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Capítulo III

PROBLEMAS Y ASPECTOS PRÁCTICOS


DE LA PSICOTERAPIA DEL GRUPO

Concepto del grupo en general y del grupo terapéutico en particular – Constitución del grupo
terapéutico – Cómo llegan los pacientes al grupo – Información previa – Comunicación dentro
del grupo – Grupos heterogéneos y homogéneos – Grupos mixtos – Criterios de selección.
Indicaciones y contraindicaciones – Funcionamiento del grupo: composición, número de
integrantes, frecuencia y duración de las sesiones – Grupos abiertos y cerrados – Rol del
terapeuta y de los observadores – Resumen.

La psicoterapia del grupo despierta, como toda innovación técnica en este terreno, las
más variadas dudas, malentendidos e interrogantes. Intentaremos en este capítulo de
introducción práctica describirla en su aspecto formal y contestar algunos de los interrogantes
planteados con más frecuencia. Enunciaremos y especificaremos otros, que serán discutidos
y dilucidados en el curso de este libro.
Empecemos por aclarar lo que entendemos como grupo terapéutico. Porque al hablar
de una innovación técnica en nuestra especialidad, obviamente no nos referimos a la
psicoterapia en sí, que constituye nuestro campo habitual, sino a su aplicación en el grupo.
Veamos, pues, en primer lugar, la definición de este término.
Siguiendo a Newcomb74, señalaremos la existencia de dos condiciones básicas de las
cuales se puede afirmar que dos o más personas constituyen un grupo en un momento dado.
La primera se refiere a que el grupo sólo incluye miembros que comparten normas
acerca de algo en particular; estas normas pueden abarcar, naturalmente, un amplio margen
de aspectos o contenidos: desde la observancia de las reglas de póker hasta el acatamiento
de doctrinas religiosas o determinadas formas de conducta. La segunda condición es la de
que el grupo esté formado por personas cuyos “roles sociales” se encuentren estrechamente
entrelazados entre sí.
El trabajo común del grupo implica un sistema en el cual cada parte o rol individual
depende, en cierto modo, de los restantes. Un cambio producido en una de las partes
repercute necesariamente en las demás, modificando todo el sistema.
Las condiciones mencionadas se cumplen evidentemente en el grupo terapéutico, tanto
en lo que se refiere al hecho de compartir normas o interesarse en un objetivo común (la
curación), como en la existencia de distintos roles, tema sobre el cual se hablará más
adelante.
Si bien, de acuerdo con el enfoque sociológico, estas condiciones parecerían ser
suficientes para configurar la noción de grupo, n o podríamos sostener lo mismo en el campo
psicológico. El grupo, psicológicamente encarado, requiere algo más para ser tal, y este algo
más está dado por la unión especial o cohesión existente en su seno.
Más adelante veremos debido a qué necesidades inconscientes esta cohesión se
establece y cómo se logra que los integrantes del grupo formen, en el plano psicológico, algo
nuevo, un todo que adquiere vida propia y continuidad. Por el momento nos limitaremos a
describir el aspecto formal del grupo y cómo llega a constituirse. Formalmente lo definiríamos
como un conjunto de personas que se reúnen en un lugar determinado (el consultorio médico,
por ej.) a una hora establecida de común acuerdo, y que comparten una serie de normas
tendientes a la consecución de un objetivo común: la curación. Todas estas personas, y cada
una de ellas en particular, desempeñan inconscientemente determinados roles o funciones en
estrecha relación de interdependencia. Mientras sus roles están sujetos a cambios continuos,
el terapeuta desempeña el papel de líder formal del grupo. Esto no impide que
simultáneamente el grupo adjudique, tanto a él como a los observadores, las más diversas
funciones y roles.
La primera función del terapeuta como líder formal consiste en constituir el grupo en
forma debida. ¿Cómo debe proceder? Actuará como está acostumbrado a hacerlo frente al
paciente que ve por primera vez en su consultorio. Entrevistará al paciente para establecer su
diagnóstico y asignarle el tratamiento adecuado; pero una vez que se haya decidido a indicar
la psicoterapia de grupo, evitará cualquier contacto individual con el paciente.
Nosotras preferimos, en general, recibir los pacientes cuando la indicación ya ha sido
hecha por otro colega; es decir, verlos por primera vez cuando se reúnen con el grupo. Es
necesario conocer previamente los datos más importantes: edad, sexo, nivel intelectual y
social, diagnóstico, para poder integrarlos en un grupo apropiado. De ser posible, nos
abstenemos de un contacto individual previo con el paciente, para evitar el desarrollo de lazos
transferenciales fuera de la situación terapéutica elegida, es decir, fuera del grupo. Preferimos
no conocer su historia íntima para no perder la visión general del grupo, en función del cual
estará actuando, ni sentirnos llevados a hacer interpretaciones individuales.
Esta técnica difiere considerablemente de la usada por Slavson, Shilder y otros
autorese. Powdermaker y Frank77, por ejemplo, aconsejan tener una serie de entrevistas o
sesiones individuales previas, lo cual reportaría –según ellos- las siguientes ventajas: preparar
al paciente proporcionándole los datos informativos necesarios para que llegue al grupo en
condiciones de cierta familiaridad y conocimiento que le facilitará una ubicación favorable en el
mismo; tender así a disminuir la ansiedad y la confusión, de otro modo inevitables en la
primera sesión; permitir el establecimiento de un cierto vínculo entre el terapeuta y el paciente,
que le hará sentirse más apoyado y comprendido frente a los extraños que deberá enfrentar
en el grupo; dar lugar a que el terapeuta se interiorice de los problemas individuales para
utilizarlos e integrarlos posteriormente, durante el funcionamiento del grupo.
Sustentamos una opinión diferente –la misma que nos guía en el psicoanálisis
individual- por considerar que las informaciones previas predisponen a una mayor
intelectualización basada en el conocimiento teórico adquirido, restringiendo la posibilidad de
la libre emergencia de las reacciones emocionales, de tanta importancia para la labor y la
evolución terapéutica. Por otra parte, la información teórica de ningún modo sustituye a la
experiencia vivencial directa. Ezriel también inicia sus grupos sin ninguna explicación previa,
ya que ve a sus integrantes por primera vez en la sesión inicial del grupo. Considera que las
tensiones y las reacciones producidas por esta toma de contacto entre personas que se
desconocen, constituye un material de gran valor para ser interpretado, y conduce al
surgimiento precoz de las dificultades y diferencias individuales en el grupo.
Creemos que será de utilidad intercalar un ejemplo clínico, en el que se puedan apreciar
las reacciones correspondientes a los dos tipos de grupo: los constituidos por pacientes con y
sin preparación previa.
Si bien no hubo mayor diferencia entre ambas situaciones, y las respuestas
emocionales fueron similares, pudimos comprobar, a través de la experiencia recogida, que
las dudas y ansiedades se expresaron más directamente en el grupo que carecía de
información previa; y que éstas no alcanzaron la intensidad suficientes como para perjudicar la
integración.
En el primer caso se trataba de un grupo hospitalario, cuyos integrantes, seis mujeres,
por razones circunstanciales recibieron informaciones individuales con el propósito de
adaptarlas a la nueva situación colectiva.
