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2
Han pasado veintisiete largos años desde el último amanecer. Los vampiros
han librado una guerra contra la humanidad por casi tres décadas; construyendo su
imperio eterno incluso mientras derriban el nuestro. Ahora, solo unas pequeñas
chispas de luz perduran en un mar de oscuridad.
Gabriel de León es un santo de plata: miembro de una hermandad sagrada
dedicada a defender el reino y la iglesia de las criaturas de la noche. Pero incluso
la Orden de Plata no pudo detener la marea una vez que la luz del día nos falló, y
ahora, solo queda Gabriel.
Encarcelado por los mismos monstruos que juró destruir, el último santo de
plata se ve obligado a contar su historia. Una historia de batallas legendarias y
amor prohibido, de fe perdida y amistades ganadas, de las Guerras de Sangre y del
Rey Eterno y la búsqueda de la última esperanza restante de la humanidad:
3
El Santo Grial.

Empire of the Vampire #1


Toma mi mano,

Porque ya no estás solo.

Camina conmigo en el infierno.

–Mark Morton

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6
No me preguntes si Dios existe, sino por qué es tan
imbécil.

Incluso el más grande de los tontos no puede negar


la existencia del mal. Vivimos a su sombra todos los días.
Los mejores de nosotros se elevan por encima de él, los
peores nos lo tragamos entero, pero todos lo
atravesamos con el agua hasta las caderas, en cada
momento de nuestras vidas. Las maldiciones y las
bendiciones caen sobre los crueles y los justos. Por cada
oración atendida, diez mil quedan sin respuesta. Y los
santos sufren junto a los pecadores, presas de monstruos
escupidos directamente desde el vientre del infierno.

Pero si hay un infierno, ¿no debe haber también un


cielo?

Y si hay un cielo, ¿no podemos preguntarle por qué?

Porque si el Todopoderoso está dispuesto a poner fin


a toda esta maldad, pero de alguna manera no puede
hacerlo, entonces no es tan todopoderoso como los
sacerdotes quieren hacerte creer. Si él está dispuesto y es
capaz de destruirlo, ¿cómo puede existir este mal en primer
lugar? Y si no está dispuesto ni es capaz de hacerlo acabar,
entonces no es un dios en absoluto. 7

La única posibilidad que queda es que pueda


detenerlo. Simplemente elige no hacerlo.

Los niños arrebatados de los brazos de los padres. Las


interminables llanuras de tumbas sin nombre. Los Muertos
inmortales que nos cazan a la luz de un sol ennegrecido.

Somos una presa ahora, mon ami.

Somos comida.

Y él nunca levantó un maldito dedo para detenerlo.


Podría haberlo hecho.

Simplemente no lo hizo.

¿Alguna vez te preguntaste qué hicimos para que nos


odiara tanto?

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Era el vigésimo séptimo año de la muerte de los días en el reino del Rey
Eterno, y su asesino estaba esperando para morir.
El asesino se quedó mirando por una fina ventana, impaciente por que
llegara su fin. Sus manos tatuadas estaban sujetas a su espalda, manchadas de
sangre seca y cenizas pálidas como luz de estrellas. Su habitación estaba en lo alto
de una torre solitaria, besada por los insomnes vientos de las montañas. La puerta
estaba revestida de hierro, era pesada y estaba bloqueada como un secreto. Desde
su posición ventajosa, el asesino observaba cómo el sol se hundía hacia un
descanso inmerecido y se preguntó a qué sabría el infierno.
Los adoquines del patio de abajo le prometían un breve vuelo hacia una
oscuridad sin sueños. Pero la ventana era demasiado estrecha para pasar y sus
carceleros no habían dejado nada más para hacerlo dormir por siempre. Solo paja
para acostarse, un cubo para cagar y una vista de la frágil puesta de sol para servir
de tortura hasta que llegara la verdadera tortura. Llevaba un abrigo pesado, botas
viejas, calzones de cuero manchados por largos caminos y hollín. Su piel pálida
estaba húmeda de sudor, pero su aliento flotaba helado en el aire y no ardía fuego
en la chimenea detrás de él. Los sangre fría no se arriesgarían a incendiarse, ni
siquiera en sus celdas de prisión.
Vendrían por él pronto.
El castillo debajo de él estaba despertando ahora. Monstruos surgiendo de 9
lechos de tierra fría y deslizándose en la fachada de que eran algo cercano a los
humanos. El aire exterior estaba cargado con el himno de las alas de los
murciélagos. Los soldados Esclavos vestidos de acero oscuro patrullaban las
almenas de abajo, lobos y lunas gemelos engalanados en capas negras. El labio del
asesino se curvó mientras los miraba; hombres haciendo guardia donde ningún
perro se humillaría.
El cielo de arriba estaba oscuro como el pecado.
El horizonte, rojo como los labios de su dama la última vez que la besó.
Se pasó el pulgar por los dedos, letras escritas con tinta debajo de los
nudillos.
—Patience —susurró.
—¿Puedo pasar?
El asesino no se dejó estremecer, sabía que al sangre fría le habría gustado
eso. En cambio, siguió mirando por la ventana a los nudillos rotos de las montañas
más allá, coronados por nieve gris ceniza. Podía sentir a la cosa parada detrás de
él ahora, su mirada vagando por su nuca. Sabía lo que quería, por qué estaba aquí.
Esperando que fuera rápido y sabiendo, en el fondo, que saborearían cada grito.
Finalmente se volvió, sintiendo el fuego crecer dentro de él al verlo. El
enfado era un viejo amigo, bienvenido y cálido. Haciéndole olvidar el dolor en sus
venas, el tirón de sus cicatrices, los años en sus huesos. Al mirar al monstruo que
tenía delante, se sintió positivamente joven de nuevo. Llevado hacia siempre en
alas de un odio puro y perfecto.
—Buenas noches, chevalier —dijo el sangre fría.
Había sido un niño cuando murió. Quince o dieciséis, tal vez, aún poseía
esa androginia delgada que se encuentra en la cúspide de la virilidad. Pero sólo
Dios sabía cuántos años tenía en realidad. Un toque de color adornaba sus mejillas,
grandes ojos marrones enmarcados por gruesos mechones dorados, un pequeño
rizo dispuesto artísticamente en su frente. Su piel no tenía poros y era pálida como
el alabastro, pero sus labios estaban obscenamente rojos, el blanco de sus ojos igual
de enrojecido. Recién alimentado.
Si el asesino no lo supiera, habría dicho que parecía casi vivo.
Su levita era de terciopelo oscuro, bordado con arabescos dorados. Un
manto de plumas de cuervo le cubría los hombros, el cuello vuelto hacia arriba
como una hilera de brillantes hojas negras. La cimera de su linaje de sangre estaba
cosida en su pecho: lobos gemelos desenfrenados contra las lunas gemelas.
Pantalones oscuros, una corbata y medias de seda y zapatos lustrados completaban
el retrato. Un monstruo con piel de aristócrata. 10
Estaba en el centro de su celda, aunque la puerta todavía estaba bloqueada
como un secreto. Un libro grueso estaba apretado entre sus palmas blancas como
el hueso, y su voz era dulce como una canción de cuna.
—Soy el marqués Jean-François del linaje Chastain, historiador de Su
Excelencia Margot Chastain, Primera y Última de su Nombre, Emperatriz Inmortal
de Lobos y Hombres.
El asesino no dijo nada.
—Eres Gabriel de León, el último de los santos de plata.
Aun así, el asesino llamado Gabriel no hizo ningún sonido. Los ojos de la
cosa ardían como la luz de una vela en el silencio; el aire se sentía pegajoso, negro
y exuberante. Por un momento pareció que Gabriel estaba al borde de un
acantilado, y que solo la fría presión de esos labios rubí contra su garganta podría
salvarlo. Sintió un hormigueo en la piel, un movimiento involuntario de su sangre
mientras lo imaginaba. El ansia de una polilla por la llama, suplicando arder.
—¿Puedo entrar? —repitió el monstruo.
—Ya estás dentro, sangre fría —respondió Gabriel.
La cosa miró por debajo del cinturón de Gabriel y le regaló una sonrisa de
complicidad.
—Siempre es de buena educación preguntar, chevalier.
Chasqueó los dedos y la puerta revestida de hierro se abrió de par en par.
Una hermosa esclava con un vestido largo negro y un corsé se deslizó dentro. Su
vestido era de damasco de terciopelo aplastado, con cintura de avispa y una
gargantilla de encaje oscuro alrededor del cuello. Su largo cabello rojo estaba
recogido en trenzas, enrollado sobre sus ojos como cadenas de cobre bruñido.
Quizás tuviera unos treinta y cinco años, como Gabriel. Lo suficientemente mayor
para ser la madre del monstruo, si hubiera sido solo un niño común y ella solo una
mujer común. Pero llevaba un sillón de cuero tan pesado como ella, con los ojos
hacia abajo mientras lo colocaba sin esfuerzo al lado del sangre fría.
La mirada del monstruo no se apartó de Gabriel. Ni la de él del monstruo.
La mujer trajo otro sillón y una mesita de roble. Colocando el asiento al
lado de Gabriel, la mesa en medio, se puso de pie con las manos entrelazadas como
una priora rezando.
Gabriel podía ver cicatrices en su garganta ahora; pinchazos reveladores
debajo de la gargantilla que llevaba. Sintió desprecio, arrastrándose por su piel.
Había llevado el asiento como si no pesara nada, pero de pie ahora en presencia
del sangre fría, la mujer estaba casi sin aliento, su pecho pálido subiendo por
encima de su corsé como una doncella en su noche de bodas. 11
—Merci —dijo Jean-François del linaje Chastain.
—Soy su sierva, amo —murmuró la mujer.
—Déjanos ahora, amor.
La esclava miró al monstruo a los ojos. Pasó lentamente las yemas de los
dedos por el arco de su pecho hasta la curva blanca como la leche de su cuello y…
—Pronto —dijo el sangre fría.
Los labios de la mujer se separaron. Gabriel pudo ver que se le aceleraba el
pulso al pensarlo.
—Hágase tu voluntad, amo —susurró.
Y sin siquiera mirar a Gabriel, hizo una reverencia y salió de la habitación,
dejando al asesino solo con el monstruo.
—¿Nos sentamos? —preguntó.
—Moriré de pie, si es lo mismo —respondió Gabriel.
—No estoy aquí para matarte, chevalier.
—Entonces, ¿qué quieres, sangre fría?
La oscuridad susurró. El monstruo se movió sin parecer moverse en
absoluto; un momento de pie junto al sillón, al siguiente, sentado en él. Gabriel vio
cómo se quitaba una mota de polvo imaginaria del brocado de su levita y colocaba
el libro en su regazo. Fue la más pequeña demostración de poder, una demostración
de potencia para advertirle contra cualquier acto de valentía desesperada. Pero
Gabriel de León había estado matando a estas cosas desde que tenía dieciséis años,
y sabía muy bien cuándo lo superaban.
Estaba desarmado. Tres noches cansado. Hambriento, rodeado y sudando
de abstinencia. Escuchó la voz de Greyhand resonando a través de los años, la
pisada de las botas de tacón de plata de su viejo maestro sobre las losas de San
Michon.
Ley Primera: Los muertos no pueden matar a los Muertos.
—Debes tener sed.
El monstruo sacó un frasco de cristal de su abrigo, una luz tenue brillando
en sus caras. Gabriel entrecerró los ojos.
—Solo es agua, chevalier. Bebe.
Gabriel conocía este juego; bondad ofrecida como preludio a la tentación.
Aun así, su lengua se sentía como papel de lija contra sus dientes. Y aunque ningún 12
agua podía realmente saciar la sed que tenía en su interior, arrebató el frasco de la
mano pálida como fantasma del monstruo y se sirvió un trago en la palma. Clara
como el cristal. Sin olor. Ni rastro de sangre.
Bebió, avergonzado de su alivio, pero todavía disfrutando cada gota. Para
la parte de él que era humana, esa agua era más dulce que cualquier vino o mujer
que hubiera probado en su vida.
—Por favor —los ojos del sangre fría eran afilados como cristales rotos—.
Siéntate.
Gabriel permaneció donde estaba.
—Siéntate —ordenó.
Gabriel sintió la voluntad del monstruo presionando sobre él, esos ojos
oscuros abarcando su visión hasta que fueron todo lo que pudo ver. Había dulzura
en ello. El atractivo de la flor para el abejorro, el sabor de jóvenes pétalos
desnudos, húmedos por el rocío. Una vez más, Gabriel sintió que su sangre se
movía hacia sus partes bajas. Pero de nuevo, escuchó la voz de Greyhand en su
mente.
Ley Segunda: Las lenguas Muertas escuchadas son lenguas Muertas
saboreadas.
Y así, Gabriel se quedó en donde estaba. De pie sobre piernas temblorosas.
El fantasma de una sonrisa adornó los labios del monstruo. Las yemas de los
afilados dedos alisaron un rizo dorado alejándolo de esos ojos color chocolate
ensangrentados, tamborileando en el libro en su regazo.
—Impresionante —dijo.
—Ojalá pudiera decir lo mismo —respondió Gabriel.
—Ten cuidado, chevalier. Puedes herir mis sentimientos.
—«Los Muertos se sienten como bestias, lucen como hombres, mueren
como demonios».
—Ah. —El sangre fría sonrió, con un vistazo de dientes de navajas en el
borde—. Ley Cuarta.
Gabriel intentó ocultar su sorpresa, pero aún sintió que se le revolvió el
estómago.
—Oui —coincidió el sangre fría—. Conozco los principios de tu Orden, De
León. Aquellos que no aprenden del pasado sufren el futuro. Y como puedes
imaginar, las noches futuras despiertan un gran interés para los que no mueren.
13
—Devuélveme mi espada, sanguijuela. Te enseñaré lo imperecedero que
eres en realidad.
—Qué evocador. —El monstruo estudió sus largas uñas—. Una amenaza.
—Un voto.
—«Y a los ojos de Dios y sus Siete Mártires —citó el monstruo—, hago
aquí un voto; deja que la oscuridad sepa mi nombre y desesperación. Mientras
arda, yo soy la llama. Mientras sangre, yo soy la espada. Mientras peque, yo soy
el santo. Y yo soy de plata».
Gabriel sintió una oleada de nostalgia suave y venenosa. Parecía que había
pasado una vida desde la última vez que escuchó esas palabras, resonando a la luz
de las vidrieras de San Michon. Una oración por venganza y violencia. Una
promesa a un dios que en realidad nunca había escuchado. Pero escucharlas
repetidas en un lugar como este, de labios de uno de ellos…
—Por el amor del Todopoderoso, siéntate —suspiró el sangre fría—. Antes
de que te caigas.
Gabriel podía sentir la voluntad del monstruo presionándolo, toda la luz de
la habitación ahora reunida en sus ojos. Casi podía oír su susurro, los dientes
haciéndole cosquillas en la oreja, prometiendo dormir después del camino más
largo, agua fría para lavar la sangre de sus manos y una oscuridad cálida y tranquila
para hacerle olvidar la forma de todo lo que había dado y perdido.
Pero pensó en el rostro de su dama. El color de sus labios la última vez que
la besó.
Y permaneció de pie.
—¿Qué quieres, sangre fría?
El último aliento de la puesta de sol había huido del cielo, el aroma de las
hojas muertas hacía mucho tiempo besó la lengua de Gabriel. El anhelo había
llegado en serio y la necesidad estaba en camino. La sed recorrió con dedos fríos
su columna vertebral, extendió alas negras sobre sus hombros. ¿Cuánto tiempo
había pasado desde que fumó? ¿Dos días? ¿Tres?
Dios del cielo, mataría a su propia maldita madre por probar…
—Como te dije —respondió el sangre fría—, soy el historiador de Su
Excelencia. Guardian de su linaje y maestro de su biblioteca. Fabién Voss está
muerto, gracias a tus tiernos cuidados. Ahora que las otras Cortes de Sangre han
comenzado a doblar la rodilla, mi señora ha vuelto su mente hacia la preservación.
Y así, antes de que muera el Último Santo de Plata, antes de que todo el
conocimiento de tu Orden sea arrastrado a una tumba sin nombre, mi pálida 14
emperatriz Margot, en su infinita generosidad, te ha ofrecido la oportunidad de
hablar.
Jean-François sonrió con labios manchados de vino.
—Ella desea escuchar tu historia, chevalier.
—Los de tu clase nunca tienen la habilidad de bromear, ¿verdad? —
preguntó Gabriel—. Lo dejan en la tierra la noche que mueren. Junto con todo lo
que pasó por su maldita alma.
—¿Por qué iba a bromear, De León?
—Los animales suelen jugar con su comida.
—Si mi emperatriz quisiera divertirse, oirían tus gritos hasta Alethe.
—Qué evocador. —Gabriel estudió sus uñas rotas—. Una amenaza.
El monstruo inclinó la cabeza.
—Touché.
—¿Por qué iba a perder mis últimas horas en la tierra contando una historia
que a nadie en la tierra le importa una mierda? No soy nadie para ti. Nada.
—Oh, vamos. —La cosa enarcó una ceja—. ¿El León Negro? ¿El hombre
que sobrevivió a las nieves carmesí de Augustin? ¿Quién quemó a mil vampíricos
hasta convertirlos en cenizas y presionó la Espada Furiosa contra la garganta del
mismo Rey Eterno? —Jean-François gruñó como una institutriz con un estudiante
rebelde—. Eras el más grande de tu Orden. El único que aún vive. Esos hombros
tan anchos no son adecuados para el manto de la modestia, chevalier.
Gabriel observó cómo el sangre fría acechaba entre mentiras y halagos
como un lobo en el brillante aroma de la sangre. Mientras tanto, reflexionaba sobre
lo que realmente quería y por qué no estaba ya muerto. Y finalmente…
—Esto es sobre el Grial —se dio cuenta Gabriel.
El rostro del monstruo estaba tan quieto que en realidad parecía tallado en
mármol. Pero Gabriel supuso que vio una ondulación en esa oscura mirada.
—El Grial está destruido —respondió—. ¿Qué nos importa la copa ahora?
Gabriel inclinó la cabeza y habló de memoria:
—«De la copa sagrada viene la luz sagrada;
El mundo enderezado por la mano consagrada.
Y de los Siete Mártires, tras su mirada,
El hombre simple verá esta noche sin fin terminada».
Una risa fría sonó en las paredes de piedra desnuda. 15
—Soy cronista, De León. Me interesa la historia, no la mitología. Guarda
tus inexpertas supersticiones para el ganado.
—Estás mintiendo, sangre fría. «Las lenguas Muertas escuchadas son
lenguas Muertas saboreadas». Y si crees por un momento que traicionaré…
Su voz se desvaneció, luego falló por completo. Aunque el monstruo nunca
parecía moverse en absoluto, ahora tenía una mano extendida. Y allí, en el plano
blanco como la nieve de su palma hacia arriba, yacía un frasco de vidrio de polvo
marrón rojizo. Como un polvo de chocolate y pétalos de rosa triturados. La
tentación que había conocido se acercaba.
—Un regalo —dijo el monstruo, quitando el tapón.
Gabriel podía oler la sangre en polvo desde donde estaba. Espesa, rica y
cobrizamente dulce. Su piel hormigueó con el olor. Sus labios se separaron en un
suspiro.
Sabía lo que querían los monstruos. Sabía que una sola probada únicamente
le daría sed de más. Aun así, se escuchó a sí mismo hablar como si viniera de lejos.
Y si todos los años y toda la sangre no le hubieran, hace mucho, roto el corazón,
seguramente se habría roto entonces.
—Perdí mi pipa… en el Cherbourg, yo…
El sangre fría sacó una fina pipa de hueso de su levita, la colocó junto con
el frasco sobre la mesita. Y con el ceño fruncido, señaló el asiento de enfrente.
—Siéntate.
Y finalmente, miserable como era, Gabriel de León obedeció.
—Sírvete tú mismo, chevalier.
La pipa estaba en su mano antes de que se diera cuenta, y vertió una porción
del polvo pegajoso en el cuenco, temblando tan ferozmente que estuvo a punto de
dejar caer su premio. Los ojos del sangre fría estaban fijos en las manos de Gabriel
mientras trabajaba; las cicatrices, callosidades y hermosos tatuajes. Una corona de
calaveras fue entintada en la parte superior de la mano derecha del santo de plata,
un tejido de rosas a su izquierda. La palabra P A T I E N C E estaba grabada en
sus dedos debajo de sus nudillos. La tinta era oscura contra su piel pálida, bordeada
con un brillo metálico.
El santo de plata se apartó un mechón de cabello largo y negro de los ojos
mientras se palmeaba el abrigo y los calzones de cuero. Pero, por supuesto, le
habían quitado su caja de pedernal.
—Necesito una llama. Una lámpara. 16
—Necesitas.
Con lentitud agonizante, el sangre fría juntó los delgados dedos en sus
labios. Entonces no hubo nada ni nadie más en el mundo. Solo el par de ellos,
asesino y monstruo, y esa pipa cargada de plomo en las manos temblorosas de
Gabriel.
—Hablemos entonces de necesidad, santo de plata. Los porqués no
importan. Los medios tampoco. Mi emperatriz exige que se cuente su historia. Por
lo tanto, podemos sentarnos como aristócratas mientras te entregas a tu pequeña y
sórdida adicción, o podemos retirarnos a habitaciones en las profundidades de este
castillo donde incluso los demonios temen pisar. De cualquier manera, mi
emperatriz Margot obtendrá su historia. La única pregunta es si la suspiras o gritas.
Lo tenía. Ahora que tenía la pipa en la mano, ya había caído.
Nostálgico del infierno, y temiendo volver.
—Dame la maldita llama, sangre fría.
Jean-François del linaje Chastain volvió a chasquear los dedos y la puerta
de la celda se abrió de par en par. La misma esclava esperaba afuera, una linterna
con una larga chimenea de vidrio en sus manos. Ella era solo una silueta a
contraluz: vestida negro, corsé negro, gargantilla negra. Entonces podría haber
sido la hija de Gabriel. Su madre, su esposa… no hacía ninguna diferencia. Todo
lo que importaba era la llama que llevaba.
Gabriel estaba tenso como dos cuerdas de arco, vagamente consciente de la
incomodidad del sangre fría ante la presencia del fuego, el silbido suave como la
seda de su aliento sobre los dientes afilados. Pero ahora no le importaba nada, salvo
esa llama y la magia oscura que la seguía, sangre convertida en polvo, humo y
felicidad.
—Tráela aquí —le dijo a la mujer—. Rápido, ahora.
Ella dejó la lámpara sobre la mesa y por primera vez lo miró a los ojos. Y
su mirada azul pálido le habló sin que ella dijera una palabra.
¿Y me crees esclava?
No le importaba. Ni un respiro. Manos expertas recortando la mecha,
elevando la llama a la altura perfecta, el aroma del aceite enhebrando el aire. Podía
sentir el calor contra el frío de la torre, sosteniendo el cuenco de la pipa a la
distancia perfecta para convertir el polvo en vapor. Su vientre se estremeció
cuando empezó: esa sublime alquimia, esa oscura química. La sangre en polvo
burbujeaba ahora, el color se fundía con la esencia, el aroma a raíz de acebo y
cobre. Y Gabriel apretó sus labios contra esa pipa con más pasión de la que jamás
había besado a un amante y… oh dulce Dios del cielo, la inhaló.
17
El fuego cegador de eso, llenando sus pulmones. El cielo turbulento de eso,
inundando su mente. Cristalizándose, desintegrándose, atrajo ese vapor sangriento
a su pecho y sintió su corazón golpeando contra sus costillas como un pájaro en
una enramada de huesos, su polla presionando contra sus calzones de cuero, y el
rostro de Dios mismo a solo otro cuenco de distancia.
Miró a los ojos de la esclava y vio que era un ángel al que se le había dado
forma terrenal. Quería besarla, beberla, morir dentro de ella, acercarla a sus brazos,
rozar sus labios a lo largo de su piel mientras sus dientes se movían en sus encías,
sintiendo la promesa golpeando justo debajo del arco de su mandíbula, el golpe de
martillo de su pulso contra su lengua, viva, viva…
—Chevalier.
Gabriel abrió los ojos.
Estaba de rodillas junto a la mesa, la lámpara proyectaba una sombra
temblorosa debajo de él. No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado. La mujer
se había ido, como si nunca hubiera estado.
Podía escuchar el viento afuera, una voz y docenas; susurrando secretos a
lo largo de las tejas y aullando maldiciones en los aleros y aullando su nombre a
través de las ramas de árboles negros y desnudos. Podía contar cada astilla de paja
en el suelo, sentir cada vello de su cuerpo erguido, oler el polvo viejo y la muerte
nueva, los caminos por los que había caminado con las suelas de sus botas. Cada
sentido era tan afilado como una hoja, roto y ensangrentado en sus manos tatuadas.
—¿Quién…?
Gabriel negó con la cabeza, aferrándose a las palabras como puñados de
almíbar. El blanco de sus ojos se había puesto rojo como un asesinato. Miró el
frasco, ahora de nuevo en la palma del monstruo.
—¿De quién… es la sangre?
—Mi dama bendita —respondió el monstruo—. Mi madre oscura y amante
pálida, Margot Chastain, Primera y Última de su Nombre, Emperatriz Inmortal de
Lobos y Hombres.
El sangre fría miraba la llama de la lámpara con un odio suave y
melancólico. Una polilla pálida como un cráneo había emergido de algún rincón
húmedo de la celda, revoloteando ahora alrededor de la luz. Dedos pálidos como
la porcelana se cerraron sobre el frasco, ocultándolo de la vista.
—Pero ni una gota más de ella será tuya hasta que tu historia sea mía. Así
que dila, y como si fuera a un niño. Supongamos que los que la leerán, dentro de
eones, no saben nada de este lugar. Porque estas palabras que me comprometo
ahora a poner en el pergamino durarán tanto como este imperio inmortal. Y esta
crónica será la única inmortalidad que conocerás. 18
De su abrigo, el sangre fría sacó una caja de madera tallada con dos lobos,
dos lunas. Sacó una pluma larga desde adentro, negra como la hilera de plumas
alrededor de su cuello, colocando una pequeña botella en el apoyabrazos de su
asiento. Mojando la pluma en la tinta, Jean-François miró hacia arriba con ojos
oscuros y expectantes.
Gabriel respiró hondo, el sabor del humo rojo en sus labios.
—Comienza —dijo el vampiro.
19
20
—Todo empezó con una madriguera de conejo —dijo Gabriel.
El último santo de plata miró fijamente la parpadeante llama de la lámpara
como si se enfrentara a rostros muertos hacía mucho tiempo. Una pizca de humo
rojo todavía golpeaba el aire, y podía escuchar cada hilo de la mecha de la lámpara
ardiendo con una melodía diferente. Los años que pasaron entre entonces y ahora
le parecieron sólo minutos, iluminados por un himno de sangre apresurado.
—Me parece gracioso —suspiró—, recordarlo todo. Hay una pila de cenizas
detrás de mí tan alta que podría tocar el cielo. Catedrales en llamas, ciudades en
ruinas y tumbas rebosantes de piadosos y malvados, y ahí es donde realmente
comenzó. —Sacudió la cabeza con asombro—. Sólo un pequeño agujero en el
suelo.
»La gente lo recordará diferente, por supuesto. Los trovadores hablarán
sobre la Profecía, y los sacerdotes balbucearán sobre el plan del Todopoderoso.
Pero nunca conocí a un juglar que no fuera un mentiroso, sangre fría. Ni un santo
que no fuera un cabrón.
—Aparentemente, tú eres un hombre santo, santo de plata —dijo Jean-
François. 21
Gabriel de León se encontró con la mirada del monstruo, sonriendo
levemente.
—La noche tenía unas buenas dos horas de descanso cuando Dios decidió
orinar en mi papilla. Los lugareños habían derribado el puente sobre el Keff, por
lo que me vi obligado al sur hacia el vado cerca de Dhahaeth. Era un país
accidentado, pero la Justicia había…
—Espera, chevalier. —El marqués Jean-François del linaje Chastain
levantó una mano y colocó la pluma entre las páginas—. Esto no servirá.
Gabriel parpadeó.
—¿No?
—No —respondió el vampiro. Te lo dije, esta es la historia de quién eres.
Cómo sucedió todo esto. Las historias no comienzan a mitad de camino. Las
historias comienzan por el principio.
—Quieres saber sobre el Grial. Una madriguera de conejo es donde
comienza esa historia.
—Como dije, registro esta historia para aquellos que vivirán mucho después
de que ustedes sean alimento para gusanos. Empieza gradualmente. —Jean-
François hizo un gesto con una mano esbelta—. Nací. Crecí…
—Nací en un charco de barro llamado Lorson. Criado como el hijo de un
herrero. El mayor de tres. No era nadie en especial.
El vampiro lo miró de arriba abajo, de las botas a la frente.
—Ambos sabemos que eso no es cierto.
—¿Las cosas que sabes de mí, sangre fría? Bueno, si las pones todas juntas
y las exprimes hasta secarlas, casi podrían sumar un jodido dedal.
La cosa llamada Jean-François afectó un pequeño bostezo.
—Enséñame, entonces. Tus padres. ¿Eran gente piadosa?
Gabriel abrió la boca para una reprimenda. Pero las palabras murieron en
sus labios mientras miraba el libro en el regazo de Jean-François. Se dio cuenta de
que el sangre fría no solo estaba escribiendo cada una de sus palabras, también
estaba dibujando; usando esa velocidad sobrenatural para trazar algunas líneas
entre cada respiración. Gabriel vio que las líneas se fusionaban en una imagen
ahora; un hombre de perfil de tres cuartos. Ojos grises atormentados. Hombros
anchos y cabello largo y negro como la medianoche. Una mandíbula cincelada
espolvoreada con una fina barba y manchada de sangre seca. Dos cicatrices estaban
grabadas debajo de su ojo derecho, una larga y la otra corta, casi como lágrimas 22
cayendo. Era un rostro que Gabriel conocía tan bien como el suyo.
Porque, por supuesto, era el suyo.
—Un gran parecido —dijo.
—Merci —murmuró el monstruo.
—¿También dibujas retratos para las otras sanguijuelas? Debe de ser
complicado recordar cómo te ves después de un tiempo, si ni siquiera un espejo se
profana con tu reflejo.
—Gastas tu veneno en mí, chevalier. Si es veneno esta agua.
Gabriel miró al vampiro, pasando la punta de un dedo por su labio. En las
garras del himno de sangre —ese regalo acelerado y palpitante de la pipa que había
fumado— cada sensación se amplificaba mil veces. La potencia de los siglos en
sus venas.
Podía sentir la fuerza que le otorgaba, el coraje que caminaba de la mano
con esa fuerza; un coraje que lo había llevado a través del infierno de Augustin, a
través de las torres del Cherbourg y las filas de la Legión Sin Fin. Y aunque sabía
que se desvanecería demasiado pronto, por ahora, Gabriel de León fue
absolutamente intrépido.
—Te voy a hacer gritar, sanguijuela. Voy a hacerte sangrar como un cerdo,
meteré lo mejor de ti en una pipa para más tarde y luego te mostraré cuánto vale
de verdad tu inmortalidad. —Miró los ojos vacíos del monstruo—. ¿Lo
suficientemente venenoso?
Una sonrisa curvó los labios de Jean-François.
—Había oído que eras un hombre de mal genio.
—Interesante. Yo no había oído hablar de ti en absoluto.
La sonrisa se derritió lentamente.
Pasó un largo rato de silencio antes de que el monstruo volviera a hablar.
—Tu padre. El herrero. ¿Era un hombre piadoso?
—Era un borracho desesperado con una sonrisa que podía quitarle los
innombrables a una monja, y puños que incluso los ángeles temían
—Me recuerda a las manzanas y la distancias a la que caen de sus árboles.
—No recuerdo haber pedido tu opinión sobre mí, sangre fría.
El monstruo estaba llenando las sombras alrededor de los ojos de Gabriel
mientras hablaba. 23
—Háblame de él. Este hombre que crio una leyenda. ¿Cuál era su nombre?
—Raphael.
—Nombrado entonces como esos ángeles que tanto le temían. Tal como tú.
—Y no tengo ninguna duda de lo enojados que están por eso.
—¿Se llevaban bien ustedes dos?
—¿Padres e hijos se llevan bien alguna vez? No es hasta que eres un hombre
que puedes ver al hombre que te crio como lo que era.
—No lo sabría.
—No. No eres un hombre.
24
Los ojos de la cosa muerta brillaron cuando miró hacia arriba.
—Los halagos te llevarán a todas partes.
—Esas manos blancas como un lirio. Esos cabellos dorados. —Gabriel miró
al vampiro con los ojos entrecerrados—. ¿Naciste elidaeni?
—Si tú lo dices —respondió Jean-François.
Gabriel asintió.
—Lo que necesitas saber sobre ma famille, vampiro, antes de que nos
pongamos manos a la obra, es que éramos gente nórdica. Te hacen bonito en el
este, seguro y cierto. ¿Pero en Nordlund? Nos vuelven feroces. Los vientos del
Godsend cortaron como espadas a través de mi tierra natal. Es un país indómito.
País violento. Antes de la paz de Augustin, Nordlund había sido invadido más que
cualquier otro reino en la historia del imperio. ¿Has escuchado la leyenda de
Matteo y Elaina?
—Por supuesto —asintió Jean-François—. El príncipe guerrero de Nordling
que se casó con una reina elidaeni antes del imperio. Se dice que Matteo amaba a
su Elaina con tanta fiereza como por cuatro hombres corrientes. Y cuando
murieron, el Todopoderoso los colocó como estrellas en los cielos, para que
estuvieran juntos para siempre.
—Esa es una versión del cuento —Gabriel sonrió—. Y Matteo amaba a su
Elaina con fiereza, eso es cierto. Pero en Nordlund contamos una historia diferente.
Verás, la belleza de Elaina era famosa en los cinco reinos, y cada uno de los otros
cuatro tronos envió a un príncipe a buscar su mano. El primer día, el príncipe de
Talhost le ofreció una manada de magníficos ponis de la tundra, inteligentes como
gatos y blancos como las nieves de su tierra natal. En el segundo, el príncipe de
Sūdhaem le llevó a Elaina una corona hecha de vidrio dorado brillante, extraído de
las montañas de su lugar de nacimiento. En el tercero, el príncipe de Ossway le 25
ofreció un barco de madera troth de valor incalculable para llevarla a través del
Mar Eterno. Pero el príncipe Matteo era pobre. Desde el año de su nacimiento, su
tierra natal había sido invadida por Talhost, Sūdhaem y Ossway también. No tenía
caballos, ni vidrio de oro, ni barcos para dar. En cambio, le juró a Elaina que la
amaría ferozmente como cuatro hombres ordinarios. Y para probar su punto,
mientras se paraba ante su trono y le prometía su corazón, Matteo depositó a los
pies de Elaina los corazones de sus otros pretendientes. Aquellos príncipes que
habían invadido la tierra de su nacimiento. Cuatro corazones en total.
El vampiro se burló.
—¿Entonces estás diciendo que todos los nórdicos son locos asesinos?
—Estoy diciendo que somos gente de pasiones —respondió Gabriel—. Para
bien o para mal. Para conocer a ma famille, para conocerme, debes saber eso.
Nuestros corazones hablan más fuerte que nuestras cabezas.
—¿Tu padre, entonces? —dijo Jean-François—. ¿También él era un
hombre de pasiones?
—Oui. Pero no para siempre. No él. Estaba enfermo de principio a fin.
El santo de plata se inclinó hacia delante, con los codos en las rodillas. La
celda estaba en silencio, salvo por los rápidos arañazos del sangre fría en su retrato,
la miríada de susurros del viento.
—No era tan alto como yo, pero estaba construido como una pared de
ladrillos. Había servido como explorador en el ejército de Philippe IV durante tres
años, antes de que muriera el viejo emperador. Pero quedó atrapado en un
deslizamiento de nieve en campaña en las Tierras Altas de Ossway. Su pierna se
rompió y nunca se curó bien, por lo que se dedicó a la herrería. Y trabajando en el
torreón de la baronía local, conoció a mi mamá. Una belleza de pelo negro
azabache, majestuosa y llena de orgullo. No pudo evitar enamorarse de ella.
Ningún hombre podría. Hija del propio barón. La demoiselle De León.
—¿Tu madre se llamaba De León? Tenía la impresión de que los nombres
se heredan paternalmente entre los de tu especie, santo de plata. Las mujeres
renuncian a su nombre cuando se casan.
—Mis padres no estaban casados cuando yo fui concebido.
El vampiro se tapó la boca con dedos afilados.
—Escandaloso.
—Mi abuelo ciertamente lo pensó así. Él le exigió que se deshiciera de mí
una vez que comenzó a mostrarse, pero mamá se negó. Mi abuelo la echó con todas 26
las maldiciones que pudo conjurar. Pero ella era una roca, mi mamá. No se
inclinaba ante nadie.
—¿Cómo se llamaba ella?
—Auriél.
—Hermosa.
—Tal como era ella. Y esa belleza permaneció intacta, incluso en un pozo
de barro como Lorson. Ella y papá se mudaron allí sin nada más que el hilo en sus
espaldas. Me dio a luz en la iglesia del pueblo porque su cabaña aún no tenía techo.
Un año después, nació mi hermana Amélie. Y luego, mi hermanita Celene. Mamá
y papá ya estaban casados y mis hermanas tomaron su apellido, «Castia». Le
pregunté a papá si yo también podía tomarlo, pero me dijo que no. Esa debería
haber sido mi primera pista. Eso y la forma en que me trataba.
Los dedos de Gabriel trazaron una fina cicatriz por su barbilla, sus ojos
distantes.
—¿Esos puños que temían los ángeles? —murmuró Jean-François.
Gabriel asintió.
—Como digo, era un hombre de pasiones, Raphael Castia. Y esas pasiones
llegaron a dominarlo. Mamá era una mujer piadosa. Ella nos crio profundamente
en la Única Fe, el bendito amor del Todopoderoso y la Madre Doncella. Pero el
amor de él era diferente.
»Había una enfermedad en él. Ahora lo sé. Luchó en la guerra solo tres años,
pero la llevó el resto de su vida. Nunca conoció una botella con la que no llegara
hasta el fondo. Ni una chica bonita a la que le diría que no. Y todos preferimos sus
indiscreciones, a decir verdad. Cuando estaba prostituyéndose, simplemente
desaparecía durante uno o dos días. Pero cuando estaba en casa bebiendo… era
como vivir con un barril de ignis negro. La pólvora esperando una chispa.
»Una vez me rompió el mango de un hacha en la espalda, cuando no corté
suficiente leña. Me golpeó las costillas hasta romperme cuando olvidé el agua del
pozo. Nunca tocó a mamá, ni a Amélie ni a Celene, ni una sola vez. Pero conocía
sus puños como conocía mi nombre. Y pensé que era amor.
»Al día siguiente, la canción sería la misma. Mamá se enfurecería y papá
juraría por Dios y los Siete Mártires que cambiaría, oh, cambiaría. Él renunciaría
a la bebida y estaríamos felices por un tiempo. Me llevaría a cazar o pescar, me
instruiría en el arte de la espada que había aprendido como explorador, la vida en
la naturaleza. Cómo hacer que una llama se prendiera en madera húmeda. La
habilidad de caminar sobre hojas muertas sin sonido. La elaboración de una trampa
que no mataría lo que atraparas. Y cada vez más, me enseñó hielo. Me enseñó la
nieve. Cómo cae. Cómo mata. Golpeteando en esa pierna rota suya, enseñándome 27
las verdades de la ventisca, la ceguera de la nieve, la avalancha. Dormir bajo las
estrellas en las montañas como lo hubiera hecho un verdadero padre.
»Pero nunca duraría para siempre.
»—La guerra no te enseña a ser un asesino —me dijo una vez—. Solo es
una llave que abre nuestra puerta. Hay una bestia en la sangre de todos los hombres,
Gabriel. Puedes matarla de hambre. Enjaularla. Maldecirla. Pero al final, le pagas
a la bestia lo que le corresponde, o esta te lo quita a ti.
»Recuerdo estar sentado a la mesa el día de mi octavo santo y mamá me
limpiaba la sangre de la cara. Ella me adoraba, mi mamá, a pesar de todo lo que le
había costado mi nacimiento. Lo sabía de la misma manera que conocía la
sensación del sol en mi piel. Y le pregunté por qué papá me odiaba, si ella podía
amarme tanto. Ese día me miró a los ojos y suspiró desde su corazón.
»—Te pareces a él. Dios me ayude, te ves exactamente como él, Gabriel.
El último santo de plata estiró las piernas y miró el dibujo del vampiro.
—Lo curioso es que mi papá era ancho y fornido, y yo ya era alto para
entonces. Su piel estaba bronceada y la mía estaba pálida como fantasmas. Podía
ver a mamá en la curva de mis labios y en el gris de mis ojos. Pero la verdad era
que papá y yo no nos parecíamos en nada.
»Ella se quitó el anillo, el único tesoro que había traído de la casa de su
padre. Era de plata fundida con el escudo de la Casa De León; dos leones
flanqueando un escudo y dos espadas cruzadas. Y lo deslizó en mi dedo y apretó
mi mano con fuerza.
»—La sangre de los leones corre por tus venas —me dijo ese día—. Y un
día como león vale diez mil como cordero. Nunca olvides que eres mi hijo. Pero
hay hambre en ti. Uno debe tener cuidado, mi dulce Gabriel. No sea que te devore
por completo.
—Parece una mujer formidable —dijo Jean-François.
—Lo era. Caminaba por las calles embarradas de Lorson como una dama
noble a través de los Salones Dorados de la corte del emperador. Aunque nací
bastardo, ella me dijo que usara mi noble nombre como una corona. Escupiera
veneno puro a cualquiera que afirmara que no tenía derecho a ello. Mi mamá se
conocía a sí misma, y hay un poder temible en eso. Saber con exactitud quién eres
y exactamente de lo que eres capaz. La mayoría de la gente lo llamaría arrogancia,
supongo. Pero la mayoría de la gente es jodidamente tonta.
—¿No predican tus sacerdotes desde sus púlpitos la gracia que reside en la
humildad? —preguntó Jean-François—. ¿No prometen que los mansos heredarán
la tierra?
28
—He vivido treinta y cinco años con el nombre que me puso mi madre,
sangre fría, y ni una sola vez he visto a los mansos heredar nada más que las sobras
de la mesa de los fuertes.
Gabriel miró por la ventana hacia las montañas más allá. La oscuridad,
hundiéndose como un pecador de rodillas. Los horrores que la rondaban sin
control. Las diminutas chispas de la humanidad, chisporroteando como velas en
un viento hambriento, pronto a ser extinguidas para siempre.
—Además, ¿quién diablos querría heredar una tierra como esta?
El silencio se escabulló en la habitación con pasos amortiguados. Gabriel
miró fijamente, perdido en sus pensamientos y el recuerdo del canto del coro, la
campanilla de plata y la tela negra separándose para revelar unas suaves curvas
pálidas, hasta que el golpeteo suave de la pluma contra la página rompió su
ensueño.
—Quizás deberíamos empezar con la muerte de los días —dijo el
monstruo—. Debes haber sido solo un niño cuando la sombra cubrió el sol por
primera vez.
—Oui. Solo un chico.
—Cuéntamelo.
Gabriel se encogió de hombros.
—Fue un día como cualquier otro. Unas noches antes, recuerdo que un
temblor en el suelo me despertó. Como si la tierra se estuviera agitando mientras
dormía. Pero ese día no pareció nada especial. Estaba trabajando en la fragua con
papá cuando empezó; esa sombra elevándose en el cielo como melaza, volviéndose
de un azul brillante a un gris hosco y el sol tan oscuro como el carbón. Toda la
aldea se reunió en la plaza y vio cómo el aire se enfrió y la luz del día se apagó. 29
Por supuesto, temíamos la brujería. La magia fae. El satanismo. Pero como todas
las cosas, pensamos que pasaría.
»Puedes imaginar el terror que se apoderó de todos a medida que pasaron
las semanas, los meses, y la oscuridad no cesó. Al principio lo llamamos por
muchos nombres: el Ennegrecimiento, el Velo, la Primera Revelación. Pero los
astrólogos y filósofos de la corte del emperador Alexandre III lo llamaron «La
Muerte de los Días», y al final, también nosotros. Padre Louis predicaría en su
púlpito en la misa que, todo lo que necesitábamos era fe en el Todopoderoso para
que nos ayudara. Pero es difícil creer en la luz del Todopoderoso cuando el sol no
es más brillante que una vela moribunda, y la primavera es tan fría como el
invierno.
—¿Cuántos años tenías?
—Ocho. Casi nueve.
—¿Y cuándo te diste cuenta de que nuestros pares habían empezado a
caminar durante el día?
—Tenía trece años cuando vi a mi primer condenado.
El historiador ladeó la cabeza.
—Preferimos el término sangre sucia.
—Mis disculpas, vampiro —sonrió el santo de plata—. ¿De alguna manera
he dado la impresión de que me importa una soberana mierda lo que prefieres?
Jean-François simplemente se quedó mirando. Una vez más, a Gabriel le
llamó la atención la idea de que el monstruo fuera de mármol, no carne. Podía
sentir el resplandor negro de la voluntad del vampiro, el horror de lo que era, y la
mentira de lo que parecía: hermoso, joven, sensual, todo en guerra en su cabeza.
En algún rincón de su mente a la luz de las velas, Gabriel era consciente de lo fácil
que podían hacerle daño. Con qué rapidez podían disipar sus ilusiones de que él
tenía el control aquí.
Pero ese es el problema de quitarle todo lo que tiene un hombre, ¿no?
Cuando no tienes nada, no tienes nada que perder.
—Tenías trece años —dijo Jean-François.
—Cuando vi a mi primer condenado —acordó Gabriel—. Habían pasado
cinco años desde la muerte de los días. En su punto más brillante, el sol aún era
solo una mancha oscura detrás de la mancha en el cielo. Ahora la nieve caía gris
en lugar de blanca, y olía a azufre. El hambre barrió la tierra como una guadaña:
en esos años, perdimos la mitad de nuestra aldea por hambre o frío. Todavía era
un niño, y ya había visto más cadáveres de los que podía contar. Nuestros 30
mediodías fueron tan oscuros como el crepúsculo, y nuestros atardeceres tan
oscuros como la medianoche, y cada comida consistió en setas o jodidas patatas, y
nadie, ni sacerdotes ni filósofos ni locos garabateando mierdas podía explicar
cuánto tiempo debía durar. El padre Louis predicó que esto era una prueba de
nuestra fe. Como éramos tontos, le creímos. Y entonces desaparecieron Amélie y
Julieta.
Gabriel se detuvo un momento, perdido en la oscuridad interior. Los ecos
de risa en su cabeza, una sonrisa bonita y un largo cabello negro y ojos tan grises
como los suyos.
—¿Amélie? —preguntó Jean-François—. ¿Julieta?
—Amélie era mi hermana del medio. Mi hermanita Celene era la más joven,
y yo el mayor. Las amaba a las dos, tan queridas y cercanas a mí como mi dulce
mamá. Ami tenía largo cabello oscuro y piel pálida como yo, pero en
temperamento, éramos tan diferentes como el amanecer y el anochecer. Se lamía
el pulgar y lo frotaba en el pliegue entre mis cejas, advirtiéndome que no frunciera
tanto el ceño. A veces la veía bailar, como si solo ella pudiera escuchar música.
Nos contaba historias de una víspera, cuando Celene y yo nos acostábamos a
dormir. A Ami le gustaban más las aterradoras. Hadas malvadas, brujería oscura y
princesas condenadas.
»La familia de Julieta vivía al lado. Tenía doce años, igual que Amélie. Ella
y mi hermana se burlaban un montón de mí cuando estaban juntas. Pero un día
cuando estábamos en el bosque recogiendo solos hongos blancos, me golpeé el
dedo del pie y usé el nombre del Todopoderoso en vano, y Julieta amenazó con
contarle al padre Louis mi blasfemia a menos que la besara.
»Por supuesto, protesté. En ese entonces las chicas me aterrorizaban. Pero
el padre Louis se alzaba en su púlpito cada prièdi y escupía del infierno y la
condenación, y un besito parecía preferible al castigo que sufriría si Julieta le
contaba mi pecado.
»Era más alta que yo. Tuve que ponerme de puntillas para alcanzarla.
Recuerdo que nuestras narices se interpusieron por completo, pero finalmente,
presioné mis labios contra los de ella, cálidos como el sol perdido hace mucho
tiempo. Suave y suspirando. Me sonrió después. Dijo que debería blasfemar más
a menudo. Ese fue mi primer beso, a sangre fría. Robado bajo unos árboles
moribundos por miedo al Todopoderoso.
»Fue a finales del verano cuando el par desapareció. Esfumadas un día
mientras estaba recolectando rebozuelos. No era inusual que Amélie estuviera
fuera más tiempo del que dijo. Mamá le advertía que no se atreviera a caminar por
la vida con la cabeza en las nubes, y mi hermana respondía: «Al menos puedo
sentir el sol allá arriba». Pero cuando anocheció, supimos que algo andaba mal.
»Busqué con los hombres de la aldea. Mi hermanita Celene también vino; 31
era feroz como los leones, incluso a los once años, y nadie se atrevía a decirle que
no. Después de una semana, la voz de papá se rompió por los gritos. Mamá no
quería comer, no podía dormir. Nunca encontramos sus cuerpos. Pero diez días
después, nos encontraron.
Gabriel trazó la curva de su párpado, sintiendo el movimiento de cada
pestaña bajo la punta de su dedo. El viento helado agitó el cabello largo sobre sus
hombros.
—Estaba apilando combustible para la fragua con Celene cuando Amélie y
Julieta llegaron a casa. El sangre fría que las mató arrojó sus cadáveres a un
pantano después de hacerlo, y estaban sucias por el agua, sus vestidos empapados
de barro. Se detuvieron en la calle frente a nuestra cabaña, con los dedos
entrelazados. Los ojos de Julieta se habían vuelto blancos como la muerte, y esos
labios que habían sido cálidos como el sol estaban negros, desplegándose de unos
pequeños dientes afilados mientras me sonreía.
»La madre de Julieta salió corriendo de su casa llorando de alegría. Tomó a
su niña en sus brazos y alabó a Dios y a los Siete Mártires por traerla a casa. Y
Julieta le arrancó la garganta justo enfrente de nosotros. Solo… maldición, la rasgó
como si fuera fruta madura. Ami también cayó sobre el cuerpo, manoseando y
siseando con una voz que no era la de ella.
Gabriel tragó con dificultad.
—Nunca he olvidado los sonidos que hizo cuando empezó a beber.
»Los hombres del pueblo brindaron por mi valor por lo que vino después.
Y me gustaría poder decir que fue coraje lo que sentí cuando mi hermana empujó
su rostro hacia ese aluvión, pintándose las mejillas y los labios de un rojo oscuro.
Pero ahora miro en retrospectiva, y sé lo que en realidad me hizo mantenerme
firme cuando la pequeña Celene corrió gritando.
—¿Amor? —preguntó el sangre fría.
El último santo de plata negó con la cabeza, fascinado por la llama de la
lámpara.
—Odio —dijo finalmente—. Odio por en lo que se habían convertido mi
hermana y Julieta. Por lo que les habían hecho. Pero cada vez más, odio por la idea
de que este momento era como siempre recordaría a esas chicas. No el beso robado
de Julieta bajo esos árboles moribundos. No Amélie contándonos historias por las
noches. Sino esto. La pareja a cuatro patas, lamiendo la sangre del barro como
perros hambrientos. El odio era todo lo que conocía en ese momento. Toda su
promesa y todo su poder. Echó raíces en mí en ese día frío de verano y, en verdad,
no creo que me haya dejado ir nunca.
32
Jean-François volvió los ojos hacia la polilla, aun golpeando en vano el
cristal del farol.
—Demasiado odio reducirá a cenizas a un hombre, chevalier.
—Oui. Pero al menos morirá caliente.
Los ojos del último santo de plata se posaron en sus manos tatuadas, con los
dedos cerrados.
—No podría haber lastimado a mi hermana. La amaba incluso entonces. Así
que, tomé el hacha de madera y la bajé, justo en el cuello de Julieta. El golpe fue
lo suficientemente sólido. Pero solo tenía trece años, e incluso un hombre adulto
tendrá problemas para cortar una cabeza humana, y mucho menos una sangre fría.
La cosa que había sido Julieta cayó al barro, tanteando el hacha en su cráneo. Y
Amélie levantó la cabeza, la baba ensangrentada colgándole de la barbilla. La miré
33
directo a los ojos, y fue como mirar el rostro del infierno. No el fuego y el
azufre que padre Louis prometió desde su púlpito, solo… un vacío. Una maldita
nada.
»Mi hermana abrió la boca, y vi que sus dientes eran largos y brillantes
como un cuchillo. Y la chica que me contó historias todas las noches antes de
dormir, que bailaba con música que solo ella podía oír, se puso de pie y me golpeó.
»Dios del cielo, era fuerte. No sentí nada hasta que golpeé el barro. Y luego
se sentó a horcajadas sobre mi pecho, y pude oler la podredumbre y la sangre fresca
en su aliento, y cuando sus colmillos rozaron mi garganta, supe que estaba a punto
de morir. Mirando esos ojos vacíos, incluso cuando lo odiaba y lo temía, lo quería.
Le di la bienvenida.
»Pero algo en mí se agitó entonces. Como un oso despertando hambriento
después del letargo invernal. Y cuando mi hermana abrió su boca podrida, la agarré
por la garganta. Dios, era lo suficientemente fuerte como para moler huesos hasta
convertirlos en polvo, pero aun así, la empujé hacia atrás. Y mientras palpaba mi
cara con las yemas de sus dedos ensangrentados, sentí un calor subir por mi brazo,
hormigueando en cada centímetro de piel. Algo oscuro. Algo profundo. Y con un
chillido que hizo que mi estómago se volviera agua, Amélie se echó hacia atrás,
aferrándose la carne burbujeante de su garganta.
»Un vapor rojo se elevó de su piel, como si la sangre en sus venas estuviera
hirviendo. Lágrimas rojas se derramaron por sus mejillas a medida que gritaba.
Pero para entonces, los gritos de Celene habían hecho correr a toda la aldea. Manos
fuertes agarraron a Amélie, la echaron hacia atrás mientras el concejal presionaba
una antorcha contra su vestido, y se iluminó como una hoguera de los primeros
hombres. Julieta estaba gateando con mi hacha aún clavada en sus rizos cuando
también la encendieron, y el sonido que hizo al arder… Dios, fue… impío. Y solo
me senté en el barro con Celene agachada a mi lado, y vimos a nuestra hermana 34
girar y retorcerse como una antorcha viviente. Un último baile horrible. Papá tuvo
que contener a mamá para que no se arrojara al fuego. Sus gritos más fuertes que
los de Amélie.
»Me revisaron la garganta una docena de veces, pero no tenía ni un rasguño.
Celene apretó mi mano, y me preguntó si estaba bien. Algunas personas me
observaron con extrañeza, preguntándose cómo había sobrevivido. Pero el padre
Louis lo proclamó un milagro. Declarado que Dios me había perdonado para cosas
mayores.
»Aun así, se negó a dar sepultura a las chicas, el muy bastardo. Dijo que,
habían muerto sin confesión. Sus restos fueron llevados a la encrucijada y
esparcidos, por lo que nunca podrían volver a encontrar el camino a casa. La tumba
de mi hermana iba a permanecer para siempre vacía en un terreno impío, su alma
condenada por toda la eternidad. A pesar de todos sus elogios, odié al maldito
Louis por eso.
»Olí las cenizas de Amélie en mí durante días después. Soñé con ella
durante años. A veces, Julieta vendría con ella. Las dos sentándose encima de mí
y besándome por todas partes con labios negros, totalmente negros. Pero, aunque
no tenía idea de lo que me había sucedido, o cómo, en el nombre de Dios, había
sobrevivido, sabía una cosa con total certeza.
—Que los vampíricos eran reales —dijo Jean-François.
—No. Creo que ya lo creíamos en nuestros corazones, sangre fría. Oh, los
lores empolvados de Augustin, Coste y Asheve nos habrían pensado retrasados.
Pero las historias junto al fuego en Lorson siempre eran de vampiros. De bailarines
del anochecer, fae y otras brujerías. En las provincias de Nordlund, los monstruos
eran tan reales como Dios y sus ángeles.
»Pero las campanas de la capilla acababan de tocar el mediodía cuando
Amélie y Julieta llegaron a casa. Y el día no pareció molestarlas en absoluto. Todos
conocíamos las perdiciones de los Muertos. Las armas que nos mantenían a salvo:
fuego, plata, pero sobre todo, luz del sol.
Gabriel se detuvo un momento, perdido en sus pensamientos, sus ojos grises
nublados.
»Eran la muerte de los días, ¿ves? Incluso años después, en el monasterio
de San Michon, ningún santo de plata pudo explicar por qué sucedió. El abad
Khalid dijo que una gran estrella había caído en el este a través del mar, y sus
fuegos levantaron un humo tan denso que oscureció el sol. El maestro Greyhand
nos dijo que había habido otra guerra en el cielo, y que Dios había derribado a los
ángeles rebeldes con tal rencor que la tierra había salido volando hacia el cielo, y
ahora colgada en una cortina entre su reino y el infierno. Pero nadie sabía de verdad 35
por qué ese velo había cubierto el cielo. Entonces no, y tal vez ni siquiera ahora.
»Todo lo que la gente de mi aldea sabía era que nuestros días se habían
vuelto casi oscuros como la noche, y las criaturas de la noche ahora caminaban
libremente en el tal llamado día. De pie en la encrucijada de caminos fuera de
Lorson mientras esparcían las cenizas de mi hermana, sosteniendo la mano de
Celene mientras nuestra madre gritaba y gritaba cada jodida vez, lo supe. Creo que
una parte de nosotros siempre lo supo.
—¿Qué supiste? —preguntó Jean-François.
—Que este era el principio del fin.
—Anímate, chevalier. Todas las cosas terminan.
Gabriel alzó la vista ante eso, sus ojos rojos como la sangre brillando.
—Oui, vampiro. Todas las cosas.

36
—¿Qué siguió después? —preguntó Jean-François.
Gabriel respiró hondo.
—Mamá nunca volvió a ser la misma después de la muerte de mi hermana.
Nunca vi a mis padres besarse después de eso. Era como si el fantasma de Amélie
finalmente hubiera matado cualquier cosa que quedara entre ellos. El dolor se
convirtió en culpa, y la culpa en ira. Cuidé de Celene lo mejor que pude, pero
estaba creciendo como una diablilla, siempre buscando problemas y simplemente
haciéndolos si no podía encontrarlos. Mamá estaba marcada por su dolor, hundida
y furiosa. Papá buscó refugio en la botella, y sus puños cayeron más pesados que
nunca. Labios partidos y dedos rotos.
»No hay una miseria tan profunda como la que afrontas tú solo. No hay
noches más oscuras que las que pasas solo. Pero puedes aprender a vivir con
cualquier peso. Tus cicatrices crecen lo suficiente, se convierten en armaduras.
Podía sentir algo construyéndose en mí, como una semilla esperando en la tierra
fría. Pensé que esto era lo que se sentía al convertirse en hombre. A decir verdad,
no tenía ni puta idea de en qué me estaba convirtiendo.
»Pero aun así, estaba creciendo. Me había vuelto muy alto, y trabajar en la 37
fragua me había vuelto duro como el acero. Comencé a notar que las muchachas
del pueblo me miraban de esa manera que lo hacían las jovencitas, susurrando entre
ellas cuando pasaba. En ese momento no sabía por qué, pero algo en mí las atrajo.
Aprendí a convertir esos susurros en sonrisas, y esas sonrisas en algo aún más
dulce. En lugar de que me robaran besos, simplemente me los dieron de buena
gana.
»En mi decimoquinto invierno, comencé a tener citas con una chica llamada
Ilsa, hija del concejal, sobrina del propio padre Louis. Resultó que podía ser un
pequeño bastardo astuto cuando quería serlo, y me escabullía hasta la casa del
concejal por la noche, trepaba al roble moribundo que había fuera de la ventana de
Ilsa. Le susurraba al cristal y ella me invitaba a pasar, hundiéndose en desesperados
besos hambrientos y en esos primeros manoseos torpes que prendían fuego a la
sangre de un joven.
»Pero mi madre no lo aprobó. No nos peleábamos a menudo, pero cuando
se trató de Ilsa, Dios Todopoderoso, sacudimos el maldito cielo. Me advirtió que
me alejara de esa chica, una y otra vez. Una noche estábamos en la mesa, papá
ahogándose silenciosamente en su vodka y Celene pinchando su estofado de papa
mientras mamá y yo discutíamos. Me advirtió del hambre dentro de mí una vez
más. Que tenga cuidado, no sea que me devore por completo.
»Pero estaba cansado del miedo de mis padres a cometer los mismos errores
que ellos. Y furioso, sin paciencia, señalé a papá y grité—: ¡No soy como él! ¡No
soy en absoluto como él!
»Y papá me miró entonces, una vez tan apuesto, ahora ebrio y flácido de la
bebida.
»—Maldita sea, no lo eres, pequeño bastardo.
»—¡Rafael! —gritó mamá—. ¡No hables así!
»Él la miró y una secreta sonrisa amarga torció sus labios. Y podría haber
terminado allí si el león en mí no se hubiera enfurecido demasiado para dejarlo
pasar.
»—Doy gracias a Dios que soy un bastardo. Mejor ningún padre que uno
tan inútil como tú.
»—¿Soy inútil? —Papá frunció el ceño, y se puso de pie—. Si supieras lo
que valgo, muchacho. Quince años, y no he dicho ni una palabra, criando tal
pecado como tú.
»—Si soy un pecado, entonces soy el tuyo. Y solo porque fuiste lo
suficientemente tonto como para sembrar un hijo en la chica que araste fuera del
matrimonio, no siga…
»No llegué más lejos. Su puño voló como lo había hecho cientos de noches 38
antes. Mamá gritando como siempre lo había hecho. Pero esa noche, el puño de
papá nunca dio en el blanco. En cambio, lo atrapé, pero a unos centímetros de mi
cara. Era más alto que él, pero él tenía los brazos gruesos como la esposa de un
panadero. Debería haber sido capaz de aplastarme como a una mosca. En cambio,
lo empujé hacia atrás, con los ojos totalmente abiertos por la sorpresa. Mi sangre
estaba latiendo con fuerza, y cuando el cráneo de mi papá golpeó la chimenea, ese
pulso comenzó a rugir en las sombras detrás de mis ojos. Mientras caía, vi que se
había partido el cuero cabelludo sobre la repisa de la chimenea. Y de la herida se
derramó una mancha rojo brillante y reluciente.
»Sangre.
»La había visto antes, por supuesto. Dispersa en mis dedos rotos y
manchada en mi cara hinchada. Pero nunca había notado lo vívido que era el color,
lo embriagador que era el aroma, la sal y el hierro y el perfume de las flores,
entrelazados ahora con la canción de mi corazón atronador. Mi garganta estaba
seca, mi lengua como cuero viejo, mi estómago un agujero enorme en forma de
garra a medida que extendía una mano temblorosa hacia esa mancha que
extendiéndose.
»—¿Gabe? —susurró Celene.
»—¡Gabriel! —gritó mamá.
»Y como un hechizo roto por el canto del gallo, cayó. Ese dolor. Ese anhelo
seco como el polvo. Me quedé de pie con las piernas temblorosas, mirando a mamá
a los ojos. Podía ver secretos allí, tácitos. Un horror, un peso haciéndose cada año
más pesado.
»—Mamá, ¿qué me está pasando?
»Se limitó a sacudir la cabeza, arrodillándose junto a papá.
»—Gabriel, está dentro de ti. Tenía la esperanza… le recé a Dios para que
no fuera así.
»—¿Qué hay dentro de mí?
»No dijo nada, mirando las sombras en el suelo.
»—¡Mamá, dímelo! ¡Ayúdame!
»Me miró a los ojos. Esta leona que me crio, que me enseñó a llevar mi
nombre como una corona. Y entonces pude verlo; la desesperación de la madre
que haría cualquier cosa para proteger a su cachorro, dándose cuenta de que solo
le quedaba una cosa por hacer.
»—No puedo, mi amor. Pero tal vez conozca a alguien que pueda.
»No tenía ni idea de qué más preguntar. No sabía la respuesta que 39
necesitaba. Mamá no hablaría más, y Celene había comenzado a llorar, así que me
ocupé de mi hermana como siempre lo había hecho. Las cosas nunca volvieron a
ser las mismas después de esa noche. Intenté hablar con papá, que Dios me ayude,
incluso me disculpé, pero él ni siquiera me miraría. Lo vi golpeando su yunque, su
puño sobre su martillo. Sus manos, cosas grandes y terribles. Podía recordarlas
cerrándose alrededor de las mías cuando era un niño pequeño, grandes y cálidas,
enseñándome cómo colocar una trampa o blandir una espada. Las recordaba
formando puños y cayendo como lluvia. Papá construyó cosas, y rompió cosas. Y
comprendí que quizás una de las cosas que había roto había sido a mí.
»Mi único refugio era el círculo de los brazos de Ilsa. Y así, lo busqué a
menudo como pude, escabulléndome a todas horas y trepando por su ventana.
Encontrando en ese lugar donde las palabras no tienen sentido. Ambos fuimos
criados en la Fe Única, y siempre el espectro del pecado se cernió sobre nosotros.
Pero ni siquiera Dios mismo puede interponerse entre una chica y un chico que en
realidad se quieren el uno al otro. Ninguna escritura, rey o ley en la tierra tiene ese
poder.
»Una noche, estuvimos cerca. Tan cerca que ambos ardimos con ello. Su
ropa de dormir se hizo a un lado y mis calzoncillos desatados, mis labios casi
doliendo por la presión de su boca. La sensación de su cuerpo desnudo contra el
mío era vertiginosa, y el deseo de ella era una sed que manaba dentro de mí. Podía
oler su deseo, llenando mis pulmones y haciendo que me doliera, sus largos
mechones castaños se enredaron entre mis dedos mientras su lengua se sacudía
contra la mía.
»—¿Me amas? —susurré.
»—Te amo —respondió.
»—¿Me deseas? —pregunté.
»—Te deseo —suspiró.
»Rodamos sobre su cama, su respiración se aceleró y sus ojos solo me
vieron a mí.
»—Pero no podemos, Gabriel. No podemos.
»—Esto no es pecado —supliqué, besando su garganta—. Tienes todo mi
corazón.
»—Y tú el mío —susurró—. Pero es mi época lunar, Gabriel. Mi sangre
está sobre mí. Deberíamos esperar.
»Mi estómago se emocionó con eso. Y aunque volvió a hablar, la única
palabra que escuché fue sangre. Comprendí que ese era el olor, ese era el deseo,
rugiendo ahora dentro de mí.
»No podría haberte dicho por qué. No había un por qué en mis pensamientos 40
en ese momento. Pero mi boca se deslizó más abajo, sobre las colinas suaves y
valles de su cuerpo, y pude sentir su corazón martilleando bajo mis dedos mientras
mis manos vagaban por sus curvas. Se estremeció cuando mi lengua rodeó su
ombligo, murmuró la protesta más suave incluso cuando separó las piernas y pasó
los dedos por mi cabello. Y me hundí entre sus muslos y presioné mi boca contra
ella, sintiéndola temblar. Y una parte de mí era solo un muchacho de quince años
entonces, nervioso como un corderito, rogando solo para servir y queriendo solo
complacer. Pero el resto de mí, la mayor parte de mí, estaba plagado de un hambre
más oscura que cualquiera que hubiera conocido.
»Ilsa se llevó los dedos a la boca, rodeando mi cabeza con sus muslos. Y
cuando presioné mi lengua dentro de ella, la probé, Dios, la probé, y casi me vuelve
loco. Hierro y sal. Otoño y óxido. Inundando mi lengua y respondiendo todas las
preguntas que nunca supe cómo hacer. Porque la respuesta era la misma.
»—Siempre la misma.
»—Sangre.
»—Sangre.
»Me sentí completo de una manera que nunca creí posible. Conocí una paz
que nunca hubiera creído que era real. Sentí a esta chica, retorciéndose contra las
sábanas y susurrando mi nombre, y aunque un momento antes le había prometido
todo mi corazón, ahora no era nada, nada más que lo que podía darme, el tesoro
encerrado detrás de las puertas de este templo sedoso y llamándome sin decir una
palabra. Sentí un movimiento en mis encías, y al pasar la lengua por mis dientes,
sentí que se habían vuelto afilados como cuchillos. Podía escuchar el pulso en los
muslos de Ilsa, apretados contra mis oídos, luchando por girar mi cabeza mientras
suspiraba protestando. Y luego, Dios me ayude, hundí mis dientes en ella, su
espalda arqueándose, todos sus músculos tensándose mientras echaba la cabeza
hacia atrás y me acercaba, intentando no gritar.
»Y entonces conocí el color del deseo. Y su color era rojo.
»¿Qué soy? ¿Qué estoy haciendo? En el nombre de Dios, ¿qué me está
pasando? Estos son los pensamientos que podrías esperar que pasaran por mi
cabeza. Las preguntas que cualquier persona cuerda podría haberse hecho. Pero
para mí, no hubo nada. Nada más que mis labios contra la piel de Ilsa y el flujo de
esa vena perforada en mi boca. Bebí como arena reseca del desierto, de mil años
de ancho. Bebí como si todo el mundo se estuviera acabando y solo un bocado más
de ella pudiera salvarlo, salvarme, salvarnos a todos del gran final esperando en la
oscuridad. No podía parar. No lo haría.
»—Para…
»El susurro de Ilsa rompió el himno sin límites en mi cabeza, ese coro de
nuestros latidos entrelazados. El suyo se estaba desvaneciendo ahora, débil y frágil 41
como el de un pájaro roto y el mío zumbando más fuerte que nunca. Pero aun así,
la parte de mí que amaba a esta chica se dio cuenta de lo que estaba haciendo el
resto de mí. Y por fin, arranqué mi boca con un grito ahogado de horror.
»—Oh, Dios…
»Sangre. En las sábanas. En sus muslos y en mi boca. Y mientras el hechizo
de mi beso se desvanecía, mientras el deseo oscuro que la había apoderado se
desangraba, Ilsa vio lo que había hecho. La parte animal de ella tomó el control, e
incluso cuando levanté mis manos para callarla, abrió sus labios ruborizados y
gritó. El grito de una chica que entiende que el monstruo ya no está debajo de la
cama. El monstruo está con ella.
»Escuché pasos corriendo. Una maldición suave. Ilsa gritó de nuevo, con
horror puro en sus ojos. Y ese horror también me atrapó a mí, convirtiendo mi
estómago lleno en agua. El horror de un chico que ha lastimado a la persona que
ama, de un chico en la cama con una hija mientras los pasos de su padre se
precipitan por el pasillo, de un chico que se ha despertado de una pesadilla para
descubrir que la pesadilla es él.
»La puerta se abrió de golpe. El concejal estaba allí en camisa de dormir,
una daga en una mano. Y gritó:
»—¡Buen Dios Todopoderoso! —mientras me arrastraba de la cama en
ruinas, mis manos y barbilla empapadas de rojo. Ilsa siguió gritando, el concejal
rugió y blandió su hojilla. Jadeé cuando una línea de fuego me cortó la espalda,
pero ya me había ido, moviéndome tan rápido que el mundo era un borrón, a través
de la ventana y hacia la oscuridad.
»Aterricé descalzo en el barro, arrastrándome los pantalones hacia arriba a
medida que tropezaba, mis manos pegajosas y rojas. Podía escuchar el despertar
de la aldea, los gritos de Ilsa resonando en la plaza embarrada, y las pisadas de las
botas de los vigilantes mientras lucecitas resplandecían en la oscuridad.
»Estaba perdido y solo, y solo Dios sabía a dónde estaba corriendo. Pero
me di cuenta con asombro espantoso de que la noche estaba viva a mi alrededor,
ardiendo tan brillante y hermosa como antes lo había hecho el día. Mis piernas
eran de acero, y mi corazón estaba tronando, y sentí cada centímetro del león por
el que fui nombrado. En ese momento, estaba más vivo y asustado que nunca, pero
mis pensamientos estaban lo suficientemente claros ahora como para cuestionar.
¿Qué me estaba pasando? ¿Qué había hecho? ¿Amélie me había transmitido su
maldición en alguna medida? ¿O era algo más del todo diferente?
»Empezó a nevar. Escuché sonar las campanas de la iglesia. Y corrí hacia
adelante, hacia el único lugar en el que pensé que podría encontrar seguridad. ¿A
dónde corre el cachorro, el vampiro, cuando los lobos le pisan los talones? ¿A
quién clama el soldado cuando sangra por última vez en el campo? 42
—Madre —respondió Jean-François.
—Madre —asintió Gabriel—. Había intentado decirme algo esa noche en
que golpeé a papá. Esa noche la sangre me llamó por primera vez. Y así, irrumpí
a través de la puerta de nuestra cabaña y solo la llamé a ella. Se levantó de la cama,
y mi hermanita me miró fijamente, con los ojos totalmente abiertos y temerosa por
la sangre en mis manos y rostro. Papá gruñó:
»—Oh, Dios, ¿qué has hecho, muchacho?
»Y Celene susurró una oración suave. Pero mamá me envolvió en sus
brazos y susurró:
»—No temas, mi amor. Todo saldrá bien.
»Puños pesados golpearon la puerta. Voces enojadas. Mamá y papá
intercambiaron una mirada, pero papá no movió ni un músculo. Y con los labios
apretados, mi leona se envolvió los hombros con un chal y tomó mi mano
ensangrentada, llevándome de regreso al frío.
»La mitad de la aldea nos esperaba. Algunos portaban lámparas, brasas
encendidas o íconos del Redentor. El concejal estaba entre ellos, y también el padre
Louis, el sacerdote agarrando una copia de los Testamentos como una espada en
la mano. Levantó el libro sagrado y me señaló, su voz ronca con la misma furia
justa con la que había condenado a mi hermana.
»—¡Abominación!
»Mamá gritó en protesta, pero su voz se perdió bajo el clamor. El herrero
me agarró del brazo. Pero la sangre que había robado palpitaba caliente y roja en
todos mis lugares huecos, y lo envié volando como si fuera paja. Se acercaron más
hombres y arremetí, sintiendo que los huesos se rompieron y la carne se partió en
mis manos. Pero cayeron sobre mí en una turba, el sacerdote gritando:
»—¡Derríbenlo! ¡En el nombre de Dios!
»—¡Es uno de ellos! —gritó alguien.
»—¡Se ha ido como su hermana! —rugió otro.
»Mamá comenzó a gritar y Celene escupió maldiciones, y en algún lugar
del tumulto, escuché a mi papá rugir también, gritando que solo era un muchacho,
solo un niño. Sentí a la multitud arrastrándome ensangrentado y medio
inconsciente a mis pies, y entonces pensé en Amélie, bailando y gimiendo mientras
ardía. Preguntándome si me esperaba el mismo destino. Miré a los ojos del padre
Louis, este bastardo que le había negado a mi hermana su entierro, con odio en mi
lengua.
43
»—Jodido cobarde sin fe —le espeté—. Rezo para que mueras gritando.
»Un disparo partió el aire, el chasquido de una pistola de rueda resonando
en mis oídos. Y la turba se quedó quieta, todos los ojos volviéndose hacia las
figuras cabalgando lentamente por el camino embarrado.
»Dos de ellos en corceles pálidos, como ángeles de la muerte de las páginas
de los Testamentos. Un tipo delgado iba a la cabeza, demacrado como un
espantapájaros. Llevaba un abrigo de cuero, negro y pesado. Llevaba el tricornio
muy bajo, el collar le cubría la boca y nariz. Todo lo que podía ver de sus rasgos
era un mechón de cabello seco de color pajizo y sus ojos. Sus iris eran del tipo más
pálido de verde, pero los blancos estaban tan inyectados en sangre que eran casi
rojos. Llevaba un saco de arpillera sobre la espalda de su robusto potro de tundra.
La forma del interior era parecida a la de un hombre. En su hombro había un
halcón, de elegantes plumas grises y brillantes ojos dorados.
»El segundo jinete era más joven, más ancho de hombros, pero una vez más,
solo podía ver poco de su rostro. Llevaba el mismo atuendo que el primero, una
espada larga enfundada en la cintura. Su tricornio bajó, y miró a la multitud con
una mirada azul hielo.
»La nieve se estaba volviendo más pesada, su frío clavándose en mi piel
desnuda. Los jinetes llevaban pequeñas linternas de cazador en sus monturas, y la
luz brilló sobre los copos cayendo gruesos y helados del cielo, con siete estrellas
plateadas bordadas en sus pechos.
»Papá había buscado su vieja espada de guerra de la pared, y mamá estaba
sin aliento, su cabello se soltó de la trenza. Celene estaba de pie con los puños
apretados, mi pequeña diablilla interviniendo para defender a su hermano mayor
mientras esos potros se acercaban lentamente a nuestra casa. Todos pudimos sentir
la severidad de ese momento. Observé a estos hombres extraños, y noté lo finos
que eran sus corceles, lo afilado que era el corte de sus abrigos, cómo el hilo de
esas estrellas en sus pechos no era hilo en absoluto, sino plata de verdad, real. Y el
que iba a la cabeza deslizó la llave de rueda dentro de su abrigo y gritó por encima
de la canción de mi pulso.
»—Soy fray Greyhand, Santo de Plata de San Michon. —Me señaló—. Y
estoy aquí por el muchacho.

44
»El viento aullaba como un lobo hambriento, la nieve se pegaba a mi piel
ensangrentada. Miré al padre Louis y vi que se le frunció el ceño.
»—Señor, este chico practica la brujería y los ritos de sangre inmunda. Es
malvado. ¡Está condenado!
»Un murmullo airado ondeó entre la multitud. Pero este hombre llamado
Greyhand simplemente metió la mano en su abrigo y sacó un pergamino de vitela.
Estaba adornado con el sello imperial; un unicornio y cinco espadas cruzadas en
un punto endurecido de cera rojo manzana.
»—Por palabra de Alexander III, Emperador de Elidaen y Protector de la
Santa Iglesia de Dios, a quien ningún hombre bajo el cielo puede contradecir, tengo
el poder de reclutar a todos y cada uno de los ciudadanos de mi elección para
nuestra causa justa. Y yo lo elijo a él.
»—¿Reclutar? —fanfarroneó el concejal—. ¿Esta monstruosidad? ¿Para
qué?
»El hombre sacó su espada larga de la vaina, y yo contuve el aliento.
Sangrando y maltratado como estaba, aún era el hijo de un herrero, y esa espada
era suficiente para soñar con ella. El acero estaba atravesado por hilos de plata, 45
como espirales relucientes en madera más oscura. La empuñadura era una estrella,
de siete puntas por los Siete Mártires, rodeada por el círculo de la rueda del
Redentor. A la luz tenue de las lámpara, casi parecía brillar.
»—Somos la Ordo Argent —respondió Greyhand—. La Orden de Plata de
San Michon. Y las monstruosidades son exactamente los reclutas que necesitamos,
monsieur. Porque los enemigos contra los que luchamos son aún más monstruosos,
y si fallamos, también lo hará la poderosa iglesia de Dios, y su reino en la Tierra,
y todo el mundo de los hombres.
»—¿Quién es este enemigo? —preguntó el padre Louis.
»Greyhand miró al sacerdote, la luz de las lámparas brillando en los ojos
rojo sangre. El halcón en su hombro tomó alas cuando el hermano se volvió hacia
el saco en el lomo de su corcel, soltó las cadenas que lo rodeaban y lo arrojó al
barro. Gruñó al golpear la tierra y, como pensé, la forma interior era la de un
hombre. Pero lo que se arrastró hasta liberarse de la arpillera no fue nada parecido.
»Estaba vestido con harapos, demacrado mortalmente. La carne se estiraba
sobre sus huesos como un esqueleto sumergido en piel. Tenía los ojos blancos
como la muerte, los labios marchitos retraídos de los dientes, pero esos dientes
eran largos y afilados como los de un lobo. Se levantó del barro y un sonido como
grasa hirviendo brotó de su garganta. Todos los aldeanos a mi alrededor gritaron
de terror.
»De repente, volví a tener trece años, parado en la calle embarrada el día
que Amélie y Julieta llegaron a casa. Y estaba aterrorizado, sin duda. Pero junto
con ese miedo vino el recuerdo de mi hermana. Sentí ese viejo odio familiar,
ardiendo en mi pecho y apretando mi mandíbula. Hay fuerza en el odio. Hay un
coraje forjado solo en rabia. Y en lugar de gritar o tropezar hacia atrás como lo
hicieron los hombres a mi alrededor, me planté con los pies separados. Y respiré
hondo. Y levanté mis putos puños.
—Impresionante —murmuró Jean-François.
—No lo hice para impresionar —gruñó Gabriel—. Sabiendo lo que sé
ahora, ojalá hubiera corrido. Ojalá me hubiera cagado en los pantalones y llorado
por mi mamá.
Gabriel se pasó una mano por el cabello y suspiró.
—Llámelo como quiera. Instinto. Estupidez. Así es como nacemos. No hay
forma de cambiarlo, como tampoco se puede cambiar la voluntad del viento o el
color de los ojos de Dios. Por supuesto, a esa cosa que se tambaleó hacia mí no le
importó una mierda mis puños levantados. Pero una cadena de plata atándolo a la
silla de Greyhand lo detuvo, agitando sus manos en mi cara. El hermano se deslizó
de su montura, y al sonido de sus botas golpeando el barro, hizo que ese demacrado 46
monstruo hambriento se volviera, y juro por todos los Siete Mártires, lo escuché
gemir. Greyhand levantó el brazo, la espada resplandeciendo en la oscuridad. Y
golpeó, Dios de arriba, tan rápido que apenas pude verlo.
»La empuñadura plateada se estrelló contra la mandíbula del monstruo. Vi
un chorro de sangre oscura y dientes. Greyhand era aterrador con esa espada, y me
estremecí cuando atacó al monstruo una vez más, y otra vez, hasta que se derrumbó
en un montón maltrecho y quejumbroso. Cuando Greyhand empujó la cara de la
cosa con su bota en el barro y miró al padre Louis, vi el mismo odio en él que
hervía en mi propio corazón.
»—¿Quién es nuestro enemigo, buen padre? —Miró a los aldeanos
aterrorizados, sus ojos rojos finalmente posándose en mí—. Los Muertos.
Allí, en su celda fría, Gabriel de León hizo una pausa, pasando una mano
por su barbilla sin barba. Podía escuchar esas palabras con tanta claridad, que
Greyhand bien podría haber sido encarcelado con él. Estuvo casi tentado de buscar
al viejo bastardo por encima del hombro.
—Qué melodrama —bostezó Jean-François del linaje Chastain.
Gabriel se encogió de hombros.
—Greyhand tenía un don para eso. Pero cuando me miró con esos ojos
brillantes y ensangrentados, pude sentirlo sopesándome. Levantó una mano
enguantada y se desató el cuello de modo que así pudiera verlo. Piel pálida como
la muerte. Un rostro tallado en crueldad. Parecía que iba a dejar moretones en las
sábanas donde dormía.
»—Has visto uno de estos antes —dijo, asintiendo al monstruo.
»Tuve que buscar mucho y con ahínco las palabras.
»—Mi… mi hermana.
»Miró a mi mamá y luego a mí.
»—Tu nombre es Gabriel de León.
»—Oui, hermano.
»Sonrió como si mi nombre le resultara gracioso.
»—Ahora nos perteneces, Pequeño León.
»Entonces me volví hacia mamá. Y cuando vi la resignación en su rostro,
por fin lo entendí. Estos hombres estaban aquí a instancias de ella. Este Greyhand
era la ayuda que le había pedido, la ayuda que ella misma no podía dar. Había
lágrimas en sus ojos. La agonía de una leona que haría cualquier cosa para proteger
a su cachorro, sabiendo que ahora no quedaba nada por hacer.
»—¡No! —espetó Celene—. ¡No te llevarás a mi hermano! 47
»—Celene, cállate —susurró mamá.
»—¡No se lo llevarán! —lloró—. ¡Gabe, ponte detrás de mí!
»Me interpuse entre el hermano y mi hermanita mientras ella levantaba los
puños, abrazándola con fuerza a medida que miraba a los jinetes detrás de mí con
el ceño fruncido. Sabía que ella le habría arrancado los ojos a Greyhand si tuviera
la mínima oportunidad. Pero al encontrarme con la mirada fría del tipo, pude ver
la verdad.
»—Hermana, estos son hombres de Dios —le dije—. Esta es su voluntad.
»—¡No puedes ir! —espetó Celene—. ¡No es justo!
»—Tal vez no. Pero ¿quién soy yo para contradecir al Todopoderoso?
»Estaba aterrorizado, no voy a mentir. No quería dejar mi familia, o mi
pequeño mundo. Pero los aldeanos todavía estaban reunidos a nuestro alrededor,
mirándome con temerosos ojos furiosos. Mis dientes estaban desafilados como
antes, pero el torrente rojo de la sangre de Ilsa aún permanecía en mi boca. Y por
un momento pareció que todo estaba en equilibrio sobre el filo de un cuchillo.
Sientes esos momentos en tu alma. Estos hombres me estaban ofreciendo la
salvación. Un camino hacia una vida que nunca imaginé. Y aun así, sabía que
tendría un costo terrible. Y mamá también lo sabía.
»Pero ¿qué opción tenía? No podía quedarme, no después de lo que había
hecho. No sabía en qué me estaba convirtiendo, no tenía respuestas, pero tal vez
estos hombres sí. Y como le había preguntado a mi hermana, ¿quién era yo para
desafiar la voluntad del cielo? ¿Desafiar al que me hizo? Y así, respirando
profundamente, extendí la mano y tomé lo que Greyhand me ofreció.
Gabriel miró hacia el cielo y suspiró.
—Y eso fue todo. Un cordero al matadero.
—¿Te llevaron allí y entonces? —preguntó Jean-François.
—Me dieron un momento con ma famille. Papá tuvo poco que decir, pero
vi la espada en su mano, y supe que cuando mi vida estuvo en juego, él había hecho
lo poco que podía para salvarla. Tenía miedo de lo que le podría pasar a Celene sin
que yo la cuidara, pero no podía hacer nada. Aun así, le advertí a papá. Maldita
sea, le advertí.
»—Cuida de tu hija. Es la única hija que te queda.
»Mamá lloró cuando le di un beso de despedida, y yo también lloré,
sosteniendo a Celene en mis brazos. Mamá me dijo que tuviera cuidado con la
bestia. La bestia y todos sus apetitos. Todo mi mundo se estaba haciendo pedazos,
pero ¿qué podía hacer? Estaba siendo arrastrado por un río, pero incluso entonces, 48
tenía la edad suficiente para saberlo; hay una diferencia entre los que nadan con la
inundación y los que se ahogan luchando contra ella. Y su nombre es Sabiduría.
»—Gabe, no te vayas —suplicó Celene—. No me dejes sola.
»—Volveré —le prometí, besando su frente—. Cuida de mamá por mí,
fierecilla.
»El joven que cabalgaba detrás de Greyhand me arrancó de Celene, sin
ofrecerme palabras de consuelo mientras me empujaba hacia la parte trasera de su
potro. Luego envolvió a ese monstruo llorón de nuevo en cadenas de plata y
arpillera, y lo colgó sobre la montura de Greyhand. El hermano miró alrededor de
la reunión con ojos pálidos y ensangrentados.
»—Capturamos a este monstruo tres días al oeste de aquí. Y habrá más de
ellos antes de que haya menos. Vienen días oscuros y noches aún más oscuras.
Pongan velas en sus ventanas. No inviten a ningún extraño a sus hogares.
Mantengan siempre los fuegos ardiendo en sus chimeneas y el amor de Dios
ardiendo en sus corazones. Triunfaremos. Porque somos de plata.
»—Somos de plata —repitió el joven.
»La pequeña Celene estaba llorando, y le tendí la mano en señal de
despedida. Llamé a mamá para decirle que la amaba, pero ella solo miraba al cielo,
las lágrimas congelándose en sus mejillas. Mientras salíamos de Lorson, no
recuerdo haberme sentido nunca tan perdido, y vi a ma famille a través de la nieve
cayendo hasta que se volvieron demasiado distantes para verlos, y la penumbra se
las tragó por completo.
—Un chico de quince años —susurró Jean-François, acariciando las plumas
en su cuello.
—Oui —concordó Gabriel.
—Y nos llamas monstruos.
Los ojos de Gabriel encontraron los del vampiro, y su voz se volvió acero.
—Oui.

49
Jean-François sonrió débilmente.
—Entonces, ¿de Lorson a San Michon?
Gabriel asintió.
—Nos llevó algunas semanas cabalgar por Hollyroad. El clima era helado,
y el abrigo que me habían dado no hizo nada para mantener el frío de mi estómago.
Aún estaba aturdido por todo. El recuerdo de lo que le hice a Ilsa. El cielo oscuro
de su sangre en mi boca. La vista de ese monstruo que Greyhand había sacado del
saco, aún colgado detrás de él en su silla. No sabía qué hacer con todo esto.
—¿El fray Greyhand te contó lo que te esperaba?
—Me dijo una quinta parte de las tres octavas partes de toda esa mierda. Y
al principio, tenía miedo de preguntar. Había tal fuego en Greyhand, parecía que
podría quemarte si te parabas demasiado cerca. Era todo piel y huesos, mejillas y
barbilla afiladas, cabello como paja sucia. Masticaba su comida como si la odiara,
pasaba casi todos los momentos de descanso en oración, deteniéndose
ocasionalmente para azotar su espalda con su cinturón. Cuando intenté hablar con
él, simplemente me miró con furia hasta que me quedé en silencio.
50
»El único afecto que mostraba era al halcón con el que cabalgaba. Lo
llamaba Archer, y adoraba a ese puto pájaro como un padre a un hijo. Pero la parte
más extraña de él se reveló la primera mañana que se lavó frente a mí.
»Cuando se quitó la túnica para bañarse en nuestro balde, vi que Greyhand
estaba cubierto de tatuajes. Había visto antes obras de tinta, espirales de hadas en
la gente de Ossway y cosas por el estilo, pero los tatuajes del fray eran algo nuevo.
Gabriel pasó los dedos por la tinta sobre sus propias manos.
—La tinta era así. Oscura, pero metálica. Con plata en el pigmento.
Greyhand tenía un retrato de la Madre Doncella cubriendo toda su espalda. Una
espiral de rosas sagradas, espadas y ángeles le recorría los brazos, y llevaba siete
lobos por los Siete Mártires en el pecho. El joven aprendiz que cabalgaba tenía
menos tinta, pero aún llevaba un tejido hermoso de rosas y serpientes en el pecho.
Naél, el Ángel de la Dicha, cubría su antebrazo izquierdo, Sarai, el Ángel de las
Plagas, llenaba su bíceps, sus alas hermosas de polilla se abrían de par en par. Y
ambos tenían la estrella de siete puntas tatuada en la mano izquierda.
Gabriel giró su mano, y le mostró al vampiro su palma. Allí, entre los callos
y las cicatrices, se encontraba una estrella de siete puntas dentro de un círculo
perfecto.
—Tengo curiosidad —reflexionó Jean-François—, por qué tu Orden
profanó tanto sus cuerpos.
—Los santos de plata lo llamó la égida. No tiene sentido usar armadura
cuando luchas contra monstruos que pueden aplastar cota de malla con sus puños.
La armadura hace que un hombre sea lento. Es ruidosa. Pero si tu fe en el
Todopoderoso era lo suficientemente fuerte, la égida te hacía intocable. Sin
importar qué monstruo de la noche aceches (duskdancers, faekin, sangre fría),
ninguno puede soportar el toque de la plata. Y Dios odia a los de tu especie en
particular, vampiro. Temes incluso ver los iconos sagrados. Te acobardas ante la
estrella de siete puntas. La rueda. La Madre Doncella y los Mártires.
El vampiro señaló la palma de Gabriel.
—Entonces, ¿por qué no me acobardo, De León?
—Porque Dios me odia a mí más de lo que te odia a ti.
Jean-François sonrió.
—¿Supongo que tienes más?
—Mucho más.
—¿Puedo ver?
Gabriel miró a la cosa a los ojos. El silencio pasó entre ellos, tres
respiraciones profundas. El vampiro se pasó la lengua por los labios, de un rojo 51
brillante, húmedos.
El santo de plata se encogió de hombros.
—Como quieras.
Gabriel se puso de pie, la silla crujiendo debajo de él a medida que se
levantaba. Se estiró lentamente, se quitó el abrigo, se desató la túnica y se la pasó
por la cabeza, dejando su torso desnudo. Un suspiro pequeño, suave como un
susurro, se deslizó por los labios del vampiro.
52
El santo de plata era tendón y músculo, las sombras de la luz de las linternas
grabadas profundamente en los surcos y depresiones de su cuerpo. Un grupo de
cicatrices decoraban su piel: desde cuchillas, garras y el Redentor a quién sabía
qué más. Pero más aún, Gabriel de León estaba cubierto de tinta, del cuello al
ombligo a los nudillos. El arte lo habría dejado impresionado y sin aliento si el
historiador tuviera aliento para tomar. Eloise, el Ángel de la Retribución, bajaba
corriendo por el brazo derecho del santo de plata, con la espada y el escudo listos.
Chiara, el Ángel ciego de la Misericordia, y Eirene, el Ángel de la Esperanza,
estaban a su izquierda. Un león rugiente cubría su pecho, siete estrellas en sus ojos,
y un círculo de espadas se extendía por los músculos tensos de su vientre. Palomas
y rayos de sol, el Redentor y la Madre Doncella: todos decoraban sus brazos y
cuerpo. Una corriente oscura corría espesa en el aire.
—Hermoso —susurró Jean-François.
—Mi artista era único —respondió Gabriel.
El santo de plata se volvió a poner la túnica y se sentó una vez más.
—Merci, De León. —Jean-François siguió dibujándolo, aparentemente de
memoria—. Hablabas de Greyhand. Lo que te dijo antes de que llegaras.
—Como dije, al principio lo menos que pudo. Y así, permanecí cavilando
en silencio. ¿Cuánto había herido a Ilsa? ¿Cómo era que me había vuelto lo
suficientemente fuerte como para arrojar a hombres adultos como si fueran
juguetes? Pensé que la daga del concejal me había cortado hasta el hueso, pero
ahora, la herida no parecía tan grave. ¿Cómo, en nombre del Todopoderoso, fue
posible algo de esto? No tenía respuestas para nada de eso. —Gabriel se encogió
de hombros de nuevo—. Pero finalmente, todo llegó a un punto crítico. Nuestro
variopinto grupo pequeño se acostaba una víspera en los bosques de Nordlund, a
la sombra de los pinos moribundos justo al lado de Hollyroad. Llevábamos nueve
días viajando. 53
»El joven jinete que acompañaba a Greyhand era un iniciado de la Orden
llamado Aaron de Coste. Un aprendiz, si quieres. Era un muchacho de aspecto
principesco; cabello rubio espeso, ojos azules brillantes y una cara por la que las
chicas se desmayaban. Era mayor que yo. Dieciocho, supuse. «Coste» era el
apellido de una baronía en el oeste de Nordlund, y supuse que podría estar
relacionado con ellos de alguna manera, pero no me dijo nada de sí mismo. La
única vez que me habló fue para darme órdenes. Se refería a Greyhand como
«Maestro», pero me llamaba «campesino, escupiendo la palabra como si supiera a
mierda.
»Cada vez que nos vimos obligados a detenernos al aire libre, Greyhand
colgaría el cadáver que había capturado de la rama de un árbol cercano. No tenía
idea de por qué no lo mataba en ese momento. De Coste me ordenaría que
recogiera leña, y luego encendiera un fuego lo más alto y caliente que pudiera. El
aprendiz o su maestro dormía mientras el otro vigilaba, a menudo fumando una
pipa de un polvo extraño rojo sangre a medida que permanecían en vigilia. Cuando
fumaban, vi que sus ojos cambiaban de tonalidad, los blancos inundándose tan
inyectados en sangre que se enrojecían del todo. Le pedí a De Coste para probar
una noche, y el chico simplemente se burló.
»—Muy pronto, campesino.
»De todos modos, De Coste estaba afilando su espada esa víspera. Era un
arma preciosa. Plata y acero, con el Ángel de la Muerte, Mahné, en el ala en la
cruceta. Archer se posaba en una rama arriba, los ojos brillantes del halcón
resplandeciendo en la oscuridad. El cadáver cautivo de Greyhand había estado
colgando dentro de su bolsa de arpillera durante horas, inmóvil. Pero uno de los
leños en el fuego estalló con un crujido, y De Coste resbaló, se cortó el dedo de
manera agradable y profunda. Y, de repente, esa cosa en la rama de arriba comenzó
a gemir y retorcerse como un pez desembarcado.
»Greyhand estaba orando, como de costumbre, con la espalda enrojecida
por la autoflagelación. Abrió los ojos y gruñó:
»—Cállate, sanguijuela. —Pero el cadáver solo se agitó más.
»—Faaaaa —suplicó—. Faaammmeeellliiicccooo.
»Miré la sangre goteando del dedo de De Coste, mi estómago se encogió
incluso cuando su olor envió un estremecimiento pequeño a lo largo de mi piel. Y
Greyhand escupió la maldición más oscura que hubiera escuchado en mi joven
vida, se puso de rodillas, y desenvainó su hermosa espada plateada.
»Luego dio un pisotón alrededor del fuego, tiró de la arpillera y le dio una
paliza a esa cosa como nunca había presenciado en todos mis años. Gritó cuando
lo golpeó con la empuñadura, el plateado siseando donde tocó su piel desgastada.
Greyhand siguió atacando, y los gritos del monstruo se convirtieron en gemidos, y 54
aun así lo golpeó, los huesos crujiendo, la carne pululando, hasta que, como Dios
es mi testigo, la cosa comenzó a lloriquear como un niño.
»—¡Detente! —grité.
»Greyhand se volvió hacia mí con ojos como el fuego. Jodidamente valiente
o jodidamente estúpido, puedes decidir, pero monstruo o no, esto me pareció una
especie de tortura. Y miré a esa cosa horrible sollozando en su rama y dije:
»—Ya ha tenido suficiente, fray, por el amor de Dios.
Gabriel suspiró, con los codos sobre las rodillas.
—Dios Omnipotente. Pensé que había visto antes la rabia en mi papá. Pero
no había visto nada tan aterrador como la mirada que cruzó el rostro de Greyhand
entonces.
»—¿Lástima? —escupió.
»Avanzó hacia mí, y reconocí la mirada en sus ojos, la misma que tenía
papá cuando estaba a punto de levantar los puños. Intenté empujar a Greyhand,
pero Dios, era fuerte, me puso de pie y me dio un revés en la cara. Mi labio se
partió, estrellas negras estallaron detrás de mis ojos. Sentí a Greyhand
arrastrándome hacia esa cosa colgando de su árbol, sosteniéndome por el pescuezo.
Y como una llama apagada por el agua, el llanto murió y el cadáver volvió a la
vida. La locura ardió en sus ojos. Hambre como nunca la había visto. Rugí de
horror, pero Greyhand me acercó más mientras el monstruo arañaba hacia mi labio
sangrante.
»—¿Te compadeces de esta abominación?
»—¡Por favor, fray! ¡Detente!
»Greyhand me abofeteó de nuevo, más fuerte de lo que mi papá jamás lo
hubiera hecho, enviándome al suelo. Levanté la vista del barro helado hacía De
Coste en busca de ayuda, pero el aprendiz no movió ni un músculo. Greyhand se
alzó sobre mí, con fuego y furia en sus ojos.
»—Libra tu corazón de la lástima, muchacho. ¡Enciende un fuego en tu
pecho y quémalo de raíz! ¡Nuestro enemigo no conoce el amor, ni el
remordimiento, ni los lazos de compañerismo! ¡Solo conocen el hambre! —Señaló
esa cosa, aun llorando por mi sangre—. Si se permitiera esta abominación, te
desgarraría las partes íntimas por la barbilla y se atiborraría como un cerdo en el
abrevadero. ¡Y mañana por la noche, quizás la próxima, podrías levantarte, tan
desalmado como la cosa que te mató! ¡Buscando solo saciar tu sed con la sangre
del corazón de los tontos que claman en el nombre de la piedad!
»Su grito resonó sobre el fuego crepitante, el martilleo de mi pulso. Mirando
a los ojos de ese cadáver viviente mientras arañaba hacia mi boca ensangrentada, 55
me sentí lleno de ese mismo aborrecimiento, ese mismo odio que el día en que mi
hermana llegó a casa.
»—¿Qué son? —Me escuché susurrar.
»La mirada de Greyhand ardió como una hoguera.
»—Los llamamos los condenados, Pequeño León.
»—Pero ¿qué son?
»Me miró fijamente y, por mucho que quisiera, me negué a apartar la
mirada. Entonces, un silencio se apoderó de él. El arrepentimiento suavizó las
líneas crueles de su rostro. Me ofreció la mano y, sin nada mejor, la tomé. Y
Greyhand me llevó hasta el borde del fuego y me sentó, mirando fijamente las
llamas crepitantes a medida que De Coste observaba en silencio.
»—¿Qué sabes de los sangre fría, muchacho? —preguntó Greyhand
finalmente.
»—Se dan un festín con sangre viva. Son eternos. Desalmados.
»—Oui. ¿Y cómo se hace uno?
»—Todos los muertos por ellos se convierten en ellos.
»Entonces Greyhand me miró.
»—Gracias a Dios y al Redentor, eso no es cierto, muchacho. Si fuera así,
ya estaríamos perdidos.
»Se hizo el silencio, solo roto por el crepitar del fuego. Podía sentir un peso
en el aire. Un subidón de adrenalina. Estas fueron las primeras respuestas reales
que Greyhand había ofrecido en nueve días, y ahora que estaba hablando, no quería
que se detuviera.
»—Por favor, fray. ¿Qué son?
»Greyhand se pasó la mano por la barbilla puntiaguda, y miró las llamas
profundamente. Calculaba su edad en solo unos treinta, pero por las líneas de
preocupación en sus ojos y boca, parecía un hombre mucho mayor. Aún le temía,
temía sus puños como temía a los de mi papá, pero me preguntaba qué era lo que
lo había hecho así. Si alguna vez, había sido un niño como yo.
»—Escucha atentamente —dijo—. Y escucha bien. Los sangre fría dan su
maldición a los que matan. Pero no siempre. No pueden elegir a quién se
transmitirá su aflicción. Y parece que no hay rima o razón en cuanto a cuál de sus
víctimas se convertirá y cuál simplemente permanecerá muerta. Podría ser que la
víctima se levante solo unos pocos latidos después de la muerte. Pero más a
menudo, días o incluso semanas. Y mientras tanto, su cadáver seguirá el camino
de toda carne. Cuando se levanta, la víctima de un sangre fría quedará encerrada 56
para siempre en el estado en el que acabó. Hermoso y completo. O de otro modo.
—Miró al monstruo colgado—. En los tiempos pasados, si una víctima se
transformaba muchos días después de morir, el sol los acabaría rápidamente.
Verás, el cerebro se pudre con el cuerpo. Y sin conocer nada mejor, los sangre fría
sin sentido simplemente perecerían con su primer amanecer. Pero ahora…
»—La muerte de los días —susurré.
»—Oui. El sol ya no les hace daño. Así que, viven. Errantes. Y matando. Y
en los siete años transcurridos desde que el día del sol nos falló, multiplicándose.
»—¿Cuántos hay? —murmuré, lamiendo mi labio partido.
»—¿En el oeste de Talhost, más allá de las Montañas Godsend? Miles.
»—Por los Siete Mártires…
»—Es peor de lo que crees, Pequeño León. ¿Los más viejos y peligrosos,
los hermosos que se llaman a sí mismos de sangre noble? Solía ser que vivían en
secreto. Pero hace cuatro meses, un lord de sangre noble dirigió un ejército de
condenados contra los muros de Vellene. Acechó las calles como el ángel de la
muerte, pálido, fantasmagórico e impermeable a cualquier espada. Mató al primo
de Su Majestad Imperial, y reclamó la fortaleza para los suyos. Él invade más a
través de Talhost incluso ahora, y con cada masacre que comete su prole oscura,
más Muertos se unen a ellos. Unos pocos se levantan como sangre noble,
eternamente jóvenes e inmortales. Sin embargo, muchos más se vuelven
condenados, horribles y podridos. Pero todos los Muertos están sujetos a su
voluntad. Se rumorea que es el sangre fría más antiguo que camina por la tierra.
Su nombre es Fabién Voss. Pero se ha declarado a sí mismo el Rey Eterno.
»Mi estómago se revolvió ante el pensamiento. Intenté imaginarme legiones
enteras de sangre fría, sitiando las ciudades humanas. Criaturas antiguas como
siglos acechando el día con pies terrenales.
»—Y cómo…
»Negué con la cabeza, tenía la garganta seca. Recordé la miel de la sangre
de Ilsa cayendo en cascada sobre mi lengua. La dicha cuando mis dientes se
deslizaron a través de la piel suave de su muslo. Mis caninos ya no estaban afilados
como antes, pero aun así, podía sentirlos, y esa sed, acechando bajo mi superficie.
Preguntándose si, cuándo, podría volver a surgir.
»—¿Cómo encajo en todo esto?
»Greyhand me miró de reojo. Un tronco se agrietó en el fuego, una lluvia
de chispas derramándose en la oscuridad.
»—¿Qué sabes de tu padre, Pequeño León?
»—Era un soldado. Un explorador en los ejércitos de Phili… 57
»—No es el hombre que te crio, muchacho. Tu padre.
»Y entonces, lo entendí. La comprensión como una avalancha. Sabía por
qué los puños de mi papá habían caído solo sobre mí, no en mis hermanas. Lo que
quiso decir cuando dijo que había criado un pecado bajo su techo. Mis labios se
sintieron entumecidos e hinchados. Las palabras demasiado grandes para
pronunciarlas.
»—Mi padre…
»—Era un vampiro.
»Fue Aaron de Coste quien habló, mirándome ahora a través de las llamas.
»—No —susurré—. No… no, mamá nunca…
58
»—Había esperado que no fueras suyo. Ambos lo hicieron. —Greyhand me
dio unas palmaditas en la rodilla, y algo parecido a la lástima suavizó su mirada—
. No la culpes, Pequeño León. Para los ojos que no pueden ver de verdad, los
sangres noble son hermosos. Poderoso. Sus mentes pueden doblegar incluso la
voluntad más fuerte, y sus bocas gotean la miel más dulce.
»Pensé en Ilsa, desamparada por la pasión mientras la bebía casi hasta la
muerte. Miré el cadáver colgando de la rama de un árbol, y luego me miré las
manos con absoluto disgusto.
»—¿Soy… como ellos?
»—No, campesino —dijo De Coste—. Eres como nosotros.
»—Eres un mestizo, muchacho —dijo el fray—. Lo que llamamos sangre
pálida.
»Miré entre el par, vi que su piel era blanca como fantasmas, al igual que la
mía.
»—El cambio nos llega cerca de la edad adulta —dijo Greyhand—. Y
empeora aún con el tiempo. Heredamos algunos de los dones de nuestros padres.
Fuerza. Velocidad. Otras bendiciones, dependiendo del linaje al que pertenecían.
Pero también, heredamos su sed. La sed de sangre que los lleva a ellos a asesinar,
y a nosotros a la locura. Somos productos del pecado, muchacho. No te
equivoques, somos los malditos de Dios. Y la única forma en que podemos
recuperar su gracia eterna y ganar un lugar en el cielo para nuestras almas malditas
es luchar y morir por su Santa Iglesia.
»—¿Esta… Orden de Plata de la que hablaste?
»—La Ordo Argent —acordó Greyhand—. Somos la llama plateada que
arde entre la humanidad y la oscuridad. Cazamos y matamos a esos monstruos que 59
devorarían el mundo de los hombres. Faekin y caídos. Duskdancers y hechiceros.
Resucitados y condenados. Y oui, incluso los de sangre noble. Una vez, los
vampiros vivían en las sombras. Pero ahora, los sangres noble no le temen al sol.
Y la legión oscura del Rey Eterno crece cada noche. Así que nosotros, los hijos de
su pecado, debemos pagar la carga del costo. Nos mantendremos firmes, o todos
caerán.
»—Entonces… ¿se supone que debemos luchar contra este Rey Eterno y su
ejército?
»—Los ejércitos luchan contra los ejércitos. Pero la emperatriz Isabella ha
convencido al emperador Alexandre que necesita una chuchilla, así como un
martillo. La Ordo Argent es esa cuchilla. Somos una hermandad con una tradición
sagrada, pero nunca habíamos operado con patrocinio real. Los generales del
emperador colocarán sus asedios y reunirán sus filas. Pero nosotros golpearemos
la cabeza de la serpiente. Mataremos a los pastores, y veremos cómo se dispersan
sus ovejas.
»—Asesinos —murmuré.
»—No, muchacho. Cazadores. Cazadores con un mandato divino.
Cazadores de la caza más peligrosa. —Greyhand volvió a mirar a las llamas, el
fuego regresando a sus ojos—. Somos esperanza para los desesperados. El fuego
en la noche. Caminaremos en la oscuridad como ellos, y ellos sabrán nuestros
nombres y se desesperarán. Mientras ardan, seremos la llama. Mientras sangren,
seremos las espadas. Mientras pequen, seremos los santos.
»Greyhand y De Coste hablaron entonces, sus voces al unísono.
»—Y somos la plata.
»El fray Greyhand me miró a los ojos asombrados. Sentí su mirada como
un puño sobre mi corazón. Luego se puso de pie, volviendo a sus oraciones, tan
silencioso como si nunca hubiera hablado.
»Pero él había hablado. Y sus palabras ahora llenaban mi mente. Tenía
miedo como nunca lo había tenido. Horrorizado por la verdad de lo que era.
Acababa de enterarme de que toda mi puta vida había sido una mentira. Mi padre
no era mi padre. En cambio, era hijo de un pecado monstruoso, que ahora crecía
como un cáncer dentro de mí. Y, sin embargo, Aaron y Greyhand eran hijos de esa
misma oscuridad, y se mantenían firmes en defensa del emperador, la Iglesia, el
Todopoderoso mismo.
—Hermanos de la Orden de Plata de San Michon.
—Mi madre siempre había hablado del león en mi sangre. Pero por primera
vez en mi vida, pude sentirlo despertando. Mi hermana había muerto a manos de
estos sangre fría. Y aunque no pude salvarla entonces, ahora podía vengarla, y 60
quizás, además, redimir mi alma maldita. Aunque nací del pecado más oscuro, esto
parecía una salvación. Y mirando esas llamas, juré que, si me unía a estos hombres,
sería el mejor de ellos. El más feroz. El más fiel. Que no flaquearía, que no fallaría,
que no descansaría hasta que todos esos monstruos fueran enviados de regreso
gritando al infierno que los dio a luz, y allí, darle a mi hermana mi amor.
Gabriel suspiró y negó con la cabeza.
—No tenía ni puta idea de lo que me esperaba.
»Llegamos a San Michon el último hallazgo del mes, envueltos en una
niebla gris como la nieve. Fray Greyhand abría el camino, Aaron de Coste era el
siguiente, yo en la silla detrás de él. Mientras cabalgábamos hacia la sombra del
monasterio, no sabía muy bien qué sentir. Miedo al pecado dentro de mí. Dolor
por todo lo que había dejado atrás en Lorson. Pero a decir verdad, lo que más sentí
al mirar los acantilados de arriba fue asombro. Un asombro del todo impresionante.
»San Michon parecía nacer de un cuento de hadas. Estaba construido en un
valle a lo largo del río Mère, enclavado entre peñascos rocosos negros. Siete pilares
enormes de piedra cubierta de líquenes se alzaban como lanzas desde el suelo del
valle, como si los hubieran dejado allí gigantes en la Era de las Leyendas. El río
fluía entre los pilares de granito que había tallado, como una serpiente de zafiro
oscuro. Y sobre esos pedestales poderosos, me esperaba el monasterio de San
Michon.
»Ante un asentimiento de Greyhand, Aaron se quitó un cuerno adornado
con plata y sopló una nota larga a través del valle. Campanas respondieron arriba,
mariposas bailando en mis entrañas a medida que cabalgábamos por el esquisto
cubierto de hongos hacia el pilar central. Su base era hueca, la entrada sellada por
puertas de hierro forjadas con la estrella de siete puntas. Capté un olor a caballo 61
dentro, dándome cuenta de que los santos de plata habían construido sus establos
adentro.
»Junto a las puertas, se abría una plataforma amplia de madera con cadenas
pesadas de hierro. Después de entregar nuestros caballos a dos mozos de cuadra
jóvenes, el maestro Greyhand se echó al hombro su condenado capturado, y luego
se dirigió al elevador con Aaron y yo pisándole los talones. La plataforma se
balanceó siniestramente a medida que nos elevábamos cien, luego sesenta metros
del suelo del valle. A esta altura, podía ver las Montañas Godsend al noroeste, esa
gran columna de granito cubierto de nieve separando Nordlund de Talhost.
»Archer nos rodeó mientras ascendíamos, y me encontré colgado de los
rieles con un agarre de nudillos blancos. Nunca había subido nada tan alto. En
lugar de mirar hacia abajo, volví mis ojos hacia un lugar que pensé que solo podía
existir en un cuento para niños. Un monasterio en el cielo.
»—¿Tienes miedo a las alturas, campesino? —se burló Aaron.
»Eché un vistazo al chico rubio, mi agarre apretándose.
»—Déjalo en paz, De Coste.
»—Te aferras a esa barandilla como a las tetas de tu madre.
»—De hecho, me estoy imaginando las tetas de tu mamá. ¿Aunque me han
dicho que prefieres la de tu hermana?
»Greyhand nos gruñó a los dos para apaciguarnos. De Coste mantuvo la
lengua detrás de sus dientes, fulminándome el resto del viaje. Pero en realidad no
podía importarme. Después de tres semanas siendo tratado como algo que Aaron
había encontrado embarrado en su bota, encontraba la compañía de este imbécil de
alta cuna tan agradable como un caso de piojos en la entrepierna.
»Nuestra plataforma se detuvo con un chirrido. A nuestra izquierda, un tipo
dentudo vestido de cuero negro manejaba la caseta del cabrestante. Su cabello era
largo y grasoso, y no noté nada plateado en sus manos.
»—Feliz amanecer, guardián Logan —saludó Greyhand asintiendo.
»El hombre delgado hizo una reverencia, y habló con un fuerte acento de
Ossway.
»—Buenos días, buen fray.
»Mirando hacia abajo, supuse que estábamos a unos quinientos pies del
suelo gris del valle. El maestro Greyhand simplemente me miró con el ceño
fruncido hasta que aparté mis dedos de la barandilla.
»—No temas, Pequeño León.
»—No si no miro hacia abajo —dije, intentando conjurar una sonrisa. 62
»—En lugar de eso, mira hacia adelante, muchacho.
»Arrastré el cabello azotado por el viento de mis ojos y suspiré.
»—Bueno, esa sí es una vista…
»Ante nosotros se alzaba una catedral, la primera que veía en mi vida.
Nuestra capilla diminuta en Lorson había parecido un palacio a mis ojos jóvenes,
pero esta, esta era una verdadera casa de Dios. Un gran puño circular de granito
negro con torretas alzándose al cielo. En su patio había una fuente de piedra pálida
con un círculo de ángeles. Chiara, el Ángel ciego de la Misericordia. Raphael,
Ángel de la Sabiduría. Sanael, Ángel de la Sangre, y su gemelo, mi tocayo, Gabriel,
Ángel de Fuego. La mampostería de la catedral se estaba derrumbando, algunas de
las ventanas estaban tapiadas, pero aun así, nunca había visto algo tan grandioso.
Los obreros se arrastraban sobre ella como garrapatas en un tronco caído, y las
gárgolas sonreían en lo alto de los aleros. En las caras este y oeste se habían
colocado enormes puertas dobles, y en la piedra sobre las puertas de entrada había
una magnífica ventana de vidrieras.
»Tenía la forma de una estrella de siete puntas, cada punta representando la
historia de uno de los Siete Mártires: San Antoine separando el Mar Eterno, San
Cleyland custodiando las puertas del infierno, San Guillaume quemando a los
infieles en sus piras. Y, por supuesto, San Michon y su cáliz de plata, puro cabello
rubio y ojos feroces, mirando mi propia alma fijamente.
»Un hombre nos esperaba en lo alto de la escalera oriental, vestido con el
abrigo de un santo de plata. Nació en Sūdhaem; su piel oscura como caoba pulida,
sus ojos de un verde pálido bordeados de kohl. Era mayor que Greyhand, con
cabello negro recogido en largas trenzas sinuosas. Una feroz cicatriz horizontal
atravesaba ambas mejillas profundamente, retorciendo su boca en una permanente
sonrisa sin humor, y había hermosos tatuajes plateados encima de sus manos. Tenía
los hombros anchos como mi papá, pero irradiaba una seriedad que mi papá y sus
puños nunca lo hicieron.
»Este, pensé para mí, es un líder de hombres.
»Greyhand se inclinó ante él, al igual que De Coste.
»—Bienvenidos a casa, hermanos. Los extrañamos en la misa. —El hombre
poderoso se volvió hacia mí, su voz profunda como una canción de violonchelo—
. Y también bienvenido, joven sangre pálida. Mi nombre es Khalid, Gran Abad de
la Ordo Argent. Sé que has viajado mucho para estar aquí. Y esta vida puede que
no sea lo que imaginabas para ti. Pero ahora es tu vida. Has sido bendecido y
maldito, llamado por el Dios Todopoderoso a esta tarea santa. No debes eludir. No
puedes fallar. Porque si lo haces, todos los que conocemos y amamos también lo
harán.
63
»Le hice una reverencia. No sabía qué más hacer.
»—Abad.
»—Hasta que hagas tus votos como fray en toda regla de la Orden, buscarás
a tu maestro como guía. A los iniciados no se les permite salir de los barracones
después de las campanas de vísperas, ni pueden visitar la sección prohibida de la
gran biblioteca. La misa del crepúsculo se llevará a cabo esta noche, y tendrás tu
primera probada de plata. Mañana comienza tu entrenamiento. —Khalid miró
hacia Greyhand—. ¿Si pudiera tener una palabra, buen fray?
»—Por la Sangre, abad. De Coste, enséñale los terrenos a nuestro Pequeño
León.
»—Por la Sangre, maestro. —Aaron me miró y gruñó—: Sígueme.
»Dejando a Greyhand y Khalid para conversar, De Coste me condujo a
través de una de las pasarelas anchas de piedra. Me di cuenta de que los siete pilares
debían haber estado conectados naturalmente una vez, pero las manecillas del
tiempo habían hecho que la mayoría de esos puentes fueran bajos, reemplazados
ahora por tramos largos de cuerda y madera. En lugar de mirar hacia la caída
vertiginosa, miré el horizonte, los hermosos edificios antiguos que nos rodeaban y
los hombres trepando por las paredes.
»—¿Para qué son todos los trabajos? ¿Los obreros?
»—Campesino, me llamarás por el título de iniciado —respondió De Coste
sin mirarme siquiera—. Cuando fray Greyhand está ausente, soy un miembro
senior de esta compañía.
»Me mordí la lengua. Estaba en serio harto de la mierda de Aaron. Pero era
mi superior.
»—En respuesta a tu pregunta, la Orden de Plata ha ganado recientemente
el patrocinio del emperador Alexandre. Este monasterio se mantuvo por sí solo
durante siglos antes de eso, y durante largos años, dejaron estos edificios para
podrirse. No siempre hemos disfrutado del favor que tenemos ahora.
»Digerí eso por un momento, mirando con ojos de campesino hacia los
edificios que nos rodeaban. Eran de piedra oscura, de diseño lúgubre y majestuoso,
dispuestos sobre torretas altísimas sobre el valle de Mère como las coronas de los
reyes antiguos. No estaba seguro de lo que esperaba encontrar aquí entre esta orden
sagrada de asesinos de monstruos, pero incluso en ruinas y derrumbándose, San
Michon era el lugar más maravilloso en el que hubiera estado en mi vida.
»Aaron señaló el edificio detrás de nosotros.
»—La catedral es el corazón de San Michon. Los hermanos se reúnen para
misa dos veces al día, al anochecer y al amanecer. Si te pierdes la misa, te 64
encontrarás sin testículos poco después.
»De Coste señaló hacia el noroeste, a una estructura de muchas ventanas en
modesta reparación.
»—Los barracones, donde descansamos nuestras cabezas. El merendero
está en su nivel inferior, al igual que los retretes y el lavadero. Los santos de plata
pasan gran parte de sus vidas en la caza, por lo que normalmente te aconsejo que
aproveches los baños mientras puedas. Pero dudo que un gusano de baja cuna
como tú conozca un trozo de jabón aun si te golpea en los dientes.
»Puse los ojos en blanco a medida que De Coste señalaba con la cabeza la
estructura más al sur: un edificio circular con estandartes rojo sangre bordados con
la estrella de siete puntas ondeando en las paredes.
65
»—La arena de desafío. Durante tu estadía en San Michon, pasarás gran
parte de tu tiempo entrenando allí. Al principio, se te enseñará a trabajar con
cuchillas. Combate desarmado. Puntería. La arena de desafío es el horno donde se
forjan los santos de plata.
»Mi mandíbula se apretó ante eso y, asentí, pensando en mi hermana.
»—Estoy listo.
»Aaron resopló.
»—Si aguantas más de dos semanas allí, enviaré una misiva personal al
Gran Pontífice, proclamándolo un milagro. —De Coste señaló con la cabeza otro
edificio, redondo y sin techo—. Al norte está el granero. El reino del buen padre
Alber. Allí, mantenemos nuestros alimentos almacenados y gallineros, el
invernadero donde cultivamos nuestras hierbas. Al noreste está el priorato, donde
duermen la Hermandad.
»—¿Hermandad…?
»Aaron suspiró como si se suponía que ya debería saber todo esto.
»—La Hermandad de Plata de San Michon. Antes de que nuestra Orden
encontrara patrocinio en la buena emperatriz Isabella, su trabajo era mantener a
flote todo este monasterio.
»Vi algunas figuras pequeñas con largos hábitos negros saliendo de ese gran
edificio gótico. Sus ropas ondearon en el viento de la montaña, los velos de encaje
azotando sus rostros.
»—¿Son sangre pálida como nosotros? —pregunté.
»—No hay ninguna sangre pálida mujer. El Todopoderoso consideró 66
oportuno evitarles a sus hijas nuestra maldición. Estas Hermanas son piadosas
mujeres devotas en la Fe Única y consortes del Todopoderoso.
»No esperaba encontrar monjas entre una orden de hermanos guerreros.
»—Mmm. —De Coste me miró de reojo—. ¿Y has pasado mucho tiempo
entre hermanos guerreros, Gatito?
»Parpadeé ante eso.
»—Yo…
»—La gran biblioteca. —De Coste señaló con la cabeza el sexto pilar, el
precioso salón de vidrieras y frontones altos por encima—. Una de las mejores
colecciones de conocimientos y aprendizajes del imperio. Hay una sección
prohibida dentro, y si el archivero Adamo te atrapa incluso mirándola, te
despellejará la piel y la usará para encuadernar los libros. Normalmente te
recomendaría que investigues los estantes generales en tu tiempo libre, pero dudo
que de hecho puedas leer.
»—Puedo leer bien —fruncí el ceño—. Mi madre me enseñó.
»—Entonces me aseguraré de enviarte una carta cuando me empiece a
importar un carajo. —Aaron volvió a señalar la biblioteca—. Los libros se guardan
en el nivel inferior, y las hermanas de plata trabajan arriba en la encuadernación.
Junto con los hermanos del hogar, crean los tomos más hermosos del imperio. —
Levantó la mano para interrumpir mi pregunta—. Hay dos castas dentro de la Ordo
Argent. Los Hermanos de la Caza son sangre pálida como Greyhand y yo, hombres
que se ensucian las manos acechando horrores en la oscuridad. Los Hermanos del
Hogar son simples hombres de fe que mantienen la biblioteca, fabrican nuestras
armas y… otras herramientas. Hablando de eso…
»De Coste señaló un edificio extenso más adelante. Tenía pocas ventanas,
pero muchas chimeneas. Todas escupían humo negro, excepto una, que arrastraba
un delgado hilo de vapores rojos.
»—La armería. —Aaron cuadró los hombros y se peinó hacia atrás su
espeso cabello rubio—. Adelante. Querrás ver esto.
»—Espera —dije—. ¿Qué es eso?
»Señalé un tramo de piedra sobresaliendo del pilar de la catedral. Parecía
un puente, salvo que no conducía a ninguna parte, terminando en un balcón sin
barandilla y una zambullida en el río Mère. Una gran rueda estaba en el borde,
bloqueada en un marco de piedra: el mismo tipo de rueda sobre la que el Redentor
había sido desollado, y que ahora adornaba el cuello de todos los sacerdotes y
hermanas santas del reino.
»—Eso —dijo Aaron—, es el Puente al Cielo. 67
»—¿Para qué es eso?
»El joven lord apretó la mandíbula.
—Lo descubrirás pronto.
»De Coste giró sobre sus tacones plateados y se dirigió a la armería.
Abriendo las grandes puertas dobles forjadas con la estrella de siete puntas, me
condujo al vasto vestíbulo de entrada. Y allí, solté un suspiro de asombro.
»El espacio estaba iluminado por miríadas de esferas de vidrio suspendidas
del techo. No sabía cómo, pero cada una brillaba como una vela encendida. Era
como si las estrellas perdidas de mi juventud hubieran vuelto al cielo, bañando el
salón con una luz melosa. Y mirando a mi alrededor, vi ese resplandor cálido
reflejándose en una multitud de armas, alineadas en estantes enormes a lo largo de
las paredes.
»Pude ver espadas como las que llevaban Greyhand y De Coste, el acero
atravesado con trazas de plata. Espadas largas, espadas bastardas, hachas y
martillos de guerra. Pero también había armas extrañas, del tipo de las que solo
había oído susurros. Pistolas, rifles y pimenteros cerrados, forjados de metal
hermoso y grabados con escritura.
»YO SOY LA ESPADA QUE EXPONE AL PECADOR. YO SOY LA
MANO QUE ELEVA A LOS FIELES. Y YO SOY LA BALANZA QUE PESA
AMBOS EN EL FINAL. ASÍ DICE EL SEÑOR.
»Si estaba enamorado del monasterio antes de ese momento, ahora estaba
completamente embelesado. Recuerda que, me criaron como hijo de un herrero y
un soldado. Me habían perfeccionado en el uso de una espada, pero también
conocía el arte de hacer armas tan hermosas. Los herreros que trabajaban en esta
armería eran genios…
»—Espera aquí —ordenó De Coste—. No toques nada.
»El muchacho atravesó otro par de puertas, y escuché la canción familiar
del martillo y el yunque más allá. Vi figuras con delantales de cuero, brazos
musculosos brillando contra fuego forjado. Me dolió de nostalgia al verlos.
Extrañaba a mi hermana Celene, mamá, oui, incluso a papá. Supuse que necesitaba
dejar de llamarlo así en mi cabeza, pero por los Siete Mártires, era más fácil decirlo
que hacerlo. Había vivido toda mi vida pensando en Raphael Castia como mi
padre. Ni una sola vez adiviné que era el hijo de un monstruo real.
»Cuando las puertas pesadas se cerraron detrás de Aaron, me acerqué a las
espadas largas, maravillándome de su belleza. Cada empuñadura estaba decorada
con una estrella de siete puntas, las crucetas, todas con alguna variación del 68
Redentor colgando de su rueda, o ángeles en las alas. Pero los dibujos plateados
de cada hoja eran como espirales en trozos de madera fina; cada uno sutilmente
diferente del siguiente. Me estiré por la espada más cercana, y frotando el dorso de
mi mano contra el borde, fui recompensado con una punzada de dolor y una
delgada línea roja en mi piel.
»—Afiladísima.
»—Tienes buen gusto —dijo una voz profunda detrás de mí.
Me volví, y me sorprendí al encontrarme con un joven sūdhaemi
observándome. Había entrado al pasillo por una segunda puerta, ágil como un gato
y silencioso como un ratón. Tenía poco más de veinte años, y piel de ébano como
toda su gente. No tenía tatuajes en la carne, pero los vellos quemados de sus
antebrazos y el delantal de cuero que usaba me indicaron que este joven era un
herrero, de principio a fin. Era alto, aplastantemente apuesto, con el cabello
recogido en trenzas cortas y anudadas. Cruzando el pasillo a grandes zancadas,
tomó la espada de mi mano.
»—¿Quién te dijo cómo probar una hoja como esa? —preguntó, asintiendo
hacia mi corte.
»—La fuerza de un espadachín descansa en su brazo. Pero su delicadeza
está en sus dedos. No los arriesgas en el filo de la hoja. Mi padre me dijo eso. —
Entonces me contuve, apretando los dientes—. Bueno… al menos, el hombre que
pensé que era mi padre…
»Él asintió, con una comprensión sutil en sus ojos.
»—¿Cuál es tu nombre, muchacho?
»—Gabriel de León, mi lord.
»El joven se rio entonces, tan profundo y fuerte que lo sentí en mi propio
pecho.
»—No soy un lord. Aunque soy su sirviente devoto. Baptiste Sa-Ismael,
Hermano del Hogar y Blackthumb de la Orden de Plata, a su servicio.
»—¿Blackthumb?
»Baptiste sonrió.
»—Es la expresión del maestro forjador Argyle. Dicen que un hombre al
que le encanta cultivar cosas tiene un pulgar verde. Así que, ¿nosotros con amor
por el yunque y el fuego y la regla del acero…? —El herrero se encogió de
hombros. Cortando el aire con la espada larga, le sonrió con cariño—. Tienes buen
ojo. Esta es una de mis favoritas.
»—¿Forjaste todas estas?
69
»—Solo algunas. Mis hermanos herreros elaboraron el resto. Cada espada
en este salón fue hecha para reclutas como tú. En cada hoja queda un pedacito del
corazón del creador. Y una vez forjada, enfriada y besada en despedida, el acero
plateado espera aquí por la mano de su amo.
»—Acero plateado —repetí, disfrutando de las palabras en mi lengua—.
¿Cómo se hace?
»La sonrisa de Baptiste se ensanchó.
»—Todos tenemos secretos entre estos muros, Gabriel de León. Y ese
secreto pertenece a los Hermanos del Hogar.
»—No tengo secretos.
»—Entonces, no te estás esforzando lo suficiente —se rio entre dientes.
»Al principio, sospeché que podría haberse estado burlando de mí, pero
había una calidez en los ojos del herrero que me gustó al instante. Me miró de pies
a cabeza, cruzándose de brazos.
»—De León, ¿eh? Extraño…
»Volviéndose hacia las armas detrás de nosotros, Baptiste caminó por la
fila. Casi con reverencia, tomó una espada de la pared. Y volviendo a mí, la puso
en mis manos.
»—Forjé esta belleza el mes pasado. No sabía para quién. Hasta ahora.
»Lo miré con total incredulidad.
»—¿En serio?
»En mis manos temblorosas estaba la espada más hermosa que hubiera visto
en mi vida. Eloise, el Ángel de la Retribución, estaba forjada en la empuñadura,
sus alas flotando a su alrededor como cintas de plata. Espirales brillantes de plata
ondulaban a lo largo del acero más oscuro de la hoja, y pude ver una escritura
hermosa de los Testamentos grabada a lo largo.
»CONOCED MI NOMBRE, PECADORES Y TEMBLAD. PORQUE HE
VENIDO A VOSOTROS COMO LEÓN ENTRE CORDEROS.
»Me encontré con los ojos oscuros de Baptiste y lo vi sonreír.
»—Creo que tal vez soñé contigo, Gabriel de León. Creo que tal vez tu
venida fue ordenada.
»—Dios mío —dije, todo asombrado—. ¿Tiene… tiene un nombre?
»—Las espadas solo son herramientas. Incluso aquellas de acero plateado.
Y un hombre que nombra su arma es un hombre que sueña que otros algún día
también conozcan su nombre. 70
»Baptiste miró a nuestro alrededor, sus ojos brillando a medida que se
inclinaba para susurrar:
»—Yo llamo a la mía Luz del Sol.
»Negué con la cabeza, sin saber qué decir. Ningún herrero bajo el cielo
había soñado jamás con poseer una espada tan incomparable como esta.
»—No… no tengo forma de agradecerte.
»El estado de ánimo de Baptiste se volvió sombrío. Entonces sus ojos
estuvieron muy lejos, como perdidos en una sombra lejana.
»—Mata algo monstruoso con ella —dijo.
»—Ahí estás… —dijo una voz.
»Me volví y encontré a Aaron de Coste en la puerta por la que se había ido.
El mal humor que se había apoderado del herrero Baptiste se desvaneció como si
nunca hubiera estado ahí, y cruzó el lugar con los brazos abiertos.
»—¡Aún estás vivo, bastardo!
»Aaron sonrió mientras terminaba atrapado en el abrazo inmenso del chico
mayor. Era la primera sonrisa genuina que creo haber visto en su rostro.
»—Es bueno verte, hermano.
»—¡Por supuesto que sí! ¡Soy yo! —Baptiste liberó a Aaron de su abrazo,
arrugando la nariz—. Aunque, dulce Madre Doncella, apestas a caballo. Creo que
es hora de un baño.
»—Esa es mi intención. Una vez que este asqueroso campesino esté situado.
Tú —gruñó Aaron—. Pequeño gatito. Ven a buscar tu maldito equipo.
»De Coste llevaba pieles negras, un abrigo pesado y botas gruesas con
tacones plateados como los suyos. Tiró todo al suelo sin ceremonia. Pero no me
interesaban las botas ni los calzones nuevos. En cambio, levanté mi magnífica
espada nueva, probando el equilibrio.
»El acero plateado resplandeció en la penumbra; el ángel en la cruceta
pareció sonreírme. La incertidumbre que había sentido cuando entré al monasterio
se desvaneció solo un suspiro, la idea de mi hogar me dolió un poco menos. Sabía
que tenía mucho que aprender; que en un lugar como este, tenía que caminar antes
de correr. Pero la verdad era que, a pesar del pecado del que nací, el monstruo que
vivía dentro de mí, todavía sentía que Dios estaba conmigo. Esta espada era prueba
de eso. Era como si los herreros de San Michon supieran que venía. Como si
estuviera destinado a estar allí. Miré la escritura hermosa en mi espada nueva,
murmurándome las palabras.
71
»HE VENIDO A VOSOTROS COMO LEÓN ENTRE CORDEROS.
»—Lionclaw1 —susurré.
»—Lionclaw —repitió Baptiste, acariciando su barbilla—. Me gusta.
»El herrero me entregó un cinturón, una vaina, una daga afilada de acero
plateado a juego con la espada que me había regalado: el Ángel de la Retribución
extendiendo sus alas hermosas a lo largo de la cruceta. Y mirando la espada en mi
mano, juré que sería digno de ella. Que mataría algo monstruoso con ella. Que no
solo caminaría. No solo correría.
»No, maldita sea, volaría en este lugar.

1
Lionclaw: al español La Garra del León.
»Ya era muy tarde ese primer día cuando la conocí.
»Lavé la tierra de la carretera en los baños públicos, y me puse mi equipo
nuevo. Pantalones y túnica de cuero negro, botas pesadas, hasta la rodilla y de
tacón plateado. Las suelas estaban grabadas con la estrella de siete puntas, y podía
decir que dejaría la marca de los mártires dondequiera que caminara. Al quitarme
la ropa vieja, de alguna manera estaba desechando lo que había sido. Aún no tenía
idea de en qué podría convertirme. Pero cuando regresé a los barracones, encontré
al abad Khalid esperando, con una sonrisa en sus ojos que coincidía con la que
atormentaba su rostro degollado.
»—Ven conmigo, Pequeño León. Tengo un regalo para ti.
»Seguí al abad hasta la puerta de entrada, maravillándome del tamaño
enorme del hombre. Era como una montaña caminando, con largas trenzas
anudadas cayéndoles por la espalda como serpientes indómitas. El elevador se
balanceó con el viento helado mientras descendíamos, y lo observé de reojo, mis
ojos derivando hacia las cicatrices horizontales dividiendo sus mejillas en dos.
»—Te estás preguntando cómo las conseguí —dijo, sus ojos en el frío valle
de abajo. 72
»—Mis disculpas, abad —dije, bajando la mirada—. Pero fray Greyhand…
dijo que los sangre pálida nos curamos como ningún hombre común. La noche que
me sacó de mi aldea, me cortaron tan profundamente que el cuchillo golpeó el
hueso. Pero ahora, apenas hay una marca.
»—Te curarás mucho más rápido a medida que crezcas, y tu sangre se
espese. Aunque compartimos algunas de las debilidades de nuestros padres
malditos: por ejemplo, la plata nos corta profundamente, y el fuego deja su huella.
Pero ¿te preguntas qué me marcó tanto?
»Asentí en silencio, encontrándome con su verde mirada delineada.
»—De León, la oscuridad está llena de horrores. Y aunque los sangre fría
nos conciernen más estas noches, los hermanos de la Orden de Plata han cazado
todo tipo de maldad, y han sido cazados de la misma manera. —Trazó sus
cicatrices—. Estas me fueron regaladas por las garras de un duskdancer. Un
monstruo, maldito, que podía tomar la forma de bestia y hombre. La envié al
infierno que se merecía. —Su sonrisa llena de cicatrices se ensanchó una
fracción—. Pero se negó a irse sin un beso de despedida.
»Aterrizamos y, con una risita suave, Khalid me dio una palmada en el
hombro y me guio hacia adelante, con un centenar de preguntas peleando detrás
de mis dientes.
»El establo estaba tallado en el corazón del pilar de la catedral, sostenido
por columnas de roca oscura. Apestaba por dentro, como cualquier establo:
caballo, paja y estiércol. Pero desde la noche en que bebí la sangre de Ilsa, podría
jurar que mis sentidos se habían vuelto más agudos y, bajo el hedor cotidiano,
percibí un olor a muerte. Descomposición.
»Dos muchachos ensillaban una yegua castaña peluda cerca de la entrada:
muchachos sūdhaemis de piel oscura como Khalid. El primero tenía más o menos
mi edad, el otro, quizás un año más joven. Estaban en forma, vestidos con ropa
casual con rizos oscuros recortados cerca del cuero cabelludo. Por el color avellana
compartido de sus ojos y el corte de su barbilla, supuse que eran de la familia.
»—Buenos días, Kaspar. Kaveh. —El abad asintió hacia el muchacho
mayor, luego al menor que estaba a su lado—. Este es Gabriel de León, un recluta
nuevo de la Orden.
»—Buenos días, Gabriel —dijo Kaspar, agarrando mi mano.
»—Buenos días, Kaspar. —Asentí, y miré a su hermano—. ¿Kaveh?
»—Disculpa —dijo Kaspar—. Mi hermano nació sin lengua. No habla.
»El chico más joven me miró de manera desafiante, y podía adivinar por
qué. En las partes supersticiosas del imperio, tal aflicción podría haber sido tomada 73
como el estigma de la brujería, el bebé quemado, su madre a su lado. Pero mamá
me había enseñado que pensar así era una locura, que nacía solo del miedo. Que el
Todopoderoso amaba a todos sus hijos, y yo debería esforzarme por hacer lo
mismo. Y entonces, le ofrecí mi mano.
»—Bueno, de todos modos, no es tan interesante hablar conmigo. Buenos
días, Kaveh.
»El ceño del muchacho se suavizó a medida que hablaba, y cuando nuestras
palmas se encontraron, sus labios se curvaron en una sonrisa. El abad Khalid gruñó
de aprobación, llamando a través de los establos con su barítono cálido.
»—Y también buenos días para ti, priora Charlotte. Hermana novicia.
»Siguiendo la línea de los ojos del abad, vi media docena de figuras
alrededor de una pila de bolsas de alimentación: Hermanas del Priorato de arriba,
comprendí. Todas iban envueltas con sotanas y cofias de novicia en color blanco
paloma, excepto una mujer de aspecto severo en hábito negro, que estaba donde
estaban sentadas las demás. Era mayor, tan delgada que casi parecía demacrada.
Cuatro largas cicatrices cortaban su cara, como si hubiera sido atacada por un
animal salvaje.
»—Buenos días, abad. —La mujer echó un vistazo a sus pupilas—. Den las
bendiciones, chicas.
»—Buenos días, abad Khalid —cantaron las hermanas, todas al unísono.
»—Este es Gabriel de León —dijo Khalid—. Un nuevo hijo de la Ordo
Argent.
»Mantuve la cabeza inclinada por respeto, pero miré a las hermanas a través
de mis pestañas. Todas eran jóvenes. Sentadas en las bolsas con bloques de papel
en el regazo, carboncillo en mano. Me di cuenta de que habían estado dibujando
los caballos. Entre ellas, vi a una novicia tan menuda que parecía casi una niña,
con grandes ojos verdes y piel pecosa. Y sentada al frente, como un ángel caído a
la tierra, estaba una de las chicas más hermosas que jamás hubiera visto.
Jean-François puso los ojos en blanco y se reclinó en su silla.
Gabriel alzó la vista y frunció el ceño.
—¿Algún problema?
—No dije nada, santo de plata.
—Oí un gemido distintivo hace un momento, sangre fría.
—El viento, te lo aseguro.
—Vete a la mierda —gruñó Gabriel—. Era hermosa. Oh, quizás no del tipo
que encontrarías colgada en una galería de retratos o adornando el brazo de algún 74
rico bastardo. No era una belleza envuelta en seda o escondida dentro de una
glorieta dorada. Pero aún puedo recordar la vista de ella esa tarde. Todos los años
entre entonces y ahora, y parece que fue ayer.
Gabriel se quedó tan inmóvil que le pareció un espejo al vampiro de
enfrente. Incluso el monstruo pareció consciente del peso en el aire, sentado
pacientemente hasta que el santo de plata habló de nuevo.
—Era mayor que yo. Supongo que, diecisiete. Un lunar precioso fue
ubicado como por la propia Madre Doncella, justo a la derecha de sus labios. Una
ceja se arqueaba más alto que la otra, dándole un aire constante de leve desdén. Su
piel era de leche; su mejilla, la curva de un corazón roto. No había perfección en
ella. Pero su asimetría dominaba… fascinantemente. Tenía el rostro de un susurro
a medio oír, de un secreto no compartido. Se sentaba con un bloque de pergamino
en su regazo, a medio camino de un dibujo hermoso de un gran castrado negro.
»El abad Khalid miró su trabajo. Era difícil de decir con sus cicatrices, pero
me di cuenta de que estaba sonriendo genuinamente.
»—Tienes buen ojo y una mano más precisa, hermana novicia.
»La chica bajó los ojos.
»—Me honras, abad.
»—Es el Todopoderoso quien guía nuestras manos —dijo priora Charlotte,
con una mirada de desaprobación a la hermana menor—. Somos simplemente sus
vasijas.
»La chica miró a su priora y asintió.
»—Véris.
»Sabía que no debía quedarme boquiabierto. En el camino a San Michon,
Greyhand me había dicho que los santos de plata juraban votos de celibato, por
temor a que pudiéramos perpetuar la maldad de nuestro nacimiento y creáramos
más abominaciones de sangre pálida como nosotros. Después de lo que le hice a
Ilsa, confieso que la idea me sentó bastante bien. Si lo intentaba, aún podía ver el
terror en sus ojos, y el horror de haberla lastimado aún me atormentaba. No deseé
tocar a otra chica mientras viviera, y estas tampoco eran solo chicas, eran novicias
de la Hermandad de Plata. Pronto a casarse con Dios mismo.
»Pero aun así, algo me atrajo en esta chica. Mientras observaba, sus ojos
parpadearon y se encontraron con los míos. No aparté la mirada. Pero,
sorprendentemente, ella tampoco.
»—Buenos días, hijas de Dios. —Khalid hizo una reverencia—. Qué la
Madre Doncella las bendiga.
»—Buenos días, abad. —La priora chasqueó los dedos—. Vuelvan al 75
trabajo, chicas.
»Rompí la mirada, y el abad me dio una palmada en el hombro, y me llevó
al corazón del establo. Y todos los pensamientos sobre hermanas novicias de
cabello negro azabache huyeron de mi cabeza ante lo que encontré allí.
»Una multitud de caballos aguardaba en un corral ancho. Eran potros de
tundra de Talhost, esa raza resistente conocida como sosyas. Más pequeños que
sus primos elidaenis, los sosyas tienen abrigos peludos y estómagos de hierro,
ideales para los años de privación que siguieron a la muerte de los días. Esos
bastardos mastican cualquier cosa. Una vez conocí a un hombre que juró y perjuró
que su sosya se comió a su puto perro. Estas bestias parecían de la mejor estirpe.
Pero mientras los admiraba, volví a percibir ese olor a descomposición. Y mirando
hacia arriba, finalmente descubrí su fuente.
»—Madre y Doncella…
»Colgaron del techo a dos condenados sangre fría. Un hombre mayor,
delgado y podrido, y un muchacho, no mayor que yo. Su piel era pálida, sus ropas
eran harapos y sus ojos ardían de hambre y malevolencia a medida que me
miraban.
»—No temas, De León —dijo Khalid—. Están atados en plata: indefensos
como bebés.
»Mirando de cerca, vi que los vampiros estaban atados por cadenas de plata,
balanceándose como candelabros horribles. Los muchachos, las hermanas e
incluso los propios animales parecían totalmente indiferentes. Y por fin,
comprendí por qué estos sangre fría estaban aquí.
»—Los guardas para los caballos…
»—Así es —acordó el abad—. Las criaturas de Dios no pueden soportar la
presencia de los monstruos de la noche. Pero estos corceles están destinados a
llevarnos a la batalla contra la oscuridad. De modo que, los exponemos temprano
y con frecuencia, para que se acostumbren a la maldad de los inmortales. —Khalid
dio una de sus sonrisas con cicatrices—. Tienes una mente aguda, Pequeño León.
»Asentí, viendo la sabiduría en ello. El abad me entregó unos terrones de
azúcar, un lujo ya que todas las cosechas habían fracasado, pero que aparentemente
San Michon todavía podía permitirse con el patrocinio de la emperatriz.
»—Elige, hijo.
»—¿En serio?
»Khalid asintió.
»—Un regalo, por tus pruebas venideras. Y recuerda elegir bien, muchacho.
Este caballo te llevará a la batalla contra todos los horrores que llaman hogar a la
oscuridad. 76
»—Pero entonces… ¿cómo debo decidir?
»—Confía en tu corazón. Reconocerás al indicado.
»Ma famille no había tenido ni una oveja cuando era niño. Solo los nobles
podían soñar con tener bestias tan finas como estas. Maravillado por la fortuna que
me viera regalado con mi propia espada y mi corcel el mismo día, entré en el corral.
Y allí, entre la multitud, lo encontré. Su mirada era profunda como la medianoche;
su abrigo peludo, del ébano más oscuro. Su melena estaba atada en trenzas gruesas,
su cola igual, balanceándose de lado a lado mientras me acercaba. Me di cuenta de
que era el mismo caballo castrado que la talentosa hermana novicia había estado
dibujando, y al mirar en su dirección, encontré sus ojos oscuros sobre mí
nuevamente. Ella pareció erizarse cuando me acerqué al caballo. Pero lo hice aun
así.
»—Hola, muchacho —murmuré.
»Tomó el terrón de azúcar que le ofrecí. Adelantándose, se acercó a mi
rostro en busca de más, y yo acaricié el pelaje raso de su mejilla, riendo de alegría.
Gabriel negó con la cabeza.
—Los cínicos dicen que no existe el amor a primera vista. Pero amé a ese
maldito caballo desde el momento en que lo vi. Y dándole otro terrón, supe que
había hecho un amigo de por vida.
»—¿Cuál es tu nombre? —pregunté, desconcertado por su belleza.
»—Su nombre es Justice.
»Al volverme, vi que la hermana novicia había hablado, ahora furiosa. Pero
antes de que pudiera preguntar qué había hecho para ganarme su ira, la voz de la
priora cortó el aire.
»—¡Hermana novicia Astrid, silencio!
»—No voy a callarme. —Sus dibujos se derramaron cuando la chica se puso
de pie, y vi que todos los bocetos eran del mismo caballo—. ¿Por qué este
campesino debería tener a Justice? Yo…
»Las palabras de la chica fueron interrumpidas por la bofetada de la priora.
»—¿Cómo te atreves a usar ese tono conmigo? —Charlotte frunció el
ceño—. Una hermana del Priorato de Plata no posee bienes. No codicia ninguna
posesión terrenal. Y obedece a sus superiores.
»—No soy una hermana de plata —espetó la chica, desafiante.
»Hice una mueca cuando la priora puso a la chica de rodillas con otra
bofetada, su rostro lleno de cicatrices retorciéndose mientras gruñía: 77
»—¡Continúa con esta insolencia, y nunca lo serás!
»—¡Bien! ¡Nunca quise estar aquí!
»—¡Eso está bastante claro! ¡Pero hay dos lugares en este mundo para una
hija bastarda, Astrid Rennier! ¡De rodillas ante el altar de Dios, o de espaldas en
un burdel!
»Un silencio espantoso se instaló sobre los establos. Astrid miró a la priora,
furiosa. Miré a Khalid, pero una mirada de reojo me dijo que no intercedería.
Entonces, como tonto que era…
»—Le ruego que me perdone —dije—. Si el caballo pertenece a la buena
damisela…
»—No es una damisela —escupió la priora—. Es una hermana novicia del
Priorato de Plata. No tiene nada, salvo la tela que lleva puesta. No merece nada,
salvo el castigo que le corresponde. Y a menos que desee compartirlo, haría bien
en morderse la lengua.
»—Atrás, De León —ordenó Khalid.
»Miré al abad, inseguro. La priora metió la mano en la manga y sacó una
correa de cuero rematada con una pequeña espuela de hierro.
»—Pídele perdón a Dios —le ordenó a la chica.
»La novicia se limitó a mirarla.
»—No pido per…
»Sus palabras se convirtieron en un grito ahogado cuando la correa aterrizó
en su espalda.
»—¡Pide perdón, hija de puta!
»La chica levantó la cabeza y escupió con furia.
»—Jódete.
»Un grito ahogado resonó entre las novicias. Estaba asombrado por el odio
en los ojos de la chica, desconcertado por su terquedad. Pero cada vez más,
asqueado por la violencia que se le estaba haciendo. Sabía lo que era sufrir una
golpiza así. Sabía el valor que se necesitaba para soportarlo sin hacer ruido. La
correa cayó seis veces más y, aun así, la chica se negó a ceder. Así que finalmente,
temiendo que no pidiera perdón hasta que la matara, rogué en su lugar.
»—¡Priora, deténgase, por favor! Si hay que imponer un castigo…
»Unos dedos fuertes tomaron mi brazo, con tanta fuerza que hice una 78
mueca. Al volverme, encontré al abad Khalid detrás de mí.
»—Iniciado, no estás en lugar de hablar.
»—Abad, esto es crueldad más allá de…
»Su agarre se apretó, con tanta fuerza que pude sentir que mis huesos
gimieron.
»—No. Es. Tu. Lugar.
»Me sentí como un perro. Mi boca se volvió amarga y mi estómago se heló.
Pero con ese agarre aplastante en mi brazo, y después de todo siendo solo un niño,
no me atreví a hablar otra vez. Charlotte siguió golpeando, las cicatrices de su
rostro volviéndose de un rojo lívido con su rabia. Mi estómago se revolvió cuando
esos crujidos horribles resonaron en la quietud. Y finalmente, como hubiera hecho
cualquiera, la chica se rompió.
»—¡Dios mío, detente!
»—¿Le pides perdón al Todopoderoso, Astrid Rennier?
»Crack.
»—¡Oui!
»Crack.
»—¡Entonces, ruega!
»—¡Lo siento! —gritó—. ¡Le ruego a Dios que me perdone!
»La priora finalmente se echó hacia atrás, su voz como el hielo.
»—Levántate.
»Miré impotente mientras la chica llorando se tomó un momento para reunir
sus fuerzas. Y luego se incorporó con dificultad, rodeándose con los brazos. Miré
entre las hermanas novicias y vi miedo a la priora en sus ojos. Temor de Dios sobre
todo. Solo había una que parecía realmente preocupada: la niña diminuta de ojos
verdes y pecas, que miraba a Astrid con la misma lástima que sentía en mi propio
corazón. Pero la priora Charlotte claramente no sentía nada.
»—Aprenderás tu lugar, hija de puta. ¿Me escuchas?
»—O-oui, priora —susurró la chica.
»—¡Eso va para todas ustedes! —Charlotte se volvió hacia sus pupilas, el
fervor fulgurando en sus ojos—. Ahora están prometidas a Dios. Le servirán a él
y a su Iglesia como deben hacerlo las esposas fieles. ¡O me responderán a mí, y al
infierno mismo!
»La mujer me miró con el ceño fruncido como invitándome a responder.
Pero aunque las palabras se agitaron detrás de mis dientes, el abad Khalid todavía 79
sostenía mi brazo. Y así, me quedé en silencio.
»—Mis disculpas por la exhibición indecorosa, abad —dijo Charlotte con
los labios apretados.
»—Innecesario, priora —respondió Khalid—. Las ovejas extraviadas son
presa de los lobos.
»—Así es. —La mujer delgada asintió secamente ante la cita de
Testamentos, y se volvió hacia sus novicias—. Entonces, vengan, chicas.
Pasaremos el día en contemplación silenciosa. Hermana Chloe, ayuda a la hermana
Astrid.
»La pequeña chica pecosa asintió, y ayudó a su compañera novicia a recoger
sus cosas. Las manos de Astrid estaban temblando. Me miró a los ojos brevemente:
una nublada mirada fugaz teñida de lágrimas. Solo cuando se perdieron de vista,
Khalid soltó mi brazo.
»—Una voluntad fuerte te servirá bien en la Caza, joven hermano —dijo
suavemente—. Y un corazón bueno proveerá un escudo contra los peligros de la
oscuridad. Pero si alguna vez vuelves a cuestionar mis órdenes, te arrastraré a la
rueda y te desollaré la piel de la espalda. Eres un siervo de Dios. Pero ahora eres
mi soldado. ¿Entendido?
»Miré a Khalid a los ojos para ver si estaba enojado, pero su voz era
práctica, su mirada estable. El abad de la Ordo Argent no se enfurecía. No
levantaba la voz. Fue en ese momento que supe que un verdadero líder no
necesitaba hacerlo.
»—Oui, abad —me incliné.
»Khalid asintió, como si el asunto ya estuviera olvidado. Mirando hacia la
puerta por la que habían salido las hermanas, murmuró:
»—La priora Charlotte es una mujer piadosa, devota del Todopoderoso y la
Madre Doncella. Y si está de mal humor este día, debes perdonarla. La misa de
esta noche será dolorosa para ti, sangre joven. Pero para la mayoría de nosotros,
será una agonía.
»—¿Por qué? ¿Qué pasa en la misa esta noche?
»—Alguien muere, De León.
»Khalid exhaló un suspiro, y miró hacia el frío.
»—Muere un hombre bueno.

80
»Cuando se pone el sol débil, el canto de las campanas poderosas me
condujo a la catedral.
»Supuse que todo el monasterio estaría respondiendo al llamado, y me
sorprendió lo pocos que había allí. Media docena de santos de plata, tal vez una
docena de aprendices, obreros, sirvientes y hermanas de la Hermandad de Plata.
Pero al subir los escalones de la catedral con Aaron de Coste a mi lado, aún tenía
la piel de gallina. Sin importar qué tan viejo o vacío pareciera, podía sentir la
santidad en este lugar. Y al entrar, encontré que me robó el aliento de los pulmones.
»La catedral estaba tallada en granito oscuro, circular como el sello de la
Santa Iglesia de Dios. Como era tradición, en sus paredes se encontraban dos pares
de grandes puertas esculpidas: una en el este, para el amanecer y los vivos, y otra
en el oeste, para el anochecer y los Muertos. Los pilares esculpidos se elevaban
hasta la cúpula, más altos que los árboles más grandes vistos, y el espacio estaba
iluminado suavemente por los mismos globos de cristal que colgaban del techo de
la armería. Muchas de las ventanas estaban en reparación, pero las descubiertas
eran impresionantes. La luz oscura se abría paso a través de la gran ventana de
estrellas con siete puntas en la fachada, proyectando arcoíris tenues en el suelo.
Los bancos de madera estaban dispuestos en círculos concéntricos alrededor de un 81
altar de piedra en el corazón del edificio, y sobre él colgaba una gran estatua de
mármol del Redentor en su rueda. Tenía las manos atadas, la espalda desollada y
el cuello cortado de oreja a oreja.
»Sobre ese altar había un brasero, y un recipiente de vidrio lleno de
burbujeante líquido plateado. Ante él se encontraba un cáliz de plata único.
»No sabía para qué era el brasero, pero todas las almas temerosas de Dios
conocían el Grial. Como cualquier otra iglesia en Elidaen, esta solo era una
imitación, por supuesto. Pero mientras ese cáliz estaba presente en la habitación,
también lo estaba el espíritu del Redentor. Y lo juro, podía sentirlo.
»A pesar del tamaño de la catedral, solo había cuatro docenas en misa.
Baptiste Sa-Ismael se sentaba cerca, junto con otros tres que sin duda eran
compañeros herreros. Mi maestro, fray Greyhand, se arrodillaba en la primera fila
entre un puñado de hombres con atuendos de santos de plata. Eran de rostro severo
y vestidos de negro, y cada uno me parecía una leyenda viviente. Pero noté que
muchos estaban mutilados de alguna manera; muñecas sin manos y caras sin ojos.
Al final de la fila se sentaba un santo de plata con lacio cabello canoso. Vi que se
balanceaba suavemente, de un lado a otro. Su mirada estaba profundamente
inyectada en sangre, su rostro tallado con líneas de dolor.
»El aire estaba cargado de música fantasmal, angelical y hermosa. Vi
hermanas de la Hermandad de Plata en un piso superior, vestidas de negro,
cantando todas al unísono. Sus voces hicieron que mi piel hormigueara, la belleza
de su canción llenó mi pecho con un fuego antiguo.
»El abad Khalid ascendió al altar desde una escalera caracol debajo del piso.
Estaba vestido con una túnica negra, las cicatrices en sus mejillas retorciendo sus
labios en esa extraña sonrisa eterna. Cuando levantó las manos, vi tinta plateada
en la piel oscura de sus antebrazos: Sanael, el Ángel de la Sangre, un tejido de
espadas y palomas, la Madre Doncella sosteniendo al niño Redentor.
»—Yo soy la palabra y el camino, dice el Señor —entonó Khalid—. Por mi
sangre, el pecador hallará la salvación, y el penitente, las llaves de mi reino eterno.
»Todos en la catedral respondieron «Véris», la respuesta habitual de la
congregación en la misa. Era una antigua palabra elidaeni, que significaba Una
verdad más allá de la verdad.
»—Damos la bienvenida a un hermano nuevo en esta, tu casa, oh Señor. —
Khalid me miró directamente—. Su nacimiento, una abominación. Su vida, una
transgresión. Su alma, destinada a la perdición. Pero te suplicamos que le des
fuerzas para que pueda superar la fechoría de su creación y resistir esta noche
interminable.
»—Véris —respondieron los hermanos.
»Sonó la campana del altar. Pude sentir el mismísimo aliento de Dios en mi 82
cuello.
»—Gabriel de León —ordenó Khalid—. Acércate.
»Miré al maestro Greyhand, y él asintió una vez. Haciendo la señal de la
rueda, me encontré de pie ante ese brasero y el cuenco de líquido plateado encima.
»Seis figuras subieron la escalera, bañadas por la suave luz cálida de esos
globos de arriba. La priora Charlotte estaba a la vanguardia, seguida de tres
mujeres en hábitos negros y bordes plateados. Llevaban la cabeza velada con
encajes, sus rostros empolvados de blanco y estrellas de siete puntas en carmesí
pintadas sobre los ojos. Pero las dos figuras siguientes vestían de blanco novicias,
sus rostros descubiertos y sin adornos.
»Cuando ocuparon lugares en el altar frente a mí, reconocí a ambas de los
establos esa tarde. La primera era la chica diminuta de ojos verdes y pecas: Chloe,
recordé que la habían llamado. La segunda era la hermosa chica de cabello
azabache que había sido golpeada por la priora por su desobediencia. Sus ojos
oscuros se encontraron una vez más con los míos.
»Astrid Rennier.
»Observé a la hermana novicia Chloe desenrollar una valija de cuero con la
estrella de siete puntas en relieve. Dentro había una gran cantidad de agujas, largas
y relucientes a la luz melosa.
»—Como dio al Redentor sobre la rueda —dijo Khalid—, oramos para que
Dios te dé la fuerza para soportar el sufrimiento de las noches venideras. Por ahora,
te damos una probada.
»Miré al abad, preguntándome qué quería decir.
»—Coloca tu mano izquierda sobre el altar —ordenó.
»Hice lo que me ordenó, colocando mi mano sobre la madera. Fue solo
cuando la hermana novicia Chloe giró suavemente la palma de mi mano hacia
arriba que comprendí lo que estaba sucediendo. Pasó un paño frío sobre mi piel y
olí a espíritus fuertes y afilados. Astrid Rennier sumergió una aguja en el líquido
metálico burbujeando encima del brasero. Y habló mirándome a los ojos, repetida
por las otras hermanas a su alrededor.
»—Esta es la mano,
»—Que empuña la llama,
»—Que ilumina el camino,
»—Y vuelve la oscuridad,
»—A la plata.
83
»Astrid me clavó la aguja en la palma de la mano. La sensación fue aguda
y radiante, pero breve, y me estremecí solo un poco. Mirando hacia abajo, vi una
diminuta mancha de sangre y plata grabada en mi carne. La priora Charlotte se
inclinó para inspeccionar el trazo de la aguja, y asintió tajante. Respiré, tragué
pesado. Pensando que la picadura no había sido tan mala.
»Astrid volvió a apuñalar mi palma. Y otra vez. Al vigésimo pinchazo de la
aguja, la incomodidad se había convertido en dolor. Y a la centésima, el dolor se
había convertido en agonía.
Gabriel negó con la cabeza, mirando la estrella tatuada en su palma
izquierda.
—Es extraño, ser marcado así. El dolor se convierte en delirio. El alivio
breve entre cada golpe de la aguja pareciendo tanto el cielo como el infierno. Mi
padrastro me pegó como a un perro en sus días malos. Pero nunca sentí nada como
el dolor que conocí por el toque de Astrid. Fue… incandescente. Como si estuviera
fuera de mi cuerpo, observando a través de un sueño febril.
»No sabía cómo lo lograría. Y aun así, sabía que se trataba de una prueba,
la primera de muchas. Si no podía soportar una aguja, ¿cómo iba a enfrentarme a
los monstruos de la oscuridad? ¿Cómo iba a vengar a mi hermana, defender la
poderosa Iglesia de Dios, si no podía vencer a través de esto?
»Intenté concentrarme en el canto del coro, pero lo escuché solo como un
canto fúnebre. Cerré los ojos, pero solo sentí pavor al no saber cuándo podría caer
el próximo golpe. Y entonces, miré al Redentor arriba.
»Decían los Testamentos que, lo habían desollado vivo. Sacerdotes de los
Dioses Antiguos, negándose a aceptar la Fe Única, lo colgaron de la rueda de un
carricoche y lo azotaron con espinas, lo quemaron con fuego, luego le cortaron la
garganta y lo arrojaron a las aguas. Pudo haber llamado a su Padre Todopoderoso
para que lo salvara. En cambio, aceptó su destino, sabiendo que sería el catalizador
que uniría a esta Iglesia y difundió su palabra a todos los rincones de este imperio.
»—Por esta sangre, tendrán vida eterna.
»Y ahora, ese imperio estaba en peligro. Esa Iglesia sitiada por los Muertos
inmortales. Así que, lo miré a los ojos y oré.
»—Dame fuerza, hermano. Y te lo daré todo.
»—No sabría decirte cuánto tiempo tomó. Al final, mi palma estaba
sangrando, un jodido desastre. Pero Astrid finalmente se echó hacia atrás, y Chloe
derramó espíritus ardientes sobre mi piel. Y a través de la bruma hirviente, la vi,
grabada en mi palma; la marca de los Mártires, en tinta plateada.
»Una estrella de siete puntas perfecta.
»—Fray Greyhand —dijo Khalid—. Acércate. 84
»El maestro Greyhand hizo la señal de la rueda y dio un paso adelante.
»—¿Juras ante Dios Todopoderoso guiar a este muchacho indigno en los
principios de la Ordo Argent? ¿Juras ante San Michon ser la mano que guía, el
escudo que protege, hasta que su alma maldita se alce lo suficientemente fuerte
como para proteger este reino él mismo?
»—Por la Sangre del Redentor —respondió Greyhand—. Lo juro.
»Khalid se volvió hacia mí.
»—¿Juras ante Dios Todopoderoso comprometerte con los principios de
nuestra Orden? ¿Superar el pecado vil de tu naturaleza y vivir una vida al servicio
de la Santa Iglesia de Dios? ¿Juras ante San Michon obedecer a tu maestro,
escuchar su voz, ser guiado por su mano hasta que te santifiques?
»Pensé en el día en que mi hermana llegó a casa. Sabiendo que, entre esta
hermandad, dentro de este orden sagrado, encontraría la fuerza para evitar que ese
horror volviera a suceder.
»—Por la Sangre, lo juro.
»—Gabriel de León, te nombro iniciado de la Orden de Plata de San
Michon. Que el Padre Todopoderoso te dé valor. Que la bendita Madre Doncella
te dé sabiduría. Que el Único Redentor Verdadero te dé fuerzas. Véris.
»Me encontré con los ojos del abad, y todo mi cuerpo se estremeció de
orgullo cuando sus labios se torcieron un poco más en su sonrisa feroz. Greyhand
asintió levemente, la primera señal de aprobación que había otorgado desde que
me salvó en Lorson. Mi cabeza se sentía ligera, el dolor ahora una bendición. Pero
a través de esa neblina, me sentí más en paz que nunca.
»Greyhand regresó a su lugar, y yo caminé a su lado. Sonó una campana,
indicando que la congregación debía levantarse. Las hermanas y novicias
alrededor del altar inclinaron la cabeza. Khalid volvió los ojos hacia la vidriera de
los Mártires.
»—Desde el gozo más brillante hasta el dolor más profundo. Te suplicamos
que des testimonio, bendito Michon. Te rogamos, Dios Todopoderoso, que abras
las puertas de tu reino eterno. —Sus ojos se posaron en el santo de plata canoso al
final de nuestra fila—. Fray Yannick. Da un paso adelante.
»El coro se había quedado en silencio. Vi al hombre apretar la mandíbula,
levantar la mirada al cielo. El rostro de fray Yannick estaba demacrado, las líneas
de insomnio talladas alrededor de los ojos inyectados en sangre. A su lado, un
muchacho más joven de cabello rubio le apretó la mano, pálido de dolor; me di
cuenta de que era otro aprendiz. Y respirando profundamente, Yannick se adelantó
ante el abad Khalid. 85
»—¿Estás listo, hermano? —preguntó Khalid.
»—Estoy listo —respondió el hombre, su voz como vidrio roto.
»—¿Y estás seguro, hermano?
»El santo de plata miró la estrella de siete puntas en la palma de su mano
izquierda.
»—Es mejor morir como un hombre que vivir como un monstruo.
»—Entonces, al cielo —dijo Khalid en voz baja.
»Yannick asintió.
»—Al cielo.
»El coro retomó su canción, y reconocí el himno que se cantaba en las misas
funerarias; la sombría y hermosa «Memoria Di». Khalid caminó por el pasillo
occidental de la catedral. Fray Yannick se quedó atrás como un sonámbulo. Uno
por uno, el resto de la congregación lo siguió, atravesando las puertas de los
Muertos hacia el patio que había más allá. No me atreví a hablar y romper la
espantosa santidad que podía sentir en este momento. Pero el maestro Greyhand
conocía las preguntas en mi cabeza.
»—Este es el Rito Rojo, Pequeño León —susurró—. Este es el destino que
nos espera a todos.
»Formamos en el patio, observando al abad Khalid y fray Yannick
marchando hacia el tramo de piedra que había visto antes, el que De Coste había
llamado «Puente al Cielo». Vi la rueda en el borde del balcón, mirando hacia la
caída hacia el río muy abajo. Y una parte de mí supo entonces, lo que se avecinaba.
»—Somos los hijos de un pecado terrible —me murmuró Greyhand—. Y
eventualmente, ese pecado nos corrompe a todos. La sed de nuestros padres vive
dentro de nosotros, Pequeño León. Hay formas en que podemos sofocarlo por un
tiempo, para que podamos ganarnos nuestro lugar en el reino del Todopoderoso.
Pero eventualmente, Dios nos castiga por el sacrilegio de nuestra creación. A
medida que los sangre pálida envejecen, nos hacemos más fuertes. Pero también
lo hace la bestia inmortal que se enfurece dentro de nuestro caparazón mortal. La
sed terrible que exige ser saciada con la sangre de inocentes.
»—Yannick… ¿mató a alguien? —susurré—. Él bebió…
»—No. Pero la sed se ha vuelto insoportable para él. Lo siente,
esparciéndose como un veneno. Lo oye cuando cierra los ojos por la noche. —Mi
maestro negó con la cabeza, la voz en voz baja—. Lo llamamos el sangirè, Pequeño
León. La sed roja. Un susurro al principio, dulce y apacible. Pero crece hasta
convertirse en un grito interminable. Y a menos que lo silencies, vas a sucumbir a 86
ella, llegando a ser nada más que una bestia hambrienta. Peor que el condenado
más bajo.
»Greyhand asintió hacia fray Yannick, su voz llena de dolor y orgullo.
»—Es mejor acabar con esta vida que perder tu alma inmortal. Al final, esa
es la elección que tienen todos los sangre pálido vivos. Vivir como un monstruo,
o morir como un hombre.
»Todavía podía escuchar el coro en la catedral. Vi al fray Yannick quitarse
el abrigo, quitarse la túnica. Su cuerpo estaba cubierto de hermosa tinta plateada:
íconos de los Mártires y la Madre Doncella, los Ángeles de la Muerte, el Dolor y
la Esperanza. Esa tinta contaba la historia de una vida dedicada al servicio de Dios.
Por fuera, parecía sano y fuerte, pero una mirada en sus ojos me dijo que no todo
era así por dentro. Y entonces recordé mi noche con Ilsa. El coro de sus venas
inundando mi boca. El latido de mi corazón enfurecido tornándose más fuerte a
medida que el de ella se debilitaba con cada trago. La sed que me había llevado a
tal profundidad.
»—¿En qué se convertiría a medida que creciera?
»—¿En qué me convertiría?
»—Te rogamos que des testimonio, Padre Todopoderoso —llamó el abad
Khalid—. Como tu hijo engendrado sufrió por nuestros pecados, así también
nuestro hermano sufrirá por los suyos.
»—Véris —fue la respuesta a mi alrededor.
»Yannick se volvió hacia nosotros, y puso las manos sobre la rueda. Mi
boca se sintió amarga cuando vi a la priora Charlotte acercarse con un látigo de
cuero adornado con espuelas de plata. Pero la priora solo presionó el látigo sobre
los hombros de fray Yannick: siete toques rituales durante las siete noches que
sufrió el Redentor. Se apoyó una vela en la piel del hermano, para imitar las llamas
que quemaron al hijo engendrado de Dios. Y luego, el abad Khalid bajó la cabeza,
sacando un cuchillo plateado. El coro estaba cerca del final de su himno.
»—Bendita Madre Doncella… —suspiré.
»—Del sufrimiento viene la salvación —entonó Khalid—. Al servicio de
Dios, encontramos el camino hacia su trono. Este santo ha vivido en sangre y plata,
y por eso ahora muere.
»—¡En tus brazos, Señor! —lloró Yannick—. ¡Encomiendo mi alma
indigna!
»Me estremecí cuando la hoja brilló en las manos del abad, cortando el fray
de oreja a oreja. Un gran torrente de sangre brotó de la herida, y Yannick cerró sus
ojos hambrientos de sueño. Las notas finales de la Memoria Di resonaron en la 87
congregación. No pude encontrar aire para respirar. Y con un empujón suave,
como un padre guiando a su hijo a dormir, Khalid envió a Yannick dando tumbos
por el balcón, hacia las aguas quinientos pies más abajo.
»Cerca de mí, la congregación hizo la señal de la rueda. El horror frío se
había asentado en mi vientre. Vi a la hermana Astrid entre las novicias,
observándome una vez más con esos ojos oscuros. El abad Khalid miró a su
alrededor mientras sonaban las campanas. Y asintió, como si estuviera contento.
»—Véris —dijo.
»—Véris —repitieron los demás.
»Miré hacia el tatuaje nuevo en mi palma. Palpitando de dolor. Ardiendo
como fuego.
»—Véris —susurré.

88
—Esa noche no pude dormir. Me acosté en los barracones, escuchando el
crujir de las viejas vigas de roble. Los verdaderos santos de plata tenían aposentos
individuales en los pisos superiores, pero los iniciados dormíamos en una sala
común. Había más catres de los necesarios, suficientes para al menos cincuenta.
Pero cuando regresamos de la misa, solo una docena vinieron conmigo.
»Me acosté con la cabeza dando vueltas. En el espacio de un día, me habían
obsequiado las mejores posesiones que jamás hubiera tenido, fui incorporado a una
orden sagrada, prometí mi vida a Dios. Pero también había visto a un miembro de
esa misma orden asesinado ritualmente antes de que sucumbiera a la locura dentro
de él, y supe que, me esperaba el mismo destino eventualmente.
»—No «si». Cuándo.
»—El primer día es uno de los más extraños.
»Miré al iniciado en el catre junto al mío. Era el muchacho que había
apretado la mano de fray Yannick antes de acercarse al altar: el aprendiz del
hermano muerto. Era un muchacho grande, de cabello rubio rojizo, y su acento
formal me decía que había nacido en Elidaen. Sus ojos azules brillaron mientras
me miraba de reojo. Podía verlos inyectados en sangre por las lágrimas. 89
»—Qué día —coincidí.
»—Ojalá pudiera prometer que se vuelve más fácil. Pero no soy mentiroso.
»—No te culparé por eso —acordé—. Mi nombre es Gabriel de León.
»—Theo Petit —dijo el niño, estrechándome la mano.
»—Mi más sentido pésame por tu maestro. Rezaré por su alma.
»Entonces sus ojos brillaron, su voz endureciendo.
»—Ahórratelo, muchacho. Reza para que vivas lo suficiente como para
enfrentar la misma elección que él. Y muestres el mismo coraje al hacerlo.
»Theo apagó la lámpara, sumergiendo la habitación en la oscuridad.
Permanecí ahí en la penumbra, mirando hacia la oscuridad. Dando vueltas y
vueltas hasta que De Coste finalmente gruñó desde la cama frente a la mía.
»—Duérmete, campesino. Lo necesitarás para mañana.
»No tenía ni idea de la veracidad de las palabras de Aaron. A la mañana
siguiente, las campanas de la catedral me despertaron, y sentí que apenas había
dormido. Estaba medio ansioso, medio aterrorizado, preguntándome qué iba a
suceder. El tatuaje en mi mano estaba doliendo, ensangrentado, y después de un
amanecer sombrío, fray Greyhand me regaló un frasco de ungüento aromático.
»—Angelgrace —explicó—. La plata en tu tatuaje implica que sanará más
lentamente que una herida normal. La gracia ayudará hasta que tu sangre haga su
trabajo. Ahora, sígueme. Y deja esa espada aquí. No es tu verga, puedes quitar la
mano de ella de vez en cuando.
»Hice lo que me ordenó mi maestro, siguiéndolo en el aire de la mañana.
Recuerdo que ese día hacía tanto frío que sentí como si mis pelotas se hubieran
metido dentro de mi cuerpo. La luz tenue de la mañana a través del monasterio era
frágil, hermosa, y al caminar por el puente de cuerda hacia la silueta de la arena de
desafío, pude sentir mariposas luchando en mi vientre. Archer cortó el aire helado
que nos rodeaba, llamando a Greyhand a medida que volaba por encima de
nosotros.
»—Maestro… ¿a dónde vamos? —pregunté.
»—Tu primera prueba.
»—¿Y qué debo esperar de esta prueba?
»—Lo que siempre debes esperar de esta vida, Pequeño León. Sangre. —
Greyhand miró hacia el río serpenteando a través de los pilares de abajo y suspiró. 90
Tenía un humor temible, pero no sabía si eran pensamientos sobre el Rito Rojo de
anoche u otros problemas—. Muchacho, una parte de mí te envidia este día. La
primera probada siempre es la más dulce. Y la más oscura.
»No tenía idea de lo que quería decir, pero Greyhand no parecía estar de
humor para preguntas. Mientras atravesábamos las grandes puertas dobles de la
arena de desafío, vi que el campo de pruebas de San Michon tenía la forma de una
arena vasta; circular, abierta al cielo. Sus losas eran de granito, pero en su
superficie había una gran estrella de siete puntas labrada en piedra caliza pálida.
Maniquíes de entrenamiento y aparatos extraños bordeaban el margen, y
estandartes con blasones desconocidos adornaban las paredes.
»Un grupo esperaba en el centro de la estrella, sus sombras oscuras
extendiéndose hacia mí. El principal era el abad Khalid, de pie con los brazos
cruzados y el abrigo ondeando al viento. Una espada preciosa de acero plateado
colgaba de su espalda: con dos empuñaduras y letal, más alta que yo. El hombretón
asintió cuando nos acercábamos, y Greyhand y yo hicimos una reverencia
profunda.
»—Buenos días, iniciado De León. Fray Greyhand.
»—Buenos días, abad —contestamos.
»Khalid hizo un gesto a las personas que lo rodeaban.
»—Estos son los luminarios de la Orden de Plata, De León. Vienen a ser
testigos de tu Juicio de Sangre. Ya conoces a la buena priora Charlotte, jefa de la
Hermandad de Plata y Maestra de la Égida.
»Me incliné ante la mujer adusta, con los ojos bajos. Estaba vestida de pies
a cabeza con el hábito negro de hermana, y su piel se veía encerada a la luz tenue
del amanecer, esas cuatro cicatrices cortando furiosas líneas rosadas en su rostro.
Me pregunté ociosamente cómo se las había ganado a medida que me daba una
delgada sonrisa incruenta.
»—Buenos días, iniciado. Que la Madre Doncella te bendiga.
»Khalid asintió a un anciano vestido con una túnica negra a su lado.
»—Este es el archivero Adamo, maestro de la gran biblioteca y guardián de
la historia de la Ordo Argent.
»El tipo me miró parpadeando, luciendo un poco aturdido detrás de sus
anteojos gruesos. Su piel lucía arrugada como papel empapado, su cabello, blanco
como las nieves de mi juventud. Tenía la espalda doblada por la edad, y no podía
ver tatuajes de plata sobre sus manos pecosas.
»—Argyle á Sadhbh —dijo Khalid, señalando a uno de los más altos del
grupo—. Serafín de los Hermanos del Hogar y Maestro Forjador de San Michon. 91
»El hombre enorme me miró a los ojos, saludándome con una inclinación
de cabeza. Seguro que nació en Ossway: un rastrojo rojo intenso cubría su cuero
cabelludo, y su mandíbula lucía pesada como un ladrillo de granito. Pero su ojo
izquierdo era de un blanco lechoso, el lado izquierdo de su cara estaba estropeado
por una quemadura profunda y, lo más extraño de todo, su mano izquierda era de
metal, no de carne, un simulacro inteligente forjado de hierro, sujeto a su antebrazo
con un brazalete de cuero. Sus bíceps eran gruesos como los muslos de un hombre,
su piel clara salpicada por las cicatrices de chispas de su fragua. Era un herrero, de
principio a fin.
»—Iniciado —gruñó—. Que Dios te conceda fuerzas en este día.
»—Esta es sœur2 Aoife —dijo Khalid—. Adepta de la Hermandad de Plata.
»El abad señaló a una hermana joven que estaba junto a Charlotte,
observándome con ojos azules curiosos. Era esbelta, bonita, con un toque de rizos
castaños en el borde de su cofia. Sostenía una caja delgada de roble pulido, y tenía
las uñas mordidas hasta las raíces.
»—Buenos días, iniciado. —Hizo una reverencia—. Que la Madre Doncella
te bendiga.
»—La buena hermana asistirá en la prueba de hoy. Y en cuanto a tu maestro
de juicio —aquí Khalid compartió su sonrisa feroz con Greyhand—, le permitiré
que se presente.
»Miré al hermano en cuestión, de pie junto al abad como una sombra negra
aguda. Su bigote gris oscuro era tan largo que podría haber sido atado en un moño
sobre su cráneo afeitado, y sus ojos parecían agujeros sin fondo en su cabeza.
Parecía mayor que Khalid y Greyhand; más de cuarenta, supuse. Era de
complexión delgada, el cuello de su abrigo ceñido al cuello por un lazo alto y
apretado. A excepción de un largo bastón de fresno pulido, estaba desarmado.
»—Me llamo Talon de Montfort, serafín de la Caza —declaró el hombre
delgado con un marcado acento elidaeni—. Aprenderás a odiarme más que a la
puta que te escupió de su vientre, y al diablo que te arrojó a chorros.
»Miré a mi maestro, luego a Khalid, desconcertado. Este Talon era el serafín
de la Caza, el segundo santo más alto de la Orden. Pero aun así, ningún bastardo
vivo habla así de mi mamá.
»—Mi madre no era…
»¡Swakk! Llegó el sonido del bastón de Talon a través de mis piernas.
»—¡Ay! 92
»—Hablarás cuando te hablen durante este juicio. ¿Entendido?
»—O-oui —me las arreglé, masajeando mi muslo azotado.
»¡Swakk!
»—¿Oui qué, asqueroso cretino de mierda?
»—O-oui, serafín Talon —jadeé.
»—Espléndido. —El hombre delgado miró a Greyhand, los otros
luminarios—. Pueden ocupar sus lugares en los rings, hermanos y hermanas

2
Sœur: hermana, del francés.
piadosos. El clima es frío, pero no tardará demasiado. Al final de la hora, el juicio
habrá concluido o el funeral estará en marcha.
»Palidecí un poco ante eso. Pero mi maestro solo me dio unas palmaditas
en el hombro.
»—No temas. Escucha el himno, Pequeño León.
»Greyhand se volvió y, con el abad Khalid y la priora a su lado, se dirigió a
las gradas. Argyle ayudó al archivero Adamo, el anciano tomando la mano de
hierro del herrero y alejándose lentamente de la estrella. Los vientos fríos
susurraron entre Talon y yo, arrojando mi cabello hacia mis ojos. La hermana
Aoife permaneció junto al serafín, con esa caja de madera en sus manos. El hombre
delgado me miró como un búho estudiando un ratón particularmente jugoso, y vi
ese cambio en su mano como si fuera una víbora a punto de atacar.
»—Muchacho, ¿qué sabes del sangre fría que te engendró? —preguntó
Talon.
»La pregunta me tomó por sorpresa, sobre todo porque no tenía una buena
respuesta. Entonces, pensé en mi madre, con una punzada de resentimiento en mi
pecho. Todos esos años los pasó advirtiéndome del hambre que tenía dentro, y ni
una sola vez me advirtió de lo que era en realidad. Supuse que estaba avergonzada
por el pecado de todo eso. Pero podría haberme dicho algo…
»—Nada, serafín.
»¡Swakk!
»—¡Ay!
»—¡Habla duro, mequetrefe maleducado!
»Eché un vistazo a los rostros pétreos de la galería, y hablé más alto. 93
»—¡Nada, serafín!
»Asintió.
»—Ahora, necesito hacerte esta pregunta que espero respondas con toda la
puta seguridad del mundo, pero ¿estás del todo versado en los misterios divinos de
la química?
»Mi corazón se aceleró ante eso. La química era un arte oscura, de la que se
hablaba entre susurros en mi pueblo. Mamá me dijo una vez que era algo entre la
alquimia, la brujería y la locura. Pero negué con la cabeza, solo para estar seguro.
»Talon suspiró.
»—Entonces, déjame iluminar tu supuesta mente, pendejo descerebrado.
Los enemigos a los que te enfrentarás en la Caza son las criaturas más mortíferas
bajo el cielo de Dios. Sangres fría. Faekin. Insaciables. Duskdancers. Ángeles
caídos. Pero el Todopoderoso no te ha dejado sin herramientas en la noche sin fin.
Y te enseñaremos a elaborarlas todas. Polvo de ignis negro que explota con toda
la furia del cielo a una sola chispa. Plata cáustica para quemar la carne de tus
enemigos como si fuera ácido. Kingshield. Angelgrace. Ghostbreath. Griefthorn…
—De dentro de su abrigo, Talon sacó un frasco de polvo escarlata oscuro—. Y por
último, su mayor regalo de todos.
»Mi boca se secó. Era el mismo polvo que había visto fumar a Greyhand y
De Coste a lo largo de Hollyroad, sus ojos inundados de sangre mientras lo
inhalaban.
»Serafín, ¿qué es eso?
»—Esto, charco de orina patética, es sanctus. Una destilación química de la
esencia en las venas de nuestros enemigos. A través de él, aliviamos la sed oscura
heredada de los monstruos que nos engendraron. Y desbloqueamos los dones que
Dios nos concedió para ayudar a enviarlos de regreso al infierno.
»—¿Quieres decir que eso es…?
»Asintió.
»—Sangre de vampiro.
»—No me jodas —susurré.
»—Los Testamentos nombran a la sodomía como un pecado mortal, así que
prefiero no hacerlo. —Talon ofreció una sonrisa breve—. Pero eres muy lindo, De
León, y agradezco la oferta.
»Me reí entre dientes, pensando que estaba bromeando.
»¡Swakk! 94
»—¡Ay!
»—El sanctus es el santo sacramento de San Michon. El arma más grande
de un sangre pálida contra la noche sin fin, y nuestras malditas naturalezas. Hoy,
empiezas a blandirla, y tus dones. Y nuestro primer paso, mi estúpido pastelito de
cereza, es determinar a cuál de los cuatro linajes pertenecía la polla inmortal de tu
padre. Pero antes de que comencemos… —Hizo girar su bastón entre las yemas
de sus dedos y frunció el ceño—. Debes darme permiso para hacerlo.
»Tragué pesado, masajeando mi pierna.
»—Serafín, ¿permiso?
»—Está prohibido que los sangre pálida utilicen sus dones entre sí sin
permiso, bajo el castigo del látigo. Somos hermanos de armas, de propósito y de
sangre, y debemos confiar el uno en el otro por encima de todo, De León. Entonces.
¿Das tu permiso?
»Miré a la hermana Aoife, inseguro.
»—¿Qué pasa si no lo hago?
»¡Swakk!
»—¡Ay!
»—¿Das. Tu. Permiso?
»—¡Lo permito!
»Talon asintió y entrecerró la mirada. Entonces sentí la sensación más
extraña. Como las yemas de unos dedos rozando suavemente mi cuero cabelludo.
Como un susurro deslizándose por mis ojos. Hice una mueca como si estuviera
mirando al sol, mi cabeza dando vueltas.
»—¿Qué… q-qué estás haciendo?
»—Todos los vampiros tienen habilidades comunes, que heredan los sangre
pálida. Pero cada linaje también tiene talentos únicos. —Talon señaló uno de los
emblemas desconocidos en la pared: un cuervo blanco con una corona dorada—.
Los Ironheart. Los pares del linaje Voss. Tienen carne parecida al acero. Puede
desviar la plata. El mayor de ellos puede incluso resistir la furia de la llama. Pero
mucho más aleccionadora es su capacidad para leer las mentes de los hombres más
débiles.
»Me di cuenta de que esa era la sensación que sentía: el serafín estaba en
mi maldita cabeza. Lo podía sentir ahora, como una sombra dentro de mi cráneo.
Pero tan rápido como comenzó, terminó la sensación.
»—Debes aprender a proteger mejor tus pensamientos, mi idiota saco de 95
babas —advirtió Talon—. O los pares Voss te los arrancarán directamente de tu
estúpida cabeza de mierda.
»Parpadeé con fuerza, dándome cuenta de que el padre de Talon debe haber
sido uno de esos Ironheart, y que su hijo había reclamado sus dones como propios.
Entonces, volví a preguntarme por mi propio padre. ¿Quién era? ¿Qué bendiciones
me había otorgado su sangre maldita? Estaba nervioso que Talon simplemente
pudiera entrar a la fuerza en mi mente si así lo deseaba, pero al mismo tiempo, una
parte de mí sintió una emoción de que ese regalo también pudiera ser mío.
»El serafín señaló otro estandarte, bordado con dos lobos negros y dos
círculos rojos ornamentados: las lunas gemelas, Lánis y Lánae.
»—Linaje Chastain. Los Pastores. Estos sangres fría ejercen su voluntad
sobre los habitantes del mundo animal. Ven a través de sus ojos. Los controlan
como marionetas. Los mayores pueden incluso asumir las formas de las criaturas
más oscuras de la tierra y el cielo. Murciélagos. Gatos. Lobos. Muchacho, no
confíes en ninguna bestia cuando caces un Chastain. Porque los ojos de la noche
son de ellos para mandar.
»El serafín señaló con la cabeza un tercer estandarte; un escudo en forma
de corazón con un tejido precioso de rosas y serpientes.
»—Linaje Ilon. Los Susurros. Un linaje más peligroso que un saco de
serpientes sifilíticas. Todos los vampiros pueden doblegar a los débiles de corazón
a su voluntad. Pero el Ilon puede manipular todo tipo de emociones. Aumentar la
rabia. Provocar miedo. Inflamar la pasión. Y el cazador que no puede confiar en
su propio corazón, no puede confiar en nada.
»Talon giró su bastón hacia el último estandarte; un campo azul adornado
con un oso blanco y un escudo roto.
»—Linaje Dyvok. Los Indómitos. Poseedores de una fuerza que incluso los
otros bastardos inmundos de la noche se cagarían en sus pantalones impíos. Estas
criaturas pueden destrozar a hombres adultos con sus propias manos. Sus ancestros
pueden derribar los muros de castillos con sus puños, y hacer temblar la tierra bajo
sus botas. Incluso otros sangres fría parecen niños indefensos a su lado.
»Mi mente estaba nadando cuando Talon se volvió hacia la joven que estaba
a su lado.
»—¿Buena sœur?
»Aoife abrió su caja de roble, sacando una pipa de plata ornamentada.
Estaba confeccionada con la apariencia de Naél, el Ángel de la Dicha, con las
manos acunadas para formar un cuenco. Mientras observaba, Talon vertió una
pequeña medida de sanctus en las palmas del ángel.
96
»—Ahora, el monstruo que dejó panzona a tu madre pertenecía a uno de
estos cuatro linajes. Y poseerás su don de sangre, aunque en una forma menor.
¿Recuerdas la primera vez que exhibiste alguna habilidad extraña? ¿Mostraste
afinidad por los animales cuando eras niño? ¿La habilidad de salirte con la tuya
constantemente? ¿Quizás sabías lo que dirían los demás antes de hablar?
»Me mordí el labio.
»—Mi hermana Amélie. Fue asesinada por un sangre fría y regresó a
nuestro pueblo como uno de los condenados. Luché contra ella con mis propias
manos.
»—Mmmn. —El hombre delgado asintió—. Quizás Dyvok. La misma
sangre maldita que fluye dentro de nuestro abad. Muy bien. Empezaremos por ahí.
»Miré hacia las gradas, donde Khalid me miró a los ojos y asintió. La idea
de que yo pudiera ser del mismo linaje que un hombre tan poderoso hizo que las
mariposas se desataran en mi estómago una vez más.
»Talon golpeó el suelo con su bastón tres veces. Escuché el roce engrasado
de piedra sobre piedra, y vi el centro de la estrella de siete puntas abrirse de par en
par.
»Levantándose sobre un pedestal de granito oscuro estaba el mismo
condenado que Greyhand había llevado al monasterio desde Lorson. Su carne era
como un páramo, agrietado y gris; su boca, un hoyo de navajas. Una cadena de
plata lo ataba al suelo, el metal chisporroteando donde tocaba esa piel podrida.
Mirando los ojos vacíos del condenado, me encontré de regreso en mi pueblo, el
día que mi hermana llegó a casa.
Otros segmentos de la estrella de siete puntas se abrieron, y en los pedestales
ascendentes, vi una manada de chuchos de raza mixta (mitad lobo, mitad perro),
sujetados con cadenas de acero. Se estaban volviendo absolutamente locos,
gruñendo al condenado en el centro de la estrella. Pero el monstruo solo me miraba
fijamente, con los ojos llenos de una interminable hambre eterna.
»Talón levantó la pipa de plata de tubo largo hacia mis labios.
»—Respira hondo —aconsejó—. Así como San Michon asió la sangre del
Redentor en la rueda, y convirtió el pecado de su asesinato en la causa santa de
Dios, así también nosotros rehacemos nuestro propio pecado. De los mayores
horrores se forjan los mayores héroes.
»Eché un vistazo a mi maestro, luego a la hermana Aoife, aún insegura. Sus
brillantes ojos azules se encontraron con los míos y, bajo su velo, vi los labios de
la hermana moviéndose. Pronunciando las mismas palabras que Greyhand me
había dicho: Presta atención al himno. 97
»Mi corazón estaba latiendo rápido. El miedo en mi vientre. Pero si esto era
una prueba, estaba decidido a no fallar ante los ojos de todos los luminarios de la
Orden. Serafín Talón puso la pipa en mis labios, golpeando su caja de pedernal y
pidiéndome que respirara, respirara.
Jean-François estaba dibujando en su libro, su voz un murmullo bajo.
—La primera probada siempre es la más dulce. Y la más oscura.
—Como Greyhand prometió —coincidió Gabriel—. Si tan solo supiera
entonces lo que sé ahora. Habría corrido hasta llegar a los brazos de mamá,
cerrando la puerta de golpe a la oscuridad y los monstruos que la perseguían y
estos hombres que caminaban con tacones de plata. Porque no fue un héroe lo que
forjó Talon ese día cuando inhalé ese veneno hermoso en mis pulmones. Fue una
cadena. Y una que nunca romperé.
98
»La vi comenzar en las manos plateadas de ese ángel. Una brizna fina de
escarlata, bailando en mi lengua. La sentí chocar conmigo, pesada como el plomo
y liviana como plumas, todo en llamas. Y en su interior, escuché las primeras notas
de una sinfonía, brillante como el cielo y roja como la sangre.
»Presta atención al himno, Pequeño León.
»—Oh, Dios —jadeé—. Oh, dulce y bendito Redentor…
»No sé cuánto tiempo me perdí. Luchando para montar esa ola sangrienta,
para hacer que mis sentidos dispersos soporten, inundados de carmesí hirviente.
Solo recuerdo el sonido que finalmente me arrastró a la superficie y fuera de él.
Debajo de esa sinfonía rojo sangre, se estaba formando otro ruido, lo
suficientemente agudo como para sacudirme, lo suficientemente fuerte como para
despertarme. Metal sobre piedra.
»Abrí los ojos y lo vi. Mi corazón cayendo en picado y atronando en mi
pecho.
»El condenado estaba cargando directamente hacia mí.

