La tarde gris de viernes me invitaba a quedarme en
casa, tenía entre mis manos una tacita de café bien ca- liente, mirando en el televisor alguna película de moda, de esas de ciencia ficción que te trasladan al futuro, al espacio y a los viajes interestelares. En Quito, -ciudad capital de nuestro hermoso Ecuador, una joya ubicada en la cordillera de los Andes, a 2800 metros sobre el nivel del mar- la estación invernal, em- pezaba a sentirse con fuerza, el frío temporal acechaba. A pesar de que faltaban algunas horas para que caiga la noche, afuera había una cortina gris que lo oscurecía todo. En el televisor las detonaciones ensordecedoras de la película de acción, daban paso al desenlace de la histo- ria que mirábamos con mis hijos, silenciosamente, en contraste con el ruidoso aparato mi esposa me alcanza el teléfono que había estado sonando por largo rato sin que yo lo escuchara. — ¡Hola...! Contesté la bocina sin mucho interés. — Hola amigo, ¿como va todo...?... Sonaba la voz con un matiz electrónico al otro lado. Era mi amigo Fausto, compañero de muchas aventu- ras y conocido desde hace tiempo atrás. Hablamos un buen rato, la mitad de mi cerebro seguía en la película y la otra mitad trataba sin mucho éxito, de mantener el tema de conversación. — ¿Qué hacemos el fin de semana? -Preguntó. — ¡Brrr...! Con este frío, creo que nada. Pero.... -reaccio- né- déjame ver si mi esposa ha programado algo para estos días, -contesté, alentando la idea. — Qué te parece si vamos a dar una vuelta por la mon- taña... Su voz sonaba como una propuesta a medias, que se quedó flotando en el ambiente. Era una gran tentación, el ciclismo se había convertido en uno de mis grandes placeres, era algo que yo aguar- daba ansiosamente y no podía desaprovechar esta oportunidad, mi bicicleta montañera, un tanto empol- vada me miraba desde su rincón como aprobando la invitación de mi amigo. Y al final, el destino no impor- taba, era el viaje lo que más disfrutaba. Sin pensarlo dos veces, pregunté a mi esposa y le pro- puse que nos vaya a recoger, a lo que ella aceptó sin problema. — Y a dónde se van... Preguntó. — Vamos a ir al Noroccidente, por la montaña. — ¿Cuándo? — Ahorita mismo... Bromeé. — Están locos -comentó- A esta hora y con semejante frío, capaz que les llueve en la cordillera -dijo con tono burlón. Lo pensé bien y no era una idea tan descabellada, que- ríamos un poco de aventura y creí que este era el mo- mento adecuado... ¿Que tal si recorríamos la hermosa “Ruta del Quinde” por la noche...? Rápidamente empaqué todo lo necesario para nues- tro viaje improvisado, tomé mi bicicleta y contraté un transporte para pasar recogiendo a mi amigo y dirigir- nos hacia la cima de la cordillera, debido a lo tarde que era. Había anochecido, la luz del día se había transformado en oscuridad, silenciosamente, sin que me de cuenta; cuando nos dejó la camioneta, sentí como una ventis- ca helada pasaba aullando por los matorrales cercanos y mi visión del viaje se había transformado, ya no pare- cía tan buena idea, el frío, la niebla, la llovizna, todo esto me quería desanimar de lo que estábamos a punto de hacer, pero rápidamente deseché mis temores y a pe- sar de todo, empezamos el descenso. Mi amigo se había quitado sus gafas transparentes para limpiarlas y atacaba ferozmente los cristales con un pa- pel absorbente, sus ojos tenían un brillo inexpresivo, su cara parecía estar desnuda sin sus gafas, que a estas al- turas resultaban parte esencial del equipo. Anochecía en el páramo y la niebla estaba muy den- sa, casi se la podía palpar, el viento helado soplaba con fuerza, mis manos se entumecieron enseguida y todo mi cuerpo se estremecía con este frío beso. Un ligero rocío flotaba pertinaz en el aire. Iniciamos el descenso un poco desanimados pero a medida que nos deslizábamos montaña abajo hacia terreno más cálido por la carretera cortada a través de la peña, la niebla quedaba alta y empezábamos a ani- marnos, la adrenalina ya fluía por nuestras venas, y yo me sentía como un verdadero “jinete aventurero”. En mi cabeza retumbaban los recuerdos, como unos toquecitos de taladro, a veces pensaba que este viaje era una verdadera locura, me hubiera quedado refugia- do en la tibieza de mi hogar, acurrucado junto a mi fa- milia, abrazando a mi esposa, y la imaginaba, mirando el televisor, sentada en un sillón grande de la sala, su vestido, contrastando con el rojo claro de la tapicería de los muebles, sus piernas dobladas y con los tobillos cruzados, su cabello largo cayendo negligentemente sobre sus hombros... Llegamos a un hermoso pueblito en medio de las mon- tañas, llamado NONO, ya había oscurecido totalmente, nos detuvimos para tomamos un café bien caliente y nuestros cuerpos recobraron el calor, por el momento. Cuando retomamos el camino y empezamos a alejar- nos poco a poco de las luces de la civilización, nos di- mos cuenta que había una oscuridad total, y nosotros no teníamos ni una vela. Por lo apresurado del viaje, no había empacado una linterna pero aun así seguimos por la carretera y dejamos que las tinieblas de la noche nos engulleran lentamente. — Bueno... -dije con un tono firme- ...no ha llovido, así que vamos a disfrutar del viaje... Y entre bromas y risas, ascendimos un par de kilóme- tros. Era una noche húmeda y a pesar de la negrura, el des- censo lo hacíamos relativamente rápido, de vez en cuando algunos perros nos escuchaban y nos acom- pañaban por un buen rato con sus ruidosos y a veces cercanos ladridos. — ¡“Llugsi...”