La primera reunión en presencia del terapeuta y los observadores se inició en un clima
de cierta tensión. Este duró hasta que una de las mujeres, que llamaremos A, rompió el
silencio, manifestando su impresión de estar en una sesión de espiritismo, por la forma en que
estaban sentadas alrededor de la mesa. Su comentario provocó risas (que evidenciaban
angustia) en las demás. La segunda en intervenir, B, expresó que la había comparado con
una reunión de condenados frente al juez. Una tercera, c, señaló que ella, en cambio, sabía
que venía a escuchar problemas similares a los suyos, y que le significaría un gran consuelo
conocerlos.
El terapeuta interpretó entonces las dos tendencias aparecidas hasta aquel momento en
el grupo: una, la de vivir la nueva experiencia como una situación de peligro que provocaba
ansiedad; la otra, vivenciar la situación en un clima de esperanza, que aportaba un
sentimiento positivo. El resto del grupo pudo expresar y desarrollar, a continuación, distintas
ocurrencias e impresiones, que se integraron luego en una fantasía común de recelo y temor
frente al impacto de lo desconocido.
El segundo grupo se inició con cinco personas, tres mujeres y dos hombres a quienes el
terapeuta no había conocido previamente, con excepción de una de las mujeres, que lo había
entrevistado tiempo atrás en una sola oportunidad.
Después de comenzar la sesión con diversos comentarios relacionados con las
presentaciones mutuas, una de las mujeres –rosa- pregunta, dirigiéndose a todos y mirando
con insistencia al terapeuta: “¿Qué pasará?” Julio contestó que su impresión era optimista y
favorable y que esperaba que todos actuaran con buena voluntad para que se alcanzara el
objetivo de la curación. Rosa insistió en que debían esperar para antes de emitir juicio alguno
y manifestó de modo enfático sus dudas y desconfianza acerca de cómo podrían curarse.
Encontró el apoyo de Elsa, que se mostró más reticente en su recelo, argumentando para ello
su dificultad para hablar con extraños. Interrogado Oscar acerca de su parecer, expresó que
consideraba prematuro arriesgar alguna opinión, apoyando de este modo la actitud de Rosa.
A todo esto, la quinta integrante, Juana, que hasta el instante había guardado silencio,
confesó sentirse mareada y no poder seguir el ritmo de la conversacion general.
Hubo, pues, una disposición positiva en Julio, y de recelo, temor y desconfianza en las
demás personas. Esta reacción fué especialmente intensa en Juana, que sufrió cierta
despersonalización –el mareo- en un intento de desconectarse y defenderse de lo que para
ella significaba, de alguna manera, un peligro. Fue ella quien expresó más intensamente las
ansiedades del grupo.
En síntesis, concedemos entrevistas individuales preliminares cuando son
específicamente solicitadas por los mismos pacientes, o por quienes los envían a la consulta,
o cuando se plantea la necesidad de un diagnóstico previo como orientación para un criterio
selectivo, ya sea para justificar la indicación del tratamiento psicoterápico colectivo, o bien
para determinar el tipo de grupo que les resultará más conveniente de acuerdo con sus
características. Pero, en otras oportunidades, los pacientes han sido entrevistados ya por
otros colegas, quienes los envían a la consulta, o cuando se plantea la necesidad de un
diagnóstico previo como orientación para un criterio selectivo, ya sea para justificar la
indicación del tratamiento psicoterápico colectivo, o bien para determinar el tipo de grupo que
le resultará más conveniente de acuerdo a sus características. Pero, en otras oportunidades,
los pacientes han sido entrevistados ya por otros colegas, quienes, después de recoger sus
impresiones diagnósticas y suministrarles escuetas informaciones, nos los envían
directamente para ingresar en el grupo.
Los pacientes vendrán a nosotros, como pudo verse en el último ejemplo, generalmente
con desconfianza y temor frente a la nueva situación. Su dificultad se expresa, a menudo, en
la duda de si les será posible hablar sinceramente de sus problemas íntimos a todo un grupo
de personas. Los que pasaron por una análisis individual suelen aducir que ya les costó
tiempo y esfuerzo sincerarse frente a una sola persona, el psicoanalista. También los otros
coinciden en recalcar que no es fácil confiar problemas íntimos ni aun al médico sólo, a pesar
de comprender la necesidad absoluta de hacerlo para que éste pueda intervenir
terapéuticamente. Por lo tanto, les parece poco menos que imposible hacerlo en presencia de
varias personas, y sin ninguna garantía de discreción.
Frente a esta objeción es importante tener in mente que, precisamente, una de las
características diferenciales de la terapia de grupo con respecto al análisis individual reside en
la falta de obligatoriedad para hablar; una persona puede quedar en silencio durante períodos
largos y obtener igualmente los beneficios del tratamiento. A pesar de su silencio, motivado
por inhibición u otras razones, participa de la dinámica general, porque cumple de todos
modos una función dentro de la gestalt del grupo, y porque siente que sus problemas están
contenidos, parcial o totalmente, en los expuestos por los restantes miembros del grupo. Ni el
tímido ni el silencioso tienen obligación de hablar, su mismo silencio podría ser ya tema de
análisis en el grupo. Por otra parte, el terapeuta del grupo no interroga, no aconseja, ni dicta
normas, sino que se limita a interpretar el significado profundo de todo lo que acontece
durante la sesión.
Con todo, ¿hasta dónde deben y pueden ser expuestos en el grupo problemas íntimos?
Foulkes28 afirma que, dentro de ciertos límites, se pueden llevar los asuntos privados y
fantasías al grupo; y que dichos límites no son nada fijos, sino que, por el contrario, son
removidos a cada rato. El grupo tiende a aceptar lo que resulta compatible consigo mismo, y
fija de este modo los alcances de la comunicación. Como el grupo admite los standars del
grupo grande, la sociedad de la que forma parte, dichos standars no difieren mucho de los que
se encuentran en la vida exterior al mismo. Ese acento del grupo está puesto, según él, más
en el presente que en el pasado; está orientado más progresiva que regresivamente. De modo
que no necesita contactar en muchos aspectos con lo infantil, lo erótico o lo instintivo, y los
detalles concomitantes de la vida sexual, perversiones, actividades excretorias, etc.
No compartimos esta opinión, porque hemos podido comprobar que con relativa
frecuencia, suelen presentarse en el grupo temas íntimos directamente conectados con la vida
sexual, lo instintivo o lo infantil. Sobre todo es muy común, en ciertas circunstancias, la
aparición de actitudes infantiles francas entre los miembros del grupo.
Hay factores especialmente determinantes de la cohesión en el grupo que contribuyen a
la creación de una atmósfera de permisibilidad y solidaridad que facilita la exposición de las
intimidades. Parecería que se estimularan entonces recíprocamente para plantear cada vez
más detallada y profundamente sus respectivos problemas.
Recordamos, al respecto, el clima de simpatía y comprensión que surgió en una
oportunidad en un grupo, cuando uno de sus integrantes se refirió, en forma muy emotiva, a
su problema homosexual.
