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Así es como, en el periodo 1841-1868, se forja y consolida la tradición del libro escolar
de Historia. En la Educación Primaria, sin duda, mucho menos, porque el consumo del
libro de texto como tal (y más aún del libro de texto por asignatura) está muy lejos de
estar extendido o asentado. […] A pesar de todo ello, puede afirmarse que la obra de
Ángel María Terradillos, Prontuario de Historia de España, las ya comentadas del siglo
XVIII de Tomás de Iriarte (Lecciones instructivas sobre la Historia y la Geografía) y de
Duchesne-Isla (Compendio de historia de España), forman la trilogía más aludida en
todos los testimonios que se refieren al libro e texto de enseñanza primaria (o a lo que
hoy podríamos entender también como género de divulgación de la Historia), junto a
otros autores como A. Gómez Ranera, T. Ortiz, etc. Los textos de Iriarte y Duchesne-
Isla son el precedente que se prolonga más allá de su tiempo, mientras que el de
Terradillos, recogiendo esa tradición previa, afianza, dentro de los textos visibles, lo
que se podría denominar una “Historia con pedagogía”, esto es, una clase de libro de
texto propio de la escuela primaria, que exhibe una intención y unos recursos
“pedagógicos” (diálogo, versificación, narración amena, etc.).
Por el contrario, la enseñanza secundaria fue el territorio donde se fundó una “Historia
sin pedagogía”, que, entre otros testimonios aún divisables, puede rastrearse a través
de los listados de libros de texto que desde 1841 y hasta 1868 se aprobaron y usaron
en los institutos. A diferencia de la primaria, desde sus orígenes el libro de texto por
cada una de las asignaturas fue un objeto de consumo obligatorio e individual y, en
general, los libros más aprobados coinciden con los más usados. […] se puede
afirmar que los libros de Joaquín Federico Rivera (Curso elemental de historia general
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Raimundo Cuesta ha acuñado, a partir de su investigación sobre la genealogía de la Historia como
disciplina escolar, el concepto de código disciplinar (de la Historia), al considerar que la Historia como
materia escolar es fruto de “una larga tradición social inventada” poco a poco y recreada en distintos
momentos. El código disciplinar de la Historia sería, por tanto, “una tradición social que se configura
históricamente y que se compone de un conjunto de ideas, valores, suposiciones y rutinas, que legitiman
la función educativa atribuida a la Historia y que regulan el orden de la práctica de su enseñanza. Alberga,
pues, las especulaciones y retóricas discursivas sobre su valor educativo, los contenidos de su
enseñanza y los arquetipos de práctica docente, que se suceden en el tiempo y que se consideran, dentro
de la cultura dominante, valiosos y legítimos” (ob. cit., pp. 8-9).
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y de España), de Fernando de Castro y Pajares (Programa y curso elemental de
historia) y de Alejandro Gómez Ranera (Compendio de historia de España y Manual
de historia universal), muy particularmente los de los dos primeros, fueron los libros de
texto más leídos y utilizados en el subsistema educativo secundario. […]
[Los catedráticos de Instituto autores de libros de texto] acuñan un canon del manual
de “Historia sin pedagogía” para la enseñanza secundaria, en unos años
auténticamente constituyentes del código disciplinar [de la Historia]. Sus trazos
primitivos y más sustanciales no se borrarán del todo con el paso del tiempo;
configuran una parte esencial de la tradición educativa que se prolonga durante el
[periodo que podemos llamar] el modo de educación tradicional-elitista.
Desde el punto de vista del contenido, los manuales de Historia de la época isabelina
transparentan una ideología de estirpe liberal muy mitigada por un catolicismo de
pronunciado tinte conservador. Nada distinto del eclecticismo ideológico exhibido en la
época triunfal del liberalismo doctrinario. Frecuentemente esta suerte de vía media
burguesa se hace presente en la cultura histórica de la época, por ejemplo, a través
del hermanamiento del providencialismo con la idea de progreso, que puede
acreditarse en la obra de Modesto Lafuente, llamada a tener una gran influencia en la
segunda mitad del siglo XIX. […].
Pero, más allá del contenido ideológico e historiográfico, interesa resaltar que esta
literatura fundadora del código disciplinar se dota de unos dispositivos de relación
entre autor-lector, que suponen implícita o explícitamente, una concepción del papel
del uno y del otro. Por lo que hace a los textos de la segunda enseñanza, a diferencia
de los de la Educación Primaria, se desvisten de cualquier ornamento pedagógico, son
habitualmente de un formato mayor que los de primaria (octavo frente a cuarto menor)
y dejan que una prosa narrativa apretada y sin descanso visual alguno (prácticamente
son iconoclastas) sea suficiente carta de presentación. Se trata de textos que dan por
supuesto un lector culto y que presuponen el contenido como valor cultural legítimo y
legitimado.
En fin, son los textos de la “Historia sin pedagogía”, comunes, por su intención y
significado, a los manuales de la Educación Secundaria y universitaria. Veamos, de
forma resumida, algunos de los rasgos arquetípicos de los programas y manuales, de
los textos visibles que contribuyeron de manera muy relevante, desde la segunda
enseñanza, a la construcción del código disciplinar de la Historia: [Lo que sigue está
resumido –y con algunas palabras resaltadas en negrita- sin atenerse a la literalidad
del texto]
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• La finalidad educativa de la Historia es la formación moral.
• Los esquemas organizadores del discurso histórico son los hechos político-
militares y religiosos y la sucesión de reinados.
• Los objetos y sujetos de la Historia son los estados y las naciones. El conocimiento
histórico es un elemento de identificación nacional.
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DOMÍNGUEZ GARRIDO, C. (Coord.) (2004): Didáctica de las Ciencias Sociales para
Primaria. Madrid: Pearson Educación.
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Hubo un tiempo, a mediados del siglo pasado, en que los historiadores cultivaban
lo que se llamaba historia económica y social y se esforzaban en estudiar problemas
que tenían que ver con los de su tiempo y su entorno. Cuando estudiaban la revolu-
ción francesa, estaban tratando de hallar respuestas al debate entre la democracia y el
totalitarismo; cuando se ocupaban de la industrialización, pretendían entender mejor
los mecanismos del crecimiento capitalista para aprender a orientarlo de manera so-
cialmente útil.
Lo malo fue que algunos convirtieron estos métodos –que tan buenos resultados
habían dado– en un recetario mecánico que daba las respuestas a partir de una teoría
previamente memorizada según las formulaciones de unos catecismos que no solamen-
te servían para explicar el pasado sin tener que perder el tiempo yendo a los archivos a
investigarlo, sino que eran también una suerte de conjuros para actuar sobre la realidad
presente y transformar el mundo.
Pero el mundo se resistió a dejarse transformar y los análisis del pasado escritos a
partir de esos formularios acabaron en una retórica vacía que resulta hoy insoportable.
El doble desencanto, en los ámbitos de la política y de la historia, condujo a una especie
de escepticismo, en lo que se refiere a las posibilidades de cambiar sustancialmente el
mundo, y a un desconcierto en el terreno de los métodos de los historiadores, que se
retiraron del compromiso cívico a la tranquilidad de la vida académica, y dejaron de
interesarse por los grandes problemas de la sociedad para dedicarse a refinamientos
que sólo interesaban a los iniciados.
Como consecuencia del desencanto ante el fracaso de los viejos métodos, hemos
llenado el vacío que éstos dejaron con nuevas fórmulas de menor alcance, de las que
esperamos que nos devuelvan la seguridad y la certeza, aunque sea para horizontes
muy limitados. Vivimos en medio de una multitud de escuelas, que a veces no pasan
de sectas, que profesan su fe en un enfoque concreto, con el que se puede explicar y
resolverlo todo: estudio de las mentalidades o de las representaciones, microhistoria,
posmodernismo, poscolonialismo...
Todas estas tendencias tienen una característica en común: una atención casi exclu-
siva a los aspectos culturales, desdeñando la vieja preocupación por estudiar los datos
de la economía y de la sociedad. Es seguro que con eso vienen a poner remedio a un
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vacío de nuestras viejas interpretaciones, que tendían a considerar los hechos culturales
como consecuencias, como superestructuras, por decirlo con una mala lectura de Marx,
ignorando que éste había escrito que es en el terreno de las ideas donde los hombres
toman conciencia del conflicto social.
Conviene que incorporemos lo que estas tendencias nos aportan. Ninguna escuela
ha de ser menospreciada, porque cada una tiene una parte de la verdad; cada caja de
herramientas contiene alguna que es útil. Pero ninguna de ellas nos basta en solitario,
especialmente si deja de lado aspectos tan fundamentales como los que están ligados
a la vida, a la subsistencia y al trabajo de los hombres y de las mujeres corrientes. Ha
de ser la naturaleza del problema que pretendemos estudiar la que determine los mé-
todos que elegimos para hacerlo, tomando herramientas de todas las cajas de utillaje
donde podamos encontrar alguna cosa útil, y no los métodos los que nos obliguen a
contentarnos con ver sólo un aspecto de los problemas.
Un grupo de estudiantes norteamericanos de ciencia política, que se han sumado
al movimiento iniciado por los estudiantes de economía que piden una enseñanza
más cercana a la realidad, lo ha dicho con una frase que me parece un principio en-
teramente válido para los historiadores: “Es el problema el que dicta el método; no el
método el problema”. Lo que es inadmisible es que la adopción de una escuela y de
una metodología nos lleve a analizar los problemas con ópticas sectoriales que sólo
pueden darnos una visión sesgada de una realidad demasiado compleja para reducirla
a una perspectiva unilateral.
Con esta retirada a la que me he referido, los historiadores nos hemos alejado de los
problemas que importan al ciudadano corriente, que debería ser el destinatario final de
nuestro trabajo, para recluirnos en un mundo cerrado que menosprecia el del exterior, el
de la calle –justificándolo con el pretexto de que los habitantes de este mundo exterior
no nos entienden–, y nos dedicamos a escribir casi exclusivamente para la tribu de los
iniciados y, sobre todo, para otros profesionales.
