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“LA VIOLENCIA DENTRO DEL

GRUPO FAMILIAR”

Facultad de Derecho – Ciclo II

Universidad Femenina del Sagrado Corazón

Amoroto Contreras, Madeleinne

Prof. Jorge Luis Godenzi Alegre

Lima – Perú

2022
LA VIOLENCIA DENTRO DEL GRUPO FAMILIAR

Para muchos el sinónimo de familia es un lugar donde prima el afecto, se entabla


una buena comunicación, existe la comprensión, se enseña el respeto y las formas
adecuadas de resolver nuestros conflictos. Sin embargo, este concepto idílico de la
familia no puede estar más alejado de nuestro contexto social actual, pues por distintas
razones, a veces nuestro hogar se convierte en un lugar en el que prima la violencia y los
malos tratos, donde tenemos temor y nos sentimos intranquilos e inseguros/as de nuestros
propios parientes. Nos relacionamos a gritos, golpes e insultos. Esto no está bien y
cuando esto sucede es probable que estemos viviendo violencia intrafamiliar. Por eso es
importante saber que la violencia intrafamiliar afecta a muchas familias en nuestro país y
en el mundo entero, no importando a qué clase social pertenezcan, que religión tengan o
la edad de sus integrantes.

La violencia intrafamiliar no es tema ajeno o reciente, de hecho, es un fenómeno o


problemática que se remonta a tiempos inmemoriales y ha atravesado por todas las épocas
históricas, contextos sociales, económicos, políticos y culturales. Hoy en día se da con
bastante frecuencia, no hace falta revisar datos estadísticos para comprobarlo, basta con
encender la televisión, sintonizar una radio emisora o leer la portada de un periódico, se
puede decir que no todos, mas sí la mayoría de la población peruana ha sufrido de este tipo
de violencia al menos por algún periodo de su vida y esto sí está corroborado por los altos
índices de violencia en el ámbito nacional realizada por las instituciones estatales
pertinentes. Por otro lado, la violencia dentro del grupo de familiar tiene diversas formas de
manifestarse, es decir, existen varias maneras de violentar a alguno o a algunos de los
integrantes de la familia, cierta cantidad de estas formas de violencia son sutiles, es por eso,
que sigue siendo un problema latente e invisibilizado y es lamentable decir que hasta está
normalizado.

En su mayor parte, es claro que este grave problema afecta de manera


desproporcionada a mujeres, niñas, niños, jóvenes y personas mayores que se encuentran
en desventaja por género, edad, discapacidad y desempoderamiento social y material. Por
otra parte, a lo largo de la historia, la gente ha tratado de justificar y legitimar, incluso en
nombre del amor y la disciplina, los ataques más brutales en la familia, dejando a la
víctima en el más completo abandono y aislamiento, haciéndola sentir ineludible ante
tanta violencia. Como la sensibilidad y el sentido común de muchas personas sugirieron
conforme al avance en campos como la psicología y la sociología, la violencia provoca
dolor y la pérdida de la capacidad de ver y hacer del mundo, uno mejor (en la medida que
eso sea posible). En los últimos años han surgido nuevos conocimientos que han
comenzado a confirmar la hipótesis: la violencia doméstica no solo genera graves efectos
colaterales para el potencial de la vida de las personas, sino que además son transmitidas
de generación en generación, conllevando a la posibilidad muy cercana de que algunos de
los integrantes del grupo familiar aprendan a ser la próxima víctima o el próximo agresor.

Por ello, es de carácter imperioso y responsable esbozar acerca de la problemática,


además de estudiar y analizar los distintos factores por los cuales se origina la violencia
intrafamiliar desde las perspectivas de las diferentes ciencias aplicadas al caso con el fin
de se puedan implementar soluciones eficaces para la reducción de este mismo.