! Les gritábamos a todo pulmón y acelerá- bamos la marcha para escapar de una posible mordi- da, volvíamos a bromear y a reír. Luego de pasar un pequeño caserío llamado “La Sierra”, el frío ya no nos atacaba tanto, y como conocedor de la carretera, pensé que la oscuridad no era un obstáculo, aseguré mis manos al volante de mi compañera inse- parable de aventuras, agucé la mirada, solté los frenos y empecé a dar marcha a mi caballito de aluminio, al ga- nar velocidad el viento silbaba en mis oídos y me delei- taba escuchando el murmullo del río que serpenteaba a mi lado en un descenso imparable. La bicicleta avan- zaba susurrando en medio de un silencio casi total... Las llantas de mi transporte giraban rápidamente, sin detenerse ante los baches o algún pequeño obstáculo que aparecía de repente, en los charcos de agua que se formaban en el camino por causa de la lluvia, salpica- ba todo a su paso y hacía saltar el lodo en minúsculas partículas que salían como proyectiles en busca de un destino, al encontrarse con mi cuerpo, éstas se adhe- rían y pasaban a formar parte de mi humanidad, como sucios lunares, por todos lados. A lo lejos se escuchaba el canto de una lechuza... En esta parte del trayecto, la carretera va pegada al arroyo por unos cuantos kilómetros, la oscuridad era muy intensa y apenas se distinguía el camino, aquí, en la soledad es cuando mi mente empezó a divagar... mi voz interior me hablaba muy nítido, como si de otra persona se tratara. En la tarde miraba con mis hijos una película de extra- terrestres y esas cosas de ficción que por cierto me en- cantan y en la noche mis pensamientos empezaron a volar en torno a este tema. De vez en cuando levantaba mis ojos hacia arriba, mira- ba todo oscuro y encapotado, pero aun así, el cielo y yo intercambiamos una sonrisa de complicidad. A veces me parecía ver una cara arrugada entre las nu- bes, semejante a una caricatura de un monstruoso ser que venía por mi. Y pensaba... Dejaba volar mi imaginación que era más veloz que el recorrido que llevaba. — ¿Será que... Dios no limitó su poder y creó vida en otros planetas...? — ¿Y será que... son verdes y con ojitos saltones...? — ¿Y será que... en esos lugares del universo tienen la tecnología para explorar las estrellas? Pensaba esto al mismo tiempo que aplicaba el freno a mi pequeño vehículo para detener mi veloz trayectoria; el hacer esto me permitía volver a levantar mis ojos al cielo, como buscando las naves que en mi fantasía se iban dibujando. Nunca pensé en aplicar el freno a mi imaginación. — ¿Y será que...? No me había dado cuenta que mi compañero de viaje se había retrasado mucho porque el no conocía el ca- mino y estaba muy oscuro. Mis pensamientos me atacaban como una ráfaga de ametralladora, que disparaba las ideas y las magnifica- ba a medida que se presentaban. — ¿Y será que... estas naves raptan a los humanos para abrirlos y ver que tenemos por dentro, estudiarlos y luego embalsamarlos? Esta última idea no me atraía para nada, pensando esto, había entrado a la parte más oscura de todo el camino, el río corría muy pegado a la carretera y las montañas opuestas casi se juntaban entre sí, como formando un cañón profundo, la vegetación que crecía en los riscos enfrentados se topaban con sus ramas como coque- teando entre ellas, de tal forma que no se podía mirar el pálido reflejo de las nubes, esto daba al paraje un aspecto un tanto lúgubre y tenebroso. Bajé la velocidad porque me acercaba a una curva muy pronunciada, mi amigo había desaparecido en la dis- tancia, como si la noche se lo hubiera tragado. — ¿Y será que...? -Pensaba. Mi cuerpo reaccionó al instante. Mis sentidos se pusie- ron alerta. Al salir de la curva, a unos cincuenta metros de donde yo había frenado bruscamente, estaba un objeto rodeado de luces... ¡¡¡EL OVNI...!!! Mi primera reacción fue la de aplicar el freno hasta de- tenerme completamente, estaba estático, quedé rígido como una piedra, paralizado, no sentía miedo pero sin embargo me inundaba una sensación de temor y cu- riosidad. Mi corazón latía apresuradamente... Aunque mi instinto me decía que me alejara rápidamente de ese lugar, mis músculos no obedecían. Me quedé