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Fragmentos de El libro del
desasosiego
Fernando Pessoa

El libro del desasosiego (fragmento)


" Pedí tan poco a la vida y ese mismo poco la vida me lo negó. un haz
de parte del sol, un campo próximo, un poco de sosiego con un poco de
pan, no pesarme mucho el saber que existo, y no exigir nada de los
otros ni ellos nada de mí. esto mismo me fue negado, como quien niega
la limosna no por falta de buena alma, sino por tener que desabrocharse
la chaqueta. Escribo, triste, en mi cuarto tranquilo, solo como siempre yo
he estado, solo como siempre estaré. y pienso si mi voz, aparentemente
tan poca cosa, no encarna la sustancia de millares de voces, el hambre
de decirse de millares de vidas, la paciencia de millones de almas
sometidas como la mía al destino cotidiano, al sueño inútil, a la
esperanza sin vestigios. en estos momentos mi corazón late más alto
por mi conciencia de él. vivo más porque vivo mayor. Siento en mi
persona una fuerza religiosa, una especie de oración, un símil de
clamor. pero mi reacción contra mi desciende desde mi inteligencia... me
veo en el cuarto piso de la rua dos douradores, me ayudo con sueño;
miro, sobre el papel medio escrito, la vida sana sin belleza y el cigarro
barato que apurándolo extiendo sobre el secante viejo. ¡yo, aquí, en este
cuarto piso, interpelando a la vida!, ¡diciendo lo que las almas sienten!,
¡haciendo prosa como los genios y los célebres! ¡yo, aquí, así...!
(...)
El mundo es de quien no siente. La condición esencial para ser un
hombre práctico es la ausencia de sensibilidad. La cualidad principal en
la práctica de la vida es aquella cualidad que conduce a la acción, esto
es, la voluntad. Ahora bien, hay dos cosas que estorban a la acción –la
sensibilidad y el pensamiento analítico, que no es, a fin de cuentas, otra
cosa que el pensamiento con sensibilidad. Toda acción es, por
naturaleza, la proyección de la personalidad sobre el mundo exterior, y
como el mundo exterior está en buena y en su principal parte compuesto
por seres humanos, se deduce que esa proyección de la personalidad
consiste esencialmente en atravesarnos en el camino ajeno, en estorbar,
herir o destrozar a los demás, según nuestra manera de actuar. Para
actuar es necesario, por tanto, que no nos figuremos con facilidad las
personalidades ajenas, sus penas y alegrías. Quien simpatiza, se
detiene. El hombre de acción considera el mundo exterior como
compuesto exclusivamente de materia inerte –inerte en sí misma, como
una piedra sobre la que se pasa o a la que se aparta del camino; o
inerte como un ser humano que, por no poder oponerle resistencia, tanto
da que sea hombre o piedra, pues, como a la piedra, o se le apartó o se
le pasó por encima. El máximo ejemplo de hombre práctico, por reunir la
extrema concentración de la acción junto con su importancia extrema, es
la del estratega. Toda la vida es guerra, y la batalla es, pues, la síntesis
de la vida. Ahora bien, el estratega es un hombre que juega con vidas
como el jugador de ajedrez juega con las piezas del juego. ¿Qué sería
del estratega si pensara que cada lance de su juego lleva la noche a mil
hogares y el dolor a tres mil corazones? ¿Qué sería del mundo si
fuéramos humanos? Si el hombre sintiera de verdad, no habría
civilización. El arte sirve de fuga hacia la sensibilidad que la acción tuvo
que olvidar. "

El libro del desasosiego: el mar


Viaje nunca hecho:
[...] El mar, me acuerdo, tenía tonalidades de sombra, de mezcla con
fugas onduladas de vaga luz -y era todo misterioso como una idea triste
en un momento de alegría, profético no sé de qué. Yo no partí de un
puerto conocido. Ni sé hoy qué puerto era, porque todavía no he estado
allí. Tampoco, igualmente, el propósito ritual de mi viaje era ir en
demanda de puertos inexistentes -puertos que fuesen tan sólo entrar-
hacia-puertos; ensenadas olvidadas de ríos, estrechos entre ciudades
irreprensiblemente irreales. Pensáis, sin duda, al leerme, que mis
palabras son absurdas. Es que nunca habéis viajado como yo.