99
»El serafín Talon y la hermana Aoife no estaban a la vista. Estaba solo.
Desarmado. Los minutos eran horas, los momentos eran minutos, el monstruo
corriendo hacia mí con los dedos curvados como garras. Los chuchos ladraban,
enloquecidos ante la presencia del sangre fría. Mi corazón estaba acelerado. Y en
la palma de mi mano izquierda, ardía un fuego plateado brillante.
»Me habían criado profundamente en la Fe Única. Había ido a la capilla de
todos los prièdi cuando era niño, todavía decía mis oraciones antes de dormir todas
las noches. Amaba a dios. Temía a Dios. Adoraba a Dios. Pero por primera vez en
mi vida, de hecho, pude sentir a Dios. Su amor. Su poder, manifestado en mí. Y
entonces me moví, como si mis hombros estuvieran coronados con alas de ángel.
La boca del condenado estaba abierta, la lengua hinchada entre sus colmillos. Pero
me aparté de sus manos expectante, y el monstruo pasó a trompicones,
estrellándose contra la pared.
»Tomé la cadena de plata que aún estaba envuelta en el cuello del
condenado, azotándola como un látigo. La criatura se volvió, y sentí su fuerza
impía cuando unas manos muertas se cerraron sobre mi garganta. Pero me encontré
igual de fuerte, tan fuerte, como el día que Amélie regresó a casa. Rodé mi brazo,
una, dos veces, envolviendo esa cadena de plata alrededor de mi puño. Y 100
retrocediendo, la estrellé directamente en las putas fauces negras de ese monstruo.
»Hueso destrozado. Dientes astillados. Golpeé de nuevo, vagamente
consciente del sordo crujido húmedo de la plata contra la carne rancia. Mi viejo
amigo el odio se agazapó sobre mis hombros, mi mente se iluminó con la vista de
mi hermana bailando con una música que solo ella podía escuchar, el himno que
ahora también podía escuchar: rojo, rojo, rojo. Y cuando terminé, la cabeza del
monstruo era una mancha oscura en la pared detrás de ella, una pulpa desgarrada
colgando al final de un cuello roto.
»—Presta atención al himno, Pequeño León.
»Dejé caer el cuerpo. Una estela roja inundó mis ojos, todos los ángeles
cantando a tiempo. Mi mano derecha era un desastre sangriento, los nudillos
desgarrados hasta el hueso. Estaba tan jodidamente extasiado que podría haberme
puesto de puntillas y besar los labios de la misma Madre Doncella. Pero Talon
llamó desde la reunión en las gradas:
»—Me temo que no. ¡Siguiente!
»Escuché pasos corriendo, garras sobre piedra fría. Y volviéndome, vi esa
manada de chuchos hambrientos cargando a través del círculo. Agarré la cadena
en mi mano ensangrentada, sin saber qué hacer conmigo. Había una docena de
bastardos atacándome como flechas, con los ojos enloquecidos y los dientes al
descubierto. Preso del pánico creciente, balanceé la cadena a mi alrededor para
rechazarlos. Los perros disminuyeron la velocidad, gruñendo y ladrando,
formando un círculo estrecho a mi alrededor a medida que retrocedía hacia la
pared. No sabía por qué me estaban atacando, no quería lastimarlos, pero tampoco
quería ser la cena, mi mente corriendo con el himno de sangre mientras ese pedazo
de cadena ensangrentada azotaba alrededor de mi cabeza.
»—¡Diles que se retiren! —llamó Greyhand—. ¡Ordénales!
»—¡Retrocedan, maldita sea! —grité a las bestias—. ¡Fuera de aquí,
bastardos!
»—¡No con tu voz, estúpido cabeza de chorlito! —espetó Talon—. ¡Con tu
mente!
»No tenía la menor idea de cómo hacer lo que quería el serafín, pero aun así
lo intenté. Balanceando mi cadena para mantener a raya a los chuchos, fijé mi
mirada en el más grande: un bruto de dientes rasgados con pelaje moteado y ojos
resplandecientes. Enseñé mis dientes y le rugí en mi cabeza, sintiéndome como un
tonto todo el tiempo. Y mientras enfocaba mis atenciones en el gran hijo de puta,
uno de los pequeños se arriesgó, lanzándose bajo mi cadena y saltando a mi pecho.
»Lo golpeé a un lado, con una maldición. Pero algo pesado me golpeó en el
costado, y sentí unos colmillos hundiéndose en mi antebrazo. Grité cuando mi 101
carne se rasgó, golpeando y agitando al perro que me tenía. Otro atacó mis piernas
y me derribó, sentí que sus dientes rasgaron en mi hombro, la sangre caliente
derramándose por mi espalda. Ataqué de nuevo, los cuerpos volaron, pero había
tantos que no sabía qué camino tomar. Mis brazos estaban alrededor de mi cara, y
estaba rugiendo a medida que me destrozaban, preguntándome qué los conducía a
tal locura. Parecían poseídos, casi como si su voluntad no fuera la suya.
—Ah —dijo Jean-François—. Ya veo.
—Oui —respondió Gabriel—. Y tan rápido como habían llegado, las
mandíbulas alrededor de mis extremidades se abrieron. Rodé sobre mis pies,
cubierto de sangre, agarrando mi cadena una vez más. Pero los chuchos estaban
retrocediendo, lamiendo sus mandíbulas ensangrentadas, con los ojos ahora fijos
en fray Greyhand. Mi maestro agitó una mano, y los medio lobos regresaron a sus
lugares en la estrella de siete puntas, como perros pastores nórdicos entrenados a
la llamada de su pastor.
»Mientras los demás miraban, serafín Talon retrocedió hacia el círculo. Sus
botas resonaron en la piedra a medida que caminó hacia mí, con la hermana Aoife
a su lado. Apenas podía estar de pie, sangre caliente corriendo por mis brazos y
piernas destrozados. El himno de sangre era un canto fúnebre en mis oídos, el
sanctus aún corría por mis venas junto con mi rabia por lo que habían hecho.
»—Bueno, definitivamente no eres Chastain. No hay afinidad en ti por las
bestias, seguro y cierto. —Talon tomó una de mis manos destrozadas—. Ni
tampoco un Voss, por lo que veo. Tu carne inmaculada se rasgó tan fácil como el
papel, ¿no, muchacho?
»—¡Quítame las putas manos de encima!
»Talon llamó a Khalid.
»—¡Creo que está molesto, buen abad!
»—¡Podrían haberme matado!
»Talon resopló.
»—Muchacho, eres un sangre pálida. No mueres tan fácilmente. En unas
horas, no tendrás ni una marca. —El serafín se alisó su bigote impresionante, hizo
girar su maldito bastón entre sus dedos—. Nuestros dones se manifiestan en
tiempos de coacción. Este juicio está diseñado para infligir eso. Así que deja de
lloriquear, pendejo granjero descerebrado.
»—¿Hiciste esto a propósito? —Miré a los ojos de arriba—. ¿Estás loco?
»—¿Y tú, hijo de puta? —Talon sonrió.
»Apreté los dientes. Sintiendo mis dedos curvarse en un puño. 102
»—No haría eso si fuera tú, mi pequeño cabrón —advirtió Talon—. Golpear
a un serafín de la Orden de Plata sin provocación te haría azotar como un inquisidor
en la fiesta del Ángel de la Dicha. —Se cepilló el largo bigote oscuro y una sonrisa
pequeña apareció en su rostro—. Pero tal vez… si fuera a golpearte primero…
»—… ¿qué?
»—Si te golpeo primero, puedes devolverme el golpe. Sangre por sangre,
¿eh, abad?
Khalid asintió en las gradas.
»—Sangre por sangre.
»—Entonces haz que lo haga, jodido idiota inútil —escupió Talon—. Toma
la ira. Toma la furia. Toma la indignación que hace temblar ese labio bonito, y
oblígala contra mí. Si te golpeo primero, puedes devolverme el golpe. Así que,
hazme enojar, muchacho. Ponme furioso.
»—Yo…
»¡Swakk!
»—¡Hazlo! ¡Hazme sentirlo!
»—Yo no…
»¡Swakk!
»—¡Maldita sea, por los Siete Mártires, deténgase!
»—¡Dámelo! —Talon me golpeó contra la pared, aterradoramente fuerte.
Su cara estaba a centímetros de la mía, y pude ver que sus ojos estaban cambiando,
rojo de sangre mientras siseaba con los colmillos descubiertos—. ¡Abraza lo que
hay dentro de ti! ¡La maldición dentro de tu sangre!
»Apreté la mandíbula, mis sienes latiendo con fuerza. La hermana Aoife no
hizo ningún movimiento para ayudarme. Los ancianos de la Orden miraban fríos
y despiadados. Pero sabía que esto todavía era una prueba, y quería
desesperadamente hacerme un lugar aquí, conocer la verdad de los dones que mi
padre me había transmitido. Entonces, intenté hacer lo que dijo Talon. Abracé mi
furia, ese fuego nórdico dentro de mi sangre, tan real que podía sentir su calor
debajo de mi piel. Y me imaginé al serafín ardiendo con él en su lugar, las flamas
fluyendo de mí y prendiéndolo en llamas. Mis puños ensangrentados se apretaron,
mi pecho agitado mientras reunía toda mi ira y todo mi dolor y lo empujaba hacia
él.
»Los ojos de Talon se abrieron como platos. Respiró breve y poco a poco.
»—No —suspiró finalmente—. Nada en absoluto. 103
»Talon soltó mi túnica. Con los ojos como agujeros parpadeando, el Serafín
de la Caza se dio la vuelta, frotando su bigote a medida miraba a los luminarios
arriba. Serafín Argyle estaba frunciendo el ceño, su mano de hierro acunaba el oído
de Khalid mientras susurraba. El rostro de Greyhand era una máscara. El archivero
Adamo parecía haberse quedado dormido en el hombro de Charlotte. Me cerní ahí,
inseguro, el dolor de mis heridas un fuego tenue bajo la corriente del sanctus. La
sangre goteaba por mis dedos, formando charcos dentro de mis botas. La hermana
Aoife me miró con preocupación, pero aun así, no dio ningún paso para ayudarme.
Los zapatos del serafín rechinaron cuando giró en un círculo lento, con los labios
fruncidos.
»—No hemos visto a uno de ustedes en un tiempo. Qué deprimente.
»—¿Qué quieres decir?
»—Quiero decir que, no eres particularmente fuerte. —Talon hizo un gesto
al condenado aplastado—. Fuerte como un sangre pálida común, por supuesto,
pero ciertamente no un descendiente del linaje Dyvok. No tienes afinidad por las
bestias, ni resistencia a las heridas de la carne, de modo que eso saca a los Chastain
y Voss de la lista. Pero parece que tienes tanto talento para la manipulación
emocional como un coño lleno de agua fría, así que tampoco puedes ser Ilon.
»—Entonces ... ¿qué soy?
»Talon me miró con expresión amarga.
»—Eres un sangre frágil.
»Miré a mi maestro.
»—¿Un qué?
»—El hijo de un vampiro demasiado joven y débil para haber transmitido
su legado —respondió Talon—. No tienes linaje. Ni dones de sangre, aparte de los
que compartimos todos.
»El dolor de mis heridas quedó olvidado. Pude sentir mi estómago hundirse
sin saber muy bien por qué.
»—¿E-estás seguro? ¿Quizás no me has probado…?
»—Muchacho, he sido serafín de la Caza durante una década. He llevado a
cabo este Juicio lo suficiente como para reconocer a un sangre frágil cuando lo
veo. —El labio de Talon se curvó—. Y veo uno en ti.
»El serafín se frotó el bigote, y se alejó a grandes zancadas a través de la
estrella de siete puntas. La hermana Aoife por fin se acercó a mí, me palmeó el
hombro ensangrentado a medida que murmuraba:
»—Aún harás el trabajo de Dios aquí, iniciado. Mantén el amor de la Madre 104
Doncella en tu corazón y las enseñanzas del Todopoderoso en tu cabeza, y todo irá
bien.
»Miré a Greyhand y al abad Khalid, mi estómago hundiéndose. Y mientras
estaba allí en el torrente del himno de sangre, mis miembros desgarrados
temblando, el cabello empapado de sudor colgando sobre mis ojos, escuché el
golpe de despedida de Talon como un puñetazo en mi vientre.
»—Decepcionante.
»—Decepcionante.
»Esa fue la palabra colgando sobre mi cabeza más tarde esa noche. Si el
maestro Greyhand se desanimó por la noticia sobre su aprendiz nuevo, lo ocultó
bien, permaneciendo estoico como siempre mientras me acompañaba de regreso a
las barracas. Pero aun así, el ceño oscuro del maestro forjador Argyle, los labios
fruncidos de la priora Charlotte, las palabras del serafín Talon: ninguno de ellos
me dejaría. Y mientras me sentaba en mi cama limpiando la sangre de mis botas
nuevas, todavía podía escuchar su voz resonando en mis oídos.
»—Decepcionante.
»—De todos modos, debí haberle partido la puta nariz —gruñí.
»—Bueno, mira lo que dejaron los gusanos —dijo una voz.
»Levanté la vista y encontré a Aaron de Coste mirándome desde la puerta
de las barracas. Estaba de pie con otro iniciado: un muchacho alto y de cabello
oscuro llamado De Séverin, que se comportaba de la misma manera con la cuchara
de plata en el culo que De Coste. Por la sonrisa comemierda en el rostro de Aaron,
la noticia de mi Juicio ya había circulado entre los otros iniciados.
105
»—Sabía que eras de baja cuna, gatito —se burló—. Pero no tan bajo como
eso.
»—Vete a la mierda, De Coste. Te lo advierto, no tengo paciencia para esto.
»—Supongo que tiene sentido —reflexionó lord De Séverin—. Vampiros
campesinos acostándose con humanos campesinos. ¿Todo forma parte del rico
tapiz de la cuneta? —Su compinche se rio entre dientes mientras el fuego dentro
de mí estalló.
»—Mi madre no era campesina. Era de la casa De León.
»—Oh, estoy seguro, la señora de la mansión. Entonces, ¿ese mugriento
agujero patético del que te sacamos era su casa de verano? —Aaron frunció el
ceño, como si estuviera pensando—. Tal vez, ¿la choza de verano?
»De Coste era mayor que yo. Tres años, más o menos, y en ese entonces me
sacaba algunos centímetros de ventaja. No estaba seguro de poder derribarlo, pero
juré por Dios que, si hacía una broma más sobre mi madre, maldita sea, lo
intentaría.
»—Tal vez no tengo linaje —espeté—. Aún soy sangre pálida. Aún puedo
luchar.
»De Coste se rio entre dientes.
»—Estoy seguro de que el Rey Eterno está temblando en sus botas.
»—Maldita sea, debería —espeté, volviendo a limpiar las mías.
»El lord se acercó a su catre, y tomó una copia de los Testamentos junto a
su cama. Pero, aun así, me miró fijamente.
»—Así es cómo te ves a ti mismo, ¿verdad? ¿El pequeño y valiente Gabriel
de León, subiendo al trono de cadáveres de Fabién Voss con su nueva espada de
plata y salvando el reino con una sola mano? —Aaron se rio entre dientes—. En
serio no tienes ni idea de lo que está pasando aquí, ¿verdad?
»—Sé todo lo que necesito. Sé que estaba destinado a estar aquí. Y sé que
esta Orden es la única verdadera esperanza contra el Rey Eterno.
»—Somos la verdadera esperanza contra nada, gatito.
»Fruncí el ceño.
»—¿Qué quieres decir con eso?
»—Quiero decir que mi hermano Jean-Luc es un caballero en el ejército
imperial en Augustin. El Ejército Dorado. Las fuerzas que están siendo reunidas
en la capital aniquilarán al Rey Eterno antes de que sus chuchos inestables lleguen
a Nordlund. Oh, nuestra causa podría ser justa. Pero la triste verdad es que, nadie 106
en la corte cree que los santos de plata marcarán la diferencia. —Aaron señaló los
barracones que nos rodeaban con los labios fruncidos—. La única razón por la que
este monasterio está siendo financiado en todo se debe a que la emperatriz Isabella
está enamorada de la mística, y el emperador Alexandre disfruta que su novia
nueva le chupe la polla.
»—Eso es una mierda, De Coste —dije.
»—¿Y qué sabrías al respecto, sangre frágil? —preguntó De Séverin
suspirando.
»—Sé que Dios quiso que yo estuviera aquí. Mi hermana murió a manos de
estos monstruos. Y si puedo hacer algo para detenerlos, lo haré.
»—Bien por ti —dijo Aaron—. Pero al final, a pesar de toda tu fe y furia,
no serás más que pis en el viento. Quiero decir, mírate. Ma famille puede rastrear
nuestro linaje hasta Maximille el Mártir. Mi madre es baronesa de la provincia más
rica de Nordlund…
»—Y, sin embargo, no estuvo por encima de acostarse con un vampiro.
»De Coste guardó silencio cuando Theo Petit cruzó la puerta. El muchacho
grande estaba vestido con sus pieles, pero su túnica estaba desatada, y pude ver
una pizca de tinta metálica debajo. Un ángel hermoso estaba tatuado desde los
nudillos hasta el codo en su antebrazo izquierdo, y lo que parecía ser un oso
gruñendo estaba trazado en su pecho. Tenía un plato de muslos de pollo en la mano,
y se dejó caer en la cama, masticando ruidosamente.
»—Eso es lo curioso de las mujeres de alta cuna —reflexionó Theo—.
Tienen la misma altura que cualquier otro cuando están a cuatro patas.
»—Tiene sangre de la alcantarilla y una boca de cloaca —siseó De
Séverin—. Si no es Theo Petit. La respuesta a la pregunta que nadie estaba
haciendo.
»—Aaron, aquí todos somos los bastardos de los Muertos. Todos somos una
mierda en la suela de las botas del emperador. Todos estamos malditos. —Theo se
metió una pata de pollo en la boca y le habló a De Coste con la boca llena—. Así
que, dale un descanso al sermón del noble torturado, ¿eh?
»Aaron solo frunció el ceño.
»—Solo porque perdiste a tu maestro por el sangirè no te da permiso para
olvidar tus modales, Petit. Soy el iniciado de mayor rango en esta compañía.
»Theo dejó de masticar un momento, sus ojos centelleando.
»—Si vuelves a mencionar a mi maestro, podríamos tener que probar esa
teoría, Aaron.
107
»De Coste miró al chico grande de arriba abajo, pero no pareció dispuesto
a presionarlo. En cambio, se recostó en su almohada, murmurando entre dientes.
»—Polla floja…
»Theo se burló, y puso sus botas sobre la cama.
»—Tu hermana canta una melodía diferente.
»Me reí entre dientes suavemente, llevando el marcador en mi cabeza.
»—¿De qué diablos te ríes, gatito? —gruñó Aaron.
»Lancé una mirada envenenada a De Coste, pero el asunto pareció zanjado
por ahora. Me encontré con los ojos de Theo, asintiendo en un agradecimiento
silencioso, pero el chico grande simplemente se encogió de hombros a cambio.
Supuse que la pelea era menos por Theo defendiéndome, y más por su disgusto
por De Coste. Y así, en silencio, magullado y aún sin amigos, volví a limpiar mis
botas, intentando no pensar demasiado en mi fracaso en la arena de desafío. No
tenía linaje ni dones propios, salvo el que todos compartíamos. No había aprendido
nada de mi padre. Pero a pesar de todo lo que dijo Aaron, a pesar del Juicio, aún
sentía que estaba destinado a estar allí. Dios me quería en San Michon. Sangre
frágil o no.
Gabriel hizo una pausa por un momento, entrelazando sus dedos a medida
que contemplaba sus manos.
—Pero ¿quieres saber lo que es horrible, sangre fría?
—Dime lo que es horrible, santo de plata —respondió Jean-François.
—Esa noche me acosté más tarde en la cama, mis heridas nada más que un
recuerdo, y pensé en lo que De Coste me había contado sobre su hermano en el
ejército. De la restauración de este monasterio solo siendo un capricho de la
emperatriz. Y mi primer pensamiento no fue de las personas que podrían salvarse
si el Rey Eterno era aplastado por el Ejército Dorado. No era de los soldados que
podrían morir al derrotarlo, o el horror de que este conflicto hubiera llegado. Mi
primer pensamiento fue rezar para que la guerra no terminara para cuando yo
llegara allí.
Gabriel suspiró y se encontró con los ojos del historiador.
—¿Puedes creerlo? De hecho, tenía miedo de perderme la oportunidad.
—¿Acaso ese no es el deseo de todos los jóvenes con espadas? ¿Ganar
gloria, o una muerte gloriosa?
—Gloria —se burló Gabriel—. Dime algo, vampiro. Si la muerte es tan
gloriosa, ¿cómo se la paga tan barata y tan a menudo por el más inútil de los
hombres? —El último santo de plata negó con la cabeza. 108
No tenía ni idea de lo que vendría. Ninguna idea de lo que iban a hacer
conmigo. Pero sabía que esta era ahora mi vida. Y así, volví a jurar sacar lo mejor
de ella. Independientemente de lo que dijo Aaron, sentí en mis huesos que San
Michon sería la salvación del imperio. En realidad, creía que había sido elegido,
que todo esto: el asesinato de mi hermana, lo que le había hecho a Ilsa, la sangre
maldita y bastarda en mis venas, todo era parte del plan de Dios. Y si confiaba en
él, si decía mis oraciones y alabase su nombre y siguiera su palabra, todo iría bien.
Gabriel resopló, mirando hacia la estrella de siete puntas en su palma.
—Qué jodido tonto fui.
—Anímate, De León. —La voz del sangre fría sonó suave como el rasguño
de su pluma—. No fuiste el único con esperanzas. Pero nadie puede vencer a un
enemigo que no puede morir.
—Las nieves en Augustin no estuvieron empapadas de rojo solo con sangre
mortal. Esa noche murieron en masa, sangre fría.
Un ligero encogimiento de hombros.
—Nuestros muertos permanecen muertos, santo de plata. Los tuyos se
levantan contra ti.
—¿Y crees que eso es algo bueno? Dime, ¿nunca te preguntas dónde
termina todo esto? Después de que los monstruos que has engendrado sequen estas
tierras de todos los hombres, mujeres y niños, todos ustedes morirán de hambre.
Condenados y sangre noble por igual.
—De ahí la necesidad de un régimen firme. —Sus dedos pálidos rozaron
los lobos bordados en la levita del vampiro—. Una emperatriz con la previsión de
construir, en lugar de destruir. Fabién Voss hizo bien en aprovechar los sangre
sucia como arma. Pero su tiempo ha llegado a su fin.
—Los condenados te superan en cincuenta a uno. Hay cuatro linajes
vampíricos principales, y todos tienen ejércitos de cadáveres esclavizados. ¿Crees
que esas víboras van a abandonar sus legiones sin luchar?
—Pueden luchar todo lo que quieran. Fracasarán.
Gabriel miró al monstruo entonces, con cálculo frío en sus ojos. El himno
de sangre aún vibraba en sus venas, agudizando su mente, así como sus sentidos.
El rostro del sangre fría lucía estoico, sus ojos, oscuridad líquida. Pero incluso la
roca más simple puede contar una historia a quienes tienen la enseñanza para verla.
A pesar de todo, la carnicería, la traición, el fracaso, Gabriel de León era un
cazador que conocía a su presa. Y vio la respuesta en un parpadeo, tan clara y
nítida como si el monstruo hubiera escrito las palabras en ese maldito libro suyo.
—Por eso buscas el Grial —susurró—. Crees que la copa puede traerte la 109
victoria contra los otros linajes.
—Santo de plata, a mi emperatriz no le interesan los cuentos de niños. Pero
tu historia sí lo hace. —El monstruo golpeteó el libro en su regazo—. Así que
vuelve a ello, si eres tan amable. Eras un chico de quince años. El bastardo mestizo
de un padre vampiro, arrastrado desde la miseria provinciana hasta las murallas
inexpugnables de San Michon. Te convertiste en un paradigma de la Orden, tal
como lo prometiste. Cantaron canciones sobre ti, De León. El León Negro.
Portador del Ashdrinker. Asesino del Rey Eterno. ¿Cómo se puede ascender desde
un comienzo tan bajo para convertirse en leyenda? —El labio del monstruo se
curvó—. ¿Y luego, caer aún más bajo?
Gabriel miró hacia la llama de la lámpara, con la boca apretada. La sangre
humeante se agitó dentro de él, agudizando no solo su mente, sino también su
memoria. Se pasó el pulgar por sus dedos tatuados, la palabra P A T I E N C E
grabada debajo de los nudillos.
Los años a sus espaldas parecieron meros momentos, y esos momentos
fueron claros como el cristal. Pudo oler a campanilla de plata en el aire, ver la
llama de la vela reflejada en el ojo de su mente. Pudo sentir sus caderas delicadas
balanceándose bajo sus manos. Ojos oscuros de deseo, labios rojos como las
cerezas abriéndose contra los suyos, uñas arañando su espalda desnuda. Entonces
escuchó un susurro, acalorado y desesperado, y lo repitió sin pensar, las palabras
deslizándose por sus labios en un suspiro.
—No podemos hacer esto.
La cabeza de Jean-François se inclinó.
—¿No?
Gabriel parpadeó, se encontró de nuevo en esa torre fría con esa cosa
muerta. Podía saborear las cenizas. Escuchar los gritos de los monstruos a los que
habían negado la muerte durante siglos, expulsados finalmente por su mano. Y se
encontró con la mirada del sangre fría, su voz teñida de sombras y llamas.
—No —dijo.
—De León…
—No. Si gustas, ahora mismo no tengo más ganas de hablar de San Michon.
—No me gusta. —Un ceño fruncido estropeó la frente impecable de Jean-
François—. Quiero saber de tus años en el monasterio sangre pálida. Tu
aprendizaje. Tu ascendencia.
—Y escucharás todo con el tiempo —gruñó Gabriel—. Tú y yo, tenemos
toda la noche. Y apuesto que, todas las noches que necesitaremos a partir de 110
entonces. Pero si buscas el conocimiento del Grial, deberíamos volver al día en
que lo encontré.
—Santo de plata, así no es cómo funcionan las historias.
—Sangre fría, esta es mi historia. Y si tengo el derecho de hacerlo, estas
serán las últimas palabras que diré sobre esta tierra. Así que, si esta va a ser mi
última confesión, y tú mi sacerdote, confía en que sé cuál es la mejor manera de
transmitir la cuenta de mis propios malditos pecados. Para cuando termine la
narración, habremos regresado a Lorson. El Charbourg. Las nieves rojas de
Augustin. Y oui, incluso San Michon. Pero por ahora, hablaré del Grial. Cómo
llegó a mí. Cómo lo perdí. Y todo lo demás. Créeme cuando te digo que al final tu
emperatriz tendrá sus respuestas.
Jean-François del linaje Chastain estaba disgustado, con un toque de
colmillos en su gruñido silencioso. Pero al final, el monstruo pasó sus dedos
afilados sobre las plumas de su garganta y accedió con una inclinación de la
barbilla.
—Muy bien, De León. Hazlo a tu manera.
—Sangre fría, siempre lo hice. Ese fue la mitad del maldito problema.
El último santo de plata se reclinó en su silla, juntó sus dedos en su barbilla.
—Entonces —suspiró—. Todo empezó con una madriguera de conejo.

111
112
113
»La noche estaba a unas buenas dos horas cuando sucedió —dijo Gabriel—
. Viajaba hacia el norte a través de tierras de cultivo en ruinas, empapado de
llovizna gris. La primera mordida amarga del invierno estaba en el viento, y la
tierra a mi alrededor tenía un aire angustiado. Los árboles muertos estaban
adornados con cuerdas de hongos pálidos, y el camino no era más que kilómetros
de lodo negro vacío. Los pueblos por los que pasé eran pueblos fantasmas:
edificios vacíos y cementerios llenos. No había visto a una persona viva en días.
Había pasado más de una década desde que viajé por el reino del emperador
Alexandre, Tercero de su Nombre. Y todo parecía peor que cuando lo abandoné.
—¿Hace cuánto tiempo fue esto exactamente? —preguntó Jean-François.
—Hace tres años. Tenía treinta y dos años.
—¿Dónde habías estado?
—El sur. —Gabriel se encogió de hombros—. Abajo en Sūdhaem.
—¿Y por qué dejaste a tu amado Nordlund?
—Paciencia, sangre fría.
El vampiro frunció los labios, pero no respondió. 114
—Vestía mi viejo abrigo para protegerme de la lluvia. Manchas de sangre
descoloridas. Cuero negro. Tricornio hacia abajo, con el cuello alto, como me
enseñó mi antiguo maestro. Habían pasado años desde que me puse ese equipo,
pero todavía me quedaba como un guante. Mi espada colgaba en una vaina gastada
en mi cintura, mi cabeza inclinada contra el clima mientras cabalgábamos a través
del llamado día miserable.
»Justice odiaba la lluvia. Siempre lo hizo. Pero cabalgó con fuerza, como
siempre, hacia la fría y vacía quietud. Era una belleza: negro, valiente y sólido
como la muralla de un castillo. Para ser un caballo castrado, ese caballo tenía más
pelotas que la mayoría de los sementales que había conocido.
Jean-François miró hacia arriba.
—¿Todavía tenías el mismo caballo?
Gabriel asintió.
—Estaba un poco más decrépito de lo que solía ser. Tal como estaba yo.
Pero era como me había dicho el abad Khalid: Justice era mi mejor amigo. Me
había salvado la vida más veces de las que podía contar para entonces. Habíamos
cabalgado juntos todo el camino a través del infierno, y él me había llevado a casa.
Lo amaba como a un hermano.
—¿Y conservaste el nombre que le puso esa malhablada hermana novicia?
¿Astrid Rennier?
—Oui.
—¿Por qué? ¿La chica tenía algún significado para ti?
Gabriel volvió sus ojos hacia la lámpara, la llama bailando en sus pupilas.
—Paciencia, sangre fría.
Silencio colgaba de la celda, el único sonido era el susurro del plumín en el
pergamino. Pasó mucho tiempo antes de que continuara el santo de plata.
—Llevaba meses montando sin descansar mucho. Había planeado estar
sobre el Volta antes de que llegara el invierno, pero las carreteras eran más difíciles
de lo que esperaba y el mapa que llevaba bastante anticuado. Los lugareños habían
derribado la autopista de peaje en Hafti y destruido el puente sobre el Keff, para
empezar. No había barqueros practicando el comercio que pudiera encontrar,
ningún alma viviente por jodidos kilómetros. Por lo tanto, me vi obligado a dar
media vuelta y dirigirme río arriba.
—¿Por qué? —preguntó Jean-François.
Gabriel parpadeó.
—¿Por qué di media vuelta? 115
—¿Por qué los lugareños destruyeron el puente sobre el río Keff?
—Como dije, esto fue hace solo tres años. Habían pasado veinticuatro años
desde la muerte de los días. Los lores de la Sangre habían convertido el reino en
un matadero para entonces. Nordlund era un páramo. Salvo por unos pocos pardos
costeros, el Ossway había caído. Los ejércitos del Rey Eterno se estaban acercando
cada vez más a Augustin, y condenados sin amo se arrastraban por el norte de
Sūdhaem como piojos en una Jezabel del muelle. Los lugareños habían destrozado
el puente para cortarles el avance.
El vampiro golpeteó con la pluma, su ceño fruncido.
—Te lo dije, De León. Habla como a un niño. ¿Por qué los lugareños
derribaron el puente?
El santo de plata miró fijamente, con la mandíbula apretada. Luego habló,
no sólo como a un niño, sino como a uno a quien su madre le había dejado caer
repetida y entusiasmadamente sobre la cabeza.
—Los vampiros no pueden cruzar agua que corre. Excepto en puentes o
enterrados en tierra fría. Los más poderosos de ellos podrían manejarlo con un acto
supremo de voluntad. Pero para los Muertos recién nacidos, un río que fluye
velozmente puede ser un muro de llamas.
—Merci. Por favor, continúa.
—¿Estás seguro? ¿No hay otra mierda de la que ya conozcas la respuesta?
El vampiro sonrió.
—Paciencia, chevalier.
Gabriel respiró hondo y siguió adelante.
—Entonces. No había fumado desde la mañana y mi sed se apoderaba
silenciosamente de mí. Sabía que no llegaría mucho más lejos ese día. Pero al
consultar mi viejo mapa, vi que la ciudad de Dhahaeth estaba a menos de una hora
hacia el norte. Suponiendo que el lugar todavía estuviera en pie, la promesa de un
fuego y algo caliente en mi estómago fue suficiente para mantener a raya los
temblores. Entonces, con la esperanza de recuperar el tiempo perdido, salí de la
carretera, atravesé una alfombra ondulada de capullos blancos y entré en un bosque
de hongos vivos y árboles muertos hace mucho tiempo.
»Apenas había pasado diez minutos en el bosque cuando el primer
condenado me encontró.
»Una mujer. Quizás treinta cuando fue asesinada. Ella estaba silenciosa
como fantasmas, pero Justice la escuchó, con las orejas presionadas contra su
cráneo. Un segundo después la vi, moviéndose como una cazadora, directamente 116
hacia mí. Su cabello era una maraña rubia salvaje, y se me acercó rápida como un
lobo, delgada y desnuda, la piel colgando en húmedos pliegues alrededor de una
herida abierta en su cuello.
»Ella corría rápido. Mucho más rápido que un mortal. No le tendría miedo
a un solo condenado, pero estos bastardos son como juglares: donde hay uno,
siempre hay otros, y cuanto más te encuentran, más fastidiosos se vuelven. Así que
le di un empujón a Justice y salimos corriendo, a través de los árboles destruidos.
»Aflojé mi espada en su vaina cuando vi a otro condenado a mi derecha. Un
pequeño niño sūdhaemi, corriendo a través de las altas agujas de tubérculos y
hongos venenosos. Entonces vi a otro más adelante. Y otro. Todos silenciosos
como cadáveres. Todos corriendo rápido. Ninguno de ellos se movía tan rápido
como Justice, eso sí. Pero me di cuenta de que eran una manada. Cada uno tenía al
menos una década.
Jean-François enarcó una ceja y golpeteó con la pluma.
—Como a un niño, De León.
Gabriel suspiró.
—Los condenados recién nacidos son peligrosos, no me malinterpretes.
Pero en una escala del uno al diez, donde uno es la pelea promedio de un pub de
Ossway y diez es la pesadilla más temible que el infierno puede escupir, tienen una
calificación de cuatro. Ni siquiera el mayor de ellos es rival para un sangre noble.
Pero los condenados mayores no pueden ser subestimados. Los de tu especie se
vuelven más poderosos cuanto más tiempo tienen su sangre espesándose. Estos
eran peligrosos y eran muchos. Pero Justice cargó a través de la madera muerta,
zigzagueando a través de los matorrales de hongos a todo galope. Sus cascos eran
un trueno y su corazón intrépido, y pronto dejamos a esos bastardos sin sangre
atrás.
»Salimos del bosque un rato después, empapados de sudor, bajo la lluvia.
Un valle frío y gris se extendía debajo de nosotros, denso por la niebla. Un poco
hacia el noreste, pude ver una oscura franja de carretera en la penumbra. Unos
kilómetros más allá se encontraba el vado del río y la seguridad.
»Le di unas palmaditas a Justice mientras galopaba hacia el valle,
murmurándole al oído.
»—Mi hermano. Mi mejor chico.
»Y luego su pezuña encontró la madriguera del conejo. Su pata delantera se
hundió en la tierra, la articulación se rompió con un crujido terrible, sus gritos
llenaron mis oídos mientras caíamos. Me estrellé contra el suelo, sentí que algo se
rompía, jadeando de agonía mientras rodaba para descansar contra un muñón
podrido. Mi espada se había deslizado de su vaina y estaba tirada en el lodo. Mi
cráneo estaba sonando, fuego arrasando por mi brazo. Supe en un abrir y cerrar de 117
ojos que lo había roto, ese familiar rechinar de vidrios rotos debajo de mi piel. No
tan mal que no se curaría por la mañana. Pero no se podía decir lo mismo del pobre
Justice.
Gabriel suspiró, largo y profundo.
—Me levanté de los despojos de mi chico, con las manos y la barbilla
ennegrecidas por el barro. Mirando la caña de hueso desgarrada a través de su
menudillo mientras trataba de levantarse, valiente hasta el final.
»—Oh, no —suspiré—. No, no.
»Justice gritó de nuevo, salvaje por la agonía. Volví mi rostro hacia los
cielos arriba, una rabia familiar se hinchaba en mi pecho. Miré a mi amigo, mi
brazo sangraba, la garganta se apretaba, el corazón se rompía. Había estado
conmigo desde ese primer día en San Michon. A través de sangre y guerra, fuego
y furia. Diecisiete años. Él era todo lo que me quedaba. ¿Y ahora… esto?
»—Maldita sea, Dios me odia —susurré.
»¿Y por qué crees que podría ser, p-podría ser?
»La voz llegó como siempre. Ondulaciones plateadas y suaves dentro de mi
cabeza. La ignoré lo mejor que pude, viendo como mi hermano trataba de pararse
sobre su pierna rota. Su menudillo se dobló mal y volvió a caer, con los grandes
ojos marrones rodando en su cráneo. Su agonía era mi agonía.
»Sabes lo que hay que hacer, Gabriel, dijo de nuevo la voz plateada.
»Miré a la hoja larga a mis pies, desnuda y salpicada de barro. La
empuñadura a dos manos estaba atada en cuero negro, su empuñadura plateada
estaba elaborada como una mujer hermosa, con los brazos extendidos para formar
la cruceta. La hoja era curva y elegante, con una forma arcaica de estilo talhóstico,
pero aún poseía una gracia mortal. Forjada a partir del vientre oscuro de una
estrella caída en una época cuyo nombre era leyenda. Pero estaba rota. Hace
muchas vidas, parecía ahora.
»Seis pulgadas partidas de la punta.
»—Cállate —le dije.
»Lo olerán. Lo harán pedazos, sí, rojo pegajoso, pegajoso rojo, mientras
grita y grita y griiiita. Esta es la dulce misericordia.
»—¿Por qué siempre me dices lo que ya sé?
»¿Por qué siempre n-n-necesita que lo haga?
»Miré a mi caballo a los ojos, el dolor de mi brazo roto olvidado. De todos
los que había llamado amigos a lo largo de los años, Justice era el único que 118
quedaba. Y a través de su dolor y miedo, en la más oscura de todas sus horas, me
miró. Su Gabriel. El que lo había conocido de niño en las cuadras de San Michon,
que lo había llevado de ese lugar al exilio cuando ni uno solo de sus supuestos
hermanos había venido a despedirse. Él confiaba en mí. A pesar de su dolor, sabía
que de alguna manera lo arreglaría.
»Y le atravesé el corazón con mi espada.
»No fue el final más rápido que podría haberle regalado. Tenía una bala
cargada en mi pistola. Pero el anochecer estaba a solo dos horas, y la ciudad de
Dhahaeth estaba al menos a cuatro a pie. Los condenados parecían gustosos como
moscas en la mierda alrededor de estos lugares ahora, y un hombre sin caballo es
solo una comida sin comer.
»Siempre es mejor ser un bastardo que un tonto.
»Pero aun así, me senté con Justice cuando murió. Su cabeza se hundió
pesadamente en mi regazo mientras sangraba por última vez en el barro. El cielo
estaba oscuro con sombras, mis lágrimas calientes bajo la lluvia helada. Mi larga
espada rota fue apuñalada en el lodo, brillante con la sangre de mi amigo. Miré
hacia los cielos, el Dios que conocía estaba mirando.
»—Vete a la mierda —le dije.
»G-gabriel, susurró la hoja en mi cabeza.
»—Y que te jodan a ti también —siseé.
»Gabriel, repitió, más urgente.
»—¿Qué? —Miré la espada, mi voz se ahogó—. ¿No puedes darme un
respiro para llorarlo, perra impía?
La espada habló de nuevo, helando mi sangre.
»Gabriel, y-ya vienen.

119
»El muchacho corrió primero. El pequeño. No más de seis cuando se
convirtió. Se movía rápido como un ciervo, por el valle hacia mí. Los otros lo
siguieron: la mujer rubia, un hombre demacrado, otro hombre más bajo y ancho.
Al menos dos docenas en la manada ahora.
»Con un jadeo, me puse de pie, el brazo roto se balanceaba inútil a mi
costado. El dolor regresó cuando me solté las alforjas con mi mano buena,
envainando mi espada rota. Me despedí de mi pobre hermano y luego corrí valle
abajo hacia esa franja de camino distante. El vado estaba al menos a tres millas
más allá. Había pocas posibilidades de que pudiera superar a una manada de
condenados durante tanto tiempo. Pero sabía que se detendrían por Justice: su
sangre estaba acumulada en el barro, madura en el aire. Mestizos como estos no
podrían resistirse.
»Podía sentir los temblores, la sed que hacía que mi corazón tartamudeara,
me dolía el estómago. Tropezando, casi resbalándome en el barro, saqué un frasco
de vidrio de mi bandolera. Solo quedaba una pizca de polvo en el fondo, del color
de los pétalos de rosa y el chocolate, la promesa de disfrutarlo hizo que mi mano
temblara aún peor. Pero al meter la mano en mi abrigo, mi corazón se hundió en
mis botas cuando me di cuenta de que mi caja de pedernal se había ido. 120
»—Maldita sea mi… —susurré.
»Busqué a tientas alrededor de mi cinturón, mi abrigo, pero ya conocía el
cuento; Debo haberlo perdido cuando Justice me tiró. Y ahora no tenía forma de
igualar las probabilidades en mi contra.
»Así que seguí corriendo, metiendo mi brazo roto dentro de mi bandolera y
haciendo una mueca de dolor. Se curaría con el tiempo, pero los condenados no
me darían nada. Mi única esperanza ahora era el río, y esa era, en el mejor de los
casos, una escasa esperanza. Si me atrapaban, estaría muerto como Justice.
Jean-François levantó la vista de su tomo.
—¿Les temías tanto?
—Los cementerios del mundo están llenos de tontos que pensaban en el
miedo como cualquier cosa menos un amigo.
—Quizá tu leyenda haya crecido en la narración, De León.
—Las leyendas siempre lo hacen. Y siempre en la dirección equivocada.
El vampiro apartó sus rizos dorados a un lado y sus ojos oscuros recorrieron
los anchos hombros de Gabriel.
—Se dice que fuiste el espadachín más temible que jamás haya existido.
—No iría tan lejos. —El santo de plata se encogió de hombros—. Pero
digámoslo de esta manera; no querrías nombrar a los padres si tuviera algo afilado
cerca.
El vampiro parpadeó.
—¿Nombrar a los padres?
Gabriel levantó la mano derecha con los dedos extendidos y luego ahuecó
su antebrazo con la izquierda.
—Viejo insulto nórdico. Implica que tu mamá tenía tantos hombres en su
cama que tu paternidad es imposible de determinar. E insultar a mi mamá es una
buena forma de que te apuñalen la cara.
—Entonces, ¿por qué huir? ¿Un modelo de la Orden de Plata? ¿Portador de
la propia Ashdrinker? ¿Corriendo como un cachorro azotado de una manada de
sangres sucia?
—Ley Tercera, vampiro.
Jean-François ladeó la cabeza.
—Los Muertos corren rápido. 121
Gabriel asintió.
—Había dos docenas de bastardos. Mi espada estaba rota en al menos dos
lugares. Y como dije, no tenía forma de fumar.
Jean-François miró la pipa de hueso sobre la mesa que tenían ante ellos.
—Tan dependiente del sanctus, ¿verdad?
—No dependía del sanctus, era adicto a él. Y oui, tenía otros trucos entre
mi equipo, pero mi brazo estaba dos veces jodido, y era demasiado para
arriesgarme a luchar contra tantos. También tenía pocas esperanzas de superarlos,
a decir verdad, pero siempre he sido demasiado terco para acostarme y morir. Y
entonces, intenté terminarlo. Lluvia en mis ojos. Corazón en mi garganta.
Pensando en todo lo que había querido hacer al regresar aquí y preguntándome si
alguna vez llegaría a hacer algo de eso. Miré hacia atrás y vi que los condenados
estaban terminando con el cuerpo de Justice. Se levantaron del barro y siguieron
adelante, con los labios rojos y los dientes brillantes.
»Llegué a la carretera, tambaleándome en el barro mientras un trueno se oía
arriba. Para entonces ya casi había terminado. Los condenados cerca de mis
talones. Saqué mi espada con desesperación.
»Si te matan brutalmente aquí, susurró, y termino mis días colgada de la
cadera de un tonto saco de gusanos, estaré terriblemente molesta contigo.
»—¿Qué diablos quieres de mí? —siseé.
»Corre, Pequeño León, respondió ella. CORRE.
»Hice lo que me dijo la hoja. Una última explosión de velocidad. Y mientras
un relámpago cruzaba los cielos, entrecerré los ojos a través de la llovizna y lo vi
ante mí. Un milagro. Un carruaje tirado por un miserable caballo de tiro gris,
situado en medio de la carretera.
—¿Intervención divina? —murmuró Jean-François.
—O el diablo ama a los suyos. El carruaje estaba rodeado por una docena
de soldados. El alimento era escaso esas noches, y tener un caballo nunca había
sido un juego de pobres. Pero cada uno de estos hombres también tenía una
montura: buenos sosyas robustos, abatidos bajo la lluvia mientras sus jinetes
discutían, hundidos hasta las espinillas en el lodo. Vi su problema en un abrir y
cerrar de ojos: el clima había convertido la carretera en un lodazal y su carruaje
estaba hundido hasta los ejes.
»Los soldados estaban bien equipados y alimentados. Vestidos con tabardos
carmesí y placas de hierro cubiertas de suciedad, intentaban liberar el carruaje. Y
a la cabeza de ellos, azotando a ese pobre caballo como si el barro fuera culpa del 122
animal, estaban dos mujeres altas y pálidas. Eran casi idénticas, quizás gemelas.
Su cabello era largo, negro, cortado en flecos puntiagudos, y usaban tricornios con
velos cortos y triangulares sobre sus ojos. Iban vestidas de cuero y sus tabardos
también eran de color rojo sangre, marcados con la flor y el mayal de Naél, el
Ángel de la Bienaventuranza. Entonces me di cuenta de que no se trataba de
soldados corrientes.
»Esta era una cohorte de inquisidores.
»Los hombres me oyeron llegar, pero no parecían demasiado alterados. Y
luego vieron la manada de cadáveres en mi estela, y todos parecían estar en listos
para cagar.
»«Mártires sálvennos» respiró uno, y «Maldita sea», jadeó otro, y las
mandíbulas de los inquisidores casi cayeron de sus cabezas.
»Gabriel, ¡cuidado!
»El susurro sonó en mi mente, plateado detrás de mis ojos. Me volví con un
grito cuando el primer condenado me atrapó. Estaba lo suficientemente cerca como
para oler su aliento de carroña, ver la forma del niño que había sido. La
putrefacción se había instalado con fuerza antes de que se convirtiera, pero se
movía rápido como moscas, ojos de muñeca muerta brillaban como vidrios rotos.
»Mi espada cortó el aire, un golpe brusco que estaba lejos de ser poético.
La hoja se encontró con el muslo del monstruo y siguió adelante, enviando la
pierna de la cosa a navegar libremente en un pegote de sangre podrida. Cayó sin
hacer ruido, pero los demás se acercaron, demasiado rápidos para luchar y
demasiados para superarlos. Los sosyas gritaron de terror al ver a los Muertos,
corriendo en todas direcciones, con los cascos tronando. Los soldados les gritaron
con rabia, con miedo.
Gabriel se llevó los dedos a la barbilla. Haciendo una pausa para pensar.
—Ahora, hay tres formas en que una persona puede reaccionar cuando mira
su muerte a los ojos, sangre fría. La gente habla de luchar o huir, pero en realidad
es luchar, huir o congelarse. Esos soldados vieron a las dos docenas de cadáveres
cargando contra ellos, y cada uno eligió un camino diferente. Algunos levantaron
sus espadas. Algunos ensuciaron sus pantalones. Y esas gemelas inquisidoras se
miraron, sacaron largos y malvados cuchillos de sus cinturones y cortaron los
arneses que sujetaban al caballo a su carruaje.
»—¡Correr! —gritó una, trepando sobre el lomo de la aterrorizada bestia.
»La otra saltó detrás de ella y le dio al caballo una patada salvaje—. ¡Huye,
puta!
»Gabriel, deb…
123
»Envainé mi espada, silenciando su voz en mi cabeza. Y alcancé mi
cinturón, la mano izquierda temblaba mientras abría el seguro de mi pistola. La
pistola era plateada, con una estrella de siete puntas en relieve en la empuñadura
de caoba. El disparo que podría haberle dado a Justice todavía estaba cargado en
el cañón. Y me alegré de haberlo guardado, se lo di a las inquisidoras.
»Sonó el disparo, la bala plateada atravesó la espalda de una de las mujeres
con un chorro de sangre. Se cayó del caballo con un grito, el animal se encabritó y
arrojó a su hermana al lodo. Sin aliento, pasé corriendo junto a los desconcertados
soldados y salté sobre la espalda del caballo.
»—¡Espera! —gritó la primera mujer.
»—¡B-bastardo! —La otra tosía, ensangrentada en el barro.
»Pero no tenía tiempo para ninguna de ellas. Agarrando la melena del
caballo con mi única mano buena, levanté los talones para dar una patada. Pero
ella no necesitó que la animaran, gritando de terror cuando el condenado se acercó.
El caballo clavó los cascos en el lodo y echó a correr, y en una lluvia de barro
negro, cabalgamos hacia el río sin mirar atrás.
Gabriel guardó silencio.
Un silencio sonó en esa fría celda, tan largo como años.
—Los dejaste a todos allí —dijo finalmente Jean-François.
—Oui.
—Los dejaste a todos para morir.
—Oui.
Jean-François enarcó una ceja.
—Las leyendas nunca te llamaron cobarde, De León.
Gabriel se inclinó hacia la luz.
—Mírame a los ojos, sangre fría. ¿Te parezco el tipo de hombre que tiene
miedo de morir?
—Me pareces de los que la recibirían con agrado —admitió el vampiro—.
Pero los santos de plata estaban destinados a ser ejemplos de la Fe Única. Asesinos
de los monstruos más inmundos y guerreros del Dios más alto. Y fuiste el mejor
de ellos. Lloras como un niño por un caballo muerto, pero disparas a una mujer
inocente en la espalda y dejas que los hombres temerosos de Dios sean masacrados
por sangre sucias. —El historiador frunció el ceño—. ¿Qué tipo de héroe eres?
Gabriel se rio, negando con la cabeza. 124
—¿Quién diablos te dijo que era un héroe?
—Vadeamos el Keff un rato después. El río llegaba hasta los hombros de
mi caballo, pero ella era fuerte y sospecho que se alegraba de deshacerse de las
inquisidoras y sus látigos. No sabía su nombre, y supuse que no la tendría por
mucho tiempo. Así que la llamé «Jez» mientras cabalgábamos en la oscuridad.
Jean-François parpadeó.
—¿Jez?
—Abreviatura de «Jezabel». Ya que solo la conocería por una noche y todo.
—Ah. Humor de prostituta.
—No te caigas de la risa, sangre fría.
—Haré lo mejor que pueda, santo de plata.
—Mi brazo se estaba curando lentamente —continuó Gabriel—. Pero sabía
que necesitaría una dosis de sanctus para que quedara bien. Y sin mi caja de
pedernal, no tendría forma sensata de encender una pipa, y mucho menos una
lámpara, así que corrimos a ciegas hacia Dhahaeth, esperando contra toda
esperanza que la ciudad todavía estuviera en pie. Cualquier luz que brindaba el sol
ya se había ido cuando los vi en la distancia, pero mi corazón aún latía al verlo: 125
fuegos, ardiendo como faros en un mar negro.
»Jez estaba tan incómoda como yo en la oscuridad, y cabalgó con más
fuerza hacia la luz. Por lo poco que había oído de Dhahaeth, era un pueblo de una
sola capilla a orillas del Keff. Pero el lugar al que me acerqué desde afuera era
como una pequeña fortaleza.
»No podían permitirse mucho trabajo en piedra, pero se había erigido una
pesada empalizada de madera en las afueras, de tres metros y medio de altura, que
bajaba hasta la orilla del río. Una profunda trinchera bordeaba la empalizada, llena
de púas de madera, y sobre ella ardían hogueras a pesar de la lluvia. Pude ver
cadáveres ennegrecidos por el fuego en la zanja cuando nos detuvimos frente a la
puerta, y figuras en una acera detrás de los picos de la empalizada.
»—Espera —gritó una voz con un fuerte acento sūdhaemi—. ¿Quién es?
»—Un hombre sediento que no tiene tiempo para tonterías —le respondí.
»—Hay una docena de ballestas apuntando a tu pecho en este momento,
cabrón. Hablaría de forma más educada si fuera tú.
»—Maldita sea, eso es inteligente —asentí—. Lo recordaré la próxima vez
que suba sobre tu esposa.
»Escuché una suave carcajada de una de las otras figuras, y la voz habló de
nuevo.
»—Buena suerte en la carretera, forastero. La necesitarás.
»Suspiré suavemente, me quité el guante con los dientes y levanté la mano
izquierda. La estrella de siete pintas con tinta en la palma de mi mano brillaba
apagada a la luz del fuego. Y escuché entonces un susurro, corriendo a través de
las figuras como fiebre roja.
»—Santo de plata.
»—¡Santo de plata!
»—¡Abre la maldita puerta! —gritó alguien.
»Escuché el fuerte golpeteo de la madera y las puertas de la empalizada se
abrieron de par en par. Le di un golpe a Jez, mis ojos se estrecharon contra la luz
de las antorchas. Un grupo de guardias aguardaba en un patio embarrado más allá,
nerviosos como corderos de pocos meses. Me di cuenta de un vistazo que eran
milicias organizadas por presión; la mayoría había visto muy pocos inviernos, los
otros, demasiados. Vestían cuero viejo y hervido y llevaban ballestas, antorchas
encendidas, lanzas de fresno, todo apuntando hacia mi vecindad.
»Me bajé de Jezabel y le di una palmadita de agradecimiento. Luego me
volví hacia la fuente de piedra a la derecha de la puerta. Fue elaborada a semejanza 126
de Sanael, Ángel de la Sangre, con las manos extendidas sosteniendo un cuenco
de agua clara. Los milicianos se tensaron, las armas preparadas. Y mirándolos a
los ojos, metí los dedos dentro y me contoneé.
Jean-François parpadeó con una pregunta silenciosa.
—Agua bendita —explicó Gabriel.
—Evocador —respondió el vampiro—. Pero dime, ¿por qué insultar al
portero? ¿Cuando pudiste simplemente haber extendido la palma de tu mano y
haber entrado sin problemas?
—Acababa de asesinar a mi mejor amigo. Casi perder la vida por una
manada de cadáveres de mestizos. Mi brazo palpitaba como el pene de un virgen
en su primer viaje al bosque, estaba cansado, hambriento y ansioso por fumar, y
soy algo así como un bastardo en el mejor de los días. Y ese día no fue mi mejor
día.
La mirada de Jean-François vagó por Gabriel, de pies a cabeza.
—¿Ni este, me temo?
Gabriel golpeó una bolsa de cuero vacía en su cinturón.
—Mira la bolsa en la que guardo qué putas me importa lo que piensas de
mí.
El vampiro inclinó la cabeza y esperó.
—Los milicianos se hicieron a un lado —continuó Gabriel. La mayoría
nunca había visto a un santo de plata, supongo, pero las guerras llevaban años en
su apogeo y todos habían escuchado historias sobre la Ordo Argent. Pude ver
asombro en los jóvenes, silencioso respeto entre los hombres mayores. Sabía lo
que veían cuando me miraban. Un mestizo bastardo. Un lunático enviado por Dios.
La llama plateada que arde entre lo que quedaba de civilización y la oscuridad que
se dispuso a tragarla entera.
»—No tengo esposa —me dijo uno.
»Le parpadeé. Era un joven sūdhaemi con dientes de conejo: piel oscura,
cabello rapado y apretado, apenas lo suficientemente mayor como para tener
pelusa en sus pelotas.
»—Dijiste que te subirías a mi esposa más tarde —dijo desafiante—. No
tengo una.
»—Considérate bendecido, muchacho. Ahora, ¿qué camino lleva a la puta
taberna?
127
»En el letrero sobre la puerta de la taberna se leía EL MARIDO
PERFECTO. Las letras descoloridas iban acompañadas de una imagen de una
tumba recién cavada. Todavía no había puesto un pie en el lugar y ya me gustaba.
»La ciudad había visto mejores noches, pero veinticuatro años después de
la muerte de los días, había pocos lugares en el imperio en los que eso no fuera
cierto. A decir verdad, era una suerte que hubiera sobrevivido. Las calles de
Dhahaeth estaban heladas con barro, sus edificios apoyados unos sobre otros como
borrachos en la última llamada. En todas las puertas había clavados dientes de ajo
antiguos o trenzas de cabello de vírgenes, y se esparcían plata y sal en todas las
ventanas… para el bien que harían. Todo el lugar apestaba a mierda y hongos, las
calles estaban llenas de ratas, y la gente a la que pasaba me miraba y se apresuraba
a seguir a través de la lluvia helada, haciendo la señal de la rueda.
»Sin embargo, la ciudad tenía suficiente tráfico como para tener un establo.
El mozo atrapó el ha-royale que le lancé y guardó la moneda en el bolsillo mientras
desmontaba.
»—Dale tu mejor comida y un buen masaje —le dije, acariciando el cuello
128
de Jez—. Esta dama se lo ha ganado de verdad.
»El muchacho se quedó mirando la estrella de siete puntas en mi palma,
asombrado.
»—Eres un santo de plata. Tú…
»—Solo preocúpate por el jodido caballo, muchacho.
»Me temblaban las manos cuando le entregué las riendas, y el dolor en el
brazo roto y el estómago vacío hizo que fuera fácil ignorar su mirada herida. Sin
decir una palabra más, pisé el barro, bajo una corona de campanillas marchitas, y
me abrí paso a través de las puertas del Marido Perfecto.
»A pesar de la lúgubre señalización, la taberna era cómoda como una vieja
mecedora. Las paredes estaban cubiertas con carteles de una de las ciudades más
grandes de Elidaen: Isabeau, o tal vez incluso Augustin. Espectáculos Bordello
sobre todo, y burlesque. Las acuarelas enmarcadas alrededor de la sala común eran
de mujeres escasamente vestidas con encajes y corsetería, y un retrato de cuerpo
entero encima de la barra era de una hermosa muchacha de ojos verdes y piel
morena, vestida únicamente con una boa de plumas. La sala común estaba
tenuemente iluminada, abarrotada de clientes, y pude ver por qué. Cada taberna
que he visitado tiene la impresión de su dueño empapada en las paredes. Y esta era
tan cálida y cariñosa como los brazos de un viejo amante.
»La conversación se detuvo cuando entré. Todos los ojos se volvieron hacia
mí mientras desabrochaba el cinturón de mi espada y me quitaba el abrigo con una
mueca de dolor. Estaba empapado debajo, mortalmente frío, los cueros y la túnica
se me pegaban a la piel. Habría encerrado a mi propia abuela en inmundicia por
un baño caliente, pero primero necesitaba comida. Y una fumada, Dios
Todopoderoso, una puta fumada.
»Colgué mi abrigo y mi tricornio, atravesé la sala común. La mesa más
cercana al fuego estaba ocupada por tres jóvenes en ropa de la milicia. Frente a
ellos había algunos platos vacíos y, lo que es más importante, una vela encendida
en una botella de vino polvorienta.
»—¿Desea unirse a nosotros, adii? —preguntó uno.
»—No. Y no soy su amigo.
»Un silencio incómodo flotó en la habitación. Simplemente me quedé de
pie y miré. Y finalmente entendiendo la indirecta, los muchachos se disculparon y
dejaron la mesa.
Jean-François se rio entre dientes, su pluma rasgando.
—Fuiste todo un bastardo, De León.
129
—Ahora te estás poniendo al día, sangre fría.
Gabriel se rascó la barba incipiente y se pasó la mano por el pelo mientras
continuaba.
—Me quité las botas y las puse cerca del fuego. Estaba alcanzando mi pipa
cuando una tabernera se materializó a mi lado.
»—¿Qué le place, adii? —preguntó con un suave acento sūdhaemi.
»Al levantar la vista, vi cabellos oscuros. Ojos verdes. Parpadeé ante el
retrato sobre la barra.
»—Mi mamá —explicó, con el aire herido de quien tiene que hacerlo a
menudo. Hizo un gesto con la cabeza a una mujer detrás del mostrador, de
proporciones generosas y veinte años mayor, pero definitivamente era el tema del
cuadro. Ociosamente me pregunté si se habría quedado con la boa.
»—Comida —le dije a la chica, jugueteando con mi pipa—. Y una
habitación para pasar la noche.
»—Como guste. ¿Bebida?
»—¿Whisky? —pregunté, esperanzado.
»Ella se burló, poniendo los ojos en blanco.
»—¿Te parece esto el castillo de un laerd?
»Ahora, una pequeña parte de mí tenía que admirar a esta doncella que me
plantó cara mientras esos muchachos de la milicia se habían doblado como una
mala mano de cartas. Pero la mayor parte de mí estaba cada vez más hecha mierda
con cada respiración.
»—De hecho, se ve lejos del castillo de un laerd. Y tú, lejos de ser una dama.
Así que contén tu lengua, madeimoselle, y dime lo que tienes.
»Su voz se volvió más fría entonces.
»—Tenemos lo que todos tienen, adii.
»—Maldito vodka.
»—Sí.
»Fruncí el ceño.
»—Entonces, una botella. La más decente. Nada de bazofia.
»Se dejó caer en la más perezosa reverencia y se dio la vuelta. Debería
haberlo sabido mejor antes de preguntar. El licor de grano era tan difícil de
encontrar como un hombre honesto en un confesionario para entonces. Desde la
muerte de los días, los agricultores se habían visto reducidos a sembrar cultivos
que podían brotar con la poca luz que todavía nos daba el bastardo sol. Repollo. 130
Champiñones. Y, por supuesto, la temida papa.
El último santo de plata suspiró.
—Odio las papas.
—¿Por qué?
—Come lo mismo todos los días de tu vida, sangre fría, mira lo aburrido
que te pones.
Jean-François estudió sus largas uñas.
—Uno de los argumentos más finos contra el sacramento del matrimonio
que jamás he escuchado, santo de plata.
—Asentí en agradecimiento cuando la muchacha me trajo el licor. Los
clientes volvieron a su pequeña charla, fingiendo no mirarme. La taberna estaba
abarrotada, y entre los lugareños sūdhaemi, noté otras personas de piel pálida,
faldas escocesas mugrientas y una mirada desesperada: refugiados de Ossway, que
huían de las guerras del norte como la mayoría. Pero la distracción de mi llegada
parecía haber terminado al menos. Y entonces, alcancé un frasco de vidrio en mi
bandolera.
»Normalmente no me gustaba fumar en compañía, pero la necesidad me
pesaba, tan pesada como el plomo. Medí una dosis saludable, luego tomé la botella
de vino con su vela rojo sangre y sostuve mi pipa cerca de la llama.
»Hay un arte en fumar sanctus. Mantén la llama demasiado cerca, y la
sangre arderá. Mantenla demasiado lejos, y se derretirá demasiado lento,
licuándose en lugar de vaporizarse. Pero hazlo bien… —Gabriel negó con la
cabeza, los ojos grises brillaban—. Dios Todopoderoso, hazlo bien y es mágico.
Una felicidad roja brillante, llenando cada centímetro de tu cielo. Me incliné hacia
el tubo de la pipa, consciente de las miradas dirigidas hacia mí, pero sin
importarme ni una gota. Era el tipo de sangre más pobre que fumaba. Rala como
el agua de los platos. Pero aun así, tan pronto como golpeó mi lengua, estaba en
casa.
—¿Cómo es? —preguntó Jean-François—. ¿El amado sacramento de San
Michon?
—Las palabras no pueden describirlo. También podrías intentar explicarle
un arcoíris a un ciego. Imagina el momento, ese primer segundo en el que te
deslizas entre los muslos de una amante. Después de una hora o más de adoración
en el altar, cuando todo lo demás ha seguido su curso y no hay nada más que deseo
por ti en sus ojos y finalmente susurra esa palabra mágica: por favor. —El santo
de plata sacudió la cabeza, mirando la pipa en la mesa entre ellos—. Toma ese 131
cielo y multiplícalo cien veces. Puede que estés cerca.
—Hablas del sanctus como nosotros hablamos de la sangre.
—El primero era un sacramento de la Orden de Plata. Este último, un
pecado mortal.
—¿No te parece hipócrita que tu Orden de cazadores de monstruos
dependiera tanto de la sangre como los llamados monstruos que cazabas?
Gabriel se inclinó hacia adelante, con los codos en las rodillas. Las mangas
largas de su túnica se deslizaron hasta sus muñecas, dejando al descubierto los
ornamentados tatuajes en sus antebrazos. Mahné, el Ángel de la Muerte. Eirene,
Ángel de la Esperanza. El arte era hermoso, la tinta brillaba plateada a la luz de la
lámpara.
—Éramos los hijos de nuestros padres, sangre fría. Heredamos su fuerza.
Su velocidad. No nos preocupaban las heridas que pondrían a hombres corrientes
en sus tumbas. Pero conoces el horror de la sed con la que fuimos maldecidos. El
sanctus era una forma de saciarla sin sucumbir a ella, o a la locura en la que
caeríamos al negarla por completo. Necesitábamos algo.
—Necesitar —dijo Jean-François—. Esa fue la debilidad de tu Orden, santo
de plata.
—Todos tienen un lugar vacío adentro —suspiró Gabriel—. Puedes intentar
llenarlo con lo que quieras. Vino. Mujeres. Trabajo. Al final, un agujero sigue
siendo un agujero.
—Y tarde o temprano, todos volverán a su favorito —dijo el vampiro.
—Encantador —murmuró Gabriel.
Jean-François hizo una reverencia.
—Cuando ese humo llegó a mis pulmones —continuó Gabriel—, la
habitación se enfocó de manera más nítida. Podía sentir los ojos de los clientes
sobre mí. Escuché cada una de sus palabras susurradas. Llamas cantando en el
hogar y lluvia tamborileando en el techo. El cansancio se me resbaló de los huesos
como un abrigo empapado por la lluvia. El brazo dejó de dolerme. Todo de mí:
gusto, tacto, olfato, vista; vivo.
»Y luego, como siempre, empezó. La agudización de mi mente junto con
mis sentidos. El peso del día me golpeó como un martillo. Pude ver a mi pobre
Justice de nuevo, escuchar sus gritos en mi cabeza. Los rostros de esos soldados
que había dejado por muertos, la inquisidora a la que le había disparado. Las ruinas
a mi paso y la sombra siguiéndome. Temor. Dolor. Todo amplificado. Cristalizado.
»Entonces, tomé el vodka. Mi bestia había sido alimentada y yo quería 132
adormecerme. Bebí una cuarta parte de la botella de un solo trago. Otra unos
minutos más tarde. Me dejé caer junto al fuego, cerrando los ojos mientras el licor
luchaba contra el himno de sangre, el negro ahogaba el rojo, dando la bienvenida
al inicio de un gris dulce y silencioso.
»Bebí para olvidar.
»Bebí para no sentir, ver ni escuchar nada.
»Y luego, escuché a alguien decir mi nombre.
»—¿Gabriel?
»Era una voz que no había escuchado en años. Una voz que me recordó a
la juventud. Días de gloria. Días en los que mi nombre era un himno, cuando no
podía hacer nada parecido a lo equivocado, cuando los Muertos hablaban de mí
con miedo y la gente común con asombro.
»—¿Gabe? —preguntó la voz de nuevo.
»En ese entonces me llamaban el León Negro. Los hombres que dirigí. Las
sanguijuelas que matamos. Las madres les pusieron mi nombre a sus hijos. La
propia emperatriz me nombró caballero con su propia espada. Durante unos años
allí, honestamente pensé que estábamos ganando.
»—Por los Siete Mártires, eres tú…
»Entonces abrí los ojos y supe que estaba soñando. Una mujer estaba de pie
ante mí, diminuta y empapada, con grandes ojos verdes llenos de interrogantes.
»Su forma estaba borrosa por la bebida, pero aun así, la habría reconocido
en cualquier parte. Y me pregunté por qué mi mente la había conjurado, de entre
todas las personas. De todos los rostros que pude haber visto cuando cerraba los
ojos por la noche, habría elegido el de ella de último.
»Pero luego se puso a mi lado y me abrazó. Y pude oler cuero y pergamino,
caballo en su piel y sangre vieja en su cabello. Y mientras susurraba: «Alabado sea
Dios» y me aplastaba contra su pecho, la parte de mi cerebro menos adormecida
por la bebida finalmente se dio cuenta de que esto no era un sueño.
»—¿Chloe?

133
»La última vez que la vi, Chloe Sauvage vestía las vestimentas de la
Hermandad de Plata; una cofia almidonada y un hábito negro bordado con escritura
plateada. Entonces había estado llorando. Ahora estaba vestida como una guerrera;
una sobrevesta oscura y acolchada sobre una cota de malla, pantalones de cuero y
botas pesadas, todo empapado por la lluvia. Un rifle de rueda colgaba de su
hombro, una espada larga colgaba de su cinturón con un cuerno adornado con plata
al lado. Una estrella de siete puntas de plata colgaba de su cuello.
»Sin embargo, todavía estaba llorando. Tengo ese efecto en mis amigos.
»—¡Oh, dulce y bendita Madre Doncella, pensé que nunca te volvería a ver!
»—Chloe —murmuré, mi rostro todavía enterrado en su pecho.
»—En mi corazón lo esperaba. Pero el día que te fuiste…
»—C-chloe —jadeé, luchando por respirar.
»—Oh, dulce Redentor, lo siento, Gabe.
»Ella soltó su agarre en mi cabeza, finalmente dejándome inhalar. Parpadeé
con fuerza, los puntos negros se aclararon en mis ojos mientras ella palmeaba mi
hombro—. ¿Estás bien? 134
»—Aún vivo…
»Me apretó la mano con una amplia sonrisa.
»—Y le agradezco al Todopoderoso por ello.
»Sonreí débilmente, la miré con atención. Ella siempre había sido pequeña,
Chloe Sauvage. Piel pecosa y grandes ojos verdes y una terca masa de rizos
castaños. Su acento era puro elidaeni, remilgado y noble. Si hubiera una mujer bajo
el cielo más como en casa en un convento, todavía no había conocido a ninguna.
Pero parecía más dura de lo que había sido en San Michon. Nada que ver con la
chica que estuvo en el altar la noche en que me marcaron con mi estrella de siete
puntas. Chloe estaba desgastada por la carretera ahora. No llevaba vestimentas
sagradas, pero la estrella de siete puntas todavía colgaba de su cuello, grabada en
el pomo de esa larga espada en su cintura. La espada era demasiado grande para
ella.
»Acero plateado, me di cuenta.
»Ella miró al otro lado de la sala común y vi que cuatro figuras habían
entrado detrás de ella. Un sacerdote anciano estaba de pie al frente, el cabello gris
rapado hasta convertirse en rastrojo, su barba larga y puntiaguda. Como la mayoría
de la gente que nos rodeaba, nació en Sūdhaem, ojos oscuros y piel morena,
arrugada por la edad. Pero tenía un aspecto de biblioteca: manos flexibles y gafas
encaramadas en una nariz puntiaguda. Lo resumí en un abrir y cerrar de ojos: suave
como mierda de bebé.
»A su lado estaba una mujer joven y alta. El cabello rubio rojizo estaba
afeitado en un lado de su cráneo, anudado en trenzas cazadoras en el otro, y dos
rayas rojas estaban entretejidas en su rostro, corriendo por su frente y mejilla
derecha. Naéth, me di cuenta; los tatuajes de guerreros de las Tierras altas de
Ossway. Llevaba un collar de cuero labrado, una pesada capa de piel de lobo sobre
sus anchos hombros y más espadas que un puto carnicero. Llevaba un yelmo con
astas bajo el brazo, un hacha de guerra y un escudo en la espalda. Al principio no
reconocí los colores del clan en su falda escocesa. Pero podía aplastarle la garganta
a un hombre entre esos muslos suyos, sin equivocación.
»Un joven estaba detrás de ella, y lo ubiqué como un trovador de un vistazo.
Tenía quizás diecinueve años, era apuesto en el sentido encierra-a-tus-hijas:
grandes ojos azules y una mandíbula cuadrada cubierta de barba incipiente. Un
laúd de seis cuerdas de fina madera de sangre colgaba en su espalda, llevaba un
collar plateado con seis notas musicales colgando de él, y su sombrero bycocket
estaba inclinado de una manera que podría describirse con seguridad como
«libertina».
»Idiota, pensé. 135
»Y por último entre el grupo, estaba un niño. Quizás catorce. Delgado y
desgarbado, aún no habían crecido sus huesos. Era pálido, bonito, tal vez de sangre
nórdica. Pero su cabello era blanco, y no me refiero a rubio ahora, me refiero a
blanco como las plumas de una paloma. Lo llevaba desordenado, cubriendo sus
ojos en una caída tan espesa que me pregunté cómo podía ver en absoluto.
»Con un vistazo a su guardarropa, se te perdonará por creerlo un príncipe.
Tenía un lunar en la mejilla y vestía una levita de noble, azul medianoche con
ribetes plateados, mangas con volantes. Pero sus calzones de cuero estaban
remendados en las rodillas y sus botas se estaban cayendo a pedazos. Seguro que
era un bastardo, pretendiendo ser algo más fino.
»El chico vio a Chloe parada conmigo, hizo a cruzar la sala común hacia
nosotros. Pero la mujer levantó la mano, casi demasiado rápido.
»—No. Quédate con los demás, Dior.
»El muchacho miró mi botella medio vacía y luego me miró con recelo. Me
encontré con su mirada, y él cuadró sus escuálidos hombros con su abrigo robado
y miró en silencio desafiante. Pero nuestra contienda terminó con el chillido de la
casera.
»—¡Madre y bendita Doncella!
»La sala común se llenó de gritos ahogados cuando un último recién llegado
se deslizó sobre el umbral, goteando lluvia sobre las tablas mientras se sacudía, de
la nariz a la cola. Era un gato. Bueno, un jodido león, si soy sincero, una de las
razas de las montañas que solían frecuentar las Tierras Altas de Ossway antes de
que todos los grandes depredadores murieran por falta de caza. Su pelaje era rojo
bermejo, sus ojos moteados de oro, una cicatriz cortaba su frente y mejilla. Parecía
una bestia que devoraría a los recién nacidos para el desayuno y luego los bañaría
con una porción saludable de niño pequeño.
»Los hombres de la sala común tomaron sus armas. Pero la chica de Ossway
con las trenzas cazadoras solo se burló.
»—Tomen sus inmundicias tambaleantes en la mano, malditos gordos.
Phoebe no haría daño a un ratón.
»El tabernero señaló con un dedo tembloroso.
»—¡Eso es un león de montaña!
»—Sí. Pero es dócil como una gata casera.
»Como para probar el punto, la bestia se sentó en el umbral y comenzó a
limpiarse las patas. Vi que tenía un collar de cuero, labrado con el mismo diseño
que llevaba la muchacha. Pero aun así, el tabernero permaneció en el lado seguro
de no estar impresionado. 136
»—Bueno… ¡no puede entrar aquí!
»—Tch. —La muchacha ossiani puso los ojos en blanco—. Entonces,
lárgate. Vete a los establos, Phoebe.
»El gran felino se lamió la nariz y resopló.
»—¡No me insultes, perra descarada! Conoces las reglas. ¡Oot!
»Con un gruñido suave, la leona bajó la cabeza y se escabulló hacia la lluvia.
La muchacha ossiani se instaló en la cabina sin más alboroto, el sacerdote y el
chico dandi se deslizaron a su lado. El idiota pidió bebidas. Cuando una apariencia
de calma regresó a la sala común, volví mis ojos hacia Chloe, arqueando una ceja.
»—¿Amigos tuyos?
»Ella asintió y acercó una silla.
»—Algo así.
»Sonreí, el vodka trajo un cálido brillo a mis mejillas.
»—Una monja, un sacerdote y una leona entran en un bar…
»Chloe sonrió brevemente, pero su tono fue sombrío.
»—¿Cómo has estado, Gabe?
»—Todo luz de sol y flores, ese soy yo.
»—¿La último que escuché es que vivías en Ossway?
»Negué con la cabeza.
»—El sur. Más allá de Alethe.
»Chloe silbó suavemente.
»—¿Qué estás haciendo todo el camino de regreso aquí?
»—Conozco una sanguijuela que necesita ser asesinada.
»—Once años y no has cambiado nada. —Chloe se echó hacia atrás sus
imposibles rizos y sonrió. Vi al pensamiento tomar forma en sus ojos. La pregunta
inevitable.
»—¿Azzie está contigo?
»—No —respondí.
»Chloe estiró el cuello y registró las cabinas, como si esperara ver su rostro.
»—Astrid está en casa, Chloe.
137
»—Oh. —Ella asintió y se acomodó en su silla—. Por supuesto. ¿Dónde
más estaría?
»—Oui. Dónde más.
En lo alto de esa torre perdida por el amor, Gabriel de León se inclinó hacia
adelante, frotándose la barba, y suspiró desde el corazón. El historiador miró en
silencio. El viento susurró a su alrededor mientras Gabriel dejaba colgaba la
cabeza, largos mechones de cabello negro como la tinta caían sobre su rostro lleno
de cicatrices. Olfateando espesamente. Escupiendo una vez.
—Astrid Rennier —dijo finalmente Jean-François—. La hermana novicia
que nombró a tu caballo. Tatuó tu palma. ¿Aún la conocías entonces? ¿Después de
todos esos años?
138
Gabriel miró a su cronista. Su carcelero. Se dio cuenta de que Jean-François
estaba ilustrando otra página: una imagen de Dior. Levita, chaleco, facciones finas
y ojos claros.
—Tienes el don —comentó a regañadientes.
—Merci —murmuró el vampiro, sin dejar de dibujar.
—¿Puedes verlo en mis ojos? ¿O en mi cabeza?
—Soy del linaje Chastain —respondió Jean-François, sin levantar la vista—
. Nuestro dominio está sobre las bestias de la tierra y el cielo. No la mente. Sabes
esto, santo de plata.
—Sé que no es por nada que Margot se llame a sí misma Emperatriz de
Lobos y Hombres. Pero la sangre es voluble. Los sangre fría antiguos pueden
mostrar… otros dones.
—Creo que estás intentando desvelar mis secretos, De León. Pero aquí soy
el dueño de las llaves, no tú. Habían pasado diecisiete años desde que ingresaste a
San Michon. Más de una década desde que recorriste los caminos del imperio.
¿Quién era Astrid Rennier para ti ahora?
El silencio resonó en respuesta, el rasguño de la pluma del vampiro y la
canción del viento de la montaña fueron los únicos sonidos. Y cuando Gabriel
finalmente respondió, ignoró la pregunta y siguió adelante con su relato.
—Así que esta sanguijuela que estás cazando —dijo Chloe—. ¿Dónde está?
»—Elidaen. En algún lugar cerca de Augustin.
»—Entonces te diriges al norte. —Ella levantó los ojos hacia el cielo—.
Gracias a Dios.
»Tomé un trago de mi vodka, haciendo una mueca de dolor por la 139
quemadura.
»—¿Darle las gracias por qué?
»La pequeña Chloe asintió a sus camaradas reunidos en su puesto. El
sacerdote tenía la cabeza inclinada en oración. El chico de cabello ceniciento
estaba fumando lo que parecía ser un cigarro de raíz, mirándome como algo que
hubiera encontrado en la suela de su bota.
»—Nosotros también viajamos en esa ruta —dijo Chloe—. Podemos
compartir el camino.
»—Ohhhh —suspiré, tomando otro trago—. ¿No será encantador?
»Chloe frunció el ceño, insegura por mi tono.
»—Hay seguridad en los números. Ossway es un país tortuoso, créeme. Y
algunos de los pies que nos siguen no pertenecen a hombres mortales.
»—¿Sólo algunos?
»Chloe se quedó en silencio cuando la tabernera regresó, colocando la llave
de mi habitación frente a mí, junto con un cuenco de ragú de champiñones
humeante y una rebanada de pan de papa. Mirando el pan con desdén, comencé a
tragarme el resto.
»—¿Algo más, adii? —preguntó la muchacha.
»Tomé otro trago para beber mi ambicioso bocado.
»—Más vodka.
La muchacha me miró con claro escepticismo.
»—¿Estás seguro?
»—Terriblemente seguro, madeimoselle.
»La chica miró a Chloe y luego se encogió de hombros, girando sobre sus
talones. Sonreí cuando sentí que la habitación daba vueltas a su paso, empujé mi
botella hacia Chloe.
»—¿Bebida?
»La hermana me miraba con extrañeza. Bonitos ojos verdes vagando por mi
cara, la espada en la mesa frente a mí, los agujeros de las agujas en el pecho de mi
abrigo donde una vez se había cosido una estrella de siete puntas. Se sentó en
silencio mientras yo terminaba mi comida. Incluso comí el pan de papa al final. Y
finalmente, habló.
»—¿Estás bien, Gabriel? 140
»—Estoy jodidamente maravilloso, sœur Sauvage. —Golpeé la botella de
vodka vacía—. Pero olvídame. La última vez que vi, estabas escondida en la
biblioteca de San Michon, hace once años y mil millas. ¿Qué demonios estás
haciendo aquí en Sūdhaem?
»Chloe miró alrededor de la taberna, recelosa de los pocos ojos curiosos que
aún nos miraban. Acercó su silla, hablando en tono conspirativo.
»—Trabajo de Dios.
»Miré al equipo que llevaba, los compañeros con los que viajaba.
»—¿No sabía que a las Hermanas de la Hermandad se les permitía salir de
San Michon sin la compañía de santos de plata? ¿Y mucho menos vestidas como
un mercenario común?
»—Es complicado. —Chloe bajó la voz a un susurro—. No voy a hablar de
eso aquí. Pero las cosas cambiaron mucho en el monasterio después de que tú y
Astrid…
»Se contuvo, mirándome con el ceño fruncido.
»—Continúa —le dije—. ¿Después de qué?
»Chloe se peinó un rizo castaño claro de su mejilla pecosa. Hablaba
despacio, eligiendo sus palabras con sumo cuidado.
»—Tú y Azzie no se merecían lo que les hicieron. Me enfermé con eso
todos los días después, y lamento que…
»—¿Lo lamentaste tanto que ni siquiera viniste a decirnos adiós?
»—Sabes que quería. No seas un bastardo, Gabriel.
»—En la vida, haz siempre lo que amas.
»Entonces Chloe frunció el ceño.
»—Estás borracho.
»—Eres perspicaz.
»La muchacha regresó con mi segunda botella y le hice una reverencia
dramática, aparentemente lo suficientemente encantadora como para que ella
esbozara una sonrisa a cambio. Mi brazo ya no me dolía en absoluto.
»—Merci, chérie —suspiré, rompiendo la cera—. Vale la pena fumar tu
sangre.
»—Tal vez debería dejarte a ello. —Chloe me miró de arriba abajo mientras
yo tomaba un nuevo trago—. Podemos hablar más por la mañana cuando tengas la
cabeza despejada. 141
»—¿Hablar acerca de qué?
»—Sobre el camino que vamos a compartir. Cuando desees…
»—No creo que vayamos a compartir carreteras pronto, mon ami.
»—¿Dijiste que viajabas hacia el norte?
»—Oui. —Brindé por ella con mi nueva botella—. Pero planeo flotar, no
caminar.
»El ceño fruncido de Chloe se hizo más profundo.
»—Gabe, esto no es una broma. Los caminos que atraviesan Sūdhaem y
Ossway están llenos de Muertos. Necesito una espada como la tuya.
»—¿La necesitas?
»La hermana volvió su mirada hacia la hoja sobre la mesa que teníamos
frente a nosotros, manchada de barro y sangre.
»—No es solo por casualidad que encuentro a la Ashdrinker de nuevo esta
noche. Ni suerte ciega reencontrarme con su amo después de todos estos años. —
Ella me miró, fuego en sus ojos—. Esta es la voluntad del Dios Todopoderoso. Y
bienaventurados los que participamos de su divina providencia.
»—Bueno, viva y hurra. —Asentí, tragando otro bocado ardiente.
»Chloe volvió a mirar alrededor de la habitación. Inclinándose hacia
adelante, bajó la voz, apenas audible por encima del bullicio de la taberna.
»—Gabe, lo he hecho. Lo encontré.
»—Felicitaciones, sœur. —Ahora había tres Chloe frente a mí, y dirigí mi
consulta a la del medio—. Pero… ¿qué es?
»—La respuesta. —Extendió su pequeña mano y agarró la mía—. El arma
que necesitamos para ganar esta guerra y finalmente poner fin a esta noche
interminable.
»—¿Un arma?
»Ella asintió.
»—Una que ningún sangre fría bajo el cielo puede resistir.
»Sentí que mi frente se arrugaba.
»—¿Es una espada?
»—No.
»—¿Algún trabajo de química, entonces?
142
»Chloe apretó mi mano de nuevo, su voz rebosante de fervor.
»—Es el Grial, Gabriel. Estoy hablando del maldito Grial.
»Miré a Chloe Sauvage a sus grandes y bonitos ojos.
»Me recosté lentamente en mi silla.
»Y luego, me caí de la risa.
—El Grial de San Michon —murmuró Jean-François.
—Oui —respondió Gabriel.
—La copa que recogió la sangre de tu Redentor cuando murió.
—Eso es lo que dicen los Testamentos.
—Imagina que eres más experto en escrituras que yo, santo de plata.
Explica.
Gabriel se encogió de hombros.
—Bueno, después de que sus acólitos lo traicionaran, el único hijo
engendrado del Todopoderoso fue capturado por sacerdotes de los Dioses
Antiguos. Al final de siete noches de tortura, los sacerdotes lo colgaron de la rueda
de un carro. Le despellejaron la piel para apaciguar al Hermano Viento, quemaron
la carne debajo para complacer al Padre Llama, le cortaron la garganta para
alimentar a la Madre Tierra. Y al final, arrojaron su cuerpo a las Aguas Eternas.
Pero su último seguidor fiel, la cazadora Michon, estaba tan afligida al ver la
sangre de su amo perdida en el polvo, que la recogió en un cáliz de plata. Esa copa
se convirtió en la primera reliquia de la Fe única. Y Michon, la primer Mártir. — 143
Gabriel resopló—. Una mierda de trabajo, de verdad.
—Cuentos de niños —reflexionó el vampiro.
El último santo de plata se echó hacia atrás y entrelazó los dedos detrás de
la cabeza.
—Como gustes.
—Esta mujer Sauvage debe haber sido una simplona.
—A decir verdad, era una de las perras más astutas que he conocido.
—¿Y, sin embargo, le dio valor a la superstición campesina?
—Hace veintisiete años, la mayoría de las sanguijuelas eran consideradas
supersticiones campesinas. Y tu Emperatriz Imperecedera también debe serlo. De
lo contrario, ya estaría muerto.
Jean-François miró a Gabriel con ojos brillantes.
—La noche es joven, chevalier.
—Promesas, promesas.
—Primero te burlaste del cuento, igual que yo.
—Eso hice.
El vampiro rozó los bordes de su pluma con una uña afilada.
—¿Cómo reaccionó la hermana Chloe, entonces, cuando te reíste en su
cara?
—Bueno, ella no estaba dando volteretas. Pero yo estaba demasiado jodido
para que me importara para entonces. Chloe me miró con algo entre lástima y enojo
mientras rodaba sobre las tablas del piso del Marido Perfecto, riendo como si fuera
una broma del propio emperador Alexandre.
»El viejo sacerdote sūdhaemi se acercó con las manos metidas en las
mangas. Su piel estaba arrugada como la de una nuez, oscura al anochecer. Llevaba
el sello de la rueda del Redentor alrededor de su cuello; un círculo perfecto forjado
de plata pura. Valía una fortuna esas noches.
»—¿Está todo bien, hermana Chloe? —preguntó, mirándome con
desconcierto.
»—Oh, está más que bien, padre —me reí entre dientes, secándome las
lágrimas—. Nuestra Chloe aquí ha encontrado la respuesta, ¿no lo sabes?
»—Cuida tu lengua, Gabriel —murmuró ella.
»—¡Ha encontrado el final de la puta noche sin fin, nada menos!
»—¡Cállate! —ordenó, pateando mi espinilla. 144
»La charla en la sala común se había detenido, y todos los clientes de la
taberna estaban ocupados con el espectáculo de mí haciendo un completo idiota de
mí mismo. La sirvienta miró con tristeza el lío que había hecho. El muchacho Dior
me miraba con puro desprecio a través del humo de su cigarrillo, aunque el joven
bardo levantó la taza y sonrió.
»Fue en ese momento que se abrió la puerta de la taberna, dejando entrar
una ráfaga de aguanieve helada y un pastoso hombre elidaeni de mediana edad.
Tenía la cara enrojecida y la peluca empolvada ladeada. Dedos de salchicha
estaban adornados con anillos de plata y él agarraba un bastón curvo. Su túnica
roja estaba bordada con escrituras y el sello de la rueda colgaba de su cuello. Estaba
rodeado de milicianos de la puerta.
»Mirando a su alrededor, la mirada del hombre se posó en el tabernero.
»—Madame Petra —dijo—. ¿Son tan frecuentes las visitas a su
establecimiento por parte de la nobleza honorable que nadie piensa en ir a
buscarme cuando llega un santo de plata?
»—Teníamos miedo de molestarlo en la oración, obispo Du Lac —
respondió la mujer con los ojos hacia abajo—. Disculpas.
»Miré a este sacerdote. Noté la forma en que había caído el ánimo en la sala
común a su entrada. A pesar de que nació en Elidaen, claramente tenía el control
de la ciudad. En las noches de hambruna y sufrimiento tras la muerte de los días,
no había ni un solo juego en el imperio que prosperara como la Santa Iglesia.
Cuando el infierno abría sus puertas, era natural que la gente común recurriera al
sacerdocio en busca de guía. Pero he conocido a creyentes en mi época, sangre
fría. Y he conocido a políticos. Y habría apostado mi anillo de lealtad a que este
bastardo era lo último. Demasiado bien alimentado, demasiado bien vestido y
demasiado jodidamente seguro de su bienvenida en el mundo. Entonces, aparté el
cabello de mis ojos. Levanté un dedo inestable hacia su túnica.
»—Me encanta tu vestido.
»—Haría bien en cuidar su lengua, monsieur —advirtió el hombre—, no
sea que lo azote por las calles como un perro desobediente.
»—Bueno, eso no es muy educado.
»Me miró: estaba tendido sobre las tablas con vodka en la mano, la
mandíbula sin afeitar, los pies descalzos y sucios.
»—Y difícilmente pareces un hombre digno de cortesía.
»Apoyado en su cayado plateado, el hombre se hinchó como un pavo real.
»—Soy Alfonse Du Lac, obispo de Dhahaeth. Me han informado que un
miembro de la Ordo Argent ha venido entre nosotros. —Miró a cada cliente uno 145
por uno—. Por favor, ¿dónde está el buen fraile? Deseo una palabra o tres, ninguna
de las cuales puede esperar.
»La sirvienta asintió hacia mí.
»—Ese es él, Su Excelencia.
»El obispo se quedó boquiabierto.
»—¿Lo… es?
»El hombre miró a Chloe a mi lado, quien simplemente se encogió de
hombros. Mi estómago burbujeó con una queja severa mientras me ponía de pie.
La sospecha de que no debería haberme tragado una botella entera de vodka
campesino estaba aumentando lentamente, junto con la amenaza de una segunda
cena.
»Para su crédito, el obispo se recuperó rápidamente, cruzó la sala común y
me estrechó la mano con tanta fuerza que su peluca comenzó a resbalar.
»—Es un honor para mí, Santo Hermano.
»—Como quieras —gruñí, liberando mi mano.
»Du Lac se enderezó la peluca, completamente nervioso.
»—Perdón, se lo ruego. Si hubiera sabido que estaba en camino, lo habría
encontrado en la puerta. Durante largos meses le he suplicado al Gran Pontífice
Gascoigne que nos envíe ayuda contra los merodeadores Muertos. Pensé que tal
vez Su Santidad podría enviar algunas tropas. Si hubiera sabido que él enviaría a
un santo de plata genuino…
»Mi estómago burbujeó inquietantemente. Lo sostuve quieto con una mano
mientras el resto de mí se balanceaba con el edificio a nuestro alrededor.
»—Nunca debería haber comido ese pan…
»Chloe me sujetó del brazo para estabilizarme.
»—Gabe, deberías sentarte.
»—Fray, por favor —suplicó el obispo—. Hablaría contigo a solas, si se me
permite.
»Entrecerré los ojos ante los rizos empolvados sobre la cabeza del hombre.
»—Creo que tu gato está muerto.
»—Gabriel, deberías beber un poco de agua —advirtió Chloe.
»—Perdóneme. —El obispo miró a Chloe con las mejillas enrojecidas—.
Estoy llevando a cabo asuntos parroquiales oficiales aquí. ¿Quién es usted
exactamente, madame? 146
»—Bueno, ante todo, no soy una señorita.
»—Perdóneme. Supuse que estarías casada. Una mujer de su edad…
»—¿Disculpe?
»—Él no se ve muy bien —dijo uno de los milicianos, mirándome.
»—Él tampoco se siente muy bien —confesé.
»—Acabas de beber una botella entera de vodka, Gabriel. —Chloe frunció
el ceño.
»—¿Quién eres, mi mamá?
»—Ojalá lo fuera. Te habría enseñado a no hacer el ridículo en público.
»—En la vida, haz siempre lo que amas.
»El resto de los compañeros de Chloe se habían unido a la creciente
conmoción en el piso de la sala común. La muchacha ossiani con las trenzas
cazadoras estaba de pie junto a Chloe, con una mano cerca de sus muchas espadas.
El chico dandi estaba detrás de ella, con esa mata de cabello blanco ceniza
colgando sobre sus ojos. Tuve la casi irresistible necesidad de sacárselo de la cara.
»El muchacho apuesto estaba en el bar charlando con la sirvienta.
»—Buen Fray —me dijo el obispo—. Deberíamos cenar en mi casa.
¿Cuánto tiempo se quedará con nosotros? ¿Ha recibido una misiva del Pontífice
Gascoigne?
»—¿Por qué iba a recibir una carta de esa mancha de mierda regordeta?
»Chloe me dio un codazo en las costillas para hacerme callar.
»—Obispo Du Lac, disculpas, pero el buen hermano no está en Dhahaeth
por asuntos de Su Santidad. Se va con nosotros por la mañana.
»El chico dandi intervino.
»—No, no lo hará.
»—Dior. —Chloe se volvió hacia el chico—. Por favor, déjame manejar
esto.
»—No vendrá con nosotros.
»—¿Sabes siquiera quién es?
»—No me importa quién sea.
»—Dior, este es Sir Gabriel de León.
147
»Un jadeo inundó la sala común. Sentí un temblor entre los milicianos, el
obispo mirándome con renovado asombro mientras hacía la señal de la rueda.
»—El León Negro…
»—Este hombre ha matado a más sangre fría que el mismo sol —explicó
Chloe—. Es una espada del imperio. Fue nombrado caballero por la propia mano
de la Emperatriz Isabella. Es un héroe.
»El chico dio una calada a su cigarro, me miró de arriba abajo.
»—Héroe, mi culo bien proporcionado.
»—Dior…
»—No va a viajar con nosotros.
»—Malditamente, no lo haré —gruñí.
»—¿Ves? Ni siquiera quiere venir.
»—Malditamente, no quiero.
»—¿Y qué necesidad tenemos de un cerdo borracho de todos modos?
»—Maldita… espera, ¿qué diablos dijiste?
»—Eres un cerdo borracho. —El chico se hinchó con su elegante abrigo y
me echó humo en la cara—. Y te necesitamos tanto como un toro a las tetas.
»—Vete a la mierda, pequeño come mierda —gruñí.
»—Ah. Un humor agudo para rematar.
»—Hablando de rematar, ¿tal vez te apetezca una de mis botas en ese
supuesto culo bien formado?
»—No llevas puesta ninguna, monsieur.
»El sacerdote sūdhaemi se rio entre dientes en medio de su barba.
»—Touché.
»—¿Quién diablos te preguntó, predicador?
»—¡Suficiente! —El obispo dio un pisotón con su pulido talón—. ¡Todos
los que no estén directamente involucrados en los negocios de la ciudad
abandonarán este establecimiento de inmediato! ¡Alif, despeja esta habitación de
una vez!
»El hombre que estaba junto al obispo asintió y los soldados se dispusieron
a hacer salir a la clientela. La gente del pueblo se quejó, pero a los milicianos les
importó poco. Y entonces uno de los soldados se acercó a ese dandi de boca lista,
y de repente se desató el infierno.
148
»La muchacha ossiani agarró al soldado por la muñeca. Girándolo
suavemente y con una rápida patada en el trasero, envió al hombre tambaleándose
hacia sus compañeros.
»—No lo toques.
»Como era de esperar, los milicianos alcanzaron sus garrotes. Pero rápida
como serpientes, la mujer del clan se colgó el hacha de batalla de la espalda,
hermosa y reluciente. Monsieur Asesino de damas que estaba junto a la barra se
encontraba de repente encima de ella, con una ballesta colgada de la espalda. Y
Chloe desenvainó esa espada larga de acero plateado más rápido de lo que jamás
había visto moverse a una monja.
»—No más cerca —advirtió, soplando un rizo pícaro fuera de sus ojos.
»—¡Soy obispo de esta parroquia y mi palabra es ley! —gritó Du Lac—.
¡Dejen sus espadas, o por Dios Todopoderoso, habrá sangre!
»Los clientes se agacharon debajo de las mesas mientras los soldados
sacaban el acero. La amenaza familiar de violencia flotaba en el aire, martillando
en mis venas con el himno de sangre, el fuego del vodka, la adrenalina en mi
estómago que aún gruñía. Toda esta escena se dirigió al infierno más rápido que
una masturbación en el callejón.
»Así que, con un suspiro, recogí mi espada caída y la desenvainé.
»La canción de la hoja sonó en el aire. Todos en la habitación se quedaron
quietos, con los ojos fijos en el arma en mi mano. Los glifos ilegibles estaban
grabados a lo largo de su longitud, el acero estelar oscuro brillaba como aceite en
el agua. Su borde era curvo, su punta irregular, faltaban quince centímetros desde
la punta. La hermosa mujer de la empuñadura tenía los brazos abiertos, plateados,
siempre sonriendo.
»—La Ashdrinker… —resopló el libertino.
»Nos conocen, Gabriel, me vino la voz a la cabeza. La ho-hoja que partió
la oscuridad en dos. El hombre al que temía el inmortal. Nos r-recuerdan…
incluso después de todos estos años.
»Di vuelta lentamente en círculo entre la multitud, asegurándome de que
todos estuvieran quietos.
»Por cierto, tienes el aspecto de una mierda aplastada.
»—Cállate —le susurré.
»El rostro del obispo brillaba de sudor.
»—No dije nada, chevalier. 149
»—Sigue así, entonces. —Miré a Chloe y luego de nuevo a las espadas de
los milicianos—. Tal vez tú y tus amigos hayan superado su bienvenida, sœur
Sauvage.
»—Quizás. —Ella asintió, retrocediendo hacia la puerta—. ¿Dónde está tu
caballo?
»Me burlé.
»—No voy a ir contigo.
»—Pero, Gabriel…
»—Ah, espléndido. —El obispo sonrió y se secó el labio con un pañuelo—
. Esta chusma no tiene importancia. Le pido que venga a mi casa, chevalier,
tenemos mu…
»—Tampoco iré contigo, predicador.
»—Pero… —Du Lac miró entre sus hombres—. ¿Dónde, entonces, vas a
ir?
»—Me voy a la puta cama.
»La habitación empezó a balbucear repentinamente.
»—Pero, chevalier, los Muertos aumentan en número cada d…
»—Nuestro encuentro no es casual, Gabriel, esta es la vol…
»Maldito Gabriel, escucha…
»—¡Cállate! —rugí, apretando la empuñadura de la espada.
»El silencio sonó en la sala común y, afortunadamente, dentro de mi cabeza.
»—Ya perdí a un viejo amigo hoy, Su Excelencia —le advertí al obispo—.
Y aparentemente me lo estoy tomando bastante a mal. Así que les aconsejaría a
usted y a sus hombres que dejen ir a esta en paz. —Miré a unos ojos bonitos y
tristes—. Pero eso es todo lo que puedo darte, Chloe.
»—Gabe…
»—Chevalier…
»—Déjalo ir.
»La voz era clara, cristalina, trayendo una extraña quietud a la habitación.
Todos los ojos se volvieron hacia Dior, de pie detrás del anillo de sus compañeros.
El niño aplastó su cigarro bajo el talón, sacudió la cabeza, el cabello ceniciento se
le cayó de los ojos y, por primera vez, vi que eran de un azul pálido y penetrante.
»—Dior… —comenzó Chloe. 150
»—¿No puedes ver? —El chico se burló—. A él no le importas un carajo.
No le importa esta ciudad ni sus problemas. No es un héroe. Es solo un borracho.
Y un muerto caminando.
»Un susurro plateado resonó en mi cabeza.
»De la boca de los n-n-niños…
»Pero silencié la voz y volví a meter a Ashdrinker en su vaina. Un poco
inestable, me tambaleé hacia la chimenea para recuperar mis botas.
Enderezándome con una mueca de dolor, miré alrededor de la habitación,
enfocándome en los borrosos trillizos del tabernero detrás de la barra.
»—Tomaré el desayuno al mediodía, por favor, señora.
»Chloe me miró con ojos heridos. El obispo y sus hombres con simple
perplejidad. Pero sin mirar atrás a nadie, subí a la cama a trompicones.

151
»Desperté cuando la oscuridad se hizo más profunda y la esperanza pareció
más lejana del cielo.
»Abrí los ojos bajo el terciopelo negro. Aún podía saborear el vodka en mi
lengua, una pizca de humo de velas, el aroma a cuero y polvo colgando en la
penumbra como una promesa vieja. Ya no me dolía mi brazo. Me pregunté dónde
estaba, qué me había despertado. Y ahí vino de nuevo, el sonido que siempre lo
hacía, que hacía que mi corazón latiera rápidamente contra mis costillas y me
arrastrara a través de la pared hecha jirones del sueño.
»Arañando la ventana.
»Me senté, las sábanas enredadas alrededor de mis piernas, entrecerrando
los ojos hacia el alféizar. Y aunque mi habitación estaba en el piso superior de la
taberna, la vi afuera, esperándome. Flotando, como sumergida bajo agua negra,
con los brazos abiertos de par en par mientras pasaba las uñas por el cristal. Pálida
como la luz de la luna. Fría como la muerte. No había aliento en la ventana cuando
acercó su rostro angustiado y susurró:
»—Mi león.
»No vestía nada salvo el viento. Su cabello era de alquitrán sedoso, flotando 152
alrededor de su cuerpo como cintas en una marea sin luna. Su piel era pálida como
las estrellas en un cielo de ayer, su belleza nacía de los cantos de las arañas y los
sueños de los lobos hambrientos. Me dolía el corazón verla, ese terrible tipo de
dolor que no podías soportar, salvo por el vacío que dejaría si lo dejabas atrás. Y
me miró, más allá del cristal de la ventana, y sus ojos fueron pozos negros.
»—Gabriel, déjame entrar —suspiró.
»Pasó esas manos pálidas por su cuerpo, deteniéndose sobre las curvas
desnudas que conocía tan bien como mi propio nombre. Los labios sin sangre se
separaron cuando susurró una vez más.
»—Déjame entrar.
153
»Me acerqué a la ventana y abrí el pestillo, la invité a mis brazos esperando.
Su piel se sintió fría como tumbas poco profundas, y su mano fue dura como
lápidas mientras la entrelazaba por mi cabello. Pero sus labios fueron suaves como
una almohada cuando me arrastró hacia abajo, mis ojos cerrándose con el sonido
de su suspiro, y pude sentir mis lágrimas corriendo por mis mejillas, manchando
nuestro beso con sal y tristeza.
»Sus manos estuvieron en mi cuerpo y su boca apremió contra la mía, y
probé las hojas caídas y la ruina de los imperios en su lengua. Entonces sentí sus
dientes, afilados y blancos en mi labio; una punzada extática de dolor y una ráfaga
de cobriza sangre caliente, y todo su cuerpo se estremeció cuando se inclinó más
fuerte en mi abrazo. Me empujó hacia la cama y sus dientes rozaron mi garganta a
medida que quitaba la tela y el cuero entre nosotros, dejándome más desnudo con
cada beso.
»Y luego ella estaba encima de mí, desnuda y presionada contra mí, toda
sombra y blanca como la leche, gruñendo en el hueco hambriento de su pecho. Sus
besos descendieron, y siseó de placer y dolor al sentir el chisporroteo de la tinta de
plata en su boca. Pero no había tatuajes debajo de mi cinturón, ninguna égida que
obstaculizara el camino hacia su premio, y se hundió allí finalmente, suspirando a
medida que metía la mano en mis pantalones y me liberaba, dolido y caliente en el
frío de su mano. Jadeé cuando me frotó delicadamente, resoplando sin aliento
sobre mí, mientras humedecía sus labios rojos con la punta de la lengua y luego la
recorría por mi longitud, dejándome temblando, dolorido.
»—Te extraño —suspiró.
»Sus labios rozaron mi coronilla a medida que habló, curvándose en una
sonrisa oscura, su lengua burlona y su toque suave encendiendo cada centímetro
de mí.
154
»—Te amo…
»Y separó esos labios rubí y me tragó entero, y mi espalda se arqueó y los
postes crujieron cuando me agarré a la cama y me aferré a mi vida. Entonces estaba
indefenso. A la deriva en el movimiento de su mano, sus labios, su lengua, un ritmo
tan antiguo como el tiempo, profundo como las tumbas y cálido como la sangre.
Ella me arrastró cada vez más alto hacia un ardiente cielo sin estrellas, y todo lo
que conocía era su sensación, su sonido, los gemidos hambrientos y los
movimientos sedosos acercándome cada vez más al borde.
»Y por fin, mientras caía, en algún lugar entre los suspiros, la luz cegadora
y el torrente de mi pequeña muerte en su boca expectante, lo sentí; la puñalada de
dos navajas gemelas, una pizca de agonía en medio de la dicha, una ráfaga de color
rojo antes de la ráfaga de mi final.
»Y bebió.
»Mucho después de que terminara, aún bebía.

155
»Desperté para encontrarme con una legión de demonios diminutos
teniendo una juerga dentro de mi cráneo.
»La mayoría se turnaron para patearme el cerebro con botas de clavos
oxidadas, aunque uno aparentemente se me metió en la boca, vomitó y murió. Me
arriesgué a abrir los ojos, recompensado con un haz de luz tan cegadora que pensé
por un momento que la muerte de los días finalmente había terminado, y el sol
había vuelto a la gloria plena y bendita en los cielos.
»—Maldita mierda —gemí.
»Mi brazo se había curado como si la fractura nunca hubiera existido. Me
llevé la mano al cuello, a los pantalones, y no sentí rastro de heridas. La sed se
posó en mi hombro como un amigo indeseado, una urraca y un ruiseñor. Alejé el
recuerdo de las curvas pálidas y labios rojos como la sangre cuando lo que sonó
como un semental enfurecido pateó mi puerta.
»—¿Chevalier De León?
»Las bisagras chirriaron cuando la sirvienta asomó la cabeza en la
habitación. Estaba acostado en mi cama sin camisa, con los calzones desatados y
arrastrados peligrosamente bajos. La ventana estaba abierta. Después de una 156
mirada tímida a mi piel tatuada, la muchacha volvió la mirada hacia abajo.
»—Perdón, chevalier. Pero el obispo manda por usted.
»—¿Qué hora es?
»—Pasado mediodía.
»Entrecerré los ojos hacia la jarra que tenía en mano.
»—¿Eso es m-más vodka?
»—Agua —respondió, entregándomela—. Pensé que la necesitaría.
»—Merci, madeimoselle.
»Tomé un largo trago lento, y después vertí el resto sobre mi cara. La luz
del día sofocada entraba a raudales por la ventana abierta como una lanza al rojo
vivo. Mis entrañas estaban comenzando a hacer ruidos como si prefirieran estar
afuera, y podrían encontrar su propio camino si me negaba a mostrárselos.
»—Chevalier —dijo la chica, con voz inestable—. Los Muertos están a las
puertas.
»Me incorporé con un gemido, apartándome el cabello empapado de mi
cara.
»—No temas, madeimoselle. Tienes abundantes hombres alrededor,
además de muros fuertes. Algunos condenados no…
»—Estos no son condenados.
»Levanté la vista ante eso. Mi pulso lento disparándose más rápido.
»—¿No?
»La chica negó con la cabeza, sus ojos del todo abiertos.
»—El obispo le pide que vaya con toda rapidez.
»—Está bien, está bien… ¿dónde están mis pantalones?
»—Chevalier, los lleva puesto.
»—… por los Siete Mártires, no puedo sentir mis piernas.
»Empujé mis nudillos en los ojos. Mi cráneo latía como si lo hubieran
destrozado tres veces. La muchacha dio un paso adelante cuando intenté ponerme
de pie y, con su ayuda, me tambaleé en posición vertical, sosteniendo mi frente y
siseando de dolor.
»—¿Debería ir a buscar más agua?
»—Madeimoselle, ¿cuál es su nombre? 157
»—Nahia.
»Y con un suspiro, negué con la cabeza.
»—Nahia, solo encuentra mi pipa.
»Diez minutos después, caminé penosamente por el barro hacia la puerta
sur de Dhahaeth, con aguanieve helada sobre mis hombros, ratas sobre mis talones.
Nahia me siguió, retorciéndose las manos. Me encogí de hombros en mi abrigo,
afortunadamente seco, y tiré de mis botas, tristemente todavía húmedas. Pero al
ponerme mi equipo, no pude evitar que me recordaran mis días de juventud. Mis
días de gloria. Y con Ashdrinker en mi cintura, esperaba lucir más imponente de
lo que me sentía.
»El obispo esperaba en la puerta. A la luz tenue como el agua, los
muchachos de la milicia parecían incluso menos impresionantes que la noche
anterior. Los rumores de mi nombre sin duda se habían abierto camino entre ellos.
Evidentemente, también habían hablado de las mierdas ebrias de anoche en el pub.
»—Gracias al Todopoderoso —comenzó el obispo—. Chevalier, la
perdición ha llegado…
»—Tome sus joyas en la mano, Su Excelencia.
»Un grito provino de más allá de la empalizada, una voz que hizo temblar
a los hombres que me rodeaban.
»—¡Tráiganlo! ¡Podríamos tener la eternidad, pero no la desperdiciaremos
en el ganado!
»Dejé las botas en las escaleras, los clavos viejos crujieron, subí hasta que
me paré en la madera áspera y astillada del camino. Abracé las sombras como
viejos amigos, escondido detrás de los picos más altos de la empalizada, el obispo
siguiéndome los talones con clara desgana. Una docena de hombres estaban allí,
vestidos con armaduras de cuero gastadas y yelmos de hojalata oxidados. El
imbécil flacucho de la cháchara de anoche estaba entre ellos, junto con un hombre
que supuse era su líder. Era un tipo corpulento con la cara rota y piel arrugada, con
una pipa delgada en los labios. Manos callosas. Barbilla con cicatrices. El único
soldado real entre ellos.
»—Capitaine —asentí.
»—Chevalier —gruñó, mirando más allá de los muros—. Buen día para
conocer a su creador.
»La voz del hombre sonó firme, su mandíbula apretada. Pero cada uno de
sus compañeros parecía dispuesto a cagarse en los pantalones. Y mirando entre las
vigas, vi la fuente de todo su miedo.
»Un carruaje se encontraba en medio de la carretera. Estaba finamente 158
labrado; pintura negra brillante y adornos dorados, dos linternas proyectando una
luz pálida como la luna a través del aguanieve. Pero en lugar de caballos, el
carruaje estaba tirado por una docena de condenadas. Cada una había sido una
adolescente antes de ser asesinada. Harapientas y podridas, miraban a los hombres
de los muros con nada más que hambre en sus ojos muertos. Y sentado en el asiento
del conductor iba algo aún más hambriento.
»También tenía la forma de una muchacha. Pero a diferencia de los sangre
fría transportando el carruaje, ésta era de una belleza perfecta. Llevaba un corsé de
cuero, media falda y botas altas. Tenía los labios pintados de un brillante color azul
oscuro, con ojos de un azul profundo rodeados de kohl y enmarcados por un largo
cabello negro. Su piel era blanca como la muerte, su barbilla manchada con tenues
manchas de asesinato.
»—Apuesto que Dyvok —gruñó el capitán.
»—No —respondí, mirando a la sangre fría—. Es una Voss.
»—¿Antigua? —preguntó el obispo, temblando.
»Negué con la cabeza.
»—Por lo que parece, solo una neófita.
El historiador de repente dejó la pluma en el tomo que tenía en el regazo.
—¿En serio? —Gabriel suspiró—. ¿Otra vez?
—De León, siendo tan joven —dijo el vampiro—. ¿Cómo podías saber el
linaje de ésta con solo mirarla?
—¿Porque no habían recién caído las últimas lluvias? Ustedes, los Chastain,
rara vez viajan en carruaje. Los Dyvok todavía estaban ocupados arrasando el
Ossway, y los Ilon eran demasiado sutiles para hacer una aparición tan llamativa.
Pero la gente del Rey Eterno se había vuelto arrogante después de los éxitos de su
famille en el Nordlund. El credo del linaje Voss era «Todos Deberán
Arrodillarse», y los hijos de Fabién se veían a sí mismos como la realeza
vampírica, destinados a gobernar la noche sin fin desde lo alto de tronos
construidos con los huesos del antiguo imperio. Recorrer un pozo de barro
campesino en un carruaje lujoso tirado por una docena de cadáveres era
exactamente el estilo de los Voss.
Jean-François asintió.
—¿Y el término que usaste? ¿Neófita?
—Sabes lo que es un puto neófito.
—Aun así, me gustaría que me lo explicaras.
—Bueno, me gustaría un vaso de whisky de malta fina y una cortesana con 159
tetas de mil reales que me leyera un cuento antes de dormir, pero no siempre
conseguimos lo que queremos.
El vampiro frunció el ceño.
—Margot Chastain, Primera y Última de su Nombre, Emperatriz Inmortal
de Lobos y Hombres, lo hace.
Gabriel reprimió un insulto, y respiró profundo para calmarse.
—Hay tres etapas en la existencia de un sangre fría. Tres edades para tu
supuesta vida. Los Muertos nuevos se llaman neófitos. Los jóvenes,
comparativamente débiles, aun desprendiéndose de los restos de su humanidad y
encontrando su camino en la oscuridad. Se puede pensar en un neófito después de
más o menos un siglo de asesinatos como un mediae; un vampiro en plena posesión
de sus dones, extremadamente peligroso y desprovisto de cualquier cosa que se
acerque a la moralidad humana. Los últimos, y más mortíferos, son los antiguos.
Los viejos.
—¿Y puedes notar la diferencia de un vistazo?
—A veces, con los neófitos. —El santo de plata se encogió de hombros—.
Aunque ya no respiren, hacen cosas como jadear de sorpresa. Parpadear por
costumbre. Algunos incluso se engañan pensando que pueden ver a los mortales
como algo más que comida. Pero todo se erosiona. Todo termina. Y para cuando
son mediae, son algo completamente diferente.
—Algo más —asintió Jean-François.
—Y mucho, mucho menos —respondió Gabriel.
El vampiro se pasó los dedos por las puntas emplumadas de las solapas, la
luz de la lámpara brillando en sus ojos oscuros.
—Chevalier, ¿cuántos años crees que tengo?
—Eres lo suficientemente mayor para no tener nada dentro de ti —
respondió Gabriel.
Y, reacio a jugar, el santo de plata volvió a su relato.
—Miré a la sangre fría desde lo alto de la empalizada, sopesándola. Se bajó
del asiento del conductor, sus tacones hundiéndose en el barro medio congelado.
Pasando junto a las condenadas chicas huecas transportando el carruaje, se acercó
a los muros de Dhahaeth a través del aguanieve helada, sin preocuparse por las
flechas que le apuntaban al pecho.
»Supuse que no tendría más de trece años cuando la mataron, su cuerpo
atrapado a uno o dos años al borde de la edad adulta. Su sonrisa era afilada como
una cuchilla de afeitar mientras miraba entre los milicianos de arriba. El miedo 160
hacia ella plagando los muros como una niebla pálida.
»—Todos ustedes van a morir —declaró.
»Uno de los hombres más jóvenes perdió los nervios ante eso. Soltando su
ballesta con un tañido repentino. La puntería del chico fue acertada, pero la flecha
simplemente golpeó contra el pecho de la sangre fría como si estuviera hecha de
palo fierro. Con los ojos fijos en el muchacho que le había disparado, la vampiresa
se estiró y se arrancó la flecha del pecho. Con los labios negros entreabiertos, lamió
la punta con una larga lengua astuta.
»—Serás el primero, muchacho —prometió.
»—¡Disparen! —gritó el capitán.
»Las ballestas cantaron, una docena de otras flechas se dispararon a toda
velocidad tras las primeras. Pero la sangre fría simplemente se mantuvo firme. Las
flechas la golpearon en una docena de lugares pero, de nuevo, no hicieron casi
nada. Una la golpeó de lleno en la cara, sin dejar nada más que un rasguño en la
mejilla de porcelana. Y cuando terminó la lluvia, miró con tristeza los agujeros de
su atuendo, sacando otra flecha suelta y arrojándola al barro.
»—Me gustaba este vestido…
»—Oui —murmuré—. Con toda seguridad es una Voss.
»—¡Disparen con todo! —llamó el capitán—. ¡A la señal!
»Los milicianos recargaron. Pero las puntas de estas flechas nuevas estaban
envueltas en tejido casero, sumergidas en alquitrán. Los arqueros de Dhahaeth se
reunieron alrededor de sus barriles en llamas, listos para prender fuego a sus
flechas.
»La sangre fría se detuvo ante eso. Podría haber hecho una demostración de
estar parada bajo la lluvia, pero si hay algo que todos los Muertos temen, es el
fuego. Un temblor pequeño de coraje recorrió el muro ante su vacilación.
»Y entonces se abrió la puerta del carruaje.
»Una figura salió al barro, cerrando la puerta con mano delicada. Pude ver
a través del aguanieve que estaba vestido como noble: una levita oscura, una
camiseta interior de seda y un sable hermoso en el cinturón. Una capa larga de
espadachín hecha de espesa piel de lobo colgaba de un hombro, forrada con satén
rojo. Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás desde su frente pálida en un pico
de viuda afilado. Era hermoso como un lecho lleno de ángeles caídos. Pero sus
dobladillos estaban salpicados de rojo y sus ojos eran como agujeros negros
afilados. Se unió a su compañera y tomó su manita entre las suyas, y un
estremecimiento de rabia perfecta me recorrió, de pies a cabeza.
»—Ese es un antiguo —susurré. 161
»—¿Lo conoces? —preguntó el capitán.
»Asentí, sin creer en mi fortuna.
»—Esa es la Bestia de Vellene.
»Un murmullo recorrió los muros. El obispo Du Lac palideció como huesos
de bebés.
»—Mi nombre es Danton Voss —declaró el hombre—. Hijo de Fabién y
Príncipe de la Eternidad.
»El sangre fría tiró de los bordes de las mangas con volantes, se alisó un
mechón de cabello oscuro de la frente. Las mujeres condenadas tirando del carruaje
permanecieron inmóviles, mortalmente silenciosas. Ahora sabía que todas eran
descendientes de la Bestia, mantenidas inmóviles por la voluntad inmortal de su
162
creador. La hembra pequeña también era la más parecida a él, pero se había
convertido antes de tener la oportunidad de pudrirse. La mirada del monstruo se
posó en Du Lac, sus labios curvándose al ver la rueda colgando del cuello del
obispo en su fina cadena de plata.
»—Tráigamelo, Su Excelencia. No sea que entre allí y vaya a buscarlo.
»Pude sentir el poder en esa voz. Fría como tumbas y siglos de profundidad.
Los otros milicianos me dirigieron miradas inquietas. Había visto los cadáveres
empalados alrededor de las fortificaciones; estos hombres habían luchado antes de
hoy contra los Muertos. Pero estaba claro que ninguno de ellos se había enfrentado
a enemigos como estos, y aún más claro que ninguno estaba de humor para morir
por mí.
»—¿Crees que lo dice en serio? —preguntó el obispo.
»—Creo que sí —respondí.
»El capitán miró a los muchachos y barbas grises que lideraba, todos ellos
temblando. Mordiendo su pipa delgada, lanzó una columna de humo gris al aire.
»—Entonces creo que estamos jodidos.

163
»Miré hacia los sangre fría, preguntándome si hoy podría ser de hecho mi
último día, o el día solo comenzaba. Revisé la bandolera en mi pecho, mis viales
de ignis negro, plata cáustica y agua bendita. Luego asentí hacia el humo saliendo
de los labios del hombre corpulento.
»—Capitán, ¿puede prestarme su caja de pedernal?
»Encendí la llama de mi pipa a medida que bajaba las escaleras, arrastrando
un humo rojo muerto a mis pulmones. El himno de sangre estaba corriendo en mi
interior para cuando mis botas tocaron el barro, la sed en mí olvidada, mi resaca
nada más que un sueño de humo, el latido del tambor de guerra de mi pulso,
primitivo y estridente, y deseando y necesitando, enfocado solo en esa cosa
esperando afuera. Deslicé mi pipa, até mi cuello alrededor de mi cara y asentí al
hombre en las puertas.
»Las vigas crujieron, la empalizada de madera abriéndose de par en par. Di
un paso más allá del refugio de los muros de Dhahaeth, un viento amargo soplando
mi abrigo a mi alrededor, con la cabeza gacha cuando las puertas se cerraron con
un crujido detrás.
»La Bestia de Vellene me miró a través del aguanieve cayendo, sus ojos 164
negros se entrecerraron cuando incliné mi tricornio.
»—Feliz amanecer, Danton —llamé—. ¿Tu padre sabe que estás aquí?
»La Muerta se acercó, su mirada negra recorriendo mis botas, mi abrigo,
hasta mis ojos rojo sangre.
»—Hazte a un lado, mortal.
»—¿A un lado? Tú eres quien exigió que saliera, sanguijuela.
»Ella resopló.
»—¿No venimos aquí por ti?
»Parpadeé ante eso. Mis pensamientos corriendo con el sanctus en mis
pulmones. Había supuesto que me estaban cazando; que el Rey Eterno quizás se
lo había pensado mejor y había enviado a su hijo a terminar el trabajo que había
comenzado. Pero un vistazo a esos ojos negros como el pedernal me dijo que
Danton ni siquiera aún me había reconocido.
»Después de todo, era un hombre muerto.
»Volví a pensar en anoche en la taberna. Las palabras que Chloe había
dicho: Algunos de los pasos que nos siguen no pertenecen a hombres mortales. Y
recordé a los camaradas de la buena hermana, su fervor y sus espadas centelleantes,
la forma en que habían intervenido para proteger…
»—El chico —comprendí—. Dior.
»—Tráiganlo —ordenó la neófita, sus ojos vacíos en los míos.
»—Te diría que digas «por favor», pequeña. Pero él ni siquiera está aquí.
»—Me pregunto si, ¿mentirás tan dulcemente con tu lengua desangrándose
en la palma de mi mano?
»—Es jodidamente seguro que hablaría mucho menos que tú, chérie.
»La neófita frunció el ceño, sus labios negros se apretaron finos. Pero
Danton me observó con más atención y después a la ciudad que había detrás. Sus
ojos muertos hacía mucho tiempo vagaron por la empalizada con púas, la milicia
encima de ella. Todo estaba en silencio salvo por el viento quejumbroso, y él, tan
inmóvil como una piedra.
»Lo llamaban la Bestia de Vellene, el hijo menor del Rey Eterno. Se había
ganado el nombre diecisiete años atrás, cuando el ejército de su padre aplastó su
primera capital al oeste del Godsend. Cuando las puertas de Vellene cayeron, la
Legión Sin Fin masacró a todos los hombres y mujeres que había allí. Pero a
Danton le gustaban las doncellas jóvenes. Era infame por ello. Se rumoreaba que
había asesinado a todas las chicas de la ciudad menores de dieciséis años con sus
propias manos. 165
»Ahora eché un vistazo hacia el carruaje que estaba detrás de Danton. Vi a
esas muchachas condenadas, completamente esclavizadas por el que las había
masacrado. Y Danton volvió su mirada negra hacia mí, y habló como caen los
martillos.
»—Dinos adónde fue el chico.
»Sentí su mente empujando contra la mía. Su voluntad presionando contra
la mía, todo el poder de sus largos y oscuros años hormigueando en mi piel y en
mi alma. El deseo de obedecer, de complacer, era tan innegable como el tiempo
mismo. Quería ceder. Humillarme ante él. Pero mi odio por esto, por su familia y
lo que me habían quitado, por lo que era y pretendía ser, cantó aún más fuerte.
Parpadeé con fuerza. Y negué con la cabeza.
»—Honestamente, no esperabas que eso funcionara en un santo de plata,
¿verdad?
»Danton rebosó con desprecio cuando sus ojos se posaron sobre mí. No
debo haber parecido mucho: demacrado y embarrado, con los ojos hundidos en
sombras.
»—Un abrigo negro y una bocanada de sangre de perro no hacen a un santo
de plata —dijo.
»Saqué la hoja de mi cinturón, la música plateada de su voz en mi cabeza.
»Estaba… teniendo el s-sueño más extraño…
»—Ash, es hora de despertar. Tenemos trabajo por hacer.
»Ah, ¿sí? Oh, ohhhh sssí sssí sí…
»Las condenadas tirando del carruaje se agitaron. Sus bocas cayendo flojas,
sus colmillos afilados. El labio pálido de Danton se curvó. Y con un parpadeo, las
liberó de su agarre.
»Dejaron caer las riendas y avanzaron en una avalancha, crueles,
desalmadas y rápidas. Eran casi tantas como el día anterior, cuando perdí al pobre
Justice y corrí por mi vida miserable. Pero hoy, no solo era un hombre sin caballo
y una comida sin comer. Hoy, el sanctus estaba pulsando en mis venas y mi brazo
con la espada era de hierro. Y cuando Ashdrinker comenzó a tararear una vieja
canción infantil rota dentro de mi cabeza, estaba corriendo hacia ellas, sus ojos
vacíos llenándose de sorpresa cuando mi espada comenzó a bailar.
»Es algo extraño, luchar entre las garras del himno de sangre. Cada
momento parece una década de duración y, sin embargo, el mundo entero se mueve
en un borrón rojo sangre. Corté a través de esa docena de sangres frías como una
navaja de afeitar a través de la seda, y en su estela, el aire se llenó de las cenizas 166
que dieron nombre a mi espada. La dulce liberación era el único regalo que podía
darles a esas pobres chicas, y así lo hice, a todas. Y cuando terminé, me quedé allí
en el camino embarrado, mi abrigo, mi piel, mi espada, todo manchado de sangre
y veteado de gris, y por un momento terrible, me pregunté cómo demonios podría
haber dejado todo esto atrás.
»—Dios Todopoderoso —escuché a alguien susurrar en los muros de arriba.
»—Magnífico… —murmuró el capitán.
»Mis sentidos eran tan agudos como la espada en mi mano, mi pulso un
trueno. Limpié la sangre de la hoja de Ashdrinker y cayó en el barro frío junto a
mis botas. Y quitando una mota de hollín de mi solapa, miré a los ojos a la Bestia
de Vellene.
»—Danton, ¿qué quieres con el chico?
»El vampiro no respondió, su mirada se desplazó brevemente hacia la
carnicería a mis pies, la espada ensangrentada en mi mano. Evalué esos ojos
oscuros, buscando un trozo, una miga.
»—¿Escuché algunas tonterías sobre la copa del Redentor?
»La mujer resopló.
»—No sabes nada, mortal.
»—Sé que cometiste un error, sanguijuela, viniendo aquí con el sol todavía
en alto.
»Al menos vi ese golpe aterrizar de lleno. Un destello diminuto en los ojos
oscuros de Danton mientras lanzaba una mirada al cielo de acuarela. La Bestia de
Vellene era hijo del vampiro más poderoso bajo el cielo. Obviamente, se había
acercado a estos muros pensando que los atravesaría así como a los campesinos
que estaban encima de ellos. Pero en cambio, me había encontrado.
»Los ojos de la neófita se entrecerraron, sus colmillos destellando.
»—¿Quién eres?
»—No debes ser mucho, chérie —resoplé—, si ni siquiera sabes quién soy.
»Muéstrales, G-Gabriel —se produjo un murmullo de plata.
»Extendí la mano, desatando mi cuello para que pudieran mirarme a la cara.
La mujer no parpadeó, pero Danton seguramente lo hizo, el reconocimiento
astillando el hielo negro de sus ojos. Volvió a mirar la hoja rota en mi mano. El
lugar de mi abrigo donde una vez se había cosido la estrella de siete puntas. La
punta de su lengua presionó el borde de un canino afilado.
»—De León. Vives.
167
»—Desafortunadamente.
»—¿Cómo? —siseó.
»—Dios no me quería. Y el diablo tenía miedo de abrir la puerta. —Di un
paso adelante, entrecerrando mis ojos—. Danton, tú también pareces asustado.
»—No le temo a ningún hombre —se burló—. Soy un Príncipe de la
Eternidad.
»Me reí de eso. Alto como el cielo es ancho.
»—No hay nadie más asustado a morir que aquellos que creen que son
eternos. Tu hermana mayor me enseñó eso.
»La furia brilló en sus ojos.
»—Te entrometes en asuntos que posiblemente no puedes comprender.
»Me encogí de hombros.
»—Los negocios de otras personas siempre fueron mi tipo favorito.
»Entonces se movieron. Un destello parpadeante de tela negra y piel de
mármol. Mi pistola de rueda estuvo en mi mano en un abrir y cerrar de ojos,
siguiendo a la hembra mientras cargaba. Sin duda era rápida. Pero un disparo de
pistola se mueve más rápido que un neófito, golpea diez veces más fuerte que
cualquier flecha. Y con una dosis nueva de sanctus en mis venas, no era de los que
fallan a ese rango.
»El proyectil de plata la golpeó en la cara, justo en la grieta pequeña en su
mejilla donde la flecha ya había golpeado, enviándola tambaleándose hacia atrás
con un chillido burbujeante.
»Danton se movió aún más rápido y en un instante estuve de espaldas. Se
acercó como una ráfaga de cañón: más viejo, más fuerte, solo un borrón de ojos
muertos y dientes relucientes. Su sable resplandeció como un rayo en su mano. Sus
golpes ataques como un huracán. Un corte de su espada casi me quita la mandíbula
de la cara, la sangre corriendo roja y caliente por mi cuello. Su bota aterrizó en mi
vientre, y sentí que se me rompieron las entrañas mientras volaba treinta metros de
regreso al barro helado.
»Todos los sangre fría son duros como clavos. Como sangre pálida, ignoran
las heridas que dejarían huérfanos a la mayoría de los hijos de los hombres. Pero
la carne del linaje Voss puede desviar la plata. El más viejo incluso puede resistir
el beso de las llamas. A pesar de todas mis burlas, este bastardo era letal, y sabía
que si me resbalaba solo una vez, me cortaría el trasero como una hogaza fresca.
»Rodé de nuevo sobre mis pies, me aparté de sus golpes, el himno de sangre
resonando en mis venas. Como dije, el lote que había fumado no era de primera.
Pero el hecho de que ustedes los sangre fría puedan ahora retozar durante el día, 168
no significa que no son diez veces más temibles en la oscuridad de la noche. Débil
como era, la luz del sol oscurecida debilitó a Danton como si hubiera estado
completamente oscuro. Y al final, ese fue el borde al que me aferré.
»Tomé mi bandolera, arrojando un frasco de vidrio a la cara del vampiro.
Explotó con un destello, una nube de ignis negro y plata cáustica estalló en el aire.
La bomba de plata fue apenas suficiente para chamuscarlo, pero parte del polvo
llegó a sus ojos, y Danton se tambaleó hacia atrás, agitándose. Y tan fuerte como
pude, bajé mi espada.
»Ashdrinker cortó el aire, aun tarareando fuera de tono en mi cabeza
mientras le quitaba el brazo de espada a Danton por el codo. Su carne era de hierro,
pero a la luz del día, la hoja era su igual, junto con todo mi odio y mi rabia detrás
del golpe. La mano cortada de Danton estalló en cenizas, años de decadencia
negada convirtiéndose en un latido del corazón. Gruñó, sus garras silbando más
allá de mi barbilla cuando le aplasté un frasco de agua bendita en la cara. Su
gruñido se convirtió en un grito, sus ojos totalmente abiertos de agonía y
enrojecidos por la sangre.
»—Te atreves…
»Entonces busqué su garganta, desesperado por sujetarlo. Un puñado sería
todo lo que necesitaba. Pero mis dedos solo atraparon el aire. La Bestia de Vellene
estaba ahora a doce metros de distancia, de vuelta en la lluvia torrencial,
aferrándose el brazo amputado. El muñón estaba humeando, su sable yaciendo en
el barro. Metí la mano en el interior de mi abrigo, solté la cadena de plata y el
mayal. Jadeando y sangrando. Las costillas rotas apuñalándome con cada
respiración.
»—¿No te quedas para el funeral? —jadeé.
»Di otro paso hacia adelante, pero el vampiro retrocedió seis metros en un
abrir y cerrar de ojos. La Bestia de Vellene había pesado la balanza, y aunque me
había dado una maldita paliza, aún encontraba claramente que faltaba el equilibrio.
El sol estaba en lo alto. El enemigo al que se enfrentaba era uno para el que no
estaba preparado. No vives durante siglos siendo impaciente.
»A diferencia de mí, Danton tenía tiempo.
»Así que, escuché un grito detrás de mí, volviéndome para ver a la neófita
arrastrándose desde el barro ensangrentado. Un agujero negro irregular había
estallado a través de su cara, su único ojo bueno estaba clavado en su creador.
»—¿Amo?
»Caminé de regreso por el barro hasta donde ella estaba intentando
levantarse. Chilló, con voz entrecortada por la agonía y el miedo, sin apartar los
ojos de su padre oscuro. 169
»—¡Amo!
»La neófita se volvió para correr, pero mi mayal de plata se enredó en sus
piernas, llevándola de vuelta al barro. Mientras intentaba arrastrarse con las manos,
empujé a Ashdrinker por su espalda, inmovilizándola contra la tierra helada. Se
retorció para morderme, pero mi bota forzó su rostro hacia el lodo, y alcanzando
el cinturón de mi espada, saqué un cuchillo afilado hecho de acero plateado puro,
con el Ángel de la Retribución elevándose en la empuñadura.
»—No, q-qué estás haciendo, qué estás…
»El monstruo gritó cuando clavé la hoja en su espalda y comencé a cortar
hacia las costillas justo debajo de su omóplato izquierdo. Podría haber sido una
neófita, pero seguía siendo una Voss, y fue más que un trabajo sediento, la cosa
retorciéndose debajo de mí, agitándose y gimiendo.
»—¡Danton, ayúdame!
»No es una niña, Gabriel. No es humana. Solo un mm-
mmmmmmmmonstruocomoelrestodeellos.
»Mis dientes estaban apretados, el rostro salpicado de cenizas y sangre
podrida, no un espadachín incomparable, ahora solo un carnicero. Y a medida que
trabajaba, con la hoja plateada cortando un hueso tan duro como el hierro, sentí
esa vieja emoción familiar, esa alegría oscura elevándose mientras miraba a los
ojos de esta cosa y vi la comprensión floreciendo: que después de todo el asesinato,
todas las noches de sangre, belleza y dicha, aquí era donde todo llegaba a su fin.
»Sin miedo.
»—Por favor —suplicó el monstruo a medida que sacaba un frasco vacío—
. P-por favor…
»Solo f-furia.
»Forcé mis dedos entre las costillas de la neófita. Su súplica se convirtió en
un grito cuando mi puño se cerró sobre su corazón y lo arrancó de sus amarres. El
órgano comenzó a pudrirse tan pronto como estuvo libre; años robados regresando
corriendo con venganza. Pero lo sostuve en mi puño, exprimiendo un torrente de
sangre oscura y deliciosa en mi frasco antes de que todo se convirtiera en cenizas.
La columna vertebral del vampiro se arqueó cuando el ladrón del tiempo se
apoderó de él, robando lo que era suyo. Y todo terminó en un momento, poco más
que una cáscara restante dentro de ese vestido bonito que tanto le había gustado.
»Respiré hondo. Gris y rojo. Miré al monstruo, los restos, la niña a mis pies.
Y luego, a los ojos del que la había asesinado.
»—Danton, ¿le dijiste que la amabas? ¿Le prometiste una eternidad?
»La Bestia de Vellene me miró a través del suelo ensangrentado. 170
Sosteniendo su brazo arruinado, mirando la ruina que había hecho de sus hijos,
ojos como carbones encendidos en su cráneo.
»—Sufrirás por esto, santo de plata. Y será legendario.
»Y con poco más que un susurro, se desvaneció en la niebla.
»Gabriel, vinieron durante el d-día.
»—Lo sé —dije, marchando de regreso hacia la puerta de Dhahaeth.
»In-incluso en un charco de barro como este, un Príncipe de la Eternidad
poniéndose en peligro bajo el sol del m-mediodía… debe estar desesperado p-por
encontrar a este chico antes de que algo más lo haga. Debemos rastrearlos. D-d-
d-debemos saber la verdad, toda la v-verdad.
»—Siempre encuentro tan agradable —dije, mirando la hoja—, cuando
insistes en decirme una mierda que ya sé.
»Gabriel, debiste haber escuchado a Chloe. Tanto entonces como ahora, a-
ahora y entonces. Piensa en todo lo que p-podríamos habernos evitado, si
hubieses…
»—Cállate, Ash —le advertí.
»La culpa es mía tanto c-cooooomo…
»Metí la Ashdrinker nuevamente en mi vaina, silenciando su voz cuando la
puerta se abrió de par en par. Los milicianos esperaban más allá, la moza de la
taberna, otros habitantes del pueblo, todos observándome con horror y asombro. 171
Du Lac bajó de las almenas, y miré la rueda alrededor de su cuello, hacia sus ojos.
»—Merci por la ayuda, su Excelencia.
»Du Lac tuvo la decencia de parecer avergonzado.
»—Parecías tener el asunto bajo control…
»—¿En qué dirección cabalgaron?
»—¿… A quién te refieres?
»—De la taberna de anoche, cretino patético —gruñí—. La mujer bajita con
el pelo grande. El cura. El chico. ¿Se dirigieron al norte como dijeron?
»—Discúlpeme, pero…
»—Oui, chevalier —dijo la moza de la taberna—. Cabalgaron hacia el
norte.
»—Merci, madeimoselle Nahia —asentí, pasando a grandes zancadas—. Lo
repito, vale la pena fumar tu sangre. —Echando un vistazo al margen, llamé a los
milicianos—. Si está bien con eso me quedaré con su caja de pedernal, Capitán.
»El hombre canoso asintió.
»—Tiene mi bendición, chevalier. Dios vaya contigo.
»—Preferiría que él se ocupara de sus putos asuntos, si tanto le da igual.
»Me dirigí a los establos, regateé por una silla de montar, provisiones y
arneses para reemplazar los que había perdido cuando murió el pobre Justice.
Probablemente me fui de la ciudad con un par de reales menos de lo que debería
haberlo hecho, pero estaba demasiado inquieto para insistir en ello.
»A pesar de que estaba rota y confundida, Ashdrinker había dicho la verdad.
Los vampiros eran criaturas que vivían para siempre si jugaban bien sus cartas.
Los antiguos rara vez eran estúpidos y nunca imprudentes. Apenas podía creer que
una criatura tan vieja como Danton se hubiera arriesgado tanto. Y si ese chico Dior
era tan importante para que un hijo del Rey Eterno lo cazara…
»Ensillé a Jezabel y cabalgué con fuerza a través de la puerta norte de
Dhahaeth. Chloe y su banda tenían una buena ventaja, y tendría que ir rápido para
alcanzarlos. El corte que Danton me había hecho en la cara se estaba cerrando
lentamente, pero aún me dolían las costillas rotas con cada respiración. El sol
oscuro arrojaba una luz débil sobre el camino por delante, el mediodía de otoño
tan sombrío como el atardecer de invierno.
»Sabía que este solía ser un país de trigo hace décadas, que estas tierras
alguna vez se habrían balanceado con tallos de oro reluciente. Ahora, las pocas 172
granjas que habían logrado mantenerse a flote cultivaban lo único que podían:
papas y otras raíces, y grandes campos ondulados de hongos. Los hongos brotaban
por todas partes. Maryswort luminoso cubría las líneas de las cercas y rocas.
Zarcillos pálidos de asfixia se envolvían alrededor de los árboles muertos hace
mucho tiempo, y espesos crecimientos de hongos enormes invadían el camino
embarrado.
»Putrefacción. Brotes. Extensiones.
»Mientras cabalgábamos hacia el norte, el sanctus comenzó a desaparecer,
mi resaca alcanzándome con el descenso y el dolor de mi paliza. Las tierras de
cultivo cesaron, y Jez y yo llegamos al camino abierto. El río Ūmdir era como una
serpiente plateada en la distancia, y podía ver el espeso bosque muerto a través de
la penumbra hacia el este, una colina coronada por una torre de vigilancia en
ruinas. Pasamos un letrero clavado en un olmo sin vida, invadido por hongos.
»ADELANTE: MUERTE.
»Ashdrinker era un gran consuelo en mi cadera. La idea de la sangre que
había ordeñado del corazón de ese neófito era aún más reconfortante. La sed ya se
estaba apoderando de mí con rojas pisadas resbaladizas. La noche se estaba
acercando, escuchaba la ráfaga del Ūmdir adelante. Y entrecerrando los ojos en la
oscuridad, sentí que mi corazón se hundió.
»—Puta mierda…
—Déjame adivinar —aventuró Jean-François—. La gente de Dhahaeth
había destruido el puente.
—Oui —Gabriel frunció el ceño—. El imbécil del obispo al menos podría
haberme advertido. Cuando llegué a la orilla del río, solo vi amarres y algunos
arcos rotos en medio del río. No me había encontrado con ningún condenado en el
camino, por lo que cortar los cruces estaba obviamente ayudando a mantener a los
Muertos fuera de la provincia. Pero el río era demasiado rápido y profundo para
que Jez lo cruzara.
»Y para colmo, empezó a nevar.
»Bajé mi tricornio, y le di a Jez una palmadita triste.
»—Lo siento, chica. Debí haberte advertido que el Todopoderoso disfruta
cagando en mí en cada oportunidad.
»La yegua relinchó en respuesta.
»No había ni rastro de Chloe y su banda. Revisé mi mapa para ver el cruce
más cercano y seguí adelante, siguiendo un camino de tierra hasta una colina de
madera muerta a medida que la oscuridad se hacía más profunda. Imaginando el
rostro de la santa hermana de la noche anterior. Su susurro mientras apretaba mi
mano. 173
»Es el Grial, Gabriel. Estoy hablando del maldito Grial.
»Había sido un idiota con ella y lo sabía. La muerte de Justice pesó mucho
y estaba cansado y borracho. Pero esa no era toda la verdad. La verdad era que, la
visión de mi vieja amiga había desenterrado una avalancha de recuerdos que creí
enterrados durante mucho tiempo. Y ahora el pasado estaba resurgiendo, al igual
que los Muertos.
»¿Para qué diablos quería Danton a ese chico?
»El sol ennegrecido se había ocultado por debajo del horizonte, y la nieve
caía pesadamente a medida que cabalgaba hacia los bosques muertos hacía mucho
tiempo. Conseguí encender mi linterna, la colgué de la silla de Jez. Pero sabía que
estábamos a un tropiezo de que se repitiera el funeral de ayer.
»—Podría ser el momento de dar por terminada la noche, chica.
»Entonces, un sonido atravesó la tormenta. Parpadeando la nieve de mis
ojos, incliné la cabeza. Juro que un disparo de una pistola con llave de rueda.
Siguió otro sonido, una larga nota alta y amortiguada, del tipo que una vez me
habría llevado con alas plateadas a las fauces del infierno. Y recordé a Chloe en el
pub anoche. Un rifle en su hombro. Y un cuerno adornado con plata en su cinturón.
»—Mierda —siseé.
»Le di una palmada a Jez en la grupa y estábamos subiendo a toda prisa por
la ladera irregular. La yegua no era ágil, pero tenía agallas, galopando
precipitadamente hacia la oscuridad. Escuché el cuerno una vez más, la adrenalina
agriando mi lengua, un torrente de recuerdos de las noches en San Michon: el voto
en mis labios, mis hermanos a mi alrededor, amor por mi escudo y fe en mi espada.
»«Y a los ojos de Dios y sus Siete Mártires, hago aquí un voto; deja que la
oscuridad sepa mi nombre y desesperación. Mientras arda, yo soy la llama.
Mientras sangre, yo soy la espada. Mientras peque, yo soy el santo.
»Y yo soy la plata».
»Escuché un grito distante, vi la torre de vigilancia en ruinas alzándose ante
mí. Formas oscuras moviéndose hacia ella a través de la madera muerta, ojos sin
vida y colmillos afilados. El cuerno volvió a sonar, una nota afilada como plata
elevándose por encima de las pisadas de los Muertos. Porque los Muertos estaban
aquí, y corrían rápido, al menos una docena de condenados atraídos hacia las
figuras que ahora veía a través de la nieve cayendo.
»Saqué a Ashdrinker en una mano, mi otro puño envuelto en las riendas de
Jez.
»Gabriel, ¿dónde e-estamos? 174
»—Estamos en una mierda, Ash —siseé.
»Ohhh. Entonces ¿solo otro día, otro d-día?
»Podía ver a Chloe parada en la base de la torre en ruinas, espada en mano,
cortando a un condenado aproximándose como un leñador a un árbol. Luchaba con
toda la furia del infierno, pero después de todo era una monja, y esa espada era
demasiado grande para ella. El trovador estaba a su lado, su rastrojo cubierto de
nieve, una marca en llamas en una mano y una hoja larga de acero en la otra. Detrás
de ellos, presionado contra las paredes rotas de la torre, estaba el chico Dior. Tenía
una daga plateada en el puño, un cigarrillo sin encender colgando de sus labios y
una rabia helada en los ojos.
»—¡Retrocedan, bastardos impíos! —gritó el trovador.
»—¡Chloe! —grité.
»No tenía ni idea de dónde estaban la muchacha ossiani o su leona, ni el
sacerdote anciano. Pero estos tres estaban en la mierda más profunda. El trovador
era rápido con esa antorcha suya, atrapó a un condenado en el cráneo y le prendió
fuego en la cabeza con un grito de triunfo. Chloe arremetió con su espada larga
contra cualquier cosa que se acercara demasiado, y el acero plateado rasgó la carne
muerta como paja podrida. Pero eran demasiados condenados.
»Jez era valiente o estúpida, o simplemente se movía demasiado rápido para
reducir la velocidad. Chocamos con uno de los condenados, y lo derribamos. Pero
cuando los otros Muertos se volvieron hacia nosotros y desplegaron sus colmillos
rancios, la yegua perdió el valor, encabritándose con tanta fuerza que casi me
derribó.
»Ashdrinker al menos ahora parecía tener la cabeza en el juego.
»No es un caballo de guerra, jodido idiota, en nombre de los dioses, ¿a qué
juegas?
»Me solté de los estribos a patadas justo cuando otro condenado vino hacia
mí desde la oscuridad. La sed estaba de vuelta en mí, la luz de la linterna salvaje y
estroboscópica. Esta era una mala apuesta y lo sabía, pero ahora no tendría más
remedio que rodar con fuerza o morir.
»—¡Gabe, cuidado! —rugió Chloe.
»¡Detrás! advirtió Ashdrinker.
»Me giré a tiempo para defenderme de las manos con garras, el sangre fría
agitándose a medida que le rasgaba el pecho. Incluso con probabilidades como
estas, no estaba sin un truco o tres. Rompí el sello de un frasco de vidrio y lo arrojé.
Dos condenados se derrumbaron en una explosión de plata cáustica, su piel
ennegrecida, sus ojos burbujeando mientras la bomba de plata rasgaba el aire.
175
»Estos solo eran Muertos neófitos, pero suficientes hormigas pueden matar
a un león. Ashdrinker susurró una advertencia cuando otro condenado se abalanzó
a través de la oscuridad: un anciano con cabello ensangrentado. Este tipo debía
haber muerto en su cama, rodeado de seres queridos. En cambio, terminó debajo
de una torre rota al sur del Ūmdir, su cabeza navegando libremente cuando mi
espada destelló en la oscuridad. Lancé un frasco de agua bendita, escuché otro
repique del cuerno de Chloe cuando el vidrio se rompió y la carne del Muerto
chisporroteó.
»Un hombre de ojos desorbitados y manos ensangrentadas pasó junto a la
antorcha del trovador y golpeó a Chloe desde un costado. Ella gritó, la hoja de
acero plateado volando de su mano, gritando cuando la cosa hundió sus colmillos
en su brazo.
»—¡Chloe! —gritó Dior.
»—¡Hermana! —rugió el trovador.
»El hombre se abalanzó para salvarla, solo para que otro condenado lo
golpeara por la espalda. Dior recogió la antorcha caída, y apuñaló al sangre fría
que se agitaba. Un grito desalmado de dolor resonó en el bosque cuando el
monstruo se incendió, sus brazos agitándose a medida que caía, y a medida que
observaba con asombro, el chico giró la antorcha entre sus dedos y encendió su
maldito cigarrillo. Arrojé mi último vial de agua bendita, vacié mi pistola en la
cara de otro condenado. Pero con tantos enemigos, mi sed ardiendo con más fuerza,
estaba comenzando a sospechar que podríamos estar jodidos.
»Y entonces, escuché un susurro. Vi un destello de azul medianoche, una
cinta roja. Un condenado se derrumbó sin cabeza, otro retrocedió convulsionando,
vapor carmesí alzándose de sus ojos. Una figura se movía ahora entre los
monstruos, aguda como el viento del norte, rápida como un rayo en una tormenta
del Mar Eterno. Largo cabello negro y una espada roja, cortando a los condenados
como una dosis de medicina mala.
»¡N-no te quedes ahí asombrado, Gabriel, lucha!
»Me puse en ello, atacando a los sangre fría mientras esta recién llegada
destellaba entre los árboles muertos, dispersando a los condenados como pétalos
de flores alrededor de sus pies. Y cuando despachamos al último de los monstruos
juntos, supe qué tipo de monstruo era.
»La sangre noble estaba ahora entre los cadáveres esparcidos. Sin sudar. Sin
respirar. Iba vestida con una levita roja larga y cueros negros, una camisa de seda
abierta en su pecho desnudo y blanco como el hueso, el cuello envuelto en un
pañuelo de seda roja. Tenía el cuerpo de una doncella, aunque sabía que no era
nada parecido. La espada en su mano era tan alta y elegante como ella, reluciente
de rojo y goteando sobre la nieve ensangrentada a sus pies. Su cabello era del negro
azulado de la medianoche, cayéndole hasta la cintura, separado como cortinas de 176
los ojos de una cosa muerta. Pero su rostro estaba cubierto con una máscara de
porcelana pálida, pintada como una madame en la corte de invierno: labios negros
y ojos oscuros de kohl.
»Miré por encima del hombro a una Chloe que estaba jadeando y sangrando.
»—¿Está contigo?
»—Dios Todopoderoso, no —respondió ella, recuperando su espada caída.
»La recién llegada le ofreció una mano esbelta a Dior. Su voz era suave
como el humo de una pipa, pero habló con un extraño ceceo sibilante.
»—Ven con nosotrosss, niño. O muere.
»Cuidado con ésta, Gabriel. Se s-siente… mal.
»El susurro de Ashdrinker sonó en mi mente mientras me interponía entre
la vampiresa y los demás. Por primera vez, la sangre noble volvió los ojos hacia
mí. Sus iris estaban blanqueados como lino viejo. El aire a nuestro alrededor estaba
helado, mi aliento derramándose sobre mis labios en nubes pálidas.
»—Retrocede —le advertí.
»—Hazzzte un lado —ordenó ella, suave y venenosa.
»Pero incluso cuando su voluntad cayó sobre mis hombros como plomo, me
mantuve firme.
»—He cazado a los de tu especie desde que era niño, sanguijuela. Vas a
tener que esforzarte más que eso.
»Entonces, sus ojos vagaron por mi cuerpo, deteniéndose en la hoja rota en
mis manos.
»—Escuchamosss que estabasss muerto, sssanto de plata.
»—¿Quiénes escucharon eso, perra impía?
»La sangre noble resopló en voz baja, como si hubiera dicho algo divertido.
Volvió a mirar a Dior con sus ojos muertos, sus uñas afiladas brillando mientras le
hacía señas.
»—Ven con nosssotrosss, much…
»Una luz feroz atravesó los árboles. Fantasmal y brillante. Mirando por
encima de mi hombro, vi al anciano sacerdote tropezando hacia nosotros, la rueda
que había llevado alrededor de su cuello ahora en su puño. Sostenía el símbolo
sagrado en alto, escupiendo las escrituras como un marinero escupiendo
maldiciones.
»—¡He venido a ti como león entre corderos! 177
»La luz se derramaba de su rueda como si fuera una linterna con espejos.
La sangre noble se estremeció cuando la golpeó, sus pálidos ojos muertos se
entrecerraron ante la llamarada. Me quedé asombrado por un momento,
recordando las noches en las que mi fe brilló tanto como la de este sacerdote,
cuando la vista de la tinta en mi piel era suficiente para dejar ciegos a los Muertos.
Y mientras el anciano corría hacia nosotros, un rugido resonó en el bosque. Vi a
esa leona roja de la taberna en la oscuridad, con el rostro lleno de cicatrices y
retorcido a medida que enseñaba sus colmillos. La cazadora ossiani corría por la
nieve detrás, con un yelmo con astas en la cabeza y esa hermosa hacha de batalla
en los puños.
178
»Al ver a la leona, la luz del sacerdote ardió más, la sangre noble siseó. Su
mirada pálida aún estaba fija en Dior, pero el miedo a ese hombre santo estaba
venciendo su voluntad, el frío en el aire desvaneciéndose a medida que el sacerdote
finalmente entraba en el claro, con la rueda en alto.
»—¡Te destierro! —gritó el anciano—. ¡En nombre del Todopoderoso,
aléjate!
»—Sssacerdote missserable —escupió la cosa, con la mano levantada a
contraluz—. Tú…
»—¡Y os digo, hijos míos, yo soy la luz y la verdad! —El anciano dio un
paso adelante con la rueda en su puño arrugado—. ¡No tienes ningún poder aquí!
»Otro siseo escapó de detrás de esa fría máscara pintada. La leona rugió una
vez más, cargando más cerca, y el cuerpo de la sangre fría pareció temblar en sus
bordes. Y cuando la bestia saltó hacia ella, con las garras extendidas, la vampiresa
se rodeó con el abrigo y se disipó en una tormenta de alas diminutas: un millar de
polillas rojo sangre desplegándose en la oscuridad y desvaneciéndose en la nieve
cayendo.
»Tragué pesado, el sabor a polvo y huesos en mi boca.
»Se terminó.
»Miré alrededor de la reunión. Chloe se aferraba el brazo donde el
condenado la había mordido, con el rostro retorcido de dolor. El trovador se
arrodillaba a su lado, pálido de preocupación. La cazadora me miró fijamente, su
hacha resplandeciendo a la luz de la vieja rueda del sacerdote.
»Pero yo solo tenía ojos para el chico. Estaba agachado en el lodo, su
antorcha ardiente aún sostenida en un puño con los nudillos blancos, un cigarrillo
humeante colgando de sus labios. 179
»Malnacido lastre de mierda, casi n-nos mataron. ¿Qué en los nombres de
los dioses…?
»Deslicé a Ashdrinker en su vaina para calmarla. Observé al muchacho de
arriba abajo. No parecía haber nada particularmente extraño en él. Pero aun así, y
a pesar de lo que mi espada podría haber dicho, no era tonto.
»—Entonces, ¿cuál es tu maldita historia?
»—No digas nada, Dior —advirtió la mujer del clan.
»—No tenía planes de hacerlo, Saoirse —respondió el chico, frunciéndome
el ceño.
»—Hermana, ¿estás bien? —El joven trovador se arrodillaba junto a
Chloe—. ¿Es profundo?
»—Está bien, Bellamy —respondió ella, levantándose la manga empapada
de sangre—. Un rasguño.
»Una mirada me dijo que la herida era todo lo contrario a eso. El bíceps de
Chloe estaba sangrando por una mordida cruel, la piel ya estaba magullada por la
fuerza impía de ese monstruo.
»—Las bocas de los condenados están plagadas de podredumbre —dije—.
Eso se agravará si no lo tratamos. Tengo un kingshield y gut en mis alforjas.
También licor puro.
»Dior dio una calada al humo.
»—Odiaríamos separarte de tus juergas, héroe.
180
»—Es alcohol medicinal, muchacho. Tendrías que ser tan denso como la
mierda de cerdo para beberlo.
»—Y eres tan fluido como un río, ¿no?
»—Mira, ¿quién carajo eres tú?
»—¿Quizás las presentaciones puedan esperar? —Chloe hizo una mueca,
señalando hacia la tormenta y carnicería que nos rodeaba—. A pesar del hedor de
los cadáveres desmembrados, aquí está empeorando.
»—Una mujer valiente disfruta del beso salvaje en su piel, hermana —dijo
la cazadora.
»—Y un sabio debe ser optimista —sonrió el sacerdote.
»El trovador señaló con la cabeza la torre en ruinas.
»—Vamos a refugiarnos dentro.
»La compañía reunió sus pertenencias, y el libertino ayudó a Chloe a
ponerse de pie mientras yo iba a buscar a Jezabel. Encontré a la yegua a unos
cientos de metros de distancia, al abrigo de un olmo desnudo. Le di una palmadita
suave y una revisión minuciosa, pero afortunadamente no parecía estar peor por el
desgaste. Y tomando sus riendas, la conduje de regreso a la torre.
»Al acercarme, pude ver mejor las ruinas: tres pisos de piedra oscura,
coronados por almenas rotas. Las paredes estaban llenas de líquenes viejos y
hongos nuevos, y el mortero se convertía en polvo. Se había mantenido en pie
durante siglos, al menos casi todo: construido por sūdhaemis cuando Elidaen aún
tenía cinco reinos enfrentados, y San Michon comenzó su cruzada para llevar la
Fe Única a todos los rincones de la tierra.
»La compañía estaba reunida dentro, protegida de la lluvia lo mejor que
pudieron. La cazadora fruncía el ceño en las sombras, líneas gemelas entretejidas
estaban grabadas desde su frente a su mejilla derecha, apartando el cabello
trenzado de su rostro mientras la leona se enroscaba sobre sus pies. Dior estaba
limpiando la nieve de su fino abrigo robado. El sacerdote y el libertino se reunían
alrededor de Chloe y le limpiaban el brazo ensangrentado. Ahuyenté al par, me
arrodillé junto a mi vieja amiga y coloqué una pequeña botella de licor puro y un
frasco de polvo amarillo pálido sobre la piedra.
»—Esto arderá como las mallas de una ramera cuando la flota esté en la
ciudad —advertí—. Pero es jodidamente mejor que una gangrena.
»—Merci, mon ami —asintió Chloe.
»Me dediqué a la herida, mis manos rápidas y seguras, lavando y
esterilizando mientras Chloe siseaba en suave agonía.
»—De acuerdo, entonces, ¿quiénes son ustedes? ¿Aparte de una piedra 181
imán para los Muertos?
»—A-amigos. —Chloe hizo una mueca.
»—Elegidos —respondió la cazadora.
»—Creyentes —murmuró el sacerdote.
»—Oh, benditos Siete Mártires —suspiré.
»—Mi nombre es Bellamy Bouchette —declaró el joven libertino con una
reverencia pequeña—. Trovador, aventurero, amante de las mujeres y cantor de los
emperadores. —Apartó los húmedos rizos castaños de sus brillantes ojos azules—
. Es un placer conocerte, santo de plata. He oído cantar tus hazañas desde Asheve
hasta las orillas del Mar Madre. Temo que tu leyenda no… hace justicia en
absoluto a tu realidad.
»Oui, pensé para mí. Definitivamente un idiota.
»—Este es el buen padre Rafa Sa-Araki —dijo Bellamy, asintiendo al
sacerdote sūdhaemi—. Erudito, astrólogo y miembro devoto de la Orden de San
Guillaume. Nunca hubo un hombre bajo el cielo más necesitado de que le tocaran
su laúd profesionalmente, pero en realidad, es un tipo espléndido bajo la represión.
»El anciano sacerdote habló con una voz que habría sonado como música
en cualquier púlpito en la tierra.
»—Chevalier, gracias por tu ayuda. Que los Siete Mártires te bendigan.
»—Nuestra carnicera, panadera y fabricante de candelabros residente —
dijo Bellamy, señalando a la muchacha ossiani—. Madeimoselle Saoirse á Rígan.
Por cierto, es terrible para hornear y las velas, pero su habilidad para la carnicería
lo compensa con creces. Su compañera de cuatro patas es Phoebe. Aconsejaría no
intentar acariciar a la pequeña bribona si te gustan tus dedos.
»La muchacha me miró fijamente, con las manos en el hacha, mientras la
leona se lamía el hocico.
»—A nuestra buena sœur Sauvage, ya la conoces —continuó Bellamy—.
Lo que deja al más joven de nuestra banda. —El trovador señaló al chico de cabello
ceniciento—. Gabriel de León, te presento a Dior Lachance, Príncipe de los
Ladrones, Señor de los Mentirosos y un pequeño bastardo incorregible.
»—Te olvidaste, hijo de puta —murmuró el chico alrededor de su humo.
»—Dior, un caballero nunca se refiere a una dama ejerciendo un oficio
honesto como una puta.
»—Mi madre no era una dama. Y no eres un caballero, Bellamy.
»—Me hieres, monsieur —sonrió el tipejo, alzando su sombrero estúpido. 182
»Terminé de limpiar la herida de Chloe, con una aguja de acero entre mis
dientes mientras buscaba mi carrete de tripa.
»—Así que, ahora tengo sus nombres. Pero aún no sé quiénes carajo son.
—Eché mis ojos sobre el grupo, posándome por último en el chico—. Tú en
particular.
»—N-no soy nadie especial.
»—¿En serio? —Miré a Chloe, con la esperanza de cortar la mierda—.
Alguien vino a Dhahaeth en busca de Monsieur Nadie Especial después de que se
fueran. Y habrían arrasado con esa ciudad como una dosis de sarna si no hubiera
estado allí para detenerlos.
»—Se los dije. —Saoirse miró alrededor del grupo—. Phoebe pudo olerlos
a kilómetros de distancia. Hemos tenido sangres frías en nuestro camino desde
Lashaame.
»—Este no solo era un sangre fría —respondí—. Este era Danton Voss.
»—¿Quién?
»—Dulce Madre Doncella, malditos idiotas, no tienen ni puta idea de lo que
están haciendo, ¿verdad?
»—Cuidado con tu lengua, santo de plata —escupió la muchacha.
»—Danton Voss es el heredero más joven de Fabién. Un descendiente
directo del vampiro más poderoso que camina por la tierra. Si el Rey Eterno quiere
que encuentren a alguien, Danton es el hijo al que envía, y aún no le ha fallado a
su padre. —Miré a Chloe con el ceño fruncido a medida que comenzaba a coserle
el brazo sangrante—. ¿Quieren decirme qué hicieron para que el Rey Eterno
pusiera a su sabueso más fiel en su cola?
»—Por los Siete mártires. —Chloe hizo la señal de la rueda—. La Bestia de
Vellene.
»—Lo despaché —dije, aún sin creerlo—. Pero solo porque vino a esos
muros durante el día y me encontró a mí en lugar de a ustedes. ¿Por qué una criatura
tan vieja como Danton se arriesgaría así, Chloe? ¿Es por esta tontería del Grial que
escupiste anoche?
»El grupo miró a Chloe, horrorizado.
»—¿Le dijiste? —siseó Saoirse.
»—No todo. —Chloe miró alrededor de la compañía, haciendo una mueca
cuando la cosí—. Pero para empezar, Gabe fue el hombre que me puso en este 183
camino. Hace años. Y Dios lo trajo a nosotros por una razón. Es el espadachín más
grande de la Orden de Plata que jamás haya existido.
»—Hermana, hasta ahora la Orden de Plata ha hecho un montón de buenos
espadachines.
»—Saoirse, lo necesitamos.
»—¿Por qué?
»—Porque la Bestia volverá. Y la próxima vez vendrá por la noche.
»—¿Qué quiere Voss con este chico? —exigí—. Es jodidamente seguro que
no tiene nada que ver con los putos cuentos para niños.
»—El Grial no es un cuento para niños, santo de plata —dijo el padre Rafa,
limpiando la suciedad de sus gafas—. «De la copa sagrada viene la luz sagrada;
el mundo enderezado por la mano consagrada. Y de los Siete Mártires, tras su
mirada, el hombre simple verá esta noche sin fin terminada.
»Miré a Chloe.
»—¿Ahora estamos recitando poesía de mierda?
»—No es un simple poema —respondió el sacerdote.
»—Gabe, es una profecía —dijo Chloe—. El Rey Eterno. La Legión Sin
Fin. La muerte de los días. El Grial puede acabar con todo eso.
»—Este no es uno de los libros de tu biblioteca, Chloe. Pensé que ya habrías
superado esa mierda. Malditos locos, será mejor que uno de ustedes empiece a
hablar con franqueza.
»—La copa de la sangre del Redentor puede acabar con esta oscuridad —
insistió el sacerdote.
»—Puras mierdas —espeté—. ¡La copa ha estado perdida durante siglos! E
incluso si la tuvieran, hay diez mil Muertos acumulados al norte de Augustin.
Nordlund se ha ido. ¡Al norte de Dílaenn, los lores de sangre han destrozado el
imperio! ¿Cómo se supone que una maldita copa puede arreglar eso?
»—Porque contiene la sangre del Redentor. El propio hijo de Dios, que
murió en…
»—Ahórramelo, Dios-molesto.
»—Gabriel, pregúntate esto —dijo Chloe—. Si el Grial es una tontería, si
la profecía es tan absurda, ¿por qué el Rey Eterno tiene a su hijo persiguiéndonos?
»—¡Maldita sea, no lo sé! ¿Qué tiene que ver el Grial con alguno de
ustedes?
184
»—Él sabe dónde está.
»Miré a la cazadora, quien me observaba como un halcón observa a una
liebre. Sus trenzas rubias rojizas colgaban alrededor de sus ojos a medida que me
veía, su mirada finalmente parpadeando hacia Dior mientras la nieve bailaba en el
aire afuera.
»—El mocoso —dijo—. Él sabe dónde está.
»Miré al muchacho. Dior lanzó una mirada acusadora a la cazadora, después
a Chloe.
»—¿Sabes dónde está el Grial? —exigí.
»El chico se encogió de hombros, soltando una columna fina de humo gris
de sus labios.
»—El cáliz de plata de San Michon —me burlé—. La copa que los
Cruzados llevaron ante ellos mientras luchaban en las Guerras de la Fe, y forjaron
los cinco reinos en un solo imperio.
»El chico aplastó su cigarrillo de raíz bajo el talón.
»—Eso es lo que dicen los Testamentos.
»—Está jodiéndolos —escupí, mirando a Chloe con el ceño fruncido.
»—No, Gabe. —Chloe hizo una mueca cuando envolví su herida—. Él sabe
dónde está el Grial. Y el Rey Eterno sabe que él lo sabe. ¿Por qué si no nos
perseguiría la Bestia de Vellene?
»Me quedé mirando al chico, mis pensamientos en guerra en mi cabeza.
Este parecía el tono más oscuro de la locura. El tipo de podredumbre que los jinetes
del púlpito dicen a los niños cuando tienen miedo a la noche. No había ningún
hechizo mágico, ninguna profecía sagrada que pusiera fin a esta oscuridad. Este
era nuestro aquí y ahora, y nuestro para siempre.
»Pero aparentemente Fabién Voss lo creía. Y si el Rey Eterno estaba lo
suficientemente desesperado como para enviar a sus propios hijos a cazar a este
chico…
»Chloe se puso de pie con una mueca, flexionando su brazo vendado,
susurrando las gracias. Y tomando mi mano gentilmente, me apartó para que los
demás no oyeran.
»—Esta es una misión de tontos, Chloe Sauvage.
»—Entonces llámame tonta, Gabriel de León.
»—Te llamaré así y más. ¿A dónde planeas llevar a este montón de
pendejos? 185
»—San Michon.
»—¿San Michon? ¿Has perdido la cordura? ¿Vas a llevar a estos jodidos
niños a Nordlund? Nunca llegarán al monasterio antes de que se establezca el
invierno. Danton va a encontrarlos, y cuando lo haga…
»—Gabriel, te necesito. Ya te lo dije, que nos volviéramos a encontrar no
es por accidente. Que nos encontráramos después de todos estos años, en medio
de toda esta oscuridad… tienes que ver la mano del Todopoderoso trabajando aquí,
tu…
»—Maldita sea, Chloe, dame un respiro. Has estado chillando la misma
melodía desde que Astrid te arrastró a esa biblioteca hace diecisiete años.
»Su ceño se oscureció.
»—Entonces, ojalá estuviera aquí. Azzie siempre pudo hacer que tu
testarudo trasero tonto de niño bonito entrara en razón.
»Me reí entre dientes por los insultos, sin poder evitarlo. Rascándome la
barbilla con pesar.
»—Al parecer, hacer que su esposo entre en razón es el destino de toda
esposa.
»Los ojos de Chloe se abrieron de par en par.
»—¿Están… casados?
»Levanté la mano para mostrar el anillo de plata en mi dedo.
»—Once años.
»—Oh, Gabriel —susurró—… ¿Hijos?
»Asentí, mis ojos brillantes.
»—Una hija.
»—Dulce Redentor. —Las manos manchadas de sangre de Chloe se
deslizaron sobre las mías—. Oh, Dios misericordioso en el cielo, Gabe, estoy tan
feliz por los dos.
»Entonces pude ver la alegría pura en su sonrisa. El tipo de alegría que solo
sienten los amigos más verdaderos, al saber que sus amigos también han
encontrado la alegría. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Y recordé el buen corazón
que tenía, Chloe Sauvage. Mejor que el mío.
»Y luego su sonrisa murió lentamente. Sus hombros se hundieron, y miró
por encima a su pequeña banda, ensangrentada y sola en la oscuridad. Pude ver el
camino por delante en sus ojos. Los páramos devastados por la guerra de Ossway. 186
El infierno estéril de Nordlund más allá. El mar creciente de oscuridad en el que la
luz de la humanidad se apagaba como una vela, que pronto se extinguirá por
completo.
»Chloe bajó la cabeza.
»—No puedo pedirte que arriesgues todo eso.
»Soltó su agarre, mis manos tatuadas dejando las suyas.
»—Saluda a Azzie de mi parte. Dile… dile que estoy feliz por ella. —Chloe
sorbió y tragó pesado, sus rizos empapados cayendo sobre sus mejillas pecosas—
. Adiós, mon ami.
»Y se volvió para alejarse.
»—Chloe.
»Me miró con una ceja levantada. Abrí la boca para hablar, sin saber aun lo
que diría. Y por un momento pareció que todo estaba en equilibrio sobre el filo de
un cuchillo. Esos momentos ocurren solo una o dos veces en la vida. Pude ver dos
caminos, a cada lado de la hoja. Uno en el que ayudaba a esta vieja amiga mía. Y
uno donde la dejaba morir.
»—Puedo viajar con ustedes por un rato. Al menos, dejarlos en el Volta.
»—Gabe, no puedo pedirte que hagas eso.
»—No lo pediste. Por eso lo estoy ofreciendo. —Miré alrededor de la
compañía harapienta, mis ojos fijos en Dior—. ¿Quién soy yo para interponerme
en el camino de la divina providencia?
»—Pero Astrid… tu hija…
»—Ellas lo entenderán. Volveré con ellas lo suficientemente pronto.
»Vi que mis palabras se hundieron, el pecho de Chloe se hinchó, todo el
peso que había estado cargando se levantó de sus hombros. Un sollozo se deslizó
por sus labios, sofocado de inmediato por una sonrisa feroz. Me rodeó los hombros
con sus brazos, tan cortos que tuvo que dar un salto. Intenté no reírme cuando me
apretó con fuerza, llevando sus labios a mi mejilla.
»—Eres un hombre bueno, Gabriel de León.
»—Soy un bastardo, eso es lo que soy. Ahora deja de besarme. Mierda por
favor, eres una monja.
»Chloe soltó su abrazo. Pero aun así, me dio un último apretón en la mano,
y toda la luz y vida brillaron una vez más en sus ojos, justo como cuando éramos
jóvenes. Miró hacia el techo de esa torre rota, las lágrimas corriendo por sus
mejillas. Y puso su mano sobre la estrella de siete puntas alrededor de su garganta
y susurró: 187
»—Alabado sea Dios Todopoderoso.
»Pude ver su alegría, el alivio de la fe recompensado y esa fe misma, intacta
por el trabajo o el tiempo. Y por un momento breve, la envidié más que a nadie
que hubiera conocido.
»—¿Cuál es su nombre?
»—¿Qué?
»—Tu hija —instó Chloe—. ¿Cuál es su nombre?
»Respiré hondo, pasándome el pulgar por los nudillos.
»—Patience.
—No —dijo el vampiro.
Gabriel alzó la vista.
—¿No?
—No, De León, esto no servirá.
—¿No lo hará? —replicó Gabriel, arqueando una ceja.
—No servirá. —Jean-François agitó la pluma como si estuviera molesto—
. La última vez que la mencionaste, esta chica Rennier no era más que una hermana
novicia en el monasterio que te entrenó, ¿y ahora me entero de que se convirtió en
tu esposa? ¿La madre de tu hija? La voluntad de mi emperatriz es conocer toda tu
historia.
Gabriel metió la mano en sus pantalones maltratados, y rebuscó bajo la
mirada del monstruo. Finalmente, sacó un real deslustrado de su bolsillo.
—Toma.
—¿Para qué es eso? —preguntó Jean-François.
—Quiero que lleves esta moneda al mercado, y me compres un me importa 188
un carajo.
—Así no es cómo se cuentan las historias, santo de plata.
—Lo sé. Pero espero que el suspenso te mate.
—Nos llevarás de vuelta. De vuelta a las murallas de San Michon.
—¿Lo haré?
El sangre fría levantó el vial de sanctus entre el índice y el pulgar.
—Lo harás.
Gabriel se quedó mirándolo durante un largo momento silencioso. Su
mandíbula se crispó, y se aferró a los apoyabrazos de su silla con tanta fuerza que
la madera crujió. Por un segundo pareció que podría levantarse, atacar, librar el
odio terrible que se agitaba profundo y oscuro detrás de sus ojos. Pero el marqués
Jean-François del linaje Chastain no se inmutó.
Gabriel miró fijamente a los ojos del vampiro. Su mirada desviándose hacia
el frasco entre esas yemas de los dedos afilados. El himno de sangre todavía estaba
agudo en él, pero eso no significaba que su sed estuviera saciada. Una pipa no era
suficiente.
Nunca había sido suficiente, ¿verdad?
La verdad era que, no sabía si estaba listo para regresar. Reacio a desenterrar
los fantasmas del pasado. Ellos también tenían hambre. Encerrados dentro de su
cabeza, la puerta oxidada cerrada por el largo desuso. Si la abriera…
—Si voy a regresar a San Michon —declaró finalmente—, necesitaré un
trago.
Jean-François chasqueó los dedos. La puerta se abrió de inmediato, la mujer
esclava apareció expectante en el umbral. Su mirada en el piso, sus finas trenzas
rojas cubriendo sus ojos.
—¿Qué desea, amo?
—Vino —ordenó el vampiro—. Creo que, Monét. Trae dos copas.
La mujer miró al chico Muerto a los ojos, y un rubor repentino asomó a sus
mejillas. Se dejó caer en una reverencia baja, sus largas faldas negras susurrando
a medida que se alejaba apresuradamente. Gabriel la escuchó alejarse por una
escalera de piedra y miró hacia la puerta ahora abierta. Débiles sonidos de vida se
elevaban desde el castillo debajo: pasos pesados, un arranque de risa, un débil grito
gorjeante. Gabriel contó diez pasos desde su silla hasta la puerta. Una gota de sudor
le corría entre los omóplatos.
Vio que Jean-François estaba ahora ilustrando la compañía del Grial. El 189
padre Rafa en su túnica, la rueda alrededor de su cuello, las advertencias del
sacerdote resonando en la cabeza de Gabriel. Vio a Saoirse con sus trenzas y
mirada cazadora, la leona Phoebe a su lado como una sombra roja. Bellamy con su
gorra de libertino y sonrisa fácil, y al frente, la pequeña Chloe Sauvage, con su
espada de acero plateado y mejillas pecosas y toda la esperanza del mundo
resplandeciendo en sus ojos mentirosos.
El vampiro alzó la vista.
—Ah, espléndido…
La esclava estaba en la puerta, sosteniendo una bandeja de oro. Sobre ella
había dos copas de cristal, junto a una botella de fino Monét de los viñedos de
Elidaen. Una cosecha como esa era tan rara como la plata en estas noches. La
fortuna de un emperador en un cristal verde polvoriento.
190
La esclava colocó las dos copas sobre la mesa, y sirvió una ración generosa
en la de Gabriel. El vino era rojo como la sangre del corazón, su perfume un
cambio vertiginoso de la paja mohosa y el hierro oxidado. La segunda copa
permaneció vacía.
Jean-François le tendió la mano, sin decir palabra. El santo de plata observó,
con la boca seca, cuando la mujer se arrodilló junto a la silla del monstruo. Tenía
las mejillas enrojecidas, y el pecho agitado cuando puso su mano en la de él. Una
vez más, a Gabriel le llamó la atención la idea de que ella parecía lo
suficientemente mayor para ser la madre del vampiro, y su estómago podría
haberse agriado ante la mentira de todo eso si no fuera por el pensamiento y la
emoción de lo que estaba por venir.
El vampiro miró a Gabriel mientras levantaba la muñeca de la mujer a sus
labios.
—Perdón —susurró.
El monstruo mordió. La mujer gimió suavemente cuando unas dagas de
marfil se deslizaron a través de su piel pálida y en la carne flexible más allá. Por
un momento, pareció que todo lo que podía hacer solo era respirar, atrapado en el
hechizo de esos ojos, esos labios, esos dientes.
Lo llamaban el Beso, estos monstruos que vestían pieles de hombres. Un
placer más oscuro que cualquier pecado de la carne, más meloso que cualquier
droga. Gabriel podía ver que la mujer estaba ahora perdida, a la deriva en un mar
rojo sangre. Y por horrible que fuera, una parte de él recordó ese deseo, palpitando
ardientemente en sus sienes, entre sus piernas. Podía sentir sus dientes cada vez
más afilados, una punzada de dolor agudo como una aguja mientras presionaba su
lengua contra un canino.
Debajo de su gargantilla de encaje, vio las cicatrices viejas de mordisco en 191
el cuello de la mujer. Su sangre agitándose a medida que se preguntaba dónde más
podría esconder las marcas de sus apetitos. La cabeza de la mujer cayó hacia atrás,
sus mechones largos cayendo por sus hombros desnudos mientras presionaba su
mano libre contra su pecho, sus pestañas revoloteando. Los ojos de Jean-François
aún estaban fijos en Gabriel, estrechándose levemente cuando un jadeo de placer
escapó de sus labios.
Pero entonces el monstruo rompió su beso profano, una cadena fina de
sangre rubí extendiéndose y partiendo cuando apartó la mano de la mujer. Con los
ojos aún fijos en los del santo de plata, el vampiro sostuvo la muñeca abierta de la
esclava sobre la copa vacía y la sangre se derramó, espesa, cálida, carmesí en el
cristal. El olor llenó la habitación, haciendo que la respiración de Gabriel se
acelerara, su boca ahora seca como tumbas. Esperando. Necesitando.
El vampiro se clavó la punta de un colmillo en su propio pulgar y lo presionó
contra los labios de la mujer. Sus ojos se abrieron de golpe y jadeó, succionando
como un bebé hambriento, una mano presionada entre sus piernas mientras bebía.
Cuando la copa estuvo llena, goteando, goteando, goteando, el vampiro levantó la
muñeca herida de la mujer. Y como un anfitrión olvidadizo, se la ofreció a Gabriel.
—¿Podríamos compartirla? ¿Si te place?
Los ojos de la mujer se posaron en los de él, con el pecho agitado y los
dedos rasgueando a medida que bebía. Y Gabriel recordó entonces: el sabor, la
calidez, una oscura dicha perfecta que ningún humo podría igualar. La sed creció
dentro de él, un estremecimiento pulsando desde su entrepierna dolorida hasta las
puntas de sus dedos hormigueantes.
Y entonces hizo todo lo que pudo para sisear con los dientes apretados y
afilados como cuchillos.
—No. Merci.
Jean-François sonrió, lamió la muñeca sangrante de la mujer con una lengua
roja brillante. Quitando su pulgar de su boca, el monstruo habló, espeso y pesado
como el hierro.
—Ahora déjanos, amor.
—Como ordene, amo —susurró ella, sin aliento.
La mujer se levantó con piernas temblorosas, apoyándose en la silla del
monstruo. Con la herida en su muñeca ya cerrándose, se hundió en una reverencia
temblorosa, y con una última mirada lasciva hacia Gabriel, salió de la habitación.
La puerta se cerró suavemente detrás de ella.
Jean-François levantó la copa llena de sangre. Gabriel observó, fascinado, 192
cómo el vampiro la sostuvo contra la luz de la lámpara, girándola de un lado a otro.
Tan roja que era casi negra. Los labios del monstruo se curvaron en una sonrisa,
sus ojos aún en los del santo de plata.
—Santé —dijo Jean-François, deseándole salud.
—Morté —respondió Gabriel, brindando por su muerte.
La pareja bebió, el vampiro tomó un bocado lento, Gabriel bebió toda su
copa de un solo trago. Jean-François suspiró, chupando la hinchazón regordeta de
su labio inferior y mordiendo suavemente. Gabriel tomó la botella y volvió a llenar
su copa.
—Entonces —murmuró Jean-François, alisándose el chaleco—. Eras un
chico de quince años, De León. Un mocoso nórdico de sangre frágil, arrastrado
desde el barro miserable de Lorson hasta las murallas inexpugnables de San
Michon. Hicieron de ti un león. Te hicieron una leyenda. Un enemigo que incluso
el Rey Eterno aprendió a temer. ¿Cómo?
Gabriel se llevó la copa a los labios, y bebió un trago largo. Un hilo de vino
se derramó por su barbilla y, a medida que se limpiaba, miró la corona de calaveras
tatuada en la parte superior de su mano derecha. Esas ocho letras grabadas en sus
dedos.
PATIENCE
—No me hicieron un león, sangre fría —respondió—. Como decía mi
madre, el león siempre estuvo en mi sangre.
Cerró la mano lentamente, y suspiró.
—Simplemente me ayudaron a liberarlo.

193
194
195
»Había pasado medio año desde que juré como iniciado de la Orden de
Plata, y todos los días, fray Greyhand me había trabajado hasta los huesos.
»Como había prometido Aaron de Coste, la arena de desafío era el fuego en
el que me iban a forjar o fundir hasta convertirme en escoria. El baile era diferente
todos los días, y durante meses, fui puesto a prueba por mi maestro o por
ingeniosos dispositivos construidos por los Hermanos del Hogar.
»Estaban los «Hombres Espinosos», un grupo de maniquíes de
entrenamiento en constante movimiento que podían devolver el golpe cuando los
golpeas. «La Trilladora» era una serie giratoria de postes de roble, a diez metros
de la piedra; un resbalón durante un combate significaba que estarías cuidando
huesos rotos durante el resto del día. La carrera de obstáculos cambiante llamada
«la Cicatriz», la carrera de velocidad llamada «la Guadaña», todo diseñado para
hacernos más duros. Más rápidos. Más fuertes.
»El sanctus que me dieron para fumar cada noche despertaba a la bestia
dentro de mí: la fuerza, los reflejos, la agudización de mis sentidos sangre pálida.
Me sentí como una espada que se había guardado en un sótano frío, finalmente
desenvainado al sol. Y, sin embargo, sabía que no era tan inteligente como los
otros chicos a mi alrededor, y nunca lo sería. 196
»Fray Greyhand no mencionó mi herencia de sangre frágil después del
Juicio de Sangre, pero las burlas de Aaron y sus compinches fueron un recordatorio
suficiente. Los iniciados de San Michon iban y venían, paraban días o semanas y
luego regresaban a la caza con sus maestros. Muchos eran de origen noble, lo que
tenía cierto sentido: a los de sangre noble generalmente les gustaba alimentarse
entre la alta sociedad. Pero al final, lo que eso significó para mí fue un flujo
constante de arrogantes engreídos que me miraban por mi nacimiento y mi sangre.
Pendejos, todos. Lo juro, había más idiotas en esos barracones que en un banquete
de soltero de erizos.
»Cuando podía, Aaron hacía compañía a un chico llamado De Séverin, hijo
de un barón de Elidaen. De Séverin tenía ojos oscuros y labios fruncidos; su rostro
me recordaba al de un pez muerto, la verdad sea dicha. El otro compinche de Aaron
era un apuesto hijo noble, de cabello castaño y ojos azules. Había una crueldad en
su mirada; calculé que los sirvientes de la casa de su padre habrían pisado con
cuidado al heredero aparente. Su nombre era Mid Philippe.
Jean-François parpadeó.
—¿Mid Philippe?
—Philippe IV, padre del emperador Alexandre, se sentó en el Trono
Quíntuple durante veinte años. Algunos padres nombran a sus mocosos por los
famosos, con la esperanza de que la fama se contagie. Había tres Philippe entre los
iniciados. Apodamos Lil al más pequeño, Big al más alto y al intermedio, Mid.
—Ingenioso, De León.
—Hay peores apodos que los adolescentes pueden conjurar, créeme. Y
escuché todos. De las dos docenas de iniciados que conocí durante esos seis meses,
solo había un par que no me trataba como una auténtica mierda. Theo Petit, el gran
chico de cabello rubio rojizo que me había defendido de Aaron cuando llegué por
primera vez a San Michon, y un chico ossiani enjuto llamado Fincher. Finch tenía
una cara como un pastel caído y ojos desiguales, uno verde y otro azul. No me
molestaba mucho, pero ponía nerviosos a los otros muchachos.
—¿Por qué? —preguntó Jean-François.
—Superstición. Algunas personas creen que una imperfección como esa te
marca como faekin. Que alguien de tu familia estuvo jodiendo con la gente del
bosque. Pero me gustaba Fincher. Era de linaje Voss, duro como un clavo. Y
dormía con un tenedor de trinchar debajo de la almohada. Incluso lo llevaba al
baño. Estaba loco como un cubo de gatos mojados.
—¿Por qué un tenedor de trinchar?
—Le pregunté lo mismo. «Regalo de mi abuela antes de que muriera», me
dijo, haciéndolo girar entre los dedos. «Plata de verdad, chico». 197
»Pero ni siquiera Finch y Theo eran realmente mis amigos. Simplemente no
me jodían directamente. Todos los demás iniciados del monasterio siguieron el
mismo camino que De Coste. «Campesino». «Chico amante». «Pequeño gatito».
Estos eran los nombres que me llamaban, Aaron, el peor de todos. Gachas de avena
en mis botas. Mierda en mi cama. Toda mi vida no había sido alguien especial, e
incluso allí, entre estos elegidos de Dios, parecía que había sido relegado al fondo
de la pila por lo que era. El nombre mismo hablaba de debilidad.
»Sangre frágil.
Jean-François asintió.
—Difícilmente un comienzo auspicioso, De León.
—No fue nada del otro mundo, sin duda. Entonces, aunque me preguntaba
acerca de mi verdadero padre, quién era y cómo había conocido a mi mamá, no
escribí a casa en absoluto. Mi hermanita Celene me enviaba una carta cada dos
meses, manteniéndome informado de todo lo que sucedía en casa en Lorson. Mi
pequeña diablilla sonaba como si no estuviera haciendo nada bueno, pero no me
hallaba en condiciones de cambiar nada de eso. Tenía mi propia mierda con la que
lidiar. Así que la ignoré.
Gabriel negó con la cabeza.
—Me avergüenza pensar en eso ahora. Pero yo era joven. Joven y tonto.
—Pero, ¿en realidad puede ser cierto? El León Negro, héroe de Augustin,
portador de la Espada Furiosa y asesino del propio Rey Eterno… ¿un condenado
de sangre aguada?
—Algunas personas nacen con suerte, sangre fría. Y algunas personas hacen
las suyas propias.
—¿Seguramente hubo algún lugar en San Michon en el que superaste las
expectativas?
—No al principio. Yo era bueno con la espada. Pero solo porque papá me
había entrenado duro como un muchacho. Me gustaba estar en la arena de desafío.
Me encantó aprender el himno de las espadas que Greyhand nos mostró. El acero
nunca me juzgaba. El acero era madre. El acero era padre. El acero era amigo. Pero
nunca me encontré con nada y descubrí que simplemente era bueno en eso. La
única forma en que brillaba en algo en mi vida era siendo demasiado bastardo
obstinado para renunciar.
—Eres un bastardo, De León, te lo concedo.
—No me gusta perder, sangre fría. 198
—Entonces, el pecado del orgullo te sirve.
—Ves, nunca entendí eso. Por qué el orgullo se considera un mal. ¿Trabajas
duro en algo en lo que no naces bueno? Maldita sea, deberías estar jodidamente
orgulloso. Renunciar no tiene nada que ver con el conocimiento de que no
terminaste.
Gabriel negó con la cabeza.
—Es solo en los cuentos de hadas que todo sale mejor con un hechizo
mágico o el beso de un príncipe. Es solo en los libros de cuentos que un pequeño
bastardo toma una espada y la empuña como si hubiera nacido para ella. ¿El resto
de nosotros? Tenemos que trabajar duro. Y es posible que nunca experimentemos
el triunfo, pero al menos nos atrevimos a fracasar. Nos apartamos de esos cobardes
que susurran al margen sobre cómo los fuertes tropezaron, sin atreverse nunca a
poner un pie en el ring. Los vencedores son personas que nunca se conformaron
con ser vencidas. Lo único peor que terminar último es no comenzar en absoluto.
Y a la mierda con terminar último.
El vampiro miró hacia la noche fuera de la ventana, el imperio se elevaba
más allá.
—Pensé que los de tu clase ya estaban acostumbrados, De León.
—Touché.
—Merci.
—Idiota inteligente.
—Entonces, después de seis meses, ¿aún no eras un santo de la Orden en
toda regla?
—Ni siquiera cerca. Necesitaba completar dos pruebas más antes de que
incluso pudiera terminar los huesos desnudos de mi égida. —Gabriel se pasó las
yemas de los dedos por el brazo izquierdo, sobre los tatuajes plateados—. Este
brazo se tatuaba después de la prueba de la Caza, suponiendo que hayas
sobrevivido. Tu otro brazo se llenaría después de que hubieras matado tu primer
horror con tu propia espada. La prueba de la Espada.
—Entonces, ¿qué ganaste en el Juicio de Sangre?
Gabriel bajó el cuello de su túnica, mostrando un indicio del león rugiente
en su pecho.
—Parece que fue doloroso —reflexionó el vampiro.
—No hizo cosquillas. Pero, como de costumbre, no tenía idea de lo que me
esperaba el día que lo recibí. —Gabriel negó con la cabeza, sonriendo levemente—
. Estaba tan emocionado la noche anterior que no podía dormir. El trabajo de tinta 199
en Greyhand y abad Khalid y los otros santos de plata siempre me había fascinado.
Pero esta iba a ser la primera parte de mi égida. La primera señal verdadera de que
realmente pertenecía allí.
»Cuando entré en la gran catedral de San Michon por la mañana, vi cuatro
figuras esperándome en el altar, bañadas por una luz suave y un canto de coro.
Incluso bajo su velo, reconocí el rostro severo y lleno de cicatrices de Charlotte,
Priora de la Hermandad de Plata. Ella y la hermana que estaba a su lado vestían
hábitos negros, rostros pintados de blanco y siete estrellas rojas pintadas sobre los
ojos. Pero las otras dos figuras vestían las túnicas blancas paloma de las novicias.
La primera era baja, de ojos verdes y pecosa, un rizo rebelde de color marrón ratón
escapaba del borde de su cofia.
—¿Tu Chloe Sauvage, supongo? —preguntó Jean-François.
Gabriel asintió.
—Y al mirar a la chica a su lado, vi pestañas oscuras ahumadas, una ceja
levantada, un punto de belleza al lado de los labios torcidos. Me di cuenta de que
era la hermana novicia que había conocido en los establos el día que elegí mi
caballo. La misma que me había entintado la palma en mi primera misa.
—Astrid Rennier —dijo el vampiro.
—«Quítate la túnica y acuéstate sobre el altar, iniciado», ordenó la priora
Charlotte.
»Hice lo que me dijeron. La hermana novicia Chloe me ató con correas de
cuero, brillantes hebillas de acero, y me estremecí ante el frío de los espíritus que
derramó sobre mi piel. Estas cuatro eran santas mujeres del Priorato de Plata,
esposas o desposadas de Dios mismo, y no me atrevía ni a mirarlas. En cambio,
miré a la estatua del Redentor arriba. Pero aun así, podía sentir a la hermana Astrid
a mi lado, oler el agua de rosas en su cabello, escuchar el suave susurro de su
respiración mientras pasaba una navaja sobre los músculos de mi pecho.
»Había algo increíblemente íntimo en eso. Incluso con otros ojos sobre
nosotros. Su toque era suave como plumas, la presión de sus dedos en mi piel hizo
que se me pusiera la piel de gallina arrastrándose por cada centímetro de mí. Mi
corazón estaba al galope. Y a pesar de mis mejores esfuerzos, descubrí que mi
sangre corría a un lugar en el que no desearía que estuviera.
Gabriel se rio para sí mismo.
—¿Alguna vez has tenido una erección frente a una manada de monjas,
sangre fría?
—No que yo recuerde, no. —Jean-François frunció ligeramente el ceño—.
Aunque es cierto que nunca me he encontrado en la necesidad de una en lo que 200
respecta a las monjas.
—Bueno, no es ideal. Para su crédito, si alguna de las hermanas se dio
cuenta, fueron demasiado amables para llamar la atención. Pensé que tal vez la
emoción del toque de la hermana novicia se desvanecería una vez que la Priora
Charlotte comenzara a clavarme esas agujas en la piel. Pero cuando vi a Astrid
tomar una larga lanza plateada, me di cuenta de que ella misma iba a hacer mi
entintado.
»—Bendita Michon —oró—, Primera de los Mártires, escucha esta oración
con sangre y plata. Ungimos esta carne en tu nombre y ofrecemos a este niño a tu
servicio. Que todas las huestes del cielo den testimonio, y que tiemble toda la
legión del infierno. Dulce madre, dame paciencia. Gran Redentor, dame fuerzas.
Padre Todopoderoso, dame la vista.
»—Véris —respondieron las otras hermanas.
Gabriel negó con la cabeza, suspirando suavemente.
—La sala estaba llena de cantos de coro, pero todo estaba en silencio.
Estábamos rodeados de hermanas del Priorato y, de alguna manera, completamente
solos. Entonces solo había dolor entre esa chica y yo. Dolor y promesa. Su aliento
era fresco sobre mi piel desnuda y sangrante. Sus manos calientes como la luz del
fuego mientras me lastimaba, una y otra vez.
»Pensé que mi estrella de siete puntas era dolorosa, pero fue una dicha de
miel comparada con esto. Trece horas yací en ese altar, bañado por la luz de las
velas y el dolor de las manos de esa extraña y hermosa chica. Fue una agonía. Fue
euforia. Y en algún punto intermedio, ambos se interconectaron. No pude soportar
un momento más. Nunca quise que terminara. Quería que se detuviera, y quería
que siguiera hiriéndome, algo de presión que se soltaba por dentro. El dolor había
sido un castigo cuando era niño. Pero ahora se había convertido en una
recompensa. Bienaventuranza en el tormento. Salvación en el sufrimiento.
»No me di cuenta de que estaba llorando hasta que terminó. Y la hermana
novicia Chloe vertió una medida de lo que se sentía como fuego helado sobre mi
piel sangrante, y Astrid Rennier me habló como un ángel al oído.
»—«Esta es la mano,
Que empuña la llama,
Que ilumina el camino,
Y convierte la oscuridad,
En plata».
El último santo de plata se encogió de hombros.
—Y entonces estuvo hecho. 201
Jean-François siguió escribiendo en su tomo, aunque sus ojos se posaron en
la pequeña y secreta sonrisa de Gabriel.
—¿El diseño tiene alguna importancia?
Gabriel parpadeó con fuerza, como si volviera a ser él mismo. Y lentamente,
asintió.
—La campana de la égida significa el linaje de un santo de plata. De Coste
tenía esa corona de rosas y serpientes, que junto con su habilidad de ponerme de
los nervios lo marcaba como del linaje Ilon. Theo y el abad Khalid llevaban el
escudo roto y el oso rugiente del Dyvok. Los lobos en el pecho de Greyhand eran
del linaje Chastain, lo que explicaba su afinidad con Archer. A menudo pensaba
que ese halcón podía entender cuando le hablaba. Resulta que no me equivoqué.
—Y por eso tienes el león — sonrió el historiador—. Tu querida mamá.
—No tengo linaje de vampiros para llamar mío. No sabía nada de mi padre
ni de lo que mi mamá había sido para él. ¿Su amante? ¿Su víctima? ¿Su esclava?
Pero cualquier incertidumbre que tuviera sobre el vampiro que me había
engendrado, sabía que al menos yo era de ella. Así que me aferré a la verdad que
me había dado cuando era niño. Un día como león vale diez mil como cordero.
Llevaba esa tinta como una armadura. Trabajé más duro de lo que nunca había
trabajado en mi puta vida, sin importar la mierda que tiraran los otros chicos. No
solo en la arena de desafío. Se esperaba que domináramos todo tipo de
conocimiento: la geografía del imperio, los catecismos de la Fe Única y las tácticas
de las grandes batallas. Las perdiciones de los horrores que cazamos, la
preparación de armas químicas: ignis negro, cáustico plateado, chispa infernal y
sanctus, el más importante de todos.
»Nunca me había gustado mucho la escuela. Serafín Talon nos dio lecciones
en la gran biblioteca o la armería, ayudado como siempre por su obediente
asistente, Aoife. La buena hermana era una tutora paciente y no se quedaba atrás
cuando se trataba del arte de la química. Pero Talon era un bastardo, simple y
llanamente. Esa maldita vara de fresno me probó las palmas de las manos más
veces de las que puedo recordar. Cada uno de mis errores se encontró con una
paliza sangrienta y una maldición creativa sobre la mierda en mis venas o la virtud
de mi madre. Pero sus castigos solo me animaron.
»Hice cortes en mi talón para recordar las onzas de azufre en una bomba de
plata de una libra. Cada mañana, pinchaba en las yemas de mis dedos una medida
de baya de sombra para una medida de angelgrace o la cantidad de agua amarilla
en una carga de ignis negro. Todos los días, durante cuatro semanas, me arranqué
los pelos para grabar en mi mente la cantidad de gotas de acebo en una dosis de
sanctus. Cualquier cosa, todo lo que podía hacer para recordar.
—¿Te arrancaste los pelos de la cabeza para recordar una receta?
202
—No mi cabeza.
El historiador miró la entrepierna del santo de plata con una ceja enarcada.
Gabriel asintió.
—Todos los días durante cuatro semanas.
—¿Cuántas gotas de acebo hay en una dosis de sanctus?
—Dieciséis —respondió Gabriel de inmediato.
—Buen Dios Todopoderoso, De León.
—Te lo dije, sangre fría. Algunas personas nacen con suerte. Y algunas
personas hacen las suyas propias. Nunca me habían entregado nada, salvo esta
maldición en mis venas. Pero esta era mi vida ahora. Y si tenía que gastarla entre
estos cazadores en la oscuridad, entonces sería el mejor de ellos, o moriría en el
intento. Y finalmente llegó mi oportunidad para esto último, después de medio año
de sangre, sudor y tinta plateada.
»Un verano frágil había pasado y se había ido en San Michon, y el frío del
invierno estaba en el aire. Estaba entrenando en los Hombres Espinosos, cuidando
un labio partido y un hueso de la mejilla agrietado. El maestro Greyhand estaba
encima de la Trilladora, quejándose a Aaron. Fue alrededor de las campanas del
mediodía cuando las puertas de la arena de desafío se abrieron de par en par y el
abad Khalid entró en el campo de entrenamiento.
»Estaba asombrado por Khalid. Greyhand era un espadachín a la vez agudo
y rápido, pero el abad era una fuerza de la naturaleza. El linaje Dyvok fluía por sus
venas como en las de Theo, y lo había visto entrenando, empuñando espadas
gemelas a dos manos, una en cada empuñadura. Todos los sangre pálida eran
fuertes, pero Khalid era jodidamente aterrador.
»Entró en el círculo de siete estrellas, y Greyhand y Aaron saltaron de la
Trilladora. Los tres nos inclinamos con respeto cuando los ojos verdes de Khalid
se encontraron con los de nuestro maestro.
»—La ciudad de Skyefall se ha visto afectada por una enfermedad. Una
enfermedad debilitante que nadie puede explicar. Quizás brujería. Una maldición
fae, o cultistas de los caídos. Por mi parte, huelo a sangre fría. Pero
independientemente, nuestro emperador Alexandre exige respuestas. Ve con Dios
y los mártires a buscar la verdad.
»Greyhand hizo la señal de la rueda.
»—Por la Sangre.
»Khalid asintió y luego me miró.
»—Haznos sentir orgullosos, Pequeño León. 203
»Archer voló por el cielo, su estridente llamada atravesó el aire. Mi corazón
se hinchó en mi pecho. Después de seis meses de trabajo incansable, finalmente se
me consideró digno de dejar San Michon. La mandíbula orgullosa de De Coste se
tensó. Mientras Khalid giraba sobre sus talones, el maestro Greyhand se volvió
hacia nosotros. Y aunque sus rasgos eran pétreos como siempre, pensé que capté
un atisbo de sonrisa en su voz.
»—Por fin, muchachos —dijo—. Nosotros Cazamos.
»—La hoja de Greyhand se estiró hacia mi garganta, brillando roja a la luz
del fuego. Con un grito ahogado, la giré a un lado, sintiendo la fuerza de su golpe
sacudir mi brazo mientras me hacía caer.
»—Iniciado De Coste —dijo—. Al acechar vampiros, ¿cuál es la Ley
Primera?
»Aaron se apartó del ataque de Greyhand y respondió con una puñalada.
Nuestro maestro se enfrentó a la estocada de De Coste, encerró al muchacho y
esperó su respuesta.
»Llevábamos dos semanas viajando por Nordlund, y la ciudad minera de
Skyefall estaba a un día de viaje. Habíamos acampado en las estribaciones debajo
de él, justo al sur del río Velde. Y como era nuestro ritual nocturno, antes de comer,
nos ganamos nuestra maldita cena.
»—La Ley Primera —jadeó Aaron—. Los muertos no pueden matar a los
Muertos.
»—Bien. ¿Qué significa?
»—No podemos matar a los sangre fría si nos matamos a nosotros mismos, 204
maestro.
»La bota de Greyhand chocó con el pecho del chico y lo envió volando de
regreso al cadáver de un abeto cercano. De Coste golpeó el tronco con la fuerza
suficiente para romper las raíces, y todo el árbol se inclinó como un borracho de
dos pintas. Girando su espada, Greyhand habló como si fuera a dar un paseo por
prièdi.
»—En efecto. De todas las presas que acechan los santos plateados, los
sangre fría son quizás los más peligrosos. Deben ser astutos y cautelosos en la
persecución de los Muertos. Seguramente no sobrevivieron durante siglos siendo
menos. No confundan la estupidez con el coraje. No sean esclavos del miedo, sino
su amigo. Miren. Piensen. Entonces actúen.
»—No sean idiotas —murmuré.
»Greyhand paró el golpe de Aaron, hizo a un lado su espada y lo golpeó de
lleno en la cara, enviando al joven lord de espaldas. Dándose la vuelta, caminó por
el suelo helado de regreso hacia mí. —Ya que te sientes hablador, De León, recita
la Ley Segunda.
»Me agaché por debajo del movimiento de su espada, salté hacia atrás hacia
el fuego.
»—Las lenguas Muertas escuchadas son lenguas Muertas saboreadas,
maestro.
»—¿Y qué significa eso?
»—No escuches nada de lo que digan.
»Greyhand hizo una finta y, como un tonto, mordí el anzuelo. Rápido como
una serpiente, golpeó mi espada, abriendo mi bíceps hasta el hueso. Grité, sentí
que mis piernas se deslizaban debajo de mí, estrellándose contra el suelo
embarrado.
»—Muy bien, Pequeño León —dijo Greyhand—. Todos los sangres noble
pueden doblegar la mente de los hombres. Su mirada puede hipnotizar, sus
palabras son órdenes férreas para los débiles de voluntad. Especialmente el linaje
Ilon. Pero además, su moneda es el engaño. Los sangre fría son zorros y serpientes
todos. No escuchen ni una palabra de los siseos de estos bastardos, no sea que te
encuentres siendo su comida.
»Me levanté del suelo y Greyhand se encontró con mi golpe, con los ojos
verde pálido destellando. Intercambiamos una ráfaga de golpes, la luz del fuego
bailaba sobre el acero. Rápido como las alas de un colibrí, Greyhand enterró su
pomo en mi estómago con tanta fuerza que casi vomité. Y con un salvaje gancho
al mentón de su empuñadura, fui enviado volando en un chorro de sangre y saliva.
205
»—Ahora, joven lord De Coste. ¿Ley Tercera?
»Aaron esquivó el ataque de Greyhand y paró otro.
»—Los Muertos corren rápido, maestro.
»—Sé que puedes hablar de memoria, muchacho. ¿Qué opinas?
»Aaron devolvió el golpe, abriendo una delgada línea roja a lo largo del
pecho de Greyhand.
»—Nuestro enemigo corre rápido. —El joven lord hizo girar su espada en
señal de triunfo—. Más rápido que nosotros.
»—Excelente. —Greyhand se pasó los dedos por la sangre y sonrió—.
Marquen bien esto, iniciados. Su enemigo es más fuerte que ustedes. Más rápido.
Más resistente. Un solo condenado es rival para una docena de hombres. Un
antiguo sangre noble puede romperte los huesos con un toque y moverse rápido
como el viento invernal. Tienen armas y entrenamiento para igualar la escala. Pero
subestimas a este enemigo y mueres.
»De nuevo, Greyhand arremetió, pero esta vez, dos veces más rápido y
seguro. Aaron se movió demasiado lento, y con expresión sin cambios, Greyhand
clavó su espada a través del vientre del joven lord y directamente a través de su
espalda. Aaron jadeó cuando Greyhand soltó la hoja y lo dejó caer al suelo
gimiendo.
»—Ley Cuarta —dijo Greyhand, volviéndose hacia mí—. Los Muertos se
sienten como bestias, parecen hombres, mueren como demonios. ¿Qué significa?
»Levanté mi espada en mi mano torpe, el corazón martilleaba.
»—Son… complicados.
»Greyhand vino hacia mí como un rayo. Reconocí sus patrones de la arena
de desafío, contrarrestando los míos. Estuve a punto de atravesar al bastardo
también. Pero luego apartó mi espada a un lado y me atravesó con su espada con
tanta fuerza que quedé inmovilizado contra el árbol detrás de mí. Gimiendo de
agonía, agarré el metro cincuenta de acero ahora ensartados en mi pecho mientras
Greyhand vagaba de regreso al fuego para revisar la cena.
»—Complicados, oui —reflexionó, revolviendo la olla humeante—. Pero
en muchos sentidos, los sangre fría son en el fondo, lo mismo. Oh, pueden actuar
como hombres. Pero solo necesitan matar de hambre a uno durante una noche o
dos para descubrir lo que se esconde debajo de los sedosos adornos y los labios
color cereza. Un hombre mortal luchará con todo lo que tenga para proteger a su
familia. Pero juro por el Dios Todopoderoso y por todas las huestes celestiales, que
no han visto la verdadera furia hasta que han sido testigos de la rabia celosa con la
que estos demonios luchan por preservar sus propias vidas. 206
»Aaron se había levantado y le salía saliva sanguinolenta de la boca. Su
rostro estaba más pálido de lo habitual, el cabello rubio pegado a las mejillas rojas.
Pero Greyhand levantó una mano.
»—No, está casi listo. Ayuda a De León.
»De Coste asintió con cansancio. Empujando su espada de entrenamiento
en el suelo fangoso, caminó penosamente alrededor del fuego para ayudarme.
Tenía ambas manos ensangrentadas envueltas alrededor de la espada de Greyhand,
intentando sacarla del árbol sobre el que me había atravesado.
»—Te olvidaste de la Ley Qu-quinta, maestro —gemí.
»Greyhand tomó un sorbo de su cucharón de hierro y chasqueó los labios.
»—Necesita sal.
»Aaron agarró la espada incrustada en mi pecho, dándome una sonrisa
sádica.
»—Incluso los Muertos tienen leyes.
»—Incluso los Muertos tienen leyes —asintió Greyhand, rociando la olla
con un dedo de condimento—. Esta es la más sencilla, iniciados y más
reconfortante. Porque a pesar de que estos monstruos son escupidos directamente
de las fauces del infierno, todavía se rigen por reglas. No pueden cruzar ríos salvo
en puentes, ni entrar en una vivienda sin invitación. No pueden poner un pie en
terreno santificado, ni soportar la vista de íconos sagrados manejados por una
persona de fe pura. Tienen debilidades, ese es el punto. Debilidades que
aprenderán a explotar.
»Traté de no gritar cuando De Coste soltó la hoja. Cayendo de rodillas,
presioné con fuerza para contener la sangre, la herida del pecho burbujeaba
mientras respiraba.
»—De León, ser testarudo no es una bendición en combate, solo significa
que eres fácil de engañar — declaró Greyhand—. Esto es un juego de espadas, no
un juego de amor. No vayas a donde te lleve tu pareja, ve a donde debes estar.
»—Oui, maestro —gemí, arrastrando mis nudillos por mi barbilla
ensangrentada.
»—De Coste, tu finta anuncia su aproximación desde dos provincias más
allá, y eres demasiado arrogante a la mitad. No empieces a celebrar hasta que tu
presa esté en el maldito suelo.
»—Entendido, maestro —dijo el joven lord, escupiendo más rojo.
»—Bien. Ahora vengan a comer mientras esté caliente.
Jean-François estaba mirando a Gabriel, su expresión en algún lugar entre 207
diversión e incredulidad.
—¿Así fue como te entrenó tu maestro en el manejo de la cuchilla?
Gabriel se encogió de hombros.
—No era como si estuviera haciendo un daño permanente. Éramos sangre
pálida y nuestras espadas de combate eran de acero ordinario. Las heridas de la
carne desaparecerían en una hora. Incluso lo peor se curaría al amanecer. Pero el
dolor, eso era real. Quieres enseñarle a alguien una lección sobre cómo mantener
la guardia alta, apuñálalo en el pecho un par de veces, recibirá el mensaje.
»Magullados y ensangrentados, nos acomodamos alrededor del fuego.
Greyhand le agradeció a Dios como siempre, y serví la comida en tanto Archer
miraba desde las ramas de arriba. La cena fue un ragú de champiñones, uno de los
favoritos de nuestro maestro. No era el mejor cocinero del imperio, pero de todos
modos lo único que pude saborear fue mi propia sangre.
»El breve verano terminó, y el invierno estaba en el viento. Apenas podía
recordar los manantiales de mi juventud, todo el mundo envuelto en flores.
Recordé a mi hermana Amélie tejiendo coronas para el cabello de mamá cuando
éramos niños. Celene y yo corriendo por campos verdes. Pero la nieve caía seis
meses al año y toda la tierra parecía empapada de penumbra y olor a azufre. Hojas
miserables se aferraban a las ramas de los árboles en decadencia, y poco a poco se
cubrían de un nuevo hongo luminoso llamado maryswort. El frío cortaba hasta los
huesos. La canción del río era distante, amortiguada, y mientras comíamos, se me
ocurrió un pensamiento, provocado por la charla de Greyhand sobre la Ley Quinta.
»—¿Maestro? ¿Qué pasa cuando los ríos se congelan?
»De Coste se burló, sujetándose el vientre herido.
»—¿Aparte de lo obvio?
»—¿Debes ser un idiota de lengua amarga toda tu vida? Me refiero a los
ejércitos del Rey Eterno. Si los sangre fría no pueden cruzar el agua corriente, pero
los ríos se congelan…
»—Tienes la verdad, Pequeño León —dijo Greyhand—. El invierno
profundo no es nuestro amigo. En verano, los generales del emperador pueden
proteger los puentes contra la hueste del Rey Eterno. Le impiden cruzar, o al menos
fuerzan una batalla de su elección. Pero cuando vuelve a congelarse…
»—Voss puede cruzar donde quiera —murmuré.
»—Así que tememos —asintió Greyhand, revolviendo su cuenco.
»—¿Cuánto tiempo hasta que marche?
208
»—No lo sabemos. Explorar en esas tierras heladas es difícil, pero no hemos
tenido noticias de Talhost en meses. Seguramente la región es ahora un páramo.
El Rey Eterno probablemente espera en Vellene en su trono de cadáveres a que
comience la congelación, pero es solo cuestión de tiempo antes de que se dirija
hacia el este para alimentar a su legión. Pero aun así, tenemos ventaja. —Greyhand
asintió hacia los picos nevados de arriba—. Después de todo, solo hay dos lugares
en los que puede atacar.
»Miré las siluetas oscuras de la cordillera que nos rodeaba, escuchando el
viento aullar entre sus alcances. En tiempos pasados, esa gran columna de granito
marcó el límite de la civilización nórdica y el comienzo de las tierras salvajes de
Talhost al oeste. De ahí su nombre: el Regalo del Cielo. Cada montaña de la
cordillera recibió el nombre de un ángel de las huestes celestiales. El pico sobre
nosotros era Eirene, Ángel de la Esperanza. La cordillera se extendía por todo el
borde noroeste de Nordlund, y solo había dos puertas de entrada naturales hacia el
este. Dos cuellos de botella custodiados por dos de las fortalezas más poderosas
del reino.
»—Avinbourg en el norte —murmuró De Coste—. O Charinfel en el sur.
»Greyhand asintió.
»—Esos dos fuertes de la ciudad han protegido el flanco de Nordlund desde
las Guerras de la Fe. Y Voss debe tomar uno de ellos si desea tomar el imperio.
No sabemos a cuál atacará, pero una cosa es segura. Cuando los ríos se congelan,
cae su martillo.
»Greyhand miró hacia los cielos oscurecidos, su humor se estaba volviendo
espiritual.
»—¿Es cierto lo que me dijo, maestro? —pregunté—. ¿Sobre el ataque a
Vellene?
»—Es cierto —asintió Greyhand, su voz sombría—. Voss tomó la ciudad y
masacró a todos dentro de las murallas. Se dice que uno de sus herederos, la bestia
Danton, asesinó a todas las doncellas vírgenes de Vellene con su propia mano. Los
gemelos oscuros Alba y Alene incendiaron la gran catedral con mil o más personas
adentro, asesinando a cualquiera que huyera de las llamas. Y la hija menor de
Fabién, Laure, reunió a todos los recién nacidos en Vellene, llenó la fuente de la
plaza del mercado con su sangre y se bañó en ella.
»Mi estómago dio un vuelco lento y repugnante dentro de mí.
»—Laure Voss —murmuró Aaron—. El Espectro en Rojo.
»—Una abominación hecha carne —escupió Greyhand—. Pero no es por
su brutalidad por lo que se debe temer a la prole del Rey Eterno. Ni la leyenda de
que el propio Fabién no puede ser asesinado por ningún guerrero de nacimiento.
No, la verdadera razón para temer a Voss es su ambición. En las noches previas a 209
la muerte de los días, engendrar un condenado se consideraba una vergüenza entre
la sociedad de los vampíricos. Pero fue Voss quien primero pensó en convertir el
creciente número de condenados en un ejército. Fue Voss quien previó una forma
en que los vampiros podrían conquistar este imperio.
»Greyhand dejó a un lado su cuenco y miró al cielo negro.
»—Pero esa no es la parte más oscura, muchachos. Los vampíricos son
criaturas odiosas y solitarias. Territoriales. Vengativos. Pero los Voss son famille.
Fabién tiene siete descendientes de sangre noble que conocemos. Y aunque son
criaturas tan desalmadas como incapaces de amar de verdad, se puede decir que de
todo el mundo, los hijos de Voss son los que menos se odian entre sí. Su impío
padre los llama los Príncipes Eternos. El abad Khalid dice que son las criaturas
más mortíferas que caminan sobre la propia tierra de Dios. Pero no importa el
nombre con el que los llamen, golpean a uno, golpean a siete. Y además a su impío
padre.
»Greyhand volvió a mirar entre nosotros, su voz tan fría como una piedra.
»—Así que tendremos que matarlos a todos.

