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Libro de Octavio Fernández Moujan. “Abordaje teórico y clínica del Adolescente”.

Lic. Silvana Soria

Capítulo V
ADOLESCENCIA E IDENTIDAD
Amplitud del concepto de identidad
El concepto de identidad encierra una idea integradora, totalizadora de la persona, que es percibida,
negada o deformada por el Yo. Integradora, porque supone al hombre en permanente relación consigo
mismo y con Las personas y cosas que lo rodean. A esta relación se agrega la necesidad intrínseca que el
hombre tiene de desarrollarse más plenamente a través de sí y de los demás.
Decimos desarrollo “a través de sí” en el sentido de una confrontación permanente que el Yo hace entre
su imagen y conductas y su ideal de vida, y “a través de los demás”, por la necesidad de desarrollo en
confrontación con los ideales de vida que la sociedad (personas, instituciones, ideologías) le propone.
Podemos referirnos a la identidad como el logro de una integración entre el ideal de vida para el Yo y el de
la sociedad en la que el hombre vive.
Es inevitable que al hablar de crisis, cambios o lucha por la identidad, nos refiramos a la percepción que
tiene el Yo de una ruptura no sólo en el tiempo (continuidad), sino también en el propio self (unidad) y en
su propia relación con la familia y la sociedad (mismidad).
El proceso de duelo adolescente pone al Yo en una situación tal, que provoca una de las crisis de la identidad
más intensas que el hombre tiene durante la vida.
La desesperación que provocaría la falta de identidad lleva a los adolescentes a una lucha por la identidad,
fundamental para el futuro de su desarrollo. Se libra en tres campos simultáneos: lucha por construir el
nuevo esquema corporal, lucha por construir su nuevo mundo interno y lucha por construir su nueva
sociedad.
Proponer a un adolescente que luche por su identidad escamoteando cualquiera de estos aspectos que la
integran, es tomar la parte por el todo y destinarlo a la mediocridad.
Si bien una cara del proceso de identidad es la integración con lo nuevo, no menos importante en esta
lucha es la separación de lo viejo. Esta separación comenzó en el nacimiento y termina en la “soledad” (1);
la integración empezó en la lactancia (mejor dicho en la fecundación) y termina en la comunidad.
Soledad y comunidad (individualidad y socialización) son dos metas humanas que ponen en crisis los
sistemas sociales y psicológicos, que proponen un modelo de hombre uniformado por determinados
valores culturales: su modificación rompería la estabilidad personal, familiar y social de la clase que los
sustenta.
No nos ha de extrañar que muchos autores hablen de la lucha por la identidad como de una empresa
temporaria, pues propone a la cultura un nuevo tipo de hombre más libre así como una nueva sociedad
donde se respete dicha identidad.
Antes, el mayor peso de la crisis de la identidad adolescente caía sobre los mismos jóvenes, quienes
soportaban un ajuste moderado a los valores impuestos por la sociedad en la que se establecían.
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Lic. Silvana Soria

Dos hechos, la actual sociedad de cambio y la nueva modalidad de transmisión de la cultura, han permitido
que el peso de la crisis recaiga tanto en los adolescentes como en su familia, en las instituciones, y así por
extensión en la sociedad.
Crisis de identidad
Analizando la crisis de identidad a un nivel más personal, encontramos que el púber y más aún el
adolescente se encuentran, por sus cambios, en un período transitorio de confusión que rompe con la
identidad infantil y enfrenta al Yo con nuevos objetos, impulsos y ansiedades.
La podríamos esquematizar así:
1. El adolescente percibe su cuerpo como extraño, cambiado y con nuevos impulsos y sensaciones.
2. Se percibe a sí mismo como diferente a lo que fue, nota cambiadas sus ideas, metas y pensamientos.
3. Percibe que los demás no lo perciben como antes, y necesita hacer un esfuerzo más activo y diferente -
para obtener respuestas que lo orienten.
Ante esta eventualidad, las funciones yoicas se esmeran especialmente en discriminar, controlar y fluctuar
entre los objetos de identificación. Con ello se proponen tolerar las ansiedades que provocaría el
sentimiento de no identidad, que es uno de los más aniquiladores, sólo comparable a la sensación de
muerte psicológica: “no sentirse uno mismo, ni en relación”.