Dejando de lado la determinación de los mecanismos profundos que intervinieron para
hacer posible esta unión y armonía entre los miembros, como ser los de identificación con los
aspectos latentes que cada cual tenía frente a dicho problema, queremos recalcar que ese
momento tuvo una importancia muy grande en la historia y evolución de dicho grupo. Señaló
un cambio que, según se comprobó luego, fué decisivo para la integración del grupo.
Enfocaremos a continuación, otro aspecto relacionado con el problema de la
comunicación en el grupo. Parecería que las dificultades que despierta en muchos no se
refieren tan sólo al factor numérico del grupo, es decir, a que esté constituído por varias
personas, sino también a la calidad de su composición.
El paciente que nos consulta muchas veces expresa su rechazo por tener que hablar
delante de otros, en especial si se trata de personas del sexo opuesto. Teme que no lo
comprenderán o que él mismo no querrá mostrase como realmente es, con todas sus
dificultades íntimas, porque si lo hiciera perdería su prestigio de hombre –o mujer- frente a
ellas o ellos.
La objeción frente a la idea de integrar un grupo mixto es, en nuestra experiencia, poco
consistente. Las mismas personas que en un principio la mantenían con firmeza, reconocían
luego haberse basado en un prejuicio convencional, y sobre todo, en una dificultad inherente a
sus propios conflictos, pero que con llamativa rapidez solía ser expuesta en el grupo.
Citaremos otro breve pasaje de una primera sesión de un grupo constituido por cuatro
mujeres, donde se planteó específicamente dicha cuestión:
A: “...Me siento muy cómoda y con agrado porque me encuentro en un grupo de personas
del mismo sexo. No habríamos podido expresar ciertas cosas de haber personas del otro
sexo”.
B: “...Yo no creo que fuera inconveniente, al contrario, me parece que una mentalidad del
sexo opuesto sería útil para conocer sus opiniones sobre muchas cosas que nos convendría
saber”.
C: “...Estoy de acuerdo, el hombre ayuda a la mujer, se complementan; necesitan uno del
otro”.
A: “...Ustedes son demasiado confiadas. No siempre se puede estar segura con lo que el
hombre busca de la mujer...”
C: “...¿Qué opinará el doctor de esto?”
El terapeuta interpretó que esperaban que interviniera en forma activa en la discusión
para conocer precisamente qué podía decirles como hombre. Una parte del grupo tenía el
deseo de encontrar en él ayuda, mientras la otra parte daba la voz de alarma ante el peligro
de ver en él a un enemigo.
Quisiéramos agregar que las integrantes del grupo cuyo ejemplo acabamos de exponer,
solicitaron al poco tiempo la inclusión de varios hombres en el mismo. Tomaron conciencia de
que gran parte de sus conflictos estaban directamente relacionados con el otro sexo, y veían
como de enorme utilidad el poder discutir y analizar los mismos en presencia de sus
dificultades. Lo cual fue plenamente confirmado por la experiencia.
Acabamos de referirnos a los grupos mixtos y esto nos lleva, naturalmente, a considerar
en forma más genérica el problema de la constitución de los grupos con el correspondiente
criterio de selección. Para algunos autores, la composición de un grupo terapéutico adquiere
una importancia especial por considerar que influye decisivamente en la efectividad del
proceso terapéutico. Por ese motivo insisten en que se debe ser muy cauto en la selección de
los pacientes, procurando evitar la formación de grupos desparejos en lo que se refiere a los
siguientes factores: edad, sexo, estado civil, nivel social y cultural, personalidad, síntomas
clínicos, etc.
Los que sostienen el criterio de homogeneidad para la formación del grupo, lo
fundamentan con argumentaciones que se apoyan esencialmente en las ventajas de la
interrelación y la comunicación entre personas con aspectos comunes. De esta manera
orientan su selección basándose en la similitud de las características individuales o de los
problemas que les afligen.
No somos partidarios de seguir dicho criterio con estrictez, porque hemos podido
comprobar, en muchas otras ocasiones, las apreciables ventajas de los grupos heterogéneos,
evitando, naturalmente, que las diferencias individuales o clínicas lleguen a extremos
exagerados. Foulkes27, entre otros, ha destacado los beneficios de la formación de grupos con
personalidades contrastantes. Su utilidad no consiste tan sólo en el logro de un equilibrio entre
tendencias opuestas, como ser: inhibición e impulsividad, agresividad y pasividad, estado
maníaco y depresión, etc., sino también en que se ponen en evidencia con mayor facilidad las
características latentes y reprimidas contrarias a las manifestadas por las respectivas
personalidades.
Además, según el mismo autor, el grupo terapéutico constituye un campo intermedio
entre el aislamiento absoluto del análisis individual y la vida diaria, abierta a la irrupción de las
más diversas impresiones y personajes.
Una función del grupo terapéutico, deriva de esta posición intermedia, consistirá en
adaptar al desadaptado a la vida común.
Para cumplir con esta tarea, su composición no tendrá que diferir fundamentalmente de
la de cualquier otro grupo casual, reunido con una finalidad común.
Pero, en ocasiones, se deberá tener en cuenta, para el criterio selectivo, las
necesidades específicas de los grupos. Es decir, que determinadas personalidades podrán ser
útiles o perjudiciales para ciertos grupos y no para otros. Este problema puede presentarse
especialmente con grupos que ya están funcionado y en los que surge la posibilidad del
ingreso de un nuevo miembro. Lo mismo cabe decir con respecto al paciente, ya que, de
acuerdo con sus características particulares, cuadrará mejor en determinado grupo que en
otro.
En el capítulo VII desarrollaremos este tema de los grupos homogéneos y heterogéneos
con mayor extensión.
Con respecto a las indicaciones específicas para la terapia de grupo cabe considerar
toda la gama de manifestaciones neuróticas y psicóticas, aunque con respecto a las últimas
debemos de discriminar entre aquellas que por ser ambulatorias pueden tratarse en la práctica
privada y las que requieren que el tratamiento se efectúe sólo en los establecimientos de
internación. Volveremos sobre este último punto.
Este tipo de terapia colectiva resulta ser además el más adecuado para ciertas
perturbaciones neuróticas vinculadas a fuertes inhibiciones o dificultades de orden social. Ya
hemos señalado que en el seno del grupo terapéutico tienden a reproducirse, en cierta
medida, las características de las estructuras sociales del medio ambiente y que se
superponen al encuadre familiar subyacente. Los pacientes que sufren afecciones de esta
clase encontrarán en el marco del grupo excelentes oportunidades para enfrentarse con su
problema específico en la relación con sus compañeros y también la posibilidad de elaborarlo
y superarlo sobre la base de la comprensión y toma de conciencia de sus motivaciones
profundas.
Por otra parte, la psicoterapia de grupo constituye, a nuestro juicio, una experiencia
imprescindible para todas aquellas personas que de una u ora manera se dedicarán al manejo
de la dinámica de grupos humanos o al conocimiento de sus procesos psico-sociológicos. Nos
referimos a los que estudian las disciplinas biológicas y humanísticas: futuros médicos,
pedagogos, psicólogos, sociólogos, etc. Es sabido que tanto el estudiante como el profesional
presentan características y responsabilidades particulares dentro de la sociedad. Esta les
asigna un rol específico con exigencias de rendimiento cultural y social que justifican su
participación activa en los conflictos político-sociales de su comunidad. Veremos más adelante
cómo se forman grupos que se integran, no ya con un objetivo terapéutico como propósito
manifiesto, sino con la finalidad de vivenciar en forma directa las distintas vicisitudes y
reacciones emocionales que surgen de los mismos. Se denominan “grupos de experiencia”,
aunque el factor terapéutico no está excluido. Están constituídos por futuros analistas de
grupo y por aquellos profesionales que hemos enumerado más arriba.