¿Partí yo? Yo no os juraría que partí. Me encontré en otras partes, en


otros puertos, pasé por ciudades que no eran aquélla, aunque ni aquélla
ni ésas fueran ciudades ningunas. Juraros que fui yo quien partió y no el
paisaje, que fui yo quien visitó otras tierras y no ellas las que me
visitaron -no puedo hacéroslo. [...] ¿En qué barco hice ese viaje? En el
vapor Cualquiera. Os reís. Yo también, y de vosotros tal vez. ¿Quién os
dice, y a mí, que no escribo símbolos para que los comprendan los
Dioses? No importa. Partí por el crepúsculo. Tengo todavía en el oído el
ruido férreo del alzar el ancla a vapor. En el soslayo de mi memoria se
mueven todavía lentamente, para entrar por fin en su posición de
inercia, los brazos del guindaste de a bordo.
[...] He visitado Nuevas Europas, y Constantinoplas otras han acogido a
mi llegada velera en Bósforos falsos. ¿De llegada velera os espantáis?
Es como lo digo, así mismo. El vapor en que partí llegó hecho un barco
de vela al puerto. Que esto es imposible, decís. Por eso me ha
sucedido. Nos llegaron, en otros vapores, noticias de guerras soñadas
en Indias imposibles. Y, al oír hablar de esas tierras teníamos
inoportunamente añoranzas de la nuestra, dejada tan atrás, quién sabe
si en aquel mundo. (fragmento 30 del Apéndice)

[Olas de la playa:]
He vivido, durante unas horas incógnitas, momentos sucesivos sin
relación, en el paseo en que he ido, de noche, a la orilla solitaria del mar.
Todos los pensamientos, que han hecho vivir a hombres, todas las
emociones, que los hombres han dejado de vivir, han pasado por mi
mente, como un resumen de la historia, en esta meditación mía andada
a la orilla del mar. He sufrido en mí, conmigo, las aspiraciones de todas
las eras, y conmigo se han paseado, a la orilla oída del mar, los
desasosiegos de todos los tiempos. Lo que los hombres quisieron y no
hicieron, lo que mataron al hacerlo, lo que las almas fueron y nadie dijo:
de todo esto se ha formado el alma sensible con que he paseado de
noche a la orilla del mar. Y lo que los amantes extrañaron en el otro
amante, lo que la mujer ocultó siempre al marido de quien es, lo que la
madre piensa del hijo que no ha tenido, lo que tuvo forma solamente en
una sonrisa o en una oportunidad, en un tiempo que no fue éste o en
una emoción que falta ?todo esto, en mi paseo a la orilla del mar, ha ido
conmigo y ha vuelto conmigo, y las olas retorcían magnamente el
acompañamiento que me hacía dormirlo.