210
—La ciudad de Skyefall se agazapaba sobre una ladera de piedra negra,
envuelto en una niebla gris. Tan rico como un sacerdote después de haber pasado
el plato de la recolección, y tan extraño como la idea de que el creador del cielo y
la tierra necesita el dinero en primer lugar. Para un niño que había crecido en un
charco de barro como Lorson, parecía la metrópolis más grandiosa. Pero
cabalgando hacia su sombra en ese frío día de invierno, no tenía ni idea de los
horrores que encontraríamos allí.
»La fortuna de Skyefall se había hecho en plata. Solo habían pasado once
meses desde que el Rey Eterno diezmó a Vellene, y en esos días, todavía no se
sabía bien cuán importante sería ese metal noble en las noches futuras. El rumor
había comenzado a extenderse, por supuesto, goteando de los labios de los profetas
borrachos o gritado por lunáticos errantes. Pero la nobleza de Skyefall prestó poca
atención a los rumores sobre ejércitos de Muertos que se concentraban en el oeste,
o sangre fría acechando libremente por los caminos de la aldea.
»Eran ricos. Dios claramente los había bendecido. Y eso era suficiente.
»Las calles de Skyefall estaban adoquinadas, su catedral jaspeada y dorada.
La arquitectura era barroca y gótica, todas grandes torres y escaleras que conducían
quién sabía dónde. Pero mientras nuestra compañía atravesaba sus puertas, sentí 211
una sombra en esa ciudad. Estaba construida sobre una pendiente de granito,
carreteras sinuosas y edificios grises asomando por todos lados. La niebla colgaba
densamente en sus calles y sus paredes se hallaban decoradas con relieves de flores
que no habían crecido desde que se apagó la luz del sol. En la plaza del pueblo
había una horca picoteada con un esqueleto podrido en su interior. BRUJA, nos
aseguraba el letrero. Las prostitutas con las rodillas llenas de costras se paraban en
las bocas de los callejones solitarios, y los mineros con rostros sucios se
tambaleaban por las calles, hoscos y borrachos.
»El aire colgaba frío. Húmedo. Y demasiado silencioso.
»No sabía qué, pero algo en este lugar se sentía mal.
»La justicia siempre fue una roca debajo de mí, su cabeza en alto mientras
vaporizaba y pisaba fuerte. Pero mientras recorríamos las sinuosas calles de
212
Skyefall, las carreteras se volvieron demasiado estrechas y las escaleras
demasiado traicioneras. Finalmente, nos vimos obligados a dejar nuestras
monturas en un establo comunal y continuar a pie a través de la neblina, hacia el
barrio noble sobre la ciudad.
»Greyhand marchó al frente, De Coste fue el siguiente, y yo el último de
todos, mis tacones plateados resonando sobre las piedras. La gente local nos vio
pasar por sus puertas y ventanas, algunos con asombro, otros con miedo. Y aun así

»—Todos nos miran, maestro —murmuré.
»—Esa es la maldición en nuestras venas —respondió Greyhand—. Y solo
se profundizará a medida que envejezcas. La gente se siente atraída por la
oscuridad dentro de nosotros, Pequeño León, del mismo modo que se sienten
atraídos por los sangre fría que nos crearon. —Me miró de reojo—. ¿Seguramente
te diste cuenta, incluso de niño?
»Entonces pensé en las chicas de mi pueblo. Sus ojos siguiéndome mientras
pasaba. Sus besos dados tan libremente. ¿Pero me los habían dado? ¿O a esta cosa
dentro de mí?
»—Oui —murmuré—. Quizás.
»—A medida que envejecemos, también nos hundimos más profundamente
en nuestra maldición y el poder que nos otorga. —Greyhand asintió a la gente del
pueblo—. Sin embargo, siempre, la gente común olerá algo del depredador debajo
de tu piel, De León. Algunos te odiarán por eso. Otros te adorarán. Nadie te
ignorará. Un lobo no puede esconderse por mucho tiempo entre las ovejas. Pero
Dios Todopoderoso sabe quiénes somos realmente. Y nuestro servicio a Su Santa
Iglesia será recompensado en el reino de los cielos.
»Me consolé con eso. Animado por la idea de que, aunque estaba maldito, 213
aunque todavía no entendía realmente lo que era o en lo que me estaba
convirtiendo, todo esto era la voluntad del Todopoderoso de arriba. Y a través de
él, encontraría la salvación.
»—Véris —respondimos Aaron y yo, haciendo la señal de la rueda.
»Nuestro maestro cruzó un largo puente adoquinado y entró en una avenida
de fincas bonitas. Linternas sobre postes de hierro forjado iluminaban la niebla que
nos rodeaba. Las casas por las que pasamos parecían caras de extraños, sus
ventanas, ojos ciegos.
»—Cuando lleguemos, no digan nada —advirtió Greyhand—. Si hay un
sangre fría trabajando en este lugar, algunos de estos habitantes pueden ser
esclavos. Siervos mortales del enemigo.
»Parpadeé ante eso.
»—¿Quieres decir que la gente sirve voluntariamente a estos demonios?
»—Vacas —gruñó Aaron—. Las vacas que rezan por la noche pueden
convertirse en carniceros.
»—¿Pero por qué la gente se sometería a semejante maldad? —pregunté—
. Los sangre fría no pueden elegir a quién recurrir. No es como si se pudiera ofrecer
la inmortalidad como recompensa.
»Greyhand frunció el ceño.
»—Podría sorprenderte, De León, lo que algunas personas arriesgarían
incluso por tener la oportunidad de vivir para siempre. Sangre fría trocada en
tentación. Su poder está en la oscuridad. Su poder está en el miedo. Pero sobre
todo, su poder está en el deseo. Beber la sangre de un antiguo puede retrasar el
envejecimiento mortal y deshacer las heridas que enviarían a cualquier hombre a
la tumba. Pero además, el acto en sí es adictivo. Bebe del mismo vampiro en tres
noches distintas y quedarás cautivado. Impotente para resistir sus órdenes. En
todos los sentidos, un esclavo. —Palmeó la pipa en su bolsillo—. Por lo tanto,
fumamos una destilación, en lugar de beberla.
»Nos detuvimos fuera de los muros de una gran finca. Archer volaba en
círculos en un cielo sombrío, vigilando atentamente a su maestro. El hermano se
bajó el cuello alto y respiró hondo.
»—Esta ciudad apesta a pecado.
»Observé a mi maestro por el rabillo del ojo. Aunque Greyhand era severo
y cruel, había llegado a admirarlo durante los últimos siete meses. Se golpeaba la
espalda hasta sacar sangre en oración todas las noches. Nos leía los Testamentos
durante una hora cada mañana. Su devoción era un faro, su fe un consuelo brillante.
Y aunque yo era de sangre frágil, no me juzgó por eso. Era tan parecido a un padre
como nunca había conocido, y quería que se sintiera orgulloso. 214
»De Coste tocó un timbre de hierro en la puerta. A él, lo admiraba mucho
menos. Tenía que admitir que trabajaba duro, incluso con su charla de que San
Michon no marcaba la diferencia, Aaron todavía parecía creer en lo que estábamos
haciendo. Y, sin embargo, me trataba como una mierda común. En siete meses, no
me había llamado por mi nombre ni una sola vez.
»Trabajador o no, odiaba sus jodidas tripas.
»Por el aspecto, la casa que teníamos ante nosotros era la más grandiosa de
Skyefall. Los terrenos podrían haber estado alguna vez brillantes de vegetación,
pero ahora, solo crecían hongos a los pies de los árboles frutales marchitos. Una
magnífica mansión se alzaba en el corazón de la finca, todos pilares esculpidos y
ventanas cerradas. La niebla colgaba pesadamente sobre el terreno.
»Un tipo bajito con un abrigo fino y una peluca empolvada caminó a
grandes zancadas a través de la niebla hacia nosotros, farol en mano. Se detuvo
detrás de la puerta y nos miró.
»—¿Ésta es la casa de Alane de Blanchet, concejal de Skyefall? —preguntó
Greyhand.
»—Soy su humilde servidor. ¿Quién podría ser usted, señor?
»Greyhand sacó su pergamino de vitela. Los ojos del sirviente se
agrandaron al ver esa mancha de cera rojo sangre, en relieve con un unicornio y
cinco espadas cruzadas: el sello de Alexandre III, Benefactor de la Orden de San
Michon, Emperador del Reino y Elegido de Dios Mismo.
»—Mi nombre es fray Greyhand. Y hablaré con tu amo.
»Cinco minutos después, estábamos en un gran salón, sosteniendo vasos de
licor de chocolate. Las paredes estaban decoradas con bellas artes, y una
ornamentada armadura de placas montaba guardia sobre un gran estante de libros.
De Coste parecía perfectamente a gusto. Ni siquiera impresionado. Pero yo nunca
había visto una riqueza como esta en mi vida. Los ceniceros de este hombre
podrían haber alimentado a una familia durante un año.
»Greyhand se había desatado el cuello y se había quitado el tricornio
gastado por el viaje. Como siempre, me sorprendió lo fríos que eran los rasgos de
nuestro maestro. Me imaginé que si le tocaba la cara, no se sentiría como carne,
sino como piedra. Aun así, lo miré como un halcón, empapándome de todo lo que
hacía y decía. Esta era la Caza, me di cuenta. Y más que nada, quería ser cazador.
»—Iniciado De Coste —murmuró—. Cuando llegue el dueño de la casa,
quiero que estés listo para usar los dones de tu sangre. Si los ánimos se encienden,
mantenlos humedecidos. Si se requiere buen ánimo, bríndalo.
215
»—Por la Sangre, maestro.
»—Iniciado De León… —Greyhand me miró entonces. Mi corazón se
hundió cuando me di cuenta de que un sangre frágil no tenía nada especial que
ofrecer aquí—. No toques nada.
»Se abrió la puerta del salón y entró un hombre corpulento con poca
ceremonia. Tenía poco más de cuarenta años, estaba bien alimentado y era
adinerado, y llevaba una adornada banda verde de regidor en el pecho. Pero a pesar
de la moda noble de la época, no llevaba peluca. Llevaba el pelo despeinado y
recogido en una fina cola grisácea. Tenía los ojos de un hombre que había olvidado
a qué sabe el sueño, con los hombros encorvados por un peso oculto.
»Detrás de él vino otro caballero, un poco más joven. Llevaba vestimentas
negras y un rígido cuello rojo, lo que significaba la garganta cortada del Redentor.
Llevaba el cabello oscuro y espeso en un corte de cuenco, y el sello de la rueda
colgaba de su cuello. El párroco de Skyefall, supuse.
»Nuestro maestro se quitó los guantes y le ofreció la mano.
»—M. De Blanchet, soy fray Greyhand, hermano de la Orden de Plata de
San Michon.
»Cuando el concejal tomó su agarre, Greyhand presionó su palma tatuada
sobre la mano del hombre. Tocándolo con la plata, me di cuenta. Probándolo por
corrupción.
»—El placer es mío, hermano —dijo el concejal con voz fina como el papel.
»—Estos son mis aprendices —asintió Greyhand—. De Coste y De León.
Estamos aquí por orden imperial para investigar el rumor de una enfermedad entre
la gente piadosa de Skyefall.
»—Gracias a la Madre Doncella —suspiró el sacerdote.
»—Entonces, ¿es verdad? ¿Esta ciudad está afligida?
»—Este pueblo está maldito, fray —escupió el concejal—. Una maldición
que ya ha arrancado las flores más brillantes de nuestro jardín. Y ahora, amenaza
todo lo que nos queda en este mundo.
»El sacerdote colocó una mano reconfortante sobre el hombro del regidor.
»—La esposa de madeimoselle De Blanchet, Claudette, está enferma por la
enfermedad. Y su hijo …
»De Blanchet se rompió, como si su rostro se partiera por las costuras.
»—Mi querido Claude…
»—Tenga fuerzas, señor De Blanchet —le aconsejó el sacerdote. 216
»—¿No he mostrado la fuerza de los titanes, Lafitte? —espetó, apartando
la mano del sacerdote—. ¿La fuerza que un padre debe conjurar para poner a su
único hijo en la tierra?
»De Blanchet se desplomó sobre una tumbona de terciopelo, con la cabeza
gacha. Greyhand se volvió hacia el joven sacerdote, sus fríos ojos verdes
parpadearon hacia la rueda plateada alrededor de su cuello.
»—¿Tu nombre es Lafitte?
»—Oui, hermano. Por la gracia de Dios y del Sumo Pontífice Benét, soy
sacerdote de Skyefall.
»—¿Cuánto tiempo hace que su parroquia sufre esta enfermedad, padre?
»—El joven Claude falleció poco antes de la fiesta de San Guillaume. Hace
casi dos meses. —Lafitte hizo la señal de la rueda—. Precioso niño. Solo tenía diez
años.
»—¿Él fue el primero en morir?
»—Pero no el último. Al menos una docena de los mejores de la ciudad han
caído desde entonces. Y escucho rumores del barrio más pobre. Una enfermedad
devastadora que barre la orilla del río. —El joven sacerdote apretó los labios—.
También escucho otros susurros. De gente desaparecida en la noche. De brujería y
sombras. Me temo que esta ciudad está maldita, buen hermano.
»—¿Y ahora la señora De Blanchet está afligida?
»—Como si el cielo no me hubiera probado lo suficiente —susurró el
concejal.
»—Llévennos con ella —ordenó Greyhand.
»De Blanchet y el padre Lafitte nos llevaron por una escalera de caracol en
el corazón de la finca, y aunque traté de prestar atención solo a Greyhand, la
opulencia de ese lugar me impactó mucho. El hambre había cortado el Nordlund
en cintas en los años posteriores a la muerte de los días. Comunidades enteras
habían sido destruidas, ciudades inundadas de agricultores y viticultores y cosas
por el estilo, personas cuyos medios de vida se habían marchitado y podrido
cuando el sol desapareció. Fue solo la solicitud de la emperatriz Isabella para que
su esposo abriera los graneros imperiales lo que había salvado a la gente en esos
años antes de que encontráramos nuestra nueva normalidad. A pesar de todo, este
hombre había vivido como un señor, rodeado de objetos de arte y caoba pulida y
grandes hileras de libros sin leer.
»Pero a pesar de toda su riqueza, no había sido suficiente para salvar a su
hijo. 217
»Llegamos a las puertas dobles y De Blanchet vaciló.
»—Mi esposa no está… vestida adecuadamente para la compañía.
»—Somos siervos de Dios, señor De Blanchet —respondió Aaron—. No
tema.
»Escuché la inflexión la voz de De Coste, vi el brillo de un depredador en
sus ojos azul pálido: el don del linaje Ilon. Los Ilon eran conocidos como los
Susurradores entre la sociedad de vampíricos, y su capacidad para influir en las
emociones de los demás era incomparable. Aaron había heredado lo mismo de su
padre vampiro, y mientras hablaba, el rostro de De Blanchet se relajó. Con un
murmullo de asentimiento, el concejal se abrió paso a través de la puerta y, con un
gesto de la cabeza hacia De Coste, Greyhand lo siguió, conmigo pisándole los
talones.
»Una chimenea rugiente arrojaba un resplandor rojizo en la habitación. Las
puertas de vidrio daban a un balcón de piedra, pero las cortinas estaban casi
cerradas. Repisa de chimenea de mármol. Adornos dorados. Olí sudor, enfermedad
y hierbas secas. Y descansando sobre una montaña de almohadas en una magnífica
cama con dosel, estaba una mujer que parecía al borde de la muerte.
»Su piel era de papel encerado, un pecho delgado subía y bajaba velozmente
como el de un pájaro herido. Aunque la alcoba estaba incómodamente caliente, su
camisón estaba atado a su barbilla, con mantas apiladas encima de ella. Se
estremecía en sueños.
»Greyhand cruzó la habitación y presionó la estrella de siete puntas en la
palma de su mano contra su cetrina ceja. La mujer gimió en voz alta, pero sus ojos
permanecieron cerrados.
»—¿Cuánto tiempo ha estado así?
»—Siete noches —respondió De Blanchet—. He probado todas las tinturas.
Cada cura. Y sin embargo, cada día mi Claudette empeora, al igual que nuestro
Claude. Me temo que mi esposa pronto seguirá a nuestro hijo hasta la tumba. —El
concejal miró hacia el cielo, con las manos temblorosas en puños—. ¿Qué pecado
cometí para que me pase esto?
»Greyhand encendió un ramillete de campanilla de plata seca y lo colocó
sobre la repisa de la chimenea, murmurando una oración y viendo cómo se
quemaba. Metiendo la mano en su bandolera, arrojó puñados de polvo metálico en
el suelo alrededor de la cama, estudiando los patrones.
»—¿Qué es eso, fray? —preguntó el sacerdote.
»—Virutas de metal. Los Faekin dejan huellas que ningún hierro frío tocará.
Dígame, señor De Blanchet, ¿ha notado que la sombra de sus fuegos se inclina
hacia el azul cerca de la medianoche? ¿Quizás la leche se agría por la mañana, o 218
los gallos cantan cuando se pone el sol?
»—… No, fray.
»—¿Una abundancia de bestias de baja cuna en la mansión? ¿Gatos negros,
ratas o cosas por el estilo?
»—Nada de ese tipo.
»Greyhand frunció los labios. Sabía que estaba eliminando posibilidades: la
brujería, las hadas o los sirvientes de los caídos.
»—Me perdonará, monsieur. Pero debo examinar a su esposa. Me temo que
esto puede resultar incómodo de ver. Entiendo si desea esperar afuera.
»—No haré tal cosa —respondió el concejal, poniéndose más erguido.
»—A su gusto. Pero le advierto que no interfiera con mi examen.
»Aaron se acercó sigilosamente al concejal y le dijo palabras reconfortantes.
Una vez más, vi ese brillo depredador en sus ojos y la resolución de De Blanchet
derritiéndose. No por primera vez, sentí envidia de mis compañeros sangre pálida.
Del poder que les habían dado sus padres. Control sobre las bestias. Dominio de
la mente de los hombres. Y allí estaba yo, con poco que hacer salvo mirar
fijamente.
»Greyhand se volvió hacia madame De Blanchet y abrió el cuello de su
camisón. El concejal se tensó, el padre Lafitte frunció el ceño, pero ninguno de los
dos pronunció una protesta cuando Greyhand pinchó la garganta de la mujer. Al
no encontrar nada malo, inspeccionó sus muñecas, murmurando suavemente.
»Me paré junto a una de las puertas del balcón y, por mucho que deseara
estudiar a Greyhand, me pareció inapropiado mirar boquiabierto a una mujer
dormida en ropa de dormir. Lancé mis ojos al suelo. Y allí, entre mis botas, vi una
mancha diminuta y oscura en la madera.
»—Maestro Greyhand…
»Se apartó de la cama y me vio señalando.
»—Sangre.
»Greyhand asintió y volvió a ponerse los guantes. Y sin más ceremonia,
tomó el camisón de la mujer y lo abrió.
»El padre Lafitte gritó en protesta y el concejal dio un paso al frente.
»—Ahora mire…
»—Estoy aquí por orden del propio emperador Alexandre —espetó
Greyhand—. Si la naturaleza de la aflicción de su esposa es tal como me temo, es 219
posible que pueda salvarle la vida. Pero no sin riesgo para su modestia. ¡Así que
decida ahora, señor, cuál es más querido por usted!
»De Coste le dio una palmada en el brazo al concejal.
»—Todo está bien, monsieur.
»Y erizado de rabia, De Blanchet se retiró. Era un testimonio de la magia
de Aaron que el hombre aún no se hubiera rebelado: si alguien hubiera dejado a
mi esposa medio desnuda frente a mí, le estaría rompiendo el jodido cráneo.
»—Iniciado De León, acerca esa luz.
»Hice lo que me ordenó Greyhand, sosteniendo un farol sobre madame De
Blanchet. Tras apartar el camisón de noche arruinado, comenzó a inspeccionar el
cuerpo desnudo y cetrino de la mujer. Pero tan pronto como puso una mano
enguantada sobre su pecho, el concejal finalmente se rompió.
»—¡Esto es un atropello!
»Aaron agarró a De Blanchet del brazo.
»—Cálmese, monsieur.
»El padre Lafitte dio un paso al frente.
»— Por favor, fray, debo insistir…
»Me volví hacia el sacerdote y le advertí que se quedara quieto. El concejal
llamó a gritos a sus sirvientes, y la habitación se convirtió en un caos antes de que
el bramido de Greyhand rompiera el aire.
»—¡AGUARDEN!
»Nuestro maestro miró a De Blanchet con la voz oscura por el odio.
»—Venga a ver, monsieur.
»De Coste soltó su agarre y, enderezando su abrigo con un bufido de
indignación, De Blanchet se dirigió al lado de su esposa. Greyhand señaló mientras
sostenía la linterna en alto. Y allí, en la carne oscura del pezón derecho de madame
De Blanchet, vimos pequeñas costras gemelas.
»—Hay más entre sus piernas —dijo Greyhand—. Difíciles de detectar.
Pero frescas.
»—¿Llagas de la peste? —susurró el sacerdote.
»—Marcas de mordida.
»—¿Qué en el nombre de Dios Todopoderoso… —susurró el concejal.
»—¿Llegó algún visitante a Skyefall en la época en que su hijo se enfermó?
»Los ojos del concejal estaban fijos en esas pequeñas heridas en la carne de 220
su esposa, horror puro en su rostro. Greyhand chasqueó los dedos para llamar la
atención.
»—¿Monsieur? ¿Hubo visitantes?
»—Este… e-este es un pueblo minero, fray. Tenemos visitantes
constantemente…
»—¿Alguien extraño con el que el joven Claude pudo haber entrado en
contacto? ¿Vagabundos o artistas ambulantes? ¿El tipo de gente que va y viene
con facilidad?
»—Ciertamente no. Nunca permitiría que mi hijo se mezclara con alguien
así. Yo… creo que pasó tiempo con el chico Luncóit mientras su madre manejaba
sus asuntos en las afueras. Era un poco mayor que Claude, pero un buen muchacho
de buena educación.
»—El chico Luncóit —repitió Greyhand.
»—Adrien —asintió el concejal—. Su madre vino a Skyefall para
inspeccionar un reclamo más debajo de las Godsend. Es de una familia antigua de
prospección en Elidaen. Pasó la mayor parte de su tiempo inspeccionando la tierra
alrededor de la ciudad y, por lo tanto, Adrien hizo compañía a Claude mientras su
madre trabajaba. Marianne, su nombre. Una mujer fascinante.
»El joven sacerdote se cruzó de brazos y se le oscureció el rostro.
»—¿No la encontró tan fascinante, padre? —preguntó Greyhand.
»—Yo… no estoy siendo caritativo —dijo Lafitte—. Admito que nunca la
conocí.
»—¿Ni siquiera en los servicios sagrados?
»—Ella trabajaba, incluso en prièdi —dijo, obviamente disgustado—.
Aunque tenía mucho tiempo para las veladas y cosas por el estilo, nunca asistió a
misa.
»Greyhand miró a De Blanchet directamente a los ojos.
»—¿Dónde enterró a su hijo, señor?

221
»—De Coste, De León, los tres revisaremos la tombe de famille —dijo
Greyhand—. Si el niño se ha convertido, es solo un neófito. Pero puede que no
esté solo ahora, e incluso joven, todavía es mortal. Mantengan la cabeza y
recuerden las Cinco Leyes.
»Regresamos a los establos para buscar nuestros caballos y mi corazón latía
con fuerza como si acabara de estar en un entrenamiento. La tumba de los De
Blanchet se encontraba en el corazón de la necrópolis de Skyefall, y unas pocas
horas antes de la puesta del sol Greyhand había decidido investigar. No teníamos
una idea real de si el pequeño Claude fue responsable de la oscura depredación de
su madre o de las otras muertes en la ciudad. Pero eliminarlo de la lista de
sospechosos era el siguiente paso sensato.
»Greyhand sacó un mayal con púas con una larga cadena de plata de sus
alforjas.
»—Si penetra, mantengan sus espadas envainadas. Si se ha convertido,
quiero que atrapen a este chico, no que lo maten.
»—¿Con qué fin, maestro? —preguntó De Coste.
»—Quizás no sea nada. —Greyhand miró hacia el sol oscuro, que ahora se 222
hundía hacia las montañas—. Pero el nombre Luncóit significa niño cuervo en el
viejo elidaeni.
»—El sello de los de linaje Voss es un cuervo blanco —murmuré.
»—Como digo, tal vez nada. Pero tal vez esta Marianne tenga un oscuro
sentido del humor.
»Greyhand sacó un frasco de su bandolera, se cubrió las manos y la cara y
se frotó la piel con el brebaje químico del interior. Cuando se lo pasó a De Coste,
vi que el vidrio estaba marcado con un espíritu de lamento.
»Ghostbreath, noté. Para enmascarar nuestro olor vivo de los Muertos.
»Me ocupé de mi equipo: ignis negros y ampollas de agua bendita.
Verifiqué que mi pistola estuviera cargada, luego tomé los químicos que De Coste
me pasó. Aaron se colgó un trozo de cadena de plata sobre el pecho junto con su
bandolera. Parecía estar un poco más alto, envuelto en sus cueros negros con una
reluciente estrella de siete puntas en el pecho. Si no lo supiera mejor, habría dicho
que el pequeño capullo mimado casi parecía un asesino de vampiros.
»—Vámonos. —Greyhand montó en su caballo—. El atardecer no espera a
ningún santo.
»Skyefall era una ciudad de capas y niveles, con la gente más rica viviendo
en la ladera y la más pobre en las pendientes. La necrópolis se encontraba en el
extremo inferior, cerca de la imponente catedral. Galopamos a través de la niebla
gris, pasando junto a la gente del pueblo con el ceño fruncido y algunos carromatos
que traqueteaban. Mientras cruzábamos uno de los viejos puentes de piedra,
imaginé los ríos del norte, el invierno que se avecinaba, los ejércitos del Rey
Eterno. Preguntándome qué papel iba a desempeñar San Michon para detenerlo y
si yo sería parte de eso.
»La catedral era una aguja circular de mármol al borde de un acantilado
poco profundo. Las puertas eran de bronce, elaboradas con espeluznantes relieves
de ángeles luchando contra los caídos. Grandes campanas sonaban en el
campanario, Archer chilló en respuesta mientras seguíamos un camino sinuoso
hacia la base del acantilado y, por fin, encontramos la entrada a las casas de los
Muertos de Skyefall.
»Como era costumbre, dos arcos conducían a la necrópolis: uno orientado
hacia el oeste para los Muertos y el otro, que normalmente miraba hacia el este,
para los vivos. Grandes relieves fueron tallados en la piedra: esqueletos humanos
con alas de ángel y la Madre Doncella sosteniendo al niño Redentor. Sobre la
entrada estaban escritas las palabras del Libro de los Lamentos.
»YO SOY LA PUERTA QUE TODO ABRIRÁ. LA PROMESA QUE
NADIE QUEBRARÁ. 223
»Intenté mantener los nervios firmes mientras desmontábamos. Greyhand
cerró los ojos, una mano extendida hacia la necrópolis. Me pregunté por su juego,
pero en unos minutos, mi respuesta apareció en forma de varias ratas sarnosas.
Salieron de las escaleras en sombras que conducían a las criptas, resoplando y
parpadeando a la luz del día.
»—Feliz amanecer, señores.
»Mi maestro se arrodilló sobre la fría piedra y ofreció los bocados a las
alimañas de uno de sus bolsillos. Una vez más, sentí esa punzada de envidia al
verlo comulgar con esas bestias. El linaje Chastain era una maldición, pero aun así,
debe haber sido una especie de maravilla hablar con los animales de la tierra y el
cielo. Le di una palmadita a Justice, dándole un abrazo rápido y preguntándome
cómo sería saber algo de su mente. Algo de donde yo venía.
»—¿Qué noticias, pequeños señores? —preguntó Greyhand—. ¿Qué
problemas?
»La rata más audaz, una gorda a la que le faltaba una oreja, chilló
airadamente. Greyhand asintió con simpatía, como un viejo amigo que se queja de
una taza de vino caliente.
»—Una historia triste. Lo arreglaremos ahora.
»Nuestro maestro se puso de pie y las ratas volvieron corriendo a la
penumbra.
»—Hablan de cosas oscuras en las criptas. Cosas equivocadas. —Greyhand
negó con la cabeza—. Incluso las más bajas de las criaturas de Dios reconocen la
maldad de los Muertos. Pero parece que hay más de uno.
»—¿Cuántos? —pregunté.
»—Son ratas, muchacho, no contables. Solo reconocen uno y más de uno.
»Greyhand asintió para sí, ahora seguro: los sangre fría estaban en el
corazón de la enfermedad que afligía a esta ciudad. Sentí un cálido
estremecimiento en mi estómago cuando mi maestro sacó una ampolla de sanctus
de su bandolera y vertió una dosis en su pipa. En San Michon, en el camino,
tomábamos el sacramento al anochecer, una parte rutinaria de nuestras oraciones
diarias. Pero nos daban solo el más mínimo sabor para mantener nuestra sed
reprimida.
»Greyhand estaba midiendo una gran dosis. Obviamente esperando
problemas.
»Encendió su caja de pedernal y le ofreció la pipa a De Coste. Observé al
joven señor inhalar, todos sus músculos tensos. Al exhalar una nube escarlata, vi
que los dientes de Aaron se habían vuelto largos y afilados, sus ojos inundados de 224
rojo sangre. Luego fue mi turno, y la dosis me golpeó como un martillo de guerra
en el pecho, prendiendo fuego a toda mi sangre. Greyhand tomó el sacramento
profano al final, terminó la pipa y lo respiró, todo su cuerpo temblaba. Cuando
abrió los ojos, eran del color del asesinato.
»Recogió dos frascos de chispa infernal de nuestras alforjas y los arrojó por
las escaleras hacia la necrópolis. Cuando terminó, ambas escaleras estaban
empapadas con el aceitoso líquido rojo y apestaban a azufre tan espeso que se me
humedecieron los ojos.
»—De Coste, tú vigilas las puertas del crepúsculo. De León, el amanecer.
Si escuchas el sonido de mi cuerno, los vampíricos me han evadido. Enciende la
chispa infernal para cortarles el escape.
»—Por la Sangre, maestro —respondimos ambos.
»—Dios camina con nosotros este día, muchachos. Mantengan su posición
y no teman a las tinieblas.
»Greyhand se quitó el abrigo y la túnica, dejando su torso tatuado y los
brazos desnudos. Era puro músculo, enjuto y duro como el hierro, su égida estaba
grabada en hermosas líneas plateadas. Colgándose la bandolera y el mayal, inclinó
su tricornio y luego se internó en la penumbra.
Jean-François golpeó la página con su pluma, deteniendo la historia de
Gabriel.
—¿En serio? —El santo de plata frunció el ceño—. ¿Me estás
interrumpiendo ahora?
—Una breve aclaración. Pero una importante. —El historiador arqueó una
ceja afilada—. ¿De verdad estás diciendo que los guerreros de la Ordo Argent se
quedaban medio desnudos para luchar?
Gabriel asintió.
—Estar revestido de plata, lo llamábamos. La modestia es de poca utilidad
para un cadáver. Y la armadura es aún menos útil cuando tu oponente puede
aplastar el acero con sus puños.
—Pero ¿qué pasa con los esclavos? ¿Seguramente usaban espadas y otras
armas mundanas?
—No estábamos preocupados por los lacayos, sangre fría. Estábamos
preocupados por sus amos. ¿La gente que muere en la batalla? En su mayoría
mueren una vez que termina la batalla. No es el golpe de espada o la flecha lo que
te mata. Es el sangrado que haces después. Éramos sangre pálida. Sanamos.
Entonces, si bien un esclavo enojado y bien entrenado con una espada ancha y
afilada era una amenaza, palidecía en comparación con la amenaza de que el 225
bastardo impío te mostrara tu corazón y te lo arrancara del pecho con sus putas
manos desnudas.
»Tampoco es que la égida nos hiciera impermeables. Pero servía como un
conducto por el cual el poder de Dios se podía sentir en el campo de batalla. La luz
de la égida quema los ojos de los impíos. Su toque les quema la carne. Es como
una armadura de fe cegadora, que nos hace más difíciles de enfocar, castigando el
golpe. Era una ventaja, y contra los faekin, los duskdancers, los sangre fría,
necesitábamos todo lo que podíamos conseguir. —Gabriel se reclinó en su silla—
. Ahora, ¿puedo seguir con mi historia? ¿O te gustaría contarla?
Jean-François agitó su pluma.
—A tu gusto.
—De acuerdo. Así que Greyhand descendió a la necrópolis. De Coste y yo
intercambiamos una mirada roja, pero no teníamos mucho que decir. Aaron
permaneció en las puertas del crepúsculo mientras yo caminaba cuesta abajo para
cubrir la otra entrada. Y allí, me dispuse a esperar.
»Los sentidos de los sangre pálida son agudos en el mejor de los casos, pero
con una dosis de sanctus en nosotros, el mundo entero cobra vida. Podía oír la
ciudad arriba: carromatos sobre los adoquines, el coro practicando en la catedral y
las llamadas de un bebé hambriento. Vi a Archer dando vueltas sin cesar en los
lúgubres cielos de arriba. La chispa infernal en las escaleras era picante, pero no
podía olerme bajo el ghostbreath. Lionclaw colgaba pesadamente en la vaina de
mi cadera. Leí una y otra vez la inscripción sobre la puerta de la necrópolis.
Palabras del Libro del Redentor.
»CONOCE SOLO ALEGRÍA EN TU CORAZÓN, NIÑO BENDITO.
PORQUE EN ESTE DÍA, LA VIDA ES TUYA.
»Pasaron diez minutos sin ningún ruido. Luego veinte. Di un paso más hacia
la entrada, con la cabeza inclinada, pero todo lo que pude escuchar fue un leve
goteo en algún lugar dentro.
»—Se ha ido hace una eternidad —grité.
»De Coste levantó la vista del pequeño y estrecho círculo que había estado
dando.
»—Respira tranquilo, campesino. Greyhand es un cazador cauteloso. Los
muertos no pueden matar a los Muertos.
»Asentí, pero mi inquietud iba en aumento. Me sentí inútil allí de pie en
guardia. Yo era una bola de nervios y energía inquieta, un gato de cola larga en
una habitación llena de mecedoras, ese infame fuego de Nordlund ardía en mis
venas. Y luego se oyó un leve sonido por las escaleras de la cripta. 226
»—¿Escuchaste eso?
»—… ¿Escuchar qué?
»Di un paso atrás por debajo del arco y bajé las escaleras con los ojos
entrecerrados.
»—¿Un grito?
»—Fue el viento. Calma tus nervios, peón tembloroso.
»—Escuché un grito hace un momento. ¿Qué pasa si Greyhand nos
necesita?
»—Greyhand estaba acechando en la oscuridad antes de que tu inútil padre
deslizara su polla muerta dentro de tu campesina madre. Ahora cállate, sangre
frágil. Mantente firme.
»Apreté los dientes, esforzándome por escuchar. Juraba que había oído algo
en las profundidades. Definitivamente un grito, débil, pero… ¿quizás dolorido? Mi
pulso latía en mis oídos, el himno de sangre furioso en mi cabeza. Si Greyhand
hubiera caído en desgracia con las cosas dentro de estas tumbas, y simplemente
nos quedábamos aquí sin hacer nada…
»Y luego lo escuché con certeza. Una llamada lejana. Un hombre que sufre.
»—¿Escuchaste eso?
»Los ojos de De Coste se entrecerraron.
»—Creo …
»—Greyhand está en problemas —dije, soltando mi mayal—. Tenemos que
ayudarlo, De Coste.
»—No, lo que tenemos que hacer es exactamente lo que él nos dijo que
hiciéramos. Mantén tu maldita posición, campesino. En ausencia de Greyhand, soy
el miembro mayor de esta compañía.
»—Al diablo con eso —dije, comprobando mi pistola de nuevo—. ¿Quieres
esperar aquí arriba con el pulgar metido en la boca? Dios te bendiga. Pero no me
quedaré inactivo.
»—¡De León, espera! ¡Greyhand nos dijo que nos quedáramos aquí!
»Entonces sentí la presión de su voluntad sobre la mía, el linaje Ilon obrando
en mi mente. Pero el himno cantó más fuerte, el sanctus y mi propia terquedad
ahogaron la orden de Aaron. Y con un mayal en el puño, el corazón en la garganta, 227
entré a grandes zancadas en la casa de los Muertos de Skyefall.
Jean-François suspiró.
—Tonto.
—Oui. Pero recuerda, ni siquiera había cumplido los dieciséis. Había
trabajado hasta los huesos en el monasterio. Pero las demostraciones de los dones
de De Coste y Greyhand me pusieron de malhumor. No importa cuánto fingiera
que no me molestaba, ser una sangre frágil me hacía sentir menos que mis
compañeros. Estaba desesperado por demostrar mi valía, y esta podía ser mi
oportunidad.
»No era un completo idiota, encendí la chispa infernal cuando partí. Se
encendió con un rugido sordo, y me estremecí por el furioso calor. Oí a De Coste
gritar de nuevo, pero no le presté atención. Y cuadrando los hombros, salté a las
tumbas en busca de mi maestro.
»Un largo pasillo se extendía hacia la oscuridad, pero mis ojos de sangre
pálida veían claros como el día. Las paredes estaban revestidas con puertas de
piedra, talladas con los nombres de los cadáveres más allá. La gente más pobre no
tenía tumbas, los huesos se amontonaban unos sobre otros en nichos polvorientos.
Las losas bajo mis pies también eran tumbas, y me pareció extraño caminar sobre
cadáveres. Pero no era un cobarde para asustarme con huesos viejos o la idea de la
muerte. Lo único que me asustaba en ese entonces era la idea de morir sin haber
hecho nunca algo que valiera la pena.
»Me encontré en una encrucijada que conducía a las profundidades de la
necrópolis. Las ratas pasaban corriendo junto a mis talones, el olor de la vieja
muerte llenaba el aire. Escuché pero no oí nada, maldiciendo entre dientes. Quizás
fue mi imaginación, pero los pasillos de piedra debajo de esta ciudad parecían
mucho más antiguos que la ciudad misma.
»—¿Maestro Greyhand? —llamé.
»Sin respuesta, salvo el viento susurrante. Y así, rezando a Dios, caminé a
grandes zancadas a través de un laberinto de giros y vueltas, pasando por montones
de calaveras sin nombre. Estatuas de hermosos ángeles se alzaban en cada esquina,
custodiando a los que dormían eternamente en las tumbas más allá.
»Y luego, en la oscuridad que se avecinaba, escuché un grito.
»Con un jadeo, despegué, las botas golpeando las losas de la tumba, el puño
enrollado alrededor de mi mayal. Ahora podía ver una luz tenue por delante, un
resplandor plateado frío en las paredes. Escuché otro grito de dolor, una voz fuerte
que finalmente reconocí como la de mi maestro.
»—¡Vamos, perros malditos! 228
»—Greyhand! —rugí.
»Doblé la esquina, derrapando hasta detenerme ante la vista frente mis ojos
asombrados. Ante mí había una gran cripta, rodeada por una docena de sarcófagos.
El suelo estaba enlosado con lápidas y una estatua de Mahné, el Ángel de la
Muerte, se cernía sobre la escena con sus grandes hoces en la mano. Debajo de él
estaba Greyhand, su mayal cantando mientras cortaba el aire, encerrado en
combate con dos sombras fugaces.
»Se me puso la piel de gallina, no por el frío helado, sino al ver los tatuajes
en la carne de mi maestro. La Madre Doncella y el Redentor, los ángeles de la
hueste, los siete lobos, de la garganta a la muñeca a la cintura. Ese santo mágico,
forjado por las manos de las Hermanas de Plata. La armadura del santo de plata.
La égida.
229
»Y estaba brillando.
»Greyhand era una estrella blanca que ardía en la oscuridad, un círculo de
iluminación que se extendía cinco metros a su alrededor. Sentí que mi mano
izquierda se calentaba, como si estuviera demasiado cerca de las llamas, y al
quitarme el guante, vi la estrella de siete puntas en mi palma ardiendo con esa
misma luz terrible.
»Dos sangre fría se abrieron paso en la oscuridad, vestidos con la ropa con
la que fueron enterrados. Una mujer morena con un elegante vestido negro y un
caballero alto con una levita larga armada con una fina vara de espada. Cada uno
era de una belleza pálida, piel como marfil, ojos como azabache, y mi vientre se
revolvió al verlos. Había visto condenados antes, oui, esas monstruosidades
nacidas de la podredumbre y la maldición de los sangre fría. Pero estos dos estaban
encerrados para siempre en una oscura perfección. Los primeros vampiros de
sangre noble que había visto.
»La velocidad del hombre era impía, sus ojos eran farolillos negros. Se
paraba ante la mujer como para protegerla, con toda su oscura fuerza aplicada.
Pero Gran Redentor, Greyhand era magnífico. Pensé que había sentido la presencia
de Dios al enfrentar el Juicio de Sangre, pero ahora lo sentía cierto, bañándome en
la luz de la costa del cielo.
»—¡Déjennos en paz! —suplicó la mujer.
»—¡Mantente alejado de ella! —gritó el hombre—. ¡Mantente alejado, o
por Dios, te mataré!
»—¿Dios? —escupió Greyhand—. Profanas su nombre con tu lengua
negra, sanguijuela.
»Greyhand arrojó una bomba de plata y me estremecí cuando explotó en
una bola de llamas y luz blanca. Los sangre fría se dispersaron y Greyhand 230
arremetió con su mayal, envolviéndolo alrededor de las piernas del hombre. Atado
en plata, sus miembros se volvieron tan inútiles como el plomo y se derrumbó
sobre la piedra. La mujer gritó: «Eduard!» y brilló en la luz, la espada de Greyhand
estrellándose contra su brazo extendido. Ella gritó, agarrando el hueso roto
mientras retiraba su mano, y supe que era verdad, entonces… estos vampiros eran
del linaje Voss. Cualquier otro neófito no habría sostenido nada más que un muñón
humeante después de un golpe como ese.
»—¡Maestro! —grité.
»—¿De León? Te dije que mantuvieras tu…
»Un tercer neófito salió de la oscuridad detrás de Greyhand: una vagabunda
de la calle vestida con harapos, con los dedos podridos enroscados en garras. Mi
maestro jadeó cuando la chica se arrojó sobre su espalda, pero la plata de su piel
quemó a la sanguijuela como una llama, y ella cayó hacia atrás, con la boca abierta
en agonía.
»Greyhand se volvió hacia la niña condenada, ardiendo con luz bendita.
Arrojó un frasco de agua bendita y el vidrio se rompió contra la piel de la chica.
Ella chilló, tropezando más hacia atrás cuando mi maestro le clavó la espada en el
pecho.
»—¡Lisette! —gritó la mujer.
»El hombre caído había desenvuelto el mayal de Greyhand de sus piernas,
sus manos ahora ennegrecidas y humeantes. Se volvió hacia la mujer desesperado.
»—¡Vivienne, corre!
»—No, Eduard, nosotros…
»—¡CORRE!
»El sangre fría se volvió hacia mí, los ojos muertos brillando cuando se
acercó como un disparo de pistola. Pero levanté mi mano izquierda, recompensado
con un siseo de agonía cuando la luz de mi estrella de siete puntas traspasó esos
ojos fríos y muertos. Meses de entrenamiento entraron en acción y saqué una
bomba de plata de mi bandolera y la arrojé al pecho del monstruo. Un destello
plateado y un grito negro dividieron el aire.
»Greyhand arrancó su espada del pecho de la niña vagabunda y con cuatro
poderosos golpes le cortó la cabeza hasta los hombros. Pero desatendida, la mujer
se arriesgó. No tenía forma, no tenía entrenamiento, pero aun así, golpeó con una
fuerza aterradora, estrellándome contra uno de los sarcófagos y rompiéndolo como
si fuera un vidrio. Sentí que algo dentro de mí se rompía, colapsando en una caída
de piedras rotas y huesos viejos. Y sin nadie en su camino, corrió por el pasillo por
el que había entrado, solo un destello de seda y cabello oscuro. 231
»—¡Siete Mártires, detenla!
»Greyhand sacó su pistola y se arrodilló. Apuntando con cuidado, golpeó el
resorte y disparó una ráfaga de perdigones plateados contra la sangre fría que huía.
Él le golpeó la pierna pero falló el hueso y ella siguió adelante tambaleándose.
Agarrándome las costillas, disparé un tiro torcido cuando Greyhand sopló una nota
larga en su cuerno. Pero incluso si quisiera sellar la entrada, Aaron no podría ahora;
ya había encendido la chispa infernal para cubrir mi espalda. Solo oré a Dios para
que todavía estuviera ardiendo.
»Mi maestro se volvió, el macho caído se arrastró hacia atrás cuando se
acercó el fray. La piel pálida del vampiro estaba ennegrecida por mi bomba de
plata, sus galas funerarias eran un desastre humeante.
»—No —suplicó—. No, Dios, no pedimos…
»Greyhand golpeó la garganta de la cosa. Aunque la fuerza hubiera sido
suficiente para romper el acero, la piel del vampiro no se partió, sino que se
resquebrajó como una piedra bajo un martillo. Otro frasco de agua bendita se
estrelló contra su rostro, y el sangre fría aulló cuando Greyhand golpeó de nuevo,
abriendo finalmente su cuello. Una parte de mí sintió un susurro de lástima por
esta cosa, unida a la misma sed que lo asesinó. Pero pude ver manchas de sangre
en sus puños, su solapa chamuscada, este monstruo no había estado inactivo en las
noches desde que se Convirtió.
»Los Muertos se sienten como bestias, parecen hombres, mueren como
demonios.
»Con un esfuerzo final, el vampiro se arrojó sobre mi maestro. Imprudente.
Lleno de odio. Greyhand se hizo a un lado, giró y siguió adelante, y con un golpe
final y terrible, la cabeza del vampiro se soltó de su cuello, el cuerpo colapsando
en ruinas.
»Mi maestro salió corriendo en persecución de la mujer mientras yo me
arrastraba fuera del sarcófago destrozado. Cojeando y ensangrentado, no pude
seguir la persecución, pero sabía a dónde me llevaba. Al llegar a la salida, vi que
las escaleras estaban negras y humeantes, pero el fuego se había apagado. Y
maldiciéndome a mí mismo por ser un maldito tonto, arrastré mi lamentable trasero
a la oscura luz del día.
»Greyhand estaba de rodillas junto a De Coste. Mi compañero iniciado
estaba tendido sobre los adoquines, con los labios partidos, la nariz rota, el espeso
cabello rubio empapado de sangre. Me lanzó una mirada de puro asesinato
mientras subía las escaleras. El maestro Greyhand se puso de pie y vi que sus
colmillos se habían alargado por la rabia.
»—Eres un tonto, tonto y cabezota.
232
»Se dirigió rápidamente hacia mí, con la mano en mi garganta,
golpeándome contra la pared del acantilado.
»—¡Te dije que te mantuvieras firme!
»—Pensé que escuché…
»—¿Pensaste? ¡Pensaste que serías un maldito héroe, eso es lo que
pensaste! Tu desobediencia nos ha costado nuestra presa, ¡y quizás otra vida
inocente! ¡Piensa en eso!
»—Lo siento, maestro! P-por favor…
»Me estranguló un momento más y luego me dejó deslizarme por la pared.
De Coste se puso de pie, la nariz chorreando sangre. Me lanzó otra mirada de odio.
»—¿Encontraste al chico De Blanchet, maestro?
»Greyhand se tomó un momento para recuperar la calma, escupiendo sobre
los adoquines.
»—No. Su tumba estaba vacía. Pero definitivamente acecha estas calles.
Junto con la hija impía que este tonto permitió escapar. —Greyhand se frotó la
barbilla puntiaguda, frunciendo el ceño—. Había una capa de arena en la tumba
del niño, un olor a pólvora. Puede estar alternando entre nidos. De Coste, tú y yo
registraremos las minas antes de que se apague el sol.
»—… ¿Qué hay de mí, maestro?
»Greyhand se volvió hacia mí con el ceño fruncido.
»—Hasta que aprendas a actuar como un cazador, te trataré como a un
maldito sabueso. Volverás a la finca del concejal y montarás guardia junto a la
cama de la señora De Blanchet hasta que regresemos.
»Puso su espada de acero plateado ensangrentada sobre mi hombro, suave
como las primeras lluvias.
»—Y si alguna vez te doy una orden que no sigues directamente de nuevo,
juro por el Dios Todopoderoso y los Siete Mártires, que acabaré contigo,
muchacho. Te pondré en tu tumba antes de permitir que tu impaciencia y tu
búsqueda de gloria pongan a un inocente en la de ellos.
»Bajé la cabeza, la lengua llena de vergüenza.
»—Entendido, Maestro.
»Greyhand bajó su espada y me ofreció su mano.
»—Ahora levántate. Tienes cuerpos que quemar.

233
»—¿Té, iniciado?
»La voz del padre Lafitte me sacó de mi ensoñación y levanté la vista de la
chimenea. La vista del cadáver en llamas de una niña estaba grabada en mi cabeza.
El hedor estaba en mi ropa, el horror fresco, y todo me había vuelto a recordar a
mi hermana. La muerte de Amélie se sentía hacía una eternidad, y pensé que el
chico que la había visto arder era solo un fantasma. Y, sin embargo, volví a
demostrar que era un niño ese día. Testarudo y necio.
»—No —respondí—. Merci, padre.
»El criado de De Blanchet asintió, dejó la bandeja que llevaba sobre la
repisa de la chimenea y salió de la habitación. La tetera era de plata, las tazas de la
mejor porcelana. El aroma del té era dulce, penetrante, solo recordado a medias
alrededor de la mesa de mi mamá en mi infancia.
»Afuera había caído el sol y mis compañeros aún no habían regresado.
Herido como estaba, sabía que la sangre noble que se había escapado de nosotros
sería más peligrosa en la oscuridad de la noche. Mis compañeros corrían un mayor
riesgo. Por centésima vez, maldije mi propia estupidez.
»—¿Problemas, hijo mío? —preguntó Lafitte, sentándose frente a mí. 234
»Mi asiento estaba cerca de la cama de madame De Blanchet, Lionclaw al
alcance de la mano. La otomana era de cuero rojo y terciopelo afelpado, lo
suficientemente grande como para perderme. Volví los ojos hacia la dama que
estaba sentada en su montaña de almohadas. Su respiración era superficial y rápida,
su piel pálida como el papel. El concejal estaba trabajando en su estudio al final
del pasillo.
»—Nada digno de mención, padre —suspiré.
»—Pareces exhausto.
»Negué con la cabeza, sabiendo que el rojo enrojecido de mis ojos era solo
un residuo del sacramento.
»—No dormiré esta noche.
»—Sólo he oído rumores de tu orden sagrada —comentó Lafitte—. Mi papá
conoció a uno de los tuyos una vez. Dijo que el hombre mató a una bruja que
plagaba su aldea cuando era niño. La localizó y clavó su alma en su cuerpo con un
trozo de hierro frío antes de prenderle fuego. Pensaba que eran tonterías sin
sentido, a decir verdad.
»—No he conocido a ninguna bruja, padre. Pero he visto el mal. Y camina
ahora entre nosotros, no lo dude. —Tragué—. Habrá noches oscuras por delante.
»—La gente que encontraron en las catacumbas. ¿Fueron… cambiados?
»Asentí.
»—He luchado contra los Muertos antes, pero… no así. La mujer parecía…
asustada. El hombre le dijo que corriera. Era como si recordaran lo que habían
sido.
»—Los conocía a los dos —dijo Lafitte, secándose el labio sudoroso con el
pañuelo—. Feligreses míos. Eduard Farrow y Vivienne La Cour. —Las yemas de
sus dedos se cernieron sobre la rueda plateada alrededor de su cuello—. Se iban a
casar en primavera.
»—¿Y la niña? Su nombre era Lisette.
»Lafitte se encogió de hombros.
»—Hay muchos vagabundos en un pueblo de este tamaño, iniciado De
León. Muchos que van y vienen, y más aún a los que nadie echaría de menos. Una
tragedia.
»—Es la voluntad de Dios —declaré—. Todo lo que hay en la tierra abajo
y arriba en el cielo es obra de su mano.
»—Véris —sonrió el sacerdote—. Pero vamos, si vamos a estar de vigilia 235
hasta el amanecer, deberías beber algo. Un té tan fino es una rareza estas noches.
Sería un pecado desperdiciarlo.
»Tomé la taza que me ofreció Lafitte y miré fijamente las llamas. Recordé
a mi mamá, preparando té en su gran tetera negra en los años previos a la muerte
de los días. Mis hermanas y yo sentados a la mesa, Amélie burlándose mientras
Celene y yo nos peleábamos por un juego de nudillos. Extrañaba a mi hermanita,
me sentía culpable por no responder a sus cartas. Me preguntaba si debería
escribirle a mi madre y preguntarle la verdad sobre mi padre. Una parte de mí no
quería saberlo. El resto de mí lo necesitaba desesperadamente.
»—Santé, iniciado —dijo Lafitte, levantando su taza.
»—Santé, mon Père —respondí.
»Tragué el sorbo con una mueca de dolor. Amargo y demasiado caliente.
Lafitte dejó su taza a un lado y me miró. Era bastante guapo, a decir verdad: linaje
nórdico, cabello y ojos oscuros. Más parecido al hijo de un hombre rico, para haber
sido enviado por el Pontífice a una ciudad tan rica a su edad.
»—¿Cuánto tiempo llevas al servicio de la Ordo Argent, iniciado De León?
»Miré a madame De Blanchet mientras gemía en sueños.
»—Siete meses.
»—¿Hay muchos hermanos de tu sagrada orden?
»—Unas pocas docenas —respondí, levantándome de la silla—. Aunque a
veces es difícil saberlo. La Caza nos mantiene alejados de casa a menudo. Es raro
que estemos todos en San Michon a la vez.
»—¿Por qué tan pocos de ustedes? Si vienen noches oscuras como dices,
¿no podrían reclutar más?
»Comprobé la temperatura de madame De Blanchet y ella gimió cuando mi
estrella de siete puntas le tocó la piel.
»—El nacimiento de un sangre pálida no es algo común, padre. Somos
como los sangre fría que cazamos. Nuestra creación es casualidad. Una maldición,
y una que no se debe alentar.
»Frunció el ceño.
»—Los sangre fría son hechos por otros sangre fría, ¿no es así?
»—Oui. Pero no todo el folclore es cierto. Su aflicción es caprichosa, padre.
Solo pasando a sus víctimas por casualidad. Algunos permanecen muertos. Otros
se levantan como monstruos sin sentido.
236
»—¿Casualidad, dices? —Lafitte frunció el ceño—. Curioso.
»Me froté la frente sudorosa y me quité el abrigo.
»—Esa es la vergüenza de todo esto. Es posible que el vampiro que inició
este lío ni siquiera supiera que Claude de Blanchet se había convertido.
»—Madame Luncóit no me pareció una descuidada.
»Parpadeé.
»—¿Pensé que había dicho que no conocía a madame Luncóit?
»—Solo por reputación. La gente con la que ella trataba en Skyefall la
consideraba muy bien. Incluso el concejal parecía estar bajo su hechizo.
»—¿Con qué otras personas trató? —pregunté, secándome el sudor de los
labios.
»Pero Lafitte no respondió. Tenía la cabeza ladeada como si estuviera
escuchando, sin tocar el té. Me palpitaba la cabeza. Mis ojos ardían y estaban
borrosos.
»—Siete Mártires, hace calor aquí…
»El cura me sonrió.
»—Abre la ventana. Es una hermosa vista.
»Asentí, caminando penosamente hacia las puertas de vidrio del ventanal.
Con los ojos todavía doloridos, agarré las cortinas y las aparté. Y allí, brillando
pálido como la luna en la oscuridad del exterior, estaba el rostro del pequeño
Claude de Blanchet.
»—¡Dulce Redentor!
»Diez años. Cabello negro carbón y piel realmente blanca. Iba vestido con
galas de noble, terciopelo negro y botones dorados, una corbata de seda en el
cuello. Pero sus ojos eran la parte más oscura de él, de párpados pesados y
relucientes como joyas mojadas. Y las fijó en el sacerdote y apretó la mano contra
el cristal.
»—Hermoso, ¿no es así?
»Me volví y vi al padre Lafitte, que ahora sostenía mi espada envainada.
Los ojos del sacerdote se llenaron de un éxtasis de esclavo, contemplando esa
pálida sombra más allá del cristal.
»—Déjame entrar —susurró.
»—¡Lafitte, no! —grité.
»—Pase, amo —suspiró el sacerdote.
237
»Las puertas se abrieron de golpe y el cristal se rompió en el marco. Apenas
tuve tiempo de girarme antes de que Claude de Blanchet estuviera sobre mí y me
golpeara contra la pared. El yeso se partió, las costillas que me había roto al
principio del día estallaron en llamas nuevas. Vi a Lafitte caminando hacia el
balcón, pero estaba demasiado ocupado luchando contra el chico para hacer algo
más que protestar con un rugido cuando arrojó mi espada por la ventana. Como si
la presencia impía de la cosa la despertara, madame De Blanchet estaba ahora
sentada en la cama. Se había soltado el camisón, sus brazos extendidos.
»—Mi niño —dijo con lágrimas en los ojos—. Mi dulce bebé.
»Ese dulce bebé me arrojó contra la pared, con las uñas duras y afiladas
como el hierro. Toda la habitación se estaba volviendo borrosa, un olor amargo en
mi lengua, y por fin comprendí que Lafitte había deslizado algo de toxina en el té,
oscureciendo el himno de sangre en mi cabeza. Cuando el vampiro me clavó con
su mirada negra, me di cuenta de que estaba en la mierda más profunda de mi vida.
»—Arrodíllate —ordenó Claude.
»La palabra me golpeó como un disparo de pistola, envuelto en satén. El
deseo de complacer a esta cosa era tan real como el aire que respiraba. Sabía que
si simplemente cedía, todo estaría bien. Todo sería maravilloso. Pero en algún
rincón oscuro de mi mente, podía sentir la espada de Greyhand clavándome contra
ese árbol, el fuego de sus palabras quemando la oscuridad.
»«No escuches ni una palabra de los siseos de estos bastardos, no sea que
te encuentres siendo su comida».
»Agarré la tetera de la repisa de la chimenea. Plata brillante y reluciente.
Sentí que mi furia aumentaba, mis caninos se agudizaban. Y cuando el vampiro
volvió a decir: «¡Arrodíllate!», mis dedos encontraron agarre y escupieron: «¡Vete
a la mierda!». Estampé la cosa directamente en sus labios rubí.
»Claude gimió de dolor, tambaleándose. La tetera se arrugó como papel,
pero me dio un momento para respirar cuando la puerta del dormitorio se abrió de
golpe. El concejal estaba en el umbral, pálido por la conmoción. Observó el caos:
la esposa gritando, el padre Lafitte sacando un cuchillo de la manga mientras yo
volvía a golpear al monstruo en la cara. Pero los ojos de De Blanchet estaban fijos
en la cosa con la que peleaba, el remanente oscuro del niño que había enterrado
meses atrás.
»—¿Mi hijo?
»Me abalancé hacia mi bandolera de agua bendita y bombas de plata, pero
el sacerdote saltó sobre mis hombros y me apuñaló con su pequeña hoja una y otra
vez. La fuerza de Lafitte era impresionante, su cuchillo atravesó mi pecho una
docena de veces. Pero yo no era un maldito esclavo como él. Yo era un sangre 238
pálida, un iniciado de la Ordo Argent, entrenado a los pies de un maestro de la
Caza. Rompiendo su mandíbula con mi codo, escuché un hueso astillarse, un grito
de la boca rota del traicionero imbécil. Me lancé hacia atrás, sentí que las costillas
de Lafitte se desmoronaban cuando chocamos con la pared con la fuerza suficiente
para romper los ladrillos.
»Pero para entonces, el pequeño Claude estaba de nuevo en posición
vertical, asestándome un golpe tan atronador que me hizo vomitar. Me doblé de
dolor y me tiró al suelo. Sentado en mi pecho, el vampiro se lanzó hacia mi
garganta.
»Un trozo de madera en llamas se estrelló sobre la cabeza del niño,
astillándose en una lluvia de chispas. Claude gritó de agonía, su cabello ardía.
Levantándose de mí, se volvió hacia su padre, de pie junto a la chimenea con un
tronco roto en la mano.
»—Papá —siseó el vampiro.
»—No hijo mío —susurró De Blanchet con lágrimas en los ojos.
»Volvió a golpear al niño, la cosa chilló cuando el fuego ennegreció su piel.
Entonces sonó un grito en la habitación, y madame De Blanchet agarró la daga
caída de Lafitte y se lanzó a la espalda de su marido. La hoja atravesó la carne del
concejal, el hombre jadeó cuando él y su esposa se derrumbaron sobre el suelo
manchado de sangre.
»—¡Claudette! D-detente…
»Vomito en mi boca, sangre corriendo por mi pecho, me lancé por mi
bandolera de nuevo. Escuché un aliento siseante, sentí unas manos fuertes que me
lanzaban a través de la habitación, demoliendo la magnífica cama de madame De
Blanchet. Levanté mi mano izquierda cuando Claude aterrizó encima de mí, el
maldito cabrón chillaba mientras la plata en mi palma se encendía con fuerza. Pero
aun así me golpeó como un martillo, sacando el aliento de mis pulmones
perforados. Con una mano con garras, agarró mi brazo, alejando la luz de mi tatuaje
de sus ojos. Con la otra, alcanzó mi garganta. Y desesperado, jadeando y
sangrando, lo agarré por la muñeca.
»Mi fuerza contra la suya. Su voluntad contra la mía. Se cernió sobre mí,
con el rostro de querubín chamuscado y salpicado de rojo. Recordé a esos dos
sangres noble en las criptas, la apariencia de sus viejas vidas todavía aferrada a sus
cadáveres. Pero este maldito monstruo encima mío, harto de meses de asesinatos,
esto, esto era lo que eran en realidad.
»—Silencio ahora…
»Volví a tener trece años. Tumbado en el barro el día que Amélie volvió a
casa. Y allí, como antes, con la muerte respirando frío en mi garganta, sentí que el
calor me inundaba el brazo. Algo se agitó una vez más dentro de mí, tenebroso y 239
viejo. Y con un grito de agonía, Claude de Blanchet retrocedió, agarrando la mano
que agarraba la suya.
»Su carne se estaba ennegreciendo bajo mi agarre, como si ardiera sin llama.
El niño trató de alejarse, y bajo mis dedos apretados, vi su piel de porcelana
burbujeando y partiéndose, vapor rojo saliendo de las grietas como si la misma
sangre hirviera en sus venas muertas. Su voz era otra vez la de un niño, lágrimas
de sangre en los ojos negros.
»—¡Déjala ir! —chilló—. ¡Mamá, haz que se detenga!
»Su mano era ahora una ruina carbonizada, la sangre hirviendo se
derramaba por mi antebrazo como cera caliente. Aun así, aguanté, horrorizado,
asombrado. Escuché botas subiendo las escaleras. El grito de Greyhand. El
pequeño Claude jadeó cuando el látigo de mi maestro se envolvió alrededor de su
garganta y pecho. Y atado por fin por la plata, el pequeño bastardo cayó al suelo.
Madame De Blanchet se alejó volando de su marido y se dirigió hacia mí, pero De
Coste la tiró al suelo.
»—¡Te mataré! Heriste a mi bebé, bastardo, ¡TE MATARÉ!
»La mujer estaba empapada de sangre, su marido había muerto por su
propia mano, y no pensaba más que en la sanguijuela que yacía indefensa a mi
lado. Claude de Blanchet me miró fijamente con ojos desalmados llenos de
malicia. Me imaginé las heridas por mordedura en el pecho de su madre y entre
sus piernas, intentando no imaginar la forma de sus visitas nocturnas. Y me
pregunté si alguna vez había caminado tan cerca del infierno como esto.
»Greyhand puso sus manos debajo de mis brazos y me ayudó a ponerme de
pie. Me temblaban tanto las piernas que apenas podía estar de pie, la cabeza me
daba vueltas por el veneno de Lafitte. Mi maestro examinó la carnicería: el
sacerdote aplastado, el sangre noble quejumbroso, el concejal asesinado y su
esposa que gritaba. Estaba empapado en rojo pegajoso, puñaladas en el pecho,
costillas rotas. Mi cabello colgaba alrededor de mis ojos en una cortina
ensangrentada y enmarañada, mi mente corriendo con la idea de que de alguna
manera había hervido la sangre de ese vampiro con solo tocarlo.
»—¿Qué hice? —susurré, mirando la carne negra del chico—. ¿Cómo lo
hice?
»—No tengo idea.
»Greyhand me dio una palmada en el hombro y asintió a regañadientes.
»—Pero buen trabajo, Pequeño León.

240
»Llegamos de regreso a San Michon dos semanas después, esos poderosos
pilares de piedra elevándose desde las brumas del atardecer ante nosotros. En
verdad, no sabía cómo sentirme. Había tanto fallado como sobrepasado mi primera
Caza. Mi impaciencia me había vencido, había puesto en peligro vidas inocentes.
Había matado a un hombre con mis propias manos, y no es poca cosa ser el que
quita una vida de esta tierra. Haces que el mundo sea menos con eso, y si eres
descuidado, además, te haces menos a ti mismo.
»Pero en lugar de arrepentirme, solo sentí una reivindicación. Que había
defendido a los fieles de Dios del mal que los acosaba. Eso lo había hecho bien. Y
más sorprendente, había derrotado a un sangre noble sin ayuda. Admito que me
estaba sintiendo más que un toque lleno de mí mismo en eso, sentado alto en la
silla de Justice con una sonrisa que nunca abandonó mis labios.
»Claude de Blanchet y Vivienne La Cour estaban atados con cadenas de
plata en el caballo de Greyhand. El brazo del niño aún no se había curado por
completo de las heridas que le había infligido, y Greyhand tuvo que silenciar sus
lamentos con una mordaza. Pero las preguntas sobre qué había hecho exactamente
y, lo que es más importante, cómo lo había hecho, seguían sin respuesta.
»A pesar de mi insubordinación, Greyhand me mostró un respeto a 241
regañadientes; me di cuenta de que estaba impresionado por la destreza que había
demostrado al derribar al chico. Pero los ojos de De Coste estaban llenos de odio
cuando me miraba. Mi desobediencia había hecho que un neófito le rompiera el
cráneo, y yo había pasado a golpear a su creador desarmado y solo. Aaron había
sido eclipsado, y sabía que tendría cuentas que ajustar conmigo una vez fuera de
la vista de Greyhand.
»Detuvimos a nuestros caballos afuera de las puertas del establo, y entré
para buscar a los mozos de cuadra mientras Aaron y Greyhand descargaban a
nuestros sangre fría cautivos. Llamé a Kaspar, mis ojos se adaptaron a la tenue luz
de los globos químicos. Y en las sombras, vi dos figuras, sobresaltadas como si
estuvieran sorprendidas. La primera era Kaveh, el hermano mudo de Kaspar. Y la
segunda, su rostro palideciendo un poco al verme, era la asistente de serafín Talon,
la hermana Aoife.
»—Feliz amanecer, iniciado —tartamudeó, haciendo una profunda
reverencia.
»—Feliz mañana, buena hermana. —Asentí lentamente—. Kaveh.
»El muchacho bajó la mirada, mudo como siempre.
»—¿Has vuelto de la Caza? —preguntó Aoife—. ¿Me han dicho que todo
salió bien? Archer llegó la semana pasada con noticias de la carga que transportan.
»Miré a Aoife con la cabeza inclinada. Era poco común y extraño encontrar
a una hermana de la Hermandad de Plata sin acompañante en compañía de un mozo
de cuadra. Kaveh seguía negándose a mirarme a los ojos. Pero al final, supuse que
no era de mi incumbencia.
»—Oui —asentí a la hermana—. Dos neófitos de sangre noble, ambos de
linaje Voss.
»—Maravilloso —sonrió Aoife mientras se enderezaba el hábito—. Te
acompañaré.
»La buena hermana me siguió afuera y Kaveh se apresuró a traer nuestros
caballos del frío. Aaron y Greyhand se inclinaron para saludar a Aoife, y juntos
subimos las alturas vertiginosas de San Michon, conmigo arrastrando al chico De
Blanchet y Aaron cargando a La Cour. Observé a la hermana de reojo mientras la
plataforma se elevaba, pero el rostro de Aoife era de piedra. Archer giró sobre
nosotros, cantando al viento con alegría por el regreso de su maestro. Greyhand
levantó su brazo, y cuando el halcón se posó en su muñeca, sus labios se torcieron
lo más parecido a una sonrisa que alguna vez consiguieron.
»Pensé que podríamos informar al abad Khalid o llenarnos el estómago,
pero Aoife nos llevó directamente a la armería. Como siempre, las ventanas
estaban iluminadas por el fuego de la forja, las chimeneas arrojaban humo negro, 242
todas menos una, escupiendo esa fina voluta escarlata. Esperándonos en los
escalones estaba el propio serafín Talon, con el cuello de su abrigo apretado
dolorosamente y su mecha de fresno en la mano.
»—Feliz amanecer, fray Greyhand —dijo Talon en su tono frío y noble—.
De Coste.
»—Feliz mañana, serafín —respondieron.
»El serafín de la Caza me miró directamente, acariciando su largo y oscuro
bigote como un niño de seis años acaricia a su gatito favorito.
»—Feliz amanecer, mi pequeño sangre de mierda.
»—Feliz mañana, serafín —suspiré.
»Talon hizo una pequeña sacudida con la cabeza y los cuatro lo seguimos
al interior de la armería. El calor de las forjas era un cambio bendito con respecto
a la carretera, los globos químicos brillaban como estrellas en los frontones del
techo. Las paredes estaban revestidas de acero plateado y allí, entre los estantes, vi
a Baptiste Sa-Ismael, el joven mocoso que había forjado mi espada. Su piel oscura
estaba húmeda de sudor, los músculos brillaban mientras llevaba una carretilla de
coque puro para las forjas. Se detuvo cuando nos vio, se secó la frente.
»—Feliz amanecer, serafín —dijo en su cálido barítono—. Hermana Aoife.
»Talon asintió y Aoife hizo una reverencia.
»—Buena mañana, Sa-Ismael.
»El herrero nos regaló al resto de nosotros una sonrisa impecable.
»—Y un feliz amanecer para todos ustedes, hermanos. Regresaron
triunfalmente, ¿veo? —Miró la espada en mi cintura—. ¿Cómo le fue a Lionclaw
en su viaje inaugural, De León? ¿Mataste algo monstruoso?
»—Fue arrojada por la ventana por un sacerdote corrupto, hermano. Así que
me temo que no.
»Baptiste miró a Aoife y sonrió.
»—Bueno, parece que le diste una aventura, al menos. Las mujeres disfrutan
ese tipo de cosas. —Me dio una palmada cálida en el hombro—. No tengas miedo,
Pequeño León. Dios te concederá la oportunidad de hacer su voluntad.
»Maldita sea, me gustaba Baptiste. Y no estaba solo. De Coste perdió todo
rastro de su habitual arrogancia cuando estaba en compañía del herrero. Incluso
Greyhand parecía estar cerca de dejar caer su habitual ceño alrededor del joven.
Baptiste tenía una sonrisa que parecía hecha solo para ti, una risa rica, un alma
buena. Pero miró a Talon cuando el serafín se aclaró la garganta. 243
»—Veo que tienen asuntos que atender, hermanos. No los apartaré de la
obra santa de Dios. Podemos compartir sus historias en el comedor esta noche con
una copa.
»—O una botella —respondió Aaron.
»El herrero se echó a reír, los ojos oscuros destellaron.
»—Por la Sangre. Esta noche, mes amis.
»Nos despedimos con la cabeza y seguimos a serafín Talon y a la hermana
Aoife a un área de la armería que no había visitado antes. Las enormes puertas
revestidas de plata bloqueaban el paso, se abrieron con una llave plateada alrededor
de la garganta de Talon, y más allá, nos esperaba una gran habitación de piedra
oscura. El sabor a sangre vieja impregnaba el aire. Techos altos iluminados con
globos químicos se arqueaban en lo alto, las paredes cubiertas con ilustraciones
anatómicas de sangres fría, faekin y otras monstruosidades. Pero la habitación
estaba dominada por un gran aparato, como nunca me había imaginado.
»Parecía una especie de fragua, soñado en una mente inquieta. Un nido de
tuberías serpenteantes rodeaba una hilera de grandes losas. Los canales estaban
tallados en las piedras en forma de estrella de siete puntas, y en media docena,
pude ver las formas demacradas de los vampiros, amarrados con plata. Muchos
eran condenados, pero al menos uno era de sangre noble: un lindo monsieur con
largos cabellos de color rojo Ossway. Su carne era gris sin vida, marchita como
fruta vieja. Les habían clavado tubos de plata en el pecho y podía oír el goteo,
goteo, goteo de sangre en frascos de vidrio.
»Miré a Aoife a mi lado y susurré:
»—¿Qué lugar es este, hermana?
»—La Fundición Escarlata —explicó—. Los corazones de sangre fría en
realidad no laten, ya ves. Y sin un pulso que lo impulse, su sangre va solo donde
ellos quieren. La Fundición es el medio más eficaz para cosechar su esencia y, por
tanto, producir la mayor cantidad de sanctus.
»Mirando alrededor de la habitación con la mandíbula floja, pude sentir una
extraña corriente arrastrándose por mi piel. Este dispositivo parecía nacido mitad
de la ciencia, mitad de la hechicería.
»—De Coste —dijo Greyhand—. De León. Hagan que nuestros invitados
se sientan cómodos.
»Aaron y yo obedecimos, colocando a nuestros sangre fría capturados en
las losas. Ambos estaban amordazados y con los ojos vendados, pero un leve
gemido de agonía se deslizó por los labios de Vivienne La Cour mientras Aoife le
colocaba grilletes de plata en las muñecas y los tobillos. Cuando su carne comenzó 244
a chisporrotear, tuve que recordarme a mí mismo de nuevo que estas cosas no eran
otra cosa que sanguijuelas con piel humana.
»—Por el castigo que soportaron, definitivamente son Voss —dijo
Greyhand.
»Talon asintió al chico.
—¿Este fue el primero de la prole?
»—Oui —asintió Greyhand—. Pequeño bastardo aterrador para ser un
neófito.
»—Pobre alma —suspiró Aoife suavemente—. Es apenas más que un bebé.
»—Para nunca convertirse en un hombre —frunció el ceño Greyhand.
»—Lo examinaremos a fondo —dijo Talon, con más deleite del que se
sentía cómodo—. La llama revelará todo lo que su sangre no revela antes de que
nos deje por el infierno.
»Aoife hizo la señal de la rueda. El serafín miró el antebrazo del niño,
todavía quemado por mi toque. Lo vi intercambiar una mirada con nuestro maestro.
»—Ustedes dos. —Greyhand se volvió hacia Aaron y yo—. Vayan a
bañarse y alimentarse. Es posible que volvamos a salir de caza antes de lo que
creen. De León, estaré arreglando tareas adicionales para ti hasta que salgamos de
San Michon nuevamente.
»—… ¿Deberes, maestro?
»—A partir de la mañana, te reportarás a los establos antes de cada misa del
crepúsculo y limpiarás esos corrales hasta que estén impecables. Informaré a
Kaspar y Kaveh esta noche. Estoy seguro de que nuestros jóvenes mozos
disfrutarán de la hora extra de sueño que les proporcionará tu trabajo.
»Parpadeé con incredulidad mientras Aaron reprimía una sonrisa triunfante.
»—¿Tengo que palear estiércol todas las mañanas? Derribé a esta cosa con
una sola mano.
»—La desobediencia tiene su precio. ¿Crees que estoy siendo injusto?
»Me enfurecí con la indignidad de todo esto, pero hice una rígida
reverencia.
»—No maestro.
»—Bien. Fuera ustedes dos. Los seguiré en breve.
»—Por la Sangre, fray. —De Coste hizo una reverencia—. Serafín.
Hermana. 245
»Aoife se despidió con una sonrisa. Talon asintió vagamente, todavía
mirando el brazo del pequeño Claude mientras Aaron y yo marchábamos hacia la
gélida víspera. De pie en los escalones de la armería, apreté los dientes, intentando
contener mi temperamento. Había desobedecido a Greyhand, sin duda. Y a pesar
de capturar al chico De Blanchet, sabía que merecía un castigo. ¿Pero esto?
»De Coste pasó la mano por su mugriento cabello rubio y sonrió.
»—Con mierda hasta las espinillas todas las mañanas, ¿eh, campesino? Será
como en casa.
»—Hablando de casa, ¿cómo está tu mamá? Dile que la extraño, ¿quieres?
»De Coste se volvió hacia mí. Cuando se acercó, noté que a pesar de que
era mayor, yo era casi tan alto como él ahora. Capaz de encontrar su mirada azul
pálido.
»—Cierra los ojos —dijo.
»Las palabras de Aaron se deslizaron en mis oídos como el inteligente
cuchillo. No el disparo de terciopelo de mando de ese chico oscuro en Skyefall.
Algo más sutil y aterrador. Estaba prohibido que los sangre pálida usaran sus dones
entre sí, y una parte de mí se enfureció porque se atreviera a hacerlo. Pero para el
resto de mí, parecía lo más razonable del mundo. Aaron es tu amigo, vino un
susurro desde dentro. Confías en él. Te gusta.
»Y así, cerré los ojos.
»Su puñetazo me dio en el estómago y todo el aliento salió de mis pulmones.
Caí de rodillas en los escalones de la armería, sosteniendo mi estómago dolorido.
»—Me pegaste como un lord —logré decir.
»—No me gustas, pequeño bastardo mal educado.
»—¿Quieres decir que esto no es una… propuesta de matrimonio…?
»Aaron se cernió sobre mí con dientes afilados en las comisuras de la boca.
»—Me has puesto en ridículo delante de Greyhand. Te debo sangre por eso.
Nuestro maestro puede estar contento de que muevas una pala por un tiempo, pero
yo seguramente no lo estaré. Ahora que no está cerca para cuidarte las espaldas a
cada minuto, es mejor que duermas con un ojo abierto, sangre frágil.
»Aaron escupió en los escalones a mi lado y se dirigió a los barracones.
Había quebrantado las leyes de San Michon usando sus dones de sangre sobre mí,
y estuve medio tentado de lanzar un golpe de despedida sobre su cobardía. Pero a 246
decir verdad, me alegré de que me hubiera dejado jodidamente solo. Había captado
la mirada que habían intercambiado Greyhand y Talon, y me pregunté si el serafín
sabía algo de la herida que le había infligido al chico De Blanchet.
»Con los ojos de Aaron lejos de mí, apunté ahora para averiguarlo.
Entonces, simplemente le di la vuelta a los Padres por la parte de atrás y,
sosteniendo mi vientre magullado, regresé sigilosamente al interior de la armería.
»Mi corazón estaba acelerado, pero todas esas noches que había pasado
escabulléndome hasta el dormitorio de Ilsa volvieron a mí como una inundación.
Todavía podría ser un bastardo sigiloso cuando quería, incluso sin labios cálidos
esperándome al final. Me arrastré a través de los estantes de armas, luces bajas de
miel brillando arriba. Y muy pronto, me agaché fuera de las puertas de la
Fundición.
»Mirando dentro, vi a Greyhand y Talon junto al cuerpo del pequeño
Claude. La hermana Aoife estaba ahora al otro lado de la habitación, ocupada en
el funcionamiento de la Fundición.
»—… gran infestación considerando el tiempo que este engendro de
gusanos tuvo para cazar —estaba diciendo el serafín—. ¿Dice usted que solo
cumplió dos meses?
»—Casi tres —asintió Greyhand—. Pero, oui. La sangre corre espesa en
este.
»—¿Interesante que la sanguijuela que lo hizo lo haya abandonado?
»—Es posible que no supiera que el chico se Convirtió. Aparentemente, se
fue apresuradamente.
»—Mmm. —El niño chilló detrás de su mordaza cuando Talon deslizó uno
de esos tubos con punta plateada en su piel—. ¿Y esta quemadura en su brazo? El
mensaje de Archer decía que era importante.
»Greyhand miró a Aoife, bajando la voz a un susurro conspirativo.
»—El chico hizo eso con sus propias manos.
»—¿De Coste?
»—De León.
»Talon se burló.
»—¿Ese pequeño maricón de sangre de agua?
»—Esas heridas fueron infligidas hace dos semanas —dijo Greyhand—.
Deberían haber sanado al amanecer siguiente y, sin embargo, permanecen. Cuando
irrumpí en la habitación, todavía podía ver la sangre hirviendo bajo la piel de esta 247
sanguijuela donde De León la tocó.
»—… ¿Hirviendo? ¿Estás seguro?
»—Yo lo vi. Lo olí. Sabes lo que es esto, Talon.
»—No sé nada de eso.
»—Maldito seas, abre los ojos, hombre. Esto es sanguimancia.
»Agachado en la puerta, sentí que todo mi cuerpo se tensaba. No entendía
el significado de la palabra, pero la forma en que Greyhand la susurró envió un
escalofrío a través de mi dolorido estómago. Ahora podía escuchar el asombro en
la voz de mi maestro. Maravilla y miedo.
»—Imposible —siseó Talon—. Ese linaje está extinguido. Siglos pasados.
»—Los siglos no son nada para estas criaturas. ¿Y si las historias están mal,
Talon? ¿O mentiras? —Greyhand miró a Aoife, bajando aún más la voz—. De
León falló todas las pruebas en el Juicio de Sangre, pero nunca lo probamos por
esto. ¿Y si la sanguijuela que sembró a su ma…?
»—Entonces deberíamos llevarlo al Puente al Cielo ahora mismo —gruñó
Talon—. Córtale el cuello y entregarlo a las aguas.
»De nuevo, sentí una oleada de mariposas. Me habían enseñado que solo
había cuatro casas de linajes. Voss. Chastain. Ilon. Dyvok. ¿Había oído bien?
»¿Estaban hablando de un quinto linaje?
»¿Y yo era… uno de ellos?
»Apreté la espalda contra las puertas. No estaba seguro de si mi pecho había
caído en mi intestino, o si mi intestino había saltado a mi pecho. Mi maestro me
había mentido cuando dijo que no tenía idea de lo que le había hecho al chico De
Blanchet. Y Talon estaba hablando de acabar conmigo. Me pregunté si debería
huir por ello. Simplemente regresar a los establos, ensillar a Justice y salir
corriendo.
»—No debemos hacer nada precipitado hasta que hayamos hablado con
Khalid —susurró Greyhand—. Soy el maestro del niño. Es impaciente. Arrogante.
Demasiado ansioso por la gloria. Pero es uno de los mejores espadachines que he
entrenado, y derribó a este sangre noble solo, drogado hasta los ojos con rêvre. Si
lo que sospecho de su linaje es cierto… podría ser el más grande de nosotros,
Talon.
»—O el más terrible.
»—¿Eso no es lo que Dios debe decidir?
»—Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos, viejo amigo. —Talon se 248
apoyó en la losa y suspiró—. Tú eres el maestro del niño, y no te contradeciré.
Pero si Khalid nos lo pide, lo acabamos…
»Greyhand asintió, sombrío.
»—Que así sea. Hablaremos con el abad después de la misa del crepúsculo.
»El sabor del hierro y la adrenalina me pesaba en la lengua. Me escabullí
antes de que Greyhand pudiera verme, y volví a hurtadillas a través de la armería.
Fuera de las puertas, cruzando el puente de cuerda hacia los barracones, mi cabeza
nadaba con todo lo que había oído.
»Un don oculto llamado sanguimancia.
»Un quinto linaje.
»¿Qué significaba todo ello? ¿Por qué Greyhand habló de ellos con miedo?
¿Y en serio podría ser nacido de este linaje misterioso, y no del sangre frágil por
la que Talon me había marcado?
Jean-François sumergió su pluma en el tintero, con los ojos color chocolate
en su tomo.
—¿No podías simplemente preguntarle al abad Khalid?
—Maldición, no —Gabriel frunció el ceño—. Todo lo que había oído, lo
había escuchado a escondidas. Greyhand me había mentido en Skyefall. Dios
Todopoderoso, Talon estaba dispuesto a llevarme al Puente por esto. Además, no
estaba en mi naturaleza ir a quejarme con los adultos cuando el camino se ponía
rocoso. Cuando creces con un padrastro como el mío, aprendes a resolver tus
propios jodidos problemas.
El pulgar de Gabriel trazó las pequeñas crestas elevadas de la estrella de
siete puntas en su palma.
—Así que, resolver mis propios problemas fue exactamente lo que me
propuse.

249
»Esa víspera, hice algo que nunca me imaginé haciendo cuando entré por
primera vez a San Michon.
—¿Y eso fue? —preguntó Jean-François.
—Rompí las reglas.
Los ojos del vampiro se abrieron alarmados.
—Escandaloso.
—Búrlate si quieres.
—Merci, creo que lo haré.
—Vete a la mierda —Gabriel frunció el ceño—. No sabes lo que era, idiota
sin sangre. Toda mi vida, fui criado en la Fe Única. El engaño se asentaba tan bien
en mí como una cuerda alrededor de mi cuello. San Michon era un lugar santo, y
en los últimos siete meses, los mandamientos de la Orden se habían convertido
para mí en las leyes del Todopoderoso. Al romperlos, sentí que iba en contra de
Dios mismo, y siendo sangre pálida, sabía que mi alma ya estaba en peligro eterno.
Pero no había nada que hacer. Y no era sangre de cordero lo que corría por mis
venas. 250
Gabriel suspiró, bebiendo un trago de vino.
—Nunca solía beber nada más que agua en las comidas, por miedo a lo que
el licor le había hecho a mi padrastro. Pero Aaron había compartido una botella
con Baptiste como había prometido, y cuando me acosté esa noche, él ya estaba
babeando en sus sábanas. Su compinche De Séverin yacía de espaldas, respirando
suavemente, regresó de una Caza reciente cerca de Aveléne. Theo Petit roncaba lo
suficientemente fuerte como para hacer temblar el suelo. Pero yo estaba
completamente despierto y tenso por el miedo.
»Me quedé allí con Lionclaw escondida debajo de mis mantas, una mano
envuelta alrededor de su empuñadura. Corazón martilleando. Boca seca.
Esperando oír a Talon y Greyhand abrir la puerta, dispuestos a arrastrarme al
Puente al Cielo. Sabía que no podía enfrentarlos, pero juré pelear con todo lo que
tenía si venían por mí. Pero las horas pasaron y no escuché pisadas pesadas,
ninguna marcha de la muerte a los pies de mi cama. Y finalmente, me di cuenta de
que el abad Khalid debió haber considerado que se me permitía vivir. Que fuera
cual fuera la verdad de mi linaje, todavía no valía la pena matarme.
»Me dejé respirar aliviado. Mi vientre desanudándose lentamente. Pero a
pesar de mi indulto, no conocí la paz. Greyhand me había engañado. Talon me
odiaba. Mi vida aún podría estar en riesgo, quería la verdad de todo esto, y solo
había un lugar en el que podía pensar para encontrarla.
Jean-François enarcó una ceja en una pregunta muda.
—La gran biblioteca. La sección prohibida. Debe haber habido una razón
por la que a los iniciados no se nos permitía visitarla. Si se podía encontrar alguna
noticia sobre este quinto linaje en San Michon, supuse que me esperaba allí.
»Los barracones estaban cerrados después del anochecer, pero ya había
pensado en una forma de salir de la casucha. Me levanté temblando de la cama y,
susurrando, encontré el camino hacia el retrete.
»La eliminación de desechos en San Michon era un asunto simple: los
barracones se construyeron con una pared que sobresalía del enorme pilar de piedra
sobre el que descansaba. Un banco corría a lo largo de esa pared, una docena de
agujeros hechos en él, con las aguas del río Mère esperando quinientos pies más
abajo.
—Suena encantador —murmuró Jean-François.
—Mejor que tirarlo por la ventana. —Gabriel se encogió de hombros—.
Levanté la tapa del retrete, mirando hacia la cinta plateada del Mère y
preguntándome si estaba loco por hacer esto. Ya estaba sobre hielo fino después
de Skyefall. Si me atrapaban escabulléndome después de las campanadas, Talon
podría convencer a Greyhand de que me llevara al Puente al Cielo y listo. Pero 251
ahora esto no era solo una curiosidad ociosa. Mi vida podría estar en riesgo. No
conocía otra forma de conocer la verdad de lo que era. Y después de derribar a ese
vampiro con las manos desnudas, todavía me sentía un poco invencible. Así que,
respirando profundamente, me deslicé por la boca del retrete.
Gabriel hizo una pausa, mirando al sangre fría.
—… ¿Y bien?
—¿Bien qué?
—Esta es la parte en la que haces una broma sobre los desechos humanos y
mi relación con ellos.
—Por favor, De León, dejé de ser un niño de doce años hace décadas.
—¿No hay comentarios sobre cómo estaba tirando mi aprendizaje por la
alcantarilla o cosas por el estilo?
—Si tuviera que bromear, sería mucho más divertido que eso.
Gabriel se burló.
—El viento era cuchillos, jalando mi pelo y poniéndome las uñas azules.
Bajé al andamio y me agaché, con las manos extendidas para mantener el
equilibrio. Un hombre ordinario se habría roto las piernas en esa caída, pero aunque
yo no era enteramente un hombre, tampoco era nada parecido a lo ordinario.
Deslizándome a lo largo de las vigas y luego escalando la pared de roca con las
manos desnudas, me encontré encaramado en una delgada saliente que bordeaba
el edificio. Negándome a mirar hacia abajo, me arrastré hasta que por fin, un poco
mareado, llegué al patio de los barracones.
—¿No había guardias? ¿Sin vigilancia nocturna?
—Pude ver una lámpara química cerca del Osario, sostenida por una figura
oscura que supuse que era el guardián Logan. Pero aparte de eso, no otra alma
viviente. Hice la señal de la rueda al pasar bajo el alero de la catedral, rogando a
Dios que perdonara mi desobediencia. Mientras cruzaba el siguiente puente, me
pregunté si simplemente lo soltaría y me enviaría a la muerte. Pero muy pronto me
encontré ante la entrada de la gran biblioteca.
»Las puertas estaban selladas, por supuesto. Eran enormes losas revestidas
de cobre, formadas en leyendas barrocas de los mártires: Cleyland con su llave del
infierno y Michon con su cáliz de plata. Me pregunté si tendría que forzarlas para
entrar. Pero, extrañamente, al presionar una mano sobre ellas, encontré las puertas
ya abiertas. Y con la respiración contenida y el pecho palpitante me arrastré hacia
el vasto hueco de la biblioteca de San Michon.
»La habitación era una gran cámara, llena de libros desde el suelo hasta el 252
techo. Los accesorios de latón brillaban en la penumbra, y el techo estaba pintado
con frescos de los ángeles de la hueste. Escaleras sobre corredores se extendían
hasta las pilas más elevadas. Mirando en la penumbra con ojos de sangre pálida,
vi la vista familiar de volúmenes encuadernados en cuero, pergaminos
polvorientos, hermosos tomos. Inundado con un arco iris opaco de luz lunar, que
se derrama a través de las ventanas de vidrieras.
»Lo más curioso de todo es que el suelo estaba pintado como un gran mapa,
delineando el imperio y los cinco reinos a partir de los cuales se había forjado. Al
noroeste, los confines helados de Talhost, ahora perdidos por el Rey Eterno. Al
este, la sede del emperador Alexandre, el gran Elidaen. Nordlund siempre en el
medio, y Ossway y Sūdhaem al sur, la poderosa columna vertebral de las montañas
Godsend corriendo por el flanco oeste de Nordlund. Siempre era el sentimiento
más extraño, caminar por la gran biblioteca. El conocimiento de todo el imperio se
reunía en los estantes a tu alrededor, y el imperio mismo se colocaba bajo tus pies.
»Me escabullí a través de largas sombras, pasé por innumerables libros con
innumerables historias que contar, hasta que llegué a las pesadas puertas de hierro
forjado que sellaban la sección prohibida. A través de las gruesas barras, pude ver
una habitación larga, un laberinto de estantes desbordados. Extrañamente, podía
oler el humo de las velas. Y siempre tan tenue en el aire, el suave perfume de…
»—Sangre —susurré.
»Ahora se me pusieron los pelos de punta. Se me hizo la boca agua. Como
siempre, me habían dado el sacramento en la misa del crepúsculo, pero la bestia
que llevaba dentro nunca estaba realmente saciada, y podía sentir cómo se movía.
Recordé que a fray Yannick lo degollaron en el Rito Rojo la primera noche que
llegué al monasterio. Ese destino aguardaba a todos los sangre pálida vivos.
»Yo antes que los demás, si Talon se salía con la suya.
»Volví a concentrarme en la tarea y agarré las puertas de la sección
prohibida. Pensé tal vez en abrir más las barras con mi fuerza oscura y deslizarme
dentro, pero cuando me flexioné, se separaron como las aguas del Mar Eterno ante
de las oraciones de San Antoine.
»Ya desbloqueadas…
»Las bisagras no susurraron cuando entré. El olor a sangre se hizo más
fuerte a medida que navegaba por un laberinto de estantes polvorientos, cargados
de libros y pergaminos y las curiosidades más extrañas. Los cráneos de hombres
con dientes de bestias. Estrellas de siete puntas hechas de huesos humanos. Cajas
de rompecabezas de metal talladas con glifos arcanos. Vi una criatura esquelética
en escabeche en un frasco de vidrio, y juré que me parpadeó al pasar. Los tomos
eran de todas las formas y tamaños, pero cada uno estaba encuadernado en cuero 253
pálido, blanqueado por el tiempo. Eran como los cadáveres de los libros en lugar
de los libros en sí mismos. Me sentí como si estuviera acechando a través de una
biblioteca de fantasmas.
»Pude ver una luz tenue por delante. Mi inquietud creciendo junto con el
aroma de la sangre. Y rodeando un estante de secretos blanqueados y silenciosos,
encontré la vista más extraña que había visto en la biblioteca.
»—Dios Todopoderoso… —susurré.
»Una mesa de roble macizo, llena de libros y rodeada de sillas de cuero,
iluminada por una sola vela. Una chica con las vestiduras pálidas de una hermana
novicia estaba desplomada sobre la mesa, con el pelo largo y oscuro sobre la cara
y un charco de sangre espeso alrededor de la mejilla.
»Dulce Madre Doncella, olía a perfume del cielo…
»Parecía que alguien había golpeado a la niña mientras estaba sentada
leyendo, rompiéndose el cráneo. Me arrastré hacia adelante, con el corazón
latiendo con fuerza. Y cuando extendí la mano para mover su cabello en busca de
una herida, la chica abrió los ojos, me miró directamente y gritó.
»Grité y salté hacia atrás. Se levantó de la mesa, con la cara manchada de
sangre, levantando el candelabro para golpearme en la cabeza. Y mirando a su
alrededor con ojos grandes y oscuros, presionó una mano pálida contra su corazón
y susurró con un acento nítido y noble.
»—Oh, maldito bastardo…
»—… ¿Te ruego me disculpes?
»La chica se pasó una mano temblorosa por su largo cabello oscuro y
suspiró.
»—Ruega todo lo que desees, muchacho. Casi me das un maldito ataque al
corazón.
»—…Eres la hermana novicia que entintó mi égida —me di cuenta—. La
que vi ser azotada en los establos.
»—Y tú eres el campesino que se llevó mi caballo.
»—No soy un campesino. —Fruncí el ceño—. Soy un iniciado de la Orden
de Plata.
»—Esas no son propiedades mutuamente excluyentes.
»—¿Estás bien?
»Se encogió de hombros.
»—Solo descansando mis ojos, si eso es algo de tu preocupación. 254
»—¿Boca abajo en un charco de sangre?
»La hermana novicia parpadeó entonces, dándose cuenta de que su rostro
estaba rojo pegajoso, pero más sangre se acumulaba en la mesa frente a ella.
»—Oh, que se joda todo —gruñó, metiendo la mano entre sus vestiduras en
busca de un pañuelo manchado de sangre—. Disculpa. Parece bastante más
dramático de lo que es.
»Me quedé mirando la sangre en sus labios, el pulso tamborileando en mis
sienes. Esta era la primera vez que estaba a solas con una chica desde que casi maté
a Ilsa. Recordando la sensación de ese rojo cálido entrando en mi boca mientras
ella se retorcía y suspiraba…
»—Pensé que tu cráneo estaba roto —logré decir.
»—Es mi nariz —respondió, frotándose la cara—. Sangra mucho
últimamente. Sospecho que tiene algo que ver con la altitud en esta pocilga
abandonada.
»Mi mente estaba inundada. Me pregunté qué demonios estaba haciendo
esta chica allí. Sola, después del anochecer, contra las reglas. Pero más, y a pesar
de la sangre, o probablemente a causa de ella, no pude evitar notar lo hermosa que
era. Piel como leche. Un lunar junto al suave arco de sus labios ensangrentados.
Tenía los ojos de un ángel oscuro. —Gabriel sonrió—. Y la boca de una diabla
cuando estaba con la regla.
»—Te he visto por ahí —declaró con un movimiento de su cabello—. Y
aunque te he apuñalado repetidamente, no nos han presentado formalmente. Mi
nombre es Astrid Rennier.
»—Gabriel de León —respondí, todavía más que un poco nervioso.
»—Oui. De León. —Ojos oscuros vagaron por mí, pies a cabeza—. No
pareces un león. Por otra parte, estás fuera de la cama después de las campanadas.
Lo que significa que tienes más coraje que el resto de estos niños pequeños
groseros.
»Muy lentamente, extendió la mano.
»—Creo que nos llevaremos muy bien.
»Parpadeé al ver su mano como si fuera una serpiente enrollada para atacar.
Esta chica me había visto semidesnudo, después de todo, me había tocado en
lugares que pocas otras habían hecho. El olor de su sangre estaba agitando ese
recuerdo ahora, y mi propia sangre además. Pero ella era una novicia de la
Hermandad de Plata, que pronto se casaría con Dios. Yo era un iniciado de la
Orden de Plata, sirviente de ese mismo Padre Celestial. Ni siquiera debería haber
estado hablando con ella, y mucho menos… 255
»—Los modales corteses dictan que un caballero besa la mano de una dama
cuando la conoce —dijo Astrid amablemente, moviendo los dedos.
»—Supongamos que no quiero besarla.
»—Entonces supongo que eres el campesino maleducado por el que te tomé
por primera vez.
»Me regaló una sonrisa ingenua, pero vi la trampa que me había tendido:
obedecer sus órdenes o ser grosero. El problema era que yo no quería hacer
ninguna de las dos cosas. Dejando a un lado los votos santos y las leyes divinas,
esta chica me recordaba a Aaron de Coste y los otros iniciados que hacían de mi
vida una miseria, con sus acentos señoriales y sus narices vueltas hacia arriba.
Hermosa como era, increíble como olía, Astrid Rennier me pareció una especie de
perra.
»Aun así, había hecho un trabajo ingenioso con la tinta en mi pecho. Y
mamá me había criado para que siempre tratara a las chicas de la forma en que me
gustaría que me trataran a mí. «Hay tres formas en que los hombres ven a las
mujeres del mundo, Gabriel. Enemigos a superar. Premios a ganar. O como
personas. Mi consejo es elegir lo último, mi amor. No sea que empiecen a
considerarte el primero».
»Así que tomé la mano de Astrid Rennier.
»Su piel estaba maravillosamente cálida después del frío del exterior. Podía
oler el aroma en su cabello: agua de rosas y campanillas mezcladas con el
vertiginoso perfume de su sangre. Reprimí un escalofrío al recordar su toque en mi
pecho desnudo, el dolor de sus agujas en mi piel. Y suponiendo que un beso casto
no pudiera enojar demasiado a Dios, rocé con mis labios sus nudillos, intentando
sonar cortés.
»—Encantado, madeimoselle.
»—Todavía no —prometió.
»—¿Qué estás haciendo aquí?
»—Yo podría preguntarte lo mismo, buen hermano.
»—Todavía no soy hermano de la Orden. Mi título correcto es iniciado.
»—Oh, ¿es eso lo que estamos siendo ahora? —Arqueó una ceja oscura—.
¿Correctos?
»Eché un vistazo a los libros que Astrid estaba leyendo. La mayoría estaban
escritos en idiomas que no conocía, pero los que podía comprender parecían una
mezcla extraña. Las páginas estaban cubiertas de locos garabatos, llenas de
extrañas formas geométricas y símbolos arcanos. Pasé el dedo por uno de los
pálidos lomos, murmurando en voz alta. 256
»—Una explicación llena y completa de ese peligro que los hombres
piadosos llamaron la herejía de Aavsenct, contada en siete partes, siendo esta la
parte tercera.
»—No es un título muy creativo, ¿verdad?
»—De presagios astrológicos y pronósticos nefastos: Una historia
completa.
»—Oye, ¿te importa? —dijo Astrid, cubriendo los libros protectoramente.
»—¿Sobre qué estás leyendo aquí? ¿Y por qué de noche?
»—¿Qué asunto tienes?
»—Ninguno en absoluto. Supongo que es mi tipo favorito.
»Sonrió un poco ante eso.
»—Todavía. ¿Por qué iba a compartir el mío contigo?
»—Ambos estamos rompiendo las reglas aquí. —Me encogí de hombros—
. ¿Honor entre ladrones?
»—No soy una ladrona, Gabriel de León. Pero si debes saberlo, leo por la
noche porque el archivero Adamo no permitirá que las hermanas novicias entren
en la sección prohibida durante el día. Incluso si fuera una hermana en toda regla,
todavía tengo un par de pechos, lo que te descalifica de todo tipo de cosas por aquí.
Y estoy vadeando esta colección de mierda, sandeces y tonterías lunáticas en un
intento de llegar al fondo de la muerte de los días. —Sopló un mechón de cabello
oscuro fuera de sus ojos—. ¿Satisfactorio?
»—La muerte de los días —susurré, de repente intrigado—. ¿Has
encontrado algo?
»Señaló algunos libros, uno a la vez.
»—Mierda de caballo. Sandeces. Tonterías lunáticas. Honestamente, creo
que la única razón por la que la mitad de esta colección está prohibida es por la
profunda vergüenza de que alguien haya sido lo suficientemente estúpido como
para recogerla en primer lugar.
»Sentándome a su lado, miré los libros con renovado interés.
»—¿Por qué estás buscando el secreto de la muerte de los días?
»—Bueno, mientras esté atrapada en este agujero de mierda, ¿por qué no lo
estaría? El imperio pronto será asediado por una turba de cadáveres sedientos de
sangre en constante expansión. Todo está muy bien para ti. Puedes deambular por
el campo con fabulosos abrigos de cuero, convirtiendo sangre frías en cenizas y
muchachas campesinas en charcos. Pero nadie en la autoridad parece estar 257
particularmente preocupado por lo que causó el fenómeno que llevó a esta jodida
calamidad para empezar. Simplemente están… —La hermana novicia agitó la
mano—… reaccionando a ello.
»—A veces yo mismo he pensado lo mismo —confesé.
»—Bueno, entonces, parece que el Todopoderoso te regaló un cerebro
funcional. ¡Hurra y hurra! Parece que escasean en este puto lugar.
»Me quedé mirando fijamente. Ella era curiosa, esta chica. Un segundo
encendiendo su encanto tan fácilmente como respirar. Al siguiente, escupiendo
veneno como una serpiente verde.
»—Disculpa —suspiró, frotándose la nariz de nuevo—. Soy un dragón en
su época lunar cuando tengo ansias. Deberíamos remediar eso.
»Se levantó de la silla, se acercó a uno de los estantes y buscó detrás de una
pila de libros. De algún escondite secreto, sacó una pipa de tubo largo y, para mi
asombro, vi que era de oro macizo. La vi sacar una pizca de traproot y un puñado
más grande de una sustancia verde pegajosa de una pequeña caja dorada.
»—¿Qué es eso? —pregunté.
»—Rêvre —respondió ella.
»—… ¿Las hermanas novicias pueden fumar hierba de los sueños?
»—Por supuesto. Solo me escapo para fumar una pipa en la helada
oscuridad de la noche para divertirme.
»Puse los ojos en blanco.
»—Touché, supongo. ¿Dónde la conseguiste?
»Se encogió de hombros.
»—El guardián Logan y Kaveh me deben favores.
»—¿Kaveh? —pregunté—. ¿El hermano pequeño de Kaspar?
»Astrid asintió.
»—Él va en los viajes de suministros a Beaufort con el buen Guardián, y
todavía tengo algunos amigos allí que lo mantienen bien pagado y a mí bien
provista.
»La verdad dicha, y para mi vergüenza, admito que confundí a Kaveh con
algo así como un tonto. Pero entre su extraño encuentro con la hermana Aoife y
ahora esta revelación, parecía que había más en el mudo mozo de lo que vi por
primera vez.
»Astrid frunció el ceño, su lengua sobresalió entre sus labios mientras 258
mezclaba el rêvre y el traproot. Llenó su pipa, la deslizó entre sus labios y,
apoyándose en la vela, aspiró una bocanada profunda. Sus largas y ahumadas
pestañas se agitaron contra sus mejillas, y ella se balanceó hacia atrás, conteniendo
la respiración.
»El traproot era bastante común: había sido un favorito entre los marineros
sūdhaemis durante siglos, y servía en pipas en todo el imperio ahora que la planta
de tabaco se había vuelto demasiado difícil de cultivar. Pero la hierba de los sueños
era un narcótico fuerte, favorecido por los trovadores, los autores y otros inútiles
sin valor. Era casi imposible cultivar desde la muerte de los días y costaba una
pequeña fortuna; esta chica obviamente tenía riqueza. Y mirando fijamente la caja
dorada, me sorprendió notar su diseño en relieve: un unicornio contra cinco
espadas cruzadas.
»—¿De dónde sacaste eso? —susurré.
259
»Astrid levantó un dedo, todavía conteniendo la respiración. Mi mente
estaba pensando en las formas en que ella podría haber obtenido tal premio. El
hurto parecía más obvio para un adicto a la hierba de los sueños, pero me obligué
a estudiar de verdad a esta chica. Mirando más allá de la belleza, la sangre y
pensando como el cazador que me estaban entrenando para ser.
»Por la suavidad de su mano, no había trabajado mucho en su vida. Se
comportaba como Aaron de Coste, no como una drogadicta que corre por las
alcantarillas, ese mismo acento y arrogancia, suavizados por su apariencia y
encanto. Y el sello de esa caja…
»Astrid se acercó a la ventana y exhaló un suave suspiro gris en la noche
exterior.
»—Mártires y Madre Doncella, eso es mejor.
»Señalé la caja de nuevo.
»—Esa es la cresta de Alexandre III. Emperador de todo Elidaen.
»—¿Y? —preguntó, su voz ahora perezosa y suave.
»—Entonces, o eres una ladrona común o una especie de princesa.
»Levantó su pipa.
»—Ya te dije. No soy una ladrona, Gabriel de León.
»Me burlé.
»—¿Princesa, entonces?
»Aspiró profundamente el humo y no dijo nada durante mucho tiempo,
simplemente conteniendo la respiración. Pero finalmente, exhaló una dulce nube
narcótica en la oscuridad más allá del cristal. Y habló entonces, la cálida mancha 260
en sus ojos inyectados en sangre desmentida por el acero en su voz.
»—No soy una princesa. Soy una maldita reina.
»—Eso parece poco probable —respondí, haciendo todo lo posible por no
parecer impresionado—. Solo hay una mujer soberana de este reino, y su nombre
es Isabella la Primera.
»—Que los demonios se follen a esa puta sifilítica —gruñó Astrid.
»De nuevo, eso me impactó. El emperador fue elegido por derecho divino,
su unión bendecida por Dios mismo. Hablar así de la emperatriz no solo era traidor,
sino blasfemo. Y a esta hermana novicia tampoco parecía importarle un comino.
»Como si se recordara a sí misma, Astrid me ofreció la pipa.
»—Merci, no.
»—¿Pensé que ustedes, los sangre pálida, disfrutaban de su humo?
»—El sanctus es un sacramento sagrado. —Fruncí el ceño—. No es una
indulgencia del vicio básico.
»—Lo que sea que te haga dormir por la noche, iniciado. —Astrid dio otra
calada, exhalando por la ventana—. Mi madre es Antoinette Rennier, ex cortesana
de la corte del emperador Philippe IV y amante favorita de su hijo, el príncipe
Alexandre. 261
»—Te refieres al emperador Alexandre.
»—Bueno, él no era emperador cuando mi madre empezó a acostarse con
él.
»—Eres… hija del gobernante de todo Elidaen —suspiré, mis ojos
asombrados—. Benefactor de la Orden de San Michon, Protector del Reino y
Elegido de Dios mismo.
»—Haces que mi padre suene mucho más impresionante de lo que es,
créeme.
»Apenas podía creer lo que estaba escuchando. Pero pude sentir el peso en
sus palabras. Astrid Rennier tenía aire de nobleza, oui. Pero más, detrás de la
mancha de humo en sus ojos, podía sentir una indignidad y rabia que me dejaban
pocas dudas de que decía la verdad.
»—En realidad eres… realeza…
»—Una bastarda es lo que realmente soy.
»—… Nunca pensé que las chicas fueran bastardas.
»—Eso es porque las chicas no pueden heredar propiedades. Pero de hecho
soy una bastarda real. —Astrid se colocó un mechón de color negro cuervo detrás
de la oreja—. A veces una perra real además.
»—Bueno, no iba a ser yo quien lo sugiriera…
»—Ah, por fin muestra algunos dientes. Quizás hay un león en él, después
de todo.
»—¿Qué estás haciendo en San Michon?
»—Siendo ocultada de la vista y de la mente —respondió, jugando con la
boquilla de su pipa—. Me criaron en la corte, ¿sabes? Mi madre se mantuvo a la
manera habitual de la amante de un príncipe. Pero una vez que el príncipe se
convirtió en emperador y consiguió una emperatriz, su nueva esposa se opuso a
nuestra presencia. Y así, sufrimos el destino de todas las mujeres nobles no
deseadas en este imperio. Arrancadas al silencio y la seguridad de un convento. —
Los labios de Astrid se torcieron en una sonrisa amarga—. Supongo que es mejor
que un burdel.
»—… ¿Tu madre también está aquí?
»—No. La perra emperatriz Isabella pensó que no era prudente mantenernos
juntas. Madre está en Redwatch. El Priorato de San Cleyland. No la he visto en un
año. 262
»—Lo siento. Eso parece…
»—Injusto —murmuró—. Injusto es lo que es.
»—Por eso lo nombraste así —me di cuenta.
»Entonces me miró, sus ojos inyectados en sangre estaban desconcertados.
»—El castrado. Lo llamaste Justice.
»—Ah. —Asintió, su humor volviéndose confrontativo de nuevo—. Una
cosa más que me quitaron. Son muy buenos en eso en este lugar. Tomando, quiero
decir. —Cruzó los brazos, labios delgados—. ¿Cómo le pusiste en su lugar?
¿Alguna tontería cliché como Shadow o Sooty?
»—Mantuvo el nombre que le diste. Justice le sienta bien.
»Observé el lunar junto a su labio mientras sonreía con tristeza.
»—Merci.
»—Lo siento. Que te lo quitaran.
»—Los corazones sólo se magullan. Nunca se rompen. —Astrid se encogió
de hombros, como para desterrar la sombra sobre sus hombros—. Pero agradezco
que me defendiste contra la priora ese día, Gabriel de León. Campesino nacido o
no, eso requirió un alma noble.
»Me sentí en llamas con sus halagos. Totalmente confundido en su
presencia. Ella era mayor. Obviamente más profunda en los caminos del mundo.
La tinta en mi piel había sido tallada por su mano. A decir verdad, aunque era más
alto, más fuerte, endurecido por años de trabajo y meses de trabajo con las
cuchillas, me sentía como un niño torpe alrededor de esta chica.
»—¿Cómo entraste aquí? —preguntó—. ¿Robaste una llave?
»—Yo tampoco soy un ladrón, hermana novicia.
»— Entonces, ¿cómo planeabas abrirte camino? Ese viejo bastardo hosco
de Adamo suele tenerlo todo cerrado al anochecer.
»—Pensé en doblar las barras. Pero para ser honesto, en realidad no lo había
planeado tan lejos. Ni siquiera estoy seguro de cómo voy a escabullirme de regreso
a los barracones.
»—¿Presumiblemente de la misma manera que saliste?
»—No hay forma de hacer eso sin alas. Me arrastré por las letrinas.
»—Eso suena como un plan de mierda, iniciado.
Jean-François detuvo su escritura, riendo levemente. 263
—Ves, eso fue divertido, De León.
—Vete a la mierda, vampiro.
El historiador hizo una pequeña reverencia y siguió garabateando.
—Bajé la cabeza, dándome cuenta de que la hermana novicia tenía razón.
Greyhand me había advertido sobre mi impetuosidad en Skyefall, pero
aparentemente, no había aprendido la lección.
»—Supongo que fue un poco tonto —admití.
»—Bueno, llamémoslo imprudente —declaró Astrid—. La imprudencia es
una cualidad mucho más admirable en un miembro de la Ordo Argent que la
necedad, ¿no crees?
»Al mirar su sonrisa, me encontré a mí mismo sonriéndole.
»—Encantado ahora, ¿no es así? —preguntó.
»Astrid ofreció la pipa de nuevo.
»—No queda mucho.
»—Merci, no. No vine aquí a fumar.
»—Entonces, ¿por qué estás aquí, iniciado De León?
»Estudié a esta hermana novicia, intentando ignorar la fragancia dulce y
escalofriante de su sangre entre nosotros. El hecho de que ella estuviera en la
sección prohibida, y que hablara con tanto desdén por los poderes fácticos, me dijo
que probablemente no gritaría si le decía la verdad. No sabía si debería confiar en
ella. Pero Dios sabía que no confiaba en nadie más.
»Y además, tenía razón. Olvídate del encantado. Para entonces, estaba
malditamente casi cautivado.
»—¿Alguna vez has escuchado la palabra sanguimancia?
»—No. ¿Suena a una medida de brujería de sangre?
»—No sé qué es. Pero aparentemente, es un don que me han pasado.
»—Pero… eres de sangre frágil, ¿no es así?
»Me mordí el labio, recordando el cosquilleo de sus dedos sobre mi piel
mientras entintaba el león en mi pecho. Bajé mi mano derecha, jugando con el
anillo que mi mamá me había dado cuando era niño. Preguntándome por qué no
me había dicho simplemente la verdad.
»—Serafín Talon me dijo que era de sangre frágil. Pero Greyhand sospecha
que soy descendiente de otro linaje. Uno temible y antiguo que se cree que se
extinguió hace siglos. 264
»Astrid se inclinó hacia delante, intrigada.
»—¿Tu padre…?
»—Nunca lo conocí. Pero vine aquí esta noche con la esperanza de
descubrir algo de todo esto en estos archivos. No puedo preguntarle a Greyhand.
Ya me mintió al respecto. Él y Talon estaban hablando de matarme por eso. Pero
necesito aprender sobre esta sanguimancia si quiero dominarla y comprender la
verdad de lo que soy. Los últimos siete meses he vagado por aquí pensando que
era el más bajo de los más bajos. ¿Y ahora descubro que tengo un don que podría
convertirme en el mejor santo de plata jamás conocido?
»Una ceja se levantó.
»—¿Y es eso lo que quieres? ¿Ser mejor? ¿Ser conocido?
»—Mi hermana fue asesinada por un sangre fría —dije, con un tono cada
vez más feroz—. Tenía doce años. Y en lugar de quedarse a descansar en su tumba,
Amélie se levantó de nuevo, nada más que un monstruo de ella misma. Si estando
aquí puedo salvar a un niño, ahorrarle a una madre el infierno de lo que sufrió la
mía, haré todo lo posible para hacerlo bien. Y maldita sea, quiero ser jodidamente
genial. ¿No es así? ¿No quieres que tu vida cuente para algo? ¿Importar?
»—Más que nada. —Sus ojos fueron un breve fuego mientras miraba hacia
la ventana. Entonces susurró, y sus palabras sonaron más como una oración—. Le
arrancaría las alas a un ángel para volar de esta jaula. Arañaría desde el cielo para
grabar mi nombre en esta tierra.
»Asentí.
»—Un día como león vale diez mil como cordero
»La hermana novicia inclinó la cabeza y me miró.
»—Interesante —murmuró.
»—¿Qué cosa?
»—Tú.
»Volví mis ojos a las filas de innumerables tomos en los estantes a nuestro
alrededor. Todos esos secretos silenciosos. Astrid tamborileó con los dedos sobre
el libro a su lado.
»—Pregunta amablemente —dijo.
»—… ¿Qué?
»—Hay demasiados libros aquí para que puedas buscar solo. Incluso si
pasaras mil noches y pudieras leer todos los idiomas en los que están escritos. Y
cualquier día, es probable que te envíen a otra Cacería. Entonces estás pensando 265
para ti mismo: Si ella ya está buscando noticias sobre la muerte de los días,
¿podría mantener un ojo abierto por menciones de este don mío?
»—… ¿Harías eso? ¿Por qué?
»—Tal vez aprecio que hayas salido en mi defensa en el establo ese día.
Quizás tu historia de tu hermana conmovió mi corazoncito negro y marchito.
Quizás solo me gusten esos bonitos ojos grises tuyos.
»—¿O quizás te gusta la idea de que yo te deba favores? ¿Como Kaveh y
guardián Logan y Dios sabe quién más?
»Sus labios se curvaron en lo que quizás fue la primera sonrisa verdadera
que me había regalado en toda la noche.
»—Sabes, aparte del zambullido en las letrinas, en realidad eres bastante
inteligente para ser un chico campesino.
»Volví a poner los ojos en blanco.
»—¿Por qué siento que estoy haciendo un trato con el diablo?
»—Oh, soy el doble de astuta que el diablo, Gabriel de León. Pero no vamos
a llegar a nada a menos que me lo preguntes amablemente.
»—¿Y eso qué significa?
»—Di por favor, por supuesto.
»La miré allí en la penumbra, nuevamente impresionado por la sensación
de que Astrid Rennier estaba jugando conmigo. En Lorson, una mirada persistente
era todo lo que se necesitaba para ganarse el favor de la mayoría de las muchachas
de mi pueblo. Pero aquí, en presencia de Astrid, me sentía un ratón particularmente
regordete negociando con un gato especialmente hambriento.
»Pero ella dijo la verdad. Este archivo era demasiado vasto para que yo
pudiera buscarlo solo. Y así, me arrodillé. Y tomé su mano. Y de nuevo, rocé mis
labios contra sus nudillos.
»—Por favor, Majestad.
»—¿Majestad? —se burló.
»Me encogí de hombros.
»—Eres una maldita reina, ¿recuerdas?
»Me miró a los ojos, los suyos brillando mientras sonreía.
»—Oui. Nos llevaremos de maravilla.
266
Gabriel se quedó en silencio, volviendo a llenar su bebida. Perdido en el
recuerdo de los ojos de un ángel, la sonrisa de un diablo. A pesar del vino, el
recuerdo era agudo como un cristal roto. Temía cortarse si se demoraba demasiado.
Y, sin embargo, permaneció, sujetándose con fuerza como pudo.
—¿De León? —preguntó finalmente Jean-François.
—Nos quedamos despiertos por horas —dijo, los ojos gris pálido volvieron
a enfocarse—. Leyendo en silencio. Es extraño lo mucho que se puede aprender
sobre una persona con tan solo sentarse juntos y cerrar la puta boca. Astrid Rennier
leía rápidamente y en al menos una docena de lenguas. Se sentaba con la espalda
erguida como una dama de crianza, maldecía como una taberna llena de marineros
ossianis y se mordía las uñas como una niña con demasiados secretos.
»Como ella advirtió, la mayor parte de la sección prohibida se leía como los
desvaríos de fanáticos tocados por la luna. Pero sabía que esta búsqueda podría
llevar meses. Y así, sin inmutarnos, quizás a una hora del amanecer, Astrid Rennier
y yo nos despedimos.
» Feliz mañana, iniciado.
»—¿Volverás esta víspera, hermana novicia?
»Astrid sonrió.
»—Tan encantado, ¿verdad?
»—Tengo la voluntad de llegar al fondo de esto tan veloz como pueda.
»Inclinó la cabeza.
»—Salgo a escondidas la mayoría de las noches para fumar. Si crees que
ahora soy una perra, deberías verme después de unos días sin pipa. Llego alrededor
de la medianoche. Si tienes la idea de reunirte de nuevo, ¿podría sugerirte que
subas por el techo a tu regreso a los barracones? Los azulejos son viejos en este
lugar. Ceden fácilmente.
»—Merci, Majestad. —Me incliné—. Que Dios vaya contigo.
»Hizo una reverencia como una dama en la corte.
»—Y contigo, iniciado.
»Sin nada más que decir, salimos a hurtadillas por la puerta principal, que
Astrid cerró firmemente detrás de nosotros. No sabía de dónde había sacado las
llaves, pero sospechaba que mentiría si se lo preguntaba. El viento estaba helado
después del refugio de la biblioteca, cortando mi abrigo como cuchillos mientras
nos separamos.
»Las campanas sonaban en el campanario de la catedral, animando a los
cocineros a las cocinas, a los hermanos al granero. Me había demorado más de lo 267
previsto, se suponía que debía presentarme en los establos para mi primera cita con
una carretilla y una maldita pala. Pude ver a Logan en la plataforma del cielo,
recortado por su lámpara química. Atravesando el monasterio, me acerqué como
si viniera de los barracones, con las manos en mis cueros. El delgado portero gruñó
saludando con su acento de Ossway.
»—Feliz amanecer, cachorro joven.
»—Feliz mañana, buen guardián. Debo informar a continuación a…
»—Sí, sí, Greyhand me dijo todo sobre eso. Tu primera vez sonó oscura,
muchacho. Niños muertos y todo. Mal asunto. —El guardián escupió en el
cabrestante y lo abrió, mirando mi espada con los ojos entrecerrados—. ¿Ya
decidiste lo que vas a tatuar?
»Me encogí de hombros y subí a la plataforma del cielo. Un hormigueo en
la piel mientras me preguntaba si Astrid volvería a hacer el trabajo de tinta.
»—Casi.
»—Bueno, mis felicitaciones, jovencito. No todos sobreviven al Juicio de
Sangre. Y tampoco prestes atención a lo que dicen esos otros muchachos a tus
espaldas. Tu sangre puede ser tan poco espesa como la orina aguada de un gato
sūdhaemi, y tu linaje puede ser basura nórdica de ovejas en celo, pero estás
haciendo el trabajo de Dios. Cuando mueras, diré una oración sobre tu lápida, dalo
por hecho.
»—Merci, buen guardián.
»—Muy cierto, muchacho.
»Logan esbozó una gran sonrisa y me bajó. El valle todavía estaba envuelto
en tinieblas y niebla helada, la plataforma se posó con un fuerte golpe. Kaspar y
Kaveh normalmente ya estarían en el trabajo, pero Greyhand había informado a
los mozos de mi castigo como prometió. Una pala y una carretilla descansaban en
la nieve frente a las puertas del establo, una nota clavada en la lámpara apagada
del interior.
»PUERTA DESBLOQUEADA. BAJA DESPUÉS DEL DESAYUNO.
MERCI! —K & K
»Maldiciendo entre dientes, colgué la lámpara de la carretilla y atravesé las
rechinantes puertas. Saludé a Justice, le di un abrazo largo y uno de los terrones de
azúcar que tanto amaba.
»Y escupiendo en mis manos, comencé a palear mierda.

268
»Así sería mi vida durante las próximas dos semanas. Mierda de caballo por
la mañana, entrenamiento durante el día, y después unas horas de sueño robado,
tomos polvorientos y la compañía de la hermana Astrid Rennier. A decir verdad,
podría imaginar formas peores de pasar mis tardes.
»Los días eran otro asunto.
»A pesar de que acabábamos de regresar a San Michon, Greyhand no nos
dio ningún respiro a Aaron y a mí. En cambio, nos puso directamente a trabajar en
la arena de desafío, trabajándonos hasta que goteamos, a pesar del frío. Aunque
sabía que Greyhand podría haberme terminado si Khalid lo hubiera ordenado, el
hecho de que no me hubieran llevado al Puente me dijo que su sabiduría había
vencido los temores de Talon sobre mi linaje. Por cruel y duro que pudiera ser
Greyhand, le había contado mis hazañas al serafín de la Fundición. Una parte de
mí todavía quería complacerlo. El resto de mí solo le temía. En verdad, no sabía
dónde estaba ahora con mi maestro.
»Algunos otros iniciados regresaron de la Caza, y la arena de desafío estaba
casi abarrotada. Estábamos entrenando un día; De Coste y su compinche con cara
de pez De Séverin trabajando en la Guadaña, yo golpeando a los Hombres
Espinosos con el joven Fincher a mi lado. Nuestra técnica estaba siendo estudiada 269
por los atentos ojos de Greyhand y el maestro de Fincher, un hermano corpulento
con una voz retumbante llamado fray Alonso.
»Alonso era ancho, moreno, nacido en los países nórdicos. Una cicatriz
larga e irregular estaba rasgada en el lado izquierdo de su cara, dándole un
semblante aterrador y salvaje. Se había quitado el abrigo y había dejado al
descubierto unos brazos llenos de cicatrices cubiertos de hermosos retratos de la
Madre Doncella, Raissa, el Ángel de la Justicia; y mi tocayo, Gabriel, Ángel del
Fuego. Nos miraba a Finch y a mí como un halcón, sorbiendo de vez en cuando de
un frasco de plata.
»—Estás arrastrando ese pie de nuevo, De León —advirtió Greyhand.
»—Oui, maestro —dije, cambiando mi postura.
»—Y ata esos bonitos mechones correctamente, o te esquilaré como a una
oveja.
»—Tu chico se mueve bien, Greyhand —murmuró Alonso—. Para un
sangre frágil.
»Sentí que se me ponían los pelos de punta ante eso, deteniéndome en el
trabajo de mis espadas para inclinarme.
»—Merci, fray. El sangre noble al que le di una paliza en Skyefall con una
sola mano ciertamente pensó que sí.
»—Basta de eso, De León —gruñó Greyhand—. El orgullo es un pecado.
»Pero el grandulón Alonso se limitó a reír mientras tomaba otro trago.
»—También tienes espíritu, muchacho. Fuego nórdico. ¿Crees que tienes
suficiente para vencer al joven Fincher aquí?
»Miré a mi compañero iniciado cuando Finch pausó su práctica, mirándome
con sus ojos desiguales. Era rápido y ágil, pero más bajo que yo. No tenía alcance.
Y el linaje Voss en sus venas no haría ninguna diferencia en su trabajo con las
espadas.
»—Suficiente para vencer a Fincher —declaré—. Y además, a todos los
iniciados en esta arena de desafío.
Jean-François enarcó una ceja.
—¿En serio, De León?
—¿Qué puedo decirte? —El santo de plata se encogió de hombros—.
Todavía me sentía un poco lleno de mí mismo después de derribar al chico De
Blanchet. Pero más importante, había trabajado duro en ese círculo, y estaba harto
de que me trataran como una mierda por la sangre en mis venas. Especialmente si 270
no era un sangre frágil en absoluto.
»Greyhand frunció el ceño ante mis alardes, pero Alonso soltó una
carcajada.
»—¡Las bolas de este pequeño bastardo! ¡Vamos, Finch! En el círculo.
¡Muchachos! —gritó Alonso a De Coste y De Séverin, sacando una moneda
brillante de su bolsillo—. Tendremos un torneo nosotros mismos, ¿eh? ¡Un oro
real para el vencedor, digo!
»Greyhand frunció el ceño aún más, pero si mi boca era lo suficientemente
grande como para enterrarme en la mierda, él no era del tipo que me sacaría a la
superficie. De Coste y De Séverin cruzaron el círculo y se situaron en el borde de
la pálida estrella de siete puntas. Fincher se apretó contra mí, los labios apretados.
Mirando a su maestro, escupió sobre la fría piedra.
»—Tengo que patearte el trasero ahora, gatito. No te ofendas.
»El chico se movió rápido como moscas, se lanzó hacia adelante y me cortó
la garganta. Pero veloz como arañas, bloqueé su golpe, salté de lado y le quité la
espada de la mano.
»Dando un paso atrás, dejé que recuperara su espada.
»—No me ofendo.
»Fincher frunció el ceño, cortando su espada en el aire. Entró de nuevo, más
cauteloso esta vez, tejiendo un patrón de golpe cegador, cabeza, pecho, cabeza,
vientre. Pero conocía esta canción. Para entonces la había cantado con tanta
frecuencia que estaba quemado en mis huesos. El acero era madre. El acero era
padre. El acero era amigo. Y volví a golpear la espada de la mano de Fincher, y
con un golpe salvaje desde mi codo, le partí el labio hasta la barbilla y lo dejé caer
al suelo circular. De pie sobre él, apunté mi espada a su garganta, mi corazón
estremeciéndose al ver su sangre.
»—Ríndete, hermano.
»Fincher se secó el labio partido.
»—¿Mejor dos de tres?
»—Los gatitos no pueden contar tan alto —sonreí.
»Finch miró a su maestro y luego refunfuñó.
»—Me rindo, entonces.
»Le ofrecí mi mano y lo ayudé a levantarse del suelo. Finch hizo una mueca
y se frotó la mandíbula, pero para su crédito, no parecía demasiado enojado. Fray
Alonso juntó las manos anchas y sonrió.
271
»—Buen golpe, De León. Fincher, parece que tenemos trabajo por hacer.
»—Sí, maestro —murmuró el muchacho, con los ojos hacia abajo.
»—De Séverin, tú eres el siguiente —gritó Alonso, con los ojos puestos en
el chico más grande—. Probemos la medida de este sangre frágil contra un Dyvok,
¿eh?
»De Séverin miró a Greyhand como si pidiera permiso, pero, de nuevo, mi
maestro no hizo ningún movimiento para detener nada de esto. Mi boca, pensó. Mi
problema. Y así, el gran hijo noble levantó sus espadas de entrenamiento, sonrió a
De Coste y se dirigió hacia la estrella.
»La túnica de De Séverin estaba desatada y pude ver un oso rugiente
grabado en su pecho: el sello del linaje Dyvok. Todos los sangre pálida eran
sobrenaturalmente fuertes, pero los chicos Dyvok eran jodidamente terroríficos.
La mayoría manejaba espadas de dos manos con solo una, y había una regla tácita
de que entrenan con espadas de madera en la arena de desafío, no sea que cortaran
a sus compañeros de entrenamiento por la mitad.
»De Séverin levantó hojas grandes como árboles pequeños, una en cada
mano.
»—Au revoir, sangre frágil.
»Las cuchillas retumbaron cuando cortaron el aire, cortando apenas mi
cabeza. Salté hacia atrás, con los ojos muy abiertos mientras De Séverin se
acercaba como un trueno, sin espacio para ceder. Bailamos durante un rato, él se
balanceaba con mesurada furia, yo manteniéndome fuera de su alcance. Las
espadas de De Séverin tenían un metro ochenta de largo, su fuerza era temible,
aunque a decir verdad, era mayormente musculo, poca delicadeza. Pero más, y más
cierto aún, no hay nadie con más que demostrar que el chico al final de la pila. Si
le das de comer a un hombre las sobras de la mesa, tiene hambre mucho antes de
adelgazar. Y el hambre puede convertir a los cachorros en lobos y a los gatitos en
jodidos leones.
»Deslicé un golpe a la mano dominante de De Séverin, desvié un golpe de
él y me acerqué a su alcance. Tan cerca, esas grandes espadas eran demasiado
difíciles de manejar, con fuerza impía o no, y él fue demasiado lento para evitar
que yo llevara mi pomo hasta su mandíbula, enviándolo volando hacia atrás en un
arco de saliva y sangre brillante. De Séverin golpeó las piedras con fuerza,
escupiendo maldiciones. Y de pie sobre él, bajé mi espada hasta su garganta.
»—Me rindo —gruñó el chico, con los colmillos brillando.
»Alonso enarcó una poblada ceja a Greyhand.
»—Pequeña mierda bastarda, este.
272
»—Para un sangre frágil —dije, con el pecho agitado.
»Alonso sonrió torcido ante eso, la cicatriz le retorció la cara.
»—De Coste. Tú eres el próximo.
»—Creo que ya hemos visto suficiente —dijo Greyhand.
»—Ah, vamos, hermano —sonrió Alonso—. Un chorrito de clarete es
bueno para…
»—Dije suficiente —repitió Greyhand, mirando a los ojos de Alonso.
Aunque era más pequeño, más ligero, el tono de mi maestro no toleraba ninguna
disidencia—. Estos son mis aprendices, hermano. No permitiré que se saquen
sangren entre sí sin una buena razón.
»Tenía que respetar eso, el hecho de que Greyhand siempre nos cuidara, a
pesar de su máscara de fría crueldad. Pero aún había resentimiento entre De Coste
y yo, tan grueso que podríamos haberlo cortado con nuestras espadas de
entrenamiento. Sus golpizas y amenazas aún quemaban en mi memoria. Y pude
ver que todavía estaba molesto por ser eclipsado en Skyefall.
»—Maestro —dijo—. Con mucho gusto le enseñaré a este…
»—Dije que no, iniciado. Y no lo diré de nuevo.
»Miré a Aaron a los ojos, mi labio se curvó.
»—El Ángel de la Fortuna te sonríe, perro.
»—… ¿Cómo me llamaste, campesino?
»—Me diste un puñetazo el otro día y lo sabes. Ven a mí directamente, te
arrancaría los malditos dientes del cráneo. Eres un cobarde, De Coste.
»Y eso fue todo lo que hizo falta. Aaron vino hacia mí, duro como un
martillo y veloz como una serpiente. Su hermoso rostro estaba contraído por la
rabia, y me golpeó la garganta como si realmente quisiera matarme. Desvié a un
lado su golpe, pero se estrelló contra mí y, como un par de niños de cinco años,
nos pusimos a pelear. Aaron agarró mi túnica, hundió su codo en mi garganta.
Apreté mis nudillos contra su boca, sonriendo mientras sentía sus labios dividirse
contra sus colmillos.
»—¡Suficiente! —Greyhand nos agarró del cuello y nos separó. De Coste y
yo luchamos por un momento más, hasta que Greyhand me dejó caer sobre mi
trasero y empujó a Aaron hacia atrás con un gruñido—. ¡No son chuchos en el
patio de un ladrón!
»—¡Maldita sea, él lo empezó!
273
»—¡Y también lo terminaré, bastardo sangre frágil! ¡Te mataré!
»—¡Suficiente! —gritó Greyhand.
»La rabia en la voz de nuestro maestro nos hizo calmarnos. Aaron y yo nos
miramos a través del círculo mientras Alonso, Finch y De Séverin nos miraban en
silencio.
»—¡Acuérdense de ustedes mismos y de dónde están! —exigió Greyhand—
. ¡Son iniciados de la Ordo Argent! ¡Ambos! Hermanos en sangre y plata. Sus vidas
podrían estar en manos del otro una noche. Nunca olviden que los Muertos no se
preocupan por nuestro credo o pares. ¡Para ellos, todos sabemos a lo mismo!
¡Ahora hagan las paces!
»Aaron y yo nos miramos con el ceño fruncido, los ojos ardiendo de odio.
»—Hagan. Las. Paces.
»Esperamos un momento más. Pero a regañadientes, De Coste y yo
finalmente nos dimos la mano, murmurando un deseo de paz que ninguno de los
dos compartíamos.
»Sabía que esta pelea no había terminado. Ni de casualidad.
»Como castigo, Greyhand nos hizo ejercitar más duro ese día de lo que
podría recordar. Mucho después de que Fincher y Alonso se fueran, incluso
después de que De Séverin se marchara, nuestro maestro todavía nos instruyó,
como si pudiera hacer sudar la enemistad de nuestros cuerpos. El indulto llegó
solo cuando las campanas sonaron para anunciar el anochecer, y cuando
terminaron los servicios, Greyhand nos llevó de regreso a la arena de desafío por
más. Para cuando me estrellé contra la cama, estaba casi en coma, cayendo en el
tipo de sueño que solo disfrutan los cadáveres.
»Así que me desperté en la oscuridad, horas después, preso de un pavor
repentino.
»Llegaba tarde a mi cita con Astrid.

274
»Estaba terriblemente helado cuando salí de la cama. La noche después de
que nos encontramos, seguí las instrucciones de la hermana novicia y encontré una
salida a través de las viejas tejas del techo de los barracones. Desde entonces, me
había escabullido para encontrarme con ella todas las noches. Ahora me moví lo
más rápido que pude, atravesando el monasterio y esquivando al guardián Logan,
pero estaba cerca de la segunda campanada cuando entré a hurtadillas por la puerta
principal de la biblioteca.
»Las puertas de la sección prohibida estaban abiertas como siempre. Pero
escabulléndome por el laberinto de tradiciones olvidadas, encontré la mesa de
Astrid vacía. Mirando alrededor de las largas filas de libros y curiosidades, pude
oler el humo de las velas y el aroma de la campanilla de plata y el agua de rosas,
pero no pude ver un alma. Parecía que la hermana novicia se había cansado de
esperar.
»—Mierda —suspiré.
»—En efecto —dijo una voz detrás.
275
»—Dulce jodido Redentor —jadeé, dándome la vueltas sobresaltado.
»—Halagador. Pero prefiero cuando me llames Majestad.
»Astrid se encontraba allí, entre los estantes, con los ojos oscuros brillantes
y la piel pálida como la luz de las estrellas. Por un momento pareció que ella era
un pedazo de la noche en sí misma cobrando vida. Sonreí ante la simple vista de
ella, pero esa sonrisa murió rápidamente cuando vi una figura en las sombras a su
lado. Cuando entró a la luz de las velas, vi un cabello castaño rojizo salvajemente
rizado, bonitos ojos verdes y piel pecosa. Una chica de la edad de Astrid, pero casi
treinta centímetros menos.
»—… Te conozco —fruncí el ceño.
»—Gabriel de León —dijo Astrid—. Permíteme presentarte a la hermana
novicia Chloe Sauvage.
»—Feliz amanecer, iniciado —murmuró Chloe—. Un placer volver a verte.
»Miré a Astrid en cuestión. Por lo que yo sabía, nos estábamos reuniendo
como lo habíamos hecho la última quincena: para buscar la mención del quinto
linaje, descubrir la verdad de la muerte de los días.
»—Chloe es una amiga, Gabriel —dijo Astrid—. La más querida que tengo
dentro de estos muros.
»—No tengo ninguna duda. Pero ¿qué tiene ella que ver conmigo?
»—Me debes un favor, ¿no es así?
»Gemí por dentro.
»—Oui.
»—Le debo a Chloe más de uno. Servicios prestados y similares. —Astrid
agitó una mano vagamente—. Es toda una rica complejidad. El punto es que me
devolverás tu favor pagándole a ella.
»—¿Y cómo debo hacer eso?
»—La hermana novicia Sauvage desea aprender el arte de la espada.
»—¿Aprender qué?
»—El arte. De la espada. Todo ese corte y empuje y todo eso. —Astrid bajó
la mirada a mis manos, luego volvió a mis ojos—. Tengo entendido que hoy
derrotaste a dos iniciados en la estrella sin ni un rasguño. Y aunque entiendo que
esto no es una arena de desafío, a Chloe le gustaría algunos consejos. De veterano
a novata, por así decirlo.
—Pero… ella es una chica.
»Astrid miró a la pequeña chica a su lado, inclinándose para mirar el pecho 276
de Chloe con los ojos entrecerrados.
»—Dios mío. Tienes razón.
»—Te dije que esto era una idea tonta —siseó Chloe—. Aquí no enseñan a
las chicas.
»—Paciencia, ma chérie —murmuró Astrid—. Nuestro buen iniciado
eventualmente se dará cuenta de que tus pechos, aunque magníficos, no son un
impedimento real para la destreza en el combate.
»Las mejillas de Chloe se encendieron de un rojo furioso.
»—De hecho, se meten en…
»—Cállate ahora, amor —dijo Astrid, acariciando la mano de Chloe—.
Aquí viene.
»—¿Le dijiste a la hermana novicia lo que estamos buscando aquí? —
pregunté.
»—No temas, iniciado. Chloe puede guardar un secreto.
»—No puedo escabullirme tan fácilmente como Azzie —declaró Chloe—.
Mi habitación está al lado de la priora. Pero una noche a la semana, ella mantiene
una vigilia en la capilla del Priorato y yo puedo escabullirme.
»—… ¿Y estás dispuesta a ayudar?
»—No estoy del todo convencida de que las respuestas a la muerte de los
días se encuentren en esta biblioteca. Es a través de la oración y la piedad que
recuperaremos el amor del Señor. A través de sus palabras, —Chloe hizo un gesto
hacia los estantes que nos rodeaban—, no estas. Pero toda esta charla sobre un
quinto linaje es intrigante.
»—Es como siempre decía mamá, ma chérie, —Astrid sonrió—, cuando
está en una tormenta, la mujer sabia ora a Dios. Pero también rema hacia la orilla.
—La hermana novicia me miró—. Chloe puede leer talhóstico antiguo. Y el ossiani
antiguo. Lo que yo no puedo. Entonces, durante dos horas a la semana, le enseñarás
el arte del acero. Y durante el resto de la noche, nos ayudará a buscar. ¿De acuerdo?
»Me sentí incómodo con esto. No conocía a Chloe Sauvage hasta donde
podía decir. Pero Astrid confiaba en ella y yo le debía un favor. No era un perro
traicionero como De Coste. Repartía mis cartas directamente y pagaba lo que
debía.
»—No tenemos espadas —declaré finalmente.
»—¿Ves? —Astrid le sonrió a Chloe—. Un hombre de palabra. —Metiendo
la mano en su capa, la hermana novicia sacó dos espadas de entrenamiento de
madera. 277
»—¿De dónde obtuviste esas? —pregunté.
»Agitó su mano vagamente.
»—Toda una rica complejidad.
»Eché un vistazo a la habitación; los innumerables tomos, los lomos
ilegibles, la maraña de palabras que podrían contener el secreto de lo que yo era.
Sabía que me costaría leer una cuarta parte y que los secretos de un linaje antiguo
probablemente estarían escritos en una lengua antigua. Así que finalmente tomé
las espadas de práctica de las manos de Astrid con el ceño fruncido.
»—Parece que tengo pocas opciones.
»—Te lo advertí. Soy el doble de astuta que el diablo. Entonces, será mejor
que ustedes dos sigan adelante. Cortar. Empujar. Toma eso, villano. Todas esas
tonterías maravillosas y sudorosas.
»—… ¿No quieres aprender también?
»—Dulce Redentor, no. Me mantendré fuera del camino y haré ruidos
apreciativos mientras ustedes intentan aplastarse el cráneo. Dejo la guerra a los
jodidos guerreros.
»Moví la mesa y las sillas, despejándonos un espacio. Astrid se retiró al
alféizar de la ventana, sacando una barra de carbón y un pequeño cuaderno de
bocetos de su túnica mientras yo volvía la mirada hacia Chloe. La muchacha se
arremangó y tenía un rubor en las mejillas pecosas. Llevaba una túnica de novicia
igual que Astrid, pero obviamente estaba incómoda por estar fuera de la cama en
presencia de un chico. Me pareció una chica tranquila. Estudiosa. Firme. Y sobre
todo, devota.
»—¿Por qué quieres aprender a usar la espada, hermana novicia?
»—No saber cómo usar una es una buena manera de que a uno lo maten,
iniciado.
»—Buena respuesta. ¿Alguna vez has empuñado una espada?
»—Lo he estudiado… en libros. Y sé que soy pequeña. Pero aprendo rápido.
»Suspiré. Esta doncella era verde como la hierba. Pero Astrid tenía razón:
el hecho de que Chloe fuera una chica no era una razón por la que no pudiera
blandir una espada. Desarmada, una chica tan pequeña sería asesinada en una
pelea, seguro y verdadero. Pero por su propia naturaleza, las armas son
multiplicadores de fuerza. Ecualizadores. Entonces, puse la punta de mi espada
debajo de la barbilla de Chloe y levanté su cabeza. 278
»—Eres pequeña. Pero la habilidad con un arma cuenta mucho más que el
poder. Entonces. Primera lección, hermana novicia. Mira siempre a tu enemigo a
los ojos.
»Chloe se encontró con mi mirada. Vi un leve brillo en la suya. Apretó la
mandíbula y levantó la espada de práctica.
»—Siempre mira a tu enemigo a los ojos.
»Entrenamos. Solo lo básico. Moviéndonos por la habitación mientras
Astrid dibujaba junto a las altas vidrieras. Al final de nuestras dos horas, Chloe
estaba empapada de sudor y yo estaba seco como el polvo. Pero los ojos de la
pequeña chica estaban encendidos, su sonrisa brillante como una fogata.
»—Es un muy buen maestro —susurró Chloe cuando Astrid se reunió con
nosotros en el suelo.
279
»—Lo vi. —Astrid besó su sudorosa mejilla—. Pero también estuviste
brillante. Una espada a juego con la propia Ángel Eloise. ¿No lo crees, iniciado?
»—Ella fue… excelente para una principiante.
»Astrid me miró de reojo con el ceño fruncido.
»—Tal alabanza podría hacer llorar a los ángeles.
»—Está bien, Azzie. —Chloe sonrió—. El Señor decreta que caminemos
antes de correr.
»—Y estoy segura de que pronto correrás en círculos sobre el buen iniciado,
ma chérie.
»Vi a Chloe sonrojarse ante el elogio de Astrid, tal como lo había hecho
cuando nos conocimos. El encanto de la hermana novicia Rennier podría convertir
los glaciares en charcos, seguro y cierto. Pero aun así…
»—¿Nos ponemos manos a la obra? Solo tenemos unas pocas horas para el
amanecer, hermanas novicias.
»—Oui —asintió Astrid—. Este galimatías no se leerá solo, me temo.
»Volví a colocar la mesa en su lugar, levantándola sin esfuerzo. Chloe
recorrió con la mirada los estantes y tomó un antiguo tomo encuadernado en latón,
con el lomo tallado en un idioma tan extraño que casi me dolían los ojos. Me senté
a la mesa, con la hermana novicia Sauvage a mi izquierda. Colocando su cuaderno
de bocetos frente a ella, Astrid se acurrucó en la silla de cuero a mi derecha, un
pergamino polvoriento en su regazo, la luz de las velas en su piel.
»Al mirar sus bocetos, vi que había estado dibujando a Chloe mientras
practicábamos. Asombrado de cómo podía evocar tanta vida a partir de simples
líneas en una página. 280
»—Hermoso trabajo, hermana novicia —murmuré.
»Astrid se encogió de hombros y se mordió una uña gastada.
»—Fui entrenada por los maestros de los Salones Dorados cuando era niña.
Solía ser bastante buena. Sin embargo, ahora es una basura.
»Chloe frunció el ceño.
»—La priora nunca te hubiera enseñado si eso fuera cierto.
»—No es como si tuviera otra opción —se burló Astrid—. Los ojos de
Charlotte están fallando. La vieja perra necesita entrenar a los reemplazos para
entintar la égida mientras pueda.
»—¡Astrid! —jadeó Chloe, haciendo la señal de la rueda.
»—¿Qué? Ella es una vieja perra. Confía en mí. Se necesita una perra joven
para detectar una. —Miró su cuaderno de bocetos, una mirada lejana en sus ojos
oscuros. Su rostro era una hermosa máscara, del tipo que la hija de una amante
habría aprendido a usar temprano en los Salones Dorados—. Cuando mamá
insistió en que me educaran en las artes, no estoy segura de que imaginara que
estaría tallando plata en pieles de chicos vampiros mestizos, antes de enviarlos a
morir en la oscuridad.
»—Bueno, hicieron una buena elección para ti —murmuré, pasando las
yemas de los dedos sobre el león debajo de mi túnica—. Tienes buen ojo y una
mano más aguda, como dijo Khalid.
»Astrid me miró el pecho.
»—De hecho, fuiste mi primero. Espero no haberte hecho daño.
»—No demasiado desagradable —mentí.
Sonrió ante eso, el hermoso lunar junto a su boca negro como el pecado.
»—Un poco de dolor nunca hace daño a nadie, ¿eh?
»Chloe miró de un lado a otro entre Astrid y yo, con los labios apretados. Y
mi vientre se emocionó entonces, la piel de gallina hormigueó cuando una delgada
línea de sangre se derramó de la nariz de Astrid. El olor apuñaló el aire, el torrente
de óxido y cobre se precipitó a través de mi cráneo, en mi pecho, y luego, aún más
abajo. Como siempre, había tomado el sacramento al anochecer para calmar mi
sed. Pero me encontré desviando la mirada, metiendo la mano en mis cueros.
»—Nariz —dije, extendiendo mi pañuelo.
»—Oh, que se joda todo —siseó Astrid. Inclinando la cabeza hacia atrás,
habló, la voz ahogada por el pañuelo—. Merci. Se detendrá en un minuto.
281
»Tragué con fuerza, empujando la sed hacia abajo, más allá de mi ingle y
dentro de mis botas donde pertenecía. Mirando a cualquier parte menos a Astrid
hasta que se hubo limpiado esa mancha de rojo brillante y deliciosa. Podía sentir
la mirada de Chloe, mis dientes cada vez más afilados, y por un momento, me sentí
horriblemente avergonzado de lo que era. El pecado de mi nacimiento. Mi hambre.
Mi naturaleza. Estaba muy bien ser parte de la llama plateada que arde entre la
humanidad y la oscuridad. Pero nunca podía permitirme olvidar que la oscuridad
también vivía en mí.
»Los tres nos acomodamos a la luz de las velas, y una vez que la presión de
mi sed disminuyó, me sorprendió lo agradable que era simplemente estar quieto
por un tiempo. Los últimos siete meses, mi vida había sido sudar, rezar, cazar,
sangrar. Nunca pensé que encontraría tanta paz en una simple lectura. Las palabras
eran una especie de magia, tomándome de la mano y arrastrándome a tierras
invisibles, tiempos inolvidables, pensamientos inimaginables. A través de todos
mis años en San Michon, toda la sangre, el sudor y los caminos oscuros que
caminé, aprendí una de mis más grandes lecciones sentado en esa biblioteca con
esas chicas en la quietud de la noche.
»Una vida sin libros es una vida que no se vive.
»Aun así, me encontré mirando a Astrid cuando podía, el olor de su sangre
hormigueaba en mi piel. Leía veloz como una tormenta, masticando tomos enteros
mientras yo manejaba los capítulos. Me di cuenta de que, a pesar de todas sus
maldiciones y descaro, Astrid era una erudita tan feroz como yo un espadachín.
Una chica que manejaba libros como espadas.
»Se levantó después de una hora y fue a buscar su pipa dorada. Sin decir
palabra, mezcló una mezcla de rêvre y traproot, con la lengua metida entre sus
labios. La vi respirar ese dulce humo, y parecía una estatua en la penumbra, tallada
por la mano de Dios.
»El Dios con el que pronto se casaría …
»—Me duele la cabeza —murmuró Chloe, frotándose las sienes.
»—Oui. —Asentí, haciendo sonar mi cuello—. Tengo los ojos de sangre
pálida y todavía me duelen a la luz de las velas. El todopoderoso sólo sabe cómo
se las arreglan las dos.
»Astrid suspiró humo gris por la ventana.
»—Todo esto sería más fácil si tuviéramos acceso a esta tontería durante el
día. Como es la luz del día. Pero las dos somos chicas y tú eres un iniciado, y
ninguna de esas circunstancias parece que vaya a cambiar pronto. Entonces, me
temo que estamos a merced del archivero Adamo y sus estúpidas reglas.
»Chloe asintió y suspiró.
282
»—Qué mundo sería este, si no estuviera total y únicamente en manos de
viejos testarudos.
»Astrid se burló.
»—Oui.
»—Me aventuro que tiene menos que ver con el hecho de que son hombres
—dije—. Más que con el que son viejos.
»Los ojos oscuros de Astrid se posaron en los míos.
»—Te aventurarías a eso, ¿verdad?
»—Oh, cielos… —murmuró Chloe.
»Me encogí de hombros.
»—La priora Charlotte parece tan mala como el archivero Adamo.
»—Una buena respuesta —cedió Astrid—. Pero la priora Charlotte es
producto del adoctrinamiento de la Iglesia. Y la Iglesia está total y exclusivamente
bajo las garras de viejos testarudos.
»—…Vas a ser una monja muy extraña, Astrid Rennier.
»—Honestamente, mira a tu alrededor. ¿No te has dado cuenta de que no
hay una sola mujer en una posición de poder real en este monasterio?
»—Me di cuenta —admití—. ¿Pero qué pasa con San Michon? Ella era una
mujer.
»—No me hagas empezar con el panteón. Hay Siete Santos Mártires,
Gabriel de León. Y una dama entre ellos. Somos la mitad de la puta población,
¿sabes?
»—Bueno, ¿qué hay de la Madre Doncella? Ella es una mujer. Solo
superada por Dios mismo.
»—Oh, oui, la santa virgen. —Astrid puso los ojos en blanco—. Déjame
decirte, si el Todopoderoso me ofreciera la fuente de mierda que constituye la
maternidad divina y, sin embargo, me negara el placer de un buen rollo en el heno
de antemano, le habría dicho que se fuera a la mierda.
»—¡Astrid! —jadeó Chloe, haciendo la señal de la rueda—. ¡Blasfemia!
»—Oh, él sabe que no lo digo en serio —se burló ella, mirando hacia
arriba—. Él sabe todo.
»También me sorprendió, y no simplemente el sacrilegio de la hermana
novicia. Escucharla hablar así me recordó cuán vasto era el abismo entre nosotros.
Astrid era mitad realeza. Yo era medio monstruo. Ella era una hija de la Corte 283
Dorada. Yo era un mocoso de provincias. Pero más, y más, Astrid Rennier era la
hija de una cortesana. Probablemente había visto y hecho cosas que apenas podía
imaginar. Cosas maravillosas. Cosas perversas. Entonces bajé la mirada. Mordí mi
labio. Astrid me miró a través de unas pestañas oscuras como el carbón.
»—¿Cuántos años tienes?
»—… Mi día de los santos es en cinco días —me di cuenta—. Cumpliré
dieciséis.
»—Casi un hombre. —Ladeó la cabeza—. Y aun así lo hago sonrojar.
»—Esa boca tuya podría hacer sonrojar a un marinero, Astrid Rennier.
»—Buen Dios Todopoderoso… —susurró Chloe.
»Miré el asombro y el miedo en la voz de la hermana novicia, seguí su línea
de ojos hasta las ventanas. La luz se encendió en la oscuridad del exterior y, por
un momento terrible, temí algún descubrimiento. Pero Astrid empujó el vidrio para
abrirlo y lanzó un suspiro de asombro.
»Chloe y yo nos agrupamos detrás. Y mirando hacia la oscuridad arriba,
contemplé un espectáculo que no recordaba haber visto desde que era niño. Una
visión que ninguno de nosotros entendió en ese momento. Un espectáculo que iba
a cambiar mi vida y la forma de todo este imperio.
»Una estrella fugaz.
»Su luz era tenue y, sin embargo, debe haber ardido con una furia imposible
para ser vista a través del manto de la muerte de los días. Seguí su camino a través
de los cielos en sombras, sentí que me picaba la piel. Mirando a Astrid a mi lado,
vi su sonrisa, ese resplandor que caía reflejado en la oscuridad inyectada en sangre
de sus ojos, trazando una pálida luminosidad por su mejilla.
»—Hermoso —susurramos ambos.
»Ella me miró y yo me volví, mirando hacia la oscuridad de arriba. ¿Esto
era un presagio? ¿Un presagio del mal o un presagio del caos? No sabía si rezar o
entrar en pánico. Aun así, al final, era un chico campesino. El folclore de mi pueblo
sostenía que las estrellas fugaces eran los espíritus de nuevos santos, listos para
comenzar una vida aquí en la tierra. Y así, hice lo que hubiera hecho cualquier
chico de las provincias de Nordlund.
Jean-François sonrió, escribiendo en su tomo.
—Pediste un deseo.
—Eso hice.
—Qué pintoresco. ¿Qué deseaste? 284
Gabriel miró durante un largo momento el vino en el fondo de su copa.
Observando la forma en que la luz jugaba con el rojo, el sonido de vidrios rotos y
corazones rompiéndose resonando en su cabeza. Apuró lo que le quedaba y se
sirvió otro.
—No importa. No se hizo realidad.
—¿Pero la aparición de esa estrella te cambió la vida?
Gabriel asintió.
—No lo sabríamos hasta años después lo que realmente significaba. Pero la
vista por sí sola fue suficiente para empujar los guijarros que se convertirían en la
avalancha. La mandíbula de Chloe colgaba abierta mientras miraba hacia la luz
que caía con asombro, y desde allí, a mis ojos.
»—Auspicioso —murmuró—. Muy auspicioso en verdad.
»—¿Qué quieres decir?
»Miró alrededor de la sección prohibida, los tomos secos y las palabras
olvidadas.
»—Quiero decir que no es por casualidad que los tres nos encontremos entre
estos estantes esta noche. Eso es evidente para cualquiera que tenga ojos para ver.
»—… ¿Chloe? —preguntó Astrid.
»La pequeña hermana novicia miró hacia atrás, hacia la estrella ardiente de
arriba.
»—La luz divina del Todopoderoso brilla sobre nosotros. Admito que dudé,
pero tenía razón en confiar en ti, Azzie. Dios mismo ha marcado este momento. —
Nos miró con una ferviente sonrisa en los labios—. Creo que quiere grandes cosas
para nosotros, mes amis. Creo que esta reunión fue ordenada.
En los límites de esa torre solitaria, Jean-François del linaje Chastain sofocó
un bostezo.
—Suena positivamente desequilibrada.
—Como dije, Chloe Sauvage era una de las perras más astutas que he
conocido.
—¿Una mota errante de restos flotantes cae en picado por el firmamento y
siente el aliento de Dios en su cuello? La chica estaba claramente trastornada, De
León.
—No. —El último santo de plata negó con la cabeza—. Para la mente de
un tonto, ella podría haber parecido tal. A alguien que no se haya criado en un
lugar como San Michon, rodeado todos los días de la parafernalia del santo y la 285
palabra del Todopoderoso. Pero Chloe Sauvage no estaba loca. Ella era algo dos
veces más peligrosa. Algo que yo también era en ese entonces. Pero nunca lo
volveré a ser.
—¿Y qué es eso, santo de plata?
Gabriel se encontró con los ojos del vampiro, una sonrisa amarga en sus
labios.
—Un creyente.
»La estrella todavía estaba atravesando la oscuridad cuando salí de la
biblioteca, y en mi corazón, sentí una extraña sensación de esperanza. No estaba
seguro de si creía en este presagio tan profundamente como Chloe, o si estábamos
destinados a conocernos como ella dijo. Pero admito que el fervor de la hermana
novicia era contagioso. Yo era solo un chico campesino, como dije. Pero más,
quizás por primera vez desde que vine a San Michon, sentí que había encontrado
personas a las que realmente pertenecía.
»No hermanos. Sino amigos.
»La nieve caía de los cielos ardientes mientras atravesaba el monasterio.
Podía ver luces en las ventanas a mi alrededor, gente recortada contra el cristal
mientras miraba hacia el cielo. Todavía faltaba una hora para que comenzara mi
trabajo en el establo, y no quería nada más que volver a la cama. Pero al acercarme
a los barracones, me quedé helado, tan quieto como las estatuas angelicales en el
claustro de la catedral.
»En la penumbra por delante, había visto otra figura.
»Un muchacho con una capa negra se escabullía por las puertas de la
armería. Cuando me escondí cerca de la arena de desafío, él miró hacia la maravilla 286
de arriba y lo reconocí por su luz sagrada.
»Aaron de Coste.
»A los iniciados no se les permitía salir después de las campanadas del
anochecer, y aunque yo era culpable exactamente del mismo crimen, se me
pusieron los pelos de punta cuando vi a Aaron bajar su capucha y escabullirse de
regreso a los barracones. Nuestra pelea en la arena de desafío estaba fresca en mi
mente. Su advertencia de que debería cuidar mi espalda sonando en mi cráneo.
¿Por qué este idiota insufrible andaba por ahí en la armería?
»Revisé las puertas de la armería y las encontré cerradas. Escuchando
dentro, no escuché ningún sonido, pensando ahora qué hacer. Si De Coste solo
estuviera volviendo a la cama a escondidas, nunca se perdería a mí haciendo lo
mismo, y lo anunciaría con certeza. Y así, decidí buscar refugio en otro lugar
mientras esperaba la hora.
»La catedral.
»Me arrastré a través de las puertas dobles en la pared este, las puertas para
los vivos y el amanecer, refugiándome en un hueco junto a las velas votivas.
Siempre me sentía en paz dentro de la catedral, respirando profundo del silencio y
susurrando una oración al Todopoderoso. Miré hacia la gran ventana de siete
estrellas arriba, los Mártires grabados en vidrieras. Mis ojos se posaron en Michon;
vestida con armadura, el Grial sostenido en alto en su mano en tanto dirigía su
ejército de fieles. Mi mente todavía estaba en esa estrella fugaz. Y luego, lo
escuché. Suave en la oscuridad. Un sonido que me dijo que no estaba solo.
»El sonido del llanto.
»Entrecerré los ojos en la penumbra, iluminada por la pálida luz del
presagio. Y junto al altar, vi una figura arrodillada en la primera fila. Aunque no
pude ver su rostro, mis sentidos de sangre pálida reconocieron sus rizos castaños,
la melodía de su voz.
»Era la hermana Aoife. Ayudante de serafín Talon.
»Tenía la cabeza inclinada, los sollozos resonaban en la piedra oscura. No
sabía qué había hecho llorar a la joven hermana, y parecía desconsolada. Pero
aunque siempre había sido amable conmigo, preguntarle sus problemas era revelar
el hecho de que yo estaba fuera de los barracones. Así que, en cambio, me quedé
quieto y la escuché llorar. Solo una vez en toda esa hora de llanto habló; una
oración quejumbrosa a una estatua cerca del altar. Sus brazos se envolvieron con
fuerza alrededor de sí misma mientras susurraba:
»—Oh, bendita Madre Doncella, muéstrame la verdad. ¿Será esta maldición
o bendición que me has regalado?
»Me quedé quieto en la oscuridad, silencioso como una tumba. Finalmente,
sonó el campanario para despertar a los cocineros a la cocina. La hermana Aoife 287
alisó sus rizos y trató de encontrar algo de calma. Antes de que pudiera verme,
pasé por las puertas y salí a la noche. Bordeando la fuente de los ángeles, me
escabullí de la catedral y encontré al guardián Logan junto a la plataforma del
cielo.
»Los ojos del hombre delgado estaban fijos en la tenue luz que aún estaba
arriba.
»—¿Lo ves, chico?
»—Oui. —Una vez más, miré a ese presagio que caía del cielo—. Lo veo.
»—¿Te imaginas que es un buen augurio o uno malo?
»Pensé en la hermana Aoife llorando en la catedral, la proclamación de
Chloe de que todo esto estaba ordenado, la luz de esa estrella fugaz jugando en la
curva de la mejilla de Astrid.
»—Todo lo que hay en la tierra abajo y arriba es obra de mi mano —dije.
»—Y toda obra de mi mano está de acuerdo con mi plan. —Logan hizo la
señal de la rueda mientras terminaba la cita de Testamentos—. Bien dicho,
muchacho.
»—Tengo mis momentos.
»El portero me miró por el rabillo del ojo, sonriendo con cariño.
»—Sabes, no eres la mitad de la costra llorona de los remansos que los otros
muchachos hacen que seas, De León. Me gustas bastante, de hecho. Para ser un
bonito follador de ovejas nacido en los países nórdicos.
»—… Merci, buen guardián.
»Logan guiñó un ojo.
»—Demasiado bien, muchacho.
»Como todas las mañanas, los establos estaban a oscuras, mi fiel pala y
carretilla me esperaban en las puertas. Los caballos estaban asustados, lo que
atribuí a la estrella que caía desde arriba. Dejé mi carretilla y el farol cerca del
primer corral, y vagando por la hilera, llegué a mi Justice, el caballo resoplando y
pisando fuerte al verme. Le obsequié un terrón de azúcar y un abrazo, presionando
mi suave mejilla contra la suya peluda.
»—Feliz amanecer, chico.
»Justice relinchó y olisqueó mi túnica, y me reí y le di otro cubo escondido.
Llevando mi carretilla al corral principal, eché una mirada cautelosa a los dos 288
condenados suspendidos del techo, envueltos en sus cadenas de plata. La pareja se
mantenía aquí para acostumbrar a los corceles a la presencia de los Muertos, pero
eso no significaba que a los caballos les agradaran y, en realidad, trabajar debajo
de ellos durante la última quincena también me puso los pelos de punta. Ambos
eran varones, uno un corpulento cadáver mayor, el otro un pedazo delgado, tal vez
diecisiete cuando fue asesinado. Sus ojos hambrientos estaban fijos en mi garganta
mientras me quitaba la túnica, levantaba la pala y me dirigía hacia ella. Cada corral
estaba plagado de mierda, y tuve que trabajar rápido; mi castigo solo empeoraría
si me perdía la misa del crepúsculo.
»Estaba a siete túmulos cuando el vampiro me golpeó.
»Esta historia habría sido mucho más corta si no hubiera sido avisado. Pero
cuando la sombra voló a mi espalda a través de las puertas del establo, Justice se
asustó y se estremeció lo suficiente como para que yo volviera la cabeza. Y así,
cuando el monstruo se estrelló contra mi espalda y me derribó al suelo, sus
colmillos rasgaron mi hombro en lugar de mi garganta. Rugiendo y arremetiendo
con mis puños, me di cuenta de quién me había golpeado.
»Vivienne La Cour.
»La vampiro mordió más profundo, los dientes se hundieron en mi carne.
Grité de nuevo, golpeando mi codo contra su cabeza en tanto rodábamos por el
suelo. Ella estaba en un frenesí, garras cerradas alrededor de mi cuello. Traté de
deshacerme de ella, pero Dios poderoso, era fuerte, empujando mi cara en el lodo
mientras tragaba otro bocado de mi sangre. El éxtasis del Beso me atravesó
entonces, mi piel se estremeció, las venas cantaron, y me di cuenta de lo fácil que
sería cerrar los ojos y dejar que me tomara, me ahogara, me tragara entero.
»Fue un pensamiento tentador. Morir de felicidad en lugar de dolor.
»¿Podría? me pregunté.
»¿Lo haría?
»Escuché un golpe húmedo, el crujido de un hueso al partirse. La Cour
chilló cuando fue arrojada hacia atrás, rodando hasta descansar contra uno de los
pilares del establo. Al abrir los ojos, vi a Justice encima de mí, las fosas nasales
ensanchadas, los ojos enloquecidos; había destrozado su corral para salvarme, le
había dado una patada contundente en las costillas al vampiro. La espantosa dicha
de su beso se desvaneció y me di cuenta de lo cerca que estuve de la muerte. Y
mientras me ponía de pie tambaleándome, con la sangre corriendo por mi pecho,
descubrí que ese cielo rojo había sido reemplazado por mi amigo más antiguo y
querido.
»Odio.
»Vivienne se levantó para mirarme, todavía vestida con sus galas funerarias. 289
Su piel estaba gris, hundida y drenada por esa espantosa máquina en la Fundición.
Sus muñecas y labios estaban ennegrecidos por la plata que la había mantenido
atada, ojos oscuros fijos en mí, lágrimas de sangre derramándose por sus mejillas.
»—Tú los mataste —susurró—. Mataste a Eduard y Lisette.
»A nuestro alrededor, los caballos relinchaban de angustia, pero Justice se
paró como una roca a mi espalda. No tendría más arma que mi pala y la plata en
mi piel, pero antes había derribado a un sangre noble con las manos desnudas. Una
vez más, sentí ese ardor en la palma y el pecho; el santo fuego de Dios encendiendo
la tinta de mi égida. Levanté la mano, la estrella de siete puntas resplandeciente, la
vampiro siseó una maldición negra mientras volvía la cabeza.
»—Retrocede, sanguijuela —escupí.
»—¿Sanguijuela? —susurró, con los colmillos brillando—. Ustedes
hombres santos. Hijos de Dios. ¡Nos atan con plata y nos chupan hasta secarnos y
te atreves a llamarme parásito!
»Rodeó el borde de mi luz, ojos fríos y negros con malicia.
»—¿Cómo escapaste de la Fundición? —exigí, acercándome a mi carretilla.
»Entonces, los labios ennegrecidos de La Cour se curvaron en una sonrisa.
»—Quizá tus santos pares no te amen tanto como deberían, muchacho.
»Escupí en la paja.
»—Las lenguas Muertas escuchadas son lenguas Muertas saboreadas.
»—¡Ven a probarla, entonces!
»Arremetió con su puño carbonizado y, demasiado tarde, vi que se había
acercado a la cadena que sostenía a esos otros condenados suspendidos sobre los
corrales. Con un crujido, el soporte se partió y, al desatornillarse, la cadena se
soltó. Los dos condenados cayeron en picado desde el techo hacia el corral
principal, estrellándose en medio de los caballos ahora asustados.
»Y así, fueron tres contra uno.
»Vivienne voló hacia mí desde la oscuridad, manos quemadas retorcidas en
garras. Aun así, sus ojos estaban casi cegados por mi estrella de siete puntas, el
león sobre mi pecho, y me hice a un lado, haciendo que mi pala le atravesara el
cráneo. El mango se partió, la hoja se dobló como papel, pero fue suficiente para
hacerla tambalear, ensangrentada y jadeando.
»Un aullido profano atravesó los establos. El condenado mayor se soltó de
sus cadenas y me atacó. Levanté mi palma izquierda, plata brillando mientras el
monstruo levantaba sus manos para protegerse la cara. Y girando por encima de la 290
cabeza, enterré lo que quedaba del mango de la pala en la cuenca del ojo, el
larguero roto estalló por la parte posterior del cráneo del sangre fría.
»El segundo condenado todavía estaba intentando soltarse de la plata que
lo ataba, y yo salté la cerca del corral y corrí hacia él junto a los caballos ahora
inquietos. Pero Vivienne La Cour volvió a salir de la oscuridad y me estrelló contra
otro pilar. Ella era fuerte como la muerte, los ojos cerrados contra la luz de mi
égida mientras su boca se hundía hacia mi garganta. Presioné mi palma contra su
mejilla, recompensado con su sobrenatural chillido de dolor. Se tambaleó hacia
atrás y la pateé con fuerza, enviándola a atravesar la cerca.
»Libre de sus cadenas, el condenado más joven llegó ahora, loco de sed de
sangre. Pero probablemente era un niño campesino cuando murió, y yo me había
entrenado a los pies de una de las mejores espadas de la Orden de Plata. Lo agarré
del brazo y lo arrojé al pilar a mi lado. Su hombro saltó cuando me retorcí,
forzándolo a hundirse en la paja. No había traído a Lionclaw para limpiar los
establos, pero me di cuenta de que todavía llevaba plata dondequiera que fuera. Y
levantando mi pie, pisoteé arriba y abajo sobre la cabeza del condenado con mis
tacones plateados hasta que su cráneo estalló como fruta madura, sesos podridos
salpicando la paja.
»Me golpearon por detrás, el otro condenado me estrelló de cara contra el
pilar, el mango de la pala todavía le atravesaba el cráneo. Mi nariz se rompió, mi
mejilla se partió y rugí cuando me mordió el cuello. Podría haber terminado en ese
mismo momento, pero nuevamente, Justice vino en mi ayuda, y con una patada
salvaje, el condenado fue enviado volando con un pecho clavado.
»Cuando mi caballo comenzó a pisotear al monstruo rugiente, Vivienne
golpeó como una serpiente, con las manos enredadas en mi cabello mientras
arrastraba mi cabeza hacia sus colmillos una vez más. Desesperado, me arranqué
con todas mis fuerzas, aullando de dolor mientras dejaba un grueso trozo de cuero
cabelludo desgarrado y ensangrentado colgando del puño del vampiro. Rodando
por la paja hasta mi carretilla, agarré la linterna y la arrojé al pecho de La Cour.
Vidrio estalló. Aceite fue rociado. Y el grito oscuro que salió de su garganta
parecía nacer en el vientre del infierno.
»Luz. Plata. Fuego. Estas eran las pesadillas de los inmortales. La Cour salió
disparada de los establos, una antorcha viviente que iluminaba la penumbra del
amanecer. Los caballos se liberaron entonces, Justice con ellos, huyendo de las
llamas que habían brotado a su paso. Aplastando el cráneo del otro condenado bajo
mi talón, seguí a La Cour hacia la nieve. El hedor a carne y pelo quemados me
llenó los pulmones. Con la carne chamuscada hasta los huesos, Vivienne gimió
por última vez, un grito más de pena que de dolor. Y luego cayó de rodillas, la piel
estalló como yesca cuando se derrumbó, y la muerte a la que había engañado vino
a reclamarla por fin.
291
»Los establos estaban en llamas, otros caballos se agitaban en sus corrales
mientras el fuego se hacía más intenso. Y aunque de mi hombro y garganta brotaba
sangre, y mi cabeza había sido pelada como fruta, corrí de regreso para salvarlos.
Amontoné la carretilla con nieve y la arrojé a las llamas que se elevaban. Siguió
otro túmulo. Y otro. El humo me ahogaba los pulmones. El calor me quemaba la
piel. Pero aunque estaba herido, todavía era un pálido, y cuando Kaspar y Kaveh,
desconcertados, llegaron para comenzar sus labores del día, estaba sentado en
medio del hedor a carne quemada, paja y mierda, mi pecho, hombros y cabello
empapados de rojo, el fuego derrotado, y los tres vampiros en jodidas cenizas.
»—En el nombre de Dios Todopoderoso… —susurró Kaspar.
»Kaveh se quedó atónito, mudo y con los ojos muy abiertos cuando su
hermano se arrodilló a mi lado.
»—¿Qué pasó, Pequeño León?
»Asentí hacia las cenizas de La Cour, todavía humeantes en la nieve nueva.
»—Intentó matarme —arrastré las palabras alrededor de mi mandíbula rota.
»Los muchachos sūdhaemis armaron el rompecabezas en sus cabezas,
mirando con asombro. Entre los dos, me levantaron hasta la plataforma del cielo.
Con las manos oscuras empapadas de sangre, Kaspar apretó mi túnica contra las
heridas que esos colmillos muertos habían desgarrado cuando Kaveh fue a reunir
a los caballos. Los ojos de Kaspar se detuvieron en la mancha negra de los restos
de La Cour debajo mientras salíamos de la nieve.
»—Un milagro que los superaras con las manos desnudas, mon ami —dijo
el muchacho.
»—Alabado sea Dios —murmuré.
Kaspar hizo la señal de la rueda cuando me hundí de espaldas en la
plataforma. Incapaz de sentir el escalofrío, y mucho menos las lágrimas sangrantes
en mi carne, el dolor de mis huesos rotos. En cambio, estaba reviviendo las
palabras que Vivienne La Cour había escupido antes de morir.
»Quizá tus santos pares no te amen tanto como deberían.
»Y aunque sabía que la moneda de los Muertos era el engaño, aunque sabía
que no podía confiar en una sola palabra que esa perra impía había siseado, no
pude evitar preguntarme cómo diablos se había escapado de la Fundición.
»Recordé esa figura que había visto escabullirse por las puertas de la
armería.
»Envuelto en negro. Arrastrándose como un ladrón.
»El maldito Aaron de Coste.
»Y volví a murmurar. Más suave esta vez. 292
»—Trató de matarme…
»La enfermería de San Michon olía a hierbas, a incienso y sobre todo a
sangre vieja.
»Estaba en la planta baja del edificio del Priorato, con la hermandad
apostada encima. El vestíbulo de entrada era un gran espacio abierto, con una luz
de color rojo oscuro que se filtraba a través de altas ventanas arqueadas y globos
químicos brillando a lo largo del techo. Tapices colgaban de las paredes: grandes
retratos de la Madre Doncella y el Niño Redentor, ángeles de la hueste. Pero la
celda en la que me recuperaba era más austera: paredes blancas, suave catre,
sábanas limpias. Encima de mi cama había una hermosa vidriera que representaba
a Eloise, el Ángel de la Retribución, con la cara entre las manos, llorando lágrimas
de sangre.
»La enfermería era el dominio de una hermana llamada Esmeé, y Kaspar
me había puesto bajo su cuidado tierno. Esmeé era una mujer enorme, con grandes
corvejones en lugar de manos. Parecía tan fuera de lugar en un priorato como lo
estaría una monja normal en un burdel de verdad.
Gabriel agitó una mano vagamente.
—A pesar de los servicios especializados, por supuesto. 293
—Más humor de prostitutas —suspiró Jean-François—. Qué gracioso.
—Vete a la mierda —sugirió Gabriel alegremente, levantando su copa de
Monét.
—Creo que ya has bebido bastante vino, santo de plata.
—Creo que eres el último bastardo del mundo con derecho a sermonear a
un hombre sobre sus hábitos de bebida, vampiro. —Gabriel se echó hacia atrás,
tomando otro largo trago—. Habían pasado horas desde el ataque al establo y mis
huesos se estaban recuperando. Pero las heridas desgarradas por esos colmillos
muertos tardarían un tiempo en cicatrizar, incluso para un sangre pálida. Y así,
estaba al cuidado del Priorato.
»—Ciertamente puedes recibir una paliza, Pequeño León. Te lo daré.
»Miré hacia la voz y vi a Greyhand en mi puerta, mirando con ojos
penetrantes.
»—Si no lo supiera mejor, diría que eres del linaje Voss —declaró.
»Me tomó unos momentos darme cuenta de que mi maestro estaba
intentando bromear. Y aunque era la primera vez que lo recordaba haciéndolo, no
estaba de humor para regocijarme.
»—¿Cómo está la garganta? —preguntó.
»—Viviré —murmuré, con la mandíbula todavía dolorida.
»—Tres contra uno —asintió, tamborileando en la empuñadura de su
espada—. Impresionante, chico.
»—Soy lo que mi maestro me hizo.
»—Alabado sea Dios. De lo contrario, podríamos estar llenando dos tumbas
este día.
»Parpadeé. Inclinando la cabeza, me di cuenta de que podía oír un leve
llanto en el Priorato propiamente dicho. Una multitud suave llorando.
»—La Cour… ¿mató a alguien durante su fuga?
»Greyhand asintió.
»—Una hermana del Priorato. El joven Kaveh encontró su cuerpo cuando
iba a buscar los caballos. Escurrido y arrojado desde las alturas del monasterio.
»El terror me congeló el estómago.
»Chloe y Astrid habían estado fuera del Priorato anoche…
»—¿Qué hermana, maestro? 294
»—Aoife. —Greyhand hizo la señal de la rueda—. Pobre muchacha.
»Sentí un culposo alivio inundándome, una tristeza suave por la muerte de
Aoife. Había sido una hija fiel de Dios y siempre me había ofrecido bondad. Estaba
en tierra santa cuando la vi anoche, pero supuse que La Cour debió haberla
atrapado cuando salía de la catedral y luego se dirigió a los establos para atacarme.
Me pregunté que si le hubiera dicho algo a Aoife, la hubiera consolado en su dolor,
¿quizás podría haberla salvado?
»Pero, en primer lugar, ¿por qué había estado en la catedral? ¿Y llorando,
nada menos?
»Mis ojos se estrecharon mientras miraba a Greyhand.
»Demasiados misterios aquí hasta ahora.
»—¿Cómo escapó La Cour, maestro?
»Greyhand suspiró.
»—Drenada por la Fundición y carbonizada por la plata, sus manos fueron
lo suficientemente delgadas como para soltar sus ataduras. Talon está atormentado
por la culpa por eso, pobre bastardo. Aoife ha sido su ayudante durante años. Ella
era lo más cercano a una hija que él jamás conocerá. Pero él jura por el
Todopoderoso y los Siete Mártires que nunca volverá a suceder.
»—… ¿Ha sucedido antes?
»—No que yo recuerde, no.
»Mantuve mi rostro sereno, pero por dentro, mi estómago estaba revuelto.
No podía estar seguro, pero habría apostado mis bolas a que Aaron de Coste había
liberado a esa perra con la intención de que ella me acabara. Sabía muy bien que
estaría solo en los establos. Él ya había demostrado ser un perro, usando sus dones
de sangre en mí, y había jurado matarme en la arena de desafío. Esta era la manera
perfecta de que sus manos permanecieran blancas como un lirio y se mantuviera
como miembro principal de nuestra compañía.
»¿Pero Aaron era lo suficientemente oscuro como para quererme muerto?
¿Por orgullo herido?
»¿Y su venganza consiguió que asesinaran a una hermana inocente?
»Greyhand era mi maestro. Mi protector. Quería confiar en este hombre.
Pero ya me había mentido una vez. Y todavía estaba en la mierda por mi
desobediencia. Compartir mis sospechas con él no tendría ningún valor,
especialmente sin pruebas.
»Mi maestro confundió mi silencio con tristeza. Me dio unas palmaditas en
el hombro, incómodo, como un padre que nunca ha querido serlo. 295
»—El dolor no es ningún pecado. Pero la hermana Aoife está ahora con los
Mártires. Y lo hiciste bien, Pequeño León. Luchar solo contra dos condenados y
una sangre noble no fue una pequeña hazaña. ¿Y con las manos desnudas, nada
menos?
»Me encogí de hombros.
»—Justice hizo su parte.
»Me estudió con atención.
»—Entonces, ¿ninguna extrañeza? ¿Como en Skyefall?
»Recordé la sangre del pequeño Claude hirviendo con mi toque. Las
palabras de Talon: «Debemos llevarlo al Puente al Cielo ahora mismo. Cortarle
el cuello y entregarlo a las aguas».
»Si Khalid hubiera dado la orden, ¿en serio Greyhand me habría
asesinado?
»—No, maestro —dije.
»Gruñó, como si casi me creyera.
»—Bueno, será mejor que te recuperes rápido y estés listo para montar,
muchacho. El atardecer no espera a ningún santo.
»Las mariposas volaron en mi vientre.
»—¿Vamos de nuevo a una Caza?
»Greyhand asintió.
»—Talon terminó de probar al chico De Blanchet. Como sospechaba, su
sangre era espesa y aterradora para ser un neófito. Los vampíricos se vuelven más
fuertes a medida que envejecen, pero siempre se transmite cierta medida de
potencia de un hacedor a otro. Talon ha declarado que la criatura que convirtió al
pequeño Claude era definitivamente una antigua.
»—¿Una Voss antigua? —susurré.
»—Oui —asintió Greyhand—. El abad Khalid ha ordenado que la
busquemos. Y con una presa tan peligrosa, no Cazamos solos. El propio Talon
viaja con nosotros.
»Gemí para mis adentros al pensar en ese capullo hosco caminando
pesadamente detrás de mí por las provincias.
»—Pero Talon es serafín. ¿No es demasiado importante para arriesgarse?
»—Un antiguo es una cantera letal. Y el serafín es el más viejo del linaje
Voss en San Michon. Les enseñará a ti y a De Coste a defenderse de nuestra presa. 296
»Asentí a regañadientes.
»—¿Cuándo nos vamos?
»—Por la mañana. Así que es mejor que bebas un poco de mortar y te
endurezcas, Pequeño León. Matar neófitos es una cosa. Pero esta presa pondrá a
prueba tu temple, seguro y verdadero. —Metió la mano en su abrigo, su rostro más
suave que nunca—. Algo para leer mientras te recuperas.
»Greyhand me pasó una carta sellada con cera de vela simple. Todo el dolor
de mi herida se desvaneció cuando me di cuenta de quién era. Mi maestro asintió
y me dejó, y rompí el sello con manos temblorosas, escaneando la hermosa
escritura fluida.
»Mi querido hermano,
»Ruego a Dios y a los Mártires que esta carta te encuentre bien. Que sepas
que estoy bastante furiosa contigo, ya que esta es mi quinta misiva y no has escrito
ni una vez en los meses que has estado fuera. Pero en un momento de debilidad,
volví a extrañarte y mamá dijo que debería escribir para avisarte. Así que aquí
está.
»Estoy muy bien, pero aún deseo que estuvieras aquí. La vida en Lorson es
terriblemente aburrida sin tu vergonzoso comportamiento para desviar la
atención de mi propia mala conducta. En un intento desesperado por demostrarle
a papá que soy la hija temerosa de Dios que trató de criar, estoy sirviendo en la
capilla como doncella de velas en estos días. Te complacerá saber que el padre
Louis es tan insoportable como siempre: la hija del concejal se casará en
primavera y él ha insistido en que practiquemos todas las semanas hasta el día
bendito. Estoy considerando seriamente envenenar su vino sacramental. ¿Tienes
algún consejo sobre las hierbas a utilizar?
»En otras noticias, el chico del albañil, Philippe, me persigue en asuntos
amorosos. Su entusiasmo es loable, pero he decidido no casarme nunca. En
cambio, creo que me convertiré en una aventurera, vagando por las tierras en
busca de fama y fortuna y una conquista más interesante que el hijo de un
comerciante. Quizás me pase por tu pequeño monasterio alguna vez y te pegue en
tus oídos por no tener la decencia común de contestar las cartas de tu amada
hermana.
»Mamá también te extraña mucho. Dice que espera que comas bien y no te
vuelvas loco. Le pregunté si tenía algo más que decir, pero ahora está llorando,
así que haz lo que quieras.
»Confío en que te estés divirtiendo, vagando por el campo persiguiendo
bugaboos. Por favor, hazme el claro favor de no dejar que te maten. Nunca oiría 297
el final de esto.
»Y por el amor de Dios, escribe a tu maldita madre.
»Tu amada hermana,
»Celene

»—Mi pequeña diablilla… —susurré.


»Me ardían los ojos cuando aplasté la carta de mi hermanita contra mi
pecho. No me había dado cuenta de cuánto la había extrañado a ella y a mi familia
en Lorson. Me imaginé a Celene escribiendo en la mesa de la cocina, mamá
trabajando en la estufa, y por un momento, su ausencia fue tan aguda que temí
cortarme con eso. La noticia de que mi antiguo amor estaba comprometida también
fue una piedra en mi estómago. Una parte de mí sabía que Ilsa debía odiarme
después de lo que le hice, y de todos modos, los santos de plata no podían tomar
esposas. Aun así, sentí una leve tristeza de que mi viejo mundo parecía ir bien sin
mí.
»—Feliz amanecer, buen iniciado —dijo una voz.
»Levanté la vista de la carta de Celene y la vi enmarcada en la puerta. La
tenue luz de la muerte de los días parecía un halo alrededor de su cabeza, y sus
ojos negros como el carbón eran tan ilegibles como siempre. Pero mirándola a la
cara, sentí que la pena en mi corazón se levantaba.
»—Mi nombre es hermana novicia Astrid. Vamos a darte de comer y beber,
¿de acuerdo?
»Entró apresuradamente en la habitación con una bandeja de sopa y se sentó
junto a la cama.
»—¡Abre!
»—Yo…
»Mi protesta fue silenciada cuando ella metió una cuchara cargada en mi
boca. Esperó a que tragara y luego introdujo más. Estaba actuando fuera de lugar,
y me pregunté si estaría molesta por la muerte de Aoife, hasta que vi a la hermana
Esmeé pasar afuera, llorando ruidosamente. Una vez que la mujer grande estuvo
fuera del alcance del oído, Astrid susurró, furiosa.
»—Sé que dije que imprudente es una cualidad más admirable que la
necedad. ¿Pero luchar contra tres sangre fría armado solo con una maldita pala
podría llevar las cosas un poco más lejos?
»—Es bueno verte también, Majestad.
298
»—Oh, empaca esa sonrisa de colegial y envíala a caminar. —Frunció el
ceño y me metió otra cucharada en la boca—. No me importa, Gabriel de León.
»—¿Trabajas en la enfermería?
»Astrid se burló.
»—¿Cuchillas y estas manos? Yo creo que no.
»—Entonces, ¿por qué estás aquí?
»—La hermana que ayuda a Esmeé era cercana a Aoife. Béatrice no está de
humor después del… incidente. —Astrid se encogió de hombros—. Me ofrecí
como voluntaria para asumir sus funciones hoy.
»—Déjame adivinar. ¿Por un favor?
»—Ciertamente no lo hice por la generosidad de mi corazón negro y
marchito.
»Algo en la voz de Astrid me dijo que podría estar mintiendo sobre eso,
pero no presioné.
»—Todo muy bien, pero no has respondido a mi pregunta. ¿Por qué estás
aquí?
»La hermana novicia frunció los labios y dejó la comida a un lado.
»—Estoy disgustada. Has roto tu palabra conmigo, iniciado.
»—Yo nunca…
»—No es del todo culpa tuya —dijo, levantando una mano en contra de mi
protesta—. Pero escuché que no podrás entrenar a Chloe en su trabajo con las
espadas la próxima semana, dado que estarás asesinando a un antiguo del linaje
Voss con una pala de jardín o algo así.
»—Yo… temo que será un poco más difícil que eso.
»—A tu gusto. —Se alisó un mechón de cabello largo y oscuro—. Pero
deseaba asegurarme de que nuestro arreglo aún está en su lugar. Continuaré la
búsqueda de secretos de tu herencia en la biblioteca mientras no estés. Y
continuarás entrenando a la buena Chloe a tu regreso.
»La miré a los ojos. Y aunque su mirada era tan insondable como siempre,
no pude evitar notar el peso que había puesto en esa última palabra. Me di cuenta
de que Astrid temía por mí. Después del asesinato de Aoife, el ataque en los
establos, tal vez se había dado cuenta de lo peligrosas que eran realmente las aguas
en las que nadaba. Y me pregunté, entonces, si Astrid Rennier podría estar diciendo
algo sin decirlo de verdad.
299
»—Regresaré —asentí—. Soy un hombre de palabra, Majestad.
»—Todavía no un hombre. —Esbozó una pequeña sonrisa—. Dieciséis la
semana que viene, ¿no?
»Astrid me entregó un fajo de papel rugoso y, al desplegarlo, sentí que mi
corazón se saltaba tres latidos. Era una página de su bloque de bocetos, pero bien
podría haber sido un espejo. Su arte era impecable como siempre, pero en lugar de
a Justice o Chloe, esta vez Astrid me había dibujado.
»Mirando el rostro de ese chico, pude ver cuánto había cambiado desde que
llegó a San Michon. Cabello largo y oscuro. Mandíbula afilada. Ojos grises. A mi
lado, había dibujado un león, feroz y orgulloso, con los ojos de la misma forma
que los míos. Era como si Astrid hubiera visto debajo del chico que era y evocado
las líneas del hombre en el que me había convertido. Al encontrarme con su
mirada, me encontré sonriendo de nuevo. Esta chica era una hermana novicia de
la Orden de Plata. No tenía nada salvo la tela que llevaba en la espalda. Y aun así,
había encontrado una manera de darme un regalo.
»—Feliz día de tu santo, iniciado.
»—… Merci por tu regalo, hermana novicia.
»Parpadeó.
»—¿Pareces … no impresionado?
»Miré la carta de Celene en la hoja a mi lado.
»—Es un regalo maravilloso, sin duda. Me pregunto si soy lo
suficientemente valiente como para suplicar por otro.
»—¿Has escuchado la frase «empujar la suerte»?
»—He tenido noticias de mi hermanita. Me ha estado escribiendo durante
meses y realmente no sabía qué decir. Pero su carta me ha hecho recordar a mi
mamá. Me pregunto si no debería escribirle sobre mi padre. Mi verdadero padre,
quiero decir. —Negué con la cabeza—. Pero a decir verdad, no estoy seguro de
querer que alguien más en San Michon lea su respuesta. Mucha gente de este
monasterio te debe un favor. ¿Crees que podrías conseguir que se le pasara un
mensaje en secreto?
»Los ojos oscuros de Astrid se suavizaron cuando miró el mensaje de
Celene.
»—Por supuesto. Una carta sin respuesta es como un beso ignorado. Y tu
mamá te extraña, sin duda. —Sacó su bloque de dibujo de dentro de su hábito
blanco como paloma, arrancó una página y me entregó una barra de carboncillo—
. Esconde tu carta debajo de la almohada antes de irte. Veré que la reciba tu mamá
mientras tú recorres el campo matando sanguijuelas y haciendo desmayar a todas 300
las campesinas.
»—Merci, Majestad —sonreí—. Te debo. De verdad.
»—Y no lo olvidaré. Ten cuidado, iniciado. —Miró a la tenue luz del día
más allá de las vidrieras—. Pronto estarás tan endeudado que te verás obligado a
ayudarme a escapar de este espantoso lugar. Y por un camino más amable que por
el que viajó la pobre Aoife.
»—¿Es tan malo? —pregunté gentilmente—. ¿Estar aquí?
»—¿Malo? —se rio entre dientes, repentinamente cruel y fría—. No tengo
nada. No tengo nada propio. La sangre de los emperadores fluye por estas venas
y, sin embargo, soy un barco en una tormenta sin timón, llevado a donde los vientos
elijan. No hay infierno tan cruel como la impotencia.
»Mi corazón se hundió un poco por eso. San Michon era mi hogar ahora,
pero para Astrid, no era más que una jaula. Solo había conocido a esta chica extraña
y exasperante unas semanas, pero aun así, me preguntaba qué sería este lugar sin
ella. Vi como recogió la bandeja, alejándose acechando a través de la fría piedra.
Cuando llegó a la puerta, se volvió por última vez.
»—Una chica débil y tonta te desearía fortuna en tu Caza, Gabriel de León.
Una chica débil y tonta rezaría para que Dios te traiga bendiciones y te proteja de
todo daño.
»—Pero no eres una chica débil y tonta.
»—No. Soy una maldita reina.
»Y con eso, ella se fue.