La terapia del grupo puede ser indicada en forma selectiva en aquellos casos en que
existe un manifiesto rechazo hacia la psicoterapia individual. Este puede ser motivado, entre
otras razones, por un sentimiento irreductible de rivalidad, antagonismo o rebeldía contra una
figura representativa de autoridad (imagen paterna); o por esperar una relación de
dependencia excesiva, por temores homosexuales, etc.; vale decir temores transferenciales,
en último término. En estos casos el paciente que reacciona a la terapia individual suele
aceptar gustoso la indicación de la terapia colectiva, porque percibe que la relación
transferencial será más diluída y que, apoyado por sus compañeros, evitará la temida
vinculación exclusiva con el terapeuta.
Queremos recalcar muy especialmente las grandes ventajas que hemos podido apreciar
con respecto a la psicoterapia de grupo como tratamiento complementario del análisis
individual. En ese sentido y a nuestro juicio, quedará señalada como indicación de primer
orden. La nueva experiencia vivencial en el escenario de psicoterapia de grupo donde surgen
in situ y simultáneamente diversas reacciones emocionales, en uno mismo o reflejadas en los
restantes integrantes del grupo, representan un aporte de indudable utilidad para la
adquisición de un mayor insight1 de los conflictos de los demás y, por lógica consecuencia, de
una mayor posibilidad para su resolución.
Quisiéramos referirnos, a continuación, a las razones prácticas en que muchos se han
apoyado para justificar la psicoterapia de grupo como indicación preferencial en determinadas

1
El tema de insight en el grupo se retomará en el capítulo sobre los “Mecanismos de curación en el grupo”
74
Newcomb, T.M.: “Social Psychology”. Tavistock Publications Ltd., London, 1955.
77
Powdermaker, F.B., y Frank, J.D.: “Group Psychotherapy”, Cambridge Massachussets Harvard University,
1953.
28
Foulkes, S.H.: “Introduction to the group-Analytic Psychoterapy”. Grune and Stratton, New York, 1949.
27
Foulkes, S.H. y Anthony, E.J.: “Group Psychoterapy. The Psycho-Analytic approach”, penguin Book, 1957.
circunstancias. Se trata del aspecto económico y la escasez de tiempo, que, con cierta
frecuencia, aparecen como factores de gravitación en la búsqueda de esta forma de terapia.
No puede desecharse la vinculación intrínseca de dichos argumentos que sus
modalidades técnicas específicas (ser compartido entre varios integrantes, sesiones más
espaciadas que en el tratamiento individual, etc.), la hacen menos onerosa, con menor
dedicación de tiempo y por lo tanto más accesible a mucha gente. Sin embargo, es necesario
dejar constancia que estas ventajas no deben inducir al error de subestimar la importancia y
valoración terapéutica de este procedimiento colectivo, que reúne méritos suficientes para ser
indicado por sí mismo, ya sea como terapia única o complementaria.
Quizá no esté de más aclarar que la utilidad que pueda recibir cada integrante de un
grupo no está en relación directa con la proporción en que participa dentro del mismo, sino
que su aprovechamiento corresponderá en gran parte a la totalidad del beneficio que reciba el
grupo, ya que éste funciona como una gestalt, independientemente de la suma de
individualidades que lo componen.
Pero, en parte, dependerá también de su propia estructura, ritmo y capacidad de dar y
tomar. Hemos observado que toda persona que haya permanecido aun solamente algunos
meses en un grupo terapéutico, se ha beneficiado por esta experiencia. Pero nos animamos
actualmente a decidir debido a qué factores estructurales unos logran mucho en el grupo y
otros menos. Nos enfrentamos aquí con el mismo problema que hasta ahora tampoco pudo
dilucidar del todo el psicoanálisis: con cuánto y debido a qué factores básicos, determinada
persona puede obtener su plena curación, mientras que otra, supongamos que igualmente
dotada, con el mismo diagnóstico y con un terapeuta de las mismas condiciones, tendrá que
conformarse con una mejoría.
Debemos mencionar las contraindicaciones de la psicoterapia de grupo en los estados
depresivos severos, como así también en personas que denotan tendencias suicida; la
psicoterapia colectiva está contraindicada, no sólo porque puede provocar un efecto
perjudicial sobre los demás pacientes, sino porque requieren, ellos mismos, un contacto más
estrecho y frecuente con el terapeuta. Los enfermos psicóticos deberán ser excluidos,
naturalmente, de los grupos de neuróticos, pero pueden ser tratados en grupos integrados
exclusivamente por pacientes psicóticos, como se verá más adelante en el capítulo que trata
sobre “grupos especiales”. Se puede establecer, con relación a este planteo, el paralelo con lo
ocurrido en el campo psicoanalítico, donde, en un comienzo, se pensó que el psicoanálisis
estaba limitado solamente a cierto tipo de neurosis que, por ser consideradas las únicas
accesibles al mecanismo específico de la curación –la transferencia con el psicoanalista-,
fueron denominadas neurosis transferenciales (histeria y neurosis obsesiva). Luego se
comprobó que las otras formas de neurosis, como así también la psicosis, eran susceptibles
de ser tratadas mediante la relación transferencial. El mismo proceso se ha desarrollado en el
escenario de la psicoterapia de grupo, haciéndose extensiva su aplicación –tal como se
señaló- a las psicosis y a las personalidades psicopáticas y perversas. En ese sentido, hemos
citado ya nuestra experiencia acerca de la inclusión de un homosexual manifiesto en un grupo
de neuróticos comunes, con resultados positivos en lo que se refiere a la adaptación y
aprovechamiento por parte del grupo. El mismo resultado positivo se obtiene con la inclusión
de un paciente “bordeline” en un grupo de neuróticos, por su especial captación de los
procesos profundos que ocurren en el grupo, convirtiéndose, a veces, en el “líder regresivo”
del mismo. (tema que será tratado con más extensión en el capítulo VI.)
Sin embargo, creemos conveniente mencionar que existen ciertos casos de pacientes
tipo “borderline” que pueden llegar a convertirse en factores de perturbación para el buen
funcionamiento del grupo. Se trata de aquellos casos que pretenden “absorber” continuamente
la atención general del grupo y del terapeuta, interfiriendo a cada momento, monopolizando el
uso de la palabra y sin poder contribuir a la tan necesaria cohesión de los integrantes entre sí.
Nos estamos refiriendo, naturalmente, a una actitud permanente y crónica y no a episodios
aislados y esporádicos de esa índole, que cualquiera de los participantes podría llegar a tener.
