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Teorías clásicas
y contemporáneas
de sociología de la educación
Juan Pecourt
1. Introducción. • Autoridad
2. Teorías clásicas de la sociología de la educación. • Capital cultural
2.1. E. Durkheim: educación y solidaridad social. • Cultura
2.2. K. Marx: ideología y escuela capitalista. • Estructura social
2.3. M. Weber: burocracia escolar y tipos educa- • Hegemonía
tivos. • Ideología
3. Teorías contemporáneas de la sociología de la edu- • Institución social
cación. • Interacción social
3.1. La escuela y las teorías de la reproducción. • Poder
3.2. La escuela y las teorías de la resistencia. • Subcultura
4. Síntesis.
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1 Introducción
El objetivo de este capítulo es realizar una aproximación general, que no pretende ser
completa ni exhaustiva, a algunas de las teorías más relevantes de la sociología de la
educación. La disciplina sociológica impone una mirada específica sobre la realidad que
se refleja claramente en la manera en que los sociólogos se han aproximado al fenóme-
no educativo. Esta mirada ha descubierto muchos elementos que componen la educa-
ción y que, posiblemente, habrían pasado desapercibidos sin el desarrollo de la imagi-
nación sociológica. Es importante tener en cuenta las aportaciones teóricas de la
sociología; a veces pueden dar la sensación de moverse en un plano ajeno a los proble-
mas prácticos de la realidad educativa, pero han sido determinantes en la elaboración
de las políticas públicas que conforman nuestros sistemas educativos. Para presentar
estas teorías de una forma sencilla y comprensiva dividiremos el capítulo en dos apar-
tados principales: en el primero abordaremos las teorías clásicas de la educación que
proponen Durkheim, Marx y Weber, y en el segundo nos centraremos en las propuestas
contemporáneas que, dentro de su inevitable diversidad, hemos organizado en dos gran-
des corrientes denominadas «teorías de la reproducción» y «teorías de la resistencia».
primero haremos una breve introducción de los grandes conceptos teóricos que mane-
jaron para, seguidamente, observar cómo los aplicaron al estudio de la educación.
viéndose ésta sustituida por la solidaridad orgánica. En este caso, lo que mantiene uni-
da a la comunidad ya no son las creencias y tradiciones comunes sino la interdepen-
dencia mutua entre los miembros del grupo. La solidaridad orgánica impulsa la división
creciente del trabajo, por lo que el individuo es más dependiente de los demás, se mues-
tra incapaz de resolver por sí mismo todos los problemas que le plantea la sociedad
moderna. El mercado laboral es el ámbito en el que se intercambian los servicios y el
que asegura la estructuración y la cohesión básica de la sociedad. Por tanto, a pesar de
la ausencia de creencias y tradiciones comunes, a pesar de la diversificación creciente
de la sociedad, ésta sigue manteniéndose unida gracias a la cohesión que proporciona
el intercambio de servicios especializados.
La solidaridad orgánica mantiene a la comunidad unida, asegura Durkheim, pero
sin embargo también empuja al individuo a una serie de tensiones internas muy peli-
grosas. El hecho de no compartir normas y valores comunes, y de que no exista un
sistema moral claramente definido, puede suponer un trauma para muchas personas,
porque valores y normas (que, recordemos, son creaciones colectivas) son esenciales
para construir personalidades fuertes y equilibradas. A este respecto, desde la perspec-
tiva de Durkheim, la sociedad moderna se encuentra en una situación de crisis, porque
a pesar de facilitar la supervivencia a nivel material, tiene grandes dificultades para
dotar de sentido a la vida de las personas. La complejidad de la vida moderna produce
una sensación de anomia, en la que el individuo no es capaz de dotar de significado a
su existencia y entra en un estado de desesperación que puede llevarle incluso al sui-
cidio. El problema de la anomia no es individual, no es un problema de carácter psico-
lógico o psiquiátrico; se trata de un problema social, generado por una sociedad que no
es capaz de proporcionar los elementos morales que el individuo necesita para tener
una vida plena y satisfactoria. En este punto entra en juego la importancia fundamen-
tal que la educación tiene para Durkheim: según él, es necesario reconstruir el mundo
moral del ser humano, su vinculación mecánica con el conjunto de la sociedad, y eso
sólo puede hacerse a través de los valores que transmite el proceso educativo. Por esta
razón considera una prioridad política fundamental reformar los sistemas educativos de
la sociedad moderna (en su caso particular, pensaba en la reforma del sistema educati-
vo francés).
El objetivo esencial de la sociología educativa de Durkheim, y que posteriormente
han mantenido la mayoría de los sociólogos, es cuestionar el modelo de la «educación
ideal». Este modelo era el predominante en los tiempos de Durkheim y sigue siendo
influyente en la actualidad. Uno de sus defensores, el eminente filósofo ilustrado I.