Y el mar en todo:
Somos quien no somos, y la vida es veloz y triste. El ruido de las olas
por la noche es un ruido de la noche; ¡y cuántos lo han oído en su propia
alma, como la esperanza constante que se deshace en la oscuridad
como un ruido sordo de espuma profunda! ¡Qué lágrimas lloraron los
que obtuvieron, qué lágrimas perdieron los que consiguieron! Y todo
esto, durante el paseo a la orilla del mar, se me tornó el secreto de la
noche y la confidencia del abismo. ¡Cuántos somos! ¡Cuántos nos
engañamos! ¡Qué mares suenan en nosotros, en la noche de ser
nosotros, por las playas que nos sentimos en los encharcamientos de la
emoción! Lo que se ha perdido, lo que se debería haber perdido, lo que
se ha conseguido y ha satisfecho por error, lo que amamos y perdimos y,
después de perderlo, vimos, amándolo por haberlo tenido, que no lo
habíamos amado; lo que creíamos que pensábamos cuando sentíamos;
lo que era un recuerdo y creíamos que era una emoción; y el mar en
todo, llegando allá, rumoroso y fresco, del gran fondo de toda la noche,
a agitarse fino en la playa, en el decurso nocturno de mi paseo a la orilla
del mar... ¿Quién sabe siquiera lo que piensa, o lo que desea? ¿Quién
sabe lo que es para sí mismo? ¡Cuántas cosas sugiere la música y nos
sabe bien que no puedan ser! ¡Cuántas recuerda la noche y lloramos, y
no han sido nunca! Como una voz suelta de la paz tumbada a lo largo, el
enrollamiento de la ola estalla y se enfría y hay un salivar audible por la
playa invisible. ¡Cuánto me muero si siento por todo! ¡Cuánto siento si
así vagabundeo, incorpóreo y humano, con el corazón parado como una
playa, y todo el mar de todo, en la noche que vivimos, batiendo alto,
zumbón, y se enfría, en mi eterno paseo a la orilla del mar! (Libro del
desasosiego. Fragmento 250, La muerte del príncipe, publicado en el
número 27 de presença1930)
¡Altos montes de la ciudad! Grandes arquitecturas que las cuestas
escarpadas sostienen y engrandecen, resbalamientos de edificios
diferentemente amontonados, que la luz teje de sombras y quemazones,
sois hoy, sois yo, porque os veo sois lo que [...] y os amo desde la
amurada como un navío que pasa junto a otro navío y tiene añoranzas
desconocidas en el paisaje. [96]
Disfruté anticipadamente el placer de ir, una hora para allá, una hora
para acá, viendo los aspectos siempre diferentes del gran río y de su
desembocadura atlántica. En verdad, al ir, me perdí en meditaciones
abstractas, viendo sin ver los paisajes acuáticos que me alegraba ir a
ver, y al volver me he perdido en la fijación de estas sensaciones. No
sería capaz de describir el más pequeño pormenor del viaje, el más
pequeño trecho de visible. He ganado estas páginas por olvido y
contradicción. No sé si eso es mejor o peor que!o contrario, que
tampoco sé lo que es. El tren afloja, es el Caes do Sodré. He llegado a
Lisboa, pero no a una conclusión. [107]
Y, al mismo tiempo, mi pensamiento sigue, con igual atención, la ruta de
un navío inexistente por paisajes de un Oriente que no existe. Las dos
cosas son igualmente nítidas, igualmente visibles para mí: la hoja en
que escribo con cuidado, en las líneas pautadas, los versos de la
epopeya comercial de Vasques y Cía., y el convés donde veo con
cuidado, un poco al lado de la pauta alquitranada de los intersticios de
las tablas, las tumbonas alineadas, y las piernas salidas de los que
descansan del viaje. [...] Interviene el saliente de la sala de fumar; por
eso, sólo se ven las piernas. Adelanto la pluma hacia el tintero y de la
puerta de la sala de fumar ?[...] incluso al pie de donde siento que
estoy? sale la figura de un desconocido. Me da la espalda y avanza
hacia los otros. Su manera de andar es lenta y el trasero no dice mucho
[...] Empiezo otro asiento. Trato de ver por qué me había equivocado. Es
en el debe y no en el haber la cuenta de Marques (Le veo gordo,
amable, chistoso y, en un momento, el barco desaparece). [111]
Antes que cese el estío y llegue el otoño, en el cálido intervalo en que el
aire pesa y los colores se ablandan, las tardes suelen llevar un traje
sensible de gloria falsa. Son comparables a esos artificios de la
imaginación en que las añoranzas lo son de nada, y se prolongan
indefinidas como estelas de navíos que forman la misma serpiente
sucesiva. [290]