Así entonces, es oportuno tener correctamente definida el concepto de violencia


familiar. Alonso y Castellanos (2006, p. 258) citando al Consejo de Europa (1986) dice
que es:

“Todo acto u omisión sobrevenido en el marco familiar por obra de uno de sus
integrantes que atente contra la vida, la integridad corporal o síquica, o la libertad
de otro integrante de la misma familia, asimismo que este amenace gravemente el
desarrollo de su personalidad”.

Ahora bien, cabe analizar y explicar el tema abordado. En las diferentes formas de
manifestación de la violencia, en esta siempre va a predominar la manera de ejercicio del
de poder de dominio empleando la fuerza física, psicológica, económica y política,
marcadas y sistematizadas por el poder que se “cree” superior sobre aquel designado
como inferior (Quiróz, 2003, p. 156). Es decir, se está frente a un problema claramente de
índole cultural, ya que entendiendo a la violencia como un fenómeno no intrínseco del ser
humano como la agresividad -cabe destacar la disimilitud- quiere decir que como se ha
explicado anteriormente, esta es transmitida como una conducta normalizada y
justificada, a modo de ejemplo, respecto de la violencia de género o de pareja, que es uno
de los tipos de violencia que se encuentran dentro del marco de la violencia dentro del
grupo familiar -el cual se inquirirá más adelante-, muchos adolescentes y jóvenes,
adoptan comportamientos violentos en sus relaciones amorosas como una forma típica,
cotidiana y común (normalizada) de resolver distintos problemas o enfrentamientos, hasta
discusiones que surgen en el interior de una relación de este tipo. En estos casos no existe
por parte de estos adolescentes y jóvenes un debate interno, un cuestionamiento, ni
mucho menos una disposición a polemizar dichos actos, pues estas prácticas han tenido
un efecto de aprendizaje negativo de sus padres que se han heredado como si se tratara
del patrimonio o costumbre familiar, las cuales, a su vez, han sido adoptadas de las
sociedades, del entorno social y cultural en el cual el sujeto se ha desarrollado. Entonces,
esto quiere decir que el abuso de poder que ejerce el sujeto agresor es porque percibe
cierto grado de vulnerabilidad en las personas que residen con él y que por cuestiones
socioculturales sus padres o aquellos que vivieron con él ejercieron el mismo poder con
él, por lo tanto, éste a falta de cuestionamiento o intervención externa profesional hace
uso de algún o de todos los tipos de violencia con su parentela.

Igualmente, es necesario precisar que el maltrato puede ser de tipo físico,


psicológico, sexual o económico. En la familia, se hallan tres tipos de violencia: a) el
maltrato infantil, el cual se ejerce hacia los niños, niñas y adolescentes menores de 18
años por parte de los padres, tutores o cuidadores; b) la violencia doméstica o de pareja,
que sucede cuando afecta a algún miembro de la pareja, con mayor frecuencia se trata de
la violencia que ejerce el hombre hacia la mujer; y c) la violencia contra los adultos
mayores, esta se percibe como el maltrato que sufren los abuelos o abuelas dentro del
grupo familiar.

En cuanto a la primera, la escuela para los niños está en casa. Cuando un niño es
amado, aceptado, escuchado y respetado, aprende a ser escuchado y respetado, desarrolla
una formidable autoestima, se siente más cómodo expresando su opinión y es abierto y
resistente a la crítica, en general, se convierte en una persona amorosa y libre de miedos
en las relaciones con los demás. Muchas veces no se sabe cómo educar a los hijos, pues
en nuestro país no existe una cultura de responsabilidad afectiva, la cual principalmente
debería ser aplicada o enseñada en las familias, ambas instituciones, escuela y familia
deben trabajar en conjunto y sin distinción, con el fin de establecer límites y enseñarles lo
que deben aprender, pero responsablemente, no a costa de golpes o lanzándoles alguna
clase de improperios. En nuestra cultura popular se acostumbra a hablarles primero para
explicarles ciertas cosas, otras veces les dejamos reglas claras para que las sigan, pero en
ciertas ocasiones los padres se ven abrumados y terminan pagándoles o gritándoles para
que “aprendan”, ya que es la misma técnica de "enseñanza" que aplicaron con ellos.
Aunque se tenga buenas intenciones, cuando se les grita o golpea, se está abusando de
ellos; causa un daño significativo e impide que estos niños desarrollen vidas libres de
abuso físico o psicológico. Como se ha mencionado, este tipo de violencia ocurre cuando
los niños menores de 18 años son dañados física, psicológica o sexualmente. Si un padre
o persona que cuida a una niña o niño los golpea o los agrede verbal o psicológicamente,
dirigiéndose hacia él o ella como "estúpido o feo", o dicta frases como "eres un inútil o
todo lo que haces está mal". Si un padre o una madre trata así a su hijo o hija, está
destruyendo su autoestima y enseñándoles a hacer lo mismo con sus futuros hijos y
consiguientemente entrar en un engorroso círculo pernicioso que parece nunca acabar.