301
»Miré el lugar donde Astrid había estado durante un largo momento,
notando cómo la habitación parecía más pequeña ahora que ella la había dejado. Y
luego, con un suspiro, tomé el carbón y comencé a escribir. Un trozo de pergamino
no era lugar para decir todo lo que necesitaba, pero hice lo mejor que pude. Había
pasado bastante tiempo desde que nos despedimos. Suficientes noches llenas de
preguntas.

»Queridísima mamá,
»Por favor, perdóname por no escribir antes. Recibí todas las cartas de
Celene, y ruego a Dios que esta te encuentre en la mejor salud. No nos separamos
en los términos más dulces, pero que sepas que estoy bien y que estoy pensando
en ti y en la diablilla. Las extraño mucho a las dos.
»El pecado de mi nacimiento ha sido explicado por los hermanos de San
Michon, y hago todo lo posible para luchar con él todos los días. Entiendo por
qué no me revelaste la verdad antes, pero ahora necesito saber todo lo que puedas
decirme. ¿Cómo se llamaba mi padre? ¿Cómo lo conociste? ¿Vive todavía este
monstruo? Si es así, ¿dónde se le puede encontrar? 302
»Mi vida puede depender de esto, mamá. Si me tienes algún respeto, te
ruego que me digas todo lo que necesito saber. Por favor, dale todo mi amor a
Celene, guarda lo que te guardarías para ti. Ambas tienen todo lo que puedo dar.
»Tu amado hijo
»Gabriel
»PD. Dile a la diablilla que le escribiré pronto. Por ahora, tengo bugaboos
que perseguir.

»Doblé la carta con fuerza y la escondí debajo de mi almohada como Astrid


indicó. No tenía idea de cuánto tardaría mamá en responder, pero no me quedé
preguntándome.
»Al día siguiente, la hermana Esmeé me dio el visto bueno. Y después de
una misa del crepúsculo envuelta en una canción de luto por la pobre hermana
Aoife, estaba de nuevo en los establos, ensillando a Justice. Kaspar y Kaveh
estaban allí para ayudar, ambos muchachos parecían afligidos por el asesinato de
Aoife. Observé a Kaveh en particular, reflexionando sobre ese extraño encuentro
que había interrumpido entre él y la hermana muerta. Me pregunté qué podría
haber significado, pero no era como si pudiera preguntarle, incluso si el chico no
fuera mudo, probablemente simplemente mentiría.
»El hedor a carbón y cabello quemado aún flotaba en el aire de mi batalla
contra los sangre fría. El maestro Greyhand y Aaron estaban allí conmigo, al igual
que el hosco bastardo dispuesto a acompañarnos. El interruptor de madera de
fresno que había causado tal sangriento peaje en mis nudillos durante tantos meses
no estaba a la vista: serafín Talon estaba equipado como un hermano de la Caza.
Llevaba un abrigo largo y una bandolera cargada de bombas de plata, su pecho
adornado con una estrella de siete puntas de plata. La idea de que el abad Khalid
estuviera enviando un serafín con nosotros nos hizo ver lo peligrosa que iba a ser
nuestra presa.
»El rostro de Talon estaba sombrío, sus mejillas estaban marcadas por el
dolor. Podría haberme equivocado, pero imaginé que incluso vi lágrimas en sus
ojos.
»—Merci, muchacho. Por vengar a la pobre Aoife. Buen trabajo.
»Me incliné.
»—Para un sangre frágil.
»—¿Tres sangre fría, desarmado y solo? —Aaron me miró de reojo—.
Tendrás que decirme cómo sobreviviste a eso, Gatito.
»Sonreí a De Coste, preguntándome. 303
»—Los gatos tienen nueve vidas, Aaron. Los leones también.
»—Y las necesitarás a todas —gruñó Greyhand, subiéndose a su montura—
. Y la gracia de Dios Todopoderoso, para ayudarnos a salir ilesos de esta Caza.
»Asentí mientras De Coste me miraba fijamente con su fría mirada azul. Su
voz fue suave, pero habló claro en el silencio.
»—Doy gracias a Dios Todopoderoso de que los hayas combatido, De
León.
»—Yo también le agradezco —respondí—. Y a ti por tu preocupación,
hermano.
»Aaron volvió a empacar su equipo. Greyhand gruñó suavemente, contento
de que pareciera que había algo de paz entre nosotros. Pero al ensillar a Justice,
sabía que no había nada por el estilo. No tenía pruebas reales, pero estaba casi
seguro de que De Coste había liberado a la mujer La Cour de la Fundición. ¿Por
qué más habría estado jodiendo alrededor de la armería?
»Este imbécil resbaladizo me había puesto una trampa con la sangre noble
por el orgullo herido, y su venganza le había costado la vida a la pobre Aoife. No
se me escapó lo fácil que podría haber sido Astrid o Chloe quienes fueran atrapadas
por ese monstruo en su lugar. Y ahora, me dirigía a la Caza más peligrosa que
jamás había enfrentado, con De Coste vigilándome las espaldas.
»Aun así, no tuve otra opción. Una antigua del linaje Voss acechaba
Nordlund. Tenía poco sentido que una Ironheart tan poderosa estuviera al este de
Talhost, si el Rey Eterno estaba acumulando toda su fuerza en Vellene. Y así, con
serafín Talon guiándonos a través de la nieve cayendo, emprendimos el camino de
regreso hacia las montañas Godsend.
»Ninguno de nosotros entendía el horror que encontraríamos al final de ese
camino. Ni que esta sería la última Caza que Greyhand, Aaron y yo haríamos
juntos. Pero impertérrito, incluso ansioso, dejé mi destino una vez más en manos
de Dios y me puse en marcha tras nuestra presa.
En una tranquila celda de la prisión en lo alto de una fortaleza solemne, el
último santo de plata extendió la mano para volver a llenar su vaso. Al encontrar
que solo quedaban unas gotas de Monét, escupió una suave maldición. Era
demasiado bebedor para que una sola botella lo embotara mucho, y el sanctus que
le habían dado estaba comenzando a desaparecer. Gabriel podía sentirlo ahora,
cosquilleando en las profundidades de su vientre, rascándole la parte de atrás de
sus ojos. Su enemigo más querido. Su odiado amigo.
—¿Tienes sed? —preguntó Jean-François, dibujando en su maldito libro.
—Sabes que sí. 304
—¿Más vino? —Los ojos chocolate se desviaron para encontrarse con los
de Gabriel—. ¿O algo más fuerte?
—Solo tráeme un puto trago, maldito cabrón.
Gabriel apretó sus manos temblorosas mientras el vampiro chasqueaba los
dedos. La puerta revestida de hierro se abrió, esa mujer esclava siempre acechaba
en el umbral. El mordisco en su muñeca ahora era solo dos leves rasguños, la
sangre que había bebido de las venas de su amo curó la herida casi como si nunca
hubiera estado. Pero Gabriel todavía podía oler el perfume de su sangre, volviendo
la cabeza para no tener que mirarla a los ojos.
Sintió que había estado en esta habitación toda su vida.
—Más vino, mi amor —dijo Jean-François—. Y un vaso nuevo para nuestro
invitado.
La mujer hizo una reverencia.
—Soy su sirviente, amo.
El pie de Gabriel golpeó el suelo con un golpe rápido y corto. Su estómago
se estaba torciendo lentamente en un nudo duro como el hielo. Esa polilla pálida
como un fantasma había regresado, golpeando en vano una vez más la chimenea
de cristal de la linterna. Inclinándose hacia adelante, trazando esas cicatrices en
forma de lágrima por su mejilla derecha con la punta de un dedo, Gabriel miró el
tomo en el regazo de Jean-François. El vampiro estaba terminando una imagen de
Astrid como había estado esa noche en la biblioteca: enmarcada por velas
encendidas y ventanas de vidrieras. Joven para siempre. Siempre hermosa. La
semejanza estaba tan cerca que le dolió el pecho.
—Entonces —murmuró el vampiro—. Una antigua de los Ironheart,
vagando por el Nordlund.
—Oui —respondió Gabriel.
—¿Bastante torpe para un antiguo? ¿Haber dejado un rastro para que lo
siguieran?
Gabriel se encogió de hombros.
—Incluso los antiguos necesitan alimentarse. Y a pesar de todo su poder,
los Voss no tenían otra forma de viajar por el imperio que no fueran medios
mundanos. Si el Rey Eterno hubiera tenido una forma de hablar directamente con
las bestias del cielo, toda esta historia podría haber sido diferente. Pero ustedes,
los Chastain, todavía estaban acobardados en las sombras en ese entonces.
—No confundas la paciencia con la cobardía, De León.
—Una canción cantada por todos los chupasangre que he conocido.
305
El vampiro arqueó una ceja rubia.
—No es un Rey Eterno quien gobernará este imperio al final, mestizo. Es
una Emperatriz de Lobos y Hombres. Y no eres de los que se burlan de los
comedores de carroña, dado el linaje del que desciendes.
—Me preguntaba cuándo volverías a eso
Gabriel se frotó la barbilla sin afeitar y miró al monstruo a los ojos.
—Cuarenta —reflexionó—. Quizás cincuenta.
Jean-François parpadeó.
—¿Disculpa?
—Me preguntaste cuál creía que era tu edad antes. —Gabriel se encogió de
hombros—. Ahora que hemos pasado un poco de tiempo juntos, puedo arriesgarme
a adivinar. Te comportas como un antiguo, historiador, pero no eres un antiguo.
De hecho, te pondría no mucho mayor que yo.
—¿En serio? ¿Y qué te hace decir eso, De León?
—No estás lo suficientemente asustado. —Gabriel ladeó la cabeza—.
Dime, cuando tu oscura madre y pálida amante, Margot Chastain, primera y última
de su nombre, te asignó esta tarea, ¿pensaste que ella me estaba encerrando aquí
contigo, o a ti aquí conmigo?
—No tengo nada que temer de ti, De León —se burló el vampiro—. Eres
un condenado borracho, descendiente de una casa de perros, que permitió que la
última esperanza de su especie se le escapara de los dedos y se rompiera como un
cristal sobre la piedra.
—El Grial. —Gabriel asintió—. Me preguntaba cuándo volverías a eso
también.
—No vuelvo a ninguna parte, santo de plata.
—Si supieras lo cierto que es eso, maldito parásito.
La puerta se abrió y la esclava estaba en el umbral, con una bandeja dorada
en una mano. Sintió la tensión en la habitación, los ojos puestos en el historiador.
—¿Está todo bien, amo?
El vampiro se apartó un rizo dorado de los ojos.
—Muy bien, Meline. Aunque parece que el temperamento de nuestro
invitado se deshilacha cuando se le seca la lengua. Encárgate de ello, merci.
La mujer entró en la habitación, colocó una copa de vino en la mesa y la
botella al lado. Gabriel mantuvo los ojos hacia adelante, fijos en la ilustración del
libro del vampiro. Los recuerdos de Astrid estaban frescos ahora. La herida volvió 306
a abrirse. Cuanto más contara su historia, más pronto llegaría al final, y sabía que
no había bebido lo suficiente para eso. Y así, volvió su mirada hacia el monstruo
de enfrente. Este horror en brocado de seda y plumas de marta y perla reluciente.
—Puedo hablar más sobre la Compañía del Grial —ofreció—. Chloe. Dior.
padre Rafa y los demás. Si te place.
—No me place —protestó el vampiro, tal vez con un toque demasiado
fuerte—. No puedes saltar la narración de este cuento como un conejo en celo,
santo de plata.
—Creo que descubrirás que puedo hacer lo que me dé la gana, vampiro. Al
menos hasta que tu emperatriz tenga lo que quiere. —Estudió sus uñas negras y
rotas, la sangre seca, las cenizas y la tinta plateada en sus manos—. Y lo que quiere
es la historia del Grial. ¿Qué fue de él? ¿Cómo lo perdí? Entonces, ¿qué dices si
dejamos de fingir por un rato? Al menos hasta que esté lo suficientemente borracho
como para regresar a San Michon.
El vampiro mantuvo su rostro inmutable. Pero Gabriel sabía lo suficiente
como para reconocer la chispa brillando en esos ojos color chocolate. Podía
sentirlo, flotando como humo entre ellos. Olerlo, entrelazado con el vino y la
sangre.
Deseo.
—Como más te guste —dijo Jean-François, manteniendo la voz plana.
—¿Estás seguro? Como dijiste, no te sirven los cuentos de niños.
—Me ha ordenado mi pálida señora que registre toda tu historia, De León.
Personalmente, no me importa de ninguna manera.
—Lenguas Muertas escuchadas, son lenguas Muertas saboreadas.
—¿Es eso lo que quieres, santo de plata? —preguntó el vampiro, sus ojos
oscuros buscando los grises pálidos—. ¿Una probada de mí? Escuché que habías
desarrollado un apetito por nosotros.
Gabriel tomó su copa de vino y tomó un largo trago.
—No eres mi tipo, Chastain.
Jean-François sonrió ante el hedor de la mentira, mojando la pluma.
—Entonces. Chloe Sauvage y su destartalada compañía. Una chica que
conociste como hermana novicia en San Michon. Una chica que había afirmado
que su primer encuentro fue ordenado por el mismo Padre Celestial. Descubrirte
en Sūdhaem diecisiete años después debe haber hecho poco por disuadir sus locas
ideas.
307
—Lejos de ahí. Chloe era una creyente, como dije.
—Habías evadido a Danton, la Bestia de Vellene e hijo menor del Rey
Eterno, que parecía concentrado en el chico Dior. Habías rescatado a la compañía
de Chloe de una banda de condenados, habías acabado con otro misterioso sangre
noble que también acechaba los pasos del joven Dior. Y este niño afirmaba conocer
la ubicación del Grial. El cáliz perdido de San Michon, que atrapó la sangre del
Redentor mientras moría sobre su rueda.
—Es casi como si hubieras estado prestando atención.
—Pero ¿por qué aceptar acompañar a Chloe al río Volta? —Jean-François
señaló con la cabeza el P A T I E N C E escrito en los dedos del santo de plata—.
Tu esposa e hija te esperaban en casa. Y claramente no creías que Dior supiera la
ubicación del cáliz.
—No. Hice tuve al chico por un puto mentiroso y a Chloe por una jodida
tonta. Pero Danton Voss claramente pensaba que valía la pena perseguir a Dior,
aunque yo no lo hiciera. Tenía negocios con la famille del Rey Eterno. Inacabados,
y todos los matices de sangre. Mentirosos y tontos podrían haber sido, pero la
compañía de Chloe podría servirme al menos en un aspecto.
—… Cebo —se dio cuenta Jean-François.
—Oui.
El vampiro miró a Gabriel con los labios fruncidos.
—¿Qué le pasó al chico al que el engaño le colgaba del cuello como una
cuerda? ¿El que valoraba tanto la vida que se lanzaría a un establo en llamas para
salvar a un puñado de caballos? ¿El que haría cualquier cosa para salvar a un niño,
para evitarle a una madre el infierno que su propia madre había sufrido? —Jean-
François miró la estrella de siete puntas en la mano de Gabriel—. ¿El muchacho
cuya fe en el Todopoderoso resplandecía como la plata y encendía la oscuridad
como una llama sagrada?
—Lo mismo que les pasa a todos los chicos, sangre fría.
El santo de plata se encogió de hombros y terminó su copa.
—Creció.

308
309
310
»Habíamos cabalgado montando a través de la noche, como si el infierno
mismo siguiera en nuestras colas. Las primeras nieves invernales estaban cayendo,
las manchas de sangre de nuestra batalla en la torre de vigilancia aún estaban
cubriendo mis manos. Pero no fue hasta que el sol arrastró su lamentable trasero
hacia el cielo que me sentí en algún lugar casi seguro. La luz del día ya no era una
pesadilla para los Muertos, pero Danton Voss no era tan tonto como para volver a
atacar a algo menos que con toda su fuerza.
»La próxima vez vendría por la noche.
»Viajamos a una franja larga de robles muertos ahogados por puñados de
hongos. El viento del norte susurraba secretos fríos, mordiendo nuestras orejas y
las yemas de nuestros dedos azules. Cabalgué por el flanco, estudiando de soslayo
a esta compañía extraña y preguntándome qué tan profunda era en realidad la
mierda a la que me había arrastrado la pequeña Chloe Sauvage.
»Había pasado más de una década desde que la vi, pero todavía me
sorprendía lo mucho que había cambiado. Chloe siempre había sido una aficionada
a los libros, remilgada y dolorosamente devota. Pero sus pecas se habían
desvanecido, y sus ojos lucían más viejos: ahora una mujer, donde una vez había
estado una niña. Iba vestida más como un soldado que como una monja; una 311
sobrevesta oscura sobre una cota de malla, una espada de acero plateado al costado
y un rifle de rueda a la espalda, esa masa exasperante de rizos castaños pardos
atados en una coleta larga. Pero mientras cabalgábamos por el bosque fantasma,
ella aún se frotaba sin cesar el cuello con la estrella plateada de siete puntas,
moviendo los labios en una oración silenciosa.
»Dior cabalgaba detrás de Chloe, los brazos del niño rodeando la cintura de
la santa hermana mientras charlaba casi incesantemente. Era raro: una levita
señorial y unos calzones de rey mendigo, ese mechón de cabello blanco ceniza
colgando de unos ojos azules brillantes. Llevaba una daga plateada en su abrigo y
una gran mella en el hombro. Le habría puesto tal vez catorce, pero había un borde
en él, afilado como el vidrio y carácter rudo. Me miraba como si le gustaría
degollarme por medio bronce real.
»Saoirse viajaba a pie, con Phoebe trotando a su lado. De toda la compañía,
la cazadora me impresionaba más: se deslizaba entre los bosques muertos como
un espectro, y se movía con una gracia que me indicaba que esas espadas que
llevaba no eran para divertirse. Debajo de su capa de piel de lobo vestía cueros
bellamente labrados y cota de malla, una falda de negro y tres tonos de verde. Dos
franjas entretejidas estaban grabadas en el lado derecho de su cara, en sangre
escarlata. Ese gran león de montaña rojo con el que corría ponía nervioso a la
mayoría de los caballos, y el par se pasaba el día explorando incansablemente,
regresando solo de vez en cuando para reportarse.
»Por último estaba el padre Rafa y Bellamy Bouchette, el sacerdote y el
trovador cabalgando uno al lado del otro. La túnica de Rafa era de pálida tela casera
que se encuentra en la mayoría de los hombres del monasterio. Su piel era oscura
y gastada como cuero viejo, gruesos anteojos cuadrados colocados precariamente
al final de una larga nariz delgada. Se veía lo suficientemente delgado como para
romperse bajo mi dedo meñique, pero aún recordaba nuestra batalla junto a la torre
de vigilancia, esa rueda alrededor de su cuello ardiendo como una hoguera cuando
vio a esa extraña sangre noble enmascarada en nuestras espaldas.
»Bellamy vestía un elegante jubón gris oscuro, una cota de malla y una capa
de lo que podría haber sido un zorro gris. Una cadena plateada con seis notas
musicales estaba colgada de su cuello. Su hoja larga colgaba a su lado, su gorro de
fieltro gris inclinado tan desenfadado que es una maravilla que no se le cayera de
la cabeza. Su mandíbula era como la hoja de una pala, y no estaba seguro de cómo
lo lograba, pero su barba de tres días seguía siendo perfecta. Cabalgaba al lado del
sacerdote, y aunque le pongo unos veinte años, jugaba con su fino laúd de madera
de sangre como un niño de trece años con su polla.
—¿Ingeniosamente? —preguntó Jean-François.
—Constantemente. Odio a los putos trovadores. Casi tanto como a las 312
papas.
—¿Por qué?
—Los poetas son unos pendejos —suspiró Gabriel—. Y los bardos solo son
poetas a los que se les permite rasguear en público. Es un idiota engreído que cree
que vale la pena poner sus pensamientos en un pergamino, sin mencionar escribir
una maldita balada.
—Pero De León, la música… —El vampiro se inclinó hacia delante,
animado quizás por primera vez desde que comenzaron la conversación—. La
música es una verdad incalculable. Un puente entre las almas más extrañas. Dos
hombres que no hablan ni una palabra en la lengua del otro pueden sentir que sus
corazones también se elevan con el mismo estribillo. Regala a un hombre la lección
más importante, puede que la olvide en el futuro. Regálale una canción hermosa y
la tarareará hasta el día en que los cuervos hagan un castillo de sus huesos.
—Muy bonito, vampiro. Pero la verdad es un cuchillo más afilado. La
verdad es que la mayoría de los hombres escriben canciones para poder escucharse
a sí mismos cantar. Y el resto canta no por la canción, sino por el aplauso al final.
¿Sabes lo que la mayoría de los hombres no hacen lo suficiente?
—Dime, santo de plata.
—Callarse de una puta vez. No solo se sientan y escuchan. Es en silencio
que nos conocemos a nosotros mismos, vampiro. Es en la quietud que escuchamos
las preguntas que realmente importan, arañando como pajaritos en la cáscaras de
nuestros ojos. ¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿En qué me he convertido? La verdad
es que, las preguntas que escuchas en el silencio son siempre las más aterradoras,
porque la mayoría de las personas nunca se toman el tiempo para escuchar las
respuestas. Ellos bailan. Y cantan. Y luchan. Y follan. Y se ahogan, llenándose la
garganta de orina, los pulmones de humo y la cabeza de mierdas para no saber
nunca la puta verdad sobre quiénes son. Pon a un hombre en una habitación durante
cien años con mil libros, y conocerá un millón de verdades. Ponlo en una
habitación durante un año en silencio, y se conocerá a sí mismo.
El vampiro observó cómo el santo de plata drenó su vino hasta el fondo, y
luego volvió a llenar su copa hasta el borde tembloroso.
—De León, ¿sabes qué es la ironía?
—Hacen espadas con eso, ¿no? ¿Mezclada con carbón y golpeada con un
martillo?
—A la mitad de su segunda botella, sudando por otra pipa y regañando a
los demás por sus vicios —gruñó Jean-François—. Lo único peor que un tonto es
un tonto que se cree sabio.
—He pasado mi tiempo en esa habitación silenciosa, vampiro. Sé lo que
soy. 313
El santo de plata levantó su copa y sonrió.
—Simplemente no me gusta mucho.
»Finalmente cruzamos el Ūmdir en un vado poco profundo, las aguas
corriendo a lo largo de los flancos de nuestros caballos. Dior pareció recuperarse
a medida que el río se hizo más profundo, y me pregunté si el chico tenía miedo
de empapar ese fino abrigo robado. Detuvo su charla al menos por un tiempo. Sin
embargo, a Jezabel no pareció importarle la humedad, y le regalé a mi gran corcel
una palmadita cariñosa detrás de las orejas. A pesar de su cambio de circunstancias,
la yegua parecía contenta de conocerme; supuse que era un amo más amable que
ese par de inquisidores de los que la había arrebatado. Solo deseaba tener un poco
de azúcar para regalarle.
»Mientras avanzábamos por el banco helado, desplegué mi mapa gastado,
saqué mi catalejo y eché un último vistazo a las tierras que había detrás. En nuestra
estela estaba el Sūdhaem; climas más cálidos y pequeñas zonas de civilización aún
libres de sangre fría hambrientos. Pero más adelante, entre el Volta y nosotros,
aguardaban los páramos de Ossway devastados por la guerra. El río estaba al
menos a un mes de viaje, suponiendo que nadie acechara nuestros pasos. Pero a
decir verdad, esperaba que alguien lo hiciera.
»—¿Por qué Voss puso a la Bestia de Vellene en tu rastro? —llamé.
»La pregunta me había estado carcomiendo toda la noche y el día, y ahora
que estábamos al otro lado del agua y a salvos relativamente, era necesario
preguntar. Todavía me sentía demasiado en la oscuridad sobre Chloe y su pequeña
banda, de dónde venían, cómo comenzó todo esto. Si iban a ser mi cebo para
Danton, quería saber exactamente qué estaba poniendo en mi anzuelo.
»—¿Cómo sabe el Rey Eterno acerca de esta mierda del Grial?
»Miré por encima del hombro a Chloe, Dior sentado detrás de ella. Íbamos
por una fina franja de barro que apenas podía calificarse como carretera. Los
árboles muertos estaban cubiertos de sombras y flores heladas de hongos, cubiertas
de nieve gris. Pero los ojos de Chloe estaban cerrados, y hacia el cielo. Perdida en
la oración.
»—¿Chloe?
»—Me temo que la culpa es mía, santo de plata —suspiró el viejo Rafa.
»—Bueno, será mejor que empiecen a hablar sin rodeos, sacerdote.
Tenemos una de las sanguijuelas más peligrosas del imperio cazándonos, y sabré
por qué. Tan pronto como Danton reúna las fuerzas suficientes, nos atacará como
una torunda empapada sobre la herida supurante más cercana.
314
»El pendejo detuvo su rasgueo.
»—Quiere decir, con entusiasmo, padre.
»—Merci, Bellamy, entendí la implicación. —El anciano me miró con ojos
oscuros—. Y me temo que este Príncipe de la Eternidad no será la única sombra a
nuestras espaldas, santo de plata.
»—Viejo, no tengo paciencia para los acertijos. Es mejor empezar por el
principio.
»Rafa respiró hondo.
»—He servido a Dios desde que era joven. Cuando niñ…
»—Espera, espera. —Levanté una mano—. Cuando dije el principio, no
quise decir que quisiera la puta historia de tu vida. Vaya a la parte que importa,
sacerdote.
»Eso me valió algunas miradas de reojo por parte de la compañía; Chloe
abrió los ojos y arqueó una ceja, Dior frunció el ceño, el pendejo rio entre dientes
sobre su laúd. Y oui, estaba actuando como una perra. Pero habían pasado más de
veinticuatro horas desde que fumé esa pipa en las paredes de Dhahaeth, y la sed
me tenía por las pelotas. La sangre que había exprimido del corazón de esa neófita
aún estaba guardada dentro de mi abrigo, y prácticamente ya podía saborearla. Pero
no habíamos tenido tiempo para rascarnos, y mucho menos para cocinar una pizca
de sanctus, así que había estado racionando lo poco que me quedaba, fumando lo
suficiente para mantenerme alejado del borde.
»Al menos, en su mayor parte.
»—Bueno, suficiente. —Rafa se aclaró la garganta—. Pero a mi punto, he
servido a la Orden de San Guillaume durante cuarenta y un años. Soy lingüista y
astrólogo. Un estudioso de las esferas universales. —Levantó los brazos hacia el
cielo como un director de orquesta de una sinfonía—. Y cuando la sombra cayó
sobre nuestro sol, dediqué mi vida a descubrir cómo podría deshacerse.
»—Lo que el padre Rafa es demasiado modesto para decir —interrumpió
Chloe—, es que es uno de los eruditos más destacados en el imperio desde la
muerte de los días.
»El anciano sonrió con sus pequeños dientes gastados.
»—Me halagas, buena hermana.
»Chloe hizo una reverencia.
»—Halagos bien merecidos, buen padre. 315
»—Oui, oui, después le haré cosquillas en las pelotas —gruñí—. Pero San
Guillaume es una destilería, no una biblioteca. Solían ser los mejores campos de
cebada del Ossway en esas colinas. Incluso hoy en día hacen un vodka capaz de
pelar la pintura de las paredes.
»—Es cierto que mi hermandad hizo monedas con los frutos de la botella
—asintió Rafa—. Pero esa moneda siempre se ha gastado en la adquisición y
preservación del conocimiento. San Guillaume cuenta con una de las mejores
bibliotecas del imperio, santo de plata.
»—Gabe, he estado estudiando la historia sobre la muerte de los días en la
biblioteca de San Michon durante los últimos diecisiete años —dijo Chloe—. Pero
hace diez años, escuché de fray Fincher que un monje en San Guillaume también
era un gran estudioso del tema. Envié una misiva, y Rafa respondió.
»—Así comenzó una larga correspondencia. —El anciano sonrió, cariñoso
como un padre—. Y la mejor de las amistades, con una de las mentes más agudas
que he encontrado en todos los m…
»—No me joda —suspiré—. Sacerdote, ella ya está casada. Y con Dios
nada menos.
»—¿Estás intentando ser un maldito idiota, héroe? —Dior frunció el ceño—
. ¿O simplemente tienes un talento natural?
»—Muchacho, cierra el pico. Los adultos están hablando.
»Chloe apretó la mano del muchacho.
»—Dior… por favor…
»El chico se quedó en silencio, mirando fijamente mi cuello con dagas
azules brillantes.
»—Durante la próxima década —continuó Rafa—, la hermana Chloe y yo
intercambiamos información. Siguiendo un hilo frágil a través de miles de textos.
Con el consejo de la buena hermana, busqué en la biblioteca con ojos frescos. Y
dentro de las páginas de un tomo gastado por el tiempo, desenterré un mensaje.
Escrito de una manera en la que creo que estás familiarizado, santo de plata.
»Me encontré con los ojos de Chloe, asintiendo lentamente.
»—¿Qué tipo de mensaje?
»—Un poema. Escrito en talhóstico antiguo. «De la copa sagrada viene la
luz sagrada; el mundo enderezado por la mano consagrada. Y de los Siete
Mártires, tras su mirada; el hombre simple verá esta noche sin fin terminada».
»—Gabe, es una profecía. —Los ojos de Chloe brillaron con un fervor
familiar—. Una profecía sobre el Grial, y el fin de la muerte de los días de una vez 316
por todas.
»Resoplé.
»—¿Y el abad te dejó salir de San Michon tras eso? ¿Sola?
»—Al final, lo convencí de que podría haber mérito en todo esto hace poco
más de un año. La guerra se había vuelto tan insondable para entonces que podía
prescindir de pocos santos en una táctica tan escasa. Pero envió a dos hermanos
conmigo en el camino. Fray Theo Petit y su aprendiz, Julién.
»—Recuerdo a Theo. —Sonreí—. Un hombre bueno. Un espadachín mejor.
¿Cómo está el perro viejo?
»Chloe bajó los ojos. El viejo padre Rafa hizo la señal de la rueda.
»—Una noche, nos tendieron una emboscada —dijo—. Cruzando el
Ossway, poco después de que me recogieran en San Guillaume. Un grupo de
guerra del linaje Dyvok. El hermano Theo y Julién…
»Miré la espada de acero plateado que llevaba Chloe, comprendiendo a
quién le había pertenecido.
»—Mierda…
»Rafa asintió.
»—Viajamos impávidos, más de un año. Pero necesitábamos más ayuda. El
joven Bellamy se unió a nosotros en Sul Ilham hace medio año…
»Miré al pendejo mientras tocaba una nota en su laúd para darle un efecto
dramático.
»—La joven Saoirse ha viajado con nosotros quizás tres meses —continuó
Rafa—. Y monsieur Lachance aquí es la última incorporación a nuestra pequeña
banda.
»—Bueno, aparte de la poesía de un loco y del pequeño lord Cagándose-en-
sus-calzoncillos, ¿cómo se enteró el Rey Eterno de todo esto?
»—Como digo, me temo que la culpa es mía —dijo el sacerdote, rascándose
la puntiaguda barba gris—. Una vez que Chloe y yo armamos un caso convincente,
informé al jefe de mi orden, y el abad Liam envió un mensaje de mi descubrimiento
al Pontífice Gascoigne en la capital. Tememos que alguien del círculo íntimo del
Pontífice pueda estar… comprometido.
»Me chupé el labio, frunciendo el ceño, mi mente repasando la historia.
»—Bueno, aún me suena a puras mierdas. Pero si el Rey Eterno ha puesto
a la Bestia de Vellene sobre ustedes… 317
»—¿Por qué lo llaman la Bestia de Vellene?
»Fue Dior quien había hablado, el resto del grupo se quedó en silencio. Miré
al chico, la arrogancia, el ceño fruncido. Tenía uno de esos cigarrillos de raíz
colgando de sus labios, sin encender. Cuando la miré a los ojos, Chloe negó con la
cabeza a modo de advertencia. Pero pensé que al pequeño imbécil le vendría bien
despertarse un poco sobre la mierda en la que estábamos todos.
»—Vellene fue la primera ciudad que cayó ante el Rey Eterno —dije—.
Hace diecisiete años. Después de que cayeron las puertas, Voss hizo que todos los
hombres y mujeres que estaban dentro fueran masacrados para reforzar el número
de su legión. Su hija Laure asesinó a todos los bebés de la ciudad, y se bañó con
su sangre. Pero el pequeñito de Voss, Danton, siente afecto por las niñas intactas.
Se rumorea que condujo a todas las doncellas que pudo encontrar a las mazmorras
de Vellene. Las encerró. Las mantuvo alimentadas. Y todas las noches, soltó a diez
de ellas desde las puertas de la ciudad.
»Dior frunció el ceño.
»—¿Para qué?
»—Por deporte. Había prometido que se salvarían si lo eludían hasta el
amanecer. Y luego, las cazaría una por una. Rastreándolas a través de los páramos
congelados, masacrándolas como cerdos antes de partir tras la siguiente. Cazó y
mató a todas las chicas de la ciudad de esa manera. Le llevó meses. Y a la última
de ellas, un hueco cascarón roto para entonces, la dejó vivir, soltándola solo para
que pudiera balbucear historias de la matanza.
»—Gran jodido Redentor… —susurró el trovador.
»—Blasfemia, Bellamy —murmuró Chloe.
»—Eso es lo que tenemos cazándonos, muchacho —dije—. Ese es el tipo
de sabueso que…
»Mi voz se apagó cuando escuché el trueno débil de unos cascos. Mi pulso
se aceleró, y me pregunté si al hablar de la Bestia, de alguna manera lo había
conjurado. Pero todos los pensamientos sobre Danton se evaporaron cuando
levanté mi catalejo y vi a una docena de jinetes corriendo por el camino embarrado
detrás de nosotros. La mayoría eran hombres, soldados, vestidos con tabardos
carmesí. Pero la pareja al frente eran mujeres, con largo cabello negro cortado con
flecos afilados sobre los ojos velados. Mi vientre se hundió hasta mis botas cuando
las reconocí. Cueros ajustados. Cotas de malla negra. Tan idénticas que no podían
ser otra cosa que gemelas. Llevaban guanteletes negros en la mano derecha,
tabardos rojo sangre marcados con la flor y el mayal de Naél, el Ángel de la Dicha.
»La cohorte inquisidora… 318
»—Maldita sea —suspiré.
»—Maldiiita sea —dijo Dior.
»—¿Maldiiita sea? —pregunté.
»—Maldita seaaaaaaaaa —asintió.
»Un cuerno resonó sobre un grito distante.
»—¡Alto! ¡En nombre de la Inquisición!
»—Que la Madre Doncella los maldiga —siseó Chloe.
»Bellamy azotó su caballo y rugió:
»—¡Andando!
»Y nos marchamos, avanzando por el camino embarrado con la cohorte a
nuestras espaldas. Corrimos con fuerza, pero el viejo Rafa no era el ojete de un
jinete, y nuestras monturas necesitaban un respiro después de una dura noche.
Mirando hacia atrás, vi que la cohorte estaba ganando terreno. Y si vas a tener que
luchar, sangre fría, no desperdicies lo mejor de ti mismo huyendo.
»Agarré la empuñadura de Ashdrinker y la saqué a la luz tenue del día.
»¿E-esa no es la m-monja a la que disparaste, q-que disparaste?
»—Esa es.
»Se ve molesta. D-debiste enviarle flores. A las chicas les gustan las fl-
flores, Gabriel.
»—¡Ahórratelo, Bouchette! —rugí—. ¡Hay que cortar cabezas!
»—¡No! —vino un grito.
»Capté un destello de movimiento, vi a Saoirse corriendo a través de los
árboles veloz como un ciervo, con trenzas rubias rojiza balanceándose detrás de
ella. Phoebe llegó corriendo tras la cola de la cazadora, la leona solo una mancha
rojiza. Con una habilidad que rara vez había visto, la mujer del clan saltó a bordo
del caballo galopante de Rafa, empujando al sacerdote hacia atrás y agarrando sus
riendas.
»—¡No es lugar para luchar contra tantos! ¡Síganme!
»Saoirse condujo el caballo hacia el bosque muerto que nos rodeaba. Chloe
y Dior lo siguieron, Bellamy guiñándome un ojo mientras pasaba al galope, todavía
con el laúd en la mano. Disminuí la velocidad lo suficiente como para disparar, y
luego me alejé, cabalgando con fuerza tras la retaguardia del trovador mientras
atravesábamos matorrales podridos y torres de setas y deposiciones.
319
»La luz se hizo más tenue mientras cabalgábamos, las ramas se extendían
sobre nuestras cabezas como una maraña de manos de mendigo. Escuché la
persecución detrás, otro grito: «¡Alto en nombre de la Inquisición!», pero
honestamente, ¿cuándo diablos ha funcionado eso? No sabía a dónde se dirigía,
pero la estela de la cazadora estaba en la punta de la cima, y nos conducía por un
camino de cambio a través de zarzas heladas y ramas antes de lanzarnos hacia un
barranco estrecho.
»La tierra se había dividido de forma amplia y profunda, las raíces de los
árboles viejos y los zarcillos de hojas frescas formaban un techo enmarañado sobre
nuestras cabezas. Su leona no estaba a la vista, pero Saoirse levantó una mano para
detenerse y se llevó un dedo a los labios. La cabeza de Chloe estaba inclinada en
oración, el viejo Rafa frotando su rueda entre el índice y el pulgar. Escuché otro
repique de ese cuerno, el débil trueno de cascos acercándose.
»—¡Talya! —gritó una mujer—. ¿Puedes verlos?
»—¡Valya! ¡Por aquí!
»Me gusta su voz. Suena bonita, ¿es b-bonita?
»Fruncí el ceño ante la espada en mi mano, la dama plateada en la
empuñadura.
»Gabriel, h-hoy no estoy de humor para matar m-monjas. Ya he hecho eso
lo s-suficiente…
»—Cállate —gruñí.
»Rafa miró por encima del hombro.
»—No dije nada, santo de plata.
»—¡Hssst! —siseó Saoirse.
»Los cascos se hicieron más fuertes, y escuché el aliento entrecortado del
caballo y el hombre mientras los jinetes se acercaban. Si esos jodidos idiotas
adeptos nos hubieran atrapado en ese barranco, habría sido una masacre roja. Pero
mi corazón se relajó cuando pasaron con estrépito, todo truenos y furia, a unas
pocas docenas de metros hacia el sur. Chloe hizo la señal de la rueda, Dior sentado
detrás de ella con la daga en el puño, las mejillas rosadas por el frío, ese cigarrillo
sin encender todavía colgando de sus labios. El chico me miró a los ojos a través
de su mata de cabello blanco, y vi que estaba más furioso que asustado.
»Sea lo que sea que haya sido, parecía que Dior Lachance no era un cobarde.
»Los cascos se desvanecieron. Me estremecí en mi silla cuando una sombra
cayó sobre mí, pero al mirar hacia arriba, solo vi a Phoebe, de pie en el borde del
barranco. El león de montaña me miró con sus brillantes ojos dorados, la cicatriz
atravesando su frente y mejilla parecía doblar sus mandíbulas en una sonrisa 320
mientras gruñía.
»—Despejado —susurró Saoirse—. Salgamos de aquí.
»Obedecimos, sin decir palabra, empujando a nuestros caballos fuera del
barranco. Girando hacia el norte, trotamos a través de la nieve cayendo, Phoebe
trotando al final de la fila y mirándonos a Jezabel y a mí con ojos hambrientos.
Escuché a las inquisidores alejarse de nosotros, pero sabía que sería solo cuestión
de tiempo antes de que se dieran cuenta de que habían sido engañados.
»—Las conocías.
»Al levantar la vista, vi a Dior observándome desde la parte trasera del
caballo de Chloe.
»—Esas perras. Tú las conocías.
»—Nos hemos encontrado. Brevemente.
»Bellamy me miró de reojo, el padre Rafa me miró con curiosidad. Incluso
Chloe me echó un vistazo por el lado equivocado de la sospecha.
»—¿Cómo?
»—Le disparé a una por la espalda y les robé sus caballos.
»Dior se burló. La mandíbula de Chloe cayó.
»—Gabriel de León, ¿le disparaste a una monja?
»—No a matar. Bueno… técnicamente, no. —Me rasqué la barbilla, un
poco disgustado—. Aunque, estoy impresionado de que esos condenados no las
asesinaron.
»Chloe simplemente se quedó atónita cuando me encogí de hombros.
»—Larga historia.
Jean-François se aclaró la garganta en su torre solitaria, y dio un golpecito
impaciente en la página con la pluma. Como si fuera a…
—La Inquisición es una sororidad de la Fe Única —suspiró Gabriel—.
Acusada de erradicar la herejía en la Iglesia. A diferencia de la mayoría de las
órdenes sagradas, la sororidad no jura a Dios ni a la Madre Doncella ni a los
Mártires, sino a Naél, el Ángel de la Dicha. Lo que tiene tanto sentido como yo
después de mi cuarta botella de vino.
—¿Qué significa exactamente? —preguntó el vampiro.
—Significa que son una manada de malditas sádicas. Creen que la dicha
solo se puede apreciar en ausencia de dolor, y la única oración en la que participan
es la tortura. —Gabriel se llevó la copa a los labios—. Bridas de chismes. 321
Horquillas herejes. Desgarradores de senos. Esas perras retorcidas las inventaron
todas. Cuando el viejo cardenal Brodeur fue acusado de herejía allá por el sesenta
y cuatro, fue entregado al cuidado gentil de la Gran Inquisidora en la Torre de las
Lágrimas de Augustin. Se dice que le desollaron la piel, y luego lo empacaron en
sal durante la noche para evitar la sepsis. El pobre bastardo confesó después de un
día. Lo mantuvieron vivo siete más. Al final, le cortaron el aparejo de boda, se lo
dieron de comer y luego lo dejaron desangrarse de su miseria.
Jean-François enarcó una ceja.
—¿Eso es cierto?
—Ni puta idea —Gabriel se encogió de hombros—. Nunca dejes que la
verdad se interponga en el camino de una buena historia. El caso es que, son unas
invitadas terribles a la hora de cenar. A menos que disfrutes de las conversaciones
sobre no haber sido abrazado lo suficiente cuando eras niño y la mejor manera de
echar a los cachorros de los puentes sin mancharte las botas de sangre.
»Y de acuerdo, le disparé a una por la espalda. Y a esas perras les gustaban
los rencores. Dicen que la mejor venganza es vivir bien, pero todavía hay mucho
que decir sobre bailar bajo las lunas de sangre con un manto hecho con la piel de
tu enemigo. Pero al notar las miradas nerviosas que compartieron mis camaradas
nuevos, supuse que esa cohorte no se había dirigido a Dhahaeth para probar el
vodka cuando tropecé con su carreta atascada y robé Jezabel.
»Ya teníamos en la cola al hijo de Fabién Voss. Pero parecía que la pequeña
banda de Chloe también se había ganado la atención de la Inquisición.
»La mierda en la que estaba vadeando acababa de profundizarse un metro.

322
»Nos fuimos a la cama ya casi a la puesta del sol en una hondonada boscosa,
una neblina fría atravesaba el aire. La choza de un cazador había estado allí hacía
mucho tiempo, pero ahora solo era unas cuantas paredes rotas y una hoguera. Los
árboles llevaban mucho tiempo muertos, gimiendo bajo el peso de las flores de
hongos, todos los tonos pálidos. Pero al menos estábamos apartados del maldito
viento.
»Llevaba despierto treinta horas seguidas para ese momento y solo la Madre
Doncella sabía cuánto tiempo había pasado desde que fumé. Mis ojos eran arenisca
en sus órbitas, mi piel estaba lista para desprenderse de mis huesos. Mientras los
demás se dejaban caer al amparo de las paredes en ruinas y los tristes árboles
mohosos, comencé a arrancar las ramas más bajas. Chloe observaba, acurrucada
junto a Dior en la calidez de una piel espesa y oscura.
»—¿Qué estás haciendo, Gabe?
»—Practicando mi caligrafía.
»—¿Es prudente encender un fuego, santo de plata? —preguntó padre
Rafa—. ¿Y si…?
»—Esas inquisidoras también necesitan dormir, sacerdote. Y si la Bestia de 323
Vellene nos encuentra, oui, queremos fuego. Caliente como el vientre del infierno.
—Rompí otra rama—. Pero nuestro príncipe oscuro demorará un rato. Necesita
encontrar un puente a través del Ūmdir, para empezar. Y a su brazo le tomará una
semana más o menos volver a crecer, dependiendo de cuánto se alimente.
»Bellamy sacudió la cabeza, asombrado.
»—¿Le cortaste el brazo a un antiguo Voss?
»—Había salido el sol. Tuve suerte. La próxima vez, no cuentes con
ninguna de los dos.
»—No tema, padre. —Saoirse se acomodó entre las raíces de un roble
podrido y le asintió a Rafa—. Después de descansar un rato, Phoebe y yo
vigilaremos.
»—Todos nos turnaremos para vigilar. Tú. muchacho —le gruñí a Dior—.
No holgazanees cuando hay trabajo que hacer. Saca ese humo de tu boca y
encuentra algo para quemar.
»Dior frunció el ceño, pero después de un asentimiento de Chloe, se
desenvolvió del cobijo de las pieles de la hermana. Metiéndose el cigarro detrás de
la oreja, se subió el elegante cuello para protegerse del frío y caminó penosamente
hacia la muchacha ossiani.
»—¿Puedo tomar prestada tu hacha, Saoirse?
»La muchacha se separó las trenzas del rostro y parpadeó.
»—¿Para?
»—Nuestro héroe quiere leños.
»—¿Quieres usar a Bondad para cortar árboles? Debería ponerte sobre mi
rodilla.
»Dior levantó el borde de su abrigo, meneando su estrecho trasero.
»—Coqueto —se rio Saoirse—. Vete, ya lárgate.
»—No hay necesidad de cortar nada, muchacho —le dije—. Solo toma
yesca. Tan seca como puedas encontrar.
»La sonrisa del muchacho se volvió amarga, pero obedeció, explorando las
ruinas en busca de yesca. Chloe lo miró como un águila a su polluelo.
»—No te alejes demasiado, Dior.
»Deambulé por los árboles, estudiando a la cazadora con el rabillo del ojo.
El equipo de Saoirse era impresionante: botas pesadas y pantalones bombachos
labrados en un hermoso patrón de manos con garras, al igual que su escudo. Pero 324
el hacha que tenía en el regazo era la verdadera obra de arte: de doble hoja, grabada
con un impresionante patrón de nudos eternos. A menos que estuviera equivocado,
su mango era de pura madera de la lealtad.
»—Bondad, ¿eh?
»Me miró con ojos fríos, rascándose las orejas de leona.
»—Así puedo…
»—Matar a la gente con eso. Muy inteligente. Sabes, alguien me dijo una
vez que un hombre que le da nombre su espada es un hombre que sueña con que
otros sepan su nombre algún día.
»—Menos mal que no soy un hombre, santo de plata —resopló Saoirse, sus
ojos verdes cayendo sobre la espada rota en mi cadera—. ¿Es por eso por lo que la
llamaste Ashdrinker?
»—No le di un nombre a esta espada, muchacha. Ella llegó con uno.
»—Igual que yo. Así que te agradeceré que lo utilices y que dejes esa mierda
de «muchacha» de inmediato.
»—Ashdrinker —murmuró Bellamy en admiración el nombre mientras se
alejaba de los caballos—. Nunca pensé que viviría para verla en persona. Todavía
cantan canciones sobre ti y esa espada en Augustin, chevalier. El León Negro y su
espada sangrienta. —Se echó la gorra hacia atrás y me lanzó una sonrisa que la
mayoría habría descrito como elegante—. Buen Dios, las historias que he
escuchado…
»—¿Y qué has escuchado? —preguntó Saoirse.
»—¡Mi corazón canta al escucharte preguntar! —Bellamy se hundió junto
a la hoguera y se quitó el laúd de la espalda—. Pero no hay historia más dulce que
una canción, madeimoselle Saoirse. Así pues, ¡mirad! Ésta la escuché en Ossway,
en la corte de Laerd Lady á Maergenn. La llaman La batalla de Báih Sì…
»—No, diablos, no lo harás —escupí—. Si quieres ser útil, baladista, junta
más madera. O pondré ese laúd en servicio adecuado y lo quemaré.
»El joven Bellamy me lanzó una sonrisa, imperturbable.
»—¿Después de la cena, entonces?
»El padre Rafa estaba bien provisto y puso una olla a hervir, mezclando una
sopa que habría olido delicioso si yo no tuviera otra hambre en mente. Agarré mi
pequeña forja química de mis alforjas, puse el artilugio de hierro fundido cerca del
fuego para calentarlo. Rafa y Bellamy miraron fascinados mientras llenaba la
esfera exterior con agua salada. Y con manos temblorosas, metí la mano en mi
gabán y saqué un frasco de vidrio rebosante de un rojo brillante y hermoso.
»—¿Qué es eso? —preguntó Dior, mirando a través de las llamas. 325
»—Todo lo que queda de la hija de Danton Voss —respondí.
»Vertí la sangre en la cámara interior de la forja, ajusté la válvula de presión.
Tardaría horas en deshidratarse lo suficiente como para mezclarse con los demás
componentes en mis bolsas, así que saqué mi pipa y eché un poco de mi sanctus
menguante en el cuenco. Lo justo para matar el ansia mientras se cocinaba el buen
lote.
»—Eso es sangre —se dio cuenta el muchacho—. Usas sangre igual que
ellos.
»Golpeé mi caja de pedernal, con la pipa en mis labios.
»—No me parezco en nada a ellos, muchacho.
»—Los santos de plata son buenos hombres, Dior —dijo Chloe,
envolviendo al muchacho con más fuerza en sus pieles—. Pueden haber nacido de
padres vampiros, pero luchan del lado de la luz. El sanctus es un sacramento
sagrado, que mantiene a raya su sed impía. Gabriel es un fiel guerrero de Dios.
»Inhalé el humo a mis pulmones y vi que los ojos del muchacho se
agrandaron mientras los míos se ponían colorados. La sangre era de calidad pobre,
pero aun así, sentí esa necesidad dormirse en mis huesos, toda la noche volviéndose
brillante y hermosa, filosa como alfileres, suave como pétalos y profunda como un
sueño.
»El padre Rafa hizo la señal de la rueda. Saoirse observaba con ojos
curiosos. La mirada de Bellamy estaba en Ashdrinker mientras rasgueaba algunos
acordes, y suspiré un humo rojo, rojo.
»—¿Cuánto tiempo han estado cazándote esas inquisidoras, Chloe?
»La hermana me miró a los ojos. Arrastrando un rizo de su mejilla, echó un
vistazo alrededor del fuego. Entonces sentí los secretos bajo sus pieles. Había
pasado mucho tiempo desde que la había visto, pero había una historia entre
nosotros, así que me dolió un poco darme cuenta de que Chloe no confiaba en mí
como lo hacía antes.
»—Casi dos meses. Desde Lashaame.
»—¿Y qué pasó en Lashaame?
»—No necesitas tener conocimiento de eso, santo de plata. —Saoirse
frunció el ceño, su gran leona ronroneando como un trueno mientras la muchacha
la rascaba por debajo del cuello de cuero.
»—¿Te parezco un maldito champiñón? Ustedes son las personas que me
invitaron a mí a este baile, así que si planeas mantenerme desinformado y contarme 326
pura mierda todo el día…
»—No te pregunté el color del cielo, santo de plata. Estás aquí a petición de
la hermana, no mía. Y si tienes la voluntad de seguir con nosotros hasta el Volta y
calzar con esa espada a los bastardos que intentan arponearnos, que así sea. Pero
para eso ya sabes todo lo que necesitas.
»Bellamy tosió incómodamente. Miré con furia a Chloe, pero permaneció
muda. Se salvó de una reprimenda por la intercesión del padre Rafa, que dio unos
golpecitos en su olla humeante y sonrió.
»—La sopa está lista.
»El sacerdote sirvió su comida en cuencos de madera y, después de un día
sin bocado, tuve que admitir que olía lo suficientemente bien como para casarme.
Apoyé la espalda contra una de las paredes rotas, todo listo para devorarla cuando
Rafa se aclaró la garganta y sostuvo la rueda encordada alrededor de su garganta.
»Todos alrededor del fuego inclinaron la cabeza, los ojos cerrados para el
Agradecimiento a Dios.
»—Padre celestial —dijo Rafa—. Te agradecemos por esta generosidad,
dada por tu mano divina. Te damos gracias por esta confraternidad, reunida por tu
santísima voluntad. Le damos la bienvenida a nuestro nuevo amigo, Gabriel de
León, y te pedimos le des al chev…
»—¡Oye!
»Rafa se estremeció cuando un trozo de ladrillo roto se estrelló contra el
fuego y las chispas se esparcieron hacia el cielo. Me miró, en silencio y
conmocionado mientras yo levantaba otro trozo de advertencia.
»—No reces por mí, anciano. No te atrevas.
»El silencio sonó alrededor de las llamas. Rafa le echó un vistazo a Chloe,
mirándola con ojos preocupados.
»—Perdóname, chevalier. Solo buscaba la bendición del Todopoderoso…
»—Si quieres desperdiciar tus palabras, hazlo. Solo déjame fuera de esto.
»—Ninguna palabra se desperdicia si canta la alabanza del Dios
Todopoderoso. Y ninguna…
»—… ninguna llamada es desatendida si es entonada al cielo por
corazones fieles. Conozco los testamentos, sacerdote. Véndele esa mierda a los
palurdos en prièdi.
»Rafa miró la estrella de siete puntas en mi palma.
327
»—¿Acaso los hijos de San Michon no son siervos fieles del Señor
Altísimo?
»—¿Siervo? —Fruncí el ceño, rojo sangre—. ¿Me veo como un maldito
hombre de rodillas?
»El crepitar de las llamas llenó el frío silencio entre Rafa y yo. Engullí mi
sopa, arrojé el cuenco vacío a los pies del anciano y me puse de pie.
»—Si quieres escupir en la tierra y llamarlo océano, que así sea. Si quieres
cantarles canciones a los sordos, no encontraré la menor preocupación. Nada más
mantén mi nombre fuera de tu maldita boca cuando lo hagas. ¿Me escuchas,
fanático religioso?
»—Te escucho, chevalier. Y el Todopoderoso también te escucha.
»—No tengo ninguna duda de que lo hace, anciano. Solo dudo que le
importe una mierda.
»Golpeé mi caja de pedernal de nuevo e inhalé lo último de mi dosis.
Metiendo la mano en mis alforjas, cogí una de las botellas de vodka que había
traído de Dhahaeth.
»—Duerman un poco. Me ocuparé del primer turno.
»Con la mano en la empuñadura de Ashdrinker, caminé penosamente hacia
la oscuridad. Podía sentir sus miradas fijas entre mis omóplatos, pero no les presté
atención. La noche estaba viva y cantando, el himno de sangre corriendo por mis
venas. Y junto a la luz del fuego a mis espaldas, escuché a Dior murmurarle a
Chloe, lo suficientemente suave como para que ningún hombre común lo hubiera
escuchado.
»—Fiel guerrero de Dios, mi trasero…

328
»Ya casi era el amanecer cuando me desperté.
»El himno de sangre era suave en mis venas, el vodka rancio en mi lengua.
Mi duermevela había estado atormentada por sueños que me hacían desear
haberme quedado despierto. Sin embargo, necesitaba dormir, acurrucándome bajo
mis pieles y tratando de volver a hundirme en ellas. Pero al mirar a través de las
brasas, vi que el petate de Dior estaba vacío.
»Con los músculos doloridos, me puse de pie en el frío amargo. La
oscuridad antes del amanecer era del tipo que parecía hecha de cristal; inmóvil,
negra y afilada. La nieve había cesado. Rafa, Chloe y Bellamy estaban acurrucados
cerca de las brasas humeantes, los caballos apiñados para calentarse, con Jezabel
justo en el medio. Saoirse se había ofrecido como voluntaria para el turno del
amanecer, pero no pude ver ni rastro de ella. Y al patear las pieles de Dior con una
bota de tacón plateado… oui, estaban vacías.
»Revisé mi forja junto a la hoguera y vi que la sangre de la neófita se había
reducido a una costra espesa y oscura. Apartando el artilugio del calor, fui a echar
un vistazo.
329
»El olor de Saoirse era fácil de seguir, hierro y cuero a través de los lúgubres
árboles. Subí por la hondonada con los ojos brillantes en la oscuridad. Y tal vez a
unos noventa metros del campamento, la encontré, apoyada contra el cadáver de
un viejo roble.
»Con Dior en sus brazos.
»Sus labios estaban presionados en un tierno beso. Era más alta que él, le
rodeaba los hombros con los brazos, los del muchacho rodeándole la cintura. Las
yemas de los dedos de Saoirse trazaron la mandíbula de Dior, entrelazándose por
sus rizos pálidos. El muchacho la atrajo suavemente, su beso profundizándose. Las
manos de Dior vagaron más abajo y Saoirse se echó a reír cuando alcanzó los
bordes de su falda escocesa.
330
»—Más despacio, florecita —susurró ella—. No te apresures.
»Los ojos de él brillaron cuando le sonrió.
»—Eres hermo…
»—¿Espero no interrumpir?
»La pareja siseó y se separó, y el hacha de Saoirse estuvo fuera de su espalda
en un parpadeo. Sus ojos se entrecerraron con suave rabia mientras se enderezaba
la falda escocesa, los labios magullados y rosados por la presión de la boca de Dior.
Detrás de ella, el muchacho parecía horrorizado, arreglándose los botones
apresuradamente.
»—Se supone que debes estar alerta —dije, mirando a Saoirse.
»Se secó la barbilla y frunció el ceño.
»—Pareces estar vigilando lo suficiente por los dos.
»—¿Disfrutaste la vista? —preguntó Dior.
»—Si las cosas que nos persiguen nos atacan sin ser vistas en la noche, tú
vas a disfrutar la vista, muchacho. De tus putas entrañas.
»Saoirse sacudió la cabeza, metiendo una trenza anudada detrás de su oreja.
»—No hay ni un ratón a menos de dos metros de nosotros que no haya sido
marcado ya, santo de plata.
»—Me escabullí justo detrás de ustedes y no sabían que estaba aquí.
»—Quizá no. Pero ella sí.
»La olí antes de escucharla: un toque de almizcle felino y un gruñido bajo
en mi espalda. Volteándome hacia los árboles muertos de atrás, vi ojos dorados, 331
rajados y relucientes. Mientras Phoebe merodeaba desde la oscuridad, tuve que
admirar a la bestia, con o sin sentidos de sangre pálida, no tenía idea de que la
leona me había estado acechando.
»—Ella habría tallado tu bonito trasero como un pastel de día de los santos
si te creía una amenaza. —Saoirse sonrió—. Phoebe ve lo que yo no veo, santo de
plata. No temas con nosotras vigilando.
»Dior había terminado de abrocharse el abrigo, siseando entre dientes
apretados.
»—Entonces, ¿tal vez sea mejor que te ocupes de tus jodidos asuntos en el
futuro?
»Con las mejillas aun ardiendo de vergüenza, el muchacho me lanzó una
mirada asesina y regresó dando pisotones hacia el campamento. Lo vi tropezar con
un terreno irregular en la penumbra, soltando una sarta de maldiciones. Impávido,
me volví hacia la fría mirada verde de Saoirse.
»—Es un poco joven, ¿no?
»La muchacha se apoyó en Bondad y se apartó las trenzas del hombro.
Muda y feroz como la leona ahora dando vueltas entre las raíces podridas a mi
izquierda.
»—No hay muchos muchachos de su edad con el suficiente sentido común
para rechazar un revolcón con una muchacha bonita. Pero habría pensado que
serías más sensata al ofrecer uno. ¿Qué edad tienes, veinte? ¿Y él catorce quizá?
»—Tengo diecinueve.
»—Oh, bueno, perdóname la vida.
»—No eres su papá. No eres su amigo. ¿Qué coño te importa, santo de
plata?
»Reflexioné eso un minuto. Saoirse no había estado eludiendo su turno
como sospechaba. Esa leona suya se movía más suave que yo y probablemente
veía igual de bien en la oscuridad. Así que finalmente me encogí de hombros.
»—Sabes, tienes razón, señorita Saoirse. Me importa una mierda.
»Y, girando sobre mis talones, me dispuse a marcharme.
»—¿Por qué estás aquí? —exigió.
»Me volví para mirarla. Estudiándola como cazador a su presa. Era alta, de
hombros anchos, musculatura fuerte; probablemente había entrenado con esa
hacha y escudo toda su vida. Su capa de piel de lobo y su cota de malla estaban
adornadas con baratijas de lunas rojas en medialuna, sus trenzas enhebradas con
anillos de oro. Sus pantalones de cuero estaban grabados con patrones de garras 332
entrelazadas, el collar alrededor de su garganta tejido con nudos eternos: el mismo
diseño que adornaba el cuello de su leona. Todo eso para decir que venía de la
riqueza. Y quizás, un poco de brujería.
»—Solo ayudando a una vieja amiga —respondí.
»—Pendejadas —se burló Saoirse—. Fuiste lo suficientemente rápido como
para apartar a esa vieja amiga en Dhahaeth. Más preocupado por servirte hasta la
última gota de una botella, según recuerdo. Y seguramente no te quedas debido a
un sentimiento religioso.
»—Se podría decir lo mismo de ti.
»—¿Ah, sí?
»Señalé los patrones de negro y verde en su falda escocesa.
»—Me tomó un tiempo recordar el tejido. Es bastante similar a un Rígan.
Pero conocí a uno de los de tu grupo en el ataque a Báih Sìde. Le mentiste a Chloe
y a los demás. No eres del Clan Rígan. Eres del Clan Dúnnsair.
»Phoebe me gruñó, bajo y profundo.
»Le enseñé los colmillos a la leona y le gruñí en respuesta.
»—¿Y qué? —Saoirse bostezó.
»—Que, si bien puedes hacer una imitación cuando el viejo Rafa murmura
el Agradecimiento a Dios, ambos sabemos que tienes tanta Fe Única en todo tu
cuerpo como yo en mi dedo meñique.
»—Tengo mucha fe, santo de plata. Solo que no en Todopoderosos y
Mártires ni cosas por el estilo.
»Asentí, mirando las dos franjas de tinta tejidas por su frente, ojo y mejilla.
»—Guardándola toda para las Lunas Madres, ¿eh?
»—La guardo para aquellos que la merecen.
»—Pero se supone que ese muchacho sabe el paradero del Grial de San
Michon. El cáliz que recogió la sangre del mismísimo Redentor sagrado. Lo que
plantea la pregunta: ¿por qué demonios una pagana impía está arriesgando su vida
para encontrar una copa cuya existencia ni siquiera creería?
»—¿Arriesgando mi vida? —Saoirse enseñó los dientes en una sonrisa
brillante y salvaje—. No arriesgo nada, santo de plata. No es mi destino morir hoy.
Ni tampoco mañana. —Tocó el tatuaje en su rostro—. Ningún hombre puede
matarme. Y ningún demonio se atrevería a intentarlo.
»—Ahora fuera de broma. ¿Por qué viajas con Dior?
333
»—Es un buen besador.
»—Depende de lo cruda que te guste la carne, supongo.
»—Linda y ensangrentada como a ti, ¿eh, mestizo? —Los ojos de Saoirse
se desviaron hacia la pipa en mi abrigo—. Sabes, mi abuelita me advirtió sobre
gente como tú.
»—¿Gente como yo?
»—Monstruos. Monstruos con pieles de hombre.
»Saoirse dio un paso más cerca, a sólo unos centímetros de distancia ahora,
dos metros si estaba a una pulgada. Podía escuchar a la leona dando vueltas a mi
espalda, sentir el calor de su aliento.
»—No necesitas saber mis razones para estar aquí, santo de plata. Llegamos
al Volta y volverás a casa con tu linda esposa e hija y una buena botella honda, sin
ninguna preocupación en el mundo. Hasta entonces, enfócate en ti mismo, guárdate
tus opiniones y nos llevaremos estupendamente bien. ¿Te parece bien?
»La cazadora no esperó una respuesta, sacudiendo sus trenzas y pasando a
mi lado. La leona se demoró un momento antes de escabullirse entre las sombras
tras su ama.
»Siguiendo detrás de ellas, suspiré.
»—Me parece bien.

334
»—Con el debido respeto, buen padre, tiene la cabeza frente a su trasero.
»—Con el respeto que le debo a usted, buena hermana, un hombre de mi
edad simplemente no es tan flexible.
»Regresé a la hondonada y encontré a Chloe y a Rafa debatiendo alrededor
del fuego ardiente. Chloe se estaba peinando con los dedos, la cabeza rodeada de
un halo de rizos imposibles. Saoirse todavía estaba en algún lugar del bosque,
Bellamy rasgueando su laúd, rápidamente guardado cuando me escuchó
pisoteando hacia el campamento. Dior estaba enfurruñado en sus pieles, dándole
una calada a un cigarro y mirándome con la medida exacta de furia que uno
esperaría que tuviera un muchacho de catorce años por el hombre que acababa de
arruinar sus posibilidades de estimular sus espermatozoides.
»—San Michon es nuestro camino, Rafa —estaba diciendo Chloe—.
Nuestras respuestas están ahí.
»—De eso no tengo ninguna duda —respondió el sacerdote, removiendo
una olla humeante—. Pero San Michon está a más de mil seiscientos kilómetros
de distancia. San Guillaume está mucho más cerca.
»—San Guillaume es una destilería, Rafa —suspiró Chloe—. San Michon 335
es una fortaleza. Cuando el Rey Eterno atravesó el Nordlund, les echó un vistazo
a esos chapiteles y decidió que era más fácil simplemente rodearlos. Es ahí donde
nos espera el final de la muerte de los días.
»—Si vamos a recorrer mil seiscientos kilómetros, tendremos que
reabastecernos. No podemos comer nieve, Chloe.
»—El buen padre plantea un excelente punto, hermana —dijo Bellamy.
»—Pero tendremos que alejarnos por semanas de nuestro camino solo para
llegar allí —dijo Chloe.
»—La buena hermana plantea un excelente punto, padre —asintió Bellamy.
»—¿Esa es una jodida papa? —Fruncí el ceño, mirando la sopa de Rafa.
»—Oui, chevalier —asintió Rafa—. Mi especialidad.
»—Por supuesto que lo es.
»—¿Qué opinas, Gabe? —preguntó Chloe.
»Miré entre los dos mientras me servía un humeante tazón lleno. En verdad,
no me importaba adónde se dirigieran: el muchacho serviría de cebo para Danton
en cualquier camino.
»—Creo que la mejor manera de dirigir tu barco hacia las rocas es tener dos
capitanes al timón. Así que uno de ustedes debería tomar el timón. Y el otro debería
cerrar su bocaza.
»Chloe cuadró la mandíbula e intimidó con la mirada a Rafa.
»—Entonces, a San Michon.
»El anciano se subió los anteojos por la nariz y se rascó el rastrojo gris en
su cuero cabelludo.
»—Como prefiera, buena hermana.
»—¡Acuerdo! —gritó Bellamy—. ¡Hurra!
»—Cállate la boca, Bouchette —gruñí.
»Tomamos nuestros caballos, con Saoirse guiándonos a través de la
penumbra. La nieve comenzó a caer de nuevo y transitamos penosamente el
bosque durante dos días antes de caer en un camino lodoso en dirección norte que
serpenteaba hacia Ossway. Pude ver lo que habrían sido colinas verdes onduladas,
ahora cubiertas de lodo y hongos. Otro bosque muerto aguardaba como una
mancha en el horizonte. Pasamos una horca picoteada por cuervos en una
encrucijada, crujiendo con el viento amargo. La palabra BRUJA estaba grabada en
el metal oxidado. Rafa y Chloe hicieron la señal de la rueda cuando pasamos, Dior
mirando fijamente con la mandíbula apretada. 336
»Los restos dentro de la jaula pertenecían a una anciana.
»Es mejor narrador que yo aquel que puede hacer que kilómetros de
monotonía silenciosa suenen interesantes, sangre fría. Saoirse y Phoebe
exploraban por delante. El resto de nosotros cabalgábamos encorvados en nuestras
sillas. Rafa entrecerraba los ojos ante su maltrecho ejemplar de los Testamentos,
frotando su rueda de plata entre el índice y el pulgar. Yo estudiaba minuciosamente
mi desgastado mapa, Bellamy jugaba con su pene de madera mientras Dior
charlaba con el oráculo sobre todos y cada uno. El clima era la más pura miseria.
Pero había preparado la sangre de esa neófita antes de dejar la choza del cazador y
mi bandolera estaba cargada con una docena de dosis de sanctus de alta calidad, lo
que me hacía tan feliz como un cerdo en la mierda.
»Nos encontramos con los refugiados cinco días después.
»Apenas un puñado al principio: un granjero y su familia, arrastrando los
pies hacia nosotros. Pero a través de la nieve que caía, vi a una multitud detrás.
Cientos de ellos. Arrastraron carros tirados a mano, las cargas de las vidas
abandonadas, con niños pequeños a la espalda. Incluso vi un burro hastiado entre
ellos, triste y hambriento. Pasaron junto a nosotros sin decir una palabra, incluso
cuando el padre Rafa llamó, simplemente siguieron adelante como fantasmas. Pies
raspando la nieve sucia.
»—Gran jodido Redentor… —susurró Dior.
»—Blasfemia, Dior —murmuró Chloe.
»—¿De dónde vienen todos ellos?
»—Gente de Ossway —respondí, asintiendo hacia las faldas escocesas
entre ellos—. Hay una aldea bien al oeste de aquí llamada Valestunn. Un pueblo
más grande al noreste llamado Winfael…
»—¿Gabriel de León?
»Parpadeé al escuchar mi nombre, buscando la voz que lo decía. Allí, entre
la fila de refugiados, vi a un hombre salpicado de barro, treinta y tantos, con una
muchacha rubia sobre los hombros. Era alto, canoso, con radiantes ojos azules
brillando en una máscara de tierra.
»—¡Por los Mártires y la Madre Doncella, eres tú!
»Fruncí el ceño, intentando recordar el rostro del hombre mientras cruzaba
el camino cojeando, con la mano extendida. Inclinando mi tricornio hacia atrás de
mi frente, me deslicé hacia la nieve y agarré su antebrazo. Apenas había carne en
él, pero su agarre era de hierro.
»—No te acordarás de mí —dijo—. Pero luchamos juntos en Triúrbaile. Yo
era un herrero en la compañía de Lady á Cuinn el día que liberaste el… 337
»—Lachlunn —dije, chasqueando los dedos—. Lachlunn á Cuinn.
»—… ¡Así es! —Parpadeó sorprendido y miró a la muchacha sobre sus
hombros—. ¿Viste eso, tesoro? ¡El propio León Negro se acordó de tu viejo papá!
»—Es bueno verte de nuevo, mon ami. —Sonreí—. ¿Cómo te va?
»—Ah. —El hombre suspiró—. Traté de ganarme la vida honestamente
después de los problemas, así con mi pierna jodida. —Aquí se golpeó la pierna con
un bastón—. Cultivador de hongos, ¿no? Pero los Dyvok tomaron Dún Cuinn el
invierno pasado y una vez que el castillo cayó, se volvió demasiado peligroso. Nos
dirigimos sobre el Ūmdir hacia Sūdhaem antes de que llegue lo crudo del invierno.
»Asentí sombríamente, pero le dediqué una sonrisa a la niña.
»—¿Y quién es esta pequeña cazadora?
»—Aisling. —Le hizo cosquillas en la mejilla a la niña—. Saluda, florecita.
»La niña agachó la barbilla para que su cabello cayera sobre su rostro.
»—Ah, disculpas, León. Es que ella es tímida.
»—Feliz amanecer, señorita Aisling. —Tomé su mano, besándole los
nudillos con hoyuelos—. ¿Este viejo troll feo te robó a los duendes? ¿O
simplemente te pareces a tu mamá preciosa?
»La niña miró al suelo y la sonrisa del hombre se desvaneció como una
máscara rota. Y entonces supe la historia en un santiamén, sin que ellos necesitaran
contarla. Ya la había escuchado mil veces a lo largo de miles de kilómetros y miles
de vidas.
»—Mis condolencias, á Cuinn —murmuré—. Por tu pérdida.
»El hombre resolló y escupió, frotándose las pestañas mugrosas. Echó un
vistazo a la compañía, Rafa y Chloe haciendo la señal de la rueda, Dior mirando
con fríos ojos azules.
»—Escuché decir que estabas muerto, León.
»—Lo intentaron.
»—¿A dónde te diriges?
»—Al río Volta.
»—¿Al norte? —El hombre arqueó una ceja—. No hay mucho más que
ruinas y condenados al norte de aquí, santo de plata. Y el oeste es peor. Venimos
de Valestunn y no hay esperanzas allí. Los condenados abundan como moscas en
la mierda desde que cayó el duni.
»—Estos condenados. ¿Hay un señor de sangre comandándolos? 338
»—No. Los locales son sólo sobras. Los señores Dyvok ahora miran hacia
el oeste, abriéndose paso hacia Dún Maergenn. Pero ya sabes cómo es. Los
bastardos deambulan en manadas con o sin algo que mueva sus hilos. Hay docenas
de ellos aquí arriba. Y todos los que matan es probable que se alcen podridos a que
se queden muertos. Lo mejor es ir hacia el sur antes de la helada. Escuchamos que
es mejor allí.
»—Un poco —asentí—. Sin embargo, no te alejes demasiado hacia el
atardecer. Los Chastain ahora tienen todo al oeste de Sul Adair.
»—Dulce Madre Doncella —susurró.
»—Días oscuros —asentí—. Y noches más oscuras.
»—Aun así. Con el León Negro a caballo una vez más, tú lo arreglarás. —
Me dio una palmada en el hombro, animándose—. Aún recuerdo ese día en
Triúrbaile, sabes. El mejor de mi vida. Eras como la mano del Dios Todopoderoso.
Con el torso desnudo y ensangrentado, como las leyendas de antaño. Todo el
campo de batalla bañado en plata. Nunca he visto mierda parecida. —Sacudió la
cabeza, con los ojos brillando—. Nombré a mi hijo menor en tu honor después de
eso. Gabriel.
»—Me honras, mon ami. —Sonreí, con la mano en el corazón—. ¿Y dónde
está este joven leo…?
»Mi voz falló cuando el hombre dejó caer la cabeza, su hija mirándome con
ojos llenos de lágrimas. También conocía esa historia. Y con la respiración
contenida y una mano temblorosa, le palmeé el hombro, sabiendo que no hacía
ninguna puta diferencia en absoluto.
»—Buen viaje, á Cuinn.
»—Que Dios vaya contigo, santo de plata.
»Vimos a la gente pasar a trompicones, con la vida a cuestas, dirigiéndose
hacia una llama que se apagaría demasiado pronto. Miré a Dior, mi labio curvado,
lleno de desprecio de que este pequeño bastardo plantara una esperanza donde
ninguna podría florecer. No había trago de plata mágico, ni profecía divina, ni puto
cáliz sagrado que pusiera fin a esta oscuridad. Este era nuestro aquí y nuestro ahora
y nuestro para siempre. Y si no fuera por el hecho de que él era mi cebo para
Danton, le habría sacado los dientes de una patada por el culo a ese hijo de puta en
ese mismo momento.
»—¿Todavía quieres ir al norte, mon ami? —le pregunté a Chloe.
»—Un capitán, Gabe —respondió, mirándome a los ojos—. Un curso.
»Asentí, mirando hacia la oscuridad cada vez más profunda que se
avecinaba. 339
»—Como gustes.
»La tormenta nos golpeó como un martillo del infierno dos días después. El
viento soplaba desde el norte, la nieve caía como cuchillos, y la parte más pequeña
de mí esperaba que Lachlunn y Aisling á Cuinn hubieran encontrado un lugar
cálido para recostar la cabeza. El resto de mí, la mayor parte de mí, estaba ocupada
intentando no congelarme hasta morir.
Gabriel extendió la mano para llenar su copa de vino y miró a Jean-François.
—¿Puedes recordar lo que es tener frío, sangre fría?
El vampiro hizo una pausa, un pequeño ceño estropeó su frente de
porcelana.
—Supongo que este es otro intento de comedia casera, santo de plata.
Quizás deberías aferrarte a las bromas sobre las prostitutas. Al menos allí pareces
estar en un terreno familiar.
—Me refiero a mucho frío —dijo Gabriel—. No el frío de la tumba. El frío
que te mete en una. Cuando te duelen tanto las manos, que no puedes cerrar el
puño. Cuando tu anillo de troth se siente como hielo en tu dedo y te duele incluso
respirar. Ese tipo de frío.
340
El historiador ladeó la cabeza, las pálidas yemas de los dedos rozaron el
emblema Chastain en su pecho mientras decía el credo de su linaje.
—«El lobo no se preocupa por los males del gusano».
Gabriel tomó un largo trago de vino.
—¿No lo extrañas?
—¿Extrañar qué? ¿La futilidad de construir una vida que algún día se
convertirá en polvo?
—¿La suavidad de una almohada después de un duro día de trabajo? ¿La
sonrisa en los ojos de tu hija cuando cruza la puerta? ¿La alegría de un amante en
tus brazos?
—¿Un amante que debe envejecer y marchitarse mientras yo no cambio?
—Jean-François sonrió, frío y delgado—. A menos que los mate, por supuesto.
¿Orando a Dios y al Ángel de la Fortuna para que mi amor se eleve íntegro y
hermoso, en lugar de alguna abominación podrida? ¿O simplemente permanecer
muerto por mi mano? —El vampiro negó con la cabeza—. El romance es una
locura mortal, santo de plata.
—Parece que alguien habla por experiencia.
—El dolor de un estómago vacío. O una vejiga llena. O una chimenea fría.
—El historiador agitó una mano, un rizo dorado cayendo sobre sus ojos—. Carne,
santo de plata. Todas las preocupaciones de la carne débil. No hay dolor mortal
que pueda tocarme. Ningún pecado de la piel que pueda compararse con la sangre
de alguna criatura madura, aterciopelada y exuberante, derramada sobre mi lengua.
El inexperto ladrón del tiempo nunca reclamará mi belleza. Y cuando la sien de tu
cuerpo se pudra por los gusanos, De León, cuando tus costillas sean sus vigas y tu
vientre su salón de baile, yo quedaré, exactamente como estoy ahora. Perpetuo.
Eterno. ¿Y me preguntas si lo extraño?
Gabriel sonrió y levantó su copa de vino.
—Créeme, vampiro. Nada dura para siempre.
—Mi paciencia, sin duda. —Jean-François dio unos golpecitos en la
pluma—. La tormenta.
—La tormenta —suspiró Gabriel, estirado en su silla de cuero—. Estaba
fría como una cama sin amor. Los inviernos habían ido empeorando, año tras año,
sin tiempo para descongelarse. Pero había pasado demasiado tiempo en Sūdhaem,
donde la primavera aún se demoraba un poco. Acurrucado en mi silla de montar,
con las manos en las axilas, no era el más acogedor de los gatos. Así que solté un
suspiro de alivio cuando Chloe gritó por encima del viento aullante—. ¡Gabe, no 341
podemos quedarnos afuera en esto!
»—¡Lo sé! —Asentí a través de colinas desoladas—. ¡Creo que Winfael
está a solo unas millas al noreste de aquí! ¡Podemos cruzar el campo, estar allí en
unas horas!
»—¿Sabes el camino? —gritó Bellamy.
»—¡Nosotros conocemos el camino!
»Saoirse se materializó entre la nieve cegadora, con piel de lobo envuelta
sobre su cara. Phoebe merodeaba a su lado, la frente y los bigotes de la leona
blancos por la escarcha.
»—¡Adelante, bella madeimoselle! —gritó Bellamy—. A donde tú vas, yo
sigo el…
»—¡Cállate la boca, Bouchette!
»Llegamos a la ciudad horas después, Saoirse nos condujo como una flecha
a un valle cubierto de nieve. Un gran lago llenaba su centro, gris como el cielo. En
sus orillas descansaba una aldea de pescadores, una empalizada con púas la
rodeaba como los brazos de una madre. Pero mirando a través de mi catalejo, pude
ver que las defensas habían sido destrozadas en algunos lugares, varios edificios
arrasados por el fuego. Claramente, la ciudad había sido atacada, y apuesto a que
el trovador de mi boda podría adivinar por qué.
»—¿Algo en movimiento? —gritó Bellamy.
»Negué con la cabeza, con la lengua presionada contra los dientes afilados.
»—¡No podemos quedarnos aquí! —gritó Dior—. ¡Rafa está helado!
»El anciano sacerdote estaba acurrucado en su montura, con la barba y los
anteojos cubiertos de escarcha.
»—Lo adm-m-mito perdí toda la sensación d-d-debajo de mi cintura hace
varias m-millas.
»Asentí.
»—¡Vamos!
»Nos abrimos camino hacia abajo en el vendaval, y finalmente llegamos a
la empalizada. Las defensas eran sólidas: madera pesada reforzada con soportes de
hierro. Las puertas aún estaban selladas, pero la empalizada en sí había sido
destrozada por impactos colosales, las vigas partían desde la raíz como leña más
seca. Phoebe saltó primero por la brecha irregular, y yo cabalgué tras la leona,
sacando a Ashdrinker mientras miraba las vigas rotas.
»Una vulgar demostración de p-poder dijo su voz. Dyvok, más probable, 342
más probable.
»Asentí.
»—Lo suficientemente fuerte como para ser un mediae al menos.
»El daño no es reciente. Dudosamente lo pienso, que los sangres noble se
demoren aquí.
»—Sí. Pero otros gusanos podrían haberse metido en la tumba que dejaron.
»Deberíamos apresurarnos a ir a Triúrbaile, Gabriel. El ataque está
programado para el fin de mes.
»Miré a la hermosa dama plateada en la empuñadura, mi voz suave de
lástima.
»—Ash… el ataque a Triúrbaile ocurrió hace trece años…
»— ¿Con quién diablos estás hablando? —preguntó Dior.
»—¡La Ashdrinker! —gritó Bellamy por encima del viento, señalando con
la cabeza hacia mi espada—. ¡La espada del León Negro está encantada, Dior!
¡Magos de la Era de Leyendas! La Ashdrinker le habla a la mente de su portador.
Algunos cuentos dicen que la espada roba las almas de todos los que mata y canta
con sus voces mientras mata. Otros dicen que ella sabe la verdad de cómo morirá
todo hombre bajo el cielo, ¡y le dice esos secretos al hombre que la domina!
»Miré la espada en mi mano, con una ceja levantada.
»Me gusta tu nuevo b-b-bufón. Es muy divertido, m-muy divertido.
»—¡Vamos! —Señalé un campanario sobre los tejados—. ¡Podemos
refugiarnos en la iglesia!
»Caminamos penosamente entre edificios apretados, por un bulevar
cubierto de nieve. La tormenta azotaba, pero las casas estaban silenciosas y
tranquilas. Winfael parecía más un recuerdo de un pueblo que un pueblo en sí, las
puertas colgaban como mandíbulas rotas, viejas manchas de sangre en cristales
polvorientos.
»A decir verdad, me recordó un poco a mi Lorson…
»—Hasta aquí la idea, santo de plata —gruñó Saoirse.
»Mirando hacia adelante, vi la catedral en la plaza del pueblo, hueca por las
llamas, vigas rotas alzadas al cielo como una caja torácica vacía. La torre del
campanario seguía en pie, pero el badajo hacía tiempo que se había oxidado y había
caído libre, dejando que la campana se balanceara con el viento amargo.
»Sin voz.
»Inútil. 343
»Rafa estaba casi muerto a caballo, Chloe y Dior temblaban
incontrolablemente. Aquí no había respiro en tierra santa, pero al menos había
refugio, al otro lado de la plaza.
»—¡Vamos al pub!
»Era un lugar de dos pisos, su cartel mostraba a un hombre barbudo con un
delantal de cuero nadando en una jarra de cerveza. EL HERRERO
MARTILLEADO estaba impreso en letras descoloridas debajo. Las ventanas
tenían barricadas, la puerta estaba bien cerrada, pero una patada rápida la abriría…
»—¡Esperen! —gritó Dior—. Si rompen la puerta con las bisagras, ¿qué
refugio será?
»Bajé la bota mientras el chico pasaba apresuradamente.
»—¿Tienes una llave, listillo?
»—Para cada cerradura del imperio, tonto.
»Dior fue a buscar un estuche plano de cuero metido en su bota. Dentro, vi
ganchos de hierro, un gancho de torsión, un martillo pequeño y una cuña, todo bien
cuidado y engrasado.
»—Ganchos de ladrones —gruñí—. ¿Por qué no estoy sorprendido?
»—¿Supongo que no es solo una cara de mierda? —murmuró el chico.
»Miré a Chloe y la hermana simplemente me lanzó una sonrisa irónica. Y
aunque hacía mucho frío y le temblaban los dedos, el chico abrió la cerradura más
rápido que el bolso de un idiota cuando suenan las campanas del pub. Con una
sonrisa triunfante, Dior abrió la puerta de par en par, haciendo una reverencia
llamativa mientras Saoirse daba un pequeño aplauso. Y al entrar, saltó un metro
hacia atrás con un grito de miedo.
»—¡Mierda!
»Tomé su elegante abrigo, saqué al chico de la puerta y entré, Ashdrinker
levantada. Miré alrededor de la sala común, descubriendo los colmillos: mohoso,
frío, vacío.
»—¿Qué? —exigí—. ¿Qué viste?
»El chico señaló.
»—Ratas.
»Efectivamente, el suelo estaba lleno de ellas, delgadas, negras y elegantes,
mirándome con ojos como el azabache. Pero se dispersaron cuando entré,
pululando a través de las grietas en las tablas del piso, hacia las paredes
enmohecidas. Miré al chico por encima del hombro con el ceño fruncido. 344
»—Odio las ratas, ¿ya? —Hizo un puchero.
»Sacudiendo la cabeza, llevé a la compañía adentro mientras Bellamy
llevaba los caballos al establo. El polvo cubría los muebles, viejas botellas de vino
yacían sobre las mesas o esparcidas por el suelo. Las paredes estaban salpicadas
de moho oscuro y todas olían a putrefacción y mierda de rata. Pero al menos
estábamos fuera del viento y, con un poco de suerte, encontraría algo de beber.
»—Voy a mirar arriba —dije—. Saoirse, quédate aquí con los demás.
»—Un por favor sería agradecido.
»Incliné la cabeza hacia ella.
»—¿Qué dijiste?
»La joven cazadora apoyó el hacha en su hombro.
»—No soy un martillo con el que luchaste en días de gloria. Ni ningún
lacayo al que mandar a bordo. Un por favor sería agradecido.
»—Estamos casi congelados hasta la muerte. En el cadáver de una ciudad
que obviamente ha sido destruida por los sangre fría. ¿Y quieres sacar nuestras
pollas y medirlas ahora?
»—Ya has estado balanceando tu renacuajo en cada oportunidad que tienes,
hombre. ¿Por qué debería ser ahora diferente?
»Caminé por las crujientes tablas del suelo hasta que estuvimos pecho
contra pecho.
»—Por favor. Jodidamente endulzado. Quédate aquí con los demás.
»Saoirse frunció el ceño. Giré sobre mi tacón plateado y subí las escaleras,
haciendo una visita con mis botas, de puerta en puerta. Ashdrinker estaba cantando
una vieja canción infantil en mi cabeza, e hice todo lo posible por ignorarla
mientras iba de habitación en habitación. Los dormitorios eran pequeños,
polvorientos, todos vacíos excepto por un puñado de ratas que parecían un poco
indignadas por mi presencia. Pero parecía que teníamos un lugar para dormir al
menos, suponiendo que nos lo permitieran.
»Bellamy entró desde afuera, cerrando la puerta contra el clima justo
cuando yo regresaba a la sala común, enfundando a Ash para silenciar su canción
inconexa en mi cabeza. Los demás estaban en la cocina: cuchillos oxidados en las
paredes, ollas de viejo hierro fundido. Pero no había ni rastro de comida. Ni licor,
más lástima.
»—Despejado arriba. —Miré a Dior, estremeciéndome—. Salvo por todas
las ratas. 345
»—Gabe, basta —murmuró Chloe.
»—Son unas bastardas enormes. —Medí medio metro con mis manos—.
Bien alimentadas también, por la apariencia. Lo juro por Dios, una de ellas llevaba
un chaleco de piel humana.
»El chico me enseñó a los Padres.
»—Chúpame la polla, héroe.
»—Podemos esperar aquí hasta que haga buen tiempo —declaró Chloe—.
Calentarnos. Dormir.
»Rafa estaba tirado junto a la chimenea, temblando de pies a cabeza. La
hermana se arrodilló a su lado y rodeó con el brazo al pobre bastardo para darle
calor. Bellamy se limpió la nieve de su todavía perfecta barba de tres días, pisoteó
los pies para recuperar la sensación.
»—Voy a encender un fuego.
»Asentí, mirando a Saoirse.
»—¿Dónde está ese gato tuyo?
»—Phoebe deambula. Volverá cuando se aburra.
»—Bien. Podría ir a echar un vistazo por mí mismo. El resto de ustedes
quédense aquí, manténganse calientes. Bastante por favor. —Miré a Chloe—. Si
los problemas te encuentran mientras yo no estoy, suena ese cuerno tuyo, sœur
Sauvage.
»Chloe me dedicó una pequeña sonrisa de agradecimiento.
»—Camina con cuidado, mon ami.
»—Vuelvo enseguida. Rápido como un obispo a un monaguillo.
»Rafa parpadeó, tiritando.
»—Creo que q-quizás tu experiencia con o-obispos difiere de la mía, santo
de plata.
»Salí al aguanieve con los hombros encorvados mientras recorría
lentamente Winfael. Caminé penosamente por calles apretadas, revisando casas y
sótanos, luego bajé hasta el borde del lago helado. Una maraña de redes viejas.
Barcos abandonados. Agua fría como la teta de una bruja del pantano. Las casas
fueron desmanteladas, ya sea por la gente que vivía aquí o por los carroñeros
después, no lo sé. Pero salvo por las alimañas, no había un alma viva en todo este
lugar abandonado.
346
»Tampoco Muertos, al menos.
»Volví en círculos a la plaza principal, las botas de tacón plateado crujiendo
en la nieve nueva. Los fantasmas de las casas susurraban viejos secretos a la
tormenta. A través de la ráfaga por delante, capté un toque de azul y plata,
desapareciendo a través de las puertas de la iglesia quemada.
»Dior.
»Hacía mucho frío y me apetecía fumar, pero confiaba en esa mierda
elegante tanto como podía mear con este viento. Y así, crucé la plaza y atravesé
las puertas del alba de la catedral de Winfael.
»Era un asunto modesto: circular, piedra caliza ennegrecida por las llamas.
Su techo se había derrumbado, la nieve se deslizaba hacia su vientre hueco. Las
ventanas eran vidrieras viejas, en su mayoría destrozadas en el suelo. Pero en la
347
pared del norte, el cristal estaba intacto, una escena que representa a Michon
liderando a su ejército durante las Guerras de la Fe. La primera mártir era alta, de
cabello rubio, feroz como cien ángeles. Dior se paró frente a la ventana con una
mirada de perplejidad en su rostro.
»—¿Qué carajo estás haciendo?
»El niño se sobresaltó mientras yo hablaba, girando sobre sus talones. Su
daga de plata salió de su abrigo en un parpadeo. Tenía que admitirlo: las manos
del pequeño capullo eran tan rápidas como su lengua.
»—Pensé que te había dicho que te ocuparas de tus asuntos, héroe.
»—¿Y quién dijo que puedes decirme cualquier cosa, muchacho?
»—Tu mamá. —Frunció el ceño—. Después de que la golpeé con las
sábanas de tu papá.
»Me reí entre dientes, incliné mi tricornio.
»—Tienes pelotas, Lachance. Te lo concedo. Pero mis botas son más
grandes. ¿Qué estás haciendo aquí?
»Hizo un gesto hacia los bancos rotos alrededor del altar.
»—Bellamy necesita leña.
»—Mmf. —Asentí—. Buena idea. Inútil hecho que valga la pena.
»—Honestamente, no puedes imaginar el alivio que siento al encontrarme
con tu aprobación, héroe.
»Dior caminaba entre los bancos, recogiendo la madera triturada. Metí la
mano en mi abrigo en busca de mi pipa y metí una buena dosis de sanctus en el
cuenco. Me había abierto camino a través del nuevo lote que había cocinado bien 348
y lentamente, y la sangre de esa neófita era rica como un buen vino. Probablemente
todavía no necesitaba otro. Pero Necesitar y Querer son dos maestros
completamente diferentes.
»Ese chasquido agudo del hierro contra el pedernal. Ese hechizo de calor y
vapor deslizándose como la hoja más dulce en mi pecho, con la cara vuelta hacia
arriba, los copos de nieve presionando suaves besos sobre mis pestañas
revoloteando, lo más cerca del cielo que jamás podría estar.
»—¿Alguna oportunidad para satisfacer esa necesidad, eh?
»La voz de Dior me devolvió a la tierra. Exhalé una bocanada carmesí y lo
miré con ojos del mismo tono. Alta costura elidaeni en la espalda. Cuero sūdhaemi
barato en sus pies. Sangre de Nordlund en sus venas. Faltaba un botón en la manga
derecha. Zurdo. Canalón delgado. Marca
negra en la mejilla derecha. Dedos manchados de gris por sus cigarrillos de
raíz. Y por primera vez, vi que tenía cicatrices en las palmas de las manos, heridas
de cuchillo grabadas en su piel, largas y profundas. Solo un par de meses, por el
aspecto.
»—¿Y qué sabrías al respecto, chico?
»—Sé que chupas esa pipa como si te pagaran por ello. —Dior levantó el
pie y partió un banco roto por la mitad—. Sé que tienes una sombra sobre ti, héroe.
»—Sabes una mierda, Lachance. Sigue hablando, mira qué pasa.
»El chico se burló y asintió para sí mismo.
»—Y ahí está.
»—¿El qué?
»—El primer recurso de todos los hombres como tú que he conocido.
»—No cometas el error de pensar que me conoces, muchacho.
»Sacudió la cabeza y miró mi pipa.
»—He conocido a personas como tú toda mi vida. No importa si es la botella
o la aguja o el humo, lo mismo es cierto para todos ustedes. Una vez que ese gancho
está en tu piel, simplemente arrastra lo peor de ti.
»—Nunca has visto lo peor en mí.
»—Ya he visto suficiente. Tratas a las personas que te rodean como una
mierda.
»—Trato a las personas que me rodean como se lo merecen. Es solo que la
mayoría de la gente merece ser tratada como una mierda. —Le clavé una mirada
ensangrentada, mirándolo a los ojos—. Los mentirosos, especialmente. 349
»El chico encontró mi mirada, sin miedo.
»—Todos mienten.
»—Eso es lo que hacen. Pero no eres ni la mitad de bueno en eso de lo que
crees, muchacho. Con tu gran polla pavoneándose y tus botas de mendigo y tu
elegante abrigo.
»—No solo elegante, héroe. —El niño se cepilló la solapa azul noche—.
Este abrigo es mágico.
»—Mágico —me burlé—. Y una mierda. Como el resto de ustedes.
»—Como gustes.
»Levanté mi pipa y miré la imagen en vidriera de la primera mártir.
»—El Grial de San Michon, ¿eh? ¿Quieres decirme cómo un ladrón nacido
en el culo del extremo de Sūdhaem se entera del paradero de la reliquia más
invaluable de la Santa Iglesia?
»—No —respondió Dior—. No, no quiero.
»Me acerqué, viendo cómo se dilataban sus pupilas, escuchando cómo su
corazón latía un poco más rápido.
»—Danton Voss. Hermanas de la Inquisición. Asesinos de Dúnnsair.
Trovadores y hombres santos. Tienes una extraña cosecha enredada en esta mierda
tuya, Lachance. Y normalmente, estaría luchando por encontrar una razón para
preocuparme. ¿Pero la hermana de plata en esa taberna que cree tanto en ti? Ella
es una amiga mía. Y son lo suficientemente escasos estas noches como para que
me sienta sobreprotector con los pocos que me quedan.
»Dior apretó la mandíbula.
»—La hermana Chloe me salvó la vida. Nunca haría nada para lastimarla.
»—¿Excepto arrastrarla por el infierno por una copa que no existe?
»Entonces le brillaron los ojos.
»—Pero ahí está la broma, héroe. Sí existe.
»—¿Sí? —Sonreí, acercándome—. ¿Por qué no me dices dónde está,
entonces?
»—¿Y por qué haría eso?
»—Porque si algo le pasa a mi amiga por tu mierda… —Puse mi mano en
su hombro, los dientes afilados contra mi lengua—… no te irá bien.
»—Ahí está de nuevo —susurró—. El primer recurso de todos los hombres 350
malos que he conocido.
»—El mundo necesita hombres malos, muchacho. Mantenemos a los
monstruos lejos de la puerta.
»—Pero ese es el problema, héroe. Los hombres malos nunca se dan cuenta
de cuándo son el monstruo.
»—¿Gabe? ¿Dior?
»Me volví y encontré a Chloe en las puertas rotas, con el viento aullando a
su espalda. Llevaba la capa sobre los rizos y el pañuelo sobre la cara. Pero sus
grandes ojos verdes estaban fijos en mí.
»—¿Están bien ustedes dos?
»—Simplemente charlando. —Le di un apretón en el hombro a Dior. Lo
suficientemente doloroso como para hacerle saber que podría doler mucho más—
. De hombre a hombre.
»—… ¿Dior?
»El chico me quitó la mano de encima y, escupiendo en el suelo a mis pies,
levantó el brazo de madera rota y salió por las puertas. Chloe lo vio irse con ojos
de madre, y me pregunté qué, en el nombre de Dios, la hizo aferrarse tanto a este
chico.
»¿Quizá porque ella misma nunca tendría un hijo?
»¿Podría ser tan simple?
»—Phoebe acaba de regresar —murmuró Chloe—. Saoirse dice que
podemos tener problemas.
»—Bueno, hay un cambio agradable.
»Caminé a través de los bancos rotos hacia las puertas, pero Chloe me
agarró del brazo mientras trataba de pasar. Miré hacia abajo: apenas metro y medio
de ella, criada en un convento, pequeña y delgada. Pero sentí la fuerza en su agarre.
Vi el fuego en sus ojos.
»—¿Puedo confiar en ti, Gabe?
»—¿Por qué no podrías confiar en mí, Chlo?
»—Pareces diferente. Lo que le dijiste a Rafa el otro día. Acerca de Dios…
»—Dije que te llevaría al Volta, y lo haré. No soy yo por quien deberías
preocuparte.
»—Dior no es lo que piensas, Gabriel. 351
»—¿Un estafador? ¿Un ladrón? Él es todo eso y más. Puedo olerlo en su
sudor. Escucharlo en los latidos de su corazón. Es un jodido mentiroso, Chlo. Y
me pregunto si todos esos años que pasaste enterrada en esos libros te han dejado
tan ciega que no puedes ver el horizonte. Si quieres creer tanto en esta tontería de
la copa sagrada que te tragarás todo lo que te den.
»—Confía en mí —susurró.
»—¿Por qué? ¿Qué te hace estar tan jodidamente segura?
»Apretó los labios.
»—¿Recuerdas cuando solías entrenarme en la biblioteca? «¿Mira siempre
a tu enemigo a los ojos? ¿Nunca saques tu espada a menos que quieras usarla?»
»—Lo recuerdo.
»—Me tomé muy en serio esas lecciones. —Se quitó el guante y vi que tenía
la palma de la mano callosa, dedos ásperos donde antes solo habían sido cortados
con papel—. Ya no soy esa niña, Gabe. Sé lo que estoy haciendo. Y si no puedo
contártelo todo, te ruego que me perdones. Pero Dios de arriba, la verdad sea dicha,
es mejor que no lo sepas todo. —Apretó mi mano en su pequeño puño—. Necesito
tu espada, mi amigo. Necesito tu fuerza. Pero, sobre todo, necesito tu fe.
»Me agaché, lentamente saqué mi mano de la de ella.
»—La fe es algo difícil de conseguir estas noches, hermana.
»Y con la cabeza gacha, salí al frío.

352
»—Condenados —informó Saoirse—. Una manada de ellos. Dirigiéndose
hacia acá.
»Estábamos reunidos en la sala común del Herrero Martilleado, el sol
oscuro se deslizaba hacia el horizonte como si se hubiera ganado un descanso.
Bellamy había encendido un fuego y me quité los guantes, calentándome las manos
en el calor dos veces bendecido. Saoirse se agachó junto a Phoebe, rascando al
gran felino bajo su cuello. La leona bostezó, el vapor se elevó de su pelaje rojizo
mientras se estiraba a mi lado, cerca de las llamas.
»La voz del viejo Rafa se ahogó entre las mantas que había robado del piso
de arriba.
»—¿Cuántos?
»—Una docena, tal vez —respondió Saoirse—. Phoebe los vio unos
kilómetros al este. Moviéndose lento en la tormenta, al parecer. Pero se moverán
más rápido cuando el sol se ponga por completo.
»—Es posible que nos pasen de largo —dije—. No tenemos ninguna razón
para pensar que sepan que estamos aquí.
353
»Chloe me miró a los ojos.
»—Ellos lo saben, Gabe. Vienen por nosotros.
»—… ¿Cómo puedes estar segura?
»Saoirse levantó su hacha y su escudo.
»—Ya vienen, santo de plata.
»Suspiré y pasé la mano por mi cabello. Una docena de condenados no eran
nada que sobreestimar, pero al menos teníamos una advertencia de que estaban en
camino. Así que extendí la mano para darle a Phoebe una palmadita de
agradecimiento.
»—Gracias, señ… ¡maldita sea!
»La leona gruñó y enseñó los colmillos, y yo retiré mi mano antes de que
me la mordiera por la muñeca. Saoirse miró mis dedos tatuados y sonrió.
»—Puede que quieras mantenerte las manos quietas. Como a la mayoría de
las muchachas, a Phoebe no le gusta ser tocada sin permiso.
»La leona se lamió el hocico lleno de cicatrices, gruñó lo suficientemente
profundo como para que yo lo sintiera en mi pecho.
»—Notado. —Me volví a poner los guantes y me puse de pie—. Bien, bien.
Si estamos seguros de que estos impíos bastardos están en camino, será mejor que
nos subamos las ligas y nos volvamos a poner los pantalones.
»—¿Quieres luchar contra ellos? —preguntó Rafa.
»—Seguro que no podemos huir en esta tormenta. Una vez que reparemos
la empalizada, tendremos una posición fortificada. Y tenemos un lago detrás de
nosotros.
»Bellamy frunció el ceño.
»—Las baladas antiguas hablan mal de los ejércitos que lucharon con agua
a la espalda, chevalier. Si la memoria no me falla, tú mismo ganaste la batalla de
Tarren Moor por…
»—¿Qué obtienes cuando agregas un sacerdote al agua, Bouchette?
»—¿En este clima? —Dior frunció el ceño ante el tembloroso Rafa—.
¿Neumonía?
»Tomé una botella de vino polvorienta y retiré el viejo muñón de la vela de
su cuello.
»—Mira y aprende, pequeña comadreja de mierda.
354
»Nos pusimos manos a la obra, y aunque a Saoirse todavía le dolía un poco
que le dijeran lo que tenía que hacer, la fe de Chloe en mí fue suficiente para
llevarla al límite. Dibujé un mapa de la ciudad con carbón en las tablas del suelo
del Herrero Martilleado y le asigné una tarea a cada miembro de la compañía.
Pensando rápido. Hablando más rápido. Había pasado más de una década desde
que encabecé la defensa de algo más que un momento de paz y tranquilidad en el
retrete, pero el manto se deslizó sobre mis hombros como un abrigo muy gastado.
»Bellamy y yo nos dispusimos a reparar las defensas, arrancando las vigas
de las casas abandonadas y amontonándolas en las brechas de la empalizada. Tomé
otra calada de mi pipa, rojo sangre y rebosante, y el joven trovador se quedó con
los ojos muy abiertos mientras yo embestía maderas rotas en la tierra congelada
con la mano, aplastándolas más profundamente con un mazo extraído de los
establos.
»Después de una hora más o menos, Dior llegó crujiendo a través de la nieve
aullante, empujando una carretilla llena de botellas de vino llenas de agua turbia
del lago. Subiendo las escaleras, el niño comenzó a apilarlas en las aceras junto a
las brechas.
»Bellamy se quitó la gorra y sonrió.
»—¿Todo va bien, M. Lachance?
»El chico se encogió de hombros y gritó por encima del viento rugiente.
»—Saoirse encontró un viejo barril de sebo en el sótano del pub, y la
hermana Chloe está formando flechas de fuego con él. El padre Rafa está
escupiendo bendiciones lo más rápido que puede. —Dior levantó una de las
botellas en la mano y me miró—. Tengo que admitir que estoy dos tercios de un
octavo impresionado, héroe.
»Golpeé otra madera hacia abajo, los dientes rechinando mientras crujía
contra el suelo.
»—Honestamente, no puedes imaginar el alivio que siento al encontrarme
con tu aprobación, muchacho.
»—Si estás impresionado ahora, Dior, espera hasta esta noche. Te gustaría
ver una vista incomparable. —Bellamy se apretó más la capa, sonriendo—. Ser
testigo del propio León Negro en la batalla… la Ashdrinker desatada. Dios
Todopoderoso, valdrá la pena una canción y no hay error.
»Cerré de golpe otra casa de madera. Dior bajó de la empalizada y miró a
Ashdrinker. Trabajaba más fácilmente con la hoja fuera de mi cadera, así que la
puse contra la barricada. Los ojos del chico vagaron por la vaina golpeada, la criada
plateada en la cruceta.
»—¿En serio… te habla? 355
»—Más bien es una pena—gruñí, bajando de golpe otra viga.
»—¿De dónde vino?
»—Ah, ahí está el problema, Dior —respondió Bellamy—. Nadie sabe. Un
mentor mío, el famoso trovador Dannael á Riagán, canta que el León Negro tomó
la espada de los pasillos de un túmulo insomne, en las profundidades de Nordlund.
Pero el historiador Saan Sa-Asad cuenta que el caballero ganó a Ashdrinker en un
concurso de acertijos con un horror anciano sin nombre, en lo profundo de las
entrañas de las Godsend Everdark. Incluso escuché una historia de que el León
tomó a Ashdrinker del tesoro de la temible reina fae, Ainerión. Su beso significa
la muerte para cualquier hombre mortal, Dior, y sin embargo, el León amó a
Ainerión durante tanto tiempo y con tanta dulzura que pudo robar la espada
encantada de su cama después de que ella colapsara por el agotamiento. Pero hasta
donde yo sé, el caballero nunca ha confirmado ninguno de estos cuentos.
»Bellamy me miró esperanzado, con una ceja arqueada.
»—Cállate la boca, Bouchette.
»—¿Cómo se rompió? —preguntó Dior, con los ojos todavía en la espada.
»—¿Qué? —Bellamy parpadeó.
»—Lo último —dijo el chico—. La punta puntiaguda, como sea que la
llames.
»—¿La punta?
»—Sí. La vi cuando atravesamos las paredes. Se ha roto.
»Bellamy se echó hacia atrás el sombrero bycocket y se frotó la barbilla.
»—Confieso que no me di cuenta. Ningún cuento mencionó que la hoja se
rompió en absoluto. Pero… para los atrevidos, el ramo. —El joven caminó hacia
Ashdrinker con la mano extendida—. ¿Quizás podamos preguntarle?
»—¡Oye! —estallé—. Toca esa espada y estarás tocando el laúd con los
jodidos dedos de tus pies, trovador.
»—Bromeo, mon ami. —Bellamy me hizo un guiño y una sonrisa pícara—
. Un tipo que pone una mano familiar sobre la espada de otro hombre bien podría
estar poniendo la mano sobre su novia. Y nunca toco novias sin una invitación
expresa.
»—Eres un bastardo, Bel —sonrió Dior—. Un sinvergüenza, un bribón y
un canalla.
»—Soy un romántico, monsieur Lachance. Quédate conmigo el tiempo 356
suficiente, te enseñaré cómo.
»—Mientras tanto, ¿qué tal si ustedes dos se ponen a trabajar? —gruñí.
»El trovador se apretó más la capa y se rascó los rizos oscuros. Dior se burló
y caminó penosamente hacia la nieve. Apilamos las brechas lo más alto y grueso
que pudimos, dejando solo la puerta principal abierta para que Saoirse regresara.
Apilando el bulevar y las calles estrechas con muebles y vigas rotas, creamos un
anillo interior al que recurrir si las cosas se torcían. Hacía mucho frío y cuando
terminamos, la noche había caído como un yunque. Pero aun así, estaba satisfecho.
Entre nuestros muros y armas, podíamos despedir a una docena de condenados.
Con la tormenta rugiendo, Bellamy y yo caminamos penosamente de regreso al
Herrero Martillando.
»La compañía estaba dentro, Rafa se inclinaba sobre una olla humeante en
el hogar.
»—¿Jodidas papas de nuevo?
»—Tengo nabos, si lo prefieres. —Sonrió el anciano sacerdote.
»—¿Dónde está Saoirse? —preguntó Chloe.
»—Sigue explorando con Phoebe —respondió Bellamy—. Regresarán
enseguida.
»Agarré un cuenco lleno de malditas papas y las apresuré lo suficientemente
rápido como para no tocar los lados. Caminando un círculo lento, raspé el mapa de
carbón que había dibujado en las tablas con mis botas. Por un momento, me acordé
de la biblioteca de San Michon; ese gran, gran mapa del imperio en su piso.
»—A través de sangre y fuego, ahora baila conmigo.
»Miré hacia arriba mientras Chloe murmuraba, vi sus ojos fijos en los míos.
Sabía que ella estaba viviendo el mismo momento que yo. ¿Cuánto tiempo había
pasado entonces? Y qué tan lejos.
»—Bien. —Toqué el mapa con un dedo del pie—. Me ocuparé de las
puertas, con el pequeño lord Habla-demasiado en la acera. Chloe, tú y Saoirse
tomen la brecha este, Rafa y Bellamy el oeste. Si tienen problemas, grita. Estaré
allí. Si somos invadidos, retrocedamos al círculo interior, luego a la catedral. La
tierra santa los mantendrá a raya como último recurso.
»—¿Por qué no retirarse a la catedral ahora? —preguntó Rafa.
»—¿Y entonces qué? ¿Encerrarnos en el interior hasta que nos muramos de
hambre? Estas cosas pueden esperar para siempre si así lo desean. Pero no se
preocupe, sacerdote. Estos bastardos podridos vendrán hacia nosotros sin pensar y 357
sin un señor de la sangre que los guíe.
»Dior estaba terminando su segunda ración, hablando con las mejillas
hinchadas.
»—Le preguntaste eso al soldado que conocimos. ¿Qué es un señor de la
sangre?
»—Los sangres noble pueden controlar la casta inferior de vampiros, Dior
—respondió Chloe—. Cuanto más profunda es su sangre, más condenados pueden
dominar. Con una inteligencia dirigiéndolos, los condenados son mucho más
peligrosos. Pero esta chusma parece no tener ninguno.
»Rafa asintió, firmando el volante.
»—Gracias al Todopoderoso por su misericordia.
»El muchacho se tragó su ambicioso bocado y me miró fijamente.
»—¿Y qué quiso decir ese soldado? ¿Cuándo dijo que bañaste de plata el
campo de batalla?
»—Ah, la égida —sonrió Bellamy—. La santa magia por la que los santos
de plata son nombrados y famosos, Dior. ¿Ves esa tinta en las manos del León
Negro? De hecho, cubre la mayor parte de su cuerpo. Y en la batalla, sirve como
un conducto para su fe en nuestro Señor celestial.
»Las cejas del niño desaparecieron en su cabello.
»—¿Quieres decir que… peleas… desnudo?
»—No del todo. —Chloe sonrió—. Al estar revestido de plata, la Orden lo
nombra.
»Bellamy asintió con los ojos iluminados.
»—Cuando el chevalier pelee esta noche, verás la égida encendida, como
mil antorchas. En el asedio de Tuuve, se dice que el León Negro se quemó tanto…
»—Cállate la boca, Bouchette —gruñí—. El agua bendita que hemos
almacenado en esas botellas de vino los quemará mejor que el ácido.
Probablemente no lo suficiente como para matarlos, pero los suavizará un poco. Si
logran atravesar la empalizada, el fuego quema estas sanguijuelas mejor que un
gigoló con la palmada. Así que, si no están empuñando plata, una antorcha es su
mejor arma.
»Los dedos de Rafa rozaron su rueda, los ojos en la estrella de siete picos
alrededor del cuello de Chloe.
»—Puedo pensar en otra arma, santo de plata. La fe es más que un rival para
cualquier llama. 358
»—Entonces, ¿quizás podrías orar por un ángel o dos? ¿Ver si aparece
alguno?
»El anciano me sonrió, sus ojos oscuros brillaban sobre sus anteojos.
»—Creo que Dios ya nos ha enviado suficientes ángeles, mi amigo. Pero,
sin embargo, rezaré para que nos cuide esta noche.
»—¿Y qué sentido tiene eso, sacerdote?
»Rafa parpadeó.
»—¿Cuál es el punto de…?
»—Orar. Sí.
»El anciano me miró como si le hubiera preguntado el punto de respirar.
»—Yo…
»—Dos soldados están en un campo de batalla —le dije—. Ambos están
convencidos de que Dios está de su lado. Ambos rezan a su Señor y Redentor para
que derrote a su enemigo y a la Madre Doncella para protegerlos de todo daño.
Pero alguien va a perder. Alguien está perdiendo el maldito tiempo. Tal vez, solo
tal vez… ¿son los dos?
»El sacerdote frunció el ceño.
»—No se puede decir que Dios esté del lado de los Muertos.
»—No estás entendiendo el punto, viejo. «Todo lo que hay en la tierra
abajo y arriba es obra de mi mano…»
»—«… Y todo el trabajo de mi mano está de acuerdo con mi plan.»
»—¿Crees que esos refugiados que encontramos en el camino no rezaron
con todo lo que tenían para no perder sus hogares? ¿Crees que Lachlunn á Cuinn
no rezó para que su esposa e hijo siguieran con vida? Mira, esa mierda del plan
divino es lo que te dan los vendedores del púlpito cuando las cosas empiezan a ir
mal. Después de que hayan pasado el plato de limosnas, por supuesto. Cuando sus
cosechas fallan o su cáncer se propaga o cualquier otra cosa por la que le haya
rogado no sucederá. Ese es el consuelo que ofrecerán. Es la voluntad de Dios, te
dirán. Parte del plan divino. Lo que no señalan es si tiene un plan. No tiene sentido
rezar por nada. Si se hace Su voluntad es la regla de oro, entonces Dios hará lo que
quiera, sin importar cuánto le pidas. E imagina, solo por un segundo, la sensación
de derecho que se necesita para pedirle cualquier cosa en primer lugar. El maldito
ego que necesitarías para pensar que de alguna manera esto es todo para ti. ¿Qué
pasa si pides algo que no es su voluntad? ¿Quieres que altere el curso del plan
divino? ¿Para ti? Mira, ese es el problema de todo. Esa es la genialidad. ¿Obtienes
lo que rezas? Huzzah, el maldito Dios te ama. ¿Pero tus oraciones quedan sin 359
respuesta? —Chasqueé los dedos—. Simplemente no era parte del plan.
»Eché una dosis de sanctus en mi pipa bajo la mirada preocupada de Chloe.
»—He estado en las casas del santo, sacerdote. He leído sus escrituras de
cabo a rabo, he cantado alabanzas a su nombre, y te digo ahora y te digo la verdad:
una mano sosteniendo una espada vale diez mil entrelazados en oración.
»—No hay árbol con ramas que lleguen al cielo —citó Rafa—, que no
tenga raíces que se extiendan hasta el infierno. Y nosotros…
»—¡Chloe!
»El sacerdote guardó silencio cuando la cazadora irrumpió por la puerta con
los ojos muy abiertos.
»—¿Saoirse? —Chloe se puso de pie—. ¿Qué es?
»—Phoebe ha vuelto. —La chica se arrancó la nieve de las trenzas, pisando
fuerte—. Los condenados están a diez minutos. Pero no hay una docena.
»Dior se puso de pie, pálido.
»—… ¿Hay más?
»La cazadora levantó su hacha y asintió con gravedad.
»—Cincuenta. Por lo menos.
»—Cincuenta condenados… —Chloe suspiró—. Contra siete de nosotros.
»Bellamy miró alrededor de la habitación con los ojos muy abiertos.
»—Dios mío.
»Golpeé mi caja de pedernal y me reí entre dientes, encontrándome con los
ojos del sacerdote.
»—¿Seguro que no quieres orar por esos ángeles, viejo?

360
»Lo más inquietante es el silencio.
»Los sangre fría no necesitan respirar. Lo que significa que no hablan sin
un pensamiento consciente. Y si el vampiro al que te enfrentas tiene un cerebro
que se pudrió hasta volverse en papilla antes de convertirse, no es capaz de pensar
mucho más allá de «hambre» y «comida». Hay niveles, por supuesto. Un sangre
fría que yació hinchado en una zanja durante uno o dos días podría recordar lo
suficiente de sí mismo para vocalizar. Pero un monstruo que se pudrió en una
tumba poco profunda durante una semana o más no será más que instinto.
Entonces, mientras algunos condenados pueden balbucear medias palabras o gritar
cuando los lastimas, la mayoría están demasiado lejos incluso para recordar cómo
inhalar.
»Así que cuando vienen, vienen en total silencio.
»Eso es lo que hicieron allí en Winfael. Una horda de ojos ensangrentados,
cargando a través de la nieve en nuestras delgadas paredes, sin hacer ningún
maldito sonido. Pero ese instinto aún reside. Ese impulso bestial en el corazón de
todos nosotros: aparear, matar, alimentar, repetir. Y mientras los insensatos
simplemente chocaban con la brecha más cercana y comenzaban a abrirse paso,
los menos podridos, los más inteligentes, se separaban, rodeando la empalizada en 361
busca de puntos débiles. Otros caminos hacia las deliciosas bolsas de sangre que
podían oler más allá de las paredes.
»—¡Hay demasiados! —gritó Dior.
»—¡Sigan con el agua bendita! —rugí.
»El chico arrojó otra botella de vino, y oí un cristal rompiéndose y el
chisporroteo de tocino graso en una sartén en la multitud de abajo. Nos parábamos
en la acera por encima de las puertas donde los condenados eran más abundantes,
el chico tirando botellas, yo cortando a cualquier bastardo que intentara trepar.
Saoirse estaba en el camino del este, lanzando flechas ardientes hacia los horrores,
Chloe arrojando botellas a su lado. Bellamy y Rafa estaban en lo alto del camino
oeste, el trovador disparando su ballesta, el sacerdote arrojando agua bendita y
oraciones.
»Los condenados arden como yesca en un caluroso día de verano, y los
disparos en llamas estaban haciendo un buen trabajo. El problema era que había
muchos más vampiros que flechas. El agua bendita quemaba la carne muerta como
chispa del infierno, pero incluso el neófito más débil solo se ablandaría con una
botella en cualquier lugar menos en la cabeza. Y también nos estábamos quedando
sin botellas. Era solo cuestión de tiempo antes…
»—¡Gabriel!
»El grito de Chloe resonó por toda la ciudad, lleno de miedo, seguido por
la nota de un cuerno plateado.
»—A la mierda —escupí. Torciendo la mecha de una de las pocas bombas
plateadas que me quedaban, la arrojé a los condenados de abajo. Estaban apretados
y la explosión se encendió como un sol diminuto. Las extremidades volaron y los
vientres estallaron, el cáustico plateado picaba en mis ojos de sangre pálida.
»—¿Puedes retenerlos?
»—¡Voy a tratar! —Dior arrojó otra botella—. ¡Ve a ayudarla!
»Salté seis metros en la nieve, cargando hacia la voz de Chloe. Saoirse y
ella estaban en lo alto de la acera, y vi que un puñado de condenados había escalado
las paredes, flanqueándolas por ambos lados. Chloe luchaba ferozmente, plata en
una mano, estrella de siete puntas en la otra. El sigilo ardía como una llama blanca,
iluminando la tempestad que la rodeaba y a los condenados que tenía delante. A la
espalda de Chloe, Saoirse había abandonado su arco, cortando con escudo y hacha.
Era una perra cruel, y aunque Bondad no estaba recubierta en plata, esa hacha
todavía de alguna manera cortaba la carne muerta como una hoja caliente en la
nieve. Pero al defender la acera, habían ignorado la brecha, y los condenados
habían irrumpido, derramándose en un torrente silencioso a través de la
empalizada. 362
»Cargué contra ellos, el himno de sangre brillante y ardiente, Ashdrinker
como una pluma ensangrentada en mi mano. La hoja no cantaba canciones, no
robaba almas, en su lugar murmuraba lo que sonaba como una receta para sopa de
hongos, pero cortaba la carne muerta como papel. Vi un destello de color rojo
rojizo, Phoebe saliendo borrosa de la oscuridad, rugiendo mientras se estrellaba
sobre el cadáver de un condenado granjero y le arrancaba la cabeza de los hombros.
Un sangre fría cayó desde arriba, lo suficiente dentro para hacerlo gemir cuando
Saoirse le arrancó las piernas a la altura de las rodillas y lo envió rodando desde la
acera.
»—¿Dónde está Dior? —gritó Chloe.
»—¡En las puertas aún!
»—¿Lo dejaste solo?
»Cuatro cucharadas de mantequilla… susurró Ashdrinker.
»Corté a otro condenado en la nieve, con los colmillos al descubierto en un
gruñido.
»—¡Está bien! Necesitas t…
»—¡Santo de plata! —llegó un grito distante—. ¡De León!
»—¿Bellamy? —gritó Saoirse.
»—¡Iré a buscarlos! ¡Vuelvan al círculo interior! —grité—. ¡Por favor!
»Una cucharada de aceite…
»—¡Ve por Dior! —gritó Chloe—. ¡Gabriel, él es todo lo que importa!
»—¡Vete, maldita sea! ¡Iré por todos!
»—¡Phoebe, vete! —Saoirse partió la cabeza de un condenado por la mitad,
giró sobre sus talones y cortó las tripas de otro—. ¡Vamos!
»Salí corriendo a través de la oscuridad, limpiándome la sangre de los ojos.
La leona corrió hacia adelante, veloz como una navaja. Cruzando la vía pública y
saltando nuestra barricada, miré hacia las puertas, vi a Dior arrojando botellas y
gritando maldiciones triunfantes.
»—Chúpame la polla, jod…
»—¡Lachance, retrocede!
»—¡Pero aún no han pasado!
»Dos cebollas, finamente picadas…
»—¡Cállate, Ash! ¡Y vuelve a poner tu escuálido trasero detrás de la
barricada antes de que te dé de comer a los Muertos, muchacho! 363
»Con el corazón latiendo con fuerza, corrí por un callejón sinuoso hacia la
brecha del oeste. Delante, vi un resplandor fantasmal, lleno de sonidos de asesinato
y el hedor a carne quemada. Y al doblar la esquina, patiné hasta detenerme, con la
mano en alto para protegerme los ojos.
»El padre Rafa se paraba como un faro en la oscuridad, rueda plateada en
un puño delgado. Largas sombras estaban grabadas en la nieve gris, el sigilo
proyectaba un rayo de luz cegadora en la oscuridad que tenía ante él. Bellamy
estaba de pie junto al sacerdote, sangrando por un corte brutal sobre el ojo, una
hoja larga en una mano y una antorcha encendida en la otra.
»—¡El Señor es mi escudo, inquebrantable! —gritó Rafa—. ¡Él es el fuego
que quema toda oscuridad!
»Impresionante, susurró Ashdrinker.
»—Nadie te preguntó —le respondí, cortando otra miserable cabeza en la
nieve.
»Recuerdo en noches en las que brillabas como…
»—Cállate, Ash —siseé.
»La espada decía la verdad: el viejo Rafa era impresionante. Dondequiera
que su luz iluminara a los condenados, retrocedían como tocados por las llamas
más feroces. El problema era que la luz brillaba solo donde el sacerdote la
apuntaba. Bellamy estaba haciendo todo lo posible para mantener a los bastardos
alejados de la espalda del anciano, balanceando la antorcha como un garrote. Pero
ahora la pareja estaba rodeada.
»Me precipité en la oscuridad helada, abriéndome paso a través de la sangre
fría y rugiendo sobre la tormenta.
»—¡Bouchette! ¡Rafa! ¡Por aquí!
»La pareja rompió el espacio que había hecho y se precipitó hacia el callejón
a mi espalda. Los seguí, con la mano levantada contra la luz de Rafa mientras el
sacerdote cubría nuestro retiro. Los condenados se dispersaron, unos buscando
otros caminos, otros trepando por nuestra retaguardia. Bellamy ayudó a Rafa a
superar nuestra barricada, el anciano jadeando y sujetándose el pecho. Corté a los
condenados a nuestras espaldas: una doncella con rizos color cereza, un soldado
con los brazos llenos de cicatrices, un anciano, desnudo y hundido, sin pensar en
lo que habían sido, sino solo en lo que se habían convertido, y mi viejo amigo odio
ardiendo brillante para el que había dejado que todo llegara a esto.
»—¡Gabriel! —gritó Chloe—. ¿Por qué no estás revestido de plata?
»Ignoré el grito de Chloe, atacando a los bastardos en la barricada. Su
número estaba disminuyendo, pero aún no lo suficiente. Sin miedo, sin sentido, 364
chocaban con las vigas, arañando y trepando. Dior salió corriendo de las puertas
con una multitud destrozada en la cola, saltando la barricada como un bailarín y
rodando sobre sus pies.
»—¡Dior, vuelve a la catedral!
»—¡No te dejaré, hermana Chloe!
»—¡Dior, Dios mío, haz lo que te digo!
»El chico la ignoró y apuñaló los ojos de un sangre fría con su daga de plata.
Chloe y Saoirse estaban espalda con espalda, la hermana alejaba al condenado del
trasero de la cazadora mientras Saoirse sembraba el caos. Phoebe atacaba más allá
de nuestro bloqueo, despedazando a los Muertos antes de escabullirse de nuevo en
la oscuridad. El número de condenados disminuía, los cuerpos caían a mis pies. Si
entrecerraba los ojos con fuerza, podía ver la luz al final del túnel.
»Pero luego, como siempre, vino la oscuridad.
»Una manada de los Muertos más inteligentes se había colado por los
tejados, cayendo entre nosotros. Dior gritó de advertencia, arremetiendo con su
cuchillo de plata. Pero el chico chilló cuando los monstruos se abalanzaron sobre
él, y ante sus gritos, Rafa y Chloe dirigieron su luz sagrada hacia él.
»Los condenados que estaban encima de Dior retrocedieron, escarbando,
luchando, pero tanto el sacerdote como la hermana se habían dejado las espaldas
desatendidas. Phoebe y Saoirse aguantaron la inundación, pero armado solo con
su antorcha, Bellamy no pudo arreglárselas. El condenado atravesó la barrera, el
trovador gritó cuando el peso muerto lo abatió, los dientes muertos le desgarraron
la piel. Como si cayeran fichas de dominó, comenzó el colapso, el cadáver de un
adolescente enérgico saltó sobre la espalda de Rafa con una sonrisa de dientes
negros. El sacerdote rugió, las rodillas y manos viejas le fallaron, su rueda
brillando plateada mientras volaba de sus dedos.
»Rafa gritó: «¡Dios me ayude!», mientras el chico muerto arrancaba un
bocado ensangrentado de su cuello. El condenado retrocedió, gorgoteando cuando
Ashdrinker envió su cabeza dando vueltas en la oscuridad. Bellamy se agitaba, con
sangre en las manos y la cara mientras golpeaba y pateaba los cadáveres que se
amontonaban encima de él. Luché a través de ellos, Chloe a mi lado, la espada de
acero plateado destellando mientras gritaba desde el Libro de los Votos.
»—¡Conviértanse ahora, oh reyes de los hombres infieles! ¡Y miren a tu
reina!
»Era una tontería. Los cuellos se rasgaron, las arterias se abrieron como
cartas de amor, Rafa y Bellamy ya estaban muertos. Y al ayudarlos, habíamos
dejado a Dior: el chico ahora gritaba cuando un horror de dedos rápidos y
manchado de sangre lo empujaba hacia la nieve. Otro se amontonó encima de él
mientras apuñalaba y lanzaba, y su chillido desgarró la noche cuando su brazo fue 365
torcido hacia atrás, el condenado arremetió como rapaces y mordió profundamente
su piel.
»—¡Dior!
»Entonces escuché un sonido. Como no a un sonido, sino a un movimiento,
como si la tierra se sacudiera una vez y luego todos sobre ella, humanos y bestias
y ellos en medio, contuvieran la respiración. Y los condenados encima del
muchacho se tambalearon hacia atrás como si fueran golpeados por el puño de
Dios, y con los ojos ensangrentados como platos, lo vi comenzar: un resplandor,
ardiendo al rojo vivo en esas gargantas codiciosas. Se extendió como una llama a
la yesca en veranos tenuemente recordados, y en un latido del corazón, cada
condenado gritó como si recordara lo que era lastimar y estallaron en una columna
de llamas candentes.
»El fuego ardió, quemándolos hasta convertirlos en huesos y cenizas, y por
encima del sonido de estómagos reventando y huesos crujiendo escuché el grito
plateado de Ashdrinker dentro de mi cabeza:
»¡Lucha, tonto!
»Hice lo que me pidió, rematando a los Muertos restantes. Algunos tuvieron
el suficiente sentido común como para huir, otros se quedaron estupefactos ante el
resplandor de esa llama, que yo, Phoebe o Saoirse abatimos. Y en unos pocos
latidos, la marea había cambiado, nuestros enemigos se dispersaron en la tormenta
o se tiñeron de rojo en la nieve empapada a nuestros pies.
»—¡Dior! —Chloe se puso de rodillas al lado del chico—. Oh Dios, ¿estás
bien?
»Con la cara salpicada de sangre, arrojé a Ashdrinker a la nieve. Arrastrando
los cadáveres de sangre fría del sacerdote caído, caí de rodillas a su lado. Saoirse
hizo lo mismo con Bellamy, el trovador jadeó cuando la sangre brotó de su
garganta desgarrada. Era apenas más que un muchacho, el pobre tonto. Rafa estaba
boca abajo en un charco que se ensanchaba, y puse al viejo bastardo sobre su
espalda, presioné mi mano contra su garganta rota. El río que alguna vez brotó era
ahora solo un chorrito.
»Pronto será nada en absoluto.
»Sus ojos oscuros estaban fijos en los míos, el perfume de su sangre se
elevaba sobre el sanctus y, a pesar del horror de ello, me provocaba un hambre
oscura y deliciosa en el estómago. Entonces maldije: lo que era y en lo que me
había convertido y lo que él, en su omnisciencia, me había hecho. Y mirando los
ojos desvanecidos del sacerdote, negué con la cabeza y suspiré.
»—¿Dónde está tu Dios ahora, viejo?
366
»—¡Fuera de mi jodido camino!
»Dior se estrelló contra mí, jadeando y furioso, con el pelo empapado de
sangre en los ojos.
»—Maldita sea, estás haciendo…
»—¡Gabriel, apártate! —Chloe lloró, tirándome hacia atrás.
»Me encogí de hombros para quitarle la mano ensangrentada y miré a la
hermana con el ceño fruncido, su sobretodo y su espada salpicados de sangre. Pero
solo tenía ojos para el chico. Vi a Dior presionar con las manos las rasgaduras del
cuello del sacerdote, con los ojos muy abiertos y empapados de lágrimas.
»—Siete Mártires, ha terminado, muchacho. Deja que el hombre muera en
p…
»—¡Cállate la puta boca!
»El brazo de Dior seguía sangrando, también su cuello, y el niño se untó la
palma de la mano con la sangre de sus propias heridas. Y mientras miraba, presionó
esa mano carmesí contra el enorme agujero en la garganta de Rafa, y mi corazón
se detuvo. Porque juro por Dios, por la Madre Doncella y también por el Redentor,
que con su toque sangriento, esa herida se cerró sola.
»—Chloe… —susurré.
»Dior se arrastró por la nieve, Saoirse quitando su agarre de la garganta de
Bellamy. Los labios del trovador estaban rosados por la espuma cuando el niño
volvió a untarse la palma con su propia sangre y la apretó contra esas horribles
heridas. Y al igual que con el sacerdote, me quedé asombrado cuando los cortes se
cerraron ante mis ojos, sin una cicatriz ni un rasguño a su paso.
»—¿Bellamy? —susurró Dior, desesperado—. ¿Puedes oírme?
»El joven trovador todavía parecía débil, con la piel enrojecida por el sudor.
Pero su respiración se hizo fácil y sus ojos brillaron, y presionó una mano
ensangrentada contra la de Dior.
»—G-gracias, M-monsieur Lachance.
»—Gran jodido Redentor… —suspiré.
»—Miré a Rafa, sentado en la nieve. El anciano estaba temblando, la túnica
empapada de rojo. Pero aun así, estaba sano y respirando, donde hace un latido
había sido casi un cadáver.
»—Me preguntaste… dónde estaba mi Dios, chevalier De León.
»El sacerdote miró a Dior y se las arregló para esbozar una sonrisa azul
cardenal. 367
»—Y ahí está.
»—¿Qué en el nombre del Padre, la Madre Doncella y los Siete Mártires
está pasando?
»Me encontraba en el Herrero Martillando, con las manos cubiertas de
cenizas y sangre. Bellamy y Rafa se desplomaron junto al fuego. Chloe estaba
junto a Dior, Saoirse cerca, limpiando la sangre de Bondad. Phoebe había seguido
a los condenados, ya sea para derribarlos uno por uno o asegurarse de que se
retiraran, no tenía ni idea. Pero no me importarían algunos cadáveres andrajosos.
»Mis ojos estaban fijos en Chloe, Ashdrinker en mi mano. Mi vieja amiga
evitaba mis ojos, curando las heridas en la garganta y el brazo de Dior. La corbata
y la camisa del pequeño bastardo estaban empapadas de sangre, pero el chico me
miraba fijamente, desafiante como siempre.
»—¿Bien? —exigí—. Escúpelo, Chloe. ¿Qué acabo de ver?
»Sabes lo que hemos p-presenciado, Gabriel.
»Miré la hoja en mi mano, apretando los dientes afilados.
»Puede que no tengas fe, pero tienes ojos para ver, para ver. Un mila…
»Golpeé la espada y silencié su voz, mirando a Chloe con el ceño fruncido. 368
Ella me miró molesta y atendió a Dior como una mamá gallina, envolviendo sus
heridas en mantillas hasta que por fin el chico hizo una mueca y la alejó.
»—Estoy bien, hermana Chloe. La verdad de Dios.
»Chloe se echó hacia atrás, con las manos ensangrentadas a las caderas y
un miedo profundo en los ojos.
»—Bendita Madre Doncella, eso estuvo demasiado cerca, Dior. Te dije que
corrieras a la catedral.
»—Y yo te dije —dijo el niño—. No dejaré que mis amigos peleen mis
batallas por mí.
»—¡No puedes arriesgarte así! ¡Eres demasiado importante!
»—¿Por qué? —exigí.
»Chloe finalmente me miró a los ojos. Secretos encerrados detrás de sus
labios.
»—¡Maldita seas, Chloe Sauvage, habla! Tú eres quien me arrastró a esta
cabalgata de idiotas, y el enigmático silencio se está agotando. Si quieren mi ayuda,
será mejor que empiecen a cantar, de lo contrario, ¡los dejo a todos a los malditos
Muertos!
»La santa hermana se desplomó con las piernas cruzadas en el suelo y miró
alrededor de la habitación. Saoirse negó con la cabeza, frunciendo el ceño. Bellamy
se lamió los labios manchados de sangre y asintió una vez. Rafa permaneció en
silencio, mirando a Dior.
»El chico me estaba mirando, haciendo una mueca de dolor cuando deslizó
los brazos hacia su bonito abrigo. Mientras miraba la hoja a mi lado, pude ver un
respeto a regañadientes en sus ojos, el conocimiento de que probablemente todos
estarían muertos si no fuera por mí. Pero aun así, su mirada se deslizó hacia la pipa
de mi abrigo, el lavado escarlata me vidriaba los ojos, y vi el mismo desprecio que
había visto en la iglesia.
»«Los hombres malos nunca se dan cuenta de cuándo son el monstruo».
»Dior miró a la santa hermana y, finalmente, asintió a regañadientes.
»—Gabe, ¿recuerdas la noche en que me entrenaste por primera vez en la
biblioteca?
»Miré a Chloe y volví a cruzar ese océano de tiempo. Estaba tan profundo
y tan lejos que casi no podía ver la costa. La corriente era negra y peligrosa,
amenazando con arrastrarme a las profundidades mientras me imaginaba a los dos
luchando a la luz de las vidrieras, Astrid dibujando junto a la ventana. Un momento
tan simple, tan inmaculado por la sangre, la muerte y la futilidad que me dolía el
pecho. 369
»Dios mío, éramos sólo niños…
»—Lo recuerdo.
»—Entrenamos. Después leímos. Luego hablamos. Tú, yo y Azzie.
»—«Qué mundo sería este —sonreí—, si no estuviera total y
exclusivamente en manos de viejos testarudos».
»Ella también sonrió y pude ver a la chica que había sido en sus ojos.
»—¿Y luego?
»—… La estrella. —Me di cuenta finalmente—. Esa estrella fugaz.
»Asintió, sus ojos brillando.
»—Te dije en ese momento que era auspiciosa. Dije que Dios tenía la
intención de grandes cosas para nosotros. Y tenía razón. Pero mucho más
grandioso que el encuentro entre los tres, esa estrella fugaz marcó otro triunfo. Uno
del que me tomó casi dieciséis años encontrar la verdad. Un milagro, Gabriel.
»Chloe miró al chico que estaba ensangrentado y magullado junto al fuego.
»—Y ahí está.
»—¿De qué carajo estás hablando, Chloe?
»—¿Qué tan bien conoces sus testamentos, chevalier? —preguntó Bellamy.
»Miré al trovador, acurrucado junto al fuego.
»—Una maldita vista mejor que tú, apuesto.
»—¿Y qué sabes de la herejía de Aavsenct? —preguntó Rafa.
»Fruncí el ceño, rascándome la sangre seca en mi barbilla.
»—Creo… ¿tal vez, recuerdo un libro sobre eso? ¿En la zona prohibida de
San Michon?
»—Hay una historia que contar aquí, santo de plata. —Rafa asintió hacia el
trovador—. Creo que deberíamos dejar que nuestro experto lo haga.
»Miré a Bellamy.
»—No vas a cantarlo, ¿verdad?
»El hombre cansado se animó.
»—¿Te gustaría?
»Frunciendo el ceño a Chloe, rebusqué en mis alforjas junto a la puerta.
Agarrando una de mis botellas de vodka, acerqué una silla al fuego. 370
»—Habla.
»Sin inmutarse, el trovador se echó hacia atrás sus perfectos rizos. Miró
alrededor de la habitación, respirando profundamente. Y se lanzó entonces a su
relato, con toda la floritura de un joven macho que había tallado cien muescas en
los postes de la cama con su lengua de plata.
»—Quizás hace mil años, en algún lugar de Nordlund, nació un niño. Su
nombre se perdió en el tiempo, pero llegó a ser conocido como el Redentor.
Cuando llegó a la edad adulta, se convirtió en sacerdote itinerante, predicando que
solo había un Dios. No solo proclamó a los Dioses Antiguos como una mentira, el
Redentor afirmó ser el hijo de este Dios verdadero. Realizó milagros. Resucitó a
los muertos. Y con el tiempo, un ejército. Marchando hacia el oeste, extendió su
«Fe Única» a punta de espada. El conflicto fue sangriento y duró décadas.
»—Maldita sea, Bouchette, no me estás diciendo…
»—Silencio, Gabriel —gruñó Chloe—. Escucha.
»Bellamy se inclinó hacia su relato.
»—El Redentor fue traicionado por sus discípulos y asesinado en la rueda
por sacerdotes de los Dioses Antiguos. Pero su último seguidor leal, la cazadora
Michon, atrapó su sangre en un cáliz de plata mientras moría. Michon emprendió
la guerra en nombre de su Redentor, hasta que ella misma fue martirizada en la
batalla. Pero los ideales de la Fe Única perduraron. Y siglos más tarde, el señor de
la guerra Maximille de Augustin y su familia finalmente unieron cinco reinos en
un solo imperio, bajo la Fe Única Verdadera.
»Suspiré, besando la botella. Esto no era nada que no supiera.
»—Presta atención, Gabe —insistió Chloe—. Lo que estás a punto de
escuchar podría hacer que tú y todos tus seres queridos sean desollados hasta la
muerte en la rueda. Esta es la herejía más oscura del imperio.
»Tragué hondo y suspiré.
»—Suéltalo, entonces.
»El Padre Rafa se inclinó hacia delante con los dedos manchados de hígado
juntando sus labios. Miró a Dior y pude ver el miedo en él, como si incluso
pronunciar estas palabras fuera un pecado.
»—Chloe y yo reconstruimos esta historia durante muchos años, santo de
plata. Fragmentos de conocimiento. Meros retazos de verdad, mezclados entre
millas de garabatos y mentiras de locos. Hasta el día de hoy, no conocemos ni la
mitad. Pero una cosa es cierta y dos seguras. Michon no fue solo la discípula del
Redentor.
371
»El anciano suspiró como si fuera de sus huesos.
»—Ella era su amante.
»Si el sacerdote esperaba que el disparo me perturbara, no dio en el blanco.
»—El hijo engendrado de Dios disfrutó de una caída como el resto de
nosotros. —Me encogí de hombros—. ¿Y qué?
»—Que los Testamentos se escribieron por primera vez en talhóstico
antiguo, santo de plata. Y en talhóstico antiguo, las palabras para sangre vital y
esencia son casi las mismas: Aavsunc. Aavsenct.
»—Michon no capturó la sangre del Redentor en una copa, Gabe. —Chloe
se llevó una mano al vientre—. Capturó su esencia en la suya. Y nueve meses
después de su muerte, dio a luz a su hijo. Una hija. Nombrada Esan.
»Mis ojos se entrecerraron ante eso.
»—Eso es talhóstico antiguo también. Para Fiel…
»Chloe asintió y murmuró.
»—Esani.
»—Infiel… —susurré, mirando la vena de mi muñeca—. ¿Qué diablos…?
»—Un descendiente directo del hijo de Dios —murmuró Rafa—. Pero al
cabo de un año, su madre estaba muerta. Y por temor a la persecución, los
guardianes de Esan la trasladaron a Talhost. Finalmente, tuvo sus propios hijos.
Los descendientes del Redentor a menudo exhibían signos de divinidad en su
sangre, pero mantuvieron sus orígenes en secreto. Construyeron una dinastía y,
finalmente, comenzaron un levantamiento contra el propio emperador.
Reclamando el derecho divino de sentarse en el Trono Quíntuple.
»—La Herejía de Aavsenct… —murmuré.
»—Así fue nombrado por el pontífice de la Fe Única —dijo Chloe—. La
idea de que el Redentor tomara a una amante mortal fue declarada sacrilegio, y los
descendientes de Esan, blasfemos. Y en la siguiente purga, su linaje fue
prácticamente aniquilado, irónicamente por la iglesia que su progenitora Michon
había ayudado a forjar.
»—Todos los registros fueron borrados de los archivos de la iglesia —dijo
Rafa—. Solo quedan restos. El linaje de Esan se redujo a casi nada y perdió todo
conocimiento de sí mismo. La sangre se debilitó. El linaje estaba casi acabado.
»—Casi.
»Chloe miró a Dior, el chico recortado contra las llamas.
»—¿Pero esa estrella fugaz que vimos? Esa estrella marcó el momento del 372
nacimiento de Dior. Rafa y yo llevamos más de un año buscando. Siguiendo
cuentos de magia, brujería, hechicería. Casi habíamos perdido la esperanza cuando
nos enteramos de un niño cuya sangre obraba milagros. Incluso sacó a la gente del
borde de la muerte.
»—Gran jodido Redentor —suspiré.
»—Blasfemia —sonrió débilmente.
»—Me estás diciendo este pequeño puto flaco…
»—… es el último vástago conocido del linaje de Esan. Dior no sabe dónde
está el Grial, Gabriel. Él es el Grial. La copa de la sangre del Redentor.
»—De la copa sagrada viene la luz sagrada —dijo Rafa.
»—El mundo enderezado por la mano consagrada —murmuró Bellamy.
»—Y de los Siete Mártires, tras su mirada —susurró Chloe.
»Dior me miró a los ojos y se encogió de hombros.
»—El hombre simple verá esta noche sin fin terminada.
»Las crepitantes llamas fueron el único sonido que llenó ese silencio. Miré
alrededor de la habitación, el pulso martilleaba en mis sienes. Esto sonaba como
el tono más oscuro de la locura. El frío en el aire se filtró en mi pecho, y me puse
de pie, tan repentinamente que Saoirse levantó su hacha con la mandíbula apretada.
Chloe me miró con los ojos muy abiertos; la mano de Rafa estaba dentro de su
manga. Pero solo caminé por la habitación, pasando una mano por mi cabello antes
de detenerme para mirar al chico, esa pálida franja de mierda de gaviota en su
abrigo robado y botas rotas. No se parecía en nada a la salvación del mundo. Pero
lo había visto con mis propios ojos. Esos monstruos estallaron en llamas cuando
su sangre tocó sus labios. Esas manos rojas arrastraron a Rafa y Bellamy desde el
borde de la muerte. Beber la sangre de un vampírico antiguo podría curar una
herida tan profunda como la que habían sufrido esos dos, pero Dior era un chico
vivo que respiraba.
»¿Cómo podría ser esto? me pregunté.
»¿Puede ser esto?
»Caminé lentamente hacia Dior y el chico simplemente miró. Me detuve a
unos centímetros de distancia y él me miró sin pestañear. Podía sentir a Saoirse a
mi espalda, los dedos de Bellamy ahora deslizándose hacia su espada. Pero solo
me agaché a mi lado y el del chico, agarré mi vodka. Tragando una vez, tres, cuatro,
sentí que se me humedecían los ojos por la quemadura. Y arrojando la cosa vacía
a la chimenea, dije lo más inteligente que pude pensar en ese momento.
»—Bueno, que me jodan…
373
»—Gabriel.
»Mis ojos se abrieron de golpe, las pupilas dilatándose en la oscuridad. Un
pájaro con las alas rotas batía velozmente dentro de mi vientre. Por un bendito
momento, pensé que estaba en nuestra cama en casa. El ritmo pacífico de la
respiración de mi hija flotando por el pasillo, las ramas desnudas del sicomoro
fuera de nuestra habitación raspando contra la ventana. Todo estaba en paz y todo
estaba bien, y me abracé fuerte, cerrando los ojos contra la verdad.
»Pero luego olí podredumbre en las paredes, vagos indicios de sangre
fresca, moho rancio y rata. Los suaves sonidos del pasillo pertenecían a Dior, el
chico ahora gimiendo en sueños. Y el rasguño suave como la seda en la ventana
pertenecía a…
»—Gabriel.
»Me senté en la cama y la vi, suspendida y sin aliento en la noche más allá
de la ventana. Su cabello era del terciopelo más negro, su mejilla, la curva de un
corazón roto. Su piel estaba pálida y desnuda como los huesos blanqueados como
túmulos de reinas olvidadas. En sus ojos vi la respuesta a cada pregunta, cada
deseo, cada miedo del que nunca había conocido el nombre, y se apretó contra el 374
cristal, sus manos, labios y pechos, todas curvas suaves y sombras llenas de
promesas, susurrando suave como el sueño del que me había robado.
»—Déjame entrar.
»Me levanté de mis pieles, descalzo sobre tablas duras, pecho desnudo en
el aire frío. El anillo de plata de troth en mi dedo se sentía pesado como el plomo.
Ella siguió mi movimiento como una caza de lobo, y se balanceó, alejándose hacia
la oscuridad besada por la nieve y luego retrocediendo, presionando más fuerte
ahora contra la ventana. Uñas negras susurraron sobre sus caderas, hundiéndose
como garras en la suave hinchazón de sus hombros, arrastrándose profundamente
por sus brazos y luego, rojas y goteando, garabateando, raspando, en el cristal una
vez más. Con los ojos en los míos, mordió, una perla oscura de promesa brotando
de su labio.
»—Déjame entrar, mi león.
»Todo lo que se interponía entre nosotros ahora eran dos palabras. Es
extraño cuánto poder, tanto peligro y promesa, reside en una cosa tan pequeña.
Dos pequeñas palabras pueden tener el peso suficiente para ver surgir imperios y
caer reinos. Dos pequeñas palabras pueden comenzar el final de todo. ¿Cuántos
corazones se han completado con palabras tan pequeñas como sí acepto? ¿Cuántos
más se han hecho añicos con un aliento tan pequeño como se acabó? Sonidos
pequeños que remodelan o deshacen todo tu mundo, como grandes hechizos de
antaño para volver a trazar las líneas con las que te ves a ti mismo y todo lo que te
rodea. Dos palabritas.
»—Lo siento.
»—Haz esto.
»—No puedo.
»—Debes hacerlo.
»Ya podía sentir sus labios, cálidos como el otoño, el sabor de las hojas
quemadas en su lengua. Podía imaginarme manos pálidas deslizándose en mis
pantalones, piernas pálidas envueltas apretadas alrededor de mi cintura, mis
dientes rozando su labio y su sangre cantando entre nosotros, llenando el vacío
interior. Se apretó contra la ventana mientras me acercaba, con hambre y un deseo
más puro, y sonrió, todos colores de desesperación. Con manos temblorosas, abrí
la ventana y subí el alféizar lentamente. Y con una voz que no sonaba como la mía,
dije dos palabras.
»Dos palabritas.
»—Puedes entrar.

375
»La tormenta llegó cuatro días después, y toda la tierra estaba vacía y gris.
»El peso todavía colgaba sobre mí, pesado como la espada rota a mi
costado. Cada vez que miraba a Chloe y Dior, la extrañeza me golpeaba más. A lo
largo de mi vida, había visto mi parte de lo imposible. Muros de castillo se
derrumban bajo los golpes de puños muertos hace mucho tiempo. Monstruos que
bailaban con pieles de bestias y usaban rostros de hombres. Legiones de los
Muertos y los ojos de un rey eterno, negros, aburridos y sin fondo en los míos.
»«Tengo la eternidad, muchacho».
»A decir verdad, nunca había tenido un sabor así de imposible. Solo había
aceptado acompañar a Chloe para tener la oportunidad de atacar a Danton. Pero no
podía olvidar lo que había visto.
»Y así, la mañana que nos preparamos para dejar Winfael, fui a buscar.
Encontré al chico en la catedral en ruinas nuevamente, mirando hacia esa ventana
de San Michon como si tuviera una respuesta a alguna pregunta tácita. El suelo
estaba lleno de nieve recién caída, mi aliento se condensaba del frío. Podía oler sus
heridas: viejas, con costras, un vendaje en la garganta donde lo habían mordido.
Tan milagrosa como era su sangre, el niño no parecía capaz de curarse a sí mismo. 376
»Mientras entraba, Dior miró por encima del hombro y suspiró.
»—¿Qué quieres?
»—Chloe está preocupada por ti. No deberías vagar solo.
»—Necesito tu consejo como necesito un burro bailando sobre mi polla,
héroe.
»—Sabes, esa mordida en tu hombro debe volverse terriblemente pesada
algunos días. Y la mayoría de la gente se volvería agradable con el hombre que les
salvó la vida, Lachance.
»—Si viniste aquí para darme mierda…
»—Vine a darte esto.
»El chico miró mi mano extendida. En mi palma había un viejo vial de
sanctus, el sacramento fumado hace mucho tiempo, el vaso ahora lleno hasta el
tapón con sangre fresca y lista.
»—Yo no fumo esa mierda, ¿qué dem…?
»—No es sangre de vampiro. Es mía. —Apreté los dientes, frunciendo el
ceño—. Tengo… dones, chico. Dones que la mayoría de los pálidos no tienen. No
conozco el funcionamiento de muchos de ellos, pero sé que si llevas esto contigo,
puedo sentirte. Seguirte. Te encontraré en cualquier parte del imperio.
»—¿Y por qué querría que hicieras eso?
»—Si lo que dijo Chloe fuera cierto…
»—¿Si? —Se cruzó de brazos, burlándose—. Sabes, cuando la hermana
Chloe y el padre Rafa me encontraron, admito que me tomó un tiempo creer lo que
dijeron. Si creces como yo, lo mejor es asumir que todos los que conoces son unos
cabrones. De esa forma, cuando resulten ser sólo unos cabrones normales, te
sorprenderás gratamente. ¿Pero tú? Creciste con todo esto. Mártires, Madres y
Redentores. Y aún no hay una gota de fe en ti por nada de eso. —Miró desde el
frasco en mi mano, hacia el gris de mis ojos—. No quiero tu sangre, héroe. No
quiero que me sigas. Quiero que te jodas en casa con tu esposa, tu espadín, tu
botella y tu humo, y me dejes en paz.
»Escupió una vez en el suelo. Y golpeándome con los hombros, salió por la
puerta.
»Así que nos pusimos en camino, los siete, hacia la nieve que caía. Dejamos
Winfael atrás, caminando hacia el noreste, Dior frunciendo el ceño como una
tormenta detrás de Chloe en su caballo. Y aunque no podía evocar mucho afecto
por el pequeño bastardo, todavía tenía que enfrentarlo. Todavía tenía que
preguntarme. ¿Podría ser verdad? ¿Descendiente del hijo de Dios? 377
»¿El fin de la muerte de los días, aquí en la palma de mi mano plateada?
»Chloe creía. Rafa y los demás. La Inquisición, dulce y maldita madre
doncella, creía incluso Danton Voss, lo que, por supuesto, significaba que su padre
también. Finalmente entendí una fracción de lo que estaba en juego aquí. El chico
ya no era solo un cebo en mi anzuelo. Esto era más grande que yo. Más grande que
todo eso.
»Podía sentir corrientes oscuras a nuestro alrededor, más profundas de lo
que podía ver el fondo. Y volví a pensar en esa misteriosa sangre noble que nos
había abordado en la torre de vigilancia en las afueras de Dhahaeth. Cabello azul
medianoche y espada ensangrentada, ojos muertos entrecerrados mientras le tendía
la mano al chico.
»«Ven con nosotros, niño. O muere».
»Demasiados misterios aquí a la mitad…
»—Esa perra sangre fría con la máscara y el elegante abrigo rojo —grité—
. La que Rafa cortó con su rueda. ¿Alguno de ustedes la ha visto antes?
»El grupo negó con la cabeza, silencio por todas partes.
»—¿Por qué preguntas, santo de plata? —respondió Rafa.
»Miré a la nieve que caía detrás.
»—Danton ya habrá encontrado la forma de cruzar el río. Perdimos días por
esa tormenta. Y todavía tenemos que preocuparnos por la Inquisición. Me pregunto
dónde se encuentra esa otra sangre noble. No es amiga de nuestro Príncipe Eterno,
apuesto.
»Bellamy ladeó la cabeza.
»—El enemigo de mi enemigo…
»—Es sólo otro enemigo, Bouchette. Solo estoy reflexionando sobre cuál
visitará primero.
»—Bueno, todavía creo que deberíamos hacer una visita a San Guillaume
—dijo Rafa—. Puede que el abad haya recibido noticias del pontífice Gascoigne a
estas alturas. Por lo que sabemos, hay un ejército de soldados temerosos de Dios
con los colores de Su Santidad, esperando para escoltarnos a San Michon.
»—Por lo que sabemos, el pontífice declarará nuestra historia una herejía
—dijo Bellamy.
»—La iglesia ha sido gobernada por el miedo y el fervor fuera de lugar en
las noches pasadas, es cierto. —Rafa asintió—. Pero el pontífice Gascoigne es un
buen hombre. Casi vació las arcas de la iglesia alimentando a los desposeídos que
inundaron a Augustin después de la muerte de los días. Es un verdadero y santo 378
siervo de Dios.
»—Confía en mí, padre —me burlé—. Es como todos los políticos que he
conocido, con faldas santas o no.
»El sacerdote me ignoró y miró a Chloe.
»—Deberíamos ir a San Guillaume, hermana.
»—Un capitán —respondió Chloe—. Un curso.
»Rafa frunció los labios, pero mantuvo su objeción junto con la lengua.
»—Chloe, ¿qué hay en San Michon a lo que estás tan ansiosa por volver?
—pregunté.
»—No hay lugar más seguro para Dior en todo el imperio. Y no son solo
los santos de plata. San Michon también tiene su biblioteca. La sección prohibida,
los secretos del interior. Las palabras son nuestras mejores armas en esta guerra,
Gabe. No es solo la historia de Esan. La Profecía habla de una manera en que se
puede terminar la muerte de los días, y creo que también encontré eso. —Miró al
chico detrás de ella, y sus ojos brillaron como si mirara al Redentor renacido.
»Adoración.
»Creencia.
»—Dior nos va a salvar a todos.
»El chico sonrió, pero vi incertidumbre en sus ojos. A pesar de todo el fervor
de la santa hermana, la mierda que me había dado, podía decir que el propio Dior
todavía se preguntaba por todo esto. Sabía lo que era ser un muchacho de esa edad.
Tener un peso sobre tus hombros que no querías. A decir verdad, lo manejaba
mejor que la mayoría. Pero se encontró con mi mirada y vi que la suya se
endurecía.
»—¿Qué carajos estás mirando, héroe?
»Negué con la cabeza y suspiré.
»Aunque sigue siendo un imbécil desagradable…
»Nos dirigimos hacia el norte, días y días a través del creciente frío. Este
tramo de Ossway parecía completamente abandonado, su gente probablemente
huyó hacia el sur después de la caída de Dún Cuinn. Pasamos granjas en ruinas,
tabernas al borde de la carretera, pueblos fantasmas, todos vacíos, excepto por las
ratas. Esas bastardas pululaban espesas, engordadas y feroces sobre los muertos y
todo lo que habían dejado atrás. Sabía por qué se había dejado que este lugar se
pudriera. Sin Laerd Lady para protegerlos, no tendría mucho sentido quedarse aquí 379
para ser presa. Una porción más del imperio desapareció. Una joya más arrebatada
de la corona hueca del viejo Alexandre.
El último santo de plata inclinó la cabeza hasta que se le partió el cuello y
apuró lo que quedaba de su copa de vino. Jean-François levantó la vista de su tomo.
—¿Laerd Lady? —preguntó el vampiro.
Gabriel asintió, volviendo a llenar su vaso.
—Ossway era una nación matriarcal. Antes de que el linaje Dyvok lo follara
diecisiete veces de lado, de todos modos. Toda la región había sido parte del
Imperio Elidaen durante siglos, por supuesto. Alexandre III ostensiblemente lo
gobernaba todo. Pero los feudos individuales estaban gobernados por mujeres.
Consejo de clan dirigido por venerables damas. Los maridos de fuera del clan
tomaban el nombre de la matriarca cuando se casaban.
—Suena positivamente iluminado —murmuró el vampiro.
—Depende de a quién le preguntes. La práctica estaba impregnada de
adoración a los dioses antiguos. Un aspecto femenino de lo Salvaje, la Caza, las
Lunas, llamado Fiáin. Pero la Santa Iglesia venció el paganismo de los ossianis
con el tiempo. Algunas tradiciones sobrevivieron. Las mujeres lucharon en guerras
al lado de sus hombres. Las mujeres tenían la regla del hogar. Pero en lugar de
Fiáin, el culto local se trasladó a la Madre Doncella después de las Guerras de la
Fe. Había más iglesias y abadías dedicadas a ella en el Ossway que en cualquier
otro lugar del imperio.
Gabriel se echó hacia atrás y bebió un sorbo de vino.
—Fue solo en los rincones más remotos donde las formas antiguas
realmente vivieron. Religión del Viejo Mundo. Adoración de Fiáin. Cazas salvajes.
Brujería de hadas. Todo lo suficientemente raro como para ser considerado
folklore por la mayoría. Pero los santos de plata lo sabían mejor. Incluso antes de
la muerte de los días, había lugares en Ossway donde un hombre no se atrevería a
ser atrapado solo después del anochecer. Algunos clanes en las Tierras Altas que
todavía se tomaban esa mierda en serio.
—¿Como el Dúnnsair? —preguntó Jean-François.
Gabriel asintió.
—Como el Dúnnsair.
—Entonces, ¿tu buena amiga Saoirse era una de estas… brujas fae?
—Bueno… —Gabriel se encogió de hombros—. Hay magia, y luego
magia. Pero no había ni una onza de plata en esa hacha suya, y Bondad aún
atravesaba sangres fría como Philippe el Primero a través de sus amantes. Y la
joven Saoirse no se tatuó la cara solo por estética. Hay poder en la tinta, sangre 380
fría. Y no solo del tipo plateado.
»Nos acostábamos en un terreno elevado cuando podíamos. El clima
empeoraba cada día, pero si estábamos elevados, al menos podríamos verlos venir.
Solo Phoebe y yo podíamos ver una mierda en la oscuridad, y hubiera sido ridículo
encender antorchas. Y así acampábamos por la noche, apenas dormíamos un poco.
Tampoco podíamos arriesgarnos a cocinar con fuego, de modo que las comidas
fueron aún más una miseria. ¿Y lo peor de todo? El miedo me estaba congelando
hasta la orina.
—¿Ese Danton seguramente te estará rastreando? —preguntó Jean-
François—. ¿Que no sabías nada de esa sangre noble enmascarada, pero ella
parecía conocerte exactamente? ¿Que la Inquisición seguramente todavía te estaba
acechando y, sin embargo, no habías visto ni rastro de ellos desde el Ūmdir?
—No —se burló el santo de plata—. Se me estaba acabando el vodka.
»Estaba sentado en las ramas desnudas de un viejo roble, la botella apoyada
a mi lado, maldiciendo entre dientes. El árbol era uno de una docena en un
bosquecillo alto en lo alto de una colina escarpada. El viento soplaba tan fuerte y
constante del norte que los árboles habían crecido torcidos, las ramas se movían
hacia los lados como cabellos azotados por el viento, envueltos con cuerdas de
asfixia.
»—Odio este maldito lugar —gruñí—. Nada crece, salvo en la dirección
equivocada.
»—¿Qué es eso, santo de plata?
»Bellamy yacía en la rama de arriba, señalando con la cabeza el pergamino
que tenía en la mano. Estaba sombreando las tierras de los Cuinn con carbón, las
yemas de los dedos manchadas de negro.
»—Un viejo mapa mío. Simplemente haciendo un seguimiento de los
huesos de los nudillos que Alexandre ha perdido en este juego.
»—¿Sabes dónde estamos? —llamó Chloe desde el árbol de al lado.
»Me encogí de hombros y tracé una línea oscura en el pergamino.
»—Debemos estar cerca del Dílaenn ahora. Las cosas pueden volverse más
fáciles una vez que crucemos, pero no estoy seguro de dónde podemos hacer eso.
Solía haber un puente más allá de la colina de Haemun, pero no tengo ni idea de si
todavía está en pie.
»—Podemos preguntarle a Saoirse cuando regrese —dijo Chloe.
»Bellamy se estremeció, acurrucándose en sus pieles.
»—Debo confesar, mis amigos, cuando salí de la capital hace dos años, no
tenía ni idea de que terminaría en un lugar como este. No es que la empresa no sea 381
de la mejor calidad —agregó apresuradamente—, pero en noches como esta,
extraño Augustin. Sus pequeños cafés y amplios bulevares, amantes de ojos
saltones que deambulan por sus canales del brazo. —Se movió en su rama,
enviando un puñado de nieve sobre mi cabeza, y suspiró desde su alma—. Me
duele el corazón de volver a verla. Mi Augustin y su emperatriz divina.
»Fruncí el ceño hacia arriba, quitando la nieve de mi cabello.
»—¿Conoces a Isabella?
»—¿Conocerla? —El trovador sonrió, esos bonitos ojos azules mirando
hacia la oscuridad—. Puedo decir que la sirvo con tanta lealtad como cualquier
caballero o doncella de armas. Puedo decir que le he escrito canciones, tan
hermosas que pueden hacer llorar a los ángeles. ¿Pero conocerla? —Sacudió la
cabeza—. ¿Qué hombre puede realmente decir eso de Isabella, santo de plata?
»Miré a Bellamy con su sombrero tonto, su perfecta barba y sus ojos de
soñador, y me sorprendió lo joven que era entonces. Qué jóvenes eran todos.
»—Por lo menos has estado en la capital —murmuró Dior, soplándose las
manos y empujándolas en las axilas—. Nunca la he visto.
»El trovador se animó entonces, guapo como un puñado de príncipes.
»—La veremos juntos, mi amigo. —Su voz se hizo profunda y dramática,
barriendo el cielo con la mano—. Cuando todo esto esté terminado, te llevaré allí
yo mismo. La buena sœur Sauvage y el padre Sa-Araki pueden visitar la Cathédrale
d’Lumière, allí para rezar bajo el resplandor cálido como la miel de la luz eterna.
La señorita Saoirse puede bañarse en la fuente perfumada debajo del Pont de Fleur;
Dios sabe que lo necesita. —Le guiñó un ojo al chico con los ojos brillantes—. Y
tú, yo y chevalier De León asistiremos a un espectáculo en la Rue des Méchants.
»—No lo harás. —Frunció el ceño el padre Rafa.
»—¿Por qué? —preguntó el chico—. ¿Qué pasa en la Rue des Méchants?
»—Sexo —respondí, tomando un largo trago de vodka.
»Chloe frunció el ceño e hizo la señal de la rueda. Bellamy hizo una
reverencia e inclinó su ridícula gorra.
»—Eso no es todo lo que pasa allí, santo de plata…
»—Bueno, no, no todo —admití—. Hay mucho juego. Una buena dosis de
traficantes de hierba de ensueño y amapolas y burlesque. Pero también hay una
tremenda cantidad de sexo.
»—Por el amor de Dios, Gabriel, lo entendemos.
»Un rubor ardiente estaba pinchando las mejillas de Chloe, y le lancé un
guiño burlón. 382
»—¿De verdad? No pensé que los libros de la sección prohibida fueran tan
atrevidos, hermana.
»Chloe frunció el ceño furiosa en mi dirección, haciendo la señal de la
rueda. Me reí entre dientes, recostándome en mi rama y preguntándome si debería
fumar otro cigarrillo ahora, o estirarlo una hora más. Dior vio morir el rubor en las
mejillas de la Hermana de Plata, haciendo pucheros, pensativo.
»—¿Siempre quisiste ser monja, hermana Chloe?
»Mi vieja amiga miró al chico y respiró hondo.
»—Desde que era niña.
»—¿Has…? —El muchacho se aclaró la garganta, inseguro—. ¿Quiero
decir, alguna vez has…?
»—Cuidado, muchacho —gruñí—. Estás navegando terriblemente cerca de
las costas de una pequeña isla que la mayoría llama No Es Tu Jodido Asunto.
»—Hay muchas clases de amor, Dior —dijo Chloe—. Si preguntas lo que
creo que estás preguntando, renuncié al amor de los hombres por el amor del Dios
Altísimo.
»—¿Tú… lo extrañas?
»—Una mujer que nunca ha visto la noche no puede extrañar las lunas.
»—Bien, entonces, ¿no te… lo preguntas?
»Chloe me miró de soslayo, ambos conscientes de lo delgado que era el
hielo que ahora pisaba. Pero aun así, sentí un destello de fría ira mientras hablaba.
»—El deseo no es pecado, excepto cuando lo permitimos. Pero estoy segura
de que el padre Rafa estaría de acuerdo en que el amor de Dios sostiene más allá
de todo apetito terrenal.
»—Cierto. —El anciano se encogió de hombros—. Aun así, lo extraño.
»Cuatro cabezas se giraron hacia el sacerdote. Cuatro pares de cejas se
dispararon hacia el cielo.
»—Lo extraño como… —El sacerdote agitó una mano vagamente, se subió
las gafas por la nariz delgada y miró al trovador—. ¿Ayudas a un anciano,
Bellamy?
»—¿Como … el desierto extraña la lluvia?
»Rafa hizo una mueca.
»—Un poco cliché.
»—¿Como si el amanecer extrañara el anochecer? —Bellamy se enderezó 383
y chasqueó los dedos—. No… como una mujer de grandes pechos echa de menos
acostarse sobre su estómago…
»—Cierra la boca, Bouchette.
»Dior miraba al sacerdote con una sonrisa maliciosa.
»—Padre Rafa… ha tenido…
»—No siempre tuve los hábitos, Dior. —El anciano sonrió con cariño—.
Una vez fui un joven como tú. Incluso estuve a punto de casarme una vez.
»—¿Cómo se llamaba, padre? —preguntó Bellamy.
»—Ailsa. —El sacerdote miró hacia la oscuridad de arriba, suspirando su
nombre como humo azucarado—. Una cazadora que vendía vitela a San
Guillaume. Yo era un acólito cuando nos conocimos, mis votos aún sin pronunciar.
Nos enamoramos, tan profunda y repentinamente que tuve la tentación de dejar
atrás todo lo que había estudiado. Pero Ailsa podía ver mi sufrimiento, dividido
entre el amor por ella y el amor por Dios. Me dijo que no hay flores que crezcan
en dos camas, y aun así, no pude decidir. Así que un día me dio un beso de
despedida, salió de caza y nunca volvió a San Guillaume. La busqué. Meses y
millas. Pero nunca volví a ver a mi dulce Ailsa.
»Bellamy sollozó, alcanzando su laúd.
»—No hay flores que crezcan en dos ca…
»—No te atrevas, Bouchette…
»—Eso es triste —murmuró Dior, mirando al sacerdote—. Lo siento, Rafa.
»El anciano sonrió.
»—Fue la voluntad de Dios. Si me hubiera casado con Ailsa, la hermana
Chloe nunca me hubiera contactado, nunca te habría encontrado, Dior. Y la buena
hermana tiene razón. El amor de Dios me sostiene donde ningún amor mortal
podría haber resistido. —Apretó el volante alrededor de su cuello con una mano
arrugada y manchada de hígado—. Esta carne débil se derrite demasiado pronto,
hijo mío. Pero el amor del Señor es siempre verde. Y me acompañará a su reino
eterno.
»—Sin embargo, parece un poco sádico, ¿no?
»Rafa me dedicó una mirada indulgente.
»—¿Qué pasa, chevalier?
»—¿Dándote deseos y luego negándote el placer de ellos? Mira, ¿pero no
toques? ¿Probar, pero no tragar? ¿Por qué hacerte querer lo que no puedes tener?
»—Para poner a prueba nuestra fe, por supuesto. Para juzgar si somos 384
dignos del reino de los cielos.
»—Pero él lo ve todo, ¿no? ¿Todo lo sabe? Dios sabe si pasarás la prueba
antes de que te la dé. ¿Y si sucumbes a tu deseo? Te condena a quemarte. Te
prepara para fallar, luego tiene las pelotas para cuestionar su propia obra.
»—No es para los mortales conocer la mente de Dios, santo de plata.
»—El sabio sabe que no le echas la culpa a la espada, sacerdote. Culpas al
herrero.
»—La bondad de un padre es a menudo cruel. Tienes una hija, ¿no?
Apostaría las joyas de la corona a que la amas más que a nada bajo el cielo.
»—Por supuesto que sí.
»—¿Alguna vez le negaste a tu Patience lo que deseaba de niña? ¿Los
dulces por los que lloraba antes de la cena? ¿Un golpe en los nudillos antes de
quemarse con la llama? El dolor que infligiste provino de un lugar de la adoración
más pura, aunque es posible que ella no lo haya entendido en ese momento. Pero
la lastimaste por su propio bien.
»—Mi padrastro me golpeó hasta la mierda cuando era niño, sacerdote. Y
todo lo que me enseñó fue cómo odiarlo. —Miré a Rafa con el ceño fruncido—.
Es el tipo de hombre más bajo el que levanta un puño hacia su hijo y lo llama amor.
Y es el peor tirano el que exige que lo adores por encima de todos los demás. —
Negué con la cabeza, mirando al anciano de arriba abajo—. Esa rueda que cuelga
de tu cuello no te mantendrá caliente en la oscuridad, sacerdote. Nunca te amará
de vuelta. Y puede que sea plateada, pero una noche aprenderás lo poco que
realmente vale.
»Dior me miró entonces, sus ojos azules posándose en el plateado de mi
piel. Parecía como si el muchacho estuviera a punto de hablar, cuando…
»—¡Chloe!
»—Miré hacia el grito distante, los ojos entrecerrados en la oscuridad. Pude
ver a Phoebe trotando por la ladera nevada, la leona solo una sombra en el gris. Y
detrás de ella…
»—¿Saoirse? —gritó Dior, sentándose en su rama.
»La cazadora estaba agitando la mano mientras corría hacia nosotros, y
guardé mi mapa y mi botella, me dejé caer de mi rama y corrí a su encuentro.
Cuando llegó a mi lado, Saoirse se dobló en dos y el pecho se agitó como un fuelle.
La cazadora parecía como si hubiera corrido todo el camino desde Alethe.
»—¿Problemas?
385
»La chica asintió, jadeando para recuperar el aliento.
»—Tu p… príncipe…
»Mi vientre se llenó de diminutas mariposas frías.
»—Danton.
»—Cabalga —jadeó Saoirse—. Pero un puñado de kilómetros al sur. Una
docena de hombres y caballos.
»—¿Caballos? —preguntó Bellamy—. ¿Pensé que las bestias de la tierra y
el cielo temían a los Muertos?
»—La sangre —dije—. Bebe tres veces durante tres noches y serás un
esclavo de la voluntad de tu amo. No importa cuánto le temas. Danton podría haber
cautivado a cien hombres y caballos a estas alturas.
»—No hay tantos. —Saoirse se enderezó y miró a Chloe a los ojos—. Pero
suficientes.
»—¿Gabe? —preguntó Chloe—. ¿Luchamos?
»Miré a mi vieja amiga, de pie con los ojos muy abiertos en la nieve con su
andrajosa compañía: cazadora, trovador, sacerdote y mascota. En verdad, no daba
ni una pizca de mierda por ninguno de ellos a excepción de ella. Pero por último,
protegido detrás de Chloe como si pudiera protegerlo de todas las heridas del
mundo, estaba el Niño.
»Mi Cebo.
»Me había traído a Danton. Justo como esperaba. Y con una mera docena
de hombres a su lado, apuesto a que incluso yo podría poner mi mano alrededor de
la garganta de ese bastardo. Le debía sangre a su familia. Y cuanto más
corriéramos, más tiempo tendría Danton para construir una fuerza que yo no podía
esperar enfrentar. Condenados, mercenarios, otros sangres noble buscando el favor
del Rey Eterno. Mejor golpear ahora, con algo de forraje que tirar, con una
bandolera llena de bombas de plata y la fe de dos verdaderos creyentes para
cegarlo. Podría proteger a Chloe. ¿Qué importa si los demás caían? ¿Qué eran estas
personas para mí?
»Nada.
»Nada ni nadie.
»Pero el Chico. El Cebo. La Sangre. Limpiando esos cuellos abiertos y
sellándolos. Ardiendo en las gargantas de los condenados y prendiéndoles fuego.
Había conocido la verdad durante años. No había plata mágica, ni profecía divina,
ni un maldito cáliz sagrado que pusiera fin a esta oscuridad.
»Este era nuestro aquí y nuestro ahora y nuestro para siempre. 386
»¿No es así?
»Mirando hacia el cielo, me encontré intentando recordar cómo había sido
ver estrellas en lo alto. Podía recordarlas vagamente de mi juventud, acunadas
como diamantes en los brazos de medianoche del cielo. Todo era oscuridad ahora,
solo las crecientes lunas rojas tenues para iluminar mi camino. Pero por primera
vez desde que tenía memoria, me lo pregunté.
»—¿Gabe? —preguntó Chloe, ahora desesperada—. ¿Luchamos?
»—No —suspiré—. Huimos.
»—¡Cabalguen por el río!
»El viento azotando nuestra piel. Aguanieve cortando nuestros ojos. Jezabel
era un motor de músculos y huesos debajo de mí, la compañía a mi espalda. Tomé
la delantera, cabalgando tan duro como los demás pudieron seguir. La luz de mi
linterna de cazador rebotaba y parpadeaba, arrojando sombras locas por delante.
Podía escuchar a Chloe y Dior detrás, Saoirse y Rafa viniendo después, Bellamy
en la parte trasera. Frío arrebatando el aliento de nuestros pulmones, cabalgamos.
Cabalgamos como si toda nuestra vida pendiera de un hilo. Como si el mismo
diablo cabalgara detrás de nosotros. Porque, por supuesto, lo hacía.
»Y estaba ganando.
»Bendice tres veces la lengua de un hombre o de una mujer con la sangre
de los vampíricos, y serán esclavos. Pero no un siervo inexperto, con la espalda
rota y el corazón maltratado. Alguna medida de fuerza impía será dotada, maestro
a esclavo, haciéndolos más que un rival para cualquier hombre. Los caballos y los
sabuesos no son tan diferentes a los humanos, salvo que los primeros tienden a
morir con dignidad y los segundos con lloriqueo. No sabía dónde había encontrado
Danton sus monturas o sus hombres, pero al final importaba poco. Tenía ambos en
abundancia: una docena corpulenta, sus sosyas cautivados corriendo más fuerte y 387
rápido de lo que los nuestros podrían esperar igualar. Y detrás, con toda la soberbia
insufrible de un bastardo que cree en sus huesos que nació para gobernar, venía el
hijo menor del Rey Eterno.
»La Bestia de Vellene.
»Regresó a Dhahaeth después de que me fui, y fue a buscar a su puto coche.
Pero en lugar de los cadáveres de chicas asesinadas, ahora era arrastrado por cuatro
sosyas veloces, los ojos de los caballos estaban enrojecidos, sus bocas echando
espuma de sangre. Esperaba que la gente de Dhahaeth le hubiera dado a Danton lo
que quería sin oponer resistencia; que hubiera estado tan ansioso por vengarse de
mí que no se hubiera detenido para vengarse de ellos.
»Tenía la esperanza. Pero lo dudaba.
»Cabalgar fuera de la carretera era un riesgo demasiado profundo en la
oscuridad: una madriguera de conejo o una rama cruel debajo del caballo de Chloe
y todo se desharía. Y así avanzamos por un camino embarrado, con árboles
moribundos en nuestros flancos. Miré a la hermana plateada, el chico detrás, la
pareja cabalgando ferozmente como se atrevieron. El destino del mundo a solo
unos metros de distancia.
»—¿Por qué correr, De León? —vino un grito desde atrás—. ¿Cuándo
puedo seguir para siempre?
»El bastardo decía la verdad y lo sabía: a este ritmo, nuestros caballos se
romperían en unas pocas millas y, a pie, nunca podríamos correr más rápido que
un sangre noble. No tenía idea de qué tan lejos podría estar el río, y si el puente de
Haemun todavía estaba en pie…
»Chloe gritó, llevándose la mano a la frente. Su caballo siguió corriendo,
pero Dior tuvo que lanzarse por las riendas, agarrando a la pequeña mujer en sus
brazos.
»—¡Hermana Chloe!
»—Él… —jadeó Chloe, haciendo una mueca—. Está en… m-mi cabeza…
»Me volví en mi silla y lo vi. Como una sombra por la mañana caminando
detrás de ti. Tenía los ojos rojos y llenos como tumbas de niños, dientes afilados y
una sonrisa de carnicero. Se asomó a la ventanilla del carruaje, con el pelo peinado
hacia atrás desde su pico de viuda. En el asiento del conductor estaba sentada una
chica de piel oscura y bonitos ojos verdes. Una mancha roja tenue en la barbilla.
Reconocí a la sirvienta del Marido Perfecto. Negándome a recordar su nombre.
»—¡Cuida tus pensamientos, Chloe! ¡Llena tu cabeza, sácalo a la fuerza!
»Ella apretó la estrella de siete puntas en su garganta. 388
»—El Señor es mi escudo, inquebrantable…
»Los jinetes de Danton se adelantaron a él, ahora a sólo una docena de
metros de nuestras espaldas. Agricultores y albañiles, algunos miembros de la
milicia entre ellos, una vez hombres con vidas, esposas y sueños, ahora no más que
esclavos de su voluntad. Sostuve mi pipa entre los colmillos mientras buscaba a
tientas un frasco de sanctus. No tuve tiempo de medir, volcando todo en el cuenco
y derramando la mayor parte, apisonándolo con el pulgar. Intenté encender la caja
de pedernal una media docena de veces y, finalmente, aspiré una bocanada
quemada, sintiendo cómo se desplegaba la potencia y se despertaba la bestia que
había en mí. Y metiendo la mano en el cinturón, saqué mi pistola, revuelta en mi
silla de montar.
»Danton se echó a reír al ver la pistola en mi mano. Contra la piel de un
Voss antiguo, el disparo no valdría nada. Y entonces apunté, apreté el gatillo, ignis
negros flameando mientras el cañón destellaba y el disparo estallaba…
»—Lo siento, chico…
»… justo entre los grandes ojos marrones de mi objetivo.
»El caballo líder cayó como una piedra, los sesos se hicieron añicos. Cuando
se derrumbó, el caballo detrás de él gritó y chocó con su compañero, y vi que los
ojos de Danton se agrandaron, su sonrisa se desvaneció cuando los caballos
colapsaron en una maraña de arnés y huesos rotos. La viga de plomo se estrelló
contra la tierra, el crujido de las vigas partidas resonó en la noche y el carruaje de
Danton volcó de un extremo a otro, esa chica de cabello oscuro con bonitos ojos
verdes lanzada como una muñeca de trapo. Me volví antes de que golpeara la tierra,
cerré los oídos al sonido de su ruptura, diciéndome una y otra vez que siempre es
mejor ser un bastardo que un tonto.
»Su nombre…
»—Es mejor ser un bastardo que un tonto —siseé.
»Su nombre era Nahia…
»Varios jinetes se detuvieron para ayudar a su señor caído, pero el resto
siguió adelante, con las flechas de las ballestas silbando en el aire. Rafa gritó
cuando una le golpeó el omóplato, y Saoirse maldijo cuando su caballo casi se
desplomó. Bellamy se retorció en su silla y desató su propia ballesta contra el
esclavo más cercano. El hombre se retorció, tosió sangre, pero se mantuvo erguido.
Una daga brilló a través de la noche, golpeó al tipo en su garganta y lo hizo caer,
otra ya en la mano de Saoirse.
»—¿Qué tan lejos del río? —jadeó Chloe. 389
»—¡Más adelante está la Colina de Haemun!
»Alcanzando mi bandolera, rompí el sello de un frasco de vidrio y lo arrojé.
La bomba de plata explotó, haciendo estallar a los esclavos de sus sillas en un
destello cegador. Pero aparecieron los demás. Y a lo lejos, entre los jinetes que se
habían detenido para ayudarlo…
»—Mierda —siseé.
»—¡Gaaaaaabe!
»—¡Lo veo, Chloe!
»—¡No, Gabe, adelante, adelante!
»Habíamos doblado la curva en la Colina de Haemun, los caballos echaban
espuma, corazones latiendo con fuerza, y más adelante vi una orilla oscura y
escarpada que se hundía tres metros en la corriente negra del río Dílaenn. Las
piedras de amarre estaban intactas, cubiertas de flores de marisma. Pero más allá…
»—¡Luna madre, el puente se cayó! —rugió Saoirse.
»—¡Sigan cabalgando! —grité.
»—Pero Gabriel…
»—¡Yo los detendré, Chloe! ¡SIGAN CABALGANDO!
» Tiré de las riendas de Jezabel, reduje la velocidad del caballo y desenvainé
mi espada. Ashdrinker brillaba a la luz de mi linterna, una sonrisa plateada en su
empuñadura y un susurro plateado en mi mente. Esta noche parecía más segura, su
voz más firme, más cercana a lo que había sido una vez.
»No supliques por piedad, Gabriel. Y no concedas ninguna.
»Me alcanzó el primer esclavo: un miliciano con una larga lanza de fresno
y un traje de gruesa cadena. Partí la lanza del hombre por la mitad y envié sus
tripas a la oscuridad. Escuché a Bellamy estallando de alegría, a Chloe gritar:
«¡Agárrate fuerte, Dior!», el niño gritando mientras sus caballos se lanzaban a los
rápidos de abajo. Tres jinetes pasaron a mi lado, y bajé a uno de su caballo, a otro
le quité el brazo del hombro mientras pasaban rápidamente. Gruñí cuando una
espada atravesó mis costillas, cortando cuero, carne y huesos, retorciéndome
mientras llegaba.
»Mucho más rápido fuiste en tu juventud, Gabriel.
»Ataqué al hombre que me había pegado, la sangre se derramó caliente y
húmeda por mi costado.
»—¡Nadie te pidió tu maldita opinión, Ash!
»¿Me puedes utilizar como bastón si lo necesitas? 390
»El esclavo gorgoteó mientras yo conducía a Ashdrinker a través de su
garganta, arcos gemelos de sangre salían disparados hacia el cielo mientras la hoja
raspaba su columna.
»Ah, mucho mejor, mucho mejor. El snik y el snak y el rojo rojo rojo.
»El espadachín se agarró el cuello partido y se derrumbó en el camino. Pero
al mirar más abajo, lo vi venir de nuevo ahora, una sombra negra, sin más sonrisa
en su rostro, la bestia por la que había sido nombrado emergiendo mientras
mostraba sus colmillos y rugía.
»—¡De León!
»—¡Gabriel! —gimió Chloe.
»—¡Enfréntame, condenado!
»Gabriel, el primero de siete. Primero de s-siete. Como Fabién te quitó,
quita igual a él.
»Un grito frente a mí. Otro detrás. La venganza que me había arrastrado
hacia el norte en este invierno solitario, o la promesa de tal vez terminarla de una
vez por todas.
»Un enemigo a la vista. Un amigo necesitado.
»No hay elección en absoluto.
»Esta v-vez, te juro que…
»Ashdrinker se quedó en silencio mientras la envainaba por la cintura y le
daba una palmada en el trasero a Jezabel. El caballo de tiro dio una patada y salió
disparado, su aliento como un alto horno. Pensé que podría haberse detenido en el
borde, que tendría que obligarla a zambullirse o simplemente saltar de su espalda
al agua debajo. Pero cargó hacia ese puente roto tan valiente como cualquier
caballo que haya conocido. Y cuando Jezabel saltó a la brecha, intrépida,
lanzándose hacia esos rápidos oscuros detrás de Chloe y los demás, me aferré a su
melena y le susurré:
»—Necesito darte un nombre mejor, amor…
»Nos sumergimos en aguas oscuras, todo el mundo en silencio. El río estaba
helado, y casi inhalé una bocanada cuando la conmoción llegó a mi columna. Me
estrellé contra la superficie, lanzando un látigo de cabello empapado de mis ojos y
arrastrando un tembloroso aliento a los pulmones sangrantes. Vi a Jezabel a mi
lado, extendí la mano hacia ella, intentando flotar con la corriente cuando…
»Un esclavo se estrelló encima de mí, su espada se hundió en mi hombro y
me raspó las costillas. Rugí de dolor y apreté su garganta, arrastrándonos a los dos
abajo. Deslizó su espada libre, apuñalando de nuevo, esta vez en mi vientre. Pero 391
mis pulgares ya habían encontrado sus ojos para entonces, y se hundieron, hasta
los nudillos, un grito silencioso y un crujido de pájaro quebradizo elevándose sobre
el rugido de los rápidos. Me apuñaló de nuevo antes de que le fallara esa fuerza
que le había sido dotada pero con la que yo había nacido. Y luego se quedó flácido,
el agua calentándose alrededor de mis manos. Pateando para liberarme de sus
brazos, me lancé de regreso al aire.
»—¡Gabriel!
»El grito de Chloe, entrecortado por el terror. Busqué en la oscuridad, la
localicé un poco río abajo, aferrándose desesperadamente a su caballo presa del
pánico para que su cota de malla y su espada no la arrastraran a la muerte. Pero sus
ojos estaban llenos del más puro horror.
»—¡Dior no sabe nadar!
»—Oh, bendito hijo de puta…
»Miré a mi alrededor, pateando hacia arriba en busca de una desesperada
posición ventajosa. Vi salpicaduras de agua y rocas que sonreían y volvían negras.
Pero del chico, no había ni rastro.
»—Gabe, tienes que…
»El resto de las palabras de Chloe se perdieron cuando me sumergí bajo la
espuma. El himno de sangre mantuvo a raya la agonía de mis heridas, y nadé entre
ramas hundidas y un frío tan profundo como las tumbas. Durante mucho tiempo,
no vi nada salvo la oscuridad y la locura de todo lo que había hecho. Pero más
adelante, al coronar el borde irregular de una piedra hundida hace mucho tiempo,
lo atrapé: un destello de palidez. Con los colmillos descubiertos, arremetí,
pateando con las botas llenas de agua y los bolsillos llenos de esperanza, y
finalmente, finalmente agarré una fina levita azul medianoche con ribetes
plateados.
»Salí a la superficie con un jadeo entrecortado. Los rápidos rugieron en mis
oídos, las heridas de espada en mi vientre y hombro sangrando en el negro
apresurado, y mi corazón cantó en mi pecho cuando vi a Dior jadear por aliento.
Y entonces el chico se dio cuenta de dónde estaba, con agua por todas partes, agua
debajo, y vi que el pánico apretaba su mandíbula y me agarró por la garganta y me
arrastró hasta el fondo.
»Nos golpeó y nos derribó, con las botas pateando mi vientre sangrante.
Chocamos con una piedra hundida, algo dentro de mí se rompió. Rugí y traté de
sujetarlo, pero el pánico lo tenía agarrado por las puntas cortas y rizadas. Su pulgar
encontró mi ojo y su talón chocó con mis bolas y lo sentí deslizarse de mis brazos.
Medio ciego, agarré un puñado de cabello ceniciento y me arrastré hacia arriba en
una explosión de aliento medio ahogado.
392
»—¡Me pateaste las pelotas, cerdito de ojos de mierda!
»—No p-puedo… —Tragó saliva y gorgoteó mientras se hundía de nuevo.
»—¡Deja de molestarte y agárrate de mí!
»Me desgarró un momento más, dos dedos enganchados en mi boca y su
otro brazo envuelto sobre mis ojos. Pero todavía era el hijo de mi padre, una fuerza
más allá de la fuerza en la maldición que me había regalado, y con el chico
jadeando en mi espalda, nadé. La orilla era demasiado alta, la corriente demasiado
rápida, así que corrimos con ella, a lo largo de una orilla ascendente, buscando a
los demás.
»Y luego, como un martillo en mi cráneo, lo sentí.
»Solitaria oscuridad y pesadilla profunda. El peso de siglos empapados de
sangre en el fondo de mis ojos. Miré hacia la penumbra de arriba y lo vi, lo olí, lo
sentí, acechando a lo largo de la ribera alta como el padre de todos los lobos.
Vestido con una levita larga y volantes de seda, un cazador rojo sangre a solo unos
metros y mil kilómetros de su presa.
»Danton Voss.
»Los rápidos corrían veloces, pero él revoloteaba de árbol en árbol,
lamiendo sus dientes brillantes como dagas y mirando con ojos grandes y líquidos.
Dior también lo vio, y escuché al chico jadear cuando la mirada de Danton se posó
en él. Mano extendida.
»—Ven aquí, Dior —suspiró el vampiro.
»—No escuches nada de lo que dice —le advertí, remando hacia atrás desde
el banco.
»—Ven a mí.
»—Es Voss, se te meterá en la cabeza —siseé, pateando con fuerza para
mantenernos a flote—. Piensa en tonterías, no pienses en nada. Llena tu mente de
ruido, tan fuerte como puedas.
»El vampiro sostuvo a Dior con su mirada negra y sentí que el chico se
tensaba como el acero. Pero, extrañamente, vi que Danton entrecerraba los ojos y
apretaba los dedos. Dior le devolvió la mirada, el cabello blanco ceniciento pegado
a los ojos, pero me di cuenta en un abrir y cerrar de ojos de que, de alguna manera,
él era el más fuerte. Que por todos los siglos en las venas de Danton, la mente del
muchacho era una habitación cerrada.
»—Es cierto, entonces. —El vampiro sonrió, desconcertado—. Todo
cierto…
»Me alejé a patadas hacia los rápidos, cada vez más cerca de la costa norte.
Danton siguió por la orilla del río balbuceante, sus ojos oscuros tragando a Dior 393
por completo.
»—No deseo hacerte daño— juró la Bestia—. Por mi sangre noble, lo juro,
muchacho. Mi temible padre me invita a que te acompañe a su lado. Colocará una
corona negra sobre tu frente y te rendirá homenaje como sacerdote a los dioses de
antaño. Temor. Dolor. Odio. Serás terrible soberano de todo esto. El mismo Rey
Eterno se inclinará ante ti, Dior.
»—Las lenguas Muertas escuchadas, son lenguas Muertas saboreadas —
escupí.
»—Miserable inútil —gruñó el vampiro—. No te hablo. —Una mano,
pálida como el mármol, aún extendida—. Ven a mí, Dior. Y te mostraré una vida
inimaginable.
»Sentí que el chico se tensaba sobre mis hombros. Y por un terrible
momento, pensé que podría dejarse ir. Pero en cambio, medio ahogado, jadeando,
se incorporó y escupió como veneno.
»—Vet-te a la mierda.
»Los labios de la Bestia de Vellene se torcieron en una oscura sonrisa.
»—Debes decir por favor, amor.
»Danton bajó la mano. Sus ojos se posaron en los míos y pude saborearlo
entre nosotros: toda esa sangre sin derramar. Lo que cada uno de nosotros había
robado, y luego nos lo habíamos robado en especie. El vampiro apretó la lengua
contra los dientes y habló en el arco iris negro entre nosotros.
»—Deberías haberte quedado enterrado, De León…
»Llegamos a la orilla norte, lo suficientemente bajo a la línea de flotación
como para que pudiéramos tambalearnos sobre ella. Ayudé a Dior, arrastrando al
chico a través de los bajíos por el cuello antes de tirarlo a la orilla. Cuando me
volví para mirar a Danton de nuevo, se había ido. Pero su sombra permaneció,
pesada y fría como el agua y sangre derramándome a borbotones. La Bestia tenía
la eternidad, pero no me haría esperar tanto. Aun así, me había dado un núcleo
más. Una señal más de lo desesperadamente importante que parecía ser Dior para
estos bastardos.
»Lo quieren vivo…
»Miré a la rata que temblaba a mis pies.
»¿Estás bien, chico?
»—Estoy bien b-bien —jadeó.
»—Porque pareces una mierda pisada dos veces. 394
»Dior me miró con los ojos entrecerrados y tosió.
»—N-no nos parecemos en nada, héroe.
»Casi me reí, sacudiendo la cabeza con asombro por su pulla.
»—La mayoría de la gente agradecería al hombre que acaba de salvarle la
vida, Lachance.
»Se quitó los mechones empapados de los ojos y apretó los labios. Pero no
dijo nada.
»—Ese maldito abrigo casi te ahoga. ¿Por qué no arrancaste esa maldita
cosa?
»—Te lo dije. —Dior tosió con fuerza y escupió—. Es m-mágico.
»Me burlé, miré arriba y abajo de la orilla del río. La noche era negra, el
rugido de los rápidos arrojaba una niebla helada al aire. Pero vi un movimiento
distante, suspiré de alivio cuando vi a Jezabel deambulando por la orilla. Sus
flancos estaban humeantes, la crin y la cola empapadas, pero parecía ilesa,
moviendo la cabeza y relinchando mientras me espiaba en la profundidad.
»—Perra con suerte…
»—¿Gabe? —llegó un grito distante—. ¡Gabriel!
»—¡Chloe! ¡Aquí abajo!
»Agarré el cuello mágico de Lachance y levanté al chico con una mano. Lo
logramos apenas, pero Danton no podía perseguirnos hasta que encontrara otro
lugar para cruzar el río. Mi abrigo estaba rasgado por esos golpes de espada, la
sangre goteaba sobre mis cueros, pero las heridas se estaban cerrando lentamente.
Mi pipa estaba segura al menos, acurrucada contra la curva de mi …
»—Oh, mierda… —siseé.
Dior parpadeó, con los brazos apretados y temblando.
»—¿Qué?
»Me giré en el acto, con el corazón hundido.
»—¡Oh, tú, asaltante de santos, pendejo estúpido!
»—¿Qué? —preguntó Dior.
»No sabía cómo sucedió. Tal vez la hubieran cortado cuando ese esclavo
me atrapó con su lanza. Lo más probable es que la perdí luchando con este pequeño
idiota mientras trataba de ahogarnos a los dos. Pero el cómo no hacía ninguna
diferencia.
395
»Había perdido mi bandolera. Y con ella se habían ido mis ignis negros, mi
perdigón plateado de repuesto, las pocas bombas plateadas que me quedaban y lo
peor, lo peor, lo peor de todo …
»—Dios se mete en mis asuntos una vez más.
»Me arranqué los mechones empapados de agua de la cara y suspiré.
»—Mi sanctus se ha ido.
»—Hemos perdido la mayoría de nuestras armas. Toda nuestra comida. Y
todos los caballos que teníamos, salvo Jezabel.
»Chloe suspiró con la cabeza entre las manos.
»—Deberías pensar en un nombre mejor para ella, Gabe.
»Estábamos reunidos en el vientre poco profundo de una cueva de arenisca,
en algún lugar de las colinas al norte de Dílaenn. El amanecer había llegado como
un cáliz nupcial en un banquete de bodas, trayendo a todos la misma mala suerte.
El clima corría directo al infierno y nuestra única comida eran los hongos que
Saoirse había engullido. Phoebe había logrado encontrarnos al menos, el gran
felino ronroneando como un terremoto mientras su ama la rascaba detrás de las
orejas. Teníamos un fuego que iba a secar nuestra ropa helada, pero ese era el
alcance de nuestras buenas noticias. Y las malas noticias se amontonaban como
cuerpos en el cielo.
»—Perdí mi estrella de siete puntas —susurró Chloe, con las manos en la
garganta—. De todas las cosas … 396
»—Mi sanctus también —escupí—. Mi mayal. Bombas de plata. Balas.
Todo.
»Bellamy miró alrededor de la cueva con una sonrisa esperanzada.
»—¿Salvé mi laúd, al menos?
»—Hazme el jodido favor, Bouchette…
»Rafa estaba despojado de sus calzas de cilicio, tiritando de frío.
»—No hay remedio para eso ahora. Debemos ir a San Guillaume.
»Chloe arrastró otro tronco húmedo a las llamas, temblando en un ligero y
oscuro escalofrío.
»—Ir a San Guillaume agrega semanas a nuestro viaje, Rafa. Si nos
dirigimos al Mère…
»—No podemos viajar hasta Nordlund a pie, hermana. —Bellamy estaba
en la entrada de la cueva, exprimiendo lo peor de su jubón—. Y San Guillaume es
una destilería. No sé sobre el resto de ustedes, pero a mí me vendría bien un buen
trago fuerte.
»—Podemos seguir el río hacia el noroeste —dijo el anciano sacerdote—.
El monasterio descansa sobre un acantilado donde el Dílaenn se encuentra con el
Volta. Estaremos protegidos por el agua, al menos.
»—Ese camino nos llevará a través de Fa'daena —advirtió Saoirse—. El
Bosque de las Penas.
»La cazadora se había cambiado a su traje de nacimiento, absolutamente
desvergonzada de su desnudez. Había espirales de hadas talladas en su piel, teñidas
con pigmento rojo: una giraba hasta su brazo derecho y rodeaba su pecho derecho,
la otra bajaba por su cadera y pierna izquierda, hasta el tobillo. Tenía músculos
afilados y piel desnuda con cicatrices, y pude sentir una sonrisa tirando de la
esquina de mi boca mientras Rafa miraba furiosamente a cualquier parte menos a
la chica desnuda mientras aún trataba de dirigirse a ella cortésmente.
»—¿Qué te preocupa del bosque, señorita Saoirse?
»La chica miró alrededor de la compañía, su rostro enmarcado por las
llamas.
»—Mi clan escucha historias sombrías sobre los ricos del sur. Una
oscuridad se eleva en los lugares del mundo que alguna vez fueron verdes.
Soñando noches pasadas, pero nunca más. Tomamos la vida en nuestras manos
entrando en Fa’daena.
397
»—Renunciamos a nuestras vidas por completo quedándonos aquí —dije—
. Danton volverá.
»—Él conoce nuestro destino. —Chloe se estremeció y se abrazó—. Él…
lo tomó. Desde el i-interior de mi cabeza. Bendita Madre Doncella, todavía puedo
sentirlo…
»—Ahórrate el látigo de tu espalda, Chlo —le dije, dándole una palmada en
el hombro—. Un vampiro así de viejo es un poder casi inconmensurable. Se
necesitaría un entrenamiento real y sangre pálida en tus venas para mantenerlo
fuera. Pero al menos ahora sabemos que la Bestia quiere al niño vivo. Y si cree
que nos dirigimos hacia el norte, San Guillaume puede ser un camino más sabio.
Es un rastreador feroz, cierto. Pero el río y el bosque pueden desviar a Danton de
nuestro rastro.
»Chloe negó con la cabeza, silenciosamente furiosa.
»—Gabe, el conocimiento que necesitamos para acabar con la muerte de
los días está en San Michon.
»—Y llegaremos allí, hermana —susurró Rafa—. Pero San Guillaume es
tierra santa. Podemos reagruparnos allí, atacar desde un lugar de fuerza. Debemos
andar con cautela ahora, con este mal a nuestras espaldas. Sobre nuestros hombros
descansa el destino de todo el mundo de los hombres.
»—¿Qué pasa con el mundo de las mujeres?
»Rafa miró a Saoirse y luego la alejó rápidamente.
»—Es el mismo mundo, hija mía.
»—De verdad. —La cazadora se burló—. Me iré a orinar de pie, ¿de
acuerdo?
»—¿Supongo… que todo es posible?
»Saoirse se puso de pie y miró alrededor del fuego.
»—Hay otro camino que podemos recorrer. Otro destino que podríamos
buscar. Sólido como montañas y seguro como los brazos de la Madre.
»—¿Qué quieres decir, Saoirse? —preguntó Bellamy.
»—Podríamos refugiarnos en las Tierras Altas —respondió la cazadora—.
Entre mis pares. Tenemos los conocimientos de magos que eran viejos antes de
que naciera su Dios.
»—Dios no nació, hija mía —dijo Rafa—. Siempre ha sido.
»—Mi gente lo dice diferente. Mi gente dice…
»—¡Suficiente! —espetó Chloe—. No vamos a San Guillaume, y
ciertamente no vamos a caminar a las malditas Tierras Altas. Evitamos el bosque, 398
nos dirigimos hacia el noreste hasta llegar al Mère. San Michon es nuestro camino.
Un capitán. Un curso.
»La hermana miró ceñuda al otro lado del fuego, una cortina de rizos
empapados alrededor de sus ojos. Me pregunté por la sangrienta determinación
que parecía impulsarla. Incluso cegarla. Había dedicado los mejores años de su
vida a esto, cierto. Pero ella no veía la razón.
»—¿Quizás deberíamos dejar que el chico decida? —dije.
»Chloe me fulminó con la mirada, pero todos los demás ojos se volvieron
hacia Dior. El muchacho se agachaba junto a las llamas, con la piel erizada de frío.
Empapado como estaba, se había negado a quitarse la camisa y los calzones,
temblando como un cordero mientras se acurrucaba cerca de las llamas.
»Me miró, sus ojos embebían la tinta plateada sobre mi piel. El león en mi
pecho y los ángeles en mis brazos, la Madre Doncella, la rosa de los santos y las
palomas. Pero no respondió.
»—Él es el Grial —dijo Rafa—. Si Dios tomara la dirección de nuestro
camino…
»—¿Qué dices, muchacho? —exigí.
»Dior tragó saliva y miró a Chloe. Sentía que le debía una deuda a la
hermana; no quería contradecirla, eso estaba claro. También estaba enamorado de
Saoirse, podía ver eso, seguro y cierto. Pero debajo de todo, estaba esa elegancia
callejera en él. Un borde. Pudo ver la sabiduría en las palabras del viejo Rafa.
Necesitábamos comida. Caballos. Santuario. Y cuando habló, su voz no tembló.
Tuve que evitarle al pequeño bastardo un asentimiento de mala gana. Fuera lo que
fuera, mentiroso, ladrón, mierdecilla ingrata, Dior Lachance seguía sin ser un
cobarde.
»—Nos dirigimos a San Guillaume —dijo.
»Chloe frunció los labios y negó con la cabeza. Pero finalmente suspiró.
»—Como gustes.
»Descansamos hasta el mediodía, luego nos apretujamos contra las nevadas
que empeoraban. Quería distancia de Danton antes de que cayera la noche, pero
tenía otra razón para sacarnos de la costa, una por la que me preocupaba más cada
momento. Por alguna razón, Dior parecía atraer a los Muertos como un cadáver
atrae a los cuervos. Y cuanto antes nos moviéramos, antes nos encontraríamos con
los condenados.
»Doce horas desde mi última fumada. Me gustaría un frasco más: una
reserva de sangre de neófito en mi bota. Pero una vez que eso se hubiera ido, estaría 399
condenado al infierno. Y aunque ahora era solo una leve picazón, sabía que la
picazón pronto se convertiría en rasguños y luego en arañazos, y el Redentor me
ayudara si iba más allá de eso…
»Chloe y Rafa cabalgaron sobre Jez, abrazados el uno al otro para
calentarse, mientras Dior conducía al caballo hacia el bosque cada vez más
profundo, charlando con Bellamy todo el tiempo. Saoirse y yo caminamos por los
flancos, Phoebe siempre explorando, y aunque todavía encontraba a la cazadora
una maldición hosca, tenía que agradecer a todos los Siete Mártires por esa leona
suya. La bestia solía desaparecer durante horas seguidas, pero siempre regresaba,
a veces con un conejo escuálido en la boca, otras con noticias, de las que Saoirse
siempre sabía que decía. Me pregunté si era instinto o algo más profundo entre
ellas, algún vínculo escrito en la brujería del Viejo Mundo, como las espirales en
la piel de Saoirse.
400
»Tres días después, cruzamos un arroyo tortuoso, Saoirse susurró una
oración a las Lunas Madres y entramos en Fa’daena.
»Al principio, el Bosque de las Penas no parecía diferente de los otros
bosques del mundo, es decir, una franja de árboles viejos que estaba siendo
asfixiada lentamente por un pálido amante no deseado. En los años siguientes a
la muerte de los días, la mayoría de los lugares verdes del imperio se habían
marchitado, hambrientos del sol que una vez les había regalado la vida. Pero eso
no quería decir que no crecía nada más en Elidaen. No hay fin de sucesores
esperando a que caigan los viejos monarcas, y en la brecha dejada por esos
gigantes imponentes con sus túnicas de verde susurrante, se había levantado un
nuevo rey.
»Los hongos.
»Flores luminosas de marisma. Largos y estranguladores zarcillos
asfixiantes. Pústulas hinchadas e hileras de espinas de sombra irregulares y
reptantes. Estos eran los nuevos soberanos del bosque, los grandes señores de la
decadencia, que construían castillos en las tumbas podridas de los reyes que habían
venido antes. Hongos y setas, tejido de moho y esporas blancas, corriendo espesos
por el suelo o floreciendo en los cadáveres todavía en pie, tan espesos que apenas
se podía ver la forma del árbol debajo.
»—Ishaedh —escupió Saoirse, acechando el camino estrecho y embarrado.
»—¿Eh?
»La cazadora me miró y negó con la cabeza.
»—Así es como lo llamamos, santo de plata. Ishaedh. La Plaga.
Retorciendo y arruinando todo lo que alguna vez fue verde y bueno.
»Miré a mi alrededor y me encogí de hombros. 401
»—Son solo hongos, niña.
»La cazadora frunció el ceño.
»—Sigue llamándome niña y te vas a despertar una mañana con tus
caramelos en la boca, De León, te lo juro.
»—El sueño de todo contorsionista —sonrió Bellamy, pisando fuerte en el
frío.
»—No sabes de qué hablas —dijo la cazadora—. Y todavía hablas.
»—Esa es una de mis cualidades más entrañables…
»Mi garganta se apretó cuando un dolor rojo brillante atravesó mi vientre.
Me detuve tambaleándome, silbando mientras se extendía por mis venas como
fuego.
»—¿Gabe? —preguntó Chloe—. ¿Estás bien?
»Buscando a tientas en el bolsillo de mi abrigo, tomé un largo trago de mi
última botella de vodka y terminé lo que quedaba. Lanzándola el vacío, respiré
hondo y asentí.
»—Mejor que nunca.
»Era mentira, por supuesto. Habían pasado casi dos días desde que fumé, y
el vial en mi bota estaba vacío ahora un cuarto. Mi piel estaba llena de piojos
invisibles y estaba sudando en el frío. Pero todavía no podía arriesgarme a fumar
más; no tenía idea de cuánto tiempo estaríamos marchando por este bosque
maldito, ni cuándo podría encontrar más sangre de sanguijuela.
»Los vampiros habían sido una plaga para mi existencia desde que tengo
memoria. Pero ahora que necesitaba uno, no habíamos visto a un solo condenado
desde ese ataque en Winfael.
»Era casi como si alguien me odiara.
»—Gran jodido Redentor…
»Chloe frunció los labios.
»—Blasfemia, Dior.
»—No —susurró el chico—. Miren.
»Delante de nosotros, vi una forma pálida que se movía a través del camino.
Al principio, pensé que podría estar soñando despierto, que la sed me arrojaba
fantasmas a los ojos. Pero no, ahí estaba, moviéndose a través de crecimientos de
heces y esporas blancas, orgulloso como un señor.
»Un ciervo.
402
»El clima todavía era lo suficientemente cálido en Sūdhaem para una caza
de tamaño mediano, y bestias como conejos y zorros se quedaban en el norte. Pero
no había visto un animal tan magnífico en años. Era tan alto como yo, músculos
afilados y piel bronceada, una gran corona de astas en la frente. Bellamy
inmediatamente sacó su ballesta, el resto de nosotros nos quedamos quietos como
piedras. Sediento como estaba, la idea de carne de venado cocida casi desterró mi
agonía por completo.
»El trovador apuntó con cuidado. Contuve la respiración. Su ballesta cantó,
y la flecha voló recto, golpeando a la bestia directamente en su garganta.
»—¡Ja! —gritó Bellamy—. ¿Vieron eso?
»El trovador se quedó en silencio mientras el ciervo se balanceaba sobre sus
pies, volviéndose para mirarnos. Y al verlo, casi dejó caer su arco.
»—Gran jodido Redentor.
»—Blasfemia, Bellamy… —susurró Chloe.
»El lado izquierdo del cuerpo de la bestia estaba cubierto de crecimientos
pálidos, pústulas unidas por una red de telarañas. Su ojo izquierdo sobresalía de su
cuenca, hinchado con lo que podría haber sido sangre. El ciervo se estremeció,
sangre derramada de la herida en su cuello. Levantándose sobre sus patas traseras,
echó la cabeza hacia atrás y gritó. Pero a medida que su boca se abrió más y más,
se partió por completo, la barbilla y la mandíbula y Dios Santo, incluso su garganta
se desplegó como los pétalos de una flor horrible para formar unas fauces horribles
y llenas de dientes. Y su grito…
»Su grito era el de una chica. De una chica humana.
»Saqué a Ashdrinker, bramando sobre ese aullido impío.
»—¡Dispara de nuevo!
»El trovador disparó, un disparo perfecto, la flecha clavándose en ese ojo
hinchado y lo rompió como una ampolla. Pero la bestia sólo bajó la cabeza y cargó
con la corona de astas como una cuchillada hacia nosotros. Saoirse levantó a
Bondad y Jezabel se encabritó horrorizada y Rafa y Chloe cayeron de su silla. Rugí
de advertencia cuando la bestia se acercó, ese horrible grito llenando mis oídos.
Me había enfrentado a los horrores de la oscuridad antes, pero nada de este tipo, y
la verdad, no tenía idea de cómo matarlo. Pero en un destello rojo sangre, una
mancha de colmillos y garras salió volando del matorral podrido como una lanza,
hasta el lomo del ciervo que cargaba.
»El peso de Phoebe hizo que la bestia se tambaleara, el ciervo gritó más
fuerte cuando los colmillos de la leona se hundieron en la base de su cráneo. La
bestia viró hacia un lado, chocando con un roble retorcido, el grito de esa chica
aumentó en tono cuando Phoebe mordió más fuerte, temblando, temblando, 403
mientras abatía a su presa, y con un giro final de su cabeza, rompió el cuello del
ciervo limpiamente. La cosa se agitó un momento más, las piernas pateando
débilmente mientras hacía gárgaras en su extremo.
»Y luego, se quedó quieto.
»Phoebe negó con la cabeza, la leona tosió y trató de escupir, como si la
sangre de la bestia tuviera un sabor asqueroso. Chloe se incorporó, estremecida,
con los ojos fijos en el horror caído.
»—Gran jodido Redentor.
»—Blasfemia —coreamos todos.
»Nos quedamos parados alrededor del ciervo caído, silenciosos y
horrorizados. De cerca, vi que los crecimientos cubrían gran parte de su cuerpo; su
piel de sable en realidad era más como musgo. Esas pústulas se extendían por su
piel y olía a hojas enmohecidas, con un hedor más profundo, no muy diferente al
de los condenados. Un perfume de muerte y podredumbre.
»—Ishaedh —murmuró Saoirse—. La Plaga.
»—¿Has visto esto antes? —pregunté, sosteniendo mi estómago con
calambres.
»—En mis sueños —respondió la cazadora, mirando a su alrededor—. Nada
tan malo aquí abajo. Pero allá arriba, en la zona norte, cerca de las Tierras Altas y
en los viejos bosques del mundo, la Ruina domina siniestramente. Fiáin y fae, rama
y rama, todo corrompido. Y siempre crece.
»—¿Y esta Plaga … empezó con la muerte de los días?
»Me miró de reojo.
»—¿Por qué te importa, santo de plata?
»—¿Por qué a ti?
»—Porque estoy obligada a hacerlo. Por sangre y aliento, Madres y Lunas.
»Asentí, entendiendo por fin por qué esta cazadora pagana estaba
arrastrando su trasero con un grupo de seguidores de la Fe Única y un supuesto
descendiente del mismísimo Redentor.
»—A geas.
»—Sí. —Saoirse trazó los tatuajes en su rostro—. Mi juramento es poner
fin a la Plaga, por el espíritu de Rígan-Mor y las Todas las Madres, tallado en mi
propia sangre lunar sobre mi piel sagrada. Y hasta que mi voto se cumpla, ningún
hombre puede matarme. Y ningún diablo se atreverá a intentarlo.
404
»Miré a Dior, el chico acariciando y arrullando a Jez para calmarla.
»—¿Y supongo que el pequeño lord Palo-en-el-culo es el secreto para
acabar con esta Plaga?
»Saoirse se arrancó una trenza de los ojos, todavía con el ceño fruncido.
»—Los muertos se levantarán, y las estrellas caerán;
Hasta arruinarlo todo los bosques se pudrirán.
Los leones rugirán y los ángeles llorarán;
Manos pecadoras nuestros secretos guardarán.
Hasta que el corazón de Dios el ojo del cielo ilumine,
De la sangre más roja será que el cielo más azul termine.
»Negué con la cabeza y suspiré.
»—Siempre un maldito poema, ¿no es así?
»Rafa se había levantado del suelo, sacudiéndose la nieve de sus pieles. Era
un hombre santo, un creyente que no soportaba la impiedad. Aun así, también era
un erudito, con toda la sabiduría de un erudito ardiendo en esos ojos oscuros.
»—¿Ves, santo de plata? Incluso aquellos que adoran la fe falsa creen que
podemos acabar con esta oscuridad. Estas profecías están escritas en los huesos de
este mundo. Palabras de poder. Palabras de verdad. Cuando el sol brille en el cielo
una vez más, todo este sufrimiento terminará.
»—Y Dior es la clave —dijo Chloe, apretando la mano del niño.
»Miré al ciervo infectado a nuestros pies. El sueño del venado asado fue
abandonado hace mucho tiempo, y solo quedaba un leve horror, acompañado de la
sed en mis venas. Quizás esta Plaga era la razón por la que ningún condenado
entraba en estos bosques. Tal vez porque la gente ya no venía aquí, no había presas
que cazar para los sangre fría. Cualquiera que fuera la razón, el dolor en mí se
estaba extendiendo como un veneno ardiente. Cuando miré a Chloe, mis ojos no
pudieron evitar desviarse hacia las arterias que palpitaban rápidamente debajo de
la línea de su mandíbula. Cuando Bellamy se paró detrás de mí, no pude evitar
escuchar la canción de su corazón, resonando bajo su respiración ronca.
»Mis dientes estaban afilados contra mi lengua. Mi garganta, cenicienta.
»—Salgamos de este jodido bosque.
»Seguimos caminando, sin atrevernos a buscar más comida. Encendíamos
un fuego, maldita sea la baliza, y dormíamos solo unas pocas horas por noche,
todos desconcertados. La oscuridad estaba llena de susurros, el sonido de pies
suaves. Phoebe nunca vagaba muy lejos, y no tuve el valor de contarles a los demás 405
sobre las siluetas que vi arrastrándose por los bordes de nuestra luz de la hoguera.
Pero aunque nos siguieron, observaron, nada realmente se movió sobre nosotros.
Éramos unos intrusos aquí, no éramos bienvenidos, pero el Bosque de las Penas
parecía contento con dejarnos marchar. Racioné mi sanctus, manteniéndome justo
por encima del precipicio, mi estado de ánimo se agriaba más cada día.
»—Esas arañas tienen manos humanas.
»—Cállate la boca, Bouchette.
»—Ese árbol… su cara se parece a… la de mi madre.
»—Cierra. La. Jodida. Boca. Bouchette.
»—¿Soy yo, o son las plumas de ese pájaro… lenguas diminutas?
»—¡CÁLLATE LA PUTA, BOUCHETTE!
»Sobre Jezabel, inclinado contra el frío, el padre Rafa suspiró.
»—El Libro de los Votos dice que no somos hechos más por el Dios que
está por encima de nosotros, sino por los amigos que están a nuestro lado. Sin
embargo, en este caso, Bellamy, debo estar de acuerdo con nuestro buen caballero.
Por favor, por el amor de Dios, cállate.
»El bosque a nuestro alrededor se hizo más profundo, la extrañeza con él, y
después de quince días nuestros temperamentos se deshilacharon en un solo hilo.
Casi nos habíamos quedado sin comida y me quedaba mi último hilo de sanctus,
solo unas pocas manchas de sangre oscura en el fondo de mi vial. Pero finalmente,
emergimos del pozo a una tundra cubierta de nieve, un largo plano ondulado de
color gris ante nosotros. Phoebe saltó por la nieve como un cachorro lleno de
alegría. Rafa apretó la rueda y volvió los ojos hacia el cielo. Dior solo suspiró.
»—Si nunca veo otro árbol en mi maldita vida, moriré feliz.
»Hacia el sur, se podía ver vagamente el río Dílaenn, una delgada franja
plateada en el gris del mediodía. Y en la distancia por delante, vimos una vista que
dio a luz un suspiro colectivo de alivio. Una serie de colinas, una vez campos de
cebada, ahora cubiertos de matorrales de papa. Un largo camino serpenteaba hasta
un alto pico, y encima de él, como la Dama Laerd de todos los alrededores, estaba
nuestro objetivo.
»Eran muros altos y buena piedra. Eran puertas robustas y civilización. Era
comida. Era fuego. Era licor. Era un santuario.
»—Al fin.
»Rafa sonrió e hizo la señal de la rueda.
»—San Guillaume.
406
»San Guillaume era un monasterio, pero aun así pasaría por una fortaleza
en caso de apuro.
»La estructura coronaba una pendiente empinada, inexpugnable salvo por
el camino estrecho que serpenteaba hasta sus muros. A ambos lados, el suelo
descendía en escarpados acantilados, el río Dílaenn separándose del Volta en la
bifurcación y fluyendo hacia el mar. Las paredes eran de piedra caliza pálida,
almenas cubiertas de nieve gris. Los agujeros del asesinato parecían ojos oscuros
en el ascenso debajo. Según parece, alrededor de las paredes había un mar de
chozas y tiendas de campaña: gente común buscando refugio a la sombra del
monasterio. San Guillaume se alzaba, silencioso e imperial, un monolito de la
majestad de Dios en este desierto.
»Pero lo supe, tan pronto como capté el olor en el viento…
»—Algo anda mal —murmuró Rafa.
»Aceleramos nuestro paso, el dolor en mi vientre y en la parte posterior de
mis ojos empeorando a medida que el olor a sangre rancia se espesó. Al acercarme,
vi que esas tiendas y casuchas estaban vacías, y formas oscuras colgaban de las
paredes: ruedas de carromatos atadas a las almenas con cadenas de hierro. Sobre 407
ellas, clavados boca abajo para que sus almas fueran conducidas hacia el infierno,
colgaban los cuerpos de una docena de hombres con las mismas túnicas pálidas
que vestía el viejo Rafa.
»Los cantos de grises cuervos gordos colgando en el viento con el hedor de
la muerte. El sacerdote respiró hondo, sus ojos llenándose de lágrimas.
»—¿Qué perversidad es esta?
»—Gabe… —susurró Chloe, sacando su acero plateado.
»Saqué a Ashdrinker de su vaina, mi agarre fuerte.
»Hay siete cuartos de s-sangre en un hombre adulto, ¿sabías eso?
»—Lo sabía —murmuré.
»Aunque, supongo que depende si se utiliza el cuarto Elidaen o N-n-
nordlund. El comúnmente aceptado.
»—Ash —gruñí—. Mantén los ojos abiertos, ¿eh?
»… no tengo ojos, susurró.
»Eché un vistazo a Saoirse a medida que se quitaba a Bondad de la espalda.
Phoebe era una sombra ensangrentada a su lado, los pelos de la leona erizándose
cuando nos acercábamos a las puertas. Eran anchas, revestidas de hierro, talladas
con el círculo de la rueda. Pero se abrieron con un crujido ante mi toque, y la
cazadora y yo intercambiamos una mirada sombría.
»—Rafa, Chloe —dije—. Quédense aquí con Dior.
»Phoebe entró a trompicones, el silencio mismo, Saoirse y yo la seguimos
con Bellamy detrás. Al entrar en un patio amplio que estaba tan silencioso como
una tumba, pude saborear el hollín, la podredumbre, y alcohol fuerte. Los edificios
se elevaban a ambos lados de nosotros; las bóvedas de arco de una biblioteca al
oeste, dormitorios y destilería al este. Más adelante, el patio se abría a un amplio
jardín redondo, ahora cubierto de nieve y silencioso. El gran círculo de una catedral
se erguía en el centro de este, todo piedra caliza y vidrieras estrechas. Mosaicos
preciosos que representan la vida de los Mártires se encontraban en la piedra a
nuestros pies. Pero ahora estaban manchados: sangre vieja empapaban las
baldosas.
»¿Un monasterio, preguntó Ashdrinker, o un mausoleo?
»Más cuerpos. Docenas y docenas, la mayoría vestidos con túnicas de
monje. Habían estado muertos más o menos una semana a juzgar por la apariencia,
y los dejaron pudrirse donde cayeron. El suelo estaba lleno de ratas, regordetas y
de ojos negros. Los cuervos se posaban sobre los cuerpos, picoteando tesoros en
troves medio congelados. Había más hombres colgados en las paredes de aquí, 408
invertidos como esos pobres bastardos en las almenas.
»—Herreros —informó Bellamy, arrodillándose junto a uno de los cuerpos.
»—Los hombres de las paredes parecen desollados hasta los huesos. —
Escupí el sabor de la muerte en mi lengua, me dolía el estómago—. Torturados y
dejados para desangrarse.
»—Gabriel, ¿qué en el nombre de Dios pasó aquí?
»—Una masacre…
»—Santo de plata.
»Miré a Saoirse, de pie en las almenas sobre las puertas. La cazadora estaba
señalando los cuerpos y las manchas de sangre en el suelo del patio. No fue hasta
que subí las escaleras junto a la puerta de entrada que comprendí lo que vio. Desde
el suelo, parecía una carnicería simple, pero desde lo alto, había un método para
esta locura. Con el estómago revuelto, me di cuenta de que los cadáveres estaban
dispuestos en un patrón: una firma sombría en carne muerta.
»Flor y mayal, mayal y f-f-flor.
»Asentí.
»—Naél, Ángel de la Dicha.
»—Este es el trabajo de la Santa Inquisición —susurró Bellamy.
»—Oh, querido Dios…
»Miré hacia abajo al gemido, vi al viejo Rafa en la puerta de entrada, su piel
oscura palidecida por el dolor. Se tambaleó en el patio, sosteniendo la rueda en su
garganta con tanta fuerza que pensé que la plata se doblaría.
»—Oh Padre Celestial, ¿qué diablos es esto?
»Corrió hacia el cadáver más cercano, las ratas dispersándose. Cayendo de
rodillas, lo giró suavemente, y un largo gemido estremecedor se deslizó por sus
labios.
»—Ohhhhhhhh, no. ¿Alfonse…? —Se volvió hacia otro cuerpo, solo un
niño por el aspecto, y el rostro de Rafa se arrugó como una pergamino viejo en un
puño apretado—. ¿Jamal? ¡Jamal!
»Agarró el cuerpo, pudriéndose y colgando en sus brazos.
»—¿Qué es esto? ¿QUÉ LOCURA ES ESTA?
»—¡Rafa! —Chloe corrió junto al anciano, horrorizada. El sacerdote la
aferró, con saliva en sus labios cuando comenzó a deshacerse en sus costuras—.
Oh, Rafa, Rafa… 409
»—Ch-chloe, e-este es Jamal. Él… escribe poesía. É-él… oh, Dios… oh
Dios…
»Dior estaba de pie en las puertas, con la manga presionada contra sus
labios. Un viento amargo soplaba desde el valle de abajo, la levita mágica del chico
ondeando a su alrededor cuando me miró a los ojos. Y él lo supo tan seguro como
yo. Tan seguro como debe ponerse el sol oscuro hundiéndose hacia el horizonte.
Todas las personas de este monasterio habían sido masacradas. Y de alguna
manera, de alguna forma…
»—Esto es por mí —susurró.
»La cazadora tomó la mano llena de cicatrices del chico.
»—No digas eso, florecita. —Y cuando Dior miró a Saoirse a los ojos, vi
lágrimas en sus pestañas con una verdad que nadie podía negar.
»—Saoirse —murmuré—. Quédate aquí y vigila a los demás. Buscaré
sobrevivientes.
»Rafa empezó a aullar, con profundos sollozos animales. Compartí una
mirada con Chloe a medida que apretaba al anciano contra su pecho,
tranquilizándolo y meciéndolo como lo haría una madre. La atrocidad de todo
estaba grabada en sus ojos inyectados en sangre y rebosantes de lágrimas, y mi
mandíbula se apretó cuando levanté a Ashdrinker y entré a la biblioteca.
»La puerta estaba completamente chamuscada, humo viejo en el aire. Las
cenizas bailaban sobre mis botas, las ventanas ennegrecidas por el hollín. Mi
corazón dio un vuelco, una parte de mí sufriendo más que al ver a esos hombres
asesinados. La espada en mi mano susurró, acerada y llena de dolor.
»Blasfemia…
»Libros. Miles de libros. Códices de latón y cubiertas en cuero. Rollos de
pergamino y tomos de pergamino, cada uno iluminado por manos amorosas. Y
habían sido arrojados como escoria al suelo de la biblioteca, y allí, incendiados.
Cada uno de ellos. Quemado hasta las malditas cenizas.
»Me arrodillé junto a la pila carbonizada, hojeando las páginas arruinadas.
El conocimiento de genios, santos y paganos, miles de verdades y miles de
mentiras, cada una de ellas una historia que valía la pena contar. Y ahora, no eran
más que hollín en mi boca mientras susurraba.
»—Una vida sin libros es una vida no vivida.
»Buscando en los otros edificios, solo encontré cadáveres y restos de vidas
deshechos. Platos con comidas a medio terminar. Una corona de flores
parcialmente tejida en la celda de un monje, que nunca se completará. Salí
penosamente de la catedral vacía, mi sed apuñalando el olor implacable a sangre
vieja y desperdiciada. Fuentes talladas a semejanza de ángeles derramaban agua 410
salobre en estanques largos. Más allá de la catedral, un muro alto corría a lo largo
de los labios de los acantilados. Más allá, un salto aguardaba, tal vez unos
cincuenta metros, hasta los ríos espumosos de abajo.
»Rafa se paraba en la cima, mirando hacia esas grises aguas heladas.
»A medida que caminaba hacia las almenas junto a él, el anciano sacerdote
me miró a los ojos. Agarró la rueda que colgaba de su cuello, frotando la plata
entre sus dedos. Su rostro estaba angustiado, las mejillas empapadas de lágrimas.
No dije una palabra. No tenía ninguna en mí para un horror como este.
»Y entonces… música.
»Comenzó suave al principio. Algunas notas resonando en la piedra
ensangrentada. Pero los acordes se deslizaron juntos en un compás, y el compás se
entrelazó en una melodía, y pronto, me quedé en silencio y asombrado mientras
ese puñado de notas llegaba a la quietud terrible y la llenaba.
»El joven Bellamy estaba sentado en el muro, tocando su laúd.
»Pero no solo una canción. Un hechizo. Comenzó en la espiral de un
estribillo melancólico, pero terminó estremeciéndome por toda la piel y soltando
las anclas de todo mi corazón. Era una canción como nunca había escuchado, una
canción que podría hacer llorar a las piedras y que el viento dejara de suspirar por
temor a perderse un delicado momento enfermizo. Era dolorosa y anhelante, plena
y esperanzada, cada oleaje y cambio arrastrándote más alto a medida que hablaba,
sin lengua humana o con una forma tan débil como las palabras, una verdad
incalculable. Un círculo dulce de dolor, como la media luna blanca perla de las
alas de un ángel, curvándose hacia arriba hacia el crescendo y luego hacia abajo,
suave y más suave, de regreso a esas mismas pocas notas cálidas como brasas que
comenzaron todo. Susurraba al borde de la audición, y presionaba labios sutiles
como la seda contra tu frente dolorida y te decía que aunque todas las cosas deben
tener su fin, también debe terminar la oscuridad, y aquí, ahora, en este momento
brillante y bendito, tú estabas vivo y respirando.
»Bellamy tocó un acorde final, como la calidez de un beso prolongándose
después de que los labios han abandonado los tuyos. Y bajó la cabeza y se quedó
quieto. Chloe se sentó con la cara vuelta hacia arriba, llorando. Rafa y yo habíamos
seguido la canción de regreso al patio, extasiados, Dior secándose las pestañas con
la manga. Incluso Saoirse estaba secándose los ojos. Y alcanzando mis mejillas,
me sorprendió encontrarlas mojadas. Pero de alguna manera, sin tristeza en mi
corazón.
»—Siete Mártires… —suspiré.
»—Eso fue… hermoso, Bellamy —susurró Chloe.
411
»—Merci, sœur Sauvage.
»—¿Tiene un nombre?
»Los dedos de Bellamy se arrastraron a lo largo de su collar plateado,
deteniéndose en la sexta de las notas musicales colgadas en él.
»—Un trovador debe escribir siete canciones para ser considerado un
maestro por sus compañeros del Opus Grande. Siete canciones a través de las
cuales podrían hablar la verdad del mundo. Esa fue mi sexta. Dolor y Consuelo.
»Negué con la cabeza, mirando a Bellamy con ojos nuevos.
»—¿Y tu séptima?
»El joven sonrió, guardando su laúd delicadamente.
»—Aún no la he encontrado, santo de plata. Por eso dejé a mi Augustin, y
a mi divina emperatriz. Para cantar la verdad del mundo, primero debo verla. Y
cuando encuentre esa canción, volveré a sus brazos.
»Entonces se hizo un silencio extraño. Azotado por el viento, pero de alguna
manera cálido. Y en él, Dior pronunció la pregunta que estaba ardiendo en la mente
de todos.
»—Ahora, ¿qué vamos a hacer?
»Chloe y Bellamy me miraron. Rafa seguía mirando la carnicería que nos
rodeaba.
»—No hay caballos en los establos —suspiré—. Pero aún hay algo de
comida intacta en el refectorio. Vodka en la destilería. Las cosas se verán menos
oscuras con algo caliente en nuestros estómagos. —Miré a Chloe—. ¿Quizás tú y
Dior podrían ayudar a Rafa a preparar la comida, hermana?
»Chloe me miró a los ojos y asintió.
»—Manos ocupadas, mentes ocupadas.
»Caminó a través de la carnicería hacia Rafa, inmóvil y en silencio.
Tomando del brazo al anciano sacerdote, murmuró, y él parpadeó como si
recordara dónde estaba, dejándose llevar, más allá de las puertas arqueadas de
roble y fuera de la vista. Bellamy bajó de los muros. Saoirse se unió a mí cuando
Phoebe salió de las puertas como humo.
»Me até el cuello alrededor de la cara, miré del trovador a la cazadora.
»—Vamos a quemarlos.