Lo que pasa, sin embargo, es que los que viven en este mundo exterior, en eso que
llamamos la calle, necesitan también de la historia, como la necesita cualquier ser hu-
mano –en la medida en que la historia cumple para todo grupo una de las funciones
que la memoria personal tiene para cada individuo, que es la de proporcionarle un
sentido de identidad–; y puesto que nosotros, los profesionales de la investigación o
de la enseñanza, no les proporcionamos el tipo de historia que necesitan, la reciben de
manera asistemática, pero muy eficaz, de los políticos, de los “tertulianos” de la radio
y la televisión, de las celebraciones conmemorativas (el tono y sentido de las cuales
viene determinado, en última instancia, por la institución que las paga) o incluso de
las películas.
Todo eso forma una parte sustancial de lo que llamamos el uso público de la historia,
que un historiador italiano ha definido como “todo lo que no entra directamente en
la historia profesional, pero constituye la memoria pública (...); todo lo que crea el dis-
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que ver con el hilo del argumento de la construcción del Estado, pero que nos plantean
fenómenos decisivos en términos de la evolución de la sociedad española. Tampoco
se trata, naturalmente, de hacer una historia desde abajo, que olvide la importancia
decisiva de los actos del poder. Lo que quiero es una historia con Narváez y Espartero,
pero también con los campesinos, ligados en un mismo argumento, pues al fin y al
cabo será difícil explicar la política de Narváez si se deja de lado el hecho de que era un
terrateniente de Loja, o la de Espartero si se olvida que estaba casado con la hija única
de un rico banquero de La Rioja.
Por otra parte, me parece interesante subrayar que sólo a partir de una línea de ar-
gumentación como la que propongo se puede aspirar a explicar más razonablemente
acontecimientos complejos. Mencionaba antes el ejemplo de la transición, que se
plantea habitualmente como la obra de un reducido número de personajes ilustrados
–el rey, Torcuato Fernández Miranda, Osorio, el inevitable Suárez– en una historia en
la que se olvida explicarnos que el motivo por el que se aceleró el desmontaje del
franquismo desde el interior mismo del franquismo –no olvidemos que Suárez era el
último ministro secretario general del Movimiento– fue el miedo a una movilización
de masas que empezaba a tomar una amplitud amenazadora, hasta el punto que el
movimiento de huelgas llegó al apogeo en 1976.
Pero si hasta aquí me he venido refiriendo sobre todo al tipo de historia que debería-
mos hacer, ahora debería insistir, para justificar la necesidad de un cambio, en la cuestión
de su utilidad. La enseñanza de la historia ¿es realmente necesaria para los hombres
y mujeres de hoy? ¿Tienen algún sentido en un mundo que aspira a la globalización
estas historias de luchas locales?
Vayamos por partes. Las colectividades humanas, igual que sus miembros conside-
rados individualmente, necesitan contar con una memoria. Sabemos hoy que nuestra
memoria personal no es un depósito de representaciones –un archivo de imágenes
fotográficas, más o menos borrosas, de los hechos del pasado que guardamos en la
mente–, sino un complejo sistema de relaciones que tiene un papel esencial en la
formación de la conciencia. Una de sus funciones más importantes es, justamente,
la de producir, como ha dicho un gran neurobiólogo, “una forma de recategorización
durante la experiencia en curso, más que una reproducción de una secuencia de acon-
tecimientos”. La conciencia se vale de la memoria para evaluar las situaciones nuevas a
las que debe hacer frente mediante la construcción de un “presente recordado”, que no
es la evocación de un momento determinado del pasado, sino la capacidad de poner
en juego todo un conjunto de experiencias previas para diseñar un escenario al que
podemos incorporar los nuevos elementos que se nos presentan.
De parecida manera, los historiadores, al trabajar con la memoria colectiva, no se
dedican simplemente a recuperar hechos que estaban enterrados bajo las ruinas del
olvido, sino que utilizan su capacidad de construir a partir de la diversidad de elementos
del pasado que tienen a su alcance, “presentes recordados” que puedan contribuir a
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que la conciencia colectiva responda a los nuevos problemas que se le presentan, pero
no extrayendo lecciones inmediatas de situaciones del pasado que no se repetirán,
sino creando escenarios contrafactuales en los que se puedan encajar e interpretar los
nuevos hechos que se nos presentan: escenarios en los que el pasado se ilumina, por
decirlo con palabras de Walter Benjamin, en el momento del reconocimiento.
Nos guste o no, las colectividades humanas funcionan a partir de estas conciencias
colectivas y en la medida en que el discurso público tiende a formarlas –a menudo a
deformarlas–, el historiador no puede quedar al margen. Porque si bien es frecuente
que los historiadores académicos proclamen su desdén por estos usos públicos, como
si significasen una profanación de su ministerio, la verdad es que no acostumbran a
tener inconveniente en prestarles su apoyo cuando se trata del discurso del orden
establecido que distribuye beneficios y premios.
Nunca ha existido un régimen tan corrupto ni una dictadura tan feroz que no hayan
podido contar con un coro de historiadores bien alimentados para elaborar su genea-
logía y sostener que representan la culminación de la historia de la patria, e incluso
de la universal. Hace unos meses un físico, profesor de una de las universidades de
Madrid, me decía, escandalizado ante el espectáculo que veía a su alrededor: “Los his-
toriadores se han vuelto todos del PP”. Lo único escandaloso es que estaba hablando
de los mismos que pocos años antes apoyaban al PSOE. O tal vez habría que pensar
que el hecho no es escandaloso, sino natural, si tenemos en cuenta que, al fin y al cabo,
las instituciones públicas son los clientes más importantes del trabajo del historiador
académico, que ha de esforzarse, si quiere prosperar, en suministrarles el tipo de mer-
cancía que le solicitan.
Está claro que hay que denunciar los abusos de este discurso público y que eso
justifica en buena medida el trabajo del historiador. Pero no basta con ello, sino que
debemos aspirar a participar activamente en la formación de la memoria pública, si no
queremos abandonar un instrumento tan poderoso en manos de los manipuladores. Lo
entendió así en los momentos finales de su vida, cuando luchaba en la resistencia contra
los nazis, Marc Bloch, quien reivindicaba la capacidad del historiador para cambiar las
cosas. Una conciencia colectiva, afirmaba, está formada por “una multitud de conciencias
individuales que se influyen incesantemente entre sí”. Por eso, “formarse una idea clara
de las necesidades sociales y esforzarse en difundirla significa introducir un pellizco de
levadura en la mentalidad común; darse una oportunidad de modificarla un poco y,
como consecuencia de eso, decantar de alguna manera el curso de los acontecimientos,
que están regidos, en última instancia, por la psicología de los hombres”. Quisiera insistir
en estas palabras de Bloch: “Formarse una idea de las necesidades sociales y esforzarse
en difundirla”, porque me parece un programa ideal para el trabajo del historiador.
Es cierto que carecemos de los abundantes recursos de que disponen los poderes
establecidos para alimentar la difusión de sus discursos, pero hay muchas formas en que
podemos aproximarnos a las realidades locales. He visto, por ejemplo, en Argentina, una
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se puede construir sobre la base de las experiencias humanas, es decir, del pasado, y
aquí el papel del historiador es absolutamente indispensable. Aunque sólo sea para
evitar que se siga intoxicando al común de la gente con una visión desesperanzadora
según la cual todo intento de cambiar las reglas del juego social lleva necesariamente
al desastre.
En un tiempo como éste, el deber del historiador es implicarse en el mundo en el
que vive. Lo decía mi viejo amigo Manuel Moreno Fraginals, que ha muerto hace unos
meses, cuando denunciaba la esterilidad de una erudición que no tiene otro objeto
que la promoción académica, con estas palabras: “Quien no sienta la alegría infinita de
estar aquí en este mundo revuelto y cambiante, peligroso y bello, doloroso y sangriento
como un parto, pero como el creador de nuestra vida, está incapacitado para escribir
historia”.
Pero hay un texto más elocuente aún sobre la responsabilidad del historiador. Lo
escribió también Marc Bloch en los días difíciles que siguieron a la derrota de Francia,
en 1940, reprochándose en nombre de todos los historiadores franceses haber quedado
al margen de lo que estaba sucediendo en su país: “No nos hemos atrevido a ser en la
plaza pública la voz que clama en el desierto... hemos preferido encerrarnos en la quietud
temerosa de nuestros talleres... De la mayor parte de nosotros se podrá decir que hemos
sido unos buenos operarios. Pero, ¿hemos sido también buenos ciudadanos?”.
Este tipo de historia que necesitamos ha de aspirar en primer lugar a concertar todas
las voces de la sociedad, grandes y pequeñas, en una estructura coral. ¿Qué significa
eso? Un ejemplo lo podrá aclarar: ha de impugnar que se haga historia de las mujeres
como una suerte de especialización separada del relato general, para devolver a las
mujeres a la historia, a su relato central.
Nos ha de servir, por otro lado, para crear conciencia crítica del pasado a fin de que
entendamos mejor el presente. Y lo digo con la intención de que sea algo más que
una jaculatoria. Pienso, por ejemplo, en que a los que nos seguimos considerando de
izquierda en términos políticos, y que no renunciamos a los viejos valores que se ex-
presaban con una palabra hoy prostituida como es la de socialismo, la historia del siglo
XX nos ha de servir como una especie de libro de texto en el cual estudiar la multitud
de errores que se han cometido en su nombre. Lo decía un gran historiador peruano,
Alberto Flores Galindo, en un texto que escribió cuando sabía que su muerte era inmi-
nente, que lleva por título Reencontremos la dimensión utópica y que está fechado,
bastante significativamente, en diciembre de 1989: “Aunque muchos de mis amigos
ya no piensen como antes, yo, por el contrario, pienso que todavía siguen vigentes los
ideales que originaron el socialismo: la justicia, la libertad, los hombres. Las puertas
del socialismo no están cerradas, pero se requiere pensar en otras vías. Un socialismo
construido sobre otras bases, que recoja también los sueños, las esperanzas, los deseos
de la gente”.
Desde el punto de vista de la educación, finalmente, esta historia debe tener como
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¿Por qué es necesario que los profesores tengamos en cuenta las ideas
de los alumnos?