Las defensas esquizoparanoides (2) son las que tienen preponderancia, en especial la identificación
proyectiva e introyectiva que permiten la confusión necesaria del Yo con los objetos y de los objetos con el
Yo, como para permitir la estructuración de un “campo dinámico” ambiguo, que no exija demasiado
compromiso con la realidad. La seudoidentidad sería una transacción entre la necesidad perentoria que el
Yo tiene de una identidad y los obstáculos internos y externos que la rechazan.
La vulnerabilidad de los adolescentes (que a veces son comunicativos y otras apartados, tanto se tornan
dinámicos como abúlicos, por momentos se vuelven sobrevalorados y en otros se sienten vacíos e
impotentes) dependerá de las fluctuaciones que haga el Yo en sus identificaciones “inauténticas”. Estas
fluctuaciones se dan tanto en el cuerpo como en objetos internos y externos. A nivel del cuerpo
encontramos con frecuencia somatizaciones, sentimientos de extrañeza o plenitud, abulia, somnolencia,
fatigas inmotivadas, etcétera: expresan la utilización del cuerpo en el manejo de los objetos.
Respecto de los objetos internos y el pensamiento, es frecuente que la fluctuación se manifieste entre las
identidades negativas (que veremos luego), seudoidentidades, grandes teorías, erotización, frialdad del
pensamiento, etcétera: modos todos de controlar la ansiedad y discriminar la confusión existente.
Por último, tenemos el manejo en el mundo externo: cambio de objetos de amor, tendencia al
sometimiento o al despotismo, necesidad de pertenecer a grupos nuevos y, si es posible, marginados,
etcétera.
Durante este proceso, dentro del estado confusional normal (sensación de pérdida de continuidad del Yo
y de la unidad del self) se pueden observar verdaderos cuadros de despersonalización y hasta brotes
esquizofrénicos.
Más adelante describiremos los cuadros psicopatológicos y trastornos por la pérdida de la identidad del Yo,
así como la importancia del medio en esta situación (especialmente la familia). No es muy frecuente que
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este proceso desemboque en la despersonalización o bloqueo del adolescente, y esto es posible


fundamentalmente por la enorme flexibilidad que tiene en esta edad, opuesta, por cierto, a la rigidez de la
latencia. Dicha movilidad permite enfrentar la confusión amenazadora con aspectos disociados del Yo,
como si no perteneciera al mismo self. Para Meltzer, esta experiencia de la identidad es típica de la
adolescencia, señalando el período de inautenticidad necesario para enfrentar la confusión, la pérdida v la
persecución. Dice M. Baranger que “el Yo se defiende del Superyó (en la mala fe) por medio de identidades
múltiples”. Es fundamentalmente un Yo embebido de omnipotencia, sin la cual sucumbiría ante la
movilización de las identificaciones tempranas.
Bleger adopta otro enfoque: el adolescente se defendería de la movilización del núcleo aglutinado (estado
de indiferenciación) que amenaza con irrumpir en el Yo y desintegrarlo. Para controlarlo recurre a la
simbiosis, el bloqueo, las somatizaciones o la proyección masiva.
La ambigüedad tan típica de la adolescencia, sería la expresión caracterológica (transitoria en esta edad)
de este núcleo aglutinado. Sería “un tipo peculiar de identidad u organización del Yo que se caracteriza por
coexistir y alternarse, sin que para el sujeto implique confusión o contradicción”. Esto es así, dado que el
núcleo de cada parte del Yo (“Yo granular”) se caracteriza por la falta de discriminación (“organización
sincrética”).
Cabría preguntarse si este estado de ambigüedad pasajero de la adolescencia, es expresión del núcleo
aglutinado previo a la posición esquizoparanoide, o es una posición ambigua y/o transitoria entre la
posición esquizoparanoide y la depresiva (como creo que lo plantea Meltzer).
Lo importante de todos modos es lo feliz del término y su descripción (según Bleger) en la clínica, pues
justamente la ambigüedad es lo típico de todo período de cambio crítico que actuaría, como veremos, a la
manera de un “fenómeno transicional”.