412
»El hedor a carne quemada se sintió espeso en mi lengua. Pusimos los
cuerpos en llamas a unos cientos de metros colina abajo, mientras el humo
elevándose hacia el cielo formó una nieve cada vez más espesa. Estaba arrojando
al último de ellos a la pira (un niño, tal vez de doce años) cuando Phoebe regresó
saltando por el camino.
»El sol aún no se había puesto; pero la leona se movió como un borrón sutil
a través de las sombras largas, puro ojos dorados y pelaje rojo óxido. Saoirse se
arrodilló en la nieve cuando la bestia se acercó a ella y dio vueltas una vez,
gruñendo, azotando la cola de un lado a otro.
»Los ojos de la cazadora se entrecerraron, y me miró de inmediato.
»—Se acerca la lucha.
»—¿Danton?
»Sacudió la cabeza, quitándose el hacha de la espalda.
»—La otra.
»Miré colina abajo, con la mandíbula apretada cuando vi una mancha leve
de color rojo sangre acechando hacia nosotros a través del gris cayendo. 413
»—El monasterio es tierra santa. Regresen adentro, ambos. Ahora. —Miré
a Saoirse, y le dediqué una sonrisa pequeña—. Por favorcito, con todo y azúcar
encima.
»La cazadora resopló, y nos retiramos a través de las puertas. Bellamy
estaba en las almenas con un cebo empapado cargado en su ballesta y un barril
ardiendo a su lado. Esperé con Saoirse al otro lado de las puertas abiertas, armado
y listo.
»Los cadáveres se habían ido, pero el olor persistía, las ansias de sangre con
sus garras profundas en la parte posterior de mi garganta. La sed era ahora un dolor
constante, mis colmillos sobresaliendo aún más en mis encías. Pero hice a un lado
los pensamientos de sangre lo mejor que pude, viendo cómo esa figura se acercaba
como un lobo a un ciervo herido, hasta que se detuvo a unas pocas docenas de
metros de los muros.
»La sangre noble estaba en la luz moribunda, haces de un opaco azul
medianoche partían alrededor de su cara, corriendo hasta su cintura. Llevaba su
levita roja larga y cueros negros ajustados, una camisa de seda abierta sobre su
pecho pálido. Su rostro estaba oscurecido por esa máscara de porcelana, labios
negros y oscuras pestañas delineadas. Era delgada, alta: solo una sirvienta cuando
fue asesinada. Pero sus ojos estaban blanqueados con el tiempo: los ojos de una
cosa muerta, sin luz ni vida. Mirando a Bellamy en la pared de arriba, Saoirse y yo
esperando justo más allá del umbral, se quitó el dobladillo de su levita y dio una
reverencia formal, extrañamente masculina, como la nobleza en la corte. Su voz
sonó suave como sombras, estropeada por ese ceceo ligero.
»—Buenas noches, monsssieur, madeimossselle, chevalier.
»Miré hacia el sol en el horizonte todavía cálido.
»—Aún no, no lo es.
»La vampiresa miró más allá de mí hacia los edificios de detrás.
»—¿Dónde essstá el niño?
»—Perra, tienes bolas. Llegar a tierra santa con el sol todavía en alto.
»—El que viene detrásss de nosotros no será tan cortésss como para
preguntar. Pero nos repetiremosss una vezzz. —Esos ojos pálidos se fijaron en los
míos—. ¿Dónde essstá el niño?
»Phoebe enseñó los dientes en un gruñido suave mientras Saoirse apoyaba
a Bondad en su hombro.
»—Te reto a que cruces ese umbral para buscarlo, sanguijuela. 414
»La vampiresa no parpadeó. Pero mis ojos ahora estaban fijos en la espada
que tenía en la mano. El arma era suavemente curvada, larga, elegante como su
dueña. Cuando la vi en la oscuridad junto a la torre de vigilancia cerca de Ūmdir,
pensé que la hoja simplemente estaba empapada de rojo con la sangre de los
condenados que había matado. Pero ahora, con los huesos ardiendo y la lengua
reseca, me di cuenta de que la espada no solo estaba empapada en sangre. Estaba
hecha de sangre.
»Su sangre.
»—¿Quién eres tú? —exigí.
»La vampiresa volvió a inclinarse, esta vez más profundamente.
»—Puedes llamarnosss Liathe.
En lo alto de una torre solitaria, una pluma rasgando rápidamente se quedó
inmóvil de repente. El último santo de plata apuró su copa hasta el fondo cuando
el historiador de Margot Chastain, Primera y Última de Su Nombre, Emperatriz
Inmortal de Lobos y Hombres, parpadeó una vez. La voz de Jean-François siguió
siendo dulce como el humo, pero una furia hirvió bajo sus tonos melosos.
—Liathe.
Gabriel se inclinó hacia delante para volver a llenar su copa.
—Oui.
—De León, sabía que eras un tonto. Aun así, me aturde saber que me llamas
sanguijuela cuando has estado en compañía de la reina de ellas. Pensar que…
—Cuidado, sangre fría. Quieres la verdad de este cuento, mejor déjame
contarlo. Lo que sabes y lo que crees que sabes son dos bestias totalmente
diferentes.
El vampiro frunció el ceño.
—Como gustes.
Gabriel levantó su copa.
—Qué horriblemente generoso de tu parte.
»—Puedes llamarnosss Liathe —dijo la vampiresa, inclinándose—.
Aunque sospechamos que te importa menosss Quién y más Qué, y no tenemos
tiempo ni sssiquiera para una cosa tan pequeña como el Por qué. Danton Vosss
está a escasas horas detrás de nosotros. Te ha estado siguiendo desde el Dílaenn, y
todosss los asquerosos sangres sucias en kilómetros han sido reunidosss bajo su
estandarte pálido. Y cuando llegue, al borde de la noche, la Bessstia los asesinará
a todos y tomará la copa en nombre de su padre. El niño solo tiene una única 415
oportunidad de sssobrevivir. —Liathe peinó un largo mechón negro de unos ojos
incoloros—. Con nosssotros.
»Saoirse se burló.
»—Estás tan preocupada por el bienestar de Dior, ¿verdad?
»—Hemos vigilado tus passsos durante semanas. La cohorte de un
inquisidor de Sul Ilham aplastada por nuestra mano. Otra por De León. La maldita
banda que cometió la carnicería sobre la que están paradosss nos ha eludido, pero
desssde que la noticia del alboroto que causssaste en Lashaame llegó a la Torre de
las Lágrimasss, toda la Inquisición se ha enfrentado a tu pequeña compañía. —
Inclinó la cabeza y entrecerró los ojos detrás de la máscara—. ¿Por qué crees que
no hasss visto ni piel ni pelo de ellos?
»Sorbí fuerte, escupí grueso.
»—Sanguijuela, puedo oler tu mierda desde aquí.
»—Tenemos la eternidad. —La sangre fría suspiró, echándose el pañuelo
de seda por encima del hombro—. Y, sin embargo, ni un momento másss que
perder en tonterías como essstas.
»—Bueno, te invitaría a entrar. Pero es tierra santa y todo eso…
»—¿La Ley Quinta? —arrastró las palabras.
»Asentí con los colmillos desplegados.
»—Incluso los Muertos tienen leyes.
»Con la espada ensangrentada en mano y una levita roja sangre flotando a
su alrededor, la vampiresa se acercó lentamente a las puertas de San Guillaume. Y
a pesar de saber que esta perra no podía entrar, aún saqué a Ashdrinker de su vaina
con un crujiente tintineo de metal afilado como una navaja. Los ojos del monstruo
se posaron en el oscuro acero estelar, el borde irregular donde la punta de la hoja
se había soltado.
»Gabriel, nunca te fíes de una mujer que oculta su c-cara.
»—Nunca confundas un monstruo con una mujer, Ash.
»Sí. C-cuidado con esta.
»No necesitaba ninguna advertencia, eso era seguro. Podía sentir el poder
en esta cosa, esa espada sangrienta y la magia oscura que la había hecho. Preguntas
para las que no tenía respuesta susurraban en el fondo de mi mente. Pero sin
importar la edad, sin importar la potencia, ningún sangre fría podría poner un pie
en tierra santificada. Tal era la ley del mismo Dios Todopoderoso.
»Liathe llevó las puntas de sus botas hasta la rodilla hasta el umbral del
monasterio. Miró a su alrededor, sus ojos recorriendo a lo largo y ancho de las 416
puertas. El viento helado sopló un mechón de color azul medianoche a través de
su máscara, y se lo pasó por detrás de la oreja.
»Y entonces, cruzó el umbral.
»—¿Qué carajo? —susurré.
»Brujería… susurró Ashdrinker.
»Miré a la hoja en la mano del monstruo. Esas preguntas sin respuesta
resonando más fuerte en mi cabeza. Y le di una voz, mis ojos en la vampiresa a
medida que susurraba:
»—… ¿Sanguimancia?
»—Tan sobrepasssado. —Liathe me miró con algo cercano a la lástima—.
Esss una maravilla que aún puedasss respirar, Gabriel…
»Saoirse levantó su hacha preciosa, y Bellamy encendió la flecha cargada
en su ballesta, Phoebe gruñó mientras rodeaba el flanco de la vampiresa. Liathe
parecía completamente impertérrita por cualquiera de nosotros, mirando en cambio
a las puertas del refectorio detrás de la cual Dior estaba escondido.
»—Juegas un juego que no puedes ganar —nos dijo Liathe, suave y
venenosa—. Tráenos ahora al niño, y permitiremos que el res…
»La vampiresa dio un paso atrás cuando Saoirse balanceó su hacha, la hoja
rozando apenas un vello en su barbilla. Silenciosa, veloz, Liathe esquivó a Phoebe,
las garras de la leona atrapando ese abrigo rojo sangre y destrozándolo como papel.
Grité en advertencia cuando la vampiresa contraatacó, su espada sangrienta
dirigiéndose a la garganta de Saoirse. La chica levantó su hacha para bloquear,
pero la espada de la vampiresa simplemente fluyó alrededor de la guardia de la
chica como líquido y se volvió a formar en el otro lado, dejando una pizca de
sangre en el mango a medida que siguió cortando directamente hacia el cuello de
Saoirse.
»Los ojos de la chica se abrieron del todo, se inclinó hacia atrás, esa hoja
ensangrentada rebanando dos de sus trenzas con la misma pulcritud que una navaja
de afeitar. Saoirse, demasiado estirada, chilló cuando la bota de la vampiresa se
estrelló como un trueno, justo entre sus piernas, haciéndola caer sobre las baldosas
manchadas de sangre.
»Bellamy disparó, pero Liathe cortó la flecha ardiente en el aire. Ashdrinker
siseó y la vampiresa se balanceó, Phoebe saltando de nuevo a sus piernas. El
monstruo se movió, sinuosa y rápida, rodando a un lado y volviendo a ponerse de
pie a medida que esa espada carmesí destellaba hacia mi pecho. Pero levanté a
Ashdrinker, la sangre y la hoja resonando como acero cuando bloqueé su golpe.
»Vaya, vaya, susurró Ash.
417
»Capté un destello de sorpresa en los ojos de la sangre fría. Su espada había
fluido alrededor del hacha de Saoirse como agua, pero Ashdrinker la había
detenido en seco. Y la perra presumida se tambaleó cuando mi respuesta la alcanzó
justo en la mejilla de esa máscara pintada.
»La porcelana se hizo añicos, la sangre fría retrocediendo velozmente, el
abrigo fluyendo sobre su cuerpo esbelto como humo. Su máscara se había roto,
solo sus ojos aún estaban cubiertos, y miré con horror la cosa debajo.
»La piel de la mitad inferior de su rostro había desaparecido. No tenía labio
inferior; dientes afilados asentados en encías azul grisáceas, carne destrozada
adhiriéndose a huesos pálidos. Debajo de su bufanda de seda, podía ver los
músculos de su cuello expuestos. Era como si alguien le hubiera agarrado un
puñado de la garganta y le hubiera arrancado la carne en una larga tira, arriba y por
encima de su barbilla. Vi la furia romper a través del hielo de sus ojos mientras
miraba la máscara rota en la piedra a sus pies.
»—Cómo te atreves… —gruñó.
»Bellamy disparó otra flecha ardiente, y la vampiresa se movió una vez más
como agua alrededor de una piedra lisa de río. Liathe se llevó la muñeca a la boca,
sus colmillos perforando su piel de mármol. La sangre brotó de la herida, brillante
y hermosa cuando la vampiresa movió su muñeca y pronunció una palabra,
invertida, vibrando con poder. Y ante mis ojos asombrados, esa esclusa de color
rojo rubí se transformó en un largo mayal, tan sólido como la espada ensangrentada
que todavía llevaba. El olor se apoderó de mi vientre dolorido; mi hambre se
disparó mientras Liathe hablaba.
»—Debiste haberte limitado a perseguir…
»Phoebe rugió y se abalanzó sobre el pecho de la sangre noble, pero Liathe
fue más rápida, girando bajo otro disparo ardiente de Bellamy y arremetiendo
contra mí. Me defendí de media docena de golpes de espada (ingle, pecho,
garganta), pero ese látigo carmesí me atrapó en el antebrazo y sentí que me derribó,
me arrojó por el patio y hacía polvo una fuente. Aún envuelto, rugí cuando me
arrojó de nuevo, hacia el suelo, mis dientes repiqueteando en mi cráneo a medida
que rompía el mosaico debajo de mí.
»—¡Maldita sea, dispárale, Bouchette!
»El trovador disparó nuevamente, esta vez lo suficientemente cerca que el
disparo llameante atravesó un largo mechón de cabello medianoche.
»—¡Maldita sea, es demasiado rápida!
»¡Libérate, m-maldito tonto!
»Ataqué con Ashdrinker, cortando el mayal ensangrentado en una lluvia de 418
cenizas. La sangre noble me envió navegando hacia atrás, estrellas negras
estallando cuando golpeé la pared y me estrellé contra el suelo. Liathe esquivó otro
disparo llameante, esa cara sin piel gruñendo cuando Phoebe finalmente hundió
sus garras. La leona hizo cortes largos a través de los cueros del sangre fría, la
carne se desgarró debajo, y Liathe devolvió el golpe con el puño, azotando la
cabeza de Phoebe contra la piedra. El gato grande se dobló, gimiendo, la vampiresa
levantó su espada de sangre, la boca de Saoirse se abrió en un grito:
»—¡PHOEBE, MUÉVETE! —Mientras la hoja se deslizaba hacia abajo
como la mano ensangrentada de…
»—D-d-diosssss —jadeó Liathe sin aliento, tambaleándose hacia atrás.
»La vampiresa miró desconcertada el metro y medio de metal estelar
sobresaliendo de su pecho. Ashdrinker se estremeció, temblando por la fuerza que
había puesto detrás del lanzamiento, lo suficiente como para romper las costillas
del monstruo y estallar por su espalda. La carne de Liathe chisporroteó como una
salchicha en una sartén y se tambaleó, su propia hoja ensangrentada resbalando de
sus dedos y chapoteando en un largo charco carmesí en el suelo.
»Me miró, tambaleándose ahora sobre mis pies.
»—T-tú…
»Liathe gimió, sus manos humeantes mientras las cerraba sobre la
empuñadura de Ashdrinker y sacaba la espada de su pecho ennegrecido. Dejó que
mi espada cayera sobre la piedra con un sonido metálico brillante, sus dedos
quemados hasta convertirse en ramitas de carbón, sus ojos muertos hirviendo a
medida que escupía cenizas.
»—Deberíamosss matarte p-por eso, desagradecido…
»—¡Conozcan mi nombre, pecadores, y tiemblen! —llegó un grito feroz—
. ¡Porque he venido a ustedes como león entre corderos!
»Una luz plateada entró en el patio, y Liathe se estremeció como si la
hubieran abofeteado en la cara mutilada, con las manos carbonizadas sobre los
ojos. Al volverme, vi a Chloe y Rafa ambos acechando por la piedra, la hermana
blandiendo su espada de acero plateado, el sacerdote sosteniendo su rueda,
ardiendo con una luz que era casi cegadora.
»—¡Deja este lugar sagrado! —gritó Chloe, levantando su espada con
ambos puños.
»Liathe escupió a través de los colmillos desnudos.
»—Miserables tontosss, sabe…
»—En el nombre de Dios y de la bendita Madre Doncella —rugió Rafa—, 419
¡Te digo márchate!
»La vampiresa siseó a la orden del sacerdote, alejándose de esa luz
abrasadora. Su pecho estaba abierto de par en par, la máscara hecha añicos, las
costillas y las manos aún ardiendo por el beso de Ashdrinker. Rafa volvió a gritar:
»—¡Dije MÁRCHATE, diablo! —Empuñando su rueda como una espada.
Y al igual que cuando habíamos luchado en la torre de vigilancia, el cuerpo de
Liathe pareció temblar, explotando en mil polillas rojo sangre, ahora zumbando y
girando hacia las nieves pálidas.
»Me doblé en dos, escupiendo sangre. Y a medida que observaba, esa
tormenta de alas diminutas se elevó a través de la débil luz del sol y se dispersó en
la penumbra.
»Phoebe se puso de pie con patas inestables, la leona sacudiéndose desde la
cabeza hasta la cola y resoplando sangre. Dior cruzó a toda velocidad el patio y se
detuvo junto a Saoirse.
»—¿Saoirse? —preguntó el chico, agarrando su mano—. ¿Estás bien?
»—La p-perra… me pateó… e-en el c-coño… —siseó.
»—¿Quién carajo es ese demonio? —preguntó Dior.
»—¿Y cómo, en el nombre de Dios, entró en tierra santa? —preguntó Rafa.
»—Era una bruja de sangre. —Chloe me miró con sus ojos verdes del todo
abiertos—. Gabe, ¿ podría ella …?
»Pero la voz de la buena hermana falló cuando negué con la cabeza. Pensé
lo mismo al principio: un arte asqueroso lo suficientemente oscuro como para
quebrantar incluso la ley de Dios. Pero al mirar la piedra ensangrentada a mis pies,
el hedor de los cuerpos quemados aún colgando en el viento, me di cuenta de la
simple verdad.
»—Aquí no hay magia trabajando. Solo asesinato.
»Bellamy estaba arriba, ballesta en manos temblorosas.
»—¿Qué quieres decir?
»Miré alrededor del vientre ensangrentado de San Guillaume y suspiré.
»—Quiero decir, ¿cómo se puede esperar que esta tierra sea santificada,
cuando ha sido empapada con la sangre de los fieles de Dios? ¿Cómo podría
permanecer santificada, cuando fue profanada en el nombre de ese mismo Dios?
»—La Inquisición… —susurró Rafa.
»—Al asesinar a los hermanos del monasterio, desollarlos, quemarlos y 420
torturarlos, esos tontos profanaron este lugar. Lo empaparon en la sangre de
inocentes y santos. —Negué con la cabeza, recuperando Ashdrinker de la piedra—
. San Guillaume ya no es terreno sagrado.
»Y la muerte cabalga en alas negras negras.
»Saoirse se puso en pie arrastrándose, haciendo una mueca de dolor.
»—Esa perra dijo que la Bestia de Vellene estará en nuestras gargantas al
anochecer. Si dijo la verdad…
»Chloe me miró, palideciendo bajo sus pecas.
»—¿Cómo podemos esperar enfrentarnos a Danton sin Dios bajo nuestros
pies?
»—¿Podríamos usar esos pies? —sugirió Bellamy—. ¿Podríamos correr?
»—Los cobardes nunca triunfan, Bellamy —gruñó la cazadora.
»—Tampoco mueren muy a menudo, Saoirse —señaló Chloe.
»Fruncí el ceño hacia atrás colina abajo.
»—El único camino que tenemos para huir nos llevará directamente a los
brazos de Danton. Ese bastardo podría rastrear un trozo de heno a través de un
montón de agujas. Y si nos atrapa al aire libre durante la noche, nos partirá como
corderos primaverales. No tenemos más remedio que defendernos aquí.
»—Pero esa bruja de sangre dijo que Danton ha reunido a todos los
condenados en kilómetros —protestó Bellamy—. Apenas contuvimos unas pocas
docenas en Winfael, y eso fue sin un sangre noble que los guiara. ¡Nos hemos
atrapado como malditas ratas!
»Miré alrededor del grupo, vi el miedo de Bellamy filtrándose en ellos como
veneno. La mandíbula de Dior estaba apretada, todo el color desapareció de su
rostro; después de todo, fue su decisión la que nos había llevado a estas paredes.
Chloe caminaba de un lado a otro, pasando una mano por sus rizos a medida que
miraba las paredes detrás de nosotros, los acantilados escarpados, la caída
desesperada en el río a ciento cincuenta pies más abajo. Bellamy habló de nuevo,
su voz temblando de miedo.
»—Nunca debimos haber venido aquí, mes amis.
»—Mantén la calma, Bouchette —gruñí.
»—¿Mi calma? —resopló el muchacho, casi riendo—. ¿Viste ese
monstruo? ¡Llevaba una espada hecha de sangre! ¡Se convirtió en una tormenta de
puras malditas polillas! Quizás esos horrores sean algo común para un santo de
plata, ¡pero solo soy un trovador! ¡Ni siquiera soy un soldado!
»—¿Soldado? —suspiré—. Déjame contarte sobre los soldados con los que 421
he luchado, Bellamy. ¿Todas esas grandes batallas sobre las que cantas? ¿Los
héroes que lucharon en Tuuve y Báih Sìde, Triúrbaile y Coste? Eran muchachos,
en su mayor parte. Muchachos adolescentes, como tú. Canteros y carpinteros.
Agricultores y pescadores. Lucharon porque no tenían padres ricos. Lucharon
porque no tenían un trozo de pergamino con el sello del emperador para salvarlos.
Lucharon porque tuvieron que hacerlo. Y no tenían nada que esperar después, la
mayoría de ellos. Todo lo que esperarían al final era vivir. Pero antes de cada
batalla que peleé, miré los rostros de esos chicos, y en su lealtad entre ellos, en su
coraje al ver esos horrores, te lo aseguro y es cierto, solía ver el rostro de Dios.
»Caminé hasta la pared del monasterio y la golpeé con el puño.
»—Tenemos piedras fuertes a nuestro alrededor, Bouchette. Licor en las
bodegas y agua para bendecir. Ruedas santas y acero plateado. —Miré alrededor
del grupo, con fuego en mis ojos—. No necesitamos soldados para superar esto.
Solo necesitamos permanecer juntos.
»—Véris, santo de plata. —El padre Rafa sonrió, apretando la rueda con
fuerza—. Véris.
»Dior cuadró los hombros y asintió. Chloe rodeó al chico con el brazo y lo
apretó con fuerza. Incluso Saoirse se alzó un poco más erguida.
»—Bouchette, quiero que traigas tanta agua como puedas. Rafa, ponte a
bendecirla. Saoirse, empieza a sacar el licor de la destilería. Hay barriles de eso,
puro y fuerte como el pecado. Chloe, Dior, quiero que busquen sebo, madera, ropa
de cama, cualquier cosa que pueda quemarse. No tenemos mucho tiempo hasta el
atardecer, y quiero estar listo cuando llegue Su Majestad.
»Miré al trovador en la quietud.
»—Aún tienes tu séptima canción por escribir, Bellamy. No vas a morir esta
noche.
»La compañía se puso manos a la obra, Dior se dirigió a las cocinas, Saoirse
a la bodega, Bellamy siguiendo a Rafa, aún luciendo tembloroso. Solo quedó
Chloe. Permaneció de pie casi sesenta centímetros más baja que yo, vestida con
cota de malla y acero plateado, con las manos en las caderas a medida que sonreía.
»—Siempre pronunciaste un discurso conmovedor, mon ami. No has
perdido tu toque desde la Batalla de los Gemelos.
»Me encogí de hombros, dándome la vuelta para no tener que mirar esa
vena, pulsando justo debajo de la línea de su mandíbula.
»—Cuando tocas tu última canción, eliges siempre una que complazca al
público.
422
»—¿Última canción?
»Todavía negándome a mirarla, murmuré para que nadie pudiera oírme.
»—Mantén cerca a Dior cuando llegue Danton. Te abriré una salida si
puedo.
»—¿Qué pasó con permanecer juntos?
»—Maldita sea, Chloe, abre los ojos —gruñí.
»—No te…
»—Estamos acorralados. Acantilados a nuestras espaldas y Dios sabe lo que
se avecina al frente. La mayoría de la gente de esta compañía no puede luchar por
un carajo, y los que pueden no lo harán ni lo suficientemente cerca. No he fumado
nada durante días. Y Danton no atacará hasta que sea de noche. Ejercerá todo su
poder, toda su fuerza. Las probabilidades son casi perfectas para que todos
terminemos muertos.
»Se humedeció los labios secos y miró colina abajo.
»—¿De verdad crees que no tenemos esperanza?
»—Mantén cerca a Dior —repetí—. Ves una brecha, y maldita sea, corre.
»Chloe se mordió el labio, el miedo finalmente atravesando esa ola de
optimismo eterno. Siempre había sido una creyente. Siempre sentía que estábamos
destinados a cosas más grandes. Y tragando fuerte, asintió para sí, se quitó el
guantelete de la mano y me ofreció su muñeca.
»—… Entonces, toma.
»Mi mandíbula se apretó. Mis pupilas dilatándose.
»—¿Qué diablos estás haciendo?
»—Sé que es un pecado —susurró, temblando—. Pero he dedicado
diecisiete años de mi vida a esto, y todo el imperio pende de un hilo. Así que, Gabe,
si necesitas la fuerza…
»Mis colmillos emergieron brillantes y afilados contra mis labios. Mi
corazón de repente estrellándose contra mis costillas con tanta fuerza que me hizo
jadear. Mis venas estaban ardiendo, esa sed elevándose en alas carmesí, para que
se me ofreciera libremente cuando estaba haciendo todo lo posible para evitar
tomarla…
»—Chloe… aléjate de mí…
»—Gabriel, yo…
»—¡ALÉJATE DE UNA PUTA VEZ DE MÍ! 423
»Ella se tambaleó hacia atrás mientras yo rugía, con la boca abierta en
estado de shock. Sabía cómo debía lucir: mis ojos enrojecidos, mis caninos
destellantes, la cosa en mí tan cerca de soltarse, podía sentirla arañando mi piel.
Pero aquí no. Así no. Lo había prometido.
»Chloe se quedó horrorizada a medida que yo retrocedía. Entonces parecía
más pequeña, más cercana a la chica que una vez conocí. Aún había fuego en sus
ojos. Fe. Furia. Pero ahora también había miedo: el miedo que conlleva saber que
el mundo es mucho más grande de lo que podrías ser, y que simplemente hay
algunas verdades que nunca entenderás.
»—Gabe, lo siento —susurró—. Siento haberte arrastrado a esto. Siento
haberte arrebatado de Astrid y Patience. Nunca debí haber hecho eso. —Colgó la
cabeza y volvió a ponerse el guantelete de cuero—. Supongo que, hay muchas
cosas que no debí haber hecho. Pero las hice todas para bien. Porque creí. En Dior.
En ti. Y todavía lo hago. No hay nada, nada que no haga para que esto se haga.
»Suspiró, mirando hacia el sol cayendo.
»—Pero lo siento.
»Cerré los ojos sin decir nada mientras ella se alejaba. La bestia en mí se
estrelló contra sus barrotes, aullando para que la siguiera, para tomar, para tragar,
solo un bocado, solo una maldita gota. Y lo terrible de todo era que sabía en el
fondo que Chloe no era una tonta por ofrecer lo que tenía, que yo estaba débil y
hambriento, y necesitaría todas mis fuerzas si alguna vez esperaba superar esta
noche con vida, y mucho menos contra un Príncipe de la Eternidad. Pero hice un
voto. Una promesa susurrada en la oscuridad, fría como tumbas y negra como el
infierno. Nunca más.
»Nunca. Más.
Jean-François dejó de escribir, y hundió la pluma en la tinta del costado.
—¿Una promesa a quién, santo de plata?
Pero Gabriel se limitó a negar con la cabeza.
—Paciencia, sangre fría.

424
»Nos preparamos lo mejor que pudimos en el tiempo que tuvimos. Es decir,
terriblemente.
»Había luchado antes en media docena de asedios, pero nunca con tan poco.
Teníamos agua bendita en abundancia, y esa era una noticia buena. Una bomba
elaborada bajaba por el acantilado hasta las profundidades del Volta, utilizada por
los monjes para sus necesidades diarias. Bellamy hizo girar la manivela tan rápido
como pudo, mientras Rafa gritó bendiciones sobre el agua, y además sobre las
fuentes del patio. Encontré un pequeño taller de química en la destilería, ampollas
de salpêtre y azufre esparcidas, al menos lo suficiente para mezclar algunos
puñados de ignis negro.
»Saoirse sacó barriles y botellas de la destilería de abajo. Golpeó mi corazón
negro y marchito desperdiciar un licor tan fuerte como este, incluso si era un puto
vodka. Pero aun así, empapamos las almenas y el patio alrededor de las puertas,
humedeciendo la piedra con el hedor de los alcoholes de alta calidad, agregando
una pizca de aserrín de la tonelería del monasterio como chispa adicional. Usamos
todo lo que tenían, vaciando cada gota. Y, sin embargo, me ahorré una sola botella,
tragándomela toda para calmar el dolor de mi sed cada vez mayor.
»El sol oscuro se estaba poniendo ahora, solo quedaban unos minutos de 425
luz débil antes de que la noche cayera como la espada de un verdugo. Eché un
vistazo alrededor de la compañía, con vidrios rotos en mi vientre. Saoirse y Rafa
parecían firmes, Bellamy y Chloe un poco temblorosos. Dior era de piedra.
»—Bien —dije—. Si esa perra de Liathe escupió algún tipo de verdad,
Danton ha reunido a todos los condenados en kilómetros a su bando. Irán donde
su lord de sangre lo desee, lo que significa que esta vez no vendrán sin pensar.
Saoirse, tú y yo los mantendremos alejados de los muros mientras podamos. Pero
cuando se abran paso, y lo harán, Bellamy encenderá el alcohol con su arco, y
regresamos a la catedral. No es tierra sagrada, pero la mayoría de las ventanas son
demasiado estrechas para entrar, y solo hay dos pasajes de entrada y salida.
»Dior se mordió una uña rota, y luego escupió.
»—Trampa de gusanos.
»—¿Tú qué? —pregunté.
»—Es una farsa que se me ocurrió con mis amigos en Lashaame —
murmuró el chico—. Consigues a una chica bonita, haces que muestre un bolso
pesado en una taberna sórdida, se va después de un trago. Algún imbécil
seguramente la seguirá con la intención de quitarle su dinero, probablemente más
además. Pero la chica lleva al tipo por un callejón sin salida, donde tú y tu equipo
están esperando. Y lo derribas duro y tomas todo lo que tiene, luego te vas a dormir
contento de haber pisoteado a un bastardo que se lo merecía. —Dior se encogió de
hombros—. Lo llamé trampa de gusanos.
»—¿E hiciste esto por recreación? —preguntó Rafa.
»—Lo hicimos para comer. Pero no hay nada de malo en disfrutar de tu
trabajo.
»—En términos militares, se llama embotellamiento —dije.
»El chico resopló.
»—Mi nombre es mejor.
»—Como gustes. —Suspiré, señalé al edificio circular detrás de nosotros—
. Ahora, la mala noticia es que, después de empapar las almenas, solo quedó vodka
suficiente para empapar un pasaje hacia la catedral. El del oeste. La buena noticia
es que, en un bonito espacio cerrado como ese y con tiempo para evaporarse, un
alcohol tan fuerte arderá como el pedo de un zancudo en una tienda de velas. Así
que, cuando retrocedan, retrocedan por las puertas hacia el oeste. Los condenados
los seguirán. Y Dior estará esperando con la chispa.
»—¿Y después de eso? —preguntó Chloe.
»—Con fortuna, reducimos su número lo suficiente como para que pueda
poner en mis manos a Dant… 426
»Jadeé, doblándome cuando un espasmo de dolor atravesó mi vientre. Podía
sentir mis uñas moviéndose en la punta de mis dedos, mis colmillos en mis encías.
La sed fue todo lo que supe por un momento: la calidez, el aroma de la compañía
a mi alrededor, el latido de ese delicioso carmesí caliente latiendo justo debajo de
su piel…
»—¿Gabe? —preguntó Chloe—. ¿Estás bien?
»—E-estoy j-jodidamente m-maravilloso…
»—Santo de plata, pareces una mierda encharcada. —Saoirse levantó a
Bondad, con expresión sombría—. Déjame al bonito Príncipe de la Eternidad. No
es mi destino morir hoy. Ni tampoco mañana.
»Bellamy asintió con gesto sombrío.
»—No me iré a la tumba con mi canción aún dentro de mí.
»—Bendiciones para todos ustedes —dijo Chloe, observándome con ojos
totalmente abiertos y preocupados—. Que Dios, la Madre Doncella y todos los
Mártires nos traigan la victoria sobre este mal.
»Miré a Dior, mi estómago aún hirviendo.
»—Prepárate para mi señal, muchacho.
»—Estaré listo, héroe.
»Miré a Rafa.
»—Padre, ¿hazme un favor?
»—Lo que digas, santo de plata.
»—Si por casualidad te encuentras con nuestro Creador esta noche, dale una
patada en la polla por mí.
»Saoirse, Bellamy y yo nos dirigimos a las paredes, envueltos en el hedor
del vodka evaporándose. Rafa y Chloe estaban de pie a la luz de las antorchas del
patio, Dior escondido en la catedral. Los acantilados en nuestros flancos
significaban que solo había un camino por el que Danton podía acercarse, pero a
medida que la oscuridad se hizo más profunda, espesa y helada, no tenía ni idea de
si teníamos la fuerza suficiente para detenerlo.
»Y la sed… Gran Redentor. Estaba tan jodidamente sediento…
»—Recuerden —siseé—. Retírense a través del pasaje al oeste hacia la
catedral. Las puertas de los muertos.
»—Poético —murmuró Bellamy—. Si sobrevivimos a esto, será una balada
jodidamente increíble. 427
»Saoirse apretó la mandíbula, y apretó con más fuerza el mango de Bondad.
»—Ya vienen.
»Miré hacia la oscuridad, vi una multitud pululando colina arriba. Con los
colmillos al descubierto, saqué mi espada de su vaina, esa dama plateada en la
empuñadura siempre sonriéndome.
»—Buena suerte, Ash…
»No t-te m-mueras, Gabriel. Tenemos siete bastardos más por matar, m-
matar.
»Cargaban hacia San Guillaume, figuras oscuras corriendo a través de la
noche cayendo. Conté cien o más condenados, pero contra nuestra compañía
pequeña, bien podrían haber sido un ejército de miles. Y en algún lugar de la
oscuridad, aguardaba su general sombrío. Aún no podía verlo, pero podía sentirlo,
como una sombra a mi espalda. Había luchado contra cosas como él la mayor parte
de mi vida, y aun así, una parte de mí encontraba la idea de Danton Voss
absolutamente horrible. No aterrador, eso sí. Simplemente… horrible.
—¿Por qué? —preguntó Jean-François.
Gabriel negó con la cabeza.
—Solía preguntarme qué era lo que impulsaba a personas como él a
convertirse en monstruos. Si era una consecuencia de todo ese tiempo, tal vez, la
necesidad de complacer deseos cada vez más oscuros, solo para evitar el
aburrimiento aplastante de la eternidad. Pero vives lo suficiente, miras la oscuridad
mundana de las almas de las personas con suficiente frecuencia, y ves que Danton
en realidad no se convirtió en nada. Simplemente le quitaron los grilletes de las
consecuencias. Dale a alguien el poder de hacer lo que quiera y hará exactamente
eso. Esa es la parte horrible: lo único que detiene a algunas personas de las peores
atrocidades que pueden imaginar es el temor de no salirse con la suya.
»Sus condenados se acercaron, medio podridos y todos silenciosos. Los
observé, echando mis últimos copos de sanctus en mi pipa. Inhalando el humo rojo,
cerré los ojos, escuchando los pasos atravesando la nieve, sintiendo pequeños
copos de nieve derritiéndose fríos sobre mi piel, las notas tenues de muerte y sangre
en el aire, los cueros de Saoirse, el miedo de Bellamy…
»—Gabriel…
»… el canto del viento arriba y las aguas abajo, el peso de la espada sobre…
»—¡De León!
»Abrí los ojos, encontré a Bellamy mirándome incrédulo mientras el
enemigo se acercaba, cada vez más cerca, ojos muertos, lenguas podridas y… 428
»—¿No deberías estar vestido de plata? ¡Si no antes, necesitamos la égida
ahora más que nunca! En el asedio de Tuuve, tu fe ardió tan intensamente que los
Muertos quedaron ciegos. En la batalla de Báih Sì…
»—Bel, ¿aún no te has dado cuenta? —preguntó Saoirse.
»—¿Cuenta de qué?
»La cazadora me miró y suspiró.
»—¿De qué sirve toda esa tinta bonita? ¿De qué sirve un conducto para la
fe? ¿Si a un hombre no le queda ni una gota de fe dentro de él para dar?
»Y luego los Muertos se nos echaron encima, y no hubo más tiempo para
hablar. Algunos chocaron con las puertas y comenzaron a golpear, otros fluyeron
por la mampostería como agua. Encendí una bomba ignis y la arrojé sobre la pared,
la pólvora encendiéndose, los clavos y la chatarra rasgando a los sangres frías.
Saoirse y Bellamy se alzaron, arrojando agua bendita y flechas ardientes, y los
condenados comenzaron a caer. Pero otros todavía estaban trepando, ojos muertos
y bocas hambrientas, y pronto, comenzaron a desbordar las paredes.
»Entonces, fue trabajo de cuchillas, y kilómetros de ello, corriendo de un
lado a otro por el camino en un intento desesperado por detener la marea. Bellamy
retrocedió por el camino del este, ya no disparando flechas en llamas por temor a
encender el licor debajo de nosotros, Saoirse y yo cortando a los Muertos. Un
anciano arrugado, un muchacho flaco, una madre podrida con la barriga todavía
hinchada por el bebé que llevaba cuando la asesinaron: todo cayó bajo el filo de
Ashdrinker. Pero una sensación de malestar estaba creciendo en el fondo de mi
mente, oscureciéndose con cada momento.
»¿Dónde diablos estaba Danton?
»Bellamy jadeó, llevándose la mano a la frente.
»—Yo… p-puedo sentirlo… e-en mi cabeza…
»—¡Bel, oblígalo a salir! —gritó Saoirse.
»—N-no puedo…
»—Luna madre, ¿dónde está?
»—¡GABRIEL!
»Me volví ante el grito de Chloe, con el corazón hundido. Y allí lo vi, como
una sombra, posado detrás de nosotros en lo alto de las almenas occidentales. Una
multitud de condenados estaban trepando por las piedras a su alrededor, docenas
de ellos. Y con el corazón hundido, comprendí que los Muertos habían usado su
fuerza impía para simplemente arrastrarse por los acantilados en nuestro flanco,
evitando por completo las trampas de fuego que habíamos colocado. 429
»—Bastardo listo… —susurré.
»—¡Atrás! —Rafa levantó su rueda, ardiendo plateada en la oscuridad—.
¡Atrás, ahora!
»Los sangre sucia comenzaron a derramarse por el patio, pero Chloe y Rafa
se mantuvieron erguidos, la hermana blandiendo su acero plateado, la rueda en las
manos del sacerdote ardiendo como una llama. Phoebe se abalanzó sobre el primer
condenado que tocó la piedra del patio, destrozándolo mientras Chloe le cortaba
las rodillas a otro. Corté a un sangre sucia en la pared, le grité a Saoirse:
»—¡Estamos flanqueados, retrocedan!
»Bellamy encendió su flecha en la ballesta y levantó el arco.
»—Estaba en mi cabeza, él…
»—¡ENCIÉNDELO, BOUCHETTE!
»Saoirse saltó de las almenas a la piedra de abajo. Las puertas comenzaron
a doblarse, más condenados derramándose sobre las paredes cuando Bellamy
disparó contra el camino bajo mis pies. El licor y el aserrín estallaron en llamas,
brillantes e hirvientes. Los condenados cayeron, la carne encendiéndose como
yesca, algunos sisearon en agonía mientras se estrellaban entre sus compañeros de
abajo y prendían fuego a más. Pero vinieron más, una incesante inundación
hambrienta. Y entonces me volví, mirando a su general. El fuego alzándose a mis
espaldas, cargué por el camino occidental, dispuesto a matar a este pastor oscuro
y ver cómo se dispersaban sus ovejas.
»—¡DANTON!
»Se volvió para mirarme a medida que su rebaño se derramaba en el patio
de abajo. Todo vestido de negro, levita y mangas con volantes, su pañuelo
manchado con la sangre del último condenado que había matado. La fuerza de los
asesinatos de siglos de profundidad se desplegaba en sus venas y se enroscaba
detrás de sus ojos.
»Gabriel, p-pon una mano sobre él…
»Danton levantó su sable, encontrando a Ashdrinker en su hoja y la hizo a
un lado. Estaba vagamente consciente de Bellamy en el camino del este,
disparando flechas en llamas ahora al patio de abajo. La luz plateada ardía en las
manos de Rafa mientras Chloe y Saoirse luchaban lado a lado. Pero solo tenía ojos
para mi enemigo. Nuestras espadas cantaron a medida que chocamos a lo largo del
camino, la furia retorciendo mis labios en un gruñido. La hoja de Danton me cortó
el brazo y no sentí nada. Otro golpe me cortó la mejilla hasta el hueso, y ni siquiera
parpadeé.
»—Pareces sediento, mestizo —siseó. 430
»—Pareces asustado, sanguijuela —espeté.
»—Me gusta tu nueva monja. Un poco más baja que la anterior. ¿Cómo
sabe?
»Su golpe me envió derrapando sobre las tablas, con los colmillos al
descubierto.
»—No, no me digas —sonrió—. Lo descubriré por mí mismo lo
suficientemente pronto.
»Escuché gritar a Chloe, a Bellamy chillando. Más condenados nos habían
flanqueado, ahora en la cima del camino oriental. El trovador fue golpeado por la
espalda, dejando caer su arco. Los Muertos se le acercaron por ambos lados y,
desesperado, se quitó el laúd de la espalda, sumergió esa hermosa madera de sangre
en el barril ardiendo a su lado y comenzó a balancearlo como un garrote.
431
»—¡Atrás, bastardos! ¡ATRÁS!
»Ahora nos estaban invadiendo, demasiados, demasiado inteligentes con
este lord sanguijuela moviendo sus hilos. Desesperado, me arrojé sobre él, la
espada de Danton atravesando mi vientre y estallando en mi espalda cuando por
fin, por fin, mi mano se cerró sobre su garganta.
»Síííííí…
»Danton aferró mi muñeca, mis dedos clavándose en su piel. Embestí,
gruñendo, pero henchido por la muerte, labios rojos, ojos inundados, el bastardo
era más fuerte que yo. Y cuando sentí mis huesos rechinando bajo su agarre, me
di cuenta de lo terrible que fue mi locura.
»Estaba hambriento. Débil. Y él, el hijo de un Rey Eterno. Hombros
coronados con el manto de toda la noche, toda su fuerza, todo su poder a sus
órdenes.
»—Esta noche no —sonrió.
»Mi muñeca se partió como una ramita. La hoja dentro de mí se retorció.
Escuché a Rafa rugir el nombre de Bellamy:
»—¡Corre! ¡CORRE!
El trovador gritando a medida que su laúd ardiendo atravesó el hombro de
un cadáver, y una multitud de Muertos lo derribó. El collar que llevaba se rompió,
sus notas musicales girando en la noche mientras hundían los dientes en su piel.
»—¡BELLAMY! —gritó Chloe.
»Jadeé en agonía cuando Danton se flexionó, levantándome del suelo, la
empuñadura de su sable presionada contra mi vientre, su espada enterrada en mis
entrañas. 432
»—Te debo sangre, De León. Y la sangre será rep…
»Un hacha se estrelló contra el costado del cuello del vampiro, aterrizando
con el canto de la piedra astillada. Danton gruñó y, volviéndose en el acto, me
colgó con todas sus fuerzas. Escuché a Chloe gritar a medida que me deslizaba
fuera de su espada y volaba por el patio, ingrávido, rodando, chocando con el piso
de mosaico y rompiéndolo como vidrio. Sentí que se rompieron mis costillas.
Probé sangre. Estrellas negras aparecieron en mis ojos.
»Saoirse se enfrentaba a Danton en las almenas, la cazadora arrancando a
Bondad de la piel del vampiro. Su golpe habría cortado una cabeza ordinaria de
sus hombros, habría partido un árbol hasta sus raíces. Pero la Bestia de Vellene era
un Ironheart antiguo, su carne como una piedra. Aun así, su garganta estaba
destrozada, las grietas extendiéndose por su piel como venas a través del mármol
pálido. Y la furia iluminó sus ojos cuando Saoirse le clavó el escudo en la cara y
el hacha en el vientre.
»El sangre noble se tambaleó cuando la cazadora atacó furiosa, intrépida.
Se estrellaron en lo alto del camino cuando Chloe llegó a mi lado, su acero plateado
ensangrentado en la mano, gritando:
»—¡Gabriel, levántate! —Me arrastró para ponerme de pie, mi brazo
izquierdo roto, Ashdrinker apenas aferrada en mi otra mano. Por encima de
nosotros, Rafa había ido a salvar a Bellamy, con la rueda extendida, los
condenados siseando y dispersándose cuando el sacerdote alcanzó el cuerpo
ensangrentado del trovador. Mis costillas rechinaban bajo mi piel, sangre en mi
boca. Pero vi a Saoirse girando, sus trenzas rubias rojizas girando en el aire a su
alrededor a medida que balanceaba Bondad hacia Danton una vez más.
»—¡Ningún hombre puede matarme, vampiro! —La cazadora sonrió,
salvaje, con el rostro salpicado de sangre cuando enterró su hacha en su hombro—
. ¡Y ningún demonio se atrevería a intentarlo!
»La mano de Danton se cerró alrededor de la de Saoirse como una prensa,
con los dedos atrapados en la empuñadura de su hacha.
»—Ningún hombre, ni demonio, yo —dijo el vampiro.
»Le hizo a un lado el escudo, y echó la otra mano hacia atrás.
»—Soy un Príncipe de la Eternidad.
»Y arremetiendo con las yemas de los dedos en garras, le arrancó la
garganta a Saoirse.
»La sangre salpicó, carmesí, brillante. Phoebe levantó la vista del cuerpo
desgarrado de un condenado, la leona rugiendo mientras su ama se tambaleaba.
Chloe extendió la mano a través del abismo hacia Saoirse, gritando, Rafa 433
observando con horror cómo Danton echaba la cabeza hacia atrás, riendo a medida
que fuentes gemelas de la sangre de la cazadora le salpicaron la piel.
»Saoirse tropezó y cayó de rodillas, sus cueros empapados de rojo. Tenía
las manos apretadas en su garganta rota, sus ojos muy abiertos por la incredulidad.
Phoebe rugió con una furia imposible, subiendo las escaleras hacia su ama. Rafa
tenía la rueda levantada, gritando mientras se retiraba hacia la catedral.
»—¡Chloe! ¡Atrás! ¡Retrocede!
»Al darme la vuelta, vi que las puertas se habían derrumbado, los
condenados cargando a través de ellas. Sin embargo, más cayeron del camino este
encima de mí, garras y colmillos desgarrando mi piel. Mientras luchaba,
desesperado, golpeando y apuñalando, escuché un grito de terror animal, y algo
pesado pasó volando a mi lado, aplastando a los condenados que se acercaban
desde un lado: Jezabel, presa del pánico por los Muertos y las llamas. La yegua se
había soltado de los establos y ahora cargaba como una lanza, atravesando los
condenados y saliendo por las puertas rotas. No podía culparla por huir, pensando
que al menos uno de nosotros podría pasar la noche con vida. Pero al menos me
había comprado unos momentos preciosos, lo suficiente como para ponerme de
pie y tambalearse de regreso hacia la catedral.
»—Buena suerte, chica. Debí haberte dado un nombre mejor…
»Chloe me arrastró hacia atrás, cortando con su acero plateado. La seguí,
jadeando, balanceando a Ashdrinker y quitando la cabeza de un condenado de sus
hombros, cortando las manos de otro, y con un giro, separando su torso de sus
caderas.
»Me tambaleé, empujando a Chloe lejos de mí.
»—¡Ve a la catedral!
»Lancé mi última bomba ignis a las puertas, recompensado con un rugido
profundo cuando las piedras empapadas de alcohol se incendiaron. Chloe se unió
a Rafa para arrastrar a un Bellamy desangrándose y aún más ensangrentado hacia
las puertas de los muertos. El joven trovador se sostenía la garganta desgarrada y
susurraba:
»—Yo… n-no iré… no i-iré a mi…
»—¡Phoebe! —rugí—. ¡VUELVE!
»Pero la leona no me prestó atención, moviéndose como un borrón rojo
sangre por el camino oeste. Danton levantó la cabeza de las ruinas de Saoirse,
empapado en la sangre de la cazadora. Alzando la mano, arrancó a Bondad de su
hombro destrozado, con el hacha afilada y hermosa en la mano. Y cuando Phoebe
saltó sobre él, con las garras ensangrentadas y los colmillos al descubierto, la 434
Bestia de Vellene arrojó el hacha con toda su fuerza impía.
»La hoja atravesó el aire, silbando mientras lo hacía, los nudos
resplandeciendo sobre el acero manchado de sangre mientras giraba una y otra vez
y se estrellaba contra el pecho de Phoebe. La leona rugió y giró en el aire,
estrellándose contra las tablas, con un rastro largo de sangre reluciente a su paso
mientras patinaba por el camino.
»—Oh, mierda… —susurré.
»La leona terminó a los pies de Danton, con el hacha de su ama clavada en
las costillas. Intentó levantarse, arañando la punta pulida de la bota de Danton con
las garras. La Bestia de Vellene agarró a la leona por el cuello, la levantó para
colgar, flácida y retorciéndose ante él. Y con una brutalidad casual, liberó a
Bondad en una ráfaga de sangre y arrojó la hoja predestinada por el acantilado a
su espalda. Y levantando a Phoebe en el aire, arrojó a la leona al patio de abajo y
su cuerpo se hizo añicos contra la piedra.
»Apenas podía caminar, mi brazo y costillas estaban rotos, mis tripas
colgando del corte en mi vientre. Rafa y Chloe arrastraron a Bellamy a través de
las puertas de los muertos, yo detrás, todos los condenados de Danton en nuestras
colas, tal como lo habíamos planeado. Podía oler el vapor fuerte, rezando para que
Dior estuviera listo para nuestra pequeña trampa de gusanos. Tambaleándome
contra las puertas de la catedral, me volví para ver como Danton saltaba desde las
paredes, empapado en los restos de Saoirse y Phoebe.
»Me sonrió, sus ojos negros en una máscara carmesí.
»—De León, debes creerme tonto para caer en una estratagema tan simple.
»Levantó una mano, como un director ante una orquesta impía. Y a su orden
tácita, los condenados se apartaron de nuestra persecución. En lugar de seguirnos
sin pensar a través de la entrada al oeste, se dirigieron hacia el este, hacia las
puertas de entrada. Ahora chocando con ellas, las maderas astillándose a medida
que se derramaban dentro; una inundación de carne muerta, hambrienta y
desgarrada, precipitándose hacia el pasillo estrecho que había más allá.
»Y Dior Lachance estaba al final, con un cigarrillo encendido en la mano.
»—Bonsoir, gusanos —susurró.
»El chico arrojó el humo al alambique empapado en licor y cerró la puerta
detrás de él. El vapor explotó, al rojo vivo y rugiendo por el pasillo. Las puertas
de la catedral volaron hacia adentro, Dior arrojado a la piedra cuando una
llamarada larga quemó el aire sobre su cabeza, los cadáveres ardientes agitándose
y cayendo. Incinerando a los condenados de Danton en un instante.
Gabriel se echó hacia atrás y crujió los nudillos. 435
—Tal como lo había planeado.
Jean-François dejó de escribir y enarcó una ceja.
—Dijiste que el corredor oeste era el que iba a arder.
—Eso es lo que les dije a los demás. —Gabriel se encogió de hombros—.
No se vive durante siglos cargando a ciegas. Sabía que Danton entraría en una de
sus cabezas antes de atacarnos. Pero la capacidad de leer la mente no es tan útil
cuando esas mentes están llenas de mentiras. Así que, salvo por Dior, les dije a mis
camaradas lo que quería que pensara mi enemigo.
El historiador se tocó el labio, asintiendo de mala gana.
—Bastante listo, De León.
—Danton no lo creyó así. La Bestia de Vellene rugió de rabia, mostrando
los colmillos mientras cruzaba el patio. Sus fuerzas estaban hechas jirones
carbonizados, pero el príncipe estaba apenas herido. Y aunque Ashdrinker colgaba
ensangrentada en mi mano, no me quedaba nada dentro.
»Gabriel, retrocede. R-retrocede ahora, retrocede, retrocede, retrocede
ahora.
»Así que me di la vuelta, y me tambaleé hacia el vientre de la catedral.
»Era circular, rodeada de bancos, con un altar de piedra en su corazón. Las
vidrieras rodeaban el espacio, de solo unos pocos centímetros de ancho, excepto
una: un retrato de tamaño natural de San Guillaume en la pared norte, con un tomo
en una mano, y una antorcha encendida en la otra. Rafa, Chloe y Dior estaban
arrodillados alrededor de Bellamy, las manos del chico empapadas de sangre. La
garganta, las muñecas y los muslos del trovador estaban desgarrados, y Dior
presionaba las heridas con las manos rojas.
»—¿Bel? —suplicó—. ¡BELLAMY!
»Los ojos del trovador estaban abiertos, mirando al techo. Y aunque la
sangre del Redentor lo había salvado una vez antes (de hecho, podía traer a un
alma del borde de la muerte), esa misma sangre parecía de poca utilidad una vez
que el alma había volado. Y al mirar los ojos vacíos de Bellamy, lo supe.
»—No —susurró Chloe—. No…
»—Rafa —jadeé, tambaleándome en la habitación.
»—Oh, Dios —suspiró, mirando por encima de mi hombro.
»Danton estaba detrás de mí, envuelto en sombras. El sacerdote se puso de
pie, con el rostro sombrío y salpicado de sangre. Y aunque pasaba de los sesenta
años, con la espalda doblada y la piel arrugada, Rafa pareció entonces un jodido 436
gigante. Vi furia más allá de la fe en él, ardiendo como el fuego del cielo cuando
levantó la rueda en su mano. La luz se encendió, plateada brillante, y pasé
tambaleándome junto al sacerdote, cayendo de rodillas en un charco de sangre de
Bellamy. La sed rugió dentro de mí, y por un momento, solo por un segundo, hice
todo lo posible para no presionar mi cara contra la piedra y lamerla, como un
mendigo con las migas de pan.
»Dior se levantó del cadáver de Bellamy, escupiendo a Danton:
»—¡Maldito bastardo!
»El chico dio un paso adelante, retenido por una Chloe desesperada.
»—¡Dior, no!
»La Bestia de Vellene se cernió ante nosotros, iluminado a contraluz por el
resplandor de los cadáveres en llamas. El viejo Rafa se mantuvo erguido, intrépido,
bañado por el poder de su dios. Se miraron el uno al otro, sacerdote y vampiro, luz
y oscuridad, llama y sombra, el rival del otro.
»—Punto muerto —susurró Danton.
»—A los ojos de un tonto —respondió Rafa—. Y ciertamente los tienes.
»El vampiro sonrió, rojo y sensual. Todo lo que podía ver de él era su cara,
vulpina, ese pico de viuda negra corría hacia atrás de su frente, y sus manos, pálidas
como un fantasma y manchadas de sangre cuando se estiró y se enderezó el
pañuelo en su garganta.
»—Sacerdote, veo sus mentes. Con estos ojos de tonto.
»Rafa se negó a responder, de pie con la rueda encendida ante él. Pero
Danton deambuló por el borde del resplandor, como un lobo hambriento rodeando
la luz de una hoguera antigua.
»—Todos esos hermanos muertos —susurró—. Alfonse y Jean-Paul. El
viejo Tariq y el pequeño Jamal. Desollados y dejados a los cuervos. Si no hubieras
salido en busca del Grial, si te hubieras quedado aquí entre tus pequeños libros, tus
diminutas palabras, la Inquisición nunca habría caído sobre tus hermanos.
»El vampiro suspiró con tristeza.
»—Están muertos por tu culpa.
»Pero el anciano negó con la cabeza, desafiante.
»—No digas sus nombres. No me digas ni una palabra. Soy sordo a todo
menos a la voz del Señor nuestro Dios. Soy su mano en esta tierra, y mi fe en su
amor no vacilará ni un centímetro ante los engaños de un gusano miserable como 437
tú.
»El sacerdote dio un paso adelante, y observé con asombro cómo Danton
vaciló.
»—Vuelve —espetó Rafa, su voz llena de furia justa—. Vuelve al abismo
que te amamantó, al padre sin amor que te dio a luz, y dile que puede enviar cien
hijos para probarme y que los venceré a todos. El Señor es mi escudo
inquebrantable. Él es el aire en mis pulmones y la sangre en mis venas. Y no tienes
ningún poder sobre mí.
»La Bestia de Vellene entrecerró los ojos, y se echó el cabello hacia atrás
con una mano ensangrentada.
»—Sacerdote, ¿no tienes nada que temer de mí?
»—Nada en absoluto, vampiro.
»Danton sonrió entonces, oscuro y venenoso.
»—Entonces, arroja a un lado la rueda.
»Rafa parpadeó. Su mirada pasando del monstruo ante él al círculo sagrado
ardiendo en su mano. Miré entre ellos, sangrando, roto, el miedo desenroscándose
en mi vientre.
»—Rafa… —susurré.
»—¿El Señor es tu escudo inquebrantable? —siseó Danton—. Entonces,
¿seguramente, no permitirá que un gusano miserable te toque? Así que, arrójala a
un lado, sacerdote. Enfréntame en igual condición. Muéstrame el verdadero poder.
Muéstrame un dios que no dejará morir a su siervo amado.
»—Oh, Madre Doncella… —susurró Chloe.
»Rafa volvió a mirar a la hermana, sus ojos encontrándose con los de ella.
Y ahí mismo, el anciano sacerdote cometió su error. Si lo hubiera hecho, si hubiera
arrojado esa rueda y hubiera permanecido impávido, sin miedo, no tengo ninguna
duda en mi mente de que Danton se habría roto como un vidrio. La rueda solo era
una cosa. Lo que importaba era la fe de Rafa.
»Pero el sacerdote vaciló. Dudó. Temió.
»Y el resplandor de la rueda empezó a apagarse.
»Al principio solo fue un destello, como una sombra sobre el sol negro. Pero
los ojos del sacerdote se abrieron de par en par. Un temblor recorrió su mano. Y
miró al vampiro y lo vio, ahora no acobardado, sino erguido, con una sonrisa
hambrienta en sus labios rubí.
»—¡Retrocede! —gritó Rafa—. ¡En el nombre de Dios, te lo ordeno!
»Y vacío, empapado en sangre, Danton echó la cabeza hacia atrás y se rio. 438
El vampiro dio un paso hacia adelante, y Rafa un paso hacia atrás, y con cada paso,
la luz en esa rueda se atenuó más y más. Chloe gimió de terror, Dior maldijo en
voz baja a medida que esa luz pálida se apagó. Y mi corazón se hundió cuando vi
morir con ella las últimas esperanzas.
»La Bestia de Vellene extendió la mano y cerró sus dedos largos como
garras alrededor de la rueda en la mano de Rafa. Con la piel pálida chisporroteando
sobre la plata, Danton cerró el puño y el metal se arrugó. Rafa abrió la boca, tal
vez para rezar, tal vez para maldecir, pero la otra mano de la Bestia salió
serpenteando, agarrando al sacerdote por el hombro, y mientras Rafa gritaba:
«¡Dios, sálvame!», el vampiro abrió sus fauces y hundió sus colmillos
profundamente en la garganta del hombre santo.
»—¡Rafa! —gritó Chloe y Dior rugió—: ¡NO! —Y la boca se llenó de
sangre, los dientes se apretaron, me arrastré a mis pies. Nuestro último bastión
había caído, el sacerdote gimiendo mientras el beso se apoderaba de él, levantando
y sacudiendo los brazos, como un hombre ahogándose a la madera flotante, sobre
los hombros de la cosa que lo estaba asesinando. Chloe levantó su acero plateado,
gritando de rabia, pero la agarré, evité que se lanzara a la misma pira.
»—¡Chloe, te matará!
»Miré a nuestro alrededor, a la ventana de San Guillaume en la pared detrás
de nosotros, y con el brazo que aún funcionaba, arrojé a Ashdrinker, rompiendo el
vidrio en astillas.
»—¡Vayan!
»Dior agarró a Chloe, arrastró a la hermana, yo cojeando detrás. El chico se
arrastró por la ventana, tirando a Chloe, y dejé un rastro de sangre mientras me
arrastraba tras ellos, destrozándome la piel. Chloe estaba jadeando por respirar, los
ojos totalmente abiertos por el terror y la locura cuando recogí a Ashdrinker…
»¡GABRIEL, CORRE!
»… Y volví a deslizar la hoja en su vaina. No teníamos a dónde correr, pero
agarré la mano de Chloe y corrí, arrastrando a Dior lejos de la ventana rota donde
ahora estaba Danton, empapado en la sangre de Saoirse, Phoebe y Rafa.
»—¡Te dije que podía seguirte para siempre, De León!
»Subimos las escaleras hacia los muros del monasterio, el camino
recorriendo el borde de los acantilados. La caída se cernía detrás de nosotros, las
rocas dentadas como dientes, unos cuarenta y seis metros hacia abajo en una
oscuridad sin luz. Danton estaba ahora en las escaleras, sonriendo, a solo un
suspiro.
»—T-tenemos que hacerlo —susurró Chloe.
439
»—Es demasiado alto —susurró el niño—. Las rocas… ¡no puedo nadar!
»Apreté los dientes.
»—Toma mi mano, muchacho.
»Y agarrándome con fuerza, haciendo una mueca de dolor cuando Chloe
agarró mi muñeca rota, los arrastré a ambos hacia las almenas. La oscuridad abrió
sus brazos debajo de nosotros, los ojos de Dior se abrieron del todo por el terror,
Danton viniendo hacia nosotros como un viento negro. Pateando la barandilla,
salté tan lejos como pude, Chloe sosteniendo una mano, Dior la otra. Afuera, en la
noche azotada por el viento, la ingravidez y el vértigo, el grito subiendo a la
garganta de Chloe se interrumpió repentinamente cuando una mano pálida se estiró
por el borde y agarró el cuello de la fina levita mágica de Dior.
440
»El chico gimió cuando el puño de Danton se cerró con fuerza,
obligándonos a detenernos. Rugí de agonía, las heridas desgarrándose, los huesos
rotos rechinando. Chloe chilló, nuestras manos manchadas de sangre y
resbaladizas. Mis músculos gritaron a media que colgábamos, suspendidos en una
cadena, Chloe sosteniéndome, yo contra Dior y Danton sobre todos nosotros. Tenía
las manos ocupadas, no había nada que pudiera hacer mientras, con una sonrisa
triunfante y la fuerza de siglos sangrientos, la Bestia nos ayudó a izarnos.
»En un segundo, nos tendría.
»En un segundo, todo habría terminado, todo por nada.
»Y en ese segundo, Chloe me miró a los ojos. Ardiendo con un fuego
familiar.
»—Dior es todo lo que importa, Gabe.
»Y soltando mi mano, se sumergió en la oscuridad.
»—¡CHLOE! —rugió Dior.
»Sin tiempo para pensar. Sin tiempo para llorar. Solo tiempo para levantar
la mano, una mano rota y unos colmillos ensangrentados, agarrando esa levita
ridícula, junto con el chaleco y la camisa debajo, y aferrar un buen puñado de
agonía que recorrió mi brazo destrozado mientras rasgaba costuras e hilos, botones
plateados girando en la noche mientras, con magia o no, el levita se deslizó de sus
brazos, mi peso lo arrastró hacia abajo, Danton escupiendo una maldición negra a
medida que se tambaleaba hacia atrás, solo con una levita rasgada de color azul
medianoche y plata en la mano.
»El viento se abalanzó en mis oídos.
»El chico gritó en mis brazos.
441
»Y abajo, caímos hacia la oscuridad.
»Cuando era un muchacho, solía jugar un juego con mis hermanas, Amélie
y Celene. Se llamaba Elementos. Cierras la mano, cuentas uno, dos, tres y luego
le das forma a tu mano. Puño para madera. Dedos hacia arriba para fuego. Palma
plana para agua. El agua vencía al fuego. El fuego vencía a la madera. La madera
vencía al agua. Habiendo caído unos cuarenta y seis metros en ella, ahora mi
posición oficial es que el agua le gana a casi cualquier cosa.
»Cuando golpeamos en ella se sintió como piedra. He sido golpeado por un
antiguo del linaje Dyvok, me han explotado bombas de plata contra el pecho, he
estado dentro de una destilería química mientras el bastardo lunático que la
manejaba voló por las nubes, y déjame decirte que, nunca he sentido algo así. Si
fuera un hombre corriente, estaría muerto. Historia terminada. Canción cantada.
Pero roto y sangrando como estaba, aún era un sangre pálida, y como solía
asegurarme el viejo maestro Greyhand cuando me cortaba en cintas todas las
noches durante el entrenamiento de combate, los sangre pálida no mueren
fácilmente. El impacto fue ensordecedor, sacudiendo mi cerebro dentro de mi
cráneo, volviendo toda oscuridad a un blanco cegador. Perdí el conocimiento,
estoy seguro. Pero solo por un segundo. El frío me devolvió a mi cuerpo como la
cuerda de un arco.
442
»Todo estaba helado, arriba y abajo. Pero cuando abrí los ojos,
hundiéndome en el agua, lo vi. El cabello ceniciento flotaba a la deriva alrededor
de su rostro, colgando flácido como un pez deshuesado. Y a pesar de lo doloroso
que fue, aun así me abalancé, deslizando mi brazo sano alrededor de su cintura y
pateando desesperadamente, perforando la superficie con un jadeo entrecortado y
magullado.
»—¿Lachance? —rugí—. ¡Lachance!
»No respondió, sus ojos cerrados y su cabeza apoyada en el cuello. Pero de
alguna manera milagrosa estaba respirando. Miré alrededor, desesperado,
bramando por encima del torrente del río.
»—¡CHLOE!
»Sin sonido. Sin señal. Nada. Si me zambullía abajo para buscarla, el chico
en mis brazos se ahogaría. Y si nos quedábamos en esta agua, él se congelaría junto
con ella. Y así, rugiendo su nombre por última vez, con los ojos ardiendo, abracé
a Dior con fuerza y nadé hacia el norte a través del Volta, con el brazo roto a mi
lado. Lejos de los acantilados de arriba, de la carnicería de San Guillaume, de los
pobres condenados que Danton había masacrado. Les había advertido a todos, a
Chloe también, pero aun así, tenía que apartarlo de mi mente. La vista de Saoirse
siendo desgarrada de oreja a oreja. Los ojos de Bellamy abiertos de par en par,
cegados para siempre. Y Rafa. Ese pobre bastardo. Morir con la boca de Danton
en la garganta y el nombre del Dios que le había fallado en los labios.
»Nadé, dejando el agua ensangrentada detrás de mí, todos los músculos
gritando. Mi único consuelo era un peso familiar en mi cadera; Ashdrinker,
golpeándome la pierna mientras pateaba hacia la costa. Los había perdido a todos,
pero al menos me había quedado con mi espada. Y cuando una tos empapada
sacudió su cuerpo y un gemido débil escapó sobre los labios violáceos, supe que
aún tenía a…
»—Lachance.
»Gimió de nuevo, casi sin sentido.
»—Agárrate de mí, muchacho.
»Sus párpados estaban pesados, y se aferraba débilmente al brazo que yo
había envuelto alrededor de su pecho. Pero aunque podía decir que estaba
aterrorizado por el agua a su alrededor, aunque sabía que si lo dejaba ir, se hundiría
como una piedra, incluso con el frío, no tembló.
»Fuera lo que fuera, Dior Lachance nunca era un cobarde.
»Llegamos a los bajíos, y encontré el equilibrio, echándome al muchacho
por encima del hombro. Aún estaba inconsciente por la caída, su cabello blanco 443
ceniza colgando lacio sobre su rostro. Le había arrancado hasta el último trozo de
ropa de la cintura para arriba para liberarlo de las garras de Danton, y sabía que el
pequeño bastardo se congelaría pronto. Así que, tambaleándome por la orilla
boscosa, lo arrojé contra un viejo árbol podrido, y haciendo una mueca de dolor
por mi muñeca aún destrozada, me quité el abrigo de los hombros.
»Y entonces, lo vi.
»Lo único que lo cambiaría todo.
»Dior estaba sin abrigo y sin camisa. Pero no del todo desnudo. El vendaje
de Chloe todavía estaba alrededor de su garganta, pero otro vendaje estaba
envuelto alrededor de su torso, muchas veces. Al principio, pensé que el niño
podría estar herido; el vendaje un vestigio de una batalla anterior. Pero luego,
debajo de los envoltorios, lo vi. Los vi. Atados incómodamente apretados, pero
inconfundibles.
Jean-François parpadeó, levantando la vista de su tomo y chasqueando los
dedos.
—Pechos.
—Oui —coincidió Gabriel.
Jean-François sonrió hasta sus ojos oscuros, y aplaudió como si estuviera
encantado.
—Dior es un nombre de niña además de un nombre de niño, santo de plata.
—No me digas, vampiro.
El historiador se echó a reír a carcajadas, golpeando su rodilla y estampando
su pie.
—¿Nunca sospechaste? ¡Pero tu querida Chloe te dijo que la estrella fugaz
había marcado el nacimiento del Grial! Por eso no se quitaba la camisa para
secarla. Por eso Saoirse se refería a él con un término cariñoso femenino como
«florecita». ¡Él no era un chico de catorce años, ella era una chica de dieciséis!
Oh, De León, no tienes precio. ¿Qué tan tonto te sentiste?
El santo de plata alcanzó el vino, murmurando.
—No tienes que restregármelo, idiota.
Jean-François se rio entre dientes, y volvió a su tomo.
—Tropecé hacia atrás, abrigo en mano, balanceándome sobre mis talones.
Miré a Dior, mis ojos vagando por los hombros, la cintura, la mandíbula. Solo
había pensado que era un muchacho, quizás andrógino, bonito, oui, pero la forma 444
en que escupía, maldecía, fumaba, se pavoneaba… Gran Redentor, la perra me
había engañado. Y luego esos ojos azules se abrieron, de par en par cuando Dior
se dio cuenta de que el abrigo elegante y la camisa de seda se habían ido. Sus
manos pálidas se alzaron para cubrir su pecho, un intento débil de modestia que
ambos sabíamos que estaba condenado al fracaso.
»La niña me miró a los ojos con horror, indignidad, miedo.
»—No —dijo ella.
»—Me —respondí.
»—Jodas —coreamos.
Jean-François aún se reía entre dientes, el vampiro sacudiendo la cabeza
mientras escribía en su maldito libro. La celda a su alrededor estaba fría, silenciosa,
salvo por el suave rasguño en la página. Mojando su pluma una vez más, el
historiador frunció el ceño, dándose cuenta de que su bote de tinta estaba casi
vacío.
—¿Meline? —llamó—. ¿Mi palomita?
La puerta se abrió inmediatamente. La esclava con sus trenzas largas de
cabello castaño rojizo se detuvo en el umbral; una marioneta convocada por
cuerdas invisibles. Gabriel se dio cuenta de que era una mujer hermosa, envuelta
en corsetería negra y encajes. La sangre que había succionado del pulgar de Jean-
François la había curado por completo ahora; solo una cicatriz leve marcaba el
lugar donde le había mordido la muñeca. Pero aun así, Gabriel podía olerlo: débiles
rastros de óxido y el desvanecimiento del otoño. Se imaginó a la mujer de rodillas
ante él, con los ojos enmarcados en kohl observándolo a medida que apartaba esos
mechones castaños de la promesa pálida de su cuello. Su sangre latió hacia el sur
con el pensamiento, dejándolo duro y dolorido en sus cueros.
—¿Amo? —preguntó ella.
445
—Más tinta, palomita —dijo Jean-François—. ¿Y algo de beber para
nuestro invitado?
Gabriel vació su vaso y asintió.
—Otra botella.
—¿Vino? —Sus ojos oscuros se desviaron hacia el bulto debajo del cinturón
del santo de plata—. ¿O algo más fuerte?
Los ojos de Gabriel fulguraron.
—Otra botella.
Jean-François miró a la esclava, y Meline hizo una reverencia delicada, sus
pasos susurrando cuando bajó las escaleras. Gabriel volvió a contar el número de
pasos, escuchando la débil canción en el castillo de abajo: risas, aún ecos, gritos
débiles. La noche había pasado ahora su profundidad, y podía sentir la promesa
lejana del amanecer en el horizonte. Se preguntó si lo dejarían dormir.
Se preguntó si soñaría.
—Toda la esperanza del imperio —reflexionó Jean-François—. El último
vástago del linaje de Esan. La copa que contenía la sangre del mismísimo
Redentor. Una chica de dieciséis años.
Gabriel vertió las últimas gotas de Monét en su copa.
—El giro inesperado.
—Y ¿supongo que, Danton tampoco tuvo indicios de esta revelación?
Imagino que su búsqueda habría sido más decidida si hubiera sabido la verdad de
las cosas. A pesar de su edad, la Bestia de Vellene siempre favoreció a las señoritas
hermosas.
—Chloe lo sabía. —Gabriel se encogió de hombros—. También Saoirse.
Pero sœur Sauvage mantuvo el secreto de la chica enterrado lo suficientemente
profundo como para que Danton no lo arrancara de sus pensamientos la noche que
decidió visitarlos. Nunca se molestó en hurgar en la cabeza de Saoirse. Y la mente
de Dior siempre fue una habitación cerrada para los Muertos.
—Y así, Danton jugó contigo en su lugar —gruñó Jean-François—.
Permitiendo que tu insignificante vendetta familiar lo distrajera de simplemente
tomar su premio y, en cambio, verlo deslizarse, literal y metafóricamente, entre
sus dedos ensangrentados.
—No describiría la venganza entre los Voss y yo como algo insignificante,
Chastain. La enemistad entre la prole de Fabién y yo se había estado gestando la
mitad de mi vida.
—Y entonces. —Jean-François llevó sus dedos delgados a sus labios rubí, 446
observando al hombre de enfrente con ojos de cazador—. Regresamos. De regreso
al principio. A San Michon.
Gabriel suspiró, mirando la copa vacía en su mano. Preguntándose si estaría
lo suficientemente insensible. Lo suficientemente frío. Podía sentirlos a ambos; los
finales de los cuentos que había comenzado, como cicatrices viejas en su piel
tatuada. Se preguntó cuál se desgarraría más, sangraría más fuerte, y por un breve
momento, tocado por la luna, consideró la copa que tenía en la mano, la cuchilla
que podría moldear con ella; no lo suficiente para la piel de un vampiro, sin duda,
pero lo suficiente para la suya propia.
No al otro lado del arroyo, sino río arriba. El fragmento clavándose
profundamente, dejando fluir esa sangre maldita. Pero esos pensamientos eran una
locura, y él lo sabía, lo sabía por la amarga experiencia y las largas noches
solitarias, viendo las heridas cerrarse ante sus ojos llenos de lágrimas, la maldición
en sus venas que no le permitía morir. Dormir.
Dormir y no soñar nunca.
Meline regresó, sus pisadas suaves en las escaleras. Cruzó la puerta que
había dejado sin llave, con la bandeja dorada en una mano cuidada. El damasco de
sus faldas crujió como hojas cayendo cuando entró en la habitación, y Gabriel pudo
sentir el calor de su cuerpo, escuchar la música de su pulso a medida que colocaba
una botella nueva de Monét sobre la mesa entre el historiador y él. Después cayó
de rodillas, con la cabeza inclinada y las manos levantadas como una sacerdotisa
ante la estatua de mármol de un dios de antaño. Y Jean-François le quitó el bote
nuevo de tinta de las palmas abiertas.
—Merci, palomita.
—¿Desea algo más, amo?
El vampiro extendió la mano, pasando una larga uña afilada muy
gentilmente por la mejilla de la mujer. Su respiración se atascó en su pecho cuando
él enganchó su garra debajo de su barbilla, levantando su rostro para que pudiera
mirarlo a los ojos.
—Oh, cariño —susurró—. Siempre.
Sus labios se separaron, un suspiro tembloroso escapando de su boca. Pero
el vampiro retiró la mano del mismo modo que Dios retira una bendición.
—Ahora déjanos.
—Como ordene, amo.
La esclava se levantó con piernas temblorosas, hizo una reverencia y se
retiró de la habitación. La pareja se quedó sola nuevamente, asesino y monstruo, 447
un océano sin decir entre ellos. El vampiro observó a Gabriel volver a llenar su
copa, el vino oscuro como la sangre, pero sin cumplir su promesa, rebosante hasta
el borde. Alas de cuero atravesaban los cielos nocturnos más allá de la ventana.
Las lunas gemelas colgaban en los cielos, bañadas en carmesí.
—De León, debemos regresar allí eventualmente —dijo Jean-François—.
Volvamos a los siete pilares y la Fundición Escarlata y las paredes de la arena de
desafío. Al sabio maestro Greyhand y al cruel serafín Talon, al traicionero joven
Aaron de Coste y su última Caza juntos. Te habían enviado a las carreteras heladas
de Nordlund, santo de plata. Una Voss de sangre antigua había estado detrás de la
enfermedad en Skyefall. Un Ironheart de poder inconmensurable ya estaba al este
de las Montañas Godsend, cuando el Rey Eterno aún estaba concentrando su
Legión Sin Fin en Talhost. Aquí hay un secreto enterrado en tus bóvedas, De León.
Un secreto empapado en la sangre más oscura y susurrado con lenguas santas. Y
me gustaría desenterrarlo antes de que estés demasiado confundido con el vino
para recordarlo.
—Pero ese es el problema, vampiro. Por mucho que lo intente. Por más que
lo desee. —Gabriel miró hacia la noche sombría del exterior. Sus manos
curvándose en puños, sus oídos zumbando con el canto de las trompetas de plata,
un hormigueo en la lengua con el sabor de la fruta prohibida—. Recuerdo todo.

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»—El nombre de tu hermana es… Celene. Pero no es así como la llamas.
»Serafín Talon estaba sentado frente al fuego frente a mí, con los ojos
oscuros en los míos. La cueva que nos rodeaba era pequeña, cálida, el resplandor
se reflejaba en la mirada del maestro Greyhand mientras miraba. Mi frente se
frunció cuando encontré la mirada de Talon, mi cabeza se llenó de tanto ruido
como pude evocar.
»—Cabello negro —declaró el hombre delgado, acariciándose el bigote—.
Ojos negros. Una problemática. Una instigadora. Por lo tanto, la llamas… mi
pequeña diablilla.
»—Mierda —susurré.
»Rompí nuestro concurso de miradas, suspirando mientras me masajeaba
las sienes. Me dolía la cabeza, me dolía el corazón. A pesar de mis mejores
esfuerzos, el serafín había vuelto a arrancar las imágenes y verdades de mi cabeza
después de solo un minuto más o menos.
»—Estás mejorando, mi pequeño cubo de mierda tonto —declaró Talon—
451
. Pero no suficiente. Si aún puedo perforar tus defensas, un Voss antiguo las hará
añicos en un maldito parpadeo. Trabaja en ello.
»—He estado trabajando en eso, serafín. Todos los días desde que salimos
de San Michon.
»—Entonces, día y noche —gruñó Greyhand—. Cuando encontremos a
nuestra presa, debes estar listo.
»Mantuve mi cara de piedra, pero por dentro, me burlé. ¿Cuándo
encontremos a nuestra presa?
»Gran Redentor, llevábamos meses en esta Caza.
»Serafín Talon, Aaron, Greyhand y yo. Una compañía extraña que nunca
había conocido. Después de salir de San Michon, nos dirigimos al noroeste hacia
las montañas Godsend, siguiendo un sendero de un mes a través de una vista de
picos negros y fríos y árboles moribundos. El invierno no había mordido realmente
cuando partimos, pero ahora, la nieve caía pesadamente, las carreteras, solitarias y
desoladas.
»Mientras viajábamos, fray Greyhand había usado los dones del linaje
Chastain para rastrear a nuestra presa, murmurando a los sabios búhos y
conversando con los astutos zorros mientras nos acostábamos. Muchas de las
bestias no tenían ni idea de nuestra presa; otros susurraban sobre diferentes
monstruos, formas oscuras que se alzaban en el sur y faekin que acechaban los
páramos con cuchillos de reluciente hueso. Aun así, unos pocos habían hablado de
una mujer, algo oscura, algo muerta, que recorría caminos solitarios en compañía
de otras sombras. Dirigiéndose hacia el norte. Siempre al norte.
»Y como buenos sabuesos, habíamos seguido.
»Visitamos la bulliciosa ciudad de Almwud y encontramos una historia
similar a Skyefall: la hija del concejal asesinada, un grupo de aristócratas de alta
cuna caídos en una enfermedad degenerativa. El nido que habíamos quemado era
pequeño: un solo neófito que no sabía nada de lo que era. En la aldea de la
encrucijada de Benhomme y la ciudad minera de plata de Tolbrook, escuchamos
historias similares. Y poco a poco, comenzamos a pintar un retrato de la cosa que
acechábamos. Esta cazadora pálida que llenaba las tumbas de los niños
dondequiera que caminaba.
»Esta Marianne Luncóit.
»Niño Cuervo.
»Ella era hermosa, todos lo mencionaron, y siempre primero. Una gracia
tan peligrosa que tanto hombres como mujeres no podían evitar adorarla. Cazaba
entre la alta sociedad, toda halagos y galas de seda, golpeando como una araña a 452
sus hijos e hijas al partir.
»Media docena le hacían compañía. El primero, otro sangre fría que se hacía
pasar por su hijo: un joven dorado y de cabello oscuro llamado Adrien. Otros cinco
hombres asistían a la pareja como sirvientes. En Tolbrook, Luncóit le había
informado al concejal que estaba inspeccionando un reclamo en las colinas sobre
la ciudad, tal como lo había hecho en Skyefall. En el torreón de altos muros de
Ciirfort, la encantadora madame y su apuesto hijo habían sido invitados a un
recorrido por la guarnición por un capitán embelesado, cuya hija fue encontrada
más tarde asesinada en su cama. No teníamos una certeza real de por qué esta
vampira estaba acechando pueblos a lo largo de las Godsend, pero lo estaba
haciendo con intención. Y siempre estábamos unos pasos atrás.
»Los ríos estaban cubiertos de hielo ahora, el invierno se acercaba con pies
fríos. Estábamos acampados debajo de un pico nevado llamado así por Eloise, el
Ángel de la Retribución. Un poco más al norte se alzaba la montaña que lleva el
nombre de Rafael, el Ángel de la Sabiduría. Y en el valle intermedio se encontraba
la siguiente parada en nuestra búsqueda de meses: la ciudad minera de plata más
rica de la provincia y, como el destino lo quiso, la alta sede del padrastro de Aaron.
»La baronía de Coste.
»Estábamos en términos amargos, Aaron y yo. Todavía estaba seguro de
que el bastardo había intentado que me mataran en San Michon y, en el proceso,
consiguió que asesinaran a la pobre hermana Aoife. Me incomodaba la idea de que
viajáramos a su antigua casa, que yo estaría recostando mi cabeza entre su gente.
Por su parte, Aaron me trató tan mal como siempre. Mirándome a través del fuego
por la noche con silenciosa amenaza. Pero a medida que nos acercábamos a su
lugar de nacimiento, esperaba que el humor de nuestro joven lord se alegrara al
menos un poco. Siempre había hablado de su madre con cariño, y pensé que se
alegraría al pensar en el reencuentro.
»Y, sin embargo, cuanto más nos acercábamos a Coste, más sombrío se
ponía de humor.
»Aquella noche antes de nuestra llegada, acampamos en una cueva en el
flanco este de Rafael. Nuestras sosyas estaban agrupadas en la entrada, con la nieve
adherida a sus abrigos peludos. Talon nos había enseñado a Aaron y a mí en
asuntos de defensa mental a lo largo del camino, y aunque no me gustaba el serafín
en mi cabeza, sabía que los vampiros del linaje Voss podían leer los pensamientos
de los hombres inferiores. Mejor Talon en mi mente fortaleciéndola que uno de
ellos saqueándola.
»Terminada nuestra lección de la noche, el serafín acercó las manos a
nuestro fuego.
»—Gran Redentor, se enfría lo suficiente como para congelar la sangre en 453
las venas de un hombre.
»Me froté la frente adolorida y miré hacia el norte.
»—Y los ríos en sus cauces.
»Aaron me miró a los ojos y también asintió. Puede que estuviéramos en
desacuerdo como el fuego y el hielo, pero en un temor, estábamos de acuerdo.
»—El Rey Eterno marchará pronto desde Talhost.
»—Probablemente —gruñó Greyhand—. Sin embargo, no es una certeza.
La paciencia es una cualidad que los vampiros antiguos tienen en abundancia.
Fabién Voss marchará cuando esté listo.
»—Deberíamos estar haciendo más. —Aaron frunció el ceño—. No solo
perseguir fantasmas y sombras.
»—Un Voss antiguo no está al este de las Godsend con un propósito trivial,
De Coste —gruñó Talon—. Al frustrar a Luncóit, frustramos cualquier papel que
ella desempeñe en el plan de Fabién.
»Nos quedamos en silencio, mirando las llamas. Comprendí que teníamos
que ser tan pacientes como nuestra presa, pero al igual que De Coste, sentí que
siempre habíamos estado acechando a Marianne Luncóit. La amenaza de la legión
del Rey Eterno flotaba ahora sobre el Nordlund como el hacha de un verdugo. Los
ejércitos del emperador estaban divididos entre los fuertes de Avinbourg en el
norte y Charinfel en el sur, y todavía no sabíamos dónde caería el golpe.
»—Bendita Madre Doncella —gruñí—. Hace frío como la teta de una bruja
del pantano aquí.
»Los ojos de serafín Talon brillaron bajo los arcos negros de sus cejas.
Alisándose el largo bigote, el hombrecillo rebuscó en su alforja y sacó una petaca
de plata. Tomando un trago profundo, me lo ofreció. Podía oler el vodka desde
donde estaba sentado.
»—Merci, no, serafín.
»—Vamos, sangre frágil. —El hombrecito agitó el frasco en mi cara—. La
bondad despreciada es ira ganada, así dice el Señor. Y el nombre del Testamento
no bebe pecado.
»—No es el pecado, serafín. Simplemente no deseo seguir los pasos de mi
padrastro. Era un demonio con la bebida.
»—Hmmf. —Aaron tomó el frasco en la mano de Talon—. El mío también.
»Parpadeé ante eso, estudiando a De Coste a través de las llamas mientras
tomaba un largo y lento trago. Nuestro señor solo había hablado de su madre,
nunca del tipo que lo crio. 454
»—Mi padrastro era soldado —declaró Greyhand—. Amaba la bebida.
Recuerdo que una víspera se puso bien descuidado y perdió la llave. Así que
cuando finalmente llegó a casa, se arrastró por la ventana y se metió en la cama
con lo que pensaba que era mi mamá. Resultó ser la casa del magistrado y la dama
en cuestión, su esposa.
»Las risas rodaron alrededor de nuestro fuego. Incluso Greyhand logró
esbozar una sonrisa en un susurro.
»—El magistrado no estaba contento.
»—Ah, pero ¿qué pasó con su esposa, maestro? —pregunté.
»Greyhand me inmovilizó a través del fuego, inexpresivo.
»—Tendrías que preguntarle, cachorro.
»Me reí de nuevo, escupiendo sobre mi piedra de afilar mientras afilaba a
Lionclaw.
»—Cuando era pequeño, mamá estaba tan harta de la bebida de mi padrastro
que escondía su ropa para que no pudiera ir a la taberna. Se puso su vestido de
iglesia y se fue de todos modos. Simplemente marchó por la calle con sus mejores
galas, orgulloso como un señor. Recuerdo que era blanco. Tenía flores azules.
»—Suena atractivo —asintió Greyhand.
»—Tenía los tobillos finos —admití de mala gana.
»Serafín Talon tomó otro trago largo y luego le devolvió la petaca a Aaron.
»—¿Te acuerdas de la Caza en Beaufort, Greyhand?
»—¿Con el viejo Yannick? ¿Como podría olvidarlo?
»Mis oídos se animaron ante eso. Solo conocía a fray Yannick como un
hombre destrozado, sacado de su miseria en el Rito Rojo la primera noche que
llegué a San Michon. Pero siempre me encantaba escuchar las historias de los
viejos santos de plata. Cuentos de horror, gloria y sangre.
»—¿Ustedes dos cazaron juntos? —pregunté, mirando entre los hombres.
»—No siempre fui un serafín de la Orden, sangre de mierda —gruñó
Talon—. Me gané mi égida cuando todavía eras un renacuajo remando en las bolas
de tu impío padre.
»—Fue hace muchos años, Pequeño León —dijo Greyhand—. Recién fui
juramentado. Un duskdancer había estado acechando los muelles de Beaufort
durante meses. El viejo abad Dulean nos envió a los tres allí para ponerle fin a esto.
»Talon asintió.
455
»—Cuanto más un duskdancer toma la forma de su bestia, más la bestia
deja su marca en él. Este bastardo era viejo. Nacido de un lobo y espantoso. Incluso
cuando vestía la piel de un hombre, tenía los ojos de un lobo. Cola de lobo. Pies
de lobo. Así que había desarrollado un gusto por las prostitutas callejeras,
atrayéndolas a las sombras con la promesa de una moneda y luego destripándolas
como corderos. Decidimos usar cebo para atraerlo. Así que sacamos pajitas, y el
viejo Yannick se encontró con una peluca y un vestido sin espalda, bañado en el
perfume de puta y desfilando arriba y abajo por el maldito embarcadero como una
ramera real.
»Greyhand negó con la cabeza.
»—Las piernas más finas que he visto en un hombre.
»—También funcionaron. Ni siquiera ese bastardo duskdancer pudo
resistirse. Escúchame ahora, sangre frágil. Un buen cazador usa el apetito de su
presa contra ellos. El deseo es una debilidad.
»Greyhand suspiró mientras miraba el fuego.
»—Extraño a ese bocón perro viejo. Fue Yannick quien me nombró
Greyhand.
»—Era un buen cazador —asintió Talon—. Y un buen amigo.
»—Oui. —Mi maestro negó con la cabeza y vi pena en sus ojos verde
pálido—. Pero Yannick tomó la decisión correcta. Ruego a Dios Todopoderoso y
a los Siete Mártires que me concedan el mismo valor cuando la sed me llame y
llegue mi momento.
»Todavía podía recordar el horror que había sentido por el final del viejo
Yannick; ritualmente asesinado por el abad y arrojado a las aguas del Mère antes
de que el sangirè, la sed roja, pudiera consumirlo. Era la muerte de un santo de
plata. La muerte de un hombre. Pero al mirar la estrella de siete puntas en mi palma,
me encontré reflexionando sobre la misma maldición de sangre pálida en mis
venas. No importaba cuánto sanctus fumáramos para evitarlo, sabía que el sangirè
eventualmente nos llevaría a todos a la locura. Y antes de eso, cada uno de nosotros
tendría que hacer la elección de Yannick.
»—Es mejor morir como un hombre que vivir como un monstruo —
murmuré.
»Talon asintió con gravedad.
»—Véris.
»—Véris —dijo Greyhand, agitando el fuego.
456
»Verdad más allá de la verdad.
»Nos sentamos con el sonido de troncos crepitantes, Greyhand y Talon
ahora mirando sin palabras a las llamas. El silencio se prolongó, Aaron bebiendo
profundamente del frasco, mudo y hosco. Finalmente hablé de nuevo para romper
el incómodo silencio.
»—¿Por qué el viejo Yannick te puso Greyhand, maestro?
»—Mmm. Una historia que no vale la pena contar, Pequeño León.
»—Sabes, los canteros de San Michon tienen una apuesta. Quien aprenda
su nombre real gana una moneda de una semana entera sin trabajo.
»—El juego es impío. Y la última vez supe que valía solo tres días.
»—Parece que tu leyenda crece con la narración —sonreí.
»—Las leyendas siempre lo hacen, Pequeño León. Y siempre en la
dirección equivocada. Pero el que canta su propia canción es sordo a la música del
cielo. ¿Cómo escucharé la palabra de Dios, si estoy enamorado del sonido de mi
propia voz?
»Pude sentir la tranquila confianza de Greyhand. Su fe inquebrantable. No
necesitaba un elogio mortal o rasguear su propio laúd; su servicio al Todopoderoso
era suficiente, y dulce jodido Redentor, le envidiaba esa humildad. Pero Talon
habló, con los ojos puestos en nuestro maestro.
»—Entonces, contaré la historia. Yannick lo compartió conmigo una
víspera con una copa de vino.
»—Ah, fuentes tan impecables —se burló Greyhand—. Chismorreo de
borrachos alrededor de las jarras de San Michon.
»Pero Talon habló a pesar de todo, su voz decayendo mientras se inclinaba
hacia la historia.
»—Esto fue cuando Greyhand todavía era un aprendiz, ¿ven? Cuenta la
historia, él y su maestro fueron atacados por cinco sangre fría, en lo profundo de
una vieja ruina cerca de Loch Sídhe. Su maestro Michel fue asesinado en la
emboscada y Greyhand se retiró. Pero al amanecer, regresó solo, nada más que su
espada y fe para protegerlo. Y cuando salió de ese pozo, las cenizas de esas cinco
sanguijuelas estaban tan gruesas en sus puños que no se podía ver su piel.
Entonces. —Talon asintió a nuestro maestro—. Greyhand.
»—Mmf —Frunció el ceño.
»—Noto una marcada falta de negaciones, maestro —dije.
»—¿Qué sentido tiene la negación? ¿Cuando los chismosos ya han tomado
una decisión? La próxima vez que cuentes la historia, serafín, haz que mate a una 457
docena. Hace que el número sea más redondo.
»—Es una carga pesada, maestro —sonreí—. Ser un héroe.
»—Héroe —se burló—. Recuerda mis palabras, sangre joven. No quieres
ser un héroe. Los héroes mueren muertes desagradables, lejos de casa y del hogar.
»Miré hacia las llamas. Pensando en lo que era. El destino que le había
ocurrido al viejo Yannick y la locura que nos aguardaba a todos. Greyhand escupió
al fuego, las llamas silbaron.
»—Basta de charlas ociosas. Llegamos a Coste mañana. ¿Qué deberían
saber tus compañeros del pueblo que te dio a luz, iniciado?
»Todos los ojos se volvieron hacia Aaron mientras tomaba otro sorbo,
haciendo una mueca al tragar. Una vez más, la idea de que estaba entrando en el
lugar de nacimiento de este bastardo se sintió como una piedra en mi estómago.
»—Coste es la ciudad más rica de la provincia —dijo Aaron—. Su fortuna
hecha en plata y hierro. El barón es favorecido en la corte, amigo del emperador
Alexandre. Mi hermano Jean-Luc es el capitán del Ejército Dorado en Avinbourg.
Mi madre, prima segunda de Su Majestad Imperial. Y luego, estoy yo.
»—Hemos ganado terreno con nuestra presa este último mes —dijo
Greyhand—. Puede ser que nuestro Niño Cuervo nos esté esperando dentro de los
muros de Coste. Y la fiesta de San Maximille cae en dos días. ¿Sin duda la ciudad
se complacerá?
»Aaron se burló.
»—El barón De Coste nunca pierde la oportunidad de festejar.
»—Ten buen ánimo, entonces. Nuestra presa es un bon vivant, atraído hacia
las cosas más finas como un pájaro al brillo. Si acecha en las sombras de Coste,
debería tener la oportunidad de ser atraída hacia la luz. Así que duerman ahora. No
teman a las tinieblas. —Greyhand me lanzó una mirada de advertencia—. Y no
sueñes con el heroísmo, sino con el servicio fiel al Señor tu Dios.
»Nos acomodamos en la cama. Escuché el crepitar del fuego y traté de no
pensar en el frío, la serpiente durmiendo frente a mí frente a las llamas. No sabía
lo que nos esperaba en Coste, ni si Aaron intentaría terminar lo que había
comenzado en San Michon, pero podía sentir que nuestra presa estaba cerca. Dejé
que la impaciencia se apoderara de mí durante nuestra cacería en Skyefall, y estaba
decidido a no volver a fallar. Pero a pesar de la advertencia de Greyhand, aun así,
soñé con la gloria.
»Gloria, y una sonrisa enmarcada por un hermoso lunar, y mechones de
cabello negro azabache.

458
»—Llegamos a Coste al día siguiente, justo cuando el sol se estaba
hundiendo para dormir. La ciudad era un asunto más grandioso incluso que
Skyefall; una hermosa extensión de piedra oscura y techos pálidos tallados a orillas
de una magnífica cascada. El invierno aún no había convertido las cataratas en
hielo, pero ya casi estaban allí: enormes esculturas de agua helada colgando sobre
la gota, brillando como un diamante. La gran ciudad se dividía en dos, tres puentes
que cruzaban el río helado. Un torreón principesco se asentaba en una cresta por
encima de todo, ondeando banderas de un campo verde en cuartos adornado con
dos martillos de guerra cruzados: el escudo de la familia De Coste. Mientras
atravesábamos las poderosas puertas, toda la ciudad resonaba con canciones a
pesar del frío.
Jean-François, sin decir palabra, dio unos golpecitos con la pluma y enarcó
una ceja.
Gabriel suspiró.
—La Fiesta de Maximille el Mártir es la mayor juerga en el calendario
elidaeni. Menos solemne que Firstmas o Wheelsday (las fiestas del nacimiento y
la muerte del Redentor) es una de las fiestas más importantes del año. Maximille
de Augustin fue un señor de la guerra que, dependiendo de a quién creas, o recibió 459
sus órdenes directamente de la boca del Dios Todopoderoso, o simplemente estaba
jodidamente loco. De cualquier manera, formó un ejército y tomó el control de
Elidaen, Nordlund y Ossway en nombre de la Fe Única.
»Murió en batalla con una flecha en el ojo, lo que uno pensaría que sería el
tipo de cosas sobre las que el Dios Todopoderoso advertiría a su Elegido. Pero sus
hijos conquistaron Sūdhaem y Talhost, uniendo finalmente los reinos en guerra en
un solo imperio bajo el estandarte de la Rueda. Forjaron el Trono Quíntuple,
forjaron la dinastía de Augustin y nombraron al querido Papa el séptimo mártir. La
gente se ha estado volviendo loca en el aniversario de su muerte desde entonces.
»Aaron bajó su tricornio mientras cabalgábamos más allá de las paredes,
con el cuello alto para que nadie pudiera ver su rostro. Algunas personas
sospecharon al vernos, haciendo la señal de la rueda cuando pasamos. Otros
miraban con deseo en sus ojos, sintiendo la bestia debajo de nuestra piel. Pero la
mayoría estaba en sus cosas y no prestó mucha atención. Coste era la ciudad más
grande que había visto en mi vida. Treinta mil personas lo llamaban hogar, y la
mayoría estaban en las calles esa noche. Si una vampiro se escondía entre esta
multitud, se necesitarían los mejores sabuesos para olfatearla.
»Pero me apetecía eso y más.
»Al atravesar esas puertas, me sorprendió el extraño giro que había tomado
mi vida. Hace nueve meses, era un sonámbulo; el muchacho de un herrero sin
ninguna pista del futuro que se precipita sobre él. Y ahora, aquí estaba, envuelto
en negro y grabado en plata. Confieso que nunca me había sentido tan vivo. Un
cachorro de león cazando, nariz al viento. Y aunque no pude captar ningún indicio
de nuestra presa todavía, al menos, estaba despierto.
»Subimos por los caminos sinuosos de la colina, pasamos por tabernas
llenas de gente y burdeles. Aaron asintió hacia la fortaleza de arriba.
»—Mi padrastro organiza una fiesta para sus señores todos los años en esta
víspera. Esos pasillos estarán llenos de lo mejor de Coste esta noche.
»—Entonces, ¿estás planeando esperar afuera? —gruñí.
»—Te quedaste despierto toda la noche escribiendo eso, ¿verdad,
campesino?
»Le mostré los Padres y De Coste se dio una palmada en el cuello como si
aplastara un insecto. Era plenamente consciente de que era una tontería escupirnos
el uno al otro en un momento como este. Pero también sabía que podría
encontrarme solo con Aaron vigilándome las espaldas esta noche, y después del
ataque que me había orquestado en los establos, no confiaba en que no me clavaría
un cuchillo.
»—Dejen de pelear —gruñó Greyhand—. Estamos de Caza esta noche. 460
»Señalé mi abrigo y mi espada.
»—Si la intención es acechar entre las ovejas hasta que el lobo muestre los
dientes, ¿no parece prudente vestirse como pastores?
»Talon asintió.
»—Sobresalimos como cuatro pulgares revestidos de cuero.
»—Estoy seguro de que se puede adquirir el atuendo adecuado del dueño
de la casa. —Aaron se frotó la mandíbula y suspiró—. Así que supongo que será
mejor que vayamos a hablar con él.
»Las herraduras de nuestros caballos resonaron sobre los adoquines
mientras subíamos por la carretera, y la luz había acabado antes de llegar a la
fortaleza. La reja se levantó en señal de bienvenida, el puente levadizo bajó. Las
antorchas ardían en las paredes, encendiendo brumas heladas en el patio. Pude ver
hombres de armas, bien vestidos con galas de acero y tabardos de la casa. La
bandera de la familia De Coste ondeaba orgullosa en las paredes, se movía y
brillaba en todas las superficies.
»Un oficial de la gens d’armes salió a recibirnos, vestido con una pesada
cota de malla. Antes de que De Coste se hubiera bajado siquiera el cuello, vi
reconocimiento en los ojos del hombre.
»—Maestro Aaron…
»—Feliz encuentro, capitán Daniau. ¿Cómo está tu hijo?
»—Muy bien, mi señor, merci. —El hombre miró entre nosotros y, por su
mezcla de miedo y suave odio, pude decir que sabía exactamente lo que éramos—
. ¿Qué le trae a casa después de tantos meses, maestro Aaron? ¿Y en… tal
compañía?
»—Tengo que hablar con mi madre.
»—Se está preparando para la fiesta, mi señor, me temo que no puede…
»—Me temo que los modales se han desvanecido en mi ausencia, capitán.
—El señor rubio se sentó más alto, esa familiar mezcla de arrogancia y confianza
que rezuma de sus poros—. ¿A menos que se haya convertido en un hábito en el
château De Coste que la ayuda interrogue a los nacidos en el señorío?
»—Perdóname, mi señor. Pero su padre dejó un mensaje si alguna vez
usted…
»La voz del hombre falló cuando Aaron se inclinó más cerca, con un brillo
de depredador en sus ojos.
»—Envía un mensaje a mi madre de que deseo verla, capitán. 461
»El rostro del hombre se relajó, sus ojos apagados.
»—De inmediato, mi señor.
»—Ve que nuestros caballos se acomoden en el establo. Si tienes hombres
inactivos, ponlos en la guardia. El peligro mortal llega a la casa de tu amo esta
noche, Daniau. Y no lleva plata en el pecho.
»Vi a Aaron deslizarse hacia el papel de hijo de noble tan fácil como
ponerse un abrigo viejo, me recordó todas las cosas que no me gustaban de él. Les
escupió órdenes a esos hombres como si fuera mejor para ellos, y no dudaba que
lo creía, de ellos y de mí. Este imbécil era una serpiente. No importaba si estábamos
en la Caza, estaba condenado si le daba la oportunidad de morderme de nuevo.
»Diez minutos después, estábamos en el gran vestíbulo de entrada de la
Fortaleza Coste, rodeados de finos tapices y estatuas de mármol. Una amplia
escalera conducía hacia arriba, y a nuestra izquierda, pude ver un hermoso salón
de baile, adornado con galas y lleno de sirvientes. Se estaban colocando largas
mesas con lino claro, y más allá, un cuarteto de músicos practicaba sobre una pista
de baile con incrustaciones de madera de sangre y reluciente nácar.
»Si la riqueza de Skyefall me había dejado mareado, la opulencia aquí era
repugnante. No podía imaginar lo que debió haber sido crecer en un lugar como
este; no es de extrañar que De Coste actuara como si la Madre Doncella le hubiera
chupado la polla antes de la comida de la mañana todos los días.
»—¿Hijo mío?
»Aaron miró hacia arriba y vi que toda la tensión desaparecía de su cuerpo.
Una mujer majestuosa estaba de pie en el rellano, vestida con un hermoso vestido
esmeralda, una espectacular peluca empolvada sobre su cabeza. Tenía unos
cuarenta años, estaba pálida y tenía los ojos del mismo azul brillante que los de
Aaron.
»—Mamá —susurró.
»—¡Aaron! —gritó, bajando y abrazándolo. Las lágrimas brillaron en sus
pestañas mientras lo abrazaba con fuerza, haciéndolo girar en el lugar como si
bailaran—. ¿Cuándo llegaste?
»—En este momento. ¿Te acuerdas del maestro Greyhand? Estos son mis
camaradas, mamá. Serafín Talon de Montfort y Gabriel de León.
»La Baronesa nos honró a todos con una reverencia perfecta.
»—Todos los camaradas de mis seres queridos son bienvenidos en estos
pasillos. Pero alabado sea San Maximille y la Madre Doncella, pensé no volver a
verte tan pronto, hijo mío. ¿Qué he hecho para merecer tal bendición?
»—En efecto, ¿qué? —dijo una voz baja y áspera. 462
»Me volví hacia la escalera de arriba y vi a un hombre que miraba el
reencuentro con los ojos entrecerrados. El barón De Coste vestía una levita verde
de corte fino, calzas y camisa de seda. Irradiaba fría autoridad y goteaba riqueza
de cada dedo adornado con oro. Pero ninguna cantidad de pintura con plomo podía
enmascarar los capilares reventados que tenía garabateados en las mejillas o la
regordeta fresa de su nariz.
»Crecer cerca de un borracho convierte a un muchacho en un experto en
detectar a otros, y marqué al barón como un borracho tan pronto como lo vi. No
era del tipo que se había hinchado con eso; rodando a sus tazas como una ballena
a través de las olas. No, el padrastro de Aaron era la raza cuya enfermedad lo
devora de adentro hacia afuera. El barón De Coste era un esqueleto bien vestido
que miraba a Aaron con desdén sin disimulo.
»—¿Cómo es que visitas esta noche, bastardo? —Miró nuestro número con
una suave mueca de desprecio—. ¿Y qué en el nombre del Dios Todopoderoso te
poseyó para traer un grupo de cerdos mestizos a mi puerta?
»—Barón De Coste. —Greyhand hizo una reverencia—. Bien conocido de
nuevo, señor. Me disculpo por…
»—Me sirven tan poco tus disculpas como tu compañía, mestizo —dijo el
barón—. Fuiste bienvenido en mis pasillos la última vez que me visitaste solo
porque me quitaste a este chucho de las manos. ¿Debo entender que lo estás
devolviendo?
»—Estamos aquí a instancias de nuestro abad, barón. —Talon hizo una
reverencia—. Tenemos razones para creer que puede tener un invitado no deseado
en su banquete de esta noche.
»—Varios, parece.
»—Un vampiro —dijo Aaron—. Uno que hemos acechado durante meses.
»Vi a la madre de De Coste tensarse por eso. Pero el propio barón no parecía
impresionado. —Bueno, no puede ser el que despojó a tu mamá, bastardo. Tu padre
violador fue enviado a su bien merecido infierno hace años. Lo mismo que te
espera, espero.
»—Una mujer —respondió Aaron, impertérrito—. Una antigua impregnada
de asesinatos, que ha acechado el borde de las Godsend durante lunas ahora. Tus
invitados pueden estar en peligro. —Miró a su mamá—. Puedes estar en peligro.
»De Coste volvió a mirar al barón. Tenía la mandíbula apretada en desafío,
y se puso más alto, adoptando la pose del orgulloso joven señor. Pero aunque volví
a recordar todas las cosas que odiaba de él, pude ver la pose de la pequeña mierda
por lo que era ahora. Una fachada para esconder el miedo interior. Un miedo que 463
podía sentir en él, tan seguro como respirar. A pesar de todo lo que era, Aaron de
Coste le tenía miedo a su padrastro. Miedo y absolutamente odio.
»El barón nos miró con ojos afilados. Su labio curvado.
»—Bien, entonces. Supongo que será mejor que entren.
»—La gran fortaleza del barón De Coste se hallaba llena hasta los topes,
sus pavos reales y gallinas desfilaban. Caballeros con tabardos verdes y elegantes
galas, gorros de plumas y terciopelo aplastado. Damas y damiselas con rostros
pálidos como el plomo y mejillas manchadas de sangre, envueltas en metros de
damasco viejo, gasa y crepé. Y luego, estábamos nosotros.
»El barón nos había prestado gentilmente un cambio de guardarropa, pero
nos había equipado a Greyhand, a Talon y a mí como sirvientes en lugar de
invitados. Yo llevaba un sencillo jubón negro y unas medias pálidas y ajustadas, y
el pelo recogido en una larga trenza. Las únicas armas que podía ocultar debajo
eran mi daga de acero plateado y dos bombas plateadas.
»Greyhand se hacía pasar por un lacayo, observando a los invitados cuando
llegaban a la puerta del barón, y Archer se elevaba por los cielos, el halcón siempre
ayudaba a su amo. Serafín Talon estaba vestido como uno de los gens d’armes de
la casa, patrullando dentro de la fortaleza en caso de que Luncóit buscara entrar en
secreto. Aaron iba vestido de nobleza, por supuesto, del brazo de su madre. Y yo
estaba allí en el salón de baile con él, sirviendo jodidas bebidas. 464
»Observé a la pareja mientras recorrían la habitación, con los ojos clavados
en la baronesa De Coste. Claramente adoraba a su hijo, a pesar de que Aaron era
el hijo de su violación. Mirándola, pensé en mi propia mamá. Y en mi padre.
»¿Quién fue ella para él? ¿Amante o víctima?
»Y al final, ¿en qué me convertía eso?
»El humo de rêvre y amapola flotaba en el aire, entrelazado con el perfume
de las damas doradas. La canción de juglar se mezclaba con la melodía de los dedos
bañados en oro sobre el cristal, de la risa cruel y los golpes cortantes. El vino era
tan escaso como el oro hilado tanto tiempo después de la muerte de los días, y sin
embargo fluía como el agua. Sentí que nadaba en un río ensangrentado, rodeado
de reptiles hambrientos.
»Pero de Marianne Luncóit, no había ni rastro.
»—Terriblemente tedioso, ¿no crees?
»Parpadeé ante la voz humeante, me volví para encontrarme con una bella
señorita mirándome con expresión aburrida. Vestía seda verde, su corsé tiraba de
sus curvas en un perfecto reloj de arena. Su largo cabello era del oro de las hojas
otoñales, sus ojos azules como cielos viejos.
»—¿Qué es tedioso, madeimoselle?
»—Todo esto. —La chica hizo un gesto con la mano—. Los mismos
ancianos que tienen las mismas viejas conversaciones. Es igual que el año pasado.
Y el año anterior. —Me miró a través de largas pestañas oscuras—. Excepto por
ti, por supuesto.
»Le ofrecí mi bandeja.
»—¿Puedo ofrecerle una bebida, madeimoselle?
»La chica tomó un vaso, pero arqueó una ceja.
»—Vamos. No eres más un sirviente que yo. Llegaste hoy con Aaron y los
demás. El hombre de rostro amargado y el delgado de bigote grasiento. ¿Quién
eres tú?
»Me estaba preguntando lo mismo de ella, pero volví los ojos hacia las
tablas del suelo como lo haría un buen sirviente.
»—Nadie de importancia, madeimoselle.
»—Mmm. —Resopló—. Voy a ser la juez de eso.
»Con una mirada más para mí, la joven se volvió sobre tacones pulidos y se
metió entre la multitud. Negué con la cabeza y volví a mirar a la multitud. El salón 465
de baile del barón De Coste estaba lleno de gente así, con todo el corte y el color
que esperaba: la ingenua ruborizada, el guapo libertino. El señor borracho y la
serpiente sonriente. Mi mano se dirigió a un bolsillo interior de mi jubón, justo
sobre mi corazón, al regalo del día de los santos doblado allí. El retrato que Astrid
me había dibujado. Estaba rodeado de bellezas en terciopelo viejo y satén, corsés
de ballena y collares de oro. Y la única chica en la que me encontré pensando vestía
un simple blanco de novicia.
»La extrañaba.
»El festín terminó, comenzaron las juergas, las parejas recorrieron la pista
de baile al ritmo de una hermosa canción. El barón De Coste estaba sentado entre
sus señores, y los aullidos de risa cortaban el aire como cuchillos oxidados. Habían
pasado horas y todavía, ni rastro de nuestra presa. Pero ahora, mirando al otro lado
de la habitación, me di cuenta de que podría tener problemas de un sabor diferente.
»La baronesa De Coste se encontraba entre un grupo de damas de noble
cuna que celebraban la corte. Aaron había encontrado su camino libre del lado de
su madre, y ahora estaba sentado en una mesa redonda, rodeado de hermosas
mujeres jóvenes. Acudieron en masa a él, sedosas y sonrientes, hechizadas por el
regreso del apuesto señor de cabellos dorados. Pero al ver el rubor en sus mejillas
mientras se bebía otra copa, no había ninguna duda al respecto.
»De Coste se estaba emborrachando.
»No podía creerlo. ¿Aquí y ahora? Escupiendo una suave maldición, caminé
por la pista de baile para flotar junto a su mesa, en silencio y ceñudo.
»—Ah, espléndido. —Una de las señoritas asaltó mi bandeja, se llevó todas
las bebidas restantes y señaló con la cabeza hacia las cocinas—. Ve a buscar más,
garçon. Y apresúrate.
»De Coste me miró y sonrió.
»—Escuchaste a la señorita Monique, campesino.
»Me hubiera gustado arrastrar la mierda malcriada a un lugar privado y
darle un poco de sentido común. Pero a pesar de su aparente futilidad, todavía
estábamos de Caza. Y así, en lugar de hacer una escena, le dediqué al grupo
reunido vestido de seda mi mejor reverencia cortesana (la que no es tan cortés,
opino) y mi mejor sonrisa torcida, la que estoy seguro es torcida como un
recaudador de impuestos ossiani.
»—Perdón, madeimoselle. Pero tengo un mensaje para lord De Coste del
barón.
»Las damas miraron a Aaron en cuestión, y después de un dramático rodar
de ojos, el señor pidió permiso y las despidió. Esperé hasta que el rebaño estuvo
fuera del alcance del oído, luego me senté a su lado, con una sonrisa educada 466
pintada en mi rostro mientras escupía como si tuviera la boca llena de orina.
»—¿Has perdido tus malditos sentidos?
»Aaron bebió otro trago.
»—¿Cuál es el problema, sangre frágil?
»—¡Estamos en Caza y estás tan borracho que apenas puedes pararte!
»—Se hace tarde y todavía no hay señales de Luncóit. Me parece que la
víbora olió a los perros en su cola. Entonces, oui, voy a tomar un puto trago. —
Los ojos de Aaron vagaron por los juerguistas a nuestro alrededor, luego de reojo
hacia mí—. Te ves ridículo con esas medias, por cierto.
»—Es dulce de tu parte que te des cuenta, idiota.
»Su gesto de burla se ensanchó.
»—Si te sirve de consuelo, mi prima también lo notó.
»Seguí la línea de visión de Aaron, notando un grupo de mujeres jóvenes y
bonitas que me miraban por encima de sus abanicos revoloteando. Entre ellas vi a
esa chica de cabello otoñal de nuevo, mirándome con ojos azules cuidadosos.
Mirando alrededor de la habitación, vi a otros mirándonos también; el depredador
en nuestra sangre siempre atraía la atención hacia nosotros. Esta gente no sabía lo
que éramos, pero algo en sus corazones les decía que no éramos de su clase.
»—Véronique ha estado mirando boquiabierta tus bien formadas
pantorrillas toda la noche. —Aaron levantó su copa, y la chica de cabello otoñal
alzó la de ella con amabilidad, sonriendo dulcemente—. Espera una proposición
cuando su padre se emborrache demasiado para darse cuenta. Adoro a la pequeña
perra. Famille es famille. Pero los de su clase disfrutan tanto acostarse con la
ayuda.
»—¿De su clase?
»—Pobre niña rica. —Aaron suspiró y miró a su alrededor—. Todos ellos.
Qué clichés.
»Apreté los dientes cuando De Coste terminó su vino, con los ojos puestos
en su padrastro. El barón De Coste estaba obsequiando a sus señores con una
historia obscena, y los nobles soltaron una carcajada en el momento justo, como
cachorros entrenados. Aaron negó con la cabeza con disgusto.
»—Especialmente él.
»—No deseo causar alarma. —Asentí hacia la copa vacía de De Coste—.
Pero desde mi posición ventajosa, tú y tu padrastro adoptan una pose terriblemente
similar.
»—Cuidado, sangre frágil. —Aaron me miró, su voz oscura por la 467
malicia—. No tienes idea de lo que fue crecer bajo el techo de ese bastardo.
»—Sábanas de seda. Sirvientes de pies y manos. Estoy seguro de que fue
pura tortura.
»—Me conoces tan bien, ¿verdad?
»—Te conozco exactamente, De Coste. Criticas a esta gente a sus espaldas
y, sin embargo, eres el peor de todos. El malcriado nacido en la nobleza, por
encima de todos y de todo. Las únicas personas a las que tratas peor que las que te
rodean son a las que están debajo de ti.
»—¿Te sorprendería saber, entonces, que mi primer amor fue alguien
plebeyo como tú?
»—Hablando de jodidos clichés —me burlé—. Solo porque decidiste
convivir con los pobres…
»—Cuida tu boca —dijo arrastrando las palabras, cerrando el puño.
»Algunos de los nobles se volvieron para mirar mientras la cristalería de la
mesa saltaba. Aaron les dio una sonrisa principesca y levantó su copa hasta que
volvieron a sus propios asuntos.
»—Amaba a Sacha —siseó—. Como el océano ama al cielo. —Su mirada
volvió al barón, brillando de rabia—. Y una noche mi noble padrastro nos atrapó
juntos cuando estaba pasado de copas. Y en su rabia por encontrarme en la cita con
tal inmoral de baja cuna, tomó su jarra y me golpeó casi hasta matarme. Pero no
hubo casi para Sacha.
»Miré al barón, horrorizado.
»—… ¿La mató?
»—Yo también podría haber muerto, si no fuera por la sangre en mis venas.
Esa fue la noche en que mamá me dijo lo que era. Así que no te atrevas a
compararme con ese bastardo De León. Jamás.
»Me quedé mirando a Aaron; este imbécil celoso de noble cuna que tanto
despreciaba. Pensé que no teníamos nada en común salvo la maldición de los
sangre pálida. Y, sin embargo, parecía, de una manera más, que Aaron y yo
estábamos de acuerdo: ambos odiábamos a los hombres que nos habían criado.
»Aun así, pude sentir poca compasión por él. Este imbécil había hecho
asesinar a la hermana Aoife por sus celos. En lugar de simpatía, solo sentí furia
por su hipocresía.
»—Sea como fuere, De Coste, si Greyhand entra aquí y te ve borracho, te
dará una paliza.
»—¿Tan preocupado por mi bienestar? —Aaron tomó otra copa—. Estoy
conmovido. 468
»Le arrebaté el vino.
»—Me importa un carajo tu bienestar, imbécil engreído. Pero estamos de
Caza aquí. Tu torpeza podría significar mi muerte.
»—Oh, no. ¿No sería eso simplemente terrible?
»—¿Te gustaría eso, eh? ¿Si nuestra presa te salvara del problema?
Conozco tu mente, bastardo.
»Aaron puso los ojos en blanco.
»—Dios, ¿por qué estás balando ahora?
»Siseé, la acusación se soltó antes de que pudiera detenerla.
»—Te vi.
»—¿Me viste qué?
»Una vez más, sabía que era una tontería descubrir este problema ahora.
Pero estaba furioso. Y si este perro me tenía enganchado, quería saberlo con
certeza. Para que él supiera que yo lo sabía.
»—La noche que fui atacado en los establos por La Cour y esos condenados
—escupí—. La noche en que Aoife fue asesinada. Te vi escabullirte de la armería
como un maldito ladrón. La misma armería de la que La Cour escapó momentos
después. ¿Coincidencia?
»Vi mis palabras dar en el blanco, una astilla de perfecta rabia atravesó los
ojos de Aaron. Por un momento, pensé honestamente que podría alcanzar el
cuchillo de acero plateado de su jubón. Entonces pude verlo en su rostro, seguro
como Dios era mi testigo.
»Este bastardo quería asesinarme.
»Pero entonces…
»Entonces…
»La sentimos.

469
»Se arrastró en mí como dormir al final de un día tranquilo. Un escalofrío
picando en la nuca. Aaron también lo sintió, mirando hacia ese grupo de señoritas.
Y entre ellas, una figura estaba ahora donde nadie lo había estado antes, como si
hubiera surgido de las mismas sombras.
»Ella estaba en silencio. Estaba era muertas hojas caídas. Era una mancha
de color rojo sangre que se derramaba lentamente por la pista de baile y hacía que
mi corazón se detuviera. El goteo de cera caliente sobre tu piel desnuda. El primer
parpadeo de la lengua de un amante en tu boca abierta y anhelante.
»Vestía de carmesí. Un vestido largo y amplio de encaje y corsetería, como
una novia bañada en sangre. Su piel no solo estaba pintada pálida como las mujeres
que la rodeaban, sino blanca y suave como el mejor alabastro. Su cabello era del
rojo de una llama ardiente, flotando sobre sus hombros desnudos y más allá de su
esbelta cintura. Y miraba a los bailarines al borde de la luz parpadeante del salón
de baile, y sus ojos eran negros como los pozos del infierno.
»—Dios Todopoderoso… —suspiré.
»Yo había visto sangres noble antes, oui. Pero nunca como ella. Vagaba
entre los juerguistas, hechizando a aquellos a los que dirigía su atención, 470
atravesando a otros como humo. Nadie había anunciado su llegada, y me llamó la
atención la idea de que quizás ella siempre había estado ahí, esperando, mirando.
Era imposible apartar la mirada de ella, pero el miedo llenó mi estómago incluso
mientras la miraba. Esta cosa miraba a la gente que la rodeaba con el
desapasionamiento y la crueldad que solo la comprensión de «para siempre» puede
traer.
»Cuando nos veía, no veía gente. Veía comida.
»—Y vi una doncella pálida —se oyó un murmullo detrás de nosotros—.
Sus ojos eran negros como la medianoche y su piel tan fría como el invierno, y en
sus brazos, llevaba las pesadillas de cada bebé dormido, cada niño tembloroso,
llegado maduro y lleno al mundo de la vigilia.
»—Y su nombre era Muerte —susurró Aaron.
471
»Miré a Greyhand en las sombras detrás de nosotros. Sus ojos verde pálido
estaban fijos en la recién llegada, enrojecidos por la pipa de sanctus que
aparentemente ya había fumado.
»—El Libro de los Lamentos difícilmente le hace justicia, ¿verdad?
»—Ni las historias que habíamos escuchado en la carretera. —Volví a mirar
a la vampira, mi boca estaba seca como ceniza—. Gran Redentor, nunca había
visto algo así.
»—Antigua. —Greyhand asintió—. No hay presa bajo el cielo más
peligrosa.
»En silencio, vimos al monstruo filtrarse entre la multitud, y todo el mundo
a su alrededor parecía descolorido. Un simpático petimetre se inclinó ante ella; una
mosca que invita a bailar a una araña. La vampira se rio, permitió que el caballero
la arrastrara por el suelo, completamente ajeno al peligro en el que se encontraba.
No solo su carne, sino su propia alma.
»Aaron y yo nos pusimos de pie cuando Talon se unió a nosotros. Las
mejillas del serafín se sonrojaron mientras veía a la vampira bailar, sus ojos
también rojos como la sangre.
»—Dios Todopoderoso, qué monstruo.
»—Forzando la confrontación aquí… —Aaron miró alrededor del salón de
baile, mirando primero a su linda prima, luego a su hermosa mamá—. Ponemos a
todas las personas en este salón en peligro.
»—Ya están en peligro —respondí, con los ojos todavía en nuestra presa.
»—De Coste tiene razón —dijo Talon, respirando rápido—. Ahora que poso
mis ojos en ella… no podemos provocar ninguna refriega aquí. Bailar con un
demonio así en un salón lleno de gente invita a la masacre. 472
»—¿Qué plan entonces, serafín? —preguntó Greyhand.
»—Nuestra Marianne está aquí para cazar —respondió Talon, con los ojos
enrojecidos todavía en la vampira—. Esperamos. Observamos. Y cuando la araña
elija a su víctima, la seguimos de regreso a donde hile su tela y caemos como
martillos de Dios cuando salga el sol.
»Fruncí el ceño ante eso.
»—¿Simplemente la dejamos… llevarse a uno de los invitados? ¿No es eso
un pecado?
»Greyhand miró a nuestro alrededor, inquieto.
»—De León plantea un punto, serafín.
»—Un buen cazador usa el apetito de su presa contra ellos. El querer es una
debilidad. Mírala, Greyhand. Este monstruo es demasiado peligroso para
enfrentarlo en la oscuridad.
»—Será menos peligrosa si la llevamos a la cama con hambre, ¿no? —
pregunté.
»—Mostrar nuestra mano aquí pone a todos en riesgo, sangre de mierda —
escupió Talon—. No debemos fallar cuando demos este golpe. Perder una oveja
esta noche salvará la vida de miles más adelante. Dios Todopoderoso nos
perdonará nuestra ofensa.
»Miré a Greyhand y vi que la idea le sentaba tan mal a mi maestro como a
mí. Pero Talon era un serafín en la jerarquía del Ordo, y Greyhand solo un fray.
»—Maestro…
»—El serafín ha hablado. Harás lo que te ordenen, iniciado.
»Podía sentir el sabor del hierro en la boca. El terror frío se acumulándose
en mi vientre. Pero ya había desobedecido a Greyhand en la Caza una vez, en
Skyefall. No me atrevía a hacerlo de nuevo.
»—Oui, maestro.
»—¿Creen que nos identificó? —preguntó Aaron.
»—Todavía no —murmuró Greyhand—. Pero estar aquí como moscas
alrededor de un cadáver solo lo invita. De Coste, dirígete afuera, donde se reúnen
los lacayos. La sangre fría llegó en un carruaje de mano tirado por uno de sus
esclavos, un tipo ossiani de barba oscura. Enciende esos encantos de Ilon que tienes
y mira si puedes averiguar la ubicación de su morada. Presiona suave. Si saben que
los hemos olfateado, no regresarán a casa.
473
»Aaron asintió, su lengua todavía levemente arrastrada.
»—Dulce como los corderos, maestro.
»—De León, vigila cerca de la entrada. El serafín y yo marcaremos los
flancos.
»Talon me agarró del brazo mientras me alejaba.
»—Recuerda, mestizo, esta cosa es una Ironheart antigua. Si incluso mira
en tu dirección, ten en cuenta las lecciones que te enseñé. Piensa en el trabajo duro,
en los pies cansados y en el trabajo penoso de un hogar. Construye un muro y
esconde tus secretos dentro.
»—Por la Sangre, serafín.
»Me escabullí entre la multitud, llevando mi bandeja vacía. En verdad, me
sentía mal del corazón. Sabía que esta criatura era más mortal que cualquier
enemigo al que me hubiera enfrentado; que si atacábamos de noche cuando ella
estaba más fuerte, nos podía matar a todos. Pero la idea de que estábamos cebando
nuestra trampa con uno de estos pobres tontos pintados era una piedra en mi
estómago.
»Vi a la sangre fría dar vueltas por la habitación, encantando todo a su
alrededor. Esta gente no tenía conocimiento del mal entre ellos, en cambio, eran
atraídos hacia él como polillas a las llamas. Pero mientras estaba de guardia junto
a la entrada, noté a otro, inspeccionando el salón de baile tal como lo hacía yo. Un
joven de cabello oscuro, unos años más joven que yo en apariencia, vestido con
terciopelo negro e hilo de perlas. El que se hacía pasar por el hijo de Marianne, me
di cuenta.
»Adrien.
»Era hermoso. Eterno. Y cuando nuestras miradas se encontraron, sentí la
presión de su mente en la mía, suave como un primer beso. Fue la sensación más
extraña, como si las yemas de dedos fríos rozaran mi cuero cabelludo, empujando
a través de la suave cúpula gelatinosa de mi cráneo. Abarroté mis pensamientos
como Talon me había enseñado, lanzando quejas sobre los pies doloridos y los
modales groseros de los nobles. Pero los ojos de la cosa se posaron en mi jubón,
las armas debajo. Podría decir que algo andaba mal, tal vez no lo que yo era, pero
ciertamente que no era una simple oveja.
»Miró hacia la pista de baile, los ojos oscuros fijos en la que lo había creado.
Y aunque la conducta de Marianne Luncóit no cambió en absoluto, la vi
intercambiar una rápida mirada con su engendro. Algo pasó entre ellos, y sus ojos
negros se posaron en mí, y la sentí verme, como si estuviera desnudo y despojado
ante Dios mismo. 474
»Sin decir una palabra, Adrien se fue, deslizándose entre la multitud como
un cuchillo. Miré a Greyhand, a serafín Talon, sin saber si perseguirlo o
mantenerme firme. Marianne se movía ahora, una niña hechizada en su brazo,
barriendo hacia las puertas mientras los invitados se separaban ante ella como el
agua.
Mi maestro me había dicho que no hiciera nada más que mirar. Talon había
dado orden expresa de seguir a nuestra presa hasta el suelo. Quería demostrar mi
valía. Quería ser hermano de la Orden de Plata, y supe que después de mi
desobediencia en Skyefall, la revelación de mis extraños dones de sangre, ya estaba
bailando en un precipicio. Pero vi a este monstruo acercarse, y vi que la muchacha
en su abrazo tenía el pelo dorado como las hojas de otoño.
»La prima de Aaron. Véronique.
»Entonces pensé en mi hermana Amélie. De mi promesa a Astrid de que, si
podía evitarle a una madre más dolor de lo que había sufrido la mía, lo haría con
gusto. No quería ser un héroe. Ni tonto. Pero tampoco quería volverme tan
monstruoso como esas cosas que cazábamos.
»Véronique tenía apenas quince años. Amélie habría tenido esa edad ahora.
Tal vez podría haberme alejado, hacer lo que me dijeron, solo una maldita vez si
no supiera su jodido nombre. Pero toda la vida de esta chica estaba por delante. O
no tener vida en absoluto.
»—Dios, ayúdame —susurré—. Por favor, ayúdame.
»Entonces sentí un calor, ardiendo y plateado en mi mano y en mi pecho. Y
mirando hacia mi palma, vi que mi estrella de siete puntas había comenzado a
brillar. Me aferré a ese calor que se extendía, llenando mi cabeza con oraciones al
Todopoderoso. La sanguijuela se acercó y supe que si me interponía en su camino,
me destrozaría como el hielo. Pero podía sentir el aliento de Dios en mi cuello, la
plata ardiendo en mi piel. Metiendo la mano en mi jubón, saqué mi daga de acero
plateado y me solté el cuello. Y entré en el camino del vampiro, con la palma hacia
afuera, ardiendo con una luz blanca azulada y fría.
»—Alto. En el nombre del Todopoderoso.
»—¡De León! —rugió Talon—. ¡Maldito seas, chico!
»La vampira entrecerró los ojos. La música falló, la gente a mi alrededor
jadeaba. Ante la pálida luz que brillaba en mi mano, en mi garganta, Luncóit de
alguna manera ya no parecía tan hermosa. El monstruo habló, y no estaba seguro
de si su voz sonaba solo en mi mente.
»—Tu Todopoderoso no tiene poder sobre mí, niño.
»Donde antes había sentido la suave presión del niño en mi mente, ahora 475
sentí un golpe de martillo, hurgando en mis pensamientos. Me empujé hacia atrás,
intentando obligarla a salir cuando Greyhand y Talon se acercaron a través de la
multitud. La vampira dio un paso hacia mí, y la luz en mi palma se encendió tan
brillante que la hizo estremecerse. Véronique parpadeó con fuerza, el hechizo
sobre sus ojos se quemó mientras se encogía en el agarre de hierro del monstruo.
»—Suéltala —escupí—. Por la Sangre del Redentor, lo ordeno.
»Pude ver la furia oscura en Luncóit profundizándose cuando ella dio otro
paso hacia mí. Esta era una criatura vieja como siglos. Yo era un insecto a su lado.
Y, sin embargo, con Dios a mi lado, medía trecientos metros de altura. Luz
ardiendo ante ella, Talon y Greyhand corriendo a su espalda, la vampira arrojó a
Véronique a la pared como una muñeca de trapo. Grité, zambulléndome y
agarrando a la chica del aire mientras la fuerza nos golpeaba a los dos contra la
piedra. La vampira se movió como un borrón, aplastando a los espectadores a un
lado y estrellándose contra las ventanas del salón de baile. Vidrios rotos llovieron
al suelo mientras Greyhand y Talon volaban tras ella hacia la noche.
»—¡Asesinato! —vino un grito—. ¡Asesinato, por Dios!
»Negué con la cabeza para aclararme, parpadeando a mi alrededor. Vi a uno
de los gens d’armes de la casa entrando tambaleándose en el pasillo, con el cuerpo
de una sirvienta en los brazos. La chica estaba muerta, pálida como la ceniza, con
dos pinchazos en la garganta. La multitud a mi alrededor jadeó de horror.
»—N-nadie de importancia, ¿eh? —gimió Véronique en mis brazos.
»Con un momento para ver cómo estaba la desconcertada muchacha,
perseguí a mi maestro y a Talon, volando a través de la ventana rota. Pude ver a
Aaron junto a los carruajes, luchando con un hombre alto y barbudo. Greyhand
cargó a través del patio de armas pasando a soldados desconcertados, Talon detrás,
ambos veloces como halcones con el sacramento que habían fumado. Corriendo
hacia el lado de Aaron, golpeé el pomo de mi daga en la cabeza del esclavo,
permitiendo que el joven lord le encerrara el brazo y lo arrojara al suelo. Vi que el
jubón de Aaron estaba empapado de sangre; torpe por la bebida, el joven señor se
había ganado una puñalada. Pero parecía más furioso que dolido.
»—Maldito bastardo —escupió, poniendo su bota en la cabeza del esclavo.
»—¿Estás bien? —jadeé, mirando su ropa ensangrentada.
»—Cuéntamelo todo, peón tembloroso. —Hizo una mueca, presionando su
pecho con una mano ensangrentada—. ¿Qué en el nombre de Dios pasó allí?
»—Luncóit me vio… Es decir, yo …
»De Coste me miró a los ojos.
»—Oh, Madre Doncella, De León, maldita sea, no… 476
»Mi estómago se hundió. No me arrepentiría, pero sabía que mi
desobediencia me había hecho caer hasta las caderas en la mierda de nuevo.
Escuché una ráfaga de pasos, sentí que alguien me agarraba la garganta. Me
arrojaron de nuevo al carruaje, estrellas negras estallaron en mis ojos. Un puño
golpeó mi estómago, otro golpe me alcanzó un lado de la cabeza con tanta fuerza
que casi me desencajó la mandíbula. Sangre en mi boca, colapsé sobre los
adoquines, gritando cuando una bota chocó con mis costillas.
»—¡Pequeño imbécil de sangre de mierda! —escupió Talon—. ¡Debería
haberte arrastrado al Puente al Cielo cuando tuve la oportunidad! ¡Nos has costado
nuestra maldita presa!
»Me incorporé hasta los codos, escupiendo sangre.
»—¡Acabo de salvar la v-vida de una chica!
»—¡Y terminaste incontables otras! —La estoica máscara del maestro
Greyhand fue abandonada, sus colmillos se alargaron mientras se cernía sobre mí,
desenvainando su espada de acero plateado—. ¿Qué te dije, chico? ¿Qué dije que
pasaría si alguna vez me desobedecías de nuevo?
»Los asistentes a la fiesta se habían reunido frente a la casa solariega. Aaron
miró hacia los escalones, vio a su prima entre la multitud, su vestido de seda
rasgado, su cabello otoñal alborotado. El barón y la baronesa miraron mientras
Greyhand levantaba su espada. Pero Dios había estado conmigo mientras miraba
a ese monstruo. Quería que le salvara la vida a esa chica.
»¿Seguramente no me abandonaría ahora?
»La luz de la luna opaca brillaba sobre el acero plateado, toda mi vida
destellando ante mis ojos. Y cuando la espada comenzó a caer, Aaron se interpuso
en el camino de Greyhand.
»—¡Maestro, deténgase!
»Greyhand se quedó quieto, con el ceño fruncido cuando De Coste señaló
al esclavo inconsciente.
»—¡Este bastardo derramó donde anidan! Una finca cerca de Falls Bridge,
en Silver Lane. Si nos movemos con prisa, podemos quemarlos antes de que
escapen.
»—Suponiendo que regresen allí, habiendo sido descubiertos —escupió
Talon—. Y suponiendo que Luncóit no nos haga pedazos antes de que salga el sol.
»—Razón de más para perdonar a este idiota. —Aaron miró a su prima y
luego a mí—. Por ahora. Necesitaremos cada espada que podamos reunir para
vencer a este enemigo.
»Greyhand y Talon intercambiaron miradas rojo sangre. Vi que mi maestro 477
apretó su espada con más fuerza. Estaba tan cerca de dejar caer ese golpe que pude
saborearlo. Pero al final, miró a la nobleza y los soldados que nos rodeaban, luego
a Aaron, que ahora se encontraba en su camino.
»—Es mejor que reces a Dios para que el iniciado De Coste tenga razón,
De León —gruñó Greyhand—. Porque si este monstruo y su prole se nos escapan,
cada asesinato que cometan a partir de entonces es una mancha en tu alma. Y pase
lo que pase esta noche, cuando regresemos a San Michon, habrá un ajuste de
cuentas. Recuerda mis palabras, muchacho. Nunca volverás a Cazar como mi
aprendiz.
»Bajé la cabeza, asentí lentamente.
»—Oui, maestro.
»Greyhand enfundó su espada. Talon se volvió hacia la fortaleza, con los
ojos rojos como la sangre.
»—Reúnan su equipo, hermanos. Tenemos una sanguijuela que matar.