Consideramos que los pacientes “borderline” que actúan con la característica descrita no
pueden permanecer en el grupo y deben ser excluidos dada su influencia perturbadora y
perjudicial para ellos mismos, puesto que cargan de culpabilidad. Lo conveniente para ellos
será la terapia individual. Bach3 denomina a este tipo de pacientes el “monopolista crónico”
destacando la razón de ser de su tendencia absorbente como expresión de una intensa
respuesta defensiva ante la ansiedad determinada por el temor a un ataque o aislamiento por
parte del grupo. Agrega que, en su concepto, tampoco deberán integrar un grupo terapéutico
aquellos pacientes que exhiben síntomas de grandes desviaciones sociales (por ejemplo,
antecedentes criminales), como así también las personalidades psicopáticas muy impulsivas.
Consideramos, a continuación, otros aspectos prácticos importantes para el
funcionamiento del grupo. En lo que se refiere al número de integrantes, existe una
coincidencia general en señalar la cifra de cinco a ocho miembros como la más apropiada
para la constitución de un grupo. En grupos demasiado extensos se presenta, a veces, la falta
material de tiempo para que cada cual exponga sus problemas, o para integrarse en una
forma adecuada. Por otra parte, los grupos demasiado pequeños tienden a languidecer debido
a la falta de estímulos, que se suscitan cuando hay más gente. El grupo demasiado numeroso
suele crear poco sprit de corp, como lo demuestran las ausencias reiteradas de sus
integrantes, en tanto los que forman un grupo demasiado pequeño, de tres o cuatro, a
menudo se sienten abrumados por una responsabilidad excesiva. El temor a que de su
asistencia y buena voluntad dependa la supervivencia y marcha del grupo les quita libertad de
acción.
Al hablar de la constitución de los grupos es conveniente agregar algunas
consideraciones más en relación al aspecto cualitativo. En ese sentido nos parece útil recalcar
que resulta perjudicial la inclusión de dos personas demasiado allegadas en un mismo grupo
(novios, esposos, hermanos, amigos íntimos, etc.)
El efecto negativo está determinado no sólo porque el vínculo preexistente puede
convertirse en un elemento inhibitorio para la comunicación espontánea y franca de problemas
íntimos, o porque se aporta al grupo tipos preformados de relación que pueden resultar
contraproducentes, sino que se agrega además el hecho de la emergencia de un subgrupo
que puede estar desconectado del resto.
La misma duda puede plantearse con respecto a la posibilidad de que estas personas
ligadas por un vínculo más o menos íntimo entre sí participen de diferentes grupos, pero
dirigidos por un mismo terapeuta. Aunque en este caso no seríamos tan estrictos como en el
caso anterior, somos partidarios de inclinarnos por el mismo criterio que sustentamos en
relación al análisis individual, vale decir, por la abstención de analizar miembros de una misma
familia o allegados, porque creemos que los inconvenientes derivados de las reacciones
emocionales de celos, envidia y resentimiento que se expresan directamente en la situación
transferencial, superan ampliamente las posibles ventajas de obtener más elementos de juicio
de determinados sucesos o planteos.
Sin llegar a considerarlo como un obstáculo serio ni mucho menos, podríamos decir que
la presencia de uno o más integrantes con análisis individual en el grupo, puede producir
ciertas perturbaciones. Por de pronto, tanto ellos mismos como los demás pueden
considerarlos como privilegiados por el hecho de tener dos análisis. Por el mismo motivo
aparecerían como los más adelantados, ya que se les agrega la experiencia del análisis
individual; eso determina que tácita y automáticamente lleguen a constituir una especie de
subgrupo dotado de particulares características.
En ocasiones, provocarán el rechazo o la protesta de los restantes integrantes, dado
que podrían objetarles que no contribuyen con sus problemas personales en la misma medida
en que lo hacen los demás, debido a que los reservan para sus análisis individuales. Todo ella
puede dar lugar a que se instituya un estado de tensión, a veces prolongado, y no muy fácil de
superar.
Por supuesto que no siempre ocurre así, y tenemos experiencias contrarias en que la
participación de tales miembros ha sido de influencia positiva para el grupo. Pero, de todos
3
Bach, G.R.: “Psicoterapia intensiva de Grupo”, Bs. As., Ed. Horme, 1960.
modos, creemos que debe tenerse muy en cuenta la existencia de la constitución del grupo de
miembros con o sin análisis individual, ya que configura una fisonomía y una dinámica
particular.
Las sesiones de psicoterapia de grupo suelen tener lugar a razón de una vez por
semana, lo cual parece constituir un ritmo aceptable y satisfactorio para una buena evolución
del grupo. Aumentar dicho ritmo a dos o más veces por semana resulta, desde el punto de
vista teórico, de mayor provecho para la efectividad terapéutica. Uno de nosotros ha podido
apreciar las ventajas evidentes con este aumento en la frecuencia de sesiones. Para otros,
dichas ventajas serían muy relativas. Pero existe, en cambio, un general acuerdo de que
prolongar el intervalo entre las sesiones por un tiempo aun mayor que una semana sería
contraproducente. Por el mismo motivo, la regularidad con que se efectúan las reuniones es
de especial gravitación para la marcha del grupo.
La duración de la sesión no conviene que sea menor de una hora por razones obvias.
Hemos considerado de mayor utilidad prolongar el tiempo de cada sesión a una hora y cuarto.
En los próximos capítulos dedicaremos especial atención a cómo se inicia un grupo
terapéutico, cómo continúa y cómo finaliza. Pero nos gustaría detenernos un instante en el
problema de la puntualidad de los integrantes del grupo, de los límites témporo-espaciales de
la duración de una sesión y de otras cuestiones similares que repetidamente se nos ha
consultado.
No siempre los pacientes del grupo acuden puntualmente a la hora fijada para el
comienzo. Independientemente de los compromisos o resistencias individuales, también en
ese aspecto se traduce la situación gestáltica, ya que el factor tiempo está íntimamente ligado
al ritmo y a la dinámica por la que atraviesa el grupo durante este período. Así, por ejemplo, el
grupo asistirá puntualmente y en su totalidad cuando determinado problema que se está
debatiendo o alguna situación emocionalmente intensa de la última sesión quedó en
suspenso; los mismos factores pueden provocar en otras circunstancias una respuesta
contraria (que reflejará igualmente la intensidad y calidad de la reacción frente al conflicto
desencadenante) y la mayoría de los participantes aparecerán con bastante retraso. Estas
reacciones globales del grupo suelen ser manifestaciones genuinas de un sentimiento de
solidaridad. Pero por lo general es excepcional que el grupo empiece sus sesiones completo.
Cada grupo tiene su ritmo y su horario y sucede que se va completando con diferencias de
minutos entre la llegada de sus componentes.
Una pregunta que hemos escuchado muchas veces es la siguiente: ¿cuál es el mínimo
de participantes con que se puede comenzar una sesión de grupo?, o eventualmente ¿se
podría dar comienzo a la sesión con la presencia de uno solo de sus integrantes?
Tampoco concuerdan los criterios con respecto a este planteo. Algunos terapeutas no
inician la sesión si no cuentan por lo menos con dos o tres de los participantes del grupo,
aduciendo que por debajo de esta cifra no se puede considerar que se está frente a un grupo.