Vicisitudes de la identidad
La confianza (Erikson) da al Yo la capacidad de integrar el mundo interno configurado por las fantasías, que
siempre están en evolución. Por otra parte, la confianza depende de las tempranas experiencias en las que
las proyecciones de objetos, sentimientos y partes del Yo se modifican satisfactoriamente, permitiendo
reintroyecciones que, a su vez, modifican el mundo interno. El Yo aprende que las crisis son reversibles y
las pérdidas temporarias, lo que aumenta la confiabilidad en el tiempo y la interacción, elemento tan
necesario en la adolescencia, pues ayuda a esperar, prever y discriminar.
Cuando la confianza se basa en idealizaciones internas y excesivos cuidados externos, hace posible la
negación de los aspectos persecutorios, impidiendo la buena discriminación entre lo bueno y lo malo y
llevando a la confusión entre los objetos y los límites del Yo.
Cuando el niño encuentra en su familia imágenes adecuadas y positivas para las identificaciones,
disminuyen las características conflictivas que siempre tienen los momentos críticos de autodefinición.
Cada elección, durante el desarrollo, reactualiza el estado de integración del Yo, cuyo grado de división y
conflicto depende de las identificaciones, las cuales a su vez están condicionadas por las imágenes
familiares introyectadas. Si el chico introyectó imágenes familiares muy conflictivas y negativas
(destructivas, perversas), en los momentos de autodefinición necesita negar grandes sectores del Yo, por
lo persecutorio de las identificaciones ligadas al mismo, lo cual lo empobrece porque lo priva de
identificaciones asimiladas, que son la base de la identidad.
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¿Qué sucede en estos casos desafortunados durante la adolescencia? Hay una incapacidad de elaborar el
duelo a causa de las partes del Yo identificadas proyectivamente en estos objetos persecutorios internos
porque el Yo, al pretender desligarse, se siente expuesto a un caos interno imposible de tolerar.
Esto no ocurriría si las identificaciones negativas (persecutorias) estuvieran al mismo tiempo compensadas
por identificaciones positivas (constructivas), asimiladas al Yo, dándole una suficiente confianza que le
permita soportar el sentimiento de incompletud y de no identidad, propios de la crisis adolescente. En
otras palabras, esto es lo que da la capacidad de esperar y pensar sin desorientación. La no compensación
lleva a la descarga, base psicogenética de los trastornos del pensamiento, que ha perdido entonces su
función elaborativa a expensas de la función evacuativa.
El mundo interno con que se encuentra el adolescente durante el proceso de duelo es persecutorio, por lo
cual le es imprescindible disociar y proyectar lo doloroso. Esta “sangría yoica” se compensa con una
“transfusión al Yo” que, hambriento de identidad, acepta identificaciones introyectivas ideales, no
asimiladas, que le brindan al menos una fachada (un “como si”).
Así se forman las seudoidentidades. Claro que dentro de esta línea existen muchos grados, que van desde
las seudoidentidades normales (imitaciones, extremismos, etcétera) hasta las neuróticas y aun las
patológicas, que logran estructurar fachadas caracteropáticas.
Cuando el monto de persecución es muy grande a causa del exceso de identificaciones negativas
(persecutorias), el Yo renuncia a su identidad (a lo asimilado) in toto y se identifica proyectivamente e
intrapsíquicamente con los objetos más indeseables y rechazados, idealizados ahora en la búsqueda de una
certeza absoluta, única capaz de calmarlo. Estas identidades negativas tienen el carácter de perversas y
reales, es decir, no son una fachada hecha por identificación con objetos externos idealizados, sino que las
propias identificaciones persecutorias negadas se idealizan e inundan el Yo.
Erikson afirma en este sentido que “es más fácil obtener un sentido de identidad en una total identificación
con lo que menos se espera que uno sea, que luchar por un sentimiento de realidad en papeles aceptables,
que son inalcanzables con los medios internos del paciente".