478
»Me acuesto en un tejado en Silver Lane con Aaron, los dos mirando por
encima de la cumbrera del tejado. Los adoquines de abajo estaban llenos de
asistentes a la fiesta, su música y risas ahogadas por el torrente de la cascada
cercana. Pero la finca al otro lado del camino estaba oscura como boca de lobo.
Demasiado silencioso. Archer estaba sentado en una veleta de hierro cerca,
mirándome como un halcón.
Jean-François frunció el labio.
—¿Un halcón mirándote como un halcón? Verdaderamente, De León, es
una maravilla la contemplación de tu hechura de palabras.
—Mi historia, sangre fría. La contaré como quiera. —Gabriel terminó su
vino y se secó los labios—. Y para tu información, «hechura de palabras» no es
una definición real.
—Tampoco lo es «jodido suertudo», pero no escuchas quejas de mí.
—Qué extraño, te juro que eso es exactamente lo que acabo de escuchar.
Ahora, ¿puedo contar mi historia o no?
Jean-François suspiró. 479
—Como quieras, santo de plata.
Gabriel llenó el vaso y se tocó la barbilla.
—Entonces. No sabíamos si Luncóit o su prole habían regresado aquí
después de la fortaleza. Pero no teníamos otro rastro que seguir. Aaron mantuvo
sus ojos en la propiedad, llenando su pipa con el sanctus que le había confiado
Greyhand. La culpa me corroía mientras encendía su caja de pedernal y se tragaba
una calada profunda a los pulmones. Me pregunté de nuevo si nuestro maestro
tenía razón, si mi desobediencia había salvado una vida solo para costar cientos
más.
»Pero además, estaba albergando otra culpa. Sabía que no tenía sentido que
De Coste se hubiera puesto en mi defensa si estaba detrás del ataque en los establos
de San Michon. Si Aaron de verdad me quería muerto, podría simplemente cerrar
la boca y dejar caer la espada de Greyhand. A pesar de lo mucho que quería que
fuera verdad…
»Tal vez me había equivocado con él.
»Quizá alguien más había puesto en libertad a La Cour.
»O tal vez simplemente se había liberado ella misma, como siempre dijo
Talon.
»Entonces, ¿por qué diablos Aaron había estado merodeando por la
armería esa noche?
»Cuando el joven señor abrió los ojos, los vi inundados de rojo, los iris casi
tragados por sus pupilas. Asentí mientras me entregaba la pipa.
»—Merci.
»—De nada, campesino.
»—No… quiero decir… por enfrentarte a Greyhand en mi nombre. Merci,
De Coste.
»Los ojos de Aaron estaban de vuelta en la casa, su respiración era como la
de un caballo de carreras. Pero el sanctus parecía haberlo dejado al menos sobrio.
»—Eres un idiota, De León. Un imbécil testarudo que cree saber más que
los hombres que han cazado a estos monstruos durante años. Y esa vanidad va a
hacer que te maten. —Miró en mi dirección brevemente—. Pero le salvaste la vida
a mi prima. Famille es famille. Ahora date prisa. Ya se están moviendo.
»Aaron decía la verdad; podía ver las siluetas oscuras de Greyhand y Talon
convergiendo en la valla de hierro forjado que rodeaba la propiedad. Y así, apliqué
una dosis roja hirviendo a mis pulmones, momentáneamente superado por la ráfaga
de esta, el zumbido de esta, desenroscándose a lo largo de mis bordes y llenando 480
cada centímetro de mí. Y luego nos movimos, pasando a los asombrados
juerguistas, antorchas encendidas y acero plateado en la mano cuando llegamos a
las puertas de la propiedad y las atravesamos como vientos de tormenta.
»Manchas de sangre en la alfombra. Salpicaduras en la pared. Un criado
muerto yacía en una tumbona, la luz de nuestras antorchas brillaba sobre
candelabros de cristal mientras atravesábamos la casa. Greyhand y Talon estaban
vestidos de plata, las túnicas y los abrigos fueron despojados, pero no podía ver
luz en sus tintas ni sentir calor en mi propia égida. Greyhand descendió al sótano
mientras Talon peinaba el nivel inferior. Uno al lado del otro, Aaron y yo subimos
la gran escalera.
»Nos separamos, desplegándonos en abanico por el rellano. Irrumpí en lo
que parecía el tocador principal, vi a una anciana en la cama, salpicaduras rojas en
las sábanas de seda. Sabía que la habían asesinado antes, que no había nada que
pudiera haber hecho para evitar esta carnicería. Pero los monstruos que habían
asesinado a estas personas todavía estaban prófugos. Con cada momento que
pasaba, la certeza de que nos habían eludido crecía, y la culpa por los que matarían
mañana por la noche, las noches siguientes, pesaba más en mí con cada paso.
»Escuché un grito de Aaron, un golpe sordo. Giré sobre mis talones, corrí
por el pasillo e irrumpí en un lujoso estudio. De Coste estaba en el suelo, luchando
con un hombre corpulento sūdhaemi. El tipo pesaba el doble del peso de Aaron y,
obviamente, era un esclavo; incluso con una dosis de sanctus en él, De Coste estaba
luchando. Le di una patada en la cabeza al grandulón y le sujetaba uno de los brazos
mientras Aaron le agarraba el cuello. Y mirando a los ojos del tipo, De Coste siseó.
»—Quédate quieto ahora.
»El esclavo gimió, intentando deshacerse de la compulsión, pero para
entonces, Greyhand y Talon habían llegado. El hombre fue detenido, Talon y yo
apoyados en sus brazos mientras Greyhand se sentaba sobre su pecho, con una
daga plateada en su garganta.
»—¡Quítate de encima, cerdo! —rugió el hombre.
»—¿Dónde está tu ama? —gruñó Greyhand, presionando con su daga—.
¡Habla!
»El hombre carraspeó con un bocado de saliva en la cara de Greyhand.
Nuestro maestro le rompió la nariz con el pomo de su daga y miró a De Coste.
»—Encuéntrala.
»Aaron asintió y se arrodilló junto a la cabeza del esclavo. El hombre trató
de cerrar los ojos y darse la vuelta, pero Aaron lo mantuvo quieto.
»—Dinos dónde está tu ama.
481
»Al mismo tiempo, Talon puso su mano sobre la frente del hombre,
entrecerró los ojos mientras se abría paso en los pensamientos del tipo. Sentí esos
celos familiares: ver los dones de sangre en funcionamiento mientras estaba allí,
inútil como bolas en un sacerdote.
»El esclavo se resistió y siseó, la sangre de su nariz rota iluminando la sed
dentro de mí. Hizo todo lo posible por resistir: si Aaron y Talon fueran meros
inquisidores con algo tan mundano como un potro o una rueda, estoy seguro de
que el esclavo nunca se habría roto. Pero al final, la Sangre ganó.
»—El puente —dijo Talon, mirando hacia arriba—. Están en el Puente de
las Cataratas.
»—¿Por qué? —exigió Greyhand—. ¿Por qué no simplemente huir?
»—¡Porque es demasiado tarde! —rugió el esclavo—. ¡Todo lo que necesita
saberse es conocido! ¡Viene el Amo, malditos cerdos! ¡Y sangre y fuego marcarán
su muerte!
»El puño de Greyhand se estrelló contra la mandíbula del esclavo, dejándolo
flojo y sin sentido.
»—Este acertijo no tiene sentido…
»—Aprenderemos la verdad —escupió Talón—, cuando derribemos a esta
bestia impía.
»Los cuatro salimos volando a las calles, atravesando vías públicas
abarrotadas. Aaron nos condujo como una flecha, pasando junto a los juerguistas
que bailaban y los amantes errantes, hacia el río que cortaba la ciudad en dos. La
nieve gris caía del cielo, Archer cortó la oscuridad con un grito desgarrador.
»Aaron se quitó el abrigo de los hombros, se quitó la túnica y dejó los
tatuajes al descubierto. Metí el retrato de Astrid en mis pantalones y seguí su
ejemplo. Los cuatro estábamos cubiertos de plata ahora, pero el sanctus mantenía
alejado el frío, el pensamiento de lo que vendría corriendo como fuego por mis
venas. Cuando llegamos al Puente de las Cataratas, miré a Greyhand y vi ese brillo
en la plata de su piel; la señal reveladora de que el mal estaba cerca y Dios
cabalgaba con nosotros.
»La cascada ahora era un rugido impetuoso, pero por encima de ella,
escuché risas en la multitud que tenía delante. Mi corazón latía con fuerza a medida
que nos abrimos paso entre la multitud y finalmente, milagrosamente, vimos a
nuestra presa frente a nosotros. La vampira que habíamos acechado desde Skyefall.
»Marianne Luncóit.
»El Puente de las Cataratas era de piedra oscura, las barandas revestidas con 482
estatuas de bronce de santos y ángeles. Ella estaba entre ellos, toda de rojo, su hijo
Adrien a su lado. Una multitud de asistentes al banquete empapados de bebida se
reunían a su alrededor, vitoreando cuando abrió la mano como un mago de la
esquina y lanzó un cuervo blanco en el aire. El pájaro era hermoso, cortando el
rocío helado y regresando a la noche. Tres jaulas estaban alineadas a lo largo de la
barandilla, dos ya vacías. Entrecerrando los ojos hacia el cielo, vi más pájaros
volando hacia el oeste sobre el pico de Raphael. Y mi corazón se hundió en mi
pecho cuando me di cuenta de lo que eran.
»—Mensajeros… —suspiré.
»Un grito agudo partió el aire y un esclavo con un hacha de guerra se acercó
a mí entre la multitud. Encontré el golpe con Lionclaw, la turba a mi alrededor
gritando. La sangre salpicó cuando le devolví el golpe, pateando al tipo en el pecho
y haciéndolo caer sobre los adoquines. Un muchacho moreno con el pelo lacio
estaba atacando a Talon con una espada ancha, Aaron sacó su pistola y la descargó
en la cara de un hombre sūdhaemi que lo atacaba con puñales. La multitud rugió
de nuevo cuando sonó el disparo, Greyhand gritando sobre el pánico.
»—¡Vuelen! ¡Por el amor de Dios y el amor de sus almas! ¡Vuelen!
»La multitud se dispersó cuando hundí mi espada en el vientre del gran
esclavo. Todo el mundo se movía como en un sueño, el sanctus corriendo por mis
venas. El hacha del esclavo rompió los adoquines cuando me hice a un lado, su
mandíbula se desencajó cuando enterré mi pomo en su cara. Mientras la sangre y
los dientes volaban, me pregunté si este hombre comprendía siquiera lo que estaba
haciendo. Si el veneno que había tragado de la muñeca de su oscura amante le
permitía el lujo del miedo o el arrepentimiento, o simplemente lo convertía en un
esclavo de su antigua voluntad. Morir por el único Dios que importaba.
»Pero murió, jadeando por última vez al final de mi espada mientras los
juerguistas del Día de Maximille huían gritando, dejándonos solo a nosotros y a
dos monstruos en medio del Puente de las Cataratas. La nieve gris se arremolinaba
a nuestro alrededor en gélidos remolinos, el agua gris se precipitaba debajo de
nosotros, sobre ese borde helado. Marianne Luncóit volvió a abrir las manos,
soltando otro cuervo blanco en la noche, y vi un pequeño rollo de pergamino atado
a su pierna con un lazo de cinta negra.
»Sus jaulas estaban vacías ahora. Su mirada también, cuando se volvió
hacia nosotros, peligrosa y hermosa. El pelo largo y llameante enmarcaba su rostro,
de alguna manera no tocado por el viento aullante. Su piel era blanca y dura como
el mármol. Y tal vez fue un truco de la luz, pero al mirar los adoquines debajo de
ella, parecía que no proyectaba sombra alguna.
»—Demasiado tarde, oh niños —dijo—. Todo lo que necesita saberse es
conocido. Y ahora él también lo sabrá.
483
»—Alégrense. —El niño me regaló una sonrisa oscura—. La era de la caída
ha comenzado.
»Miré a los cuervos blancos que se elevaban hacia el oeste y supe con
tremenda certeza hacia dónde se dirigían. Quién era él. El león en mi pecho y la
estrella de siete puntas en mi palma ardían con calor divino, calentando mi sangre.
Y atemorizantes y de otro mundo como eran estos dos, pude ver la forma en que
sus ojos se entrecerraron cuando nos cerramos sobre ellos. La forma en que el labio
del niño se curvó cuando un suave siseo se deslizó entre sus colmillos.
»—Largas noches han apresurado mis pasos —le susurró la mujer a
Greyhand—. Te sentí, como labios suaves en la parte posterior de mi cuello
tembloroso. Y aquí estás, mi hermoso cazador. —Ella extendió los brazos—.
Bésame.
»—El Señor es mi escudo, inquebrantable —escupió Greyhand—. Él es el
fuego que quema todas las tinieblas. Él es la tempestad que me elevará al paraíso.
»El fray dio un paso adelante y la vampira retrocedió. Tenía la barbilla baja,
las pestañas revoloteando como si de alguna manera se deleitara con el dolor que
le causaba la luz sagrada. Sus labios rubí se curvaron en una sonrisa que era casi…
cariñosa.
»—Los conozco, santos de plata. Talon de Montfort. Aaron de Coste.
Gabriel de León.
»—No escuchen nada de lo que dice —advirtió Talon.
»—Si tengo el cuidado de sus nombres, ¿no conocerían el mío? —Pasó las
manos por la pálida hinchazón de sus senos, hasta las caderas mientras le sonreía
a Greyhand—. ¿Qué nombre susurrarás de otra manera, Aramis Charpentier,
cuando te ame?
—Sabemos tu nombre. ¿Luncóit? ¿Niño Cuervo? Difícilmente el más
profundo de los acertijos, Voss.
»El monstruo sonrió, astuto y malvado mientras decía el credo de su linaje.
»—Todos Deberán Arrodillarse, buen fray.
»Entonces se movió, rápida como un asesinato, hacia la luz de Greyhand.
Aunque el resplandor entrecerró sus ojos, curvó su labio, todavía golpeó, rápida
como un trueno. Greyhand jadeó, inclinándose hacia atrás cuando unas uñas duras
como un diamante silbaron más allá de su garganta. Su otra mano lo golpeó en el
pecho, su carne chisporroteó, enviándolo a navegar de regreso a través del puente
como si estuviera hecho de plumas. Grité cuando mi maestro golpeó la barandilla,
rompiendo la piedra en polvo y colapsando de rodillas.
»Greyhand se puso de pie en un parpadeo, cargando hacia Luncóit. Pero el 484
chico también se movía ahora, rápido como la lengua de una serpiente. Sacó una
daga malvada de su jubón en una mano, una pistola de rueda en la otra. Grité
cuando apretó el gatillo, Aaron se giró hacia los lados cuando el disparo lo golpeó
en el pecho. Y luego el chico estaba volando hacia mí. Se deslizó debajo de la
bomba plateada que arrojé, recortado en la explosión detrás de él. Bailé hacia atrás,
manteniéndolo a raya con Lionclaw mientras serafín Talon cargaba contra la
espalda de Luncóit.
»La memoria muscular entró en acción; las incontables horas de
entrenamiento se entrelazaron con el himno de sangre en mis venas. Pero ahora
luchaba contra sangres noble, los enemigos de los que había oído hablar tanto pero
que en realidad nunca había enfrentado. Se movían a la velocidad de un huracán,
y aunque la luz de nuestra tinta hizo que ese hermoso chico muerto hiciera una
mueca de dolor, siguió adelante. Lancé otra bomba de plata, blandí mi espada.
Puse todo lo que tenía detrás del golpe, pero, aunque Lionclaw encontró el cuello
de Adrien, su carne era de piedra y su cuchillo era de mercurio cuando devolvió el
golpe, demasiado rápido para seguirlo.
»Me tambaleé, golpeé las losas, sangre en la boca. La sombra de Adrien
cayó sobre mí y vi a la muerte extender su mano. Pero la carne de su muñeca se
quebró como vidrio cuando la hoja de Aaron se estrelló sobre ella, y Adrien siseó,
deslizándose a un lado de la marca en llamas que De Coste empujó hacia su pecho.
Aaron golpeó de nuevo, el acero plateado se deslizó a lo largo de la mejilla del
niño, recortando sus mechones oscuros. El vampiro destelló hacia atrás, con una
mano en su rostro ensangrentado, la otra aun sosteniendo su cuchillo
ensangrentado. De Coste me vigilaba con los ojos iluminados por su antorcha
encendida. Un agujero sangrante se abrió en su pecho, ángeles de la hueste
quemando plata en sus brazos.
»—¿Estás bien? —siseó, con los ojos todavía en el ceñudo chico.
»Miré mi vientre y me di cuenta de que Adrien me había apuñalado una
docena de veces.
»—No r-realmente.
»—Tómate tu tiempo, campesino —sonrió De Coste, escupiendo sangre—
. Me encargaré de este baile.
»Aaron cargó contra el vampiro, el par moviéndose como agua y sombra
pálida en la luz plateada. Mirando detrás de nosotros, vi a Greyhand y Talon
todavía entrelazados con la antigua, solo un borrón. El hedor a ignis y cáustico
plateado flotaba en el aire, las bombas plateadas rugían, los mayales y las espadas
relucían. La mujer se movía entre ellos como un cuchillo ensangrentado, el rojo de
su vestido, cabello y labios era el único color en el brillo plateado.
»—¡Atrás! —gritó Greyhand, cortando el aire. 485
»—Di por favor. —Sonrió, cortándole el brazo con esas garras malvadas.
»—¡Somos la luz de la noche! —gritó Talon, arremetiendo con su mayal—
. ¡Somos el fuego que arde entre este y el fin del mundo!
»—Entonces, bésame, cazador. Y mira quién de nosotros arde.
»Luncóit arrancó una de las estatuas de bronce de la barandilla y la blandió
como un garrote. Greyhand fue derribado a un lado, sin sentido y sangrando.
Echando hacia atrás su brazo, Luncóit arrojó la estatua como una lanza. Talon gritó
cuando el ángel lo golpeó, aplastándolo contra la barandilla con la fuerza suficiente
para matar a cualquier mortal.
»Me arrastré en posición vertical, la sangre llenó mis botas, Lionclaw floja
en mi mano. Talon estaba de rodillas, pero Greyhand estaba de vuelta en la
refriega, llegando a Luncóit como un rayo. Y entonces, me tambaleé hacia atrás
para ayudar a Aaron. A pesar de toda su valentía, estaba superado contra ese chico
oscuro, y herido como estaba, otra espada podría inclinar la balanza.
»De Coste clavó su espada en el costado del vampiro, y escuché un sonido
más parecido al de una piedra al crujir que al de la carne. Liberado de su agarre, el
acero plateado de Aaron cayó sobre los adoquines. La respuesta de Adrien abrió
un corte rojo en las costillas del chico, a través del tejido de rosas en su pecho.
Agarrando la terrible herida, Aaron tropezó y cayó de rodillas.
»—Cierra los ojos —susurró, y el chico muerto se limitó a reír. Adrien se
abalanzó sobre De Coste, esa daga acelerándose hacia el corazón de Aaron, y luego
yo estaba sobre él, chocando con el pecho del vampiro y enviándonos a los dos
dando tumbos por el puente. Golpeamos los adoquines con fuerza, un gong
sonando en mis oídos cuando mi cabeza rompió la piedra.
»—Insecto —espetó Adrien, volviéndose hacia mí—. Vaca.
»Jadeé cuando unas manos resbaladizas y sangrientas se cerraron alrededor
de mi garganta, la carne de Adrien chisporroteaba sobre la plata mientras golpeaba
mi cabeza contra la piedra. Empujé mi mano izquierda en su rostro, recompensado
con un gemido de dolor cuando la luz estalló, mientras el calor de Dios fluía por
mi brazo y hacia mi corazón. La cosa se estremeció hacia atrás, silbando, y en una
puñalada desesperada, me lancé hacia arriba y lo pateé hacia la barandilla rota.
»El chico se agitó, moviendo los brazos mientras trataba de recuperar el
equilibrio. Sangrando, con las costillas desgarradas hasta el hueso, Aaron tomó su
espada caída. El joven lord siseó de rabia, mostró los colmillos y, con un golpe
final en el pecho de Adrien, De Coste envió al monstruo hacia atrás sobre la
barandilla y al río helado de abajo.
»Sabía que los vampiros no podían cruzar la corriente de agua. Pero no tenía 486
ni idea de lo que pasaría si se sumergieran en ella. Adrien comenzó a gritar, a
agitarse, como si lo hubieran arrojado a un río de lejía ardiente. La corriente
arrastró al monstruo hacia las cataratas, la carne de alabastro se convirtió en sopa
y le lavó los huesos cuando fue arrojado sobre ese borde helado.
»—¡Adrien! —vino un grito—. ¡NO!
»Me volví hacia Luncóit, vi sus ojos llenos de furia. Greyhand se
aprovechó, gritando al cielo mientras traía su espada en un arco silbante a través
de su garganta. Fue un golpe que habría partido un yunque en dos, y la carne del
vampiro se partió como hielo. Pero ella era una Ironheart. Antigua del linaje Voss.
Y vi ahora el terrible peligro en el que se encontraba Greyhand: al arriesgarse a su
golpe mortal, nuestro maestro había perdido el equilibrio. Dedos blancos como el
hueso se cerraron alrededor de su garganta, chisporroteando sobre la plata. Las
garras le desgarraron el costado de la cabeza, le arrancaron la oreja del cráneo, le
rompieron la mandíbula y le arrancaron el ojo derecho como un huevo podrido.
»—¡Maestro! —grité, corriendo hacia adelante.
»La vampira agarró la muñeca de Greyhand y lo arrojó sobre la piedra con
tanta fuerza que las losas se hicieron añicos. Greyhand gritó, con sangre en sus
labios. Luncóit lo arrojó como una bolsa de piedras, una, dos veces, retorciéndose
mientras lo hacía. Escuché romperse un hueso, vi los ojos rojos de Greyhand
agrandados por la agonía. Y luego rugió, con la cabeza echada hacia atrás mientras
la vampira empujaba su talón contra su pecho y se inclinaba, arrancando su brazo
de la espada desde la raíz.
»—Santo Dios… —suspiré, patinando hasta detenerme.
»Talon se incorporó tambaleándose, sangrando por los ojos y los oídos.
Tenía el hombro roto, el pecho hundido y el brazo izquierdo ensangrentado al
costado. De Coste y yo nos unimos a él, jadeando por respirar. La piel de Aaron
estaba picada con media docena de heridas, el cabello rubio pegado a las mejillas
ensangrentadas. Greyhand yacía roto sobre los adoquines cuando la vampira se
volvió hacia nosotros, arrojando el brazo amputado de mi maestro por encima de
la barandilla y hacia el río.
»—¿Qué hacemos, serafín? —jadeó Aaron.
»Talon negó con la cabeza, los dientes enrojecidos por la sangre.
»—Yo… yo no…
»—No podemos abandonar a Greyhand —susurré—. Los tres podemos
acabarla.
»La vampira se rio entonces. Su piel estaba salpicada de carmesí, sus ojos
buscaron los míos mientras levantaba la mano y lamía la sangre de sus dedos 487
ennegrecidos.
»—¿Acabarme?
»La nieve aterrizaba en su piel como si fuera una estatua. Su vestido fluía a
su alrededor como humo rojo. Se detuvo al borde de nuestra luz, hermosa y terrible,
y habló con una voz que aceleró mi sangre.
»—Nunca soy acabada. Yo solo acabo. Tal es la competencia de una
Princesa de la Eternidad.
»Mi corazón dio un vuelco en mi pecho cuando la comprensión se hundió
en casa.
»—Luncóit —susurré—. Niño Cuervo.
»—Su hija —suspiró Talon.
»Vi el rostro del serafín palidecer, la espada ensangrentada de Aaron
temblar en su mano. Sabíamos que el monstruo que cazamos era poderoso. Pero
nunca imaginamos…
»Esta cosa era vieja cuando el imperio era joven. El rojo soberano de siglos
de matanza. Y susurré entonces, mi voz temblando. El nombre de esta bestia que
habíamos cazado desde Skyefall. Esta vampiro que ahora nos cazaba.
»—Laure Voss…

488
»Laure Voss. Hija favorecida del Rey Eterno.
»Recordé las historias que había oído de ella alrededor de la chimenea. Un
terror de la noche. Una verdadera antigua. Cuando los muros de Vellene se
derrumbaron ante la Legión Infinita de su padre, Laure reunió a todos los bebés de
la ciudad, los arrebató de las cunas y los brazos de las madres llorosas como un
horror de un gran cuento junto al fuego. Los había abierto como regalos del día de
los santos y había vertido su sangre en la fuente de la plaza de Vellene.
»Y luego, se había bañado en ella.
»El Espectro en Rojo.
»Mi mano se alzó ante mí, la de Aaron también, y nuestra tinta ardió con un
resplandor sagrado, manteniendo a raya a la vampira. Pero solo me quedaba una
bomba de plata. Nuestras pistolas estaban vacías. Con Talon tan gravemente
herido, Aaron y yo solo iniciados, teníamos pocas posibilidades contra un
monstruo de tan terrible poder.
»Greyhand miró desde donde había caído; los tres nos acurrucamos en
489
nuestro círculo de luz.
»—N-no héroes —susurró—. C-corran…
»Talon jadeó a través de los labios ensangrentados.
»—Me temo que este enemigo está más allá de nosotros…
»—La catedral. —Aaron asintió detrás de nosotros—. Suelo sagrado.
»—No podemos dejar a Greyhand —siseé.
»—Deberías dejarlo. —Laure volvió sus ojos hacia mí—. ¿Como tú la
dejaste?
»Mi vientre se retorció cuando sentí que la vampira se abría paso en mi
cabeza. Traté de mantenerla fuera como Talon me había enseñado, pero mis
defensas se derrumbaron bajo el peso de incontables años.
»—La veo, sangre frágil —susurró Laure—. Esa dulce hija de Lorson,
flotando a tu lado como una sombra. La huelo, goteando como sangre de tus manos
culpables. Si hubieras estado allí, la habrías protegido. Si hubieras ido con ella al
bosque ese día como ella te pidió, tu hermana Amélie aún podría estar viva.
»Los ojos de Laure se clavaron en los míos y su voz fue un cuchillo en mi
pecho.
»—En cambio, ella me conoció.
»Mi vientre se estremeció de rabia. Colmillos revolviéndose en mis encías.
»—Maldita sea, mientes.
»Laure Voss ladeó la cabeza.
»—¿Lo hago?
»—No escuches —advirtió Aaron—. Las lenguas Muertas escuchadas, son
lenguas Muertas saboreadas.
»—Ah, oui —suspiró la vampira, rodeando nuestra luz—. Aaron de Coste.
Sangre noble bombeada por el corazón de un cobarde. ¿Me tienes miedo,
muchacho? ¿Tal como temiste a tu padrastro cuando te encontró entrelazado en el
lecho de tu amor? Sudando y gastado…
»Vi a De Coste tensarse por eso. Puños apretados.
»—Tu primor Sacha te amaba. Rogando de rodillas ante el barón, y no
hiciste nada para interceder. En cambio, le arrojaste tu amor al lobo para ahorrarte
su mordedura. 490
»—Silencio —siseó Aaron, con los colmillos brillando—. Eso no es cierto.
»—No es mi culpa, papá —dijo Laure, llevándose la mano al pecho—. No
lo quería. Sacha me obligó, papá. Sacha me forzó…
»—¡SILENCIO! —Aaron levantó su espada, la luz se atenuó cuando ambas
manos se cerraron sobre la empuñadura. Ahora solo quedaba el resplandor de mi
propia palma y la tinta en nuestros pechos y brazos. El círculo se encogía.
Entrecerró los ojos.
»—¡De Coste, defiende tu posición! —gritó Talon—. ¡Quiere que luches
con ella! ¡Quédate en el círculo! ¡A la luz de Dios, juntos somos más fuertes!
»Laure se limitó a reír.
»—¿Crees que tu Dios te salvará de mí?
»Talon hizo una mueca, mostrando los colmillos.
»—S-sal… de m-mi cabeza, perra…
»—Somos tu castigo, serafín. Y tu Dios no te perdonará. Él te aborrece a ti
y a todo lo que eres. —Su cabeza se inclinó, los labios se curvaron—. Y haría que
me amaras, Talon de Montfort. Te prometo placer que ningún hermano santo y
casto podría soñar. Pero lo veo ahora, detrás de tus ojos empapados de sangre.
Sobre tus manos empapadas de sangre.
»La vampira sonrió.
»—Ya eres nuestro, sangre pálida. Tu pequeña Aoife podría testificar de…
»Y eso fue todo. Grité en advertencia, pero Talon simplemente estalló,
cargando, Aaron a su lado. Y aunque di un paso adelante, con la luz encendida,
Laure Voss abrió los brazos. Deslizó a un lado el mayal de Talon, se movió más
rápido que un colibrí más allá de la espada de Aaron. Su mano derecha atravesó la
guardia del serafín, torciendo su brazo sano tan brutalmente que el hueso estalló a
través de su piel. Su otra mano chocó con su vientre, las garras desgarrando
profundamente. Lanzó a Talon hacia atrás, astillas de entrañas se derramaron de la
herida abierta. Aaron se abalanzó con un bramido al Todopoderoso, apuntando a
la herida que Greyhand ya había comenzado. Y por fin, por fin, la hoja se abrió
paso, rompiendo el acabado de mármol y abriendo el cuello de Laure de par en
par.
»Pero la Princesa de la Eternidad devolvió el golpe y grité cuando esas uñas
duras como diamantes atravesaron el rostro de Aaron, abriendo la mejilla del joven
señor hasta el hueso. Escuché que las costillas de De Coste se rompían cuando un
golpe lo golpeó el pecho y lo envió navegando de regreso a través del puente.
»—¡De Coste!
491
»—Gabriel.
»Me volví hacia la vampira, una vez más rodeando las afueras de mi luz.
Ahora estaba solo, en un océano de oscuridad. Recordé Skyefall, la sangre del
pequeño Claude de Blanchet hirviendo bajo mi mano. Pero si ese don seguía siendo
mío, no tenía ni idea de cómo conjurarlo. Los ojos de Laure estaban fijos en mí,
enmarcados por el pelo rojo fuego, los labios muy levemente separados. Se pasó
la lengua por los dientes, sus ensangrentadas puntas de los dedos a través de la
herida abierta en su garganta, vagando por el reloj de arena de su cuerpo y
presionando con fuerza entre sus piernas.
»—Siento la necesidad en ti, sangre frágil. Siento el miedo. Sé lo que le
hiciste a tu pobre Ilsa. Tu terror, que pudieras hacer lo mismo con tu querida Astrid.
Pero no tengo carne débil y frágil para quebrar sobre tu piedra. Puedes lastimarme,
Gabriel. Tanto como quieras.
»Ella era espantosa. Era la encarnación del mal. Pero Dios me ayude, ella
era hermosa y oscura como el fin de todos los días. Tragué saliva. Pensando en la
sangre de Ilsa latiendo en mi boca. El perfume de la sangre de Astrid en el aire.
Laure merodeaba de un lado a otro delante de mí, pero juro que podía sentirla
detrás de mí, con las manos recorriendo mi pecho desnudo, mi vientre, cada vez
más abajo. Miró el bolsillo donde estaba doblado el retrato de Astrid. Mordiéndose
el labio y temblando cuando sus dientes cortaron profundamente, sangre en su
boca.
»—Déjame besarte, Gabriel. Déjame besarte en los lugares que las chicas
mortales temen pisar.
»Miré a mis camaradas, espadas caídas y los huesos rotos. Podría haber
corrido. Darle la espalda y huir a la catedral, incluso ahora tañendo el cambio al
Día de San Maximille. Pero retirarse era dejar a mis hermanos a la muerte.
»—Será una bendición —prometió Laure—. Seré la diosa por la que
morirás.
»Y mirando esos labios rojos brillantes, esas manos delgadas y curvas
ensangrentadas, me pregunté de nuevo cómo sería morir de placer en lugar de
dolor. Cómo se sentiría realmente que esos dientes se me clavaran en la piel.
Tomado en lugar de tomar.
»—Bésame. Solo una vez, Gabriel. Bésame.
»Sentí que mi mano caía a mi costado. La luz a mi alrededor se desvanecía,
solo el león en mi pecho ardía ahora, tenue y delgado como el agua. La sonrisa de
la vampira se ensanchó y se acercó. Su garganta estaba destrozada donde Aaron y
Greyhand habían clavado sus espadas en su carne, y podía sentir el frío de su piel,
oler la sangre, la muerte y la suciedad mientras me envolvía en sus brazos. Sus
labios se acercaron más y más a los míos. Todo mi cuerpo se estremeció con su 492
toque. Y pronunciando una oración al Todopoderoso, encendí la mecha de mi
última bomba de plata y la empujé a través de la herida de su cuello.
»La explosión atravesó su cuerpo y me lanzó hacia atrás. El fuego plateado
quemó la carne de Laure, convirtiendo el mármol en ébano. Su hombro y garganta
se partieron, un golpe que ningún sangre fría ordinario podría haber resistido. Pero,
aunque se tambaleó, aun así, esa perra impía no se cayó, el rostro se contrajo por
el dolor y el miedo cuando su hermoso vestido de seda se incendió.
»Me arrastré hacia arriba cuando las llamas se apoderaron, y Laure comenzó
a gritar mientras yo patinaba sobre mis rodillas al lado de Greyhand. Mi maestro
estaba inconsciente, pero aún respiraba, y lo eché sobre mi espalda mientras Laure
se giraba y chillaba, rasgando su vestido antes de que se convirtiera en una columna
de fuego. Luego, corrí hacia Talon, el serafín jadeando de agonía mientras lo
levantaba: «¡VAMOS!». Y por último, llegué a De Coste, con la cara
ensangrentada y el pecho destrozado. Levantándolo por debajo de un brazo, Talon
a mi lado y Greyhand sobre mi hombro, corrimos. Por calles adoquinadas, pasando
por la gente aterrorizada del pueblo y, finalmente, hacia la gran plaza. Y allí estaba,
la medianoche repicando en el campanario: un círculo de mármol y agujas góticas,
que llegaba hasta el cielo que quizás aún no nos había abandonado.
»La catedral De Coste.
»Abrí las puertas de una patada y caí tambaleándome en tierra sagrada.
Talon se desplomó a través del umbral, su estómago estaba desgarrado y
sangrando. Bajé a Greyhand al suelo, apoyando a Aaron contra la pared y
presionando mi mano en su frente ensangrentada.
»—¿De Coste? —susurré—. ¿Me escuchas?
»—Te escucho.
»Mi estómago se llenó de hielo cuando me volví hacia la plaza de afuera. Y
allí estaba ella, desnuda y ennegrecida. El alabastro una vez impecable de su piel
era una ruina, huesos relucientes debajo de la fachada destrozada. Su cabello rojo
fuego era ceniza.
»Pero, aun así, Laure vivía.
»—No hay Dios que te salve de mí —juró—. Soy una Princesa de la
Eternidad, y por la eternidad te perseguiré. Todo lo que tienes, lo tomaré. Todo lo
que eres, lo desharé. Y al final, te tendré de rodillas, sangre frágil. Te saborearé
hasta morir.
»Laure miró calle abajo hacia el sonido de cuernos, botas herradas sobre
piedra cubierta de nieve. El barón de Coste había reunido por fin a sus hombres;
soldados con brea ardiente y antorchas encendidas. Herida como estaba, la vampira
aún podría haber sembrado la ruina entre ellos como un granjero en los campos. 493
Pero, en verdad, no tenía necesidad de luchar. Ella ya había hecho lo que vino a
hacer a Coste. Y después de todo, podía esperar una eternidad.
»—Todos Deberán Arrodillarse.
»Ella se fue. Un parpadeo, y ya no se hallaba allí, dejando la plaza
abandonada. Mi boca era polvo. Manos temblorosas. Pero contra viento y marea,
vivimos.
»—T-tonto… p-pequeño bastardo.
»Miré a Greyhand. Los restos de su rostro. La hendidura que sangraba
lentamente donde solía estar su brazo de la espada. Busqué a nuestro alrededor,
arrancando un tapiz de la pared de la catedral para envolverlo alrededor de sus
hombros. Era de sangre pálida y la hemorragia no lo mataría. Pero el hecho de que
estuviera consciente demostraba lo profundo que corría la plata en sus huesos.
»—Te dije que corrieras —susurró—. La desobediencia será tu muerte,
muchacho.
»Miré a Aaron. A Talon. A mi maestro. Todos tan extraños compañeros,
con poco en común salvo el pecado de nuestro nacimiento. Pero aun así. Pero aun
así…
»—Quizás sea así, maestro. Pero mis hermanos son la colina en la que
muero.
»Aaron consiguió hacer una mueca de desprecio. Las heridas le cortaron la
frente y la mejilla, rasgadas por las garras de Laure. Sabía que llevaría esa cicatriz
el resto de su vida.
»—Buen s-sentimiento. Pero no puedo evitar darme cuenta de que no estás
muerto, De León.
»—Siempre hay un mañana. —Mis ojos volvieron al lugar donde había
estado Laure Voss. Su promesa aún flota en el aire—. Esta Caza no ha terminado.
»—Pero hasta ahora, todo en balde. Todavía no tenemos idea de por qué
estaba aquí.
»Un grito agudo partió la noche. Miré hacia la plaza de la catedral y vi al
primero de los hombres del barón entrando, espadas y antorchas encendidas en la
mano. Pero por encima de sus cabezas, un halcón gris se abalanzó sobre la
oscuridad. Archer giró una vez, luego voló a través de las puertas de la catedral,
las alas azotaron el cabello empapado de sangre alrededor de mi cara. Herido como
estaba, Greyhand esbozó una sonrisa y suspiré de asombro cuando vi lo que Archer
llevaba en sus garras.
»Un cuervo blanco muerto.
»—Chico listo —asintió Greyhand—. Mi chico inteligente, inteligente. 494
»El halcón soltó un chirrido mientras yo me arrastraba hacia su premio.
Deshice el lazo negro, desplegué la tira de pergamino atado a la pata del cuervo
muerto. Al leer el mensaje, vi que se trataba de un pequeño mapa de las montañas
Godsend, pintado con una mano exquisita. Una escritura fina y fluida detallaba las
ciudades que salpicaban la zona: población, bienes, guarniciones de hombres.
Flechas negras descendían desde el norte, apuntando hacia Coste, Tolbrook,
Skyefall, y luego hacia el propio Nordlund. Y a pesar de mis heridas, me puse de
pie, con la sangre helada cuando me di cuenta de lo que sostenía en mis manos
temblorosas.
»—¿De León? —susurró Talon—. ¿Qué es?
»Miré a mis compañeros, sin saber si sentirme feliz o horrorizado.
»—Un plan de invasión.
495
»Montamos duro de regreso a San Michon, Archer volando hacia adelante
con la noticia de nuestro descubrimiento. Y aunque nuestras heridas se cerraron a
lo largo del camino, el precio de nuestra casi victoria siempre estaría escrito en
nuestra piel. Mi pecho y mi brazo estaban marcados por las garras del hijo
asesinado de Laure Voss. El vientre de Talon acarrearía el toque del Espectro el
resto de sus días, y el rostro de Aaron se estropeó para siempre: una cicatriz larga
en forma de gancho que atravesaba la frente y la mejilla.
»Pero Greyhand lo pasó peor que todo.
»Su brazo de la espada había desaparecido, su ojo derecho y su oreja
también, arrancados por las garras de la Muerte. Nuestra primera noche de regreso
en el monasterio, Greyhand se arrodilló en la primera fila en la misa como si no
pasara nada. Pero nunca sería el cazador que alguna vez fue. Y todos lo sabíamos.
»Cuando se cantaron los himnos de despedida, el abad Khalid y serafín
Talon nos pidieron que nos quedáramos Aaron y yo. Traté de llamar la atención
de Greyhand cuando se fue, pero me ignoró como lo había hecho en el camino de
regreso a casa. Sabía que había palabras no dichas entre nosotros, aunque habíamos
descubierto la estratagema del Rey Eterno, la forma en que se habían desarrollado
las cosas en Coste era culpa mía. Mi maestro había jurado que nunca volvería a 496
cazar como aprendiz suyo, y temí que me expulsaran de la Orden por mi
desobediencia. Por extraño que fuera, por duro que hubiera sido mi lucha, ahora
San Michon era mi hogar. Y temía verme obligado a dejarlo todo atrás.
»Khalid estaba de pie en el altar, con Talon a su lado. Como siempre, el
abad de San Michon era una vista imponente, la piel oscura brillando con la plata
de su égida. Sus ojos verdes, bordeados de kohl, estaban iluminados con la luz
química de los globos de arriba, y la catedral estaba en un silencio sepulcral.
»—Serafín Talon me ha contado todo lo que sucedió en Coste —dijo—.
Enfrentarse a una hija del Rey Eterno y vivir no es una hazaña pequeña. Ustedes
son claramente favorecidos por el Todopoderoso, iniciados.
»Mi vientre se hizo un nudo más fuerte cuando la mirada de Khalid cayó
sobre mí.
»—Eso, o el diablo ama a los suyos.
»Tragué saliva cuando el abad se volvió hacia Aaron.
»—Iniciado De Coste, Greyhand me ha informado que te has desempeñado
admirablemente estos últimos meses. Mostraste paciencia, valor y disciplina, y le
diste el golpe mortal a un nieto del Rey Eterno en persona. Él siente que estás listo
para ser santo en la Orden.
»De Coste me miró, claramente desgarrado.
»—Abad… fue Gabriel quien me dio la oportunidad de asestar el golpe
mortal al hijo de Laure. Gabriel, que hizo tambalear a Laure lo suficiente como
para que pudiéramos buscar tierra santa. Sin él, todos estaríamos muertos.
»—Greyhand me ha informado de la conducta del iniciado De León en
Coste —respondió Khalid.
»Bajé los ojos, el estómago se me retorció de nuevo. Por supuesto,
Greyhand le había contado a Khalid mi desafío. Mi temeridad le había costado a
mi maestro su brazo de la espada y casi nos costó nuestra presa. Greyhand me
había defendido cuando Talon sugirió que me llevaran al Puente al Cielo, y al
ganarme su ira, supe que podría haber perdido a mi único benefactor. Pero aún…
»—¿Qué será del maestro Greyhand, abad? —pregunté suavemente.
»—Pensé que estabas más preocupado por tu propio destino, Pequeño León.
»—Hice lo que pensé que era justo —murmuré, con la mirada baja—. La
verdad de Dios, lo volvería a hacer. Pero… sé que lo que le pasó a Greyhand fue
culpa mía.
»—Greyhand aún tiene que decidir su camino —suspiró Khalid—. Es fuerte
como el acero plateado. Pero llevará tiempo recuperarse de lo que le hizo el 497
Espectro en Rojo. En cuerpo y mente.
»—Sanguijuela impía —susurró Aaron.
»—Le debemos un ajuste de cuentas —escupí—. Deberíamos localizarla
y…
»—No harás nada por el estilo, basura hijo de puta —espetó Talon—.
Agradece que no te despellejamos la tinta de tu piel y te arrojemos fuera de estos
corredores.
»Parpadeé ante eso.
»—¿Quiere decir… que no voy a ser expulsado de la Orden?
»—No —respondió Khalid, haciendo que mi corazón cantara—. Tu
desobediencia merece censura. Pero no se puede negar que salvaste la vida de tus
compañeros, Pequeño León, ni que tu coraje nos ha dado una ventaja enviada del
cielo contra el Rey Eterno. Pero ahora no es el momento de vengarse de Laure
Voss. Todas nuestras fuerzas deben estar destinadas a detener a su padre. Y gracias
a tus esfuerzos, ahora sabemos con certeza dónde atacarán él y su Legión Infinita.
»Me llenó de júbilo al pensar en mi indulto, de que aún pudiera estar con
mis hermanos en la batalla venidera.
»—Avinbourg —susurré.
»Khalid asintió.
»—Por el plan que descubriste, sabemos que Voss tiene la intención de
tomar el fuerte de la ciudad, luego barrer hacia el sur a lo largo de las Godsend y
apoderarse de Coste, Tolbrook y Skyefall, cortando los suministros de plata para
todo el imperio. E incluso con el conocimiento de su estratagema, tenemos muy
poco tiempo para detenerla. El Invierno Profundo está sobre nosotros. El río
Cherchant ya está casi congelado. El emperador Alexandre ha vaciado todas las
guarniciones a lo largo de las Godsend para reforzar Avinbourg, y se está
reuniendo una poderosa hueste de Dún Fas, Dún Cuinn, Redwatch y Beaufort.
Deben ser dirigidos por la propia emperatriz.
»Aaron parpadeó ante eso.
»—¿Isabella viene a San Michon?
»Khalid asintió.
»—Ella y sus fuerzas se reunirán aquí en una semana. Así que confío en que
su Caza no los haya cansado demasiado, iniciados. Pronto serán llamados
nuevamente para defender la Santa Iglesia de Dios.
»Tanto el miedo como la euforia burbujearon dentro de mí ante ese
pensamiento. La idea de luchar contra un asedio contra miles de Muertos por el 498
destino de Nordlund era casi abrumadora. Pero esto era todo por lo que había
trabajado. Y habíamos visto de primera mano ahora la profundidad del mal al que
nos enfrentábamos.
»—Iniciado De Coste, serás santo en la Orden el próximo prièdi —dijo
Talon—. Si tienes tiempo ahora, te llevaré a través de tus votos. Y nuestras
expectativas.
»Khalid se volvió hacia mí. Sabía en mi corazón palpitante lo cerca que
había llegado al borde aquí, y pude ver en sus ojos que era la palabra del abad lo
que me había salvado de la caída.
»—Duerme esta noche, Pequeño León. Lo necesitarás.
»Me incliné, entumecido por la gratitud.
»—Por la sangre, abad.
»Me volví para marcharme, pero luego le ofrecí la mano a De Coste.
Después de una vacilación de un latido del corazón, la sacudió. A pesar de nuestras
diferencias, sabía que Aaron se había ganado su inducción. Y desde que nos salvé
el pellejo en Coste, comencé a sentir un leve parentesco con él. No éramos amigos.
Pero había un amor extraño y feroz forjado en los fuegos del combate. Una
hermandad escrita solo con sangre. Incluso entre hombres que normalmente se
odiarían.
»Salí de la catedral, en la noche helada. En el refectorio se oía la alegría, la
risa del herrero Baptiste, las flautas de fray Alonso, pero mi mente seguía inquieta.
Al regresar de Coste, lo había estado masticando sin cesar. Sabía que no podía
creer nada de lo que Laure Voss nos había dicho. Pero la forma en que Talon se
enfureció cuando Voss mencionó a la hermana Aoife… A pesar de mi indulto,
todavía había un misterio aquí. Uno cuyo fondo no podía ver.
»Sin embargo, conocía a alguien que podría …
»La espera fue una tortura. Aaron y yo nos acostamos en los barracones esa
noche, y todos nuestros compañeros iniciados exigieron que se les contara la
historia de la batalla con la hija del Rey Eterno. Pasaron horas antes de que los
bastardos se quedaran dormidos. Pero por fin salí de los barracones, crucé el
monasterio y me adentré en la oscuridad de la gran biblioteca.
»Todo era silencio mientras me escondía entre los estantes. Ese gran mapa
del imperio estaba grabado en las tablas del suelo, y mis ojos se desviaron hacia el
rango de las Godsend, el nombre de un ángel diferente escrito en cada pico. Me
imaginé a la legión del Rey Eterno, marchando incluso ahora hacia Avinbourg, mi
estómago estremecido al pensar en la batalla que se avecinaba.
»Pero más, al pensar en ella. 499
»Habían pasado meses desde que la vi, y esos últimos minutos cuando entré
a hurtadillas en la sección prohibida fueron, con mucho, los más largos. ¿Y si no
estuviera aquí? ¿Y si hubiera encontrado una forma de salir de esta jaula, tal como
lo había prometido? Y si…
»Pero di la vuelta a los estantes y allí estaba ella. Sentada a la gran mesa de
roble, rodeada de libros. Su cabello había sido liberado de su cofia, largos
mechones negros como la tinta enmarcaban sus pálidas mejillas. Con una mano
trazaba el texto que leía, con la otra se llevó un pañuelo manchado de rojo a la
nariz. La hermana novicia Chloe estaba sentada a su lado, estudiando un libro
polvoriento. El olor a sangre y hierba de los sueños flotaba en el aire. Y
extrañamente, vi un rifle de rueda cerca de la mano de Chloe.
»—Benditos comienzos, madeimoselles.
»Chloe se sobresaltó con mi susurro. Astrid levantó la vista de su libro, sus
ojos oscuros se encontraron con los míos. Entonces ella me sonrió. Y Dios, la
forma en que lo hizo…
Gabriel se reclinó en su silla, mirando al techo de su celda con ojos
brillantes.
—Esa chica tenía mil sonrisas —suspiró—. Una sonrisa cruel como el
viento invernal, que te hacía temblar hasta los huesos. Una sonrisa ligera como un
plumón de paloma, solo el más suave indicio de ella en su mejilla para hacerte
saber que estaba escuchando mientras hablas. Una sonrisa que podría hacerte sentir
miedo, y una sonrisa que podría hacerte llorar, y una sonrisa que te hacía sentir
como si fueras el único hombre vivo. Y la sonrisa que me dio esa noche fue la
primera vez que lo hizo, y no la he olvidado, no a través de toda la sangre y el
fuego, no a través de todas las noches desde esa hasta esta. Una sonrisa que susurró
y me hizo sonreír de la misma manera.
—¿Qué susurró? —preguntó Jean-François.
—Que ella estaba feliz. Y la vista de mí la había hecho así.
»—Buen día, Gabriel —dijo.
»—Es bueno verlas a las dos, hermanas novicias. ¿Le pido a Dios que se
encuentren bien?
»—Lo suficientemente bien. —Astrid se limpió la nariz—. Dejando a un
lado la pérdida de sangre menor.
»Chloe sonrió, sus ojos verdes brillaban.
»—Me alegra ver que regresaste sano y salvo, iniciado.
»—Más sano que algunos, al menos. ¿Para qué es el rifle? 500
»—Oh. —Astrid hizo una mueca—. No te preocupes, es de Chloe.
»—… ¿Robaste un rifle de rueda de la armería? Dios mío, ¿por qué?
»—No lo robé —dijo Chloe, haciendo la señal de la rueda—. Robar es un
pecado, Gabriel.
»—El abad Khalid nos ha estado enseñando —resopló Astrid—. La
hermandad tiene lecciones en cada fin desde que Aoife fue asesinada por esa
sangre noble. Es jodidamente espantoso.
»Chloe miró a la chica a su lado.
»—Fue tu idea, Azzie.
»—Simplemente sugerí, al alcance del oído del abad, que algunas de las
niñas podrían dormir mejor si supieran cómo defenderse. Yo no pensé que lo
harían jodidamente obligatorio.
»Chloe me puso los ojos en blanco.
»—Ella está prevaricando ahora, bendita sea. En realidad, es una tiradora
espléndida. Pero el cielo no quiera que parezca estar divirtiéndose.
»—Traicionera burra del pantano, ¿cómo te atreves? Seré miserable todo lo
que quiera. Eres tú quien se está divirtiendo. Y más bien demasiado, dirían algunos.
Se supone que debes estar comprometida con el Todopoderoso, pero llevas esa
cosa como si te estuvieras acostando con ella.
»—Oh para. —Chloe se sonrojó furiosamente y repitió la rueda—. No me
gusta esa charla.
»Asfixiando una sonrisa, Astrid me lanzó una mirada maliciosa. Tomando
la mano de Chloe, la besó y la apretó contra su mejilla.
»—Lo siento, ma chérie. Solo estoy bromeando.
»—Bueno, creo que el entrenamiento es una gran idea —dije, señalando el
rifle con la cabeza—. Dejando a un lado la muerte de Aoife, la noche se oscurece
fuera de estos muros. Y las noches que nos esperan presagian aún más oscuras.
»Chloe se apartó un rizo apretado de la mejilla y su voz se volvió cada vez
más silenciosa.
»—Escuchamos historias de tu Caza en Coste. Sonaba un asunto espantoso.
»—No soñaré dulcemente con eso, seguro y cierto.
»Astrid me miró con la cabeza inclinada.
501
»—¿Estás bien?
»Miré alrededor de nuestro pequeño santuario, luego volví a mirarla a los
ojos.
»—Mejor ahora.
»Ella volvió a sonreír y yo acerqué una silla. El olor metálico de la sangre
de Astrid era como un cuchillo en el aire, la piel de gallina picaba mi piel. Podía
sentir la sed, como una grieta que se extendía lentamente a través del hielo bajo
mis pies. Incluso con todo el sanctus que había fumado en la carretera, esas grietas
parecían hacerse más profundas, como si alimentarlo cada noche ayudara a
despertarlo. Y aunque se mantenía bajo control, merodeando detrás de los barrotes
en lugar de lanzarse contra ellos, el recordatorio de esa bestia en mi sangre me hizo
sentir incómodo.
»Nunca lo había conocido, pero aun así, siempre fui el hijo de mi padre…
»—Bueno —declaró Astrid—. Chloe y yo tenemos noticias que pueden
alegrarte aún más. En realidad, dos noticias. Comenzaré con lo que espero sea
menos dramático.
»Me entregó un fajo de pergamino sellado con cera de vela. Tan pronto
como vi la letra, supe quién la había enviado.
»—Mamá…
»—Ella me respondió casi de inmediato —sonrió Astrid—. Te dije que te
extrañaba.
»Las chicas miraron con ojos curiosos mientras rompía la carta y leía, lo
más rápido que pude.
»Mi querido hijo,
Tu carta llenó mi alma de alegría. La naturaleza de nuestra despedida ha
sido una piedra en mi cuello, y te extraño como las flores extrañan el sol.
Celene también te extraña muchísimo, y te asegura que se está portando
admirablemente para llenar el hueco de tu ausencia. También me informa
que estás profundamente atrasado con respecto a las cartas que te envió.
Me alegro de que hayas encontrado un hogar, mi amor. Estoy tan apenada
por no haberte hablado de tu herencia. Al principio, le pedí a Dios que tu
padre no te pasara la maldición. Y cuando pude ver que estabas destinado
a llevar el peso de mi pecado, tuve miedo de lo que pudieras pensar de
mí. Debería haberte preparado. Solo puedo suplicar ahora que me
perdones.
Yo era poco más que una niña cuando conocí a tu padre, Gabriel. Y el
amor convencerá a una chica de que casi cualquier mentira es verdad. 502
Pero sé que lo amaba y, a su manera, tal vez él también me amaba a mí.
Te diré más, pero Dios me perdone, no puedo hacerlo sin mirarte a los
ojos.
Te ruego que pidas permiso al abad para volver a casa por Firstmas. Te
diré todo lo que quieras saber. Y luego, te rogaré que me abraces y me
perdones, que sepas que soy tu madre y te amo más de lo que puedas
imaginar.
La sangre de los leones fluye en ti, hijo mío. Te pido que seas valiente
uno o dos meses más. Entonces sabrás todo lo que necesitas y más.
Con todo mi cariño,
Mamá.
»Terminé de leer con el ceño fruncido en mi frente, mis colmillos
moviéndose en mis encías mientras la ira aumentaba. Comprendí que una carta no
era lugar para una verdad tan dura. Pero aun así, quedarme sin respuestas era un
trago amargo, y el aguijón de querer algo que no podía tener se estaba volviendo
demasiado familiar.
»—¿No es la noticia que esperabas? —murmuró Astrid.
»Respiré hondo para calmarme.
»—Sólo más preguntas —suspiré.
»—Bien entonces. Tenemos una respuesta, al menos. —Chloe se puso de
pie y buscó entre los polvorientos estantes—. Aunque hemos tenido poca fortuna
buscando la historia de la muerte de los días, Azzie y yo hemos tenido cierto éxito
en tu tarea.
»Miré hacia arriba, con el estómago agitado.
»—¿Encontraron información del quinto linaje? ¿Por qué no lo dijeron?
»—Lo hizo, Gabriel —dijo Astrid, con la voz ahogada por el pañuelo—. En
realidad, todo este linaje es bastante fortuito.
»—Mira aquí. —De entre las pilas, Chloe sacó un libro antiguo, con bordes
de latón deslustrado y encuadernado en cuero pálido y agrietado. El título estaba
grabado en el lomo con letras doradas, casi completamente descolorido por la edad.
»—No puedo leerlo —confesé.
»—No hay muchos que puedan. Es un dialecto de talhóstico antiguo,
anterior a las Guerras de la Fe. Me tomó días traducir algunos fragmentos. Pero
este libro es un bestiario. Escrito por un vampiro erudito llamado Lûzil. O Lûsille.
No estamos seguras de cuál. 503
»Chloe abrió las páginas casi con reverencia. Estaban amarillentas por la
edad, crujiendo mientras las giraba. Vi ilustraciones anatómicas de horribles
bestias, algunas completamente ficticias, otras variantes de los faekin y los
duskdancers y los caídos que sabía muy bien que eran reales. El libro parecía mitad
folclore, mitad hecho, todo una locura.
»—Extraño pergamino —comenté tocando la página.
»—Creemos que es piel humana —murmuró Astrid.
»—Dulce Madre Doncella…
»—Aquí. Aquí está. —Chloe volvió el libro hacia mí. Vi escudos heráldicos
en un estilo arcaico, que representaban los cuatro linajes de vampiros: el cuervo
blanco con corona dorada del linaje Voss, las rosas y serpientes de Ilon, los lobos
y lunas gemelas de Chastain, el oso y el escudo roto de Dyvok. Pero el idioma era
ilegible.
»—¿Qué dice todo esto? ¿Menciona el quinto linaje?
»Astrid pasó a la última página, en blanco y reseca por la edad.
»—Parece que no.
»Apreté los dientes, la frustración aumentaba.
»—Entonces, ¿por qué me muestras esto, Astrid?
»—Porque, Gabriel, las apariencias engañan. —Se quitó el pañuelo y,
inclinándose sobre el libro, resopló con fuerza. La sangre empezó a gotear sobre
la página en blanco.
»—¿Qué estás…?
»Chloe levantó la mano con los ojos brillantes de emoción.
»—Solo mira.
»Me senté en silencio, intentando ignorar el perfume de la sangre de Astrid,
intentando no imaginar cómo podría tener un sabor sedoso y pegajoso en mi
lengua. Brillaba como rubíes oscuros a través de esa página polvorienta, dulce
como un veneno. Y luego mi vientre rodó lentamente, mis ojos se ampliaron.
»La sangre se movía.
»Lento al principio. Temblorosa. Pero oui, como por una química oscura,
la sangre adquirió voluntad propia, hundiéndose en el pergamino como si fuera
una esponja. La mancha se extendió, formándose en palabras ilegibles que
rodearon un sigilo, al igual que la heráldica de los otros linajes.
»Dos cráneos, uno frente al otro sobre un escudo ornamentado. 504
»—Gran Redentor —susurré—. ¿Qué dice?
»—La última, y en verdad, la más despreciable de todas las Cortes de
Sangre —leyó Chloe—. Un linaje roto de hechiceros y caníbales, condenados
incluso entre los condenados. Escupe su nombre de tu lengua como quisieras la
sangre de los cerdos, y guarda tu propia sangre para que no te la arrebaten de tus
venas.
»Astrid señaló un nombre escrito debajo de los cráneos.
»—Esani —dijo—. Los Infieles.
»—Esani… —susurré.
»Astrid asintió hacia la página.
»—Las cortesanas transmiten mensajes como este. Usan jugo de limón o
leche, pintado sobre pergamino. La escritura es invisible, pero cuando se mantiene
en llamas, el jugo y las letras se vuelven legibles. Lo llamamos «escritura de
fuego» en los Salones Dorados.
»—No tenía idea de que los antiguos vampíricos se comunicaran de esta
manera.
»—No creo que nadie la haya tenido. Estaba hojeando las páginas cuando
mi nariz comenzó a sangrar. Vi la escritura mientras intentaba limpiar el puto
desastre. Y en una hora, se había desvanecido de nuevo.
»—El Ángel de la Fortuna nos sonríe…
»—No, no el Ángel de la Fortuna —dijo Chloe, con los ojos brillantes—.
¿No ves? ¡Es como dije la noche en que esa estrella cayó del cielo! Todo esto fue
ordenado. Esta es la respuesta. —Apuñaló la escritura que se desvanecía con su
dedo—. ¡En algún lugar de esta biblioteca, en algún lugar entre estos libros, está
la solución para la muerte de los días!
»Astrid se encogió de hombros.
»—Si está escondida de esa manera, explicaría por qué nadie la ha
encontrado todavía.
»—Pero ¿cómo la encontrarás? No se puede sangrar en todos los libros.
»—No estoy segura. —Astrid se mordió el labio—. Pero quizás Chloe tenga
razón…
»—Tengo razón —insistió Chloe—. Estabas destinado a encomendarnos
esta tarea, Gabriel. Astrid estaba destinada a encontrar esta escritura de sangre y,
a través de ella, la forma de traer de vuelta el sol. Lo sé.
505
»El fervor en los ojos de Chloe era contagioso. Juro que pude sentir la
presencia de Dios en esa habitación con nosotros, y mirando la maldita escritura
que se desvanecía de esa página, me resultó fácil creer que todo esto fue ordenado.
»—Deberíamos hablar con el abad sobre esto —aventuré.
»—¿Estás completamente loco? —Astrid hizo un gesto a nuestro
alrededor—. Sección prohibida, ¿recuerdas?
»—Hay demasiados libros aquí para que los prueben solas. Si hay una
respuesta a la muerte de los días oculta en estas páginas, necesitarán ayuda para
encontrarla.
»—Vamos a necesitar ayuda para poner la carne de nuevo en nuestros
huesos si la priora se entera de que nos hemos escabullido de una víspera. Algunos
de nosotros no sanamos tan rápido como otros, Gabe.
»—Entonces se lo diré a Khalid. No necesito mencionarlas a ustedes dos en
absoluto.
»—Ah, ¿de verdad? —preguntó Chloe—. Puedes leer talhóstico antiguo,
¿verdad?
»Miré la escritura que se desvanecía en la página, con los labios fruncidos.
»—El archivero Adamo nunca nos permitiría volver a la biblioteca si
supiera que hemos estado leyendo estos libros sin permiso —dijo Astrid—. Si
tuviéramos algo definitivo que mostrar, la plata podría pesar más que la sangre.
Pero no tengo ninguna intención de que me despellejen la piel de la espalda
todavía, merci.
»—Y la mente del abad Khalid está puesta en la defensa de Avinbourg, de
todos modos —dijo Chloe.
»Asentí de mala gana. Tenían razón, por supuesto: todo el monasterio
estaba empeñado en detener al Rey Eterno.
»—La emperatriz misma está en camino a San Michon.
»—Hemos oído —murmuró Astrid—. Charlotte hizo que todos las novicias
del Priorato pulieran todas las pieza de plata en el refectorio, en caso de que esa
zorra hija de puta se digne a cenar con nosotros.
»—Blasfemia, Astrid —reprendió Chloe—. La emperatriz es elegida por
derecho divino.
»—La emperatriz es elegida por la polla idiota del emperador. Y le pido a
Dios que tanto ella como él sean masticados y destrozados por perros rabiosos. —
Astrid me miró—. Por cierto, es posible que desees afeitarte antes de que llegue.
Esa cosa en tu labio no te hace ningún favor.
506
»—Es un bigote —dije, frotándome los bigotes desordenados.
»—Es una herejía.
»Me encontré con los ojos de Astrid, le ofrecí una sonrisa comprensiva a
pesar de la perversidad. Sospeché que se sentiría amargada al saber que la mujer
que la había exiliado a esta prisión ahora la estaba visitando al frente de un ejército
imperial. Me pareció prudente cambiar de tema y, de todos modos, tenía una
pregunta más antes de empezar a trabajar.
»—Díganme… ¿qué tan bien conocían a la hermana Aoife?
»Chloe inclinó la cabeza y volvió a hacer la señal de la rueda.
»—Ella fue muy amable conmigo cuando me uní al Priorato por primera
vez. Buena mujer, que Dios la tenga en su gloria.
»—La noche en que me atacaron en el establo… quizás una hora antes de
que muriera, vi a Aoife llorando en la catedral. Preguntándole a la Madre Doncella
si le habían dado una bendición o una maldición. Y unos días antes de eso, la vi en
los establos hablando con el joven Kaveh. Al menos parecía nervioso de que los
hubiera descubierto juntos. ¿Sabes lo que podría haber significado todo esto,
hermana novicia?
»—No tengo ni idea —respondió Chloe.
»—Bueno, Kaveh me proporciona mi rêvre. —Astrid me frunció el ceño—
. Quizá Aoife también tuviera algunos malos hábitos. Pero ¿por qué preguntas por
ella ahora?
»Me mordí el labio y entrecerré los ojos.
»—La vampira a la que nos enfrentamos en Coste. Ella mencionó a Aoife,
y eso enfureció a serafín Talon. Me pregunto si…
»—A menos que me equivoque, la Orden tiene una ley sobre escuchar lo
que los vampiros te dicen. —Frunció el ceño—. ¿Quizás deberías centrarte en la
inminente batalla contra un ejército de cadáveres sedientos de sangre?
»—Demasiados misterios aquí a la mitad…
»Pero sabía que Astrid tenía razón. Si las batallas que había librado en
Skyefall y Coste me habían enseñado algo, era que tenía que ser paciente. Parar.
Maldita sea, pensar. Cargar de frente era una buena manera de poner en peligro a
las personas que me rodeaban y a mí.
»Los muertos no pueden matar a los Muertos.
»—Está bien, he esperado tanto tiempo. Avinbourg primero.

507
»Aún estaba incómodo cuando salí a hurtadillas de la biblioteca y volví a
los barracones. Mis pensamientos estaban llenos de esa imagen grabada en sangre:
dos cráneos uno frente al otro. Un nombre resonando en mi cabeza, como una
canción cuya letra ya conocía.
»Esani.
»Los Infieles.
»Mirando hacia el cielo, miré hacia la oscuridad, hacia el cielo que
seguramente debía estar más allá. Una vez más, me pregunté si todo esto había
sido ordenado, tal como dijo Chloe. Si la clave para acabar con la muerte de los
días estaba en esos tomos polvorientos, un secreto que solo la sangre podría contar.
Pero todos los pensamientos de linajes, planes divinos y verdades ocultas fueron
abandonados cuando vi una figura familiar, moviéndose como un ladrón en la
oscuridad. Lo reconocí solo por su silueta ahora; después de todo, había cazado
con él en las sombras durante meses.
»Aaron de Coste.
»Me agaché en la oscuridad del claustro de la catedral, los ángeles de la
fuente me miraban con ojos ciegos. De Coste miró a su alrededor y luego se deslizó 508
dentro de las puertas de la armería.
»No podría haberlo dejado pasar. Seguía siendo un gallo pomposo, pero
Aaron había sangrado por mí en Coste. Había impedido que Greyhand me
asesinara, y me había defendido de nuevo esta noche frente a Khalid. Estaba seguro
ahora de que no había estado detrás del ataque en el establo. Ni de la muerte de
Aoife.
»Pero todavía recordaba la rabia en sus ojos cuando le dije que lo había
visto escabullirse de la armería. Y como le dije una vez a Astrid, los asuntos de
otras personas siempre fueron mis favoritos. La curiosidad había matado a
innumerables gatos, lo sabía. Pero los gatos tenían nueve vidas y los leones
también.
»Revisando la puerta de la armería, encontré que estaba cerrada. Pero sin
desanimarme, escalé hasta el techo. Al igual que los barracones, las baldosas eran
viejas y fáciles de mover. Caminé por el piso superior y bajé la escalera de caracol
hasta el vestíbulo de entrada, bañado en la penumbra. Mirando hacia las puertas de
la Fundición Escarlata, me pregunté cuántos vampiros yacían allí ahora,
encadenados a esa maldita máquina para alimentar nuestro sacramento. Pero luego,
en la fragua detrás de mí, escuché un golpe, seguido de un grito de dolor.
»Preguntándome si la maldad estaba en marcha, tomé una hoja de acero
plateado de la pared y me arrastré por el vestíbulo. Los estantes de roble estaban
llenos de herramientas, apilados con barriles de ignis negros. La fragua más allá se
mantenía caliente por las brasas, el olor a carbón y sudor me recordaba a la casa
de mi padrastro en Lorson. En el interior ardían cuatro grandes hornos, todavía
resplandecientes por los trabajos del día. Escuché otro jadeo, un estruendo, un
siseo ahogado, lo que sonaba como hombres peleando. Y acercándome al ruido,
finalmente encontré a Aaron y Baptiste Sa-Ismael, el apuesto y joven herrero de
San Michon, moviéndose juntos en el resplandor de las llamas moribundas.
»Pero no estaban peleando, me di cuenta.
»Se estaban besando.
»Apenas podía creer lo que estaba viendo. Las manos de Aaron estaban en
los calzones de Baptiste, amasando y acariciando, el herrero gimiendo desde su
corazón. Gimieron en la boca del otro, ávidos como lobos hambrientos. Mientras
miraba, Aaron empujó a Baptiste hacia atrás, la pareja chocó con la pared de
piedra. Eran indiferentes a todos menos el uno al otro, perdidos en la pasión,
demasiado cuerpo y pocas manos. Nunca me había imaginado una escena como
esta, una parte de mí horrorizado, una parte de mí fascinado, viéndolos balancearse
a la luz de la fragua.
»Baptiste agarró un puñado del largo cabello rubio de Aaron y lo golpeó 509
hacia atrás contra una pila de cajas. A Aaron se le entrecortó el aliento cuando
Baptiste le dio la vuelta y le tocó el cinturón. Las manos de De Coste se unieron a
las de Baptiste, rasgando sus pantalones, arrastrándolos hacia abajo. Baptiste se
quitó la túnica, la piel oscura relucía a la luz rojiza mientras escupía en la palma
de su mano. Aaron bajó la cabeza, empapado de sudor, escupiendo en su propia
mano. Entonces supe lo que vendría. Y decidí que no tenía derecho a ver más.
»Retrocedí, acero plateado en mi ahora sudorosa palma. Pero por tonto que
fui, y sin ver por dónde iba, tropecé con un cubo de chatarra. Agarrándolo para
detener el clamor, maldije entre dientes. Y luego escuché pasos, respiración
apresurada, y fui lanzado hacia atrás contra la pared con tanta fuerza que vi jodidas
estrellas.
»—Bastardo traicionero —siseó Aaron, presionando su antebrazo contra
mi garganta.
»—Q-quítate de encima de mí.
»—¿Qué viste, De León? —exigió, presionando más fuerte—. ¿Qué viste?
»—N-nada —jadeé.
»Era una tontería y mentiras, y ambos lo sabíamos. Los calzones de De
Coste todavía estaban sueltos y los labios enrojecidos por la boca de Baptiste. Mi
hermano iniciado estaba furioso, al igual que lo había estado en el salón de su
padrastro. Miedo de que todo su mundo se desmoronara ante sus ojos.
»Sé lo que se siente ahora. No puedo culparlo por lastimarme. Pero en ese
entonces, estaba enfurecido. Y más, asustado. Ahora era tan grande como De
Coste, tal vez incluso más fuerte, pero con Baptiste a su lado, eran dos contra mí.
Pude ver el asesinato en la mirada de Aaron mientras aplastaba su antebrazo contra
mi garganta, mirando a los martillos y yunques y cualquier número de medios por
los cuales un chico entrometido podía terminar de manera rápida y ordenada.
Finalmente, su mirada se posó en el acero plateado que había dejado caer cuando
él me derribó, brillando a la luz de la fragua. Se encontró con mi mirada. La suya
afilada por el brillo de un depredador.
»—Cierra tus ojos.
»Pero entonces habló una voz suave.
»—Aaron. Déjalo ir.
»—Pero él sabe —escupió De Coste, volviéndose hacia Baptiste—. Él vio.
»Pasando una mano por las trenzas fuertemente anudadas en su cuero
cabelludo, el joven herrero exhaló un suspiro. Miró la armería a su alrededor, de
vuelta al chico que me inmovilizaba contra la pared.
»—Ambos sabíamos que esto no podría durar para siempre. 510
»—Podemos arreglar esto, podemos…
»—¿Silenciarlo? ¿Es eso lo que estás pensando? ¿Comprar nuestra
seguridad con el pecado?
»—No es ningún pecado —escupió Aaron, con el rostro retorcido—. Tú y
yo no somos un maldito pecado.
»—Pero lo que estás pensando lo es. Déjalo ir, amor. —Baptiste negó con
la cabeza—. Déjalo ir.
»De Coste se volvió hacia mí con furia en los ojos. Pero también pude ver
el comienzo de las lágrimas. Por un momento, se aferró, apretando más fuerte.
Pero al final, dio un paso atrás. Jadeando, me deslicé por la pared. Temeroso.
Horrorizado. Enfadado. Estos dos eran miembros juramentados de una santa orden
de Dios. Y ellos…
»—Cerré la puerta con llave —susurró De Coste—. La cerré con llave.
»Baptiste se colocó detrás de Aaron y apretó los labios contra el hombro
desnudo del chico. De Coste cerró los ojos y maldijo en voz baja. Y luego Baptiste
se inclinó hacia mí.
»—¿Estás bien, Pequeño León?
»Miré al herrero, a las pequeñas cicatrices de quemaduras grabadas en su
piel de caoba. No había rabia en sus ojos. Tristeza, quizás. Temor. Miré la mano
que me ofreció. Amplia y callosa como el hombre que se había llamado a sí mismo
mi papá. La mano de un herrero. La mano de un genio. Una mano que había forjado
la espada que me salvó la vida en Coste.
»La tomé.
»Nos quedamos en un incómodo silencio y me toqueteé la garganta
magullada. Aaron parecía disgustado, furioso, pero más que todo, asustado.
Baptiste me miró a los ojos.
»—Sería… desagradable —dijo—, si el abad Khalid o el maestro forjador
Argyle se enteraran de esto.
»Me encontré con la mirada del muchacho mayor. ¿Desagradable? Ambos
sabíamos que era un susurro que contaba la historia de un huracán. La Fe Única
no era una broma para los hombres dentro de estos muros. Las escrituras eran
claras, la palabra de Dios mismo; ese Dios al que todos habíamos dedicado
nuestras vidas.
»—Los Testamentos lo llaman pecado —dije en voz baja.
»—Los Testamentos también dicen que es el lugar de Dios para juzgar. No
del hombre.
511
»—Eres un hermano de la Orden de Plata, Baptiste —dije, con la indignidad
en aumento—. Hiciste el Juramento de San Michon. Obediencia. Fidelidad.
Castidad.
»—Juré no amar a ninguna mujer salvo a la Madre y la Doncella. Y a eso
me aferro. —Baptiste tomó la mano de Aaron y la apretó desafiante—. No es una
mujer a la que amo.
»—Ni yo —respondió De Coste en voz baja.
»Miré a Aaron a los ojos. Este astuto bastardo noble que me escupía cada
vez que podía. Este hermano con el que había luchado y sangrado.
»—Entonces, ¿por qué quedarse aquí?
»Baptiste frunció el ceño.
»—Como dices, estamos juramentados a la Orden de Plata.
»—¿Pero por qué arriesgarse? ¿Por qué permanecer en un lugar donde el
descubrimiento podría costarles la vida?
»Baptiste se cruzó de brazos y frunció el ceño.
»—Porque estamos bajo juramento de la Orden de Plata. La oscuridad está
aumentando. Una oscuridad que amenaza a todos los hombres. Y somos hombres,
Gabriel de León. Entonces, elegimos enfrentarnos a eso.
»Aaron apretó la mano de Baptiste.
»—Juntos.
»Recordé la historia que me había contado Aaron en el salón de su
padrastro. La amante que el barón De Coste había matado a golpes. Y me di cuenta
de que «Sacha» era el nombre de un chico y también de una chica.
»Ahora entendía por qué Aaron se quedaba aquí a pesar de sus afirmaciones
de que todo esto se convertiría en nada. Ahora entendía por qué trabajó tan duro
para ganarse un lugar que parecía no querer de verdad. Y comprendí de alguna
manera la valentía que debió haber sido necesaria para permanecer dentro de estos
muros. Solo Dios sabe lo que harían Khalid y los demás si supieran la verdad. Los
votos de castidad que hacían los santos de plata eran para asegurarnos de que no
creáramos más abominaciones de sangre pálida como nosotros. Pero aun así, los
Testamentos eran claros.
»Aaron y Baptiste podrían haber huido. Irse a vivir a Asheve o Augustin,
donde tal vida no estaría tan mal vista. Pero eligieron pararse en la trinchera y
arriesgarse a la llama. Porque, a pesar de todo, creían que había que luchar contra
la oscuridad.
»Toda mi vida me habían criado para ver la palabra de Dios como ley. Pero 512
yo mismo era un pecador, ¿no es así? Había roto las reglas de San Michon esta
misma noche. Astrid había roto lo mismo al ayudarme, pero a través de eso,
habíamos encontrado un camino hacia la verdad de lo que yo era. Una reunión que,
si se le creía a Chloe, fue ordenada por el mismo Todopoderoso.
»Y me pregunté entonces: ¿Podría la bondad venir del pecado?
»Y si es así, ¿cómo podría ser pecado en absoluto?
»¿Qué me importaba la vida que vivían estos dos? A los Muertos no les
importaba a quién amamos, ni credos ni parientes ni ninguna otra medida. Y si
tuviera que arriesgarlo todo contra ellos, me gustaría que los hermanos a mi lado
fueran los que no arriesgarían menos. Aaron de Coste y yo no éramos amigos. En
ese momento, todavía dudaba que alguna vez lo fuéramos. Pero éramos hermanos.
Y como dice la vieja verdad, puedes elegir a tus amigos, pero nunca a tu familia.
513
»—No se lo diré al abad —declaré—. Ni al maestro forjador Argyle, ni al
maestro Greyhand tampoco. No diré una palabra.
»Aaron y Baptiste se miraron. Asombrados. Inciertos.
»—¿Lo prometes? —preguntó el herrero.
»—Lo juro, hermano —dije, ofreciendo mi mano—. Por mi puta vida.
»Baptiste esperó un latido más, luego tomó mi mano y me abrazó con
fuerza. Había lágrimas en los ojos del joven herrero y, aunque sonrió, los ojos de
Aaron también brillaban. Me dio una palmada en la espalda, suspiró como si
exhalara el peso del mundo.
»—Merci —asintió De Coste—. Merci, Pequeño León.
»Asentí, igualando su sonrisa. Como dije, no sabía si él y yo podríamos ser
amigos alguna vez. Pero quizás ahora podríamos ser algo más que dos chicos que
se escupían y se disparaban mientras la sombra a su alrededor se hacía cada vez
más profunda.
»—Tienes buen corazón, Gabriel de León —me dijo Baptiste—. Un
corazón de león.
»Solo me encogí de hombros.
»—Mis hermanos son la colina en la que muero.
»Me despedí, dejé a la pareja allí grabada a la luz de las forjas. Y tan rápido
como pude, regresé sigilosamente a los barracones al amparo de la oscuridad. Mi
mente estaba inundada con todo lo que había hecho y visto esa noche. Pero un
pensamiento llamó más fuerte que los otros: más que el misterio de mi herencia,
de amistades cambiantes y nuevos aliados, una pregunta que ardía más brillante
que esa estrella, cayendo del negro abrazo del cielo. 514
»¿Qué es el pecado en absoluto?
»San Michon estaba más ocupado de lo que jamás había visto.
»Los santos de plata estaban siendo retirados de todo el reino para la defensa
de Avinbourg, y ahora había más de una docena de iniciados durmiendo en los
barracones. Big Theo Petit con su cabello color arena y hombros como un buey.
Fincher con sus ojos desiguales y un tenedor para trinchar debajo de la almohada.
Los compinches de Aaron: De Séverin, Big, Mid y Lil Philippe, todos esos
muchachos de alta cuna que habían hecho de mi vida una miseria el último año de
mierda.
»La mayoría no sabía qué pensar de mí ahora. Yo todavía era un sangre
frágil, lo más bajo de lo bajo en una habitación llena de Dyvok, Ilon, Chastain,
Voss. Pero todos habían oído hablar de nuestra batalla con el Espectro en Rojo. Y
la primera vez que De Séverin me llamó «campesino», Aaron levantó la cabeza
del Libro de Votos que estaba estudiando, su voz suave como el terciopelo.
»—Déjalo en paz, Sév.
»—¿Qué? —se burló el gran muchacho—. ¿Este amante de los chicos de
baja cuna? Tiene suerte de que yo…
»—Sév. —Aaron miró a los ojos a su compañero noble—. Déjalo estar. 515
»Tres días después, era famdi, el día antes de prièdi, y cuando las campanas
sonaron al amanecer, me encontré ya despierto. Mañana sería un día histórico: la
emperatriz Isabella debía llegar a la cabeza del ejército de su marido, y Aaron debía
ser admitido como un santo de plata en toda regla. Pero hoy era especial para mí.
Había sobrevivido a mi primera Caza y, por fin, iba a recibir la siguiente pieza de
mi égida bajo las agujas de la Hermandad de Plata.
»Cuando entré en la catedral con De Coste a mi lado, vi una figura familiar
entre las hermanas en el altar. Mirando a través de su velo de encaje, vi un hermoso
lunar al lado de los labios torcidos y brillantes ojos orgullosos y oscuros.
»Ni siquiera miré a Astrid mientras me ataban, no me atrevía a revelar ni un
soplo de los secretos que compartíamos. Pero aun así, podía sentirla a mi lado, oler
el agua de rosas y la campanilla de plata en su cabello. Después de doce horas bajo
sus agujas, envuelto en incienso y el himno del coro, estaba casi delirando de dolor.
Pero no podía quejarme. Aaron tendría toda su espalda entintada antes de tomar
sus votos. Ya había sufrido tres días bajo las agujas de la priora Charlotte, pero
ahora la pieza estaba casi terminada: un hermoso retrato del Redentor, rodeado de
ángeles de la hueste.
»Observé trabajar a la priora Charlotte, pensando en lo que había dicho
Astrid sobre el papel que desempeñaban las mujeres en San Michon. Qué poco
poder tenían en realidad. Había una docena de hermanas a nuestro alrededor,
cantando exultantes o limpiando sangre o mezclando plata y tinta.
»¿Quién les cantaba júbilo?
—¿Qué diseño elegiste, De León? —preguntó Jean-François.
Gabriel se subió la manga del brazo izquierdo. Encima de su mano había
una corona de rosas.
—Por el perfume de su cabello —explicó. Su antebrazo estaba estropeado
por tejido cicatricial, rasgaduras y desgarros grabados en su piel. Pero bajo las
cicatrices en la parte interior de su antebrazo, vestido con armadura, hermoso y
brillante, sus alas extendidas como cintas de plata ardientes…
—Eirene —asintió el historiador—. El Ángel de la Esperanza.
—Ese era el regalo que me había dado Astrid Rennier. Y cuando la hazaña
estuvo hecha, mirando esa poesía plateada que había escrito en mi carne, no pude
evitar expresar el pensamiento:
»—Haces un trabajo hermoso, hermana novicia.
»—El trabajo que hacemos es de Dios Todopoderoso, iniciado —respondió
la priora Charlotte, todavía inclinada sobre la espalda sangrante de Aaron—. Tú,
yo, todos nosotros somos simplemente sus instrumentos en esta tierra. 516
»—Véris, priora. Pero la Orden no podría servir sin la hermandad. Sin la
plata en nuestra piel, seríamos presa de la oscuridad. Así que, por mi parte, estoy
agradecido por todo lo que hacen. —Miré alrededor de la reunión, me incliné
profundamente—. Merci, hermanas. Para todas ustedes. No somos nada sin
ustedes.
»Astrid me sonrió entonces, rápida y secretamente. La mirada que me lanzó
la vieja Charlotte me hizo preguntarme si algún santo de plata le había dicho eso
antes. Las cicatrices de su rostro se torcieron casi en una sonrisa, pero aclarándose
la garganta, volvió a su trabajo.
»—De nada, iniciado De León.
»Me quedé con Aaron mientras Charlotte daba los toques finales. El pobre
bastardo parecía colgado de la piel de los dientes. Pero finalmente, la priora se
reclinó y miró por encima del tatuaje con ojo crítico. Era una pieza impresionante;
la mirada del Redentor parecía arder sobre la piel de Aaron, la luz de las velas
iluminaba la plata.
»—Véris —murmuró.
»—Véris —fue la respuesta de las hermanas que nos rodeaban.
»Ayudé a Aaron a ponerse de pie mientras él parpadeaba como un recién
nacido.
»—¿Todo bien, hermano?
»—Necesito un trago —declaró con voz temblorosa—. Una bebida muy
grande y fuerte.
»Me reí, deslizando mi túnica sobre mi propia piel herida. Y con una
reverencia a las hermanas, una mirada a Astrid, salimos de la catedral. Afuera
estaba nevando, y después del dolor ardiente de la aguja, el frío parecía una
bendición divina. Mientras caminábamos hacia el refectorio, mis ojos se desviaron
hacia el norte. Admito que estaba celoso de que Aaron hiciera sus votos mañana;
que pelearía en Avinbourg como un santo de plata en toda regla. Pero también
sabía que se lo había ganado.
»—Estoy feliz por ti, De Coste. De verdad.
»Me miró de reojo, las palabras claramente luchando detrás de sus dientes.
»—Tengo una deuda contigo, De León. Y una disculpa.
»Negué con la cabeza.
»—Salvaste mi pellejo en Coste como yo salvé el tuyo. No hay…
»—No estoy hablando de Coste —dijo, bajando la voz—. Me refiero a 517
Baptiste y yo. Te juzgué mal. Y te maltraté. Sangre frágil o no, campesino o no.
Eres mi hermano, De León. Y te pido perdón.
»Me ofreció la mano y la apreté con fuerza.
»—Dado. Con alegría.
»Aaron asintió con la mandíbula apretada. Sabía que tres días bajo la aguja
lo habían hecho sentir en carne viva. Tus paredes son delgadas después de una
prueba como esa, y la persona que eres debajo puede filtrarse fácilmente. Pero
todavía me sorprendió ver lágrimas en sus ojos.
»—Lo que Laure nos dijo en el puente … sobre Sacha…
»—No importa, Aaron. Lo que sea que hicieras de niño, ya no eres él. Tu
pasado es piedra, pero tu futuro es arcilla. Y tú decides la forma de la vida que
harás.
»Asintió y se palpó los ojos.
»—Nunca pensé que me oiría a mí mismo decirlo. Pero me alegrará tenerte
a mi lado en Avinbourg, De León.
»—¿A tu lado? —me burlé, palmeando la espada en mi cinturón—.
Hermano, voy a estar frente a ti. Tengo más tinta para ganar. Y Lionclaw tiene sed.
»—Sigues siendo un idiota, De León. Y va a hacer que te maten. —Aaron
negó con la cabeza y sonrió—. Pero cuando mueras, morirás honrado.
»—Pero esta noche no —sonreí—. Ven. Vamos a conseguirte esa bebida.
»Le di una palmada en la espalda sin pensarlo y gritó de dolor. Solté una
disculpa, pero no lo suficientemente rápido, y De Coste me dio un puñetazo en el
brazo izquierdo, enviando una ola de llamas por mi hombro. Nos pusimos a luchar
por un momento, intercambiando golpes amistosos antes de reírnos. Y uno al lado
del otro, entramos en el refectorio.
»Nos recibió una ovación entusiasta cuando entramos, los santos de plata
reunidos y los iniciados golpeando las jarras en las mesas. No era frecuente que un
nuevo miembro fuera juramentado en la Orden, ni muchos de nosotros nos
reuníamos en San Michon al mismo tiempo. Los santos mayores le ofrecieron
felicitaciones a Aaron; muchachos más jóvenes se reunieron para echar un vistazo
a su nueva tinta. Fray Alonso tocaba una alegre melodía con una flauta. El abad
Khalid lo acompañó en un hermoso laúd de madera de sangre, con el maestro de
forja Argyle dirigiendo la canción en su rico barítono. Y aunque Greyhand estaba
notoriamente ausente, serafín Talon estaba golpeando la mesa con su vara de
fresno, marcando el tiempo. Incluso nos sonrió cuando entramos.
»Baptiste nos había reservado asientos en la mesa, llamándonos. Mientras
estábamos sentados, el joven herrero me acercó una taza de vodka. Pero, como
siempre, objeté. 518
»—No para mí, hermano. Merci.
»—¡Oh, vamos ahora! —insistió el herrero—. ¡Pon pelos en tu pecho! ¡Y
no todos los días vemos ascender a un nuevo miembro de la Orden! ¿Un trago no
te matará?
»—Tiene sus razones. —De Coste habló en voz baja y se llevó la taza—.
Déjalo, ¿eh?
»Miré entre Aaron y Baptiste, los hermanos que me rodeaban. Los fuegos
eran cálidos y las sonrisas amplias, y sabía que una noche como esta no llegaba a
menudo a paredes como estas. Había crecido como hijo de un borracho. Pero, en
verdad, ni siquiera era el hijo de Raphael Castia. Y la maldición que mi verdadero
padre me había dado no sería encendida por un trago de alcohol.
»—Un trago —declaré, alcanzando la taza que había servido Baptiste—.
No me matará.
»Baptiste vitoreó y le levanté la copa a Aaron. Pero antes de que pudiera
ofrecer un brindis, se escuchó un fuerte golpe en la mesa principal. Fray Alonso
detuvo su música, todos los ojos se volvieron hacia el abad Khalid. El gran
sūdhaemi estaba de pie, sonriendo.
»—¡Mañana, damos la bienvenida a un hermano de pleno derecho a la Ordo
Argent!
»Los rugidos resonaron por la habitación mientras Khalid continuaba.
»—Luego, marchamos a Avinbourg entre los ejércitos del emperador, allí
para vencer al Rey Eterno. Sé que cada uno de ustedes se comportará con fuerza
eterna y fe insaciable, y demostrará que San Michon es digno del patrocinio de
nuestra emperatriz. Pero por ahora, brindemos por nuestro nuevo hermano y
conozcamos la gloria a la luz del amor del Todopoderoso.
»Khalid levantó su taza hacia Aaron.
»—Santé, Aaron de Coste. ¡Que la oscuridad sepa tu nombre y se desespere!
»—¡Santé! —vino el rugido, Aaron sonriendo como un niño en Firstmas.
»Celebramos hasta bien entrada la noche, y cuando Baptiste me sirvió otra
copa, no la rechacé. La bebida estaba bien y la compañía grandiosa, y floté,
escuchando a los santos mayores contar historias de oscuridad, sangre y plata.
Sentí el amor de Dios entre esa confraternidad. Sentí, quizás por primera vez en
mi vida, que finalmente estaba donde pertenecía.
»Fue entonces cuando oímos cuernos en el valle de Mère, trayendo quietud
a la sala. Unos momentos después, las campanas de la catedral sonaron en
respuesta, haciendo eco en todo el monasterio. 519
»—Llega temprano —murmuró Baptiste.
»—La emperatriz Isabella —me di cuenta.
»Los hermanos y los iniciados se levantaron como uno solo, saliendo del
comedor. El honor que la emperatriz nos hacía no se le escapaba a nadie, y todos
querían ser testigos de su llegada, ver el ejército que había traído a San Michon.
Reunidos en la pasarela de la catedral, los escuchamos en la oscuridad: pies
marchando y acero sobre acero, una gran multitud en el oscuro valle de abajo.
Pudimos ver miles de antorchas, iluminando miles de tabardos amarillos que
portaban el unicornio de Alexandre III. Una hueste como nunca había visto.
»—Ahora, ahí hay una maldita vista —suspiró Fincher.
»De Séverin asintió.
»—En estandartes de oro, llega la salvación.
»—¡Hermanos! —llamó Khalid—. ¡Prepárense para la llegada de Su
Majestad, luego reúnanse en la gran biblioteca! Serafín Talon, priora Charlotte,
conmigo.
»Algunos un poco perjudicados por la bebida, los hermanos obedecieron, la
fiesta se abandonó. En la media hora, nos reunieron en la biblioteca, alineados con
botas lustradas y reluciente acero plateado. La Hermandad también estaba reunida,
hermanas vestidas de negro, novicias vestidas de blanco. Vi a Astrid entre ellas,
con los labios apretados. Chloe estaba a su lado, asintiendo una vez hacia mí. Pero
al mirar a mi alrededor, todavía no vi ni rastro del maestro Greyhand por ninguna
parte.
»Los libros se extendían por encima de nosotros, el gran mapa del reino a
nuestros pies. El archivero Adamo había dispuesto figuras de madera por el suelo,
que representaban a los ejércitos del Rey Eterno, los defensores de Avinbourg y la
gran hueste reunida debajo.
»La batalla inminente estaba ahora en la mente de todos, y los rumores sobre
ella se extendieron entre la reunión. Pero nos quedamos en silencio cuando el abad
Khalid entró, marchando rápidamente hacia el frente de la biblioteca, con Talon y
Charlotte a su lado. Un joven enérgico vestido de elegante satén amarillo entró y
golpeó tres veces con un hacha de asta sobre las tablas.
»—¡Su Majestad Imperial, Isabel, Primera de Su Nombre, amada esposa de
Alexandre III, Protector de la Santa Iglesia de Dios, Espada de la Fe y Emperador
de todo Elidaen!
Gabriel negó con la cabeza.
—Nunca había visto a la realeza. Tal como lo dijo Astrid, la corte de
Alexandre era un pozo negro, lleno de libertinaje y corrupción. No me hubiera 520
sorprendido que la emperatriz fuera una serpiente con un vestido de piel humana.
Pero la mujer que entró en la biblioteca no estaba para nada cerca.
»Primero, me asombró lo joven que era. El emperador Alexandre tenía
cuarenta y tantos años, pero su esposa debía ser veinte años más joven; solo unos
años mayor que Astrid, en realidad. Era hermosa, sin duda: de extremidades largas
y elegante, con cabello castaño rojizo peinado sobre su cabeza en la apariencia de
una corona. Pero la belleza era de esperar en una emperatriz. Con lo que no contaba
era con su forma de vestir. Porque, aunque vestía una túnica de color amarillo real,
terciopelo aplastado ondeando en el suelo en ondas, también estaba vestida con
una coraza de plata pulida, y llevaba una espada al costado. El arma era más
decorativa que mortal, pero su mensaje era claro.
»Nuestra emperatriz había llegado a San Michon vestida para la guerra.
»Estaba rodeada de hombres y doncellas, vestidos con los tabardos amarillo
girasol del emperador. En la frente de Isabella había un aro de diamantes y,
mientras ocupaba su lugar al frente de la habitación, nos miró con orgullo real.
»—Nuestro camino ha sido largo —dijo con voz baja y dulce—. Pero
nuestro corazón no podría llenarse de más alegría al encontrar una compañía tan
buena al final. Profunda es la fe que le hemos otorgado a su abad, y vemos que no
se ha perdido. Porque en cada uno de ustedes, vemos una esperanza que brilla con
la luz de toda la gracia de Dios, y a través de ustedes, esta tierra será redimida de
la invasión de la noche. Tienen nuestro agradecimiento. Y más, tienen nuestro
amor.
»Isabella miró alrededor de la habitación, y podrías haber escuchado
lágrimas caer de los ojos de un ángel en esa quietud.
»—Los saludamos, santos de plata. Que Dios los bendiga y los mantenga a
salvo de todo daño.
»—¡Tres hurras por Su Majestad Imperial! —gritó serafín Talon.
»Un rugido resonó en la biblioteca, más fuerte de lo que jamás había
escuchado. Isabella había hablado durante todo un minuto, y juro por Dios que la
mitad de los hombres en ese salón estaban enamorados de ella. Si nos hubiera
pedido volar a Vellene y lanzarnos contra el Rey Eterno con los puños vacíos,
habríamos saltado de las paredes con una sonrisa en nuestros rostros.
»— Atiendan ahora, hermanos —dijo Khalid con voz de hierro.
»Entonces se hizo el silencio. Los santos e iniciados reunidos, las Hermanas
de Plata que acechaban como sombras, todos observaban mientras el abad
caminaba por los picos de las montañas Godsend. Raissa, Ángel de la Justicia y
Raphael, Ángel de la Sabiduría. Sarai, Ángel de las Plagas y Sanael, Ángel de la
Sangre. Todo cayó bajo sus tacones plateados mientras recorría todo el reino, 521
llegando finalmente a Avinbourg. El fuerte de la ciudad se encontraba en el
extremo norte de la columna vertebral, bloqueando el camino hacia Nordlund,
rodeado de soldados de madera.
»—Todas las guarniciones reales a lo largo de las Godsend ahora están
vacías y marchan hacia el norte para reforzar Avinbourg. Una tormenta de nieve
ha caído sobre Talhost, demasiado sombría y oscura para ver a través, incluso con
los ojos que poseemos. Una brujería oscura está en juego, oscureciendo a la hueste
de Voss. Aun así, no tenemos ninguna duda de que la Legión Infinita está en
movimiento.
»—¿Cuántos son, abad? —preguntó fray Alonso.
»—Diez mil al menos.
»Alonso cuadró los hombros. Era un hombre poderoso, de raza Nordlund,
con una gran barba negra y una melena de cabello largo.
»—Perdóneme, abad. Mi emperatriz. Pero somos cazadores, no soldados.
¿De qué servirá nuestro número contra una hueste tan vasta?
»—Ninguno en absoluto, buen hermano —respondió Isabella—. Esos
valientes soldados de abajo y que ya están al mando de las murallas de Avinbourg
serán los más afectados por el hambre de la Legión.
»—Somos un cuchillo, hermanos —dijo Khalid—. No un mazo. Pero una
criatura tan antigua como Fabién Voss no se arriesga en la vanguardia. No con diez
mil cadáveres para arrojar primero. Como todos los que temen a la muerte, el Rey
Eterno lidera desde la retaguardia.
»La emperatriz asintió.
»—Y mientras Voss lanza su hueste contra las defensas de la ciudad, esta
compañía plateada navegará alrededor de la desembocadura del Cherchant,
golpeada por detrás del linaje de Voss a la luz del amanecer, y con toda la gracia
de Dios, golpeará la corona hueca de su cabeza.
»—Una emboscada —asintió Alonso.
»—Una ejecución —dijo Khalid—. Una sobre la cual el Todopoderoso
mismo sonreirá.
»Las palabras del abad me llenaron el estómago de mariposas. Pude ver
sabiduría en el plan; una forma en que nuestra pequeña hermandad aún podría
asestar un golpe mortal. El Rey Eterno era el más antiguo de su estirpe, y
controlaba a su prole como una araña en el centro de una gran y podrida telaraña.
Con su muerte, su legión quedaría sumida en el caos, al menos temporalmente, una
presa fácil para la Hueste Dorada. Matar a un antiguo no sería poca cosa, pero si 522
lo lográbamos, podríamos poner fin a la invasión de las murallas de Avinbourg.
»Hablé, incapaz de contenerme.
»—¿Cuándo marchamos, abad?
»Los ojos de Khalid se encontraron con los míos.
»—No tú, iniciado.
»Mi estómago se desplomó. Por un momento terrible, temí que mi conducta
en la Caza me hubiera costado mi lugar entre los elegidos. Pero la mirada del abad
recorrió a los iniciados, cada uno por turno.
»—Ninguno de ustedes lo hará. Todos los iniciados permanecerán en San
Michon. Laure Voss todavía anda suelta en Nordlund y buscará venganza. No es
prudente dejar este monasterio sin vigilancia.
»Un murmullo ondeó entre los iniciados. Esta era la batalla más grande de
nuestra época, ¿y nos estaban dejando atrás? Cualquier chico sensato habría
mantenido su maldita boca cerrada entonces, pero con algunos vodkas en mí, me
sentía menos que sensato.
»—Abad, no quiero faltarle el respeto. Pero hace solo unas noches, ¿me
aseguró que pronto nos llamarían para defender la Iglesia de Dios?
»Talon golpeó su vara en el suelo.
»—De León, cierra tu maldita b…
»—Contén tu ira, serafín. —Isabella me miró, la mirada vagando de las
botas a la frente—. De León. Eras parte de esa valiente compañía que descubrió el
plan del Rey Eterno.
»—Uno de cuatro, Majestad. —Me incliné—. Pero hice mi parte.
»—Un león en verdad. Entendemos tu decepción por quedarte atrás
mientras otros cabalgan para luchar. Pero no hay vergüenza en atender el hogar.
»—No hay gloria tampoco, Majestad.
»—No luchamos por la gloria, iniciado —gruñó Khalid—. Luchamos por
Dios. Luchamos para redimirnos del pecado de nuestro nacimiento. El elogio
mortal no tiene sentido. Cuando te enfrentes a tu Creador, él sabrá el papel que
desempeñaste en la derrota del Rey Eterno.
»—Suponiendo que lo derrotamos.
»Todos los ojos se volvieron hacia el fondo del pasillo. Allí, perfilado contra
el cielo nocturno, estaba fray Greyhand. Tenía la mandíbula sin afeitar y el pelo
despeinado. Pero el fuego ardía en el ojo que le quedaba. Las grandes puertas se
cerraron detrás de él mientras caminaba hacia el mapa del reino. 523
»—Suponiendo que el Rey Eterno nos lo permita —dijo.
»—No tendrá otra opción, hermano —respondió Khalid—. Luchamos con
Dios de nuestro lado.
»—Está asumiendo que podemos pelear, abad. No tenemos ojos para ver a
través de esta maldita tormenta. No hay noticias de nuestros aliados en los vientos.
—Greyhand metió la mano en su abrigo con la mano sana y sacó un trozo de
pergamino familiar—. Todo lo que tenemos para asegurarnos de que Voss tiene la
intención de aplastar Avinbourg es un simple garabato.
»—Perdónanos, fray. —Isabella miró el mapa de invasión que sostenía
Greyhand—. ¿Pero no es eso un garabato que tú mismo robaste? ¿Después de una
batalla que casi te mata a ti y a tus aprendices?
»—Usted perdone, Majestad, pero eso es lo que me ha estado molestando.
El casi. —Greyhand cerró los dedos sobre el mapa y tiró el trozo de pergamino
arrugado al suelo—. El Espectro en Rojo es una Princesa de la Eternidad. Si estaba
explorando pueblos a lo largo de las Godsend para prepararse para la invasión de
su padre, ¿por qué dejar un rastro tan fácil de seguir para nosotros?
»—Ella necesita alimentarse, hermano —dijo Khalid—. Y los vampiros son
criaturas de hábitos, lo sabes. ¿Quizás no se dio cuenta de que la rastrearíamos tan
rápido?
»—Tal vez —asintió Greyhand—. ¿Pero cómo es que dos santos de plata y
dos iniciados se enfrentaron a uno de los vampiros más poderosos vivos y todos
vivieron para contarlo?
»Al oír eso, intercambié una mirada con Aaron. A decir verdad, en algún
lugar debajo de la prisa de nuestra supuesta victoria, me había preguntado lo
mismo.
»—¿Crees que ella nos usó, maestro? —preguntó De Coste.
»—Creo que no es de extrañar que nos tomara por tontos —dijo Greyhand,
su único ojo bueno clavado en el mío—. Dada la forma en que algunos de nosotros
actuamos esa noche.
»Bajé la mirada, las mejillas ardiendo.
»La emperatriz Isabella habló en el silencio.
»—¿Crees que estamos siendo mal dirigidos, buen Fray?
»—No estoy seguro de nada, Majestad. Salvo del amor del Dios
Todopoderoso. Pero estas criaturas conocen a su presa. Y me temo que nos
protegemos la garganta, pero dejamos nuestro vientre expuesto.
524
»Greyhand caminó hasta el extremo sur de las Godsend. Y allí, golpeó con
el talón el fuerte de la ciudad que custodiaba el otro pasaje al Nordlund.
»—Charinfel —murmuró Khalid.
»—Quizás Voss quería que interceptáramos ese mensaje —dijo
Greyhand—. Con esta maldita tormenta, no tenemos forma de estar seguros. Pero
tirar todo lo que tenemos para defender Avinbourg me sienta mal, Khalid. Algo en
esto huele mal.
»—¿Qué sugieres entonces?
»—Vigilar ambos pases.
»—No podemos enfrentar a Fabién Voss con menos fuerza —dijo Talon—
. Todos los santos de plata aquí pueden no ser suficientes para acabar con él. Y si
nuestra batalla fracasa, Avinbourg necesitará a todos los soldados del valle de
abajo para defenderse de la Legión Infinita.
»—Entonces déjenos ir, abad.
»Todos en la biblioteca se volvieron hacia mí cuando di un paso adelante.
El chico que había sido podría haberse acobardado con esos ojos sobre mí:
generales, santos hermanos y emperatrices. Pero después de las cosas que había
visto, la sangre que había derramado, ya no era ese chico.
»—Nosotros los iniciados, quiero decir. Si esto es una estratagema de Voss,
¡podemos defender a Charinfel! ¡Greyhand puede guiarnos! ¡No le estamos
haciendo ningún bien a nadie atrapados aquí en San Michon!
»Murmullos de acuerdo rodaron entre los iniciados hasta que Talon cortó el
aire y gritó pidiendo silencio. Pero Greyhand miró a Khalid a los ojos.
»—Si mis temores resultan ciertos, serán más útiles en la línea que detrás
de ella.
»—Si tus temores resultan ciertos, tú y dos docenas de iniciados no
mantendrán esa línea.
»Greyhand se frotó la barbilla y miró a nuestra emperatriz. Isabella estaba
entre sus consejeros, los ojos parpadeando entre Greyhand y el abad. Un general
de rostro despeinado le susurró al oído y ella escuchó atentamente, estudiando el
mapa. Podía sentir la tensión en los muchachos que me rodeaban, la idea de que,
después de todo, podríamos desempeñar un papel, nos llenaba de fuego.
»—El general Nassar advierte que podemos prescindir de mil hombres —
declaró finalmente la emperatriz—. Somos reacios a reducir aún más nuestro
número. El último informe de exploración que recibimos nos dijo que la Legión
Infinita se estaba moviendo hacia el noreste desde Vellene. A pesar de sus temores, 525
todas las señales apuntan a que el Rey Eterno golpeará Avinbourg, fray, no
Charinfel.
»—Si esto es cierto, me consideraré alegremente castigado, Majestad —
respondió Greyhand—. Pero en la batalla, el sabio ora a Dios, pero todavía levanta
su espada.
»Mi vientre se elevó cuando Isabella inclinó la cabeza.
»—Que así sea.
»Se escuchó un pequeño grito entre los iniciados, y Talon volvió a rugir
pidiendo silencio. Nuestras voces murieron, pero nuestras sonrisas permanecieron,
y varios de los muchachos me dieron una palmada en la espalda en agradecimiento
antes de volver al orden. La sesión de consejo continuó, pero la verdad es que
ninguno de nosotros estaba escuchando. Donde hace un momento estábamos
encadenados a la chimenea como cachorros no entrenados, ahora íbamos a ser
desatados como una manada de lobos. E incluso si ningún mal acabara llegando a
Charinfel, al menos no estaríamos sentados como hongos en la oscuridad.
Gabriel se echó el pelo hacia atrás, echó el último trago de vino por su
garganta.
—No fue hasta la mañana siguiente que supe que eso es exactamente lo que
estaría haciendo.

526
»Los barracones estaban bulliciosos esa noche, y me obsequiaron con una
docena más de palmadas en la espalda mientras nos acostábamos. Todos sabíamos
que saldríamos al amanecer, pero aun así, Theo y Lil Phil habían sacado de
contrabando un poco de vodka del refectorio y compartimos algunos tragos más
alrededor de nuestros catres. Finch levantó una botella en mi dirección e incluso
De Séverin logró sonreír.
»—Pensar rápido y hablar más rápido, De León. —El noble asintió—.
Santé.
»—¿Vieron la cara de Talon? —Fincher se rio entre dientes—. Pensé que
estaba a punto de cagar sangre.
»Petit sonrió.
»—Aunque creo que a la emperatriz le gustó el corte del abrigo de nuestro
gatito.
»Aaron levantó el vodka en un brindis, la cicatriz en su rostro se torció
mientras me regalaba una extraña sonrisa.
»—Para los valientes, la recompensa. 527
»Le devolví la sonrisa.
»—Un día como león vale diez mil como cordero.
»Nos acomodamos en la cama después de algunos sorbos más, y el licor
ayudó a mis hermanos a dormirse. Íbamos a marchar al día siguiente, y sabía que
yo también debería estar durmiendo. Pero había una visita más que tenía que hacer
antes de que me llevara la noche. Una palabra más que necesitaba ser pronunciada.
Si todo lo que Greyhand temía era cierto, este viaje podría ser el último.
»La biblioteca estaba en silencio cuando entré a hurtadillas, tropas de
madera todavía dispuestas en el gran mapa. Mi vientre se agitó cuando vi el
pergamino que Greyhand había dejado arrugado en el suelo.
»Lo recogí, alisé el mapa, pensando en el precio que habíamos pagado por
él. Volví mis ojos hacia el imperio bajo mis pies; a Avinbourg, a Charinfel,
preguntándose cuál sería realmente el Rey Eterno. Greyhand podría haber tenido
razón. Laure Voss era antigua y tenía la sensación de que quizás había jugado con
nosotros en Coste. Pero aun así… algo en todo esto me llamaba la atención. Algo
que todavía no podía entender.
»Olí agua de rosas y rêvre mientras atravesaba la sección prohibida, con una
pequeña sonrisa en los labios. Y rodeando los estantes, allí la encontré; sentada
con la barbilla apoyada en las palmas de las manos, el pelo largo y negro cayendo
sobre su rostro. Los libros que tenía ante ella estaban sin leer, el aroma de la hierba
de los sueños flotaba en el aire. Al mirarla a los ojos, pude ver que había fumado
más de lo habitual.
»—Bonsoir, Majestad —me incliné.
»Astrid me miró de nuevo a la llama de la vela.
»—¿Qué tiene de jodidamente bueno?
»Levanté los restos del vodka de Theo.
»—¿Vengo con regalos?
»Astrid me miró de nuevo, arqueando los labios.
»—Puedes sentarte.
»La bebida del banquete todavía corría en mi sangre, el dolor de mi nuevo
tatuaje era un leve latido debajo de él. Le entregué la botella a Astrid, mirando la
luz de las velas jugando en su garganta mientras tomaba un largo y lento trago.
Tenía los ojos con los párpados pesados, inyectados en sangre, y se terminó la
mitad de lo que quedaba antes de devolverme la botella.
»—Supongo que piensas que eres terriblemente inteligente.
»—¿Qué tiene de terrible ser inteligente? —pregunté, tomando un trago. 528
»—Tsk. Niños. —Tomó la botella de vuelta, sacudiendo la cabeza—. No es
prudente llamar la atención de Isabella de esa manera.
»—No me di cuenta de que había captado su atención.
»—Ella sabía tu nombre. Pero ten cuidado, Gabriel de León. Nuestra
emperatriz rompe los juguetes con los que juega. — Astrid bebió profundamente,
haciendo una mueca de dolor—. Quiero decir, honestamente, ¿viste esa espada que
llevaba? Tendría suerte de encontrar el final puntiagudo. Zorra ostentosa.
»—No me di cuenta. Mis ojos estaban en otra parte.
»Se burló.
»—En efecto.
»—Lo digo en serio. No me sirven los vestidos bonitos y los labios pintados.
Dame plata y sangre. Dame una mente rápida como el giro del cielo y afilada como
la hoja a mi lado.
»—Bueno, imagínate. Unos sorbos de orina casera y él se convierte en un
poeta.
»—No creo que nada de eso rime.
»—Un poeta terrible, entonces. —Su sonrisa falló y tomó otro sorbo—.
Disculpas. Estoy siendo una perra de nuevo. Aunque mamá sí me dijo: en la vida,
haz siempre lo que amas.
»—No eres una perra, Astrid Rennier.
»—Está bien, ahora me siento insultada.
»—Asumes la posición lo suficientemente bien. Pero si eres tan perra, ¿por
qué estás aquí todas las noches, buscando la salvación del imperio que te
abandonó?
»—Hay poco más que hacer en este agujero. Ahórrate torturarme con las
fantasías de escapar.
»—Ya no me engañas. Un corazón negro no hace regalos a las personas
para el día de los santos, ni organiza lecciones de manejo de la espada para sus
amigos, ni dedica tiempo a convencer al abad de que deje que tus hermanas
aprendan a protegerse. Hay oro puro latiendo debajo de tu pecho.
»—Oh Madre Doncella, estás encantado, ¿no es así?
»Me miró a los ojos y yo no aparté la mirada. Podía sentir un precipicio, y
aunque sabía que ambos disfrutábamos de este juego, desconfiaba del borde.
Debería estar en la cama. Necesitaría mi fuerza para el viaje por delante, tal vez la 529
batalla al final. Pero el licor estaba tibio en sus mejillas, y la idea de dejarla de
nuevo tan pronto era una piedra en mi pecho.
»Astrid ofreció la botella.
»—¿Otro? ¿O el resto es para tu reina?
»Me encogí de hombros.
»—Uno más no me matará.
»—Famosas últimas palabras, Pequeño León.
»—No planeo morir esta noche, Majestad.
»—¿Y mañana?
»Entonces la miré. En la bruma de esos ojos largos y sombríos. Ella estaba
molesta, eso era evidente. Pero pensé que había fumado para entumecerse a causa
de Isabella, la visión de la emperatriz que la había exiliado a esta prisión, la idea
de lo que podría haber sido. Astrid Rennier era una bastarda real que, de no ser por
un capricho del destino, bien podría haber sido una princesa.
»Pero mirándola ahora, no vi autocompasión. Esa no era la forma de Astrid.
En cambio, al mirar la oscuridad inyectada en sangre de sus ojos, vi miedo. No por
ella. Sino por mí.
»—He estado pensando —declaró.
»—Me preguntaba qué era ese chirrido.
»Se burló.
»—Tarado.
»—Bastarda.
»—Touché. Pero me gusta más cuando me llamas Majestad.
»Me eché hacia atrás, riendo.
»—¿Qué has estado pensando?
»Su tono se volvió serio, la pequeña sonrisa muriendo en sus labios.
»—Sobre tu historia de lo que le hiciste a ese neófito. Y lo que Chloe y yo
encontramos en ese libro.
»Mi sonrisa también murió. Pensamientos regresando a Skyefall, y la sangre
de ese chico muerto hirviendo con mi toque. Con el Rey Eterno corriendo hacia
nosotros de cabeza, todo el ruido y el bullicio de la última semana, era difícil
encontrar tiempo para preocuparnos. Pero aparte de ese nombre extraño, Esani, 530
todavía no tenía una idea real de lo que era. Ni lo que podía hacer.
»—Estaba pensando —continuó Astrid—. Si es un don de sangre, entonces
debes entrenarlo como cualquier otro. Y sé que no tienes a nadie aquí que pueda
enseñarte, ni una idea real de cómo conjurarlo. Pero si deseas ayuda para
dominarlo… te la ofreceré.
»—¿Quieres decir … tratar de usarlo contigo?
»—Necesitas practicar si tienes la intención de manejarlo con alguna
habilidad.
»—No quiero hacerte daño, Astrid.
»Ojos oscuros brillaron cuando se encontraron con los míos.
»—Un poco de dolor nunca hace daño a nadie.
»A pesar de mí, mi estómago se estremeció un poco con esas palabras.
Coincidí con su mirada, y pude verlo, seguro como pude ver mi propio reflejo en
la oscuridad de sus pupilas.
»Deseo.
»Esto era peligroso ahora. Sabía muy bien el peligro que corría cuando
semejante charla se mezclaba con humo y bebida. Esta chica le fue prometida a
Dios, y yo pronto tomaría juramento como su soldado. A pesar de toda la emoción
de nuestros pequeños flirteos, esto no tenía futuro. Nada que ganar y todo, todo
que perder.
»Pero Gran Redentor, ella era hermosa. Pestañas ahumadas que enmarcaban
piscinas de negro medianoche. Mi mirada recorrió su mejilla, recorrió la línea de
su cuello hasta los secretos más allá.
»Debería haberle dicho que no.
»Ella nunca debería haberse ofrecido en primer lugar.
»Pero en verdad, ese era el atractivo de todo.
»—Está bien, entonces —dije.
»Dejó a un lado la botella y los libros, se subió a la mesa frente a mí. Podía
oler vodka en sus labios y hierba de sueño en el aire cuando me ofreció la mano.
Sentí un escalofrío en las yemas de sus dedos cuando nos tocamos. Pensé en
Skyefall, en la oleada de calor que subió por mi brazo mientras hervía la sangre de
ese neófito.
»Pero sentados así de cerca, todo pensamiento sobre los dones de sangre y
la práctica se desvaneció. Como he dicho, ni siquiera Dios mismo puede
interponerse entre una chica y un chico que realmente se desean el uno al otro. Y
mirando a Astrid a los ojos, supe lo que ella quería. Y Dios me ayudara, yo también 531
lo quería.
»—Esto es una tontería —susurré.
»Entrelazó sus dedos con los míos, el pulgar acariciando mi piel con la
ligereza de una pluma.
»—Llamémoslo imprudente.
»No sé quién se movió primero. No sé quién lo siguió. Sé que solo nuestro
primer beso fue más una colisión, un encuentro de pólvora y llamas. Se hundió en
mi regazo y aplastó su boca contra la mía, arrastrando sus dedos por mi cabello.
La acerqué más, tan fuerte como me atrevía, la fuerza de la sangre oscura en mis
venas cantando. Y su sabor, su olor, su sensación, viva, cálida y deseosa en mis
brazos lo despertó dentro de mí, esa misma hambre que había conocido en la cama
de Ilsa. Sentí que la sed se elevaba como una llama, rugiendo a través de mí,
colmillos moviéndose en mis encías, calor en mis venas. El deseo se convirtió en
anhelo y el anhelo se convirtió en necesidad, y todo, todo fue necesidad de ella.
»Pero esto era una locura. Esto estaba mal. Esto iba en contra de la regla del
monasterio y los mandatos de nuestros superiores e incluso la voluntad del cielo
mismo.
»—Astrid —susurré—. No podemos hacer esto.
»—Lo sé —suspiró, besándome de nuevo.
»Se inclinó entre nosotros, y jadeé cuando sentí que las yemas de sus dedos
subían y bajaban por mí a través de mis cueros. Su beso se hizo más profundo, el
deseo sangrando dentro de mí, y aunque sabíamos que esto era un pecado, de
alguna manera eso solo hizo que ardiéramos más con él. Su boca estaba abierta,
sus besos hambrientos, y escuché su siseo cuando mis colmillos rasparon su labio
y una punzada de sangre increíblemente brillante y ardiente salpicó mi lengua.
»Jadeé y traté de apartarme, aterrorizado de lastimarla. Pero su mano se
deslizó dentro de mis pantalones y se cerró a mi alrededor, manteniéndome quieto.
Entonces ella podría haberme guiado con el más ligero toque. Podría haberme
matado con un susurro. Me miró a los ojos y pude ver la verdad, acurrucada en el
borde de su sonrisa sangrienta.
»No hay pecado más peligroso que el pecado elegido.
»No hay pecado tan glorioso como el pecado que se comparte.
»—¿Cómo reza un hombre, Gabriel?
»Estaba sin aliento, sin palabras, lamiendo la sangre de mis labios y
negando con la cabeza.
»Astrid tomó mis manos, las apretó contra su cuerpo. Guiando mi toque 532
sobre la hinchazón de sus pechos, bajando por sus costillas hasta las
enloquecedoras curvas de sus caderas. Se lamió el labio sangrante, los ojos
cerrados revoloteando, las caderas rodando mientras se balanceaba contra mí.
Acercándose, presionó su boca sangrante contra la mía, su sabor casi me volvió
loco.
»—¿Cómo reza un hombre?
»—No sé. Yo no…
»—Reza de rodillas, Gabriel.
»Y luego se empujó de nuevo a la mesa, deslizó sus manos sobre mis
hombros, acercándome más hacia abajo. El sabor de su sangre se estrelló y me
quemó la lengua, y sus ojos se clavaron profundamente en los míos mientras
susurraba las palabras que me hicieron caer completa y finalmente.
533
»—Rézame a mí.
»Y una parte de mí era entonces un chico de dieciséis años. Rogando solo
para servir y queriendo solo complacer. Pero el resto de mí, la mayor parte de mí,
estaba lleno de un hambre más oscura que cualquier otra que hubiera conocido.
Pasé mis manos por sus piernas, lentamente arrugando su túnica alrededor de sus
caderas, su respiración se aceleró cuando caí de rodillas. Su olor se estrelló contra
mí, la necesidad de ella me llenó por completo. Y se estremeció cuando sintió el
primer toque suave como una pluma de mi lengua, su pulso tronaba bajo su piel,
sus dedos deslizándose en mi cabello mientras me arrastraba hacia adentro con
más fuerza.
»—Por favor —suspiró—. Por favor.
»La besé, la adoré; suave, lánguida, cada suspiro y gemido era una
invitación a sacar otro de esos labios, más fuerte y largo. Entonces ella era mía, no
de Dios, total y exclusivamente mía. Pétalos de miel debajo de mi lengua, nada ni
nadie entre nosotros. Mirándome a los ojos y temblando más fuerte entre cada
respiración, sus caderas se balancearon, los dedos de los pies se encresparon
mientras separaba más las piernas, una mano en mi cabello, la otra ahora
encontrando su pecho, acariciando y tirando a través de sus sagradas vestiduras.
Estaba perdido en su sabor, en la emoción de todo, tan sedoso y aterciopelado que
apenas podía respirar. Nunca había conocido un pecado tan dulce como este.
Nunca deseé nada en mi vida tanto como la deseé a ella.
»—Tócame —suplicó, y yo obedecí.
»—Dentro de mí —suplicó, y casi pierdo la cabeza.
»Maulló mi nombre, con la cabeza echada hacia atrás, temblando tan fuerte
que apenas podía sostenerme. Ahogándose, suplicando, Dios, estaba tan caliente
allí. Cada uno de sus secretos suaves al alcance de mis dedos, gimiendo al compás 534
de cada beso ardiente. Se hundió de nuevo en la mesa, los libros se esparcieron, su
columna vertebral se arqueó cuando comenzó a temblar, sus piernas se elevaron
hacia el cielo, sus ojos rodando hacia atrás en su cabeza, sus labios entreabiertos
cuando llamó mi nombre de nuevo, tan largo y fuerte que sabía con certeza que
seríamos deshechos…
»Y entonces empezaron a sonar las campanas.
»Nuestras miradas se encontraron sobre el plano de su vientre agitado.
Confusión rompiendo la oleada del hambre, la oleada de necesidad. Mi pulso
estaba martilleando, mis labios y barbilla empapados, dulce néctar, sangre caliente
y sudor salado mientras el tañido sonaba sobre el monasterio, resonaba a través de
la biblioteca vacía.
»—¿Qué es eso? —susurró.
»Era tarde, pero el amanecer no estaba cerca; no se estaba llamando a misa.
Y ayudando a Astrid a levantarse de donde yacía, ignorando la sed que aumentaba
cada vez más mientras miraba su boca que aún sangraba, hablé con pavor creciente.
»—Algo está mal…

535
»—¡Rompe juramentos! ¡Malditas blasfemias!
»—¡Cállense!
»—¡Asquerosos bastardos pecadores!
»—¡Promiscuos!
»—¡Hermanos pervertidos!
»Esos fueron los gritos que nos recibieron a Astrid y a mí cuando salimos
de la biblioteca a trompicones y nos adentramos en la noche. El aire estaba helado
después del fuego de sus labios, y aún podía sentir su cuerpo presionado contra mí,
saborear el pecado de ella en mi boca mientras espiamos una multitud de santos de
plata e iniciados en la nieve fuera de la armería.
»—Será mejor que regreses al Priorato, Majestad —le dije.
»Ella asintió, apretando mi mano.
»—Ten cuidado, Gabe.
»Di vueltas alrededor de los puentes del monasterio, me acerqué como si
viniera de los barracones. Al acercarme a la armería, vi a serafín Talon en los 536
escalones, con furia en sus ojos. Y a su lado…
»—Oh, no… —susurré.
»—¡Promiscuos! —rugió Talon—. ¡Pervertidos! ¡Pecado repugnante y
rompe juramentos, por Dios!
»Aaron y Baptiste estaban juntos, con la ropa desarreglada y los labios de
Aaron rojos y en carne viva. Me uní a la parte de atrás de la multitud, más santos
e iniciados ahora saliendo de los barracones. Talon estaba gritando veneno puro,
con saliva en su bigote. Baptiste parecía angustiado, Aaron furioso cuando el abad
Khalid y el maestro forjador Argyle finalmente se abrieron paso entre la multitud.
»—Serafín, ¿qué significa esto? —preguntó Argyle.
»Talon apuntó hacia Aaron y Baptiste.
»—¡Son unos bastardos amantes de los hombres, los vi!
»—¿Qué viste? —espetó Khalid—. ¡Hombre, habla claro!
»—¡Tenía trabajo en la Fundición! Un lote de sanctus para acompañar a
Greyhand a Charinfel. Pero escuché un tumulto en la fragua y busqué la fuente. Y
los vi allí, desnudos en los brazos del otro. —El serafín apuñaló un dedo calloso
mientras mi corazón se hundía—. ¡De Coste y Sa-Ismael! ¡Revolcándose como
chuchos en celo!
»Un murmullo oscuro retumbó entre la asamblea. Argyle parpadeó
asombrado, frotándose la barbilla con su mano de hierro.
»—¿Qué locura es esta?
»—Ninguna locura. —Talon escupió sobre la piedra—. ¡Transgresión y
traición, eso es jodidamente lo que pasa! ¡Malditos engendros bastardos, los dos!
»—¿Baptiste? —preguntó Khalid—. ¿Aaron? ¿De qué habla serafín Talon?
»Mi vientre se enroscó en un pequeño nudo frío cuando vi a los amantes
intercambiar una mirada desesperada. Aaron estaba asustado, afligido, viendo
como todo por lo que había entrenado se desvanecía en humo. La mandíbula de
Baptiste estaba apretada, las manos llenas de cicatrices apretadas en puños. Fray
Alonso exigió una explicación. Escuché a Big Phil escupir en el suelo. Los otros
compinches de De Séverin y Aaron susurrando: «Rompe juramentos», «Amantes
de los hombres» y «Folla pitos».
»Y aunque sabía que era una tontería, no pude permanecer mudo. Aaron era
mi hermano. Baptiste mi amigo. No sabía lo que iba a decir, pero aun así, me abrí
paso entre la multitud. Pero el joven herrero captó mi atención y la expresión de
su rostro me rogó que me quedara quieto.
»—¡Esto fue obra mía! —declaró. 537
»Baptiste se irguió más alto, y miró al maestro forjador a los ojos.
»—Aaron estaba bebido después de la fiesta, maestro. Me aproveché, lo
admito.
»El labio de Argyle tembló de rabia.
»—Rompiste tu juramento sagrado a San Mich…
»—No rompí ningún juramento. Juré no amar a ninguna mujer, y aún lo
sostengo.
»—¡Pecar acostándose fuera del matrimonio es pecado suficiente! ¡Pero
acostarse con otro hombre es doble pecado! —gritó Talon—. ¿Y en esta maldita
tierra sagrada? Con la emperatriz durmiendo en el valle de abajo, ¿nada menos?
¡Nos avergüenzas a todos, hijo de puta devorador de pollas!
»La multitud gruñó de acuerdo, la marea a nuestro alrededor tornándose
sombría.
»—Baptiste, es pecado mortal —gruñó Khalid—. Maldices tu alma con eso.
»—Abad, sé cómo lo llaman los Testamentos. Pero Dios decidirá mi destino
el día de mi juicio, ningún otro. —El joven herrero miró a su amante, y me dolió
el corazón por el dolor en sus ojos—. Pero Aaron es inocente. Estaba hundido en
el alcohol. Aturdido por el dolor de su tatuaje. No sabía lo que hacía. Te ruego que
lo perdones por eso.
»Miré a Aaron. Los ojos del lord se posaban en la nieve a sus pies. Todo
por lo que había trabajado estaba en juego. Su propia vida podría estar en peligro
aquí. Y supe que estaba parado otra vez de vuelta en ese puente en Coste. Laure
Voss sonriendo mientras rodeaba el borde de nuestra luz.
»—Papá, no es culpa mía. No lo quería. Papá, Sacha me obligó. Sacha me
forzó.
»Aaron sacudió la cabeza. Preparándose como si fuera a lanzar un puñetazo.
»—No —susurró.
»—Aaron… —suplicó Baptiste.
»—No —dijo de nuevo, más firme, mirando a Khalid y a Argyle a los
ojos—. Baptiste dice mentiras para evitarme el castigo. Pero solo porque me ama.
Como yo lo amo. —Su voz se elevó sobre el clamor creciente—. ¡Y eso no es un
maldito pecado!
»—¡Hijos de putas! —gritó fray Charles, y fray Alonso rugió—: ¡Llévenlos
al Puente! —Y la turba avanzó. Luché contra ellos, gritando cuando unas manos
bruscas agarraron a Baptiste y a Aaron, los golpes cayendo como lluvia mientras
Khalid gritaba pidiendo orden. Golpeé y esquivé, todo descendiendo al caos 538
cuando el disparo de una pistola resonó por encima del tumulto.
»BOOM.
»Cayó la quietud. Al darme la vuelta, vi a Greyhand, con su pistola
humeante levantada en el aire. Su ojo bueno estaba inyectado en sangre y cubierto
de sombras. Pero su mano estaba firme.
»—Hermanos, cálmense.
»—¡Pero son pecadores, fray! —espetó Lil Phil—. ¡Bastardos rompe
juramentos!
»—Hermano, han admitido su culpabilidad —dijo fray Alonso—. ¡Este
pecado es suyo!
»—Lo es —coincidió Greyhand—. Pero Aaron de Coste sigue siendo mi
aprendiz hasta que jure el rito de plata ante Dios y San Michon. No lo veré juzgado
por la locura de una turba.
»—¡Hermanos, Greyhand dice la verdad! —gritó Khalid—. ¡No hay duda
de que este pecado merece sanción! ¡Pero ninguna medida se tomará sin oración y
contemplación! ¡Enciérrenlos a los dos debajo de la catedral! —El abad miró
alrededor de la multitud con ojos centelleantes—. ¡Mañana marchamos! ¡Miren
sus propios reflejos, y sus propias almas! ¡Porque pronto todos nosotros estaremos
desnudos y ensangrentados ante el juicio de Dios!
»Manos bruscas arrastraron a Aaron y a Baptiste a la catedral, liderados por
serafín Talon. El resto de la turba permaneció en el sitio como carroñeros sobre un
campo de batalla, insatisfechos, pero no dispuestos a romper la fe en Khalid. Y
murmurando maldiciones, comenzaron a regresar a los barracones.
»Me quedé allí en el frío. El recuerdo de los labios de Astrid persistiendo
con la sangre en mi lengua. Pero Greyhand también se demoró, Archer se posó
sobre su hombro sano. El halcón me miró con ojos dorados, y soltó un chillido
áspero. Miré el lugar donde había estado el brazo de mi maestro. El abismo entre
nosotros. Las palabras son decir.
»—Maestro…
»—¿Sabías? —preguntó, su voz como botas viejas sobre grava.
»Quería decirle la verdad. Quería confiar en él como antes. Sin duda había
sido un bastardo cruel conmigo. Pero a diferencia de mi padrastro, la crueldad de
Greyhand tenía un propósito. Hay una diferencia entre ser molido bajo el talón y
molido con una piedra de afilar. Era más duro y mejor de lo que nunca había sido
gracias a él, y quería pedir perdón por mi desobediencia en Coste. A pesar de
salvarle la vida a esa chica, quería decirle que deseaba retractarme de todo. 539
Preguntar si me culpaba como yo me culpaba.
»—¿Que será de ellos? —pregunté en su lugar.
»Greyhand entrecerró el ojo bueno, la manga vacía agitándose con el viento.
»—Pediré clemencia. Pero las reglas de la Orden son claras. Sufrirán el
destino de todos los infractores del juramento cuando regrese Khalid. Aaron será
llevado al Puente, atado a la rueda y desollado con espinas de plata hasta que no
quede nada de la égida que lo marcó como parte de esta Hermandad. Y luego,
ambos serán echados de San Michon.
»—¡Pero eso es una locura! ¡Baptiste es el mejor herrero del monasterio!
¡Y Aaron estaba destinado a ser iniciado entre los hermanos al día siguiente!
»—Baptiste rompió sus votos —escupió Greyhand—. Y que no hable con
lengua de comadreja sobre hombre y mujer, él sabía muy bien que estaba mal. Y
Aaron también lo sabía. Solo un tonto juega en el precipicio. Pero solo el príncipe
de los necios culpa a otro cuando cae.
»El viento cantó un himno desconsolado. Una parte de mí no podía creer
que Aaron y Baptiste hubieran sido lo suficientemente imprudentes como para
volver a encontrarse tan pronto después de que los descubrí. Pero esta noche había
arriesgado lo mismo con Astrid, pensando que mañana podría ir a la muerte. No
podía culpar a mi hermano por hacer lo mismo. Me dolía el pecho con todo esto.
Pero intenté encontrar consuelo en la Fe, como siempre lo había hecho. Cualquier
cosa que hubiera sido de Aaron y Baptiste, era la voluntad del Todopoderoso, ¿no?
Habían quebrantado la ley de Dios, ¿no?
»Pensé en Astrid nuevamente, el sabor de nuestra colisión persistiendo en
mis labios. Sentí como si me hubieran rociado la cabeza con agua fría, el deseo
con el que había estado empapado ahora estaba sobrio por la certeza de lo tonto
que había sido. Qué egoísta. Qué peligroso.
»Chloe, la estrella fugaz, la escritura de sangre; prácticamente me dijo que
teníamos un papel más importante que desempeñar en esto. ¿Estaba bien arriesgar
todo eso? ¿No era el tipo de malvado más oscuro?
»No hay pecado más peligroso que el pecado elegido.
»No hay pecado más glorioso que el pecado compartido.
»Pero aun así…
»—Maestro… no sé si puedo ir a Charinfel y dejar que Aaron se pudra en
una celda.
»—Bien —gruñó—. Porque no vas a ningún lado, De León.
»Parpadeé, encontrándome con la mirada fría de Greyhand.
540
»—Maestro, no…
»—Muchacho, no puedes llamarme maestro. Ya no. Te dije en Coste que
nunca volverías a Cazar como mi aprendiz. —Se acercó a mí, una tira de cuero
oscuro alrededor del lugar donde debería haber estado su ojo—. ¿Pensaste que lo
había olvidado? ¿Qué tal vez el Espectro en Rojo me había sacado el pensamiento
de la cabeza mientras me arrancaba el brazo y me sacaba el ojo de la cabeza?
»—Te salvé la vida.
»—Y me costó esto —dijo, agitando un ojo y un brazo.
»—Maestro, lo siento…
»El puño de Greyhand chocó con mi estómago como un ariete contra la
puerta de una ciudad. Golpeando mis rodillas, jadeé cuando me abofeteó en la cara
con un revés, dejándome tirado en la nieve. Intenté ponerme de pie, pero su bota
chocó con mis costillas, me dejó acurrucado en la piedra helada en agonía.
»—Maldigo tu disculpa, muchacho —dijo entre dientes, golpeando el hueco
en su hombro—. ¡Esta es la voluntad del Todopoderoso, y la acepto como debe
hacerlo un siervo fiel! ¡Lo que no aceptaré es un aprendiz que busca su propia
gloria cuando debería buscar la de Dios!
»—Yo n-no…
»—¡Por supuesto que sí! ¡Hablaste así esta noche ante la propia emperatriz!
Incluso ahora, incluso aquí, tu primera preocupación no es por tus hermanos que
marchan hacia la guerra y la muerte sin ti, ¡sino que te quedarás atrás! ¡No tienes
paciencia, De León! ¡Ni disciplina! ¡No piensas, salvo para pensar que sabes más!
¡Bueno, aprenderás a pensar, muchacho! ¡Y me aseguraré de que tengas todo el
tiempo del mundo para hacerlo!
»El fray se echó hacia atrás, controlando su rabia creciente.
»—Decimos que, es mejor morir como un hombre que vivir como un
monstruo. Pero hay muchos tipos de monstruos en este mundo, muchacho. Un
hombre hace lo que debe. Un monstruo hace lo que quiere. Un hombre sirve a su
Dios. Un monstruo se sirve solo a sí mismo. Y no viajo con monstruos.
»Escupí la sangre de mi lengua, mis colmillos desplegados en mi rabia. Pero
Greyhand solo frunció el ceño.
»—Mientras tus hermanos no estén, elige cuál serás.
»Y con eso, me dio la espalda y me dejó sangrando en la nieve.

541
»San Michon estaba vacío como la tumba de mi hermana, mi corazón,
pesado como la piedra que lo marcaba.
»Khalid, Talon y los otros santos de plata se habían puesto en camino al
amanecer, marchando hacia el noroeste al ritmo del canto de los cuernos plateados.
Los estandartes dorados ondeaban en los vientos dos veces más fuertes, hombres,
carretas y caballos cargando en defensa de Avinbourg y al asesinato del Rey
Eterno. Greyhand y mis compañeros iniciados partieron poco después, mil
soldados detrás, dirigiéndose hacia el paso en Charinfel. Lo había visto todo desde
el Puente al Cielo, columnas de hombres corriendo como hormigas por la fría nieve
gris. Y cuando se perdieron de vista, escupí sobre el suelo, maldiciendo entre
dientes.
»Cuatro días estuve merodeando por el monasterio como un fantasma.
Ardiendo por la injusticia. Aaron y Baptiste estuvieron encerrados debajo de la
catedral hasta que Khalid regresara, y yo traté de visitarlos. Pero el guardia Logan
cerró el paso, informándome de que serafín Talon había prohibido que cualquiera
viera a «esos bastardos amantes de los hombres». La priora Charlotte tenía la llave
de sus celdas forradas de plata, y los visitaba solo para darles de comer y darle a
Aaron su sacramento nocturno.
542
»Asistí a misa todas las vísperas en una catedral casi vacía, evitando los
ojos de Astrid. No estaba avergonzado de lo que habíamos hecho. Soñaba con eso
todas las noches. Pero estaba avergonzado por el castigo que me habían impuesto,
y como un niño que era, temía ser menos ante sus ojos, por haberme quedado atrás
mientras mis hermanos luchaban para decidir el destino del imperio.
»Intenté llenar las horas del día en la biblioteca, pero el mapa del suelo era
un recordatorio constante de la batalla que se avecinaba y, además, el archivero
Adamo era un bastardo horrible. Era el tipo de bibliotecario que creía que las
mejores bibliotecas eran las que carecen de gente. La vista de los estantes
ordenados era una dicha para él. Que alguien doblara una página era una maldita
pesadilla. Es una verdad extraña, pero algunas personas disfrutan de la idea de ser
dueños de los libros más que leerlos, y pronto me cansé de él frunciéndome el ceño
a mi espalda.
»Así que al final, pasé la mayoría de los días orando en la catedral, pidiendo
a Dios y a la Madre Doncella que me concedieran humildad. Paciencia. Serenidad.
No encontré nada de eso, sin importar lo mucho que rogué. Ocupé el resto de mi
tiempo en los barracones, mirando el trozo de pergamino que habíamos robado en
Coste. Al mirar el mapa de la invasión del Rey Eterno, pude sentir las ruedas
girando, las maquinaciones de las mentes con siglos de profundidad detrás de ellas.
»¿Laure Voss habría querido que encontráramos este mapa?
»¿La habíamos estado cazando, o ella nos había estado provocando?
»Todos Deberán Arrodillarse.
»A pesar de mis oraciones, ardí de furia por todo eso. Y finalmente, arrojé
el pergamino al suelo, escupiendo todas las maldiciones que pude conjurar. Tenía
ganas de apuñalar a alguien para que algo más pudiera sangrar. Después de todas
mis pruebas, me habían dejado atrás como un niño desobediente, y una parte de mí
suponía que eso era exactamente lo que había sido. Pero no desobedecí a mi
maestro simplemente por orgullo. Le había salvado la vida a Véronique de Coste.
Le había salvado su vida por amor de Dios, además de la Aaron y Talon.
»Pero ¿a dónde me había llevado? A pesar de todo lo que Greyhand me
había advertido, quería demostrar lo que valía. Quería gloria. Y que me lo negaran
porque me negué a enviar a una chica inocente a su ataúd me llenó de rabia. Al
final, me superó. Y sin nada más con qué desquitarme, me desquité con las cosas
que me rodeaban.
»Como un puto niño.
»Rompí mi catre en astillas. Lancé mi baúl de guerra como un juguete
indeseado. Y al final, me volví hacia la pared y le di un puñetazo. De nuevo. De
nuevo. Sintiendo mis nudillos desgarrarse y la piel destrozarse, el dolor de mis
huesos rechinando contra la piedra abrumando el dolor de la noción de que quizás 543
esto era mi culpa. Después de todo, nací del pecado. Y Dios sabía que me había
complacido más de lo que me correspondía. Quizás por fin me estaba castigando.
»Caí de rodillas, jadeando y agotado. La pared estaba abollada y agrietada,
mis nudillos destrozados. Levanté las manos, viendo cómo la sangre corría roja y
espesa por mis dedos, salpicando el suelo, sobre ese maldito pedazo de pergamino
arrugado que me había costado tanto. Y entrecerrando los ojos a través de mis
lágrimas vergonzosas, por fin, lo vi.
—La sangre… —comprendió Jean-François.
Gabriel asintió.
—Oui.
—Se estaba moviendo.
—Claro que lo hacía —suspiró Gabriel—. Por alguna química oscura, mi
sangre adquirió voluntad propia, hundiéndose en el pergamino y exponiendo el
mensaje oculto en él.
—El pecado del orgullo, De León. —El historiador sonrió—. Siempre te
sirvió bien.
—O el diablo ama a los suyos, vampiro. —Gabriel se encogió de
hombros—. De cualquier manera, recogí el pergamino con manos temblorosas. Y
en la otra cara del mapa de Voss, tal como había visto en la sección prohibida de
la biblioteca con Astrid y Chloe, la sangre se transformó en palabras.
»En justicia y esperanza, esperanza no habrá,
»En misericordia y dicha, ninguna dicha tendrás,
»En la muerte y la verdad, verdad no se verá,
»A través de sangre y fuego, ahora conmigo bailarás.
»Me quedé mirando esas palabras como si quisiera hacer un agujero en
ellas, mi mente totalmente aturdida. Este era un mensaje secreto de Laure Voss,
destinado a los ojos del Rey Eterno.
»Pero ¿qué significaba?
»Ya estaba esperando en la gran biblioteca esa noche cuando Astrid y Chloe
entraron sigilosamente, silenciosas como gatos. Salí de las sombras antes de que
la puerta se cerrara detrás de ellas, ese trozo de pergamino en la mano, la escritura
ahora desvaneciéndose.
»—Esta es —dije.
»Las dos se sobresaltaron cuando hablé, Chloe tanteando su pistola de
rueda, la mano de Astrid presionada contra su pecho. 544
»—Oh, condenado bastardo, Gabriel…
»—Esta es la respuesta. Miren. —Las chicas miraron, haciendo una mueca
de dolor cuando hundí los dientes en mi pulgar con tanta fuerza como para romper
la piel. Y dejando caer la sangre sobre el pergamino, lo sostuve en la penumbra
para que las hermanas novicias pudieran ver que el acertijo tomó forma una vez
más.
»—Un mensaje oculto para el Rey Eterno de su hija —dije.
»—Gran Redentor… —susurró Chloe.
»Astrid tomó el pergamino de mi mano, y levantó una ceja.
»—No es muy poeta, ¿verdad? Con tantos siglos para practicar, pensarías
que la perra…
»—Azzie… —susurró Chloe.
»—Disculpa. Necesito fumar.
»—¿Qué significa? —preguntó Chloe.
»—Ese es el problema, hermana novicia —dije—. No tengo idea.
»Caminé de un lado a otros de la biblioteca, Chloe detrás, Astrid de pie en
un charco de luz lunar más tenue y entrecerrando los ojos ante la escritura.
»—Lo he estado meditando todo el día —dije—. Y creo que Greyhand tenía
razón. Estos bastardos conocen a su presa. Nos están tomando por tontos.
»—Entonces, ¿todo fue una estratagema? —preguntó Chloe—. ¿Laure
Voss dejó un rastro a lo largo de las Godsend lo suficientemente ancho como para
seguirlo, solo con la esperanza de que la atraparan?
»—Estas criaturas han estado ocultas en las sombras durante siglos. Así
que, creo que Laure estaba viajando por las Godsend con un propósito. Explorando
guarniciones, midiendo las fuerzas que podía reunir el emperador. El hecho de que
Fabién Voss pusiera a su amada hija en la tarea demuestra lo importante que era
para él. Laure fue los ojos de su padre en el Nordlund.
»—Pero este acertijo habla de algo más profundo que el plan que
encontraste —dijo Chloe.
»—Lo sé. De lo contrario, ¿por qué esconderlo? Pero Laure dijo que sabía
que la estábamos acosando. Y envió una docena de cuervos a su padre,
presumiblemente llevando una docena de copias de este mensaje. Creo que estaba
anticipando que interceptaríamos al menos uno de ellos. Creo que dejó el mapa
para que lo encontráramos, y escondió el verdadero mensaje para su padre en la
sangre.
545
»—Avinbourg es un truco —dijo Astrid—. El ejército de Isabella está
marchando hacia el lugar equivocado.
»—Oui.
»—Entonces, ¿Charinfel?
»Caminé hacia el gran mapa, a lo largo de las Godsend, hasta que mis
tacones plateados estuvieron reposando sobre el fuerte de la ciudad del sur. Podía
imaginarme a Greyhand y mis compañeros marchando en ayuda de la guarnición.
Si Voss atacaba Charinfel, bien podría tomarlo con solo mil hombres adicionales
y un puñado de iniciados para reforzarlo. Pero aún estaba inquieto.
»—Me temo que no es tan simple. Con estas sanguijuelas todo está dentro
de las mentiras.
»—En la muerte y la verdad, verdad no se verá, a través de sangre y fuego,
ahora conmigo bailarás. —Astrid frunció el ceño—. Esto se lee como la prosa de
un niño. Quiero decir, honestamente…
»—Dejando a un lado la poesía mediocre, la respuesta está claramente
dentro de este acertijo —dijo Chloe.
»—Y no tengo los ojos para verlo —espeté.
»—Bueno, debemos encontrar los ojos. Quizás es por eso por lo que Dios
nos unió.
»—Hermana novicia, no me estás diciendo nada que no sepa.
»—¡Bueno, piensa! —gritó Chloe—. ¿Laure dijo algo que pudiera ser una
pista? Porque mientras estamos aquí, el ejército imperial carga hacia una batalla
que nunca llegará, y si el Rey Eterno logra dar la vuelta a las Godsend, ¡todo el
imperio está a punto de caer ante su maldito ejército!
»Astrid y yo nos miramos. Y vi el pensamiento que se formó en sus ojos
justo cuando se derramó de mis labios.
»—Ejército…
»—Chloe —declaró Astrid—. Eres un genio, ma chérie.
»—¿Disculpa?
»—Los ángeles de la hueste—susurré. Y mirando a la hermana novicia,
comencé a caminar a lo largo de las Godsend, golpeando con el talón cada pico a
medida que pasaba—. ¡Cada montaña lleva el nombre de uno! Sarai, Ángel de las
Plagas. Evangeline, Ángel de la Templanza. ¡Y mira aquí! Justicia y Esperanza.
Misericordia y Dicha. Muerte y Verdad. ¡Son pares! ¡Pasos de montaña! —Me
arrodillé junto al monte Sanael y el monte Gabriel, los Ángeles de la Sangre y el 546
Fuego—. ¡Laure no solo estaba explorando nuestras fuerzas, estaba buscando el
mejor camino para cruzar las montañas! Uno de los esclavos de Voss lo dijo en
Coste. Viene el Amo. ¡Y sangre y fuego marcarán su paso!
»—El Rey Eterno no tiene la intención de rodear las Godsend —suspiró
Astrid.
»—El bastardo va a pasar sobre ellas. —Clavé mi dedo en el mapa—. Aquí,
en los Mellizos.
»Chloe frunció el ceño.
»—Pero estamos en pleno invierno. El viento en la cima de las Godsend
congelaría tu sangre hasta convertirla en hielo, y la nieve tenía treinta metros de
espesor. Ningún ejército podría cruzarlo.
»—Ningún ejército viviente. Pero nuestros enemigos son los Muertos.
»Chloe miró el mapa fijamente, su voz un susurro.
»—Dios Todopoderoso…
»—Debemos enviar un mensaje a Isabella —dijo Astrid.
»—Debemos —asentí—. Pero Voss habría recibido el mensaje de su hija
hace semanas. La Legión Infinita ya está en movimiento. Incluso si enviamos un
jinete ahora y aparece la Hueste Dorada, es posible que no lleguen a tiempo a los
Mellizos.
»—¿Qué propones? —preguntó Chloe.
»—Detenerlos, por supuesto.
»—¿Solos?
»—Los Hermanos del Hogar todavía están aquí. Argyle, guardián Logan y
otros.
»—¿Vigilantes de la noche y herreros? —demandó Astrid—. ¿Contra diez
mil condenados y solo la Madre Doncella sabe cuántos sangres noble?
»Volví los ojos hacia la ventana, hacia la catedral que había más allá y las
celdas debajo.
»—Hay al menos otros dos hermanos en San Michon que aún pueden
ayudarme.
»—Esto es una locura. ¡Esto es una absoluta estupidez!
»—Vamos a llamarlo imprudencia.
»—¡Oh, ahórrate esa sonrisa infantil, Gabriel de León!
»—Si tienes una mejor idea, soy todo oídos, Majestad. Sin duda, 547
enviaremos un jinete a la emperatriz. Otro a Greyhand. Pero hasta que les llegue
la noticia, las únicas personas interponiéndose entre Fabién Voss y el Nordlund
somos nosotros tres en esta sala.
»Me puse de pie y me sacudí el polvo de las manos.
»—Así que, si me disculpan, madeimoselles, tengo que despertar a una
priora.
»Dos horas después, estábamos parados en la nieve fuera de los establos de
San Michon, nuestro aliento invernal blanco en el aire de la noche. Miré entre
nuestra compañía, vi el peso del mundo en cada hombro. El guardián Logan y el
guardián Micah. Una docena de herreros de la armería. El ayudante del archivero
Adamo, Nasir, algunos cocineros, los dos mozos, Kaspar y Kaveh. Y, por
supuesto, Baptiste y Aaron, recién liberados de debajo de la catedral.
»A la vieja Charlotte no le había agradado que interrumpieran su vigilia
cuando llamé a la puerta del Priorato. Pero una vez que Astrid y Chloe regresaron
a sus dormitorios, eso fue exactamente lo que hice. Charlotte había escuchado con
atención, su expresión llena de cicatrices se oscureció cuando le expliqué mis
miedos, la estrategia de Voss, la respuesta desesperada que había tramado, y mi
declaración de que necesitaría a todos los hombres que pudiera encontrar. La
probabilidad de que mi plan demostrara ser algo que no fuera suicida era casi nula.
Pero para su mérito, la priora había entregado las llaves de las celdas de Aaron y
Baptiste con poca resistencia. Y junto con ellas, me regaló una docena de viales de
sanctus, oscuro como el chocolate, dulce como la miel.
»—Que el Dios Todopoderoso te proteja, iniciado.
»—Que él nos proteja a todos, priora. 548
»Ahora estaba junto al joven Kaveh, empujando el mapa arrugado de Laure
en su mano. Su hermano Kaspar ya estaba a caballo.
»—Hermanos, cabalguen duro. Kaspar, busca a la Hueste Dorada. Kaveh,
sigue hacia el sur tras Greyhand. Rápidos como el viento.
»—Que Dios Todopoderoso esté contigo, Pequeño León. —Kaspar miró a
su hermano—. Y con todos nosotros.
»Apreté la mano de Kaveh y hablé en voz baja.
»—Hermano, cuando regreses, me gustaría que tengamos unas palabras.
Sobre ti y la hermana Aoife. En la extraña probabilidad de que aún estés vivo, por
supuesto.
»El chico me miró con expresión sombría. Pero asintió, solo una vez.
»—Vayan. ¡Cabalguen!
»Golpeé a los caballos, susurré una oración mientras los muchachos
galopaban hacia la noche. Los herreros del hermano Baptiste habían cargado
nuestras carretas, y estaba revisando los barriles dentro cuando el estruendo de
unas cadenas de hierro me llamó la atención. Mirando hacia arriba, vi la plataforma
del cielo una vez más descendiendo de la catedral.
»Miré a Logan en cuestión.
»—¿Guardián?
»—Nae ken, muchacho —gruñó el hombre delgado.
»La plataforma dio un golpe sordo y se posó sobre la nieve. Dos docenas
de hermanas de la Hermandad de Plata se paraban sobre ella, vestidas con abrigos
de invierno y botas con tacón de plata: sin duda saqueadas de la armería. Llevaban
rifles de rueda, cuernos de ignis negros, bolsas de perdigones de plata. Charlotte,
la hermana Esmeé, Chloe Sauvage entre ellas. Y lo más extraño de todo, Astrid.
»—¿Priora? ¿Qué es esto?
»—Exactamente lo que parece, iniciado.
»Un murmullo ondeó entre los hombres cuando miré a Charlotte a los ojos.
»—Priora, yo…
»—No estoy aquí para debatir, iniciado De León. En ausencia del abad
Khalid y serafín Talon, soy la luminaria de alto nivel de este monasterio. Una vez
me dijiste que los santos de plata no podían cumplir su propósito sin la hermandad.
Estoy totalmente de acuerdo. Y si tus temores se hacen realidad, por la bendita
Madre Doncella, necesitarás toda la ayuda que puedas encontrar.
»—Sin faltarle el respeto, priora —dijo Aaron en voz baja—. ¿Pero en qué 549
pueden ayudar?
»Charlotte le lanzó una mirada de desaprobación, y sopesó el rifle de rueda.
»—El abad Khalid ha pasado mucho tiempo enseñándonos a defendernos
con estas cosas abominables. Pero creo que Dios pretendía que defendiéramos este
imperio. Y con la gracia del Todopoderoso, y las bendiciones de los Mártires, eso
es precisamente lo que haremos.
»Miré entre las hermanas y las novicias, allí en la nieve cayendo. Vi miedo,
por supuesto. Rodillas temblorosas, ojos del todo abiertos y labios apretados. Pero
también vi mandíbulas tensas, puños apretados y fe en que el Señor Dios las guiaría
a cabo. Vi la creencia.
»—Sería una bendición contarlas entre nuestra compañía, hermanas —dije.
»Charlotte se volvió hacia sus pupilas.
»—Aquellas de ustedes que saben montar, busquen una silla de inmediato.
El resto de ustedes, escojan una carreta. Ahora, rápido.
»Las hermanas y novicias hicieron lo que se les ordenó, la mayoría
subiéndose a las carretas con nuestras provisiones. Pero unas pocas ensillaron
yeguas, asistidas diligentemente por los hermanos. Me acerqué sigilosamente a
Astrid, ayudándola a ensillar a una yegua valiente llamada River. Era consciente
de la gente reunida a nuestro alrededor, manteniendo mi voz en un susurro y
hablando principalmente con mis ojos.
»—¿Qué estás haciendo en nombre del Todopoderoso?
»—Es buen clima para dar un paseo por el campo.
»—Esto no es una broma. ¿No fuiste tú quien me dijo que la guerra debía
dejarse en manos de los guerreros?
»Astrid miró a las mujeres que la rodeaban, a los hombres; esta banda
lamentable cabalgando hacia las fauces abiertas del infierno.
»—Eso es difícil de hacer cuando la guerra está a la vuelta de la esquina.
»—¿Qué pasó con la perra de corazón negro que solo quería escapar de
estos muros?
»—Oh, Gabe. —Sonrió con tristeza—. Si esto termina como es probable,
lo haré.
»Mi corazón estaba muriendo de miedo por ella. Se encontró con mi mirada
y pude ver el recuerdo de nuestra noche en la biblioteca en su rostro, una pizca de
deseo en sus ojos que hizo que mi sangre cantara. Pero con Charlotte observando,
hermanas y hermanos a nuestro alrededor, no me atreví a revelar nada de lo que 550
compartimos. Y Dios sabía que no teníamos tiempo para discutir.
»Me resigné con un suspiro a esta tirada de dados desesperada. Terminé con
la silla de Astrid, me subí al lomo de Justice. Baptiste me miró a los ojos,
llevándose su collar sobre los labios.
»—Rezo a los Siete Mártires para que estés equivocados en esto, Pequeño
León.
»—Nadie reza más que yo —respondí, poniéndome los guantes—. Pero es
como dijo Greyhand, hermano. En la batalla, el sabio reza a Dios. Sin embargo,
aún levanta su espada.
»—Si mal no recuerdo, Greyhand también tenía algunas palabras sobre el
tema de los héroes —gruñó Aaron.
»Miré alrededor de nuestra banda; una pequeña astilla de fuego en un mar
de oscuridad. El miedo a todo esto era como hielo en mis entrañas. Sabía que era
casi seguro que íbamos hacia nuestra perdición. Pero también sabía que si
dejábamos que nuestro miedo nos gobernara, nunca cabalgaríamos. Alguien tenía
que hablar. Y así, agarré las riendas de Justice con fuerza para evitar que mis manos
temblaran, y de pie sobre mis estribos, levanté la voz.
»—No sé lo que nos espera al final de este camino. Miraremos el rostro del
horror, eso es seguro. Pero el coraje es la voluntad de hacer lo que otros no harán.
Y en los brazos de los ejércitos celestiales, somos invencibles. He mirado a los
Muertos a los ojos y no me inmuté. Me he enfrentado a una Princesa de la
Eternidad y he vivido. Y les digo ahora y es verdad, nunca había sentido tanto
orgullo como el que siento por montar con una compañía como ustedes.
»—Véris, Pequeño León —sonrió Baptiste—. Véris.
»—Sí, buen discurso. —Logan se rascó los bigotes y me guiñó un ojo—.
Para un niño bonito hijo de puta de origen nórdico.
»—Merci, buen guardián.
»Y con eso, nos fuimos.
»Una tropa de apenas cincuenta, frente a un ejército de diez mil. Y seguimos
cabalgando como hacia los brazos del cielo. La priora Charlotte dirigió a las
hermanas en himnos mientras avanzábamos hacia el oeste, el camino fue muy frío,
la nieve cayendo espesa. Cabalgamos con una pausa apenas suficiente para comer
y dormir, haciendo tanto frío cuando nos deteníamos para pasar la noche que
algunos apenas pudieron moverse. En carpas junto a la carretera, la sombría
sombra de las Godsend elevándose ante nosotros, me encontré imaginando los
horrores hambrientos acumulándose más allá. Sabiendo que cada minuto que
descansamos era un minuto perdido. 551
»Días y días sin fin.
»Los Mellizos se alzaban ante nosotros mientras cabalgábamos por las
colinas quebradas, y recé para que los ángeles Sanael y Gabriel nos cuidaran
mientras dormíamos. El viento era una espada, el aire era tan agudo que dolía
respirar. Se rompió el eje de nuestra carreta principal y seguimos adelante con una
sola. Dos caballos murieron congelados en la noche, y cuatro hermanas y un
hermano herrero tuvieron que regresar, demasiado congelados para seguir
adelante. Pensé con certeza que Astrid se rompería, suplicando en silencio cada
vez que llamaba su atención. Pero permaneció encorvada en su silla, temblando,
dura como el acero. Y aún ascendimos, hacia el paso entre Sangre y Fuego. Más
alto. Más frío. Más sombrío.
»Una tormenta golpeó el duodécimo día, y si salió el sol, apenas pudimos
decirlo. El frío era tan feroz que otra media docena de miembros de nuestra
compañía no pudieron subir, la pequeña Chloe entre ellos. Se decidió que debían
quedarse atrás para dirigir a la Hueste Dorada si llegaba, mientras el resto de
nosotros avanzábamos hacia el pasaje a pie. El camino era demasiado peligroso
para la carreta, y mis hermanos y yo tuvimos que arrastrar los barriles que
habíamos traído con nosotros a través de los montículos grises. Por una vez en mi
vida, estuve agradecido por la fuerza oscura con la que mi padre me había
bendecido.
»Cayó la noche, y no hubo himnos alrededor del fuego esa víspera. La idea
de lo que podría venir sobre esas montañas nos apremiaba ahora a todos, y la nieve
arriba era tan espesa que nadie se atrevía a emitir un sonido. Mi padrastro me había
enseñado del hielo. Me había enseñado de la nieve. Cómo cae. Cómo mata. Sabía
que la noción de que los ruidos fuertes podían causar avalanchas era una ficción,
pero quién sabía lo que escuchaba, allá afuera en la oscuridad. Y así, se hizo el
silencio.
»Luchamos al día siguiente, ahora solo dos docenas en nuestra compañía,
batallando contra la escarcha y el viento aullante. Incluso al mediodía, solo
pudimos ver por el resplandor pálido de nuestras linternas y los breves destellos
de los relámpagos que inmolaban los picos. Pero por fin, hacia la puesta del sol, el
viento amainó y finalmente llegamos al paso entre Fuego y Sangre.
»Torres de vigilancia gemelas se erguían altas contra la tormenta,
empujadas desde la ladera de la montaña como dedos negros alzados al cielo.
Fueron forjadas durante las Guerras de la Fe, modeladas con la apariencia de los
ángeles por los que se nombraron estos picos. La tormenta soplaba hacia el sur, y
la torre de Gabriel estaba casi completamente enterrada, solo una mano oscura se
extendía sobre la nieve apilada a su alrededor. La capa de nieve se elevaba en un
acantilado escarpado, de treinta metros de profundidad, incontables toneladas. Así
que nos refugiamos al abrigo de las alas de Sanael.
552
»Aaron se acurrucó a mi lado, con el cuello alto para protegerse del
vendaval, apoyándose en el cañón para recuperar el aliento. Baptiste se agazapaba
con sus pieles heladas, mirando hacia el valle vasto al otro lado del paso. La priora
Charlotte estaba encorvada contra el viento aullante con sus santas hermanas,
Astrid entre ellas. El hecho de que hubiera llegado tan lejos hablaba de una
fortaleza en la hermana novicia Rennier con la que nunca había soñado.
»Al principio, no vimos nada. Incluso cuando el rayo cayó, iluminando las
extensiones de nieve gris en el lado Talhost del pico, no hubo movimiento. La
pendiente de abajo era un vasto plano de escarcha y árboles tragados, apisonados
con fuerza por el viento y amontonados a una profundidad increíble,
extraordinariamente pesada; ningún ejército de hombres podía cruzar una división
tan traicionera sin morir congelado o desencadenar una avalancha.
»Me castañeteaban los dientes tanto que apenas podía hablar.
»—¿Alguien t-tiene una bebida?
»—N-n-no m-m-más —siseó Logan.
»—No veo nada —dijo De Coste, su aliento humeante—. Y n-no p-
podemos d-demorarnos m-mucho. Este f-frío será la m-muerte de nosotros,
Gabriel.
»—¿Qué ven, hermanos? —llamó la priora.
»Baptiste sacó un catalejo con borde plateado. Saqué el mío y me agaché
junto a él, mirando hacia el valle de abajo. Durante minutos largos, no vi ninguna
señal, ningún peligro a través de esa extensión congelada. Se me ocurrió que la
Legión Infinita ya habría pasado, pero eso era una tontería; nos habríamos
encontrado con ellos en el camino. Entonces se me ocurrió una vana esperanza:
que tal vez me había equivocado, e incluso ahora, las fuerzas del Rey Eterno
chocaban como olas contra los muros de Avinbourg. Y luego cayó un rayo, y a
medida que el remolino gris se iluminaba ante nosotros, un breve latido del
corazón, brillante como el día perdido hace mucho tiempo, mi respiración se atascó
en mis pulmones cuando vi lo que venía por las montañas hacia nosotros.
—¿Y qué era eso? —preguntó Jean-François.
—Vampiros. —Gabriel tragó pesado—. Miles y miles de vampiros.

553
»—Dulce Redentor —susurré.
»—¿Qué v-viste? —demandó Charlotte.
»Baptiste bajó su catalejo y habló en voz baja.
»—Ya v-vienen.
»—¿Cuántos? —preguntó Astrid.
»Tragué pesado, mirándolo a los ojos.
»—Muchos.
»—Y somos dos docenas. —Baptiste se volvió hacia Aaron—. Dos docenas
contra miles.
»Miré entre nuestra compañía. Todos estaban asustados. Y me di cuenta de
que me miraban a mí, que los había traído aquí. Todos sabían lo delgado que era
el hielo sobre el que estábamos. Lo parecido que era a afrontar nuestra muerte.
Aprendí una lección allí en esa pendiente helada, protegida bajo las alas de un
ángel. Sobre los líderes. Sobre liderar a alguien.
—¿Y qué fue? —preguntó Jean-François. 554
—Cuando todo tu mundo se va al infierno, todo lo que necesitas es alguien
que parezca que conoce el camino.
»—En el Juicio de Sangre —grité—, serafín Talon me dijo que los horrores
más grandes forjan a los héroes más grandes. Pero fray Greyhand siempre dijo que
es una tontería ser un héroe. Que mueren muertes desagradables, lejos de casa y su
hogar. —Levanté mi voz por encima de los vientos, intentando encender un fuego
que pudiera quemar este frío—. Creo que la verdad está en el medio. Uno o dos
momentos de heroísmo, eso es lo que buscan los sabios. Uno o dos segundos que
duran toda la vida. Y este es uno. Un momento para hacerte sonreír en tu lecho de
muerte. Un momento que otros lamentarán por no haber estado aquí para
compartir. Un momento del que dirás, a muchos años y kilómetros de aquí, que
entonces, si nunca más, estuve entre héroes. Y fui uno.
»Miré entre ellos, con los colmillos descubiertos en una sonrisa feroz.
»—Este momento.
»Aaron asintió.
»—Este momento.
»—Priora Charlotte —llamé—. Forme su línea de bloqueo a lo largo de esta
cresta, desde la torre hasta el acantilado. La mitad disparando, la otra mitad
recargando. Manténganlos alejados de mí lo mejor que pueda.
»—¿Qué estás intentando hacer? —preguntó Charlotte.
»—Mantenerlos a raya el tiempo suficiente para que nuestros hermanos
herreros nos salven el trasero. —Me volví hacia Baptiste y sus compañeros
herreros, golpeando con el puño los barriles de ignis negros que habíamos
arrastrado desde San Michon—. La capa de nieve es más pesada a lo largo de la
cordillera norte. Allí arriba, debajo de la torre de Gabriel. Unos cuantos barriles
deberían hacer caer todo el maldito montón sobre estos bastardos. Cientos de miles
de toneladas. Solo asegúrense de hacer sus mechas lo suficientemente largas para
que quede despejado cuando todo se derrumbe. —Tragué pesado—. Y traten de
avisarme antes de explotarlo. Va a estar sangriento ahí abajo.
»—Hay miles de ellos —Charlotte frunció el ceño—. Va a ser una matanza.
»—Quizás. —Asentí, mirando alrededor del grupo—. Pero mis amigos son
la colina en la que muero.
»Aaron comprobó las bombas de plata en su bandolera.
»—Voy contigo.
»—Y yo. —Baptiste levantó un poderoso martillo de guerra de acero
plateado—. Aquí Sunlight está sediento. El hermano Noam y el hermano Clement
pueden encargarse del establecimiento de las cargas. 555
»Aaron frunció el ceño.
»—Baptiste, eres un herrero, no un…
»El grandulón presionó los labios contra los de Aaron.
»—Cállate, amor.
»Metí la mano en mi abrigo, y saqué una pipa de plata. La respiración de
Aaron se aceleró cuando la preparé con el sanctus que Charlotte me había dado,
una dosis más profunda de la que ninguno de los dos se había atrevido antes. Astrid
vio como golpeé mi caja de pedernal, respirando en ella, sus ojos oscuros en los
míos mientras el humo se estrellaba contra mis pulmones y salía por mis venas;
ese perfume monstruoso, esa locura divina, elevándome a los cielos helados.
»Preparé otra dosis para Aaron, mirando a medida que engullía todo el
cuenco de una bocanada. Todo el cuerpo de De Coste se tensó, sus caninos
alargándose y afilándose. Soltó una columna de humo escarlata en el aire helado,
los tendones de su garganta se tensaron. Y cuando abrió los ojos, los vi plagados
de color escarlata, con las pupilas tan dilatadas que casi se le habían ido los iris.
»—Oh, Dios —susurró, rojo como la sangre—. Oh, Dios.
»Aaron clavó su espada de acero plateado en la nieve, se desabrochó el
abrigo y se quitó la túnica de los hombros. Hice lo mismo, ambos vestidos de plata
en medio del gris. Los herreros levantaron los barriles de ignis y cargaron hacia la
capa de nieve debajo de la torre de Gabriel. Charlotte, Astrid y las otras hermanas
formaron su línea a lo largo de la cresta, el guardián Logan y Micah se dispusieron
a defenderlas. Cuando encontré la mirada de Astrid, todas las palabras que deseaba
poder decir se atascaron detrás de mis dientes afilados. El recuerdo de sus labios
ardiendo más brillante que el sacramento en mis venas. Y ella me sonrió entonces.
Una de sus mil sonrisas: una sonrisa que me atrapó y abrazó con fuerza,
desterrando todo lo que quedaba del miedo dentro de mí.
»—Este momento, Gabriel de León.
»El mundo entero estaba temblando cuando Aaron, Baptiste y yo corrimos
cuesta abajo hacia los Muertos. No recordaba haberla sacado, pero Lionclaw
estaba en mi mano, una marca en llamas en la otra. Entonces, no hubo terror en
mí. Ningún recuerdo de un amigo, familiar o incluso la sonrisa de Astrid. Solo
estaba el himno de sangre. Golpeando tan ferozmente que me encontré riendo, en
serio riendo jodidamente mientras cargábamos juntos hacia nuestra muerte.
»Vi formas en la oscuridad, escuché pasos corriendo en la nieve gris. Los
Muertos habían visto nuestra luz, y venían, oh Dios, venían, y mis dedos estaban
envueltos en la empuñadura de Lionclaw y mi corazón chocaba con mis costillas
a medida que miraba a mis compañeros y vi sus ojos brillantes en los míos. 556
»—Ahora —siseó Baptiste—. Ahora puedes matarme algo monstruoso.
»El aire estaba helado, pero no sentimos frío, la piel de gallina en su lugar
elevándose ante la vista de los diseños en nuestra piel: rosas y serpientes, el
Redentor en su rueda, ángeles cantando y leones rugiendo, desde la garganta a la
muñeca a la cintura en tinta plateada.
»Y estaban brillando.
»Suave al principio. Pero a medida que los pasos se aceleraron, nuestra luz
se hizo más fuerte, un círculo de iluminación de seis, nueve, doce metros a nuestro
alrededor. Sentí que mi mano izquierda se calentó cada vez más y vi la estrella de
siete puntas en mi palma y el ángel plateado en mi brazo, el león en mi pecho:
todos ardiendo con la misma luz feroz y terrible.
»—Dios está con nosotros, hermanos —respiró Baptiste—. No podemos
caer.
»—Sin miedo —susurré.

557
»Aaron asintió.
»—Solo furia.
»Y luego, nos golpearon.
»De la oscuridad, siseando y arañando. Un enjambre, ojos muertos llenos
de hambre, colmillos destellando mientras un rayo partía el cielo. Los condenados
de Talhost vestían la ropa con la que fueron asesinados: vestidos de corte o harapos
de campesinos, levitas o túnicas raídas, acres de piel pálida y sin sangre. No había
forma en sus filas, solo números, dientes y una fuerza pura e impía, preparada para
drenar todo el mundo en polvo y huesos.
»Pero por el poderoso jodido Redentor, éramos intocables. Ese ejército
podrido llegó como una inundación, y cuando llegaron a nuestra luz, se rompieron
como agua sobre una piedra. Nuestros tatuajes los cegaron, nuestro acero plateado
los zanjó como una guadaña al trigo. El aire se transformó en ceniza y sangre a
medida que luchábamos, la nieve empapada de rojo. Mirando hacia la cresta norte
mientras un rayo agrietaba el cielo, vi las figuras diminutas del hermano Noam y
los otros herreros enterrando sus barriles de ignis negros en la base de la capa de
nieve. Flechas de plata pasaron zumbando junto a nuestras cabezas desde las
hermanas de arriba, y en el borde de nuestra luz, vi a los condenados caer, sus
cráneos destrozados, sus huesos astillados.
»Todo el mundo sabe que la guerra es un infierno, sangre fría. Pero también
hay un paraíso. Una alegría salvaje al estar de pie en el suelo donde tu enemigo
quiere que caigas. No podía sentir mi cuerpo. Podría haber reconocido el roce de
una garra o la punzada breve de un hueso al romperse. ¿Pero dolor? El dolor era
para el enemigo. Dolor y plata.
»Y luego, lo sentí.
»El beso de los colmillos de serpiente en mi piel. El infinito desolador de 558
años incontables, el polvo sobre las tumbas de reyes olvidados. El peso de una
presencia imposible, una mente incognoscible, presionando la mía desde la larga
y solitaria oscuridad.
»La mente de un Rey Eterno.
»Lo vi, como si estuviera frente a mí. Su piel, cabello, ojos, todos
blanqueados como la nieve por años incalculables y pecados descomunales. Un
joven, fae y eterno, hermoso y terrible, envuelto en una oscuridad tan fría y amarga
que mi corazón se sintió congelado en mi pecho. Y entonces lo escuché hablar en
mi cabeza, a través de la nieve empapada de sangre entre nosotros, y sus palabras
fueron la canción que desharía el mundo.
»—Te veo.
»—Gran Redentor… —susurré.
»—Yo también lo siento —jadeó Aaron.
»Los condenados se acercaron, y nuestro acero plateado resplandeció, rojo
sangre y brillante. Pero comprendí que no eran nada, nada comparados con lo que
caminaba detrás de ellos con paso firme, implacable, ineludible, sin ningún
impulso tan básico como la prisa por arruinarlo todo mientras avanzaba hacia
nosotros, rodeado de sus hijos, sus nietos, toda su prole: una corte temible de
Sangre, con todo el tiempo de la creación de su lado.
»Y luego escuché gritos. Detrás.
»—¡Gabriel!
»—Astrid…
»—¡GABRIEL!
»Con el corazón cayendo en mi estómago, miré hacia arriba de la pendiente,
vi antorchas ardiendo contra el gris pálido: el hermano Noam y los otros herreros
corriendo en la oscuridad. Y a su luz, vi una figura, familiar, abriéndose paso entre
ellos como una sombra y cortándolos en la nieve.
»Una sombra envuelta en rojo.
»—Laure…

559
»Me maldije. Por supuesto que esa perra impía estaría aquí para encontrarse
con su padre mientras cruzaba las Godsend. Laure Voss se había acercado a
nosotros por detrás como una ladrona, y como un tonto había dejado la espalda al
descubierto. Por lo que parecía, Noam y los demás habían puesto las cargas de
ignis, pero ahora Laure las estaba haciendo pedazos, y sin nadie para encender la
mecha…
»—¿Pueden contenerlos? —rugí a Aaron, cortando a otro condenado.
»—¡O morir en el intento!
»—¡Cuando dé la señal, corre de vuelta por esta pendiente!
»—¡Ve, Pequeño León! —gritó Baptiste—. ¡Que el Todopoderoso vaya
contigo!
»Dándole la espalda a mis hermanos, corrí de regreso a la cresta. Vi las
explosiones brillantes de las bombas de plata, la sangre estallando. Los herreros
luchaban con valentía, pero eran Hermanos del Hogar, no de la Caza, y ahora se
enfrentaban a una hija del Rey Eterno.
»Sus antorchas chisporroteaban y fallaban, hundiendo la cresta de nuevo en 560
la oscuridad. Un rayo dividió el cielo, un arco brillante, y vi una sombra rojo sangre
parpadeando a través de la nieve hacia la torre de Sanael, y las hermanas
disparando desde su refugio.
»—¡Charlotte, retrocedan! ¡Astrid, CORRE!
»Escuché un grito en la oscuridad, mi corazón retorciéndose en mi pecho,
pero luego estaba entre ellos, espada en alto, atacando hacia esa figura bañada en
la luz de mi égida. Laure estaba empapada hasta las axilas en sangre, su barbilla y
garganta pintadas de escarlata, todo parecido a la belleza que había visto en Coste
dejada de lado. Ahora un monstruo, sombrío y verdadero.
»Deslizándose a un lado de mi golpe y destellando hacia el borde de mi luz,
la Princesa de la Eternidad se enderezó en toda su estatura. Su vestido escarlata
fluía a su alrededor como niebla en los vientos helados, su largo cabello rojo
pegado a la sangre empapando su piel.
»—¡Retrocede! —espeté—. ¡En el nombre de Dios y el Redentor!
»—Muchacho, te lo dije una vez. Tu Dios no tiene poder sobre mí.
»Las hermanas se reunieron detrás de mí al amparo de mi luz. Podía sentir
a Astrid allí, y solté una oración de agradecimiento. Pero los cuerpos de otras
hermanas estaban dispersos y sangrando en la nieve, el guardián Logan y guardián
Micah a su lado. Echando un vistazo a la pendiente, pude ver que Aaron y Baptiste
habían perdido el terreno, retrocediendo ahora ante esa marea implacable. Solo
teníamos unos momentos antes de que la legión barriera el paso y nos invadiera a
todos.
»Laure sonrió y sentí su veneno, filtrándose en mi mente.
»—Te tendré de rodillas, sangre frágil. Te probaré hasta morir.
»Una costra gris de cenizas y sangre estaba sobre mi piel, y mi égida ardía
con fuego sagrado. Los ojos de Laure se entrecerraron contra ella a medida que
lanzaba mi última bomba de plata, sintiendo el calor en mi piel mientras
balanceaba mi espada. Lancé todo lo que tenía detrás de ese golpe, y aterrizó
certero. Pero su carne fue de piedra como siempre cuando la golpeé, y su puño fue
un ariete cuando me devolvió el golpe.
»El aliento escapó de mis pulmones. Sentí que algo se rompió. Y entonces
estaba volando, golpeando fuerte al caer. Estrellas negras florecieron cuando Laure
se inclinó sobre mí, con los brazos abiertos para romperme.
»Truenos diminutos resonaron a través de la cresta, una media docena de
disparos de plata pura y bendita chocaron con el rostro, el pecho y la garganta de
Laure. Ella se tambaleó hacia atrás, con una telaraña de grietas a través de su piel.
Parpadeé la sangre de mis ojos, la priora Charlotte rugiendo:
»—¡Recarguen! 561
»Todo el cielo contuvo la respiración. Todo el tiempo se detuvo. Me levanté
de la nieve, Lionclaw en mi puño, y con todas mis fuerzas y el nombre de Dios en
mis labios, eché mi espada hacia atrás para tomar impulso y la hundí en el pecho
de Laure.
»Me golpeó una vez más, sus garras desgarrando mi piel y enviándome
volando de regreso a la torre. La mampostería se hizo polvo cuando golpeé, con
sangre en mi boca, mis costillas destrozadas. La antigua se tambaleó a medida que
agarraba a Lionclaw, ahora enterrada hasta la empuñadura en su pecho. Pero aun
así, esta puta Ironheart no caería de una maldita vez. Su rostro se contrajo, y mi
corazón se hundió cuando agarró la hoja con manos humeantes y la arrastró de su
pecho destrozado.
»—Soy una Princesa de la Eternidad. ¿Crees que una cosa como esta puede
acabar conmigo?
»La priora Charlotte dio un paso adelante, la rueda alrededor de su cuello
como fuego plateado, las marcas de garras en su rostro retorciéndose mientras
gritaba:
»—¡En el nombre de la Madre Doncella, te ordeno que retrocedas!
»La vampiresa siseó, con una mano contra la luz. Y con la otra, levantó la
hoja que acababa de sacar de su pecho y la arrojó. Escuché a Astrid gritar cuando
la espada se hundió en el cráneo de Charlotte, partiéndolo en dos mitades y
enviando el cuerpo de la priora navegando hacia atrás como una muñeca de trapo.
Y cuando esos ojos sin vida cayeron sobre Astrid, me arrastré a mis pies.
»Mis bombas de plata y agua bendita se habían agotado; no me quedaba
nada para arrojar. Y así, me arrojé, chocando con Laure y llevándonos a los dos a
la nieve.
»Su puño chocó con mi cráneo, y se montó a horcajadas sobre mí, sus ojos
negros entrecerrados contra mi égida, sus manos resbaladizas y sangrientas
chisporroteando a medida que se cerraban sobre mi garganta. Su pecho estaba
destrozado donde mi espada había golpeado, pero aún vivía, su fuerza era la suma
de diez mil vidas robadas. Podía sentir el frío en su piel. Ver la muerte en sus ojos.
»—¿Esto es lo mejor que tienes? ¿Tan débil, tu último suspiro? Incluso los
bebés de tu amado Lorson lucharon más ferozmente que esto antes de que me
bañara en ellos.
»Mi corazón se congeló en mi pecho.
»—¿Qué?
»Sus labios se curvaron, todo el horror del infierno en sus ojos.
»—Prometí que tomaría todo lo que tienes, Gabriel de León. Tu hogar. Tu
madre. Tu pequeña Celene… 562
»—¡Mientes!
»La risa resonó a través de los picos helados, negros y sombríos.
»—Edificaré un palacio con tu sufrimiento, sangre frágil. Reinaré sobre un
trono de tu miseria. Todo el…
»Lionclaw se estrelló contra la parte posterior de la cabeza de Laure, el
hueso partiéndose y la sangre salpicando. La vampiresa se tambaleó, siseando y
mostrando los colmillos.
»—La única reina en esta montaña soy yo —escupió Astrid.
»De pie sobre nosotros, echó hacia atrás mi espada ensangrentada para otro
golpe.
»—Y él no es un sangre frágil, maldita perra.
»Hay cierta liberación con la muerte. Cuando sabes que vas a morir, el
miedo desaparece. Todo lo que queda es la rabia. Y cuando agarré la garganta de
Laure, eso fue todo lo que sentí. Rabia. Me imaginé a mi mamá, trenzándome el
cabello en los días de mi santo, enseñándome a usar mi nombre como una corona.
Vi a mi hermanita, mi pequeña diablilla, mi Celene, riendo mientras le contaba una
historia obscena, escuchando su voz en las cartas que nunca había respondido. Y
por último, pensé en mi otra hermana. Mi dulce Amélie. La niña que nos contaba
historias de una víspera, que bailaba como si solo ella pudiera escuchar la música.
Ma famille. Mi corazón. Y esta sanguijuela lo había destruido todo. Entonces,
estaba de vuelta en el barro de Lorson. El día que lo que quedó de Amélie llegó a
casa. Y lo sentí, resonando en mi cabeza como una canción cuya letra ya conocía.
Una promesa. Un nombre.
»Esani.
»Mi mano se apretó alrededor de su garganta y lo sentí; todo mi odio y furia
hirviendo bajo mi piel. Los ojos de Laure se abrieron del todo y su boca cayó
cuando su garganta comenzó a ennegrecerse bajo mi toque. Tomó mi mano, pero
aun así apreté, el vapor elevándose por las grietas a medida que su sangre
comenzaba a hervir debajo de su piel.
»—¡Suéltame!
»Gritó, su carne inmortal ardiendo en mi agarre, esa porcelana
carbonizándose hasta los huesos. La sangre hirviendo se derramó por mi brazo,
escaldando, humeando, pero aun así la sostuve, empujándola ahora fuera de mí y
hacia la nieve, su carne desmoronándose en mi mano. Esos ojos atemporales se
derritieron y corrieron por sus mejillas como cera de vela mientras gritaba una vez
más.
563
»—¡PADRE!
»Y a través de la oscuridad entre nosotros, escuché un rugido de rabia pura
resonando en respuesta. Pude escuchar la angustia en él. El odio, una eternidad
amplia. Pero con un último grito, la columna vertebral del Espectro en Rojo se
arqueó, y su lengua hirviente colgó entre sus colmillos, y con toda la furia negada
de siglos, Laure Voss estalló en cenizas en mis manos, dejando poco más que una
herida humeante en la nieve y los restos de un vestido andrajoso, rojo como la
sangre.
»Me puse de pie tambaleándome, y Astrid me miró a los ojos.
»—Gabe…
»—Refúgiate en la torre —jadeé—. ¡Ve!
»Sin aliento, sangrando, corrí a través de la nieve carmesí hacia los barriles
de ignis. Aaron y Baptiste habían abandonado la pelea de abajo, la Legión Infinita
aullando detrás de ellos. Grité: «¡CORRAN MÁS RÁPIDO!», cuando llegué a la
capa de nieve, buscando en el polvo los cordones de las mechas. Buscando a tientas
mi caja de pedernal, presioné la llama para que se fusionara. La línea escupió
chispas, el fuego siseando a lo largo de su longitud hacia los barriles enterrados y
la fatalidad en el interior.
»—¡De Coste! ¡Baptiste! —rugí—. ¡CORRAN! —Y entonces, estaba
corriendo cuesta arriba, la nieve crujiendo bajo mis botas, hacia la única salvación
que podía ver. El ignis detonó detrás de mí, amortiguado por la tormenta y la nieve.
Pero debajo, escuché un sonido aterrador, como el de pisadas de botas poderosas.
Un gran crujido, cuando nieve fresca de esa tormenta furiosa salpicó, una
hendidura cayendo en cascada a través del pico de Gabriel y soltando las nieves
más débiles debajo.
»Sentí que el suelo cedió, intentando desesperadamente mantener el
equilibrio. Pero todo el montón se derrumbó, y me arrojé al borde hacia mi única
esperanza: la mano extendida de ese ángel imponente, aún enterrado bajo la nieve.
Creo que fue el himno de sangre lo que me salvó. Eso, y quizás la mano de Dios.
Y choqué con la palma abierta de Gabriel, clavando mis dedos en la piedra de la
torre a medida que todo el mundo se derrumbaba.
»Toda las Godsend resonaron con el trueno. Solo Dios sabe cuánta nieve se
liberó. Un maremoto gris, una calamidad estrellándose contra la cara de la
montaña, ganando cada vez más peso y velocidad. Y cuando la Legión Infinita fue
arrastrada por la montaña, lo sentí, como dedos con garras y congelados
clavándose en mi cráneo.
»El voto de un padre eterno, al que había asesinado a su amada hija.
»—Muchacho, tengo la eternidad. 564
»—Yo soy la eternidad.
565
»Me maldije como un tonto durante todo el viaje. Los diecisiete días que
duró. Aaron a un lado de mí, Baptiste al otro. Y como una sombra a nuestras
espaldas, inesperado, tal vez indeseado, llegó Greyhand, seguido por una cohorte
de soldados de Su Majestad con tabardos amarillo girasol.
»Nos habían encontrado solo unas horas después de la batalla,
ensangrentados en las laderas orientales con Chloe y otras hermanas que no habían
ascendido. Greyhand y nuestros hermanos iniciados llegaron primero, un Kaveh
sin aliento guiándolos. Los escoltas de la Hueste Dorada galoparon desde el
amanecer poco después, Khalid y los otros santos de platas a la cabeza. Y se
quedaron asombrados cuando Astrid les contó la historia: una historia de dos
docenas contra diez mil, arrastrando a la Legión Infinita de regreso a Talhost bajo
cientos de miles de toneladas de nieve.
»El abad y los hermanos santos de plata se quedaron atrás con la Hueste
Dorada para proteger el cruce. La Legión Infinita no fue derrotada, y todos sabían
que esos cadáveres se liberarían de la tumba congelada que habíamos construido.
Pero como cuenta la historia, Fabién Voss no insistió con Nordlund ese año, sino
que se retiró a Talhost para esperar el momento oportuno.
»Después de todo, tenía una eternidad. 566
»Pero nuestra victoria no fue un consuelo. Y aunque sabía que los Muertos
eran unos mentirosos viles, tenía que volver a Lorson para verlo. Nos detuvimos a
descansar solo lo suficiente para salvar a los caballos. Apenas dormía o comía,
enfermo con el pensamiento de lo que podríamos encontrar, de ma famille, mi
hogar, y el más oscuro entre ellos, la idea de que esto era culpa mía. Laure me
había arrebatado la imagen de mi pueblo de la cabeza en Coste. Yo la había llevado
allí.
Gabriel miró sus manos abiertas. Y suspiró desde el fondo de su alma.
—Las ruinas habían dejado de arder cuando llegamos. El olor elevándose
en el horizonte, y mis sollozos ya intentaban salir de mi garganta. Salté a la nieve
recién caída y sentí el aire como cenizas, ahogándome mientras rugía hacia el
vacío.
»—¿Mamá? ¡Celene!
»Solo respondieron cuervos gordos, mirándome con ojos negros y
hambrientos. Los cadáveres yacían donde los había dejado Laure; una gran
multitud en la plaza del pueblo, arrojados unos sobre otros como muñecos rotos.
Vi rostros familiares entre ellos, el horror congelando mi corazón. Luc y Massey,
mis amigos de la infancia. Mi dulce Ilsa, arrugada como si estuviera hecha de palos
y trapos. Los cuerpos de los bebés muertos esparcidos como pétalos de rosa por la
nieve.
»—Dios Todopoderoso —suspiró Aaron, haciendo la señal de la rueda.
»Los ojos de Baptiste estaban llenos de dolor. Detrás de él, vi que las
paredes de la capilla estaban intactas, piedra ennegrecida por las llamas. Mirando
hacia arriba a través de mis lágrimas, vi que el techo había desaparecido y
comprendí de inmediato lo que había sucedido: la gente piadosa de Lorson había
huido a un terreno santificado o se había atrincherado dentro de sus casas, donde
un sangre fría no invitado no podía entrar. Y el Espectro en Rojo había prendido
fuego a sus techos, dejándoles una simple elección: huir del infierno y hacia sus
brazos expectantes, o quedarse dentro y arder.
»Caminé entre los bancos carbonizados de la propia casa de Dios, buscando
a los muertos. Mi mente se apartó del horror que debieron haber sido sus momentos
finales. Reconocí a muy pocos, sus cuerpos cenicientos. Pero en el corazón de la
iglesia, vi una figura agachada ante los restos del altar. Quemado casi
irreconocible. Un sacerdote.
—El buen padre Louis —murmuró Jean-François.
—Oui.
—Rezaste para que muriera gritando, chevalier.
567
Gabriel alzó la vista, sus ojos grises como el acero.
—Oui.
—¿Y tu familia?
Gabriel exhaló, conteniendo la respiración sin aire en sus pulmones. Parecía
un hombre más pequeño, entonces, de hombros anchos encorvados bajo el peso de
los años y la pérdida.
—Miré los restos del padre Louis, allí en el suelo sagrado que no lo había
salvado. Y mi corazón se hundió cuando vi otra figura, acunada en sus brazos como
para protegerla de las llamas. Estaba carbonizada como leña, piel de carbón
estirada sobre huesos de leña. Pero noté que había sido una niña. Una doncella de
vela.
»—No —susurré—. No, no…
»Mi hermana menor. Mi pequeña diablilla. Mi Celene. Su cabello era paja
negra y polvo, y sus dedos convertidos en palos. Y caí de rodillas en sus cenizas y
grité tan fuerte que sentí que mi voz se quebró, extendiendo la mano para tocar su
mejilla y ver cómo la piel se descascaraba con el viento frío del invierno. Me di
cuenta de que nunca me había tomado el tiempo de responder a sus cartas.
»Y ahora nunca lo haría.
»Caminé como un hombre hasta la horca. Estaba consciente de los hombres
que habían venido conmigo solo como fantasmas. Recuerdo a alguien intentando
obstaculizar mi camino, empujándolos a un lado y escupiendo en furia. Y tropecé
con las cenizas y la nieve hasta que la encontré. La casa de mi padrastro.
»Estaban en el patio. Por supuesto que sí. Una vez que vieron la iglesia en
llamas con mi hermana adentro, nunca habrían permanecido encerrados detrás de
puertas cerradas. Mi padrastro yacía con su vieja espada de guerra a unos
centímetros de su mano. Me había parecido tan enorme cuando era niño. Un
gigante, siempre proyectando su sombra sobre mí. Nunca había sido el mejor
hombre, ni el mejor padre, y sin embargo, había sido mío por su parte. Y verlo
yaciendo roto y sin sangre a solo unos metros de la fragua a la que había dado su
vida…
»Pero no fue nada. Nada comparado con lo que vino después. Si la vista del
cuerpo de mi hermana me había destripado, la vista de mi mamá me hizo añicos
como un cristal. Su mano estaba extendida hacia la capilla. Sus ojos congelados
en su cráneo. Y la expresión de su rostro no era de miedo, dolor o angustia. Era
rabia. La rabia de la leona que había sido, intentando volver a su cachorro en
llamas.
»Había conocido la furia el día que Amélie llegó a casa, como una sangre
fría. Había conocido el odio. Pero ahora lo sentí bañarme y atravesarme como agua
bendita. Como el fuego enviado del cielo. Y te lo digo ahora y te digo la verdad, 568
el chico que había sido una vez murió ese día. Murió como si se hubiera quemado
en esa iglesia con su hermana. Me desmantelaron. Estaba deshecho.
»El último hijo de Lorson.
»Greyhand se sentó conmigo mientras los soldados amontonaban los
cuerpos y les prendían fuego. Vi las llamas consumir los rizos oscuros de mi mamá,
las manos de mi padrastro, el humo y las chispas elevándose hacia el cielo de la
muerte de los días mientras Greyhand palmeaba mi hombro, torpe, como un padre
que nunca había tenido el deseo de serlo.
»Su rostro estaba surcado de cenizas, devastado por cicatrices, una tira de
cuero cubriendo el hueco de su ojo robado. Miré hacia la oscuridad, el humo de
esas piras, preguntándome si todo esto era una pesadilla de la que me despertaría
si rezaba lo suficiente.
»—Lo siento, Greyhand —dije—. Lamento lo que dejé que ella te quitara.
»—Es la voluntad de Dios, De León. ¿Quiénes somos nosotros para conocer
la mente del Todopoderoso?
»Bajé la cabeza.
»—Entonces, ¿esta es su voluntad? ¿Mi hermanita quemada como yesca?
¿Mi mamá asesinada como ganado? ¿Cómo puede ser así? ¿Cómo puede querer
esto?
»—Mi madre murió cuando era un niño —me dijo en voz baja—. Ella era
todas las estrellas en mi cielo. Recuerdo haberme preguntado, si la amaba más que
a la vida misma, ¿cómo podría seguir viviendo sin ella? Pero eso es lo que
hacemos, Pequeño León. Llevamos las cargas más grandes no sobre nuestros
hombros, sino en nuestro corazón. Pero los que nos quitan nunca mueren de
verdad. Nos esperan a la luz del amor de Dios.
»Se inclinó y buscó mi mirada.
»—Esa es la verdadera inmortalidad. No es la falsificación oscura que
reclama nuestro enemigo. La eternidad reside en los corazones de quienes nos
aprecian. Ámalos, Gabriel. Y ten por seguro que esperan tu llegada al trono del
Todopoderoso. Pero aún no. —Sacudió la cabeza—. Aún no.
»Miré a mi antiguo maestro y, a través de mis lágrimas, vi la verdad de sus
palabras. Hay un tiempo para el dolor, un tiempo para las canciones y un tiempo
para recordar con cariño todo lo que ha pasado y se ha ido. Pero también hay un
momento para matar. Hay un momento para la sangre, y un momento para la ira,
y un momento para cerrar los ojos y convertirse en lo que el cielo quiere que seas.
»—Los amaré. —Lamí las cenizas de mis labios—. Y los vengaré.
»Escuché botas de tacón plateado raspando la nieve y el carbón. Levanté la 569
vista para encontrar a Aaron y Baptiste, uno al lado del otro. Sus rostros estaban
llenos de dolor y horror, pero se mantuvieron erguidos, juntos. Hermanos por los
que había arriesgado mi vida. Hermanos que amaba.
»—¿Volverán con nosotros a San Michon? —pregunté.
»Baptiste miró a Greyhand.
»—¿Seríamos bienvenidos?
»Nuestro viejo maestro suspiró.
»—Los Testamentos son claros, Sa-Ismael. La palabra de Dios es ley. El
pecado es tuyo para poseerlo.
»—Greyhand, lo sentí en esa ladera de la montaña —dijo Aaron—. Bañado
en su luz sagrada. Dios estuvo con nosotros, Baptiste y yo, mientras enfrentábamos
una oscuridad que busca consumir a todos los hombres. Todos los hombres. Y si
tu Dios llamara pecado a mi amor, entonces él no es un Dios que yo conozca.
»—¿Adónde van a ir? —pregunté.
»—¿Quizás al sur? —Baptiste se encogió de hombros—. Podrías venir con
nosotros, Pequeño León.
»—No. —Sonreí, aunque me dolía el pecho—. Tengo cosas monstruosas
que matar.
»—Tienes un corazón de león, mon ami. —El chico grande me tomó de la
mano y me dio un abrazo feroz y lleno de lágrimas—. Ocúpate de que esas cosas
monstruosas no te lo quiten.
»—Los corazones solo se magullan. Nunca se rompen.
»Le di unas palmaditas en la espalda a Baptiste y lo solté. Y luego me volví
hacia Aaron. Este engreído imbécil señorial que tanto despreciaba, con quien había
luchado y sangrado, a quien una vez nunca soñé en considerar como un amigo, y
mucho menos como familia.
»—Adieu, hermano.
»Aaron me tomó del brazo y me llevó lejos, y aunque Greyhand observó de
reojo, no nos siguió. Cuando estuvimos fuera del alcance del oído de los caballos,
Aaron me soltó y me miró a los ojos.
»—Le pido a Dios y a la Madre Doncella que te cuiden, De León. Pero aún
más, te ruego que te cuides. Y sobre todo, cuidado de serafín Talon.
»—¿Talon? ¿Por qué?
»—La noche en que la emperatriz llegó a San Michon. La noche en que…
nos atrapó a Baptiste y a mí. En la fiesta, juro que sentí a alguien en mi cabeza. Un 570
toque ligero como las plumas, pero aun así… temo que Talon no nos descubrió por
accidente, como dijo. Temo que quería deshacerse de mí.
»—¿Con qué fin?
»—No sé. Pero no se puede confiar en él, Gabriel. Vigila tu espalda.
»Tragué pesado. Asintiendo una vez.
»Aaron me abrazó, y le devolví el abrazo, destrozado ante la idea de una
pérdida más.
»—Entonces, me despido, hermano —me dijo—. Pero no para siempre. Nos
volveremos a encontrar.
»Vi a Aaron y Baptiste cabalgar juntos, en la oscuridad y el frío, uno al lado
del otro. Y me pregunté si era cierto, que nuestros caminos se cruzarían una vez
más. Me pregunté si la bondad podía provenir del pecado y, de ser así, qué pecado
era en absoluto. Me pregunté si Dios nos amaba, cómo podía odiar que
encontráramos el amor por nosotros mismos. Cómo podía permitir que tal
sufrimiento quedara sin respuesta. Cómo pudo haber considerado prudente crear
un mundo que acunara horrores como estos.
»Me pregunté, pero no escuché respuestas.
»Aún no estaba listo para escuchar.

571
»El abad Khalid se detuvo antes de la convocación, la estatua del Redentor
arriba, el falso Grial detrás. Todos los ojos estaban hacia abajo mientras recitaba
el evangelio con su voz atronadora, pero aun así, encontré mi mirada vagando
desde el altar hacia nuestros invitados de honor. Por supuesto, nadie podía
culparme. La catedral de San Michon nunca había acogido a semejante séquito.
»La emperatriz Isabella, Primera de Su Nombre, amada esposa de
Alexandre III, Protector de la Santa Iglesia de Dios, Espada de la Fe y Emperador
de todo Elidaen se sentaba en la primera fila, un ejército de cien soldados y
doncellas de armas a su alrededor. Isabella estaba resplandeciente en amarillo real,
su frente adornada con diamantes, sus ojos brillando como zafiros mientras
observaba la misa. El honor de estar en su presencia no pasó desapercibido para
nadie.
»El corazón me latía con fuerza en el pecho, mis palmas estaban húmedas
de sudor. Y al final del evangelio, cuando las notas del coro se hubieron atenuado
como la luz del atardecer, el abad volvió los ojos hacia los frontones en lo alto, al
cielo más allá.
»—Padre Todopoderoso, Madre Doncella y Mártires, escuchen mi oración.
A través de las pruebas de Sangre, Caza y Espada, hay un sirviente fiel entre 572
nosotros considerado digno de ser santo de plata. Escúchalo ahora y juzga que es
veraz en esto, su promesa.
»Sentí que todos en la catedral me miraron a medida que permanecía de pie.
Pero eché un vistazo al coro y vi a la única que importaba. La distancia entre
nosotros parecía infranqueable. Pero aun así, podía sentir a Astrid a mi lado cuando
caminé hacia el altar. Se me secó la boca. Sentí mariposas en mi vientre.
»—Arrodíllate, iniciado De León —ordenó Khalid—. Y pronuncia tu santo
juramento.
»Me había esforzado hasta la médula para labrar mi lugar aquí. Casi me
rompo con esta rueda. La pérdida de mi familia y amigos, las pruebas que enfrenté,
todo había deshecho parte del chico que había sido. El pecado de mi nacimiento,
saber que Dios me castigaría por ello, la oscura verdad de lo que era: acepté todo
como un precio a pagar para proteger las cosas que amaba. Y aunque no me había
dado cuenta en ese momento, sabía que cada caída que había tenido y cada error
que había cometido en el camino me había llevado aquí, a este momento. Miré a
los ojos de la eternidad y vi las profundidades del mal al que nos enfrentamos.
Sabía la dedicación que se necesitaría para enviarlo de regreso al infierno. Y así,
mientras el coro alzaba la voz cantando, hice la señal de la rueda ante el Redentor
que había muerto por mi salvación. Y caí de rodillas.
»—Ante los ojos del Dios Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra,
de todo lo que fue y será, entrego mi vida a la Orden de San Michon.
Yo soy la luz en la noche. Soy esperanza para los desesperados. Soy el fuego
que arde entre este y el fin del mundo. No conoceré ninguna familia, salvo
estos mis hermanos. No amaré a ninguna mujer, salvo a nuestra Madre y
Doncella. No buscaré descanso, salvo en el paraíso a la diestra de mi Padre
Celestial.
Y a los ojos de Dios y sus Siete Mártires, hago aquí un voto: deja que la
oscuridad sepa mi nombre y desesperación. Mientras arda, yo soy la llama.
Mientras sangre, yo soy la espada. Mientras peque, yo soy el santo.
Y yo soy de plata.
»—Ante el Dios Todopoderoso, la Madre Doncella, los Siete Mártires y
todos los ángeles de la hueste celestial, te nombro Hermano de la Caza. Te
arrodillaste como un Iniciado de la Fe. —Khalid dio un paso atrás, con las mejillas
torcidas en su sonrisa llena de cicatrices—. Ahora levántate…
»—Un momento.
»La quietud se apoderó de la catedral, todos los ojos se volvieron hacia
Isabella. La emperatriz se levantó y, haciendo la señal de la rueda, se acercó al
altar delante de mí.
573
»—La sangre derramada es sangre que se debe —dijo—. El valor probado
debe ser recompensado con valor. No hay duda a nuestros ojos de que la mano del
cielo está sobre ti, Gabriel de León. Todo nuestro imperio está en deuda contigo.
Así que nuestro imperio da la recompensa que puede.
»Isabella desenvainó su espada con una floritura.
»—A los ojos de Dios, la Madre Doncella y Mártires, te nombramos
defensor de nuestro imperio y guardián de nuestra santa fe. Te pedimos que seas
justo con nuestros súbditos, despiadado con nuestros enemigos y veraz en todas
las medidas bajo el cielo. Eres nuestra espada. Nuestro escudo. Nuestra esperanza.
Levántate, Gabriel de León, Santo de Plata de San Michon, y Chevalier de Elidaen.
»Se escuchó un gran rugido entre la congregación y sentí que mi corazón se
disparó en mi pecho. Al mirar a mi alrededor, vi sus caras cuando se pusieron de
pie: Theo y Fincher, De Séverin y los Philippe. La sonrisa de Khalid. Talon
574
asintiendo a regañadientes. Incluso los finos labios crueles de fray
Greyhand parecían estar sufriendo una curvatura ligera, aunque estaba seguro de
que lo atribuiría a un truco de la luz. La emperatriz permaneció de pie, radiante
como el sol perdido hace mucho tiempo, todos sus anfitriones aplaudiendo.
Entonces miré de nuevo al coro, pasé por delante de Chloe Sauvage y la hermana
Esmeé, y por fin encontré a la que más importaba. La única que importaba en
absoluto.
»Astrid Rennier. Sonriéndome.
»Aunque no podía decir nada con todos los ojos puestos en mí, esperaba
que ella lo supiera. Y mirando a la emperatriz, juré que le pagaría a esa chica todo
lo que había hecho.
»Sin importar lo que me costara.
»Festejamos en el refectorio, una fiesta digna de la realeza, aunque la propia
Isabella no asistió. Los iniciados que me habían llamado sangre frágil, que habían
orinado en mis botas y cagado en mi cama, todos levantaron sus jarras y yo dejé
mis rencores atrás, sabiendo que estos muchachos eran mejores como mis
hermanos que mis enemigos. Era un chico de dieciséis años. Un héroe. Una espada
del maldito reino. No hay gloria tan dulce como la gloria ganada. Y, sin embargo,
tenía un peso sobre mí que necesitaba levantar. Palabras que necesitaban ser
pronunciadas, pero no dichas.
»Me puse de pie muy despacio, y el silencio se apoderó de ese salón.
»—Por la priora Charlotte —dije—. Por el guardián Logan. Por Michelle,
Micah y Tally, por Robert, Demi, Nicolette y todos los que marcharon allí, pero
no volvieron a marchar. Por Aaron de Coste y Baptiste Sa-Ismael. —Levanté mi
copa y miré entre la reunión—. Por los muertos valientes. Y los hermanos
perdidos. 575
»Entonces, una sombra cayó sobre el lugar. Pero Greyhand se puso de pie
y gritó:
»—¡Santé! —Y pronto todos comenzaron a gritar. Y bebimos entonces,
porque estábamos vivos y respirábamos, e incluso en las noches más oscuras, eso
puede ser motivo suficiente para el triunfo. La comida estaba bien, las sonrisas
fueron amplias y la paz que conocía era plena. Pero después de una hora más o
menos, un silencio cayó sobre nuestro número, y me volví para encontrar a cuatro
hombres con la librea del emperador detrás de mí, un hombre robusto sūdhaemi
con una cara escarpada y llena de cicatrices de batalla al frente.
»—Su Majestad Imperial exige su presencia, chevalier.
»Escuchar ese título realmente me hizo comprender lo que era ahora y lo
que había hecho. Marchamos hacia la gran biblioteca, y vi doncellas en la puerta.
Al entrar, encontré toda la sala llena de soldados, figuras de madera esparcidas en
el gran mapa a sus pies. El abad Khalid y serafín Talon ya estaban esperando,
también el maestro forjador Argyle y mi antiguo maestro Greyhand. Pero mi
atención se centró en la mujer al final de la habitación.
»—Feliz encuentro, chevalier —sonrió la emperatriz Isabella—. Nuestras
felicitaciones por tu ascensión. Nosotros y todo nuestro reino tenemos una deuda
contigo.
»Me dejé caer de rodillas e incliné la cabeza para evitar que girara. Me
pregunté qué habrían pensado mi mamá y Celene de mí entonces, al verme
nombrado caballero ante la emperatriz. Me dolía el pecho por su pérdida. Pero
sabía que me sonreirían desde la orilla del cielo, Amélie a su lado. Que se hubieran
sentido orgullosas de mí.
»—Me honra, Majestad.
»—Lo hacemos. Pero es honor ganado. —Isabella jugó con un anillo de
plata en su dedo—. De León. León en nórdico antiguo. ¿El buen abad nos informa
que era el apellido de tu madre?
»Miré hacia el anillo familiar que mi mamá me había dado, esos leones
flanqueando esas espadas cruzadas.
»—Así es Su Majestad, no conocí al monstruo que fue mi padre. Y mi
madre… —Suspiré—. Ella nunca tuvo la oportunidad de hablarme de él. Pero me
dijo que la sangre de los leones corría por mis venas. Que no lo olvide nunca, pase
lo que pase.
»—Suena toda una mujer.
»—Lo era, Majestad.
»—Tienes nuestras condolencias, chevalier. Pero ahora levántate, por favor. 576
Nos encantaría escuchar la Batalla de los Gemelos de tus propios labios. ¿Cómo
es que desenterraste el plan del Rey Eterno cuando todos los demás ojos estuvieron
ciegos?
»Miré a Khalid, inseguro, pero él se limitó a asentir. Entonces, hablé de todo
lo que había sucedido desde el momento en que descubrí el mensaje oculto de
Laure. Dejé por fuera a Chloe y Astrid, por supuesto, pero conté todo lo demás: la
misiva de sangre, nuestro viaje desesperado desde San Michon, el Espectro en
Rojo y el voto del Rey Eterno, resonando en mi cráneo como campanas funerarias.
»La emperatriz permaneció muda todo el tiempo y, de nuevo, me sorprendió
lo joven que era. Isabella era una mujer de veintitantos años y, sin embargo, estaba
sentada en el trono de un imperio. Sus capitanes y ayudantes de campo me miraban
como halcones, y era consciente del peso en el aire, del escrutinio de cada una de
mis palabras. Entonces me sentí como un pez pequeño, en una gran agua oscura.
Y al final, Isabella se volvió hacia el hombre sūdhaemi que estaba a su lado.
»—Nassar, ¿cómo es que de Fronsac no conocía esta estratagema? Me
pregunto, ¿qué hace nuestro general en Avinbourg todo el día? ¿Cómo es que el
capitán Belmont y sus exploradores no pudieron decirnos la dirección en la que
marchó un ejército de diez mil cadáveres hasta que fue demasiado tarde?
»—Me temo que no lo sé, Majestad —confesó el hombre.
»—¿No? Parece que nuestros comandantes desconocen muchas cosas, a
pesar de que es asunto suyo hacerlo. Y si no fuera por la perspicacia de un chico
de dieciséis años, Nordlund ya estaría invadido. ¿Cuánto de nuestro imperio ya
está esclavizado a estos monstruos? ¿Cuánto de nuestro ejército? ¿Cuántos en
nuestra corte?
»Miré al abad Khalid, pero sus ojos me dijeron que me mordiera la lengua.
Comencé a tener una idea de lo que estaba sucediendo aquí. Mirando con más
atención las figuras del mapa a nuestros pies, vi lobos de madera en la costa de
Sūdhaem, osos de madera en el Ossway. Una dispersión de rosas de madera hacia
el interior. Y mi estómago se hundió cuando comprendí lo que estaba viendo.
»—Los otros linajes han comenzado a atacar.
»—¡De León, hablarás cuando te hablen! —gritó Talon.
»—Está bien, buen serafín —dijo la emperatriz—. Si no fuera por el
pensamiento rápido de nuestro joven sangre pálida aquí, Fabién Voss estaría
marchando hacia nuestra capital. —Inclinó la cabeza hacia mí—. Es cierto,
chevalier. Dyvok, Ilon, Chastain: todos están en movimiento. Los lores de sangre
de esos linajes temibles temen quedarse atrás si Fabién Voss apuesta demasiado.
Así que ahora, nuestros enemigos no nos atacan por un frente, sino por cuatro. Y
no sabemos en quién podemos confiar. —Sus ojos me clavaron en el suelo—. Pero 577
no en balde te hemos nombrado nuestra espada, Gabriel de León. Y pronto te
pediremos que te pongas en defensa de nuestro imperio.
»Entonces guardé silencio. No tenía ni idea de las facciones en la corte, la
política en juego. Miré a la emperatriz y, más allá del vestido hermoso y los labios
pintados, vi un puño de hierro en un guante de seda. Astrid y su madre habían sido
apartadas como madera muerta en el camino de esta mujer, y una parte de mí la
odiaba por eso. Pero no era Alexandre III, Emperador de Elidaen y Protector de la
Santa Iglesia de Dios, quien había cabalgado en defensa de Avinbourg.
»—Merci por tu testimonio, Pequeño León —dijo Khalid—. Ahora
déjanos.
»—¿Pequeño León? —preguntó Isabella, arqueando una ceja.
»—Así lo llamamos, Majestad —respondió Talon—. Un apodo, de cuando
llegó.
»Isabella me miró de arriba abajo, sus labios curvándose en una sonrisa
cuidadosa.
»—Creo que ya no tan pequeño. —Asintió hacia el serafín, luego de nuevo
a mí—. Estamos agradecidos. Puedes irte, y con nuestro más sincero
agradecimiento, chevalier. Que el Todopoderoso te bendiga y te guarde.
»—Majestad, por favor… ¿podría pedirle un favor?
»—¡Miserable impertinente! —fanfarroneó Talon—. Muerde tu lengua, De
León, antes…
»La diatriba del serafín se detuvo cuando Isabella levantó una mano gentil.
En lugar de sentirse ofendida, en realidad parecía… divertida.
»—Ciertamente un Pequeño León. Aun así, ¿la mayoría sostendría que te
hemos mostrado suficiente favor?
»—No lo ruego por mí, Majestad.
»—Ah. Caridad. Un rasgo respetable para un verdadero caballero de nuestro
imperio. Entonces, habla, chevalier. Permítenos ver recompensado tu desinterés.
»Abrí la boca, pero mirando a Khalid, a Talon y Greyhand, descubrí que no
salían palabras. Pedir este favor me ponía en peligro, pero temía por otros además
de mí. La emperatriz Isabella me miró con atención, sus ojos como cuchillos.
»—Déjennos —ordenó, mirando alrededor de la habitación.
»Vi que los hermanos se miraron el uno al otro, inseguros. Y sin embargo
obedecieron, santos de platas y soldados, cortesanos y sirvientas marchando hacia
el aire quebradizo de la noche. Pero cuando se fueron, sentí un toque en mi mente. 578
Tan suave como el algodón que casi no se nota. Tan veloz como la plata que resulta
casi imperceptible.
»Pero aun así. Lo sentí.
»—Pareces un hombre poco común, Gabriel de León —me dijo Isabella—
. Ojalá algunos de los generales de mi amado esposo fueran tan audaces.
»—Un amigo mío me dijo que la imprudencia es una cualidad más
admirable que la necedad, Majestad —dije, bajando la vista—. Aunque a menudo
no veo la diferencia.
»—Tu amigo suena sabio.
»—Es por ella quien suplico el favor, Majestad.
»—Ah. Una ella. Ahora estás descendiendo al cliché, chevalier. ¿Quién es
esta doncella por la que ruegas? Ninguna esposa a la que puedas reclamar ahora
que has jurado tus votos, eso es seguro.
»—Astrid Rennier.
»La sonrisa de Isabella vaciló. Solo por un segundo, pero aun así, lo vi. Y
más, un indicio de algo más oscuro detrás de esos hermosos ojos azules.
»Disgusto.
»—Astrid aún tiene que cumplir un voto con la Hermandad de Plata. Le
suplico a Su Majestad misericordia y el fin de su exilio. Luchó con valentía en los
Gemelos, de pie donde casi nadie más se atrevió. Y la nobleza de Astrid no es
culpa suya. Ella no pertenece aquí.
»La emperatriz me contempló con atención.
»—Debí haber sabido. Esa era también la naturaleza de su madre. La
serpiente hunde sus colmillos dondequiera que recuesta su cabeza. Incluso,
aparentemente, en una casa de Dios. —Isabella estudió sus uñas con los labios
fruncidos—. Estás enamorado de ella, ¿verdad? Ten por seguro que no eres la
primera mosca en caer en ese bote de miel, Pequeño León. Tu querida Astrid tenía
muchos favoritos en la corte. Y jugó con todos como si fueran violines. Como
ahora juega contigo.
»—Le ruego humildemente me disculpe, Majestad —dije, tragando
pesado—. Pero la hermana novicia no sabía que yo hablaría en su nombre.
»Me aterrorizaba hablar así, pero no era miedo a la ira de una emperatriz.
Si mi deseo fuera concedido, nunca volvería a ver a Astrid. Pensé en nuestras
reuniones en esta misma biblioteca, preguntándome qué tan vacío se sentiría este
lugar sin ella. Y, sin embargo, no podía olvidar la deuda que le debía, ni lo 579
miserable que era, mirando las paredes que se habían convertido en su prisión. La
extrañaría como si me hubieran cortado una parte de mí. Pero los corazones solo
se magullan, me había dicho. Y si ella fuera feliz, ese era un precio que pagaría
con mucho gusto.
»Dulce Redentor, la amo…
»—Chevalier, ¿qué nos darás si te concedemos esta bendición?
»—Lealtad. Lealtad hasta la muerte.
»—Soy tu emperatriz, Gabriel de León. Ya me debes eso. —Isabella hizo
una pausa, mirando a esos lobos de madera, osos y rosas esparcidos por el reino a
sus pies, los cuervos acechando aún al oeste de las Godsend—. Y, sin embargo, no
podemos negar que Dios mismo parece haberte apartado. No solo fue por
casualidad que descubriste la estratagema del Rey Eterno, ni que sobreviviste a la
tormenta donde cayeron tantos otros. —Sus ojos se encontraron con los míos,
brillando como las joyas en su frente—. Creo que tal vez el Todopoderoso tiene
un plan para ti.
»Entonces pensé en la pequeña Chloe. Sus palabras esa noche que la estrella
cayó del cielo.
Isabella inclinó la cabeza.
»—Que así sea.
»Mi corazón se aceleró tanto con esas palabras que me dolió, y me pregunté
si hubiera dolido menos si Isabella se hubiera negado. Me incliné profundamente,
mi cabello cayendo al suelo.
»—Estoy en deuda con usted, Majestad. Su misericordia no conoce límites.
»—Oh, estoy segura de que sí, chevalier. —La emperatriz contempló el
mapa del imperio, su voz dura como el hierro—. Nuestra misericordia está al
límite. Así que no te sientas muy cómodo aquí en San Michon. Te llamaremos,
Gabriel de León. Y pronto.
»Isabella ofreció su mano, los dedos sumergidos en joyas y plata. No pude
evitar pensar en la primera noche que hablé con Astrid entonces, aquí debajo de
este mismo techo. La mano que ella me había ofrecido y que luego besé, y que
ahora estaba dejando ir para siempre.
»Presioné mis labios contra los nudillos de Isabella.
»—Emperatriz.
»—Ahora retírate —ordenó.
»Y como un buen soldadito, obedecí.
580
»Regresé a la biblioteca más tarde esa noche, a la hora en que normalmente
nos encontrábamos.
»No estaba seguro de estar haciendo lo correcto. Mi vientre era un puño
frío, mi corazón latiendo feroz en mi pecho. Este último año, había cometido más
errores de los que me correspondían, tácticas imprudentes, suposiciones ciegas,
pensando en mi vanidad que sabía más. Y aunque ahora era un caballero del
imperio, un santo de plata juramentado, aunque había visto a través de las
maquinaciones de un Rey Eterno, aún esperaba allí en las sombras de la sección
prohibida, mirando a la luz de nuestra única vela, preguntándome si era un tonto.
»Pero no me dejé dudar por mucho tiempo.
»Mi pulso se aceleró cuando escuché pasos cuidadosos. Silenciosos y
rápidos. Una pisada ahora familiar abriéndose camino a través del laberinto de
estantes, curiosidades y libros polvorientos hacia nuestro pequeño santuario del
mundo. Me pregunté si estaría enojada conmigo. Me pregunté qué diría. Me
pregunté si esto iba a terminar de la manera que pensaba. Y cuando las pisadas
llegaron al final de la madriguera, él salió a la luz, con una indignación falsa ya en
su rostro, la acusación ya derramándose de sus labios.
581
»—¿Qué diablura es esta?
»Quité mis botas de la mesa.
»—Bonsoir, serafín.
»Talon miró alrededor del lugar, su bigote temblando cuando se dio cuenta
de que estaba solo.
»—¿Esperaba a alguien más?
»—Esta sección de la biblioteca está prohibida, De León.
»—Ya no soy un iniciado, serafín. Voy donde me place.
»—¿Y qué estás haciendo aquí en medio de la noche?
»—Esperando por ti.
»—¿Por mí?
»—Te sentí antes en mi cabeza.
»El hombre delgado me miró de arriba abajo, escupió con los dientes
afilados.
»—¿Cómo te atreves a acusarme de tal cosa? Los hermanos santos no usan
sus dones entre ellos en San Michon sin su consentimiento, pequeño idiota de
sangre frágil.
»—Sé que por eso estás aquí, Talon. Esperando atraparnos a Astrid y a mí
como atrapaste a Aaron y Baptiste. Un buen cazador usa el apetito de su presa
contra ellos. Querer es una debilidad, ¿no? ¿Qué mejor manera de deshacerse de
mí con las manos blancas como alas de ángel?
»—Así que lo admites. Has estado reuniéndote aquí con la hermana novicia.
»—¿Pero cómo pudiste saber eso? ¿A menos que hayas estado en mi
cabeza?
»—Tengo ojos, De León. Veo la forma en que te mira.
»—Oh, oui. No tengo ninguna duda de que has estado viendo a todas las
hermanas novicias. ¿Decidiendo cuál tomar como tu asistente nueva? Han pasado
meses desde que murió la hermana Aoife. Esa chica que asesinaste en Coste
probablemente no hizo mucho para rascarte la picazón.
»Los ojos de Talon se entrecerraron hasta convertirse en rendijas en su
cráneo.
»—¿Qué acabas de decir?
»—La criada de Coste. Lo enmarcaste bastante bien con vampiros sueltos
en el castillo. Pero tú también estabas suelto, Talon. Solo. Y cuando apareciste en 582
el salón de baile después de la llegada de Laure, tus ojos estaban rojos como la
sangre.
»—También los de Greyhand. Acababa de fumar una pipa de sanctus,
asqueroso mocoso.
»—Excepto que no olías a eso como lo hacía Greyhand. Tus ojos no se
inundaron así por la pipa. Se inundaron porque acababas de alimentarte. Como te
alimentaste de Aoife la noche en que murió. —Me levanté de la silla, acercándome
a él—. Me pregunté cuando Aaron me advirtió que te habías metido en su cabeza.
Me pregunté por qué querrías deshacerte de él, y de mí. Y luego me acordé.
Greyhand estaba inconsciente, pero Aaron y yo escuchamos lo que Laure te dijo
en ese puente: te prometo placeres con los que ningún hermano casto y santo
podría soñar. Pero ya eres nuestro, sangre pálida. Y cuando mencionó el nombre
de Aoife, la atacaste de cabeza como un idiota. No porque estuvieras enojado. Sino
porque querías evitar que ella dijera más delante de Aaron y yo.
»—Pequeño bastardo… —siseó Talon.
»—¿Cuánto tiempo? —exigí—. ¿Cuánto tiempo estuviste alimentándote de
Aoife? ¿Cuánto tiempo estuviste durmiendo con ella?
»Los ojos de Talon se agrandaron de rabia.
»—¿Cómo te atreves…?
»—¡La vi en la catedral la noche que murió! De rodillas ante la Madre
Doncella, con los brazos alrededor de su vientre. ¿Esto es una maldición o una
bendición que me has regalado? preguntó. Pero no fue hasta que hablé con Kaveh
que supe la verdad. La hierba del sueño no es la única hierba que puede conseguir
en sus recorridos de suministro a Beaufort. La hermana Aoife le pidió que le trajera
honeywell. Rowanwhite y rainberry. Eres un maestro de la química, Talon,
¡dímelo! ¿Por qué una mujer joven querría hierbas de ese tipo?
»Talon me miró a los ojos, y los suyos se llenaron de lágrimas furiosas.
»—No tienes idea de cómo es, muchacho —siseó, con las manos en
puños—. Eres joven. El sacramento aún te sacia. No sabes lo que es estar despierto
y sentir el sangirè dentro de ti, extendiéndose como una llama. Pero lo harás. Ya
escuchas ese susurro, suave como las lluvias primaverales, pero oh, crece,
muchacho. Crece con cada puesta de sol hasta que su grito es todo lo que puedes
escuchar.
»—¡Estaba embarazada, bastardo!
»Talon se pasó las uñas por el cuero cabelludo liso, con un gruñido en los
labios. Dio un paso hacia mí y cada centímetro de mí se erizó de amenaza. La
bestia merodeando de un lado a otro detrás de la caja de mis costillas, mis dientes 583
ahora afilados como navajas.
»—Tú la mataste —escupí—. Y al niño que pusiste dentro de ella.
»—¡No era un niño, era una abominación! ¡Su final fue una misericordia!
»—¿Y la sirvienta que mataste en Coste? ¿Qué misericordia le diste?
¡Asesinaste a dos chicas inocentes, y todo porque no tuviste el estómago para
enfrentarte al Rito Rojo como lo hizo Yannick! ¡Avergüenzas a esa estrella de siete
puntas y a todos los que la usan, maldito cobarde!
»Talon gruñó y se abalanzó sobre mí, y chocamos en un abrazo de odio. El
serafín era mayor, más fuerte, pero la ira de mi viejo amigo estaba en mi espalda,
deseando que siguiera. Chocamos con los estantes, las maderas astillándose, el
pergamino volando mientras sus manos se cerraban alrededor de mi garganta. Lo
golpeé con mis puños a medida que sus dedos aplastaban mi laringe. Mis nudillos
chocaron con su mandíbula cuando enterró su rodilla en mi entrepierna. Mientras
gritaba y me doblaba, su rodilla rompió mi nariz hasta dejarla escurriendo, y me
encontré volando, chocando con otro estante y haciendo que los antiguos tomos
cayeran.
»—Te lo dije, muchacho —escupió, sentándose a horcajadas sobre mi
pecho—. Me gané mi égida cuando aún estabas en las bolas de tu padre impío.
»Le arañé los ojos y me agarró de la muñeca. Grité cuando sus colmillos se
hundieron en mi carne. La sangre salpicó a media que liberaba mi mano, pero
cuando ese rojo tocó su lengua, vi la superficie del monstruo en las profundidades
de Talon, ese hambre del que se había convertido en un esclavo. Su rostro se
contrajo, su fuerza aterradora, rayas inyectadas en sangre se extendieron por el
blanco de sus ojos mientras agarraba mi cuello. Rugí cuando sus colmillos se
hundieron en mi garganta, golpeando y sacudiéndome incluso cuando el beso me
tomó: esa dicha, ese horror, esa maldita necesidad asquerosa manteniéndome
inmóvil, quieto, cerrando los ojos y conteniendo la respiración y rezando que no
terminara demasiado pronto.
»Una patada se estrelló contra las costillas de Talon, con tanta fuerza que
escuché un hueso astillarse. Con un maldito grito, el serafín rodó libremente, dando
tumbos por las páginas dispersas. Jadeé en busca de aliento, presioné una mano
sobre los agujeros andrajosos que había abierto en mi garganta. Levantando a vista,
vi botas de tacón plateado, una manga vacía en un abrigo de cuero, una mirada
verde pálido.
»—No lo creí cuando el chico me lo dijo —gruñó Greyhand—. No Talon,
pensé. Tendría el coraje de hacer lo correcto cuando llegara su momento.
»—Greyhand… —El serafín sonrió y trató de levantarse—. Déjame
explicarte, viejo amigo…
584
»Talon jadeó cuando la espada de Greyhand se hundió hasta la empuñadura
en su pecho, atravesando su espalda, roja y brillante. Los ojos inyectados en sangre
del serafín se abrieron del todo cuando Greyhand retorció la hoja de acero plateado
a través de sus costillas, partiendo su corazón traicionero.
»—Es mejor morir como un hombre que vivir como un monstruo. —
Greyhand arrancó su espada y suspiró—. Siento no poder ahorrarte eso, viejo
amigo.
»Talon se derrumbó sobre las tablas del suelo en un charco de sangre cada
vez mayor. Su pecho estaba partido por el acero plateado, su corazón destrozado.
Con los colmillos ensangrentados al descubierto, sus ojos puestos en mí.
»—Lo e-entenderás algún día, m-muchacho. —Su pecho traqueteó con un
último jadeo, pegajoso y rojo—. T-te esperaré en el i-infierno…
»Me acosté de espaldas en un charco de color rojo oscuro, con la mano
presionada en mi garganta arrancada. Mi nariz estaba aplastada contra mis
mejillas, mis piernas temblando, la sangre espesa en mis dedos. Mirando el cuerpo
de ese bastardo, no pude sentir nada parecido a la lástima después de lo que había
hecho. Pero sentí un horror frío ante la idea de que un santo de plata de tan alto
rango hubiera caído tan lejos. Si un hermano tan dedicado pudo sucumbir a la
locura de la sed, cualquiera podía.
»Cualquiera.
»—¿Puedes caminar?
»Miré a los ojos de Greyhand, su rostro como siempre de piedra.
»—C-creo que sí.
»El santo de plata ofreció su mano buena.
»—Vamos a llevarte a la enfermería, Pequeño León.
»Me encontré con su mano con la mía, mi otra aun conteniendo la sangre.
»—Merci, maestro.
»—Ya no soy tu maestro, chevalier. —Pasó mi brazo alrededor de su
hombro, torciendo sus labios delgados—. De hecho, técnicamente, probablemente
ahora me superas en rango.
»Asentí hacia el cadáver detrás de nosotros.
»—Podría haberme matado si no hubieras estado allí para detenerlo. Parece
que aún tienes algunas lecciones que enseñar.
»—No te avergüences, Pequeño León. —Greyhand negó con la cabeza, con
el fantasma de una sonrisa en sus labios—. La vejez y la traición siempre pueden 585
vencer a la juventud y la habilidad.
»—Recordaré eso.
»—Estoy seguro de que lo harás.
»Caminamos arrastrando los pies desde la biblioteca hacia la enfermería, la
sangre corriendo por mi garganta y pecho, huellas rojas detrás de nosotros mientras
Greyhand suspiraba.
»—Lo conozco desde que tenía tu edad. No lo habría creído a menos que lo
hubiera escuchado de sus propios labios. No Talon.
»Negué con la cabeza, con una mano pegajosa presionada contra mi cuello
sangrante.
»—Si pasamos toda nuestra vida en la oscuridad, ¿es de extrañar que la
oscuridad comience a vivir en nosotros?
»—Mmm. —Greyhand miró hacia los cielos. Al que nos vigila—. Nada es
seguro en esto, salvo el amor de Dios. La vida no es una historia que puedas contar,
De León. Es solo una historia que puedes vivir. La buena noticia es que puedes
elegir de qué tipo será la tuya. Una historia de horror o una historia de coraje. Una
historia de indulgencia o una historia de deber. La historia de un monstruo. O la
historia de un hombre.
»Las puertas del Priorato se abrieron ante nosotros, y vi luz y calor en el
interior.
»—¿Cuál será tu historia?