Por nuestra parte, creemos –como ya lo hemos señalado- que no hay ningún inconveniente
en empezar la sesión aun con uno solo de los miembros del grupo, ya que –psicológicamente-
éste se siente representante de todo el grupo. En nuestra práctica casi siempre lo hemos
comprobado así. En tales casos, el paciente suele traer material correspondiente a las últimas
sesiones del grupo, o bien se refiere a los ausentes y, aun cuando exprese la fantasía de
tener una sesión individual aportando problemas personales, el clima del grupo estará
presente como telón de fondo. Desde el punto de vista técnico resulta aconsejable, sin
embargo, preguntar al paciente único si está de acuerdo en iniciar la sesión o prefiere esperar
la llegada de sus restantes compañeros, de otro modo podría vivirlo como una imposición que
lo fuerza a vencer una posible inhibición.
Nos quisiéramos referir también a otro aspecto concerniente al problema del comienzo
de la sesión o, como lo hemos expresado antes, al de los límites temporales de una sesión.
Se ha sostenido que el grupo prácticamente está funcionando ya desde que sus miembros se
encuentran en la sala de espera, ya que suele ser muy común que entren al consultorio
continuando con los temas suscitados fuera de él. Aunque esto es en gran parte cierto, nos
parece que debe considerarse como comienzo real de la sesión el instante en que aparece el
terapeuta y se reúne con ellos. No nos basamos solamente en el aspecto formal de la
cuestión; se produce, por lo general, un cambio de clima y de disposición en el seno del grupo
que marca obviamente la diferencia entre el funcionar sin o con el terapeuta. Tuvimos
experiencia con grupos que se reunían directamente en el consultorio sin la antesala previa y
allí aguardaban la llegada del terapeuta. Cuando éste aparecía seguían conversando o
discutiendo a veces los temas que habían surgido previamente sin reparar en su llegada y sin
aclararle su origen. Naturalmente, el problema no residía en esta falta de información, sino en
la actitud resistencial inconsciente del grupo, que pretendía, de esta manera, demostrar al
terapeuta que podía prescindir de él; también tenía el valor de excluirlo o ignorarlo, como ellos
se sentían excluidos o ignorados de la relación del analista con sus otros pacientes. Uno de
estos grupos dio a entender su deseo de un cambio en el planteo del límite inicial, y después
de interpretada toda la situación decidieron aguardar en la sala de espera a que llegara el
terapeuta para sólo entonces entrar y comenzar así formalmente la sesión.
No es raro que surja este pedido tácito de límites seguros por parte del grupo, como
ocurre también en el análisis individual, Suele deberse al temor de la pérdida de control por la
índole del conflicto que se está movilizando en estos momentos o por la dinámica particular
del grupo.
Tampoco se puede determinar en términos precisos el tiempo de duración de todo el
tratamiento, Se suele aceptar que la participación en un grupo por un período de uno o dos
años, representa un buen promedio para juzgar el logro de mejoras concretas. De todos
modos, tanto en lo que se refiere a este punto como a otros planteados anteriormente,
sugerimos que se debe tener un criterio flexible y elástico.
Hemos visto que los grupos, de acuerdo con su constitución, pueden ser calificados de
homogéneos, heterogéneos, mixtos, etc. Desde el punto de vista de su funcionamiento, surge
la calificación de grupo “abierto” o “cerrado respectivamente. Si intentásemos definir dichos
grupos sobre la base de un enfoque meramente descriptivo o fenomenológico, diríamos que el
grupo “abierto” es aquel cuya composición varía frecuentemente porque algunos de sus
integrantes lo van abandonando de tiempo en tiempo, siendo reemplazados por nuevos
miembros que acuden a él. En cambio el grupo “cerrado” es aquel que desde su iniciación
decide continuar sin modificaciones en su estructura, vale decir, sin aceptar el ingreso de
nuevos participantes. En el primer caso, el proceso de abandono y entrada respectiva de
miembros de un grupo, obedece a determinadas circunstancias y motivaciones. Es obvio que
una persona intente participar en un grupo que le ofrece posibilidades de satisfacer sus
particulares necesidades. Y también resulta comprensible que quiera abandonarlo cuando se
sienta frustrado en sus aspiraciones, o perciba que él y el resto del grupo no armonizan. En
ocasiones, es el mismo grupo el que lo excluye. Así como la mayor parte de los grupos
organizados, formales, tienen toda una codificación reglamentada para la admisión de nuevos
miembros, también los grupos informales se rigen por leyes no formuladas, tácitas, pero
igualmente restrictivas en su aplicación.

Koffka54 ha señalado, en este sentido, que la realidad del grupo psicológico encuentra
su expresión en el pronombre “nosotros”. Recalcó especialmente que el “nosotros” no
significaba simplemente una pluralidad de personas que “me” incluyen, sino que representa,
en un sentido más apropiado, una pluralidad unificada en la que ”yo” y los otros “somos”
verdaderos miembros. Según eso, al decir: “Nosotros hacemos esto”, no significa que las
personas incluidas en el “nosotros” lo están haciendo cada una por separado, sino que lo
hacemos conjuntamente. El que habla se experimenta a sí mismo como parte de un grupo y
sus acciones como pertenecientes al grupo. Así, pues, el “nosotros”, cuando se lo utiliza en el
sentido no aditivo, podría ser el equivalente de la expresión del grupo psicológico. Queremos
tan sólo agregar que cuando el grupo terapéutico se siente especialmente unido, integrado, en
una situación de equilibrio armónico y de estabilización, es cuando mayor sentido cobra el
54
Koffka, K.: “Principios de la Psicología de la Forma”, Ed. Paidós, Bs. As., 1953.
“nosotros”, de acuerdo con lo anteriormente formulado. Esta actitud podría llegar a ser una
característica del grupo ”cerrado”, pero de ningún modo su requisito.
Muchos grupos “abiertos” presentan, durante su evolución, distintos períodos en que
funcionan como ”cerrados”, oponiéndose al ingreso de nuevos miembros para que no se
altere una determinada configuración surgida como consecuencia del material analizado.
Esta configuración involucra el establecimiento momentáneo de determinadas
relaciones interpersonales de los miembros del grupo, basadas en su personificación de
diversos papeles. Aunque más adelante nos referiremos a los roles en particular,
adelantaremos por ahora algunas palabras con respecto al rol desempeñado por el terapeuta
y los observadores.
En relación al terapeuta, caben las mismas consideraciones que son aplicables al
analista en el tratamiento individual. Vale decir que se impone como requisito indispensable, a
nuestro juicio, que el terapeuta del grupo este analizado para evitar que interfiera con sus
propios conflictos o pretenda influir con determinadas características de su personalidad en la
valoración e interpretación del material proporcionado por los pacientes. Pero, además,
consideramos igualmente importante o casi imprescindible el agregado de una experiencia
previa como integrante de un grupo terapéutico, ya que resulta obvio destacar el enorme valor
que le significará por la mejor comprensión y captación de los mecanismos y de la dinámica
del grupo. En el capítulo VI, que versa sobre “Mecanismos de curación en grupos”,
encararemos con más detenimiento este aspecto de la función del terapeuta, en el tópico
referente a la transferencia y contratransferencia en la técnica de psicoterapia de grupos.
La intervención del terapeuta, en líneas generales, será exclusivamente interpretativa,
evitando todo lo que implique impartir normas, instrucciones o sugerencias de cualquier índole
que sean.