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El término “representaciones” se utiliza con tanta frecuencia como el de “concepciones” o el de “ideas”
de los alumnos. Los tres términos se usan con significación equivalente en determinados contextos,
aunque haya ciertas diferencias entre los mismos.
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en el campo didáctico sino en otros campos. Ello es un indicador de la importancia que
se le está otorgando, junto al conocimiento considerado “objetivo”, a la perspectiva del
conocimiento “subjetivo”, lo que plantea un interesante debate de carácter
epistemológico 2 , y no sólo didáctico o psicológico. De hecho, la cuestión de las
concepciones de los alumnos se halla estrechamente vinculada a una interpretación
constructivista del conocimiento, y esa interpretación corresponde, ante todo, al campo
de la epistemología, un ámbito en el que el enfoque constructivista constituye una
alternativa frente a las posiciones empiristas y a las racionalistas (Delval, 2000).
Hay que advertir, a este respecto, que en relación con el constructivismo hay diversas
posiciones y algunas interpretaciones sesgadas. Así, por ejemplo, con frecuencia se
identifica el constructivismo con una mera aplicación metodológica, olvidando sus
implicaciones en relación con el contenido de enseñanza; en otras ocasiones se
asimila el planteamiento constructivista al “activismo didáctico”; muchas veces los
intentos didácticos se centran en sustituir “ideas previas erróneas” por “conocimiento
científico verdadero”; etc. Nosotros, desde la perspectiva del Proyecto IRES 3 ,
entendemos el constructivismo desde una perspectiva bastante integradora: como
“concepción constructivista del desarrollo humano”.
En todo caso, con respecto a las ideas o concepciones de los alumnos sigue abierto el
debate en torno a una serie de cuestiones que interesan directamente a la enseñanza
(véase más ampliamente Cubero, 2005), como son: la organización interna de las
concepciones, es decir, su coherencia; la estabilidad de las mismas en el tiempo y su
resistencia al cambio; el carácter de las concepciones como manifestación del
desarrollo psicológico y como construcción en la interacción; el hecho de que sean
comunes a grupos de individuos; el hecho de que sean diferentes de las explicaciones
científicas; su carácter implícito o explícito; etc.
Pero lo que nos interesa ahora, sobre todo, es establecer algunas conclusiones
básicas acerca del papel que juegan las concepciones en el aprendizaje, es decir, en
la construcción del conocimiento escolar por parte de los alumnos. A este respecto,
desde la perspectiva del Proyecto IRES (Porlán, 1993; véase también García Pérez,
2003 y Cubero, 2005) podemos establecer lo siguiente:
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Las aportaciones de Bachelard (1938) constituyen a este respecto una referencia clásica; por otra parte,
los investigadores franceses en didáctica de las ciencias de la naturaleza también han puesto el énfasis
en el análisis de la evolución de las concepciones de los alumnos como cambios epistemológicos.
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En ese sentido, conviene distinguir -sin dejar de relacionarlos- las ideas o
concepciones de los alumnos de sus intereses. Para que un aprendizaje tenga
significado y sentido4 tiene que estar relacionado con el mundo de los alumnos, es
decir ha de ser interesante para ellos; lo que no significa que tengamos que enseñar
sólo aquello que “les guste” a los alumnos, pues así estaríamos reduciendo las
posibilidades de que aborden temas verdaderamente relevantes para ellos (aunque de
momento no los consideren así). Habría que manejar más bien una idea de intereses
como “campo de motivación ampliable”, en interacción con las ideas o concepciones
que esos alumnos tengan (García Díaz y García Pérez, 1989). Y, a ese respecto, el
profesor juega un papel decisivo.
2. Las concepciones de los alumnos pueden ser consideradas como sistemas de ideas
en constante evolución. Estos sistemas se construyen en interacción con el medio y
sirven al alumno para interpretar ese medio y para orientar su comportamiento en
relación con el mismo. Como tales sistemas, en ellos son importantes las relaciones y
las jerarquías existentes, aspectos que han de ser tenidos en cuenta desde la
perspectiva didáctica. Pero, a diferencia de otros sistemas de ideas (como, por
ejemplo, los propios de las disciplinas científicas), aquí la diversidad interna es muy
grande, tanto en el grado de coherencia como en el de generalidad, de forma que en
un mismo sistema de ideas podemos encontrar tanto subsistemas muy coherentes y
jerarquizados (que se refieren a un campo experiencial muy amplio) como
subsistemas muy poco organizados (referidos a aspectos muy concretos de la
realidad). Ello da lugar a que en la evolución de dichos sistemas de ideas haya
momentos de reorganización fuerte (cuando el cambio afecta a un conjunto de
subsistemas muy organizados) junto a momentos de reorganización débil (cuando el
cambio afecta a ideas sueltas o a subsistemas poco organizados) (García Díaz, 1998).
3. Las ideas o concepciones de los alumnos tienen un carácter social. Y esto es así
tanto por su génesis y desarrollo en el medio social en general como, más
concretamente, por su manera de construirse en el contexto escolar. En este sentido,
se puede decir que las concepciones se manifiestan en dos planos diferentes, como
“modelos culturales” y como “creencias personales”: los modelos culturales -que tienen
gran funcionalidad como modelos interpretativos de la realidad social- se refieren a
“los sistemas de ideas más organizados presentes en nuestra cultura”, mientras que
las creencias personales se refieren a “las ideas que tienen las personas concretas,
que no se identifican mecánicamente con dichos modelos” (García Díaz, 1999, 16).
Así, mientras que modelos culturales hay pocos, creencias personales hay una gran
variedad. Este enfoque puede ayudar a orientar el trabajo de aula, teniendo como
referencia los modelos culturales para un planteamiento común de enseñanza y las
creencias personales para la atención a la diversidad.
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Desde la perspectiva constructivista se ha destacado esta estrecha vinculación entre “significado” y
“sentido” del aprendizaje; mientras el significado se relaciona más con el ámbito cognoscitivo, el sentido
tendría más que ver con “lo afectivo-relacional”. Para que un aprendizaje tenga sentido se requeriría: que
el alumno conozca la finalidad que persigue ese aprendizaje; que lo considere como algo interesante y
necesario; y que perciba que lo puede aprender (Solé, 1993).
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Por tanto, el carácter idiosincrásico y personal del conocimiento cotidiano no entra en
contradicción con su naturaleza social, pues, cuando las concepciones de los alumnos
interactúan con su experiencia no lo hacen sólo, ni fundamentalmente, en un plano
físico (interacción con objetos) e individual, sino que normalmente lo hacen en
contextos de comunicación en los que se dan muchos supuestos previos y
estereotipos sociales, que son producto de la “ideología dominante”. No se puede
olvidar, pues, que estos contextos comunicacionales (como ocurre en el caso de la
escuela) no son neutrales sino que funcionan en ellos unas determinadas relaciones
de poder que inciden sobre la construcción de los significados. De esta forma el
conocimiento se va codificando en una determinada cultura (y no en otra), lo que
supone un potente mecanismo de homogeneización social.
Esta dimensión social nos interesa especialmente, desde una perspectiva didáctica, en
cuanto que la experiencia compartida, el diálogo, la reflexión colectiva, la proximidad
cultural, el nivel de edad, etc. son factores que favorecen la construcción de sistemas
de concepciones libremente compartidos; los procesos contrarios a los citados, sin
embargo, llevarían a formas de “imposición social de significados” y de “dominación y
alienación conceptual”.
Al igual que las concepciones, también los intereses presentan una dimensión
individual y otra social. Cuando los intereses no son libremente compartidos -y esto
ocurre con mucha frecuencia en los procesos educativos- emergen estructuras
sociales de poder, a través de las cuales se imponen unos determinados intereses, y
las concepciones y significados que éstos generan, como se ha dicho. De ahí que gran
parte del conocimiento personal de los alumnos esté, de hecho, compuesto por
“estereotipos sociales”, interiorizados a través de su experiencia social (Porlán, 1993;
García Pérez y Merchán, 1998).
En definitiva, se puede decir que gran parte del conocimiento personal de los alumnos
se genera en la interacción social, pero muchas veces este proceso interactivo se halla
mediatizado por estructuras de poder, lo que provoca que muchos significados sean
asumidos de forma alienada, y no construidos significativa y democráticamente.
4. Los significados de los sistemas de ideas de los alumnos tienen una dimensión
tácita e implícita y otra simbólica y explícita. En efecto, la estructura de las
concepciones personales de los alumnos se manifiesta en dos planos relativamente
interrelacionados. Por una parte, estaría un plano más intuitivo, vinculado directamente
a la experiencia, en un nivel de abstracción primario, que incluye un conjunto de
aspectos conceptuales, sensoriales y afectivos organizados en esquemas sencillos por
asociaciones espacio-temporales (categorías físicas, estructura de sucesos, guiones,
rutinas de actuación, etc.); este plano representaría la dimensión tácita del
conocimiento personal. Por otra parte, otro plano más racional, de un nivel de
abstracción secundario y vinculado a la capacidad lingüístico-verbal de los seres
humanos (que organiza, interpreta y explicita simbólicamente la experiencia).
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5. Muchas concepciones de los alumnos relativas a la realidad social tienen una
dimensión espacial, que constituye un elemento fundamental de las mismas, y que,
por tanto, hay que tener en cuenta a la hora de explorar las concepciones y a la hora
de diseñar y aplicar estrategias adecuadas de construcción del conocimiento. Sin
embargo, no tendría mucho sentido, desde el punto de vista didáctico, plantear y
trabajar separadamente, por ejemplo, la dimensión espacial, la dimensión social, otras
dimensiones relacionadas con determinadas destrezas, etc., si lo que se pretende, en
último término, es el aprendizaje por parte del alumno de un contenido integrado.
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El papel del profesor, a este respecto, resulta fundamental. En efecto, considerar como
un principio básico la idea de que el alumno debe construir su conocimiento no
significa olvidar la importancia de las condiciones en las cuales se produce esa
construcción y los agentes que intervienen en ella. Y en ese sentido un componente
básico de la profesionalidad tiene que ser el facilitar el aprendizaje de los alumnos, es
decir, contribuir a generar las condiciones adecuadas para que ese aprendizaje se
produzca. Es esta una dimensión profesional probablemente más difícil que otras y
que exige una formación más específicamente didáctica.