Kant, afirma que «el fin de la educación es desarrollar todas las facultades humanas.
Llevar hasta el punto más alto todas las fuerzas que anidan en nuestro interior». Este
tipo de definiciones parten de que existe una educación perfecta, ideal y universal, vá-
lida para todos los países y épocas, que dirigen hacia una humanidad perfecta. No obs-
tante, al reflexionar sobre la educación desde una posición puramente lógica, Durkhe-
im asegura que el idealismo es incapaz de detectar el conjunto de prácticas e
instituciones que la moldean y la dirigen hacia fines muy diversos. Lo cierto es que cada
sociedad dispone de un sistema educacional que se impone sobre los individuos con
una fuerza por lo general irresistible (Durkheim, 1989: 44). Resulta inútil plantearse en
términos abstractos cual es la mejor educación posible, porque la sociedad impone las
formas educativas que se han ido desarrollando históricamente en su seno. Resistirse a
estas imposiciones puede llevar al aislamiento y la incapacidad para integrarse. En con-
traste con el modelo de la «educación ideal», Durkheim proporciona una nueva pers-
pectiva que trata de comprenderla en el contexto social del que forma parte. Si Kant
enfatiza la relevancia de las «las fuerzas que anidan en nuestro interior», para Dur-
kheim el elemento esencial son las fuerzas externas que se introducen y moldean nues-
tro interior. De este modo, presenta la siguiente definición de educación:
«Es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre aquellas que no han alcanzado
el grado de madurez necesario para la vida social. Tiene por objetivo suscitar y desarrollar
en el niño un cierto número de estados físicos intelectuales y morales que exigen de él
tanto la sociedad política en su conjunto como el medio ambiente específico al que está
específicamente destinado.» (Durkheim, 1989: 53.)
tico de Durkheim es que una remodelación educativa siguiendo los métodos de la cien-
cia positiva ayudaría a reestablecer la armonía y estabilidad perdidas en la sociedad
moderna. Por una parte, dotaría a la sociedad de un carácter natural y cohesionado,
regulado en este caso por la lógica científica, que evitaría el conflicto y las convulsiones
sociales y, por otra, serviría para construir personalidades integradas en el entorno social.
espiritual». En otras palabras, los propietarios de las tierras y las fábricas controlan, a
su vez, los programas educativos y las formas de conocimiento. Marx rompe radical-
mente con la visión idealista del conocimiento, aquella que considera al pensador como
un ser totalmente aislado de la sociedad, libre de cualquier presión externa, alguien que
dedica todas sus energías a la búsqueda de la verdad absoluta. Para Marx, las ideas y
los valores no son independientes de la sociedad que las produce, las bases materiales
y culturales están muy relacionadas y se influyen mutuamente. En este contexto, la
ideología es una forma de conocimiento falsa y distorsionada de la realidad, es un en-
gaño consciente que se realiza para esconder determinados intereses sociales detrás de
visiones del mundo aparentemente objetivas (Eagleton, 2005: 21). La producción ideo-
lógica sirve para legitimar los intereses de las minorías dominantes (políticas, económi-
cas, religiosas), al tiempo que invisibiliza o deslegitima los intereses de los grupos más
débiles de la sociedad. Frente a la difusión de la ideología, el conocimiento científico
debe desenmascarar el engaño y descubrir cuáles son las verdaderas formas de objeti-
vidad, que en ningún caso pueden surgir del seno de las clases dominantes. En el con-
texto del capitalismo, como sucedió en las sociedades que lo precedieron, las formas de
conocimiento dominantes son de carácter ideológico y responden a los intereses de las
clases dominantes, es decir, de la burguesía.
La concepción negativa de la ideología está muy presente en los momentos en los
que Marx reflexiona sobre las instituciones educativas del capitalismo. Marx critica la
organización de la escuela y la pedagogía que se utiliza porque, desde su punto de vis-
ta, no funciona en beneficio del conjunto del alumnado. Las escuelas y universidades,
al igual que otras organizaciones culturales como editoriales o periódicos, se dedican a
difundir contenidos de carácter ideológico, que legitiman la posición de dominación de
la burguesía y mantienen la subordinación de las clases trabajadoras. Su pretensión es
esbozar una estrategia y una táctica político-escolar que revierta la situación y actúe en
beneficio de los más desfavorecidos. Marx insiste ante todo en la necesidad de combinar
la lucha por el cambio escolar con la lucha por la superación del sistema capitalista en
general: para cambiar el sistema escolar es un prerrequisito básico cambiar el sistema
de producción dominado por la burguesía. Así como Durkheim sitúa el origen de la
reforma social en el ámbito de la escuela, a la que encarga la misión de difundir los
nuevos valores que darán cohesión al conjunto de la comunidad, Marx asegura que
tiene que producirse una interacción dialéctica entre la revolución escolar (nuevas for-
mas de organización, nuevos planes de estudios, nuevas pedagogías, etc.) y la transfor-
mación total del capitalismo. Si cambia la escuela pero no cambia el capitalismo, resu-
me el autor alemán, los cambios escolares no habrán servido de nada. La escuela no
funciona, en ningún caso, en el vacío social.