Oda Marítima:
Solitario, en el muelle desierto, en esta mañana de Verano,
miro hacia el lado de la barra, miro al Indefinido,
miro y me contenta ver,
pequeño, negro y preciso, un paquebote entrando.
Viene aún muy lejos, nítido, clásico a su manera.
Deja en el aire distante tras de sí la orla vana de su humo.
Viene entrando, y la mañana entra con él, y en el río,
aquí, acullá, despierta la vida marítima,
yérguense velas, avanzan remolcadores,
surgen barcos pequeños por detrás de los navíos que están en el
puerto.
Hay una vaga brisa.
Pero mi alma está con lo que veo menos.
Con el paquebote que entra,
porque él está con la Distancia, con la Mañana,
con el sentido marítimo de esta Hora,
con la dulzura dolorosa que sube en mí como una náusea,
como un comienzo de mareo aunque del espíritu.
Miro de lejos el paquebote, con una gran independencia de alma,
y en mi interior un volante inicia lentamente sus giros.

Los paquebotes que entran de mañana en la barra


traen a mis ojos consigo
el misterio alegre y triste de quien llega y parte.
Traen recuerdos de muelles alejados y de otros momentos
de otro modo, de la misma humanidad, en otros puertos.
Todo atracar, todo largar de navío,
es -lo siento en mí como mi sangre-
inconscientemente simbólico, terriblemente
amenazador de significaciones metafísicas
que perturban en mí quien yo fui...
¡Ah, todo el muelle es una saudade de piedra!
Y cuando el navío llega del muelle
y se advierte de repente que se abrió un espacio
entre el muelle y el navío,
me viene, no sé por qué, una angustia reciente,
una niebla de sentimientos de tristeza
que brilla al sol de mis angustias, cubiertas ya de hierba,
como la primera ventana donde la madrugada pega,
y me envuelve con un recuerdo de otra persona
que fuese misteriosamente mía.

Ah, ¿quién sabe, quién sabe


si no partí otrora, antes de mí,
de un muelle; si no dejé, navío al sol
oblicuo de la madrugada,
otra especie de puerto?
¿Quién sabe si no dejé, antes de que la hora
del mundo exterior como yo lo veo
radiarse para mí,
un gran muelle lleno de poca gente,
de una gran ciudad medio despierta,
de una enorme ciudad comercial, adulta, apoplética,
tanto como eso puede ser fuera del Espacio y del
Tiempo?

Algo se parte en mí. El rojo anocheció.


Sentí de más para poder continuar sintiendo.
Se me agotó el alma, quedó sólo un eco dentro de mí.
Decrece sensiblemente la velocidad del volante.
Las manos me borran un poco de los ojos mis sueños.
Dentro de mí hay sólo un vacío, un desierto, un mar nocturno.
Y en cuanto siento que hay un mar nocturno dentro de mí,
sube de sus lejanías, nace de su silencio,
otra vez, otra vez el vasto grito antiquísimo.
De repente, como un relámpago de sonido, que no hace ruido sino
ternura.

súbitamente abarcando todo el horizonte marítimo


húmeda y sombría marejada humana nocturna,
voz de sirena lejana llorando, llamando,
viene del fondo de la Lejanía, del fondo del Mar, del alma de los
Abismos,
y a ras de él, como algas, flotan mis sueños desechos...

¿Quién soy yo para que me perturbe verte?


Zarpa del muelle, crece el sol, se yergue oro,
lucen los tejados de los edificios del muelle,
todo el lado de acá de la ciudad brilla...
Parte, déjame, vuélvete
primero el navío en medio del río, destacado y nítido,
después el navío camino de la barra, pequeño y negro,
después punto vago en el horizonte (¡oh angustia mía!),
punto cada vez más vago en el horizonte...,
nada después, y sólo yo y mi tristeza,
y la gran ciudad ahora llena de sol
y la hora real y desnuda como un muelle ya sin navíos,
y el giro lento del guindaste que, como un compás que gira,
traza un semicírculo de no sé qué emoción
en el silencio conmovido de mi alma...