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procesos del aula”, va adecuando permanentemente a las situaciones y
acontecimientos del contexto.
Desde esta perspectiva, las concepciones de los alumnos pueden ser situadas en un
cierto gradiente en relación con diferentes “niveles de formulación” del contenido
correspondiente, es decir, los alumnos irían construyendo el conocimiento propuesto
en los contenidos escolares partiendo de sus concepciones iniciales y mediante un
proceso de aproximaciones sucesivas, de manera que a un objetivo no se llegaría de
una vez, sino a través de una serie de pasos, que se corresponderían con esos
diferentes niveles de formulación5.
5
La idea de definir “niveles de formulación” diferentes para un contenido concreto aparece inicialmente
en autores de tradición piagetiana, pero serán los estudios sobre concepciones de los alumnos los que
van a provocar un gran desarrollo de esta idea, sobre todo, entre los investigadores franceses en
didáctica de las ciencias de la naturaleza. Así, se considera que los alumnos, partiendo de sus
concepciones (o representaciones) iniciales, pueden ir construyendo los contenidos escolares propuestos
mediante sucesivas aproximaciones. Desde este supuesto no tiene sentido -como ya se dijo- intentar
sustituir directamente el conocimiento “erróneo” del alumno por el conocimiento científico “verdadero”,
sino que el “error” se considera como un punto de apoyo y un paso necesario para llegar progresivamente
a la construcción del saber (Astolfi, 1999). De esta manera se va perfilando el concepto de “niveles de
formulación”.
6
Este seguimiento -permanente- de la evolución de las concepciones de los alumnos equivaldría, en
definitiva, a la evaluación.
127
119
asimismo, una hipotética propuesta de conocimiento escolar más ajustada al
aprendizaje de esos alumnos, teniendo en cuenta determinados niveles de formulación
de los contenidos, que el profesor ha de trabajar en ese contexto peculiar de
negociación de significados que es el aula.
Referencias bibliográficas
128
120
ALGUNAS MATIZACIONES ACERCA DEL PAPEL DE LAS IDEAS DE LOS
ALUMNOS EN EL PROCESO DE ENSEÑANZA-APRENDIZAJE
F. Javier Merchán Iglesias (Extractado de: Proyecto Docente, Cap. IV: Los alumnos:
aprendices y sujetos)
[…] Desde este punto de vista, frente a la tesis de la pasividad, se sostiene que los
alumnos juegan efectivamente un papel activo en la enseñanza y, por consiguiente, en
el desarrollo de las clases. De aquí que con vistas a la mejora de la enseñanza y del
aprendizaje buena parte de los estudios de Didáctica han centrado su atención en las
concepciones de los alumnos sobre los asuntos que suelen ser objeto de enseñanza,
pero también en los contenidos del currículum escolar con el fin de que su formulación
se adecuara lo más posible a las posibilidades de aprendizaje, es decir, a los
conocimientos que ya poseen los estudiantes. Al subrayarse la importancia de la
relación entre la mente del alumno, el conocimiento que se le quiere transmitir y el
método de enseñanza, la Psicología cobra importancia en el campo de la Didáctica y
puede llegar a convertirse en la disciplina de referencia. Es lo que ocurre desde hace
algunos años. Son tiempos marcados por la hegemonía de los planteamientos
psicodidácticos que llegan a eclipsar a otras perspectivas de estudio sobre la
enseñanza, lo que por supuesto no es ajeno al dominio social, económico y cultural
del individualismo y a la concomitante preponderancia de los análisis que ignoran la
naturaleza histórica y social del los fenómenos humanos como el de la enseñanza
escolarizada.
En el origen de estas distintas perspectivas –que no tienen por qué ser irreconciliables,
ni mucho menos incompatibles-, están las divergencias entre algunas corrientes
constructivistas del aprendizaje y del conocimiento y los enfoques socio-culturales.
Sobre la base común de admitir, como ya se ha dicho, el carácter constructivo de los
aprendizajes, las discrepancias radican en la caracterización más o menos interna e
intrínseca del proceso, así como en el papel que juegan las experiencias colectivas del
individuo y las peculiaridades de los contextos de socialización. Diríamos que para un
constructivismo radical, lo fundamental sería destacar el carácter personal de los
aprendizajes, de donde el conocimiento se produce en la cabeza de los sujetos que lo
han elaborado a partir de experiencias singulares. Frente a esto, el constructivismo
129
121
social destacaría, sin embargo, el carácter público de las experiencias y del
conocimiento, ya que se construyen los significados por medio del lenguaje.
Esta posición entronca claramente con el enfoque sociocultural desde el que se afirma
la idea de que el conocimiento es al mismo tiempo un producto colectivo y una
reconstrucción personal, enfatizando sus indagaciones en el análisis de los factores
sociales que intervienen en los procesos mentales. No cabe duda de que la figura y
obra de Lev Vygotski, es fundamental para su comprensión. […]
130
122
LAS IDEAS DE LOS ALUMNOS EN RELACIÓN CON LOS CONTENIDOS
SOCIALES Y SU USO DIDÁCTICO
[Reelaborado por Francisco F. García Pérez a partir de documentación diversos, especialmente
García Pérez, 2003]
Partiendo del supuesto de la necesidad de contar con las ideas de los alumnos para desarrollar la
enseñanza, tenemos que plantearnos, ante todo, cuáles son las características de estas ideas.
Vamos a hacerlo poco a poco, de las concepciones más generales a otras concepciones más
específicas.
En primer lugar, vamos a aproximarnos a lo que podríamos llamar –con Piaget- los "rasgos
básicos de la representación del mundo en los niños". Es frecuente citar -en este marco- los
siguientes rasgos como caracterizadores de la concepción del mundo en los niños (hasta
aproximadamente los 7 u 8 años), así como las tendencias evolutivas de los mismos -véase, a
este respecto, la obra clásica de Hannoun, 1977-:
a. Los niños tienen un pensamiento "egocéntrico". Esta visión egocéntrica del mundo lleva
consigo una confusión entre sí mismo y el mundo de alrededor, es decir, el niño percibe el
mundo a su imagen, y, de momento, no es capaz de superar su propio punto de vista
acerca de las cosas, teniendo dificultad, por tanto, para adoptar una perspectiva
diferente de la propia, y, por consiguiente, para la empatía. Asimismo, el pensamiento
egocéntrico lleva al niño a generalizar al mundo social su concepción armónica de las
cosas. Por lo demás, dificulta la diferenciación entre la realidad y la fantasía. Desde el
egocentrismo infantil se va evolucionando hacia la descentración, más propia de la
adolescencia y de la edad adulta.
b. Los niños ven el mundo en el que se insertan como una "yuxtaposición de elementos
aislados". Incluso en edades muy tempranas confunden –como se acaba de decir- los
objetos unos con otros y los objetos consigo mismo, es decir, se da un "sincretismo". Esta
"confusión” se da, incluso, entre lo animado y lo inanimado: los niños consideran al mundo
como animado, tal como él mismo está (es lo que se llama también "animismo infantil").
Tienen, pues, dificultad para distinguir elementos y para relacionarlos entre sí. Desde
estas posiciones su visión del mundo va evolucionando hacia construcciones más
coherentes, formando entramados en los que se van estableciendo relaciones cada vez
más complejas entre los elementos.
c. Tienden a fijarse en aspectos de las cosas que los adultos consideramos "secundarios",
no sustanciales, incluso anecdóticos. Es decir, al ser su visión sincrética y global, no se
distingue en los objetos lo que es esencial y lo que no es más que una apariencia
pasajera; dicho de otra manera, el niño atribuye a la apariencia una realidad que no posee:
es lo que también se suele llamar "realismo infantil". Desde estas posiciones va
evolucionando hacia una distinción y categorización de los rasgos y elementos de la
realidad, distinguiendo mejor lo sustancial y lo secundario.
123
mítica o humana, a imagen de como ellos conciben sus propios actos volitivos: a esto se le
suele llamar también "artificialismo infantil". Asimismo, los niños no conciben que lo que
ocurra no tenga una finalidad, es decir, los fenómenos naturales no sólo están provocados
por "alguien" sino que además ocurren "para algo", tienen un fin predeterminado, a imagen
de como ellos conciben sus propios actos intencionales; desde esta perspectiva no se
puede distinguir adecuadamente el fin y la consecuencia. Desde estas posiciones se
evoluciona hacia una concepción más multicausal, más interactiva y capaz de insertar la
interpretación de las causas en una “teoría causal”.
g. En definitiva, se puede decir que los niños, en estas edades tempranas, tienen una
concepción armónica del mundo. Es decir, si todo es global y se halla "confundido"
(incluso con ellos mismos), si todo está siempre igual, si todo ocurre por algo y para algo...
el panorama es un universo armónico, en el que no existen el conflicto ni las
contradicciones: todo encaja, y para lo que parece no encajar se buscan interpretaciones
que no tienen por qué ser “racionales”. Desde estas posiciones se evolucionará hacia una
visión más diversa y más compleja de las cosas, en la que se inserta la idea de conflicto
como algo más “natural”.