Marx presenta algunas pinceladas del modelo escolar que podría funcionar como
alternativa al modelo de la sociedad capitalista:
realiza bajo el reino del capital es abominable» (Jerez Mir, 2003: 79). En
opinión de Marx, el trabajo puede ser una actividad muy positiva y enno-
blecedora para el ser humano. Marx insiste constantemente en la fuerza
educadora y transformadora del trabajo, y pide que los hijos de las clases
trabajadoras no se desvinculen completamente de él. El problema no es el
trabajo en sí mismo, sino las condiciones reales de trabajo a las que están
sometidas las clases trabajadoras. Es imprescindible que el trabajo deje de ser
un instrumento de alienación del ser humano y que se convierta en un ins-
trumento de liberación y de creatividad individual.
b) Es necesario acabar con el carácter ideológico de los contenidos que se trans-
miten en la escuela. Marx critica las ilusiones meritocráticas y la confianza
en la educación a cargo del Estado. Desde su punto de vista, una de las ideo-
logías burguesas más nocivas y extendidas es la meritocracia. La meritocracia
es una forma de legitimar las desigualdades con el argumento de que las
personas de mayor capacidad y talento son las que conforman las elites so-
ciales. El éxito social es el premio que se otorga a aquellos que se lo merecen.
Marx considera que el sistema escolar capitalista se basa en la ideología me-
ritocrática al proponer la escolarización universal y pretender que los alum-
nos más dotados sean aquellos que ocupen los puestos profesionales de más
responsabilidad y prestigio social. Se trata de una visión falsa y distorsionada
de la realidad, una ideología en el sentido más puro de la palabra. Afirma
que la meritocracia y la escolarización universal burguesa esconden las des-
igualdades de base que existen entre los hijos de la burguesía y el proleta-
riado (Taberner, 2008: 46). No basta con escolarizar al proletariado, la pro-
cedencia familiar y de clase condiciona el rendimiento escolar del alumnado,
y por tanto los hijos de la burguesía seguirán ocupando los mejores trabajos.
El conocimiento de carácter no-ideológico tendría que poner de manifiesto
estas contradicciones y contrarrestar la ideología meritocrática en el ámbito
de la enseñanza. El rendimiento escolar de alumnos y alumnas solamente
será igualitario cuando las condiciones externas a la escuela sean también
igualitarias y no exista la división de clases.
c) En el interior de la escuela es necesario establecer el control popular de la
burocracia escolar y de las líneas pedagógicas. Marx desconfía de las orien-
taciones reformistas en la política escolar y en la pedagogía en general: la
concepción meritocrática de la escuela (presente en los escritos de Saint-
Simon) o el ludismo pedagógico (característico de los tratados de Rousseau).
Su crítica del ludismo pedagógico, por ejemplo, es contundente: la educación
no puede reducirse a un simple juego. Aprender en la ociosidad es la forma
de educación que ha caracterizado a la aristocracia tradicional y que de al-
guna manera tratan de recoger los nuevos tratados pedagógicos de la bur-
guesía. Este tipo de educación fomenta la existencia de elites sociales y la
división entre el mundo del ocio y el mundo del trabajo. El objetivo peda-
gógico de la clase trabajadora debería trascender esta dicotomía. En el fondo,
los juegos de los niños son bastante serios y los trabajos que nos hacen real-
mente libres, poco lúdicos (Jerez Mir, 2003: 82). Pedagogías educativas como
la propuesta por Rousseau provocan la división entre educación y trabajo
que Marx quiere evitar a toda costa.
ideal superior sino por una racionalidad específica, el cálculo entre alternativas y op-
ciones, con el que se pretende lograr el mayor beneficio posible.
Las consecuencias de la racionalización son evidentes en todos los ámbitos de la vida
moderna. Este proceso puede concretarse, al menos, en dos características específicas
de la modernidad: la burocratización de la actividad humana y el avance del conoci-
miento científico.
