de brindar el sostén necesario, el entorno y los eventos
disruptivos que caracterizan la pobreza condicionarán el desarrollo de las
habilidades básicas para el aprendizaje, y será imprescindible la presencia
de otros objetos significativos que puedan tomar a su cargo la función
cometabolizadora fallante.
La prematurez del cachorro humano convoca a la figura del semejante
auxiliador, tal como lo señalara Freud (1897/1986), tanto para la supervi-
vencia física como para la constitución psíquica del infante. Por tal razón,
la presencia de las figuras maternantes o paternantes, así como su cualidad,
adquieren una relevancia capital para el ulterior desarrollo del sujeto. Los
progenitores pertenecientes a sectores de exclusión social se encuentran
generalmente ellos mismos desamparados, acuciados por necesidades ele-
mentales desprovistas, deprimidos y con fallas narcisísticas, aspectos todos
que conspiran contra la posibilidad de constituirse en objetos adecuados
de contención para el advenimiento de la prole.
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La pobreza como entorno disruptivo

Las intervenciones psicoanalíticas en el marco de catástrofes y desastres


de diversa índole, provenientes tanto de la naturaleza como de los ámbitos
sociales (guerras, actos terroristas, accidentes, crisis sociales, etc.), llevaron
a Benyakar (2006) a un estudio en profundidad de las relaciones existentes
entre el devenir de la realidad material y su procesamiento a nivel de la
realidad psíquica. Las discusiones acerca de esta distinción entre el mundo
como entidad física y la mente que lo procesa han dado lugar a las grandes
escuelas filosóficas. No forma parte de los objetivos de esta tesis hacer un
recorrido por ellas; sin embargo, resulta conveniente retomar esta vieja
distinción establecida por Freud en los albores del psicoanálisis en tanto
sienta las bases para la clara distinción por la que brega Benyakar entre el
mundo de lo fáctico y el mundo de lo psíquico.
El autor establece que con frecuencia suele desdibujarse esa distinción,
en especial cuando se hace referencia a la noción de lo traumático, con-
fundida a menudo con fenómenos propios del ambiente físico, quitándose
la especificidad psíquica que tiene este concepto y que, según este autor,
debiera reivindicarse. Es así que insistentemente se connotan determina-
das situaciones por las que atraviesan los sujetos como de traumáticas,
olvidándose que los hechos podrán eventualmente devenir en traumáticos,
pero no son traumáticos en sí mismos. La vida cotidiana ofrece múltiples
ejemplos de esto. Con asiduidad se observa cómo personas que han estado
sometidas a experiencias terribles no presentan daño psíquico, en cambio
otras, aun frente a situaciones que aparentemente no supondrían gran
impacto, resultan psíquicamente afectadas. De modo tal que el devenir
traumático de una experiencia dependerá de las posibilidades de trami-
tación psíquica con las que cuenta el sujeto.
Benyakar (2006) distingue, a partir de la magnitud y la potencialidad
traumatogénica de los estímulos provenientes del mundo de lo fáctico:
eventos y entornos disruptivos. Define el entorno disruptivo como aquel

medio humano y físico masivamente distorsionado por la ocurrencia de


hechos disruptivos, que instalan una deformación ambiental, que puede
devenir crónica. Los entornos disruptivos son aquellos contextos vitales
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en los que se dislocan las relaciones entre las personas y entre éstas y el
medio físico y social. (p. 69)

Según este mismo autor, un entorno disruptivo, independientemente


de que se trate de una guerra, una situación crónica de terrorismo o de
crisis económica, supone una distorsión crónica del ambiente al que per-
tenece el sujeto, que conlleva el riesgo de generar un vivenciar traumático
que afectará su funcionamiento psíquico. El evento disruptivo, en cambio,
remite a un acontecimiento identificable y delimitado en tiempo y espacio,
que origina lo que el autor denomina la vivencia traumática.

Metabolización e importancia
de la función cometabolizadora

La prematurez humana requiere de la presencia de un otro experiente,


el semejante auxiliador, imprescindible para el procesamiento de toda
esa estimulación a partir de la acción específica, forma en que Freud
(1897/1986) define las conductas de alimentar, abrigar, limpiar, cuidar,
propias de la interrelación de la díada en los comienzos de la vida y que
rescatan al pequeño ser de ese desamparo inicial. Estos comportamientos
tendrán luego, según sus propias palabras, «las más hondas consecuencias
para el desarrollo del individuo» (pp. 362-363). Se concluye entonces que
si bien el mundo de lo fáctico tiene existencia material independien-
temente del sujeto, para el sujeto aquel existirá a partir de su mundo
psíquico, que a su vez se constituye, estructura o desarrolla (según la
posición metapsicológica de la que se parta) a partir de ese encuentro
significativo con el otro.
Las diferentes posiciones metapsicológicas dentro del modelo psi-
coanalítico tienen a su vez sus propios modelajes teóricos sobre la consti-
tución y el funcionamiento del psiquismo; no obstante, la consideración
de distintas localidades psíquicas (punto de vista tópico), las relaciones
entre los distintos espacios (punto de vista dinámico) y el aspecto energé-
tico implicado en los procesos (punto de vista económico) son comunes
a todas ellas. También existe coincidencia en considerar la actividad de
representación y, por ende, los procesos de simbolización, como el modo
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específico de procesamiento psíquico de los datos ofrecidos a los sentidos,


provengan ya del exterior como del interior.
Aulagnier (1977), quien realizó un replanteo metapsicológico a par-
tir de la clínica de la psicosis, fundamentalmente a partir del discurso
del paciente psicótico, entendió necesario realizar desarrollos teóricos
acerca de la actividad psíquica cuando aún no hay yo ni discurso. Su
modelo privilegia también esa tarea específica del aparato psíquico que
es la actividad de representación. Utilizando una metáfora biológica,
la definió como «el equivalente psíquico del trabajo de metabolización
característico de la actividad orgánica» (p. 23). Todo estímulo provenien-
te del mundo de lo fáctico (soma o mundo externo) es heterogéneo al
psiquismo, imponiéndole la exigencia de un trabajo de metabolización
para convertirlo en homogéneo y, por lo tanto, pasible de ser utilizado
para su desarrollo.
El desarrollo dentro de un entorno disruptivo encierra el riesgo de que
se establezca una disfunción procesal. Ya no se trataría de la desarticula-
ción del afecto de su correspondiente representación en una determinada
vivencia asociada a un evento disruptivo acotado en tiempo y espacio,
sino que quedaría afectado el proceso articulador mismo, dando lugar a
lo que en este modelo se define como vivenciar traumático. En la medida
que refiere a la constitución psíquica, remite necesariamente a la historia
infantil y al modo en que se fue instalando la modalidad procesual. Es aquí
que cobra importancia la figura del otro, en especial el objeto maternante,
en su rol de agente de la función cometabolizadora.
Para el normal desarrollo del proceso articulador se requiere de una
cierta armonía entre las capacidades de metabolización del infans y las
funciones del entorno significativo, que comprende «las funciones de
cometabolización maternantes y paternantes, y las del núcleo familiar
directo —como a las ejercidas por el entorno humano ampliado— que
comprende el marco social de pertenencia» (Benyakar y Lezica, 2005, pp.
145-146). Desde esta perspectiva, entonces, se comprenderá que no tendrá
el mismo efecto a nivel del proceso articulador, la pertenencia a un entorno
disruptivo, pero en el marco de un medio familiar más armonioso que
puede constituirse en sostén y continente, que en otro donde prevalezca
un clima dominado por la agresión y el desencuentro entre sus miembros.
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El primero se caracterizará por la eficacia cometabolizadora y tendrá la


potencialidad de neutralizar el efecto traumaotogénico del entorno dis-
ruptivo; el otro, en cambio, seguramente favorecerá el establecimiento de
una disfunción en el proceso articulador que dará lugar al vivenciar trau-
mático, con las concomitantes consecuencias para el ulterior desarrollo
del psiquismo.

Una investigación

Se presenta un estudio descriptivo comparativo entre dos grupos de escola-


res de funcionamiento divergente que asisten a tercer y cuarto grado de una
escuela perteneciente a un contexto de pobreza de la ciudad de Montevideo.
La investigación se ejecutó en dos etapas. En la primera se realizó un scree-
ning a todos los niños (106 casos) que asistían a los grados mencionados,
con el objetivo de identificar los de mejor y peor desempeño. En la segunda
se llevó a cabo el estudio en profundidad de los 25 casos identificados como
de peor (14 casos) y mejor (11 casos) funcionamiento a nivel del rendimiento
y de las habilidades básicas para el aprendizaje y la socialización, con el
objetivo de estudiar los efectos del entorno disruptivo sobre el psiquismo
y, en especial, la incidencia de la función cometabolizadora.
Para el estudio de dicha función, se diseñó un instrumento que pre-
senta un formato similar al de otras Técnicas Proyectivas Temáticas; el Test
de Apercepción Temática (TAT), creado por H. Murray (1935/1979) fue
el referente más directo. Mantiene las características básicas del modelo
original en tanto está compuesto por una serie de sucesos o contingencias
materializados en diversas láminas (imágenes visuales), a partir de las
cuales el sujeto es invitado a construir una historia. Todas ellas persiguen
el objetivo de mantener un margen importante de ambigüedad e impre-
cisión, de forma tal de favorecer la proyección de la realidad interna del
sujeto. La interpretación singular de cada una de las escenas presentadas
da lugar a una serie de narraciones en las cuales se traducirán expectativas,
temores, deseos y conflictos en los que se anudan la particularidad de la
imagen concreta y la subjetividad de quien la percibe.
Esta técnica procura —al igual que su inspiradora, el TAT— la obten-
ción de relatos a partir de los cuales se infieran las vivencias infantiles.
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Desde el punto de vista técnico, la consigna de trabajo siguió las pautas


establecidas por el propio Murray para el TAT, a saber: solicitar al niño la
producción oral de una historia (cuento) que signifique lo que acontece en
la lámina (presente narrativo), lo ocurrido antes (pasado o motivos de la
escena actual) y lo que va a ocurrir con posterioridad (futuro o desenlace
del relato). El relato debe incluir, asimismo, las acciones, los pensamientos
y los sentimientos de los personajes.
Se trata de ocho láminas diseñadas a partir de imágenes extraídas de
un banco de fotos de uso libre al cual se accede a través de Internet. Se
trabajó sobre ellas con el objetivo de tornarlas menos definidas y, por lo
tanto, favorecer el mecanismo proyectivo que subyace a la producción del
relato por parte del sujeto que responde ante ellas.
Se seleccionaron escenas que favorecieran la expresión de vivencias,
proyección mediante, vinculadas al aprendizaje y la socialización, por
un lado, y que evidenciaran también las capacidades de los niños para la
metabolización del padecer y el ejercicio de la función cometabolizadora,
en tanto figura de sostén y contención, habilitante de la metabolización y,
por lo tanto, del crecimiento psíquico.
En relación con el primer grupo de láminas, se pretendió contemplar
el aprendizaje desde diferentes perspectivas: escolar, familiar, incluyéndose
también una «escena paradigmática de aprendizaje»: la adquisición de la
marcha (Fernández, 1997). Algunas de estas láminas contemplaron más
específicamente los aspectos vinculados a la socialización, a través de la
puesta de límites y aspectos relacionados con el disciplinamiento por parte
del adulto. Finalmente, se seleccionaron cinco láminas para la exploración
de estos aspectos: «niño aprendiendo», «familia y aprendizaje», «travesu-
ra», «aprendiendo a caminar», «regaño».
En cuanto al segundo grupo, se seleccionaron tres láminas que ofrecen
un personaje central, que en virtud de su actitud y gestualidad se muestra
en un evidente estado de padecer o sufrimiento. Estas son: «mujer lloran-
do», «bebé llorando», «hombre llorando».
A continuación, se describen y presentan cada una de las ocho láminas
utilizadas en la investigación.
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Lámina 1: Niño estudiando. Presenta un niño en una situación equiparable


con la de una tarea escolar, de aprendizaje o derivada de la misma, en
virtud de la presencia de objetos asociados a dicha tarea (cuaderno o
libro, mesa, portalápices), y la actitud del niño frente a los mismos, lo
suficientemente neutra como para que se desplieguen diferentes sen-
timientos, incluso contrapuestos (contento, aburrido, etc.). Procura
explorar las fantasías del niño en relación con el aprendizaje. En tanto
se trata de un único personaje, resulta de interés la presencia de otros
en el relato (padres, maestros, pares, etc.), así como el rol asignado a los
mismos (ayudan, obligan, etc.).
Lámina 2: Mujer llorando. Muestra una mujer en actitud de padecimiento.
Con ella se pretende observar la capacidad del niño para percibir el
dolor psíquico y la tramitación que del mismo da cuenta en la cons-
trucción de su relato. Al igual que en la lámina precedente, solo hay
un único personaje por lo que también importa la inclusión de otros,
así como las cualidades con las que son incorporados a la narración
(agentes del sufrimiento, continentes del mismo, etc.).
Lámina 3: Familia y aprendizaje. Se caracteriza por presentar una si-
tuación equiparable a una escena familiar. Se identifican claramente
dos adultos (hombre y mujer) y dos niños (nena y varón) en un clima
general de disfrute donde la asistencia del adulto al niño en un gesto
de ayuda, acompañamiento o enseñanza está notoriamente presen-
te. El objetivo de esta lámina es indagar acerca de las vivencias del
niño en relación con la situación familiar y, en especial, del vínculo
de sostén de las figuras maternantes y paternantes al sujeto infantil
frente a tareas vinculadas a un aprendizaje, más alejado de lo escolar
en este caso.
Lámina 4: Bebé llorando. Exhibe un bebé llorando con intensidad en pri-
mer plano y una figura femenina adulta difusa en un segundo plano.
Se representa una imagen de desvalimiento colocada en el infante y un
otro difuso para que puedan desplegarse tanto vivencias de cualidad
positiva (la figura adulta contiene y resuelve el estado de tensión) como
negativas (no contiene e incluso incrementa el estado de tensión). In-
teresa especialmente, por lo tanto, la inclusión o no y el rol asignado
a la figura maternante ubicada en segundo plano.
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Lámina 5: Travesura. Presenta dos niños pequeños en actitud de haber co-


metido una travesura cuyo desenlace es convertir el entorno doméstico
de la sala en un sitio de suciedad y desorden. El objetivo es observar
si son, y de qué manera, incluidas las figuras paternantes en el relato.
Interesa valorar si predominan los aspectos punitivos de la puesta de
límites o los de cuidado, o coexisten ambas situaciones. Se trata de
una lámina que presenta solo dos personajes infantiles de corta edad,
por lo que la inclusión del adulto es también especialmente observada.
Lámina 6: Aprendiendo a caminar. Ofrece la imagen de un niño que pa-
rece estar dando sus primeros pasos. En un segundo plano, en forma
indefinida se contempla una segunda figura. La escena remite al apren-
dizaje de la marcha como escena paradigmática de un aprendizaje que
inaugura la autonomía y un mayor control corporal. Se analiza con ella
las vicisitudes en relación con este aprendizaje y el lugar que ocupan
en él las figuras paternantes.
Lámina 7: Hombre llorando. Es una equivalente a la lámina 2, pero el
adulto que se ofrece en situación de sufrimiento es en este caso una
figura masculina. Al igual que con la 2, interesa la captación de la
actitud de padecimiento del personaje, la tramitación que se le da al
mismo y la presencia o no de otros que oficien de contención y sostén,
así como de agentes provocadores del mismo. La inclusión de una
figura masculina en esta lámina y la femenina en la otra pretendió
contemplar las vicisitudes identificatorias, aunque se aplicaron ambas
tanto a niños como a niñas.
Lámina 8: Regaño. Presenta una escena que puede ser catalogada de re-
gaño. Una figura femenina adulta se dirige en actitud de reproche,
advertencia o rezongo a un personaje infantil masculino que ostenta
un franco malestar. Se espera que a través de la narración obtenida
puedan explorarse los conflictos con la autoridad, la disciplina, los
límites y el clima vincular reinante. Interesa observar si existe incor-
poración del límite o no.

Para el análisis de esta técnica se utilizó la clásica diferenciación entre


análisis formal y análisis de contenido como categorías generales para
todas las láminas, con adaptaciones específicas. Para el análisis formal
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de los relatos: se estudió la capacidad de despliegue de la fantasía en la


construcción de una narración coherente que contemple las característi-
cas literarias de cualquier cuento: apertura, desarrollo, desenlace, y con el
involucramiento de personajes que realizan una serie de acciones, acompa-
ñados de pensamientos o sentimientos en un devenir temporal integrado.
Se atendió también a la coherencia lograda. Es así que se establecieron las
siguientes dimensiones:

1. Relato predominantemente imaginativo (I): caracterizado por un


cuento en el cual se identifican con claridad la apertura, el desa-
rrollo y desenlace como momentos coherentemente integrados,
en una trama en la que participan los personajes presentes en la
lámina junto con otros introducidos al servicio de la riqueza del
relato. Se incluyen acciones variadas, así como los sentimientos o
pensamientos de los personajes.
2. Relato pobremente imaginativo (I-): aquí es posible identificar una
cierta secuencia, otros personajes y algún número de acciones,
aunque en forma mínima. Lo central de esta categoría es que, si
bien logra introducir contenidos no presentes en la lámina, estos
son muy limitados. La existencia de incongruencias temporales o
las fallas en la coherencia del relato también fueron ubicadas en
esta dimensión.
3. Relato predominantemente descriptivo (D): básicamente describe
el o los personajes de la lámina, adjudicándoles únicamente la o
las acciones más evidentes que se desprenden de la observación de
la misma. No se logra la construcción de un cuento propiamente
dicho con su apertura, desarrollo y desenlace, con su secuencia
temporal correspondiente. Los pensamientos o sentimientos tam-
bién están reducidos a su mínima expresión, desprendiéndose de
la mera percepción.

Para el análisis de contenido se estudió la capacidad para captar el tema


propuesto por la lámina. La presencia del otro y su cualidad se consideró
un indicador de la función cometabolizadora. Se contempló también la
inclusión de eventos disruptivos en los cuentos, es decir, hechos o acciones
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que pueden ser catalogados de alto impacto para el psiquismo infantil.


De este modo, las dimensiones establecidas fueron:

1. Consideración del tema propuesto por la lámina, en el relato.


2. Presencia del otro en el relato: además del o los personajes ofreci-
dos por la lámina, se analizó si aparecen otros diferenciados (ma-
dre, padre, subrogados paternos, hermanos, etc.) o indiferenciados
(personas, gente, uno, otros, médico, escuela, trabajo, etc.).
3. Cualidad de la presencia del otro: positiva (ayuda, calma, abraza,
etc.), negativa (rezonga, abandona, castiga, etc.), neutra (aparece el
otro, pero no es posible determinarle el signo) o ambigua (el signo
cambia de negativo a positivo o viceversa, en el devenir del relato).
4. Presencia de eventos disruptivos en los relatos (separaciones pa-
rentales, muertes, abandonos u otras situaciones de violencia).

La primera categoría tuvo como objetivo la observación de los proce-


sos de simbolización en la producción narrativa o, dicho en términos del
marco conceptual de esta investigación, los procesos de metabolización. La
segunda permitió observar si temas como el dolor psíquico, el aprendizaje
en sus diferentes perspectivas es tomado o no por los niños. La tercera es
tal vez la más importante en cuanto a que se vincula más directamente
con la función cometabolizadora y la última se constituyó en una catego-
ría emergente en tanto resultó llamativa la presencia reiterada de lo que
se denominó eventos disruptivos en las láminas (muertes violentas, por
negligencia, robos, encarcelamientos, etc.).
Se consideró que este instrumento mostraría las posibilidades de los
niños para contactarse con situaciones de padecimiento, el lugar que
ocupa el otro cometabolizador ante el sufrimiento, así como la presencia
de lo disruptivo y la tramitación que de ello se puede inferir. A su vez,
la asociación de categorías resultó útil para observar el rol que juega el
otro cometabolizador frente a una situación de padecer o incluso de
aprendizaje.
Se tomaron como indicadores de buen funcionamiento los procesos
de metabolización expresados en relatos predominantemente imaginati-
vos, la consideración de la realidad, en tanto se integra el tema propuesto
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por la lámina, la presencia de la función cometabolizadora, evidenciada a


través de la presencia y cualidad del otro en el relato, y el poco peso de lo
disruptivo en las historias o con una tramitación adecuada, ya sea por el
desenlace o por el sostén ofrecidos a los personajes.
En la mayoría de los casos del primer grupo (peor funcionamiento),
se observan dificultades para el desarrollo del relato en al menos una
lámina. En el otro grupo, en cambio, tal condición se cumple en mucho
menor grado. Este indicador sugiere la presencia de dificultades para la
metabolización del estímulo perceptivo presentado en los niños pertene-
cientes a ese grupo, dando cuenta de la afectación de la capacidad para la
simbolización. Este resultado acompañaría los hallazgos de los equipos de
investigación que han encontrado restricciones en la capacidad simbólica
de los niños con problemas de aprendizaje (Schlemelson, 2016).
Es de interés también analizar cuáles son los indicadores de mayor
peso para cada uno de los grupos en esta técnica. En el grupo de mejor
funcionamiento se repite el indicador «presencia de eventos disruptivos
en los relatos», tanto para la lámina 2 («Mujer llorando») como para la
lámina 7 («Hombre llorando»), en más de la mitad de los niños. Estos
niños mayoritariamente perciben el sufrimiento de ambos personajes y
tienden a atribuirlo a eventos fuertemente disruptivos.
En el grupo de peor funcionamiento, en cambio, el indicador más re-
presentativo es la «ausencia o cualidad negativa de la presencia del otro»,
que se repite en la mayoría de los casos, tanto para la lámina 2 («Mujer
llorando») como para la lámina 7 («Hombre llorando»).
En síntesis, puede decirse que en el grupo de mejor funcionamiento, lo
más significativo en la técnica temática es el peso que adquiere en los rela-
tos de los niños la presencia de eventos disruptivos en la trama argumental
de los mismos. En tanto en el otro grupo, lo es la ausencia del otro o la
cualidad negativa de su presencia. Ambos grupos comparten la ausencia
del tema esperado para la lámina 5 («Travesura») y producen narraciones
con eventos disruptivos frente a la lámina 2 («Mujer llorando»).
Se confirma en esta técnica que lo disruptivo se encuentra presente en
ambos grupos, pero en el primer grupo no surge el otro como figura de
sostén y contención que ejerza la función cometabolizadora, habilitadora
de la metabolización necesaria para el desarrollo del psiquismo.
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Comparando lo que sucede a partir de la lámina 2 («Mujer llorando»),