VISIÓN ESTÁTICA
DEL MUNDO
EGOCEN-
FIJACIÓN EN TRISMO YUXTAPOSICIÓN
ASPECTOS INFANTIL DE ELEMENTOS
SECUNDARIOS AISLADOS
INCOMPRENSIÓN DE
LA CAUSALIDAD Y
MEZCLA CON EL AZAR
El panorama que se acaba de trazar en relación con las ideas “infantiles” no debe hacernos caer
en el equívoco de que "esa situación" es absolutamente invariable en una larga etapa del
132
124
desarrollo de los mismos. Ya hemos ido indicando en qué sentido esa visión infantil del mundo va
evolucionando y desarrollándose. Por lo demás, cada vez más se aportan nuevas conclusiones de
investigación en relación con el continuo cambio de los sistemas de ideas de los humanos
(también de los niños), de forma que puede ser muy útil no perder de vista que esa concepción
infantil del mundo está sometida a continua reestructuración, debido a las interacciones que se
dan entre dichas ideas y las nuevas informaciones (experiencias sociales, aportaciones de
diversas fuentes, etc.) con las que los sujetos entran en contacto. Y aquí tiene mucho que decir la
escuela, especialmente los profesores y profesoras de Educación Primaria. Por ello resulta
iluminador contemplar "el conjunto del camino", es decir, una especie de hipótesis general acerca
de cómo suponemos que va progresando el conocimiento en los humanos: le podemos llamar -en
términos del Proyecto IRES, del que tomamos las siguientes ideas- hipótesis general de
progresión en la construcción del conocimiento.
Según esta hipótesis, en síntesis, consideramos que en los humanos, desde edades muy
tempranas, se va dando una "construcción progresiva de modelos interpretativos del mundo"
(cosmovisiones) con un gradiente de creciente complejidad y abstracción, en el que se pasa:
a. De una visión sincrética (la realidad como un todo indiferenciado y homogéneo -a lo que
hemos hecho referencia más arriba-) a una visión analítica (la realidad como suma de
partes o como conjunto de relaciones sencillas) y de ésta a una visión sistémica (la
realidad como red de interacciones y como una jerarquía de sistemas imbricados unos con
otros).
c. Por otra parte, cada uno de esos pasos supone un cierto "grado de descentración", de
distanciamiento respecto a la realidad que se pretende conocer; así, pasamos de una
concepción del mundo egocéntrica (todo está en función de uno mismo), posteriormente
antropocéntrica (la realidad vista desde la óptica de lo humano) o sociocéntrica (los
hechos se analizan desde la perspectiva sociocultural del sujeto no considerándose otras
posibles perspectivas culturales) a una visión relativizadora, en la que el individuo es
capaz de adoptar distintas perspectivas y de considerar simultáneamente distintos
aspectos de la realidad. Por tanto, esa hipótesis de progresión no sólo se refiere al
conocimiento conceptual, pues partimos de la idea de que cualquier cosmovisión integra
componentes conceptuales, procedimentales y actitudinales.
1. La visión del mundo de los niños en la etapa de la Educación Infantil (esa visión sincrética
a la que nos hemos referido) es, dentro de este proceso, la visión más simplificadora y
más egocéntrica de la realidad; esa visión se corresponde, en el ámbito de los
procedimientos, con la mayor relevancia de las habilidades y destrezas psicomotoras y
perceptivas sobre otros tipos de procedimientos; y en el ámbito de los afectos y valores
con la dependencia moral y afectiva y el dominio de lo subjetivo, lo irracional y lo
dogmático.
2. La visión analítica del mundo (es decir, la concepción del medio como "recurso" y del
133
125
medio como "suma de partes") se desarrolla más bien en la etapa de la Educación
Primaria (aunque en muchos aspectos empezaría antes) y se corresponde, en relación
con los procedimientos, con el desarrollo de habilidades y destrezas para enfrentar los
problemas que la realidad plantea: categorización, clasificación, relación social,
mantenimiento del propio cuerpo, etc.; en relación con los afectos y valores aún se
mantiene la dependencia moral y afectiva, y aunque ya es posible el reconocimiento de la
diversidad y el diálogo, el individuo está sujeto todavía a un pensamiento simplificador y
dicotómico: lo humano frente a lo natural, lo bueno y lo malo, lo individual frente a lo
colectivo, el dominar o ser dominado, etc.
3. Por último, la perspectiva compleja y sistémica, que sería deseable que desarrollaran los
adolescentes y jóvenes (pero que, en bastantes aspectos, muchos adultos tampoco
manejan), se corresponde, en el ámbito procedimental, con el dominio del pensamiento
formal y con el máximo desarrollo de las habilidades y destrezas de evaluación y control,
en los procesos de resolución de problemas y de manejo de la información; en cuanto a
los aspectos actitudinales y afectivos y de valores se corresponde con la autonomía moral
y afectiva, el reconocimiento y respeto a la diversidad, y con la negociación democrática
como el mejor tratamiento de la asimetría en las relaciones sociales.
El que adoptemos esta hipótesis como guía general orientadora en la construcción progresiva de
las propuestas de conocimiento no está reñido con el reconocimiento de la pluralidad de enfoques
y de la relativización, según los casos y circunstancias en que se plantee el diseño y la
intervención, ofreciendo diversidad de itinerarios posibles. Cada equipo docente y cada profesor o
profesora tendrá que adecuar la propuesta a sus propias concepciones y al contexto escolar
correspondiente.
En todo caso, con esta amplia perspectiva, los enseñantes, ya desde la Educación Infantil y
Primaria, podemos ir orientando nuestras actuaciones en orden al enriquecimiento progresivo
de la visión del mundo que manejan los niños.
Analizando ya, de forma más específica, las ideas, concepciones o representaciones de los
alumnos acerca del “mundo social” (de la sociedad, en definitiva), podemos establecer, a
partir de investigaciones existentes, algunas conclusiones útiles para la enseñanza (véase
Delval, 1994, sobre todo cap. 16, 17 y 18):
a. Los investigadores suelen coincidir en afirmar que la experiencia del niño en relación al
mundo social es diferente de la del adulto y diferente, asimismo, de la experiencia del
propio niño con el medio físico, debido al carácter limitado y fragmentario de tal experiencia.
Efectivamente, el medio físico se halla al alcance del niño al igual que del adulto, y el niño
experimenta activamente en ese mundo; sin embargo, su experiencia con el mundo social
de los adultos es mucho más reducida y fragmentaria y le resulta parcialmente desconocida;
hay muchas cosas y muchos lugares a los que el niño no tiene acceso; no participa
directamente en parte de las actividades de la vida social, etc. A eso habría que añadir que
la enseñanza que el niño recibe en la escuela sobre todas estas cuestiones suele ser
bastante tardía y parcial. Por lo demás, a diferencia asimismo de los conceptos físicos,
muchos conceptos sociales expresan experiencias, emociones, relaciones entre personas
que son profundamente diversas en diferentes grupos humanos.
134
126
La enseñanza tiene que tener esto en cuenta y no plantear de forma homogeneizadora las
actividades didácticas con cualquier tipo de contenido, sea del mundo físico o social.
Conviene, pues, que los profesores tengamos en cuenta todos estos procesos para
contemplarlos como referente al diseñar la enseñanza de determinados contenidos sociales
y al plantear en clase actividades que puedan favorecer el aprendizaje de una forma
parecida a como aprenden los niños y niñas en su vida habitual.
En todo caso, la escuela proporciona al niño conocimientos sobre cosas más alejadas de su
entorno, así como elementos más generales y abstractos, todo lo cual contribuye a que el
conocimiento inmediato y directo del niño se vaya reorganizando y vaya cobrando un nuevo
sentido. Por eso, los profesores nos tenemos que responsabilizar de ir suministrando a los
alumnos -siempre en función de su edad y de sus propias concepciones- conceptos que
tengan potencialidad organizadora y que contribuyan a la complejización de sus sistemas de
135
127
ideas.
d. En las representaciones o concepciones que tienen los niños sobre el mundo social se
pueden identificar los siguientes elementos constitutivos: las “reglas o normas”, que
indican cómo se debe uno comportar en distintas situaciones sociales; los “valores”, muy
ligados a las normas, y que expresan lo que debe hacerse o no, en definitiva lo que la
sociedad considera bueno o malo, positivo o negativo; las “informaciones”, es decir,
conocimientos muy diversos sobre aspectos concretos de la realidad social; “los conceptos
y las explicaciones” sobre el funcionamiento de los sistemas sociales, que permiten la
comprensión general de la realidad social, que se adquieren más tarde y que pueden
proporcionar una mejor comprensión y justificación de las normas y valores anteriormente
establecidos. Todos estos elementos los va aprendiendo el niño a partir de los
acontecimientos que se van desarrollando en su entorno de manera regular (y repetitiva), lo
que le permite ir extrayendo conclusiones.
Pronto va comprendiendo las reglas de conducta que se le van estableciendo (en principio
por la presión adulta) con respecto a los otros y con respecto a él mismo. En el conjunto de
estas reglas y normas relativas a lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer, se
pueden distinguir las que son de carácter muy general y que regulan muchos aspectos de la
vida social, las reglas “morales”, y las que no son tan básicas y se refieren más bien a las
costumbres de cada sociedad, las “convenciones sociales”. Esas reglas van incluyendo
“expectativas” con respecto a la conducta de los otros y también “anticipaciones” de lo que
debería suceder y reacciones cuando no sucede lo esperado, lo que permite que se vayan
formando los “papeles sociales”, primero en el ámbito más próximo al niño y luego
generalizados al conjunto de la sociedad. Ligados a la presión social por parte de los
adultos (y, por tanto, conectados con los afectos) van apareciendo también los “valores
sociales”, que son reflejo de lo que se considera deseable en esa sociedad; se trata, por
tanto, de conductas que son reforzadas a través de la aprobación social.
La influencia del contexto social en los diversos elementos que forman las representaciones
es distinta: si atendemos a las normas, los valores o las informaciones, resulta decisiva la
dependencia con respecto al medio social, es decir con respecto a la cultura dominante en
las que vive inmerso el individuo; pero si atendemos a las explicaciones del funcionamiento
de los sistemas sociales y a los conceptos que forman parte de dichas explicaciones,
aunque siga influyendo la cultura ambiental, resulta muy importante la labor constructiva del
individuo, ligada a las capacidades intelectuales que va desarrollando con la edad.
También nos interesa tener presentes algunas conclusiones en relación con las ideas,
concepciones o representaciones de los alumnos acerca del espacio, dado que el espacio
constituye un elemento básico en la comprensión de los fenómenos sociales. El conocimiento
espacial en los niños podemos estudiarlo atendiendo a cómo conocen las relaciones espaciales
fundamentales o atendiendo a cómo conocen espacios concretos, el entorno conocido (véase
136
128
más ampliamente Martín Ortega, 1989, Boira y Requés, 1994, Castro Aguirre, 1997 y Piñeiro,
1998).