Por un lado, una característica esencial de las sociedades post-tradicionales es la
aparición de grandes sistemas burocráticos, es decir, de instituciones que emplean a una
gran cantidad personas y donde se desempeñan roles sociales muy diversos de forma
coordinada. Las grandes burocracias pueden encontrarse tanto en el ámbito público (las
administraciones del Estado) como en el ámbito privado (las grandes empresas). Pen-
semos en el número de personas que pueden trabajar, desempeñando tareas diversas,
en una multinacional, en un ministerio o en una universidad pública. El funcionamien-
to eficaz de estos centros depende precisamente de la capacidad técnica que existe para
coordinar el trabajo de una plantilla muy numerosa.
Por otro lado, el proceso de racionalización también se observa en el progreso del
conocimiento científico y la difusión de una mirada «desencantada» de la realidad. Los
descubrimientos científicos y los avances tecnológicos facilitan la manipulación de la
naturaleza y su adaptación a las necesidades humanas, permiten el logro de mejores
condiciones de vida y el aumento del bienestar general. Proporcionan el rostro más
brillante del programa de la Ilustración y demuestran el progreso histórico del ser hu-
mano. Sin embargo, en este desarrollo del proceso de racionalización burocrática y
científica, Weber observa un lado oscuro e inquietante. Es verdad que somos más efi-
caces y racionales que en otras épocas, pero la racionalización tiende a anular determi-
nadas dimensiones de la personalidad que son esenciales para el ser humano. Aquí
Weber está pensando sobre todo en las dimensiones emocionales y espirituales que
antes quedaban satisfechas por los discursos religiosos, mágicos o míticos, y que el mun-
do moderno tiende a ignorar. En este sentido, la aproximación racional del científico,
que surgió en el periodo de la Ilustración como una herramienta destinada a la libera-
ción de la humanidad, se está convirtiendo en una «jaula de hierro» que oprime al
individuo y le impide ser realmente libre.
Al igual que en caso de Marx, detrás de la sociología de Weber encontramos una
teoría de la dominación y el poder, aunque la aproximación de ambos autores es muy
diferente. Marx relaciona directamente la dominación social con la estructura de clases
mientras que Weber presenta una visión más matizada de la dominación que está vin-
culada a diferentes tipos de autoridad presentes en la sociedad. Según él, pueden iden-
tificarse tres tipos ideales de dominación que responden a diferentes formas de autori-
dad y legitimidad: la «dominación tradicional», la «dominación carismática» y la
«dominación legal» (Weber, 2002 [1922]: 170-197). Weber insiste en que puede haber
otras formas de dominación, y que los tipos ideales no son más que abstracciones teó-
ricas y recursos metodológicos para comprender la realidad, donde las formas de domi-
nación suelen presentar una mezcla de distintos tipos ideales.
Por una parte, la dominación tradicional descansa en el respeto por las formas de
actuación que han caracterizado a una determinada generación en el pasado. La legiti-
midad se encuentra en la tradición y en las costumbres que se han transmitido de ge-
neración en generación. Por otra parte, la dominación carismática se fundamenta en el
valor otorgado a determinadas cualidades que se consideran extraordinarias, y en la
consiguiente entrega emocional de la mayoría hacia las personas concretas que las po-
seen. Esta forma de poder depende del carisma individual, que es percibido como algo
excepcional por los demás, y que permite destacar frente al conjunto indiferenciado de
las masas. Finalmente, la dominación legal es la que predomina en las sociedades mo-
dernas y se basa en el respeto de las normas legalmente establecidas y la vinculación
impersonal con un deber oficial descrito en un conjunto de leyes racionalmente arti-
culadas. Es cierto que estos tres tipos ideales suelen encontrarse mezclados en la reali-
dad, pero aún así puede observarse la competencia entre ellos por lograr la hegemonía
social. Debido al proceso de racionalización de la modernidad, Weber predice que la
dominación legal tenderá a preponderar sobre las demás.
Weber concede una gran importancia a las instituciones educativas como dispositi-
vos de control social. Para Weber, la escuela es una «asociación de dominación», es
decir, una estructura de poder específica que influye en la sociedad. En este sentido,
encuentra paralelismos interesantes con otras instituciones que se configuran de ma-
nera similar, y que también cumplen funciones parecidas, como es el caso de las insti-
tuciones religiosas. Tanto las escuelas como las Iglesias se ocupan de la administración
de los «bienes espirituales» de la sociedad, es decir, de los recursos que no se distribuyen
directamente en el mercado económico y que tienen un carácter simbólico. Así, mien-
tras las Iglesias se encargan de gestionar y repartir los bienes sobrenaturales, los que no
pertenecen a este mundo y proceden directamente de la voluntad de Dios, las escuelas
gestionan y reparten los bienes mundanos que se materializan en una socialización
básica y una cultura general. Aunque la naturaleza de los bienes distribuidos por ambas
instituciones sea diferente, la estructura organizativa y distributiva es similar: en ambos
casos se establecen formas de inclusión y exclusión que dependen de la formación de
un canon específico de textos «sagrados». Los sujetos se encuentran disciplinados por
normas y reglas que no dependen de ellos, son interpelados a aceptar el canon oficial
de la institución como condición básica para formar parte de ella. Frente a esta realidad,
sólo caben dos alternativas: aceptarlas o rechazarlas, integrarse o quedar excluidos. Más
concretamente, las características institucionales de las Iglesias y las escuelas pueden
identificarse en los siguientes aspectos (Taberner, 2008: 50):
es decir, construcciones teóricas que en la realidad nunca se dan en estado puro. Sin
embargo, pueden ser muy útiles como herramientas analíticas para estudiar las carac-
terísticas que presentan los diferentes sistemas educativos.