en el grupo más afectado, los relatos son mayoritariamente pobres (des-
criptivos o pobremente imaginativos), en tanto en el otro grupo no existen
las descripciones, predominando los relatos imaginativos.
El análisis de la presencia del otro en los cuentos muestra que en el
grupo de riesgo alto, la mayoría no integra al otro en su relato o lo hace
con cualidad negativa.
El análisis de los resultados obtenidos ante la lámina 4 («Bebé llo-
rando») profundiza lo hallado en la lámina anterior, en la línea de la
diferencia entre ambos grupos en cuanto a la presencia del otro y su
cualidad frente a circunstancias donde el personaje se encuentra en si-
tuación de vulnerabilidad y necesitado de contención. Resulta llamativo
que la mitad del grupo de riesgo alto adjudique una cualidad negativa a
la presencia del otro. Tratándose de un bebé llorando, expresión de un
alto grado de vulnerabilidad, es llamativo que la figura adulta que se
encuentra integrada en el 100% de los relatos no lo haga desde un rol
de amparo o sostén. Al igual que en la lámina anterior, el otro aparece
más como agente del sufrimiento que como figura de contención. En el
grupo de mejor funcionamiento, en cambio, no se constata la existencia
de ningún caso que le adjudique cualidad negativa a la presencia del otro.
La mayoría de los relatos en este grupo dan cuenta de la presencia de un
otro empático y con posibilidades de sostener el estado de vulnerabilidad
representado en la lámina.
A su vez, el grado de elaboración de las producciones narrativas es
notoriamente superior en este último grupo, donde predomina netamente
la presencia de relatos imaginativos. En el primer grupo los relatos son
descriptivos o pobremente imaginativos en más de la mitad de los casos.
La última lámina —que pertenece al grupo de las que indagan las vi-
vencias en torno al padecer psíquico—, 7 («Hombre llorando»), confirma
la diferencia a favor de un mayor nivel de elaboración en el grupo de mejor
funcionamiento, que presenta narraciones fundamentalmente imaginati-
vas. En el otro grupo, en cambio, se constata la presencia de muchos relatos
caracterizados por dar cuenta de una pobreza imaginativa.
El tratamiento del tema sufrimiento se encuentra presente en la
mayoría de los relatos de ambos grupos y, nuevamente, es el análisis
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del indicador referido a la presencia del otro lo que diferencia a ambos


grupos. En el grupo de peor funcionamiento prácticamente no aparece
incluido el otro en el relato con cualidad positiva, en cambio en el otro
grupo tal condición alcanza a la mayoría. En este último grupo no se
constata la inclusión del otro cualificado negativamente, en contraste
con el primer grupo, en el que se constata tal condición para la mayoría
de los casos. Si se le suma el relato con ausencia de otro, prácticamente
se arriba al 91% de los casos que no pueden incluir al otro como figura
de sostén y contención.
Conjuntamente con su lámina equivalente (lámina 2: «Mujer lloran-
do») es la que más eventos disruptivos presenta en sus relatos, en cifras
similares para ambos grupos.
La lámina 1 («Niño estudiando») fue la que mejor expresó las fantasías
de los niños en relación con el aprendizaje escolar, puesto que la totalidad
de los niños contempló el tema en su relato. Se observa que en el grupo
de mayor riesgo predomina la connotación negativa o ambigua del apren-
dizaje, y no existe prácticamente la valoración positiva. En el otro grupo,
en cambio, la situación se invierte, la mayoría lo asocia a una experiencia
positiva, aunque algunos casos no se definen, manteniendo la cualidad
ambigua o neutra, pero prácticamente ningún niño de este grupo produce
relatos en los que el aprendizaje aparezca cualificado en forma negativa
(aburrido, enojado, triste, no sabe, etc.).
Dado que la presencia del otro en los procesos de enseñanza-aprendi-
zaje es muy relevante, resulta interesante realizar el análisis conjunto del
indicador presencia del tema aprendizaje con el indicador presencia del
otro. De este análisis se desprende que en el grupo de mejor funciona-
miento la presencia de otro en relación con el aprendizaje es contundente,
aunque no necesariamente positiva en todos los casos, dado que casi la
mitad de los niños le asigna una valoración neutra o ambigua. No obstante,
la otra mitad le asigna a la presencia del otro un valor positivo.
En el otro grupo, y este parece ser un hallazgo significativo para la pre-
sente investigación, ningún niño cualifica positivamente la presencia del
otro en relación con el aprendizaje, con un número importante de niños
que incluso ni siquiera incluye al otro (incorporación de otro personaje) en
su relato o connota su presencia en forma negativa (rezonga, aburre, etc.).
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Es decir, la mayoría de los casos no percibe al otro como figura de sostén


para el aprendizaje escolar. El mejor resultado en este grupo es la visuali-
zación neutra o ambigua del otro.
La mitad de los niños de ambos grupos cualifica la presencia del otro
en forma neutra o ambigua. Esto podría constituir una situación preocu-
pante o auspiciosa para cualquiera de los grupos en la medida que existe
otro con la potencialidad de convertirse en una figura tanto negativa como
positiva. La condición neutra o de ambigüedad otorgada al personaje adi-
cionado implica fundamentalmente un grado de incertidumbre en rela-
ción con el rol ejercido por el otro.
La lámina 3 («Familia y aprendizaje») fue la que más dificultad ofreció
para el desarrollo de un relato con riqueza imaginativa en el grupo de
peor funcionamiento, en el que predominaron las meras descripciones y
las historias pobremente imaginativas, y se presentaron dificultades para
estructurar una narración de contenido simbólico. En el otro grupo, en
cambio, esto se constata en muy pocos casos.
El análisis de los datos obtenidos a partir de la lámina 5 («Travesura»)
muestra que si bien tiende a predominar el relato de tipo imaginativo
en el grupo de peor funcionamiento, puesto que se presenta en más de
la mitad de los casos, también se encuentran producciones pobremente
imaginativas y meras descripciones de la lámina en muchos casos (casi en
el 40%). En el otro grupo, en cambio, solo un niño presenta una narración
pobremente imaginativa.
La cualidad que se otorga a la presencia del otro, en cambio, vuelve a
diferenciar a los grupos. En el primer grupo la cualidad positiva práctica-
mente no es otorgada al otro (padres o subrogados), la mitad de los casos
lo incluyen con cualidad neutra o ambigua y un número relativamente
importante (más de un tercio) le adjudica cualidad negativa a su presencia.
En el segundo grupo se invierten prácticamente estas cifras, la mayoría de
los relatos incluyen al otro con cualidad positiva.
En cuanto a la lámina 6 («Aprendiendo a caminar»), la presencia de
relatos de tipo imaginativo en el primer grupo se da en la mitad de los
casos, pero también tienen representatividad las producciones pobremente
imaginativas y aun las descriptivas. En el otro grupo predominan amplia-
mente las producciones imaginativas.
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La cualidad otorgada a la presencia del otro nuevamente diferencia


a los grupos. En el grupo de buen funcionamiento, el otro aparece en el
relato connotado positivamente en casi todos los relatos, situación que
se presenta en la mitad de los casos del otro grupo, aunque la diferencia
más sustancial radica en la presencia de la connotación negativa o neutra/
ambigua que aparece en el 43% de los casos. Es sin duda llamativo que
la mitad de este grupo cualifique negativamente la presencia del otro en
una escena que muestra a un niño pequeño dando sus primeros pasos.
La adquisición de la marcha constituye, al decir de Fernández (1997), una
escena paradigmática del aprendizaje, la cual determina un mayor nivel
de autonomía en virtud del control corporal que implica.
La lámina 8 («Regaño»), la última de las que pretenden explorar las
vivencias de los niños en relación con el aprendizaje y la socialización,
dispara relatos imaginativos en la mayoría de los niños de ambos grupos,
pero el tema esperado para la lámina no aparece muy representado en el
grupo de peor funcionamiento, en tanto sí lo hace en el otro grupo. Nue-
vamente se asiste a una inversión de resultados. Es decir, el primer grupo
no produce mayoritariamente en esta lámina relatos en los que se visualice
una efectiva incorporación de límites o alguna actitud reparatoria, en
cambio el otro grupo sí lo hace.

A modo de síntesis

Un screening instrumentado como primera etapa de la investigación identifi-


có que dos grupos de niños pertenecientes a un mismo nivel socioeconómico
bajo presentaron, no obstante, funcionamientos muy divergentes a nivel fun-
damentalmente de los aprendizajes y de las habilidades básicas necesarias.
La dotación intelectual de base no explica estas diferencias; no se encon-
traron niños ni con funcionamientos de retardo mental ni sobredotación
intelectual que pudieran dar cuenta de la discrepancia antes mencionada.
La técnica temática diseñada mostró a su vez varias diferencias, pero
también algunas semejanzas. Las diferencias más notorias se hallaron a ni-
vel de los procesos de simbolización, proceso que subyace a la producción
de los relatos. Las narraciones de los niños en riesgo fueron pobremente
imaginativas, y abundaron las producciones meramente descriptivas. Esta
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situación no se presentó en el otro grupo, que se caracterizó por producir


relatos donde predominó la riqueza imaginativa.
La otra diferencia sustancial la constituyó la presencia y la cualidad de
la presencia del otro en los relatos. En el grupo de mejor funcionamiento
predominó la inclusión de personajes con una cualidad positiva en su in-
tervención sobre las peripecias argumentales, a diferencia del otro grupo,
donde fue muy frecuente que no se incluyeran personajes secundarios y,
si se lo hacía, a menudo tenían una connotación negativa.
Este constituye uno de los hallazgos más significativos de esta inves-
tigación, en tanto la figura del otro que asiste, sostiene y contiene, sus-
trato de la función cometabolizadora, es central para las posibilidades de
metabolización psíquica de los estímulos disruptivos provenientes de un
entorno disruptivo como el de la pobreza.
La exposición crónica a un entorno disruptivo encierra la potenciali-
dad del desarrollo de un vivenciar traumático que afecta la constitución
misma del psiquismo. Ya no se trata de la posibilidad de la presencia de
una única vivencia traumática con su efecto patógeno, sino de toda una
estructuración psíquica afectada que podría determinar el derrotero de
toda una existencia. En estos niños las dificultades exhibidas a nivel de los
aprendizajes podrían estar dando cuenta de ello.
Por otro lado, el impacto del entorno disruptivo pudo ser visualizado en
ambos grupos de niños, pero la diferencia radicó en la posibilidad de una
mejor metabolización en función de la presencia del otro cometabolizador.

A título ilustrativo

Se presentan a continuación algunos relatos de ambos grupos con la finali-


dad de ilustrar los resultados presentados en los párrafos precedentes. Los
primeros tres relatos pertenecen a niños del grupo de peor funcionamiento
y los tres subsiguientes, al otro grupo.

Lámina 2: Mujer llorando

Había una vez una señora muy triste, estaba llorando porque su marido
falleció y se lo llevaron al hospital. Después ella fue al hospital a visitarlo
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y le dijeron que estaba muerto, ella se desmayó y se quedó en una camilla


desmayada y le dieron unos medicamentos y fin.

Se trata de un relato pobremente imaginativo (I-) en tanto presenta es-


caso desarrollo del contenido con cierta incongruencia entre pasado, pre-
sente y ausencia de futuro. El tema de la lámina está claramente expresado
(SI): «señora muy triste» y aparece la presencia de un otro indiferenciado:
«le dijeron», «le dieron unos medicamentos», que no se destaca por su rol
continente y sostenedor (O+-). Presenta claramente un evento disruptivo
en el relato (SI): muerte del esposo, y no aparece un otro diferenciado
capaz de ejercer una función cometabolizadora adecuada que ayude a la
tramitación del dolor psíquico («se quedó en una camilla desmayada y le
dieron unos medicamentos»).

Lámina 4: Bebé llorando

Un bebé. Está llorando porque su madre se fue y lo dejó en la casa porque


él no le había hecho caso. Él no entendía porque era chiquito. Entonces la
madre lo dejó encerrado en la casa y tá, no volvió la madre.

El tema está presente (SI) en un relato imaginativo (I) cuya trama


central es el abandono del bebé, evento disruptivo (SI), por parte de una
madre incapaz de empatía con el infante que no entiende. El otro está
claramente presente, pero con una connotación negativa (O-), no puede
calmar ni sostener, con lo que aumenta el desvalimiento del bebé.

Lámina 7: Hombre llorando

Está llorando. Había una vez un señor muy triste que estaba muy tris-
te y estaba llorando y después se pelearon. Su señora estaba muy triste
porque su señora perdió a su hijo y después se separaron y cada uno se
fue a su casa.

Se trata de un relato pobremente imaginativo (I-) que incluye otros


personajes, pero articulados pobremente, sin desarrollo y sin una función
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de contención. El otro es fundamentalmente traído al relato desde su lugar


de agente del sufrimiento (O-). La secuencia temporal tampoco es clara. El
tema de la lámina está claramente presente (SI) y la presencia de eventos
disruptivos también (SI): separación y muerte. La función cometaboliza-
dora es fallante. La tristeza por la muerte del hijo no puede ser sostenida,
y origina pelea y separación.

Lámina 2: Mujer llorando

Es una mujer, ¿no? Hay que inventar. Antes se peleó con el hijo y por eso
está llorando, y después fue a la casa del hijo a arreglarse… con el hijo. A
arreglarse con el hijo por la pelea. [¿?] Porque él no quería criar al nieto
de la madre, ¿no? Tá. [¿?] Su madre se arreglaba con el hijo y el hijo criaba
al nieto.

Relato breve pero imaginativo (I) que contempla el tema propuesto


(SI). En este caso, el evento disruptivo (SI) se encuentra presente en la
no crianza de un niño y la pelea madre -hijo que esto ocasiona. En este
cuento, la presencia del otro es de doble signo (O+-) en virtud de varios
elementos: la pelea madre-hijo con su ulterior reconciliación, así como las
tendencias encontradas hacia el niño (abuela que quiere al nieto, en tanto
el hijo, no, en una primera instancia).

Lámina 4: Bebé llorando

Unos señores tuvieron a un hijo y como no tenían plata para darle de


comer, le dijeron a la vecina si lo quería porque ellos no tenían plata para
darle de comer, y la vecina le dijo que sí, que le encantaba tener un hijo,
y lo empezó a cuidar la vecina con mucho cariño al bebito… Lo llevaba
al médico cuando se sentía mal. Los padres lo iban a ver todos los días
y fue creciendo hasta que cumplió un año. La vecina le hizo una fiesta,
invitaron a los familiares del bebé y a los vecinos a festejar su primer
añito. ¿Acá? El bebé lloraba cuando vivía con los padres, por la comida.
¿Pasar? Va a ser inteligente porque la vecina no lo va a dejar faltar nunca
a la escuela.
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El relato es claramente imaginativo (I) y contempla el tema invocado


por la lámina. El evento disruptivo presente (SI) remite a la incapacidad
de las figuras paternantes para tomar a su cargo el cuidado básico del in-
fante, que debe ser entregado a un subrogado, pero en una suerte de acto
extremo de amor. No obstante, surge prontamente en el relato una figura
subrogante que logra hacerse cargo de la función, incluso a pedido de los
propios padres concientes de su incapacidad. Por esta razón se cualificó al
otro con signo positivo (O+). El relato hace referencia al «cariño», el bebé
como objeto valorado y su relación con lo mental («va a ser inteligente
porque la vecina no lo va a dejar faltar nunca a la escuela»).

Lámina 7: Hombre llorando

Un señor estaba triste porque la madre se le había muerto y todos los días
iba a la librería a buscar el libro para que así la mujer le leía un libro y to-
dos los días así. [¿Por qué?] Se le iba la tristeza. [¿Qué libro?] Le gustaban
muchos libros. Lo ponían contento los libros y era algo que le distraía la
mente, porque si no le leía un libro, pensaba que la madre está muerta.

Se trata de un relato imaginativo (I) que respeta el tema (SI), contiene


un evento disruptivo (SI): muerte de la madre, pero con la presencia del
otro diferenciado con cualidad netamente positiva (O+): la mujer que «le
leía un libro» que mitigaba su tristeza. Otro aspecto relevante del relato
es la presencia de la mente y el pensamiento como espacio y acciones
psíquicas generadores de efectos. ◆
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Resumen

El trabajo tiene como objetivo compartir algunas observaciones realizadas


recibido: junio 2018 - aceptado: julio 2018

a partir de una investigación doctoral acerca de los efectos de la pobreza


en la estructuración psíquica. La misma se realizó en el marco del grupo
de investigación sobre Psicoanálisis de lo Disruptivo coordinado por el
Dr. Moty Benyakar dentro del Doctorado en Psicología de la Universidad
del Salvador (Buenos Aires, Argentina), con colaboración de la Asociación
Psicoanalítica Argentina.
El grupo conceptualiza la pobreza como entorno disruptivo, en tanto
realidad fáctica caracterizada por múltiples distorsiones, alteraciones y
carencias que constituyen una deformación ambiental crónica, con intensa
potencialidad traumatogénica. No obstante, el devenir propiamente trau-
mático solo se constituirá a partir de las fallas en la elaboración psíquica,
siendo subsidiarias de los fracasos en las funciones de metabolización y
cometabolización.
A partir de los aportes metapsicológicos de Aulagnier, se analizarán las
características del funcionamiento psíquico de niños provenientes de estos
contextos de vulnerabilidad social, constatándose situaciones divergentes
en cuanto a sus posibilidades de tramitación psíquica.

Descriptores: test / aprendizaje / investigación / niñez / resiliencia / medio ambiente


/ trauma / simbolización / fracaso / funcionamiento psíquico / desamparo
Candidato a descriptor: Pobreza

Summary

The paper shares some observations made in the context of a doctoral


research project on the effects of poverty on psychic structuring. The pro-
ject was carried out within the research group on Psychoanalysis of the
Disruptive, coordinated by Dr. Moty Benyakar as part of the Doctorate in
Psychology of the Universidad del Salvador (Buenos Aires – Argentina),
with the collaboration of the Asociación Psicoanalítica Argentina.
The group defines poverty as a disruptive environment, as a factual
reality characterized by multiple distortions, alterations and deprivations
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that constitute a chronic environmental deformation, with an intense


traumatogenic potential. Nevertheless, the traumatic course itself will
only be constituted on failures in psychic elaboration, which are subsidi-
ary to the failures of the functions of metabolizing and co-metabolizing.
Based on the metapsychological contributions of Aulagnier, the paper
will analyze the features of psychic functioning in children from these
contexts of social vulnerability, where divergent situations are found in
their possibilities of psychic elaboration.

Keywords: test / learning / research / childhood / resilience / environment /


trauma / symbolization / failure / psychic functioning / helplessness
Candidate keyword: Poverty

Bibliografía

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CONVERSACIÓN
EN LA REVISTA
(2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127): 177-209 | 177
issn 1688 - 7247

Entrevista al
Prof. Roberto Beneduce
Elías Adler1 y Marcelo Viñar2

¿Cómo concibe la relación entre la antropología que pone en práctica y


el psicoanálisis que pone en práctica?

La antropología, tal como la he practicado a través de los años, es algo


que fui afinando durante mi investigación doctoral en la École des Hautes
Études en Sciences Sociales, en París, bajo la supervisión de Marc Augé, y
que después desarrollé en los dos campos principales de mi investigación
(los cambios en el conocimiento médico tradicional y las consecuencias
de los recuerdos traumáticos en el África subsahariana, y la condición de
inmigrantes y solicitantes de asilo en Italia). Hay dos episodios específicos
en este recorrido, cuya significación ha sido decisiva —por lo menos, pien-
so que puedo decirlo así, haciendo una retrospectiva de mi trabajo— para
pensar le relación entre este conocimiento y el psicoanálisis.
El primero fue mi encuentro con los pacientes de un centro de salud
mental en Nápoles, en uno de los barrios más pobres de la ciudad, donde
la violencia y la marginación sociales eran el telón de fondo de la soledad
de la locura. En un contexto como ese, la terapia en el fondo significaba en-
contrarse con distintas narrativas y recuerdos del sufrimiento: por ejemplo,
los de un trabajador que había perdido su trabajo y estaba profundamente
deprimido, pero entonces inesperadamente se refirió a lo que él pensaba