Las investigaciones que se han hecho (sobre todo a partir de Piaget), en el campo de la
psicología del desarrollo, sobre el conocimiento que los niños van desarrollando sobre las
relaciones espaciales fundamentales (o conceptos espaciales fundamentales) nos aportan
conclusiones acerca de la capacidad de pensar espacialmente, de utilizar el espacio como un
vehículo para estructurar el conocimiento y para solucionar problemas. Los tres aspectos
centrales de la teoría piagetiana en relación con el espacio -y que nos interesan para la
enseñanza- son los siguientes:
3. Por último, durante el periodo de las operaciones formales (11-15 años y de ahí en
adelante), las operaciones espaciales pueden ser totalmente separadas de la acción
real, de forma que las personas son capaces de considerar un universo total de
posibilidades espaciales y comprender cuestiones como, por ejemplo, la idea de
infinito.
Por otra parte, las investigaciones que se han hecho (sobre todo desde la psicología ambiental
y desde la geografía de la percepción y el comportamiento) en la segunda línea citada, acerca
del conocimiento que el niño tiene sobre espacios concretos y específicos, tales como la casa,
el colegio, el barrio, es decir, sobre el conocimiento ambiental (o cognición ambiental), han
dado lugar, sobre todo, a aportaciones relativas a lo que se denomina “mapas mentales” o
“mapas cognitivos”, que serían como los modelos de nuestra representación del espacio
conocido; estas aportaciones se han centrado, sobre todo, en espacios urbanos. Esas
investigaciones ponen de manifiesto que las personas construimos una representación mental
(o mapa) de nuestro entorno mediante una serie de procesos que en gran parte son comunes a
todos los individuos. Pero ese mapa, al ser algo que se va construyendo, va evolucionando
también a lo largo de la vida. Veamos lo que nos dicen las conclusiones de las investigaciones.
137
129
Hay investigaciones que se han ocupado de la evolución de los mapas cognitivos de las
personas en largos espacios de tiempo, bien estudiando cómo evolucionan los elementos
que forman los mapas cognitivos bien estudiando cómo evoluciona la estructuración de estos
elementos en forma de sistemas de referencias.
Sobre los elementos de los mapas cognitivos, Kevin Lynch en su estudio clásico sobre tres
ciudades norteamericanas (La imagen de la ciudad, 1960) había establecido algunas
conclusiones básicas:
a. Ante todo, parece claro que existe una “imagen pública” de cada ciudad que es el
resultado de la superposición de muchas imágenes individuales; o bien, que hay una
serie de imágenes públicas, cada una de las cuales es mantenida por un número
considerable de ciudadanos.
b. Estas imágenes colectivas resultan necesarias para que el individuo actúe en su medio
ambiente y para que pueda cooperar con sus conciudadanos.
c. Los contenidos de las imágenes de la ciudad referibles a formas físicas pueden ser
clasificados dentro de cinco tipos o elementos: “sendas” o caminos (conductos que
sigue el observador, normalmente: calles, vías férreas, canales...); “bordes” o límites
(referencias laterales, que el observador no usa, vallas que separan o suturas que
relacionan dos áreas); “barrios” o distritos (secciones medianas o grandes de la ciudad
que muestran un carácter identificativo común, vistas desde el interior); “nodos” (puntos
estratégicos, a los que se puede ingresar, y que son la confluencia de sendas y, a su
vez, focos intensivos de barrios, como esquinas, plazas cerradas...); “mojones” o hitos
(puntos de referencia exteriores, a los que no entra el espectador: un edificio, una señal,
una montaña...).
Stanley Milgram y sus colaboradores, por su parte, en un estudio, también clásico, sobre la
ciudad París, destacaron, sobre todo, la importancia de los componentes sociales en la
formación de las imágenes urbanas de las personas, de forma que, para ellos, la concepción de
la ciudad es un hecho social, “una representación colectiva” (véase Castro Aguirre, 1997). Este
enfoque, pues, aporta una perspectiva complementaria a la de Lynch, llevando el centro de
atención más allá de la mera interpretación del mapa cognitivo como un producto de cada
individuo, y aproximando así la línea de investigación psicológica a la sociológica.
Los diversos autores que han seguido investigando sobre la evolución de los elementos de
los mapas cognitivos -es decir, cómo se va formando la imagen del entorno o el mapa
cognitivo de las personas- están de acuerdo en que esos elementos se van construyendo a lo
largo de los años, dando lugar a la imagen de su entorno que el individuo tiene. Unos autores
dicen que esa evolución se produce siguiendo los estadios de desarrollo piagetiano hasta que
finalmente se adquieren los cinco componentes de la imagen urbana de Lynch, mientras que
para otros autores esta evolución no es tan rígida y además consideran que los elementos
básicos de los mapas cognitivos son simplemente tres: los mojones, las rutas y las
configuraciones (a modo de entramados espaciales). Asimismo, otros autores señalan que la
génesis de la imagen de una ciudad no tiene por qué empezar por el propio barrio para ir
aumentando de escala poco a poco, sino que empieza con estructuras lineales y agrupaciones
de edificios que funcionan tanto a pequeña escala como a gran escala, y que a veces
corresponden a elementos del propio barrio, pero muchas veces contiene elementos muy
alejados de la experiencia cotidiana de los niños (aunque seguramente serán elementos
importantes para el niño, por diversas razones). Todos los estudiosos de este tema, sin
138
130
embargo, le otorgan una gran relevancia a las experiencias y vivencias en el entorno (incluido el
tipo de actividad que se desarrolla en el mismo), en definitiva, al grado de familiaridad con el
entorno, como una variable decisiva en el proceso de evolución de los mapas cognitivos.
Si se les pide a los alumnos que expresen mediante el dibujo su mapa cognitivo (de su barrio, o
incluso de su ciudad) nos encontraremos probablemente con cuatro categorías descriptivas (ya
halladas en las investigaciones): 1º) trazado pictórico (cuando realmente se realiza un dibujo,
más que un mapa propiamente dicho); 2º) trazado esquemático (cuando se comienza a
simplificar la representación); 3º) trazado semejante a mapa (cuando existe una visión vertical,
aunque incompleta, del espacio); 4º) trazado como mapa (cuando la representación realizada
por el sujeto permite un conocimiento del espacio y orientarse dentro de él). Estos modelos de
mapas los podemos hallar en los alumnos de las distintas etapas educativas, desde la primera
categoría, que predomina en Educación Infantil y primeros años de Primaria, hasta la última,
que ya supone una representación espacial más esquemática, coherente y organizada. Otras
investigaciones han distinguido dos tipos básicos de mapas: “fundamentalmente secuenciales”
(con predominio de sendas y nodos) y “fundamentalmente espaciales” (con predominio de
barrios, mojones y límites), siendo normal que se evolucione de los primeros a los segundos, en
función de la mayor familiaridad con el entorno. Esta referencia nos puede ayudar a los
profesores -en el caso de que exploremos el conocimiento del entorno en nuestros alumnos
pidiéndoles la representación de mapas cognitivos- para interpretar la posible progresión de las
concepciones espaciales de esos alumnos.
En todo caso, en lo que están de acuerdo los diversos autores que investigan sobre esto es en
que no basta con que los niños sean capaces de representar un tipo de elemento u otro del
mapa cognitivo, sino que es necesario que paralelamente vayan construyendo un marco de
referencia en el que estos elementos se vayan organizando y estructurando, sobre todo en el
nivel de las configuraciones. Es decir, que construyan sistemas de referencia de los mapas
cognitivos. Las investigaciones acerca de los sistemas o marcos de referencia de los mapas
cognitivos estudian los tipos de información que la gente utiliza para orientarse en el espacio.
Según los estudiosos de este tema, el desarrollo de los sistemas de referencia pasaría a través
de tres estadios de diferenciación e integración crecientes (que estarían relacionados con los
estadios evolutivos de Piaget):
131
cognitivos de este nivel se puede apreciar la presencia de uno o más conjuntos o
subgrupos de elementos de la ciudad correspondientes a diferentes áreas, pero no
coordinados entre ellos, de forma que hay cierto grado de organización dentro de cada
conjunto, pero los conjuntos apenas están conectados entre sí. Parece, pues, que
durante el periodo preoperatorio (2-7 años) el niño pasa de un sistema de referencia
egocéntrico a uno fijo centrado en un primer momento en la casa, domocentrismo, y
luego en un reducido número de rutas, mojones y lugares familiares descoordinados.
Esta representación descoordinada del entorno empieza a coordinarse durante el
periodo de las operaciones concretas (7-11 años).
Otros trabajos apoyan también estas conclusiones, demostrando además que mientras mayor
es la familiaridad con el entorno más se progresa en conocimiento espacial y, en general, en
desarrollo de las concepciones, o, dicho con otras palabras, mientras mejor conozcamos un
lugar, mejor mapa cognitivo tendremos de él. Si relacionamos la evolución de los tres elementos
básicos de los mapas cognitivos y la evolución de los sistemas de referencia (u orientación
espacial), podemos obtener el Cuadro siguiente:
Nos vamos a referir, por fin, dentro del conocimiento espacial, a otros aspectos relacionados
con las representaciones espaciales en nuestros alumnos. Antes hemos hablado de la
importancia de la familiaridad con el entorno para la elaboración por parte de los alumnos de
una imagen más rica de dicho entorno (es decir, de un mapa cognitivo más complejo). La
familiaridad con el entorno ha sido estudiada también desde otros puntos de vista que nos
aportan conclusiones acerca de cómo conciben y sienten las personas el espacio en que se
140
132
desenvuelve su vida diaria.
Por ejemplo, se ha estudiado la vinculación afectiva con el espacio conocido. Así, podemos
señalar que el “espacio vivido” por los niños no es idéntico al “espacio geográfico” en el que se
hallan: las partes integrantes del espacio vital del niño no están unidas en un continuo, sino que
existe una notable discontinuidad geográfica entre ellas; esas partes están unidas, más bien,
por el significado funcional que tienen para la vida del niño. Para el niño -especialmente para el
niño pequeño- el centro del espacio de la ciudad no está determinado por ningún rasgo
objetivamente notable, sino por un interés y una necesidad egocéntrica. Y el interés mayor está
puesto generalmente en la calle donde el niño se encuentra “como en casa”.