Los tipos educativos, al igual que los tipos de dominación, se encuentran mezclados
en la realidad social, se presentan en diferentes medidas y proporciones, según sus con-
textos específicos. Weber considera que existe una competencia entre los diferentes
modelos de educación (carismática, tradicional y especializada) en el seno de la sociedad
moderna. Cada uno de ellos está relacionado con diferentes estructuras sociales y de
poder, y promueven patrones de personalidad y de conducta que les son propios. La
tendencia hacia la racionalización creciente indicaría que la educación especializada
adquirirá una mayor preponderancia con el tiempo. Es interesante apuntar que estas
observaciones, realizadas por Weber a principios del siglo XX, siguen estando plenamen-
te vigentes en los debates educativos de principios del siglo XXI.
«estructuras sociales» que se imponen sobre los individuos y determinan sus actos y
pensamientos. También es evidente la influencia de Marx y su teoría de la dominación.
Las teorías de la reproducción suelen enfatizar las funciones de dominación y de man-
tenimiento de las desigualdades que cumplen los centros de enseñanza. A pesar de la
mejora de los índices de alfabetización y el acceso generalizado a la cultura, se consi-
dera que estas instituciones suelen fracasar a la hora de distribuir equitativamente los
bienes culturales y que, al final, su función principal es la legitimación de las relaciones
de clase.
La influencia de Durkheim y Marx es muy clara, por ejemplo en la obra de L.
Althusser, máximo representante del estructuralismo marxista. Este teórico francés pro-
porciona lo que podríamos considerar como el modelo paradigmático de la teoría de la
reproducción escolar. En su obra Ideología y aparatos ideológicos del Estado (1975) señala
que el Estado se asegura la dominación social y orden capitalista a través de dos apara-
tos diferentes: los «aparatos represivos del Estado» y los «aparatos ideológicos del Es-
tado». Los primeros ejercen la dominación con el uso de la fuerza y están representados
por cuerpos de seguridad como la policía y el ejército. Los segundos se encargan de
difundir las ideologías que legitiman el estado de cosas existente gracias al trabajo de
los medios de comunicación, la familia, la escuela o las universidades. Según esta con-
cepción del orden social, el individuo no puede escapar del proceso de normalización
que recibe desde múltiples frentes. Su mente se moldea de acuerdo a fuerzas externas
que están actuando sobre ella y no existe voluntad individual capaz de resistir su influ-
jo. La visión de Althusser fue muy influyente en los años setenta, pero ha demostrado
ser excesivamente cruda y unidireccional. Aunque aceptemos la existencia de aparatos
del Estado que trabajan de manera coordinada y efectiva para lograr el control social,
las evidencias empíricas demuestran que los individuos no son moldeados completa-
mente por ellos. Existen diversas formas de reaccionar ante las presiones sociales y los
individuos mantienen siempre un margen de libertad para tomar decisiones en las si-
tuaciones concretas, por estrecho que éste sea.
Existen otros modelos más detallados que podemos incluir en el paradigma de la
reproducción. El sociólogo norteamericano R. Collins (1979) sitúa la enseñanza en el
ámbito de la «sociedad credencialista» del capitalismo y B. Bernstein (1988) describe al
papel que juegan los códigos lingüísticos en la distribución de desigualdades sociales.