En casos de delincuencia y desadaptación juveniles, por ejemplo, vemos estos mecanismos de
identificación con lo más persecutorio y negado del grupo familiar, sea porque siempre fue drásticamente
rechazado a nivel consciente (represión excesiva) o porque estos objetos indeseables fueron transmitidos
dramáticamente en la experiencia directa, aunque negados a nivel verbal.
Tanto las seudoidentidades como las identidades negativas, pueden tener características transitorias, ser
máscaras que permitan a través de la pandilla o de la interacción en general, ir asimilando al Yo tanto lo
ajeno a sí mismo pero adaptado (seudoidentidades) , como lo propio pero desadaptado (identidades
negativas) . Esta asimilación dependerá de la confianza básica que permite un mayor grado de autenticidad
para consigo mismo y con los demás. En el fondo las seudoidentidades están cargadas de identificaciones
Proyectivas, así como las identidades negativas están cargadas de identificaciones introyectivas. Esto va
configurando identificaciones nuevas para una adecuada identidad naciente, en la que intervengan tanto
los aspectos infantiles reprimidos (identidad negativa) como los adultos no asimilados (seudoidentidad)
unidos a los aspectos del Yo ya asimilados. Las seudoidentidades y las identidades negativas son
transacciones e implican disociación, represión y alienación del Yo. Una identidad propia, en cambio, sería
una verdadera adecuación que implica integración, elaboración y sublimación.
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Concepto de identidad
Vamos a agrupar los elementos que componen la identidad en torno a tres sentimientos básicos: unidad,
Mismidad y continuidad. Estos sentimientos corresponden a tres aspectos inseparables que conforman la
identidad, sólo los separamos los fines de esclarecimiento.
Cada uno de estos aspectos se manifiestan en todas las áreas de experiencia: mente, cuerpo y mundo
externo.
La unidad de la identidad está basada en la necesidad del Yo de integrarse y diferenciarse en el espacio,
como una unidad que interactúa. Correspondería al cuerpo, al esquema corporal y a la recepción y
transmisión de estímulos con cierta organización.
Ante la crisis de identidad se rompe esta unidad por el cambio físico, el cambio en las sensaciones e
impulsos que se expresan con un cierto desorden (polimorfismo) y el cambio de la imagen interna del
propio cuerpo.
Teniendo en cuenta que en un comienzo el Yo es básicamente corporal, podríamos decir que la identidad
se construye sobre este aspecto y el Yo necesita de este sentimiento.
En lo que concierne a la continuidad de la identidad, podríamos decir que surge de la necesidad del Yo de
integrarse en el tiempo; “ser uno mismo a través del tiempo”. Con la adolescencia se produce una ruptura
en la continuidad, no sólo un desarrollo más acelerado. Esto es así por la emergencia de una nueva forma
de pensar, en la que lo posible incluye lo real permitiendo una proyección hacia lo desconocido y distante.
El poder pensar a partir de ideas y no sólo sobre objetos concretos, permite el transporte en el tiempo y
en el espacio.
Por último, tenemos la mismidad en la identidad, a mi juicio el aspecto más descuidado de los tres. Si bien
es un sentimiento que parte de la necesidad de reconocerse a uno mismo en el tiempo (área mente) y en
el espacio (área cuerpo), se extiende a otra necesidad; la de ser reconocido por los demás.
El problema radica en que el reconocimiento que se hace de alguien parte de los valores familiares, sociales
y culturales propios del momento, valores que, por otra parte, permiten mantener cierto equilibrio familiar,
institucional o social (lo cual significa que tienden a ser estables y rígidos). Por ello decimos que la lucha
por la nueva identidad se extiende a la lucha por una nueva familia, nuevas instituciones y nueva sociedad.
El motivo es claro; si necesitamos del reconocimiento externo (mismidad) para tener identidad y este
reconocimiento no tiene en cuenta los otros aspectos de la identidad personal (unidad y continuidad), se
provoca un conflicto en que se tendería a incluir lo personal como factor pasivo. Hay algo peor aún: el
rechazo de la mismidad ataca el otro reconocimiento que el adolescente tiene, el generacional y el de las
nuevas ideologías que surgen de la cultura.
