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Fernandez Moujan
Introducción
Crisis vital será entonces una idea que dé cuenta de una experiencia originaria donde la estructura
previa inconsciente, generadora de ideas, da lugar a otra estructura mítica, fuera del tiempo y el espacio
convencionales, desde la cual surgirán las imágenes puntuales que participan del contexto cultural.
Crisis vital. Crisis porque nos saca de estructuras deterministas que nos dan seguridad, y porque nos
pone ante el peligro de lo desconocido. Vital porque dicha transformación consiste en la creación de algo
naciente en cada ciclo de la vida, o situación traumática asumida.
La crisis es la pérdida o el desprendimiento activo de la estructura que hasta ese momento nos
determinaba. Es la suspensión de todo determinismo para poder coparticipar de una experiencia grupal
desde un nosotros que nos permite la captación directa de la realidad, generando un acontecimiento.
La crisis se produciría cuando los problemas superan las fuerzas reequilibradoras más tiempo de lo
tolerable. Un organismo en equilibrio es afectado por momentos evolutivos o situaciones accidentales. De
ellas sale transformado, sobreadaptado o desorganizado.
Los objetos psíquicos forman configuraciones estructurales que el Yo trata de fijar por identificación
introyectiva y proyectiva, revistiéndolos libidinalmente con la finalidad de establecer vínculos afectivos
duraderos y una organización interna coherente y estable.
Es el cambio objetal el que pone en crisis toda la estructura, haciendo perder el equilibrio
generador de ansiedades y defensas. El concepto de crisis está ligado a un peligro que hay que superar, y
es una oportunidad para realizar un cambio.
El concepto de crisis vital parte de alcanzar un nivel estructural sin objetos previos donde la unidad
y lo múltiple son la misma cosa.
En nuestro modelo de crisis vital no excluimos los otros modelos sistémicos y psicoanalíticos, sino que los
extendemos en un campo estructural sin objetos donde la experiencia vivida es original, generando
acontecimientos.
La pérdida de objetos y relaciones nos pone en estado de crisis vital, porque nos conecta con el
origen de la vida humana, es decir con la cultura. Digo crisis porque crea un campo de posibilidades, y vital
porque nos conecta con la génesis del sentimiento de identidad y del pensamiento.
Una crisis vital pone en cuestión toda estructura de relación de objetos, ya sea consciente o
inconsciente, de manera tal que el Yo queda subsumido en la imaginación activa o creativa.
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Nuestro concepto de crisis vital no se agota en lo evolutivo, sino que lo incluye, pero da importancia
a todo proceso de transformación en cualquier momento del ciclo de vida. Transformación que supone
desarrollo de la identidad. Crisis vital es un momento dentro del proceso de la búsqueda de la identidad y
de la creación humana.
En una crisis vital, lo que convoca a la coparticipación siempre es un valor. Cuando hablamos de
identidad, estamos hablando de un sentir profundo sobre quien es uno, dado que existe un desajuste
entre uno y la realidad, entre nuestra imagen y lo que somos. El hombre necesita del sentimiento de
identidad porque es incompleto y está desajustado. La falta con la que nacemos nos hace esencialmente
humanos y moviliza una búsqueda que jamás concluye. Cuando entramos en crisis vital, la identidad
ilusoria del Yo es cuestionada y ocupa su ligar otra identidad que es fruto de la desidentificación ilusoria del
Yo.
Las crisis vitales nos ponen en contacto íntimo con la cultura-natura; vivenciamos un contexto
infinito en el cual participamos desde una imagen pictórica que simboliza el todo, transformando lo vivido
en una imaginación creativa o activa que nos permite tener acceso al conocimiento científico a través de
palabras convencionales que interpretan la experiencia.
Síntesis
Hemos definido crisis vital como un concepto límite entre los objetos y cosas y los valores; entre la
civilización y la cultura. La duda asumida como tal nos sumerge en una crisis vital o campo de
desconocimiento científico, pero de rico potencial de sabiduría cultural.
El modelo de crisis vitales extiende el psicoanálisis desde sus tres pilares teóricos: el inconsciente, el
Edipo y la represión.
Una crisis vital, como proceso, nos integra al contexto cultural vívidamente, cuya estructura
inconsciente nos aporta una energía reprimida que nos transforma desarrollando nuestro potencial
imaginativo para orientar las nuevas ilusiones yoicas.