Aunque, en el análisis de las relaciones entre individuo e instituciones educativas, la
obra de M. Foucault es especialmente poderosa. El filósofo francés elabora minuciosos
estudios históricos sobre la aparición y desarrollo de diversas instituciones modernas
que presenta como centros de poder y regímenes disciplinarios. Al igual que Weber, se
centra en el lado oscuro de la razón, en las nuevas formas de dominación que han sur-
gido con la aplicación práctica de los ideales de la Ilustración. Si Weber comparaba las
instituciones religiosas y educativas, Foucault sigue un camino similar al comparar la
escuela con todo un conjunto de instituciones que comparten afinidades con ella: las
prisiones, los hospitales, las fábricas, etc. Todas estas instituciones surgen con el fin de
actuar sobre el cuerpo de las personas y someterlo a una disciplina rígida y reglamen-
tada. En comparación con las concepciones críticas anteriores (desde Marx hasta Althus-
ser), la visión de Foucault es muy novedosa y original. Aquellas se basaban en el en-
gaño colectivo que supone la difusión de la ideología. La ideología se concibe como un
sistema de ideas y creencias falso que se impone al individuo mediante un proceso de
comunicación simbólica. Las ideologías se transfieren de unas mentes a otras, suceden
en el mundo etéreo de las ideas. Foucault rompe con esta visión al afirmar que las for-
mas de dominación de las instituciones modernas actúan preferentemente sobre el
cuerpo de las personas y no sobre sus mentes. Los sistemas de poder, que en el filósofo
francés presentan un carácter bastante impersonal, actúan sobre los cuerpos individua-
les disciplinando los movimientos, los gestos, las cadencias, para acompasarlos a los
ritmos monótonos y repetitivos de la institución. Esto pasa en la fábrica y esto pasa en
la escuela. Las instituciones modernas imponen una microfísica del poder que se refle-
ja en la organización sistemática de los espacios (distribución de mesas y personas en
las aulas), de los tiempos (horarios rígidos y compartimentados), de las actividades
(ejercicios corporales que incluyen desde las flexiones hasta la caligrafía), y de los cas-
tigos que aplican a cualquier desviación de la norma.
En Vigilar y castigar (2008 [1979]), por ejemplo, Foucault sugiere la idea del Panóp-
tico como la forma específica de control social que han desarrollado las instituciones de
la modernidad, que se apoya en el control anónimo de las acciones individuales. A tra-
vés del control panóptico, la propia organización institucional fomenta que las personas
se sientan constantemente observadas y vigiladas, temerosas de algún tipo de sanción
a sus acciones, y que por tanto se contengan y actúen de acuerdo a las normas que
imponen las instituciones. Los castigos funcionan como amenazas que muchas veces
no llegan a cumplirse porque la autorrepresión del individuo lo hace innecesario. De
esta forma, actuando sobre los cuerpos, se asegura la normalización y el control social.
La escuela, en todas sus etapas educativas, tiene un papel privilegiado en este proceso
de modelación corporal y normalización social.
Posiblemente, al lado de Foucault, el autor más influyente entre los teóricos de la
reproducción sea P. Bourdieu. En este autor se observan las influencias de los clásicos
de la sociología (Durkheim, Marx y Weber) y también comparte similitudes con la
aproximación genealógica de Foucault. A diferencia de otros analistas, su trabajo no es
exclusivamente teórico sino que se sustenta en detallados estudios empíricos que tratan
de validar las arriesgadas hipótesis teóricas. Bourdieu acepta la existencia de grandes
estructuras sociales, tanto materiales como simbólicas, que ejercen una gran influencia
sobre el comportamiento individual, pero aún así otorga un margen de maniobra per-
sonal que es impensable en autores como Althusser. Bourdieu critica el economicismo
de las concepciones marxistas del poder y asegura que las desigualdades sociales se di-
funden de forma más compleja. Otorga una gran importancia a las estructuras simbó-
licas frente a las materiales, y mantiene, en la línea de Foucault, que las formas de
control social tienen en muchas ocasiones un carácter corporal y pre-reflexivo que ase-
gura su eficacia y su influencia en el individuo, aunque éste no sea consciente de ello.
Al dotar de gran centralidad a la cultura, no es sorprendente que la educación se con-
vierta un campo de vital importancia para él. Como en el caso de Durkheim, la educa-
ción no constituye en Bourdieu un subapartado especializado de la sociología, sino que
conforma la base necesaria para comprender la distribución de las distinciones y des-
igualdades sociales. Considera los centros educativos como las principales instituciones
que se dedican a la distribución de estatus y privilegio en las sociedades contemporá-
neas. La escuela construye y transmite «sistemas de clasificación simbólicos», es decir,
formas de entender y explicar el mundo que legitiman el orden social existente. La
cultura, aparte del valor intrínseco que pueda tener en su aproximación a la verdad,
funciona como un instrumento de distinción y jerarquización de las sociedades hu-
manas.
sición. El control de las instituciones educativas, por tanto, nunca es definitivo, el orden
depende de la negociación constante entre los diferentes agentes implicados. En esta
línea podemos situar trabajos tan diversos como los de M.W. Apple, A. Hargreaves, S.