1 Miembro asociado de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. eadler@vera.com.uy

2 Miembro honorario de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. marcelo@belvil.net


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que era la fuente de su sufrimiento, la muerte de su hermanita, que había


sido causada por un janara.
El janara es una figura mítica (el término también es usado para una
partera en dialectos de la región de Campania), que era a menudo con-
siderada responsable de la muerte o la enfermedad de recién nacidos y
de niños. Esta narración me reveló por primera vez el rol del mito, que
era vívidamente evocado en la historia de un trabajador sindicalizado
que había perdido su trabajo y se veía abrumado por la incertidumbre
económica, pero quien, en un momento de crisis, solo podía tratar de ex-
plicar lo que le había pasado a través de creencias populares. Para mí, este
resurgimiento de memorias culturales era como una traza preciosa que
permanecía en un mineral que revelaba la sucesión de épocas y aconteci-
mientos, y, distinguidas como historicidad y «duración» (durée), podían
obstinadamente verse mutuamente imbricadas (Bergson). Estos recuerdos
habían sido despertados, como esas reliquias solo aparentemente silen-
ciosas culturalmente de las que habla Michel de Certeau en The capture
of speech and other political writings [La captura del discurso verbal y otros
escritos políticos]. ¿Fue mi escucha cuando él se sentía abrumado, mi in-
terés por esa palabra, la oportunidad para su despertar? ¿Fue que yo no lo
presionaba hacia una receta o un tratamiento lo que lo llevó a la búsqueda
de algún conocimiento sumergido en él?
El segundo episodio tuvo lugar en África, en el mismo período, en las
montañas de Dogon, como parte de un proyecto de investigación sobre la
medicina tradicional y sus cambios, cuando estaba tratando con pacientes
afectados por epilepsia y sufrimiento mental, y el trabajo de los sanado-
res. Esa experiencia significó sumergirme en una cascada de metáforas,
nombres de lugares, conocimiento botánico y actitud cosmopolita local,
en la que el mito era como un incansable activador de un telar invisible
pedaleado por las palabras y los actos de las personas comunes, especial-
mente los sanadores. Un paciente joven que fue traído al Centro Regional
de Medicina Tradicional en Bandiagara, donde yo estaba trabajando, hizo
un confuso relato sobre haberle dado muerte a una serpiente que había
encontrado en un sendero mientras se escapaba tras haberle robado una
pequeña suma de dinero a su abuela. La serpiente era un animal altamente
significativo en las creencias de Dogon y su ontología animista-totémica.
entrevista al prof. roberto beneduce | 179
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Haber matado a esa criatura disparó una seria crisis de sufrimiento en el


paciente, agravada por su sentido de culpa por lo que le había hecho a su
abuela. Un encuentro con su familia y una reconciliación ritual con sus an-
tepasados volvió al joven paciente a la normalidad en unas pocas semanas.
La actividad del turismo y la cooperación para el desarrollo estaban muy
alejadas de esa escena: la vida de los mitos habitaba otra escena, silenciosa
pero dinámica. Era simplemente cuestión de esperar para que reemergiera
en la experiencia de sufrimiento de un joven paciente.
Ambos encuentros han dejado una marca en mi antropología, que está
anclada en la vida diaria, como sugiere Veena Das, en las cuestiones so-
cioeconómicas de sus mundos y en el conflicto moral, político y simbólico
que marcó sus ritmos (un trabajador de orígenes campesinos, agobiado
por la incertidumbre y el dolor de una pérdida de larga data; un joven
campesino Dogon agobiado por el sentido de culpa de haber violado el
principio de lealtad a sus ancestros y a una anciana integrante de su fami-
lia). Es una antropología preocupada por explorar la obstinada presencia
de las memorias culturales que «retornaban», como decía Freud, para sitiar
al presente, ofreciendo una matriz de sentido a través de la cual podíamos
continuar nuestro recorrido. Mi investigación antropológica comenzó en
el territorio de la crisis y el sufrimiento (de Martino), y necesariamente
cuestionó el cambio y fue una antropología dinámica, en el sentido que le
da Georges Baladier a la palabra.
En cuanto a mi psicoanálisis, aunque nunca completó un itinerario
ortodoxo, con los años he estado involucrado muy de cerca con círculos
teóricos y psicoanalíticos de varias escuelas. Formé parte de un grupo
lacaniano en Nápoles organizado por Sergio Benvenuto. Y nunca he inte-
rrumpido la lectura de los maestros. Podría resumirlo en dos anécdotas
que caracterizan mi relación con el psicoanálisis y cómo he continuado
en conversación con él como antropólogo y como psiquiatra.
La primera imagen es en Nápoles, cuando, siendo un joven estudiante
de medicina, hice trabajo voluntario en un hospital psiquiátrico, una ins-
titución que pronto cerraría gracias a lo que se conoció como la «reforma
Basaglia». Confrontarme con las más severas formas de alienación en ese
lugar hizo del análisis lingüístico una escucha intensiva, no diferente de la
del análisis. Fue mi profesor, Sergio Piro, quien me guió en este camino:
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él estudiaba el lenguaje de la esquizofrenia y hablaba con Rosolato y con


otros analistas de su tiempo.
Fue en esos lugares de abyección, crítica y transformación política que
aprendí a escuchar las palabras de los pacientes, así fueran gritadas o «sin
sentido». Era constantemente necesario inventar formas de escuchar y cui-
dar que pudieran oponerse a sus desesperanzados delirios en un ambiente
marcado por la indiferencia y el tratamiento farmacológico de rutina, cuya
meta central seguía siendo silenciar cualquier palabra perturbadora. En el
pabellón que había estado visitando durante algún tiempo, algunos pacientes
habían formado una pequeña asamblea, como era típico en esos tiempos de
protesta, para quejarse por la pobre calidad de la comida. Yo estaba total-
mente de acuerdo con su protesta y hablé de ello con el hombre a cargo del
pabellón, G. R. Era un psicoanalista sensible, que había tratado de aplicar el
psicoanálisis al cuidado de los pacientes institucionalizados. De todas mane-
ras, me sentí amargamente decepcionado por su respuesta, que también fue
una experiencia altamente significativa (siempre hay mucho para aprender
de la respuesta mediocre de otras personas): «No debe tomar su protesta de
forma literal —dijo—, simplemente están haciendo un pedido de maternaje».
Para mí, esta interpretación era la síntesis de una doble violencia —
epistemológica e institucional—, que se sentía autorizada para cancelar
la experiencia vivida por los pacientes y sus necesidades, imponiéndole a
su protesta un significado ajeno a ella, pero legitimado desde el conoci-
miento. El psicoanálisis que yo estaba buscando, por el contrario, siempre
buscaba entretejer el lenguaje cotidiano con el simbólico, lo social con lo
inconsciente —porque el mundo físico, como nos recuerda Bourdieu, no
es otro que su representación—. Significaba comprender cómo combinar
estos registros (historia, el descenso a la locura, la amenaza de crisis, los
mitos) y en qué punto el psicoanálisis (y la psiquiatría), por un lado, y la
antropología, por otro, podían encontrarse y entrelazarse.
Hay otro episodio que me gustaría recordar de mi experiencia. Fue mi
encuentro con un texto de Derrida: el trabajo que presentó en el congre-
so de la Asociación Psicoanalítica Internacional en Buenos Aires, donde
mencionaba brevemente que, durante un congreso previo (en Jerusalén,
en 1977), un raro mapa geográfico del mundo había sido encontrado en
relación con la presencia y la actividad de los psicoanalistas («Las áreas
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geográficas principales de la Asociación se definen en este momento como


América al norte de la frontera entre Estados Unidos y México; toda Amé-
rica al sur desea frontera; y el resto del mundo»). Tomando como punto
de partida estas fórmulas seudogeográficas, Derrida plantea su valor como
«sustitución» o, más bien, como ocultamiento —aun más evidente en los
discursos hechos en un congreso posterior (en Nueva York, en 1979). Re-
cuerda el bochorno de las referencias a las dificultades en que se encontra-
ban los miembros de la asociación psicoanalítica debido a ciertas algo vagas
«circunstancias geográficas y económicas», evitando cualquier referencia
directa a la situación política dramática creada por las dictaduras militares.
Detrás de esas fórmulas corteses, Derrida captura la incomodidad y la
incapacidad para hablar explícitamente de las violaciones de los derechos
humanos en América Latina: una incapacidad y un acto de equilibrio que
son sorprendentes en profesionales acostumbrados a lidiar con la censura,
el deseo y el dolor. Derrida recuerda el extraño resultado de la votación
de dos mociones diferentes presentadas durante el congreso: la primera,
propuesta por el Dr. Briehl (de Los Ángeles), proponía una clara declara-
ción en contra de la violación de los derechos humanos en Argentina y en
otros países que se encontraban bajo la bota de los militares. La segunda,
que representaba al Consejo Ejecutivo y era mucho más general, fue la que
prevaleció, con 85% de los votos. De un análisis de esa votación, Derrida
pasa a considerar los serios riesgos para el psicoanálisis y sus institucio-
nes cada vez que pueda buscar refugiarse tras posiciones de neutralidad,
sobre todo el riesgo de crear una siniestra complicidad con el poder, su
uso indebido y la violencia3.

3 «No hay una palabra en la resolución que sugiera que la violación de los derechos del hombre o
del ciudadano (en relación con la cual se dice que circulan “rumores y denuncias”) pueda tener de
forma concebible un interés especial para el psicoanálisis en comparación con la medicina o con
la psiquiatría clásica, tampoco que este interés pudiera ser comprendido no solo en el sentido del
interés en un objeto de estudio teórico y clínico, sino tampoco en el sentido de que el psicoanálisis,
que la esfera psicoanalítica, que los psicoanalistas y sus instituciones estén involucrados, de alguna
forma implicados, a veces en una complicidad activa o pasiva, a veces en una confrontación virtual u
organizada, con las fuerzas que cometen las violaciones a los derechos humanos antes mencionadas,
estén estas directamente bajo el control del Estado o no, y si explotan, manipulan y persiguen a
analistas y a sus analizandos de alguna manera específica… En la medida, de hecho, en que el
psicoanálisis no analiza, no denuncia, no pelea, no transforma (y no se transforma ni transforma
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Encuentro útil la referencia a Derrida para resumir cómo pienso mi


experiencia clínica, mi psicoanálisis y mi antropología: me hace absolu-
tamente incapaz de concebir la escucha y la investigación que no puedan
articular las leyes del deseo y del inconsciente, las redes simbólicas dentro
de las cuales la conducta, los ritos, los síntomas y las redes de lo político
encuentran forma. Es solamente dentro de esta articulación que pienso
que es posible reconocer y comprender el sufrimiento, y, de forma más
general, la peculiar manera en la que actúa el poder en las vidas de la gente
y en la frontera entre la política y lo privado. A veces en el trabajo del psi-
coanálisis esta frontera es olvidada, las cuestiones económicas y políticas
son dejadas en un segundo plano para favorecer una teoría general o no
son casi evocadas. Daré tres rápidos ejemplos.
El primero toma el famoso pasaje donde Deleuze y Guattari discuten
casos clínicos de Freud, el del Hombre de los lobos en particular: un pa-
ciente cuya historia clínica compleja requeriría de otros análisis después
del freudiano (a cargo de Ruth, Lacan y Leclaire) y de otros diagnósticos.
En su Anti-Edipo (Deleuze y Guattari, 1972/1983), los autores toman un
texto de Philippe Girard, y subrayan, como él, la forma en la que el trabajo
de Freud está lleno de referencias a las empleadas domésticas, los pobres, la
gente de las clases trabajadoras, revelando la presencia de un mundo social
indisciplinado, un obstinado murmullo de fondo, una multitud de sujetos
que el psicoanálisis freudiano trata en vano de olvidar4. En este sentido,

estos propósitos), seguramente corre el peligro de transformarse en nada más que una perversa y
sofisticada apropiación de la violencia o, en el mejor de los casos, meramente en una nueva arma de un
arsenal simbólico. Tampoco estaría esta nueva arma solamente a disposición de lo que confusamente
se denomina el poder —es decir, un poder que es externo al psicoanálisis organizado, que puede
hacer uso de esa organización de mil formas, aun al punto de imponer ciertos efectos o travestismos
del conocimiento psicoanalítico al servicio de la tecnología de la tortura” (Derrida, 1991/1993).

4 «No existen familias en las que las vacuolas no se acomoden y en las que los quiebres extra-familiares
no sean manifiestos, por medio de los cuales la libido es engolfada para investir sexualmente a lo no
familiar —es decir, la otra clase determinada por las rúbricas empíricas de “los más ricos y los más
pobres”, y a veces ambas a la vez. ¿No sería el Gran Otro, indispensable para la posición del deseo, el
Otro Social, diferencia social aprehendida e investida como la no familia dentro de la propia familia? La
otra clase de ninguna manera es captada por la libido como una empobrecida o magnificada imagen
de la madre, sino como lo foráneo, no-madre, no-familia, el índice de lo no-humano en el sexo, y sin lo
cual la libido no montaría sus máquinas deseantes. La lucha de Clase está en el corazón del suplicio
del deseo. La novela familiar no es un derivado del Edipo; el Edipo es una deriva de la novela familiar,
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la construcción de un modelo teórico universal requiere que olvidemos


la multiplicidad —«flujos», en el lenguaje de Deleuze y Guattari— y que
reduzcamos a la unidad (hay solamente un lobo que observa al paciente
desde un árbol, no siete; sin embargo, los lobos andan siempre en una
manada, como todo niño sabe; hay solamente un cráneo y un hueso, no
muchos cráneos y muchos huesos, como en la interpretación del sueño
jungiana…). Para que la novela familiar —«la eterna cantinela del Edipo,
el eterno arrullo»— funcione, Freud debe literalmente suprimir los datos
que no coinciden con su teoría. Y, con ello, suprimir la voz de la nana.
En el mismo período, Carlo Ginzburg hace una relectura de ese en-
sayo, recordando otra cancelación: en su sueño, el Hombre de los lobos
estaba probablemente solo reevocando una de esas fábulas que le habían
sido contadas una y otra vez por su nana, que venía de un país de Europa
del este. Freud ignora esta referencia: la clave «cultural» que podría haber
revelado otras interpretaciones, otros diagnósticos y, quizás, otra cura es
sacrificada en un intento por construir una teoría general. Este caso clínico
nuevamente atrajo la atención de Deleuze y Guattari (1980/1987) pocos
años después del Anti-Edipo, cuando escribieron:

Tan pronto como Freud descubre el arte mayor del inconsciente, este arte
de multiplicidades moleculares, lo encontramos infatigablemente traba-
jando en un retorno a unidades molares, volviendo a sus temas familiares
del padre, el pene, la vagina, la Castración con mayúsculas… Durante
el primer episodio, que Freud declara neurótico, le contó un sueño que
tuvo sobre seis o siete lobos en un árbol, y dibujó cinco. ¿Quién ignora el
hecho de que los lobos se trasladan en manadas? Solamente Freud. Todo

y por lo mismo, del campo social. No es cuestión de negar la importancia del coito parental, y de la
posición de la madre; pero cuando esta posición hace que la madre parezca una lavadora de pisos
o un animal, ¿ qué autoriza a Freud a decir que el animal o la empleada doméstica representan a la
madre, independientemente de las diferencias sociales o genéricas, en vez de concluir que la madre
también funciona como algo diferente de la madre, y da lugar en la libido del niño a un investimento
social enteramente diferenciado al mismo tiempo que ella abre el camino hacia una relación con el
sexo no-humano? Porque el hecho de que la madre trabaje o no, tenga un origen más rico o más pobre
que el padre, etc., se relaciona con quiebres y continuidades que atraviesan a la familia pero que la
exceden en todos los sentidos y no son familiares» (Deleuze y Guattari, 1972/1983, p. 355).
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niño lo sabe. Freud no. Con falsos escrúpulos, pregunta, ¿cómo podemos
explicar el hecho de que hay cinco, seis o siete lobos en este sueño? Deci-
dió que se trata de una neurosis, y por lo tanto usa el otro procedimiento
reductivo: la asociación libre a nivel de la representación de las cosas, en
vez de la subsunción verbal a nivel de la representación de las palabras.
El resultado es el mismo, dado que se trata siempre de volver a traer la
unidad o identidad de la persona o del presunto objeto perdido. Los lo-
bos van a tener que ser purgados de su multiplicidad. Esta operación se
realiza mediante la asociación del sueño con un cuento, «El lobo y los
siete cabritos» (solamente seis de los cuales son comidos). Somos testi-
gos del regocijo reduccionista de Freud; vemos cómo la multiplicidad
literalmente abandona a los lobos para tomar la forma de cabritos que no
tienen absolutamente nada que ver con la historia. Siete lobos que son solo
cabritos. Seis lobos: el séptimo cabrito (el propio Hombre de los lobos)
se esconde en el reloj. Cinco lobos: puede haber visto a sus padres hacer
el amor a las cinco en punto, y el numeral romano V está asociado con la
erótica apertura de las piernas de la mujer. Tres lobos: los padres pueden
haber hecho el amor tres veces. Dos lobos: la primera cópula que el niño
puede haber visto fue de los dos padres more ferarum, o quizás dos perros.
Un lobo: el lobo es el padre, como todos sabíamos desde un comienzo.
Cero lobos: perdió la cola, no solamente es castrador, sino también cas-
trado. ¿A quién está tratando de engañar Freud? Los lobos nunca tuvieron
chance de escaparse y salvar a su manada: ya estaba decidido desde el co-
mienzo mismo que los animales solo podían representar el coito entre los
padres o, por el contrario, ser representados por el coito entre los padres.
Freud obviamente no sabía nada sobre la fascinación ejercida por los lobos
y el significado de su llamado silencioso, el llamado a convertirse en lobo.
Los lobos observan, observan atentamente, al pequeño soñante; es tanto
más reasegurador decirse que el sueño produce una reversión y que es
en realidad el niño quien ve perros o padres en el acto de hacer el amor.
Freud solo conoce al lobo o al perro Edipalizado, al castrado-castrador
padre-lobo, al perro en su canil, al guau-guau del analista». (pp. 29-30)

Tomo el segundo ejemplo de Peau noire, masques blancs [Piel negra,


máscaras blancas] de Fanon, en el que relee la Psychology of colonization
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[Psicología de la colonización], de Octave Mannoni, publicada por primera


vez en 1950. Fanon hace referencia al capítulo sobre la interpretación de
los siete sueños de los niños de Madagascar, en el que las imágenes de
rifles, furiosos toros negros y amenazantes hombres negros agresivos son
recurrentes. Mannoni, sin embargo, reduce todas estas imágenes de terror
a figuras de castración o, de forma alternativa, al motivo de la venganza
de los ancestros —en resumen, el arrullo edípico habitual con referencias
culturales adicionales—. La historia es ignorada, sorprendentemente de-
jada fuera de la cama de los padres. Era fácil para Fanon (1986) recordar
lo que Mannoni había omitido decir unos años después de la violenta
represión de la rebelión de 1947, que había causado alrededor de cien mil
muertes en la población de Madagascar: «El rifle del soldado senegalés
no es un pene, sino un rifle genuino, modelo Lebel 1916. El toro negro y
el ladrón no son lolos —“almas reencarnadas”—, sino la irrupción misma
de fantasías reales en el dormir» (p. 79).
«Fantasías reales» es una expresión que ameritaría un largo comentario
al respecto y es uno de los puntos decisivos en los que he buscado entre-
lazar la antropología y el psicoanálisis durante mi carrera.
Mi último ejemplo está tomado de L’envers de la psychanalyse [El re-
verso del psicoanálisis], en el que Lacan cuenta la famosa anécdota de sus
tres pacientes de Togo, cuyo inconsciente y cuyo material onírico, sin em-
bargo, no contenían ni un indicio del inconsciente «cultural» que el autor
esperaba encontrar, sino solamente fragmentos de inconsciente occidental
y su cantinela edípica —lo que, en otras palabras, les habían vendido (en
palabras de Lacan) junto con la colonización…—. Es en un pasaje también
mencionado por Alice Cherki (2000) en su libro sobre Fanon donde Lacan
parece querer volver a unir el prisma hecho añicos de historia-cultura-
inconsciente y examina los «cortes» y puntos de anudamiento a menudo
olvidados por algunos psicoanalistas. Pero eso no es todo.
He tomado la máxima de Lacan según la cual «el inconsciente es po-
lítico» y su pensamiento en términos de un «complejo social» como una
invitación a imaginar la práctica de la escucha y el cuidado situados siempre
en un campo preciso de fuerzas sociales y —sin retirarnos del poder irre-
vocable del pasado— capaz de captar las conexiones entre lo político y el
inconsciente, entre lo simbólico (la cultura) y el «síntoma». Si concebimos
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a este último como como a un ventrílocuo de lo social, el cuidado no puede


finalmente evitar preguntarse sobre la opresión, el sometimiento y la con-
cepción de la escucha que puede curar otras formas de alienación —racial,
colonial o económica— (Fanon, 1967). El «nudo del alma» sobre el que
ha escrito recientemente Stefania Pandolfo (2018) puede ser simplemente
otra forma de pensar la vida psíquica de la historia (Butler, 1997), su oscura
arquitectura y esas fracturas que Fanon nunca dejó de estudiar.

¿Cómo describiría hoy en día la etnopsiquiatría que menciona en varios


de sus textos?

La etnopsiquiatría es una disciplina controversial, que ha dado nombre a


extremadamente variadas perspectivas epistemológicas, teorías psicopato-
lógicas y estrategias metodológicas. Casi con certeza, podemos decir que se
originó en el contexto colonial: Porot y Aubin, en Argelia, o Carothers, en
Kenia, para mencionar los nombres más famosos, quienes, detrás de esta
denominación, simplemente reproducían los prejuicios raciales de la psi-
quiatría de ese período, ofreciendo legitimidad y justificación al dominio
colonial. Desafortunadamente, este nefasto bautismo dejó su maldición
durante un largo tiempo sobre los desarrollos de la disciplina en Europa y
África, haciendo difícil la mera mención de este campo del conocimiento.
El africano o el oriental descrito por estos autores era perezoso, no tenía
iniciativa, necesitaba ser controlado en el trabajo o protegido de su pensa-
miento mágico, y era infantil. Su conducta era descrita como incorregible-
mente inclinada a la mentira y la violencia. Su vida sexual estaba siempre
expuesta a la tentación del instinto. En resumen: una masa de hombres y
mujeres, y cuerpos a disciplinar. Pero sus pensamientos y sus deseos eran al
mismo tiempo temidos, especialmente cuando se habían familiarizado con
la vida y los valores europeos, y con los estilos de vida del hombre blanco,
como incluso llegó a escribir un psicoanalista tan agudo como Mannoni en
su informe sobre la protesta anticolonialista de los Mau Mau.
La alienación de las colonias se originó en la ambivalencia de la domi-
nación: convertir al Otro a los valores de Occidente, los del europeo, pero
nunca permitiéndoles volverse como ellos o adquirir el mismo poder. Curar
sus enfermedades, educar sus acciones, y al mismo tiempo imponer el traba-
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jo forzado, explotar los recursos locales, recurriendo a la tortura y al látigo


(chicote), como en el caso de los bosques de caucho de América Latina. El
historiador Chancélé lo describió como «cirugía social». Era en esta «atmós-
fera onírica», soberbiamente analizada por Fanon, que la alienación colonial,
la conducta imitativa y el espectro del blanqueamiento se originaron.
Durante un largo tiempo la etnopsiquiatría, con raras excepciones
(Devereux, por ejemplo), no agregó nada original a la perspectiva evo-
lucionista de la psiquiatría europea, aparte de los raros casos ocasionales
en los que comenzaba a reconocer, con el obstinado recurso a los poderes
invisibles y las prácticas rituales, una forma de resistencia y de demanda
de reconocimiento. Fue solo cuando la descolonización se volvió inmi-
nente que el valor del conocimiento local comenzó a ser reconocido, que
la nueva etnopsiquiatría pudo emerger.
Mi perspectiva comienza con este quiebre con la tradición, especial-
mente con los análisis de Fanon. Tanto su trabajo clínico como su inves-
tigación apuntaban a interrogar la alienación individual sin olvidar las
formas específicas a través de las cuales el sometimiento del deseo se volvía
real. Apuntaba a examinar la incorporación del dominio, pero también la
manera en la que el colonizado escapaba del mismo, aunque más no fuera
por cortos períodos (danzas de posesión, etc.), mostrando que, aunque
se encontraban «dominados, no estaban domados». Fanon examinó las
perturbaciones mentales características de ese tiempo de violencia y te-
rror, sondeó la sabiduría de los Morabitos, recolectó información sobre
las representaciones de la locura y la sexualidad en el mundo musulmán,
y también registró los signos de cambio que emergían en las obras de arte
y las tácticas para manipular símbolos y formas culturales con propósitos
específicos (el uso del velo por las mujeres argelinas durante la Batalla de
Argelia, por ejemplo). Al comenzar por esta perspectiva dinámica, la et-
nopsiquiatría podía finalmente explorar la «vida cultural de los oprimidos»
(la expresión es de Ernesto de Martino, en referencia al sur de Italia), la
colonización de los espacios psíquicos5, así como las estrategias a través