Toda crisis vital es una oportunidad para esta doble búsqueda. Partiendo de la identidad grupal,
alcanza la identidad del Yo como objeto para terminar el ciclo con la identidad del grupo social donde
están los otros objetos. Cuando esta nueva configuración se estabiliza y pierde vigencia por algún motivo,
se cierra el vínculo y se inicia otra crisis vital.
En plena crisis vital el Yo está subsumido sin función prevalente, permitiendo así des-aferrarse y
poder entrar en la imaginación poética.
La crisis media de la vida se extiende entre los 35 años y los 40-50 años, según la personalidad del
sujeto y su ámbito sociocultural.
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Esta crisis consiste en cambios corporales, sexuales, cambios en la pareja, cambios con los hijos que
pasan a ser adolescentes y autónomos, cambios en las relaciones laborales, en la forma de pensar y creer y
en el ritmo de vida.
El hombre o la mujer no pueden ante estos hechos dejar de pensar que se cerró un ciclo vital. Ante
estos cambios, se movilizan dos mecanismos yoicos: los defensivos y los transformadores. Los mecanismos
defensivos evitan entrar en crisis vital. El adulto se aferra a lo que siente como perdida. Pasa el tiempo
llorando lo perdido, identificándose con ello. Pero cuando lo que se moviliza son mecanismos
transformadores, la identificación proyectiva expansiva va desidentificando al Yo de su tendencia a
aferrarse a lo conocido, melancólica o maníacamente.
El adulto vive una regresión. Como en cualquier crisis vital, pero con el matiz de ser realizada sin
sostén. La mujer o el hombre deben ser contextualizados en una crisis vital que los conecte con la
identidad cultural. Podemos suponer que la vigencia actual de esta crisis está dada por la importancia que
hoy en día tiene este ciclo vital como nuevas propuestas que permitan superar el actual enfrentamiento
generacional que pide cambios al sistema social y ciertas pautas culturales.
Un autor inglés, E. Jaques, puso énfasis en la aceptación de la muerte como forma de transitar por
esta crisis. Desde el modelo de crisis vitales agregaríamos la muerte del objeto de la pulsión que vuelve
entonces a supeditarse al anhelo de ser.
Esta crisis vital provoca una importante transformación, que es la de recuperar nuestra condición
de grupo, de un nosotros comunitario. Cuando se ha salido de la crisis, la mujer o el hombre, tiene nuevas
respuestas para sus pérdidas.
AUTOESTIMA E IDENTIDAD
Luis Hornstein
La autoestima, para algunos, se nutre de factores externos: el éxito laboral, la apariencia física o el
amor de otros significativos. Para otros se nutre de realizaciones sublimadas que están más allá.
La sublimación sólo puede ser definida por los avatares de una historia y por la significación
personal de esta actividad que puede estar en concordancia o discordancia con los valores sociales.
Creatividad y autoestima
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Amor a sí mismo no es soberbia
Ese amor a uno mismo depende de cómo fuimos y somos amados y valorados. La autoconfianza se
alimenta del sentirse capaz de actuar satisfactoriamente en situaciones diversas. A diferencia del amor por
uno mismo y de la imagen de sí, la confianza en sí mismo no es tan difícil de identificar. Es observable cómo
alguien afronta situaciones.
Esa confianza procede de antiguos vínculos. La confianza escasa nos hace sentir tan vulnerables que
para proteger nuestra autoestima se inhibe la acción.
No existe una buena autoestima sin los otros, pero tampoco contra los otros o a costa de los otros.
La autoestima ocupa un lugar esencial en el bienestar subjetivo en sus variados componentes: mantener
relaciones afectivas satisfactorias, lograr autonomía y cumplir metas.
La identidad requiere que el ser pueda acontecer, que las posibilidades se actualicen, que no se sea
todavía lo que un día será. La impostura consiste en considerar la identidad como algo hecho, cuando
todavía está por hacer.
La alteración es poder convertirse en otro sin dejar de ser uno mismo, pese a perder cierto número
de cualidades o adquirir algunas nuevas. La alteración es la forma viva de la identidad.
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El fantasma de la vejez - Salvarezza
Se plantea a la ética como una actitud profesional hacia la vejez y los viejos. Existe una diferencia entre las
distintas vejeces, en el sentido en que hay distintas formas de envejecer entre las personas, según las
clases y los estamentos sociales.
La ética tiene un contenido formativo a través del cual se alientan algunas conductas, se desalientas otras,
se van definiendo los objetivos sociales.