De igual manera, es sumamente importante versar sobre la violencia sexual


intrafamiliar. En este tipo de abuso, un familiar involucra o expone a un niño en
actividades o comportamientos sexuales. El “familiar” puede que no sea consanguíneo
(de sangre), pero puede ser alguien que es considerado “parte de la familia”, así como un
padrino/madrina o un amigo cercano. Este adulto que abusa sexualmente de un niño o
niña puede hacerlo a través de amenazas, engaños o por la fuerza. Siempre el adulto es el
responsable del abuso, el niño o niña no es responsable, aunque acepte participar en lo
que le propone el adulto, pues es este último el que sabe que este tipo de comportamiento
no debe darse entre un adulto y un niño, niña o adolescente. Este tipo de violencia sexual
intrafamiliar, más concretamente, la violencia sexual contra menores, también se expresa
cuando los maltratadores muestran imágenes pornográficas a los niños y les hablan de
temas inapropiados y, de hecho, estos casos son mayormente cometidos por el padre,
padrastro, tío, abuelo y hermanos. Cabe destacar que, si esta violencia se circunscribe a
una familia con disfunción de apego severa, grave y crónica y añadimos que la familia es
un recinto privado con ideologías y prejuicios en el que los niños son percibidos como
patrimonio de los padres a través del proceso de cosificación y el entorno familiar, no
considerando las repercusiones en su ulterior desarrollo al no respetar sus derechos
humanos básicos de sus menores es un obstáculo para la divulgación y detección de la
violencia sexual, por lo que se dificultará la intervención de los funcionarios judiciales,
puesto que en ocasiones estos delitos contra la libertad sexual quedan en la impunidad y,
por tanto, los menores no recibirán las medidas de protección correspondientes. Así como
menciona Girón (2015) citando a Echeburua (2009) informó que hay muchas víctimas
que no denuncian habiendo sido abusadas sexualmente, por el temor a la desintegración
familiar, sintiéndose responsables de lo sucedido y evitando la revictimización. Ciertas
veces, las madres de los menores abusados tienen conocimiento de los hechos, lo que
puede mantenerlas calladas por miedo a perder a su pareja y la incapacidad de la madre
para formar o solventar una familia por su cuenta. En adición, las víctimas que sufren de
incesto y con un entorno familiar con las características previamente descritas crecen en
un entorno caótico, hostil y vulnerable, ven interrumpidas sus oportunidades de desarrollo
en todos los ámbitos: físico, emocional, cognitivo, interpersonal y sexual y como
consecuencia de ello, las dificultades en el proceso de aprendizaje y desempeño requerido
en cada etapa de la evolución desde la infancia y la adolescencia hasta la edad adulta no
tardarán en exteriorizarse, conllevando a la reducción de su capacidad de adaptabilidad y
alterando su equilibrio físico y mental.