5 Ver: Nandy, 1983; Oliver, 2004. (Considero que estos trabajos son un camino particularmente valioso
para un psicoanálisis que sea capaz de hacer preguntas serias sobre los problemas de la opresión).
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de las cuales prácticas tales como la adivinación o las curas rituales po-
dían volverse también momentos de liberación y dar voz a una particular
forma de conciencia histórica. Aun cuando esta conciencia era expresada
en formas desintegradas, patológicas, como agudamente había observado
Gramsci —como lo haría Althusser, al sugerir una lectura «sintomática»
de la historia (Beneduce, 2017)—. Varios autores refiriéndose al conoci-
miento médico tradicional han hablado de «la cura como crítica social»
(Feierman), de «insurrección terapéutica» (Nancy-Rose Hunt) o de «libe-
ración del imaginario» (Althabe) para subrayar cómo en las colonias, pero
también de forma más general en el mundo de los dominados, cuando
los caminos de lo simbólico se encuentran sitiados, es el territorio de lo
imaginario que se transforma en campo de cultivo para un contraconoci-
miento y una contramemoria que combina la cura de la enfermedad con
la crítica de la dominación.
Este era el contexto que dio lugar a la nueva etnopsiquiatría del psi-
quiatra nigeriano Thomas Lambo, que criticaba la «arrogancia» del co-
nocimiento occidental, y la investigación original sobre el conocimiento
médico local en Senegal que llevara adelante el equipo de Henri Collomb.
Esto impulsó otros desarrollos: Risso y Böker en Suiza, en su trabajo clí-
nico con inmigrantes italianos; Crapanzano en Marruecos, en su inves-
tigación sobre cultos de posesión; Ernesto de Martino, Alfonso Maria di
Nola y Tullio Sepilli en Italia, con su trabajo sobre la medicina popular;
y, más recientemente, Nathan, en Francia, con una nueva etnopsiquiatría
esencialmente diseñada para curar inmigrantes y estudiar las categorías
etiológicas en funcionamiento en otros sistemas médicos. Otros nombres
y escuelas podrían ser mencionados.
Por mi parte, apelando a la perspectiva específica inaugurada por la
antropología y la psiquiatría italianas, y treinta años de investigación sobre
la medicina tradicional en África (en Malí, Camerún y Mozambique),
comencé a imaginar una etnopsiquiatría crítica y dinámica que —al exa-
minar los mundos de la opresión y la alienación— nunca cesa de explorar
la lógica de las terapias rituales, las ontologías que son su trasfondo y los
modelos de la persona que las hacen efectivas. Al hacerlo, simplemente
puedo haber estado trabajando la fórmula que el psiquiatra haitiano Louis
Mars ya había expresado en 1951, cuando, al presentar su investigación
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sobre la posesión y el vudú (el segundo de los cuales es una expresión


ejemplar de los problemas mencionados anteriormente), escribió: «Hemos
dado el nombre de etnopsiquiatría a la ciencia que nos permite estudiar
las estrechas relaciones entre los factores estrictamente psicológicos y los
factores sociales y económicos que condicionan los fenómenos mentales».6
Bien, podría resumir todo esto diciendo que mi etnopsiquiatría está en-
raizada en un terreno en el que lo «político» y lo «cultural», la historia y el
psiquismo, son concebidos como una maraña en la que las subjetividades,
las angustias y los pedidos de ayuda se delinean. La cura debe tomar esto
en cuenta.
Existe un riesgo del que a menudo la etnopsiquiatría ha sido víctima.
Incluso el etnocentrismo crítico del que hablaba Ernesto de Martino reco-
nocía que uno nunca puede liberarse totalmente del esquema epistemo-
lógico interior en el que fuimos formados. Ha habido muchos ejemplos
posibles de esta trampa mental: los «espíritus» de los que se hablaba en
Marruecos no eran más que «supuestos ontológicos implícitos del len-
guaje» (Crapanzano); los ancestros y sus vendettas, simplemente la forma
cultural asumida en otro lugar por un sentido de culpa e instancias del
superyó; las figuras de lo que torpemente se traduce como «brujería»,
meras metáforas del poder, los celos y los impulsos antisociales. En cuan-
to a la eficacia simbólica, poco más que sugestión. De esta forma, todo es
canalizado inexorablemente hacia categorías familiares definidas a priori,
hacia esquemas de pensamiento limitados, probados y evaluados. Uno
puede resistir esta tentación con una estrategia dual.
En primer lugar, deberíamos comenzar por reconocer que otras téc-
nicas de trabajo de cura son a menudo tan efectivas como las ingeniosas
estrategias occidentales de la psicología y la psiquiatría, en muchos casos
mucho más que las primeras, aunque no sabemos explicar sus mecanis-
mos completamente. Expresado en otros términos: uno puede ser curado
sin llegar nunca a saber real y plenamente cómo eso fue posible. Esta es la
verdad develada a Quesalid, alias George Hunt, el chamán-doctor-brujo

6 También podría mencionar un trabajo mío, Etnopsichiatria. Sofferenza mentale e alterità fra Storia,
dominio e cultura (Beneduce, 2007).
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cuyo relato es presentado por Boas y luego por Lévi-Strauss en su famoso


artículo de 1949. Quesalid trató de comprender de forma incansable cómo
otros chamanes curaban las enfermedades, y su aprendizaje fue un trayecto
a través de la duda y la incredulidad, pero se vio forzado a admitir que él
mismo era capaz de curar a un paciente sin entender cómo. En resumen,
como un auténtico epistemólogo, Quesalid reconoció que había una zona
de desconocimiento sobre la enfermedad y la cura, y en estos temas se
encuentra cerca de comprender el enigma y el poder de las relaciones de
transferencia.
Enfrentado a la existencia de otra cultura semiótica, una etnopsi-
quiatría crítica, dinámica adoptará los dichos de Murray Last sobre la
«importancia de saber sobre el desconocimiento»: una cierta vacilación
epistemológica y un principio en la acción de muchos de los curanderos,
adivinadores y chamanes que he conocido.
También hay otra estrategia. Aunque la etnopsiquiatría investiga cons-
tantemente las técnicas empíricas y el conocimiento, estudiando la forma
en que actúan los ritmos musicales y de danza, las plantas medicinales, los
símbolos y las palabras, no se olvida de otro principio operativo presente
en cualquier horizonte de curación. Cualquier sanador real, peleando
contra los demonios del sufrimiento y las amenazas de alienación, se en-
cuentra en el mismo punto: donde los traumas históricos e individuales y
las tradiciones culturales se han coagulado juntos, donde temporalidades
específicas se encuentran, superpuestas o enfrentadas entre sí.
Cualquier gesto terapéutico auténtico combina y reorganiza recuerdos
que derivan de conocimientos y lenguajes heterogéneos (Eric de Rosny
habla de las curas tradicionales como un arte de combinación, una amalga-
ma, y al mismo tiempo habla de la cura como el propósito más importante
de la cultura).
El etnopsicoanálisis ha explorado largamente este lugar: Zempléni,
por ejemplo, en los poseídos por los espíritus de rab; Obeyesekere, en el
subcontinente de la India, cuando muestra cómo «el trabajo de la cul-
tura» interroga estos territorios, ubicándose en la intersección entre la
experiencia subjetiva y los sistemas simbólico-culturales. Esto de ninguna
manera implica una articulación armoniosa o un equilibrio que siempre
es restaurado: más bien lo contrario. No obstante, aun aquellos que han
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estado trabajando lejos de la tensión histórico-política a la que me refie-


ro tuvieron que cuestionarse acerca de este problema para cruzar estos
territorios. Pienso en el trabajo de Wulff Sachs, un psicoanalista que tra-
bajó en Sudáfrica en los años treinta y que creó un experimento analítico
extraordinario con John Chavafambira, curandero de habla manyika de
Zimbabwe (entonces, Rhodesia) que se mudó a Sudáfrica para escapar de
sus fantasmas (un poderoso y amenazante tío, la violencia de la brujería,
la muerte de su padre). Su trabajo fue decididamente heterodoxo y con
muchas limitaciones, pero fue meticuloso y contenía casi todas las matri-
ces de un auténtico trabajo psicoanalítico: relaciones transferenciales, el
análisis del sufrimiento de la persecución y el deseo de ser curado, el deseo
de penetrar en el mundo del Otro (las visitas de Sach a los cantegriles de
los barrios negros de Johannesburgo). Y, finalmente, indudablemente, el
espectro de una sociedad racista como la de Sudáfrica, no explícitamente
discutido pero presente a lo largo de su libro. La escritura de Aldea negra
tuvo su origen en ese encuentro.
Cada curandero, cada psicoterapeuta real es en realidad un mediador,
entre épocas, de símbolos mudos: un pertinaz, solitario cazador en bus-
ca de huellas y lenguajes perdidos, en algunos casos capaz de encontrar
mundos distintos, como los investigadores del chamanismo amazónico
sugieren (Descola, 2005, 244-245). Una etnopsiquiatría crítica, dinámica
debería aceptar el desafío de mantenerse en medio de estos horizontes:
escuchar el murmullo de otros seres, escudriñando los intersticios de la
historia en busca de un sentido de lo que a menudo nos contentamos
llamando síntomas.7 En síntesis: dejarse ser consultado por «ce qu’il reste
de la folie» («lo que queda de la locura»).8

7 Es por esta razón que me gusta pensar el síntoma como un palimpsesto de voces y experiencias,
recuerdos y relaciones. Ver Beneduce, 2016.

8 Este es el título de una película excepcional dirigida por Joris Lachaise en 2015, filmada en el hospital
psiquiátrico de Thiaroye en Senegal.
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En el volumen 40 de los Anales de Antropología (UNAM, 2006), usted


dice que «las muchas personas que buscan ayuda en los centros de salud
mental no tienen problemas con su neuroquímica, o con su funciona-
miento intrapsíquico, sino que tienen problemas de vida, probablemente
porque no pueden lidiar con las demandas de la sociedad contemporá-
nea». ¿Podría explicarnos estos conceptos?

En ese pasaje estaba citando el pensamiento de un psiquiatra que se cui-


daba de no concentrarse exclusivamente en las raíces biológicas del su-
frimiento mental. En otras palabras, no olvidar la relación fundamental
entre el sufrimiento psíquico y las restricciones establecidas por las socie-
dades que se han vuelto más y más demandantes, donde los derechos de
ciudadanía pueden ser revocados en cualquier momento, como recuer-
da Jonathan Xavier Inda, hablando de los Estados Unidos, y donde los
individuos experimentan nuevas formas de incertidumbre, amenaza o
violencia. En Europa hoy son muy evidentes estas tendencias, debido a la
seria reducción en las garantías con las que se había podido contar hasta
los años ochenta.
Como telón de fondo de este análisis, sin embargo, se encuentra la crí-
tica que la antropología médica ha estado haciendo durante algún tiempo
a los procesos de medicalización, sobre la idea de explicar en términos
biomédicos y bioquímicos cualquier forma de síntoma o sufrimiento,
con el resultado de que la solución solamente puede ser farmacológica
y solamente puede ser controlada por expertos: la ridícula pretensión de
definir solamente de una manera el período de tiempo más allá del cual
la aflicción causada por la pérdida del ser querido se transforma en un
«duelo patológico» que requiere tratamiento farmacológico es el ejemplo
más reciente.
La investigación científica está constantemente dándole bombo al con-
trol bioquímico de la mente y la conducta. Si observamos en las ratas de
laboratorio dejadas en situación de aislamiento un aumento en la neuroci-
nina-B, la sugerencia es que esta proteína es la causa de la conducta fóbica
o agresiva, la apatía o el aislamiento social, y que controlar su nivel en el
cuerpo podría reducir la inhibición observada en algunas manifestaciones
de depresión o de angustia frente a otras personas en aquellas que tienden a
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vivir de forma aislada. De la misma manera, la pretensión de «localizar» el


sentido de gratitud en áreas precisas del cerebro (la corteza prefrontal me-
dia y corteza cingulada anterior), como sostienen algunos neurocientíficos
chinos, parece ser simplemente el triste desarrollo de cómo antes se atribuía
la falta de este sentimiento en los pueblos colonizados a su pensamiento
y «cultura» primitivos (Lévi-Bruhl), y ahora identifica un fragmento del
cerebro como el lugar de un universo de relaciones, jerarquías sociales y
simbólicas, y sentimientos mucho más complejo.
Estos ejemplos buscan simplemente subrayar que la seria limitación
epistemológica de los modelos neurobiológicos es la vieja ilusión de ser
capaces de excluir la historia y la política de la comprensión del sufri-
miento mental. Estas pretensiones, sin embrago, van más allá: confinando
síntomas y conflicto al lecho de Procusto del pseudodiagnóstico, ocul-
tan otros perfiles del sufrimiento. De ahí la atención que la antropología
médica también le presta al papel que juega el diagnóstico delineando
nuestra experiencia misma y produciendo nuevas formas de subjetividad,
como han sugerido Ian Hacking y Nikolas Rose. El análisis antropológico
de condiciones como aquellas denominadas síndrome de fatiga crónica,
trastornos del juego, trastornos adictivos o trastornos de pánico sugiere que
consideramos estos trastornos como expresiones de algo más complejo
que el exceso/la falta de proteínas o neurotransmisores.
George Devereux hizo lo mismo con la esquizofrenia, su etnopsicoa-
nálisis complemetarista había señalado la necesidad de una perspectiva
que estuviera más atenta al registro dual de los conflictos intrapsíquicos
y sociales, consciente de la dificultad (o imposibilidad) de adoptar ambas
perspectivas al mismo tiempo.
Diferentes expresiones de estos conflictos son obviamente reconocibles
en otros contextos histórico-culturales: temor-pánico de que nuestros
genitales sean robados, angustia de ser víctima de brujería o la crisis de
pánico que surge si somos sometidos a pactos rituales en países como
Senegal, Camerún o Nigeria son ejemplos familiares para los académicos
involucrados en temas migratorios. En estos casos también estas mani-
festaciones son ventrílocuas de una compleja y crecientemente difundida
crisis en los lazos sociales, los vínculos dentro de los cuales se estructuran
las existencias y los imaginarios que alimentan la vida diaria.
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Muchos de nosotros, analistas, estamos acostumbrados a llevar adelante


nuestra actividad con pacientes dentro de un marco de códigos cultura-
les homogéneos. En su experiencia, ¿qué pasa en el análisis cuando los
códigos culturales del analista y del paciente son heterogéneos?

El encuentro con códigos culturales y lingüísticos diferentes es una ex-


periencia obvia en la investigación antropológica, pero todo es muy di-
ferente cuando sucede en el espacio terapéutico. Es este encuentro, este
vertiginoso sentido de lenguajes y metáforas que define el propium de la
etnopsiquiatría clínica, cuyo objetivo no es solamente explorar y compa-
rar otros modelos de enfermedad, cura o efectividad con otros universos
simbólicos, sino la cura misma. La etnopsiquiatría ha aprendido a sentir en
los síntomas de un ataque o de crisis de posesión el eco de otros recuerdos
y de otras voces, y a negociar constantemente los términos y significados:
sabe, por ejemplo, que expresiones como visión, alucinación, sueño, ensue-
ño, experiencia onírica son denominaciones con límites vagos, inciertos,
y que es solo por convención que simulamos ser capaces de definirlas y
distinguirlas.
Godelier, un antropólogo que trabajó mucho tiempo entre poblaciones
de Nueva Guinea, ha discutido cuán reales, simbólicas e imaginarias son
las dimensiones indisociables, mostrando cómo el simbólico excede los
confines del pensamiento para tomar por asalto el cuerpo y el mundo en
su totalidad.
En oposición a Lévi-Strauss y su definición de mito, Godelier (2015)
también recuerda que no existen solamente dos registros separados, el
del vivir y el del pensar. El ritual no opone el primero al segundo, sino
que suma el actuar al pensar. Cada acto terapéutico, con mayor o menor
intensidad, es en realidad un acto ritual que juega con los múltiples signi-
ficantes, imaginarios y experiencias corporales.
Un paciente centroafricano me hablaba en detalle sobre su padre, un
pastor adinerado y poderoso curandero, que había sido asesinado por
soldados enemigos durante la sangrienta guerra civil de su país, y sobre
la manera en que, durante su adolescencia, un día le había inoculado una
pantera en su cuerpo mientras dormía. El animal dentro de él lo protegía
y lo hacía capaz de cuidar del rebaño. En Italia, sin embargo, el animal se
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había vuelto más y más inquieto, mostrándose incapaz de recibir la sangre


de cabra que el joven pastor le ofrecía cada semana.
Una paciente nigeriana que he tratado durante años evocó hace un
tiempo la presencia de sombras (este es el término que usó, casi para ayu-
darme a entender su experiencia de la mejor manera que pudo) que se
acercaban a su cama, a veces hablándole en su lengua materna y a veces
en italiano. Describió en detalle sus características y el sentimiento de pro-
tección que su presencia le daba. Sentí que en ese momento algo del orden
de lo sagrado (en el fondo, la hierofanía y la iatrofanía9 son simplemente
dos estadios del mismo «milagro») cobraba forma en nuestro diálogo. No
es fácil traducir estas experiencias, estos cuerpos, como podemos ver en
los trabajos sobre chamanismo de Bob Desjarlais, pero podemos tener la
esperanza de encontrar una metáfora efectiva y hacer uso de ella. En de-
finitiva, la metáfora es lo que nos permite «comprender algo y hacer una
experiencia de ello en términos de otra cosa» (Lakoff, citado por Godelier,
2015, p. 55).10
En el encuentro con otros códigos culturales y lingüísticos, la etnop-
siquiatría asume el riesgo de experimentar algo de lo que no tiene cono-
cimientos y que no le es familiar. Es un duro ejercicio de imaginación
clínica en el curso del cual se abandona la idea de que solamente las inter-
pretaciones de un problema o las estrategias terapéuticas lo que cambia
entre las culturas. Por el contrario, aunque estas pueden ser similares o
incluso superponerse —el uso de imágenes, por ejemplo, en las terapias
tradicionales es a menudo análogo al de algunas psicoterapias cognitivas
(Stein, Rousseau y Lacroix, 2004)—, son a menudo los problemas los que
son percibidos y formulados de manera diferente. Las medicinas popula-
res ofrecen infinita cantidad de ejemplos de esta epistemología diferente,
en un horizonte lingüístico y social en el que las palabras preservan una
enorme fuerza ilocutoria. Ha quedado a cargo de los etnopsiquiatras re-
flexionar sobre estas diferencias. Si se quisieran encontrar otros autores, se
llegaría finalmente, y quizás no resulte sorprendente, a Lacan, que en uno

9 N. del T: «iatrophany» en el original.

10 Ver también Taliani y Vacchiano, 2006.


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de sus habituales juegos de palabras sostenía, al comienzo del Seminario


18 (enero de 1971): «He notado una cosa, quizás soy lacaniano porque
antes hice chino»11.
Pero quisiera agregar otras dos ideas. La etnopsiquiatría que he prac-
ticado durante tanto tiempo no descuida el rol y la importancia de las
diferencias intraculturales (las que existen entre generaciones, clases o
géneros), diferencias que son a menudo ignoradas en favor de una homo-
geneidad que es solo superficial, ilusoria o inconscientemente construida e
impuesta al paciente. También elige ver una cura como parte de un diálogo
cara a cara con la memoria y la historia: que los espíritus responsables de
las crisis de posesión son a menudo las sombras de un pasado traumático
que se niega a resignarse al olvido es bien sabido, desde Mozambique hasta
Camboya, desde Uganda hasta los Andes. Que las imágenes de violencia
distante no cesan de habitar los lugares del presente a menudo se ha re-
petido. El encuentro con estas sombras, la escucha de sus angustias, en
definitiva, ¿no son un intento por curar la historia y el pasado?

En el texto Arqueología del trauma: Una antropología del subsuelo (Be-


neduce, 2010), usted propone una lectura crítica del trauma. ¿Cuál es
su concepción del trauma y de lo traumático?

En primer lugar, critico la banalización de la idea de trauma y algunos


efectos que derivan de este mal uso de la categoría diagnóstica de Trastor-
no por Stress Post-traumático introducida en el manual diagnóstico de la
psiquiatría americana en 1980 como un acontecimiento que se encuentra
fuera del rango habitual de la experiencia humana y que sería marcadamen-
te angustiante para casi todo el mundo; por ejemplo, una grave amenaza a
la vida o a la integridad física; una grave amenaza o un daño a los hijos, la
esposa u otro familiar o amigo cercanos; la súbita destrucción de la casa
o la comunidad; o ver a otra persona que recientemente ha sido o está
siendo gravemente herida o asesinada como resultado de un accidente o
de violencia física.

11 Ver también Cornaz y Marchaisse, 2004.


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Aunque no se han ahorrado esfuerzos para convencernos de consi-


derar la experiencia del trauma como marcada por reglas universales,
definibles con un término que incluya la totalidad de su expresión y sus
razones, creo que el trauma debe ser considerado como un acontecimien-
to irreductiblemente heterogéneo que puede ser pensado solamente en
referencia a un contexto histórico específico. El de Auschwitz no es el
mismo que el de Fukushima; el de nakba en 1948, que para generaciones
de palestinos marcó el comienzo de un período de apocalipsis que aún no
termina, no es el mismo que el que se experimentó durante el terremoto
de Valdivia de 1960; el trauma de la esclavitud, que dio lugar a formas to-
talmente nuevas de subjetividad y de experiencias corporales (un cuerpo
racializado, deshumanizado, animalizado, reificado; Robinson; Eyerman;
etc.) es diferente del que es el resultado de una violación o deriva de la
deportación de niños de la isla de Reunión en Francia o de Groenlandia a
Dinamarca…Y Sándor Ferenczi (2002) puede haber explicado mejor que
nadie todas las dificultades para describir la «peculiaridad y la aberración»
de los síntomas que marcaban la neurosis de guerra y lo que se cono-
cía como síndrome de conmoción por bombas/proyectiles (shell-shock
sindrome), de tal forma que solo las imágenes de un director de cine pue-
den haber hecho justicia con las huellas multiformes y devastadoras sobre
el cuerpo: «La marcha del tembloroso es muy llamativa; da la impresión
de paresia espástica; pero la mezcla variable de sacudidas, rigidez y debi-
lidad ocasiona marchas bastante peculiares, posiblemente solo pasibles de
reproducción por la cinematografía» (p. 124, cursivas mías).
Podemos dar una definición básica de trauma: el trauma determi-
na una crisis en lo referente al «mínimo de memoria compartida» (de
Martino) que es el fundamento de la ida social y al mismo tiempo la
pérdida de la soberanía del sujeto sobre su propia memoria. Sin embargo,
cualquier definición universal de trauma que imagine esta estructura o
las respuestas psíquicas y sociales a él como idéntica es clínicamente ile-
gítima y a la vez crea una violencia epistemológica manifiesta, y esto es
lo que hace el Trastorno por estrés postraumático (PTSD, por sus siglas
en inglés): define como traumático un acontecimiento cuando sus efectos
determinan una alteración neuroquímica y un pobre almacenamiento de
recuerdos, insistiendo sobre una idea única de stress biológico, «trauma»
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pierde cualquier singularidad histórico-individual y cualquier narrativa o


dimensión social. Una lista de acontecimientos traumáticos toma entonces
la grotesca forma de una de esas listas que encontramos en la enciclopedia
de Borges (todo es «traumático» de la misma forma: incluso mudarse de
casa). La respuesta psicológica será la misma en todo lugar, sin importar
las diferencias culturales, de género o de clase de los individuos. De la
misma forma, las estrategias terapéuticas locales serán ignoradas por los
expertos en trauma, quienes, en virtud de su especialización, están pre-
parados para administrar su terapia y su categoría a cualquiera, sea cual
fuere el contexto o la naturaleza del trauma (una erupción volcánica, una
atrocidad masiva, etc.). No obstante, la sutil crítica histórica y epistemo-
lógica de Allan Young al PTSD saca a luz otra, quizás decisiva, limitación.
Analizando los historiales de los veteranos de Vietnam reconocidos como
afectados por el PTSD, Young nota cómo lo que es «marcadamente angus-
tiante» se vuelve borroso, perdiéndose la distinción entre una emoción (el
miedo) como causa y una emoción (altos niveles de angustia, depresión,
etc.) como efecto. Sobre todo, en comparación con la atención prestada
a los síntomas que legitiman el diagnóstico, algo más parece perderse de
vista. Cito a Young (1995):