586
»Abrí mis ojos, flotando en la oscuridad entre el sueño y la vigilia.
»La sentí antes de verla: el aroma de su cabello y las más tenues notas de
sangre, entrelazadas con el suave perfume de hierbas secas de la enfermería de
afuera. Volviendo la cabeza, la encontré junto a mi catre, inmóvil y tranquila en la
oscuridad. Me pregunté por milésima vez qué sería este lugar cuando ella nos
dejara atrás.
»—Astrid —susurré.
»Simplemente miró fijamente, su expresión inescrutable; esa máscara que
había aprendido a usar cuando era la hija de una amante en los Salones Dorados.
Pero sus ojos resplandecían, profundos y oscuros como la noche de arriba. Y me
pregunté por el misterio de todo ello: que hubiera venido a estas paredes tan lejos
de casa para conocer a una chica como esta. Una chica de la que ahora debía
despedirme.
»—Debería arrojarte ese orinal en la cabeza —dijo.
»—¿Qué?
»—De todos los pendejos idiotas llorones jodido… 587
»Se puso de pie rápidamente, mordiéndose el labio para detener su diatriba.
La enfermería estaba silenciosa como tumbas, y las voces elevadas seguramente
traerían gatos curiosos. Pero podía ver la furia en los ojos de Astrid mientras me
miraba con el ceño fruncido, con los nudillos blancos a los costados.
»—Me dijeron lo que hiciste. Lo que le dijiste a esa maldita perra de
Isabella.
»—Pensé que estarías contenta. Terminé con tu exilio.
»—¡Nadie te pidió que hicieras eso, Gabriel!
»—¿Tampoco deberías necesitarlo? Astrid, sé lo que sientes por San
Michon. No hay infierno tan cruel como la impotencia, ¿recuerdas? Dijiste que le
arrancarías las alas a un ángel para volar de esta jaula. Bueno, ahora puedes irte
cuando quieras.
»Sus labios se apretaron finos, sus ojos centelleando de ira.
»—¿Supongamos que no quiero irme?
»—Pero odias este lugar.
»—Y si el odio tuviera la dirección de mi curso, ya me habría ido. ¡Pero no
es así!
»—¿De qué estás hablando?
»Me miró a los ojos y suspiró.
»—¿De verdad no lo sabes?
»Vi la súplica en su mirada, y mi estómago se iluminó con las alas de un
centenar de mariposas ardientes. Sabía de lo que hablaba. Por supuesto que lo
hacía. Si lo intentaba, aún podía recordar la felicidad de su boca sobre la mía, el
solitario dolor vacío de querer algo que nunca podría tener. Pero no podía tenerla.
Porque esto estaba mal.
»Todo esto está mal.
»—Astrid… no hay futuro aquí para ti. No hay futuro en… esto.
»—Te refieres a nosotros.
»—Quiero decir que hice un juramento ante la Madre Doncella, los Mártires
y ante Dios mismo de no amar a ninguna mujer. Y si te quedas aquí, pronto estarás
casada con él además.
»—Entonces, me amas…
»Me di la vuelta para que no viera la respuesta en mis ojos. Pero ella se
sentó en la cama a mi lado, presionó su mano en mi mejilla y me obligó a mirarla.
A verla. Era la sombra de mis pensamientos cuando intentaba dormir. El fuego en 588
mis sueños que me pedía que nunca despertara.
»—Dime que no me quieres —susurró.
»—Astrid…
»—Dímelo, y dejaré este lugar y no volveré a pensar en ti. —Una lágrima
se derramó por su mejilla, atrapada temblando en el arco de sus labios—. Pero si
me quieres, Gabriel de León, dilo. Porque solo un cobarde apreciaría el deseo de
una cosa y, sin embargo, la rechazaría. Y no le daré mi corazón a un cobarde. Se
lo daré a un león.
»Dios y mártires, era hermosa. Ese rostro angustiado, como un secreto no
compartido. Sus ojos eran más oscuros que todos los caminos que había caminado
y todas las cosas monstruosas que había visto, y en ellos sabía que encontraría un
cielo si tan solo estuviera dispuesto a arriesgarme a un infierno.
»—Dime que no me quieres.
»—No puedo —susurré—. Dios me ayude, no puedo.
»—Entonces tómame, Gabriel. —Levantó la barbilla, feroz y furiosa—.
Tómame, y Dios, la Madre Doncella y los Mártires sean condenados con los dos.
»Y entonces no quedó nada: ninguna restricción, ninguna ley, ningún voto
que pudiera haberme mantenido anclado a través de su tormenta. La besé,
hambriento y fuerte, y en ese beso, conocí la salvación y la condenación. Un voto
que realmente podría cumplir.
»En este fuego, me quemaría.
»Y allí, en la oscuridad de ese lugar, nos desnudamos, piel con piel. Sus
dientes mordieron mi labio y sus dedos se entrelazaron a través de mi cabello, y se
sentó a horcajadas sobre mí y besó todos mis pensamientos y miedos. Toda
esperanza abandonada a las llamas entre nosotros. Mis dedos trazaron su cuerpo,
curva y valle, hasta la sombra entre sus piernas, la suavidad que había atormentado
mis sueños. Nos quedamos en silencio, los dos, hablando solo con ojos y manos,
y un suspiro desesperado y susurrado, el miedo al descubrimiento emocionándonos
a los dos, la culpa gloriosa y desenfrenada de eso de alguna manera haciéndolo
todo más dulce.
»Sus labios fueron llamas y escarcha sobre mi piel, besándome en todos los
lugares que las chicas mortales temían pisar. La besé de igual modo, hundiéndome
entre sus muslos a medida que me sumergía en su boca, y el sabor de ella tan cerca
me volvió loco. Avanzamos lentamente en la oscuridad, ahogando nuestros
suspiros en los secretos del otro hasta que no hubo nada más que lo inevitable,
nada más que el fuego esperándonos a los dos. Ella arañó y suplicó «Fóllame,
fóllame» y mientras me deslizaba dentro de ella, lento, profundo y duro, no hubo
nada más en el mundo que importara. Ninguna divinidad, más que el deseo en sus 589
ojos. No había eternidad en el infierno que no habría sufrido felizmente si hubiera
podido vivir un momento más del cielo dentro de ella.
»Nos balanceamos juntos, ahora ella encima de mí, las navajas de mis
dientes rozando el satén de su piel, sintiéndola temblar a medida que susurraba mi
nombre. Y cuando las ráfagas se apoderaron de mí, cuando lo sentí cantando dentro
de mí, presionó sus manos en mis mejillas para poder mirarme a los ojos.
Desesperada. Necesitando. Sus labios magullados como cerezas.
»—Muérdeme —suspiró.
»—… ¿Qué?
»—Gabriel, muérdeme.
»Mis dientes estaban afilados contra mi lengua, y podía ver el pulso bajando
por la seda blanca como la leche de su garganta. Lo quería, Dios me ayude, lo
deseaba tanto que era todo lo que podía ver, todo lo que podía saborear. Pero aún
quedaba lo suficiente de mí para empujarlo hacia atrás, lejos, mi respiración
entrecortada en mis pulmones mientras ella se balanceaba encima de mí, más
profundo, más rápido, cálida e increíblemente suave, bailándome cada vez más
cerca de mi borde.
»—Ellos verán —susurré—. La marca…
»—Aquí —suplicó, pasando una mano por su pecho—. Por favor.
»No hay necesidad más profunda que ser deseado. No hay palabra más
dulce debajo del cielo que por favor. Y me entregué por completo. Sintiendo su
escalofrío cuando un gruñido oscuro se elevó en mi garganta y el hambre se
apoderó de mí. Agarré un puñado de su cabello, sonriendo a medida que la
arrastraba hacia mí. Una necesidad al borde de la locura. Un deseo al borde de la
violencia. Y ella gimió y se empujó hacia mí, más profundo, más fuerte, y mi
lengua se deslizó sobre su pezón duro como un guijarro y sus uñas arañaron mi
espalda mientras el monstruo que era hundía sus colmillos en su pecho, perforando
el blanco y dando a luz el rojo.
»Ella nos aplastó, arqueó la espalda, abrió la boca en un grito silencioso
cuando el Beso se apoderó de ella. Todo su cuerpo comenzó a temblar, sus piernas
se envolvieron con más fuerza alrededor de mí a medida que se perdía en el fuego
de todo y su sangre, Dios, esa vida ardiente imposible, se estrelló contra mi lengua
y en mi corazón.
»Y entonces conocí el color de la felicidad. Y su color era rojo.
»La bebí como un río bebe la lluvia. Atraído hacia la luz carmesí de un sol
que se había desvanecido hace mucho tiempo, tan perdido que solo fui vagamente
consciente de que ella me liberó, rematándome con su mano, la muerte mía
brotando a través de su piel mientras tragaba solo un bocado más, solo una gota 590
más. Jadeando, se soltó de mi boca y, herida, deseosa, aplastó sus labios contra los
míos, hierro, óxido y sal entre nosotros. Nos hundimos en las ruinas que habíamos
hecho de mi cama, nuestros cuerpos resbaladizos, su mejilla contra mi pecho y
toda ella envuelta en mis brazos.
»Nos quedamos allí una eternidad en silencio. A decir verdad, no sabría qué
decir. Este era el camino al infierno, lo sabía. Y ahora ambos lo recorrimos.
»—Esto es pecado —le dije—. Nos castigarán por ello. Y Dios a su lado.
»Astrid levantó la cabeza y me miró a los ojos.
»—Pero no me importa —suspiré.
»Las yemas de sus dedos rozaron mi cara, haciéndome temblar.
»—¿Podríamos irnos?
»Sacudí la cabeza, dando la respuesta que ella ya tenía.
»—Dijiste que no le darías tu corazón a un cobarde. No podríamos irnos
aunque lo deseáramos. Y no creo que ninguno de los dos lo haga de verdad.
»—Entonces, ¿este será nuestro destino? ¿Amarnos en la oscuridad?
¿Cómo mentirosos?
»Besé su frente, sus ojos cerrados con fuerza.
»—Hasta que se gane la guerra. Hasta que se cante la canción.
»—¿Y entonces?
»—Entonces, nosotros. Para siempre.
»Me besó de nuevo, derritiéndose en mis brazos. Un beso de llamas y
lágrimas, del pecado más dulce, un beso con el que todos los demás serían
comparados y encontrados faltos. Y si esto estaba mal, decidí, entonces dejaría que
fuera el mal por el que moriría. Allí, con esa chica en mis brazos, juré por Dios
que daría todo lo demás, mi sangre, mi vida, mi todo, si tan solo me dejaba tenerla.
»—Solo. Ella.

591
592
Gabriel se quedó en silencio, mirando el tatuaje de plata que ella había
dejado en su piel. Escuchó el grito de un lobo enamorado; un aullido solitario en
esa larga oscuridad solitaria.
Sostuvo su copa de vino vacía con dedos entumecidos, sintiendo el licor
correr como sangre caliente por sus venas. Si se esforzaba lo suficiente, podía
extender la mano y tocarla ahora. Solo tenía que abrir la ventana al ojo de su mente
y encontrarla allí, esperando, sonriendo, intacta por los dientes del tiempo. Su
cabello largo y sus ojos negros profundos y una sombra que pesaba una tonelada.
—Serviste en San Michon cinco años más —dijo Jean-François, trazando
largas líneas suaves en su maldito libro—. Cinco años en los que tu nombre se
convirtió en leyenda. Dirigiste el ataque a Báih Sìde y liberaste las granjas de
sacrificio de Dyvok en Triúrbaile cuando solo tenías diecinueve años. Liberaste a
Qadir y rompiste el asedio de Tuuve a los veinte. Mataste a los ancianos de los
Dyvok en Ossway, Chastain en el Sūdhaem, quemaste un nido de Ilon antiguos
que amenazaba a la propia Corona. El León Negro, te llamaron. Tu nombre fue un
toque de clarín. Himno en las casas de los santos y maldición en las Cortes de
Sangre.
El vampiro dejó de dibujar el tiempo suficiente para mirar a Gabriel a los 593
ojos.
—¿Cómo se deshizo todo eso?
—Paciencia, sangre fría —respondió Gabriel.
La ira brilló en la mirada del vampiro, rápida y negra.
—No, santo de plata. He mostrado la paciencia eterna de los ángeles.
Terminarás este capítulo ahora. ¿Cómo terminó?
Gabriel miró al monstruo a los ojos y alzó las manos tatuadas hacia la luz.
—Paciencia. Patience.
Jean-François parpadeó al oír el nombre entre los dedos del santo de plata.
—Tu hija.
Gabriel alcanzó la botella, derramando el vino en su copa, profundo y rojo.
Apretó el vaso contra sus labios y bebió profundamente. El lobo volvió a cantar en
la oscuridad, solo y afligido. Pasó una eternidad antes de que el santo de plata
conjurara la voz lo suficiente como para hablar.
—No lo planeamos. Astrid y yo. Nunca lo imaginamos. Ella se prometió a
la Hermandad de Plata, se convirtió en Maestra de la Égida en San Michon. Yo, el
joven modelo de la Ordo Argent. Vivimos como ella profetizó, robándonos
nuestros momentos en la oscuridad cuando el deber lo permitió. Follando como
ladrones. Pero fue suficiente. Ella era suficiente.
»Tuvimos cuidado. Tanto cuidado que cuando me lo dijo, su la mano en la
barriga, me pregunté si era una señal de Dios. Por un momento tonto pensé que
podría no importar. Para entonces mis elogios eran demasiados para contarlos.
Alguien me dijo que había más bebés llamados Gabriel ese año pasado mientras
servía en San Michon de los que recibieron el nombre del propio emperador.
El último santo de plata negó con la cabeza.
—Pero, por supuesto, cambió todo. Para entonces tenía muchos enemigos.
Dentro y fuera de San Michon. La vanidad de la que me había advertido Greyhand
siempre fue mi debilidad. No era un puto cordero, era un jodido león y caminaba
por la tierra como uno. Pero la luz que arde el doble de brillante arde la mitad de
tiempo. Y la amapola que crece demasiado se corta a la medida. Me llamaron
rompe juramentos. Blasfemo. Hay muchas cosas con las que puedes salirte con la
tuya si tu nombre crece lo suficiente, sangre fría. Pero no era una cortesana bien
pintada quien me había dado la bienvenida a su cama. Era una hermana de la
Hermandad de Plata. Y sin importar cuántos himnos te canten, sin importar cuántos
bebés lleven tu nombre, es un sacerdote indulgente quien perdona al hombre que
hace de Dios un cornudo.
»Los hermanos exigieron que dejara a Astrid a un lado. Incluso Greyhand. 594
Y les dije dónde podían empujar sus putas demandas. Así que ella y yo fuimos
excomulgados. Al menos me dejaron mantener mi égida, probablemente por miedo
a perder sus manos. Pero todos esos años de servicio, todas esas vidas que salvé, y
nadie en San Michon pudo siquiera venir a despedirnos. Finch, Theo, los Phils,
Sév, Chloe, nadie. Subimos a Justice, los brazos de Astrid alrededor de mi cintura,
y solos, sin amigos, cabalgamos hacia la oscuridad.
La sonrisa de Gabriel era como la salida del sol.
—Pero no estuvimos solos por mucho tiempo. Y nunca más. Dios aún nos
dio una bendición más. Una diminuta bendición hermosa, con la sonrisa de su
mamá y los ojos de su papá, y ningún indicio de la maldición que fluía por sus
venas de sangre pálida.
Gabriel negó con la cabeza, la voz suave de asombro.
—La primera vez que la sostuve en mis brazos, lloré más que ella. Solía
mirarla mientras dormía cuando era una bebé. Solo parado sobre su cuna durante
horas y preguntándome cómo diablos alguien como yo había hecho algo tan
hermoso. Y a medida que creció, me di cuenta de que ella era la razón por la que
me habían puesto en esta tierra. No para liderar ejércitos ni defender ciudades o
salvar un imperio. Lo supe al mirarla a los ojos, como conocía el sabor de los labios
de mi esposa o el canto de la sangre. La bondad podía provenir del pecado, y ella
era la prueba. Era perfecta. Gran Redentor, ella lo era todo. Nuestra Patience.
Gabriel estiró las piernas ante él, con los tobillos cruzados, los cueros
susurrando. Echando la cabeza hacia atrás, terminó su vino, una gota corriendo por
su barbilla. Alcanzando el Monét, lo encontró vacío, maldiciendo en voz baja.
—Los corazones solo se magullan —murmuró el vampiro—. Nunca se
rompen.
Gabriel asintió.
—Así me lo decía a menudo Astrid. Un sentimiento bonito. Una puta
mentira.
—¿A dónde fueron ustedes tres?
Los ojos de Gabriel estaban fijos en la copa que tenía en la mano. Los
reflejos de la llama de la linterna jugando como luciérnagas en la gota oscura como
la sangre en el fondo. Con el pulgar trazando el arco de las cicatrices en forma de
lágrima por su mejilla, miró a esa polilla pálida que seguía batiendo sus alas en
vano sobre la chimenea de la linterna, inútil y desesperada.
—¿De León?
—Tu voz nunca se sentirá tan pequeña como cuando le gritas a Dios —
susurró. 595
—¿Qué?
Gabriel parpadeó, sus ojos se enfocaron. Miró al historiador y negó con la
cabeza lentamente.
—No quiero hablar más de ellas.
—¿Debemos hacer esto otra vez? Mi emperatriz exige tu historia.
—Y la tendrá. —Gabriel apretó con más fuerza su copa vacía, con los
nudillos blancos—. Pero ahora mismo no tengo ganas de hablar de ma famille.
—Eres un prisionero. Completamente a nuestro alcance. Chevalier, para
todos los efectos, eres mi esclavo. Así que disculpa —dijo el vampiro, inclinándose
hacia adelante—, pero ¿te he transmitido de alguna manera que hace alguna
diferencia cómo te sientes?
La copa de vino se rompió en la mano de Gabriel. Un centenar de
fragmentos relucientes se astillaron en su puño y cayeron a la piedra. El santo de
plata hizo una mueca y abrió los dedos, mirando la sangre escurriendo, oscura,
dulce y espesa.
Jean-François se puso de pie de repente. Aunque apenas pareció moverse
en absoluto, el historiador estaba al otro lado de la habitación, erizado de amenaza.
Un hambre negra llenó sus ojos mientras veía el rojo gotear y gotear.
—¿Estás loco?
Gabriel sonrió y le tendió la mano herida.
—¿Tienes miedo de un poco de sangre, vampiro?
Jean-François siseó, mostrando los colmillos de color blanco perla.
—Si le temo a algo, De León, es a lo que te haría si dejo que mi hambre se
apodere de mi cabeza.
—¿Y qué crees que me harías, sangre fría? —Los ojos de Gabriel se
entrecerraron—. ¿Antes de que tu emperatriz tenga toda su historia?
El último santo de plata se levantó de su silla y dio un paso adelante, con la
mano ensangrentada extendida. Jean-François dio otro paso atrás.
—Parece que todos somos esclavos de alguien.
—¡Meline! —gritó Jean-François.
La puerta se abrió en un santiamén, la esclava se detuvo en el umbral con
su largo vestido negro. Sus ojos estaban muy abiertos. Una mano debajo de su
corpiño.
—¿Amo? 596
El vampiro parpadeó, la sombra oscura que había llenado sus ojos
oscureciendo. Se alisó la levita y se tiró de los dobladillos de las mangas con
volantes.
—Nuestro invitado se ha cortado.
La mujer soltó el arma que había escondido en su corpiño. Algo muy
parecido a una daga, aunque a Gabriel le resultaba difícil saberlo. Hizo una
reverencia, se dirigió al lado del santo de plata y le tomó la mano. A pesar de lo
gentil que fue, Gabriel aún pudo sentir la fuerza terrible en su agarre; el poder
otorgado por las succiones nocturnas en la muñeca de su amo. Los ojos del santo
de plata aún estaban fijos en los del vampiro, sus labios curvándose en una sonrisa
sombría cuando vio que, a pesar de recuperar la compostura, la criatura aún se
negaba a acercarse.
—Es profunda, amo —informó Meline—. Se curará con el tiempo, pero es
mejor que yo…
—Entonces, rápido.
La esclava hizo una reverencia una vez más, saliendo corriendo de la
habitación.
—¡Y trae otra maldita botella! —gritó Gabriel.
La mujer bajó corriendo las escaleras en una ráfaga de damasco negro. Una
vez más, dejó la puerta abierta detrás. Gabriel la escuchó descender, cuarenta
escalones, setenta, sus sentidos aún agudos como navajas. Escuchó llaves de
hierro. Un candado pesado. Una puerta golpeando.
Volvió los ojos gris pálido hacia el historiador. Jean-François aún acechaba
al otro lado de la celda de la prisión. La historia se había caído al suelo, abierta a
un boceto de Dior en el Marido Perfecto, envuelta en su levita ridícula. El santo de
plata la recogió, maravillándose una vez más del arte del vampiro.
—Es un hermoso parecido. —Él sonrió, con el corazón dolorido—. La
pequeña perra se sentiría halagada.
—Baja eso. Lo mancharás de sangre.
Gabriel dejó caer el libro sobre la silla del vampiro.
—El cielo lo prohíba.
El historiador se apartó un largo rizo dorado de sus ojos y susurró, suave
con amenaza.
—Te veré castigado por esto, De León. Te tendré de rodillas.
—Estoy seguro de que ya me puedes probar. Pero sabes que todo esto es 597
una pérdida de tiempo, ¿no?
—El tiempo es algo que mi emperatriz tiene en abundancia.
Gabriel negó con la cabeza, manchándose la barbilla carmesí mientras se
acariciaba la barba.
—Si fuera así, ya estaría muerto, vampiro. Tu emperatriz necesita el secreto
del Grial. Pero lo dijiste tú mismo. La copa estaba rota. El Grial se ha ido. Este es
tu mundo, sanguijuela. Tu aquí, tu ahora y tu para siempre. Y cuando los monstruos
que hayas engendrado agoten hasta la última gota, no tendrás a nadie más que a ti
mismo a quien culpar.
Gabriel miró por encima del hombro.
—Eso fue rápido.
La esclava se paró de nuevo en el umbral.
—¿Amo?
Gabriel volvió a mirar a Jean-François a los ojos.
—No quiero hablar más de ma famille, vampiro. Así que, puedes sentarte y
ver cómo me emborracho en silencio, o puedo dejar de perder el tiempo y volver
a la historia que en realidad estoy aquí para contar.
Pasó un momento, largo y silencioso, antes de que el vampiro volviera a
hablar.
—Como gustes, chevalier.
El santo de plata volvió a su silla, chorreando sangre. Mientras se sentaba
con una mueca de dolor, la esclava se arrodilló a su lado. Vio un cuenco de agua
humeante, vendas, olió el perfume antiséptico de witchhazel y miel. Y al lado del
cuenco…
—Merci, madeimoselle Meline —dijo, alcanzando la botella nueva de
Monét—. Cuando me manden al infierno, me aseguraré de hablar bien de ti.
Jean-François regresó lentamente a su asiento, con los ojos en la mano
ensangrentada del santo de plata mientras tomaba su historia. El vampiro enderezó
su abrigo precioso, tomó tres respiraciones para recuperar la compostura y luego
habló.
—Entonces. Tu estratagema en San Guillaume se había convertido en una
masacre, santo de plata. La hermana Chloe, el padre Rafa, Saoirse, Bellamy,
Phoebe: toda la Compañía del Grial. Todos masacrados por la Bestia de Vellene.
Los únicos que sobrevivieron a la ira de Danton fueron Dior y tú.
Los labios de Jean-François se torcieron en la más leve de las sonrisas. 598
—Y él había resultado ser una ella.
Gabriel hizo una mueca cuando Meline pescó una astilla larga de vidrio de
su palma. Se quedó mirando la estrella de siete puntas grabada allí, la tinta plateada
brillando en la luz dorada de la linterna.
—¿Supongo que no podría fumar otra vez?
El historiador levantó la pluma y simplemente frunció el ceño.
Gabriel se encogió de hombros.
—No se puede culpar a un hombre por intentarlo.
Se llevó el Monét a los labios y tomó un largo trago lento desde el pico.
—Entonces. El fin. El principio. El Grial.
599
600
»—Eres una chica.
»—Me di cuenta.
»—Mierda.
»Pasé mi mano buena por mi cabello empapado, mi aliento colgando pálido
y pesado entre nosotros. Dior me miró, empapada hasta los huesos, con los labios
morados por el frío. Estábamos agachados en las orillas del río Volta, la costa
cubierta de hielo como la barba de un cazador de hielo, un bosque muerto que se
elevaba más allá. La noche era negra como el pecado, negra como el río detrás de
nosotros, negra como el corazón de lo que había hecho trizas a nuestra pequeña
compañía.
»—Mierda.
»—Ya lo d-dijiste. ¿Qué le pasó a Saoirse?
»—Está muerta —suspiré.
»Los ojos de Dior se agrandaron.
»—¿Estás s-seguro? 601
»—Danton las destrozó a ella y a Phoebe justo en frente de mí. Así que oui,
jodidamente seguro.
»La chica tragó saliva y apretó la mandíbula.
»—¿La hermana Chloe?
»Me quedé mirando las aguas oscuras que se habían apoderado de mi vieja
amiga, pasando corriendo junto a nosotros, silenciosa y hambrienta. Y con los ojos
ardiendo, negué con la cabeza.
»—Mierda —siseó Dior.
»—Eso es lo que dije.
»La chica bajó la cabeza, abrazándose a sí misma, temblando. Por un
momento, pensé que podría empezar a llorar. Romperse. Nadie en la tierra podría
haberla culpado por ello. Entonces se veía muy pequeña y sola. Pero, en cambio,
se puso de pie y, temblando, medio tambaleándose, se adentró en las aguas poco
profundas, con los ojos azules fijos en la silueta de San Guillaume en los
acantilados del otro lado del río. Levantó un dedo hacia el monasterio, gritando a
todo pulmón.
»—¡Voy a matarte! ¿Me escuchas, bastardo? Voy a arrancarte el puto
corazón y dártelo de comer, hijo de perra, hijo de puta, tú …
»—Suficiente —dije, poniendo una mano en su hombro.
»—¡Quítame las putas manos de encima! —Se agitó.
»—¡Ella también era mi amiga! —rugí—. ¡La conocí desde antes de que
nacieras! ¡Pero estás gritando al viento, y cada minuto que desperdiciamos es otro
que Danton usará para cruzar este río y estar en nuestras gargantas de nuevo!
¡Tenemos que movernos!
»—¿Quiénes diablos es nosotros? —La niña pisoteó arriba y abajo, hasta
las rodillas en agua helada—. ¡Este es el Volta! Hasta aquí llegas, ¿recuerdas?
»—… ¿Crees que te dejaría aquí? ¿Qué tan podrida es la mala hierba por la
que me tomas?
»—Bueno, ¿por qué te quedarías? ¡No te importo un carajo! Mantuviste tu
palabra a Chloe. De vuelta con su esposa y famille, ¿no? ¡Empaca tu mierda, héroe!
»Miré a esta chica: semidesnuda, helada hasta los huesos, furiosa. Y pude
verme en el espejo de sus ojos. No podía culparla por pensar que la abandonaría,
por creer que yo era ese tipo de monstruo. Roto. Egoísta. Desleal. Cruel.
»Ella me conocía desde hacía apenas un mes, y ya mejor que la mayoría.
»—Aquí —le ofrecí mi abrigo—. Atraparás tu muerte. 602
»—No quiero tu compasión. Y no necesito tu ayuda.
»—El orgullo nunca llenó un estómago vacío, ni evitó que un hombre
muriera congelado. Las chicas tampoco, apuesto. —Le ofrecí el abrigo de nuevo—
. No seas tonta.
»Frunció el ceño un momento más, luego me arrebató el abrigo de la mano.
»—La mayoría de la gente le agradecería al hombre que acaba de salvarles
la vida, Lachance.
»Su ceño se suavizó un poco, pero aun así, no dio las gracias. En cambio,
colgó mi abrigo alrededor de sus temblorosos hombros. Demasiado grande a la
mitad, colgando de su cuerpo estrecho, cabello pálido como la nieve goteando en
ojos azul pálido. Estaba haciendo un buen espectáculo, y yo sabía mejor que la
mayoría cómo la rabia puede calentar tu cuerpo por un tiempo. Pero si no
encontrábamos refugio y prendíamos un fuego, esta chica iba a morir de frío. Y yo
seguiría poco después.
»—Vamos —asentí—. Hay acantilados en esta dirección. Si tenemos
suerte, encontraremos una cueva.
»—¿Y si no tenemos suerte? —preguntó, sus dientes ya comenzaban a
castañetear.
»—Entonces podemos agradecer a Dios por su coherencia.
»Caminamos penosamente por los bancos congelados, dejando la sombra
de San Guillaume detrás de nosotros. Gran Redentor, hacía mucho frío. Mi túnica
y pieles estaban empapadas, la sangre goteaba de mi vientre perforado, cada
respiración una gran nube de escarcha de mis labios. Esa última y diminuta mota
de sanctus que había fumado en las paredes del monasterio era todo lo que me
mantenía en movimiento, pero Dior estaba temblando tanto que pronto tropezó. En
una milla, tuvo su primera caída, de cara a la raíz de un árbol en la nieve y la tierra.
Apartó mi mano cuando se la ofrecí, gruñó y se puso de pie. Pero unos cientos de
metros después, volvió a caer. Y otra vez.
»Sus labios se hallaban azules ahora. Temblando tan fuerte que apenas
podía respirar, y mucho menos caminar. Mi muñeca todavía estaba rota por la
paliza de Danton, así que me arrodillé a su lado, levantándola sobre mi hombro
con mi único brazo sano mientras ella gruñía de protesta.
»—Qu-quítate de enc-cima.
»—Técnicamente, tú estás sobre mí.
»—T-t-tú d-d-desearías, tú j-j….
»—Cállate la boca, Lachance.
603
»La nieve se espesó y el frío se apoderó de mis huesos magullados. Mis pies
estaban entumecidos, mi anillo matrimonial resonaba como hielo en mi dedo
dolorido. Pero finalmente, afortunadamente, llegamos a los acantilados sobre el
río, y tropezando, temblando, encontré una fina grieta en la piedra arenisca roja,
que se ensanchaba hasta convertirse en una grieta más allá. El interior era casi
negro, pero vi huesos en el suelo, olí rastros viejos y un tenue almizcle animal: una
guarida de lobo, abandonada hace mucho tiempo.
»Coloqué a Dior en el suelo, le quitó el pelo escarchado de la cara.
»—¿Lachance? ¿Me escuchas?
»Gimió en respuesta, los ojos hundidos, los labios morados.
»—Tengo que encontrar algo para quemar. Mantente despierta, ¿me oyes?
»Una vez más, la niña solo murmuró, con los párpados amoratados de un
azul profundo. Sabía que si perdía el conocimiento allí, tal vez nunca lo encontraría
de nuevo. Entonces, con una maldición, saqué a Ashdrinker de su vaina.
Colocando la hoja en el regazo de Dior, apreté la empuñadura, con los nudillos
blancos.
»—Mantenla despierta, Ash.
»Dedos no para pellizcar, ni manos para abofetear. Hoja para perforar y
filo para el corte y canción para d-d-danzar y el rojo, rojo…
»—Solo… cuéntale una puta historia, ¿de acuerdo? No la dejes dormir.
»¿Historias para contar? Estas tengo yo, en abundancia.
»Envolví la mano de Dior alrededor del mango de la espada rota. Los ojos
de la niña se abrieron cuando sus dedos tocaron cuero gastado, la respiración se
aceleró mientras susurraba.
»—Oh… oh… Dios.
»—Nada demasiado oscuro, Ash —le advertí—. Solo finales felices,
¿entendido?
»No hay tal cosa, tal cosa, Gabriel.
»—Lo digo en serio.
»Yo también, amigo mío. Y lo siento p-por eso.
»Solté la empuñadura y corrí. En la oscuridad, buscando algo lo
suficientemente seco como para quemar antes de que el último indicio de sanctus
desapareciera. Pisando fuerte por el bosque, rompiendo ramas, traté de no
imaginarme a Chloe soltándome la mano y cayendo en picada en las oscuras aguas
de abajo. Sus últimas palabras resonando ahora en mi cabeza dolorida: Dior es 604
todo lo que importa, Gabe.
»Ella había creído, Chloe Sauvage. Creyó en esa chica lo suficientemente
profundo como para morir por ella.
»¿Qué diablos iba a hacer ahora?
»Cuando recogí una gran carga en brazos, regresé cojeando a la cueva, tan
rápido como me llevaban mis pies entumecidos. Dior estaba acurrucada en el
interior, sacudiéndose de la cabeza a los pies. Pero ella todavía estaba despierta,
con las manos en la empuñadura de Ashdrinker, los ojos muy abiertos fijos en mí
mientras prendía el fuego. Me las había arreglado para conservar la caja de
pedernal de ese viejo capitán, golpeándola ahora con la leña que había reunido.
Por un momento, recordé a mi padrastro, sus lecciones en los bosques de Nordlund
cuando era un niño.
»Lorson. Mamá. Amélie. Celene.
»Hace muchas vidas ahora.
»—Me está cantando a m-mí —susurró Dior, suave de asombro—.
Ashdrinker.
»Miré la espada en las manos temblorosas de la niña. La dama plateada en
la cruceta. Hermosa. Exasperante. Totalmente loca.
»—¿Y de qué te está cantando?
»—La batalla e-e-en los Gemelos.
»Me burlé.
»—Entonces no creas una palabra. Ash ni siquiera estuvo allí para eso.
»—Tú la mataste. La h-h-hermana de Danton.
»Soplé suavemente sobre las llamas, mi brazo roto palpitaba, las manos
entumecidas.
»—Lo viste —insistió Dior—. Al Rey E-e-eterno.
»Entonces me lo imaginé. Por mucho que me doliera. Esa eterna juventud,
hermosa y terrible, envuelta en una oscuridad tan amarga y sombría que te helaba
el corazón. Y lo escuché de nuevo; el voto de un padre eterno, al que había
asesinado a su amada hija.
»Tengo el para siempre, muchacho.
»Recogí la espada de las manos temblorosas de Dior.
»—Te dije no finales infelices, Ash.
»Lo siento, Gabriel, pero ella debe descubrir la v-verdad antes o desp… 605
»Envainé la hoja y la dejé en reposo contra la pared. Volviéndome a las
llamas, las avivé más, la sensación se deslizó en mis dedos, latiendo en mi brazo
roto. El humo se filtró a través de las grietas de arriba, el calor se derramó en
nuestro pequeño refugio. Arrastré mi túnica empapada, pinchando la herida que se
cerraba lentamente en mi dolorido vientre. Danton me había pegado bien, el
bastardo. Pero no lo suficientemente bien, y juré que se arrepentiría. Durante todo
el tiempo, Dior observó, en silencio, temblando un poco menos por el calor en
ciernes.
»—Diez mil —dijo finalmente—. Venciste a un ejército de diez mil
vampiros.
»—No solo. No solo yo.
»—El Rey Eterno se habría llevado Nordlund si n-no fuera por ti.
»—Él tomó Nordlund, niña. Tres inviernos después, la Bahía de las
Lágrimas se congeló y él barrió el norte como una dosis de sales. Todo lo que hice
fue hacerlo esperar.
»—Tenías dieciséis años.
»—¿Y?
»—Y yo tengo dieciséis años, y lo más impresionante que he golpeado es
mi… —La niña se miró a sí misma, suspirando—… En realidad, supongo que los
chistes sobre el pene son un poco redundantes ahora, ¿no es así?
»—Los chicos tienden a hacerlos mucho. —Me encogí de hombros—.
Buena forma de fingir ser uno.
»—Lo noté.
»—¿Pero por qué lo harías?
»—¿Notarlo?
»—Fingir ser uno.
»Dior miró la tinta en mis dedos.
»—¿Cuántos años tiene tu hija, héroe?
»Me quedé mirando a esta chica extraña a través de las llamas. Abandonada
la pretensión, todavía tenía ese filo, duro como una calle y afilado como un
canalón. Una intrepidez. Un fanfarroneo.
»—¿Por qué?
»—¿Más joven que yo?
Asentí lentamente. 606
»—Tiene casi doce años.
»—Ella se dará cuenta a estas alturas, entonces. Tú probablemente no lo
harás por un tiempo más. La mayoría de los padres prefieren derribar el cielo antes
que ver crecer a sus hijas. Pero apuesto a que su mamá lo ha marcado. Ella sabe lo
que un mundo como este les hace a las jóvenes.
»—No hay nadie que pierda más horas de sueño por eso que un padre, niña.
Créeme.
»—Si eso fuera cierto, nunca me preguntarías por qué fingí ser un chico.
»Dior tiró del cuero golpeado alrededor de sus hombros, suspirando.
»—Arruinaste mi abrigo mágico, héroe.
»—Ese abrigo casi hace que te maten. De nuevo. Y fue tan mágico como el
culo de un cerdo.
»—Te equivocas. —Me miró a través de las llamas, sacudiendo la cabeza—
. Oh, no detendría una espada encantada ni me dejaría caminar a través de mundos
ni nada lo suficientemente impresionante como para que el pobre Bel pudiera
escribir una canción. —Entonces bajó la cabeza, rascándose las uñas bien
masticadas—. ¿Quieres saber qué hizo ese abrigo?
»—Supongo que me lo dirás, independientemente.
»—Me permitió caminar por una calle oscura sin tener que mirar por encima
del hombro. Me permitió entrar en una habitación y no sentir ojos arrastrándose
por cada centímetro de mi piel. Me permitió alzar la voz sin que se rieran de mí,
dejarme amenazar con matarte si no quitabas tus sucias manos de encima de mí.
Me permitió hacer todas las cosas que tu hija está empezando a darse cuenta de
que no puede, porque tu hija está empezando a darse cuenta de lo que un mundo
como este les hace a las chicas jóvenes.
»Dior suspiró y se pasó el pelo blanco ceniza por la cara.
»—Me encantaba ese abrigo.
»—… ¿Alguien te puso las manos encima? —pregunté suavemente.
»Sus ojos eran duros como un diamante.
»—Mi mamá tenía un gusto excelente para los hombres terribles.
»Sonreí tristemente ante eso.
»—La mía también.
»Dior se ablandó, su hielo se derritió un poco.
607
»—Hasta donde yo sé, la mía nunca trajo vampiros a casa. Entonces,
supongo que la tuya ha superado a la mía.
»—¿Era como tú?
»—No me parezco en nada a ella —dijo con el ceño fruncido.
»—Quiero decir… Esan. El linaje del Grial. ¿Su sangre…?
»—¿Sana a la gente? —escupió a las llamas, feroz—. Si lo hacía, ella no lo
sabía. De lo contrario, lo habría embotellado y vendido como lo hizo con cualquier
otra parte de sí misma.
»—¿Era una cortesana?
»—Era una adicta a las amapolas. Y una borracha. Y si quieres llamar
cortesana a una madre que vende su cuerpo para alimentar su hábito mientras deja
que su hija muera de hambre, entonces como más te guste. Pero tengo una palabra
más simple para describirlo.
»—… ¿Tu papá?
»La chica simplemente se encogió de hombros y me mostró el dedo medio
por los Padres.
»Entonces, ella no sabría quién era. Una cosa más que teníamos en común.
»—¿Qué le pasó a tu mamá?
»—¿Qué les pasa a todos los adictos, héroe?
»—¿Malo?
»—… Peor.
»Dior miró hacia el fuego, las llamas crepitaron cuando su voz se hizo más
baja.
»—Era como un fantasma cerca del final. Piel gris. Sin dientes. Muerta sin
morir. Pero ella siguió siendo una esclava a pesar de todo. A ese dios al que le
rezaba. Ese diablo al que culpaba. Demasiado estúpida para saber que eran lo
mismo. Yo llevaba días fuera. Para entonces ya me había dedicado a cuidar de mí
misma. Encontré mis propios amigos. Pero solía volver para ver cómo estaba. La
encontré en el suelo junto a su cama. Sus ojos se volvieron hacia atrás en su cráneo.
Pensé lo peor, tan pronto como la vi, supe que al final la mataría. Pero aún podía
ver sus labios moviéndose. Pensé que tal vez estaba soñando. Así que la sacudí
para despertarla, su boca se abrió y una rata salió arrastrándose de ella.
»Mi estómago dio un vuelco lento y terrible.
»—Dulce Madre Doncella…
608
»Dior negó con la cabeza y respiró hondo.
»—Sueño esa mierda casi todas las noches.
»—¿Cuántos años tenías?
»—Once, tal vez. Fueron las calles de Lashaame después de eso. —Se
apartó el flequillo de los ojos y volvió la arrogancia—. Un abrigo robado. Corte de
pelo con un cuchillo oxidado. De esa manera es más simple. No es fácil. Pero más
fácil. La misera no jode a los chicos de la misma manera que jode a las chicas.
»—… Lo lamento.
»—¿De verdad?
»—Por supuesto que sí —gruñí—. Soy un bastardo, no un monstruo.
»Dior metió la mano en el abrigo que le había prestado y sacó mi pipa de
plata. —Entonces deberías tirar esto al río, héroe. Vuelve a casa, besa a tu esposa
y abraza a tu hija, y diles que nunca más las vas a dejar.
»—¿Y abandonarte?
»—Todos los demás lo hacen.
»No había autocompasión en esas palabras. Furia, tal vez. Pero revolcarse
en el dolor no parecía ser el estilo de esta chica. Un silencio se apoderó de ella.
Suave como una sombra. Traté de recordar cómo era yo a los dieciséis años, y pude
ver que ella era mayor de lo que yo había sido a su edad.
»—Sabes, cuando la hermana Chloe y el padre Rafa me encontraron, estaba
buscando su ángulo de inmediato. Corrí con una manada después de que murió mi
mamá. Ratas canallas y carteristas. Solíamos jugar un juego por las noches para
alejar el hambre. Hablar sobre lo que íbamos a hacer cuando creciéramos. Conocer
a un apuesto príncipe y casarte con él. Convertirte en un pirata famoso, navegar en
el Mar Eterno, ese tipo de tonterías. Pero no importa cuán grandiosos se volvieran
esos sueños, ninguno de nosotros imaginó que seríamos el salvador del maldito
mundo cuando creciéramos.
»—¿Qué querías ser de mayor?
»Dior se encogió de hombros y me miró a los ojos.
»—Peligrosa.
»Volvió su mirada hacia las llamas.
»—Después de que la hermana Chloe y Rafa me contaron sobre la profecía,
por un minuto pensé que de verdad que iba a estar bien. Qué estúpida de mi parte.
Todos se van. Mamá. Saoirse. Chloe. Toff. —Apretó los dientes, furiosa—. Todos.
609
»—¿Quién es Toff?
»Pero Dior estaba perdida, mirando las llamas.
»—Tan jodidamente estúpida…
»Suspiré. Cansado. Ensangrentado. Rebosante de ira y dolorido. Chloe
estaba muerta. Rafa también. No era por eso por lo que había venido al norte: ¿ser
arrastrado a conspiraciones antiguas y cuidar al descendiente del mismísimo
Redentor? Nunca quise nada de esto. El Volta era tan lejos como yo había acordado
ir. Debería cortar mis pérdidas ahora mismo.
»Siempre es mejor ser un bastardo que un tonto.
»Pero a esta chica no le quedaba nada. Para todo su frente, colgaba de un
hilo. Y por extraño que pareciera, por inmerecido que fuera, ese hilo era yo.
»—Deberías dormir —suspiré—. Las cosas se verán más brillantes al
amanecer. Y queremos movernos durante el día.
»La voz de Dior fue apagada como el hierro viejo.
»—Nosotros.
»—Hay una ciudad fortificada al noroeste de aquí. Redwatch. Hace una
década era un lugar difícil, y no puedo imaginar que se haya vuelto más suave.
Pero llegamos allí, resolvemos lo que viene después.
»—Te lo dije, héroe —advirtió—. Vuelve con tu esposa e hija.
»—Y te lo dije, niña —gruñí—. Soy un bastardo, no un monstruo.
»Dior apretó los dientes, cuadró la mandíbula. Podía ver las ruedas dentro
de su cabeza girando. Pero más, pude ver tristeza. Miedo. Todo el peso de este
mundo podrido sobre esos hombros escuálidos. Y finalmente se apretó mi abrigo
a su alrededor y me miró a los ojos.
»—Tengo demasiado frío para dormir.
»—Bueno, mierda dura. Porque lo necesitas.
»Dior me miró a través del fuego.
»—¿Podrías calentarme?
»—… ¿Qué?
»Mi estómago dio un vuelco repugnante mientras pasaba lentamente una
mano por su cuello. Las yemas de los dedos se deslizaron a lo largo de su clavícula.
Sus labios se separaron, ahora. Su voz un ronroneo.
»—Alto. Oscuro. Estropeado. Eres mi tipo de veneno.
610
»Sus dedos alcanzaron las vendas alrededor de su pecho, luego se
levantaron, uno por uno. Y con un suspiro de alivio, me di cuenta de que me estaba
mostrando su dedo medio de nuevo.
»— … Te habías preocupado allí, ¿no es así?
»Una burbuja de risa nerviosa estalló en mis labios. Colgando mi cabeza,
me reí entre dientes cuando la chica movió sus dedos.
»—Pequeña perra.
»—Oui, yo soy la perra —se burló—. Si te afeitas diez años y ese desastre
de barba, todavía no tendrás una oración en el infierno, héroe.
»Fruncí el ceño, rascándome la barba.
»—Perdí mi navaja.
»La sonrisa traviesa de sus labios se apagó.
»—Bromas a un lado, ahora. Me estoy congelando. Y tu virtud está a salvo
conmigo. Estás casado, para empezar. Y tienes demasiadas pollas.
»—La última vez que verifiqué, solo tenía una.
»—Como he dicho. Demasiadas.
»Sus ojos se entrecerraron un poco, mirándome a la luz parpadeante del
fuego. Recordé haberla visto a ella y a Saoirse entonces. Perdidas en los brazos de
la otra.
»—Ah.
»—Ahhh —repitió.
»Esto fue una prueba, lo sabía. La mayoría de la gente no soportaba esa
vida, especialmente los devotos. Pero no me había molestado cuando era creyente.
Seguro que no me molestaba ahora. De todas las personas, ¿quién era yo para
juzgar a alguien por quien cayera?
»—Ponte cómoda, entonces —le dije.
»Dior se quedó mirando un momento más y luego se apartó de la pared de
la cueva. Se quitó las botas y los calzones empapados y se acercó al fuego.
Mantuve mis ojos apartados, mirando hacia la oscuridad del exterior. Cuando
estuvo acomodada, fui a buscar a Ashdrinker y me acosté de espaldas a Dior,
extendiendo mi abrigo sobre los dos. No éramos mucho el uno para el otro en todo
ese frío, oscuridad y vacío. Pero mejor que nada.
»Nos quedamos en silencio por un tiempo, espalda con espalda, las llamas
crepitantes eran el único sonido.
»—Lo siento —dije finalmente—. Sobre Saoirse. 611
»Dior suspiró.
»—Lo siento por todos ellos.
»—… Oui.
»Más silencio. Pero Dior habló de nuevo, su voz pequeña.
»—¿Héroe?
»—¿Qué?
»—¿Y si viene Danton?
»—No lo hará. Aún no. El río.
»—¿Pero si lo hace?
»—Yo vigilaré. Duerme ahora, niña. No temas a las tinieblas.
»Más tranquilo. Largas vidas.
»—¿Héroe?
»—¿Qué?
»—… Merci.

612
»—GABRIEL.
»El susurro me despertó de sueños tristes, manchados con el perfume de la
sangre. La oscuridad estaba esperando cuando abrí los ojos, mi cuerpo rígido y
dolorido por el frío. Había calor en mi espalda, y la escuché murmurar mientras
me movía, y por un segundo, me imaginé a mí mismo en casa en la cama que
habíamos hecho y la vida que habíamos construido, la canción del mar en mis
oídos. Pero la voz volvió, no detrás, sino en la noche más allá de la cueva.
»—Gabriel.
»Nos quité el abrigo y lo coloqué alrededor de la espalda de Dior. Una vez
más, la niña se movió, frunció el ceño, los ojos parpadearon debajo de sus párpados
cerrados. Soñando con ratas y bocas de madres, supuse. Arrastré el último tronco
a las brasas para calentarla y me levanté. Y silencioso como un gato, me deslicé
hacia la oscuridad del exterior.
»El mundo estaba quieto y helado, oscuro como un sueño. Vi la cinta
plateada del Volta abajo, un delgado acantilado que conducía a una caída solitaria.
Y ella llamó de nuevo, susurro suave.
»—Gabriel. 613
»Seguí su voz, a lo largo de la piedra helada y hasta el borde mismo de ese
precipicio. Y al otro lado del río, al otro lado del helado Volta, la vi en la costa.
Solo una pálida sombra en el frágil amanecer, rostro enmarcado por largos
mechones de medianoche. Un lunar junto a unos labios oscuros, una ceja arqueada
como siempre. Ella estaba de pie entre las ramas cubiertas de nieve y las ruinas de
un reino que alguna vez fue verde, mirándome. Y habló entonces, moviendo los
labios, su voz un cálido susurro en mi mente.
»—Mi León.
»—Mi vida —suspiré—. ¿Cómo hiciste…?
»—Siempre, Gabriel. Siempre te voy a encontrar.
»Me miró a través de ese golfo oscuro y helado. Mis botas se acercaron más
a la caída. El sol estaba luchando por levantar la cabeza sobre el fin del mundo, a
través del sudario de la muerte de los días. Todo el horizonte era del color de la
sangre, como si el mundo entero se ahogara en ella. Hermoso. Horripilante. Y me
di cuenta de que ya no podía recordar cómo era el verdadero amanecer.
»—Dime que me amas.
»—Te adoro.
»—Prométeme que nunca me dejarás.
»—Nunca —suspiré—. ¡Nunca!
»Se llevó la mano a la cara, una larga uña trazó el arco de su labio. Me di
cuenta de que estaba llorando, lágrimas de sangre corrían por su rostro.
»—Te echo mucho de menos…
»—¿Héroe?
»Me volví ante la llamada, la voz de Dior resonando dentro de la cueva de
atrás. Volví a mirar a Astrid, de pie en esa playa desolada, el viento soplaba largos
mechones alrededor de sus pálidas curvas. Por un segundo, fue todo lo que pude
hacer para no arrojarme por ese borde, nadando de regreso a través de esa extensión
negra y arrojándome a sus brazos.
»—Si puedo encontrarte —advirtió—, Danton también puede.
»—La próxima vez, estaré listo.
»—¿Héroe?
»Ahora podía oír el ligero temblor en la voz de Dior. Echando un vistazo a
la cueva. 614
»—Tengo que volver —susurré—. Suena asustada.
»—Ella no es de tu incumbencia, amor. Recuerda por qué nos dejaste.
»—Astrid, yo…
»Mi voz falló cuando ella se volvió, escabulléndose como un fantasma,
desnuda y pálida entre los árboles. Nada más que una costa vacía y la caída en el
Volta debajo. Con las manos temblorosas, me enjugué las lágrimas de la cara, me
eché el pelo hacia atrás, escurriéndome por la grieta y entrando en el calor de la
cueva más allá. Dior estaba junto a las llamas, acurrucada dentro de mi abrigo.
»—Ahí estás —dijo.
»—Aquí estoy. ¿Estás bien?
»Se encogió de hombros, como si se estuviera poniendo una armadura.
»—Pensé que tal vez tú… —Frunció el ceño, notando mis ojos inyectados
en sangre. Mi rostro demacrado—. ¿Estás bien?
»—No. Estoy sediento.
»La niña me miró con desconfianza.
»—Sabes… hablas en sueños.
»—Y tú roncas. Pero no me escuchas quejarme. —Miré hacia el amanecer
afuera mientras Dior hacía pequeños ruidos de indignación—. Si estás despierta,
deberíamos ponernos en movimiento. Es un largo camino hasta Redwatch. Y
necesito encontrar algo para fumar.
»Su rostro se agrió ante eso, toda preocupación se desvaneció.
»—Tienes que alimentar la necesidad, ¿eh?
»—No es así —gruñí—. No soy tu mamá. Soy una sangre pálida, niña.
»—Quizás. Pero todavía puedo ver una sombra sobre ti.
»—Esta cosa está en mis venas. Me convierte en lo que soy. No lo hago por
diversión. Lo hago porque tengo que hacerlo. Le das a la bestia lo que le
corresponde, o ella te lo quita a ti.
»—Pero… tu fundición, tus químicos, estaban en tus alforjas.
»Suspiré, lanzando una mirada triste hacia atrás al otro lado del río.
»—Oui.
»—¿Podríamos volver a San Guillaume? Jezabel todavía está en los
establos. Podríamos…
»—No —dije rotundamente—. Demasiado peligroso. Jezabel se soltó 615
durante la batalla de todos modos. Ella está jodidamente lejos ahora. Visité
Redwatch hace años, y hay gente que anda en lugares oscuros. Llegamos al
mercado nocturno, encontraré lo que necesito.
»—¿Qué pasa si no lo haces?
»Tragué saliva. La quemadura ya estaba debajo de mi piel, y pronto se
extendería por mi columna, hasta la punta de mis dedos. Miré los labios de Dior,
la barbilla puntiaguda debajo, esa vena fina y palpitante justo debajo de su
mandíbula.
»Agarré a Ashdrinker de la pared.
»—Pongámonos en marcha.
»Tres días después, apenas nos movíamos.
»Congelarse. Tropezar. Nada para comer salvo unos champiñones
congelados. Nada para fumar en absoluto. Quiso la mala suerte que diéramos con
unos condenados el segundo día: un par de ellos vinieron hacia nosotros a través
de los árboles muertos. Gente de granja: madre e hijo por el aspecto, despachados
por mí y Ashdrinker sin demasiado drama. Pero sin nada para recoger su sangre,
sin forma de cocinarla, tuve que desperdiciarla en la nieve.
»Mis heridas habían sanado, pero la sed se asentaba en mi vientre como un
nudo de llamas ahora, agitándose cada vez más. Seguimos los bancos congelados,
yo tambaleándome al frente, Dior tropezando detrás. El bosque muerto estaba en
silencio, el río lento; un vestido gris con dobladillo de escarcha. El Invierno
Profundo estaba mordiéndonos los talones ahora, e incluso un río tan poderoso
como el Volta pronto se congelaría.
»Si no llegábamos a Redwatch, estaríamos congelados mucho antes.
»Dior estaba acurrucada en mi abrigo, temblando y miserable. No se
quejaba, lo que era una señal a su favor, pero parecía poseída por una irreprimible
necesidad de charlar. Preguntar. Acerca de la Orden de Plata. Sobre San Michon. 616
Sobre vampiros, la capital, cualquier cosa que entrara en su maldita cabeza. No sé
si lo hizo para mantener su mente alejada del frío o la mía de mi sed, o simplemente
para torturarme. ¿Pero recuerdas lo que dije sobre el problema de que la mayoría
de los hombres nunca se callan?
Jean-François asintió.
—Oui.
—Resulta que eso también es cierto para las adolescentes.
»—¿Cómo puede ella hacer lo que hace? —preguntó al tercer día.
»—¿Qué? —gruñí, tropezando a lo largo de la orilla del río.
»Los ojos de Dior estaban fijos en la espada en mi cintura.
617
»—Ashdrinker. ¿Cómo puede herir a los muertos tan fácilmente? Cuando
luchaste contra ese vampiro enmascarado en San Guillaume, esos condenados en
Winfael, parecía que tu espada los quemó. Pensé que solo la plata hacía eso.
»—Ella es mágica —gruñí, respirando una nube de escarcha—. Y estoy
hablando de magia verdadera, ahora. Forjada a partir del corazón de una estrella
caída, mucho antes de que naciera el imperio.
»—Es… impresionante de ver.
»—Deberías haberla visto cuando era más joven. Podría cortar la noche en
dos. —Suspiré, mi mirada vagó por la dama plateada en la empuñadura—. Ella
nunca solía tartamudear, ya sabes. Pero ya no es lo que solía ser desde que se
rompió. Ahora se confunde a veces. Sobre dónde estamos. O cuándo. A decir
verdad… creo que se ha vuelto un poco loca.
»—¿Cómo se rompió?
»—La empujé escaleras abajo después de que hizo demasiadas preguntas.
»—¿Es cierto lo que dijo Bellamy?
»Suspiré.
»—Probablemente no.
»—¿Acerca de que la encontraste en la tumba de un túmulo muerto?
»—Las tumbas de túmulos se llaman túmulos. De ahí el nombre. Y no. Es
pura mierda.
»—Entonces, ¿la ganaste en un concurso de acertijos en Everdark?
»—Nunca he estado en Everdark. No soy tan suicida. 618
»—Así que… tuviste sexo con una mortal reina fae con tanta habilidad que
se murió y…
»—Maldita sea, madura, ¿quieres?
»—Bueno, ¿qué hay de que ella sepa cómo morirán todos?
»Suspiré de nuevo, mirando a Ashdrinker.
»—Eso es cierto.
»—… ¿En serio?
»Miré por encima del hombro.
»—¿Quieres saber?
»—¿Cómo me muero? —Dior tragó con dificultad, castañeteando los
dientes—. Yo… ¿supongo que sí?
»Me detuve y miré.
»—¿Estás segura? No es una verdad que puedas olvidar, niña.
»Me miró a los ojos. Cuadró sus hombros y asintió.
»—Entonces, dame la mano —le dije.
»Obedeció, le temblaban los dedos. La agarré y envolví con el otro puño la
empuñadura de Ashdrinker. La nieve caía suavemente a nuestro alrededor,
derritiéndose sobre nuestra piel mientras fruncía el ceño, murmurando en voz baja.
Entonces abrí los ojos y predije la muerte de Dior.
»—Sigues haciéndome preguntas estúpidas y te ahogo en este maldito río.
»—Dios, eres un idiota —espetó, apartando la mano.
»—Te sienta bien.
»—¿Para qué?
»—¿Alto, moreno y dañado?
»Ella se burló.
»—La verdad es el cuchillo más afilado.
»Levanté un dedo de advertencia.
»—Te haré saber que estoy…
»Jadeé, doblándome de dolor cuando una ola de llamas recorrió mi columna
vertebral. Sosteniendo mi vientre, los ojos cerrados con fuerza, luchando por
mantenerme erguido. Sentí la mano de Dior en mi hombro mientras todo el mundo 619
a mi alrededor se doblaba y se balanceaba.
»—¿Empeorando?
»—Solo empeora, niña.
»—… ¿Hay algo que pueda hacer?
»Inhalé con los dientes apretados para no tener que olerla.
»—Aparte de conjurar a un lindo y gordo condenado y algo con lo que
cocinar, t-tal vez callarte un rato.
»Se mordió el labio.
»—Yo puedo hacer eso.
»—Tengo una moneda de oro real que dice que no duras una hora.
»Continuamos tambaleándonos, congelados y doloridos, la sed arañando el
interior de mi piel. Nunca había pasado más de siete noches sin comer, pero sabía
lo que pasaría cuando me rompiera. Y el pavor puro y negro de ese pensamiento
me tenía más atado que la soga de un verdugo, cada paso, cada minuto, más y más
difícil de respirar.
»—Héroe… —dijo Dior.
»—Cuarenta y siete minutos, niña —gruñí—. Me debes un oro real.
»—No, ¡mira!
»Me quité la escarcha de las pestañas y miré hacia donde estaba señalando.
Y en medio del helado Volta, tal vez a un kilómetro río abajo, vi algo que casi me
hizo creer que el pasatiempo favorito del Todopoderoso no era escupir en mis
papas.
»—Una barcaza —suspiró Dior.
»Ella tenía razón. Un bote de fondo plano se abría camino río arriba,
tripulado por una docena de tripulantes con remos de palos largos. Los barqueros
cantaban mientras trabajaban, y podría escucharlos ahora si lo intentaba, por
encima del pulso acelerado en mis oídos.
»—Había una buena doncella de Dún Fas,
»—Que tenía un culo extraordinario;
»—No redondeado y rosado,
»—Como bien podrías pensar…
—¿Era gris, tenía cuatro patas y comía hierba? —interrumpió Jean-
François.
620
Gabriel sonrió y bebió un sorbo de vino.
—Escuchaste eso antes, ¿verdad?
—Es más vieja que yo —gruñó el vampiro—. Gente del río.
—No cambian mucho. —El santo de plata se rio entre dientes—. El Volta
es el río más grande de Ossway, y la gente ha estado navegando en barcos a lo
largo de él durante siglos. Era una forma más difícil de ganarse la vida de lo que
había sido antes, pero el comercio fluvial se había convertido en el elemento vital
del imperio desde que las guerras se intensificaron. Los sangre fría no podrían
joder con eso. Hasta que llegara el invierno y las aguas se congelaran sólidas, por
supuesto. Entonces comenzaban las juergas.
»—¡Oigan! —gritó Dior—. ¡Aquí!
»Me uní a ella gritando lo mejor que pude, mi estómago todavía ardía. Pero
suspiré de alivio cuando uno de los navegantes nos señaló. Los barqueros se
pusieron en marcha y se acercaron mientras Dior saltaba y saludaba. La
embarcación era de buen roble, tal vez veinticinco metros, y su proa emergía del
agua con la semejanza de un hermoso cisne. Los bienes comerciales abarrotaban
sus cubiertas, pero también transportaba pasajeros; dos veintenas o más. Cuando
la barcaza se acercó, vi que eran refugiados, sin duda huyendo de los señores de la
sangre de los Dyvok y de su guerra por el Ossway.
»La barcaza se detuvo a unos diez metros de la costa, los navegantes nos
miraban con ojos sospechosos. Un tipo ossiani con un rostro canoso y barbudo dio
un paso al frente, con las manos en las caderas. Tenía el pelo rojo llameante y
estaba vestido como un marino, con un sombrero tricornio y un grueso plumero de
color verde mar con botones y adornos de latón.
»—Bonito abrigo —murmuró Dior.
»—Feliz amanecer, viajeros —gritó el hombre con un acento occidental
espeso.
»—Feliz mañana, capitán —asentí.
»—¿Adónde van?
»—Redwatch. Pero cualquier otro lugar que no sea aquí suena encantador
en este momento.
»—Entonces, el Ángel de la Fortuna les sonríe. Aparte que este es nuestro
destino. ¿Tienen monedas?
»Di unas palmaditas en el bolso que colgaba del cinturón de mi espada junto
a Ashdrinker. La mirada del hombre se detuvo en la hoja, y ahora se dirigió a Dior.
Estudié a los pasajeros que iban detrás: hombres y mujeres mugrientos, niños 621
delgados, todos mirando con algo entre hostilidad y curiosidad.
»—Bueno, naden con su bolso y serán bienvenidos a bordo —declaró el
capitán.
»—¿Nadar? —Dior se burló—. Esa agua está jodidamente helada.
»—También lo es jodidamente correr, niña. Y debes pensar que soy siete
matices de imbécil para recoger a dos desconocidos pálidos como ustedes en días
oscuros como estos sin una prueba.
»Me temblaban demasiado los dedos para manejarlo, así que me quité el
guante con los dientes. Los ojos del capitán se agrandaron al ver a mi estrella de
siete puntas.
»—Estás lo suficientemente a salvo conm-migo a bordo, capitán.
»—Santo de plata… —fue el susurro entre los refugiados.
»El capitán se rascó la espesa barba pelirroja, luego se volvió hacia el
navegante que estaba a su lado y le ordenó que fuera a buscar su esquife. Dior
observó las aguas oscuras debajo de nosotros con ojos nerviosos cuando nos
llevaron a la barcaza, pero pronto estuvimos a bordo y mi mano temblorosa golpeó
la del capitán.
»—Merci, mon ami. Estamos en deuda contigo.
»—No tengo ninguna deuda, santo de plata. —El hombre se inclinó—. Es
un honor para mí concederte el paso. Me llamo Carlisle á Cuinn. Mi hermano luchó
con dos de ustedes en el sitio de…
»Me agarré el estómago, tambaleándome cuando otra ola de dolor me
atravesó. Dior agarró mi brazo, Carlisle mi otro.
»—… ¿Está bien, hermano?
»Apreté mis dientes afilados, la visión inundada de rojo.
»—¿Qué tan lejos de Redwatch, capitán?
»—Dos días —respondió el grandullón—. Si nos movemos con prisa.
»Dior miró a Carlisle a los ojos.
»—¿Puedo pedirle humildemente que lo haga, monsieur?
»El capitán lanzó una mirada preocupada en mi dirección, pero pronto
empezó a ladrar órdenes. Dior y yo salimos del camino, entre el cargamento
apretado y los refugiados. Eran un grupo abigarrado, ojos vacíos y manos sucias.
Observaron con curiosidad, sospecha, asombro, mientras Dior y yo nos dirigíamos
hacia la proa y nos desplomábamos cerca del mascarón de proa.
622
»—Te ves como una mierda —susurró.
»—No nos parecemos en n-nada —dije.
»Su sonrisa era fina como el agua.
»—¿Puedes durar dos días más?
»Me acurruqué en una bola, con los brazos alrededor de mi vientre.
»—¿Quieres una apuesta?
»La niña se miró la mano y se pasó el pulgar por el antebrazo. Podía ver la
vena debajo de su piel, azul claro, palpitando con esa enloquecedora y hermosa
vida.
»—Tal vez tú…
»—No —gruñí, mis dedos chasqueando alrededor de su muñeca.
»—Me estás lastimando —susurró.
»Solté mi agarre, avergonzado y repugnado.
»—Lo siento, solo… no me vuelvas a ofrecer eso, ¿sí? Ni siquiera lo
pienses.
»—¿Por qué? Si es la elección entre eso y morir de hambre…
»—Porque no soy un puto animal. Así que prométemelo.
»Me miró, sus labios finos.
»—Lo prometo.
»Y así empezó. Dos días de infierno mientras navegábamos por el Volta a
lo que parecía un paso de tortuga. Carlisle vino a ver cómo estaba después de una
hora más o menos, pero le di respuestas monosilábicas hasta que recibió el mensaje
y me dejó en paz. Probablemente fui el primer miembro de la Ordo Argent que
esta gente había visto en persona, y estoy seguro de que el buen capitán y el grupo
estaban decepcionados con el espectáculo que estaba montando. Pero solo estaba
luchando por mantenerme entero. Mantuve la cabeza gacha, consciente de que
Dior estaba sentada en vigilia a mi lado. La niña no se movió ni un centímetro
hasta que sonó la campana de la cena, y luego se fue por un momento.
»—Hay un hombre muriendo allí.
»Parpadeé a través de la neblina y miré hacia arriba cuando ella me entregó
un cuenco de madera de… lo has adivinado, estofado de patatas.
»—¿Qué?
»—Allá atrás —Asintió—. En el culo del barco. 623
»Levanté el cuenco y tragué un bocado.
»—El culo de un barco se llama popa.
»—Está con su familia. Refugiados de Dún Cuinn. Toda esta gente. —Se
apartó el pelo de la cara—. El hombre se rompió la pierna durante el viaje. Se está
volviendo negra.
»Miré hacia la popa y vi a la familia de la que hablaba Dior entre la multitud.
Un tipo de rostro desgarbado con una esposa esbelta, dos muchachas con ojos de
un viejo azul cielo. El pobre bastardo estaba tendido en el regazo de su amor,
empapado de sudor a pesar del frío del invierno.
»—Puedo olerlo desde aquí —asentí—. La pierna se ha vuelto séptica. Es
un hombre muerto.
»—Su nombre es Boyd. Su esposa es Brenna. La mayor es…
»—No estás contemplando lo que creo que estás contemplando…
»Dior miró esas cicatrices en su palma. Hasta mis ojos.
»—¿Y qué es eso?
»—Algo que hará que te maten —gruñí, bajo y mortal—. Mira alrededor.
Estos son campesinos, niña. No se llevan bien con la magia y no creen en los
milagros. En lo que creen es en la maldad y la hechicería oscura. Empiezas a abrir
las venas y a poner manos ensangrentadas para curar a la gente de sus males, y te
quemarán por ser una maldita bruja.
»—No necesito sermones tuyos, héroe.
»—Entonces saca la cabeza por tu culo —siseé.
»—Bien, ¿sé que estás en un estado? Pero voy a necesitar que te apartes de
mis tetas aquí.
»Miré su delgado pecho.
»—No tienes tetas.
»Dior jadeó, atónita de indignación.
»—Tú maldito…
»—Escucha, llegas a San Michon, haces cualquier mierda que necesiten.
Hasta entonces, mantén la cabeza gacha. Porque no estoy seguro de que lo hayas
notado, pero si tenemos problemas, seré tan útil como un par de bolas peludas en
un sacerdote.
»Dior frunció el ceño y empezó a sorber su cena. Haciendo pucheros.
Hosca. Era un personaje, esta chica. Una fina franja de mierda de gaviota con 624
costras en los nudillos. Siempre lista para una pelea, para responder, para escupir.
Pero resulta que había un alma buena debajo de todo ese frente. Ojos que veían las
heridas del mundo y un corazón que quería arreglarlas. Por un momento, me
recordó tanto a mi propia Patience que tuve que recuperar el aliento.
»—Mira. —Apreté los dientes—. Disculpa. Soy una mala compañía cuando
tengo sed.
»—Tengo noticias para ti. No eres un cubo de risas cuando no tienes sed.
—Frunció el ceño—. Tengo tetas que harían animar a los ángeles, mierda gruñona.
»—Confiaré en tu palabra. Pero no voy a montar tu culo escuálido por el
gusto de hacerlo. Estamos en un mundo de enemigos aquí, niña. Dejando a Danton
a un lado, está esa bruja de sangre enmascarada persiguiéndote y, por lo que
sabemos, la Inquisición todavía está acechando tu rastro. —Fruncí el ceño,
tragando un bocado hirviente—. Maldito Rafa. No entiendo por qué él y sus
hermanos enviaron un mensaje al Pontífice acerca de ti. Augustin es un nido de
víboras. Siempre lo ha sido.
»—Bieeeen. —Dejó escapar un suspiro triste y se mordió el labio—. La
Inquisición no es realmente culpa de Rafa. Esas dos perras que nos echaron de
Dhahaeth…
»—¿A las que disparé? ¿Las conocías?
»Miró su muñeca. Ese fino garabato de azul, como grietas en mármol
pálido.
»—Digamos que no necesito un sermón sobre lo que la gente hace con las
brujas estas noches.
»—Razón de más para mantener tu don en secreto.
»—… Quizás.
»—No puedes salvar el mundo de un centímetro a la vez, niña. Créame, he
tra…
»La sed volvió a surgir, rojo sangre y punzante. Apreté los dientes, sentí
que crecían mucho en mis encías, doblándome para que mi cabello pudiera ocultar
mi rostro retorcido.
»—¿Quizás deberías dormir? —murmuró Dior.
»—¿Quizás podrías golpearme hasta dejarme inconsciente?
»—Dios, con mucho gusto.
»—Simplemente no la c-cara, ¿de acuerdo?
»Suspiró. 625
»—¿Con esto bastará?
»Miré hacia arriba y vi un frasco de hojalata batiéndose en su mano.
»—¿Es eso…?
»—Huele a mierda de perro empapada de pelo en llamas, pero estoy
bastante segura de que es licor.
»Desenrosqué la tapa, mi nariz ardió por el olor.
»—¿Dónde lo conseguiste?
»—Seis años en las calles de Lashaame, ¿recuerdas? —Encogió sus
hombros delgados—. Lo saqué del bolsillo del capitán. Así que tal vez sea mejor
que lo bebas rápido y…
»Su voz se apagó cuando eché la cabeza hacia atrás y me tragué todo el
frasco. El licor ardió como fuego, pero, aun así, ayudó a apagar un poco la llama
en mi estómago. Me acosté y acurruqué en una bola, dolorido y miserable,
queriendo solo estar entumecido.
»Dior suspiró.
»—Eres un maldito desastre, héroe.
»—No culpes a la hoja. Culpa al he-errero.
»Suspiró y tamborileó con los dedos sobre las rodillas.
»—Yo vigilaré. Duerme ahora.
»Cerré los ojos, hundiéndome en la oscuridad detrás de ellos. Buscando
tranquilidad. El Todopoderoso no me había estado haciendo muchos favores
últimamente. Y, como le había dicho a Rafa, era solo un tonto que se titulaba a sí
mismo quien se imaginaba que el bastardo escucharía.
»Aun así, casi oré de todos modos.

626
»La llamaban Cuna de los Mártires. La llamaban la Ciudad Escarlata,
Saintsholme, la Isla de los Siete Pecados. Pero sobre todo, la llamaban Redwatch.
»Había comenzado como lo hacen la mayoría de las ciudades fluviales,
como un pueblo de pescadores. Pero saltó a la fama como el lugar de nacimiento
del cuarto mártir, el propio San Cleyland. Era un hombre de mierda según todos
los informes, un borracho en una pelea de bar, pero tenía un talento notable para
la matanza. Visitado por la Madre Doncella en un sueño, Cleyland reunió a un
ejército de locos fieles y marchó hacia Ossway, con la intención de llevar la Fe
Única a los paganos del oeste.
»Murió, por supuesto. Siendo un mártir y todo eso. Murió en una valiente
batalla contra una coalición de clanes ossianis, o murió asfixiado con un hueso de
pollo durante una pelea de victoria, dependiendo de lo que leas. Pero no antes de
haber convertido a la mitad del país a punta de espada y construido una serie de
prioratos para la Madre Doncella que se mantienen hasta el día de hoy. A cambio
de su fiel carnicería, el Todopoderoso le dio a Cleyland la llave del infierno, y el
gran hombre vigila sus sombrías puertas hasta el día de hoy. Y si crees que designar
la custodia del abismo a un duende idiota con cabeza de alfiler que no sabe qué
parte del pollo es segura para comer suena una idea terrible, tú y yo estamos 627
totalmente de acuerdo.
»Llegamos a su lugar de nacimiento cerca del final de la segunda noche, y
nos dirigimos hacia una zona de muelles abarrotada de gente. Redwatch pudo
haber comenzado como una aldea, pero ahora era un fuerte de la ciudad, y uno de
los mejores del imperio. Construida sobre una amplia isla en medio del Volta, sus
murallas y torres estaban hechas de arcilla roja del río, de ahí uno de sus muchos
nombres: la Ciudad Escarlata. Sus edificios estaban apretados e imponentes, los
ciudadanos vivían unos encima de otros como ratas en un maldito laberinto. En su
lado este, un torreón funesto hacía agujeros en el cielo, y hacia el norte, el Priorato
de San Cleyland mantenía la vigilancia de una madre sobre la ciudad de su
nacimiento.
»Yo estaba en una de las peores condiciones de mi vida. La sed me tenía
tan tenso para entonces, que todo el mundo estaba teñido de escarlata. Dior le dio
las gracias al capitán Carlisle en mi lugar, y el hombre me miró con algo entre
lástima y miedo a medida que pasaba arrastrando los pies, el cabello caído sobre
mi rostro. A mi alrededor, podía olerla, sentirla, saborearla. Sangre.
»Sangre.
»Aun así, quedaba lo suficiente de mí para notar que Dior compartió un
pequeño asentimiento con un pasajero mugriento mientras subíamos al
embarcadero. La última vez que lo vi, el hombre había estado acostado en el regazo
de su novia, muriendo de una infección. Una mirada a él me dijo que su pierna una
vez rota estaba ahora recta como una lanza, y no podía oler ninguna sepsis en sus
venas. Hizo una reverencia, llevándose la mano al corazón cuando pasamos a
trompicones. Su esposa tenía lágrimas en las mejillas; sus hijas hicieron la señal
de la rueda, mirando a Dior con ojos pasmados de un viejo azul cielo.
»Miré la mano de Dior y vi una tira limpia de tela ensangrentada alrededor
de su palma.
»—No hiciste…
»—Tetas —dijo, señalando su pecho—. Justo fuera de ellas.
»—Maldita idiota.
»—Tuve cuidado —siseó—. Les hablé por la noche. Nadie más lo vio.
»Negué con la cabeza.
»—Voy a decirte algo ahora, niña. Y marca estas palabras, porque hay que
vivir con ellas: siempre es mejor ser un bastardo que un tonto.
»—No eres mi maldito padre, ¿verdad? No necesito palabras tuyas para
vivir. Ahora, dime dónde está este maldito mercado nocturno para que podamos
conseguir lo que necesitas. Porque si te caes aquí, dejaré tu culo hosco para las 628
malditas ratas.
»—Ahí —me las arreglé para decir—. Hasta ese callejón.
»Había pasado más de una década desde que visité Redwatch y, como en
todas partes del imperio, todo estaba peor que cuando lo dejé. Para empezar, estaba
mucho más concurrido, las calles estaban llenas de gente incluso después del
anochecer. Mendigos con llagas abiertas y refugiados con rostros afligidos y de
batalla, predicadores callejeros y prostitutas, príncipes pescadores y remachadores,
y dondequiera que mires, bastardos fornidos con el amarillo girasol de las tropas
del emperador. Nos abrimos paso a través del tumulto, y pude olerla a mi alrededor,
vibrando en cada vena, corriendo debajo de cada capa de piel.
»Dios ayúdame…
»—¿En qué dirección? —preguntó Dior.
»—El camino apretujado. —Hice una mueca—. M-más allá de los
vendedores ambulantes.
»Pasamos junto a un grupo de ladrones que vendían hechizos contra los
Muertos: colgantes de plata curva, trenzas de cabello de vírgenes, collares de
«dientes de duskdancer» arrancados de las cabezas de perros muertos. Tonterías
todas, vendidas por bastardos corruptos y compradas por tontos desesperados. Pero
más allá de los estafadores y ladrones, en las sombras húmedas de la calle de
Redwatch, un tipo con ojos podría encontrarlo. Un pequeño charco de magia
oscura pero verdadera, escondido en la oscuridad.
»El Mercado Nocturno.
»Una sola calle. Algunas tiendas sin rostro. Mujeres con ojos afilados y
hombres desfavorecidos con rostros tatuados, fragmentos de hechizos tallados en
piel morena con cuchillos manchados de tinta. Hierro en el aire. Ceniza y los
sueños de dioses pálidos, muertos mucho antes de que descubriéramos que solo
había Uno. Me dolían todos los huesos, los ojos rojos como la arcilla del río cuando
nos acercábamos tambaleándonos a una puerta negra delgada y golpeé seis veces.
El letrero sobre el umbral simplemente decía EL PRECIO.
»—¡Souris!
»—Este lugar me pone la piel de gallina —susurró Dior.
»—¡Souris!
»—… ¿Su nombre es Ratón?
»—El nombre de ella. Simplemente mantén tus ojos en el lado b-bueno de
abajo y tu boca en el lado correcto de cerrada. Esto es agua profunda. —Golpeé de
nuevo—. Sour…
»La cortina negra de la ventana junto a la puerta se apartó y vi un par de 629
ojos, completamente blancos y aparentemente ciegos, mirando a través del cristal
sucio. Presioné mi estrella de siete puntas contra la ventana, dejando sudor
empañado en el cristal. Incluso me dolían las encías.
»La cortina se cerró. Un momento de mi vida pasó antes de que escuchara
que se soltaban seis cerraduras y seis cadenas. Con un lento crujido, la puerta se
abrió, revelando a una mujer anciana y arrugada, encorvada envuelta en un chal
gris humo adornado con dijes de plata. Pero aunque sus pupilas estaban blancas
por la edad, aun así entrecerró los ojos al verme.
»—Lion Noir —ronroneó, sonriendo con las encías vacías.
»—M-madame —hice una mueca—. Tengo la voluntad de comprar, si le
place.
»Esos ojos de gusano ciego se volvieron hacia Dior, vagando de la cabeza
a los pies. Y finalmente, madame Souris se hizo a un lado.
»—Entra libremente y por tu propia voluntad.
»Entramos, Dior susurrando una maldición suave. La escena era un caos;
como si una tienda de chatarra tuviera un revolcón de odio y borracho con un
manicomio. Cada metro cuadrado estaba lleno de estantes, y cada centímetro
cuadrado de esos estantes estaba lleno: libros y botellas, hierbas y escamas,
pequeñas cosas en escabeche en frascos nublados, relojes de arena en manos
esqueléticas. La tienda estaba iluminada por cien globos químicos que ardían
suavemente y apestaba a orina de gato y locura.
»—Hemos oído que estabas muerto, Lion —comentó Souris, arrastrando
los pies.
»—Lo intentaron.
»Sonrió por encima del hombro.
»—Bien. Dios ama a uno de esos, ¿no es así?
»Seguimos a la anciana a través del desorden, Dior pisándome los talones y
estudiando cada rincón y esquina, hasta que Souris se apoyó en un largo mostrador.
Entre las curiosidades retorcidas, los frascos polvorientos y los libros de piel, se
encontraba una mecedora. Sentado en él, con un bonito vestido de seda gastada
por el tiempo y una peluca empolvada, había un esqueleto humano.
»—Mira quién es, Minou —arrulló Souris—. Nuestro León Negro, de
vuelta de entre los muertos.
»Me incliné ante los huesos.
»—Me alegro de volver a verla, madame. No has envejecido ni una noche. 630
»—Mientras que tú —murmuró Souris—, has visto días mucho mejores.
»—Espero que puedas r-remediar eso.
»—¿Esperando pero no rezando?
»—Ya no es asunto mío.
»—Eso es lo que escuchamos. —Los ojos ciegos se posaron en Dior—.
¿Cuál es tu asunto estos días?
»—Con el debido respeto, madame. Pero ninguno tuyo.
»—Es justo. —Encendiendo una pipa de hueso, aspiró una fina columna de
humo amarillo en mis ojos—. ¿Tu deseo? Recién nos quedamos sin monjas bonitas
con mal gusto para los hombres, me temo.
»Dije la palabra como si fuera chocolate derretido en mi lengua.
»—Sangre.
»—Mucha de esa es gratis justo afuera. Suponiendo que estés dispuesto a
esquivar a los soldados y arriesgarte a que la Inquisición te atrape.
»Dior apartó los ojos de las curiosidades que nos rodeaban.
»—¿Está la Inquisición en esta ciudad?
»—Llegó hace seis noches. —La anciana ladeó la cabeza—. ¿Eso te
preocupa, niña?
»—No soy una niña.
»Souris se rio entre dientes al esqueleto.
»—¿Escuchaste eso, Minou? Ella no es una niña.
»—Nuestra preocupación —siseé—, es el comercio. Y la sangre que
necesito es de un tipo más oscuro.
»—Mmm. —Madame Souris se levantó y deambuló por sus estantes.
Tomando un libro gastado por el tiempo y cubierto de polvo titulado Una historia
completa e íntegra de la floristería elidaeni, lo abrió para revelar una docena de
viales de sangre desecada dentro de un hueco tallado.
»—Me temo que todo de sangre sucia —declaró Souris—. Comercio lento
estas noches. Los Dyvok han hecho un lio en el oeste, y los Voss un alboroto
terrible en el este.
»—Servirán —susurré, secándome el sudor de las mejillas—. También
necesitaré una fundición química. Mortero. Raíz de acebo. Algo de sal roja y…
»La anciana levantó la mano y asintió. 631
»—¿Sangre por sangre?
»—Sangre por sangre —respondí, subiéndome la manga.
»Souris buscó debajo de la encimera, sacó ampollas y un tubo de vidrio con
una punta de hoja plateada. Luego se volvió hacia Dior, mirándola con ojos ciegos.
»—Uno debería bastar, ma chérie.
»Dior frunció el ceño ante eso.
—¿Qué?
»—Esa es la pregunta, ¿no es así, señorita No-una-niña? Qué. —La anciana
se inclinó más cerca, humo saliendo de sus labios arrugados—. He caminado por
los pasillos del rey en amarillo. Probé delicias en los brazos de príncipes desolados
y bailé desnuda bajo las estrellas negras con las novias del Neverafter. Y ni una
sola vez en todos mis años he olido algo como tú. Entonces, ¿qué eres?
»—Lo que es ella no está en el tr-trato —gruñí.
»Souris inclinó la cabeza, mirando el aire vacío justo por encima de mi
hombro izquierdo.
»—Ese es el precio, Lion Noir. No necesito lo que hay en ti. Ya tengo
mucha sangre pálida.
»Apreté los dientes.
»—Esa es la única sangre que se ofrece, madame.
»Souris inhaló, metió la fundición, los viales y las hierbas debajo del
mostrador.
»—Una pena.
»—Espera. —Dior me miró y de nuevo a Souris—. Él los necesita.
»La anciana levantó un frasco con punta de aguja entre los dedos
manchados de tinta.
»—Todo el mundo necesita algo, señorita No-una-niña. Y toda necesidad
tiene un precio.
»Dior se subió la manga de cuero.
»—Entonces yo…
»—No —gruñí—. Así no. N-no por mí.
»—Como quieras. —Souris sonrió como el gato que robó la crema, vendió
la vaca y se folló a la criada—. Estarán esperando aquí cuando cambies de opinión. 632
Incluso te los envolveré, chevalier.
»Dior tuvo la sensatez de no empezar un escándalo ante la anciana y, tras
una pequeña reverencia, salimos cojeando del Precio. Pero tan pronto como
regresamos a las sucias calles, la chica me agarró la muñeca y siseó:
»—¿Estás loco? ¡Necesitas esa sangre!
»—N-no tan mal.
»—¡Apenas puedes pararte! ¿Qué tan mal tiene que ponerse?
»—Escúchame, niña. —La agarré del brazo, con furia en mis ojos—.
Conozco a Souris lo suficientemente bien como para comprarle, pero eso no
significa que confíe en ella. Olvídate de horcas y piras, olvídate de la superstición
campesina. Hay todo un mundo debajo del que la mayoría de la gente ve a su
alrededor, y hay verdadera brujería en él. Los sangre fría no son ni la puta mitad
de esto. Duskdancers. Faekin. Caídos. Deja a un lado al Rey Eterno, la profecía de
Chloe, todo lo demás. ¿Qué crees que pasaría si ese mundo supiera lo que puedes
hacer? —Negué con la cabeza, haciendo una mueca—. ¿La cura para cualquier
enfermedad, cualquier herida, con solo un golpe de cuchillo? Dios, las cosas que
harían para ser tu dueño…
»—¡Pero lo necesitas!
»Apreté los dientes, tosiendo.
»—Resolveré a-algo.
»Era tarde, y el dolor en mí era cegador a medida que regresábamos a la
aglomeración de las calles de Redwatch. Encontramos un albergue junto al muelle:
un lugar lujoso en ninguna parte llamado El Beso de Mandy, sus paredes cubiertas
de enredaderas muertas de hollanfel y shadespine. Le pagué al tabernero el doble
de lo que debía, le dije que no debíamos ser molestados y, con una mirada de
complicidad hacia el «chico» a mi lado, me guiñó un ojo mientras subíamos las
escaleras. Cerrando la puerta detrás de nosotros, caí sobre la cama, acurrucándome
en una bola muy pequeña y miserable.
»Dior descorrió las cortinas, murmurando:
»—Este lugar huele como si alguien hubiera muerto.
»—Alguien probablemente lo hi-hizo.
»—¿Qué vas a hacer ahora?
»—¿Repetir la a-actuación?
»—Maldita sea, héroe, eres…
»—¡Estoy pensando! —gruñí.
633
»—¡Bueno, piensa más rápido! ¡Porque tienes el aspecto de un hombre
medio muerto y moribundo!
»Gruñí entre mis colmillos apretados, le tiré mi bolso.
»—Si necesitas ser útil, ve a buscarme algo para beber en lugar de orinarme
en mi maldita oreja.
»—¿Qué tal si orino en una taza y te guardo la moneda, idiota hosco?
»—Gran Redentor, niña…
»Mi gemido a medias fue silenciado cuando la puerta se cerró de golpe.
Sediento, miserable, me acurruqué más fuerte y traté de pensar más allá del dolor
aplastante en mi cráneo, los escalofríos en mi piel. No estaba en condiciones de
amenazar con violencia, y Souris no era una mujer para que la jodieran suavemente
de todos modos: un hombre que trajera una pelea a su puerta sería mejor que llevara
algo más que una espada rota. Podría ofrecer una suma mayor, pero la vieja puta
tenía esos ojos ciegos fijos en Dior ahora. Un lazo de servicio podría ser suficiente,
pero no quisiera unirme a gente como ella y, además, tenía asuntos hacia el este.
Asuntos sombríos y sangrientos de todo tipo. Asuntos que ya me habían arrastrado
lejos de casa y del hogar, y aún, ni siquiera había comenzado…
»Como para recordarme, escuché arañazos en la ventana. Uñas afiladas
flotando sobre un vidrio frío. Mi estómago dio un vuelco, y levantando la cabeza,
esperaba encontrar ojos oscuros mirándome, recordándome la deuda pendiente.
Pero solo soplaba el viento, que soplaba una enredadera de hollanfel seca a través
del cristal.
»Cerré mis ojos. Maldito todo. Esta bestia era y pronto me convertiría. La
puerta se abrió y algo frío y pesado me cruzó la mejilla. Jadeando, entrecerré los
ojos ante lo que me había golpeado y vi una botella de disolvente de pintura que
podría haber pasado por vodka. Dior estaba en el umbral, ceñuda.
»—¿Algo más, Majestad? ¿No? Bien.
»Fue a cerrar la puerta de nuevo cuando yo croé:
»—¿A dónde vas?
»—Apesta aquí —escupió—. Y hay una linda doncella en el piso de abajo
con una bolsa de cigarrillos que parece una maldita compañía más agradable que
tú. Así que cuando hayas terminado de pensar y hayas metido una lengua cortés
en tu cabeza, ven a buscarme. ¿Hasta entonces?
»Cerró la puerta con más fuerza, haciéndome estremecer. Y como un
mendigo, como un perro, rompí la cera de esa botella y me la bebí sin pausa. No
era nada parecido a lo que necesitaba, ni mucho menos lo que anhelaba. Pero sirvió
lo suficiente para ahogarme, empujarme hacia abajo en suaves brazos negros,
donde el dolor podría no encontrarme. El miedo en mí estaba aumentando, un 634
pensamiento más allá de todos los demás: el pensamiento de lo que haría cuando
me rompiera. La oscuridad se elevaba a mi alrededor, piedra fría, húmeda y
pegajosa, el color de los labios de mi dama la última vez que la besé.
»Y aunque no había nada más que oscuridad fuera de la ventana, aún
escuché su voz, resonando en el negro detrás de mis ojos.
»—Recuerda por qué nos dejaste.
»—Recuerda por qué nos dejaste.
»—Héroe.
»La voz rompió los sudores, la escarcha quebradiza del sueño.
»—¡Héroe!
»Abrí los ojos, jadeando, sentándome en la cama y lamentándome
profundamente. Parpadeando, con los ojos nublados, arrastré el cabello fuera de
mi frente febril y miré. Dior estaba a los pies de mi cama, con los mechones
cenicientos echados hacia atrás de sus ojos parpadeantes. Dejó un brazado sobre
el colchón a mis pies; un paquete envuelto en arpillera opaca atado con una cuerda.
Y miré atónito y desconcertado mientras ella quitaba el lazo y me mostraba lo que
había dentro.
»Mortero. Fundición. Raíz de acebo. Sales rojas. Una docena más de
hierbas y químicos. Y al final, como un racimo de joyas en una corona robada, una
docena de ampollas de sangre oscura y seca.
»—La anciana lo envolvió —sonrió—. Como ella dijo.
»—Dime que no le diste tu sangre a esa perra polvorienta.
»Dior plantó su bota en la cama, buscó dentro y giró una fina billetera de 635
cuero entre sus dedos. Recuerdo que nos atacamos el uno al otro fuera de ese pub
en Winfael.
»¿Tienes una llave, listillo?
»Para cada esclusa del imperio, tonto.
»—¿Robaste estos? —siseé.
»Dior sonrió, orgullosa como un señor y el doble de torcido.
»—¿Maldita sea, te vieron?
»Sacudió su cabeza.
»—Inteligente como tres gatos, yo.
»—Perra descarada…
»—Adulador.
»Era un tonto el que robara en lugares como el de Souris y el mercado
nocturno, pero la verdad es que podría preocuparme por el problema más tarde. En
cambio, me levanté de la cama como si el Redentor se levantara, agarré el mortero
y me puse a trabajar.
»Rompiendo el sello de cera en el primer frasco, mis manos temblaban tan
fuerte que casi derramo mi premio. La sangre parecía ser del tipo más pobre, pero
el olor aun así inundó mi lengua. Mezclé la raíz de acebo, la sal roja, la queensong,
la receta tan familiar como mi propio nombre, casi sin creer que después de días
de sed, el dulce alivio pronto sería mío. Esparciendo la espesa pasta roja sobre la
placa calefactora de la fundición, la puse junto a la chimenea y comencé a caminar.
»Diez minutos.
»Diez minutos y estaría en casa.
»Dior se había dejado caer en el colchón, con los brazos abiertos y los ojos
cerrados. La miré de reojo, negando con la cabeza con incredulidad.
»—Ni siquiera quiero preguntarte cómo lo hiciste —suspiré—. Haría falta
un carro lleno de zorros con diplomas en astucia de la Universidad Augustin para
entrar al Mercado Nocturno sin invitación.
»Dior murmuró, con los ojos aún cerrados.
»—Cuidado, héroe. Eso sonó un poco a un elogio.
»—Lo fue.
»Abrió por fin los ojos y se apoyó en un codo.
»—Dulce Madre Doncella. Estás realmente enfermo, ¿no es así?
636
»Era vergonzoso lo bien que me sentía. Cómo la simple promesa de una
solución me puso tan ligero como las nubes. Caminé de un lado a otro ante la
chimenea, jugando con el pedernal en mis calzones, mirando las llamas, la
fundición, el sanctus que se secaba dentro.
»Pero aun así, había una duda que se avecinaba ahora, más allá de la
ventana. Miré hacia el vidrio vacío, todavía medio esperando verla allí. La sombra
que me había seguido todo el camino desde Sūdhaem, acercándose cada vez más
a cada paso.
»Recuerda por qué nos dejaste.
»—He estado pensando…
»—Yo también —murmuró Dior.
»Me agaché contra la pared, con los brazos apretados alrededor de mi
estómago cuando una nueva ola de agonía ardiente me atravesó.
»Solo unos minutos más…
»—Madeimosse a-antes mosieurs.
»—Como desees. —Dior se sentó en la cama y se mordió una uña rota—.
Ahora… por favor, ten en cuenta que sigues siendo el capullo más hosco que he
conocido. Eres un borracho. Y adicto. Actúas como un maldito bastardo y, sin
embargo, de alguna manera pareces orgulloso de ello. Según mis cálculos, las
personas que odian a otras personas generalmente se odian a sí mismas. Pero aun
así… me apoyaste cuando no tenías ninguna razón para hacerlo. Después de lo que
pasó en San Guillaume, podrías haberme dejado atrás, pero mantuviste tu palabra
a la hermana Chloe. Incluso fue más allá. Estaría muerta si no fuera por ti.
»Levanté una mano temblorosa.
»—No tienes q…
»—No, no, déjame terminar. Puedes actuar como un maldito bastardo, pero
yo también he sido una perra contigo. No te traté con justicia. Creciendo como lo
hice… Digamos que los hombres que mamá trajo a casa no me dejaron con la
mejor opinión de ellos. Pero eres honorable. Todo lo que dice la gente del héroe.
Entonces —respiró como si exhalara veneno—, lo siento.
»—Está bien, niña.
»—Sabes, tengo un nombre. Y nunca lo usas. Ni yo el tuyo, para el caso.
»Caminó a través de la habitación con sus botas de mendigo y extendió la
mano.
»—Disculpas, Gabriel de León. 637
»—Aceptadas, Dior Lachance. Y los mismo digo.
»Sonrió, una sonrisa torcida y bonita. Girando sobre sus talones, caminó
hacia la ventana como si le hubieran quitado un peso de encima. Miró hacia el
tenue amanecer del exterior, hacia el cuero batido en el que estaba envuelto.
»—Sabes, este abrigo tuyo tiene cierto aire de peligrosidad y todo eso, pero
debería conseguir el mío antes de partir. Todo el aspecto alto, oscuro y tatuado
funciona bien para ti, pero se deben estar congelando tus bolas con esa túnica. Y
seguramente hará frío como la alegría de un muñeco de nieve en el norte.
»—Dior…
»—Mis disculpas. —Sonrió, metiéndose el pelo detrás de su oreja—. Sé
que hablo mucho a veces. ¿Dijiste que también habías estado pensando?
»Me mordí el labio, los colmillos rozaron la piel sedienta.
»—Después de descansar, deberíamos ir al torreón. Hablar con el capitán.
»—¿Sobre el camino a San Michon?
»—Acerca de encontrar algunos soldados para que te escolten hasta allí.
»—… ¿Quieres decir que vengan con nosotros?
»—Quiero decir que es probable que algunos de los oficiales con los que
serví en las campañas de Ossway sigan merodeando en un fuerte así de grande.
Puedo decir una buena palabra. Conseguirte unos bastardos bien duros para que te
cuiden las espaldas. Un caballo sólido, algunos…
»—Espera… —Miró fijamente, todo su mundo se quedó quieto—. ¿Me
estás dejando?
»—No sola —insistí—. Estos son buenos hombres. Veteranos. Te
acompañarán a través del…
»—Me estás dejando.
»Apreté los dientes, bajé la cabeza. No es por eso por lo que vine aquí.
Cuidar a esta chica no era la razón por la que me fui de casa. Tenía una famille.
Una deuda, oscura como la noche y roja como un asesinato. No importaba la
sangre en las venas de Dior, esta tarea no era mía. Yo no era un creyente. Ningún
fanático. Las profecías eran para tontos y fanáticos, y después de todo lo que Dios
me había hecho, yo era el último bastardo vivo que elegiría salvaguardar su propia
carne y sangre.
»Tenía una hija propia en la que pensar.
»Pero aun así, la mirada en los ojos de Dior me golpeó el corazón. Tan
herida que tuve que darme la vuelta. Una lágrima se derramó por su mejilla, la 638
primera que la vi llorar, incluso con toda la sangre y el dolor que habíamos vivido.
Y su labio se curvó, miró hacia las cicatrices de cuchillo talladas en sus palmas, y
suspiró.
»—Maldita sea, lo sabía…
»La puerta se salió de sus bisagras y se estrelló contra el suelo. Me puse de
pie cuando una docena de soldados irrumpieron en la habitación, vestidos de
escarlata, garrotes en la mano. Ashdrinker estaba apoyada contra la pared, y me
lancé hacia ella, desesperado. Pero la sed todavía estaba roja y en carne viva dentro
de mí, mis músculos se debilitaron cuando cuatro de los bastardos se estrellaron
encima de mí.
»—¡Suéltenme! —gritó Dior. —¡Déjenme ir!
»Escuché un crujido, un chillido de garganta profunda que me dijo que la
entrepierna de alguien se había encontrado con la bota de Dior. Me retorcí,
sintiendo una mandíbula estallar cuando mi codo chocó con ella. Pero los garrotes

639
caían como lluvia, y por encima del sonido de mi pulpa de carne, escuché pasos
lentos que se acercaban a mí a lo largo de las tablas. Se detuvieron justo antes de
mi cara, y entrecerré los ojos a través de la bruma sangrienta: tacones altos, hasta
las rodillas, envueltos en tiras de piel con púas. Mis ojos vagaron por las piernas
cubiertas de cuero más allá, hasta sus dueñas.
»Su cabello era negro, cortado en flecos puntiagudos, ojos ocultos por
tricornios con velos cortos y triangulares. Guanteletes negros ornamentados
cubrían sus manos derechas, las yemas de los dedos afiladas como garras. Y se me
heló el estómago cuando vi que sus tabardos rojo sangre estaban marcados con la
flor y el mayal de Naél, el Ángel de la Bienaventuranza.
»La primera inquisidora entró en la habitación y levantó a Ashdrinker de
las tablas del suelo donde había caído.
»—Hoy han hecho la obra del Todopoderoso —declaró la mujer.
»—Merci, hijas piadosas —dijo la segunda, mirando por encima del
hombro.
»Escuché a Dior maldecir cuando vi a dos muchachas refugiadas en la
puerta, mirando con ojos de un viejo azul cielo. La mayor asintió, hizo la señal de
la rueda.
»—Véris, hermanas.
»—¡Malditas cerdas traidoras! —rugió Dior—. ¡Le salvé la vida a su padre!
»La primera inquisidora abofeteó a Dior. La cabeza de la niña azotó sus
hombros, salpicando sangre.
»—Silencio, bruja. Nos has conducido a un baile alegre. Pero ahora la
canción terminó.
640
»Suspiré, mirando a la otra. Ella me miraba fijamente, jugando con el dedo
en el agujero irregular de la boulette en su tabardo.
»—Tenía la s-sensación de que las volvería a ver, perras.
»—¿Perras?
»La mujer sonrió y levantó el pie.
»—Oh, los himnos que cantaremos, hereje.
»—Y su bota cayó como un trueno.
»El agua helada se estrelló contra mi cara y el negro se convirtió en un
blanco ardiente.
»Escupiendo, me quité el cabello empapado de los ojos. Estaba en una
habitación oscura, helada; bajo tierra, según el sonido. Se fijaron ganchos de hierro
en las vigas. Las paredes eran de piedra roja y, a través de la pesada puerta, podía
escuchar a mujeres cantando himnos arriba.
»Esta no era una celda de prisión, me di cuenta. Yo estaba debajo del
Priorato de San Cleyland probablemente, en lo que parecía ser su vieja bodega de
carne.
»Y yo era la carne.
»Me habían desnudado, esposado de las muñecas y colgando de uno de esos
ganchos de hierro, de modo que solo las puntas de los dedos de mis pies tocaban
las losas. Me palpitaba la cabeza, mi sed vivía y respiraba. La inquisidora que había
bailado sobre mi cráneo estaba frente a mí, vestida con cueros negros y su tabardo
rojo sangre. Ella todavía usaba su tricornio, rasgos en su mayoría ocultos por su
velo, pero podía ver labios rojos, curvados y crueles.
»Su hermana no estaba a la vista, pero un hombre de gran constitución 641
estaba parado en un banco de carnicero a lo largo de la pared. Junto a un bulto
envuelto en arpillera, vi una impresionante colección de implementos de tortura
reales e improvisados. Un látigo de diez colas, una sierra para huesos, un martillo,
tornillos de mariposa. Metieron un atizador en un brasero de carbones encendidos,
el hierro al rojo vivo.
»—Todos los ingredientes de un feliz fin de semana —siseé.
»La inquisidora inclinó la cabeza.
»—Seguro que puedes durar más que eso.
»—¿Mi esposa h-ha estado contando historias sobre mí otra vez?
»—¿Te refieres a tu puta?
»Mi rostro se oscureció ante eso, mi suave sonrisa se desvaneció.
»—Oh, oui —dijo—. Sabemos quién eres. Lo que eres.
»—Si eso fuera cierto, estarías hablando más educadamente de mi esposa.
»—Soy sœur Talya d'Naél. —Levantó su mano derecha, raspando una garra
de hierro a lo largo de mis bigotes—. Será un placer conocerlos.
»—¿Dónde está D-dior?
»La inquisidora ignoró mi pregunta, con los ojos brillando detrás de su velo.
»—Tú… me disparaste.
»—No lo suficientemente bien, aparentemente.
»—Duele. Mucho. —Clavó la garra, levantó mi barbilla y me miró a los
ojos—. Merci, monsieur De León.
»—Para ti es Chevalier De León. Supongo que es por eso por lo que me
tienes escondido debajo de un convento, en lugar de llevarme al torreón. Es posible
que el capitán local no aprecie que perras mata bebés torturen una Espada del
Reino.
»—No eres una Espada —se burló Talya—. Eres un apóstata. Deshonrado
y excomulgado. Esto es asunto de la Iglesia. Se llevará a cabo en los terrenos de la
Iglesia.
»—¿Te gusta el asunto que hiciste en San Guillaume?
»Talya sonrió, sombría y lúgubre.
»—Supusimos que tu sacerdote podría buscar ayuda allí. Un hombre que se
está ahogando se agarrará incluso a las pajitas. Pero la paja quema, mestizo. Como
los herejes.
»Tragué con fuerza, mi estómago estaba lleno de vidrios rotos. Tan cerca, 642
pude ver la vena golpeando a lo largo del cuello de Talya, oler su sangre bajo su
perfume de cuero y miseria. Su garra afilada se deslizó por mi clavícula, trazando
las líneas del león escritas en mi pecho.
»—Hermoso —suspiró.
»Y con una pequeña sonrisa, me atravesó el pezón con una afilada garra.
»Jadeé de dolor, chocando con mis esposas. La garra de la inquisidora
atravesó el músculo, raspando huesos, la sangre se derramó por mi vientre. Se
inclinó hacia mí y me susurró al oído.
»—Te debo dolor, hereje. Te debo…
»Jadeó cuando golpeé mi frente contra su nariz. Sentí un crujido
satisfactorio, escuché un chillido de gárgaras cuando mi cabezazo la envió
tropezando hacia atrás. Su matón dio un paso adelante, listo para desmembrarme,
pero Talya levantó la mano para evitarlo. Presionó la palma de la mano contra la
sangre que brotaba de sus labios, con el rostro torcido por la furia.
»—Tú… me r-rompiste la nariz…
»—Acércate, perra. La besaré para que mejore.
»—Bastardo infiel.
»Me retorcí, salvaje ante el olor de su sangre. Llenaba la celda, mis
pulmones, mi cabeza, los colmillos brillaban mientras luchaba contra mis ataduras.
»—¿Dónde está Dior?
»Los labios de Talya se torcieron en una sonrisa sangrante.
»—Mi hermana Valya la está confesando.
»—¿La estás torturando? ¡Es una niña inocente!
»—¿Inocente? —escupió sangre, el olor estuvo a punto de volverme loco—
. Dior Lachance es una hereje. Es una bruja. Y es una asesina.
»—¿Qué carajo estás balbuceando? Ella no mató a nadie.
»La inquisidora se burló.
»—Dior Lachance asesinó a un sacerdote, mestizo. Un obispo que dirigía
un orfanato, nada menos. Lo masacró en un ritual, mutiló el cadáver y pintó las
paredes de su casa con su sangre. Y si no fuera por la confesión de sus
conspiradores, es posible que todavía estuviera llevando a cabo sus ritos desviados
en las calles de Lashaame hasta el día de hoy.
»—Pura mierda.
643
»La inquisidora sacó un fajo de pergamino, cubierto con letras negras.
»—Llamarás bruja a Lachance —dijo Talya—. Practicante de ritos de
sangre profana, enviada para sembrar discordia entre los fieles del Todopoderoso.
Nombrarás a los que la ayudaron a escapar de la justicia en Lashaame, a saber,
sœur Chloe Sauvage de la Orden de San Michon y padre Rafa Sa-Araki de la Orden
de San Guillaume, como esclavos de la oscura voluntad de Lachance. Confesarás
tu participación en el aquelarre de chicas y pedirás la absolución de Dios por tu
herejía.
»Mis ojos se entrecerraron, mis colmillos al descubierto.
»—Al carajo que lo haré.
»—Cómo recé para que dijeras eso.
»Talya sonrió y asintió al matón que estaba junto a los implementos de
tortura.
»—¿Philippe?
»El matón arrastró la arpillera a un lado y mi estómago se revolvió cuando
reconocí todo lo que Dior le había robado a madame Souris. Junto a mi fundición,
mis ingredientes, vi viales de vidrio llenos de polvo rojo chocolate. El matón
levantó uno entre el índice y el pulgar, sonriendo mientras soltaba el tapón.
»—Nos tomamos la libertad de embotellarlo para ti —ronroneó Talya.
»El hombre agitó el frasco abierto frente a mí, y el olor del sanctus dentro…
Dios, me golpeó como una lanza en el pecho. De hecho, gemí, jadeando cuando la
sed rugió a través de mí, con los colmillos largos y puntiagudos, el corazón
martilleando, tan cerca, tan cerca.
»Talya tomó el látigo de diez colas y apreté la mandíbula cuando vi que las
correas tenían espuelas de metal. El cuero crujió cuando lo enroscó en su puño,
caminando lentamente detrás de mí, sus tacones haciendo ruido sobre la piedra.
Mi piel se erizó cuando sentí ese guantelete con garras en mi piel de nuevo,
trazando el dibujo de tinta en mi espalda desnuda. Alas de ángel sobre mis
hombros, la Madre Doncella y el Niño Redentor debajo, tallados hace una vida por
manos que me amaban.
»¡Crack!
»Jadeé cuando el hierro y el cuero se clavaron en mi piel.
»—¿Confiesas?
»—¿Podrías apuntar un poco más alto, H-hermana?
»¡Crack! 644
»—Nono… un toque a la izquierda.
»¡Crack!
»—… e-eso es.
»¡CRACK!
»¡CRACK!
»¡CRACK!
»El hierro no lastima a los sangre pálida como lo hace la plata, pero en ese
momento, estaba hambriento, débil, listo para romperme. En lugar de coserse para
cerrarse, mis heridas sangraron como las de un cerdo masacrado. Golpeé mis
cadenas hasta que mi carne se desgarró, la sangre se derramó por mis brazos, la
parte posterior de mis piernas, se acumuló en la piedra debajo de mí. Y siempre, el
aroma de ese sanctus llenó mis pulmones.
»Había sentido un hambre así solo una vez en toda mi vida. Ningún simple
humano puede imaginarse la agonía. Ningún fumador, borracho o perro de
amapola puede siquiera empezar a entender.
Jean-François frunció los labios y habló en voz baja.
—Yo entiendo.
—Sabía que esto era una mierda. Conocía a Dior lo suficientemente bien
como para saber que no era una asesina a sangre fría. Si alguien la había entregado
a la Inquisición, era una traición, no una confesión. Y recordé sus palabras en la
cueva, entonces. Lo que había dicho acerca de que todos la dejaban.
»Yo había hecho lo mismo, me di cuenta. Demasiado envuelto en mi propia
oscuridad. Estaba listo para darle la espalda a esa chica, como todos los demás. Y
me di cuenta de que había olvidado la lección más importante. Una lección
aprendida a través de pruebas de hielo y fuego. Una lección que debería haber sido
grabada en mis huesos con sangre y plata.
—¿Qué lección? —preguntó Jean-François.
El último santo de plata tomó un trago de su botella. Pasó un buen rato antes
de que volviera a hablar.
—Me encontré en la oscuridad. Empapado en esencia de sangre. Sentí la
mano de mi hija en la mía. Sus dedos, suaves contra mis callos, los ecos de su risa
resonando en mi cabeza. Vi el rostro de Astrid flotando en la oscuridad frente a
mí. Pestañas revoloteando en sus mejillas como si estuviera despertando de un
sueño. Labios rojos. Dos pequeñas palabras.
»Hazlo. 645
»No puedo.
»Debes.
»Adelante.
»ADELANTE.
»—¿Quién está ahí?
»Parpadeé con fuerza, empapado en sangre y el perfume del deseo. El dolor
había cesado, el crujido rítmico del latigazo sobre la carne hecha jirones de mi
espalda se había calmado. Miré hacia arriba a través de las cortinas de cabello
empapado en sudor, vi al matón frente a mí, frunciendo el ceño. Podía sentir a
Talya detrás de mí, y juro que bajo el hedor a sangre, cuero y sudor, podía oler el
deseo; la perra sádica estaba mojada como la lluvia primaveral.
»Pero ella se había detenido ahora. Su voz suave.
»—¿Quién está ahí? —preguntó de nuevo.
»Una respuesta vino del otro lado de la puerta y me di cuenta de que alguien
estaba llamando. La voz era ahogada, tímida; una hermana joven del priorato,
supuse.
»—Perdón, inquisidora. Pero su santa hermana envía un mensaje urgente.
»La pareja se miró, Philippe se dirigió hacia la puerta del sótano de la carne
mientras Talya retorcía la cola en su mano, exprimiendo una espesa sopa de sangre
del cuero sobre la piedra a sus pies. El matón abrió la puerta con el ceño fruncido.
»—Será mejor que esto sea imp…
»El tipo se quedó sin aliento cuando un metro y medio de metal dentado se
le clavó en el vientre. El golpe no fue nada poético, pero la espada aun así le cortó
la cota de malla como una navaja a través de la seda. Se agarró el estómago, la
hoja se soltó mientras caía hacia atrás, la sangre y el intestino se derramaron por el
desgarro. Y a través de mi bruma hambrienta, mi corazón se aceleró cuando una
figura entró por la puerta, con ojos azules brillantes enloquecidos por la rabia.
»Dior tomó a Ashdrinker en sus manos y apuntó con la hoja a la inquisidora.
»—Tu hermana dijo que te dijera que la bruja está suelta.

646
—Aquí hay una verdad acerca de la lucha con espadas, sangre fría: incluso
si eres malo en eso, ¿cuando la persona con la que estás luchando no tiene una?
Aún te irá bastante bien.
»Una mirada a su forma me dijo que Dior Lachance nunca había blandido
una espada larga en su vida. Su agarre era una mierda. Su postura era lamentable.
Y como he dicho, es solo en los libros de cuentos que un pequeño bastardo toma
una espada y la empuña como si hubiera nacido para ella. Aun así, esa espada fue
forjada en una época pasada por las manos de leyendas, y aunque estaba rota, Ash
recordó algo de lo que había sido. Por la forma en que la miraba, me di cuenta de
que Dior estaba escuchando a Ashdrinker en su cabeza. Dando un paso adelante
con la hoja levantada.
»Talya gritó una oración a Naél y arremetió con su látigo. Dior se
estremeció cuando las correas rompieron el aire, a centímetros de su garganta.
Grité en advertencia cuando la chica atacó, casi alcanzándome en el movimiento
de retroceso. Pero impávida, Dior dio un paso adelante, cortando el aire con
amplias estocadas, y el látigo de Talya salió de su agarre dando vueltas. La
inquisidora retrocedió, agarró un martillo del banco y gritó pidiendo ayuda a sus
hermanas. 647
»Dior bajó a Ash con una torpe estocada por encima de la cabeza, y la
inquisidora se lanzó a un lado y golpeó el costado del cráneo de la niña con el
martillo. Dior se tambaleó, jadeando, balanceando a Ashdrinker en un arco de
revés que obligó a Talya a alejarse. Para su crédito, la inquisidora no se quedó
atrás, y sola, incluso armada solo con un martillo, podría haber demostrado ser
compatible con Dior. Pero al esquivar el ataque de Dior, se acercó a mí.
»Me arrastré hacia arriba con mis cadenas, sangrando, jadeando, pasando
mis piernas alrededor de la garganta de la mujer. Volvió a rugir por sus hombres,
golpeando con su martillo mi pierna, mi vientre, luchando por liberarse. Y Dior
aprovechó su oportunidad, arremetiendo con Ash y abriendo a Talya como un
cerdo de Firstmas. La hoja atravesó ese tabardo rojo sangre y penetró en la carne
rojo sangre que había más allá. La mujer se tambaleó, se deslizó de entre mis
piernas y cayó al suelo en un charco de sangre, la de ella y la mía.
»El olor del asesinato, la pura y enloquecedora inundación me invadió.
Apreté los dientes, mi visión se inundó, los colmillos me lastimaban las encías.
Dior miró a su alrededor y recogió mi pipa de la mesa. Sin tener cuidado con la
medida, puso un frasquito de sanctus sobre el cuenco y yo lloriqueé al ver el polvo
derramarse en el suelo. Metió la pipa en mi boca, golpeando mi caja de pedernal.
»—Rápido. Respira.
»No necesitaba que me impulsaran, casi llorando cuando el humo golpeó
mis pulmones. Mis ojos rodaron hacia atrás en mi cabeza cuando se estrelló contra
mí y sobre mí, profundo como el río más oscuro, cayendo hacia arriba en un cielo
ardiente. Lo maldije incluso mientras lo amaba, los días de agonía se
desvanecieron en un latido a medida que tomaba otra bocanada.
»Escuché a Dior girar la llave de Talya, sentí que mis ataduras se liberaban
por fin, deslizándose hasta mis rodillas en un charco rojo. Cabeza inclinada. Solo
intentando respirar.
»—M-merci, madeimos…
»Me estremecí cuando mis pantalones se estrellaron contra mi cabeza, mis
botas resbalaron por la piedra.
»—Vístete —espetó—. No puedo permitir al pequeño Gabriel aleteando
mientras corremos por nuestras vidas a través de un convento.
»—… pequeño Gabriel?
»—¡Mierda, vístete!
»Tiré de mis pantalones, mis botas. Haciendo una mueca mientras la túnica
me cubría mi espalda ensangrentada, miré a Dior por el rabillo del ojo. Estaba
recogiendo la fundición, los frascos de sanctus, atando la arpillera con manos
temblorosas. Había robado un camisón de monja para la apariencia, pero estaba 648
empapado con su sangre, y pude ver que sus ojos brillaban de dolor; nuestros
captores no habían sido más amables con ella que conmigo.
»—¿Cómo te soltaste? —murmuré.
»—Lo bueno de los zapatos de mierda como estos. —Palmeó las botas de
mendigo y la delgada billetera de cuero escondida dentro—. Es que la mayoría de
la gente no quiere hurgar en su interior.
»—Perra lista —susurré.
»Las campanas del priorato empezaron a sonar. No el tañido de la misa o el
canto del amanecer, sino una alarma, frenética, resonando en el sótano que nos
rodeaba. Dior miró hacia arriba, maldiciendo.
»—Ellos saben que estoy suelta.
»—Esas campanas tendrán a toda la guarnición de la ciudad sobre nosotros.
»Dior me arrojó a Ashdrinker, agarró el bulto de arpillera y salimos
corriendo de la celda, con huellas rojas detrás de nosotros. Corriendo por el pasillo,
pasamos junto a otro miembro de la cohorte de la inquisidora, muerto de un solo
golpe de espada en la espalda. Miré a Dior, pero ella evitó mi mirada. Subiendo
una escalera con Ashdrinker en la mano.
»No la juzgues, Gabriel. La niña hizo lo que había que hacer, está hecho.
»—Lo sé.
»Ella tiene fuego, esta. Furia. Me recuerda a ti en tu juventud.
»—… Lo sé.
»—Subiendo las escaleras, nos encontramos en la planta baja del priorato.
Podía ver la luz parpadeante de las antorchas delante; las tropas inquisitoriales ya
registraban el patio. Y las campanas estaban atrayendo a más soldados como temía;
ya podía escuchar las distantes y pesadas botas pisoteando las calles de Redwatch
abajo.
»—No es la mejor idea intentar luchar para salir de esto —murmuré.
»Dior asintió hacia las sombras.
»—Por aquí.
»Cojeando, subí otra escalera detrás de ella, mi espalda picada todavía en
carne viva y sangrando. Al coronar el balcón del primer piso, nos agachamos y
corrimos a lo largo de él, evitando el patio abarrotado de abajo. Al final del rellano
Dior me condujo a través de una pequeña puerta y de regreso por un delgado tramo
de escaleras, y nos encontramos en las cocinas del priorato. Alguien seguía
haciendo sonar esas campanas bastardas, y sabía que no teníamos mucho tiempo 649
antes de que nos invadieran.
»Dior agarró un saco de arpillera junto a la puerta, relleno de hojuelas de
patata y productos secos. Me di cuenta de que ya había estado aquí, asaltando las
despensas. Herida, ensangrentada, golpeada como estaba, todavía tenía su ingenio
sobre ella. Pero también me di cuenta de que ella debía haber estado preparándose
para dejarme atrás, que había llegado casi hasta las puertas antes de volver por mí.
»La verdad de Dios, me preguntaba por qué lo había hecho.
»En algún lugar distante escuché un grito que resonó en la oscuridad.
Hirviendo de rabia.
»—Creo que la inquisidora Valya acaba de descubrir a su hermana —
murmuré.
»—Perras enfermas —escupió Dior—. Ojalá las tuviera a las dos…
»Salimos por la parte trasera de la cocina, a lo largo de las paredes del
priorato. Vi la luz de las antorchas en la piedra, escuché a un inquisidor gritar que
debíamos ser encontrados, ¡encontrados! Estaba llegando la primera oleada de
soldados: todos jóvenes, tabardos amarillo girasol, espadas nuevas. Si nos
acorralaban después de que habíamos asesinado a las tropas inquisitoriales, no
estarían de humor para hablar.
»Pasamos un tendedero cargado y, corriendo hacia la tela que revoloteaba,
Dior me tiró un bulto a la cabeza. Áspero tejido casero y encaje. En blanco y negro.
Aunque el hábito era ajustado, el velo cubría al menos mi barba desaliñada. Y
vestidos como hermanas de la Hermandad de San Cleyland, nos arrastramos a lo
largo de las paredes hasta una escalera, luego hasta las almenas de arriba.
»Mirando por encima del borde, vi una caída de doce metros hasta los
adoquines de abajo. Entregándole a Ashdrinker y nuestras bolsas a Dior, palmeé
mis hombros lastimados.
»—Sube a bordo.
»La chica me miró a los ojos, preguntándose un puñado de latidos antes de
finalmente trepar a mi espalda. Con sus brazos alrededor de mi cuello y el
sacramento en mis venas, metí los dedos en el ladrillo y escalé hacia abajo. Podía
sentir los latidos del corazón de Dior martilleando contra mi espalda. Oler nuestra
sangre, roja y fresca en el aire.
»—Lo siento —murmuré—. Que te lastimaran.
»No respondió, simplemente se mantuvo firme hasta que llegamos al suelo.
»La nieve empezó a caer mientras atravesábamos las calles de Redwatch,
silenciosos y rápidos. El fuerte de la ciudad a nuestro alrededor estaba despertando,
esas malditas campanas resonaban en las calles y en las paredes de ladrillo rojo.
Más soldados pasaron corriendo, hacia el priorato, pero envueltos de pies a cabeza 650
con nuestras vestimentas robadas, nos prestaron poca atención. Abriéndonos paso
a través de la profunda oscuridad, pronto llegamos a la mugrienta extensión de los
muelles de Redwatch.
»—Podemos robar un bote —susurró Dior—. Dirigirnos a la costa norte.
»—Espera —le dije, mirando las tiendas sobre nosotros—. Espera un
momento.
»La dejé en la oscuridad, deslizándome hasta un elegante escaparate y
girando la manija de la puerta hasta que sentí que la cerradura se abría. Dentro,
agarré una carga rápida: pieles, capas, mantas, me las puse debajo del brazo y
arrojé un puñado de royales sobre la encimera cuando me fui.
»Al salir, vi que Dior ya había subido a un pequeño bote de remos y se había
adentrado en el Volta. Capté algunas miradas extrañas mientras corría por el
muelle detrás de la chica, el hábito de monja fluía detrás de mí cuando di el salto
y aterricé en el bote con un ruido sordo.
»Vi cómo la Ciudad de Escarlata se desvanecía en la nieve y la niebla detrás
de nosotros. Las campanas del priorato aún sonaban, el perfume de la sangre
flotaba en el aire. Pero parecía que habíamos evitado la persecución. Me hice cargo
de los remos, mirando a Dior mientras remaba hacia la orilla norte. La niña se sentó
encorvada con sus vestiduras, se quitó el velo y lo arrojó al río.
El hielo crujió en nuestro casco a medida que nos acercábamos a los bajíos,
nuestra proa rompiendo la espesa escarcha sucia. Subí al agua helada, arrastrando
nuestra pequeña embarcación hasta la orilla. Pero Dior simplemente se sentó en el
bote, mirando la nieve caer a nuestro alrededor.
»—¿Dior? ¿Estás bien?
»Me miró, muda y sin pestañear. Su labio estaba partido e hinchado. Sus
ojos estaban amoratados. Su rostro estaba pálido y salpicado de rojo. No sabía lo
que esas inquisidoras le habían hecho, pero yo mismo lo había probado. Por un
momento, me pregunté si habrían roto algo dentro de ella, la herida solo sentida
después.
»—Vamos. —Le tendí la mano—. Te tengo.
»Pero ella frunció los labios partidos. Se frotó los ojos amoratados. Dura y
afilada por las calles, y vi la verdad. Aunque no tenía ni idea de cómo blandir una
espada, todavía había recogido una para defenderme. Aunque no tenía ninguna
razón para volver por mí, había regresado. Y aunque la habían golpeado con todas
sus fuerzas como se atrevieron, aun así, ella no estaba rota.
»—Yo me tengo a mí —dijo.
»Y de pie, saltó a la orilla helada. 651
»Resulta que los hábitos de las monjas se queman bastante bien.
»Dior se sentó y observó mientras encendía un fuego, hábilmente asistido
por las vestimentas que había usado en nuestra huida. Había sido madera muerta y
trabajo duro durante kilómetros después de huir de Redwatch, con un frío helado,
y los dos estábamos demasiado cansados y golpeados para hablar mucho. Los
bosques que nos rodeaban fueron deteriorándose durante mucho tiempo,
congelados, pero cuando la luz del sol comenzó a desvanecerse, encontramos un
lugar para detenernos: un roble antiguo con un gran hueco en su vientre. Dos ramas
se levantaban de sus flancos y me recordó a un hombre arrepentido; brazos
extendidos, cabeza echada hacia atrás al cielo.
»Busqué en la penumbra durante un tiempo antes de encontrar lo que estaba
buscando: diminutos sombreros marrones que brotaban en el tronco de un pino
caído. Triturándolos hasta convertirlos en una pasta, herví las sobras en mi
fundición y luego le entregué el brebaje humeante a Dior.
»—¿Qué es esto? —preguntó.
»—Idleshade. —Señalé los horribles moretones en su rostro—. Puede que 652
te confunda un poco el ingenio, pero te ayudará con el dolor.
»Preparé un par de hojuelas de papa y comimos en silencio durante un rato.
La noche era muy fría, los copos de nieve silbaban mientras las chispas se elevaban
hacia el cielo, las polillas pálidas bailaban alrededor de las llamas. Había algo de
paz en todo esto, pero sabía que esta serenidad sería fugaz. Dejando a un lado la
inquisición, Danton todavía nos seguía el rastro, e incluso ahora, estaría buscando
un camino a través del Volta. Puede que llevara algún tiempo. Demonios, podría
tomar hasta que el río se congelara. Pero el invierno profundo estaba respirando
un frío glacial sobre nuestros talones ahora, y más temprano, no más tarde, la
Bestia de Vellene estaría en nuestras gargantas nuevamente.
»—Volviste por mí.
»Dior miró hacia arriba mientras hablaba. Había estado bebiendo té, con los
ojos fijos en las llamas risueñas. Su rostro y labios se encontraban negros y azules,
sangre seca bajo sus uñas rotas.
»—En el priorato —murmuré—. Regresaste por mí.
»—Por supuesto que lo hice.
»—Pensé que te había dicho que es mejor ser un bastardo que un tonto.
»—Y pensé haberte dicho que no eres mi papá. No me digas qué hacer,
viejo.
»Me reí entre dientes. Sonrió débilmente a cambio, pero pronto se convirtió
en una mueca de desprecio.
»—Decidí que te lo debía —dijo—. Fue mi estupidez lo que nos llevó a esa
mierda para empezar. Tú también me advertiste. Sobre confiar en esos cabrones
ingratos en esa barcaza. Me dijiste que mantuviera la cabeza gacha y no escuché.
No sé por qué hago eso. No sé por qué todavía no he aprendido la lección. Todo el
mundo traiciona. Todos se van.
»—No todo el mundo. No siempre.
»—Tú lo harás.
»Respiré hondo y asentí.
»—Y lo siento, Dior. De verdad.
»—No tienes por qué lamentarte. —Se encogió de hombros—. Yo soy la
tonta que sigue cometiendo los mismos errores y esperando que suceda algo
diferente.
»Entonces la estudié a través de la crepitante luz del fuego. Los puños. Las 653
diminutas chispas de rabia en sus ojos. Y me di cuenta de que ella ni siquiera
hablaba más de mí.
»—Estás hablando de Lashaame.
»Encontró mi mirada.
»—Te lo dijeron, ¿eh? ¿Esas perras inquisidoras te dijeron lo que hice?
»—Una versión. —Me encogí de hombros—. Una en la que no creo.
»—¿Te dijeron que maté a alguien?
»—Un obispo.
»—No era obispo, era un bastardo. Un jodido…
»Su voz falló, apretó la mandíbula y se volvió hacia el fuego. Entonces se
vio cansada y golpeada, con todo el peso del mundo sobre sus hombros. Pude ver
una costra aquí, una que quería picotear. Pero no sabía cuánto podría sangrar si lo
soltaba.
»—No tienes que decírmelo, Dior. No te juzgaré mal.
»Suspiró y bajó su cabello sobre sus ojos con las manos. Me di cuenta de
que lo hacía cuando quería evitar que la gente la viera. Un escudo, blanco ceniza,
que la ocultaba del mundo, como ese maldito abrigo mágico.
»—¿Recuerdas que me preguntaste qué quería ser cuando fuera mayor?
»—Peligrosa —asentí—. Y lo demostraste tú misma hoy, seguro y cierto.
»—Sin embargo, fue una mentira. De hecho, nunca me preocupé por ser
peligrosa. Simplemente no quería estar sola. Así como mi mamá terminó, ¿sabes?
Incluso yo la abandoné al final. —Entrelazó los dedos manchados de sangre con
voz suave—. Todos se van. Incluso yo.
»Dior escupió al fuego. Me quedé en silencio y quieto, solo escuchando.
»—Después de que mamá murió, me junté con esos corredores de
alcantarilla de los que te hablé. Diez de nosotros, viviendo en un almacén en los
muelles de Lashaame. El lugar estaba a cargo de un viejo taponero. Se llamaba a
sí mismo el Narrowman. Era un bastardo gruñón como tú, pero Dios… me
encantaba estar allí. Nos dio trabajo, nos llevábamos una parte, nos mantuvo
alejados de nuestras espaldas y rodillas. Incluso nos enseñó a leer con una copia
antigua de los Testamentos. Casi se sintió como si fuéramos una familia durante
unos años.
»—Suena… un lugar interesante.
»—Fue educativo. —Sonrió—. Aprendí el juego allí. Trabajos en las 654
sombras y vandalismo callejero. Trampas de gusanos y trampas de miel. —Se
mordió una uña por un momento, su voz bajó un poco—. Había una carterista en
la gente de Narrowman. Inteligente. Plata-rápida con un cuchillo. Ella también
solía vestirse de niño, pero la vi de inmediato. Llevaba un viejo sombrero de copa
y un abrigo, como la nobleza. —Sonrió levemente—. Se llamaba a sí misma Toff.
No sabía que las chicas podían amar a las chicas. Solo sabía que amaba estar con
ella. Y una noche, ella y yo estábamos sentadas en el techo del almacén hablando
y riendo, y ella tocó mi mejilla y me dijo que era hermosa. Y luego me besó.
»Negó con la cabeza y se pasó las yemas de los dedos por los labios.
»—Nadie me había besado así antes. No sabía que te podían besar así. Fue
como… como si todo mi cuerpo fuera polvo y ella fuera una llama. Uno de esos
besos que lo compararás con cada beso que viene después, ¿sabes?
»Sonreí suavemente.
»—Oui.
»—Pero pude ver una sombra en ella. —Dior me miró—. Lo mismo que
veo en ti. Toff solía tener pesadillas. Y a veces se despertaba llorando. Quería
ayudar, mejorarlo. Siempre le preguntaba qué le pasaba, pero pasó casi un año
antes de que me lo dijera. Sobre un hombre. Un sacerdote. Llamado Merciér —
escupió el nombre como si fuera veneno—. Héroe de la ciudad, lo fue. Guardián
de los pobres. Obispo de Lashaame. Hizo lo suyo dirigiendo el orfanato de la
ciudad. Toff solía quedarse allí, antes de vivir con el Narrowman.
»Dior gruñó un poco, pasando el pulgar por las cicatrices de sus palmas.
»—Resultó que al héroe de la ciudad le gustaban las niñas pequeñas. Y
cuando Toff era más joven, él…
»Negué con la cabeza y gruñí.
»—Maldito bastardo.
»—Estaba tan furiosa por ella. Dije que debíamos pisotear al capullo.
Solo… apagarlo como una maldita vela. Pero incluso después de todo lo que le
sucedió, Toff seguía creyendo. En Dios. En los Testamentos que el Narrowman
solía leernos. Ella solía arrastrarme a misa todos los prièdi. Matar a un sacerdote
era un pecado, dijo. Le correspondía a Dios juzgarlo. No a nosotras. Pero la
convencí de que podíamos robarle a Merciér, al menos. Hombre de la tela. Gato
gordo. Toff merecía una venganza después de lo que hizo ese hijo de puta. Así que
irrumpimos en su propiedad una noche mientras estaba en un servicio privado.
Estábamos a la mitad de limpiar el lugar cuando el bastardo llegó a casa. Olvidó
sus gafas, el estúpido cerdo. Podríamos haber corrido. Hacer una salida limpia.
Pero cuando Toff lo vio… ella simplemente… estalló. Como dije, ella era rápida
como la plata con ese cuchillo suyo. Y ella lo desenfundó y simplemente fue hacia 655
él. Gritando. Apuñaló. Lo golpeó una docena de veces antes de que cayera. Cuando
terminó, dejó el cuchillo enterrado hasta el mango en sus partes íntimas.
»La voz de Dior era ahora un susurro, bordeado de lágrimas.
»—Estaba tan asustada. Toda mi fachada, toda mi charla de ser peligrosa…
maldita sea… —Miró hacia abajo a esas manos manchadas de nuevo—. ¿Sabes
cuánta sangre hay dentro de una persona?
»Asentí, mi voz era suave.
»—Tengo una idea.
»—Traté de llevarla a rastras. Largarnos de ahí. Pero Toff estaba mirando
la sangre en sus manos. Y mientras ella estaba allí temblando y llorando, Merciér
se puso de pie y puso esa navaja justo en el pecho de ella. Una vez. Dos veces.
Traté de quitarle el cuchillo y me cortó las manos bastante antes de que la pérdida
de sangre lo atrapara. Pero cuando cayó, se quedó en el suelo; y agarré a Toff y
corrí, arrastrándola de vuelta a casa del Narrowman. La puse en el suelo y todos
nuestros amigos salieron, y Toff… ella estaba tirada allí intentando respirar y había
tanta sangre y yo solo quería detenerla. Así que presioné mis manos sobre los
agujeros, gritando para que alguien, cualquiera, me ayudara.
»—Te habían cortado las palmas de las manos —murmuré, mirando sus
cicatrices—. Tu sangre…
»Dior asintió.
»—Fue entonces cuando aprendí lo que podía hacer. Allí, en un lugar al que
llamé hogar, rodeada de personas que consideraba famille, salvando la vida de la
chica que pensaba que amaba. Y todos miraron, pálidos como fantasmas, mientras
las heridas de Toff se cerraban y ella se sentaba y me parpadeaba con esos ojos
con los que solía ahogarme por dentro.
»Negó con la cabeza y las lágrimas corrieron por sus mejillas.
»—Y me llamaron b-bruja. Todos ellos. Incluso… incluso ella. Toff me
miró como si fuera yo quien la hubiera lastimado, no que la hubiera salvado. Traté
de tomar su mano, decirle que la amaba y ella se estremeció como si la hubiera
quemado. Como si… me tuviera miedo.
»Asentí, recordando el terror en los ojos de Ilsa esa noche en que supe lo
que era.
»—Sé cómo se siente.
»Dior se secó las lágrimas de las mejillas.
»—Me entregaron al magistrado. Me culparon del asesinato de Merciér.
Todo Lashaame clamaba por mi sangre. Me colgaron en una de esas malditas 656
horcas para que la gente escupiera y arrojara mierda. La iglesia envió un mensaje
a la inquisición, y esas perras gemelas llegaron para quemar a la Asesina de
Obispos. La hereje. La bruja.
»Se encogió de hombros y se mordió una uña rota.
»—Entonces aparecieron la hermana Chloe y los demás. Me sacó de mi
jaula en la oscuridad de la noche y salimos disparadas, tan fuerte y rápido como
pudimos. Toda la mierda por la que había pasado, y aun así me permití pensar que
podría estar bien con ellos. La hermana Chloe me salvó la vida. Bel era dulce como
la miel. Y Saoirse, ella… —Dior negó con la cabeza—. Pero sucede lo mismo.
Una y otra vez. Todas las personas que me importan se van, o se las llevan. Y como
una idiota, sigo haciendo lo mismo una y otra vez y espero que sea diferente. No
sé por qué lo hago. No sé por qué no aprendo la lección.
»—Tienes un buen corazón, niña. Es por eso.
»—Por todo lo bueno que me hace. He arrastrado mi trasero por la mitad
del imperio por esta profecía de mierda, ¿y para qué? ¿Gente que me encerraría en
una horca o me quemaría en la hoguera? Debería ser como tú. Hacer lo que
necesitas. Tomar lo que quieres. Que se joda el resto.
»—No quieres ser como yo, Dior.
»—¿Por qué no? Lo estás haciendo bien. Tienes esposa. Una hija. Algunas
personas que te aman. ¿Pero el resto del mundo? Solo… que se joda todo.
»Entonces bajé la cabeza. Viendo lo que ella veía en mí.
»—Mi esposa solía decirme que el corazón solo se magulla. Nunca se
rompe. No sé si lo creo más. Sé que este mundo es cruel. Que santos y pecadores
sufren lo mismo. Sé que cada vez que le das una parte de ti a alguien, corres el
riesgo de que la rompa. Sé que hay algunas heridas que nunca se curan realmente
y, a veces, todo lo que queda de las personas son sus cicatrices. Sé que el tiempo
nos devora vivos a todos.
»Dior me vio frotar la tinta en mis nudillos, juguetear con mi anillo de
matrimonio.
»—He visto lo peor que este mundo puede conjurar, niña. He visto a
personas encerradas en jaulas y criadas como ganado para saciar la sed de los
monstruos escupidos directamente del vientre del infierno. He visto ejércitos de
hombres fieles sacrificados como cerdos mientras Dios permanecía al margen y no
hacía nada. He visto a padres comerse a sus hijos. Y no puedo decir que mejore.
No puedo decirte que creo, como lo hizo Chloe, que tú serás quien arregle todo
esto. No te mentiré así.
»Aparté mi mirada de las llamas, miré a la niña a los ojos. 657
»—Lo que puedo decirte es que el único cielo que he encontrado en todo
este infierno fue en las personas que amaba. Amigos. Famille. Por lo tanto, debes
seguir pensando lo mejor de la gente, a pesar de ver lo peor de nosotros. Aférrate
a ese fuego dentro de ti, niña. Porque te hace brillar. Y una vez que se apaga, se
apaga para siempre. Debes saber que cometerás errores. Entiende que vas a
magullarte, diablos, incluso podrías romperte. Pero no lo guardes dentro de tu
pecho.
»Me acerqué y le apreté la mano.
»—Apunta tu corazón al puto mundo.
»Dior secó sus ojos y vi que el fuego aún ardía en ellos. Estaba
ensangrentada, oui. Abollada. Pero aún intacta. Ella miró mis dedos envueltos
alrededor de los suyos, los ojos brillando con lágrimas sin derramar mientras leía
el nombre grabado en ellos.
»—¿Esa es tu hija? ¿Patience?
»Asentí.
»—Astrid lo entintó después del nacimiento de Patience. Todo el resto de
esto… —Me subí las mangas para mostrar los bordes de mi égida—… Ángeles y
Madres Doncellas y Mártires, nada de eso importaba al final. Quería algo que lo
hiciera.
»Dior se mordió el labio, pensativa.
»—Sabes… Ashdrinker me lo dijo. —Miró la hoja a mi lado—. Sobre lo
que la Orden de Plata les hizo a ti y a tu esposa. Entiendo por qué no querrías
volver a San Michon después de eso. No te culpo por querer volver con tu famille,
Gabriel. No pediste nada de esto. Y no es tu lucha.
»—Si hay que creer lo que dijo Chloe, eres la lucha de todos.
»—Pero tú no crees.
»Miré hacia el fuego, suspiré desde algún lugar viejo dentro.
»—No puedo creer en un Dios que nos ama. No después de todo lo que he
visto. Pero yo creo esto: mis amigos son la colina en la que muero. Olvidé esa
lección por un tiempo. Pero lo prometo ahora, nunca más. Entonces, si tu camino
es San Michon, lo caminaré contigo. —Apreté su mano de nuevo, tan fuerte como
me atrevía—. No te dejaré.
»Sonrió.
»—Entonces, ¿somos amigos?
658
»—Del tipo más extraño. Pero oui. Amigos.
»Se apartó el pelo de los ojos con los labios fruncidos, pensativa.
»—Sabes… me tratas diferente ahora de que sabes que no soy un chico.
»—No. Te trato diferente ahora de que sé que no eres un hijo de puta.
»Se rio y me hizo reír a su vez para ver. Me di cuenta de que estaba soltando
algo pesado por dentro con esa risa. Algo que había llevado un tiempo.
»—Aquí. —Sonreí—. Te tengo algo.
»—Me volví hacia el paquete que había agarrado de esa tienda junto al
muelle en Redwatch. Estaba envuelto dentro de los pliegues de un pesado abrigo
de piel de zorro que había tomado para mí. Pero arrojé el resto a Dior, uno por uno
a través de las llamas.
»—Calzones nuevos —suspiró—. ¡Y botas!
»—No puedo permitir que corras por las provincias vestida de monja. Ya
tengo una reputación bastante mala para ese tipo de tonterías. También te compré
una blusa. Y esto.
»Sus ojos se iluminaron cuando le ofrecí una levita de caballero de corte
fino. Era de color gris nieve, hasta la rodilla, bordado con hermosos adornos
dorados. Los botones estaban estampados con dibujos de rosas diminutas, un
pasador del mismo motivo para la corbata. La tela era robusta pero suave, la parte
interior forrada de piel, cálida y fina. Era un abrigo digno de un señor.
»—Era el más elegante que tenían —dije—. No estaba seguro del color.
»—No… —Me miró con ojos brillantes—. No, es perfecto.
»—Pruébatelos entonces.
»Con una amplia sonrisa como el cielo, Dior se quitó las vestimentas del
priorato. Hice una mueca al ver las heridas y los moretones debajo, pero la chica
aún se movía como si estuviera bailando, deslizándose la camisa y el abrigo en sus
hombros y abrochando los botones. Estiró los brazos, ajustó la línea y giró en el
lugar, gritando de alegría.
»—Tendrás todo el bosque sobre nosotros —gruñí—. Calma tus tetas.
»—No tengo tetas, ¿recuerdas? —Me dio una patada de nieve e hizo otra
elegante pirueta—. ¿Bien? ¿Cómo se ve?
»Simplemente sonreí.
»—Mágico.

659
660
»Un crujido sonó en la madera muerta detrás de nosotros, y Dior se quedó
quieta, sus ojos se agrandaron. Me puse de pie en un segundo, toda la alegría de
nuestras pequeñas festividades olvidadas, sacando a Ashdrinker de su vaina y
maldiciéndome a mí mismo como un tonto, un idiota, un…
»Había una buena doncella de Dún Fas, que tenía un culo extraordinario;
no redondeado…
»—¡Cállate, Ash!
»Entrecerré los ojos y miré más allá del círculo de nuestro fuego. El bosque
estaba negro, frío, helado hasta los huesos, y lo escuché de nuevo; algo pesado,
resoplando y caminando penosamente a través de la maleza muerta hacia nosotros.
Dior agarró un tronco ardiendo del fuego.
»—¿Un sangre fría?
»—No —susurré—. Puedo oírlo respirar.
»No la Bestia de Vellene, al menos, al menos…
»—Una bestia de algún tipo, sin embargo. Ese es el sonido de cuatro pies,
no dos. 661
»—¿Otro de esos ciervos? —siseó Dior.
»Recordé ese ciervo podrido que enfrentamos en el Bosque de los
Lamentos, su cabeza se despegaba mientras gritaba con voz de niña. Saoirse nos
había advertido que la Ruina aquí era mucho peor que en el sur. Y aunque todavía
no estábamos en la zona norte, todavía me preguntaba si esto era un nuevo horror
acechándonos en la oscuridad, plagado de maldad y retorcido.
»Lo vi venir ahora; una sombra que avanza lentamente hacia nosotros. Mi
agarre se apretó sobre Ashdrinker, y cuando Dior siseó una advertencia, salí para
encontrarla, los dientes se alargaron en mi boca mientras levantaba mi espada…
solo para bajarla de nuevo con la misma rapidez.
»—Dulce Madre Doncella — susurré.
»—¿Qué es? —siseó Dior.
»—¿Jezabel…?
»La yegua relinchó cuando pronuncié su nombre, sacudiendo la cabeza y
pisando fuerte con una pezuña. Se quedó allí en la nieve que caía, una sombra gris
contra la oscuridad más profunda. Tenía las piernas arañadas como zarzas, la
melena enredada y la piel sucia. Pero aun así, no podía creer lo que veía, riendo
mientras tropezaba a través de la escarcha a su lado. Dior gritó asombrada una vez
que reconoció al caballo de carga, corriendo hacia la oscuridad y lanzando sus
brazos alrededor del cuello de Jez. La yegua relinchó de nuevo, aparentemente tan
feliz de ver a Dior como Dior de verla a ella.
»—Siete Mártires, ¿cómo llegó aquí?
»Negué con la cabeza, tan desconcertado como la chica.
»—La última vez que vi a esta dama, estaba cargando por las puertas de San
Guillaume como si le ardiera la cola. Debió de estar tan asustada por los muertos
que nadó a través del Volta para escapar de ellos. Pobre desgraciada.
»—¡Ella no es una desgraciada, lávate la boca! —Dior frunció el ceño—.
Vamos, amor, acércate al fuego. Vamos a calentarte, ¿eh?
»Llevamos a la yegua de regreso a la luz, y vi a Dior preocuparse y
alborotarse, peinando los enredos de la melena de Jez, dándole de comer un puñado
de hongos secos de nuestros suministros. Nuevamente, negué con la cabeza con
asombro. La yegua siempre había mostrado el valor de diez sementales, pero su
supervivencia, y mucho menos encontrarnos aquí… bueno, fue nada menos que
un milagro. Y aunque yo no era de los que valoraban los milagros, aun así, miré
cautelosamente al cielo, preguntándome si nuestra suerte finalmente había
cambiado.
662
Gabriel suspiró, mirando fijamente la llama de la linterna.
—Debería haberlo sabido mejor.
»—¿Valiente? —ofreció Dior.
»—No —respondí.
»—Bien, ¿qué hay de … Coraje?
»—Eso significa lo mismo que Valiente.
»—¿Cortesía, entonces?
»—Es el peor tipo de capullo el que nombra a su caballo Cortesía, Dior.
»La niña puso los ojos en blanco.
»—Esto del hombre que llamó a su espada Lionclaw.
»—Tenía quince años, ¿qué diablos quieres de mí? —gruñí—. Y te lo dije,
deja de hablar con Ashdrinker sobre mi infancia. Ni siquiera estuvo allí durante la
mayor parte.
»—Si quieres que Ash deje de hablarme de ti, deberías dejar de prestármela.
»—Bueno, alguien tiene que evitar que te quedes dormida durante la
guardia. 663
»—Eso sucedió una vez en dos semanas. Bájate de mis tetas por eso, merci.
»Habíamos abandonado el borde helado del Volta, giramos hacia el norte
por una carretera larga y solitaria. Una caminata de quince días por el norte de
Ossway y habíamos visto pocos signos de vida. Todo era silencio, salvo los cantos
de los cuervos hambrientos, y todo era quietud, salvo los remolinos de nieve que
caía. Pasamos por horcas llenas de huesos. Pueblos fantasma, abandonados por
todos menos ratas gordas de cadáveres. Los restos hundidos de los alguna vez
poderosos castillos. Antiguos campos de agricultores que se habían convertido en
fosas comunes, los cuerpos congelados donde cayeron. Incluso los Muertos habían
abandonado este lugar, solo unos pocos condenados que acechaban nuestros pasos,
lo mejor de los cuales ahora residía en pequeños frascos de vidrio dentro de mis
alforjas. Dios no estaba a la vista.
»Este era el imperio por el que había luchado tan duro por salvar: un mar
de hielo y oscuridad en constante crecimiento, en el que la luz de la humanidad se
hacía cada vez más tenue. Pero el Nordlund se avecinaba delante de nosotros, y
supe que, en ese mar en sombras, algunas llamas diminutas persistían.
»Me había gustado prestarle Ashdrinker a Dior cuando la chica vigilaba por
la noche. Sabía que no tenía ni idea de cómo blandir una espada, pero la hoja le
hablaría en las horas de la madrugada, manteniéndola alerta mientras yo robaba un
poco de sueño. Recogía solo un puñado cada noche, pero gracias a la mierda por
lo poco que conseguía. Porque a la verdad de Dios, Dior estuvo lo suficientemente
cerca de volverme loco sin agregar la falta de sueño a la mezcla.
»—¿Qué hay de Galante? —preguntó.
»—No —respondí.
»—¿Gran corazón?
»—Terrible.
»—Bueno, si no te gustan mis sugerencias, haz las tuyas —gruñó la chica—
. No podemos seguir llamándola Jezabel.
»—Baja la voz, por el amor de Dios.
»Dior habló de nuevo, dos octavas más abajo:
»—¿Qué, así?
»—Es un caballo. A ella no le importa una mierda cómo la llamemos.
»—Ella es valiente. Es fuerte. Es leal. —Dior le dio a la yegua un cariñoso
rascado detrás de las orejas—. Se merece un nombre que diga algo sobre quién es
en realidad.
664
»—Si esa es la forma en que funcionan los nombres, ¿por qué no es el tuyo
Molesta-como-la-mierda-a-Gabriel?
»Dior puso los ojos en blanco.
»—Eres tan idiota.
»—Ves, eso también funcionaría.
»Mis labios se torcieron en una sonrisa secreta, y volvimos a eso. Pero
avanzando con dificultad, pronto descubrí que esa sonrisa se desvanecía. Los
árboles muertos se adelgazaban lentamente y, a través de los remolinos de nieve,
podía ver lo que me esperaba. Era inevitable, por supuesto, había estado
masticando qué hacer al respecto durante días. Pero esperaba llegar más lejos antes
de que este particular cubo de pollas nos golpeara de lleno en la cara.
»—Mierda —suspiré—. El Ròdaerr.
»Frente a nosotros, el camino descendía hacia una orilla empinada y un río
ancho. El puente había sido derribado, se habían levantado piedras de amarre
gemelas desde la costa, una manchada con la huella de una mano ensangrentada.
El Ròdaerr tenía solo ochenta metros de ancho. Pero de todos modos era un
problema.
»—Debería ser bastante fácil de cruzar —dijo Dior—. Está congelado.
»—No es sólido —respondí—. Y ese es un problema.
»—¿Tenemos más de uno?
»Miré hacia la nieve que caía, temblando por el frío que me partía los
huesos.
»—El invierno profundo finalmente nos ha atrapado. Todos los ríos al norte
del Ūmdir están en proceso de congelación. —Me encontré con los ojos de la niña
y negué con la cabeza—. No podemos llegar a San Michon así, Dior.
»—Pero si los ríos están congelados… eso hará que viajar sea más fácil para
nosotros, no más difícil.
»—Más fácil para nosotros —asentí—. Y las cosas que nos persiguen. Las
noches más frías del año están a punto de caer. La Bestia de Vellene estará sobre
el Volta y nos subirá por el culo con toda la fuerza que pueda reunir en el camino.
Danton se mueve más rápido que nosotros. Sabe hacia dónde nos dirigimos. No
llegaremos a San Michon antes de que nos alcance.
»—¿Hay algún lugar donde podamos refugiarnos?
»Suspiré, sacando mi viejo mapa de mis pantalones. Estaba golpeado,
manchado de agua, arrugado, pero las líneas del imperio aún eran visibles en el
pergamino. Toqué una pequeña estrella negra en las orillas del Mère.
665
»—Château Aveléne —murmuró Dior—. ¿Qué hay ahí?
»—Tal vez, solo tal vez, un fuego lo suficientemente brillante como para
reducir a cenizas a Danton.
»—Ese camino conduce a través de la pradera del norte. Saoirse nos advirtió
que no fuéramos allí. Dijo que la Ruina era mucho peor, que la…
»—Somos mendigos, Dior, no podemos elegir. Pero después de la paliza
que nos dio en San Guillaume, la Bestia pensará que estamos destrozados.
Huyendo por nuestras vidas. Y, en verdad, eso es todo lo que hemos estado
haciendo. Vine al norte para matar a este bastardo y a toda su maldita famille, y
estoy harto de correr. ¿Confías en mí?
»La chica me miró a los ojos y asintió.
»—Confío en ti, mon ami.
»Miré hacia la franja de hielo gris que teníamos ante nosotros.
»—Bien, entonces. Este es nuestro camino.
»—Uno que puede romperse justo debajo de nuestros pies.
»—Estás en lo correcto. Así que iré primero.
»Dior enarcó una ceja, mirando de mí al río helado y luego de vuelta.
»—No seas tonto, Gabriel.
»—Puedo encontrar un camino seguro. Crecí en Nordlund. Conozco el
hielo.
»—Yo iré primero. Soy más rápida. Y más inteligente, solo en silencio. Por
lo tanto, no quiero quedar atrapada en esta orilla sujetando el caballo mientras vas
solo.
»—¿Has hecho esto antes?
»Se encogió de hombros.
»—El río Lashaame se congela en invierno. Hicieron una feria al respecto
una vez.
»—Chicas suaves de la ciudad —dije.
»Se burló, sacudiéndose la nieve de su levita.
»—Dime qué hacer entonces, imbécil.
»—Camina despacio —sonreí—. Piernas separadas. Si el hielo se agrieta y
golpeas el agua, el frío te quitará el aliento de los pulmones. Si eso sucede, mantén
la cabeza. Patea hacia arriba. Date la vuelta y sal de la misma manera que entraste.
¿Aún tienes esa navaja tuya? 666
»Dior negó con la cabeza.
»—Esas perras se la llevaron en Redwatch.
»—Aquí. —Desabroché mi daga y la vaina del cinturón de mi espada—. Si
chocas con el agua, insértala en el hielo, sácate de ahí. Solo ten en cuenta la
corriente.
»Ella levantó la hoja, mirando la estrella de siete puntas en relieve en el
pomo, el ángel Eloise con las alas extendidas a lo largo de la empuñadura.
»—Es hermosa —murmuró.
»Asentí.
»—Forjada por el mejor herrero que San Michon haya conocido. He tenido
esa hoja durante diecisiete años. La usé durante la Batalla de los Gemelos. Báih
Sìde. Triúrbaile. Tuuve. No hay mucha gente en el imperio que se considere digna
de llevar acero plateado.
»—Te la devolveré del otro lado, lo prometo.
»—Quédatela. Es tuya.
»Dior miró la daga que tenía en la mano y las yemas de los dedos recorrieron
el abrigo que le había dado. Se pasó el pelo por la cara y apretó los labios.
»—No te estás volviendo suave conmigo, ¿verdad, Lachance?
»Se burló, volviéndose a poner la armadura.
»—Dura como una jodida piedra, yo.
»—Simplemente no te hundas como una. No me apetece zambullirme
detrás de ti.
»Y ella sonrió entonces. Porque sabía que lo haría.
»Dior se deslizó por la orilla congelada y dio sus primeros pasos hacia el
Ròdaerr. Se movió en cuclillas, ágil, intrépida, barriendo la nieve de la superficie
helada con las palmas a medida que avanzaba. El hielo era de color gris pálido,
oscureciéndose a medida que se adelgazaba, y me imaginé la corriente del río,
todavía corriendo mortal y veloz por debajo de esa corteza helada.
»Su camino a través del hielo era vago, en zigzag, y mi corazón subía a mi
garganta mirando. Pero finalmente, llegó a la orilla opuesta y me saludó con la
mano en señal de triunfo.
»—¡Vamos, viejo!
»—¡Tengo treinta y dos años!
»Rompió una rama de un árbol cercano y la sostuvo en alto. 667
»—¡Bastón para ti!
»—Perra. —Rasqué la barbilla de Jezabel—. Bien, niña. El atardecer no
espera a ningún santo.
»Agarré las riendas del caballo y la conduje con cuidado hasta la orilla
helada. La yegua no sabía qué hacer con el agua helada al principio, pero me siguió
fielmente mientras yo avanzaba lentamente hacia el gris cristalino. Para empezar,
fue fácil, el río congelado cerca de la orilla. Pero a medida que nos alejamos, la
corteza se hizo más delgada, pasando del gris nieve a un hierro más profundo. El
hielo gimió un poco debajo de nosotros ahora, sonidos de tictac brillantes
resonando en mis oídos cuando comenzaron a aparecer pequeñas fracturas debajo
de nuestros pies. Pero Dior no era tonta y el camino que había elegido era
verdadero. Si no hubiera sido por la insistencia de Dios en meter su polla en mi
oreja en cada oportunidad, hubiéramos sido oro como los mejores dientes de un
marinero.
»Jezabel los sintió primero, oídos erguidos, resoplando. Recogí algo en el
viento, inclinando la cabeza para escuchar. Y lo escuché entonces, suave como una
pluma y rápido como un cuchillo en la oscuridad. Pasos. Detrás.
»—¡Gabriel! —gritó Dior.
»Me volví, con los ojos entrecerrados cuando los vi: un muchacho
andrajoso, un anciano, una mujer, joven y corpulenta. Tres condenados caían a
trompicones por los bancos congelados detrás de mí, con las manos y la boca
negras de suciedad y sangre vieja.
»Bueno, normalmente esto no habría significado más que una sesión diaria
de práctica de espada. Como digo, nos tropezamos con algunos sangre fría
podridos en nuestro camino. Pero ninguno de esos bastardos había aparecido
mientras estábamos a mitad de camino a través de un maldito río helado.
»Saqué a Ashdrinker, la espada brillando en mi mano cuando el niño
podrido dio su primer paso hacia el hielo.
»C-c-corre, Gabriel.
»—Solo son tres —gruñí—. ¿Por qué diablos debería correr?
»Porque ella lo h-hará.
»Me di cuenta de que era demasiado tarde. Estaba demasiado acostumbrado
a montar con Justice, ¿ves? Pero Jezabel no era una sosya atrevida, criada en el
vientre de San Michon para no tener miedo de los Muertos. Y después de la
masacre de San Guillaume, parecía odiarlos y temerlos más que a la mayoría de
las bestias. Así que cuando captó una buena bocanada de esos condenados en el
viento, resopló y se encabritó, y el camino de Dior al diablo, Jezabel tronó como 668
el infierno a través del hielo.
»Los sonidos de tic-tac se convirtieron en chasquidos y los chasquidos en
astillas. Grietas blancas y profundas se extendieron como telarañas a medida que
cuatrocientos cincuenta kilos de yegua aterrorizada galopaban a través del cristal
del río. Los condenados corrían hacia mí, el viejo bastardo resbalaba y escarbaba,
el chico trotaba a cuatro patas como un lobo, con los dedos con garras clavándose
en la superficie helada. Sentí el hielo moverse, cabeceando debajo de mí como la
cubierta de un barco sacudido por la tormenta cuando Dior rugió de advertencia,
mientras la voz de Ashdrinker sonaba dentro de mi cabeza.
»¡Corre, maldito tonto!
»Me volví y salí corriendo, saltando por la superficie rompiéndose. El hielo
se estaba rompiendo delante de mí; lo vi ceder bajo los cuartos traseros de Jezabel,
la yegua gritando mientras se precipitaba. Un trozo de hielo se astilló bajo mis
tacones plateados y tropecé, saltando sobre una capa de hielo que se desplomaba.
Y luego, el mundo entero cedió bajo mis pies.
»Di un salto hacia esta, navegando por el aire cuando la capa de hielo
colapsó. Pero no lo suficientemente lejos. La superficie se volcó y se hizo añicos
cuando la golpeé, astillándose en enloquecidos patrones en espiral cuando mis
botas la golpearon, el resto de mí siguió, Ashdrinker estaba rugiendo en mi cabeza
mientras se deslizaba de mis dedos y resbalaba por el hielo. Y con una breve
maldición negra como boca de lobo, me sumergí en el Ròdaerr helado.
»El impacto me golpeó con fuerza en el pecho y, tal como le prometí a Dior,
todo el aliento se me escapó de los pulmones. Me rompí el cráneo en la saliente a
medida que me hundía, saboreando la sangre en la boca cuando el frío me apuñaló
los huesos. Pasaron unos segundos antes de que me recuperara, sacudiéndome la
conmoción, miré a mi alrededor en la penumbra y pateé hacia la luz. Pero maldije
en el momento que volví a golpear el cráneo en el hielo. Con mi estómago
hundiéndose, me di cuenta de que la corriente me tenía, arrastrándome río abajo
lejos del agujero en el que me había sumergido.
»Pateé fuerte, golpeé con todas mis fuerzas, el hielo se astilló bajo mis
puños. Pero no tenía aire en mis pulmones, puntos negros estallaron en mi visión
cuando golpeé la superficie de nuevo.
»Thump.
»Crunch.
»Nada.
»Estaba siendo arrastrado, luchando contra la corriente ahora, presionado
contra el hielo de arriba. La superficie era lisa como el vidrio debajo de mis
guantes, sin nada a lo que agarrarme, y maldije mientras alcanzaba mi daga, 669
recordando que se la había dado a Dior. Ahora podía ver una forma oscura a través
de la corteza sobre mí: una sombra tenue y una voz más tenue, apenas escuchada
por encima del temible tempo de mi pulso. De todos los lugares en los que había
estado, los horrores a los que me había enfrentado, parecía una idiotez que esta
fuera la forma en que podría terminar; sofocado bajo unos meros treinta
centímetros de agua helada. Me maldije como un tonto por no haber tomado el
sacramento; si estuviera recién saciado, podría haberme abierto paso a golpes. Pero
tal como estaba, incluso los puños de sangre pálida no eran lo suficientemente
fuertes como para liberarse de esta tumba.
»Volví a golpear el hielo con el puño, de nuevo, y escuché crujidos
reverberar a lo largo del gris helado. Flores negras estaban floreciendo en mis ojos
ahora, hermosas, paralizantes, la presión en mi pecho, la necesidad de respirar
ardía como una llama.
»Me deslizaba en los brazos amorosos de la corriente, la luz se volvía tenue.
Todo el fuego se estaba apagando. Toda esperanza estaba perdida. El infierno me
hacía señas, con los brazos abiertos para siempre, pero supuse que al menos podría
hacer calor allí. Y luego se escuchó un estruendo y, a través del velo negro que
cubría mis ojos, vi que el hielo sobre mí se partía, rompiéndose como si un cometa
se hubiera estrellado contra su cara. Y aunque no tenía aliento para gritar, lo intenté
cuando metro veinte de metal estelar afilado se hundió en el hielo y me atravesó el
estómago.
»Fui detenido repentinamente, inmovilizado en el acero, con la boca abierta
en agonía. Entonces escuché la voz de Ashdrinker sonando en mi cabeza, plateada
brillante en el aplastante negro.
»¡PELEA!
»Entrecerré los ojos en la oscuridad y vi que la hoja había creado una red
de grietas en el gris de arriba. Y pensé en Astrid. En Patience. Furioso y gruñendo,
destrozando mis guantes y rasgando mis nudillos hasta ensangrentarlos mientras
golpeaba mi puño hacia arriba de nuevo, de nuevo, de nuevo.
»Me niego a morir aquí, me dije.
»Yo.
»Thump.
»Me niego.
»Crunch.
»A morir aquí.
»Mi puño rompió las grietas, sin artificio y sentí que alguien me agarraba.
La agonía se encendió cuando la hoja se liberó de mi estómago. Rompí la tapa 670
congelada de mi ataúd, los pulmones ardían mientras los pedazos se separaban,
mientras la luz tenue se filtraba, cuando por fin, pateando y arrastrándome hacia
arriba, empujé mi cabeza hacia la superficie en el aire bendito.
»—¡Gabriel! —rugió Dior—. ¡Aférrate a mí!
»No pude hacer nada más que dar arcadas, apuñalado y sangrando cuando
la chica clavó sus dedos en mi antebrazo y me tiró de regreso. Dior estaba boca
abajo, Ashdrinker hundida en el hielo como una pitón, y finalmente me liberó de
ese negro helado y me llevó a la superficie cegadora.
»—¡Aguanta! —suplicó Dior—. ¡Aguanta, Gabe!
»Agarrándome el vientre partido, dejé un largo rastro carmesí en el gris
mientras ella me arrastraba hacia la costa. Y por fin llegamos a descansar, a solo
unos metros de los bancos congelados. Me acurruqué en una bola, sosteniendo mi
estómago, helado, el cráneo zumbando, babeando sangre.
»—¿Puedes escucharme? —Dior apretó mi mano, sus ojos salvajes—.
¿Gabriel?
—Mierda … m-mi … m-m …
»Sentí unas manos hurgando en los bolsillos de mi abrigo, parpadeando ante
la luz de la muerte de los días. Podía saborear mi propia sangre, sentir vidrios rotos
en mi vientre, mi corazón golpeando mis costillas.
»—Aquí. Toma, respira…
»Me apretó la pipa contra mis labios y me inundó el sabor del sanctus, un
rojo dulce y misericordioso. Tosí, la sangre salpicó la escarcha, tomé la pipa de la
mano temblorosa de Dior e inhalé otra bocanada. Sentí esa fuerza maldita, la
agonía en mi vientre desvaneciéndose, capaz de respirar mejor. Presioné mi mano
contra mi estómago partido, la sangre goteaba por mis dedos.
»—Tú… —Miré a Dior con los ojos entrecerrados, con los dientes
pegajosos—. T-tú…
»—Está bien —dijo—. Te tengo, Gabe. Estás seguro.
»—Tú… maldita… me apuñalaste.
»—Espera… ¿te estás poniendo irritable conmigo ahora?
»—¿Irritable? —Tosí, escupiendo rojo—¡Me apuñalaste!
»—¡No fue mi culpa!
—¿Me apuñalaste accidentalmente?
»—No. —Ella frunció el ceño y se encogió de hombros—. Fue idea de 671
Ashdrinker.
»Miré la hoja con el ceño fruncido, ahora clavada en la nieve al lado de la
niña.
»—¿Lo fue…?
»—Solo la agarré para romper el hielo —explicó—. Pero la corriente te
atrapó. Necesitábamos mantenerte quieto para que pudieras golpear libremente.
Entonces, ella me dijo que… ya sabes…
»La chica hizo un círculo con el índice y el pulgar izquierdos. Metió su dedo
índice derecho a través de él repetidamente. La dama plateada en la empuñadura
de la espada me sonrió como siempre.
»—Perra —siseé.
»Dior hizo una mueca de simpatía.
»—¿Duele?
»—¡Me APUÑALASTE!
»—¡Maldición, no seas tan bebé! Ni siquiera habrá una marca para mañana.
Ya sabes, la mayoría de la gente le daría las gracias a la chica que acaba de salvarles
la vida, De León.
»La conmoción se estaba desvaneciendo ahora, el miedo a casi ahogarse
palideciendo hasta convertirse en un reflujo sordo. Como un idiota hosco que era,
apenas me estaba dando cuenta de que esta chica acababa de salvar mi lamentable
trasero, y lo mínimo que podía hacer era abstenerme de actuar como un imbécil al
respecto.
»—Merci. —Fruncí el ceño.
»Ella frunció los labios, se puso de pie y me ofreció la mano.
»—Levántate, viejo.
»Dior me levantó mientras yo jadeaba de agonía. Con una mano en mi tripa
sangrante, parpadeé en la penumbra.
»—¿Qué pasó con los condenados?
»La chica asintió hacia el hielo roto.
»—Cayeron. Los tres. No hicieron ningún sonido. —Negó con la cabeza,
horrorizada—. Pero fue como si simplemente… se derritieran.
»—Y que hay con…
»Escuché cascos pesados, crujiendo en la nieve crujiente. Arrastrándome el
cabello de mis ojos con una mano ensangrentada, vi a Jezabel subir pesadamente 672
por la orilla congelada hacia nosotros, un poco empapada, un poco sacudida, pero
aparentemente no estaba peor por el desgaste.
»—La verdad de Dios —suspiré—. Eres la perra más afortunada que he
conocido.
»Dior me miró a los ojos, el pensamiento se le ocurrió a ella igual que a mí.
»—¡Eso es! —gritó.
»—Eso es… —Asentí.
»Cojeé hasta el lado de la yegua, restregándole la oreja con una mano
ensangrentada mientras Dior le rodeaba el cuello con los brazos.
»—Fortuna.
»Un grado es la diferencia entre fluido y sólido. La divergencia entre agua
y hielo. Pero aquellos que han crecido en los lugares más fríos sabrán el cambio
que viene con el invierno profundo, y la forma en que los que lo vivimos,
cambiamos con él. Los días oscuros se vuelven aún más tenues, las noches
sombrías traen pensamientos más sombríos. Y a medida que cambia el paisaje a tu
alrededor, también cambia el límite de tu espíritu. La oscuridad pesa más cuando
tu manto está empapado de nieve derretida. Es mejor evitar la risa cuando tu barba
está tan cubierta de escarcha que te duele sonreír. La primavera florece y el otoño
deteriora. ¿Pero el invierno?
»El invierno muerde.
»Habíamos entrado en la región norteña hace diez días, y todo era noche y
cuchillos. Los crecimientos de marisma iluminaban la oscuridad con una
luminiscencia azul fantasmal. Pústulas de barriga mendiga e hileras irregulares de
espina de sombra cubrían todas las superficies. Era un nudo de nervios, todo en mi
límite mientras guiaba a Dior y Fortuna a través del bosque retorcido.
»Cuanto más avanzábamos, más duro me golpeaba este giro del destino:
que yo, de todas las personas, terminaría guiando a esta chica a un lugar seguro, y
que la salvación del imperio de alguna manera había caído en mis manos, tantos 673
años después de que ese imperio me diera la espalda. No sabía la verdad de la
sangre de Dior, cómo podría poner fin a todo esto. Solo sabía que quería
mantenerla a salvo. Y así, apenas dormía, sentado con Ashdrinker en la mano por
las noches, vigilando a Dior mientras ella soñaba. Cada ramita que se partía
aceleraba mi pulso. Los ojos titilaban como velas en la penumbra, parpadeando
mientras los miraba. Las huellas se grabarían en la nieve alrededor de nuestro
fuego cuando nos levantáramos por la mañana; lobos, tal vez, salvo que las huellas
tenían demasiados dedos y olían a podredumbre y azufre.
»Al undécimo día, encontramos un claro, un árbol antiguo en su corazón.
De sus miembros colgaban esculturas hechas con ramitas… y con cadáveres,
algunos casi frescos. Los otros árboles estaban inclinados hacia él, las ramas
apretadas como manos arrepentidas, crecimientos de asfixia colgando como
cortinas de cabello sobre cabezas inclinadas. Voces suplicantes al borde de la
audiencia. Juro que ese árbol me susurró cuando pasamos. Saoirse había advertido
que la Ruina en el norte era mucho peor que en el sur. Pero, en verdad, no había
contado ni la mitad.
»Dior miró a su alrededor y se estremeció.
»—Y te preguntas por qué nunca dejé la ciudad.
»—No —respondí—. No, de verdad que no.
»—No creo que debiéramos haber venido por aquí.
»—Bueno, no me culpes —siseé.
»—¿Y por qué no?
»—Porque… ¿preferiría que no lo hicieras?
»Una respuesta impresionante.
»Miré la espada en mi mano con el ceño fruncido.
»—Perra, me apuñalaste. Dejaría la charla unos días más si fuera tú.
»Te di una disculpa. ¿Qué m-m-más pedirías?
»—¿Qué tal no volver hacer eso nunca más?
»Esto… no p-ppuedo prometerlo.
»—¿Puedes oler eso? —preguntó Dior.
»Levanté la nariz al viento y asentí una vez.
»—Muerte.
»Nos detuvimos a pasar la noche, atamos a Fortuna a un árbol que parecía
una mujer llorando, con los brazos sobre la cara. El cielo estaba negro como el 674
pecado, la nieve caía implacablemente, el viento aullaba a nuestro alrededor a
través de las ramas retorcidas, las ramas crujiendo, las tumbas de los reyes que una
vez gobernaron este lugar cuando todo era verde y bueno.
»Después de una comida triste, fumé una pipa roja mientras estábamos
sentados y temblábamos. Toda la noche estaba viva, todos mis sentidos en llamas.
Capté notas de descomposición entrelazadas con una docena de razas de hongos,
tenues brasas de extraña vida animal, la sangre de Dior. Pero debajo, débil como
susurros…
»—Deberías descansar un poco —le dije—. Te despertaré cuando sea la
hora de tu vigilancia.
»—¿Lo prometes? —Frunció el ceño—. Porque no lo hiciste anoche.
»—Necesitabas dormir. Ser la salvadora del imperio es un trabajo duro.
»Se burló.
»—Salvadora …
»La chica se chupó el labio, los ojos azules se pusieron vidriosos mientras
miraba las llamas crepitantes.
»—¿De verdad crees que va a ser como dijo Chloe? ¿Simplemente
presentarse en San Michon, murmurar alguna frase de algún libro polvoriento y
huzzah, au revoir a la muerte de los días?
»—No tengo ni idea —suspiré—. Pero alguien menos cínico que yo
señalaría que debes ser una especie de amenaza, de lo contrario el Rey Eterno no
permitiría que su hijo te persiguiera.
»—Ni esa perra de la máscara con la que peleaste en San Guillaume. —
Mordió una uña rota y la escupió al fuego—. Ella parecía saber algo.
»Asentí, recordando a Liathe y su espada de sangre, esa máscara pálida y
los ojos más pálidos más allá. Sanguimantes. Vampiros de sangre antigua.
Misterios dentro de misterios, como siempre. Miré la estrella de siete puntas en mi
palma, las venas debajo de mi piel.
»—Todo podría ser mentira. Quizás todos los que juegan a este juego son
tontos. Supongo que, sabremos la verdad cuando lleguemos a San Michon. Hay
engaño y locura en abundancia en esa biblioteca. Pero también hay verdades.
Astrid y yo encontramos algunas. Cuando éramos jóvenes.
»—Esani —murmuró Dior.
»Miré con el ceño fruncido a la espada sobre la escarcha a mi lado.
»—Hablas demasiado, Ash.
»—Creo que se siente sola. —Dior sonrió—. Atrapada en esa vaina todo el 675
día.
»—Mi corazón sangra. —Le arrojé nieve a la dama plateada—. Junto con
mi estómago.
»—Sin embargo, no puede ser una coincidencia, ¿verdad? ¿Un quinto
linaje, con casi el mismo nombre exacto que la hija de Michon? Esan. Fiel. Esani.
Infiel.
»—No lo sé, Dior. Buscamos durante años en esa biblioteca, Astrid, Chloe
y yo. Encontramos en su mayoría tonterías. Hay poder en mi sangre y he aprendido
uno o dos trucos. Si alguna vez pongo mis manos en la garganta de Danton
mientras estoy en mi mejor momento, él estará en un ajuste de cuentas. Pero la
verdad es que mi linaje nunca marcó una gran diferencia en la forma en que viví
mi vida. Astrid solía decirme que eso era lo que más la enorgullecía. Criado entre
esos Dyvok, Chastain e Ilon, y yo era el más alto de todos. —Toqué las venas de
mi muñeca—. No por esto.
»Me golpeé el pecho con el puño.
»—Debido a esto.
»—Apunta tu corazón al mundo. —Sonrió.
»Asentí.
»—Un día como león vale diez mil como cordero.
»Dior se acostó junto al fuego, con una capa debajo y un fino abrigo sobre
ella. Una mata de ceniza blanca cubriendo los ojos que eran el azul de los cielos
perdidos hace mucho tiempo. Hombros escuálidos y manos inteligentes y la sangre
de un maldito dios muerto en sus venas.
»—Háblame de tu hija —murmuró.
»—Vete a dormir, Lachance.
»—Lo haré. —Sonrió con los ojos cerrados—. Pero me gusta tu voz. Es
humeante. Relajante.
»Miré el nombre tatuado en mis dedos. Tomando otra inhalación y
exhalando una nube de humo escarlata.
»—¿Qué quieres saber?
»—Cualquier cosa. ¿Cuál es su color favorito?
»—Azul. El agua alrededor de nuestra casa era casi azul algunos días.
»—¿Vives en un río?
»Negué con la cabeza. 676
»—Faro. Justo al lado de la costa sur. La marea entraba con las lunas, cubría
el puente a tierra. Para que nada pudiera cruzar por la noche.
»—Inteligente.
»—Tengo mis momentos.
»—¿Le gusta estar allí?
»—Eso espero. Está al sur. Pasando Alethe. A veces recibimos flores en
primavera.
»—Nunca he visto una flor —suspiró Dior—. ¿Cuál es su favorita?
»Lo podía oler más fuerte ahora, ese olor que Dior había captado en el
viento. A decir verdad, nos había estado siguiendo todo el día. Como una sombra.
Como un fantasma. Miré hacia la oscuridad más allá de la luz del fuego y la vi:
una forma que conocía tan bien como mi propio nombre, recortada contra los
cadáveres de los árboles caídos, emperadores muertos pudriéndose en tumbas
congeladas.
»—¿Gabe? —preguntó Dior.
»—¿Qué?
»—¿Cuál es la flor favorita de Patience?
»—Campanilla de plata. Igual que su madre.
»— Debes extrañarlas.
»Negué con la cabeza.
»—Volveré pronto con ellas.
»—Lo siento —suspiró—. Por alejarte de ellas.
»—No más preguntas, niña. Ve a dormir.
»Dior se acurrucó en su abrigo, con la cara hacia las llamas. Y me senté allí
en el frío, mirando los ojos que me miraban. Ahora podía verla con más claridad;
ya no era una sombra oscura, sino una pálida piel de porcelana cubierta con
mechones de cabello negro, suave como la seda y espeso como el humo. Ella no
dijo nada, solo esperó hasta que la respiración de la chica a mi lado disminuyó y
suavizó, el pecho subiendo y bajando en la pacífica cadencia del sueño.
»La forma retrocedió, más profundamente en la sombra.
»Y me paré, siguiéndola en la oscuridad.

677
»Me golpeó por detrás, me estrelló contra la piel de un roble que se
desmoronaba, tal vez a cincuenta metros del fuego. La luz todavía era lo
suficientemente brillante como para atrapar el pedernal negro de sus ojos, su fuerza
era tan desoladora como la tormenta de arriba. Y aplastó sus labios contra los míos,
y pude sentir las navajas en su boca mientras gruñía como un lobo y se apretaba
desnuda contra mí.
»—Mi león —susurró.
»Mordió mi labio, sus manos frías en los botones de mi abrigo, en mi túnica
ahora, deslizándose hacia adentro y pasando sus dedos sobre el músculo y la tinta
debajo. Siseó suavemente, las manos frías ardiendo por la tinta plateada, las uñas
clavándose en mi piel.
»—Te harás daño —susurré.
»—Un poco de dolor nunca hace daño a nadie —suspiró.
»Mi cabello caía sobre sus mejillas cuando me besó de nuevo, como el sol
una vez besó la campanilla de plata que crecía alrededor de nuestra casa. Pasó los
labios ardientes por la tinta de mi garganta, mi pecho, las uñas se deslizaron hasta
mi cinturón y liberaron la hebilla mientras se hundía lentamente, muy lentamente 678
hasta las rodillas.
»—Detente —le rogué—. Por favor.
»Miró hacia arriba, con las pupilas tan dilatadas por el hambre que sus ojos
estaban negros.
»—Te he extrañado.
»—Y yo a ti —susurré, con el corazón roto—. Más que a nada.
»Me besó a través de mis cueros, desde la raíz hasta la corona dolorida, y
mientras bajaba mis pantalones, el deseo en mí era tan real que sentí que se me
doblaban las rodillas.
»—Sólo un poco —suplicó.
»—No puedo.
»—Sólo un bocado, amor.
»—No puedo.
»Siseó, oscura y temblorosa, echándose hacia atrás como una serpiente.
Tuve que cerrar los ojos ante la vista de su ira, la ruptura demasiado cerca de la
superficie.
»—Nunca quise nada de esto.
»Cuando abrí los ojos, ella estaba parada en la oscuridad, con los brazos
delgados cruzados, el viento de la tormenta soplando largos mechones a su
alrededor. Dios del cielo, era hermosa. Fue todo lo que pude hacer para evitar
hundirme de rodillas, suplicar, orar. Todo desvaneciéndose. Todo cayendo a
pedazos.
»—Te amo —le dije.
»—Si eso fuera cierto, no me dirías que no.
»—Astrid… por favor… necesito mi fuerza.
»Los ojos negros parpadearon hacia el fuego distante.
»—Para ella.
»—No tiene a nadie más.
»—Ella no es tu hija. Ella no es tu famille.
»—¡Sé eso!
»—¿Lo haces? —Me fulminó con la mirada, un mechón de cabello largo y
negro atrapado en el borde de sus labios—. Te estás desmoronando, amor. Ya has 679
dado demasiado de ti mismo a esto, y todavía no estás ni cerca. Estás olvidando
por qué nos dejaste, Gabriel.
»—No —respondí con voz de hierro—. Recuerdo.
»Se volvió hacia mí y pude ver lágrimas de sangre en sus pestañas.
»—Te diriges a un lugar al que no puedo seguirte. No quiero que te vayas.
»—Dior estará a salvo en San Michon. Y la próxima vez que venga Danton,
estaré listo, estaré…
»—Esa chica no es la razón por la que viniste aquí. Por la que dejaste a
Patience. Por la que me dejaste.
»Mis manos se cerraron en puños.
»—Sé por qué vine aquí. No necesito que me lo recuerdes. ¡Lo veo cada vez
que cierro mis malditos ojos!
»—Por favor, no te enojes —susurró.
»Bajé la cabeza, cerré los ojos contra las lágrimas ardientes, su susurro era
el único sonido en la oscuridad.
»—Dime que me amas.
»—Por supuesto que sí.
»—Prométeme que nunca me dejarás.
»—¿Cómo podría? —Me hundí en cuclillas, la cabeza entre las manos—.
Eres todo lo que siempre he querido. Ustedes dos … eran las piezas que nunca
supe que faltaban. Ustedes…
»—¿Gabe?
»Abrí los ojos y vi a Dior de pie en la oscuridad, mirándome. Parecía
asustada, fría, esa fina levita espolvoreada con nieve. Ashdrinker estaba
desenvainada en sus manos, el acero oscuro de las estrellas brillaba a la luz de las
llamas distantes.
»—Te escuché gritar. ¿Estabas hablando con alguien?
»Una mirada me dijo que Astrid se había ido; un espectro desvanecido en
la penumbra.
»—Conmigo mismo —respondí, levantándome y abrochándome el
cinturón—. Solo yo.
»—Estás sangrando —dijo, señalando su labio.
»Lamí el rasguño, la sangre, mis colmillos aún largos y afilados en mis 680
encías.
»—No es nada. No deberías alejarte del fuego. Hace mucho frío aquí.
»Agarré su mano y la arrastré a mi lado.
»—¿Estás bien? —preguntó.
»—Estoy bien. Solo… no vuelvas a dejar la luz. Es peligroso.
»—Gabriel, estoy preocupada por ti.
»—Deja de preocuparte por mí, niña. —Le arrebaté a Ashdrinker de la
mano con un gruñido—. Y dame esa maldita espada. De todos modos, no sabes
cómo usarla.
»¿Cuál es tu juego, Gabriel?
»—Cállate, Ash.
»Tus hilos se deshacen. Tus nudos se deshacen. Durante muchos años nos
enfrentamos juntos a la o-oscuridad, y te digo la verdad, te digo la verdad, lamento
mi participación en ello. Pero al final de este camino se encuentra la locu…
»Envainé la hoja, silenciando su voz. Dior me miró fijamente mientras
regresábamos al círculo de llamas. Me agaché cerca del crepitante calor,
temblando, lamiendo el mordisco de mi labio. La chica estaba enfrente, con las
manos cruzadas dentro de sus mangas de corte fino.
»—Sabes… podrías enseñarme —murmuró—. Si estuvieras tan
preocupado.
»Levanté la vista y me encontré con unos ojos azul brillante.
»—¿Enseñarte qué?
»Hizo un gesto con la mano a Ashdrinker, arriesgándose a esbozar una
pequeña sonrisa.
»—¿Cómo usar una espada?
»—No lo creo.
»Su sonrisa desapareció.
»—¿Por qué no? Puedo manejar un cuchillo.
»—Porque una hoja y media idea son más peligrosos que ninguna hoja o
idea.
»—Gabriel, escúchame…
»—No. Solo te anima.
681
»—Ya han muerto suficientes personas por mi culpa —espetó—. No quiero
que otras personas peleen mis batallas por mí.
»—Y, sin embargo, aquí estoy.
»Su mandíbula cayó un poco ante eso, la apretó rápidamente.
»—Sabes, sobreviví durante años sin un alma que me ayudara. Me criaron
en la mierda, y yo misma me abrí camino con garras. He salvado tu trasero tres
veces ahora, según mi recuento, y todavía no me das crédito. Me tratas diferente
ahora de que sabes que soy una chica. No eres mi papá. No soy tu hija.
»—Maldita sea, no es así. Ella es diez veces mejor que tú.
»Entonces dio un paso atrás. Como si la hubiera golpeado.
»—Maldita sea, eres un hijo de perra. Estoy intentando ser amable. Te digo
que estoy preocupada, y me escupes en la cara como un puto…
»—Cállate.
»—¡No me digas que me calle! ¿Quién diablos te…?
»—¡No, cállate! —siseé, levantando una mano—. ¡Escucha!
»Con la mandíbula apretada, frunciendo el ceño con furia, aun así, ella lo
controló. Dior inclinó la cabeza y se esforzó por escuchar. La tormenta azotaba
arriba, azotando los árboles, pero allí, por encima del clamor, llegó de nuevo,
tenue, hacia el oeste.
»Me miró a los ojos, respirando un poco más rápido.
—… ¿Trueno?
»—Esos son pasos.
»Dior frunció el ceño.
»—Grandes.
»Encendí la mecha de la linterna de cazador en mi cinturón. Agarrando una
rama ardiendo del fuego. Dior permaneció junto al fuego, con los ojos
entrecerrados en tanto se esforzaba por escuchar.
»—Creo… —Negó con la cabeza—. Creo que se están acercando.
»—Lo están. —Colgué una manta sobre la espalda de Fortuna y le di unas
palmaditas—. Tenemos que irnos.
»Olvidada nuestra pelea, Dior agarró otra rama en llamas del fuego y saltó
hacia Fortuna. La yegua pisoteó, las orejas erguidas hacia atrás cuando tomé sus
riendas, llevándola a pie a través de los matorrales y gruñidos. El viento estaba 682
aullando, la nieve flotaba a través de los enredos de arriba mientras nos movíamos,
yo guiándonos a través de la oscuridad con grandes ojos de sangre pálida.
»—¿A dónde vamos? —preguntó Dior.
»Señalé hacia el oeste, a lo que sea que se dirigía hacia nosotros.
»—Lejos de eso.
»Los pasos se acercaban, distintos ahora bajo la furiosa tormenta. Podía
escuchar susurros a través de árboles muertos, un escalofrío subiendo por mi
estómago. Arriesgando una mirada por encima de mi hombro, vi formas; una
multitud, distante a través del gruñido. Al principio, temí a los Muertos: una legión
levantada por Danton para acabarnos, viniendo sobre nosotros en las
profundidades de la noche. No estaba seguro de si sentirme aliviado o asustado
cuando vi que las cosas detrás de nosotros no eran nada humano. Sombras dentro
de las sombras, el susurro cada vez más fuerte. Ojos como linternas de tormenta
en la oscuridad, formas poderosas moviéndose entre ramas enredadas, piel
atravesada por pústulas, demasiadas piernas, demasiadas bocas. Cada vez más
cerca.
»—¡Agárrate!
»Corrimos ahora, los ojos de Fortuna se agrandaron, la yegua tirando de las
riendas en mi mano. Quería galopar, el miedo le robaba la razón, pero cargar a
ciegas a través de estos bosques a la luz de las antorchas era una locura. Aun así,
esas formas, esas cosas, con extremidades de araña y ojos de búho, aparecieron en
una inundación, garras astilladas y dientes de daga, demasiados para contarlos, y
aunque no sabía de qué horrores habían nacido, sabía que tenían hambre.
»—¡Gabriel! —rugió Dior.
»—A la mierda… ¡Muévete!
»Dior se deslizó hacia adelante arrastrando los pies mientras yo trepaba a la
yegua detrás de ella, pasando mis brazos alrededor de su cintura en tanto Fortuna
rompía a galopar. Ramas azotaron y arañaron, mi rostro desgarrado y
ensangrentado, la cabeza de Dior se inclinó mientras se doblaba y cabalgábamos
como si todo el infierno viniera detrás de nosotros. Se arriesgó a mirar hacia atrás,
con los ojos muy abiertos por el miedo.
»—¿Qué diablos es eso?
»—¡No mires!
»—Dios, Gabriel, ellos…
»—¡NO MIRES!
»Formas de animales, retorcidas más allá de toda medida de luz o razón. 683
Los sueños de árboles gritando, alzados desde la tumba en ruinas de un cantero
que alguna vez estuvo verde. Piel de hongo y ojos de seta venenosa, rostros dentro
de la boca abierta, flojos de esporas y locura. Había pisado los caminos más
oscuros de este mundo. Había mirado a los ojos del infierno y lo había visto
devolviendo la mirada. Y gran jodido Redentor, juro que nunca había visto algo
como ellos.
»Si no fuera por Fortuna, nos habrían alcanzado. Pero la yegua corría fuerte
como siempre, zigzagueando entre los troncos podridos, las ramas como manos
agarradas. Y aunque el caballo de carga nunca fue el caballo más rápido que había
montado, ella era una de las más firmes. Sus flancos pronto se humedecieron por
el sudor, el pecho palpitaba como un fuelle, pero, aunque solo podíamos ver una
docena de metros más adelante a la luz estroboscópica de mi linterna, no tropezó.
En cambio, tejimos como una aguja a través de un telar, giros y barrancos, saltando
sobre árboles caídos mientras la nieve caía espesa a nuestro alrededor y Dior y yo
nos aferramos con fuerza. Podía escuchar a la chica rezando, y encontré su mano,
la apreté con fuerza mientras ella me devolvía el apretón.
»—No temas —le dije—. Te tengo.
»Nieve cegadora. Cascos atronadores. Formas retorcidas en nuestra
espalda. No podíamos ver nada, y aun así cabalgamos, con lágrimas congeladas en
nuestras mejillas. Escuché un cambio en el viento, ya no silbaba a través del
bosque, pero aullaba en su lugar. Los árboles a nuestro alrededor se hicieron más
raros, y por un segundo, pensé que lo habíamos dejado atrás, solo para sentir mi
corazón hundirse cuando me di cuenta de por qué. Fortuna cargó, fiel a su nombre,
fiel hasta el final, fiel hasta el momento en que su suerte finalmente le falló.
»Rugí, agarrando las riendas del caballo… pero demasiado tarde,
demasiado tarde, cuando el borde del acantilado se cernía ante nosotros. Y con un
bramido aterrorizado, la yegua aterrorizada galopó hacia la brecha y nos arrojó por
el borde, hacia el golfo negro más allá.
»Dior gritó y yo rugí. «¡SOSTENTE!», y estábamos cayendo, hacia la
oscuridad cubierta de nieve. Agarré la cintura de la niña, nos retorcí mientras nos
soltábamos del lomo de la yegua, mientras la pobre Fortuna gritaba de nuevo.
Acurrucándome sobre Dior, agarrándola con fuerza, jadeé cuando sentí que
chocamos con una superficie, irregular, quebradiza, soltándonos y haciéndonos
girar. Algo se estrelló contra mi cráneo, astillándose, y me di cuenta de que
habíamos golpeado las ramas de un pino desnudo, lanzándonos rama a rama. Nos
hizo girar, me atravesó y me desgarró, y aun así me aferré, negándome a dejar que
Dior se me escapara de los brazos. La escuché jadear, sentí que nos retorcíamos,
mi pierna atrapada entre las extremidades que me agarraban y se partían en dos, y
rugí de agonía roja mientras todo el mundo giraba cegador, y finalmente, chocamos
con una espesa capa de nieve recién caída.
»Todo fue fuego. El dolor de todos los colores bajo el cielo. Pude ver el 684
hueso empujado hacia arriba a través de mi muslo desgarrado, hacia afuera a través
de mis cueros: una caña dentada de fémur, de un rojo brillante. Sangre en mis ojos
y en mi boca. Frío y oscuro a nuestro alrededor. El miedo apuñaló mi corazón
cuando apreté a la chica en mis brazos, la llamé por su nombre, desesperado.
»—¿Dior? ¡Dior!
»Estaba quieta, con el pelo esparcido por la cara, ahora no blanco sino rojo.
Tenía la frente cortada, pero, aun así, aún respiraba. Cerré los ojos, la abracé con
fuerza, temblando de alivio. La nieve se amontonaba a nuestro alrededor, el viento
era un canto fúnebre. Miré a mi alrededor, mi nariz iluminada por el olor de la
muerte. Y la vi, a veinte metros de distancia: nuestra pobre Fortuna, arrugada en
un montón de nieve.
»No pude ver la cresta de arriba. No tenía idea de qué tan lejos habíamos
caído, ni si nos habían perseguido. Solo había matorrales finos y pinos muertos a
nuestro alrededor, no había madera arruinada ni ojos brillantes, y me di cuenta de
que por fin habíamos llegado al borde del abismo. Pero incluso si los horrores que
nos perseguían no nos habían seguido hasta aquí, la muerte aún acechaba a unos
pocos latidos de distancia.
»Mi pierna estaba rota, el hueso cortaba a través de la carne sangrante.
Podría enderezarlo, pero tomaría tiempo sanar, tiempo que no teníamos. La noche
era negra, mi sangre se congelaba en la nieve que nos rodeaba, y no había nada
con qué alimentar el fuego, ni refugio que buscar.
»Busqué a tientas mi pipa, los pensamientos se aceleraban a medida que
inhalaba una bocanada de sangre. Y quitándome los guantes, apreté los dientes,
jadeando mientras reajustaba el hueso de mi muslo desgarrado. El dolor era
cegador, mis manos ensangrentadas temblaban en tanto empujaba mi fémur
destrozado dentro de mi músculo desgarrado. Oí un sonido bajo el viento,
entrecortado y gutural, y por fin me di cuenta de que era yo; gritando cuando sentí
que el hueso chocaba con el hueso roto.
»El sangrado era lento ahora, rojo brillante. Arranqué mi cinturón, presioné
a Ashdrinker en su funda contra mi pierna y la até a mi muslo, apretándola tan
fuerte como pude. Con manos escarlatas temblorosas, inhalé otra calada, sintiendo
que el dolor disminuía como sangre en agua tibia. Aun escuchando la persecución,
sabiendo muy bien que, si esas cosas nos seguían, estaríamos hechos pedazos.
»No hay tiempo para preocuparme, me dije. No hay tiempo para temer.
»Cuando haya poco que puedas hacer, haz lo poco que puedas.
»Con la cara retorcida, agarré el abrigo de Dior y nos arrastré más cerca del
cadáver de Fortuna. Revisé a la niña, buscando huesos rotos, hemorragias, pero mi 685
cuerpo le había ahorrado lo peor. Y así, tomando la daga que le había dado, me
volví hacia la yegua caída. Nos había llevado más tiempo del que esperábamos.
Había sido una amiga en lugares oscuros y odiaba pedirle más. Pero todavía había
una cosa que podía hacer por nosotros.
»—Lo siento, chica —susurré—. Deseo que tu suerte hubiera aguantado
más.
Hundí el cuchillo en su vientre y me encontré con un torrente grasiento de
sangre y mierda. Hundí la hoja hasta sus costillas, cortando el hueso. El vapor se
elevó de la herida mientras metía mis manos en ese espantoso calor. Tragué mi
bilis, me agarré y tiré: largas espirales de intestino reluciente, luego hacia arriba,
hacia su pecho, las grandes bolsas hinchadas de sus pulmones, su corazón
intrépido, hasta que la nieve se amontonó con un gran montón de vísceras
humeantes.
»Los labios de Dior estaban azules cuando la saqué a rastras de sus pieles y
abrigo, botas y calzones. Rompí las costillas de Fortuna de par en par,
manteniéndolas separadas con el hombro y el codo, mi pierna rota gritó a medida
que sacaba a Dior del frío que la mataría y la metí en el único refugio que teníamos.
Empapado y jadeando, por fin me recosté contra el flanco de la pobre Fortuna,
arrastrando sus tripas encima de mí para calentarme. Acariciando su mejilla.
Murmurando por encima del viento aullante.
»—Merci, niña.
»Es mejor ser un bastardo que un tonto.
»Me quedé tumbado en la sangre que se enfriaba lentamente. Nada que
hacer más que esperar, sanar y tener esperanza.
»Esperanza, pero nunca reces.
»Metí la mano dentro de las ruinas de Fortuna y encontré la mano de Dior,
apretándola con fuerza.
»Y juntos, esperamos el amanecer.