Apreciado este punto, es admisible ahora discurrir en otro aspecto latente dentro
del marco de la violencia intrafamiliar, sobre todo en una sociedad como la nuestra, cuya
cultura es aún persistente en el uso frecuente de comportamientos machistas, prueba de
ello, los altos índices de violencia de pareja por cuestiones de género. Este concepto
incluye toda la violencia contra las mujeres, no solo la violencia contra las mujeres en el
ámbito familiar, una de las expresiones más frecuentes de la violencia de género. En la
pareja no solo se produce violencia contra las mujeres, sino también violencia contra la
pareja masculina y también podemos encontrar violencia entre las parejas del mismo
sexo.

Para la mayoría de las mujeres que son maltratadas, la agresión física y


psicológica no comienza en la edad adulta o por algo que empieza a hacer su pareja, sino
en la primera infancia cuando su padre, madre o cuidadores utilizan el castigo físico y
psicológico como "recursos educativos". Cabe señalar además, que la sobreprotección
impide a las niñas y jóvenes fortalecer sus recursos personales para enfrentarse al mundo.
Esta "educación en el respeto a la autoridad" ilustra las condiciones verticales y
autoritarias de la vida de las mujeres, donde es imposible opinar, preguntar, orar, hablar o
discutir y cuestión que tendrán que soportar en el futuro. Pensar y analizar cómo se
construyó la agresión en las parejas de vida de las mujeres o con otros miembros de la
familia permite identificar dinámicas complejas que resultan de los ciclos de vida de
agresión sistémica que las mujeres experimentan desde la niñez y de las dinámicas o
ciclos de agresión que ocurren en su interior.

Esto apunta a la conclusión de que ser testigo de la violencia doméstica es uno de


los factores de riesgo más fuertes, pues en el caso de los niños, estos crecen para repetir
este patrón de comportamiento agresivo y, para las niñas, estas adoptan un papel pasivo al
aceptar este comportamiento violento. Por lo tanto, crecer en un entorno familiar abusivo
crea una serie de problemas emocionales, cognitivos y conductuales tanto a corto como a
largo plazo. Las normas educativas difundidas por los padres son fundamentales para
promover los conflictos internos de los hijos. Comprender lo que le sucedió a la víctima
cuando era niño y obtener ayuda de sus allegados, tanto profesionales como no
profesionales, son algunos de los factores que pueden ayudar a romper el ciclo. Leer o
explicar activamente el abuso experimentado en la familia de origen puede anular o
prevenir la recurrencia de la violencia doméstica en la próxima generación. Por lo tanto,
las creencias pueden influir en la configuración de las experiencias pasadas, de hecho, se
ha demostrado que las personas ajustan sus recuerdos para que coincidan con sus
creencias sobre sus relaciones amorosas.