La interpretación de «angustia» obvia, es decir, una emoción que es parte


integral del acontecimiento traumático, no se corresponde con el abanico
de acontecimientos que en la práctica son aceptados como traumáticos.
Tomen el ejemplo de la investigación epidemiológica y experimental rea-
lizada con los veteranos de la guerra de Vietnam. En estos estudios, siete
clases de acontecimientos son aceptados como traumatogénicos: (1) el
paciente fue víctima directa o indirecta de una violencia inusual; (2) per-
petró una violencia inusual de forma no intencional; (3) perpetró una
violencia inusual de forma intencional, pero en un contexto culturalmente
aceptable (p. ej., para sobrevivir); (4) perpetró una violencia inusual de
forma intencional como parte de sus deberes militares, pero sus actos
fueron personal o culturalmente condenables (p. ej., torturar prisioneros
para obtener información); (5) perpetró una violencia inusual de forma
intencional porque era placentero (p. ej., violar, asesinar prisioneros, mu-
tilar cuerpos); (6) fue testigo activo de acontecimientos similares (p. ej.,
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porque los encontró interesantes o satisfactorios); o (7) fue testigo pasivo


de acontecimientos similares (p. ej., por casualidad estaba presente en esas
ocasiones). (p. 125)

Lo que encontramos es que en 4 grupos de pacientes sobre el total de 7,


el PTSD se originó en un acto de violencia perpetrado por el o la persona que
se transformará en paciente, y en dos casos sobre siete quienes desarrollaron
PTSD habían sido testigos pasivamente o activamente de tales aconteci-
mientos. Pero en cuatro casos sobre siete los acontecimientos consistieron
en actos de «una violencia inusual» —a un nivel personal o cultural— eran
también abominables, no justificados por el contexto militar y acompaña-
dos por la sensación de disfrute tanto en los perpetradores (perpetró una
violencia inusual porque era placentero) como en los que se encontraban
presentes como testigos. Finalmente, algunos de los que formaban este
último grupo habían decidido intencionalmente estar presentes porque
encontraban esas escenas de violencia «interesantes o satisfactorias».
Podemos rápidamente concluir que el PTSD no solo implica la abo-
lición de cualquier diferencia histórica cultural o social, no solo vuelve
opaca la distinción entre contextos de violencia diaria crónica y acon-
tecimientos individuales en el origen de un stress severo, sino que hace
algo aun más intolerable: ubica en un campo diagnóstico compartido la
experiencia del torturador y la de la víctima, la pesadilla del torturador y el
flashback de la persona torturada, la conducta fóbica de uno y el trastorno
paranoide del otro… Es decir, la abolición en el territorio de la violencia,
el sadismo y la atrocidad (tortura, amputación, violación y demás) de toda
dimensión moral, de cualquier pregunta relativa a la posición del futuro
paciente en el momento en el que el acontecimiento «marcadamente an-
gustiante» ocurrió.
La expulsión de toda cuestión moral (toda cuestión relacionada con
la responsabilidad individual) de la escena del sufrimiento es singular,
pero no carece de razones históricas en la ficción del PTSD: la sociedad
americana necesitaba ser curada a causa de haber conducido una guerra
inútil que encima concluyó en derrota, causando una profunda herida
narcisista al poder militar más grande del mundo. Fue una guerra marcada
por infinidad de atrocidades cometidas contra la población civil vietnamita
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y estuvo acompañada por unos costos psíquicos, sociales y económicos


particularmente altos, con miles de muertos y heridos entre los soldados
americanos. Los sobrevivientes necesitaron compensación, aunque fuese
al precio de olvidar los cientos de miles de víctimas civiles de la violencia
en la guerra de Vietnam (una amnesia que se repetiría para la guerra
en Irak, en la que las muchas medidas terapéuticas y de rehabilitación
disponibles para los veteranos de la operación Tormenta en el Desierto
contrarrestaban el vergonzoso silencio sobre el sufrimiento y las terribles
condiciones del pueblo iraquí).
Como recuerda Young, la ausencia de todo perfil moral había signifi-
cado que algunos veteranos, necesitando demostrar una conexión causal
entre un acontecimiento traumático (una acción militar) y sus síntomas,
que era la única condición para tener acceso a tratamiento y a programas
especiales de rehabilitación social, podían declarar que habían formado
parte de acciones repugnantes ya que estas eran registradas simplemente
como acontecimientos «marcadamente angustiantes», sin ningún estigma
agregado a ello.
El diagnóstico de PTSD, podría agregar, se había convertido en una
genuina absolución en masa (legal, ética y política). Como ya había ob-
servado Fanon en The wretched of the Earth [Los condenados de la tierra]
(1967), en el curso de un análisis corto pero compacto de las perturba-
ciones mentales en el contexto de la guerra colonial, la dimensión moral
de la violencia infligida y el sufrimiento derivado de ella es un veneno
que penetra de manera profunda y duradera en las sociedades. Cualquier
tratamiento sabe que debe abordar esto. Aun aquellos que cometieron la
violencia en un contexto que la justifica plenamente (como en el caso de
una persona colonizada que se rebela contra el ejército que la oprime),
no pueden evitar las incertidumbres de una conciencia moral que los
cuestiona sobre dicho acto (las imágenes de casos clínicos de militantes
del FLN son sutiles ejemplos de estos dilemas morales).
Por supuesto, el torturador que sufre por lo que hace o ha hecho y pide
ser curado debería recibir el máximo de atención también. Pero Fanon,
un psiquiatra que trató a torturadores franceses, distinguía entre aquellos
cuya intención no era continuar (y entonces expresan una auténtica de-
manda de ser curados) y aquellos que quieren meramente una terapia que
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les permita continuar su trabajo después de anestesiar toda duda moral.


Estos últimos no pueden ser curados.
Muchas otras reflexiones críticas sobre el PTSD —y sobre la banaliza-
ción de la idea de trauma que esta categoría ha ayudado a generar— po-
drían agregarse. Recordaré simplemente los comentarios de Laura Brown,
quien, escribiendo con una amarga ironía desde una posición feminista,
sostiene que nadie pretende definir en términos generales y abstractos
lo que es «la diversidad habitual de la experiencia humana». Peor lo que
resulta más importante (y triste) es otra reflexión: para una mujer, la vio-
lación es cualquier cosa menos un acontecimiento «fuera de la diversidad
habitual de la experiencia humana», dada su terrible frecuencia y su di-
mensión alarmantemente común.
La proliferación de comentarios sobre el trauma y el PTSD, que autores
tales como Fassin y Richtmann han descrito en términos de un «imperio
del trauma», marca indudablemente la emergencia de una necesidad dual y
contradictoria: pensar sobre la violencia de nuestro tiempo (una violencia
a menudo macabra e imposible de interpretar, si por este término entende-
mos la activa construcción de un sentido compartido) y al mismo tiempo
refrenar su impacto emocional devastador a través del diagnóstico —una
medicalización que toma por asalto toda cuestión político-moral. De ahí
también la paralela proliferación de modestos modelos de psicoterapia de
pretensiones universales, como la Desensibilización y reprocesamiento por
movimientos oculares (EMDR, por sus siglas en inglés).
La dificultad para pensar sobre la violencia también deriva de una ra-
zón particular. ¿Qué hay detrás de la violación de un recién nacido o de la
amputación del pecho de una mujer que está amamantando a su hijo? ¿De-
trás del empalamiento de un enemigo o del mutilar cadáveres y esparcir
sus extermidades, creando formas de cuerpos que son grotescas e irreco-
nocibles? ¿Qué hay dentro de la planificación burocrático-científica de los
campos de exterminio y de las infinitas técnicas de tortura? Estas inmensas
vistas del dolor, que desaparecen soalmente para reaparecer más tarde en
lugares inesperados, en otros actos, como una corriente subterránea, nos
hablan de la amenaza de un lado oscuro de lo que llamamos humano, que
recuerda lo que podemos ser y en qué podemos transformarnos. La idea
del PTSD ofrece solo un débil antídoto contra esta amenaza.
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Las limitaciones que derivan de la opacificación de la cuestión moral


(una forma de absolución mediada por la primacía de las leyes neuro-
biológicas, se podría decir) y la universalización de los acontecimientos
traumáticos con un vocabulario que pretende ser capaz de nominar y
traducir el sufrimiento en cualquier lugar tiene muchas consecuencias:
la marginalización de los recursos terapéuticos locales y de las estrategias
simbólicas descritas en variados contextos (los ritos de purificación de
los monjes budistas en Camboya o de los chamanes indonesios para los
sobrevivientes de las masacres; los cultos de posesión destinados a la pa-
cificación de los espíritus que aparecieron después de las atrocidades de la
guerra civil en Mozambique…). Sin embargo, también está el riesgo de una
sustancial victimización de un sujeto que, durante un proceso diagnóstico-
terapéutico de este tipo, vea cancelados sus recursos y su capacidad para
actuar en el mundo (agency, sentido de ser agente de acción), y, sobre todo,
vea ignorada su creatividad: es decir, la creatividad a menudo expresada en
las (siempre únicas) formas de la narrativa y escritura del desastre (actos
literarios, testimonios y declaraciones políticas, apoyo a otras víctimas de
la violencia, o, de forma alternativa, el silencio).
Marcelo Viñar (2005) ha analizado este aspecto de manera muy inci-
siva. En definitiva, la hegemonía del PTSD es un acto de violencia episte-
mológica que amenaza con debilitar en vez de incrementar y apoyar los
recursos terapéuticos existentes en las comunidades o en los individuos.
De todas formas, esta categoría, con sus muchos defectos, tiene una virtud:
la de restaurar el peso de la realidad que no se disuelve en las brumas de la
angustia o las fantasías de un paciente, o que por lo menos será reconocida
desde ahora entre esas penosas «fantasías reales», para citar a Fanon nue-
vamente, que sitian a los sobrevivientes. Entonces, este es el punto: creo
que el desafío es imaginar qué podría ser la cura y el recuerdo traumático,
sin olvidar nunca la naturaleza espectral de estas experiencias, en el sentido
que le da Derrida al término y que fuera discutido en el soberbio libro de
Avery Gordon (1997).
Mi etnopsiquiatría del trauma comienza allí: los traumas históricos y
su no redimido legado, los traumas individuales y el doloroso silencio que
a menudo los abandona en la periferia de la conciencia pública. Su legado
puede ser implacable, y tal como hemos aprendido del psicoanálisis, la
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paradoja del trauma radica en su dimensión temporal. Las experiencias


traumáticas habitan el tiempo de la existencia y ejercen un derecho de
propiedad sobre nuestra memoria: no somos nosotros quienes las reevoca-
mos, sino que más a menudo son esas experiencias las que sitian nuestros
actos. Lo que llamo una crisis de memoria emerge de este escenario de
sombras: también es una crisis paradójica, como bien lo sabemos, ya que
se expresa, no tanto bajo la forma de la represión inconsciente o «amne-
sia» (impuesta por los sistemas represivos de los Estados autoritarios o
reproducida en las habitaciones de la complicidad familiar, o en el fútil
intento del histérico o la histérica), como en la lucha feroz entre el olvido
y un exceso de memoria (que es la forma en la que el PTSD se refiere a
los flashbacks). Una memoria que no duerme y parece preguntar por la
extraña justicia de la escucha y la cura.

El libro Un lugar en el mundo: Senderos de la migración entre violencia,


memoria y deseo (Beneduce, 1998/2015) tiene su origen en la investiga-
ción sobre los lazos entre la emigración y la salud. ¿Cuál es la situación
respecto de la salud mental de los emigrantes africanos y del Oriente
Medio en Europa, y particularmente en Italia?

Cuando ese libro fue escrito (la primera edición data del año 1998), la si-
tuación de la emigración era radicalmente diferente. Los emigrantes que
llegaban de países de América Latina (por razones políticas o económicas),
del Magreb y de algunos países del África sub-sahariana (Senegal), de
países de Europa del Este luego del colapso de los regímenes comunistas
(Albania, Rumania) conformaban la gran mayoría de quienes llegaban a
Italia. En países como Francia, la emigración estaba claramente conectada
con el pasado colonial (emigrantes de Argelia, las Antillas o países como
Mali); en Gran Bretaña muchos emigrantes venían de India, Paquistán o el
Caribe (como nos lo ha recordado el escándalo Windrush recientemente).
El caso italiano fue diferente. El análisis de la nostalgia y la pertenencia
cultural había dominado las discusiones en esos años, junto con la cuestión
de la crisis social y económica en las sociedades de origen.
Pero la migración es un proceso histórico, cuyas características socio-
lógicas son extremadamente variables y cuyos efectos psicológicos están
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directamente conectados con los acontecimientos políticos. En el final


de la década de 1990, la crisis económica causada por las leyes de ajuste
estructural (en 1994), las interminables guerras en el África sub-sahariana
(Liberia, Sierra Leona, Ruanda, RDC) y los Balcanes, y, sobre todo, la deci-
sión de reducir drásticamente el flujo migratorio habían traído aparejado
un cambio radical debido a los cada vez más rígidos criterios de entrada:
solo se podía entrar a Europa si se solicitaba asilo político. No obstante,
mientras que hasta el final del siglo pasado el 80% de estos pedidos eran
aceptados, ahora más del 65% de ellos son rechazados, a la vez que un
porcentaje significativo adopta la forma de una protección internacional
precaria (descrita como «humanitaria» y con una duración de apenas
dos años), con un movimiento caótico de aspirantes al asilo rechazados,
condenados a seguir viviendo de forma subterránea o forzados a tratar de
cruzar hacia otros países. El cierre de las fronteras ha causado un cambio
dramático en las trayectorias migratorias: decenas de miles de emigran-
tes han muerto en las aguas del Mediterráneo o cruzando el Sahara. Los
países de tránsito se han vuelto mercados opulentos de tráfico humano y
cementerios espectrales, con la producción en paralelo de una violencia sin
precedentes (como, por ejemplo, en Libia, Sudán o el Sinaí). Las políticas
europeas se hallan hoy totalmente paralizadas: influidas por gobiernos de
derecha o crecientemente reaccionarios, la cuestión de la emigración se ha
vuelto el tema central del debate político, sobre un telón de fondo de una
ahora evidente militarización de las fronteras y un cambio en el sentido
mismo y la extensión del término.
En Europa, el reconocimiento de la protección internacional siempre
ha sido más dependiente en los últimos años de la posibilidad de docu-
mentar la presencia de un trauma o de una vulnerabilidad, y así entonces
confirmar la historia de quien busca asilo: como si la dimensión clínica
(casi siempre la certificación del trastorno postraumático creado por el
stress) ahora hubiera tomado el lugar de los argumentos legales o políti-
cos que una vez supieron ser el fundamento del derecho al asilo (Fassin y
D’Halluin, 2005, 2007).
El debate está hoy dominado por el desafío lanzado a quienes toman
las decisiones por narrativas referidas a razones difíciles de verificar (con-
flictos derivados de feudos familiares o vinculados a la tierra), derechos
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puestos en riesgo por leyes homofóbicas o cuestiones controversiales como


la amenaza «espiritual» (brujería, sociedades secretas) en el caso de quie-
nes buscan asilo desde el África sub-sahariana. En definitiva, lo que resulta
poco sostenible en la pretensión de conceder el status de refugiado sobre la
base de una idea de credibilidad definida a priori por criterios que ignoran
otros registros narrativos y otras formas de experiencia. Significativamen-
te, las comisiones para el reconocimiento de la protección internacional y
los tribunales europeos acuden cada vez más a lingüistas y antropólogos
para sostener o refutar la autenticidad de estos relatos. En una era marcada
por el cierre de las fronteras, la limitación del derecho de ingreso y la sos-
pecha generalizada en contra de los extranjeros, la necesidad de adherir a
criterios de verdadero o falso, creíble y plausible, establecidos por normas
sobre el reconocimiento del derecho de asilo en realidad ha promovido
una economía ilegal plenamente desarrollada de la «historia creíble», que
recurre a los llamados «contadores de historias» (que cuentan historias a
ser presentadas ante las comisiones) como táctica singular para evitar el
riesgo del rechazo.
En este diálogo incierto, marcado por una alteración de la retórica
humanitaria y de los temas de la seguridad, sobre un telón de fondo de
una extendida ignorancia sobre los países de origen de los buscadores de
asilo, al tiempo que sus narrativas parecen estar cada vez más provistas de
referencias opacas y verdades imposibles de determinar (¿cómo medimos
la credibilidad de la afirmación de una persona sobre su orientación sexual
o su fe religiosa?, ¿cómo verificamos la confiabilidad de una amenaza de
brujería o del relato sobre el origen de una «cicatriz ritual»?).12
Muy claramente, hay una crisis en el sistema mismo del asilo, cuya es-
tructura legal se ha vuelto inadecuada para la consideración de los nuevos
perfiles de pedidos de asilo y de la condición de emigrante misma. En este
marco, la etnopsiquiatría está llamada a plantear estrategias de escucha
y de cura más rigurosas aún. El proyecto de una etnopsiquiatría crítica
comienza con la capacidad para penetrar el territorio de otras narrativas
sobre el sufrimiento y otros modelos de la cura, pero también con la

12 Sobre estos temas referiré al lector a dos de mis estudios recientes: Beneduce, 2015, 2018.
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capacidad para recordar que el sufrimiento y la vulnerabilidad no son la


única característica distintiva de todo emigrante y de todo aspirante al asi-
lo, tanto como el efecto a menudo producido por las oscuras economías
de frontera y los laberintos burocráticos de las políticas de inmigración
(la espera interminable antes de ser entrevistado, por ejemplo, que puede
durar años, la violencia denunciada en los centros para aspirantes al asilo,
etc.). La etnopsiquiatría de la migración en la que he estado trabajando
por algún tiempo tiene ahora otras prioridades. De la misma forma que
en sus áreas de investigación habituales (los recuerdos traumáticos, las
formas culturales de la enfermedad y la efectividad terapéutica, las redes
simbólicas y las ontologías de la experiencia dentro de las que otras for-
mas de subjetividad se construyen, los cambios en el conocimiento sobre
la cura y los nuevos imaginarios religiosos), la etnopsiquiatría necesita
urgentemente analizar y combatir la violencia de las instituciones de
atención o el mal uso de esas categorías diagnósticas, cuyo efecto, como
ya he dicho, es el de esconder o enmascarar otros conflictos y contradic-
ciones. Esta es la dimensión reflexiva que me parece más útil enfatizar,
simplemente porque ha sido a menudo ignorada: es la etnopsiquiatría
la que no se satisface con mirar otras formas de conocimiento y otras
narrativas sobre el sufrimiento y la cura, sino que examina sus propios
modelos sobre el psiquismo, el Sujeto, el sufrimiento y la cura, a la luz
de los cambios incesantes determinados por la historia. Quisiera reto-
mar unos dichos del joven Foucault en un pequeño ensayo escrito por
invitación de Merleau-Ponty en 1954 sobre la psicología y la enfermedad
mental, en los que afirma que el único a priori de esta última y sus «cifras
necesarias» se encuentra precisamente en la historia.
Y es por ello que creo que es importante recordar también que la
etnopsiquiatría de la migración debería ser particularmente vigorosa en
el abordaje de las preguntas planteadas en el actual escenario social de la
violencia racial: un espectro que está también inesperadamente ensom-
breciendo a los países que habíamos pensado que estaban libres de ella
y ve a la policía abusar de su poder sobre los miembros de las minorías,
fomentando una espiral de miedo, sufrimiento, síntomas y un discurso
público igualmente siniestro (como el de la non mixité —no diversidad—
en Francia). Al reconocer y curar la alienación racial, la etnopsiquiatría
entrevista al prof. roberto beneduce | 207
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comprende que el racismo no es solo una necesidad subjetiva en la que


los monstruos de nuestro inconsciente emergen, sino un veneno que
puede reproducirse también en el conocimiento y las categorías cien-
tíficas (como pasó en la psiquiatría). Es una forma de actuar que, sin
dejar ninguna sociedad de lado, ha fundado la formación misma de los
estados modernos13. ◆

13 De la vasta literatura, mencionaré algunas de la investigaciones más significativas para la


etnopsiquiatría tal como aparece planteada acá: el trabajo de Diane Fuss (1995) sobre la relación
entre la idea freudiana de la «identificación» y la centralidad de este concepto en la políticas coloniales
de clasificación de los pueblos indígenas; las ideas de Ashis Nandy (1983, 1995) sobre la relación entre
la colonización y el inconsciente en la India y el Imperio Británico; la investigación de Rita Laura Segato
(2014) sobre el color, el racismo y el conocimiento médico en Brasil y la de Darcy Ribeiro (1995), que dice
lo siguiente sobre el racismo, la formación del Estado y la consciencia del pueblo brasileño: «Nenhum
povo que passasse por isso como sua rotina de vida, através de séculos, sairia dela sem ficar marcado
indelevelmente. Todos nós, brasileiros, somos carne da carne daqueles pretos e índios supliciados.
Todos nós brasileiros somos, por igual, a mão possessa que os supliciou. A doçura mais terna e a
crueldade mais atroz aqui se conjugaram para fazer de nós a gente sentida e sofrida que somos e a
gente insensível e brutal, que também somos. Descendentes de escravos e de senhores de escravos
seremos sempre servos da malignidade destilada e instalada em nós, tanto pelo sentimento da dor
intencionalmente produzida para doer mais, quanto pelo exercício da brutalidade sobre homens, sobre
mulheres, sobre crianças convertidas em pasto de nossa fúria. A mais terrível de nossas heranças
é esta de levar sempre conosco a cicatriz de torturador impressa na alma e pronta a explodir na
brutalidade racista e classista. Ela é que incandesce, ainda hoje, em tanta autoridade brasileira
predisposta a torturar, seviciar e machucar os pobres que lhes caem às mãos. Ela, porém, provocando
crescente indignação nos dará forças, amanhã, para conter os possessos e criar aqui uma sociedade
solidária» (p.120).
|
208 elías adler y marcelo viñar
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reseña del libro

Reconsiderando el encuadre movible


(en movimiento) en psicoanálisis:
Su función y estructura en la teoría
psicoanalítica contemporánea1
Silvia Flechner2