Las investigaciones de este tipo en relación con los adultos -y que pueden servirnos
indirectamente para nuestros alumnos- también destacan la importancia del “espacio vivido”
como un espacio conocido, del que se apropia la persona, que proporciona seguridad. Desde
esa perspectiva, los barrios de una ciudad pueden ser considerados no tanto como divisiones
físicas o administrativas del conjunto de la ciudad, sino como “barrio vivido”, en donde se
produce una gran cantidad de interacciones sociales, apreciadas en todo caso a escala de cada
individuo. Esa percepción vivencial del barrio (“mi barrio”) va disminuyendo con el alejamiento y
con la menor frecuentación hasta un límite más allá del cual se extendería “la ciudad
afectivamente neutra”.
Otro aspecto en el que nos interesan las aportaciones investigadoras para comprender mejor
las representaciones de nuestros alumnos es en relación con el significado del espacio
construido para quienes viven en ese espacio y, por lo tanto, lo están interpretando
continuamente al actuar y desenvolverse en él. Es ésta una dimensión que Lynch citó en su
obra clásica, pero que prácticamente no desarrolló. Se han ocupado de ella otros estudiosos,
como sociólogos, antropólogos o semiólogos. Los semiólogos, por ejemplo, han estudiado el
significado de los signos de la ciudad (gestos, imágenes, códigos culturales). Destacan, a ese
respecto, que las formas no sólo poseen “funciones”, sino que son al mismo tiempo “sistemas
de signos”, que resultan indispensables para comprender globalmente la ciudad. La percepción,
pues, no se produce de una forma meramente fisiológica sino que se desarrolla a través de una
estructura de signos, variando las significaciones de una persona a otra, de una categoría social
a otra, debido al condicionamiento de lo cultural. Teniendo, pues, en cuenta que cada elemento
de la ciudad posee determinadas connotaciones sociales, se puede hablar de una “socio-
semántica” de lo urbano; así que, al estudiar la percepción del espacio urbano, lo pertinente
sería analizar las connotaciones sociales de sus elementos, es decir los significados que
colectivamente se les ha asignado, lo que los sociólogos llaman el “imaginario urbano”; de otra
forma, no se entendería realmente lo que perciben los ciudadanos, ni, por ello, las
141
133
concepciones de los alumnos al respecto. Este tipo de conclusiones pueden aportar pistas para
entender los sistemas de valores que los alumnos utilizan al aproximarse a la comprensión de la
ciudad, permitiendo profundizar en aspectos conexos de carácter más sociológico como los
mensajes del poder y de la ideología dominante a través de los signos urbanos.
Los profesores tendríamos que ser conscientes, por tanto, de la relevancia de los factores
afectivos en la comprensión del entorno por parte de los alumnos, teniendo en cuenta que la
comprensión, la vinculación afectiva y la actuación en el entorno se hallan estrechamente
relacionadas. Más concretamente, tendríamos que descartar, como se dijo más arriba, la idea
de que lo próximo con respecto a los intereses o a las representaciones de los alumnos tenga
que ser forzosamente lo más próximo geográficamente. Pero, en todo caso, no podemos olvidar
que lo próximo y lo lejano (tanto motivacionalmente como cognitivamente) interaccionan entre
sí; por lo que lo importante es que intentemos conocer esos aspectos en nuestros alumnos para
seleccionar adecuadamente los contenidos de enseñanza y la forma de trabajarlos. Asimismo,
dada la importancia que tiene la experiencia cotidiana en el entorno en la formación de una
imagen rica y compleja del mismo en las personas, parece evidente que deberíamos
proporcionar a los alumnos posibilidades de tener experiencias interesantes y sistemáticas en
su entorno, vinculadas la enseñanza escolar.
De una forma más breve, vamos a referirnos, por fin, a la comprensión del tiempo por parte de
los niños, dada la importancia de esta dimensión para los aprendizajes sociales, y
especialmente para el aprendizaje de la Historia. En ese sentido, vamos a atender a algunos
rasgos básicos del concepto “tiempo” (véase más detenidamente Pozo, 1985 y Pagès, 1997).
Como una primera aproximación a este concepto, podemos entender el tiempo como una
especie de medida del cambio con arreglo a una cadencia de lo anterior y lo posterior. La
dimensión temporal es un ingrediente fundamental de los fenómenos sociales (y, por tanto, de
los fenómenos históricos). De ahí la importancia de la reflexión epistemológica sobre el tiempo
histórico para entender mejor la Historia y para poder seleccionar mejor los contenidos
históricos para nuestras propuestas de enseñanza. Pero, asimismo, es importante la reflexión
sobre el tiempo para comprender mejor cómo lo entienden nuestros alumnos.
En efecto, podemos destacar, sintéticamente, una serie de rasgos propios del proceso de
construcción del tiempo en nuestros alumnos:
a. Ante todo, hay que partir de que la construcción de la concepción del tiempo es
"progresiva"; el tiempo no se domina de pronto, sino que se va construyendo, en los
individuos, poco a poco, al compás de las experiencias vitales en el contexto social.
c. Por tanto, tenemos que diferenciar entre la idea de “tiempo personal" –vinculada a la
experiencia vital de cada individuo- y la de “tiempo social” –la idea de tiempo
construido y compartido por una colectividad-, si bien es evidente que la primera y la
segunda interaccionan entre sí en sus procesos de construcción. A partir de la idea de
“tiempo social” podemos aproximarnos al concepto de “tiempo "histórico", como el
tiempo de las sociedades en su evolución desde el pasado. En todo caso, la
142
134
interpretación del tiempo histórico dependerá de la perspectiva científica desde la que
se aborde el análisis del pasado.
Para intentar entender un poco mejor los conceptos involucrados en el concepto de tiempo
histórico, incluimos un Cuadro (tomado de Pagès, 1997), en el que se destacan grupos de
elementos integrantes de dicho concepto como: pasado, presente y futuro; cambio y
permanencia; la explicación de los cambios y permanencias; la duración.
Referencias bibliográficas
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metodológica. En J.V. Boira, P. Reques y X.M. Souto, Espacio subjetivo y Geografía. Orientación teórica y
praxis didáctica. Valencia: Nau llibres, pp. 7-21.
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PAGÈS, J. (1997). El tiempo histórico. En P.Benejam, y J. Pagès (Coord.); P. Comes; D. Quinquer.
Enseñar y aprender Ciencias Sociales, Geografía e Historia en la Educación Secundaria. Barcelona: ICE-
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comprensión inicial del espacio. Orientación teórica y praxis didáctica. Valencia: Nau Llibres, pp. 5-24.
POZO, J.I. (1985): El niño y la Historia. Madrid: M.E.C.
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136
Niveles de comprensión de la movilidad social
Fuente: DELVAL, J. (1994). El desarrollo humano. Madrid: Siglo XXI, pág. 483.
[Se recomienda la lectura, complementaria, de los capítulos 17, 18 y 19 de este libro]
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de la obra artística. Los cambios más perceptibles son los más evidentes
(cambio a través del tema, cambio a través de los lenguajes artísticos). Los
cambios comienzan a explicarse no sólo por los cambios perceptivos y
concretos de las obras de arte, sino también por la experiencia de otros sobre
la obra y por su poder de interiorización, de modo que creatividad,
originalidad y profundidad del sentimiento son elementos claves para valorar
una obra artística.
No obstante, el análisis de las relaciones internas y externas del objeto
artístico queda siempre dentro de la causalidad simple, sin entender la
simultaneidad de los fenómenos histórico-artísticos. Asimismo, las relaciones
de la obra de arte con su contexto histórico aquí son vistas desde una
perspectiva muy simplificadora, sin dar cabida a la idea de interacción.
En un tercer nivel, los alumnos establecen las primeras relaciones
adecuadas a la complejidad de la obra de arte, determinada tanto por su
dimensión circunstancial (contexto histórico) como intencional (ideología
dominante). Esto lleva consigo una visión sistémica de la obra de arte,
entendida como un conjunto de niveles que interaccionan entre sí. La noción
de interacción supone conocer la interdependencia de elementos
circunstanciales e intencionales a los que antes aludíamos y la existencia de
relaciones complejas y poco evidentes entre los elementos constitutivos del
objeto histórico-artístico, como por ejemplo: formales, figurativos e
intencionales del artista y de la sociedad dominante (mecenas, comitente,
público, etc.), así como la ideología, la cultura, la religión, y la filosofía de una
época concreta.
Es decir, dichas interacciones son las que van a configurar la organización
que el fenómeno histórico-artístico adopta en un momento y lugar
determinados, lo que implica una mayor comprensión de los conceptos de
cambios estilísticos y de simultaneidad de los mismos, dependiendo del lugar
y del momento en que éstos se producen. Puede considerarse que esta forma
de entender la realidad histórico-artística establece las primeras relaciones
correctas entre lo descriptivo, lo explicativo y lo interpretativo. Asimismo,
desde el punto de vista del lenguaje, los alumnos comienzan a dominar el
vocabulario específico que todo fenómeno histórico-artístico necesita para ser
interpretado como corresponde.
En resumen teniendo en cuenta la hipótesis general orientadora de la
progresión del conocimiento y las diversas concepciones de los alumnos sobre
la obra de arte, podemos sintetizar diciendo que en dicha hipótesis los
alumnos tienen tres visiones (progresivamente más complejas) de la obra de
arte: una visión de la obra de arte como acontecimiento, una visión de la obra
de arte como proceso lineal, una visión de la obra de arte como interacción de
elementos
La asunción de esta perspectiva de comprensión de las ideas de los alumnos
como progresión hacia una visión más deseable (desde el punto de vista más
educativo) de la obra de arte puede ayudar a los profesores de historia del
arte de cualquier nivel educativo en la formulación de objetivos, contenidos y
actividades que puedan dar lugar a procesos de cambio real en dichos
sistemas de ideas, lo que se supone, como señalan Porlán y Rivero, que es, en
último término, el propósito básico de la actividad profesional de los
profesores.