Como ya dijimos, el terapeuta es el líder formal del grupo; los miembros restantes se
sienten supeditados a su intervención y la consideran, a menudo, el factor dinámico esencial
que dirige y mantiene la formación del grupo. La importancia de la labor interpretativa justifica
que asuma ese liderazgo como función o rol más o menos fijo, e independiente de las otras
múltiples funciones que los participantes le harán desempeñar, y que variarán de acuerdo con
el contenido de las fantasías inconscientes de los mismos.
Los que han actuado en el campo de la psicoterapia individual estarán familiarizados, en
principio, con el rol del terapeuta. La psicoterapia de grupo presenta además una figura nueva:
la del observador. Antes de finalizar este capítulo, dedicado a aspectos prácticos y concretos,
creemos conveniente aclarar el porqué algunos aconsejan su intervención en el grupo, en qué
consisten sus funciones específicas y cuáles son los motivos por lo que a veces son discutidos
y se prefiere prescindir de ellos. Son varios los enfoques que pueden considerarse para
encarar este planteo. Empezaremos por el de la investigación y experimentación de la técnica.
Powdemaker y Frank77 señalan que algunos aspectos decisivos de la experiencia
psicoterápica colectiva no podrían trasmitirse en términos objetivamente verificables. Así, por
ejemplo, las observaciones hechas por el terapeuta estarían inevitablemente viciadas por la
inferencia de sus propias emociones en el proceso que está dirigiendo. La percepción y su
memoria resultarían por lo tanto alteradas en una proporción incalculable. Otra dificultad
consiste en la imposibilidad de repetir observaciones y experimentaciones sobre el mismo
fenómeno. Son de la opinión que la conducta humana debe ser estudiada y registrada en
diferentes situaciones. Por eso consideran de utilidad la colaboración de observadores, para
obtener los datos presentados durante la sesión en forma directa. Los observadores tendrán
de este modo tres funciones principales: a) registrar, como resultado de la observación
directa, la comunicación verbal y no verbal intercambiadas en el grupo, las interrelaciones de
los distintos miembros y los cambios que se producen de una sesión a otra; b) conferenciar
con el terapeuta después de cada sesión; y c) el análisis subsecuente de los datos obtenidos.
El o los observadores suelen reunirse con el terapeuta después de finalizada la sesión o
antes de comenzar la siguiente, para comentar y discutir el material de la última sesión, las
77
intervenciones del terapeuta y la medida en que coinciden o difieren con lo apreciado y
registrado por ellos.
A menudo los comentarios y las anotaciones de los observadores constituyen elementos
y datos complementarios de gran valor para el terapeuta; lo mismo se puede decir de sus
sugestiones, en especial si éste ha escotomizado alguna situación en particular.
Pero la utilidad del observador no depende únicamente de su intuición y capacidad, sino
también del nivel que ha alcanzado su formación. Esquemáticamente podemos diferenciar
tres tipos de situaciones: el observador estudiante, al cual se le ofrece una posibilidad de
aprendizaje, única en la psicoterapia, que es la de participar en el proceso terapéutico y
presenciarlo, aunque como testigo mudo. Pero su presencia no podrá aportar mucho al
terapeuta experimentado.
Puede constituirse también la situación opuesta: un psicoterapeuta principiante se une
con un observador avezado para que éste le enseñe y controle su labor.
Existe todavía una tercera combinación, en la cual los miembros del equipo terapéutico
permanecen en el mismo nivel. Esta situación es la más productiva tanto para la marcha del
grupo como para la investigación, porque posibilita una colaboración especialmente fructífera,
en la cual cada uno, en pie de igualdad, aporta lo suyo completando lo del otro.
Puede haber, finalmente, otro tipo de observador: el clínico. I.L. Luchina 66 sostiene que
en grupos psicosomáticos hospitalarios, cuyos miembros están simultáneamente en
tratamiento clínico, la presencia del médico como observador es de doble utilidad: permite a
los pacientes integrar los aspectos psicológicos y somáticos de sus conflictos, y su
participación en la psicoterapia facilita la asimilación de ésta al ritmo y clima hospitalario. Al
hablar de los grupos especiales (capítulo VII) volveremos sobre este aspecto.
Después de haber enumerado las ventajas de la presencia del observador o de los
observadores (cuyo número no debe exceder de dos), tenemos que admitir que se prescinde
de ellos muy a menudo. Esta decisión dependerá, entre otros motivos, del sentimiento de
seguridad y auto-confianza del terapeuta y de la calidad de la relación que podrá mantener
con sus observadores.
Tensiones y rivalidades en el equipo terapéutico necesariamente perjudican la labor en
común. Hay terapeutas principiantes que se sienten perturbados y censurados por su
observador, mientras que otros valoran su presencia como un apoyo. Pero también terapeutas
experimentados prefieren a menudo trabajar sin el observador, porque sostienen que la
presencia muda de alguien que no puede participar plenamente en el grupo, perturba el
interjuego de libre proyección e introyección y coarta su espontaneidad. Hay observadores
que se sienten frustrados en su papel fijo y pasivo y llevados entonces inconscientemente a
una crítica mordaz de las interpretaciones del terapeuta o a una sobrevaloración de su propio
papel. Esta última se expresa, en la discusión posterior del equipo, en su insistencia de referir
cualquier material aportado por el grupo a su muda presencia y reprochar al terapeuta no
haberlo interpretado en este sentido. Nos hemos extendido algo sobre las dificultades que
pueden surgir en la colaboración entre el terapeuta y los observadores. Creemos que de este
modo contribuimos a hacerlas accesibles al análisis, para poder superarlas. Pero no debemos
olvidar, por eso, que por lo general el observador desempeña su función gratificadora y
frustrante a la vez con entusiasmo y eficacia, colaborando adecuadamente con el terapeuta e
identificándose con él.
Quizá convenga agregar unas palabras más acerca de lo que denominaríamos el
observador “ocasional”, si cabe la expresión. Algunos terapeutas han realizado la experiencia
de incluir en uno de sus grupos y en calidad de observadores –aunque en forma transitoria- a
colegas extranjeros interesados en el conocimiento de la dinámica de un grupo, o con el
deseo de confrontar técnicas diferentes. Naturalmente el grupo podrá reaccionar en tales
casos, expresando fantasías análogas a las que surgirían frente a la incorporación de un
nuevo integrante o de un observador permanente. Pero existe, con todo, una diferencia
66
Luchina, I. L.: “experiencia con grupos trapéuticos de cardiovasculares”. Incl. En El Grupo Psicológico en
la Terapia, Enseñanza e Investigación, Nova, Bs. As., 1959.
fundamental que contraindicaría –a nuestro juicio- dicha práctica. La transitoriedad de la
presencia del observador “ocasional” (una o pocas sesiones), puede configurar una situación
que rompa el esquema habitual en que se desenvuelve el grupo, y se siente que aquél está de
paso; que es alguien de afuera que no se quedará ni se integrará en la estructura del grupo;
que movilizará ansiedades persecutorias en la medida en que se lo verá como un intruso que
viene tan sólo a satisfacer su curiosidad, o como un censor que acude a controlar lo que
ocurre allí. Desde luego que todas estas respuestas pueden ser aprovechadas y analizadas
como cualquier otro material asociativo. Pero creemos, sin embargo, que en estos casos esta
transitoriedad de la participación del observador, cuando es conocida “ a priori” (por la índole
de las circunstancias señaladas) puede resultar perjudicial para la situación terapéutica del
momento.