Este libro contiene una dedicatoria su- Siempre ha sido atractivo considerar
mamente especial, por la cual considero el encuadre como una característica está-
importante comenzar: tal como plantean tica y definible en el trabajo psicoanalítico.
los editores, el libro está dedicado al fe- Básicamente, el encuadre establece las
cundo trabajo de los psicoanalistas lati- condiciones acordadas para emprender
noamericanos que tanto han contribuido el trabajo clínico. Sin embargo, tal como lo
al desarrollo teórico y clínico de nuestra muestra este libro, el encuadre ha adqui-
disciplina.12 rido una cualidad proteiforme y es a veces
En él se explora la idea del «encua- fuente de estabilidad y otras un lugar de
dre en un momento en que este concepto regulación ética y de disciplina. Puede ser
está siendo sometido a un renacimiento un lugar de movilidad imaginaria y, en ma-
sistemático por un lado y una extendida nos de algunos analistas, un dispositivo
transformación por otro» (p. 1). para el trabajo psíquico en lo que concier-
ne a sus proyecciones y desmentidas.
Comenzando por un ensayo esencial
de José Bleger sobre el encuadre, el libro
1 Tylim, I. y Harris, A. (ed.) (2017). Reconsider- incluye comentarios sobre dicho trabajo y
ing the moveable frame in psychoanalysis: procede a la exploración del encuadre a
Its function and structure in contemporary
psychoanalytic theory. Londres: Routledge. través de las diferentes teorías psicoana-
2 Miembro titular de la Asociación Psicoana-
líticas. El encuadre es —tal como lo expre-
lítica del Uruguay. silvifr77@gmail.com san sus editores— una de las zonas del
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212 silvia flechner
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punto de vista psicoanalítico en la que la La primera parte de este libro está referi-
psiquis y el mundo entran en contacto, un da al encuadre; en particular, a José Ble-
lugar en el cual el proyecto psicoanalítico ger y su obra.
se encuentra simultáneamente protegido Historizando los movimientos que
y desafiado. Inevitablemente, las fuerzas ha producido la obra de José Bleger, nos
extratransferenciales se entrometen en el encontramos que en 1957 escribía sobre
encuadre psicoanalítico, volviéndolo flexi- la sesión psicoanalítica utilizando la hi-
ble y fluido. pótesis de Pichon-Rivière, planteando la
Tanto los psicoanalistas como los sesión como un «espiral dialéctico» tejido
analizandos, supervisores y candidatos entre las asociaciones del paciente y las
confían cada vez más en las comunicacio- interpretaciones del analista. Un tiempo
nes virtuales, un desarrollo sobre el cual después, David Liberman y sus colabora-
se han efectuado revisiones significativas dores se refirieron al «contrato psicoana-
a partir del concepto clásico de encuadre. lítico», mientras que en 1962 Willy y Ma-
Este libro presenta un diálogo entre vo- deleine Baranger describieron la situación
ces diferentes, reexaminando el estado analítica como «campo dinámico».
y el estatus del encuadre, buscando sus El capítulo sobre la noción de encua-
límites, así como también tamizando sus dre escrito en 1966 se encuentra incluido
inesperados contenidos y expandiendo su en su libro publicado en 1967, Simbiosis y
significado. ambigüedad. Comprendiendo el carácter
Los autores que han sido invitados a ambiguo del «núcleo aglutinado», que de
expresar su pensamiento sobre el tema acuerdo al pensamiento de Bleger es el
plantean nuevas preguntas y formulacio- modo de funcionamiento de la simbiosis,
nes, renovando así las formas de pensarlo. pudo así distinguir el encuadre de una
Algunos de ellos presentan y discuten en forma particularmente útil: con su rigidez
forma bastante radical elementos ideoló- y su carácter repetitivo, el encuadre era
gicos y sociales a través de los cuales el así el lugar perfecto para el refugio de la
encuadre ha quedado influido e implicado. ambigüedad. Bleger pudo escribir su texto
Estos trabajos resultan altamente sobre el encuadre porque se encontraba
constructivos por destacar —entre otros a su vez examinando la ambigüedad de
puntos de vista— la importancia del uso la situación analítica, en la que, paradó-
del encuadre en el análisis de pacientes jicamente, el tema del encuadre aparecía
particularmente difíciles, altamente trau- más claramente.
matizados y con una organización primi- Su estudio sobre el encuadre fue
tiva de su psiquismo. nutrido por su experiencia de trabajo con
reconsiderando el encuadre movible (en movimiento) en psicoanálisis… | 213
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grupos, especialmente como psicólogo gentino. Los fundadores del grupo psicoa-
institucional, a partir del hecho de que nalítico argentino no estaban interesados
cada institución necesariamente implica solamente en la práctica psicoanalítica
la existencia de un encuadre implícito o «clásica», sino también en su aplicación
explícito. Este es quizá uno de los aspec- a problemas tales como las psicosis, las
tos más innovadores de su texto: consi- enfermedades psicosomáticas y las difi-
derar la relación psicoanalítica como una cultades en el psicoanálisis de niños, así
institución. Describe aquellas personali- como también en el trabajo con grupos y
dades que tratan de organizarse a sí mis- con las instituciones. En los años de la caí-
mas sobre la base de la ambigüedad, a da de Perón, en 1955 y en el golpe militar
quienes ha llamado «personalidades am- de 1976, hubo un notable florecimiento de
biguas». Una de ellas es la «personalidad la vida intelectual y artística en Argentina,
fáctica», organizada en torno al soporte de y el desarrollo del psicoanálisis no fue un
una institución o de una forma institucio- fenómeno aislado.
nal. Tomando en cuenta que una parte de Una influencia crucial en la principal
nuestras representaciones internas son corriente del psicoanálisis argentino y uru-
internalizaciones de las instituciones a guayo entre los años cincuenta y setenta
las cuales pertenecemos, el ejemplo más fue el trabajo de Melanie Klein y sus se-
claro de ello es la familia. guidores. El compromiso de parte de los
John Churcher y Leopoldo Bleger han primeros psicoanalistas argentinos en lo
dedicado el capítulo introductorio a José que se refiere a todos los aspectos de la
Bleger y el encuadre psicoanalítico. Allí práctica clínica del psicoanálisis fue una
destacan que el encuadre es uno de los de las razones principales para la rápida
trabajos más conocidos de José Bleger. adopción de las ideas de Melanie Klein y
Publicado en 1967 en el International sus seguidores, tomando especialmente
Journal of Psychoanalysis bajo el título el concepto de identificación proyectiva,
de «Psicoanálisis del encuadre psicoana- que pasó a ser una poderosa herramien-
lítico», fue publicado ese mismo año en ta para posibilitarle al analista hacer in-
español como un capítulo que integra su terpretaciones que pudieran conducir el
libro Simbiosis y ambigüedad. tratamiento por el camino de la simboli-
Allí se describe el contexto del psicoa- zación y el trabajo psíquico.
nálisis argentino en los años cincuenta y Durante este mismo período, ha sido
sesenta. El trabajo de Bleger brinda un fundamental también el papel que tuvo
buen ejemplo del hilado a través del cual Enrique Pichon-Rivière, psiquiatra de
se ha ido conformando el psicoanálisis ar- origen suizo-francés, quien fue de una
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214 silvia flechner
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influencia formativa para José Bleger y trabajo sobre «La sesión psicoanalítica»
sus contemporáneos. Pichon-Rivière y basado particularmente en la noción de
sus colegas desarrollaron métodos de Pichon-Rivière sobre el psicoanálisis como
tratamiento en forma grupal e institucio- un proceso en espiral, en el que las inter-
nal para pacientes psicóticos, así como pretaciones sirven para abrir forzadamen-
también para pensar los grupos y las ins- te el cerrado círculo de la compulsión a la
tituciones. Algunos de los conceptos de repetición, así como también en el trabajo
Pichon-Rivière están incluidos en el libro de Racker sobre la contratransferencia, el
de José Bleger Simbiosis y ambigüedad; cual implica también una crítica a la no-
entre ellos, destacamos el concepto de ción de instinto planteada por el filósofo
vínculo. francés George Politzer en 1928.
Mientras tanto, la importancia del Podríamos decir entonces que en
concepto de contratransferencia crecía 1957 el trabajo sobre la situación psicoa-
fuertemente con Enrique Racker en Bue- nalítica visto desde una perspectiva dia-
nos Aires y Paula Heimann en Londres. léctica enfatiza la apertura al desarrollo
Leopoldo Bleger y John Churcher sostie- y al cambio, mientras que el trabajo de
nen la hipótesis de que la contratransfe- 1967 sobre el encuadre se enfoca sobre
rencia ha jugado un papel tan importante la misma situación, pero desde una pers-
en el movimiento psicoanalítico argentino pectiva vinculada a la compulsión de re-
debido, entre otras cosas, a que este está petición, explorando desde este punto de
conectado con la realidad cotidiana argen- vista con más claridad el funcionamiento
tina, donde la política toca todos los as- del encuadre.
pectos de la vida, desde lo público hasta El capítulo de este libro dedicado al
lo más privado. En este tipo de ambiente, pensamiento de José Bleger es de una
la persona se ve forzada a intentar com- inmensa riqueza, abarca entre otros te-
prender qué es lo que la política trata de mas: el de la simbiosis, la indiferenciación
hacer con ella, debiendo así ser capaz de y la posición glischro-carica, a partir de las
discriminar una posición propia. palabras griegas que se refieren a viscosi-
La combinación entre la orientación dad o adhesividad y el núcleo. Plantea así
clínica con la realidad política tal vez expli- que dicha posición persiste en la adultez
que el fuerte interés expresado en aspec- a través de lo que ha nominado «núcleo
tos «concretos» en el trabajo clínico; por aglutinado», al cual refiere como equiva-
ejemplo, el aspecto relacionado con la lente al planteo de Bion sobre «la parte
situación analítica, la sesión, el contrato, psicótica de la personalidad». A lo largo
el encuadre. En 1957 Bleger escribió su de la vida, este núcleo se mantiene alerta
reconsiderando el encuadre movible (en movimiento) en psicoanálisis… | 215
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para formar nuevas relaciones simbióti- sido en reconocer sus raíces, nombrando
cas, caracterizadas por identificaciones siempre a los autores. Vemos la posición
proyectivas masivas. Bleger argumenta de «no saber» —tomada de Marion Milner,
que es este núcleo el que se deposita Bion y Lacan— en acción, «enseñándonos
silenciosamente en el encuadre, perma- en forma dialéctica a pensar», tal como lo
neciendo escondido, no analizado, hasta expresa Haydée Faimberg.
la irrupción de alguna causa que lo vuelve Faimberg cita a Bleger:
manifiesto. Podríamos seguir aportando
mucho más acerca de estos profundos Pensar es siempre un diálogo y su he-
comentarios, pero esto iría en desmedro rramienta es la dialéctica, o más bien el
de las referencias a otros autores que han proceso de pensamiento es dialéctico,
colaborado en esta producción, y vale la tanto sea este conciente o no. Ser capaz
pena conocer algunos de sus importantes de pensar… Significa ser capaz de tole-
aportes al tema del encuadre. rar lo desconocido, ser capaz de aceptar
Así es que quisiera destacar algunas un quantum de ansiedad, ser capaz de
ideas expuestas en este libro por Haydée plantear problemas y ser capaz de acep-
Faimberg, quien tituló su trabajo «José tar la eventualidad de tener que comen-
Bleger y su actual relevancia en su encua- zar de nuevo, porque el pensamiento
dre dialéctico». Comienza su trabajo plan- sistemático (dialéctico) es como Kronos:
teándose la pregunta acerca de qué hace se come a sus propios hijos. (p. 41)
que un libro sea un clásico. Citando a Italo
Calvino, quien escribió que un clásico es Pichon-Rivière ha llamado a esta fun-
un libro que nunca ha terminado de decir ción co-pensamiento, que significa pensar
aquello que tiene para decir, cada relec- con alguien más, retomada en forma bri-
tura de un clásico es un viaje —voyage— llante por Bleger: la función de encontrar
de descubrimiento como si se leyera por en nosotros una forma de pensar que nos
primera vez. «preocupe» (involucre).
De esta forma, sostiene Faimberg que Faimberg destaca en su capítulo las
José Bleger es un clásico en relación con resistencias que generó en su momento
su pensamiento dialéctico. Por lo tanto, con su teoría, asimilando el encuadre psi-
ella elige para su texto referirse al con- coanalítico a la institución en la cual un
cepto de Bleger sobre encuadre dialéctico, ritual obsesivo podría establecerse, cuyo
reforzando la idea de la relevancia de sus único propósito sería, en palabras de Ble-
propuestas en nuestros tiempos. Enfati- ger, «asegurar la sobrevivencia del anali-
za lo particularmente cuidadoso que ha zando», y a su vez ella misma agrega que
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216 silvia flechner
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quizás también asegura la sobrevivencia el que ella piensa que le daría Bleger), un
del analista. El encuadre se torna así un concepto que incluye simultáneamente la
ritual, con lo que Bleger sostendrá que se negación, abolición y preservación de un
necesitará usar la lógica dialéctica para término, un término que se encuentra en
«diagnosticar» si el objeto de estudio —el un nivel superior, ya que, tal como sabe-
encuadre en sí— solo asegura su sobrevi- mos, en la tradición Hegeliana Aufhebung
vencia en lugar de facilitar la transforma- constituye una operación en relación con
ción psíquica, al decir del autor. el par dialéctico.
H. Faimberg se pregunta cómo toma-
rán las ideas de Bleger las nuevas genera- La segunda parte de este libro está diri-
ciones que no lo conocieron personalmen- gida a «Los modelos comparativos de la
te; su muerte fue muy prematura. Dado función del encuadre».
el hecho de que su enfoque concierne a En esta segunda parte del libro, Lyn-
un área problemática diferente, en un ne Zeavin, de Nueva York; Jon Tabakin, de
nuevo espiral dialéctico, sería de gran Los Ángeles, California; Peter Goldberg, de
importancia mantener su pensamiento. San Francisco; y Anthony Bass, de Nueva
Reconocer este legado no pone en riesgo York, nos traen aportes que enriquecen el
nuestra alteridad, ya que ha respetado concepto de encuadre desde diferentes
siempre él mismo en su propio diálogo puntos de vista.
los caminos personales elegidos por no- En su contribución «El setting y el en-
sotros, ayudándonos «a pensar aquello cuadre: Subjetividad y objetividad en la re-
que ni siquiera sabíamos que estábamos lación psicoanalícita», Jon Tabakin puntua-
pensando». Faimberg termina su capítulo liza que la concepción psicoanalítica sobre
planteando que Bleger fue el primero en cómo organizar una relación terapéutica
abordar simultáneamente el problema de ha oscilado entre dos nominaciones dife-
la ritualización del encuadre y la necesi- rentes: el setting y el encuadre, que gene-
dad de mantenerlo estable. La solución ralmente son tomados como sinónimos.
que nos trae es la dialéctica de dos encua- Tabakin explora la idea de que estos dos
dres: este es para ella el concepto original conceptos pueden referirse a diferentes
para la Aufhebung (según la autora, este aspectos. Según el autor, el encuadre
término podría ser traducido como «supe- connota estructura, mientras que la idea
ración», y nos aclara que no debería ser de setting estaría más bien referida a la
traducido como «síntesis» si se quiere res- relación psicoanalítica, distinguiendo así
petar el sentido que le dio el filósofo Kojé- dos aspectos de la relación analítica —la
ve, que es el mismo que le da Faimberg y estructura del encuadre y lo que da en lla-
reconsiderando el encuadre movible (en movimiento) en psicoanálisis… | 217
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mar la «atmósfera» del setting—. Plantea externos sean sentidos y experimentados


que la estructura es relativamente inmo- como presencias actuales en el campo clí-
dificable, mientras que la atmósfera es a nico. Goldberg dedica parte de este trabajo
la vez duradera y cambiante en el proceso al rol del encuadre en la cura de acuerdo
de formación. La atmósfera del setting re- con las originales ideas de Bleger.
flejaría la vivencia perdurable de la inte- Centrándose en la idea de Bleger de
racción entre paciente y analista. Sostiene que las partes primitivas y psicóticas de
también que el setting nos mantiene en el la personalidad se depositan en el en-
presente, ya que debemos reevaluar cons- cuadre y lo inmovilizan, el autor postula
tantemente la naturaleza de esta relación que esta propuesta es crucial en relación
que está en permanente evolución. con la función de holding dentro del en-
El trabajo de Peter Goldberg se titula cuadre, tal como Winnicott (1960) la des-
«Reconfigurando el encuadre como una es- cribió. Según el autor, Winnicott describió
tructura dinámica», y se enfoca particular- esta función del encuadre al describir, por
mente en la dimensión orgánica del encua- ejemplo, que si para el paciente no psicó-
dre, el cual —como una viva piel— se irá tico el diván simbolizaba el regazo de la
ajustando a los microcambios del proceso madre, para el psicótico este es el regazo
clínico. Operando como una sensorialidad de la madre. En suma, Goldberg propone
compartida, esta dimensión orgánica a la un modelo de encuadre analítico que fun-
que llamará función de metaencuadra- cionaría como una estructura dinámica,
miento del encuadre se daría en el mo- utilizándose para variadas funciones que
mento a momento en el que dicho trabajo están en constante reconfiguración.
tiene lugar, donde la estructura le da ex- Anthony Bass en su trabajo «Cuan-
periencia a la situación clínica percibiendo do el encuadre no se ajusta a la imagen»
y detectando las situaciones. El encuadre plantea que cuando Freud (1913/1959)
no solo actuará como estructura hecha de expuso sus recomendaciones sobre la
compromisos prácticos y simbólicos, sino técnica psicoanalítica, planteó que habían
también como una membrana o barrera de ciertas «reglas de juego» que podían pare-
contacto psicosensorial, a través de la cual cer meros detalles, pero adquirían impor-
paciente y analista juntos pueden sentir tancia al conectarse con todo el plan de
la existencia de los objetos psíquicos y juego. Sostiene que, cien años después,
aquellos externos. Es a través de esta vía podemos observar que el psicoanálisis
de metaencuadre que el encuadre opera no se sostiene en el vacío, sino que ha
como una membrana conductora, hacien- evolucionado en un medio cultural, social
do posible que los objetos psíquicos y e intelectual particular. Aparecen nuevos
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218 silvia flechner
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marcos de referencia que se aplican a la Stephen Hartman escribe el capítulo


