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Fragmentos de El libro del
desasosiego
Fernando Pessoa
[Olas de la playa:]
He vivido, durante unas horas incógnitas, momentos sucesivos sin
relación, en el paseo en que he ido, de noche, a la orilla solitaria del mar.
Todos los pensamientos, que han hecho vivir a hombres, todas las
emociones, que los hombres han dejado de vivir, han pasado por mi
mente, como un resumen de la historia, en esta meditación mía andada
a la orilla del mar. He sufrido en mí, conmigo, las aspiraciones de todas
las eras, y conmigo se han paseado, a la orilla oída del mar, los
desasosiegos de todos los tiempos. Lo que los hombres quisieron y no
hicieron, lo que mataron al hacerlo, lo que las almas fueron y nadie dijo:
de todo esto se ha formado el alma sensible con que he paseado de
noche a la orilla del mar. Y lo que los amantes extrañaron en el otro
amante, lo que la mujer ocultó siempre al marido de quien es, lo que la
madre piensa del hijo que no ha tenido, lo que tuvo forma solamente en
una sonrisa o en una oportunidad, en un tiempo que no fue éste o en
una emoción que falta ?todo esto, en mi paseo a la orilla del mar, ha ido
conmigo y ha vuelto conmigo, y las olas retorcían magnamente el
acompañamiento que me hacía dormirlo.
Y el mar en todo:
Somos quien no somos, y la vida es veloz y triste. El ruido de las olas
por la noche es un ruido de la noche; ¡y cuántos lo han oído en su propia
alma, como la esperanza constante que se deshace en la oscuridad
como un ruido sordo de espuma profunda! ¡Qué lágrimas lloraron los
que obtuvieron, qué lágrimas perdieron los que consiguieron! Y todo
esto, durante el paseo a la orilla del mar, se me tornó el secreto de la
noche y la confidencia del abismo. ¡Cuántos somos! ¡Cuántos nos
engañamos! ¡Qué mares suenan en nosotros, en la noche de ser
nosotros, por las playas que nos sentimos en los encharcamientos de la
emoción! Lo que se ha perdido, lo que se debería haber perdido, lo que
se ha conseguido y ha satisfecho por error, lo que amamos y perdimos y,
después de perderlo, vimos, amándolo por haberlo tenido, que no lo
habíamos amado; lo que creíamos que pensábamos cuando sentíamos;
lo que era un recuerdo y creíamos que era una emoción; y el mar en
todo, llegando allá, rumoroso y fresco, del gran fondo de toda la noche,
a agitarse fino en la playa, en el decurso nocturno de mi paseo a la orilla
del mar... ¿Quién sabe siquiera lo que piensa, o lo que desea? ¿Quién
sabe lo que es para sí mismo? ¡Cuántas cosas sugiere la música y nos
sabe bien que no puedan ser! ¡Cuántas recuerda la noche y lloramos, y
no han sido nunca! Como una voz suelta de la paz tumbada a lo largo, el
enrollamiento de la ola estalla y se enfría y hay un salivar audible por la
playa invisible. ¡Cuánto me muero si siento por todo! ¡Cuánto siento si
así vagabundeo, incorpóreo y humano, con el corazón parado como una
playa, y todo el mar de todo, en la noche que vivimos, batiendo alto,
zumbón, y se enfría, en mi eterno paseo a la orilla del mar! (Libro del
desasosiego. Fragmento 250, La muerte del príncipe, publicado en el
número 27 de presença1930)
¡Altos montes de la ciudad! Grandes arquitecturas que las cuestas
escarpadas sostienen y engrandecen, resbalamientos de edificios
diferentemente amontonados, que la luz teje de sombras y quemazones,
sois hoy, sois yo, porque os veo sois lo que [...] y os amo desde la
amurada como un navío que pasa junto a otro navío y tiene añoranzas
desconocidas en el paisaje. [96]
Disfruté anticipadamente el placer de ir, una hora para allá, una hora
para acá, viendo los aspectos siempre diferentes del gran río y de su
desembocadura atlántica. En verdad, al ir, me perdí en meditaciones
abstractas, viendo sin ver los paisajes acuáticos que me alegraba ir a
ver, y al volver me he perdido en la fijación de estas sensaciones. No