Vemos que por un lado está la ética y por otro lo que pasa en la sociedad real. Podemos advertir la
distancia entre esta gama de condiciones y lo que sufre en la actualidad la vejez: marginación, aislamiento,
soledad, etc.
La marginación hacia el hombre viejo es la misma que se da hacia los borrachos, los presos, etc. Se aparta
de la sociedad a todos los individuos que no están en condiciones de producir, que están alejados de esta
condición, en una sociedad que está basada en la búsqueda de ganancias.
La ancianidad suele promover un mal trato o al menos distrato, trato perturbado, displacer. Cosa curiosa,
ya que esto mismo puede decirse de los locos: el loco promueve mal trato, que a su vez refuerza la locura,
que a su vez refuerza el maltrato camino a la maniocomialización.
La ancianidad habla claro, anticipa con claridad un final no sólo para el anciano, sino para su entorno, para
nosotros.
En la forma de abordar el tema hay muchos perfiles: el de la psicología, el de la sociedad, la economía, etc.,
y podríamos hacerlo desde la filosofía: definir qué relación hay entre la vejez y la muerte. Todos tenemos
un ciclo en el cual nacemos, crecemos, envejecemos y morimos. Esto es algo que les ocurre a todos los
seres vivos, la diferencia está en que el hombre es el único ser que “sabe” que va a morir.
En una sociedad como la actual, el trato que la sociedad reserva para la vejez hace que la persona que se
jubila y sale del proceso de producción sea considerada prácticamente como un muerto, y esta condena
hace que todos los seres humanos que no son viejos muy difícilmente puedan identificarse con un viejo. Al
hombre le resultó siempre muy difícil identificarse con la muerte.
También existe otra diferencia con respecto a una época preindustrial donde existía la familia extendida,
donde había una infinidad de parientes que generaban una relación entre la muerte y la familia, en la que
esta muerte era tomada como un asunto de familia. En la familia nuclear actual esa muerte es totalmente
exterior a sí misma, el viejo es excluido totalmente del seno de la familia.
En una cultura como la actual, de producción de bienes materiales y regulada supuestamente a través de
lo que se vende, el ser anciano implica una progresiva pérdida del reconocimiento y la valoración social por
no ser un buen miembro de la economía de mercado.
La ideología tecnológica endiosa los cambios veloces al servicio de la disminución de los costos, excluyendo
de esta manera al anciano por su relativa lentitud de lo que se considera económicamente productivo.
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El tiempo libre resulta una representación ambigua, que puede producir envidia pero que, en el fondo, no
es claramente algo deseado. Se convierte fácilmente en señal de inutilidad y no de una nueva posibilidad
de enriquecimiento en lo personal, por lo que tampoco tiene importancia social.
Existe una necesidad de pensar los problemas de la ancianidad desde un punto de vista psicoanalítico.
Hay una fuerte tendencia actual a la “alzheimerización” de la ancianidad que ayuda a la desaparición de las
antiguas imágenes sociales de viejos sabios.
Urbano y Yuni
El sujeto adulto realiza un esfuerzo por lograr adhesiones comprometidas respecto de vínculos
afectivos, de trabajo y de asunción y concreción de la orientación sexual decidida.
Elaborar un proyecto compartido en la vida adulta exige establecer una relación de intimidad. El
adulto, ya maduro psicosexualmente busca satisfacer una necesidad psicobiológica de procrear junto con
la persona con la que se ha establecido. Generar una nueva vida es sintetizar en un nuevo ser el producto
del proyecto compartido.
La posibilidad de cuidar y de preocuparse por otros es el resultado del logro de ser capaz de
cuidarse a sí mismo y ocuparse de aquello a lo cual se adhiere afectivamente. Los sujetos adultos se
encuentran dispuestos a transmitir los valores ideales aprehendidos.
el trabajo psicosocial de la adultez consiste en gestar creativamente algún producto que represente
y refleje el trabajo realizado en pos de un proyecto. De ahí, la urgencia por generar “algo” productivo.
La vejez en tanto ciclo evolutivo supone un arduo trabajo psicosocial consistente en permanecer
integrado en un cuerpo que manifiesta el desgaste natural de los años; una psiquis que ha tenido que
afrontar y enfrentar una sucesión de pérdidas y un lugar social que ha variado históricamente
desmintiendo la productividad generativa y restándole poder social en la participación comunitaria.