realidad física —en referencia a la física titulado «Cuando encuadramos» haciendo
contemporánea y a las teorías de campo— referencia a que prestamos nuestra pericia
y realidades psíquicas —reflejando una en casi todas nuestras interacciones priva-
variedad de relaciones entre dos perso- das, tratando de ser conscientes de nues-
nas, así como de perspectivas interperso- tros propios terrores: fantasías primitivas,
nales—. Según Bass, Freud desarrolló su secuelas de los percances del desarrollo
teoría en un tiempo y lugar en el cual la o traumas transgeneracionales transmiti-
autoridad del analista era tomada de for- dos. Aclara que no todos los terrores se re-
ma diferente, quizás menos ambivalente. fieren al pasado personal de una fantasía
Los padres eran vistos como autoridades originaria, sino que aparecen también los
absolutas para el «niño/paciente» ideal, y terrores sociales, refiriéndose a aquellos
había, además, una expectativa prescrip- que son de origen colectivo, ya que cuando
ta. La capacidad de negociar las reglas de emergen de las sombras, atacan a cada
manera apropiada enfatizando el campo uno de nosotros en forma masiva.
intersubjetivo de la experiencia no fue en- Los terrores sociales y políticos como
tendido ni valorada como lo es hoy en día. el del 11 de setiembre (referido a las Torres
Ha observado que los diferentes valores, Gemelas, en Nueva York) se agregan a la
sensibilidades y formas de entender el práctica discursiva que confeccionamos,
proyecto psicoanalítico generan diferentes llamada el encuadre, para protegernos a
realidades, marcos alternativos y otras for- nosotros mismos, a nuestros pacientes, así
mas de nuestro quehacer. Afirma que cada como también a la integridad de nuestro
analista construirá su propio mapa con- trabajo, reflexionando sobre múltiples re-
cordando con su visión particular, guiando gistros de experiencia nunca formulados.
su trabajo de acuerdo con su conjunto de Sostiene que el terror social aparece
intenciones guiadas en forma personal. como un intruso más que como un elemen-
to constitutivo de la sesión psicoanalítica.
La tercera parte de este libro está dirigi- Para este autor, el terror puede ser intrín-
da al encuadre, la cultura, la política y el seco a varios aspectos del ser humano,
terror. pero el terrorismo social y político es difícil
Stephen Hartman, de Nueva York; Yo- de ubicar en la interacción entre uno y otro,
landa Gampel, de Tel Aviv; y Janine Puget, debido a que es virtualmente difuso.
de Buenos Aires, toman temas tales como Al referirse a la estructura y función
el terror, el terrorismo, la violencia para versus el terror, Stephan Hartman en este
referirse al tema del encuadre. interesante capítulo hace referencia a la
reconsiderando el encuadre movible (en movimiento) en psicoanálisis… | 219
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situación en la cual el terror emana des- sonal así como lo hacen los estándares
de las instituciones de Estado —tal como que estructuran nuestra práctica.
ha sucedido en la dictadura argentina de Cuando el analista reconoce al otro
1976 a 1983—, cayendo nuevamente en aislado en estado de «dolor social», al de-
una lógica estructural de las institucio- cir de J. Puget, Hartman hace referencia
nes. Cita a J. Puget (2002), quien dice que a la posibilidad de abrir el espacio para
«se adopta una lógica causal, basada en la creación de los lazos que ayudarán a
falsas hipótesis, sostenida por valores resolver este problema; cita a su vez a
éticos perversos que promueven acciones Rogelio Sosnik, quien afirma que este en-
corruptas» (p. 145), con una estructura que foque agrega una dimensión social para
promueve la fantasía regresiva. Con esta la creación de la subjetividad.
lógica —que no importa cuán perversa El autor nos plantea que, a través del
sea—, la historia nos demuestra que el te- terror, el ciudadano se vuelve un vehícu-
rror reúne un tipo de estructura predecible. lo, transformándose en un miembro de
Sostiene que la historia nos provee la sociedad en riesgo. Dicha penetrante
de un referente del cual el terror carece, sensación de riesgo se mezclará entonces
haciendo referencia a dictaduras, segre- con un pavor innombrable.
gación racial (Apartheid), SIDA o Donald Para finalizar, expresa que los espa-
Trump. Los eventos históricos como estos cios abiertos, tales como las comunidades
son recordados por nosotros por tener un online, florecen con un acceso infinito y son
origen que nos estructura a cada uno, en usualmente vistos con sospecha por mu-
el encuentro con ellos, en nuestra propia chos psicoanalistas que prefieren —sien-
experiencia vivida; estos eventos fueron do aun un tratamiento online— tener un
confusamente polimorfos e imposibles de encuadre tradicional, a pesar de las nue-
precisar. La memoria social es para el au- vas formas generadas por espacios poten-
tor infinitamente inestable, a la búsqueda ciales online que podrían proveer mejores
de una estructura unificadora. ciberencuadres, los cuales tenemos que
Bajo estas circunstancias, el analista pensar relacionados a la experiencia del
trabaja con la posibilidad de reconocer las terror en el espacio psicoanalítico.
defensas contra el terror, así como uno Con el advenimiento de Internet, di-
podría hacerlo cara a cara con las fanta- chos espacios abiertos describen un es-
sías primitivas. Las defensas atravesarían fuerzo para impregnarnos del hacer con
entonces el campo interpersonal yendo otros, a través de Internet. Al usar com-
hacia el campo psicoanalítico profesional, putadoras y encontrarnos con un código
volviendo nuevamente al campo interper- abierto, nos encontramos en espacios
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online donde existe una enorme movili- cuchar el pensamiento del otro, compar-
dad psíquica y lugar para la creatividad. tiendo los sentimientos y movimientos del
Para ello, tendremos que dejar de lado las inconsciente. Cuando lo desconocido o lo
críticas hacia Internet, tales como ser un no pensado —los fantasmas, según Ble-
elemento de aislamiento social o tomar en ger (1967), o los residuos radioactivos, se-
cuenta solo su carácter adictivo. gún la propia autora— emergen, revivirán
Yolanda Gampel titula su trabajo «El experiencias traumáticas, rompiendo el en-
encuadre como frontera en una varie- cuadre y la continuidad del proceso. Estos
dad de encuadres-settings». En él, hace desmoronamientos abren la posibilidad de
referencia a la diversidad de imágenes incorporar aquello que ha quedado como
generadas por la muerte, convertidas en inaccesible dentro de los pensamientos y
cuerpos descuartizados, emociones catas- sentimientos del paciente, restaurándose
tróficas que vuelven a la mente a modo dentro del encuadre psicoanalítico.
de escenas no evacuadas, así como ten- La autora resalta que comenzó a
siones inscriptas a nivel corporal. Estos escribir este artículo en 2015, mientras
elementos nos asustan, apurándonos a tenía en mente su trabajo en contextos
establecer cierto orden artificial. culturales diferentes, así como también en
Por ello, Freud desarrolló un encuadre condiciones políticas, sociales e históricas
que establece ciertas constantes, cuyas diferentes. Mientras tanto, sucedieron nu-
fronteras hacen posible el despliegue del merosos hechos difíciles, y sintió que ella
proceso analítico, tanto para la mente del perdía ambos: el marco de sus reflexiones
analista como para el analizando. En 1912, sobre el trauma colectivo o social y el en-
Freud establecía la importancia de las cuadre de su propio trabajo psicoanalítico.
fronteras con el desarrollo de la «cura por La sucesión de dichos eventos se convirtió
la palabra» (the talking cure). A pesar de no en un trasfondo indiferenciado, mientras
haber usado la palabra encuadre, los auto- que al mismo tiempo adquiría la forma de
res psicoanalíticos que se refieren a dicho un solo evento que sabíamos que conti-
término lo hacen mencionándolo como «el nuaría a pesar de que su naturaleza y lo-
método tradicional de Freud». Gampel se calización podría sorprendernos. Citando
refiere al encuadre en forma general como a Deleuze (1987), señala que sería como
el marco que promueve el desarrollo del que dichos eventos hubiesen cambiado
análisis. Para la autora, el encuadre pro- el significado y la función, volviéndose
tege a los dos participantes en sus posi- parte de la vida; lo que se estaba expe-
ciones vulnerables, circunscribiendo un rimentando significaba más sobrevivir
ámbito donde dos personas pueden es- que vivir. Citando al filósofo francés Alain
reconsiderando el encuadre movible (en movimiento) en psicoanálisis… | 221
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Badiou (2005), Gampel nos expresa que inscriben en el análisis personal que rea-
el evento es un momento de exceso, una liza acerca del encuadre, desde el trabajo
invasión completamente impredecible de con un grupo de refugiados a través de
lo extraordinario, diferenciándolo de la Skype en tiempos de guerra, hasta los pro-
situación. En este sentido, plantea que blemas que surgen a partir de las situa-
no pueden ser simplemente olvidados y ciones anteriormente planteadas dentro
colocados fuera de la mente. La masacre del consultorio.
de Charlie Hebdo en París, los disturbios Sostiene que la invitación a participar
políticos y la violencia en Israel, la llamada en este libro se torna un marco de dis-
«crisis de los refugiados» —el gran núme- cusión con numerosos puntos de vista,
ro de personas huyendo de la guerra, el materiales clínicos sobre el valor, la nece-
terror y la persecución, buscando un futu- sidad, la inestabilidad o la evolución del
ro mejor en Europa— han generado una encuadre. Para la autora, sería imposible
ola increíble de solidaridad de parte de comprender al individuo, la familia o las
la sociedad, pero al mismo tiempo han crisis institucionales sin tomar en cuenta
desencadenado un intenso debate sobre una cultura que se encuentra también en
la política de seguridad en las fronteras. crisis.
Esta crisis, tal como lo refiere Gampel, ha Janine Puget titula su trabajo «Re-
contribuido a que reemerjan debates so- visitando el concepto de encuadre». Su
bre los límites, tales como las líneas de trabajo se enfoca en las contribuciones
demarcación de la autoridad, la ley y la de los psicoanalistas argentinos para la
identidad, pero, por sobre todo, llevó al comprensión de la relación entre analista
cierre de las fronteras externas y al mismo y analizando en un encuadre tradicional
tiempo a un desafío de las fronteras inter- de análisis individual, familiar, de pareja
nas. Posteriormente a ello, las cuchilladas o grupal.
comenzaron en Jerusalén, demostrando Según J. Puget, la deconstrucción de
que algunos incidentes pueden llevar a le- la noción de encuadre permitió adoptar el
vantar muros y dividir la ciudad. Mientras, concepto de «dispositivo», que incorpora el
el 13 de noviembre de 2015 a las 22:30 de campo social y toma en cuenta múltiples
la noche, en París se produjo un tiroteo en elementos que se encuentran en juego en
masa en el teatro Bataclan. Estos eventos la relación psicoanalítica. Se hizo evidente
han alimentado y se han alimentado de que había una diferencia entre interactuar
la pérdida del sentido de la racionalidad. consigo mismo en presencia del analista
La autora trae numerosos ejemplos —una interacción en la que el analista es
clínicos de diferentes situaciones que se visto como un objeto de la transferencia—
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e interactuar con otro y otros, lo cual inclu- estas lógicas divergentes genera nuevos
ye al analista como sujeto. Esta toma de problemas y desafíos para los psicoana-
conciencia marcó un quiebre con el encua- listas, extendiéndose a familias e insti-
dre psicoanalítico referente tradicional. tuciones. Las generaciones más jóvenes
Como consecuencia de ello, las prácticas son poseedoras de información que les es
terapéuticas que sustituyeron la noción de desconocida a los mayores, una dispari-
encuadre por la de dispositivo se ubicaron dad que constituye un verdadero desafío.
por fuera del psicoanálisis. Sumado a estas transformaciones, agrega
La noción de vínculo (link), sin em- que, en la mayoría de los países, el psi-
bargo, fue gradualmente incorporada al coanálisis se vio afectado por su populari-
vocabulario psicoanalítico y recibe diferen- zación, lo que lo convirtió en un obstáculo
tes definiciones, dependiendo del marco y generó que algunos conceptos perdieran
teórico que la sostiene. su significativo poder o fueran usados en
J. Puget plantea que el mundo ha contextos tan diferentes que han dejado
cambiado con el nacimiento del psicoa- de tomarse en cuenta con respecto a la
nálisis, aunque a veces aún deseamos complejidad de las relaciones humanas.
mantener en nuestra práctica diaria al- J. Puget se pregunta qué es necesario
gunos de los valores que llevaron a Freud para analizar hoy en día, planteando que
a formular la noción de encuadre y la regla se requiere que el analista sea capaz de
de abstinencia, preguntándose cómo po- tomar en cuenta una variedad de facto-
demos tener en cuenta los nuevos valores res que afectan la relación entre analista y
que están siendo incorporados a diario y analizado. Dejamos el campo de la lógica
los nuevos modos de comunicación. binaria para entrar en un campo de multi-
Plantea que es necesario darse cuen- plicidad. Esta transformación ha socavado
ta de que algunos de los problemas entre los fundamentos esenciales del psicoaná-
psicoanalistas surgen a partir de obstá- lisis, que se han vuelto imperceptiblemen-
culos en la coexistencia intergeneracio- te abiertos al cambio, a pesar de estar re-
nal planteados por diferentes formas de forzados con hipótesis ad-hoc. Cuando se
pensamiento, así como de la interacción multiplican excesivamente, tal como lo ha
con la tecnología. Las generaciones más planteado Kuhn (1962), las hipótesis ter-
jóvenes se han tornado más tecnófilas minan debilitando el núcleo de nuestras
a favor de la conectividad, mientras que teorías. A pesar de los intentos de preser-
las generaciones mayores continúan pen- var el sabor original del psicoanálisis, los
sando en forma lineal, causal, en térmi- desarrollos tecnológicos y culturales han
nos más asociativos. La superposición de vuelto imposible la verdadera ortodoxia.
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Por ejemplo, la habilidad del paciente de en 1999 en el International Journal, donde


googlear a los analistas ha cambiado para analiza profundamente las ideas de los
siempre la natural privacidad del consul- Baranger. Racker y Grinberg son también
torio y del analista. tomados en cuenta por el concepto de
En este artículo, J. Puget hace tam- contratransferencia y la noción de con-
bién una breve descripción del psicoaná- traidentificación proyectiva.
lisis en Argentina citando a pensadores Posteriormente, el trabajo de J. Puget
tales como Pichon-Rivière, Bleger —cuyas (1986) con grupos, familias y parejas le
ideas se han difunfido gracias a que fue ha permitido tomar en cuenta el estatus
traducido al inglés y al francés, y al traba- del otro, enunciando su alteridad, por lo
jo de Silvia Amati (1992) basado en sus que no puede ya ser reducido a objeto. El
ideas—, W. y M. Baranger —que situaron otro es el sujeto de un vínculo. Fallando
la relación analítica dentro de lo que han la identificación, dará lugar a la dinámica
llamado el campo dinámico psicoanalítico, de las relaciones de poder; en ese sentido,
en el cual el analista entra en un profun- ella les dio una importancia significativa a
do compromiso con el paciente, también aquellos aspectos de la relación que son
con respecto a la noción de bastión3 (ba- irreductibles al mundo interno y pueden
luarte)—. De manera similar a Bleger, los ser entendidos solamente como un es-
Baranger se han vuelto más conocidos en pacio singular. Berenstein y Puget (1997)
Francia debido a la traducción parcial de llamaron a este espacio lo vincular, o el
sus escritos; sin embargo, sus ideas no espacio de los vínculos.
se han expandido en la comunidad ana- Define así la relación entre dos su-
lítica de habla inglesa, a pesar del hecho jetos, cada uno de los cuales es irreduc-
de que algunos de sus trabajos han sido tible a sí mismo. La alteridad del otro o
publicados en el International Journal of los otros limita las posibilidades ofreci-
Psychoanalysis. J. Puget cita en este tra- das por los mecanismos de introyección
bajo a nuestra colega Beatriz de León de y proyección. Por lo tanto, se necesitará
Bernardi, quien ha publicado su trabajo definir la relación analítica y el encuadre
de una forma diferente. La relación entre
dos personas siempre excede lo que un
3 En el original: «The Spanish baluarte refers
sujeto unitario puede guardar.
to a type of fortification, projecting from
the main walls of a fortress, which enables Para J. Puget, la revolución tecnológi-
the defenders to hinder an attack on the ca, las relaciones sociales regidas por las
main structure by firing laterally on the at-
tackers. It has sometimes elsewhere been
leyes del mercado, las guerras fratricidas,
translated as “bulwark”». los inevitables efectos de la corrupción
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abierta y latente, la institucionalización de grupo, una familia o una pareja, propor-


más y diversos dispositivos, la compren- ciona un sentido de solidez que nos puede
sión de los efectos extremos de la ultraob- entrampar. Este falso sentido de solidez
jetiva y ultrasubjetiva violencia (como la ha impide la curiosidad, el deseo de saber, la
llamado Balibar, 2010), así como la emer- sorpresa, el desconcierto y todo el resto de
gencia de nuevas microguerras en todo el las reacciones que facilitan la emergencia
mundo, han llevado a algunos colegas a de alternativas que enriquezcan el vínculo
preguntarse qué hace que un tratamien- con la vida.
to sea un psicoanálisis. ¿Es acaso la fre- La tercera parte del libro está dedi-
cuencia de las sesiones, la abstinencia, cada a las variaciones en el encuadre.
así como también lo que entendemos por Claudio Eizirik, de Porto Alegre, Brasil, ex
abstinencia? ¿Es acaso lo que hacemos Presidente de IPA, titula su trabajo «De-
cuando estamos con nuestros pacientes? sarrollos contemporáneos y desafíos en
¿Es el medio que usamos para conseguir la formación psicoanalítica y su práctica».
experiencia psicoanalítica? ¿Puede esta En este capítulo, el autor destacará en pri-
última ser definida por el contacto con el mera instancia ciertas características de la
inconsciente o por algo más? práctica analítica contemporánea a partir
La autora se responde a estas pre- del hecho de que los institutos de forma-
guntas diciendo que lo que define al ción tienen como objetivo proporcionarles
psicoanálisis no es más que la habilidad a los candidatos la experiencia en la prác-
para acceder a la experiencia analítica, la tica psicoanalítica para prepararlos en su
noción de experiencia adquiere aquí un trabajo como psicoanalistas. En segundo
rol significativo. Además, para J. Puget el lugar, examinará aspectos específicos del
psicoanálisis implica la toma de concien- análisis, la supervisión, las instituciones
cia de que cada experiencia es única y no psicoanalíticas, así como también sus
es totalizadora del mundo en que vivimos. desafíos, los cuales considera altamente
Al incluir la corrupción como uno de relevantes en este interminable proceso
los elementos que forman nuestra sub- de desarrollo y esfuerzo para mantener
jetividad social, da por sentado que de una identidad analítica.
alguna forma y dependiendo de las cir- Se pregunta si los pacientes que
cunstancias, voluntaria o involuntariamen- tratamos han cambiado, planteando
te estamos en contacto con cierto grado que desde 1980 comenzaron a aparecer
de corrupción. referencias concernientes a cambios en
Concluirá planteando que confirmar los pacientes en análisis, y surgieron
una identidad, tanto sea de un sujeto, un nuevas descripciones que contrastaban
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con las clásicas de Freud con respecto a recursos disponibles que actualmente po-
los pacientes neuróticos. Un ejemplo de seemos para lograr un contacto emocional
ellos son las investigaciones de Kernberg con ellos.
con respecto a los pacientes fronterizos, C. Eizirik agrega un comentario más.
así como los estudios de Marty en rela- Dice que a lo largo de estas últimas dos
ción con la psicosomática, tal como lo ha décadas hemos hecho un descubrimien-
descrito Marilia Aisenstein (1989/2014), to: la vejez existe y la mente y la angustia
nuevas enfermedades del alma (Kristeva, de la vejez resultan ser una nueva área
2002) o perversiones con J. McDougall de estudio y tratamiento psicoanalítico.
(1983); Green describe y sugiere enfoques Toma en cuenta una variable que no ha
posibles para estructuras no neuróticas. sido considerada: el ciclo de vida de los
Todas estas contribuciones indican pacientes y analistas atraerá a algunos
que la práctica contemporánea incluye pacientes de acuerdo a si somos más o
nuevos tipos de pacientes, mientras que menos abiertos a una escucha analítica
simultáneamente surgen más preguntas apropiada.
que respuestas. ¿Son estas, acaso, nuevas El autor se refiere a los tres mode-
patologías o son simplemente nuevas ver- los de formación con los que cuenta la
siones de las estructuras descriptas por Asociación Psicoanalítica Internacional
Freud y sus contemporáneos?, se pregun- (IPA, por sus siglas en inglés), así como
ta el autor. el tema de la frecuencia de las sesiones,
¿En qué medida los cambios cultura- planteando que hoy en día es menos fre-
les alientan lo que ha sido descripto como cuente ver pacientes de cuatro o cinco
la modalidad líquida o hipermodernidad, sesiones por semana, tal como sucedía
contribuyendo a plantear nuevos tipos años atrás. Muchas razones se han re-
de patologías? De acuerdo a su propia unido para que esto suceda, incluyendo
experiencia, C. Eizirik encuentra una pre- problemas financieros, resistencias, las
dominancia de pacientes neuróticos, así grandes distancias en centros urbanos,
como también están presentes los des- las dificultades del analista para proteger
órdenes de la personalidad; son pocos el encuadre, la competencia con métodos
los pacientes descriptos por los autores terapéuticos de menos sesiones, la moda
anteriormente nombrados. Sostiene que actual de favorecer un menor contacto y
la mayor diferencia entre nuestra prác- un tratamiento más rápido. Se pregunta
tica y la del pasado parece ser el hecho entonces si un tratamiento de dos veces
de que no aceptábamos a estos «nuevos» semanales podría ser considerado aná-
pacientes para análisis o no teníamos los lisis. Parece insuficiente, para definir un
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tratamiento como psicoanalítico o no, ba- la construcción del analista. C. Eizirik se


sarse solamente en el punto de vista de pregunta si los analistas son construidos
la frecuencia. Sería importante considerar o se construyen a ellos mismos. Cita aquí
también si hay un proceso psicoanalítico un poema, «El trabajador de la construc-
en marcha, si la neurosis transferencial ción», del autor brasilero Vinicius de Mo-
ha sido establecida, si aparecen sueños raes (1960), el cual describe al trabajador
o si el campo analítico se ha establecido, de la construcción creciendo en su reali-
así como también observar si hay cambio zación, en sus circunstancias particula-
psíquico y si el analista ha desarrollado y res, adquiriendo en el proceso la noción
establecido su identidad psicoanalítica y de construirse a sí mismo como perso-
la experiencia suficiente como para com- na. Explica que no cree en la idea de un
prender el trabajo con sesiones de menor analista construido, sino más bien en el
frecuencia. proceso continuo y siempre incompleto de
C. Eizirik analiza en este mismo sen- un analista en construcción. Sin embargo,
tido el uso del diván, el tema de los hono- apunta a las fluctuaciones entre los esta-
rarios, etc. Se centra también en un punto dos mentales donde podemos sentirnos
interesante y desafiante hoy en día que es más o menos construidos o sentirnos bajo
el tratamiento a distancia, por teléfono o permanente construcción (Eizirik, 2012).
Skype, o utilizando otras formas de comu- Al referirse al análisis personal, C.
nicación virtual. Reconocemos que cada Eizirik plantea el consenso que existe
vez más los pacientes y también los ana- con respecto a que el elemento principal
listas se comunican vía mensaje de texto para la formación es el análisis personal
o Whatsapp, en lugar de utilizar la con- del futuro analista, y se pregunta si aca-
testadora telefónica, ahora ya obsoleta. so es siempre este el caso. Nos dice que
De la misma forma, más y más imágenes, en su propia experiencia y la de colegas
videos, grabaciones en Iphone o IPad son cercanos, podría afirmar que existen apro-
traídas a la sesión y forman parte del set- ximadamente dos grandes grupos de pa-
ting moderno de hoy en día. Para el autor, cientes que transitan por la formación; el
es importante e incluso indispensable que primero consiste en un grupo de pacientes
el análisis incluya un período o períodos qe busca un tratamiento para sus propias
de tratamiento en persona, como forma necesidades personales y sus sufrimien-
de que el método desarrollado pueda pro- tos emocionales, los cuales luego de cierto
veer las condiciones de un óptimo setting. tiempo a lo largo del tratamiento o luego
Otro punto remarcable de este tra- de varios años de análisis perciben el de-
bajo está referido a la pregunta sobre seo o la motivación de realizar la forma-
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ción analítica. En general, para este grupo Con respecto a las instituciones psi-
la formación es un período de su análisis, coanalíticas, nos dirá que un elemento
que continúa luego de finalizar los proce- que puede estimular o desestimular la
dimientos institucionales hasta completar identidad psicoanalítica está relacionado
el proceso analítico. Para estas personas, con el clima institucional que predomina
la formación es un encuentro accidental en cada sociedad o institución. Se pregun-
en el análisis. El segundo grupo está for- ta hasta qué punto el pensamiento crítico
mado por personas que buscan la forma- e independiente es bienvenido, hasta qué
ción como primer y principal propósito, a grado los procedimientos y reglas se tor-
pesar de reconocer la existencia de dificul- nan una especie de fetiche que debe ser
tades emocionales. Generalmente hay un obedecido porque sí, hasta qué punto el
elemento de urgencia o presión dentro de clima institucional estimula a los futuros
este tipo de análisis, en el cual el paciente analistas a participar en sus actividades
finaliza tan pronto como haya alcanzado ofreciéndoles dar sus opiniones o, a la in-
los requerimientos institucionales. Existen versa, los mantiene tímidos y en temeroso
numerosas razones aparentes para que silencio que solamente podrá romperse
esto suceda: el costo, la distancia, las de- luego de muchos años e infinitos encuen-
mandas familiares, etc. No sería honesto tros posteriores.
generalizar, pero según la observación del C. Eizirik no comparte la idea de
autor, el primer grupo demuestra conte- mantener el análisis de los futuros ana-
ner a aquellos analistas que poseen una listas solamente en manos de analistas
identificación más cercana con la función didactas o miembros titulares. Que esto
e identidad analíticas. implique que tengan más experiencia
A partir de este punto, C. Eizirik nos parece ser, según el autor, una excusa
devuelve la pregunta que merece una im- insuficiente. Plantea que muchas veces,
portante atención: ¿Por qué Freud tuvo la cuando se debe realizar el pasaje del
curiosa idea de recomendar reanalizarse análisis satisfactorio con un miembro
cada cinco años? El autor tiene la impre- asociado a un analista didacta debido al
sión de que el reanálisis no es algo co- deseo de iniciar la formación, se puede in-
mún entre los analistas, y sugiere que hay terrumpir despiadadamente una relación
una dificultad para seguir siendo agudo analítica que venía desarrollándose muy
y permanecer al día en nuestro campo si bien, mientras que en otros casos el cam-
no tenemos la humildad de realizar lo que bio puede resultar beneficioso. C. Eizirik se
Freud refirió como una purificación psicoa- refiere largamente también al tema de la
nalítica periódica. supervisión. Un estudio realizado en los
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institutos de formación en Alemania (Na- rís. Trabaja por teléfono con pacientes
gell, 2014) ha identificado cuatro estilos que viven en cualquier ciudad, sin estar
de supervisores: el defensivo-controlador, presente. Sus pacientes tienen sesiones
el pragmático, el orientado hacia la rela- regulares, siempre a las mismas horas, y
ción y la experiencia, el facilitador y sos- es él quien modifica su agenda seis horas
tenedor. Mientras que por el lado de los para adelante o seis horas para atrás, y
supervisandos se vería el estilo fóbico y de aclara que, lógicamente, no es lo mismo
evitación, abierto-interesado, auténtico e trabajar telefónicamente que hacerlo en el
investigador, reservado- adaptativo. Estos mismo espacio que el paciente.
modelos parecen ser muy útiles cuando Rich eligió no usar Skype para no
pensamos en la experiencia de supervisar tener que sentirse atado a una cámara
a colegas más jóvenes. Para finalizar su durante todo el día y también porque en
trabajo, toma el punto de devenir y man- el psicoanálisis tradicional el paciente no
tenerse como psicoanalista, planteando mira al analista. Si bien nos plantea abier-
su punto de vista personal, que implica tamente que no es lo mismo trabajar tele-
como elemento central los subsecuentes fónicamente que en persona, no está de
años de vínculo con la experiencia clínica, acuerdo con los colegas que plantean que
la acumulación de horas de trabajo psi- eso «no es realmente análisis». Plantea
coanalítico, así como también la acumula- que el análisis telefónico es tan diferente
ción de éxitos y fracasos en el tratamiento como analizarse tres sesiones o cinco se-
con pacientes. La habilidad de compartir siones, diferente si el paciente está recos-
los cambios psíquicos del paciente, la ca- tado en el diván o sentado, diferente si el
pacidad de expandir su mente, así como paciente realiza un análisis condensado.
la capacidad de amar, sentir y trabajar Plantea que es simplemente diferente.
colaboran para reforzar la creencia (de Rich plantea que el encuadre es
acuerdo a Bion) en nuestro método. para los dos casos el mismo, la postura
Harvey Rich es de Washington, Esta- tradicional de la sesión psicoanalítica es
dos Unidos, y pertenece a la Asociación recreada telefónicamente. El paciente no
Psicoanalítica Americana. Titula su traba- ve al analista, mientras que el analista
jo, rememorando una novela de Charles es libre de utilizar su atención flotante. El
Dickens, «Historia de dos ciudades», de- encuadre se expande permitiendo a las
bido a que su vida ha transcurrido en dos dos partes incluir el hecho de un espacio
ciudades: Washington y París. Durante colaborativo, requiriendo un nivel mayor
cuarenta años ha vivido en Washington de desarrollo psicológico. Se encontró que
y los últimos catorce lo ha hecho en Pa- los pacientes fronterizos, así como otros
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con estructuras de carácter histérico u Internet, acorta las grandes distancias