En relación con los pacientes, la presencia del observador puede provocar problemas
específicos en la situación terapéutica. Pese a que nunca hablan durante el transcurso de la
sesión, limitándose a observar y anotar el material expuesto, es evidente que adquieren
significados especiales para los pacientes. Como se verá más adelante, sirven de pantalla
para la proyección de distintas relaciones objetales y tendencias inconscientes. A menudo son
utilizados para facilitar el desdoblamiento de los aspectos que proyectan en el terapeuta. Así
se convertirán en la imagen negativa o positiva respectivamente para oponerla a lo que ven,
en ese momento en el terapeuta.
La ausencia ocasional del observador repercute de diversas formas en el grupo; algunas
veces lo viven con la misma intensidad que provocaría la ausencia de cualquier otro
integrante. Otras, puede conducir a creer que la sesión es menos importante, dado que no se
registra; o que el terapeuta da menos valor al grupo.
Aunque no hayamos agotado todos los aspectos de una introducción a la psicoterapia
de grupo, creemos que es necesario interrumpirla aquí, para ver al grupo en sí mismo, en su
principio, desarrollo y actuación terapéutica. Los próximos capítulos estarán dedicados a la
consideración de estos aspectos.

RESUMEN

En este capítulo se describen los aspectos prácticos de la Psicoterapia de Grupo,


respondiendo a algunos de los interrogantes que plantea.
El grupo terapéutico llena los requisitos para ser denominado como tal, puesto que está
constituido por una serie de personas que se reúnen de común acuerdo, y comparten normas
tendientes a la consecución de un determinado fin: la curación. Aparte de esto, cada
integrante desempeña una función, consciente o inconsciente, que se halla en estrecha
interdependencia con las demás.
El terapeuta es quien constituye el grupo, desempeñando básicamente la función de
líder formal. Existen en relación a este problema distintas normas de conducta; algunos
autores aconsejan entrevistas previas con los pacientes, que tendrían por objeto disminuir la
tensión que se produce frente a la situación nueva que debe enfrentar.
Los autores de este libro prefieren abstenerse de cualquier contacto individual previo,
considerando que las tensiones que se provocan frente al impacto de la nueva situación,
constituyen un material valioso de interpretación, y permiten, al mismo tiempo, que surjan
precozmente los conflictos y diferencias individuales que se crean en el grupo.
Con respecto a los problemas de comunicación en el grupo, que generalmente
constituyen un motivo de especial preocupación de los integrantes, se ha podido comprobar
que aun los miembros silenciosos se benefician en la medida en que el grupo progresa. Esto
sucede por dos razones: a) El grupo constituye una totalidad; b) los problemas expresados por
cualquier integrante contienen, en forma latente o manifiesta, los del resto de los participantes.
Esta identificación constituye el mecanismo profundo que hace posible la atmósfera de
tolerancia y de cohesión dentro del grupo, que a su vez impulsa a traer temas regresivos de
tipo instintivo.
Criterio de selección. Aquí también las opiniones se hallan divididas. Unos recomiendan
mucha cautela, por considerar que la homogeneidad entre los integrantes, al brindar la
posibilidad de intercambio entre personas con problemas y características similares,
constituye un factor terapéutico. Otros consideran que el equilibrio que se logra mediante el
contacto de personalidades opuestas favorece la manifestación de las características
reprimidas. Aducen, además, que una de las funciones primordiales del grupo es la de adaptar
el individuo a la vida exterior. En consecuencia recomiendan la formación de grupos
heterogéneos y mixtos, por ser más similares a los que se encuentran en el mundo externo.
Indicaciones específicas de la terapia del grupo. Esta disciplina ha seguido una línea
paralela con el psicoanálisis individual, vale decir que ha ampliado cada vez más sus límites
de aplicación. Sus resultados han sido beneficiosos en todo tipo de neurosis y psicosis. En
general se recomienda especialmente en los pacientes que tienen un manifiesto rechazo por
la terapia individual, ya sea por temor a una dependencia extrema o a una excesiva rivalidad,
con una figura autoritaria, dado que aquí la transferencia se encuentra más diluida.
Como tratamiento complementario del psicoanálisis individual, puede resultar
sumamente beneficioso, porque mantiene un contacto constante con la realidad exterior, y
porque posibilita un mayor insigth, al reconocer en los problemas de los demás las mismas
actitudes que les son propias, y que hasta ese entonces le eran desconocidas.
En cuanto a las ventajas de orden práctico, de tiempo y de dinero son obvias.
Los beneficios que se adquieren dentro del grupo no están en relación directa con la
participación activa de los integrantes, quienes se benefician en la medida en que progresa el
grupo, dado que todos cumplen una función y conforman la totalidad.
En última instancia depende –lo mismo que en el análisis individual- de la capacidad de
cada uno de dar y recibir, pese a que no se pueden determinar los factores específicos que
entran en juego. Está contraindicada en los casos de depresión severa, o de personas con
tendencias suicidas manifiestas y en personalidades psicopáticas graves, dada la influencia
perjudicial que podrían ejercer sobre el grupo.
En cuanto al aspecto del grupo se tiene en cuenta los siguientes ítems: a) Número de
integrantes: se considera que la cifra ideal oscila entre cinco y ocho. Un grupo más chico
podría resultar empobrecido, y un grupo más grande, por razones e tiempo, resultaría menos
eficaz. b) Las sesiones tienen lugar generalmente una vez por semana; el espaciarlas aún
más traería una cierta desintegración. Algunos terapeutas las realizan dos veces por semana,
con buenos resultados. El tiempo que toma una sesión por semana varía de una hora a una
hora y media; éste, por razones obvias, no se debe acortar. Finalmente se considera que en
uno o dos años de tratamiento se pueden apreciar resultados evidentes.
Constitución del grupo. Ya se han mencionado los grupos homogéneos y heterogéneos.
Existe dentro de ellos una subdivisión: el grupo “abierto” y el “cerrado”. Se aplica el primer
calificativo al grupo que varía marcadamente en sus integrantes, y el segundo, al que se
mantiene con los mismos durante su duración, imponiendo normas más fijas en caso de que
haya otros aspirantes.
Como se ha mencionado, el grupo, cualesquiera que sean sus características, mantiene
una cohesión, basada en los diferentes roles que cumplen sus participantes –o relaciones
interpersonales- y que se manifiesta con el significado especial con que usan el “nosotros”.
El terapeuta es fundamentalmente el líder formal del grupo, pese a los diferentes roles
que le asignan. Su función específica es interpretativa, ya que no juzga, dicta normas o da
consejos. El rol del observador es el de registrar –como resultado de la observación directa- la
comunicación verbal y no verbal que tiene lugar durante la sesión. Al mismo tiempo
intercambia opiniones sobre lo sucedido en el grupo con el terapeuta. Suele provocar
diferentes grados de ansiedad, puesto que sirve de pantalla para la proyección de las
relaciones objetales y de las tendencias inconscientes.

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