Durante la vejez el sujeto debe emplear su sabiduría y ponerla al servicio de la integridad yoica. La
sabiduría le permite al sujeto comprender su finitud y otorgarle sentido a la posibilidad de des-integrarse
en la muerte. El Yo existencial trasciende al Yo psicosocial ampliando su autogestión a las producciones
que han sido objeto de sus preocupaciones en el cuidado.
En el ciclo de la vejes el Yo realiza un trabajo para extender su auto comprensión a los modos de
experiencia humana.
El sujeto que atraviesa la vejez sabe de sí mismo y comprende los procesos vitales en la medida en
que ha tenido una acción activa en el procesamiento de los cambios que se han ido introduciendo con el
tiempo. Es la acción de saborear los acontecimientos vividos lo que le permite entender/comprender de
una manera más integrada la vida.
El riesgo del ciclo de la vejes está dado en que el sujeto movido por la creencia de que los años
traen aparejados sabiduría, puede ubicarse en una posición omnipotente en donde su filosofía de vida
derive en una comprensión dogmática de los acontecimientos vitales.
Durante el ciclo de la vejes el sujeto realiza una re-visión evaluativa de los acontecimientos vividos
hasta el presente. Esta re-visión de lo vivido tendrá como objetivo el intentar comprender la propia
experiencia de vida a fin de intentar interpretar el sentido de aquello ganado a partir de lo perdido. La
posibilidad de extraer ganancias de las pérdidas dependerá del bienestar subjetivo que sienta el sujeto.
Integridad y sabiduría se complementan como fuerzas que contribuyen a la expansión del Yo dentro
del proceso del curso vital; y adquieren relevancia en la vejes y la ancianidad.
El sujeto que transita la vejez realiza una re-visión de las experiencias vividas en el pasado
intentando poner en la balanza aquello a lo cual le ha extraído crédito de aquello que le ha dado pérdida.
La sabiduría es la resultante del trabajo continuado y progresivo que realiza el Yo por mantenerse
unido e integrado en las versiones que realiza reflexivamente de sus experiencias vitales durante el
transcurrir en el tiempo. La integridad le permite al Yo permanecer en contacto con el mundo, con las
cosas y los seres. Durante la vejes el trabajo por sostener la integridad del Yo se intensifica.
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Cap. 10: El ciclo de la ancianidad
Erikson plantea que en la vejez avanzada se produce una gran sensación de des-integración; lo cual
amenaza la expansión y el crecimiento logrado por el Yo hasta ese momento.
Durante la vejez avanzada se toma conciencia del debilitamiento producido en el cuerpo, ello
genera en el sujeto cierto extrañamiento y desconfianza de sus capacidades. Esta desconfianza instaura la
duda respecto de la autonomía del cuerpo y de las decisiones para emprender alguna actividad que exija
cierto esfuerzo.
El sujeto anciano siente amenazada la seguridad de autocontrol de su propio cuerpo, lo cual genera
vergüenza.
Enfrentar los cambios de valores, de roles, de posiciones de poder dentro de una estructura familiar
y comunitaria exige al anciano resolver la pregunta existencial de ¿cuál es mi finalidad? De la calidad de
esta respuesta dependerá la posibilidad de que el Yo resignifique su proyecto para sí y re-ubique sus
acciones respecto de los otros.
La posibilidad que tendrá el anciano para afrontar el deterioro de su cuerpo y los déficits crecientes
de ciertas facultades dependerá del trabajo tendiente a desarrollar gerotrascendencia. La
gerotrascendencia es un cambio que realiza el sujeto respecto de la perspectiva del tiempo, la vida, la
muerte y, por ende, constituye la resignificación que realiza el Yo en relación con el ecosistema no sólo
contextual sino universal.
El sujeto gerotrascentente experimenta una intimidad consigo mismo donde se metaboliza la idea
de la muerte como una continuidad del libre fluir del curso de la vida.
Tanto la vejez intermedia como la ancianidad, le exigen al sujeto una re-definición de los auto
conceptos que elabora el Yo de sí mismo; lo cual pone a prueba la identidad temporal.
Todo lo expuesto, pone en evidencia que la síntesis yoica es un trabajo que ocupa al sujeto durante
todo su proceso de desarrollo evolutivo y que no cesa hasta los momentos finales de la vida que
proporcionan las herramientas para el ejercicio de la autonomía y la búsqueda de libertad personal. La
sínstesis yoica es así el producto del proceso de subjetivación iniciado de un modo de funcionamiento
basado en la dependencia primaria de otro, para pasar a una progresiva independencia y lograr una
autonomía.