A mayor abundancia, cabe mencionar que la violencia económica es otro aspecto


que se constituye dentro de la violencia de pareja, puesto que comúnmente en nuestra
sociedad son los hombres quienes asumen un rol socialmente significativo en esta, ya que
cuentan con salarios más altos, pues la desigualdad en el ámbito laboral y la inequidad
salarial entre hombres y mujeres independientemente del trabajo que estén realizando, así
la actividad que desempeñan sea la misma, es el hombre quien percibe un sueldo sobre el
de la mujer. Esta constante, muestra que los agresores en su mayoría son los "jefes del
hogar", lo que consecuentemente determina el factor más resaltante en la relación, el
llamado poder-jerarquía. No obstante, en una familia, normalmente ambas partes
concuerdan que los recursos económicos son destinados a satisfacer las necesidades y
llevar una vida digna. Sin embargo, uno de los principales cuestionamientos entorno a
este aspecto es su trasfondo machista, configurándose la violencia económica y/o
patrimonial inmiscuida y nuevamente normalizada socialmente, pero que no excluye el
hecho de que radica en un ataque mínimo a la integridad de la víctima. Y aunque en
nuestra sociedad la participación de la mujer dentro de las actividad económica va en
avance, siguen siendo los hombres quien sustentan los gastos del hogar y, por otro lado,
los instrumentos de poder, es decir, los medios de comunicación, el gobierno y empresas
privadas no parecen muy preocupadas por disminuir las cifras de violencia doméstica o al
menos contribuir a no seguir esparciendo información o conocimiento arraigando
prejuicios y estereotipos cosificando y coadyuvando al posicionamiento de los roles
sociales de ambos sexos. Asimismo, la dependencia que involucra también la violencia
económica es una de las formas menos visibles, porque solo hace referencia a la
limitación de bienes y recursos económicos de un integrante del grupo familiar hacia el
hogar, sin importar sus consecuencias. El integrante del grupo familiar que sufre este tipo
de violencia no podrá solventar las necesidades básicas para los niños, en su
alimentación, vivienda, educación, salud, vestimenta, etc. Y de hecho, es una realidad a la
cual muchas personas, en especial los hombres cuando no quieren hacerse responsables y
pasar la correspondiente pensión a solicitud de la madre cuya cantidad es determinada por
el juez. En términos generales respecto de la violencia de pareja, es que esta produce
serios daños en las vidas de las víctimas, con principal énfasis en las mujeres, pues miles
están siendo silenciadas por el dolor y el agotamiento que produce vivir una cotidianidad
en la que se es permanentemente discriminada, abandonada, maltratada, sufriendo la
anulación constante de lo único que realmente se puede pensar que es de una misma: la
integridad física y psicológica. La violencia intrafamiliar en realidad tiene como objetivo
el cuerpo físico de la persona, integrante de la familia que es considerada más débil y
dependiente, empero, ese cuerpo, tiene actividad psíquica y social, la que la convierte en
ser humano, una identidad que se ve amenazada en su integridad, a su imagen, a sus
valores, tradiciones, aspiraciones, reconocimiento, sexualidad, relaciones y salud.
En aras de finalizar, es importante abordar el tema de la violencia hacia el adulto
mayor integrante del también del grupo familiar. Cuando la persona adulta mayor ha
dejado de ser independiente la familia se configura como su único soporte, pero en
muchos casos esta se convierte en un espacio de marginación, humillación, abandono y
maltrato, pues en los últimos años se constata que la familia ha sufrido una multiplicidad
de cambios, resultado en parte del llamado proceso de modernización que está sufriendo
nuestra sociedad, la cual en lugar de cohesionar a las familias está acelerando el proceso
de desestructuración de las mismas y, sobre todo de la de desvalorización de los adultos
mayores. La insensibilidad por parte de los propios hijos o la ambición son algunas de las
causas más frecuentes de maltrato, lo cual sumado a un contexto de pobreza demuestra
que el entorno familiar cercano y afable para el adulto mayor esté desapareciendo.
Asimismo el sentido de utilidad hace que mientras la persona de la tercera edad, miembro
de la familia pueda apoyar en el cuidado del hogar, reciba una pensión y realice pequeñas
tareas, sea objeto de atención, protección y valoración. Aunque, cuando éste cae enfermo
perdiendo autonomía se opta por el rechazo y el abandono considerándolo una carga -
apelando a la acepción peyorativa del término-. Pues no sólo la falta de recursos
económicos y una particular perspectiva hacia la vejez son factores que influyen en el
trato al adulto mayor, sino que la situación se pone aún más grave cuando este sujeto ha
sido el agresor de su esposa e hijos, pues en ese caso no sólo existiría el abandono e
indiferencia por parte de sus descendientes o cónyuge, sino también la agresión.

Así entonces, este es un escenario en el que es asidua la situación en que la familia


manifiesta cansancio, agotamiento, desinterés, agresión y apropiación de los valores o
rentas que recibe el anciano/a por su misma condición de adulto mayor. Este a su vez se
vuelve aún más dependiente, fácil de influenciar debido al temor de ser abandonado y en
consecuencia, termina abandonándose a sí mismo, deprimiéndose e incluso volviéndose
hostil y agresivo.