Una educación impersonal, estandarizada y autoritaria crea sentimientos de inferioridad que en la
adolescencia aparecen como causales de inhihiciones y sendoidentidades por autodesprecio y
sobrevaloración de lo extraño (con lo cual se identifica).
Otra particularidad es que el sentimiento de identidad adquiere importancia (necesidad) recién en la
preadolescencia, cuando se da el fenómeno de identificación proyectiva, no para negarse sino para "verse”,
reconocerse en el amigo. Surge a esta edad, por primera vez en la vida, la necesidad de las amistades
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únicas, que se dan con otra persona del mismo sexo, en la que se busca satisfacer una mismidad de
intimidad (poder verse a través del amigo o la amiga).
Llegada la adolescencia la mismidad infantil se rompe, dado que la definición por medio del otro surge de
1a necesidad de intimidad, de la necesidad de separarse de lo familiar, donde el proceso de mismidad es
un fenómeno pasivo.
En síntesis, habría tres configuraciones de la identidad del Yo. Primero, una configuración interna, formada
por las identificaciones infantiles (identidad infantil) que dan continuidad a las nuevas, adultas; este
“encuentro” sufre las vicisitudes de todo duelo y se expresa mediante sentimientos de unidad, mismidad y
continuidad que, unidos, dan un nuevo sentimiento en el tiempo, en el espacio y durante las crisis, el de
identidad del Yo psicológico.
En segundo lugar, la forma de reconciliación entre el concepto de sí y el reconocimiento que la comunidad
hace de él, configuración que también se expresa a través de sentimientos de unidad, mismidad v
continuidad, crean juntos el nuevo sentimiento: el de identidad del Yo social.
La tercera configuración, la da la nueva gestalt que se forma en el tiempo, el espacio y durante la crisis, de
los sucesivos esquemas corporales y las vicisitudes de la libido a través del desarrollo físico. Se expresa con
los mismos sentimientos que unidos forman: la identidad del Yo corporal.
El Yo psicológico, el Yo social y el Yo corporal configuran, a su vez, la identidad del Yo adolescente, que
necesita, por la fase de la vida que atraviesa, formarse sin más retardos y poder expandirse como persona
capaz de intimidades ya no grupales sino personales, en la pareja, en la tarea social y en su soledad.
Esta integración se va dando en el curso de toda la adolescencia, teniendo para cada período disociaciones
básicas, discriminadoras, que permiten la unión paulatina mediante la experiencia.
Las tres disociaciones básicas instrumentales son: a) disociación mente-cuerpo, b) disociación
pensamiento-acción y c) disociación individuo-sociedad.
Durante el período puberal se subraya la disociación mente- cuerpo para controlar los peligros típicos:
erotización del pensamiento y confusión de la identidad sexual. El cambio real fundamentalmente recae
sobre el Yo personal, que vive al cuerpo como extraño y peligroso.
La búsqueda de la identidad, en sus tres aspectos, estimula determinadas conductas que tienen sentido de
lucha. La lucha por la unidad perdida se puede detectar, por ejemplo, en algunas conductas regresivas:
regímenes de comida, voracidad, inapetencia, etcétera (orales), suciedad, constipación, colecciones,
etcétera (anales) v masturbación (fálicas). Los deportes dan una destreza que fortalece la necesidad de
unidad: la manía del espejo, que a veces irrita a los padres, está también en esa línea.
Respecto de la necesidad de fortalecer la continuidad de la identidad, observamos también en este período
conductas regresivas, reflejadas fundamentalmente en los sueños diurnos y los juegos de palabras. Con los
sueños diurnos pueden crear los púberes un mundo, una familia, una epopeya, donde los acontecimientos
infantiles se relatan en situaciones nuevas, a veces opuestas, pero siempre manteniendo una continuidad
con lo infantil.
La palabra-acción propia de los púberes se debe a la tendencia concreta que tiene el pensamiento infantil;
jugar con palabras sería como jugar con cosas, lo cual le permite mantener la continuidad antes de pasar a
jugar con ideas.
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La mismidad del púber está cargada de vergüenza por las fantasías polimorfo-perversas, y teme ser
reconocido como tal. Por eso el reconocimiento a través de los demás se circunscribe a la pandilla, dentro
de la cual tiende a indiferenciarse.