J. Ball o H. Mehan.
Uno de los exponentes más relevantes del modelo de la resistencia, situado en la
corriente de los estudios culturales, es el sociólogo y antropólogo británico P. Willis. En
su trabajo se observa la influencia de la metodología etnográfica, a través de los estudios
de la Escuela de Chicago, y del trabajo teórico de A. Gramsci, por su insistencia en la
capacidad que tienen las clases populares para oponer resistencia a las formas impues-
tas de autoridad. Su trabajo más influyente en el mundo de la educación es el libro
Aprendiendo a trabajar (1977), en el que trata de explicar por qué los chicos de las clases
populares rechazan la escolarización y limitan sus posibilidades de promoción social.
Este trabajo se basa en estudios etnográficos realizados en la ciudad británica de Wol-
verhampton, en la observación de las trayectorias vitales de adolescentes en sus últimos
años de escolarización y primeros años de trabajo. Willis descubrió un choque entre
diferentes culturas dentro de las aulas con implicaciones insospechadas. Si la escuela
difunde la cultura hegemónica de los grupos dominantes en la sociedad, los miembros
de la clase obrera se oponen mediante una cultura contrahegemónica que niega su
sometimiento al proceso de escolarización. Detecta una escisión del orden social del
aula y la formación de dos campos opuestos: por un lado, los «colegas», que son los
que se rebelan contra la institución escolar y se niegan a aceptar sus normas y valores,
y, por otro lado, los «pringaos», que son los que se someten a las normas de la escuela,
porque esperan que este sometimiento implicará recompensas económicas y profesio-
nales en el futuro. La visión de Willis, por tanto, tiene poco que ver con la imposición
total de los «aparatos ideológicos del Estado» que defiende Althusser o, incluso, con el
modelo de la reproducción de Bourdieu. Los «colegas» tienen la capacidad de escapar
al proceso de normalización mediante múltiples mecanismos, como las burlas constan-
tes contra los «pringaos» o las muestran de indiferencia o desprecio ante el profesorado,
el «cachondeo» en clase y el desinterés, el «escaqueo» y la no asistencia a clase, la uti-
lización de un vocabulario provocativo y desafiante, etc. Se rodean de un clima de in-
subordinación permanente que puede llegar al uso de la violencia. Si estos colectivos
han sido definidos tradicionalmente como gamberros o, en el peor de los casos, delin-
cuentes juveniles, Willis detecta una lógica social detrás de sus acciones, asegurando
que se trata de una forma de resistencia ante la cultura escolar. Los «colegas» desertan
de la escuela y se introducen en los placeres del ocio consumista y la sexualidad precoz,
adaptando normas y reglas ajenas a ésta. La subcultura de los colegas niega que el co-
nocimiento escolar tenga sentido alguno en sus vidas. Ellos tienen sus prácticas especí-
ficas, sus formas de relacionarse e interpretar el mundo, pero también expone las con-
tradicciones que se dan en el seno de la educación. Sus prácticas identifican tres
contradicciones básicas del sistema escolar (Willis, 2008 [1977]: 150-156):
Las ideas de Willis y McRobbie son muy relevantes porque enfatizan las diversas
maneras en las que el individuo puede reaccionar ante la autoridad escolar. Existen
formas de resistencia que no son aleatorias, detrás de ellas existe una lógica social. Tan-
to Willis como McRobbie parten de una mirada comprensiva e incluso favorable a la
formación de culturas contraescolares, porque muestran el inagotable potencial creati-
vo del ser humano. Sin embargo, también reconocen sus contradicciones internas y el
potencial limitado de su acción. Posteriormente, Willis ha desarrollado estas ideas en su
libro Common culture, publicado en 1990. El objetivo de la obra es cuestionar el canon
dominante de la «alta cultura», que se puede observar en todos los ámbitos del mundo
de la cultura, desde las exposiciones en los museos hasta los programas educativos de
la escuela. Afirma que la tradición de la alta cultura, que es la promovida desde las
instituciones oficiales, resulta irrelevante para la mayoría de la población. Willis sugie-
re transformar completamente los criterios de valorización cultural: si los criterios tra-
dicionales valoran partiendo del canon establecido por la alta cultura, Willis insiste en
que la cultura es una realidad viva y que debe valorarse según la función específica que
cumpla en la sociedad. Considera la alta cultura sobrevalorada, porque impone crea-
ciones simbólicas irrelevantes que, en el fondo, solamente trabajan para establecer dis-
tinciones sociales. Desde su punto de vista, las piezas artísticas expuestas en un museo
tienen poco sentido para la mayoría de la población, generalmente han sido separadas
de sus contextos originales y se limitan a satisfacer los gustos estéticos de una minoría.
Sitúa los verdaderos espacios de producción cultural en la vida cotidiana de las perso-
nas, en las tareas simbólicas que éstas realizan para seguir adelante con sus vidas y
dotarlas de sentido. La cultura es una practica vivida que tiene sentido en contextos
cotidianos, y pierde su sentido cuando se convierte en un objeto estático expuesto en
una galería o museo.