sería capaz de describir el más pequeño pormenor del viaje, el más
pequeño trecho de visible. He ganado estas páginas por olvido y
contradicción. No sé si eso es mejor o peor que!o contrario, que
tampoco sé lo que es. El tren afloja, es el Caes do Sodré. He llegado a
Lisboa, pero no a una conclusión. [107]
Y, al mismo tiempo, mi pensamiento sigue, con igual atención, la ruta de
un navío inexistente por paisajes de un Oriente que no existe. Las dos
cosas son igualmente nítidas, igualmente visibles para mí: la hoja en
que escribo con cuidado, en las líneas pautadas, los versos de la
epopeya comercial de Vasques y Cía., y el convés donde veo con
cuidado, un poco al lado de la pauta alquitranada de los intersticios de
las tablas, las tumbonas alineadas, y las piernas salidas de los que
descansan del viaje. [...] Interviene el saliente de la sala de fumar; por
eso, sólo se ven las piernas. Adelanto la pluma hacia el tintero y de la
puerta de la sala de fumar ?[...] incluso al pie de donde siento que
estoy? sale la figura de un desconocido. Me da la espalda y avanza
hacia los otros. Su manera de andar es lenta y el trasero no dice mucho
[...] Empiezo otro asiento. Trato de ver por qué me había equivocado. Es
en el debe y no en el haber la cuenta de Marques (Le veo gordo,
amable, chistoso y, en un momento, el barco desaparece). [111]
Antes que cese el estío y llegue el otoño, en el cálido intervalo en que el
aire pesa y los colores se ablandan, las tardes suelen llevar un traje
sensible de gloria falsa. Son comparables a esos artificios de la
imaginación en que las añoranzas lo son de nada, y se prolongan
indefinidas como estelas de navíos que forman la misma serpiente
sucesiva. [290]
Oda Marítima:
Solitario, en el muelle desierto, en esta mañana de Verano,
miro hacia el lado de la barra, miro al Indefinido,
miro y me contenta ver,
pequeño, negro y preciso, un paquebote entrando.
Viene aún muy lejos, nítido, clásico a su manera.
Deja en el aire distante tras de sí la orla vana de su humo.
Viene entrando, y la mañana entra con él, y en el río,
aquí, acullá, despierta la vida marítima,
yérguense velas, avanzan remolcadores,
surgen barcos pequeños por detrás de los navíos que están en el
puerto.
Hay una vaga brisa.
Pero mi alma está con lo que veo menos.
Con el paquebote que entra,
porque él está con la Distancia, con la Mañana,
con el sentido marítimo de esta Hora,
con la dulzura dolorosa que sube en mí como una náusea,
como un comienzo de mareo aunque del espíritu.
Miro de lejos el paquebote, con una gran independencia de alma,
y en mi interior un volante inicia lentamente sus giros.
(Alvaro de Campos)
(*) Alvaro de Campos es un heterónimo de Pessoa.
Oda Marítima fue impresa en el número 2 de la revista Orpheu (Lisboa,
julio 1915). El Alvaro de Campos de esta época es "sensacionista",
poética que recoge y reproduce las sensaciones físicas filtradas por lo
psíquico, en versos arolladores de expresividad y fuerza, en los que hay
mucho de modernismo. Con el tiempo, Campos pasará a formas más
íntimas y emotivas. (Miguel Angel Viqueira). Recibió la influencia de
Cesário Verde (1855-1886), uno de los precursores de la poesía
portuguesa contemporánea muy admirado por Pessoa.
De Alvaro de Campos:
Otra vez vuelvo a verte
sombra que pasa a través de sombras y brilla
un momento una luz fúnebre desconocida
y entra en la noche como la estela del barco que se pierde
en el agua que dejamos de oír...
(Alvaro de Campos, Passagem das horas)
Recorre el muelle un bullicio de llegada próxima,
empiezan a llegar los primitivos de la espera,
ya se agranda y se ve claro a lo lejos el paquebote de Africa.
Absorto e incierto
y sin conocer,
floto en el mar muerto
de mi propio ser
Me siento pesar
porque agua me siento...
Te veo oscilar,
vida-descontento...
De velas privado...
La quilla virada...
El cielo estrellado
frío como espada.