Como su tendencia a la pasividad en la mismidad es todavía muy intensa (sometimiento), se rebela contra
ella o contra quienes la fomentan.
Los deportes le dan la posibilidad de ser reconocido en un nivel social.
En la mediana adolescencia (15 años) las crisis de la identidad recaen más sobre el Yo psicológico. La
disociación pensamiento-acción es verdaderamente instrumental, pues discrimina entre un pensamiento
que busca orientarse hacia un futuro desconocido y una acción que necesita concretar las necesidades más
perentorias ligadas a la identidad sexual y la independencia familiar.
Un ejemplo de conductas que afianzan la ya adquirida unidad de identidad sería el uso de vestidos
extravagantes y ambiguos "unisex”, así como las parejas narcisísticas. Ambos tienen una doble utilidad:
pueden actuar de manera discriminada con respecto al otro sexo, y simultáneamente logran en el vestido
y la pareja controlar aspectos del otro sexo.
La continuidad se logra por medio del pensamiento reflexivo que permite un cierto dominio y conocimiento
de las ideologías imperantes en la cultura. Teoriza y especula de tal manera que la nueva realidad de las
ideas se maneja como antes se hizo con los juguetes. Pero, sobre todo, el mundo de las ideas no sumerge
al adolescente sólo en el futuro, sino también en el pasado. El sentimiento de continuidad queda
preservado.
Por último, la mismidad tiende a buscar reconocerse al ser reconocido primero entre pares (deporte,
pareja, amigo íntimo del otro sexo, actividades grupales) y luego ante los adultos, mediante las formas del
vestir, pensar y vivir propias de la generación o grupos de pertenencia. La mismidad, entonces, además de
darse individualmente, se debe dar también grupalmente: en el grupo se adquiere identidad
reconociéndose y siendo reconocido. Esto es típico de la edad. La identidad grupal, que adquiere mucha
importancia, resuelve también el problema de la disociación pensamiento-acción; la acción social se realiza
por un pensamiento grupal, manteniendo la disociación individual hasta su paulatina integración: más aun,
el grupo ayuda a esta integración.
Durante la última etapa de la adolescencia la crisis de la -identidad recae sobre el Yo social (disociación
individuo-sociedad) apoyándose en las identidades adquiridas (Yo corporal y psicológico). La unidad y
continuidad básicamente adquiridas permiten instrumentar la disociación individuo-sociedad con la
finalidad de dar el toque final a la mismidad de identidad, que es la tarea básica de esta edad.
Se podría decir que a los 18 años se ha adquirido la individualidad, pero falta desarrollarse aún la
integración con la sociedad.
Podemos observar conductas que reflejan la crisis fundamental de este período, por ejemplo, en la
permanente necesidad de autovalerse por medio del trabajo o estudio por un lado y de la pareja por otro.
Es frecuente escuchar que recién en esta edad pueden decir que estudian por ellos mismos, o sea que
buscan el reconocimiento de manera activa y no como quien busca la coincidencia con las expectativas que
de él se tienen. Por eso la desorientación afectiva y laboral es un punto urgente de resolver en este
momento.
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La actividad social y política tiene ahora una fuerza personal, no sólo grupal como en el período anterior.
La necesidad de reconocimiento por el otro fuerza a modificar los valores, y así la mismidad de identidad
se basa en una verdadera interacción creadora.
Es posible que la tendencia a prolongar al máximo la entrada de los adolescentes en la sociedad, se deba a
un intento de que la identidad no sea el resultado de una crisis de la que surge algo “nuevo” sino que,
calmada la crisis, sea resultado de las presiones surgidas del ambiente. El sistema sólo permitiría ser
individuo, pero no tener una identidad que ponga en tela de juicio los valores imperantes.
El surgimiento de la nueva identidad termina con las disociaciones instrumentales e integra al Yo del ex
adolescente en una unidad espacial consigo mismo en el tiempo, y con la sociedad en que actúa.

Notas: Escrito en marzo de 1972,


1. Término que podría equipararse a "libertad”,
2. Disociación, proyección, introyección, idealización, omnipotencia y negación,

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