Bajo las condiciones de la modernidad avanzada, Willis asegura que la acción crea-
tiva no depende del trabajo sino del ocio, del uso que hacemos del tiempo libre y de
nuestras pautas de consumo. A través de las estructuras de producción y comercializa-
ción que impone el capitalismo moderno, la cultura informal producida en el ámbito
de la vida cotidiana busca alternativas al dominio tanto de la cultura escolar como de
la cultura comercial de la sociedad de consumo. En otras palabras, según Willis la es-
tructura productiva del capitalismo limita las formas de expresión personal pero al mis-
mo tiempo abre espacios inéditos para su expansión. Si autores como Althusser,
Foucault o Bourdieu consideran el consumo una imposición de la racionalidad econó-
mica sobre el comportamiento individual, Willis lo entiende como un espacio lleno de
posibilidades para la auto-expresión. Mediante el consumo el individuo aporta signifi-
cados específicos a los objetos que consume, no acepta los significados originales de
forma totalmente pasiva. La niña que es fan de Miley Cirus o Lady Gaga realiza un acto
de consumo al comprar su música y asistir a sus conciertos, pero además incorpora esos
significados a su vida cotidiana y los transforma. Decorar la habitación con pósters de
sus ídolos o comprar ropa y complementos inspirada por ellos puede aportar a su vida
una sensación de libertad y de escape de las convenciones sociales. Del mismo modo,
afirma que, en el contexto de la escuela, el alumnado realiza múltiples actos creativos
que pasan totalmente desapercibidos, por no estar dentro de los cánones oficiales de la
cultura, pero que tienen un gran valor estético en sí mismos. Las formas de vestir y
gesticular, de comunicarse y relacionarse, de escuchar y compartir la música, de utilizar
las nuevas tecnologías, de divertirse y de bailar, indican la creatividad inherente de todo
ser humano, a la que las instituciones educativas tendrían que prestar una atención
mucho más directa.
4 Síntesis
Como hemos visto a lo largo del capítulo, la sociología de la educación presta una gran
atención a la contextualización de la acción educativa y a las relaciones de fuerza que
actúan en su entorno. Con ello no pretende minusvalorar el papel de la educación
como instrumento para alcanzar la verdad, admirar la belleza o, simplemente, conver-
tirnos en mejores personas, pero sí trata de alertar sobre los efectos perversos o conse-
cuencias no-intencionadas que puede tener, y que en muchas ocasiones pasan total-
mente desapercibidos. Es necesario ser consciente de las consecuencias sociales que
tiene la enseñanza, unas consecuencias que pueden ser contrarias a los objetivos bien-
intencionados de las instituciones y los profesionales implicados. En este sentido, el
discurso sociológico de la educación puede servir para moderar algunos excesos retóri-
cos que se observan en ciertas pedagogías educativas que insisten en la bondad y be-
Bibliografía recomendada
Bourdieu, P. (2008) [1988]: Homo academicus, Madrid, Siglo XXI.
Hernàndez, F. J., Beltrán, J. y Marrero, A. (2009): Teorías sobre sociedad, familia y educación. Valen-
cia, Tirant lo Blanch.
Jerez Mir, R. (2003), Sociología de la educación. Guía didáctica y textos fundamentales, Lleida, Editorial
Milenio.
Marx K., Weber M., Durkheim E. et al. (2006): Sociología de la educación: textos e intervenciones de
los sociólogos clásicos, Madrid, Morata.
Taberner Guasp, J. (2008): Sociología y Educación, Madrid, Tecnos.
Willis, P. (2008) [1979]: Aprendiendo a trabajar, Madrid, Akal.
Actividades
1. Compara las aportaciones de Durkheim, Marx y Weber a la sociología de la edu-
cación e identifica sus semejanzas y diferencias. Diseña un cuadro explicativo.
2. Investiga el contexto histórico en el que escribieron los sociólogos clásicos de la
educación (Marx, Weber o Durkheim) y trata de relacionarlo con sus ideas prin-
cipales.
3. Compara las perspectivas de Bourdieu y Willis sobre el estudio de la realidad
educativa. Explica las ventajas e inconvenientes de cada una de ellas. Diseña un
cuadro explicativo.
4. Observa las formas de reproducción social que se dan en el contexto del aula.
Diseña una tabla con los elementos concretos que se han identificado, indican-
do su grado de regularidad e intensidad.
5. Observa las formas de resistencia a la cultura académica que se dan en el con-
texto del aula. Diseña una tabla con los elementos concretos que se han identi-
ficado, indicando su grado de regularidad e intensidad.