Así como estos tipos de violencia, esta también se puede dar entre hermanos
(donde predomina el bullying), tíos y sobrinos, abuelos y nietos, etc. La violencia puede
disfrazarse de distintas maneras, pero no por ser cuidadosamente sutil, quiere decir que no
esté ahí.
A modo de ejemplo, se menciona el siguiente fragmento de una noticia de
violencia intrafamiliar:

A las 4:35 de la madrugada, Juan Huaripata, su pareja, incendió la casa con ella y
sus cuatro hijos dentro. Antes, había acuchillado a Jesica, a su hijo de 15 años y a
su bebé de tres meses. La hija de dos años murió producto del incendio. Un cuarto
hijo, de solo nueve años, logró escapar luego de hacerse el muerto (Lira, 2023).

Este lamentable suceso, es quizá, la que mejor ilustra la sencillez con la que, en el
Perú, se termina con la vida de una mujer a pesar de los innumerables pedidos de ayuda.
Finalmente, es pertinente citar una frase del exviceministro del interior, Ricardo Valdés
citado por Lira (2023) que puede sonar muy dura, sin embrago, retrata o expresa de
manera inteligible una realidad penosa, triste y frustrante y está comprimida solo en un
pequeño enunciado que dice así: “Cuando uno establece normas de protección a una
mujer es un acto discursivo, porque en la práctica no viene acompañado de una
protección específica”. Y no puede estar más cercano a la verdad, pues de qué sirve
aumentarle la pena a un determinado delito como el feminicidio, el cual se duda mucho
que se erradique o reduzca sus índices incrementando la cantidad de años que va a pasar
en la cárcel el feminicida, se trata de un problema, de un delito, con un trasfondo cultural
muy arraigado y muy profundo que requiere para su reducción un trabajo en conjunto,
empezando por el pilar, el motor de una sociedad, la familia, consiguientemente la
escuela, el centro laboral, etc. Se deben asegurar acciones paralelas, pues este acto
violento que se cultiva como hemos visto desde la infancia de la víctima y el agresor
toma forma cuando estos deciden emparejarse y dentro del marco general de violencia
este fatídico hecho comienza con violencia psicológica, luego física, pudiendo convertirse
en tentativa de feminicidio y finalmente la muerte de la mujer, constituyendo el delito en
cuestión. Es decir, el feminicidio constituye el último eslabón de una cadena de hechos
violentos que aumentan en intensidad. De ahí la importancia de que se detecte e
intervenga el contexto de violencia de manera oportuna. Todos los tipos de violencia que
se han mencionado en el presente escrito son objeto de interés, principal atención y
acción urgente, algo que se ha visto descuidado por la turbulencia política.
Se concluye entonces que, en nuestra sociedad existe un mito que representa a la
familia como un entorno tranquilo o utópico. La familia constituye en realidad el
compromiso social más fuerte de confianza, protección, apoyo mutuo y amor que existe
entre un grupo de personas. Sin embargo, sus miembros son sometidos con más
frecuencia a varios niveles de violencia o ataques por parte de sus parientes que en
cualquier otro lugar y por cualquier otra persona. La familia se define, por tanto, como la
institución social más violenta de nuestra sociedad, a excepción de los militares en
tiempos de guerra. La literatura profesional acepta que hay dos tipos de faltantes o
factores que son propiciatorios para la aparición de conductas violentas en el entorno
familiar. Falta de recursos (economía, vivienda, trabajo, sociedad, etc.) y dificultades
emocionales (empatía, sentimientos fríos, identidad y confianza.

Respecto de la violencia infantil, el estilo educativo de los padres jugaría aquí un


papel esencial, ya que los padres autoritarios, dominantes y violentos descargan su
tensión en las figuras más débiles del medio familiar, muchas veces sus acciones no son
de mala fe, sino que para estos es la forma de "corregir" a sus descendientes, pero no
porque no haya más maneras de establecer límites, sino porque es la única que conocen,
ya que se trata de una cadena violenta, pues hicieron lo mismo con ellos. Por otra parte,
los padres de las víctimas de abuso sexual presentan incumplimiento de las funciones
parentales como factor de especial trascendencia, así como el abandono emocional y
físico de los cuidadores principales, aspectos ambos que propician la mayor manipulación
a la que el menor quedaría expuesto.