Bibliografía
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Dirección de contacto
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LA GRADACIÓN DE COMPLEJIDAD EN LAS IEAS O CONCEPCIONES
PUEDE SERVIR COMO REFERENCIA HIPOTÉTICA PARA IR
“AJUSTANDO” LAS PROPUESTAS EDUCATIVAS A LOS/AS
APRENDICES, SEGÚN ESA “HIPÓTESIS DE PROGRESIÓN”
PROCESO DE ENSEÑANZA-APRENDIZAJE
(en el que interaccionan las ideas de los aprendices y el
conocimiento propuesto)
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ALGUNAS SUGERENCIAS PARA EXPLORAR LAS IDEAS DE LOS ALUMNOS
UTILIZANDO CUESTIONARIOS
[Tomado, con leves modificaciones, de: GARCÍA PÉREZ, F.F. (1998): ¿Qué y cómo investigar?
En G. Travé y F. Pozuelos (Eds.), Investigar en el aula. Aportaciones para una didáctica
innovadora. Huelva: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva, págs. 79-102]
Las ideas o concepciones de los alumnos constituyen un referente básico para plantear
propuestas de conocimiento escolar y para mantener la dinámica de “ajuste” que el profesor o
profesora ha de desarrollar cuando hace interaccionar “lo que ya se sabe” con “el conocimiento
nuevo”, constituyendo, asimismo, la base fundamental de la evaluación. Por tanto, un profesor
que investigue en el aula tendría que considerar como uno de los ámbitos permanentes de su
atención investigadora las ideas o concepciones de sus alumnos, ya se haga esto de una forma
más habitual e integrada en la dinámica de enseñanza-aprendizaje -como pauta básica de la
metodología didáctica empleada-, ya se haga de forma más específica, sistemática y profunda:
ello dependerá de los objetivos y posibilidades del profesor, del contexto del aula en que se
vaya a realizar y de la inserción de esa investigación en el proyecto curricular. En todo caso,
podríamos realizar algunas matizaciones previas:
* Es cada profesor o profesora, en cada circunstancia, quien mejor puede definir qué
concepciones interesa explorar, cuándo hacerlo y cómo.
* No es necesario -como más arriba se decía- empezar la exploración desde cero; hay
conclusiones de otras investigaciones al respecto, que nos pueden ayudar.
* Indagar indirectamente puede aportar más información que plantear directamente las
cuestiones.
Es probable que, entre otros instrumentos posibles de exploración de ideas, utilicemos -pese a
las limitaciones que se le suelen atribuir- cuestionarios exploratorios, utilización que podemos
integrar en las actividades didácticas diseñadas. En relación con la elaboración de cuestionarios
se puede contemplar una amplia gama de modalidades de cuestiones. Así, por ejemplo:
* Elegir una (o varias) respuesta entre las diversas ofrecidas; o bien atribuir elementos
de un listado amplio a dos o más situaciones (o entidades...) posibles.
* Pedir que se señale si algo es verdadero, falso (o dudoso) y pedir un comentario sobre
por qué se contesta así.
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* Pedir que se indiquen varios ejemplos en relación con algún concepto o idea
determinada.
* Ante una situación dada, que se describe, tomar una postura concreta y justificarla.
* Plantear un problema (en sentido amplio) y pedir que se resuelva o que se señale una
vía posible de solución.
En relación con la validez exploratoria de las cuestiones que se planteen, podemos tener en
cuenta ciertos indicadores generales, de forma que no consideraríamos válida para nuestro
cuestionario una determinada cuestión cuando aparecen muchas respuestas irrelevantes o del
tipo "no sabe / no contesta", cuando aparece una gran dispersión en las respuestas, cuando no
quedan suficientemente claros los términos del enunciado, o cuando es ambiguo o de corte
"academicista" (recordando una pregunta de examen), o cuando induce a una determinada
respuesta, sesgando el resultado, o, por fin, cuando la respuesta a la cuestión exige el manejo
de datos complicados o conlleva la realización de gráficas o dibujos de gran complejidad.
* "¿En qué distinguirías una ciudad de un pueblo? (Explícalo y cita algunos ejemplos)".
* "En tu barrio se va a realizar una obra importante, una avenida que mejorará la
circulación en el conjunto de la ciudad. Para ello habría que expropiar alguna zona de
dicho barrio y hay que elegir, obligatoriamente, entre una zona ocupada por viviendas y
otra ocupada por un parque:
* "Dibuja un croquis sencillo de una vivienda, que sea adecuada para 5 personas, con
las partes o elementos que consideres fundamentales".
* "Las plantas verdes hacen la fotosíntesis durante el día y respiran por la noche.
Verdadero: ... Falso: ... (Justifica tu respuesta, explicándola con claridad)".
Hay que recordar, por fin, que las conclusiones que podamos ir obteniendo de la exploración de
concepciones irán adquiriendo “categoría” de conclusiones de investigación en la medida en
que sepamos irlas insertando en el conocimiento didáctico que estemos manejando y
construyendo en nuestro proyecto curricular, así como irlas contrastando con otras conclusiones
existentes al respecto, para incorporarlas a nuestro conocimiento profesional, que, de esta
manera se iría complejizando en su desarrollo.
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Didáctica de las Ciencias Sociales
2ª. Por tanto, hoy no tendríamos por qué tener las mismas disciplinas
escolares, es decir, el mismo (o parecido) currículum que hace un siglo.
3ª. Pero, aunque tengamos un currículum con una lógica tradicional, los/as
profesores/as tenemos, ante todo, que plantearnos estos asuntos,
reflexionar sobre ellos y decidir qué podemos hacer en distintos ámbitos (en
nuestra aula, con el conjunto de colegas de nuestro departamento, en el
colegio, en el ámbito político, etc.).
6ª. Y, en cualquier caso, al final, tenemos que tener en cuenta que la referencia
científica es una referencia que, junto con otras referencias (las ideas de los
alumnos, los problemas sociales...), nos tiene que servir para elaborar
propuestas de “buen” conocimiento escolar. Y ese conocimiento siempre
va a ser algo diferente del conocimiento científico disciplinar.
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Dificultad de esta vía: Los alumnos/as no suelen generalizar ni transferir
lo aprendido en la escuela a las situaciones reales de la vida. Incluso
hay muchas dudas acerca de si realmente comprenden lo que se les
pretende enseñar en la escuela.
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DIDÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
[Elaborado por F.F. García Pérez a partir de diversos documentos del Proyecto IRES
(Investigación y Renovación Escolar), especialmente de García Díaz, 1998]
Pero, por una parte, cambios recientes habidos en el contexto social de nuestro mundo y,
también, en el propio ámbito del conocimiento han ido dando lugar a la aparición de
contenidos no fácilmente encuadrables en las disciplinas tradicionales (la preocupación
por la problemática ambiental y por la salud, el progresivo interés por los ámbitos
afectivos y éticos de la actividad humana, la necesidad de incorporar a la educación las
nuevas tecnologías, etc.). Ello ha generado la aparición de los llamados ejes
transversales u horizontales del currículo (educación para la salud, para la paz, para la
convivencia, para el consumo, educación ambiental, sexual, etc.). Sin embargo, estos
ejes, a la postre, parecen constituir una especie de “cajón de sastre curricular”, que se
intenta añadir, de distintas maneras, a los contenidos clásicos, sin que se llegue a
conseguir una adecuada articulación entre estas nuevas aportaciones y las disciplinas
tradicionales.
Por otra parte, también existen graves dificultades en los intentos de trabajo que
tienden a la globalización, en los que se pretende seleccionar y organizar los
contenidos escolares atendiendo, no a la lógica disciplinar, sino a una lógica más próxima
al alumno y a la realidad cotidiana en que se desenvuelve. En efecto, los resultados más
frecuentes han sido, en unos casos, que la falta de una conexión de las tareas de clase
con el saber social organizado ha dado lugar a un mero activismo, en el que se manipula
la realidad sin un control sobre las informaciones que se ponen en juego, y, en otros, que
el tratamiento de las disciplinas científicas ha sido trivial y artificioso, pues se ha intentado
incluir contenidos disciplinares de manera muy forzada en las actividades globalizadas.
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educativas, puesto que habría que superar lo disciplinar sin caer en una globalización
simplista que no llega a trascender el conocimiento cotidiano, ni tampoco en una
yuxtaposición de disciplinas y enfoques transversales. Como respuesta, en el Proyecto
IRES nos hemos propuesto trabajar en torno a la idea de conocimiento escolar,
teniendo en cuenta tanto las tradiciones del pensamiento racionalista y crítico presente
en nuestra cultura como también el conocimiento cotidiano predominante, e intentando
mantener un planteamiento relativista y evolutivo en el tratamiento del conocimiento en la
escuela.
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c. Los problemas socioambientales que realmente se dan en nuestro mundo
(también, a su nivel, en el medio en el que se desenvuelven los niños).
CONOCIMIENTO
METADISCIPLINAR
.
Conocimientos
CONOCIMIENTO Ideas de los
socialmente
alumnos
organizados
ESCOLAR
(científicos y
otros)
Problemas sociales y
ambientales
Pues bien, vamos a referirnos a estas diversas fuentes de las que extraemos el
conocimiento escolar. En primer lugar, vamos a decir algo en relación con las dos últimas
citadas.
Ante todo, debería quedar claro que la educación no es una actuación neutral; por tanto,
cualquier proyecto educativo -y, por ello, los contenidos que se manejen en él-
responderá a una determinada visión del mundo (o cosmovisión), tendrá como
trasfondo una determinada filosofía que el educador considera deseable para los
educandos. De ahí la importancia de tener bien definida y explicitada cuál es esa visión
del mundo que consideramos deseable desarrollar en nuestros alumnos para que lleguen
a ser autónomos, responsables, solidarios, críticos, maduros en su comprensión del
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medio, etc., etc. Esta fuente, pues, es más bien una especie de "marco básico" en el que
realizar la elaboración de dichos contenidos.
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