otras formas severas de psicopatología, en tiempo y espacio. Para finalizar, dirá
no funcionaban bien con este encuadre. que el teléfono es solo otro instrumento
Sin embargo, aquellos individuos con es- de comunicación, el arte de su uso es la
tructuras elevadas de desarrollo psicoló- manera en que es utilizado como forma
gico se adaptaban muy bien. de contacto e influencia.
Plantea la diferencia entre el saludo Luca Caldironi es un analista italia-
en Francia, donde los pacientes son salu- no perteneciente a la Sociedad Italiana
dados con un apretón de manos al prin- de Psicoanálisis y también a la Sociedad
cipio y al final de la sesión, y en Estados Psicoaalítica Americana. Su trabajo se
Unidos, donde la tradición es la de no to- titula «Psicoanálisis y ciberespacio: En-
car al paciente. Por teléfono, es saludado cuadres cambiantes y cuerpos flotantes».
con un simple «hola». En este trabajo, el autor se pregunta si el
Cuando lo llaman de diferentes par- instrumento analítico que inevitablemente
tes del mundo para solicitarle análisis habita nuestro «mundo cambiante» pue-
telefónico, Rich plantea la necesidad de de tornarse un observador crítico de los
que en algún momento el análisis se tor- cambios de los cuales es a su vez parte.
ne presencial, como forma de solidificar Sostiene que debemos aceptar el desafío;
la alianza. Da por supuesto que es mejor esto no significa simplificar la cuestión,
comenzar con un análisis presencial; esto sino mantenernos dentro del margen de
se debe a la imagen del analista que el la paradoja, de la ambigüedad e indefi-
paciente se llevará en su mente. nición que siempre caracterizó el trabajo
En este tipo de análisis, la voz tiene con el inconsciente.
variaciones sutiles con las cuales uno Plantea que lo que es seguro es que
puede sintonizar telefónicamente con el transitamos por un proceso irreversible;
pasar del tiempo. Si bien esto produce fa- de la misma forma que se pasó antigua-
tiga para quien escucha, a través del telé- mente de la palabra a la escritura, hoy en
fono el paciente debe tener conciencia de día nuestros medios de aprendizaje y co-
la presencia del analista, lo cual requiere municación tendrán necesariamente que
que este realice algún sonido ocasional; lidiar con ello.
ello depende del flujo de asociaciones que El autor introduce el concepto de cor-
provienen del paciente. El famoso «ajá» o pus, o cuerpo, en su expresión más amplia;
«mmm» funciona, sostiene Rich. Piensa puede ser un cuerpo teórico, tecnológico,
que el uso —hoy en día universal— de experiencial de texto; es así que el cuer-
la tecnología, tanto del teléfono como de po se encuentra a sí mismo en un estado
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central, con todas las expresiones diversas Hoy en día sabemos que a través
posibles. Los psicoanalistas somos muy del ciberespacio podemos acceder a una
conscientes de la importancia de este con- variedad increíble de información sobre
cepto desde los inicios del psicoanálisis, cualquier tema, podemos también inte-
pero se pregunta: ¿Cuál es este cuerpo con rrumpir el flujo moviéndonos en cualquier
el cual lidiamos? Sostiene que no estamos momento, pasando de páginas web a vi-
hablando del cuerpo anatómico-biológico, deos y todo tipo de redes sociales. El autor
sino de un cuerpo pulsional en el cual la se pregunta si acaso este procedimiento
palabra Trieb es usada para describir ese cambia también el escenario analítico. El
salto que va del cuerpo al cuerpo-mente. mundo del que tenemos una idea y que
Plantea a su vez el establecimiento de estamos viendo en nuestros consultorios
un espacio diferenciado, una suerte de ce- está girando rápidamente. Todo se acele-
sura o límite que aparece entre lo que lla- ra y, examinando más a fondo, los «obje-
mamos intrapsíquico y lo intersubjetivo, un tos» que se han vuelto parte de nuestras
límite que tiene su propio espesor dentro sesiones se están tornando más y más
de los límites del trabajo analítico, volvién- tangibles. La intrusión, por ejemplo, de
dose límite y contenido al mismo tiempo, objetos tecnológicos que los pacientes
ya que tiene un espacio dentro que está ocasionalmente traen —tales como los
establecido por la díada paciente-analista celulares para mostrarnos un texto, los
y que encuentra en el encuadre un signi- sonidos y las luces provenientes de los
ficado particular reflejado en el encuadre dispositivos— crean una hiperestimula-
interno del analista (concepto también ción permanente de los sentidos, que no
trabajado por Alcira Mariam Alizade de la necesariamente colaboran con la simbo-
Asociación Psicoanalítica Argentina, pero lización; de hecho, generalmente la inhi-
desde otro punto de vista muy diferente). ben. Esto debe hacernos reflexionar sobre
Según el autor, el concepto de encua- la diferencia que hay entre conexión, que
dre interno es particularmente importan- no es lo mismo que contacto.
te cuando se habla de realidad virtual y Para concluir, el autor propone que
nuevas tecnologías. Con esto no devalúa como analistas es fundamental mantener
el encuentro y encuadre analítico en sí, nuestra actitud crítica, una función que
sino que recalca cómo debemos confron- puede ayudarnos a definir —o intentar
tarnos a nosotros mismos hoy en día con hacerlo— aquello que está sucediendo
una realidad cambiante y con un proceso en la sociedad de hoy en día. De hecho,
progresivo de «desmaterialización» a nivel plantea que el consultorio no es solo la
de las relaciones. compleja historia emocional del paciente
reconsiderando el encuadre movible (en movimiento) en psicoanálisis… | 231
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que se actualiza, sino que es también una Negamos así nuestra dificultad para
buena representación de la complejidad mantener una actitud psicoanalítica, en re-
de la mente en sí y cómo esta funciona en ferencia a nuestro encuadre interno, abier-
general. El autor plantea que nos perca- to a los sueños y los pensamientos aun sin
tamos de que esto es solo el inicio de un un pensador, proyectándolos en los que
proceso en el cual todos los seres huma- creemos que no saben acerca de la espe-
nos estamos profundamente inmersos. La cificidad de nuestro método psicoanalítico.
pérdida de un encuentro individual físico, Plantea que Bion (1965/1984) dice
la confusión entre mundos internos y ex- que todo cambio es una experiencia ca-
ternos, las relaciones adictivas con sepa- tastrófica, en el sentido de su etimología
raciones que han sido eliminadas por la griega, que significa «inversión». La inver-
conexión constante son riesgos, mientras sión del sentido, la visión del sentido, de
que por otro lado están también las opor- las cosas y del mundo requiere que nos
tunidades que estos nuevos «mundos» enfrentemos al dolor, a la soledad y al
nos ofrecen y que, además, son imposi- miedo. Según la autora, estos sentimien-
bles de aquietar. Lo mejor que podemos tos surgen de la desorientación producida
hacer es contenerlos, cuando contener por el temblor que le deviene al yo. El úni-
significa también explorar y aceptarlos co camino hacia el crecimiento psíquico
como cualquier otra experiencia. es no negar el cambio catastrófico que
Mónica Horovitz nació en Buenos destruye el estado psíquico preexistente
Aires. Es miembro titular de la Sociedad y se abre a los pensamientos que están
Psicoanalítica de París (SPP) y de la Socie- en las sombras del futuro.
dad Psicoanalítica Italiana. Su trabajo es Se pregunta cómo debemos definir el
«Turbulencias psicoanalíticas en el cibe- cambio de nuestra experiencia corporal en
respacio». En él se pregunta cómo enfren- los límites de la realidad si el encuentro
tamos los cambios cuando amenazan con de los cuerpos se torna superfluo en un
abrumarnos y llevarnos a lo desconocido. mundo virtual que aniquila la fuerza im-
¿Evitando la pregunta? Ese fue su primer puesta por la unidad psicosomática. ¿Qué
impulso; estuvo tentada a tranquilizarse será del destino del cuerpo en la mente
retirándose en lo que Baranger y Baran- como experiencia de verdadera intimidad
ger (1961) han llamado bastión, obstru- en el ciberespacio? Para la autora, la ex-
yendo así la curiosidad sobre el cambio periencia vivida por el cuerpo es un as-
y las nuevas formas de subjetividad, así pecto fundamental de la emoción; conecta
como los síntomas y sufrimientos que han lo psíquico con lo somático, explicita que
sacado a la luz las nuevas tecnologías. para ella la experiencia emocional sucede
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más en el cuerpo que en las profundida- tenedor: Cultura psicoanalítica y ciberes-


des de los estados mentales. pacio». En él plantea que nuestra actual
Mientras que las nuevas tecnolo- cultura de interconectividad virtual e infor-
gías reducen la distancia espacial y las mación instantánea ha virado el concepto
diferencias horarias entre las diferentes de encuadre psicoanalítico, forzándonos
zonas, en algunos casos también privan a repensar aquello que los pacientes sa-
el contacto con estados primitivos de la ben de nosotros y cómo influye este co-
mente, estados a los cuales solo pode- nocimiento en la relación analítica, dado
mos estar abiertos en el tiempo fugaz del que tienen un conocimiento a priori sobre
encuentro analítico. Nos plantea que, a nosotros. La cultura del ciberespacio ha
su modo de ver, la forma de establecer y producido cambios ya en la forma en que
habitar el encuadre es parte de la función muchas personas buscan ayuda; muchos
e identidad del psicoanalista porque pre- prefieren tener sesiones por Skype o Fa-
serva y delimita su compromiso —o sea, ceTime, o incluso por mensaje de texto o
su encuadre—, ayudándolo a recuperar e-mails, con lo que el espacio donde se
cosas aun cuando el no-proceso se vuelve lleva a cabo el tratamiento ha cambiado
un obstáculo amenazante: el encuadre en de la privacidad del consultorio a la com-
el que el no yo se deposita (Bleger, 1967) putadora o la pantalla.
funciona entonces como una sirena. La autora plantea que con el adveni-
Para la autora, nos encontramos en- miento de estos avances tecnológicos, el
frentados sutilmente con los problemas psicoanálisis debe cuestionarse proble-
de los nuevos encuadres, entre la megalo- mas conceptuales tales como el encuadre
manía y la claustrofobia, entre la agorafo- del tratamiento, incluyendo la actual moda
bia y los objetos transicionales, un mundo cultural y generacional, ya que ambas se
entero se abre para que la investigación entrelazan y modelan la percepción, la ex-
psicoanalítica dé origen a nuevos brotes periencia y la estructura de la mente. Ar-
de pensamiento en el corpus de nuestro gumenta sobre un encuadre psicoanalítico
trabajo por venir. Cita por último a Bion fluido y ensamblado interactivamente den-
(1963/1997), quien dijo que «a pesar de tro de un espacio transicional que puede
que tendemos a desplazar nuestras ob- adquirir muchas formas y configuraciones,
servaciones fuera de nuestro cuerpo hacia siendo aun así continente y seguro.
la esfera de la mente, el cuerpo no cesa Plantea que la ideología cultural im-
de existir» (p. 44). pacta en cada generación nuevamente,
Por último, Veleda Ceccoli, de Nueva propulsando una evolución a partir de
York, titula su trabajo «Cambiando el con- la anterior, creando una adaptación neu-
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robiológica actualizada al evolucionado Los espacios virtuales podrían ser lugares


contexto cultural y social. Para la genera- donde uno es y al mismo tiempo no es; se
ción actual, la tecnología se ha tornado puede ser anónimo o tomar otra identi-
la fuerza cultural predominante; Internet dad, se puede estar a distancia o cerca.
y las redes sociales están cambiando la Este quizás sea uno de los proble-
forma de pensar, de sentir y de actuar de mas del ciberespacio y su fluidez; lleva a
las personas. Las redes sociales han vuel- explotar todos los marcos, permeabiliza
to borrosos muchos límites en nombre de los límites e ignora las fronteras, y queda
una mayor conectividad, generando una entonces solamente uno mismo y aquello
fusión entre lo personal y lo público. Para que uno quiere ser y hacer.
la autora, la colisión entre la cultura del Según la autora, como psicoanalis-
psicoanálisis construida en torno al mode- tas debemos adaptarnos y asimilar las
lo freudiano y la tecnocultura actual afecta demandas que nos impone la tecnología
fuertemente la forma de pensar y conducir mediante la consideración de su poten-
hoy en día un tratamiento, demandando cial como un espacio transicional entre
una reevaluación de algunas de las premi- la experiencia intrapsíquica de nuestros
sas psicoanalíticas básicas, y la noción de pacientes y la dinámica intersubjetiva que
encuadre sería una de las primeras. cobra vida con la relación analítica virtual
Nadie podría negar que la forma en la o encarnada. Sostiene que hemos llegado
que nos comunicamos y nos relacionamos a un momento de nuestra historia en el
con otros se ha reconfigurado y se sigue que el modo de comunicación ha comen-
diseñando en acuerdo con las ofertas zado a dictar los términos en que debe-
tecnológicas de los dispositivos, así como mos comunicarnos.
el uso que les damos. El propio lenguaje Considera que el encuadre psicoa-
se ha visto reducido, reacomodándose, y nalítico en la era de la cibertecnología se
todo esto ocurre ahora, sin pausas, como encuentra ante la necesidad de expansión
un flujo constante que hace que el propio para permitir las ilimitadas posibilidades
tiempo se vuelva borroso. La radiodifusión contenidas a través de la relación psicoa-
se ha vuelto para algunos una forma de vi- nalítica. La revisión de la técnica y el en-
vir —una forma de validar sus acciones y cuadre no es solamente necesaria, sino
existencia, así como también un medio de que también es fundamental para que
estar conectado—. Al considerar Internet y el tratamiento psicoanalítico conserve su
las nuevas tecnologías como una zona de relevancia a través de las generaciones,
juego, podemos verlas como proveedoras marcando la complejidad de la experien-
potenciales de oportunidades para jugar. cia e interacción humanas. ◆
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234 silvia flechner
issn 1688 - 7247 | (2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127)

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EN MEMORIA
(2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127): 237-238 | 237
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Dr. Ángel Ginés


Luis Villalba1

El 16 de abril del 2018 falleció el Prof. Dr. Ángel Ginés, luego de un prolonga-
do padecimiento. Lo conocí primero a través de mi esposa, a la que supervisó
con sus primeros pacientes de psicoterapia. A ella la sorprendió la afabilidad
con la que la trató y la condición de no cobrarle honorarios que superaran lo
que ella le cobrara a sus pacientes, lo que no era para nada frecuente en esa
época y daba cuenta de una postura frente a la profesión que creo mantuvo
siempre. Reflejaba cierto desprendimiento por lo material, poniendo por
delante lo que consideraba justo, aunque fuera contra la corriente.
Un tiempo después lo conocí personalmente en el Post-Grado de Psi-
quiatría. No era el profesor típico, que daba sus clases magistrales, ni buscaba
tener la última palabra. Recuerdo una oportunidad en la que, en una clase
en el Hospital Pasteur, se presentó una paciente diagnosticada con «trastor-
no depresivo mayor crónico» y resistente al tratamiento antidepresivo. Se
le hizo una entrevista muy completa y se leyeron los antecedentes, en los
cuales se repetían más o menos las mismas cosas. Ginés sabía que yo tenía
cierta formación en psicoterapia analítica y me pidió que la siguiera. En la
primera entrevista, la señora me relató que ella en realidad no dormía, estaba
en constante preocupación y tristeza porque desde hacía dos años un hijo
de su actual esposo, de más de veinte años, había ido a vivir con ellos. Era
adicto a la PBC y les había robado, estando ellos dormidos, hasta el televisor
del cuarto. El marido se sentía culpable frente a este hijo del que no había
podido ocuparse como hubiese querido y para el que no encontraba salida.

1 Miembro asociado de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. luiseduardovillalba@gmail.com


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238 luis villalba
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A la tercera o cuarta sesión, la paciente había mejorado un poco, y se lo


comenté a Ginés, que me propuso que llamara al esposo. El esposo era un
trabajador de cincuenta y pico de años. Había tenido un primer matrimonio
infeliz y se había separado de su esposa cuando el hijo tenía cinco años. Diez
años después, se volvió a casar con la que era su actual esposa, con la que
no tuvieron hijos y vivieron en armonía. Cuando el hijo cumplió dieciocho
años, les pidió ir a vivir con ellos, y aceptaron, pensando que iba a ser bueno
para el joven y para ellos, que siempre habían deseado tener un hijo. Al poco
tiempo, notaron que no sostenía ningún trabajo, que se levantaba tarde, que
les pedía mucho dinero y empezaban a faltar cosas. Hasta que, dos años
atrás, la situación empeoró y se volvió agresivo verbal y físicamente con el
padre. Concurrieron ambos durante unos meses, se les brindaron estrategias
para lidiar con la adicción del hijo, al que se le buscó ayuda especializada.
Finalmente, el padre decidió construirle una habitación fuera de la casa. En
el transcurso de esos meses, la paciente mejoró claramente.
Creo que esta era la manera de enseñar de Ginés: se salía un poco de
los protocolos clásicos, usaba mucho el sentido común y le gustaba escu-
char a los pacientes.
Estas características le generaron muchas críticas y algunos problemas,
sobre todo en la organización de la cátedra, ya que estos mismos paráme-
tros eran los que empleaba para la selección de sus docentes, a veces por
encima del desempeño académico.
En una oportunidad, me comentó que su vocación era más política
que médica, y esto se notaba, no tanto por una inclinación partidaria es-
pecífica, sino por lo que él consideraba que era bueno y justo.
En los años previos a la dictadura, fue un militante muy activo a nivel
universitario y un amante de las asambleas. Durante la dictadura fue des-
tituido, como tantos otros docentes de la UdelaR, y trabajó como psicoa-
nalista. Su relación con el psicoanálisis siempre fue un poco ambigua, en
tanto valoraba mucho el aporte de Freud y buscaba hacerlo compatible con
su fe marxista. Un día me dijo que él consideraba que tanto Freud como
Marx habían aportado la idea del conflicto como central de lo humano y
que algún día deberíamos hacer un seminario sobre este tema, cosa que
nunca se concretó, como tampoco la idea de hacer una actividad científica
rescatando el valor del pensamiento médico para el psicoanálisis. ◆
(2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127): 239 | 239
issn 1688 - 7247

normas de publicación
revista uruguaya de psicoanálisis

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Los artículos para publicar en la Revista
Uruguaya de Psicoanálisis (rup) deberán
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ofrecer interés especial para el psicoanálisis. firmado por el cual:
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haber sido publicados en español) y ser de derechos de comunicación pública, reproducción,
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240 (2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127): 240-241
issn 1688 - 7247

table of contents

Editorial ........................................................................................................................................... 7

Thematic

From helplessness to lovelessness: on depression in infancy


Myrta Casas de Pereda................................................................................................................ 11

Helplessness: «Event» and repetition. Après coup in transference


Susana García............................................................................................................................. 25

What protects us?


Leonardo Peskin.......................................................................................................................... 37

Marks of helplessness: On some present repercussions of the Shoah…


Rosa Zytner.................................................................................................................................46

Effects of the Oedipus in the African migration into Europe:


Condition of helplessness, adoption and disturbing return of the race
Simona Taliani............................................................................................................................ 58

Some psychic consequences of the sexual and gender difference


Leticia Glocer Fiorini..................................................................................................................80

Notes on vulnerability and helplessness in infancy


Analía Wald................................................................................................................................90

The hand, mmmmamaa: Helplessness in a baby one year


and four months old
Ingeborg Bornholdt................................................................................................................... 102
table of contentes | 241
issn 1688 - 7247 | (2018) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (127)

Helplessness and the position of the analyst: on compasses and GPS


Alberto C. Cabral....................................................................................................................... 118

On love and protection: The loving envelope of the body


Nadal Vallespir...........................................................................................................................125

Covering helplessness
Gladys Franco............................................................................................................................143

Poverty and helplessness: Effects on psychic functioning


Susana Martínez........................................................................................................................ 151

Conversation with the journal

Interview to Prof. Roberto Beneduce


Elías Adler y Marcelo Viñar............................................................................. 177

Book review

Reconsidering the mobile (in motion) setting in Psychoanalysis:


its function and structure in contemporary psychoanalytic theory.
Silvia Flechner............................................................................................................................ 211

In memory

Dr. Ángel Ginés


Luis Villalba.............................................................................................................................. 237

Guidelines for authors ............................................................................................................. 239


127 rup montevideo, uruguay,
octubre de 2018

Editorial Desamparo y posición del


tabla de contenidos

analista: de brújulas y GPS


Temática
Alberto C. Cabral
El desamparo del desamor: Del amor al amparo:
A propósito de la depresión La envoltura amatoria del cuerpo
en la infancia
Nadal Vallespir
Myrta Casas de Pereda
Cubrir el desamparo
Desamparo: «Acontecimiento»
Gladys Franco
y repetición. Après coup
en transferencia Pobreza y desamparo: Efectos
Susana García en el funcionamiento psíquico
Susana Martínez
¿Qué nos ampara?
Leonardo Peskin Conversaciones
Marcas del desamparo: en la revista
Sobre algunas repercusiones Entrevista al Prof.
de la Shoah en la actualidad… Roberto Beneduce
Rosa Zytner Elías Adler y Marcelo Viñar
Efectos de Edipo en la migración
africana en Europa: Condición Reseña de libro
de desamparo, adopción y Reconsiderando el encuadre
retorno perturbador de la raza movible (en movimiento)
Simona Taliani en psicoanálisis: Su función
Algunas consecuencias psíquicas y estructura en la teoría
de la diferencia sexual y de géneros psicoanalítica contemporánea
Leticia Glocer Fiorini Silvia Flechner
Notas sobre vulnerabilidad En memoria
y desamparo en la infancia
Dr. Ángel Ginés
Analía Wald
Luis Villalba
La mano, mmmmamaa:
El desamparo de un bebé Normas de publicación
de un año y cuatro meses
Ingeborg Bornholdt

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