tan quieto como una estatua y en ese momento me pre- guntaba si volvería a moverme alguna vez. No tenía la percepción del tamaño del objeto, por lo impresionante de la escena, por mi mente cruzaban to- dos los pensamientos de la película con la emoción de la adrenalina de forma atolondrada. Poco a poco fui recobrando la calma, pero ahora era yo el que no quería moverme porque pensaba que el objeto iba a despegar aceleradamente o tal vez si de- tectaban mi presencia podrían llevarme con ellos para ver qué tengo por dentro. Lo miraba fijamente; todavía sobre mi bicicleta espe- raba que llegara mi amigo y me apoye para no ser el único en ser abierto la panza o con suerte, ir a conocer las estrellas... pero no llegó. Agucé la mirada y escudriñé el objeto durante un tiempo que me pareció excepcionalmente largo, casi sin pensar en lo que hacía me bajé de la bicicleta muy despacio, caminé aun más despacio hacia las luces de colores que se encendían y apagaban a la distancia. En el silencio de este paraje podía escuchar como mis za- patos crujían sobre la grava de la carretera. Mientras me acercaba empujaba mi transporte y no pensaba soltar- lo, ya que en caso de ser atacado me serviría como el primer obstáculo o la primera barricada ante los invaso- res, entonces tomé conciencia del tamaño del objeto. No le quitaba la mirada de encima porque esperaba que salgan unos hombrecitos verdes con unas anteni- tas en la cabeza y me digan “Venimos en paz” o “Neno... Neno...” o algo así... — Pero... — ¿Tan pequeño...? -Murmuré tontamente. — ¿Será para ganar velocidad en el espacio...? — ¿Será que está deshidratado y ya mismo empieza a crecer...? ¿Tendrá algún aparato futurista que le permita aumentar su diminuto tamaño? Eran tantas las inquietudes que cruzaban tan rápido por mi cabeza, pero ya estaba muy cerca de aquel ob- jeto, tan cerca que estuve a punto de pisarlo. Me aga- cho lentamente y lo tomo entre mis manos... no salió disparado hacia el espacio sideral. — Pero... ¿qué es esto...? — En la oscuridad pude distinguir la cara de “Papá Noel”, este famoso personaje navideño, pero si ni si- quiera estábamos cerca de navidad. Y... ¿a quién rayos se le ocurre dejar abandonado un adorno navideño en estas soledades...? La cara de este personaje barbado era de unos tres centímetros de diámetro, rodeado de pequeñas luce- citas azules y rojas que se encendían y se apagaban, la energía la tomaba de un par de pilas pequeñas, de esas que se utilizan en los relojes y tenía un imán por detrás, para pegarlo en la nevera o en alguna superficie metálica. Todavía conservo “mi ovni” hasta la actualidad. — ¡Qué gracioso Señor...! Fue lo único que se me ocu- rrió pensar antes de echarme a reír. Supuse que mi amigo se llevaría un susto parecido al mío y dejé el pequeño “ovni” pegado en mi bicicleta... Luego de un rato, escuché que bajaba, rompiendo el silencio en la densa oscuridad de la noche serrana, cuando se acercó, todo el sonriente y alegre, se detuvo y dijo: — Qué pasó... ¿Y eso, de dónde sacaste...? Nuevamente me eché a reír... Retomamos el camino, luego de unos minutos, en el cielo la luna empezó a abrirse paso entre las nubes y semejaba un ojo plateado místico y taciturno. Algunas ranas empezaron a croar a la orilla del río e hicieron pal- pitar el aire... La experiencia fue única, esa sensación de lo descono- cido hace que tus sentidos se alteren en forma total, que tu adrenalina fluya rápidamente por todo tu ser, pero cualquier cosa puede ocurrir cuando dejamos que nuestra mente divague. Todo esto me dejó una gran enseñanza... Lo primero que aprendí fue que a donde quiera que vaya debo ir provisto de la luz, nunca será bueno andar en las tinieblas. Lo que quiero decir es, que la luz de Cristo debe estar antes que nada en mi vida. Aprendí que en mi mente y en mis pensamientos primero que nada debe estar el Señor Jesús, Él es, el que toma con- trol de todo mi ser. Además, si disfrutaba de la compañía de mi amigo, ¿por qué decidí abandonarlo?, si caminaba junto a el, en unidad, nunca hubiera volado mi imaginación y el desenlace de la historia hubiera sido diferente. Si caminas en unidad con tus hermanos, y teniendo al Señor siempre en tus pensamientos, nada quitará la paz de tu corazón y a tu alrededor solamente pueden ocurrir cosas buenas. Los hermosos parajes que Dios ha creado son para que yo los disfrute, cualquiera sea la forma que tengas de mirar la creación, recuerda que El siempre estará pre- sente en todo lo que existe a tu alrededor. Nunca esperes ver que las cosas externas se manifies- ten para que haya un cambio en tu mundo, tu eres el agente de cambio positivo que Dios está buscando para mejorar todo en tu vida y en la vida de los que te rodean, así que, manos a la obra, es tiempo de empe- zar a trabajar y buscar un cambio positivo que afecte a todos los que te rodean.