(Alvaro de Campos)
(*) Alvaro de Campos es un heterónimo de Pessoa.
Oda Marítima fue impresa en el número 2 de la revista Orpheu (Lisboa,
julio 1915). El Alvaro de Campos de esta época es "sensacionista",
poética que recoge y reproduce las sensaciones físicas filtradas por lo
psíquico, en versos arolladores de expresividad y fuerza, en los que hay
mucho de modernismo. Con el tiempo, Campos pasará a formas más
íntimas y emotivas. (Miguel Angel Viqueira). Recibió la influencia de
Cesário Verde (1855-1886), uno de los precursores de la poesía
portuguesa contemporánea muy admirado por Pessoa.

De Alvaro de Campos:
Otra vez vuelvo a verte
sombra que pasa a través de sombras y brilla
un momento una luz fúnebre desconocida
y entra en la noche como la estela del barco que se pierde
en el agua que dejamos de oír...
(Alvaro de Campos, Passagem das horas)
Recorre el muelle un bullicio de llegada próxima,
empiezan a llegar los primitivos de la espera,
ya se agranda y se ve claro a lo lejos el paquebote de Africa.

He venido aquí a no esperar a nadie,


a ver a los demás esperar,
a ser todos los demás esperando,
a ser la esperanza de todos los demás.

Traigo un gran cansancio de ser tantas cosas.


Llegan los retrasados del principio,
y de repente me impaciento de esperar, de existir, de ser,
me voy brusco, y notable al portero, que me mira mucho más
rápidamente.

Regreso a la ciudad como a la libertad.

Vale la pena sentir para, por lo menos, dejar de sentir.


(Alvaro de Campos, Poesías)

Libro del desasosiego:

Un barco nos parece el objeto cuyo fin es navegar, pero su fin no es


navegar: es llegar a un puerto. Nosotros nos encontrábamos navegando
sin la idea de qué puerto nos debía acoger. Reproducíamos, en versión
dolorosa, la fórmula aventurera de los argonautas: navegar es preciso,
vivir no lo es.
(1st article)
[...] Vivimos todos, en este mundo, a bordo de un navío zarpado de un
puerto que desconocemos hacia un puerto que ignoramos; debemos
tener los unos con los otros una amabilidad de viaje.
El Tajo al fondo es un lago azul, y los montes de la Otra Banda son los
de una Suiza achatada. Sale un barco pequeño -vapor carguero negro-
del lado del Pozo del Obispo hacia la barra que no veo. [33]
Mar enorme, mi ruidoso compañero de la infancia, que me descansas y
me arrullas, porque tu voz no es humana y no puede un día citar en voz
baja a oídos humanos mis flaquezas, y mis imperfecciones. Cielo vasto,
cielo azul, cielo cercano al misterio de los ángeles. [49]
y os amo desde la amurada como un navío que pasa junto a otro navío y
tiene añoranzas desconocidas en el paisaje. [96]
Disfruté anticipadamente el placer de ir, una hora para allá, una hora
para acá, viendo los aspectos siempre diferentes del gran río y de su
desembocadura atlántica. [106]
y, al mismo tiempo, mi pensamiento sigue, con igual atención, la ruta de
un navío inexistente por paisajes de un Oriente que no existe. Las dos
cosas son igualmente nítidas, igualmente visibles para mí: la hoja en
que escribo con cuidado, en las líneas pautadas, los versos de la
epopeya comercial de Vasques y Cía., y el convés donde veo con
cuidado, un poco al lado de la pauta alquitranada de los intersticios de
las tablas, las tumbonas alineadas, y las piernas salidas de los que
descansan del viaje.[111]
Aunque me asome al balcón, como si fuera la amurada de un barco
sobre un paisaje nuevo. [129]
El muelle, la tarde, el olor del mar, entran todos, y entran juntos, en la
composición de mi angustia. [168]
(Libro del desasosiego. Publicado parcialmente en el número 3
de Descobrimento, en 1931)

Absorto e incierto
y sin conocer,
floto en el mar muerto
de mi propio ser

Me siento pesar
porque agua me siento...
Te veo oscilar,
vida-descontento...

De velas privado...
La quilla virada...
El cielo estrellado
frío como espada.

Soy cielo y soy viento...


Soy barco y soy mar...
Que no soy yo siento...
Lo quiero ignorar.
(Fernando Pessoa. Cancionero)

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