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Hacía un sol reconfortante.

Mientras andábamos por la arena, podía apenas reparar en los casi infinitos rostros que se
esparcían a lo largo de lo que parecía un desierto interminable, a lo lejos podía ver el duro
resplandor del sol que daba contra el agua.

Nos detuvimos en cualquier lugar, mi padre miró alrededor mientras yo le esperaba sentado
en silencio en el asiento del copiloto.

Su rostro era una mezcla extraña entre tranquilo y preocupado, y yo, que intentaba no
mirarle a los ojos, buscaba los rostros de las personas en la arena, pero al ver, me di cuenta
de que lo que había visto como personas, eran tiendas de campaña, bolsas de dormir,
sombrillas, bolsos, una infinidad de indumentaria dispuesta casi al azar a lo largo de todo el
mar de arena que precedía al océano.
No había rostros, no había personas a la vista.

Mi padre notó este hecho al mismo tiempo que yo, y como por una sincronía inexplicable,
ambos tuvimos una inminente sensación de premura, había un lugar donde debíamos estar.

El hombre, delgado y con su mirada fija, aceleró la marcha, andábamos en una camioneta,
era de un color grisáceo, era grande, pero el espacio apenas lo ocupaban sus dos
pasajeros, poco a poco siguió aumentando la velocidad.

-Ten cuidado, puede haber alguien en las tiendas.

-¿Y qué puedo hacer yo al respecto? tenemos que llegar, tenemos que llegar.

Sus palabras sonaban a sentencias, a lo que debía ser, a lo que tenía que ser, mi corazón
se aceleraba conforme avanzábamos, la arena era irregular, y la camioneta, pese a estar
más o menos hecha para cualquier terreno, estaba agitándose y estremeciéndose con los
lomos de la arena. Nuestra marcha era inevitable, los ojos del viejo al volante parecían
perdidos en la distancia, y giraba el volante casi sin intención alguna, la camioneta
atravesaba, chocaba y destruía tiendas, maletines, sombrillas, y aplastaba bolsas de dormir
y mantas en el suelo, cubriéndolas de arena.

-Papá, cuidado, por favor, cuidado.

-Pero tenemos que llegar...

Y entonces sentí un impacto diferente.

Fue un golpe algo seco, pude escuchar un grito ahogado, un crujir horrible, la camioneta se
elevó ligeramente, y por detrás vi salir disparada una bolsa de dormir, mi padre detuvo la
marcha brevemente, lo que estaba dentro de la bolsa se estaba retorciendo, gritando,
suplicando.
Yo hice silencio, mi menté fue intervenida por dos pensamientos fugaces, lo primero fue
pensar que mi gran miedo se había cumplido, habíamos matado a alguna persona, o la
habíamos herido gravemente, y lo segundo, era que la sensación que tenía en mi
estómago, en mi cuerpo, en mi corazón, no era aquella que alguna vez relacioné con matar,
destruir, acabar con una vida, si no que en su lugar era una sórdida calma, una inexplicable
abnegación ante lo que había sucedido, y mi mente luego se inundó de una frase.

-Tenemos que llegar... - Dije en voz alta, y mi padre asintió.

Aceleró con fuerza, pasando por encima de otros sacos de dormir, ahora todos se retorcían,
y casi inmediatamente los gritos empezaron a sacar a las personas de su trance, de su
escondite, de su siesta.

Rostros extraños empezaron a asomarse de todas partes, fue como si ahora, todas las
personas que siempre estuvieron a nuestro alrededor, se manifestasen frente a nosotros,
como si todo este tiempo habíamos ignorado su humanidad, y habíamos pretendido estar
solos en este lugar, en este mundo.

La gente, confundida y enojada, parecía haber entendido de inmediato lo que había


sucedido, y sus rostros se llenaron de ira y venganza, y sus ojos apuntaban a los nuestros
en una acusación tácita, y siguiendo su mirada, sus cuerpos empezaron a abalanzarse
sobre nosotros.

Mi padre no detuvo su marcha, el tamaño de la camioneta era considerable, y el mar de


personas difícilmente podía tomarse como un obstáculo, no estaban lo suficientemente
amontonados…

Algunos de ellos dudaban al ver la ciega determinación de mi padre de llegar a algún sitio, a
algún lugar. Yo observaba, los miraba a los ojos mientras sus cuerpos chocaban contra
nuestro parabrisas, me preocupaba verles, trataba de recordar sus facciones, sus
expresiones, pero tan pronto se perdían de mi vista los olvidaba, su existencia me era
absolutamente irrelevante, y sus heridas, o su muerte, también lo era.

¿A dónde debíamos llegar?

Me asaltó esa duda cuando, durante un tramo largo, dejamos atrás al lugar con más
concentración de gente, pudimos acelerar aún mas, y alcanzamos una velocidad que hizo
que se me apretara el estómago, mi corazón embestía contra mi pecho como nunca antes.

Una duna irregular de la arena fue nuestro último obstáculo, la camioneta salió disparaba
hacia arriba de esta rampa natural, y en el aire perdió su balance y dio unos cuantos giros,
el tiempo pasaba lentamente, y al ver hacia abajo, la inmensidad de océano ahora cubría el
suelo. Estábamos sobre el mar.

El mar estaba lleno de cuerpos que flotaban, ninguno tenía el rostro a la vista, todos
estaban boca abajo.
Chocamos contra el océano, pero el agua no nos frenó de ninguna forma, nos hundimos a
una velocidad que pudo haber sido como si no hubiese agua, y mientras dejábamos atrás el
brillante resplandor del sol, pude ver que abajo nos esperaba una inmensa roca.

No sentí dolor alguno. Solo sentí el impacto, la fuerza repentina actuando contra mi cuerpo.

Vi a mi lado, mi padre estaba viendo hacia arriba, el agua se teñía de rojo, pero no pude ver
ninguna herida, de su boca salieron burbujas…

"Tenemos que llegar…" No pude escucharlo, pero tengo certeza de que eso fue lo que dijo.

Mis ojos se desenfocaron, miré hacia arriba, hacia donde él miraba, el brillo del sol apenas
se distinguía aquí debajo, la oscuridad continuaba consumiéndonos mientras nos
hundíamos luego del impacto, yo entendí lo que estaba sucediendo, este era el final.

Un ruido blanco, similar al de los televisores sin señal, empezó a reemplazar todo sonido,
las cosas a mi alrededor, los asientos, el volante, el parabrisas, la oscuridad misma, todo
empezó a emitir una vibración cada vez más poderosa, cada vez más fuerte, un ruido
abrumador que no representaba ninguna clase de dolor, ninguna clase de molestia, era solo
un ruido blanco que empezaba a reemplazar todas las cosas que alguna vez fueron, y que
en este momento eran.

La forma en la que todas las cosas vibraban empezó a deshacerlas, era como si la propia
realidad se deshilachara frente a mi, quizá el ruido era el sonido del mundo destruyéndose,
y todo, poco a poco, lentamente pero de una forma inevitable, empezaba a colapsar en un
punto negro, en medio de mi visión.

Todo se cerraba y se cerraba, y cuando todo colapsó en un solo punto, todo fue
reemplazado por un blanco absoluto, y el ruido blanco fue reemplazado por un pitido suave
y agudo que me indicó que estaba ahora en otro sitio.

"Este es el final"

Ya había vivido esta sensación antes, reconocía todo esto que estaba sucediendo.

El blanco que constituía el mundo fue reemplazado por el blanco de mi techo.

Había abierto los ojos.

Había despertado.

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