Ahora bien, existen distintas formas o clases de discriminación causadas por las
jerarquías de poder dentro de la familia en la que la mayoría son mujeres las afectadas, de
igual forma existe relación entre las agresiones físicas hacia la mujer por parte del “jefe
del hogar” y los niveles de ocupación de los miembros de la familia, el nivel de
escolaridad, edades, relación de pareja, estado civil y la presencia de los hijos en la
familia. Asimismo, los malos tratos que pueden surgir en el noviazgo pueden ser menos
graves que los que se han informado a comparación de la violencia marital. Y finalmente,
la herramienta penal puede ser necesaria para regular ciertos casos graves de violencia,
pese a esto, no es suficiente, por lo que se requiere otro tipo de medidas, muchas de ellas
de carácter terapéutico y psicológico.

En general y, aquí acuñaré conjuntamente a la violencia contra el adulto mayor y a


la prevención integral del maltrato como posible solución a la constante violencia que
sufre el grupo familiar. La prevención del maltrato en las personas de la tercera edad es
viable en la medida que se respeten sus derechos a lo largo de toda su vida y además
construyan relaciones sanas de convivencia familiar. Esto implica garantizar los derechos
de los niños niñas y adolescentes a vivir en libertad fuera de violencia y, también de la
igualdad de oportunidades entre varones y mujeres asegurando su libre y próspero
desarrollo. Asimismo, el promover relaciones saludables entre padres e hijos resulta una
tarea fundamental si es que se tiene en cuenta que el punto neurálgico de las
manifestaciones de la violencia familiar proviene de los progenitores ya sean jóvenes o
adultos, hacia sus hijos menores, lo cual hemos mencionado que se conoce como maltrato
infantil. De modo recíproco cuando los padres son adultos mayores ocurre que los hijos
se constituyen agresores, es decir, repiten el comportamiento que se les aplicó a ellos.

En tal sentido no es posible asegurar un impacto ni cambios en campañas de


prevención que se esfuercen y trabajen si se hace de manera segmentada, esto quiere decir
que, si sólo se trabaja y aboga por los derechos de determinado grupo etario, pasando por
alto el hecho de que una persona, un individuo, pasa por todas las etapas de la vida y en
unas ejerce el papel de víctima y, en otras, de agresora. Por lo tanto, se hace ineludible
que las campañas preventivas y educativas estén dirigidas a garantizar los derechos de las
personas en todas sus etapas de la vida, en virtud de que se deconstruya los modelos
autoritarios convencionales y violentos del ejercicio del poder históricamente arraigados,
pero actualmente insustentables.
REFERENCIAS

Alonso, J. & Castellanos, J. (2006). Por un enfoque integral de la violencia familiar.


Intervención Psicosocial. Vol. 15. n° 3. P. 258. 1132-0559

Girón, R. (2015). Abuso sexual en menores de edad, problemas de salud pública. Revista
de la Facultad de Psicología y Humanidades. Vol. 23. N.°1. P. 63.
https://doi.org/10.33539/avpsicol.2015.v23n1.171

Lira, A. (03 de junio del 2023). El 60% de víctimas de denunciados por feminicidio ante la
PNP sufría de violencia familiar previa. El Comercio. https://elcomercio.pe/lima/ec-
data-el-60-de-victimas-de-denunciados-por-feminicidio-ante-la-pnp-era-victima-de-
violencia-familiar-noticia/

Quirós, Licda. (2003). EL IMPACTO DE LA VIOLENCIA INTRAFAMILIAR:


TRANSITANDO DE LA DESESPERANZA A LA RECUPERACIÓN DEL
DERECHO A VIVIR LIBRES DE VIOLENCIA. Perspectivas Psicológicas. Vol.
3-4. P. 156. http://pepsic.bvsalud.org/pdf/pp/v3-4/v3-4a17.pdf

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