686
»Ninguna oscuridad nos encontró antes de que lo hiciera la luz del día.
»Mantuve una vigilia cansada, mi pierna recuperándose lentamente, el frío
y la fatiga todavía amenazaban con arrastrarme hacia un sueño del que tal vez no
me despertara. La tormenta continuó sin cesar, pero ahora que el sol negro había
levantado la cabeza, al menos podía ver un poco mejor. En la distancia, una franja
ancha y oscura de río helado serpenteaba entre los pinos dispersos y la tundra
rebelde. Y mientras contemplaba esa orilla helada, por fin me di cuenta de dónde
estábamos.
»—El Mère… —suspiré.
»Todavía me dolía el muslo, pero el sanctus había curado bastante bien el
hueso roto. Y así, poniéndome de pie tambaleándome, miré a nuestro alrededor.
Habían pasado diez años desde que dejé este lugar detrás de mí: los majestuosos
flujos helados, la extensión cubierta de nieve, la sombra de los picos que se ciernen
hacia el norte helado. La tierra que me había dado a luz, que encendió un fuego
dentro de mi pecho y, al final, me echó como un mendigo al frío.
»—Nordlund —suspiré.
»Por fin, había vuelto a casa. 687
»Un grito ahogado vino del cadáver detrás de mí, seguido de un lamento
horrorizado, y al volverme, vi manos manchadas de sangre abriéndose camino
desde las entrañas de Fortuna.
»—¡Espera! —llamé, separando las costillas y la carne congelada, y la
escarcha crepitó, huesos se partieron, y Dior se arrastró para liberarse de los restos.
Estaba jadeando, empapada en baba y sangre, un lado de su cara hinchado de color
negro y azul. Mientras la ayudaba a ponerse de pie, se miró a sí misma, con las
manos horrorizadas y llenas de cicatrices extendidas ante ella. Parecía que iba a
tener arcadas.
»—Dulce m-mmaldita M-madre doncella…
»—Todo está bien, niña. Respira tranquila ahora.
»Miró hacia los acantilados de arriba, el pino roto que habíamos aplastado
y, por fin, las ruinas de Fortuna. Vi sus ojos cerrarse, sus mejillas hinchadas. Cayó
de rodillas en la nieve rosa, doblándose en dos. Pero aun así, apretó los dientes,
encontró un lugar de hierro en el fondo y tragó con dificultad. Arranqué la manta
de Fortuna, limpié lo peor de la sangre de su piel mientras jadeaba y tragaba de
nuevo.
»—¿Puedes caminar?
»—¿A d-dónde? —susurró.
»—Ese es el río Mère. Estamos cerca de Aveléne. Puedo llevarte si lo
necesitas.
»—¿Y quién te va a llevar a ti?
»Hice un gesto vago.
»—Un tecnicismo, madeimoselle Lachance.
»Dior consiguió sonreír ante eso. Y miré, maravillándome mientras ella
apartaba el cabello manchado de sangre de sus ojos hinchados y se paraba sobre
piernas temblorosas.
»—Hemos llegado h-hasta aquí. Adelante, no hacia atrás.
»Se frotó la piel y el cabello en la nieve lo mejor que pudo, y le entregué las
botas y la ropa. Dior besó sus dedos y se arrodilló para presionarlos contra la
mejilla de Fortuna, y pude ver lágrimas en sus ojos mientras murmuraba gracias.
Puede que a algunos les hubiera parecido una tontería, que esta chica llorara por
un caballo que apenas conocía cuando ya había perdido tanto. Pero, en verdad, no
lloramos por los que se han ido, sino por los que quedamos. Y siempre es mejor
tomarse el tiempo para decir adiós. Con demasiada frecuencia, el destino nos roba
la oportunidad. 688
»Nos mantuvimos en los bancos, Dior y yo cojeando uno al lado del otro.
Esta parte del río era una vez de rápidos, ahora congelados en una naturaleza
muerta, en estasis, como las cosas que aún nos perseguían. Miré hacia la cresta de
arriba, la escarcha detrás, sabiendo que él todavía estaba allí. Podía sentirlo ahora,
acercándose, frío e implacable como la nieve. La tormenta continuó y nos heló
hasta los huesos. Un halcón de las nieves volaba en círculos sobre nuestras cabezas,
casi perdido en el cielo gris.
»Caminamos por esos bancos durante cuatro días y, al final, ambos
estábamos en condiciones de caer. Pero finalmente, en la cima de una curva
serpenteante, tomé la mano de Dior y señalé.
»—¡Mira!
»Un monte irregular se elevaba desde la costa del Mère como una torre
hacia el cielo. Buenas y gruesas paredes rodeaban la base, y en el camino que subía
en espiral por sus pendientes, se levantaban casitas; piedra sólida de Nordlund con

689
techos de tejas negras. Encima de la fría roca se alzaba un castillo tallado en el
mismo basalto oscuro sobre el que se encontraba.
»—Château Aveléne —suspiré.
»Había visto días mejores, sin duda, ningún castillo encantado de una
historia de hadas, ni un lugar donde un rey colgaría con gusto su corona. Aveléne
era un lugar lúgubre y premonitorio, que vigilaba estoicamente el río helado que
serpenteaba desde el norte. Pero cualquier luz era bienvenida en un mar de
oscuridad, e incluso desde el valle de abajo, podíamos ver pequeñas llamas en las
paredes que nos decían que aquí, a pesar de todas las adversidades, la humanidad
aguantaba.
»—¿Quién construyó este lugar? —susurró Dior.
»—Un viejo rey nórdico —le dije—. Hace siglos. Lorenzo el Hermoso, su
nombre. Tenía la intención de este castillo como un regalo para su novia a la
llegada de su primer hijo. Pero la reina de Lorenzo y el bebé murieron en el parto.
Ella yace enterrada dentro, junto con el niño que dio a luz. El castillo todavía lleva
su nombre hasta el día de hoy. Aveléne.
»—¿Has estado aquí antes?
»—Hace años —asentí—. Astrid y yo nos detuvimos aquí, después de que
dejamos San Michon. Para entonces, estaba embarazada de Patience, y había pocos
lugares en el imperio que nos hubieran dado la bienvenida en nuestra desgracia.
Pero dentro de estos muros, encontramos santuario. Paz. Puede que no parezca
mucho, pero los dos días más felices de mi vida, los tuve aquí.
»Dior me miró a los ojos.
»—Te refieres a…
»Asentí y tragué pesado, intentando quitarme el nudo en la garganta. Mi 690
pulgar corriendo a través de los tatuajes en mis dedos mientras los ecos de la risa
sonaban en mi cabeza.
»—Aquí es donde Astrid y yo nos casamos. Y donde nació Patience.
»Caminamos penosamente desde la orilla congelada, pasamos un largo
muelle de madera, ahora atascado en el hielo. Las barcazas fueron arrastradas hasta
la costa, y ahora se amarraban trineos pesados al muelle en lugar de botes. La nieve
tenía sesenta centímetros de profundidad y el avance era lento, pero al final nos
enganchamos fuera de la trinchera y las paredes que rodeaban el monte. Braseros
ardían a lo largo de las almenas, ballesteros con flechas de punta cuadrada
sumergidas en brea vigilaban. Mi corazón se elevó al verlo, no un pueblo
embarrado con una empalizada de ramitas, ni un monasterio destripado con
cadáveres en las paredes. Sino el primer verdadero santuario que habíamos
encontrado desde que dejamos Sūdhaem.
»—¡Alto! —gritó una voz desde arriba de las puertas—. ¿Quién va?
»Era una muchacha nórdica corpulenta, de pelo oscuro y piel pálida.
Observó cómo me quitaba el guante de la mano izquierda con los dientes y
levantaba la palma en el aire helado.
»—Un amigo —llamé.
»La muchacha me miró con el ceño fruncido.
»—Si conocieras a nuestro capitán, hermano, sabrías el poco peso que tiene
esa estrella más allá de estos muros. Ningún amigo de Aveléne la carga.
»—Conozco a tu capitán, madeimoselle —respondí—. Mejor que la
mayoría. Te ruego que corras ahora y traigas la noticia de que Gabriel de León ha
venido a verlo.
»—El León Negro… —susurró alguien.
»La guardiana me miró y le gruñó al chico que estaba a su lado.
»—Corre, Victor.
»Estábamos parados en el frío helado debajo de las paredes, Dior temblando
en mi hombro, mi aliento congelado en mis labios. Me sentí más aliviado de estar
aquí, pero mientras miraba a los jóvenes a lo largo de las almenas, mi culpa me
carcomía al verla: esta pequeña chispa de luz a la que habíamos traído tanto
peligro. Solo podía esperar que mis amigos entendieran el peligro al que nos
enfrentábamos y por qué lo había arrastrado hasta su puerta.
»Sinceramente, no teníamos ningún otro lugar adónde ir.
»Después de un tiempo, escuché metal contra metal, un grito débil. Y con
el astillamiento del hielo sobre las bisagras congeladas, el puente levadizo
descendió. Vi una figura, de anchos hombros y piel oscura, que entraba por las 691
puertas antes de que apenas estuvieran abiertas, y de prisa, corría hacia mí, su
sonrisa era tan brillante que casi me hizo llorar. Ahora era mayor, como todos
nosotros, con motas grises en las sienes, algunas arrugas en la piel de caoba. Pero
maldita sea si todavía no era tan guapo como lo había sido el día que entré en su
arsenal hace tantos años.
»—¡PEQUEÑO LEON! —rugió Baptiste.
»Se estrelló contra mí, dejándome sin aliento en los pulmones mientras
rugía. Y me reí cuando me levantó del suelo, aullando, y Gran Redentor, la alegría
en sus ojos fue suficiente para romper mi corazón. Simplemente me aferré, con
fuerza como me atrevía, su tono de barítono profundamente en mi pecho en tanto
gritaba mi nombre, y Dios, aunque lo intenté, no pude contener las lágrimas.
»Baptiste me dejó en el suelo después de un momento y me besó en ambas
mejillas, desconcertado.
»—Buen Dios Todopoderoso —suspiró—. Nunca pensé en volver a verte,
hermano.
»—Ni yo tampoco. —Sonreí—. Pero nunca en mi vida he sido más feliz de
estar equivocado.
»—¿Admitiendo que estaba equivocado? —vino una voz—. Bueno, es la
primera vez, seguro y cierto.
»Miré más allá del hombro de Baptiste y lo vi cruzar el puente levadizo
hacia mí. Tan principesco como siempre lo había sido: su largo cabello dorado caía
hacia atrás desde su frente y mejilla llena de cicatrices, su mandíbula apretada, sus
rasgos orgullosos. Pero ahora sus ojos estaban templados con sabiduría, brillando
con lágrimas cuando abrió los brazos.
»—Feliz amanecer, campesino. —Aaron sonrió.
»—Feliz mañana, pequeño lord —me reí.
»Y me rodeó los hombros con los brazos y me arrastró a un abrazo, y todos
los años entre nosotros no fueron nada en ese entonces. De nuevo éramos niños,
hermanos de brazos, nacidos de sangre pálida, que estaban uno al lado del otro y
miraban juntos el rostro del infierno. Duros como el hierro. Fuertes como el acero
plateado. Todavía invictos.
»—Es tan jodidamente bueno verte, hermano —susurré.
»—Y a ti, hermano —suspiró Aaron, con la voz quebrada.
»Agarré sus mejillas, presioné nuestras frentes juntas. Y por fin, de mala
gana, se separó de mi abrazo. 692
»—Lo último que supimos es que estabas en Sūdhaem con tu esposa y tu
niña. En el nombre de Dios, ¿qué te trae de vuelta aquí, Gabe?
»—Necesitamos tu ayuda, hermano. —Miré a Dior detrás de mí, acurrucada
contra el frío en su abrigo de señor—. Ella necesita tu ayuda.
»Baptiste arqueó una ceja espesa.
»—¿Ella?
»Dior hizo una elegante reverencia, como una dama en la corte del
emperador.
»—Será mejor que vayan a buscar algunas botellas —les dije—. Tenemos
mucho de qué hablar.
»—Juro por el Todopoderoso, la Madre Doncella y los Siete Mártires —
suspiró Aaron—, que nunca había escuchado una historia tan extraña como esta.
»—El Santo Grial de San Michon —suspiró Baptiste, haciendo la señal de
la rueda.
»Aaron estaba junto a una chimenea rugiente, mirando a Dior con ojos
curiosos. Baptiste también estaba estudiando a la chica, la luz del fuego brillando
sobre la piel oscura. La pareja nos había llevado a través de las puertas sin dudarlo,
llevándonos por el monte hasta su torre en ruinas, y ahora estábamos sentados en
un gran salón de piedra. Tapices raídos colgaban de las paredes junto a un gran
mapa del imperio. Las regiones caídas bajo sangres fría estaban marcadas, sin duda
por la mano de Aaron, osos al oeste, serpientes y lobos al sur, y al norte y al este,
los cuervos blancos del linaje Voss, acercándose cada vez más a la capital,
Augustin.
»El château Aveléne era viejo, su piedra estaba agrietada y sus pasillos
estaban llenos de corrientes de aire, pero Dios mío, fue un cambio bienvenido con
respecto al bosque. Nos habían traído bebida, comida fresca, carne de verdad, nada
menos, y Aaron y Baptiste escucharon atentamente mientras contaba nuestra
historia. 693
»Se veían bien, mis viejos hermanos. Aveléne había estado cerca de una
ruina cuando se establecieron aquí hace años, pero la habían reclamado de las
manos del tiempo, y ahora estaba como un faro en un océano de oscuridad. El patio
había estado lleno de gente cuando nos hicieron pasar al interior, no solo soldados,
sino mujeres y niños, familias, que se forjaban un poco de vida junto a este hogar
en llamas. En verdad, fue una maravilla verlo.
»Baptiste todavía estaba duro como un clavo; obviamente había seguido
trabajando en la herrería en los años que habíamos estado separados. Se había
cortado el pelo, ahora al ras del cuero cabelludo, sal y pimienta en las sienes.
Llevaba viejos cueros oscuros adornados con piel pálida, las manos aún anchas y
callosas por el martillo.
»El cabello de Aaron era más largo y se había dejado una barba corta, muy
elegante. Todavía vestía el atuendo de lord: una fina levita con el verde esmeralda
de su familia y una capa de zorro gris. Si la tela era vieja, le faltaban algunos
botones, todavía tenía la postura más noble. Y aunque su rostro todavía estaba
lleno de cicatrices por las garras del Espectro en Rojo, aunque este castillo no era
tan hermoso como el torreón ancestral en Coste, mi hermano seguía siendo
orgulloso como siempre lo había sido.
»—La historia me parece tan extraña como a ustedes —les dije, tragando
otro trago de vodka—. Y la estoy viviendo. Pero por mi vida, por mi nombre, lo
he visto con mis propios ojos. La sangre de Dior convierte a los vampiros en pilares
de llamas. Trae de vuelta a los hombres al borde de la muerte. Y el Rey Eterno
también lo cree. Lo suficientemente como para poner a su hijo detrás de nosotros.
»—La Bestia de Vellene —murmuró Aaron—. El hermano menor de Laure.
»—Debe estar al otro lado del Volta. —Asentí hacia el mapa en la pared—
. No sé si nos encontrará aquí, pero nos ha estado atacando como un maldito
sabueso hasta este momento.
»—Hay algo en mi sangre —dijo Dior en voz baja—. Los atrae, como
mendigos a la plata. Ocurrió cerca de Lashaame y Dhahaeth. De nuevo en Winfael
y todo el camino a través de Ossway. Dondequiera que estemos, los sangre fría
parecen encontrarnos.
»Aaron miró el mapa con una ceja levantada, sorbiendo de su copa de
hierro. Baptiste lanzó un suspiro profundo y gentil hacia Dior.
»—¿Qué quiere la Bestia de ti, madeimoselle? ¿Por qué Fabién Voss se
preocupa por ti?
»—No sé. —Tragó, mirando sus manos llenas de cicatrices—. Danton dijo
algo sobre una corona negra. Que incluso el Rey Eterno me rendiría homenaje. 694
»—Mentiras gotean de las lenguas de los Muertos como miel. No podemos
poner en valor nada de lo que te haya dicho. —Aaron me miró a los ojos, la luz del
fuego reflejada en los suyos—. ¿Qué hay de esta enmascarada que te caza? ¿Liathe,
dijiste? No había escuchado el nombre antes.
»—Yo tampoco. Pero ella es poderosa y tiene dones de sangre que nunca
he visto. —Negué con la cabeza—. No conozco su juego. Pero ella y Danton
parecen estar en desacuerdo. Ambos quieren a Dior viva y no se puede confiar en
ninguno. Necesitamos atraer a la Bestia, ponerlo en su tumba y luego llevar a Dior
a San Michon antes de que desciendan más enemigos.
»—Me sorprende que hayas depositado algo de confianza en la Ordo
Argent, hermano —dijo Aaron, mirándome con atención—. Después de todo lo
que te hicieron a ti y a Astrid.
»—¿Cómo está tu leona, hermano? —preguntó Baptiste, dedicándome una
sonrisa—. ¿Y tu cachorra? Ella debe ser una pequeña dama adecuada a estas
alturas.
»—Casi. —Sonreí, delgado como el agua—. Tiene once años.
»—Dale un beso del tío Baptiste cuando la veas, ¿eh?
»—Sé que la Orden no trató a Gabriel de manera justa —interrumpió
Dior—. Pero la hermana Chloe creía que la respuesta a la muerte de los días estaba
dentro de esas paredes. Murió por esa creencia, y no sola. Rafa, Bellamy, Saoirse,
Phoebe, se lo debo a todos ellos llevar esto a cabo.
»—Pobre hermana Chloe —murmuró Baptiste, mirando en su vaso.
»Aaron asintió, haciendo la señal de la rueda.
»—Siempre le tuve cariño.
»Dior se mordió el labio y miró a mis viejos amigos.
»—Escuchen, no tenía idea de que Gabriel me iba a llevar a un lugar como
este. No teníamos ningún otro lugar a dónde ir. Pero aun así, tienen todas las
disculpas que puedo reunir por poner todo esto sobre sus hombros. Lamento
tanto…
»—Sin disculpas, madeimoselle Lachance —replicó Aaron—. Le confío mi
vida a Gabriel de León. Si él jura que eres una causa por la que vale la pena luchar,
entonces lucharemos, y con toda la gracia del cielo.
»—No quiero que nadie más muera por mí…
»—Es bueno que no tengamos planes. —El Señor de Aveléne se arremangó
y vi la plata tatuada allí, la historia de su juventud, fe y fuego todavía grabada en
su piel—. Sé que no parece mucho, pero si la Bestia de Vellene cree que asaltará 695
este castillo con unos cuantos chuchos podridos, está por hacer un ajuste de
cuentas, seguro y cierto.
»—Dios está de nuestro lado, madeimoselle. —Baptiste sonrió y apretó la
mano de Dior—. Y algunas de mis propias innovaciones además. Te lo mostraré
antes de la misa, si quieres.
»—¿Misa? —Fruncí el ceño, sirviéndome otra taza.
»—Es prièdi, hermano. —Aaron se rascó la pulcra barba, pensativo,
mirando a Baptiste—. Y después de eso, una fiesta, creo. ¿Qué dices, amor?
»Baptiste dio un puñetazo en la mesa, haciendo que las copas saltaran.
»—¡Una gran idea!
»Dior frunció el ceño.
»—No quiero causarles ningún problema…
»—¡Disparates! —bramó el herrero—. Ha pasado demasiado tiempo desde
que tuvimos una excusa para cantar y reír. Y en noches tan oscuras como estas,
¿quién sabe cuándo volveremos a tener ocasión? ¡Un festín, madeimoselle
Lachance! ¡Insistimos! Para abrazar a los viejos amigos y dar la bienvenida a los
nuevos.
»—Puede que no tengamos una despensa de emperador. —Aaron me
sonrió—. Pero apuesto a que nuestra comida es mucho mejor que la cocina de este
bastardo.
»—Aquí, ahora —gruñí—. No soy tan malo.
»—Lo intenta —suspiró Dior—. Pero su ragú de hongos… no es el mejor.
»—Si crees que eso es malo, deberías probar su pan de viaje —se rio
Aaron—. El viejo maestro Greyhand casi le escribe al Pontífice para que lo
declarara un crimen contra Dios.
»—Jódanse —me reí entre dientes—. Todos ustedes. Perros traicioneros.
»Baptiste sonrió y me dio una palmada en la espalda, y no pude evitar
levantarme y abrazarlo una vez más. No sabía cuánto había extrañado a estos
hombres, esta hermandad, y la idea de que pondrían todo lo que tenían en la línea
simplemente porque les pedía… Dios me ayude si casi no lloro de nuevo, ahora y
allí.
»Baptiste nos condujo a un recorrido por el château como prometió, y pude
ver que él y Aaron no habían estado inactivos. Aveléne había sido impresionante
cuando Astrid y yo la visitamos por primera vez, pero en la última década, Aaron
y Baptiste habían convertido las viejas ruinas en una fortaleza. Más allá de los
muros que rodeaban la base del monte, solo un camino sinuoso conducía a las 696
puertas del castillo. Si se presiona, la gente de la ciudad de abajo podría volver a
entrar en el torreón y el gran diseño de Baptiste.
»—La ingeniería funciona a lo largo de las almenas —dijo con orgullo,
caminando por las paredes con una mano entrelazada con la de Aaron—.
Lanzadores de fuego y ballestas, barriles llenos de carbón. Tenemos un destilador
químico donde solían estar los viejos establos, produciendo alcohol de madera lo
suficientemente puro como para arder como yesca. —Me miró—. No te
recomiendo que lo bebas, mon ami.
»Hice una mueca, bebiendo de mi nuevo frasco.
»—No podría ser peor que este vodka.
»—Te dejará ciego, Gabe. Y loco.
»—Como he dicho…
»—Tenemos cien guerreros valientes —continuó Aaron, guiándonos a
través del patio abarrotado, la canción del soldado y el acero—. Bien entrenados,
bien armados. Tenemos exploradores en el campo, por lo que detectaremos a
cualquier ejército mucho antes de que lleguen. Ojos para ver y colmillos para
morder.
»—Me vendrían bien unas cuantas ampollas, si sobran —dije en voz baja.
»—No temas. Tenemos un buen alijo. —Aaron asintió y me dio unas
palmaditas en el brazo—. No es la mejor calidad, pero los condenados a menudo
deambulan por aquí, y todavía disfruto de la C…
»—Oh, Madre Doncella, ¡son hermosos!
»Dior cruzó corriendo el patio hacia un amplio corral cubierto. En el interior
había más de dos docenas de perros: robustos sabuesos de Nordlund, de espeso
pelaje, grises y moteados, y ojos azul brillante. Dior se arrodilló junto a su corral,
y los perros grandes olisquearon sus manos, le lamieron la cara mientras ella
sonreía con deleite.
»—¡Nunca había visto tantos, tan grandes!
»—Los hemos estado criando por un tiempo —sonrió Baptiste—. Los
usamos para pasear en trineo por el río cuando se congela. El comercio llega hasta
Beaufort, por lo que no estamos aislados con las nieves invernales.
»—¿Podrías usarlos para llegar a San Michon? —preguntó la niña.
»Aaron y Baptiste intercambiaron una mirada, y el herrero se frotó la
barbilla.
»—No tenemos muchas ocasiones de visitar allí, chérie. El monasterio sigue
en pie; el Rey Eterno le echó un vistazo y decidió que no valía la pena sitiarlo. El
ojo de Fabién siempre ha estado en el este, y en Augustin. Los santos de plata 697
guardan nuestro flanco norte, y por eso damos gracias. Pero Aaron y yo no tenemos
ningún deseo de comer en una mesa donde no somos bienvenidos.
»Negué con la cabeza, todavía enojado por ellos después de todos estos
años. Aaron fue uno de los mejores iniciados que jamás haya visto la Orden.
Baptiste su mejor herrero. Observé lo que estos dos habían construido aquí, la
oscuridad que se cerraba a nuestro alrededor, y me maravillé de que San Michon
alguna vez les hubiera dado la espalda a estos hombres. Y de todas las cosas, por
el amor.
»Continuamos serpenteando, el brazo de Aaron alrededor de la cintura de
Baptiste mientras el herrero me mostraba con orgullo su fragua y una pequeña
cristalería al lado. Llegamos a un gran almacén cargado de suministros: reservas
alimenticias secas, grandes barriles de vodka y alcohol de madera de su destilería,
barriles más pequeños marcados con cruces negras. Dior finalmente terminó de
preocuparse por los perros, volvió a mi lado. Mirando alrededor del almacén,
arrugó la nariz.
»—… ¿Qué es ese olor?
»—Yellowwater y nightsoil. —Aaron señaló un cobertizo de madera frente
a los corrales de perros—. También cultivamos eso.
»La chica miró a Aaron como si estuviera tocado por la luna.
»—Estás cultivando pis y mierda.
»—Para el salpêtre —me di cuenta.
»Aaron asintió, tamborileando con los dedos sobre la pila de barriles más
pequeños.
»—Las lecciones de química del viejo serafín Talon no fueron en vano para
mí, hermano. Tenemos azufre de las minas cercanas a Beaufort. Y carbón en
abundancia.
»Dior simplemente parecía desconcertada, pero me encontré sonriendo.
Mirando más de cerca los barriles más pequeños, me di cuenta de que no estaban
marcados con cruces, sino con las guadañas gemelas de Mahné, el Ángel de la
Muerte.
»—Ustedes bastardos descarados están haciendo sus propios ignis negros.
»—Por años ahora. —Aaron observó el château con un movimiento de la
mano: los soldados armados, las obras de ingeniería, los perros aulladores, la
piedra buena y gruesa—. Como digo, ¡ay de nuestro Príncipe de la Eternidad si
busca arruinar estas faldas!
»Miré alrededor del pueblo, respirando el humo, escuchando las risas y el
bullicio, el himno de metal sobre metal, y me permití una pequeña sonrisa. Había 698
sido un viaje sangriento a Aveléne, seguro y verdadero. Y todavía era una buena
caminata por el Mère hasta San Michon. Pero parecía que habíamos encontrado
una especie de santuario. Aquí, por fin, finalmente podríamos estar a salvo.
El último santo de plata se reclinó y tomó un largo trago de su botella de
vino.
El historiador siguió escribiendo en su libro.
—¿Deberías haberlo sabido mejor? —murmuró Jean-François.
Gabriel suspiró.
—Debería haberlo sabido mejor.
»Todas las sillas tambaleantes y las mesas torcidas del monte habían sido
arrastradas al salón para la fiesta. Utensilios a trozos colocados sobre manteles de
retazos. Vajilla rota y jarras desparejas. Salvo los lamentables guardias de las
murallas, la mayor parte de Aveléne salió esa noche.
»Podía ver familles en el pasillo, niños pequeños, incluso algunos recién
nacidos, y nuevamente, me asaltó la idea de que había traído el mal a esta puerta.
Pero una vez que comenzó la comida, olvidé el sabor de la culpa por un momento
y simplemente me dejé respirar. Como había dicho Baptiste, había pocos motivos
para celebrar esas noches, y aunque la gente no tenía ni idea de por qué, seguían
viniendo a darse un festín con estofado de conejo, montañas de champiñones y pan
de patata caliente. No sabía el secreto, pero quienquiera que trabajara en las cocinas
del torreón era un hechicero; incluso volví por una segunda ración de papas.
»Un trío de juglares comenzó a cantar alegres melodías y la pista quedó
despejada para bailar. Dior se sentó a mi lado derecho, con el plato vacío y la
barriga llena. Un pobre idiota estaba ocupado intentando limpiar las manchas de
sangre de la ropa que le había comprado, y le habían ofrecido a Dior un vestido
para que se lo pusiera. Pero en cambio, le había pedido prestado a Aaron una levita
vieja. Solo eso me dijo que, a pesar de toda la calidez y alegría, ella todavía estaba 699
incómoda. Dior usaba ese abrigo como una armadura, el cabello caía sobre su
rostro. También estaba en su tercer vaso de vodka casero de Baptiste.
»—Ten cuidado con esa cosa —le advertí—. Es fuerte como la patada de
una mula.
»—Me gustan las mulas —sonrió la niña.
»—Bien, no me culpes si tu cabeza se está partiendo al amanecer.
»—De acueeeerdo, viejo —cantó, mostrándome los padres.
»—Te lo sigo diciendo, solo tengo treinta y dos.
»—Podrías haberme engañado con esa barba, abuelo.
»Fruncí el ceño, frotándome los bigotes crecidos.
»—Te lo dije, perdí mi navaja.
»—Bueno, busca otra, pareces el perro de un ladrón. —Levantó su taza y
sonrió—. ¿Tu esposa te dejaría salirte con la tuya con una monstruosidad como
esa?
»—No, Astrid la odiaba. —Sonreí—. Solía llamar herejía a mi bigote.
»Dior arrugó la nariz.
»—¿Tenías bigote?
»—No después de que ella lo llamó así.
»Dior se echó a reír mientras me servía otro vaso.
»—Ese era uno de los muchos talentos de mi esposa, ¿ves? Ella siempre
sabía lo que tenía que decir para salirse con la suya. Esa mujer me tenía envuelto
alrededor de su dedo meñique, y solo empeoró cuando Patience también aprendió
a hacerlo. Ella se parecía a su madre, esa, segura y verdadera. Una mirada a esos
ojos y me derretiría como la nieve primaveral.
»Me reí para mis adentros, negando con la cabeza. Pero cuando bebí otra
taza, vi que Dior se estaba chupando el labio, mirándome dos veces, extrañamente.
»—… ¿Qué?
»—¿Puedo suplicarle este baile, madeimoselle?
»Los dos rompimos nuestra competencia de miradas cuando Baptiste hizo
una reverencia ante nosotros. Dior miró al herrero parpadeando y se frotó los
moretones de la cara.
»—… ¿Yo?
»—¿Si no ofende? —El herrero le regaló a la niña una sonrisa que habría 700
derretido a la Madre—. Mi corazón pertenece a otro, señorita Lachance. Pero él
no es del tipo celoso. Y ninguna flor tan divina debería dejarse marchitarse en un
rincón.
»Los ojos oscuros de Baptiste brillaron con alegre picardía cuando le tendió
la mano. La multitud vitoreó mientras la música a nuestro alrededor cambiaba de
tono, los juglares aceleraron el ritmo. Pero Dior me miró y negó con la cabeza.
»—Quizás más tarde.
»—¿Estás segura? —preguntó el grandulón, asombrado de que su sonrisa
hubiera fallado.
»—Oui —asintió—. Merci, Baptiste. Más tarde, lo prometo.
»—Como quieras, madeimoselle. Pero te haré cumplir ese voto. —El
herrero hizo otra reverencia y se retiró. Lo vi agarrar la mano de otra chica,
saludando a Aaron mientras la arrastraba al área de baile. Los bailarines se
balanceaban y bullían sobre las tablas, toda la sala aplaudiendo al compás.
»—¿No te gusta bailar? —le pregunté a Dior.
»—No sé cómo —admitió—. No hay muchas galas en las alcantarillas de
Lashaame.
»—Entonces te enseñaré — declaré, tendiéndole la mano—. Será una buena
práctica.
»—¿Practica para qué?
»—En el fondo, el baile y el manejo de la espada son lo mismo.
»Dior parpadeó cuando lentamente lo comprendió. Ella miró a Ashdrinker
en mi cadera, y gritó, plantando un rápido beso en mi mejilla.
»—Eres un buen hombre, Gabriel de León.
»—Soy un bastardo, es lo que soy. Solo soy tu tipo de bastardo.
»Salimos a la pista juntos, dando nuestros primeros pasos a tientas, la
habitación a nuestro alrededor giraba. Y aunque bebí tres tazas, Dior seguía con
un ritmo innato que me decía que algún día podría ser una especie de espada fina.
Pisó mis pies un par de veces, por supuesto, pero su risa era más brillante que la
música que nos rodeaba, y verla feliz me hizo feliz a mi vez. No podía recordar la
última vez que me había reído tanto como esa noche, y por un tiempo, fue
suficiente. Pero todo el tiempo fue creciendo en mí una melancolía sombría que se
profundizaba con cada taza que tomaba de una bandeja que pasaba, cada bocado
ardiente que tragaba en mi búsqueda por ahogarlo.
701
»Y así fue, cuando Baptiste regresó y le preguntó a Dior sobre bailar de
nuevo, que me escapé agradecido. Para entonces ya había bebido demasiado y
sabía que con unos pocos más estaría tropezando. Los rostros sonrientes a mi
alrededor parecían ahora máscaras de muerte, la música un canto fúnebre, y cuando
los juglares rompieron en una alegre jiga y toda la multitud comenzó a patear al
ritmo, me di cuenta de que no había ningún lugar en la tierra en el que menos
quisiera estar. Dior aulló mientras giraba del brazo de Baptiste, dando vueltas y
tropezando entre la multitud, y agarré una botella de una mesa y empujé a través
de las grandes puertas de madera, hacia el frío solitario.
»El viento hizo que se me humedecieran los ojos a medida que caminaba
penosamente por el camino empedrado, con los hombros encorvados en busca de
calor. Sabía hacia dónde me dirigía, caminando sin pensar, tomando otro trago de
la botella mientras se elevaba ante mí como una piedra imán. Podía ver la luz de
las velas a través de las vidrieras, oler el incienso votivo, escuchar los ecos de la
misa cantada durante mucho tiempo.
»La Capilla de Aveléne.
»Era un edificio diminuto, nada tan grandioso como la catedral de San
Michon. Aun así, no hacía mucho parecía un palacio. Y cuando entré esa noche de
invierno, me vi a mí mismo como había sido todos esos años atrás. Caminando
sobre las piernas de un potrillo a través de las puertas de entrada, Aaron a mi lado,
hasta el altar y el ángel esperando allí. Ella estaba de pie en un rayo de luz del día
más tenue, con las manos sobre su vientre, y sé que suena a cliché, pero estaba
radiante con eso. La Orden nos había echado como huesos y paja, y debería
haberme sentido avergonzado. Pero caminando al lado de Astrid ese día,
prometiendo estar con ella para siempre, solo conocía el amor. El amor más puro.
»Estaba parado ahora en esa iglesia vacía más de una década después, y
todo estaba frío y en silencio. Una rueda de madera de serbal todavía colgaba sobre
el altar, una talla del Redentor atada a ella, girando suavemente con el viento
mientras las puertas crujían al abrirse detrás de mí. Tomé otro trago de la botella,
balanceándome sobre mis pies. Sabía que sería un lamentable bastardo mañana.
»—Feliz amanecer, Aaron —llamé.
»— Feliz mañana, hermano —respondió.
»Podía sentirlo parado a mi lado ahora, como lo había hecho en ese día más
feliz, llevando los anillos de compromiso que Baptiste había forjado con sus
propias manos. Le ofrecí la botella a Aaron y él la tomó, bebiendo del cuello. Nos
quedamos uno al lado del otro, y miré la rueda que giraba sobre nuestras cabezas,
sacudiendo lentamente la mía.
»—¿Alguna vez te pareció extraño?
702
»—No estoy seguro de lo que quieres decir.
»—La rueda. —Asentí—. Por qué eligieron eso como el símbolo de la Fe
Única.
»—Es un símbolo del sacrificio del Redentor. La ofrenda que sentó las
bases de Su Iglesia en esta tierra y nuestra salvación. Por esta sangre tendrán vida
eterna.
»—¿Pero no te parece un poco morboso? Me parece que tal vez deberían
haber encontrado algo que celebrara los días que vivió. Las palabras que dijo. En
cambio, el símbolo de su Iglesia es lo que lo mató —Negué con la cabeza—.
Siempre me pareció extraño.
»Aaron me devolvió la botella.
»—¿Estás bien, Gabe?
»Entonces lo miré. Mi amigo. Mi hermano. Nunca había visitado las ruinas
de Coste, pero había escuchado las historias de lo que Voss le había hecho a la
ciudad después de cruzar la Bahía de Lágrimas. Siempre me había preguntado si
Aaron deseaba haber estado allí. Cayendo en la ruina junto con su familia antes
del avance del Rey Eterno. Y suspiré, mirando al Redentor de nuevo.
»—¿Cómo puedes rezarle todavía a este bastardo, Aaron?
»—Él es mi Dios. Todo lo que tengo, se lo debo a él.
»—¿Todo lo que tienes? —me burlé—. Te quitaron todo. Te expulsaron de
la Orden a la que habías dedicado tu vida. Estuviste en defensa de este imperio y
su iglesia, y los hombres de ambos estaban dispuestos a despellejarte la espalda
por causa de a quien amabas. Por unas pocas palabras en un maldito libro
polvoriento. Todo lo que eres es lo que Dios te hizo ser y, sin embargo, ellos se
volvieron contra ti por eso. ¿Cómo puedes rezarle después de eso?
»—Es como dijiste, hermano. Fueron hombres los que nos hicieron eso a
Baptiste y a mí. No Dios.
»—Pero él permitió que sucediera. Todo lo que hay en la tierra abajo y
arriba es obra de mi mano. Y toda la obra de mi mano está de acuerdo con mi
plan.
»Aarón miró al Redentor por encima de nosotros, negando con la cabeza.
»—Lo estás viendo mal, Gabe —suspiró—. Dios pudo haber enviado la
tormenta, pero me dio brazos para nadar hasta la orilla. Podría traer la nieve del
invierno, pero nos dio las manos para encender la llama. Ves el sufrimiento a tu
alrededor, pero no la alegría a tu lado, y lo maldices por lo peor, pero no le das las
gracias por lo mejor. ¿Qué diablos quieres de él? —Me miró, escudriñando mis
ojos—. Si Baptiste y yo nunca hubiéramos sido expulsados de la Orden, no
hubiéramos estado aquí hace tantos años cuando tú y Astrid vinieron a golpear 703
nuestra puerta. Y no habría estado parado aquí a tu lado cuando juraste tu amor
por esa mujer, ni hubiera tenido la oportunidad de verte llorar mientras sostenías a
esa niña en tus brazos. Si nos hubiéramos quedado en San Michon, no hubiéramos
estado aquí para responder cuando tú y Dior vinieron a trompicones de la nieve
hoy. Y si esa chica es la respuesta para acabar con todo este sufrimiento, ¿no vale
mi sufrimiento eso?
»—¿Me estás diciendo que no había otra forma de llevar a Dior a donde
necesitaba estar?
»—Te digo que he hecho las paces con él. Solo aprecia la luz del sol después
de estar bajo la lluvia torrencial. Todo sucede por una razón, Gabe.
»—¡Pura mierda! —escupí, la rabia aumentaba—. ¡No se trata de la razón,
se trata de la retribución, Aaron! Te prepara para fallar, y cuando rompes sus
malditas reglas, te castiga por ello. Él te hace querer, y cuando tomas, te lo quita
todo. ¿Qué tipo de mierda enferma hace eso?
»—Ese es el precio del pecado, Gabe.
»—Si es pecado, ¿cómo puede resultar el bien? ¿Y quién dejaría que esa
bondad floreciera un momento solo para arrancarla de la tierra? ¡Un sádico! ¡Un
herrero que culpa a su propia espada! ¿Qué clase de bastardo castiga a las personas
que amas para castigarte a ti?
»Tiré la botella, el vidrio se rompió en la rueda del Redentor. Uno de los
tirantes se soltó y la rueda cayó, girando torcidamente mientras escupía con furia.
»—¡Ningún maldito hermano mío!
»Aaron me miró con atención, con el ceño fruncido en esa hermosa frente.
»—¿Estamos hablando de Baptiste y yo ahora? ¿O estamos hablando de ti?
»No respondí y miré a ese santo tonto que giraba sobre nosotros.
»—… ¿Dónde están Astrid y Patience, Gabriel?
»—Esperándome.
»—¿En casa?
»—¿Dónde más estarían?
»—Si están en casa, ¿por qué estás aquí?
»—Conozco a un rey que necesita ser asesinado.
»—… ¿Voss?
»—Voss —siseé, el nombre como veneno en mi lengua—. Una vez que
Dior esté en San Michon, me dirijo al este para tomar la cabeza de ese hijo de puta. 704
Para acabar con esto de una vez por todas.
»Aaron se interpuso entre la rueda y yo, de modo que me vería obligado a
mirarlo a los ojos.
»—Gabe, Fabién Voss se sienta en el corazón de una legión de diez mil
hombres. Los mayores ejércitos y generales del imperio han retrocedido o
simplemente han caído ante él. Ningún hombre nacido de mujer puede matar al
Rey Eterno. Tú lo sabes. Es una locura. Es un suicidio incluso intentarlo.
»—Y, sin embargo, aquí estoy.
»—… ¿Es eso lo que quieres? ¿Morir? ¿Qué hay de tu famille? —Alcanzó
mi brazo, agarrándolo con fuerza—. Gabriel, mírame. ¿Dónde están? ¿Por qué las
dejaste?
»—Déjalo en paz, hermano —gruñí.
»—Gabe…
»—¡Déjalo en paz! —grité, apartando su mano de una palmada. Agarrando
su abrigo, lo golpeé contra el altar, mi cara a centímetros de la suya—. Quieres
acurrucarte aquí en tus desmoronados pasillos hasta que llegue el final, ¡que así
sea! ¡Quieres desperdiciar tu vida orando a un Dios al que no le importa, como a
ti te gusta! ¡Pero no me esconderé en la oscuridad por miedo a dormir, ni cantaré
las alabanzas de un bastardo que se llamaría a sí mismo Señor de una tierra como
esta! ¡Por mi mano, Fabién Voss morirá! Por mi sangre, por mi alma, no por tu
maldito Dios, ¡lo prometo!
»—Te amo, Gabriel—dijo en voz baja, mortal—. Pero quítame las manos
de encima.
»El brillo de ese depredador, ese viejo don Ilon agitándose en sus venas.
Sangre pálida, de cabo a rabo. Y lo dejé ir, avergonzado de mí mismo, de todo lo
que era y en lo que me había convertido. No podía soportar mirarlo, mirándome
las manos en su lugar mientras susurraba.
»—Perdóname.
»—Hermano, no hay nada que perdonar —dijo, poniendo su mano en mi
hombro—. Sé que hablas desde el dolor, y aunque temo la causa, no agregaré nada
preguntando su nombre. Tampoco te diré qué creer. El corazón de cada hombre es
suyo y, al final, solo él puede llenarlo. Pero te digo esto, y si nunca me has
escuchado, por todo el amor que me tienes, te ruego que me escuches ahora. Porque
veo una sombra sobre ti, hermano. Y tengo miedo.
»Me tomó de la mano, apretándola con fuerza mientras buscaba mis ojos.
»—No importa en qué tienes fe. Pero debes tener fe en algo. 705
»Me encontré con su mirada, la verdad luchando detrás de mis dientes.
»Hablarlo lo haría real.
»Hablarlo sería volver a vivirlo.
»—El peor día —susurré.
»Un chirrido resonó en el aire, quebradizo y afilado, metal contra metal. El
hechizo entre nosotros se rompió, las pupilas de Aaron se dilataron a medida que
la canción se hacía más febril. Y a través del ruido de mis oídos, el eco de las
palabras de mi hermano, me di cuenta por fin de lo que estaba escuchando.
»Aaron me miró con la mandíbula apretada.
»—Campanas de alarma.
»Miré al Redentor que colgaba de su rueda torcida y luego a la noche que
nos esperaba afuera. Silbidos a través de dientes afilados.
»—Danton.

706
»El gran salón se estaba vaciando cuando Aaron y yo salimos corriendo de
la capilla. Los alegres, los juglares, jóvenes y viejos, todos se abrían paso a través
de la oscuridad iluminada por antorchas hacia las puertas del castillo. Vi a Baptiste
entre la multitud, y Aaron y yo nos abrimos paso a su lado. Hombres y mujeres
estaban juntando armas, las campanas aún sonando en las paredes exteriores, una
gran multitud ahora caminaba por el camino sinuoso hacia la base del monte.
Busqué a Dior entre ellos, incluso llamándola por su nombre, pero no pude verla
por ningún lado.
»Llegamos a las murallas exteriores de Aveléne y seguí a Aaron hasta las
almenas. Las campanas dejaron de sonar cuando él y Baptiste llegaron. Los
guardias saludaron a la pareja enérgicamente, asintiendo con la cabeza:
»—Capitán. —Pude ver que su lealtad hacia Aaron era feroz y verdadera,
que lo amaban como un hombre, sin importar a quién amaba a su vez. Pero también
pude sentir una pizca de miedo entre ellos. Y entrecerrando los ojos a través de la
nieve amarga y sombría hasta el borde de la luz de las antorchas de las paredes de
Aveléne, no pude encontrar la manera de culparlos.
»La Bestia de Vellene estaba en el camino. Estaba vestido todo de negro,
su capa de duelista se agitaba a su alrededor con un viento que parecía gemir más 707
fuerte cuando lo tocaba. Sus ojos eran más oscuros que la noche de arriba, su piel
tan pálida que brillaba como una perla. Cualquiera que lo mirara, príncipe,
mendigo o poeta, lo reconocería por lo que era: un señor de la carroña, cargado de
siglos, coronado de amenaza y malicia. Y verlo partió de desesperación todos los
corazones menos los más audaces.
»Danton dio un paso adelante, su mirada negra como el pedernal vagó por
las paredes. Los hombres se acobardaron cuando él los miró, las mujeres
temblaron, el frío de él como un cuchillo en sus mentes. Sus ojos se posaron en mí
y una sonrisa, fría, pálida y aguda, curvó sus labios rubí.
»—¿Dónde está el señor de esta… choza? —preguntó—. Trataré con él.
»Aaron dio un paso adelante, el cabello dorado ondeando al viento.
»—Soy él.
»La mirada de Danton se posó en mi amigo y vi a Aaron apretar los dientes
y mostrar los colmillos. Sentí el aire crepitar entre ellos; una batalla de voluntades,
antiguo versus sangre pálida nacido. Y al final, vi que la sonrisa de Danton se
agriaba.
»—¿Quién eres tú, mortal?
»Aarón se quitó el guante, sostuvo la estrella de siete puntas en la palma de
la mano, ahora ardiendo con una luz pálida y feroz.
»—Un mortal, oui —respondió—. Pero no el hijo de un mortal. Mi nombre
es Aaron de Coste, hijo de la Casa Coste y el linaje Ilon, y mi mente no es tuya
para saquear. He estado matando a los de tu especie desde que era un niño, y ya no
lo soy. Ahora di tu parte y listo, vampiro. Mi cena se está enfriando.
»—¿De Coste? —Danton hizo una pequeña reverencia—. Bien conocido,
monsieur. Es raro encontrar gente de alta cuna tan al oeste estas noches. Por favor,
acepta mi más sentido pésame por la caída de tu hogar, tu famille, tu legado
completo.
»—Esta es mi famille —dijo Aaron, haciendo un gesto con la mano a la
gente en las paredes—. Y mi hogar. Llegas a su puerta con las manos vacías y
lengua de mentiroso. ¿Qué quieres, Voss?
»—Dior Lachance.
»—Entonces me temo que has recorrido un largo camino para esperar más.
—Aaron puso una mano sobre la empuñadura de su espada—. Como todos dentro
de estos muros, la muchacha está bajo mi protección.
»—¿Muchacha? —La comprensión amaneció, y un destello de oscuro
deleite brilló en los ojos de Danton cuando me miró—. Oh, De León, no estás
destinado a perder una… 708
»—No hables con él —escupió Aaron—. Trata conmigo. Si llamas a esta
demostración de mendicidad tratar, quero decir.
—¿Mendigo me quieres nombrar?
»—¿Mendigo? —Aaron negó con la cabeza—. No. Piojo, te nombro.
Gusano. Sanguijuela. Un parásito, gordo y lo suficientemente tonto como para
estar solo ante mis muros y suplicarme cualquier cosa. Estuve en los Gemelos el
día que murió tu hermana, Voss. Escuché la música de sus gritos. Y tengo un deseo
ahora, ver si puedo hacerte cantar tan dulce.
»Aaron sacó su espada, la misma hermosa hoja de acero plateado que había
llevado durante su aprendizaje en San Michon, el Ángel Mahné en la empuñadura,
la escritura bendita en la hoja. A su lado, Baptiste alzó su martillo de guerra de
acero plateado y, a su alrededor, los hombres y mujeres de Aveléne sacaron acero,
prendieron flechas en la antorcha y levantaron pistolas.
»—Lárgate, gusano —gruñó Aaron—. Antes de que te ataque con mis
perros.
»Danton sonrió, sombrío y vacío.
»—Llama a tus perros —dijo—. Pueden darse un festín con tus cadáveres.
»La oscuridad detrás de Danton se movió y sentí que se me revolvía el
estómago. Los vi fusionarse desde la nieve detrás de la Bestia, como sombras más
oscuras a su paso. Piel fría y corazones más fríos. Rostros blancos como los huesos
y hermosos como un sueño sin sueños, vestidos con ropas de noche. Sus ojos eran
penetrantes y despiadados, y vestían el miedo como capas, el terror de ellos
inundando las paredes en una niebla. Un bruto alto y de ojos muertos. Una mujer
esbelta con cabello dorado como el trigo y ojos rojo sangre. Un niño, no más de
diez cuando murió. Cerca de una docena en total, sin duda llamados por la Bestia
desde el otro lado del Nordlund: hijos, nietos, primos. Ironheart, todos.
»—Sangres noble —respiró Baptiste.
»Detrás de ellos vino la chusma. Podridos y de ojos hundidos. Una multitud
de condenados, esclavos de los sangres noble. Más de los que había visto desde
mis días de plata. Entre ellos había soldados, vestidos con los colores del
emperador: los restos de cuadros y cohortes muertos en las guerras. Pero también
había gente sencilla, hombres y mujeres, niños y ancianos, todos arrastrados lejos
de las brillantes costas del cielo y de regreso a este infierno en la tierra.
»Cientos y cientos de ellos.
»—Qué fuerza… —susurró alguien.
»Danton estaba ahora en la nieve que caía, su oscura majestuosidad 709
descubierta. Pareció aumentar de estatura; una vez una sola sombra al borde de la
luz de las antorchas, ahora la vanguardia de una oscuridad dispuesta a tragarse toda
esa luz. Su mirada vagó por los muros, lenta, penetrante, esos hombres y mujeres
que hasta hace un momento estaban feroces y altos mientras su capitán rugía como
un león. Pero ahora, cuando esos ojos se posaron sobre ellos, cuando la mente
oscura detrás de ellos atravesó la suya, todos temblaron ante el horror de él.
»—Los veo a todos. Conozco sus corazones. Conozco sus pecados. —Los
ojos de Danton se desviaron hacia Aaron, brillantes y duros—. Pero, además,
conozco su fuerza. No hay preparación más allá de esos muros ahora ocultos para
mí. Si te opones, Aaron de Coste, caerás. Como la ciudad de tus antepasados.
Como lo hizo tu otrora noble linaje. Y por venganza de mi amada hermana, te
infringiré sufrimiento. Mataré a toda tu gente. Haré que sus hijos miren mientras
710
los alimento hasta los dientes detrás de mí. Haré castrati de sus hijos, destriparé a
sus padres como cerdos, construiré montañas de huesos de sus bebés. Pero sus
hijas…
»Miró a la pared una vez más, a la gente que estaba temblando de frío.
»—A ellas, las soltaré en la nieve y la oscuridad. Una a una. Y cuando las
encuentre, cada agonía que soporten recaerá sobre sus cabezas. Haré sangrar a sus
hijas, Aveléne. Les regalaré un sufrimiento del que Dios y los ángeles apartarán su
mirada. O…
»La sombra alrededor de Danton disminuyó, su sonrisa volvió, astuta y roja.
»—O bien, pueden darme lo que busco. ¿Una chica no parece un precio tan
pequeño? ¿Una pequeña vida, por la vida de cada hombre, mujer y niño más allá
de esos muros? Porque al final, ¿qué es Dior Lachance para ti, Aveléne? ¿Una soga
alrededor de tu cuello, apretando?
»Escuché una conmoción, un murmullo a lo largo de las almenas. Y
mirando hacia atrás, hacia los adoquines de abajo, vi a Dior parada en la calle. Las
miradas de la gente de la ciudad estaban fijadas en ella, pálida y esbelta, sola entre
ellos. Pero ella se quedó con los ojos en las puertas, escuchando la voz más allá.
»—¡Te siento allí! —rugió Danton en la oscuridad—. ¡Te siento en sus
mentes, niña! ¿Pagarán sus vidas la pérdida de tu valor? ¿Su sangre manchará tus
manos como tu Saoirse? ¿Tu Bellamy? ¿Tu Rafa? ¡Te llevaré de todos modos,
muchacha! ¡Soy un Príncipe de la Eternidad, y por siempre te perseguiré!
¡Pregúntale a tu querido Gabriel qué significa eso al final!
»Saqué a Ashdrinker de su vaina, rugiendo contra el viento.
»—¡No puedes balar sobre el coraje y amenazar a los niños al mismo
tiempo, cobarde! ¡Y si pones un pie dentro de esta ciudad, te enseñaré lo corta que 711
puede ser la eternidad!
»Danton miró a lo largo de los muros y movió la cabeza con tristeza.
»—Oh, De León. No tendré que poner un pie allí en absoluto.
»Levantó la voz, llamando por encima del viento desgarrador.
»—¡Una noche te regalo, Aveléne! No se diga que Danton Voss no tiene
piedad. ¡Mañana volveré con toda la furia del infierno a mi paso! ¡Si aún me
negaran mi premio, haré de todos ustedes una matanza roja! ¿Y los que se levanten
a partir de entonces? ¡Perros serán! ¡Alimentados solo con los restos de cadáveres
podridos durante mucho tiempo, más bajos que los gusanos, por toda la eternidad!
»Me miró con ojos negros como hoyos profundos en el cráneo.
»—Por ahora, he aquí lo que les pasa a los que me desafían.
»Se adelantó uno de los sangres noble: el alto bruto de Nordlund, de espeso
cabello oscuro, que llevaba una figura sobre el hombro. Estaba envuelto en tela
tejida, atado con cadenas, manchado de sangre y sucio. Sabía quién era antes de
que le arrancaran el cilicio de la cara, antes de que su cuerpo fuera arrojado a la
nieve, todavía envuelto en hierros, la lengua ennegrecida y los largos colmillos
brillando mientras abría la boca podrida y gemía.
»—Rafa… —susurré.
»El anciano sacerdote yacía en el suelo gris, farfullando tonterías mientras
Danton le apretaba la bota en la nuca y la empujaba hacia la nieve. —En una noche
volveré, Aveléne. Considera cuidadosamente si quieres vivir para ver las noches a
partir de entonces.
»Dio un paso atrás, de regreso a las sombras en el borde tembloroso de la
luz de las antorchas. La oscuridad pareció hincharse, extendiéndose y tragándolo
entero. Los sangres noble se escabulleron tras él, con los ojos hambrientos fijos en
los muros. Escuché a la multitud de condenados retirarse con sus amos, dejando
solo a uno atrás, envuelto en cadenas, mirando con ojos desalmados a la gente en
los muros y gritando de hambre sin sentido.
»—Oh, Dios…
»Me volví y vi a Dior detrás de mí, mirando con horror al sacerdote caído.
»—Oh, Rafa…
»El anciano aulló, golpeando contra las cadenas en las que lo habían
envuelto. Habían pasado uno o dos días antes de que él se Convirtiera, por su
apariencia, el intelecto, el ingenio, la voluntad, se fueron por el camino de toda
carne. Ahora solo quedaba el hambre. El hambre y el odio, brillando en su mirada
mientras vagaba por los muros, cayendo finalmente sobre Dior y sobre mí. Rugió
de nuevo, demasiado débil y hambriento para romper sus ataduras. Pero yo lo 712
sabía, y ella también lo sabía: si no hubiera cadenas, acero o paredes entre nosotros,
nos bebería a los dos hasta morir.
»—No podemos dejarlo así —susurró Dior.
»Miró al anciano, retorciéndose y aullando en la nieve. Las lágrimas
brillaron en sus mejillas cuando se volvió hacia mí, una súplica silenciosa en sus
ojos. E incapaz de soportarlo más, le arrebaté un arco al vigilante que estaba a mi
lado, encendí una de sus flechas de sebo en el brasero y llevé la cuerda a mis labios.
El pobre Rafa me miró, y más allá de la locura y el asesinato en sus ojos, me gustó
pensar que lo que quedaba de él adentro podría haber asentido, podría haberme
rogado, hazlo, hazlo.
»—Es mejor ser un bastardo que un tonto —susurré.
»La flecha voló certera. Las llamas se extendieron sobre esas túnicas
manchadas de sangre, la carne eterna más allá. Le devolví el arco a su dueño, tomé
la mano de Dior para apartarla de la vista. Pero se obligó a quedarse, a mirar, a
respirar el humo y a ser testigo del final de Rafa. Y cuando terminó, cuando solo
quedaban cenizas, miró a la gente que la rodeaba. Cada hombre y mujer en esas
paredes, mirándola ahora, pesándola en sus mentes. No sabían nada de lo que era,
de lo que podía ser, solo que ella y yo habíamos traído este peligro a su puerta.
»Aaron me llamó la atención y miró hacia la colina.
»—Tal vez sea mejor que ustedes dos nos esperen en la fortaleza, hermano.
»Asentí.
»—Ven, Dior.
»Me miró mientras le apretaba la mano, lágrimas por el pobre Rafa
brillando en sus ojos. Y juntos, caminamos entre la multitud que murmuraba, de
regreso a ese viejo castillo y a la seguridad que ahora había dentro. Detrás de
nosotros los restos del sacerdote ardían en la nieve, el humo se elevaba lentamente
hacia el cielo. Pero, como siempre, el cielo estaba en silencio.
»Y más allá del olor a carbón y cenizas, lo capté entonces.
»Solo un susurro en el viento que hizo que mi corazón se acelerara.
»El olor de la muerte.
»Muerte y campanilla de plata.

713
»—Tu cabeza está tan metida en tu trasero que ese nudo en la garganta debe
ser tu puta nariz.
»—No puedes irte, Dior.
»—¡Bueno, seguro que no puedo quedarme, Gabriel!
»Estábamos parados en mi dormitorio, mirándonos con el ceño fruncido.
Un fuego ardía en el hogar, las cortinas abiertas a la noche afuera. A través de la
ventana, pude ver la capilla en el patio donde me había casado, y más allá, braseros
ardiendo en los muros de Aveléne, iluminando las almas valientes que vigilaban.
Pero de vez en cuando, uno miraba hacia el torreón, frunciendo el ceño o
murmurando algo a un camarada. Sabía las palabras que decían. El miedo con el
que luchaban. Pero no me importaba.
»—Dejas el refugio de estos muros, le estás dando a ese hijo de puta
exactamente lo que quiere. ¡Bien podrías atarte un lazo al cuello y entregarte al
Rey Eterno!
»—¡No puedo pedirle a esta gente que muera por mí, Gabe!
»—¡No se los estás pidiendo! ¡Aaron está al mando! ¡Son soldados, eso es 714
lo que hacen!
»—¡No son soldados! —gritó—. ¡Son padres y madres! ¡Hijos e hijas!
¡Escuchaste lo que Danton les hará si se oponen a él!
»—Está diciendo eso para meterse en sus cabezas. ¡La Bestia no peleará
una batalla cuando puede hacer que te entreguen sin que él arriesgue su pellejo!
He estado matando vampiros la mitad de mi vida, y te lo digo ahora, ¡no hay nadie
más asustado de morir que las cosas que viven para siempre!
»—Dile eso a la gente que va a morir en esos muros.
»—Poderoso jodido Redentor, ¿me escucharás? Has visto las defensas que
Aaron y Baptiste han construido. Cada uno de esos bastardos inmortales está
cagando sangre ante la idea de golpear estas paredes. ¡Danton quiere que dudes!
¡Quiere que alguien se rompa!
»—¿Y quién dice que alguien no lo hará? ¿Crees que les importo más a esas
personas que sus propios hijos? ¿Quién dice que no se están preparando en este
momento para entregarme?
»—Déjalos intentarlo —gruñí, con la mano en la empuñadura de
Ashdrinker—. Déjalos intentarlo.
»—¡No me voy a esconder aquí como un conejo mientras extraños arriesgan
sus vidas por mí!
»—Entonces, ¿adónde irás? —exigí—. ¿A la nieve a pie? San Michon está
a más de trescientos kilómetros arriba del Mère, ¡y te atraparían antes de que
llegaras a los treinta!
»—¡No sé, no mataba estas cosas para ganarme la vida!
»—¡Así es, yo lo hice! ¡Y digo que el lugar más seguro para ti es
exactamente donde estás!
»—¡No lo permitiré! ¡Se ha derramado suficiente sangre por mi cuenta!
Saoirse, Chloe, Bel, Rafa. —Entonces se le quebró la voz y se apartó de mí, con
los ojos fijos en las llamas—. Dulce Madre Doncella… ¿no viste lo que le
hicieron?
»Mi voz decayó, mi temperamento con ella.
»—… Por supuesto lo hice.
»Miré más allá de la ventana y vi una sombra pálida que se movía en la
oscuridad. El aroma de agua de rosas y campanilla de plata flotaba en el aire con
mi susurro.
»—Es lo que hacen, Dior. Te lastiman a través de las personas que te
importan. 715
»La vi afuera ahora, esperándome. Flotando, como sumergida bajo agua
negra, con los brazos abiertos de par en par mientras pasaba las uñas por el cristal.
Pálida como la luz de la luna. Fría como la muerte. Sin aliento en la ventana
mientras se acercaba.
»—Mi león.
»Le di la espalda y miré a la chica que estaba junto al fuego.
»—No puedo tener más sangre en mis manos, Gabriel —declaró—. No
puedo pedirle a esta gente que muera por mí. No lo haré.
»—Esto es la guerra, Dior. Los campesinos se mueren de hambre para que
los soldados puedan comer. Los soldados sangran para que los generales puedan
ganar. Los generales caen para que los emperadores puedan conservar sus tronos.
Así ha sido siempre.
»—No soy un soldado, ni un general, ni un emperador.
»—Eres el Santo Grial de San Michon.
»—¡Ni siquiera lo crees! ¡No se trata de eso, Gabe, y lo sabes!
»—¡Sé que tienes que crecer como una puta vez! —rugí—. Porque si eres
lo que Chloe creía, ¡esto es solo el comienzo! Y puede que no sea justo, puede que
no sea correcto, ¡pero algunas piezas en el tablero cuentan más que otras! ¡No
importa cuántos peones se hayan perdido cuando el juego haya terminado! ¡Todo
lo que importa es quién jodidamente ganó!
»Dior me miró fijamente, la luz del fuego brillando en sus ojos.
»—Estoy segura de que eso es un mal consuelo para la esposa del peón. O
marido.
»Ella miró la tinta en mis manos y tragó saliva.
»—… O padre.
»Fruncí el ceño ante eso.
»—¿Qué estás…?
»—Te escuché a ti y a Aaron hablando en la capilla. —Había dejado de
caminar ahora, de pie grabada contra la luz del fuego danzante—. Y sé lo que
Danton estaba intentando decirte cuando se enteró de que era una chica… —Negó
con la cabeza, con lágrimas en los ojos—. Oh, Gabriel, ¿no estás destinado a
perder a otra?
»—Las lenguas Muertas escuchadas, son lenguas Muertas saboreadas —
gruñí.
»—Le dijiste a Aaron que estaban en casa. Astrid y Patience. 716
»—Lo están.
»—Entonces, ¿por qué las dejarías?
»—Si estabas escuchando a escondidas, ya lo sabes.
»—Vas a matar al Rey Eterno.
»—Así es.
»—Pero ¿por qué? Dejaste esta guerra atrás hace media vida. —Apretó los
dientes y le temblaron los labios—. Lo siento, Gabriel. En serio, lo hago. Pero lo
que estás haciendo no es justo.
»—Justo, ¿qué no es jo…?
»—Sé por qué quieres protegerme ahora, cuando nunca te importaba un
carajo. Sé por qué me tratas diferente ahora de que sabes que soy una chica. —Las
lágrimas caían ahora, corrían por su rostro mientras miraba la tinta debajo de mis
nudillos—. Y lo siento, pero no puedes pedirme que haga esto. No soy ella. Yo no
soy ellas. No puedo llenar ese agujero. Nunca lo haré.
»Mis manos eran puños a mis costados. Su pálida sombra presionada contra
el cristal detrás de mí. Su suave susurro dentro de mi cabeza.
»—No escuches, amor…
»—Yo no…
»—Le mentiste a Aaron —dijo Dior, con la voz quebrada—. Sé lo que les
pasó.
»—No vayas a un lugar al que no pueda seguirte…
»Me volví hacia la ventana, la sombra flotando en la noche más allá. Su piel
era pálida como las estrellas en un cielo de ayer, su belleza de inviernos sin bordes
y amaneceres sin luz, y mi corazón dolió al verla, ese tipo de dolor terrible que no
podrías esperar soportar, salvo por el vacío que dejaría si lo dejas atrás.
»—Dime que me amas —suplicó.
»Me volví para mirar a la chica con la mandíbula apretada.
»—Detén esto ahora.
»—El Peor Día —insistió—. El día que él te encontró. Por eso te fuiste de
casa, por eso has venido hasta aquí. Por qué bebes. Por qué ya no crees. Todo ello.
No se trata de mí, nada de eso. Se trata de ellas, Gabe. Astrid y Patience.
»—Prométeme que nunca me dejarás.
717
»—Astrid y Patience están en casa, Dior.
»—Lo sé. Sé que lo están.
»Ella respiró hondo, las lágrimas corrían por sus mejillas. Ojos que vieron
las heridas del mundo y un corazón que quiso arreglarlas. Pero ella no podía
arreglar esto. Nadie podía.
»—Ahí es donde las enterraste, Gabriel.
»Las palabras fueron un cuchillo en mi pecho. Sentí que mis dientes se
apretaban con tanta fuerza que temí que se partieran. Un tambor de guerra sonó en
mis sienes, mi corazón se aceleró cuando me volví hacia esa sombra que me miraba
desde más allá del cristal. Me miró con ojos suplicantes, el pelo largo flotando a
su alrededor como cintas de seda, ahora desgarrándose entre las yemas de mis
dedos.
»—No lo hagas —me rogó—. No me dejes ir, amor…
»El sabor de la traición era veneno en mi boca, mi furia al rojo vivo en mi
pecho. Miré hacia la espada en mi cintura, esa dama plateada en la cruceta. Y
arranqué a Ashdrinker de su vaina, el acero estelar brillando a la luz del fuego.
»—¿Le dijiste?
»Gabriel, n-nunca.
»—Hablas de ellas en tiempo pasado, Gabe —susurró Dior—. Hablas en
sueños. Todo el tiempo. Sobre ese día. El Peor Día.
»—Cállate —susurré.
»Gabriel, b-bájame. Estás molesto, molesto.
»—Gabe, lo siento. No quise hacerte daño…
»—Mi león… por favor…
»—Cállate.
»Piensa ahora en lo que haces. Piensa en lo que ella…
»—Te escucho hablar con ella a veces. Lo sé, mald…
»—Me prometiste que nunca me dejarías. Tú…
»—¡CÁLLATE!
»Rugí a todo pulmón, giré y arrojé la hoja por la ventana. El vidrio estalló
hacia afuera, un millón de piezas brillantes cayeron como nieve mientras la espada
atravesaba el vacío y negro exterior. El viento sopló a través de los cristales rotos
y caí de rodillas. Mirando hacia la oscuridad donde nunca había estado.
»Porque ella estaba en casa. 718
»¿Dónde más estaría?
»Sentí que se elevaba dentro de mí, presionando las paredes de la presa que
había construido. La negación, la bebida, el humo… todo, cualquier cosa para
mantenerlo a raya. Pero aun así, miré por esa ventana rota, ese agujero que habían
dejado atrás. Sentí a Dior arrodillarse a mi lado, sin prestar atención al vidrio roto
cuando sus dedos se deslizaron en los míos. Mis colmillos habían desgarrado mis
labios, sangre en mi boca, cabello alrededor de mi cara mientras me doblaba y
trataba de mantenerlo dentro.
»—No quiero hacerte daño, Gabriel —susurró Dior—. Sé lo que
significaron para ti. No puedo dejar que otras personas mueran por mí porque
tienes miedo de perder a alguien que te importa. No puedo ser lo que quieres que
sea. Pero soy tu amiga. Y puedo ser más que una simple colina en la que morir.
»—¿Qué más hay? —susurré.
»—Un hombro donde llorar.
»Se encogió de hombros como si fuera la cosa más simple del mundo.
»—Si quieres. No te juzgaré mal por eso.
»Sentí las palabras detrás de mis dientes. Intentando en vano tragarlas.
»Hablarlo lo haría real.
»Hablarlo sería volver a vivirlo.
»Pero aun así…
»Pero aun así.
»Hablé.

719
»Era un día ordinario. Lo había gastado trabajando en el desván del faro. El
ladrillo estaba caliente bajo mis pies descalzos. El sudor se enfriaba en mi piel.
Podía ver nuestra casa abajo, la torre de piedra sobre la que fue construida, cayendo
al océano. Patience y Astrid estaban alimentando a las gallinas juntas. El agua
estaba casi azul. Esa es la parte terrible: los peores días de tu vida comienzan como
cualquier otro.
»Habían pasado quince años desde la Batalla de los Gemelos. Mi servicio
en San Michon se sentía hace toda una vida. La guerra se acercaba cada vez más,
año tras año, pero nos habíamos ido tan al sur como pudimos. No había fumado el
sacramento en diez años. A pesar de todo lo que me habían advertido (la sed
interior, la maldición de mi padre), todo estaba controlado por la dicha que Astrid
me regalaba todas las noches de sus venas y la simple alegría de sus brazos. La
guerra del Rey Eterno, las cosas en las que había estado y las que había hecho,
estaban casi lo suficientemente lejos como para olvidar, y en verdad, estaba feliz
de permitirme. Y eso es lo que me despierta por la noche, ¿ves? Debería haber
sabido que vendría un ajuste de cuentas.
»Él me dijo que tenía el para siempre, después de todo.
»No sé cómo nos encontró. Ni hacía cuánto tiempo se enteró de dónde nos 720
escondimos. Tal vez él siempre lo había sabido, dándome unos años para tener un
sabor de la felicidad, para engañarme pensando que él podría olvidar. Solo sé que
era primavera cuando vino. La brisa del océano era suave y fresca. La campanilla
plateada intentando florecer entre las piedras.
»Teníamos la regla de estar siempre adentro al anochecer. Siempre. Pero a
Patience le encantaba el aroma; a Astrid también. Y mientras mi esposa terminaba
en la cocina y yo ponía la mesa para la cena, Patience había salido a recoger flores
para el centro de mesa. Solo por un minuto. Eso es todo lo que se necesita para que
tu mundo se ponga patas arriba, ¿sabes? Un segundo de distracción. Un único
momento que te perseguirá a cada momento por el resto de tu vida.
»Las olas chocaban con las rocas, pero no había gaviotas cantando en el
aire. Eso fue lo que noté primero; un pequeño silencio, una pequeña nota de mal
que plantó una astilla de hielo en mi estómago. Astrid estaba cantando en la cocina,
y lo que quedaba del sol estaba presionando los labios rojo oscuro hacia el
horizonte, y me quedé quieto lentamente, escuchando. Y esa astilla de hielo se
convirtió en una piedra, asentándose fría en la boca de mi vientre mientras Astrid
gritaba sobre la canción del mar.
»—¡Patience, a cenar!
»Ni un sonido, salvo las olas callando, el viento susurrante y el silencio
donde debería haber estado el canto de las gaviotas. Y lo sentí entonces; el pavor
que debí haber acariciado todos esos años de vigilia. La pequeña parte de mí que
lo había sabido, que siempre lo había sabido, me pidió que caminara hacia la
chimenea, que alcanzara la placa de madera oscura sobre ella, la hoja que había
colgado allí tantos años antes con una oración de que nunca necesitara
desenvainarla de nuevo.
»Pero cuando mi mano se cerró sobre la empuñadura de Ashdrinker, la
escuché, tranquila en la brisa. Una voz suave como las flores de campanilla
plateada, mezclada con una nota quebradiza de miedo.
»—¿Mamá?
»Astrid se volvió hacia la puerta.
»—¿Patience?
»—¿Mamá?
»Y se oyeron unos golpes suaves como plumas en la puerta. Tres golpes en
la madera, lo recuerdo claro como la luz del día: Uno. Dos. Tres. Y sentí un calor
entonces, como no lo había sentido en años; un fuego latente desde hace mucho
tiempo ahora ardiendo como un fénix en las cenizas de lo que había sido. Miré la
tinta en mis manos y la piedra helada en mi vientre se convirtió en un cuchillo
cuando mi égida comenzó a brillar. Y nuestros ojos se encontraron, los de mi amor 721
y los míos, a través de las losas de la casa que habíamos construido, y en ese
momento, creo que una parte de nosotros lo supo.
»Astrid voló hacia la puerta y le grité que se detuviera, sabiendo en mi
corazón que nunca lo haría. Y mientras me lanzaba de par en par hacia la noche
que caía afuera, lo sentí, como nieve sobre mi piel, lo vi, como cada pesadilla
despertando, lo reconocí, como conocía los dientes del tiempo y el sabor de la
sangre y el calor del infierno esperando. De pie en el umbral de la pequeña casa
que amábamos, la pequeña vida que habíamos construido: una deuda desde hace
mucho tiempo. Una sonrisa afectuosa estaba en sus labios, y sus ojos eran carbones
de párpados pesados, afilados como la espada envainada en mi mano.
»—¿Papá? —susurró Patience.
»—Oh, Dios —suspiró Astrid—. No…
»Él estaba de pie en la cúspide de la noche, con el brazo sobre el hombro
de mi hija. Sostenía las flores que ella había recogido en una mano pálida, como
un cortesano que viene a llamar. Vestido con un largo brocado de satén blanco, sin
parpadear, inmóvil, sin cambios desde el momento en que lo vi por primera vez
tantos años antes. Como si todos los momentos y kilómetros entre entonces y ahora
fueran solo un sueño del que finalmente me hubiera despertado.
»—¿Puedo pasar, Gabriel?
»—Oh, no, ¡NO! —gritó Astrid y me abalancé, evitando que se arrojara
contra su cuerpo. Y la abracé con fuerza mientras ella se agitaba y rugía, y lo que
estaba afuera de nuestra puerta acercó a Patience y deslizó una garra blanca como
el hueso por la curva de su mejilla.
»—Oh, Dios… —suspiré.
»Fabién Voss miró hacia el cielo, escudriñando todos los frontones del
cielo. Y su mirada volvió a la mía, y susurró la pregunta que me he estado haciendo
desde entonces.
»—¿Dónde?
»—Por favor —rogué—. No la lastimes.
»—Déjame entrar —prometió el vampiro—, y juro que la liberaré.
»Las mayores mentiras son las que nos decimos a nosotros mismos. El
veneno más letal es el que tragamos voluntariamente. Y, sin embargo, a veces nos
aferramos a esos engaños como un hombre que se ahoga con una pajita, porque la
alternativa es simplemente demasiado terrible para comprender. Creemos en la
vida después de la muerte, porque el olvido es un abismo demasiado oscuro para
mirarlo. Nos decimos a nosotros mismos que a nuestro creador le importa, porque
la idea de un creador al que no le importa es demasiado aterradora para 722
considerarla. Y ahí parado, con Astrid temblando en mis brazos, me convencí de
que Fabién Voss decía la verdad. Que él solo estaba aquí por mí, que ma famille
era inocente, que las dejaría ir. Porque la alternativa simplemente me habría hecho
añicos como un vidrio para mirar.
»En cambio, miré a mi hija a los ojos, muy abiertos y asustados, y fijos en
mí, su papá, su montaña, el hombre que haría cualquier cosa, daría cualquier cosa
para mantenerla a salvo.
»—¿Papá?
»—Shhhh —arrulló el vampiro—. Silencio, niña.
»—Todo estará bien, amor —le dijo Astrid—. Escúchame. Todo saldrá bi-
bien.
»El vampiro me miró fijamente, las ventanas de su alma mirando hacia una
habitación vacía. La tinta sobre mi piel ardía con un resplandor frío, pero sus ojos
se entrecerraron solo levemente contra ella; el poder oscuro dentro de él más fuerte
que el mío. Miré a Ashdrinker en mi mano, pensamientos desesperados dando
vueltas en mi mente. Pero Voss solo movió su mano sobre el hombro de Patience,
las yemas de los dedos se acercaron un poco más a su cuello.
»—¿Puedo pasar, Gabriel?
»—Todo lo que se interponía entre nosotros ahora eran dos palabras. Tanto
poder. Tanto peligro. ¿Cuántos corazones se han completado con palabras tan
pequeñas como «Sí, claro»? ¿Cuántos más se han hecho añicos con un aliento tan
pequeño como «Se acabó»?
»Dos pequeñas palabras.
»No debes.
»Sin elección.
»Mi bebé.
»—Sí, entra —le dije.
»Sonrió. Hermoso. Terrible. Y raspando cortésmente sus botas sobre el
felpudo que Astrid había tejido, el Rey Eterno cruzó el umbral y entró en nuestra
casa. Vi formas detrás de él en la oscuridad, otras figuras, media docena; Príncipes
de la Eternidad, empapados de terror y sangre. Sabía sus nombres: Alba, Alene,
Kestrel, Morgane, Ettiene, Danton. Pero ninguno se acercó, flotando en el borde
de la noche, dando testimonio silencioso mientras su temido padre entraba
lentamente. No puedo decirte lo que sentí al verlo: ese monstruo con mi bebé en el
brazo. Tanto terror y furia que apenas me atrevía a hablar.
»—Déjala ir. 723
»—Pronto —respondió.
»—Si la lastimas…—siseó Astrid, mostrando los dientes—. Dios me
ayude…
»El Rey Eterno sonrió entonces, haciendo un gesto con la mano a la mesa
del comedor.
»—He interrumpido la cena. Disculpas, se los ruego. ¿Puedo sentarme?
»Asentí, mi mano todavía en la empuñadura de Ashdrinker. Fabién se
movió, líquido, la gracia sobrenatural de siglos a su llamada. No había nada
desconsiderado en él; sin movimiento desperdiciado, sin aliento desperdiciado. Se
movía como una estatua que cobra vida, cada parte de él blanqueada como el hueso
por las manos del tiempo, salvo esos ojos, negros como los agujeros entre las
estrellas. Una mano envuelta alrededor de la cintura de mi hija mientras la
acomodaba en su regazo.
»—¿Me harías el honor de unirte a mí, viejo amigo?
»Me senté enfrente, tenso como la cuerda de un arco. Mis ojos se clavaron
en los suyos. Terror en mí, entonces. Terror completo y total.
»Voss miró alrededor de la habitación, el fuego crepitante, las ollas y
sartenes, el gancho donde colgaba mi abrigo; estos diminutos fragmentos de
nuestra vida, ahora tan intrascendentes. Recogió las campanillas de plata que había
reunido Patience y las metió en el jarrón.
»—Veo que tú mismo te has construido una pequeña y brillante guarida.
Un clima agradable para pasar el otoño antes de que llegue el cruel invierno. —
Miró a Astrid, que estaba a mi lado, con angustia y horror en sus ojos—. Hemos
viajado lejos para estar aquí. Me temo que tengo la garganta reseca. ¿Puedo
molestarla, querida señora, por una copa de vino?
»—No tenemos ninguno —respondió Astrid.
»—El Beaumont, querida. ¿Escondido en la despensa?
»Astrid palideció un poco ante eso y, con una mirada desesperada en mis
ojos, se deslizó hacia la cocina. Voss se volvió hacia mí, con una sonrisa cómplice
en los labios sin sangre.
»—Ella tenía la intensión de sorprenderte con ello para su aniversario.
Conmovedor, ¿no?
»Entonces supe que él estaba en su mente. Podía sentirlo en la mía también.
Deslizándose en nosotros como un ladrón a través de nuestros secretos, nuestros
pensamientos, nada sagrado, nada oculto. Las imágenes del asesinato llenando mi
cabeza, la espada en mi mano enterrada en su garganta, la estocada de los troncos 724
ardiendo en el fuego, las matemáticas desesperadas de cómo podría salvarlas, a mi
hija, a mi amor, todo al descubierto. Patience me miró y volvió a susurrar:
«¿Papá?» y una lágrima se deslizó por su mejilla. Voss se volvió hacia ella, su voz
como seda negra.
»—Oh, no-no, ahora cálmate, florecita. A tu tío Fabién le duele verte llorar.
Dime, mi dulce, mi amor, mi ángel querido, ¿cuántos años tienes?
»Ella me miró y yo asentí, con una agonía sangrienta en el pecho.
»—Once —susurró.
»—Oh, amor precioso. ¡Oh, qué edad! Todo el brillo de la niñez aún
acaricia tu mejilla, toda la promesa de la feminidad floreciendo en tu horizonte.
Tu nombre es Patience, ¿no?
»—Oui…
»Él la miró con tristeza, sus dedos acariciando su largo cabello negro.
»—Una vez tuve una hija. Oh, sí, tuve una hija, tan hermosa como tú. Y la
amaba, Patience. La amaba tanto como tu valiente y noble padre te ama a ti.
»Astrid colocó la copa de vino sobre la mesa, brillante y roja como la
sangre. Y Voss rompió la mirada con mi hija, mirando en cambio a mi amor.
»—Oh, no para mí, querida señora. —Su sonrisa de agradecimiento se
desvaneció y, por un momento, su rostro fue una máscara de pura malevolencia
mientras su mirada se deslizaba hacia la garganta de Astrid—. Para ti.
»—Voss…
»—Ella es una belleza, Gabriel. —Sonreía una vez más, colocando un beso
tan frío en la mejilla de Patience que vi su piel pálida donde sus labios la tocaron—
. Las dos, radiantes como el sol. ¿Estás orgulloso? ¿De esta guarida, esta vida
que has hecho?
»—Lo estoy.
»—Las amas, ¿verdad? ¿Como Dios ama a sus ángeles?
»—Sí.
»—¿Y qué darías por mantenerlas a salvo, tus ángeles, tus amores?
»—Cualquier cosa.
»—¿Tu vida? ¿Tu libertad?
»—¡Cualquier cosa! ¡Todo! ¡Por favor! —Golpeé a Ashdrinker sobre la
mesa—. ¡POR FAVOR!
725
»—Cuatro. Siglos.
»Parpadeé, mi vientre creció mucho más allá del frío.
»—… ¿Qué?
»—Ese es el tiempo que conocí a mi Laure. Mi ángel. Mi amor. Mi Espectro
en Rojo. Cuatrocientos. Años. —Acarició la mejilla de Patience, susurrando
suavemente—. Has tenido el cuidado de esta flor por solo once, y ya darías tu
alma por ella. Nada de lo que eludiría, padre, para salvar la vida de su preciosa
hija. Entonces, ¿qué crees que no haría para vengar a mi hija?
»Esa garra todavía descansaba sobre su garganta. Y cada idea desesperada,
cada fantasía sombría que podía conjurar terminaba solo en horror. Sabía que
quería que suplicara, pero aun así lo hice. Esperando un respiro y rezando, oh
poderoso Dios de mierda, rezando con cada parte de mí, con cada partícula de mi
miserable alma para que les perdonara esto.
»Hubiera dado cualquier cosa por evitarles esto.
»—Voss. Por favor… Tu pelea es conmigo.
»—¿Pelea? —El vampiro parpadeó—. ¿Como empleados sobre una
factura? No. No hay nada tan superficial como una pelea entre tú y yo. Llámalo
como es, santo de plata. Vendetta.
»Volvió los ojos negros hacia la copa de vino y luego hacia Astrid.
»—No estás bebiendo, madame.
»Su mirada se desvió hacia la mano que ella sostenía temblando detrás de
su espalda.
»—¿Para qué es el cuchillo?
»—Tú —prometió Astrid—. Tú.
»—Voss —susurré—. Escúchame. Maldita sea, MÍRAME…
»—¿Conoces el nombre de tu pecado, Gabriel? Tu alma tiene la mancha
de todos ellos, pero ¿conoces el mayor? Ven ahora y di su nombre. Si quisieras
dar tu vida por la de ellas, primero tomaré tu confesión. Yo seré tu sacerdote y tú,
mi hijo. Gabriel de León. El León Negro. El Salvador de Nordlund. Libertador de
Triúrbaile. Redentor de Tuuve. Espada del Reino. Santo de plata. ¿Qué pecado,
más dulce, es el tuyo?
»Apreté los dientes, los colmillos crecieron en mis encías. Pensando en mi
vida, la respuesta que podría comprarme un indulto, la confesión que buscaba de
mí.
726
»—Orgullo —susurré.
»—Quizás una vez. Pero no más. Habla de nuevo y de verdad.
»Miré a Astrid, mi respiración temblaba. Los votos rotos entre nosotros.
Nunca pensé que nuestro amor fuera un pecado, pero, aun así, hablé, desesperado
ahora.
»—Lujuria, entonces…
»—Tu pecado, en verdad. Pero no el peor. Tu Dios está escuchando,
Gabriel. Sus trompetas cantan. ¿Morirás con el alma intacta?
»Mi agarre se apretó sobre mi espada mientras siseaba, las cosas que quería
hacerle a este bastardo y toda su miserable clase ardían en mi cabeza.
»—Ira.
»Voss negó con la cabeza, como decepcionado.
»—Es Pereza, Gabriel. Ese fue tu pecado al final, y el peor de todos.
Orgullo no. Ni Lujuria. Ni Ira. Simple Pereza. —Hizo un gesto con la mano a su
alrededor, el labio se curvó con disgusto—. ¿Escabullirte aquí, a esta choza en el
extremo de la tierra, como un mestizo a su lecho de pulgas? Frustrar mi plan,
interponerte en mi camino en verdad, quitarle la vida a mi hija; todos estos males
podría haberlos perdonado si hubieras mantenido tu rumbo. Durante siglos he
buscado un adversario digno de mi ira. Y por un momento triste y bendito, cuando
escuché a mi hija gritar por la muerte que le regalaste, mi corazón vacío cantó
como no lo ha hecho durante siglos ante el pensamiento… tal vez lo había
encontrado. Ese hombre que podría darme un segundo en el que una vez más
podría saborear la vida a través del miedo. Esperaba. En verdad, recé.
»Sacudió la cabeza.
»—¿Y esto es lo que ha sido de ti? ¿Esta vida cotidiana y lamentable? No.
No, esto no lo puedo perdonar, viejo amigo. ¿Dar la espalda sin hacer nada?
¿Salir del escenario con una canción no cantada? Magnífico fuiste, Gabriel. ¿Y
ahora? Eres un león, jugando a ser un cordero. Y por eso Dios te abandonó, y por
eso me ha soltado sobre ti.
»—Voss, por favor…
»—Por favor —susurró Astrid—. No.
»—Tan hermosa —susurró, pasando una garra por el cuello de Patience—.
Pero ya te desvaneces, Patience. La dulzura de la fruta no es más que el preludio
de la descomposición. Muriendo has estado, desde el día en que naciste por
primera vez.
»—¡Dios todopoderoso, Voss, dijiste que la dejarías ir!
727
»Me miró. Sus ojos de cristal negro, como espejos en los que me veía.
Desdichado. Rogando. Y habló entonces, las palabras que desharían mi mundo.
»—Y a diferencia de ti, yo mantengo mis juramentos.
»Su mano se movió. Solo un parpadeo. Y él…
La voz de Gabriel vaciló. Cenizas en su lengua.
Hablarlo lo haría real.
Hablarlo sería volver a vivirlo.
—Él…
Jean-François estaba sentado con una mano pálida presionada contra su
pecho, una pizca de lástima en sus ojos sin alma. La celda en la que se sentaban
estaba fría como una tumba, la pálida luz del amanecer no muy lejos del horizonte.
Pero la oscuridad en esa habitación de piedra era tan profunda como cualquiera
que hubiera conocido el vampiro, tan larga, vacía y sombría como toda una vida
sin amor. Y miró fijamente a este hombre, este condenado destrozado, inclinado
hacia adelante en su silla y tapándose la cara, los hombros temblando en sollozos
silenciosos. Y una sola lágrima sangrienta se derramó de los ojos del vampiro
mientras susurraba.
—Dios Todopoderoso…
El último santo de plata exhaló un estremecimiento.
Miró a los cielos arriba.
—¿Dónde?

728
»Hay un odio tan puro que es cegador. Hay una rabia tan plena que lo
consume todo. Te toma, te rompe, y lo que has sido es destruido para siempre.
Quemado a cenizas y luego renacido. Y eso fue todo lo que supe cuando me levanté
y saqué a Ashdrinker de su vaina, la espada una extensión de mi brazo, mi brazo
una extensión de mi voluntad, mi voluntad una suma de ese odio, esa rabia, ese
deseo de deshacer. Ni matar. Ni destruir. Aniquilar. Ashdrinker gritó conmigo a
medida que cortaba el espacio entre nosotros, demasiado roja para que la mirara
directamente. Una estocada que podría haber cortado la tierra en dos. Un golpe tan
perfecto que podría haber partido el cielo.
»La hoja golpeó al Rey Eterno en su garganta. Acero de estrellas, caído de
los cielos celestiales, enfrentado a carne inmortal, antigua cuando el imperio era el
sueño de un lunático.
»Escuché el sonido del acero golpeando una piedra.
»La canción de los sueños deshecha.
Gabriel se miró las manos.
—Y Ashdrinker se rompió.
729
»Astrid golpeó, gritando, el cuchillo plateado en su mano destellando. Toda
la furia del infierno en sus ojos. Si hubiera podido dar su vida para hacerlo sangrar
una gota, habría muerto diez mil veces. Pero a pesar de toda su rabia, mi amor era
como el puño de un niño sobre la ladera de una montaña. Y la mano de Voss se
deslizó alrededor de mi garganta, apretándola como una prensa. Rugí cuando
agarró a Astrid con su otra mano, atrayéndola hacia su pecho a medida que me
miraba a los ojos y sonreía como si toda la luz estuviera muriendo.
»—Ahí está —susurró—. El león despertó.
»Gruñí, con furia ciega, con rabia ahogada. Y con todo el poder oscuro de
su sangre antigua, Voss me levantó alto y me arrojó al suelo, su fuerza tan increíble
que terminé estrellándome por el suelo y hacia el sótano de abajo. Mi cráneo se
estampó contra la piedra, y sentí que mis huesos se rompieron, mi cuerpo se
quebró, mi corazón en sí. Su voz se deslizó a través del polvo, la sangre, el dolor,
un susurro en mi oscuridad creciente, demasiado suave para que cualquiera
excepto nosotros dos la oyera.
»—Te esperaré en el este, León.
»Y aunque habría dado mi última gota de sangre, mi alma para luchar, aún
sentí que me tomó. Los brazos espantosos de la oscuridad, saliendo de esa piedra
astillada y arrastrándome hacia el sueño indeseado. Y el último sonido que escuché
antes de que me tomara no fue mi respiración rota y entrecortada, ni mi amor
gritando mi nombre, ni el sonido de todo lo que habíamos construido, todo lo que
habíamos hecho, todo lo que habíamos deseado, derrumbándose alrededor de mis
oídos.
»Fue una risa.
»La risa de Voss.
»Y entonces, cayó la oscuridad.

730
»Desperté en la oscuridad. Sangre en mi boca. Sangre en el aire. Y me
pregunté si esto era el infierno. Sin llamas, sin caídos, sin lago de azufre. Solo
oscuridad y silencio interminable. Pero luego me moví, y el dolor me atravesó,
huesos rotos y carne desangrándose, y me di cuenta de que la vida, maldita y
odiosa, aún atravesaba este cuerpo miserable.
»Sentí un peso sobre mi pecho. Mis dedos vagando por cuero viejo, metal
frío, familiar. Un borde afilado, una punta dentada a la que ahora le faltan quince
centímetros: mi espada, colocada sobre mi pecho como un rey en un túmulo
funerario. Mis ojos comenzaron a distinguir detalles en la oscuridad. Botellas rotas
y estantes desmoronados. Comprendí que estaba en nuestro sótano, al menos en
ruinas. Las vigas del techo sostenían una avalancha de piedras rotas, pero a unos
pocos metros por encima de mi cabeza. Parecía como si toda la casa hubiera sido
derribada encima de mí, también el faro: toneladas de mampostería caída
mantenida bajo control por solo unas pocas astillas de madera y la maldita mano
de Dios.
»—Dios…
»Gabriel…
731
»Ashdrinker susurró en mi cabeza, su voz ahora rota como ella.
»—Gabriel, l-lo s-s-siento te f-fallé, t-te fallé.
»Y entonces la vi. Acostada en la piedra a mi lado.
»Mi amor. Mi vida. Mi Astrid.
»Mi corazón, astillándose dentro de mi pecho.
»Se veía más hermosa de lo que nunca había sido. Pero no era la belleza de
mil sonrisas, ni de la madre de mi hija, ni de la luz de mi vida. No. La suya era
ahora una belleza oscura. ¿Esos labios que una vez le dieron vida a los míos? Ahora
rojos como un asesinato. ¿Ese rostro con forma de corazón devastado? No blanco
como la leche y suave, sino veteado y duro. No vi subir y bajar el aliento en su
pecho, ni pulso en su garganta, aún marcada por la presión de los dientes de Voss
y los restos de su festín. Y retrocedí, casi rompiéndome ante el terrible horror final.
Porque no estaba muerta. Era una Muerta.
»Y entonces conocí el color de la desolación. Y su color era rojo.
»No daré aliento a los pensamientos oscuros que entraron en mi mente. Ni
siquiera por tu pálida emperatriz, vampiro. Estoy seguro de que puedes imaginar
las esperanzas desesperadas y vanas, los malvados sueños egoístas, tan lejos del
cielo como los demonios pueden volar. Todo sofocado al final por la simple
desesperación.
»Esta no era ella.
»Esta no era mi Astrid.
»Me la imaginé como lo había sido una vez. Esa primera noche que nos
conocimos en la biblioteca de San Michon, esa belleza, esa sonrisa, esa chica
empuñando unos libros como espadas.
»Besé sus labios, rojos como rubíes, fríos como la medianoche.
»Vi sus pestañas moviéndose contra sus mejillas.
»Y recogí mi espada.
»Una palabrita.
»—Perdóname.
»Hazlo.
»—No puedo.
»Debes.
»—Oh, Dios. 732
»Y lo hice.
»Miré al cielo que no había respondido cuando supliqué. Al Dios que había
dejado que llegara a esto. Los sentí alzarse como veneno dentro de mí, los sollozos
temblorosos derramándose a través de mis dientes ensangrentados. Lloré como un
padre sin ataduras, como un hijo traicionado, como un marido viudo, hasta que se
me cerró la garganta, se me rompió la voz y anhelé la muerte.
»Pero a través del rugido en mis oídos, escuché una voz dentro de mi
cabeza, aferrándose a las palabras que ella ahora decía. Palabras como venganza.
Palabras como violencia. Palabras como promesa y propósito donde, de lo
contrario, solo había locura. No había para mí yacer inmóvil en mi tumba mientras
el que las había enterrado aún caminaba. No había para mí cerrar los ojos y dormir,
para entregarme a esta tumba. No hasta que se cantara la canción.
»Si quería guerra, se la daría.
»Si quería miedo, lo tendría.
»Un último regalo que me hizo mi amor. Un último juramento, tomado con
lágrimas ardientes en mis ojos, y repulsión por todo lo que estaba hirviendo en mi
alma. No había otra forma de salir de esa tumba, ningún otro camino hacia la
venganza que ella susurró. Pero si quedaba algún resto andrajoso de mi corazón
antes de entonces, se convirtió en cenizas cuando su sabor se estrelló contra mi
lengua por última vez. Hice un voto en ese momento, una promesa para ambas, mi
Astrid, mi Patience, mis ángeles. Susurrada en la oscuridad, fría como tumbas y
negra como el infierno, de que nunca más la sangre de otro tocaría mis labios.
Nunca más volvería a alimentar a este monstruo que era.
»Nunca más.
»Y con la fuerza que ella me había dado, mi lengua ensangrentada y mis
manos temblorosas, me liberé de esa tumba en la que él nos había enterrado. Y con
el humo de las hogueras que encendí elevándose hacia el cielo detrás de mí, repasé
todo lo que había pasado, y recordé; hay un tiempo para el dolor, y un tiempo para
las canciones, y un tiempo para recordar con cariño todo lo que ha sido y se ha ido.
»Pero también hay un momento para matar.
»Hay un momento para la sangre.
»Y un momento para la rabia.
»Y un momento para cerrar los ojos y convertirte en lo que el infierno quiere
que seas.
»Y entonces. Lo hice.

733
734
»Me quedé en silencio, aun mirando por la ventana vacía del château
Aveléne. El lugar en el que ella nunca había estado. La capilla donde nos habíamos
casado. Ecos de mi día más feliz. Dior aún estaba arrodillada en el suelo a mi lado.
Apretando mi mano con tanta fuerza que pensé que podría romperla. Llorando
tanto que temí que nunca parara.
»—Lo siento, Gabe. Dios, lo siento mucho.
»—Ahora lo ves —susurré—. Por qué no te entregaré a él. Por qué no
perderé ni una gota más por esto. Por qué debo llevar esto hasta el final. Porque
las extraño, como si me faltara una parte de mí. Y las amo, como si el amor fuera
todo lo que era. Y no hay nada que no haría, ninguna profundidad a la que no me
hundiría, ningún precio que no pagaría por tenerlas de regreso aquí conmigo.
Porque eran mi todo y más.
»—Pero se han ido.
»—Se han ido, y nunca volverán. Y ese bastardo me las quitó. Y morirá por
eso, Dior. Él y todos los de su maldito linaje morirán.
»—Dios, Gabriel —susurró ella—. Perdóname si yo…
735
»Negué con la cabeza.
»—Siempre que lo entiendas. Aquí es donde estás más segura, así que aquí
es donde te quedarás. Sin importar el costo. —La miré a los ojos, con hierro en mi
voz—. ¿Entendido?
»—Oui. —Sorbió con fuerza, presionó su cabeza contra mi hombro—.
Entendido.
»Miré a los vidrios rotos, la noche afuera. Los revestimientos habían sido
arrancados ahora, la vista de esa ventana vacía un agujero en mi pecho. Pero la
rabia hizo poco para cauterizar la hemorragia, y la idea de lo que estaba por venir
hizo el resto: lo suficiente como para dejar a un lado el sufrimiento por un respiro
más y hacer lo que debía hacerse.
»—Tengo que buscar a Ash. Después hablar con Aaron. Necesito que vayas
a tu habitación y te quedes ahí. Haré que Baptiste envíe a su mejor gente a vigilar
tu puerta hasta que regrese. No respondas a nadie hasta que yo regrese.
»Ella asintió, y bajó la vista.
»—Oui.
»—Prométemelo.
»—Lo prometo.
»—Lo digo en serio.
»Me miró a los ojos, los suyos propios centelleando.
»—Lo prometo.
»Asentí una vez, tragando el sabor de la sal y la sangre. Dejando a un lado
el dolor y concentrándome en ese fuego interior mientras me ponía de pie,
arrastrando a Dior conmigo.
»—Es casi de día. Sé que es difícil, pero intenta dormir un poco. Mañana
será una noche larga. La más larga de tu vida. Pero pretendo que veas el amanecer.
»Los tacones plateados crujieron sobre los vidrios rotos a medida que me
disponía a irme.
»—Gabriel.
»Me volví al oír su voz. Y mientras lo hacía, me abrazó y presionó su mejilla
contra mi pecho y apretó con toda su fuerza.
»—Eres un hombre bueno, Gabriel de León. Merci. Por todo.
»Me tensé ante su abrazo, luego me hundí en él, parpadeando con fuerza 736
ante el ardor en mis ojos. Ya había llorado océanos. Y las lágrimas no eran más
útiles aquí que las oraciones. Aun así…
»—Volveré pronto —juré—. Y no me iré de tu lado hasta que te haya visto
a salvo dentro de los muros de San Michon. Ahora duerme, niña. No temas a las
tinieblas.
»La vi en su habitación, cerré la puerta herméticamente y echando una
mirada cautelosa alrededor de los pasillos en sombras, caminé penosamente hacia
la noche. Podía saborear el miedo en el aire, escuchar los murmullos suaves a mi
espalda a medida que caminaba por la nieve cayendo. Encontré a Ashdrinker a la
deriva junto a la capilla, la dama plateada brillando a la luz tenue de la luna. Unos
pocos soldados de Aaron pasaron corriendo, mirándome con extrañeza mientras
sacaba la espada de la nieve, y limpiaba la hoja.
»¿Va todo bien?
»—Tan bien como siempre.
»¿Le d-dijiste, le dijiste?
»—Ash, como dijiste. No hay tal cosa como un final feliz.
»Lo siento, Gabriel. Siempre y por siempre. Ese d-día fue mi mayor f-
fracaso.
»La miré a la cara, su hojilla destrozada, las palabras grabadas a lo largo de
su longitud que solo ella y yo conocíamos. Habíamos vadeado ríos de sangre
juntos, ella y yo. Habíamos grabado nuestros nombres en las páginas de la historia.
»—Nunca culpes a la espada. El fracaso fue mío. Pero tengo la voluntad de
ajustar cuentas mañana por la noche, si tienes la voluntad de ayudarme. Necesito
matar algo monstruoso.
»Siempre. Siempre.
»La enfundé a mi costado, su peso un consuelo en mi cadera mientras
caminaba de regreso al torreón. Encontré a Aaron, Baptiste y sus sargentos de
armas en el Gran Comedor, reunidos alrededor de un mapa extendido sobre las
mesas del banquete. Hablé en voz baja con Baptiste, y el herrero asintió una vez y
envió inmediatamente a tres fornidos hombres con martillos en mano a vigilar la
puerta de Dior. Y luego nos dispusimos a planificar el asalto.
»Se oyeron voces, maldiciones airadas y miradas oscuras lanzadas en mi
dirección: sabía que al menos la mitad de esta gente lamentaba el día en que yo
había pisado Aveléne. Pero aun así, amaban a su capitán ferozmente, y odiaban a
todos los sangre fría, y entre esas dos medidas, Aaron los mantuvo firmes. Todos
conocían la potencia de la fuerza que iba a estrellarse contra estos muros en la
noche. Todos sabían que la victoria sería difícil de conseguir si es que se ganaba.
Pero Aaron y sus hombres habían estado preparando sus defensas durante años, y 737
Baptiste era el genio que siempre había sido, y cuando la luz frágil del amanecer
entró por las ventanas altas, supe que teníamos una oportunidad de luchar. Pero
más, con una dosis completa de sanctus en mí, con todas mis fuerzas a mi
disposición, si podía tener un solo momento, una ventana minúscula en la que
poner mis manos alrededor del cuello de la Bestia, estaría un paso más cerca de la
venganza que vine a encontrar al norte, un paso más cerca del final del maldito
linaje del Rey Eterno.
»Desayunamos juntos, Aaron, Baptiste y yo. Y aunque el recuerdo aún me
provocaba dolor, me recordó los días en San Michon. Hay un extraño amor feroz
forjado en los fuegos del combate. Una hermandad escrita solo con sangre. Y no
me di cuenta de lo mucho que lo había echado de menos hasta ese momento, ni de
lo contento que estaría de recuperarlo.
»—Hermanos, tienen mi agradecimiento —les dije—. Y todo el amor que
tengo para dar. Lo arriesgan todo por mí, y además con tan poca promesa.
»—Y con mucho gusto —respondió Aaron—. Pero no solo por ti, Gabe.
»Sacudió la cabeza, mirando la estrella de siete puntas en su palma.
»—Sé que tienes tus dudas, pero siento la voluntad del Todopoderoso en
todo esto, hermano. Siento el peso de la providencia, la mano del destino mismo.
Lo juro por la Madre Doncella, no puedo explicarlo. Pero de alguna manera sé que
todo esto… cada momento de nuestras vidas nos ha llevado a esta noche. —Me
miró a los ojos, feroz y orgulloso—. Y estoy listo.
»—Gabe, Dios está con nosotros —dijo Baptiste, apretando mi mano—.
Como lo estuvo cuando estuvimos juntos en los Gemelos. Así que, como ahora,
con él a nuestro lado, no podemos caer.
»—Sin temor —murmuré.
»—Solo furia —coincidió Aaron.
»—Deberías dormir, hermano —murmuró Baptiste—. No te ofendas, pero
te ves como el infierno.
»Compartimos una risa cansada, y les agradecí de nuevo. Y abrazándolos a
los dos, plagado de pena, me retiré al piso de arriba. Me bañé adecuadamente por
primera vez desde que tenía memoria, la sangre y la suciedad enturbiando el agua
de tal manera que tuve que cambiar el balde tres veces. Quité los enredos de mi
cabello. Me afeité la barba incipiente con una navaja que me prestó Aaron. Miré
al hombre en el espejo y vi las cicatrices por dentro y por fuera. Me pregunté si
alguna vez encontraría la paz. Si alguna vez se perdonaría a sí mismo. Si alguna
vez terminaría.
»Y luego avancé penosamente hasta mi dormitorio, sin querer nada más que 738
unas cuantas horas benditas en sábanas limpias en una cama blanda… Dios, pensar
en eso parecía el paraíso. Pero primero me detuve en la habitación de Dior y saludé
con la cabeza a los herreros que estaban de servicio fuera de su puerta. Me miraron
con rostros sombríos y ojos entrecerrados, resentidos y hoscos. Pero uno de ellos
finalmente habló; un tipo arisco ossiani con una barba como un par de tejones.
»—No lo recordarás —gruñó—. Pero luchamos juntos en Báih Sìde.
»Lo miré con los ojos nublados y exhausto.
»—Redling —dije finalmente—. Redling á Sadhbh.
»Parpadeó sorprendido.
»—Así es. ¿Cómo…?
»—Lo recuerdo —suspiré—. Lo recuerdo todo.
»El hombre me miró con ojos estoicos y barba erizada.
»—No te daré las gracias por traer tanta maldad a nuestra puerta —gruñó—
. Pero si debo caer esta noche, estoy orgulloso de hacerlo junto al León Negro.
»—Oui —dijo el segundo herrero—. Dios te bendiga, De León.
»Asentí en agradecimiento, estreché sus manos, les dije que no temieran. Y
luego abrí un poco la puerta de Dior, miré hacia la oscuridad de su dormitorio. Ella
miraba hacia la puerta, envuelta bajo sus mantas, silenciosa y quieta. La observé
por un momento, recordé las noches que había estado en la puerta de la habitación
de Patience, solo escuchándola respirar y preguntándome cómo en el nombre del
cielo había hecho algo tan perfecto.
»Una vez más, sentí que mis ojos ardieron.
»Una vez más, parpadeé para eliminar esas lágrimas inútiles.
»Y entonces me di cuenta de que Dior no respiraba en absoluto. Que su
abrigo no estaba colgando del perchero, ni sus botas puestas a los pies de la cama.
Y mi estómago se llenó de hielo y entré en la habitación, ya sabiendo lo que
encontraría mientras arrancaba las mantas.
Jean-François mojó la pluma en la tinta y sonrió levemente.
—Almohadas.
—Dior Lachance no era cobarde. Pero seguro que era una mentirosa.
Gabriel negó con la cabeza, tomando un largo trago de vino.
—Y la pequeña perra mentirosa se había ido.

739
»Mi furia fue terrible. No por los herreros fuera de la puerta de Dior que no
la habían escuchado trepar por la ventana, ni por el jefe de la perrera que había
dormido mientras ella robaba los perros de su corral. No por los vigilantes que se
habían hecho de la vista gorda mientras conducía a los perros colina abajo, ni por
el soldado que la había ayudado a engancharlos al trineo que había cargado.
»No. Mi furia era por el tonto que había creído que esa chica se acobardaría
dentro de un castillo mientras otra gota de sangre se derramaba por ella.
»Ahora estábamos en los taludes de Aveléne, mirando a través de las
almenas hacia el reluciente Mère en el valle helado de abajo.
»—Salió al amanecer —informó Aaron—. En la nieve, se dirigía al noreste
hacia Maidsroad. Puede usarla hasta San Michon si…
»—No —fruncí el ceño—. Está cabalgando sobre el río.
»Baptiste negó con la cabeza.
»—Nuestros exploradores informan que estaba incursionando…
»—Cambió de rumbo. La pequeña perra es astuta como los gatos. Y después
de echar un vistazo a ese mapa en tu salón, sabe que el Mère la verá todo el camino 740
hasta el monasterio.
»—¿Cómo lo sabes, hermano?
»Respiré hondo, suspiré una nube de escarcha.
»—Le ofrecí un frasco de mi sangre, allá en Winfael. Ella lo rechazó. Así
que, cuando le compré ese abrigo nuevo en Redwatch, en su lugar, deslicé el frasco
en el forro. —Sacudiendo la cabeza, recordé las lecciones del maestro Greyhand—
. La vejez y la traición siempre pueden vencer a la juventud y la habilidad,
Lachance.
»—Gabe, perdóname —dijo Baptiste—. ¿Pero de qué sirve un frasco de tu
sangre?
»—Porque puedo sentirla.
Jean-François dejó de escribir, y levantó la vista de su crónica.
—¿Sentirla, De León?
Gabriel asintió.
—Nunca tuve un maestro. Nunca conocí a nadie que pudiera desvelar los
secretos de mi linaje. Pero aun así, había aprendido algunas pequeñas invocaciones
a lo largo de los años; fragmentos y susurros, escondidos en las páginas de San
Michon y desenterrados por mi amor.
—Sanguimancia —murmuró el historiador.
—Oui. Y encima de los muros de Aveléne, alcancé el horizonte y la sentí
segura y certera; una pequeña parte de mí dentro de una prisión de vidrio,
dirigiéndose hacia el norte por un camino de hielo gris.
»—Está en el río —dije—. Y los Muertos están siguiéndola.
»—Los vigilantes dijeron que ella había cargado su trineo con provisiones
—murmuró Baptiste—. Pero incluso corriendo pesado, los Muertos no se moverán
más rápido que un equipo de perros en el hielo a la luz del día.
»—El día no durará para siempre —advirtió Aaron.
»—Tengo que llegar a ella antes del anochecer —dije, bajando las
escaleras—. Es entonces cuando la atacarán. Aaron, necesito el resto de tus perros.
Y un trineo. Tan rápido como puedas.
»—Iré contigo —declaró, y nuevamente, me maravillé de la confianza y el
amor que mi hermano tenía por mí. Le sonreí incluso mientras negaba con la
cabeza.
»—Tiene una ventaja de dos horas. Necesito correr lo más ligero que pueda.
741
»—Gabe, no puedes acabar solo con Danton y ese ejército.
»Palmeé la empuñadura de Ashdrinker.
»—No estoy solo.
»Baptiste sacudió la cabeza.
»—Gabe…
»—Hermanos, no perderé el tiempo discutiendo. Solo la Madre Doncella
sabe lo que hice para merecer amigos tan fieles como ustedes. Pero no tienen
suficientes perros para seguirme, ni caballos que puedan correr seguros en un río
medio congelado. Y cada minuto que desperdiciamos es otro minuto que Danton
se acerca a la garganta de esa chica. Así que, tráiganme esos perros. Por favor.
»El jefe de la perrera trabajó rápido, despojando un trineo hasta los huesos
para que pudiera correr más ligero. Me paré con mis hermanos en el muelle helado,
el Mère se extendía hacia la nieve cayendo, la gente de Aveléne observando desde
lo alto de sus muros. Sin duda se sentían culpables; que hubieran hecho la vista
gorda y hubieran dejado que Dior se fuera sola. Pero más aún, eran conscientes de
que la niña había alejado la sombra de sus paredes, que se había arrojado al borde
para evitarles la matanza. Y sus voces se elevaron ahora, un clamor a lo largo de
la piedra antigua y resonando en algún lugar del hueco de mi pecho.
»—¡Ve con Dios, De León!
»—¡Que la Madre Doncella te bendiga!
»—¡El León cabalga!
»—¡EL LEÓN NEGRO CABALGA!
»Baptiste me atrajo a sus brazos, me abrazó con fuerza.
»—Qué el Ángel de la Fortuna cabalgue contigo, Pequeño León. Qué Dios
y todos sus ejércitos celestiales te protejan.
»—Merci, hermano. Cuida de este niño bonito por mí.
»Pero Aaron no compartiría la sonrisa que le disparé.
»—Gabriel, esto es una tontería.
»—Llamémoslo imprudente. Esa siempre fue mi naturaleza. Ahora
despídete, hermano, y dame tus bendiciones, y si tienes la voluntad de orar por
ella, no te maldeciré por eso.
»—¿Por ella, pero no por ti?
»—Él no escucha, Aaron. —Sonreí tristemente—. Nunca lo ha hecho. 742
»Aaron deslizó una bandolera sobre mi hombro, cargada a reventar con
bombas de plata, agua bendita, viales de sanctus. Y luego me arrastró en un abrazo,
apretándome con fuerza.
»—Gabe, recuerda —susurró—. No importa en qué tienes fe. Pero debes
tener fe en algo. —Besó mi frente, sus ojos resplandeciendo—. Buena suerte.
Cabalga rápido.
»El viento estaba a mi espalda mientras cargaba, como si la tormenta misma
me impulsara a seguir adelante. Los perros eran de esa intrépida estirpe nórdica
conocida como lanceros, y corrían rápido, las hojas de mi trineo siseaban sobre el
hielo a medida que bajábamos por la curva congelada del Mère.
»Las riberas del río fueron al principio solo riscos y acantilados, el buen
basalto negro de los huesos de mi tierra natal, y la nieve fresca frente a nosotros
no estaba marcada por huellas ni marcas. Pero unas horas río arriba, los acantilados
dieron paso a tierras bajas y madera muerta congelada, y vi los arcos gemelos de
las palas del trineo y una multitud de huellas de perros que salían de las orillas
hacia el hielo: el rastro de Dior, seguro y certero. Había llevado su trineo sobre las
rocas y hacia el río, con la esperanza de ocultar su paso. Pero sabía que un sabueso
tan hábil como Danton no se dejaría engañar por una artimaña tan simple, y poco
después, sus huellas se perdieron en el paso de las cosas que la seguían: un gran
ejército saliendo del bosque y persiguiéndola hasta el Mère. Me imaginé a los
sangres noble y condenados que Danton había traído consigo, miré las escasas
provisiones que llevaba, la hoja rota en mi cintura. A decir verdad, no sabía si sería
suficiente. Pero cuando hay tan poco que puedes hacer, haces lo poco que puedes.
»Un halcón de las nieves atravesó el cielo sobre mí, moteado de blanco y
gris hierro, invocando el aire helado. Mis lanceros corrieron hacia las nevadas
cegadoras. El viento había cambiado ahora, un aullido del norte cortando como
una espada por las entrañas del Mère, la nieve cayendo como cuchillas de afeitar.
Mi cuello estaba levantado sobre mi cara, mi tricornio bajado, pero mis ojos aún
ardían, las lágrimas se congelaban en mis mejillas, el frío haciéndome doler los
nudillos.
»El sol ennegrecido se deslizaba ahora hacia su lecho, una noche sin lunas
aguardando entre bastidores, y aún sin rastro de mi presa. Pero cuando la estrella
del día se inclinó hacia el horizonte, largas sombras borrosas en la luz apagada, mi
corazón se aceleró cuando lo vi en la distancia; el tenue recorrido de la nieve
arrojada a cientos de metros. Y comprendí que los había alcanzado, los había
alcanzado a ambos: la horda de Danton pisándole los talones a Dior, y la chica
huyendo ante ellos como si el mismísimo diablo viniera detrás.
»Estaba inclinada sobre su trineo, gritando a sus perros: «¡Corran!
¡CORRAN!», y espoleados por su miedo a los Muertos, los perros se precipitaban
por el hielo como un rayo. Pero a medida que la luz del sol se apagó, los Muertos 743
se fortalecieron, corrieron más rápido, se acercaron más, cada vez más al alcance
de su premio. Los condenados corrían primero, como bestias ante los látigos de
sus amos. Luego venían los sangres noble, esos primos e hijos temibles que Danton
había reunido en su ayuda, todos Ironheart. Y al final iba la Bestia de Vellene.
Podía verlo ahora si entrecerraba los ojos. Rabia estallando al recordarlo parado
afuera de mi casa la noche en que su padre llamó tres veces a mi puerta, dando
testimonio silencioso de las atrocidades en el interior.
»Le debía sangre a su famille. Y esta noche, esta noche, juré que comenzaría
a pagar la suma.
»La pipa estaba llena y en mis labios, y aspiré el color del asesinato en mis
pulmones. Toda la noche cobró vida, todos los sentidos en llamas, el olor de los
perros y el sudor fresco, el sonido de pasos atronadores y pulso galopante, la vista
del enemigo ante mí y la espada que llevaba, ahora desnuda y reluciente en mi
mano. Pero con el corazón hundido, vi huir del cielo el último aliento del atardecer,
y mi mente resonó con los ecos de mi niñez en los pasillos de San Michon; una de
las primeras lecciones que aprendí, antes de que mi nombre se convirtiera en
leyenda y mi amor ardiera como una llamarada de verano y mi orgullo le pusiera
fin.
»Los Muertos corren muy rápido.
»Ahora estaban pisándole los talones a Dior, con las garras extendidas. Vi
que la atraparían mucho antes que yo y, desesperado, rugí su nombre. Ella me miró
a través de la nieve que caía, y pensé que quizás al fin podría ver miedo en sus
ojos. Pero en lugar de eso, vi un destello, afilado y cruel. No la salvadora de un
imperio ni la descendiente de un Dios, sino una rata callejera. Una chica que había
crecido en callejones sucios y casuchas podridas lejos de aquí, quien había
sobrevivido gracias al ingenio y la astucia, la ladrona, embaucadora y mentirosa
incorregible.
»La caja de pedernal que había robado se encendió, y sus mechas
empezaron a chispear. La daga de plata que le había dado brilló, y su equipo de
perros se liberó de sus amarres. El aliento salió de sus pulmones a medida que
saltaba del trineo, arrastrada por los perros a lo largo del hielo y lejos de su trineo
mientras este se tambaleaba y volcaba detrás de ella, los barriles que había cargado
y ahora encendido se derramaron sobre el hielo, marcados con X minúsculas: las
guadañas gemelas de Mahné, el Ángel de la Muerte.
»—Ignis negro —susurré.
»—¡Retrocedan! —rugió Danton—. ¡RETROCEDAN!
»La pólvora se encendió, ráfagas ensordecedoras ondeando a través del
valle e iluminando la oscuridad tan brillante como el día. Los condenados más 744
cercanos fueron engullidos o destrozados por la explosión. Pero cuando la
conmoción golpeó el hielo, reverberando con tanta fuerza que la sentí debajo de
mí, por fin me di cuenta de la genialidad de lo que había hecho Dior. La superficie
helada del Mère se hizo añicos en espirales espectaculares, como cuando Fortuna
había cruzado el Ròdaerr. Y tal como había hecho ese día, la legión de Danton se
encontró sumergiéndose bajo la superficie y en las profundidades heladas del río
que aún corría debajo.
»—Trampa de gusanos —sonreí.
»Al menos cien, dos de los sangres noble entre ellos, todo el soporte debajo
de ellos rompiéndose. Solo unos pocos tuvieron la mente suficiente para gritar
cuando el agua les quitó la carne de los huesos y la muerte, negada durante mucho
tiempo, los envolvió por fin en brazos amorosos.
»Pero otros se dispersaron, Danton entre ellos, desviándose del golfo y
saltando a través de la superficie destrozada. Como sombras, veloces y mortales,
bailaron a lo largo del hielo agrietándose más cerca de la orilla, donde el río estaba
congelado hasta sus cauces, y allí continuaron la persecución. La táctica de Dior
había hecho un agujero sangrante a través de la fuerza de Danton, pero aún
quedaban docenas de vampiros, la mayoría de los sangres noble y la Bestia entre
ellos, y ahora, la locura de Dior quedó al descubierto.
»Fue arrastrada por el hielo detrás de sus perros, aferrándose
desesperadamente al arnés cortado. Me agaché en dos, rugiendo a mis propios
lanceros para que corrieran hacia adelante, rodeando el golfo en el cristal del río
roto y cabalgando. Pero Danton estaba ahora lleno de furia, él y su cohorte
acercándose cada vez más.
»—¡Dije que te cazaría para siempre, niña!
»—¡J-jódete! —balbuceó, aferrándose a su vida.
»—¡Debes decir por favor, amor!
»—¡Danton! —rugí—. ¡Mírame, cobarde!
»Pero la Bestia me ignoró, salvo para mirar por encima del hombro y
regalarme una sonrisa asesina. Aún estaba demasiado lejos para ayudarla, apenas
manteniendo el ritmo mientras los vampiros ganaban con cada paso. Si la
atrapaban, esos sangres noble podrían mantenerme ocupado mientras la Bestia
escapaba con Dior, y todo esto, todo, sería en vano. Escuché a ese halcón de las
nieves llamando de nuevo en algún lugar de la oscuridad, la voz de Ashdrinker
resonando en mi mente por encima del clamor de mi pulso.
»¡Cabalga, Gabriel! ¡D-debemos salvarla! ¡CABALGA!
»Y entonces sucedió lo inevitable. Los perros de Dior siguieron avanzando, 745
aterrorizados por los Muertos, sin prestar atención a la chica a la que arrastraban.
Se precipitaron hacia un montículo de nieve, de treinta o sesenta centímetros de
altura sobre el hielo, girando a su alrededor. Pero Dior chilló mientras abría el
arnés, cerrando los ojos a medida que era lanzada a la deriva. Su agarre falló, y con
el sonido de látigos chasqueantes, el arnés se soltó, la envió rodando,
desplomándose, derrapando por el banco de nieve y rodando para descansar del
otro lado. Se partió la cara con el hielo, se rompió la frente, tenía sangre en las
manos y mejillas. Rugí de horror cuando Danton aulló de triunfo, sus sangres noble
abalanzándose sobre la chica caída, sus condenados luchando por acercarse, sus
garras desplegadas.
»Uno de los sangres noble la agarró, un antiguo vestido como un caballero
del campo, levantándola por el cuello como si fuera una pluma. Dior maldijo,
arañándole la cara, el vampiro chillando a medida que sus dedos pintaban líneas
carmesíes en su mejilla. Y donde su sangre tocó su carne, el fuego floreció,
candente y cegador. El vampiro se tambaleó hacia atrás, aullando, su carne
Ironheart tallada con grandes rasgaduras cenicientas por el más mínimo toque de
su sangre.
»Una bomba de plata estalló entre los condenados, haciendo explotar a unos
cuantos. Otra estalló, y otra, saliendo de mi mano e iluminando la noche, plata
cáustica quemando la piel y ojos de los Muertos. El rebaño de Danton se dispersó
cuando desaté otra andanada, saltando de mi trineo y rugiendo: «¡DIOR!», y la
niña gritó: «¡GABRIEL!, y se puso de pie. Un bruto alto y de ojos muertos la
agarró mientras ella corría hacia mí a través del humo plateado, su levita fina
destrozada en su puño. Un condenado saltó encima de ella, intentando derribarla.
Pero una vez más, ella arremetió con esas manos manchadas de sangre, y
nuevamente, el vampiro cayó hacia atrás, su carne chamuscada de negro donde su
sangre lo había tocado.
»Ella llegó a mi lado, estrellándose contra mis brazos, con el rostro
ensangrentado. Ashdrinker cantó en el aire, atravesando a los condenados a su
espalda, dejándolos en pedazos humeantes sobre el hielo. Lancé mi agua bendita,
mis bombas de plata, cortando a través de la chusma que me atacaba de cabeza,
sus ojos sin alma y sus bocas abiertas. Dior arremetió con su daga de acero plateado
mientras yo cortaba a más condenados en la nieve ensangrentada, los dos parados
espalda con espalda a medida que la canción de la hoja resonaba en mi cabeza:
acero como madre, acero como padre, acero como amigo. Había estado matando
a estos bastardos desde que tenía dieciséis años, y cerca del primero de ellos que
maté estaba el Príncipe de la Eternidad; no había manera bajo el cielo de que cayera
bajo los dientes de algunas docenas de mestizos con una dosis completa de sanctus
en mí, con mi espada entera y la furia de un viudo, de un padre deshecho en llamas.
Y aunque masacré a esos jodidos perros, aun así, supe que no era ningún tipo de
triunfo. Danton y sus sangres noble permanecían atrás, viendo cómo gastaba lo
último de mi arsenal, retrocediendo hacia el hielo ahora sin nada más que lanzar, 746
sin más trucos bajo la manga.
»Y aún quedan casi una docena de sangres noble por matar.
»Se desplegaron en abanico a nuestro alrededor mientras retrocedíamos,
rodeándonos lentamente. Conocía a algunos por su nombre, por su maldita
reputación. Un bruto de barba oscura llamado Maarten el Carnicero, quien vestía
una cota de malla y portaba en cada gran mano un martillo. Otra guerrera llamada
Roisin la Roja, rápida y afilada, su cuerpo vestido con cueros con adornos de piel
y su cabello con trenzas cazadoras. Una mujer delgada con cabello dorado como
el trigo y ojos rojo sangre llamada Liviana. Un chico conocido solo como Fetch,
quien no tendría más de diez años cuando murió, vestido con galas pálidas
salpicadas de sangre.
»Todos Ironheart, cada uno el padre o madre de décadas de asesinatos, cada
uno una pesadilla para matar solo, y mucho menos con diez hermanos a su lado. Y
a la cabeza de ellos, un Príncipe de la Eternidad, hijo de su temible señor mismo.
El carnicero de mil doncellas, el sabueso del Rey Eterno, la Bestia de Vellene,
ahora acechando hacia mí a través del hielo mientras sus compañeros cerraban
despacio su círculo a nuestro alrededor.
»—Te lo advertí, santo de plata —dijo—. Debiste haber permanecido
enterrado.
»Apreté mis colmillos.
»—Papi debería haberme matado cuando tuvo la oportunidad, bastardo.
»—Pero sí te mató, De León. No al héroe para el que se cantaron las
canciones, el caballero que derrotó a los ejércitos eternos, el hombre que se
convirtió en leyenda. Ni siquiera veo al chico que mató a mi querida hermana ante
mí. —Danton negó con la cabeza, el círculo estrechándose más—. Todo lo que
queda de ti es una sombra. Un canalla vacío, un borracho y un miserable,
empapado en licor y con el ánimo quebrantado.
»Danton levantó su espada, el filo del sable reluciendo.
»—Pero aún puedes vivir para ver el amanecer, De León. Tienes asuntos
que resolver con mi temible padre en el este, ¿no? ¿Deudas sin pagar? —Ahora
daba vueltas a nuestro alrededor, detrás de la pared de sus sangres noble, su sonrisa
de color rojo rubí—. ¿Tu Patience? ¿Tu Astrid? Dormías en tu sótano mientras mi
padre logró lo que pretendía con tu novia, pero aun así, estoy seguro de que te has
imaginado los dulces sufrimientos que le causó antes de plantarla en el suelo a tu
lado. Y estoy más seguro de que no deseas nada más que volver a ver a mi rey.
»El cuero de la empuñadura de Ashdrinker crujió cuando lo apreté con
fuerza. 747
»—Te ofrezco una oportunidad de venganza —dijo Danton—. Levanta tu
espada y hazte a un lado. Entrégame a la niña, y aún podrás vivir para ver cumplida
tu promesa. No tienes que morir por ella, De León. Porque al final, ¿qué es Dior
Lachance para ti?
»Miré a la chica a mi espalda, ensangrentada y temblando.
»Sus ojos del todo abiertos y azules, bordeados de lágrimas.
»—Gabe… —susurró.
»Y entonces vi la verdad. La verdad de todo esto. No importaba la venganza
que había jurado, ni la vida que me habían robado, ni el dolor interminable dentro
de mi pecho. Porque incluso en las horas más oscuras, ese dolor me hacía saber
que aún estaba vivo. Era como me había dicho mi amor, como siempre me había
dicho. Los corazones solo se magullan. Nunca se rompen.
»Y al final, supe que no me retractaría ni un poco. Ni la felicidad que conocí
entonces, ni el dolor que sentía ahora. Ni todas las horas olvidadas que había
pasado sin ellas, el dolor de mis labios sin el beso de Astrid, el vacío de mis brazos
sin el abrazo de Patience. En esos pocos momentos las tuve, y aunque solo fuera
entonces, fui inmortal. Porque fueron impecables. Y fueron mías.
»Y no importaba el Dios al que le di la espalda. No importaba el padre al
que maldije y el cielo al que desafié. Porque al final, no importa en qué tienes fe.
Siempre y cuando tengas fe en algo.
»Me arranqué el guante con los dientes, y envolví mi mano desnuda en la
de Dior.
»—Nunca te dejaré —juré.
»Comenzó como una brasa, solo una chispa a la yesca, finita y pequeña.
Pero al igual que las hierbas blanqueadas por el verano de mi juventud, la chispa
comenzó a arder, y ese ardor se convirtió en llama, quemándome el brazo y la
palma de la mano que ahora sostenía la de Dior. La sentí como fuego en el tatuaje
que Astrid había escrito en mi piel. La sentí como sus labios sobre los míos. Y
soltando mi agarre, mirando a la estrella de siete puntas en mi palma, la vi arder
con luz, no fría y plateada como en los días de antaño, sino caliente y carmesí.
Arrancando mi abrigo, la túnica debajo, vi al león en mi pecho ardiendo con esa
misma luz furiosa, roja como el calor de la fragua de mi padrastro, como la sangre
que había derramado y visto derramarse por igual, como todos los fuegos que
seguramente arden en el corazón del infierno empapado de odio.
»Levanté la mano, en llamas. Y los vi temblar.
»—¿Quién de ustedes, bastardos impíos, quiere ser el primero en morir? 748
»—Mátenlo —siseó Danton—. Mátenlo y tráiganme a la chica.
»Los vampiros vacilaron, la luz carmesí reflejada en sus ojos entrecerrados.
»—¡Obedezcan! —rugió la Bestia—. ¡Son diez, él es uno!
»Dior levantó su daga.
»—Querrás decir dos, bastardo.
»—Cuenta de nuevo, niña.
»El susurro flotó por el hielo. Danton se volvió, con el ceño fruncido cuando
una figura ahora familiar salió a grandes zancadas de la nieve cayendo. Mechones
de color azul medianoche corrían gruesos hasta su cintura. Su larga levita roja se
agitaba a su alrededor con el viento aullante, la camisa de seda abierta a nivel de
749
su pecho pálido. Se había confeccionado una máscara nueva; porcelana
blanca con la huella de una mano ensangrentada sobre la boca, pestañas con borde
rojo. Y más allá, esos ojos pálidos, drenados de toda luz y vida.
»Liathe aún parecía herida por nuestra pelea en San Guillaume: su pecho
aún estaba estropeado por el beso de Ashdrinker, sus manos aún carbonizadas por
el toque de la espada. Sin embargo, ella sostenía su espada y su mayal, ambos
esculpidos de su propia sangre, relucientes de rojo en mi luz ardiente.
»—¿Quién eres tú? —gruñó Danton.
»—Llámanosss Liathe.
»La Bestia de Vellene apretó los labios. Podía sentir el poder en esta, a pesar
de que estaba herida.
»—Entonces, hazte a un lado, Liathe. Esta presa pertenece al linaje Voss.
»—No lo haremos —respondió ella—. La niña viene con nosotrosss.
»—¿Nosotros? —espetó Danton—. Tú solo eres una, prima. ¿Sabes quién
soy? ¿Conoces a mi temible rey y padre en cuyos asuntos te entrometes ahora?
»La vampiresa inclinó la cabeza, largos mechones negros fluyendo en ese
viento aullante.
»—Conocemos a Fabién. Lo conocimos mucho antes de que reclamara su
corona hueca. Mucho antes que tú, Danton. —Dio un paso adelante y levantó su
espada sangrienta—. Esta noche beberemos la sangre de tu corazón, principito.
Esta noche tu padre llora a otro hijo.
»El rostro de Danton se contrajo: furia y tal vez el más mínimo rastro de
miedo. Pero un príncipe del linaje Voss no iba a ser contrariado cuando estaba tan
cerca de su premio, ni sospecho que tuviera ningún deseo de explicarle a su padre 750
que otra sanguijuela le había arrancado el Grial de las yemas de los dedos. Y así,
se volvió hacia su círculo negro y gruñó con todo el peso de la sangre soberana en
sus venas:
»—¡Destrúyanla! ¡Y yo me encargaré de la chica!
»Los sangres noble obedecieron, moviéndose como una tormenta de
cuervos, negros y veloces. Tuve tiempo de ver a Liathe levantar su espada
sangrienta, soltar su mayal sangriento, y luego Danton estaba sobre nosotros.
Levanté a Ashdrinker para encontrarme con su ataque, le grité a Dior: «¡Ponte
detrás de mí!», mientras la Bestia se acercaba. Su sable se estrelló contra mi
espada, chispas volando a medida que los bordes se besaban. Nos miramos el uno
al otro por un momento sobre el acero cruzado, nuestros ojos ardiendo con el odio
más puro.
»—Esta noche duermes en el infierno, De León —siseó.
»—Este es el infierno, Danton —sonreí—. Y el diablo ama a los suyos.
»Y entonces, comenzó en verdad.
»La última vez que nos enfrentamos, había estado hambriento, débil, y él
me había escupido como un cerdo. La vez anterior, con el sol debilucho en el cielo,
le había quitado el brazo a nivel del codo y le había arrancado el corazón del pecho
a su hija. Pero ahora no habría excusas, no faltaría ninguna medida. La noche era
muy fría y negra como el pecado, y el poder de la Bestia estaba a sus órdenes. Pero
yo ardía como un faro, mi égida resplandecía, el himno de sangre resonando en
mis venas. Sin piedad, sin cuartel, la deuda que tenía colgando sobre nosotros
como la espada de un verdugo, y una sombra pálida (una belleza de inviernos sin
bordes y amaneceres sin luz), estaba de pie junto a mi hombro.
»—Mi león —susurró.
»Podía sentirlas, lo juro. Mis ángeles. Su amor. Su calidez.
»Y con eso dentro de mí, era inquebrantable.
»Pero, por desgracia, también lo era la piel de mi enemigo. Habían pasado
años desde que me enfrenté a un enemigo como este; un Ironheart antiguo, un
príncipe de los Muertos. Su carne fue de piedra cuando la golpeé, Ashdrinker casi
se desprendió de mi mano con cada golpe, y aunque aparecieron grietas profundas
en su piel de mármol después de cada golpe, sentí como si estuviera despedazando
una montaña. La espada de Danton brilló rápido como la plata, reflejando la luz
roja ardiente de mi égida, y aunque el resplandor mantuvo sus ojos parcialmente
cegados, lo quemó cuando se acercó para atacar, aun así lo hizo, como un trueno,
como el monstruo que era: un lord sombrío de la carroña, demasiado pesado con
el peso de los siglos para ser superado solo por mi fe.
»Ashdrinker lo atrapó en la garganta, extrayendo un trozo de su piel pálida.
Su respuesta atravesó mi hombro, la sangre fluyó a través de la nieve y el león 751
ardiendo en mi pecho. Extendí la mano hacia él, desesperado por sujetarlo y desatar
mi don de sangre. Pero la Bestia de Vellene sabía el destino que había sufrido el
Espectro en Rojo: sabía que si yo ponía mis manos sobre él podría significar su
fin. Y así, mantuvo su distancia, dando vueltas como una serpiente y echándose
hacia atrás cuando me acerqué, casi quitando mi mano de la muñeca cuando me
acerqué a él.
»Él sonrió, agitando un dedo.
»—Aprende un truco nuevo, perro.
»—No perro, sanguijuela. La sangre de los leones corre por estas venas.
»—Eres débil, De León. Tan débil que ni siquiera pudiste defender lo que
más amabas. Y te haré mirar cuando te quite a alguien más.
»Detrás de mí, Dior levantaba su acero plateado.
»—Chamuscaré tu corazón, bastardo.
»La Bestia se rio, y nos enfrentamos nuevamente, chispas y sangre
lloviendo sobre la oscuridad. Podía escuchar gritos detrás de mí, el sonido de
gruñidos y acero; no sabía cómo le iría a Liathe, pero tampoco podía arriesgarme
a echar un vistazo para saberlo. Danton volvió a atacar, una y otra vez, su sable
haciéndome una hendidura hasta los huesos en el pecho, otra en el brazo, y sentí
el peso flojo de los músculos que se desprendieron de sus anclajes al hueso, mi
brazo izquierdo colgaba ahora pesado, mi velocidad disminuyendo. La voz de
Ashdrinker resonó en mi mente, animándome, con un brillo plateado.
»Nos conocían, Gabriel. La h-hoja que partió la oscuridad en dos. El
hombre al que t-temía el eterno. Nos recordaron. I-incluso después de todos estos
años.
»La dama plateada sonrió en mi mente.
»Y yo también.
»Hicimos fintas, giramos y finalmente nos lanzamos, con todo lo que
teníamos detrás de ese golpe. Ashdrinker partió la noche en dos como antes,
formando un arco entre los copos de nieve cayendo y hacia el pecho de la Bestia.
Con gruñidos, y velocidad sinuosa, Danton levantó su espada, desvió a Ash a un
lado, y en lugar de partir su corazón muerto hace mucho tiempo, la hoja rota le
atravesó el hombro, hundida hasta la empuñadura. La Bestia rugió de agonía,
mostrando sus colmillos ensangrentados. Pero ahora comprendí mi estupidez, la
misma que la de Saoirse en las murallas de San Guillaume. Mi espada estaba
clavada en la piedra de su carne, su mano cerrándose sobre la mía en la
empuñadura. Sus garras sisearon cuando vinieron, abalanzándose hacia mi
garganta, Dior gritando mi nombre mientras me soltaba, las garras me arañaron en 752
la barbilla a medida que caía hacia atrás y aterrizaba con un crujido en el hielo.
»La Bestia ahora se elevaba sobre mí, jadeando mientras liberaba a
Ashdrinker. Sus manos ardieron ante su toque, y con una maldición oscura, la
arrojó a la oscuridad. Y siguió avanzando, hundiendo su espada hacia mi corazón.
Rodé a un lado, pateé su rodilla con mi tacón de plata, recompensado con un
crujido, una maldición. Pero se balanceó de nuevo, y de nuevo, cegado por mi
égida, por su furia, y por fin dio en el clavo, su espada atravesando mi bíceps e
inmovilizando mi brazo izquierdo contra el hielo. Rugí de dolor, empujando mi
mano libre hacia su garganta a medida que se lanzaba encima de mí. Luchamos,
con los colmillos al descubierto, el aliento silbando entre mis dientes. Todo lo que
necesitaba era un momento, un segundo con mis dedos alrededor de su cuello.
»—Te m-mataré, bastardo —escupí.
»—¿Bastardo? —Sonrió rojo rubí mientras se inclinaba más duro—. No,
mestizo, no soy ningún bastardo. Soy del linaje Voss. La sangre de los reyes. Soy
un Príncipe de la Et…
»El vampiro gruñó cuando Ashdrinker le atravesó la espalda. Sus ojos
negros se abrieron del todo, y miró estúpidamente la hoja de acero estelar rota
sobresaliendo de su pecho, desconcertado por cómo Ash había atravesado su carne.
»Pero aun así, era hijo de Fabién Voss, un Ironheart antiguo, y el bastardo
no murió. Le gruñó a la chica que lo había apuñalado: Dior, de pie detrás de él
ahora como una ladrona que ataca en la noche. Estaba jadeando, harapienta, con
las manos manchadas de sangre mientras soltaba la hoja. La Bestia se encabritó
hacia ella, veloz como una serpiente, furioso.
»Pero se tambaleó cuando la herida en su pecho comenzó a arder, y vi que
la hoja de Ashdrinker hizo lo mismo; como si la sangre que la cubría ardiera. Y
por fin comprendí que la sangre en la espada no era de él, era de ella, de ella, tenía
las palmas de las manos abiertas y la sangre del Redentor mismo manchaba el filo
roto de Ashdrinker.
»Danton se apretó el pecho cuando estalló en llamas, y el grito que salió de
su garganta escapó directamente de las entrañas del infierno. Dior volvió a golpear,
ninguna experta con una espada, pero aun así, rápida como la plata. Y Ashdrinker,
forjada en una época pasada por las manos de leyendas y ahora bendecida por la
sangre del Grial misma, le rasgó la garganta de oreja a oreja. La Bestia se tambaleó
hacia atrás, intentando gritar, intentando maldecir, intentando suplicar a través de
las ruinas de su cuello mientras esas llamas se extendían, mientras su carne se
convertía en cenizas, tropezaba y caía sobre el hielo. Su cuerpo convulsionó como
si la cosa dentro de él, ese animus terrible que había impulsado su cadáver a través
de años incontables, se negara a soltar su caparazón roto. Pero el fuego reclamó su
piel. Y el tiempo temible reclamó su carne. Y por el terror en su último gemido, 753
me gusta creer que el temible emperador del infierno mismo reclamó su maldita
alma condenada.
»Me arrastré hasta ponerme de pie, temblando, mirando a la ensangrentada
niña de las calles frente a mí.
»—Gran Redentor —susurré.
»—Adulador —jadeó.
»La Bestia de Vellene estaba muerta.
»Un grito desgarró la noche detrás de nosotros, el sonido de la grasa
hirviendo en un fuego. Dior me arrojó a Ashdrinker, la empuñadura aún pegajosa
con su sangre, y nos volvimos hacia el lamento impío, mis ojos abriéndose del todo
ante la vista frente a nosotros.
»—No me jodas —susurré.
»Liathe aún peleaba con los sangres noble, diez contra uno. Y aunque
vencer a tantos enemigos poderosos requeriría un milagro, esa noche parecía estar
lloviendo milagros sobre el Mère. De hecho, aunque su cabello negro ahora estaba
empapado de sangre, su abrigo rojo y su piel pálida desgarrados por garras muertas,
Liathe parecía casi estar… ganando.
»Maarten el Carnicero era ahora una mancha de cenizas dentro de un traje
de cota de malla humeante. Roisin la Roja había perdido un brazo, utilizando el
otro para contener el contenido de su vientre destrozado. Liviana yacía acurrucada
en la nieve, aferrando las ruinas humeantes de su mano derecha. Y miré con
fascinación mientras Liathe sacaba del hielo al niño llamado Fetch, con sus galas
pálidas ahora rojas de sangre, chillando como un lechón atascado mientras su mano
se cerraba alrededor de su cuello. Sentí que mi estómago se agitó cuando escuché
un sonido familiar, capté un olor familiar: el de la sangre hirviendo. 754
»—Sanguimancia —susurré.
»El niño volvió a gritar, pataleando, su mandíbula distendida por la agonía.
Y aunque era un Ironheart, vi los dedos de Liathe clavándose aún más profundo
en la carne ennegrecida de su garganta, ese mármol convirtiéndose en cenizas, la
sangre brotando en gotas de vapor rojo de sus ojos sangrantes.
»El antiguo salió disparado de la nieve, gruñendo, y Liathe se vio obligada
a arrojar al niño antes de que pudiera acabar con él. Pero golpeó el hielo, gimiendo
y agitándose, mientras un humo rojo salía de su garganta arruinada.
»—Mi Príncipe… —susurró Liviana.
»Los sangres noble se volvieron al oír su voz, mirando las ruinas de la Bestia
a mi espalda. Caminé hacia ellos a través del hielo, Liathe retrocediendo del brillo
de mi égida, siseando con rabia. El enemigo de mi enemigo solo era otro enemigo,
y nunca estaría dispuesto a estar junto a un vampiro en la batalla. Pero si esta perra
impía mató a algunas de estas sanguijuelas por mí mientras yo cortaba al resto en
pedazos, entonces, maldita sea le agradaba.
»Los Ironheart temblaron, observando con asombro desolado las ruinas de
su lord. Reflexionando sobre seguir luchando o simplemente huir a la oscuridad.
»—¡El Señor es mi escudo, inquebrantable!
»El rugido resonó en el Mère helado, una llamarada pequeña iluminando la
oscuridad lejana. Un resplandor que había olvidado hacía mucho tiempo iluminó
la noche, azul plateada y cargando hacia nosotros. Se me puso la piel de gallina,
no por el frío helado, sino al ver a la Madre Doncella y el Redentor, los ángeles de
la hueste, los osos, los lobos y las rosas, de la garganta a la muñeca y a la cintura.
Esa magia sagrada, forjada por las manos de las Hermanas de Plata. La armadura
de los santos de plata.
»Cuatro figuras corrían por el hielo desde el norte, la luz sagrada en su piel
ardía como una llamarada fantasma. Llevaban espadas de acero plateado, y sus
ojos eran feroces y salvajes.
»—Qué me condenen… —suspiré.
»Al ver a los santos de plata cargando a sus espaldas, Liathe y yo a sus
flancos, los Ironheart se miraron por última vez y tomaron una decisión. Su temible
capitán fue asesinado. Su ventaja perdida. Y no vives para siempre siendo un tonto.
Huyeron como sombras hacia la oscuridad más profunda, contentos de vivir otra
noche. Y aunque era reacio a dejarlos escapar, aún sentí una satisfacción sombría
al pensar en que le dieran las noticias al Rey Eterno: su premio perdido, su
ambición frustrada, su hijo más joven asesinado. Y juré en voz baja, con sangre en
mis manos y cenizas de una Bestia en mi piel. 755
»—Fabién, solo es el principio…
»—Niña, ven con nosotrosss.
»Me volví incrédulo. Liathe estaba de pie en la nieve, con los dedos
extendidos y la huella de la mano ensangrentada pintada en la boca. Dior
intercambió una mirada conmigo y levantó su daga de acero plateado. Casi me reí.
»—Seguro que estás bromeando.
»Ese halcón de nieve atravesó los cielos a medida que los santos se lanzaban
hacia nosotros. Liathe me miró fijamente con sus pálidos ojos sin vida,
entrecerrados contra mi luz.
»—Solo hay un lugar en todo el imperio en el que esta chica está a sssalvo,
y no es en los salonesss desmoronándose de tu desgraciada Ord…
»—Perra —siseé—, cierra la puta boca.
»Levanté a Ashdrinker entre nosotros, su hoja empapada en sangre roja.
»—Si crees que he arrastrado mi trasero la mitad de este imperio, asesiné
sacerdotes y fui torturado por inquisidores, luché contra hordas de condenados y
hui de horrores profundos, luché contra Príncipes de la Eternidad y me comí mi
peso en jodidas sobras solo para entregar ahora a esta chica, estás más loca que la
espada en mis manos, vampiresa.
»Dijo la sartén al cazo, susurró Ash. Y el rojo, rojo, rojo.
»—No tienes ni idea de lo que esssta chica significa…
»—Esta chica tiene un nombre —espetó Dior—. Y está parada justo aquí.
»—¡Gabriel! —llegó un grito distante.
»—No comprenden lo que eresss —siseó Liathe, mirando a los santos de
plata acercándose—. Ven con nosotrosss, niña, te lo ruego. —Esa mano pálida se
extendió a través de la nieve cayendo—. Ven con nosotrosss o muere.
»Pero Dior negó con la cabeza, y frunció el labio.
»—Hijos de puta, asesinaron a Rafa. Saoirse. Bellamy. A la hermana Chloe.
Puede que aún no sepa mucho sobre este juego de los santos de plata, pero aprendo
rápido, y he aprendido esto: las lenguas Muertas escuchadas son lenguas Muertas
saboreadas.
»—¡Gabriel! —vino ese grito nuevamente—. ¡Dior!
»—Tontosss —siseó Liathe—. Tontosss…
»El grupo de plata nos alcanzó, bañado en luz divina. Superada en número,
herida y para nada tonta, Liathe gruñó detrás de su máscara, se cubrió con su abrigo 756
hecho jirones y estalló en esa tormenta de polillas rojo sangre, volando hacia arriba
en la nieve cayendo.
»—Dulce Madre Doncella… —susurró uno de los santos—. ¿Qué fue eso?
»Miré a los cuatro, cubiertos de plata bajo el frío. Uno era un sangre joven
sūdhaemi que no conocía, de piel oscura y ojos negros. Pero a los otros tres los
conocía desde los días de gloria. El gran De Séverin, el oso del linaje Dyvok ardía
en su pecho, y su cara petulante se partió en una sonrisa estúpida. El pequeño y
astuto Fincher, con un brillo en sus ojos desiguales mientras levantaba la horquilla
plateada que su abuela le había regalado, mostrándome una sonrisa pícara a medida
que la giraba entre sus dedos. Y por último, por supuesto, al que mejor conocía.
»Ahora lucía más viejo; siempre piel y huesos, cabello que alguna vez fue
como paja sucia ahora casi gris. Pero aun así, había cargado con toda la fe y la
furia de su juventud, una espada larga de acero plateado en su único puño bueno y
una furia justa ardiendo en su único ojo bueno.
»—Greyhand… —susurré.
»—Gabriel de León —susurró mi antiguo mentor—. Por la Madre Doncella
y los Siete Mártires, nunca pensé volver a verte con vida…
»—¿Cómo en el nombre de Dios nos encontraste?
»Levantó el brazo sano, y el halcón de las nieves que había estado dando
vueltas por encima de nosotros se posó en su muñeca.
»—El viejo Archer falleció hace unos años. Esta es Winter. Te ha estado
siguiendo desde antes de que llegaras a Aveléne.
»—¿Pero cómo incluso se te ocurrió buscarnos? —preguntó la chica a mi
lado.
»Asentí a modo de presentación.
»—Esta es Dior Lachance. Ella…
»—Sabemos quién es ella —dijo Greyhand.
»—¿Gabe? —vino un grito salvaje—. ¿Dior?
»Mi corazón dio un vuelco y rodó en mi pecho, los ojos de Dior se
iluminaron y ambos nos volvimos hacia el grito. Y tropezando por la orilla
congelada del río, entre un grupo de Hermanas de Plata armadas con rifles de
rueda, vi una cara que nunca pensé volver a ver.
»—¡Hermana Chloe! —chilló Dior.
»La niña echó a correr cojeando, y la pequeña hermana se precipitó sobre
el hielo, resbalando en su prisa. Dior resbaló mientras intentaba detenerse, 757
tambaleándose sobre Chloe, y la pareja volvió a caer, riendo y llorando a medida
que Chloe susurraba:
»—Merci, oh merci, Dios Todopoderoso…
»—Un corredor de río trajo a la buena hermana a San Michon hace unas
semanas —murmuró Greyhand—. La encontró a orillas del Volta, medio ahogada,
casi congelada. Pero era un hombre piadoso, y se encargó de llevarla de regreso
con nosotros. Pensamos que tal vez no saldría adelante, pero su fe arde con fuerza.
Y cuando recuperó el conocimiento, sœur Sauvage nos contó de sus viajes juntos,
que tú y la chica aún podrían vivir. Y así, enviamos nuestros ojos a buscarte, por
todos los caminos que pudieras recorrer.
»Sonreí mientras veía a Dior y Chloe revolcarse en la nieve, mi corazón
conmoviéndose.
»—Gabe, ¿es cierto? —Fincher me miró—. ¿Lo que nos contó la hermana
Chloe sobre la niña?
»—¿En serio es el Grial de San Michon? —preguntó De Séverin.
»Miré las ruinas del cadáver de Danton, sacudiendo la cabeza.
»—Su sangre redujo a cenizas a un Príncipe de la Eternidad. Sacó a hombres
del borde de la muerte. Si no es lo que dice Chloe, entonces no tengo otra
explicación para lo que hace.
»—Alabado sea el Redentor —susurró Finch, haciendo la señal de la rueda.
»—El fin de la muerte de los días —murmuró el sangre joven.
»—Quizás —susurré.
»—Es bueno verte otra vez.
»Miré hacia Greyhand cuando habló, con la mandíbula apretada. Reunidos
después de todo ese tiempo, no sabía qué sentir. Este hombre había sido mi
maestro. Me había salvado la vida, y yo había salvado la suya de la misma manera.
Y aunque a decir verdad, lo superé en mis días de gloria, una parte de cada hijo
siempre se sentirá atrapado en la sombra de su padre. Pero aún había un abismo
entre nosotros. Greyhand había estado entre los que me ordenaron que dejara a un
lado a Astrid, quienes me juzgaron cuando me negué, quienes nos enviaron a mi
amor y a mí al frío y la oscuridad. Y a medida que recordaba las palabras de Aaron,
aunque era más consciente que nunca de que cada momento de mi vida parecía
haber conducido a esto, que todo lo que había sufrido y todo lo que había perdido
podría haber sido simplemente para que yo pudiera ser el único que llevara a Dior
a San Michon, aun así, aun así…
»—Ojalá pudiera decir lo mismo, fray —murmuré.
758
»—Nada de fray —dijo Fincher—. Ya no. Greyhand ahora es abad, Gabe.
»Miré a mi antiguo maestro en cuestión.
»—¿Khalid?
»—Su sed aumentó demasiado. —Greyhand hizo la señal de la rueda—.
Tomó el Rito Rojo hace cuatro años. Dios le concedió la fuerza para la muerte de
un santo de plata.
»—Mejor morir como un hombre que vivir como un monstruo, ¿eh? —
pregunté.
»—¡Lo hiciste!
»Gruñí cuando Chloe se abalanzó sobre mí, arrojando sus brazos alrededor
de mi cuello de una manera muy impropia de una hermana de la Hermandad de
Plata. Pero la atrapé y me reí, la alegría de verla viva superando la sombra en mi
corazón ante este reencuentro extraño con la hermandad que me había abandonado.
Chloe besó mi mejilla, sin prestar atención a la sangre y ceniza, sus ojos brillando
como cristal tallado.
»—¡Lo sabía! —gritó, riendo y llorando—. ¿No te lo dije hace todos esos
años? ¿No lo dije entonces como ahora? Dios ha querido grandes cosas para ti,
mon ami. ¡Y has prestado un mayor servicio a este imperio que cualquier hermano
santo, chevalier, héroe o emperador en todas las páginas de la historia! —Me besó
de nuevo, apretándome fuerte—. Eres un hombre bueno, Gabriel de León. El mejor
de los hombres.
»—Es un bastardo, eso es lo que es —sonrió Dior, cojeando hacia nosotros.
»—Cuida tu lengua, niña —gruñí, burlonamente en serio—. Te debo una
jodida reprimenda por romper la promesa que me hiciste. Y les debes a Aaron y
Baptiste un trineo y un equipo de perros.
»La mandíbula de Greyhand se crispó a medida que miraba río abajo.
»—San Michon compensará al lord de Aveléne por sus pérdidas. Puedes
darle mi palabra cuando regreses al castillo.
»Fruncí el ceño.
»—No voy a volver a Aveléne.
»Chloe asintió, bajando de mi cuello.
»—Gabriel tiene asuntos en el este…
»—Tampoco voy al este. —Miré entre los dos, un ceño fruncido lentamente
arrugando mi frente—. Voy a San Michon con Dior.
»Chloe sonrió suavemente, sacudiendo la cabeza. 759
»—Gabe, ahora está a salvo con nosotros. Has hecho más de lo que podría
haber pedido, pero no hay necesidad de causarte un problema…
»—No es ni remotamente un problema. —Avancé penosamente por el hielo
para pararme junto a Dior. La luz en mi égida se había desvanecido ahora, y el frío
estaba arrastrándose de vuelta. Pero cuando deslizó su mano en la mía, aún pude
sentir el fuego en mi pecho—. No voy a dejarla.
»—Está bien, hermana —dijo Greyhand—. Aunque nos separamos bajo
una nube, Gabriel sirvió a San Michon durante muchos años. No es pecado sentarlo
a nuestra mesa por una noche. No tengo ninguna duda de que a algunos de nuestros
sangre jóvenes les gustaría conocer al infame León Negro de Lorson.
»No famoso, pensé para mí. Infame.
»Chloe apretó los labios, pero asintió.
»—Véris, abad.
»—Entonces, en marcha —gruñó Greyhand—. El atardecer no espera a
ningún santo.
»Las Hermanas de Plata habían traído una sosya de repuesto, y cuando
Chloe vendó las manos heridas de Dior, me envolví en una manta para el viaje de
regreso al norte. Dior se subió a un robusto semental gris, y la pillé mirando hacia
atrás al otro lado del Mère. El hielo roto y las cenizas frías, los restos de los
monstruos inmortales, demostrando ser lo suficientemente mortales por su mano.
Su abrigo estaba cubierto de nieve y salpicado de sangre, y tuve la casi irresistible
necesidad de quitarle el jodido cabello de los ojos.
»En cambio, le ofrecí el sable de Danton y me incliné como un cortesano
en la corte.
»—¿Por qué es esto? —preguntó.
»—El botín, para el vencedor. Es del mejor tipo de espada, buena para
practicar. —Sonreí, la sangre seca resquebrajándose en mis mejillas—. Tenemos
que empezar algunas lecciones, tú y yo.
»Ella me devolvió la sonrisa, tomó el sable y lo miró.
»—Es bonito.
»Le entregué la vaina de la Bestia.
»—Solo, no te cortes las putas manos.
»Se rio entre dientes y bajó la cabeza, con el cabello ceniciento sobre los
ojos.
760
»—Lo siento, Gabe —murmuró—. Siento haberte mentido.
»—Disculpa aceptada. Siempre y cuando no lo vuelvas a hacer.
»Levantó una mano derecha ensangrentada.
»—Lo juro solemnemente: no más mentiras a Gabriel.
»—Bien. —Hice una mueca a medida que me subía detrás de ella—. Porque
las persecuciones dramáticas con hordas inmortales hacen que la sangre bombee y
todo eso, pero no soy tan joven como solía ser.
»—¿Debería ir a buscar tu bastón, viejo?
»—Perra descarada.
»—Venir detrás de mí fue una tontería, ¿sabes? Dijiste que siempre es mejor
ser un bastardo.
»—Privilegios de ser padre. No hagas lo que yo hago, haz lo que digo.
»Sonrió levemente, sus ojos azules aún clavados en el hielo ensangrentado.
»—Merci. Por seguirme.
»—Te lo dije. Mis amigos son la colina en la que muero.
»—Entonces, ¿seguimos siendo amigos?
»—Del tipo más extraño. Pero oui. —Respiré hondo y suspiré—. Aún
amigos.
»Sonrió más ampliamente, traviesa, e inclinándose, besó mi mejilla
ensangrentada.
»—¿Por qué diablos fue eso? —gruñí.
»—Por nada —mintió.

761
»Surgió ante nosotros como lo hizo el hallazgo hace diecisiete años,
envuelto en una niebla gris nieve. Y aunque lo había visto miles de veces, aun así,
sabía lo que sintió Dior cuando miró hacia los acantilados de arriba y exhaló un
suspiro congelado.
»Simple, asombro estupefacto.
»—No me jodas —susurró.
»Siete pilares cubiertos de líquenes se elevaban sobre el valle helado,
coronados con los lugares familiares de mi juventud: la arena de desafío, la
armería, la catedral. Recordé los años que había pasado aquí: momentos tranquilos
en las pilas polvorientas de la biblioteca, festines de victoria e himnos de alabanza
y momentos de felicidad robados en los brazos de quien era mi amor.
»Antes de que lo perdiera todo.
»Sentí una ola de nostalgia, ese veneno dulce filtrándose en mi corazón, ese
deseo vano y egoísta de habitar entre las glorias del pasado, cuando los días eran
mejores y más simples, cuando todo el mundo parecía brillante, teñido de rojo rosa
en los pasillos de la memoria. Pero es un tonto quien mira con más cariño los días
de antes que los días por venir. Y es un hombre empapado de derrota quien canta 762
ese estribillo triste; que las cosas fueron mejores entonces.
»Fincher me dijo que Kaspar y Kaveh se habían casado, se habían mudado
de regreso a su casa en Sūdhaem, y no conocía a los muchachos que salieron de
los establos para llevarse nuestros caballos. No conocía al guardián de la puerta
quien nos subió a la plataforma del cielo, ni a ninguna de las Hermanas de Plata
que estaban con Chloe y me observaron de reojo a medida que nos alzábamos del
suelo del valle. Por supuesto, ellos me conocían, el León que había sido temido
por la oscuridad, el chico que la emperatriz Isabella había nombrado caballero con
su propia espada, el tonto que le había robado una novia a Dios. Y al regresar a
este lugar, me sentí como un hombre que encontró un abrigo viejo que usaba de
niño, se lo puso sobre los hombros y descubrió que ya no le quedaba.
»Triste por la juventud perdida.
»Orgulloso de haber crecido.
»Pero sobre todo, incómodo.
»—Debemos comenzar nuestros preparativos con Dior —dijo Chloe, su voz
casi temblando de anticipación—. El Rito debe realizarse al amanecer, y hay
mucho que preparar.
»—¿Qué es este Rito? —pregunté—. ¿De dónde viene?
»—Fue desenterrado en las profundidades de la sección prohibida de la
biblioteca. Un texto antiguo escrito en sangre, escrito por un erudito del Grial antes
del surgimiento del imperio, y traducido con la ayuda del pobre Rafa durante
muchos años. —Chloe hizo la señal de la rueda, y bajó la cabeza—. El libro es
muy antiguo. Tan frágil que las páginas podrían convertirse en polvo si las tocas
con suavidad. Por lo tanto, no pude traerlo conmigo en la búsqueda. Pero esto de
todos modos encaja. —Sonrió a Dior como una madre dos veces orgullosa, señaló
con la mano a la gran catedral cuando nos elevamos a la vista—. Aquí es, en la
iglesia de la Primera Mártir, donde la descendiente de San Michon pondrá fin a la
noche sin fin.
»Como siempre, el fervor de Chloe era contagioso, y los santos y hermanas
que nos rodeaban murmuraron, mirando a la chica a mi lado con suave asombro:
»—Véris.
»Dior contempló la catedral con asombro. Con el patrocinio de Isabella,
había sido restaurada a su máxima gloria, erigida hacia el aire como una lanza
hacia el cielo, piedra negra y ventanas hermosas de vidrieras relucientes.
»—¿Tengo… tengo que hacer algo?
»—¿Quizás un baño sea requerido? —la reprendió Chloe—. Pero no, amor.
Solo tienes que ser tú misma. Dios Todopoderoso, la Madre Doncella y los 763
Mártires harán el resto.
»Dior me miró, y asentí.
»—Ve con Chloe. No estaré lejos. —Y tomando la mano de Dior, las
hermanas la llevaron a través de los tramos de cuerda hacia el Priorato. Greyhand
murmuró que debía prepararse para la misa del crepúsculo, que hablaríamos
después. De Séverin me dio una palmada en la espalda, y Fincher sonrió.
»—Hermano, ¿qué dices si te invitamos a beber mientras tanto?
»—Consígueme una túnica y un abrigo nuevo, y me encargaré de la primera
ronda —sonreí.
»Los hermanos se rieron y me acompañaron a los barracones para lavar la
sangre y las cenizas de mi piel, y de allí, a la armería. Serafín Argyle estaba en la
fragua, entre sus herreros como siempre; ahora un anciano, pero aún ancho como
un granero y trabajaba duro, con su mano de hierro envuelta alrededor de la hoja
que estaba martillando. Asintió saludando, pero no pareció muy feliz de verme,
incluso después de todos esos años; la mancha de mi pecado sin borrarse tan
fácilmente. Pero al menos no protestó cuando agarré unos pantalones nuevos.
»Mirando a mi alrededor, volví a ver la marca del recuento en las paredes y
las obras: San Michon volvía a ser un esplendor. Sin embargo, no pude evitar notar
que de alguna manera parecía más vacío. Más vacío incluso que en los días de mi
juventud. Los números de sangre pálida siempre habían sido escasos, pero parecía
que aquí, como en cualquier otro lugar de Elidaen, la guerra había dejado su huella.
»El sol se estaba hundiendo cuando terminé, y tocaron las campanas para la
misa del crepúsculo. Sabía que tendría que asistir a la catedral para el Rito al
amanecer, pero no tenía estómago para rezar esa noche. Así que tomé una botella
del refectorio bajo las miradas de los cocineros curiosos y me dirigí a la biblioteca.
Vagué un rato entre las pilas, bebiendo de la botella y pensando en todo lo que
había sido. El gran mapa del imperio se encontraba a mis pies, los lobos de
Chastain, los osos de Dyvok y los cuervos de Voss se extendían como una mancha
de sangre por los cinco países del reino.
»¿Qué será de este mundo, me pregunté, si el sol en realidad fuera
restaurado al día siguiente?
»¿Y si todo ha valido la pena?
»Dios Todopoderoso, ni siquiera podía recordar de qué color había sido el
cielo…
»Entré en la sección prohibida, mis botas viejas pesadas sobre los tablones
crujientes. Navegué por los estantes polvorientos, los libros, pergaminos y
curiosidades extrañas. Recordé el olor a sangre flotando en el aire la primera noche 764
que vine aquí, medio esperando ver a mi amor mientras doblaba la esquina hacia
la habitación en la que hablamos, nos besamos, pecamos por primera vez. Pero
estaba vacío, por supuesto, vacío salvo por la mesa larga en la que nos habíamos
sentado hace años, mirándonos a los ojos y dándonos la bienvenida a la caída que
nos esperaba a ambos.
»Miré el tomo colocado sobre la mesa, más grueso que mi muslo, adornado
con latón deslustrado. Era tan viejo que el cuero se había blanqueado a gris, la
vitela se había vuelto marrón con años incontables. El libro estaba a punto de
caerse a pedazos, pero las letras aún eran visibles, tenues y descoloridas, oui, pero
aún estaban allí. Me di cuenta de que esto también era una inmortalidad extraña.
Poemas, historias, ideas, congeladas para siempre en el tiempo. La simple
maravilla de los libros.
»Pasé la yema de mi dedo justo por encima de la superficie de la página, un
aliento tímido de letras filiformes. No pude leer ni una palabra, excepto una.
»Aavsunc.
»Recordé a Rafa explicándome el significado de la palabra en Winfael: del
talhóstico antiguo para esencia. La esencia atrapada por la Primera Mártir en su
vientre. El derecho de nacimiento que Dior ahora llevaba en sus venas. La sangre
del mismísimo Redentor.
»De la copa sagrada viene la luz sagrada;
»El mundo enderezado por la mano consagrada.
»Y de los Siete Mártires, tras su mirada…
»—El hombre simple verá esta noche sin fin terminada —murmuré.
»Las campanas sonaron para terminar con la misa del crepúsculo, y me
pregunté por Dior. Quizás comiera en el refectorio, o quizás en el Priorato. Y
aunque no había lugar más seguro para ella en todo el imperio que en la tierra
sagrada de San Michon, aunque había demostrado ser más que capaz de cuidar de
sí misma, me sentía mal por no haberla visto durante un tiempo.
»Salí de la biblioteca, enfocado en el Priorato. Pero encontré mis pies
arrastrándome hacia esa gran aguja de granito y vidrieras en el corazón del
monasterio. Pasé junto a la fuente de los ángeles, Chiara y Rafael, Sanael y mi
tocayo, Gabriel, a través de las puertas de entrada y hasta el vientre de la catedral
de San Michon. Caminando por el pasillo, vaciando lo último del vodka en mi
estómago, me encontré ante el altar. El lugar donde Astrid había escrito la égida
en mi piel, donde juré los votos que habíamos roto. Miré al Redentor en su rueda,
mis dedos tamborileando en la empuñadura de Ashdrinker. Dejé caer la botella de
mi mano y rodó por la piedra a mis pies. 765
»—Sigues sin ser hermano mío, bastardo —dije—. Pero espero que tu
sangre suene a verdad.
»—¿Cómo está Astrid?
»Me volví al oír la voz, y vi a Greyhand subiendo las escaleras de caracol
desde la sacristía debajo del altar. Por supuesto, era su deber como abad pronunciar
la misa; debió haber estado allí cambiándose la túnica. Ahora estaba de vuelta con
el traje de los santos de plata, sus ojos inundados de rojo por el sacramento que
todos los hermanos tomaban en los servicios, el agujero que Laure Voss le había
hecho a través de su cuenca vacía cubierta por un parche de cuero negro.
»—¿Sœur Sauvage me dijo que ustedes dos se habían casado?
»Miré a mi antiguo maestro, con la lengua espesa en la boca.
»—¿Qué más da?
»—Dijo que tenías una hija. ¿Patience? —Greyhand negó con la cabeza,
mirándome con su único ojo bueno—. Supongo que gracias a Dios y a la Madre
Doncella por la pequeña misericordia de que ella no fuera un niño. Traer otro
sangre pálida a este mundo…
»—Abad, ahórrame el sermón. No estoy lo suficientemente borracho para
eso.
»Se chupó los dientes, y asintió lentamente.
»—Entonces, ¿cómo está? ¿Tu hermosa esposa?
»—No pensé que te importara, viejo.
»—Astrid Rennier fue Maestra de la Égida en San Michon durante cinco
años, Gabriel. La conocí tan bien como cualquiera, y mejor que la mayoría. Por
supuesto que me importa.
»—¿Te importa tanto que nos echaste al frío sin pensarlo?
»—Tuve muchos pensamientos —dijo, sus ojos destellando—. El primero
de ellos es que ambos sabían que lo que hacían estaba mal y, sin embargo, de todos
modos, lo hicieron. En segundo lugar, que me mentiste con cada aliento que
pudiste reunir después de la noche en que la llevaste a tu cama. Y, por último, que
había sido un tonto al depositar la confianza en ti. Pensé que los años transcurridos
entre entonces y ahora podrían haberte enfriado la cabeza al respecto. Pero veo que
fue una fantasía vana. —Me miró de arriba abajo, negó con la cabeza—. Eres el
mismo de siempre.
»—Entonces, ¿qué debería haber hecho? ¿Perdonar? ¿Olvidar? A la mierda
con eso. Y a la mierda contigo. Nos diste la espalda. Después de todo lo que
hicimos. 766
»—Te lo dije una vez, y te lo diré de nuevo —dijo Greyhand—. Es un tonto
el que juega en el precipicio, pero solo el príncipe de los tontos culpa a otro cuando
cae. Nos costaste caro cuando saliste por esas puertas, Gabriel. La guerra ha ido
mal desde entonces, y nuestro número disminuye año tras año. Theo Petit, Philippe
Olen, Philippe Clément, Alonso de Madeisa, Fabro…
»—Hay una razón por la que no asistí a misa esta noche. No me sermonees.
Y no te atrevas a intentar pintarme con su sangre. Eso está en tus manos, no en las
mías.
»—¿Y cuándo fue la última vez que asististe a misa, Gabriel?
»Parpadeé, frunciendo el ceño.
»—¿En qué año es que estamos?
»—Entonces, es cierto lo que dijo Chloe. Sin fe como la sangre que corre
por tus venas. —Miró la botella vacía a mis pies—. Podrías haber sido el más
grande de nosotros…
»—Era el más grande de ustedes.
»—Eras —espetó, con fuego en su ojo verde pálido—. ¿Y ahora? Un
violador de juramentos. Un borracho. Alguna vez te faltó la humildad para pensar
más allá de tus propios deseos. Dejar a un lado tu orgullo y hacer lo que en realidad
hay que hacer. Una vez te dije que tú contabas tu propia historia. Que podías elegir
de qué tipo sería. Y esta fue tu elección. —Volvió a negar con la cabeza—. Dios,
qué decepción eres.
»—¡Di mi vida por este imperio! —rugí—. ¡Y aún la estoy dando! Arrastré
a esa chica la mitad del camino a través del infierno hasta estas paredes, ¡y aun así
no me das crédito!
»—¡Y aun así lo buscas, como siempre lo has hecho! —Ahora estábamos
nariz con nariz, la amargura del resentimiento que se había infectado durante largos
años precipitándose ferozmente, como el veneno de una herida—. ¡Incluso ahora
te atreves a hablar de sacrificio cuando esa chica pagará mil veces la suma del tuyo
al día siguiente! ¡Ella será quien derrame su sangre en nombre de este imperio, no
tú!
»La catedral resonó con las palabras de Greyhand, como el eco de un
disparo.
»—¿Qué dijiste?
»Greyhand bajó la mirada, mostrando los dientes.
»—¿Qué mierda acabas de decir? —exigí de nuevo.
»—Demasiado —gruñó el abad, dándose la vuelta—. No hablaré más de 767
eso.
»Lo agarré del brazo, incrédulo.
»—Van a…
»Greyhand liberó su brazo con un destello peligroso en sus ojos inyectados
en sangre.
»—Quítame las manos de encima, Gabriel.
»Mi mente estaba corriendo ahora, y tres veces me maldije como un tonto.
Pensé en ese tomo polvoriento de la biblioteca, la palabra Aavsunc escrita en las
páginas descoloridas. Una vez más, recordé a Rafa explicando el significado de la
palabra en Winfael, pero esta vez, recordé la verdad. Aavsunc no era del talhóstico
antiguo para Esencia. Era la palabra para Sangre vital. Y eso era lo que pretendían
derramar en este ritual al amanecer.
»—Van a matarla —siseé.
»—Ese es el precio. —Giró la cabeza para evitar mi mirada, su voz un
gruñido de grava húmeda—. Por el fin de la muerte de los días. Por la salvación
del imperio.
»—¿Chloe sabe de esto? —exigí, incrédulo.
»—Gabriel, ella fue quien desenterró el ritual.
»Mi corazón se sintió partido en dos por eso, mi vientre tornándose frío y
duro.
»—¿Y qué hay de Dior? ¿Ella lo sabe? ¿Le dijeron?
»Greyhand frunció el ceño, su silencio diciéndolo todo.
»—No me jodas —siseé—. No me jodas, no puedes hacer esto. ¡Tiene
dieciséis años!
»—Una vida —escupió—. Una vida por el bien de miles… no, ¡cientos de
miles! He estado enviando hombres a la muerte durante una década. Estoy librando
una guerra contra un enemigo que no muere, que vuelve a nuestros propios muertos
contra nosotros. ¡Piensa en el sufrimiento que podría evitarse! Si el sol sale de
verdad al día siguiente, ¡la guerra habrá terminado, Gabriel! ¡Cada sangre fría en
la tierra, condenado y sangre noble por igual, será reducido a cenizas con un solo
golpe de la hoja!
»—¡La hoja! ¡En la garganta de una niña inocente!
»Levantó la barbilla, desafiante.
768
»—Dios Todopoderoso nos perdonará nuestra ofensa.
»—No, esto está mal. Este es el mal más puro, Greyhand, ¡y lo sabes! Es
mejor morir como un hombre que vivir como un monstruo, me enseñaste eso.
¿Bueno, esto? ¡Esto es jodidamente monstruoso!
»—Gabriel, juré defender este imperio. Ser el fuego entre este y el fin del
mundo. —Greyhand frunció el ceño, oscuro como el crepúsculo—. Y a diferencia
de ti, yo mantengo mis votos.
»Mi puño se estrelló contra su mandíbula, partiéndole el labio. Greyhand se
tambaleó, el sanctus en sus venas manteniéndolo en pie. Pero mi espada estaba
ahora desenvainada, Ashdrinker brillando a la luz de los globos químicos, esa
dama plateada pareciendo mirar con el ceño fruncido a mi antiguo maestro.
»—Oscuridad-rota, verdad-retorcida, podrido podrido podrido hasta la
médula.
»—No te dejaré hacerlo —gruñí—. De ninguna jodida forma te dejaré hacer
esto.
»Retrocedí por el pasillo, mis ojos fijos en Greyhand. No había fumado
desde la mañana y él tuvo una dosis en la misa del crepúsculo, pero tenía dos
manos, no una. Y así, simplemente siguió, rugiendo: «¡Gabriel, no seas tonto!»,
mientras me volvía y corría. Salí derribando las puertas cuando él se precipitó hacia
la torre del campanario. Las campanas empezaron a sonar; una alarma resonando
en todo el monasterio, entrelazada con el amargo viento aullante. Corrí, corrí desde
la catedral y crucé el tramo de cuerda hacia el Priorato, gritando a todo pulmón.
»—¡Dior! ¡Dior!
»Escuché pasos corriendo, Greyhand bramando, rodeando a mi derecha y
moviéndose velozmente. El guardián nocturno surgió de la oscuridad por delante,
con la linterna en alto, la espada en una mano mientras gritos de «¡traidor!» y
«¡traición!» resonaban en las murallas. Sin querer lastimarlo, me abalancé y pateé
sus piernas, rompiéndole la nariz con un puñetazo que lo dejó sin sentido en el
puente. Pero ahora podía ver a los santos de plata: Finch y De Séverin, el sangre
joven sūdhaemi, todos descendiendo. Corrí, pero Winter se abalanzó sobre la
oscuridad, labrando un surco en mi mejilla con sus garras. Jadeé y arremetí, el
halcón de las nieves retrocediendo veloz como las mentiras, y cuando parpadeé la
sangre de mis ojos, vi que Finch estaba de pie frente a mí, con la espada
desenvainada y los pies separados, sus ojos cayendo en Greyhand.
»—Abad, ¿qué diablos…?
»—¡Atrápalo! —gritó Greyhand, corriendo hacia nosotros.
»—Sal de mi camino, Finch… 769
»—¡Por la Sangre, hombre, dije que derriben a ese rompe juramentos!
»—Finch, van a matar a esa chica. ¡Fuera de mi puto camino!
»Habíamos luchado codo con codo, Fincher y yo. Estaba conmigo en
Triúrbaile cuando liberamos las granjas de matanza de Dyvok. Y como dije, hay
un vínculo entre hombres que han puesto sus vidas en manos de un hermano y le
han pedido a ese hermano que haga lo mismo. Pero también hay fanatismo. Hay
una fe desenfrenada y una mente incuestionable; el soldado por orden de su
comandante, los fieles por palabra de su sacerdote. Y después de romper mis votos,
mi hermano no confiaba en mí tanto como antes.
»A decir verdad, no podía culparlo por eso.
»Finch levantó su espada y, aunque era mejor que él con la espada, él había
tomado el sacramento. Chocamos, ambos sangramos, ambos maldiciendo.
Atacamos de nuevo, y él me rechazó, rugiendo: «¿Te has vuelto jodidamente
loco?», cuando Winter volvió a golpearme en la espalda. Ataqué una vez más,
furioso, aplastando la hoja de Finch en su mano y cortando su brazo hasta los
huesos. Pero para entonces, el sangre joven había llegado, y Greyhand también, y
el viejo bastardo desplegó su mayal y capturó mi mano de espada por la muñeca.
Rugí de nuevo: «¡Dior!», y cambié a Ashdrinker a mi izquierda, golpeando al
sangre joven mientras se acercaba de cabeza y dejándolo en un charco sangrante
sobre la piedra. Giré sobre Greyhand, intentando liberar mi mano de su maldito
mayal, y finalmente, llegó De Séverin, golpeando con la fuerza de la sangre Dyvok
en sus venas.
»—DIOR, COR…
»La espada de De Séverin me atravesó la espalda, me atravesó el vientre y
jadeé, tosiendo sangre. Me levantó del suelo a medida que intentaba destriparlo en
el giro hacia atrás, deslizándome por ese gran brazo inmenso hasta que mi columna
se arqueó sobre la cruceta. Volví a balancearme, y De Séverin me arrojó contra la
pared con la fuerza del Indomable, el ladrillo convirtiéndose en polvo donde lo
golpeé. Y con los ojos desorbitados, furioso, Finch se alzó sobre mí, su acero
plateado levantado en su mano ensangrentada y sus colmillos desnudos y
relucientes.
»—¡ESPEREN! —gritó Greyhand.
»Intenté ponerme de pie, sangrando y escupiendo, pero la bota de Greyhand
se estrelló contra mi mandíbula, enviándome al suelo. Una vez más, intenté
levantarme, y me pateó nuevamente, astillándome las costillas. Arañé la nieve y la
piedra, intenté llamar a Dior, pero no pude respirar lo suficiente con mis pulmones
perforados. Y Greyhand me pateó una y otra vez, tan jodidamente fuerte que vi 770
estrellas negras, sentí el hueso romperse, saboreé la sangre caliente; sus viejas
botas bailando, y toda la furia de un antiguo maestro sobre su alumno más
decepcionante resonando en mi cráneo.
»Permanecieron a mi alrededor, jadeando, ensangrentados. Podrían
haberme matado allí mismo. Pero a pesar de todos sus defectos, todas sus fallas, el
viejo Greyhand siempre se adhería a la ley de San Michon.
»—Este hombre lleva la égida —gruñó—. No despojaremos esta tierra
santa matándolo como un perro en la calle. Aunque ha caído lejos de la gracia,
Gabriel de León fue una vez nuestro hermano. No morirá como un monstruo.
Morirá como un hombre.
»De Séverin me ayudó a ponerme en pie, con baba ensangrentada en la
barbilla.
»—Eso es lo mejor que puedo ofrecerte, Gabriel —dijo el abad.
»Me arrastraron medio inconsciente, el cráneo roto aún resonando con el
baile de las botas de Greyhand, largos carretes de sangre colgando de mi barbilla.
Podría decir que mi mente estaba corriendo, buscando desesperadamente una
salida a esto. Podría decir que volví a rugir por Dior, mis pensamientos solo en
ella. Pero eso sería una mentira. En verdad, el viejo bastardo me había pateado
hasta dejarme mierda, y apenas podía conjurar mi propio nombre, y mucho menos
el de ella.
»Cuando dejamos de caminar, volvió algo parecido a un pensamiento claro.
Parpadeé con fuerza, intentando entender por qué mis manos no se movían.
»—Te rogamos que des testimonio, Padre Todopoderoso —escuché decir a
Greyhand—. Como tu hijo engendrado sufrió por nuestros pecados, así también
nuestro hermano sufrirá por los suyos.
»—Véris —fue la respuesta a mi alrededor.
»Y, finalmente, comprendí a dónde me habían traído.
»El Puente al Cielo.
»Había sido encadenado a la rueda, el viento gimiendo en el golfo detrás de
mí, esa larga caída hacia el Mère congelado. Recordé mi primera noche en este
monasterio, el viejo fray Yannick entregándose al Rito Rojo y los brazos de Dios.
Pero seamos claros ahora: esto no era una ceremonia, ni una celebración, ni un
viaje bendito para encontrarme con mi Creador. Esto era un asesinato, simple y
llanamente. Y mi vieja amiga la ira se elevó dentro de mí, y rugí y me resistí contra
las ataduras que me sujetaban. Negándome a terminar así con cada centímetro de
mí, cada soplo de aliento en mis pulmones sangrantes, cada gota de sangre en mi
corazón furioso.
771
»Me niego a morir aquí —me dije.
»Me. Niego. A. Morir. Aquí.
»Greyhand presionó su mayal sobre mis hombros: siete azotes rituales por
las siete noches que sufrió el Redentor. Un pedernal fue presionado en mi piel,
para imitar las llamas que quemaron al hijo engendrado de Dios. Y luego, mi viejo
maestro levantó su espada de plata.
»—Del sufrimiento viene la salvación —entonó—. Al servicio de Dios,
encontramos el camino hacia su trono. En sangre y plata este santo ha vivido, y
por eso ahora muere.
»—Jódete —siseé—. DIO…
»La hoja brilló.
»El dolor estalló intensamente.
»Mis ojos se cerraron.
»Y mi garganta se abrió de par en par.

772
»Una ráfaga de calor imposible cayó en cascada por mi pecho.
»Sentí que las ataduras de mis muñecas se aflojaron.
»Sentí una mano en mi pecho, como un padre guiando a su hijo para que se
duerma.
»Me sentí caer.
»Y cuando el viento llenó mis oídos, cuando comencé esa caída larga hacia
los brazos de la madre, cuando cerré los ojos y las lágrimas vinieron al pensar que
finalmente, finalmente, podría volver a verlas, sentí una sensación final.
»Suave como luz de estrellas.
»Suave como la primera nieve en mi mejilla.
»Alas de polilla.

773
»Mi lengua ardió cuando la oscuridad retrocedió. Un fuego, corriendo por
mi garganta e inundando mis venas. Era cobre y óxido, rojo ardiente de otoño, un
himno familiar y como nada que hubiera conocido.
»Sangre.
»Sangre.
»Mis ojos se abrieron como un relámpago, la comprensión derribándome:
que no estaba muerto, que esta no era la vida en el más allá, que me habían negado
mi sueño merecido y el calor de los brazos de ma famille. Pero más aún, comprendí
que ese voto que había susurrado en las ruinas de mi hogar, esa promesa que había
musitado cuando mi señora me dio su último regalo, se había roto. Me había jurado
que ni una gota pasaría por mis labios otra vez, y sin embargo, había sido forzado
a hacerlo, inundando mi garganta degollada y arrastrándome de vuelta desde el
borde de la muerte.
»La sangre de un antiguo.
»Ella se arrodillaba sobre mí con la muñeca presionada contra mis labios,
ese monstruo enmascarado en el cuerpo de una doncella, la huella de una mano
ensangrentada en la boca, sus pálidos ojos muertos fijos en los míos. Me erguí de 774
golpe desde la nieve manchada de sangre, pero ella dio un paso atrás, largos
mechones oscuros de cabello flotando a su alrededor como aceite en agua. Esa
espada sangrienta ahora brillando en su mano.
»—L-liathe —jadeé, mi laringe apretada y dolorida.
»Hizo una reverencia como un noble y, una vez más, el gesto masculino de
una forma tan femenina me pareció extraño. Pero esos pensamientos fueron
susurros bajo el arrebato de mi furia: que esta sanguijuela inmortal me hubiera
hecho romper el voto que le había hecho a mi esposa.
»—Cómo te atreves —gruñí, tambaleándome hacia ella—. ¿Cómo c-carajo
te treves…?
»—¿Por qué la rabia, sssanto de plata? Acabamos de salvar tu vida.
»—¡No era tuya para salvar! ¡No de esa forma!
»Escupí rojo sobre la nieve, el maravilloso y terrible fuego de ella aun
inundando mi boca, hormigueando en la punta de mis dedos. Aunque mi garganta
había sido cortada limpiamente por una hoja de acero plateado, la herida se había
cerrado; testimonio escalofriante del poder en el corazón muerto de esta cosa.
Antes había probado la sangre de un antiguo, fumada en una pipa, cierto, pero aun
así, la emoción y la fuerza de la sangre espesada durante siglos no me eran ajenas.
Pero esta era una potencia que nunca había sentido. Arrastré mi manga por mis
labios, pegajosos y rojos, escupiendo de nuevo mientras mi voz temblaba de odio.
»—Perra —gruñí, con las manos apretadas en puños—. Sanguijuela,
jodida…
»—Arrancado de la caída por nuestras mil alasss, arrastrado desde la puerta
de la muerte por nuestra vena abierta, y sin embargo, escupes insultos a nosotrosss,
como un niño al que se le niegan los dulces trasss la cena. —Liathe negó con la
cabeza y gruñó—. Te criaron mejor que eso.
»—No sabes nada de mí. Ni la madre que me crio ni el hogar en el que
crecí. Ni la sangre en mis venas ni el precio que pagué. Así que, si vuelves a
hablarme como si me conocieras, vampiresa, te arrancaré esa lengua mentirosa de
tu maldito cráneo muerto.
»—Una parte de nosotrosss te odia lo suficiente como para dejarte
intentarlo. —Sacudió la cabeza, su voz casi triste—. Pero no esta noche.
»—¿Odiarme? Ni siquiera me conoces.
»—¿Somosss tan diferentes? —preguntó—. ¿Tan cambiadasss que no nos
reconocesss?
»La vampiresa se acercó a la máscara que llevaba, y la arrastró a un lado. 775
Nuevamente, como en San Guillaume, mis ojos se dirigieron inmediatamente a la
mitad inferior de su rostro, la herida terrible allí. Su labio inferior y la piel debajo
de él simplemente habían desaparecido. Los bordes de la herida estaban
desgarrados, magullados perpetuamente, como si la carne no hubiera sido cortada
sino arrancada, como un guante problemático. Los dientes de su mandíbula
inferior estaban expuestos y podía ver el cartílago y el hueso, los músculos de su
garganta flexionándose obscenamente cuando habló otra vez.
»—Fue peor una vezzz. Tan horrible que seguramente no nos habrías
reconocido. Pero ahora estamos más cerca de lo que éramosss. Mira de nuevo,
Gabriel. Mira de nuevo.
»Mis ojos se desviaron hacia arriba, clavados ahora en los de ella, pálidos y
blanqueados por la muerte. Pero había algo en su forma, algo… cuando levantó
una mano delgada y apartó ese largo cabello oscuro de su rostro, algo en el corte
776
de su mejilla o en el arco de sus cejas que agitó algo dentro de mí. Una
chispa leve de reconocimiento.
»—¿De verdad no lo vesss?
»Y entonces me golpeó, como un martillo entre mis ojos. Recuerdos de una
infancia perdida, de un hogar arrasado por las llamas y un pueblo en cenizas. Pero
negué con la cabeza. Imposible, pensé, imposible, recordando el día en que regresé
a Lorson y vi la venganza que Laure Voss había impuesto por mis pecados. Mi
mamá muerta en la nieve, con una mano extendida hacia la capilla. Y dentro,
acunada en los brazos del viejo padre Louis, otra figura. Piel de carbón estirada
sobre huesos como yescas. Pero aún podía decir que había sido una niña. Una
doncella de velas.
»Mi hermanita.
»Mi pequeña diablilla.
»—Celene… —susurré.
»Mi estómago dio un vuelco cuando intentó sonreír con solo la mitad de la
cara.
»—Bien hecho, hermano.
»No era más que una niña cuando me fui a San Michon, y las niñas crecen
rápido a esa edad. Con la mitad de su rostro desaparecido, sus ojos blanqueados,
podría haber sido perdonado por no reconocerla. Aun así, apenas podía creer lo
que estaba viendo. Después de todos estos años…
»—Pero… ¡vi tu cuerpo, quemado en la iglesia!
»—No era yo —dijo, sacudiendo la cabeza—. No estaba en la capilla ese
día. Essstaba dando un paseo con el hijo del albañil, Philippe. Te acuerdas de él. 777
»Esos ojos pálidos se entrecerraron como si recordaran el dolor.
»—Ella nosss encontró primero. Antes de que atacara la aldea. Laure se
alegró mucho cuando descubrió que era tu hermana, Gabriel. Me hizo mirar
mientrasss hacía cantar a Philippe. Me hizo llorar. Me hizo suplicar. Me hizo
pensar que podría dejarme vivir. Y luego me dijo por qué había ido a Lorssson. Lo
que hiciste para ganarte su ira. Y me besssó, me arrancó la cara con sus garrasss y
me bebió despacio para que pudiera sentirlo hasssta el final. Y luego, me dejó
muerta en la nieve.
»—Celene —susurré, completamente horrorizado—. Hermana, yo…
»—Pero no morí, hermano. Desperté, pero una hora o dosss después de que
el Espectro me masacrara. Atrapada en el cuerpo en el que morí. Essste —siseó,
señalando las ruinas de su rostro—, cuerpo.
»—Dijiste que tu nombre era Liathe.
»—Mi título. No mi nombre.
»—Pero tu sangre —susurré, mi lengua aún ardía con ella—. Incluso si
fueras la hija de un antiguo, aún eres una neófita. Y tus dones… —Miré la hoja
que tenía en la mano—. La sanguimancia es terreno del linaje Esani, no Voss.
»—Hay mucho que no sabesss. Un océano bajo tus pies que no vesss. Pero
mientras te escondiste en las sombrasss después de tu caída, hermano, yo las
abracé.
»Levantó la mano, y esa hoja tallada con su sangre se estremeció y movió,
serpenteando por el aire como un ser vivo, rodeando su cuerpo en largos arcos
vertiginosos antes de fusionarse en la forma de una espada una vez más.
»—A diferencia de ti, estos últimos quince añosss, he gastado mi tiempo
sssabiamente.
»Mi mente estaba inundada, mil preguntas, una culpa terrible. Era una dicha
saber que mi hermanita no estaba muerta, un horror al ver que era una Muerta. Y
más, sobre todo, esa sangre que me había dado, la fuerza en ella, el fuego, el miedo
y el odio de ella: primero, que mi voto hubiera sido roto por su mano, pero más
aún, el conocimiento de que ahora estaba unido a ella, al menos en parte. Y que
con dos sorbos más de su muñeca, sería su esclavo.
»—¿Por qué no dijiste nada cuando nos encontramos la primera vez? —
exigí—. ¿Cuando peleamos en San Guillaume? Somos sangre, tú y yo ¿Por qué no
me dijiste, Celene?
»—Porque todo lo que he sssufrido, todo lo que soy, es por ti.
»Una vez más, me regaló esa sonrisa horrible.
778
»—Porque te odio, hermano.
»Pasé una mano por mi barbilla ensangrentada, escupiendo rojo de nuevo.
»—Entonces, ¿por qué salvarme?
»Me miró como si fuera ignorante.
»—Porque tus antiguos hermanos tienen al Grial en tierra santa, y no puedo
subir allí y tomarla yo misssma. —Sus ojos pálidos vagaron por mi cuerpo, la nieve
salpicada de sangre—. ¿Por qué intentaron asesinarte?
»—Tienen la intención de matar a Dior al amanecer. Intenté detenerlos.
»—¿Matarla? —Los ojos de Celene se abrieron del todo—. ¿Por qué?
»—Un ritual. Para acabar con la muerte de los días.
»—Esos tontos —suspiró—. Esos miserables tontos…
»Me miró fijamente con su mirada muerta, sus ojos blanqueados por la
muerte, implorando.
»—Debes detenerlos. Debesss. No comprenden lo que hacen.
»—Celene, ¿cómo…?
»—¡No hay tiempo! —gruñó—. ¡Sale el sol! Si la sangre de esa chica es
derramada en tierra santa, ¡todo desaparecerá! ¡Todo!
»Apreté los dientes, desesperado por respuestas, pero sabiendo que decía la
verdad, al menos en parte. Si no los detenía, Chloe y los demás asesinarían a Dior.
No importaba el juego de mi hermana, cualquier papel que ella imaginara que Dior
podría jugar en él, cualquier plan que tuviera esta vampiresa que había sido mi
sangre, no podía dejar que Dior muriera.
»Era tan simple como eso.
»Miré hacia el monasterio de arriba, los pilares elevándose ciento cincuenta
metros en el cielo, la catedral agazapada encima como una araña negra en medio
de una telaraña horrible. No había forma de ascender a la plataforma del cielo sin
ser detectado, y tendría que llegar rápido y en silencio si quería superar a un
monasterio lleno de mis hermanos. Pero aun así, la potencia de la sangre que
Celene me había obligado a beber corría por mis venas, llenándome de una fuerza
sin igual. Y conjuré otra forma en que podría ascender esas alturas y hacer lo que
debía hacerse.
»Miré a Celene, ahora volviendo a colocar esa máscara sobre la ruina de su
rostro.
»—Regresaré —le dije—. Y luego tú y yo hablaremos de los últimos quince
años. De esos océanos invisibles. 779
»La nieve caía gris en la oscuridad a nuestro alrededor; el viento aullaba en
el abismo entre nosotros.
»—Es bueno verte de nuevo, diablilla. Lamento no haber respondido nunca
a tus cartas.
»—Ve, Gabriel.
»Caminé hasta la base del pilar de la armería.
»Clavé mis dedos en la roca.
»Y con la fuerza de las eras robadas dentro de mí, subí.
»A decir verdad, el ascenso fue un borrón. Mientras corría el amanecer por
esa torre de granito negro, temiendo el momento en que pudiera sentir la pálida luz
del día romper el cielo del este, solo recuerdo el frío; el frío más amargo posible.
Mis dedos se entumecieron, cada respiración haciendo que me dolieran los dientes,
mis pulmones ardieran, el pensamiento vago de que un desliz podría significar mi
perdición revoloteando en el fondo de mi mente como una luciérnaga
problemática. Pero más, y más, mi mente se inundó con el pensamiento de la
traición de mis hermanos: la espada de Greyhand en mi garganta, Finch, De
Séverin y los demás derribándome como un perro, y el conocimiento amargo de
que Chloe había sabido el destino de Dior a lo largo de todo.
»—Gabe, ya no soy esa chica. Sé lo que estoy haciendo. Y si no puedo
contártelo todo, te ruego que me perdones. Pero por Dios arriba, la verdad, es
mejor que no lo sepas todo.
»La pequeña Chloe Sauvage.
»Una creyente, de principio a fin.
»Llegué a la cima de la cúspide del pilar con la oscuridad aún en mi espalda.
La sangre que me había dado mi hermana era la única razón por la que podía haber 780
escalado. Y tomándome un momento para recomponerme en el patio de la armería,
contemplé los antiguos edificios de San Michon. La gran biblioteca. El Priorato.
Este lugar al que una vez prometí mi vida y ahora estaba listo para deshacerlo.
Incluso cuando me dejaron a un lado, nunca quise que la Orden fallara. Aún había
creído en lo que hacían. Pero ahora, estaba listo para quemar este lugar hasta los
cimientos.
»El amanecer era una promesa terrible al borde del mundo, y en cualquier
momento, esas campanas de la catedral podrían comenzar su terrible canción. Pero
solo es un tonto quien camina hacia una batalla con las manos desnudas, y una
mano sosteniendo una espada vale diez mil entrelazadas en oración.
»Subí las paredes de la armería como lo había hecho de joven, y aunque las
baldosas viejas habían sido reemplazadas, aún se desprendían con bastante
facilidad. Me arrastré hasta la fragua, me tomé un momento para calentar mis
manos heladas junto al fuego, dejé que el frío se filtrara un poco de mis huesos. Y
después salí al salón principal, esas hileras de hermosas espadas forjadas por las
manos de los herreros santos, tomando una hoja larga en cada mano. La primera
era una belleza, el Ángel Gabriel en la cruceta, un verso grabado del Voto de San
Michon en la hoja.
»Soy el fuego que arde entre este y el fin del mundo.
»Pero la segunda espada era una maravilla, el Ángel Mahné en la
empuñadura, las guadañas gemelas al descubierto, la cabeza de la muerte
sonriendo, una promesa sombría de Lamentos grabada a lo largo.
»Soy la puerta que todos abrirán. La promesa que nadie romperá.
»Me puse una túnica nueva, un abrigo, una bandolera y unas botas de tacón
plateado. Y como todos los demonios, caminé hacia la catedral.
»Se elevaba hacia cielos oscuros, pareciendo ceñirse al verme acercarme.
El viento del norte me empujó hacia atrás, azotó mi abrigo. Los ángeles de la fuente
me miraron con reproche mientras subía las escaleras: no a las puertas del
amanecer en el este, sino a las del atardecer en el oeste. Las puertas de los muertos.
Así me habían dejado dos veces, estos hermanos míos. Y ahora, vería devuelto ese
favor. Aquí, los pondría a descansar.
»Pude escuchar una voz dentro, levantada en oración. Una mujer a la que
había enseñado el arte de la espada, una mujer en la que me permití creer, una
mujer a la que había llamado amiga.
»—De la copa sagrada viene la luz sagrada; el mundo enderezado por la
mano consagrada. Y de los Siete Mártires, tras su mirada, el hombre simple verá
esta noche sin fin…
»Las puertas retumbaron como un trueno cuando las pateé, estrellándose 781
contra las paredes cuando entré en la catedral. Las campanas empezaron a sonar
cuando el coro se quedó en silencio, mientras los hermanos de la primera fila se
levantaban, con los ojos totalmente abiertos al verme: Finch y De Séverin, el
sangre joven, serafín Argyle y un compás de herreros y vigilantes, y Hermanos del
Hogar y, por último, Greyhand, con su ojo verde pálido abierto con asombro. Chloe
estaba de pie en el corazón de la catedral, con los brazos en alto hacia la estatua
del Redentor, leyendo del tomo antiguo en el podio junto a ella. Dior estaba tendida
en el altar, atada como un santo joven a punto de recibir su égida. Estaba vestida
con una túnica blanca, su cabello ceniciento peinado hacia atrás de sus brillantes
ojos azules, mirando a Chloe con total confianza. Pero se volvió cuando avancé
por el pasillo, espadas en mano.
»—¡Déjala ir!
»—Gabriel —susurró Chloe.
»—¿Gabe? —Dior frunció el ceño—. ¿Qué estás…?
»—¡Dior, quieren matarte!
»—¡Derríbenlo en nombre del Todopoderoso! —gritó Greyhand.
»Cuatro santos cargaron contra mí, y agradecí en silencio al Ángel de la
Fortuna que el resto del complemento del monasterio debe haber estado afuera en
la Caza; no sabía si podía con más de ellos. Pero esa fuerza antigua ardía en mis
venas junto con mi furia contra estos bastardos, hermanos con los que una vez
luché y junto a los que sangré, que ahora habían intentado asesinarme. No vinieron
uno a la vez como en las obras de teatro, no, todos juntos, con uñas y dientes, pero
el pasillo no era lo suficientemente ancho para más de dos a la vez. El testarudo
sangre joven llegó primero, De Séverin a su lado, esa fuerza Dyvok en su espada.
Pero no fue solo en los cuentos de taberna y las canciones de los trovadores que
fui nombrado el mejor espadachín de la Ordo Argent; me había ganado esa parte
de mi leyenda, seguro y certero. Y por más hambrientos, fuertes y rápidos que
fueran, dejé a esos dos santos de plata en charcos de su propia sangre y mierda,
esparcidos por el suelo de piedra negra de la catedral. Finch fue el siguiente: el
pequeño Finch con sus ojos desiguales fijos en los míos. La sangre Voss en él se
había espesado a lo largo de los años, y sentí su mente intentando entrar en la mía,
buscando ver mis ataques antes de que los hiciera y contraatacar con los suyos.
Pero a pesar de todas sus fallas y todas sus debilidades, el viejo serafín Talon me
había entrenado bien. Convoqué una pared de ruido dentro de mi cabeza, dejé una
grieta pequeña para que Finch mirara a través de ella, lo suficiente para ver la finta
que conjuré para lanzarle. Pero no finté en absoluto, en cambio acerté, y el
contraataque que había preparado no llegó a ningún lado cuando mis espadas se
hundieron en su vientre y pecho.
»Finch gruñó con desesperación, escupiendo sangre, sacando esa maldita
horquilla de plata de su abrigo y empujándola hacia mi garganta. Pero lo agarré 782
por la muñeca y escuché su hueso astillándose, devolviéndole la puñalada. Y con
la horquilla hundida hasta la empuñadura debajo de su barbilla, lo dejé apuñalado
y sangrando sobre los azulejos de la catedral.
»Un chillido resonó en el granito negro, el graznido de un halcón de las
nieves, y ráfagas de fuego se desgarraron por mi cuero cabelludo cuando Winter
se abalanzó desde los frontones. La bomba de plata que levanté para arrojar se me
escapó de los dedos cuando una ráfaga de disparos resonó desde el altillo del coro;
las hermanas reunidas descargaron a mis espaldas con una docena de balas de
plata. Mi bomba explotó a mi lado, rasgando mi carne y cegándome en una nube
de plata cáustica, y mi viejo maestro cargó a través de ella, su ojo encendido con
furia, acero plateado en mano.
»Este hombre me había enseñado desde que era un cachorro. Cantándome
el himno de la hoja en la arena de desafío, día tras día, hasta que mis dedos
sangraron y mis pulmones ardieron y mis manos se endurecieron como el hierro.
Y así, ahora chocamos el uno contra el otro como olas en un mar agitado por la
tormenta. Recordé la bondad y la crueldad que me había mostrado. Que él había
sido más un padre para mí que cualquier hombre vivo. Y la verdad era que, una
parte de mí aún lo amaba como uno, a pesar de todo.
»Bailamos de un lado a otro entre los bancos, la piedra resonando con el
canto de nuestras espadas. Las hermanas de arriba se arriesgaron a liberar algunos
disparos, pero ahora la mayoría tenía miedo de golpear al abad. Y aunque tenía
una mano, yo tenía media docena de balas plateadas en la espalda, y el viejo
bastardo estaba demostrando ser mi igual. Me arriesgué a mirar a Dior y vi que
ahora estaba luchando con sus ataduras. Chloe aún estaba de pie con los brazos en
alto, aun leyendo en voz alta del tomo en talhóstico antiguo, apresurándose a leer
las últimas palabras del Rito.
»—¡Chloe, no te atrevas!
»—¡Hermana Chloe, déjeme ir! —gritó Dior.
»—Lo siento —susurró Chloe, sacando un cuchillo de acero plateado
reluciente de su hábito—. Pero todo esto fue ordenado, Dior.
»—¡No, no lo hagas, déjame ir!
»—Es para bien, amor —susurró—. Es la voluntad de Dios. Todo lo que
hay en la tierra abajo y arriba en el cielo es obra de su mano.
»—¡CHLOE!
»Winter descendió desde lo alto mientras yo rugía, abriéndome la frente con
sus garras. Con sangre en mis ojos y jadeando, sentí que otro disparo afortunado
desde el altillo me golpeó detrás de la rodilla. Greyhand aprovechó su oportunidad
a medida que tropezaba, enlazándome en el pecho y empujándome hacia uno de 783
los poderosos pilares de piedra.
»—Gabriel, te advertí sobre ser un héroe —gruñó, torciendo la hoja—. Los
héroes mueren muertes desagradables, lejos de casa y del hogar.
»Agarré su mano en un puño ensangrentado, manteniéndola bloqueada en
la empuñadura. Babeando sangre, me arrastré hacia adelante sobre su espada hasta
que la cruceta se presionó contra mi vientre, y con mi otra mano, agarré su
garganta.
»—¿Quién carajo te dijo que era un héroe?
»Los ojos del anciano se abrieron de par en par, su boca se abrió en un grito
cuando la carne de su garganta comenzó a ennegrecerse. Intentó liberar su mano
de mi agarre, frenético, pero lo sostuve, sombrío, lleno de odio. Este hombre, este
mentor, este padre mío, había elegido concederme la muerte de un santo de plata;
suponiendo que después de toda la sangre y el amor entre nosotros, al menos me
lo debía.
»Pero yo no le debía tal cosa. No la muerte de un hombre, sino la de un
monstruo; un monstruo que me degolló y me entregó a las aguas, un monstruo que
vigilaba mientras una novia del Todopoderoso masacraba a una joven de dieciséis
años en la propia casa de Dios. Y la sangre hirvió en sus venas, y el vapor se elevó
carmesí y turbio de sus ojos, y la carne de su garganta se convirtió en cenizas en
mi puño. Cayó al suelo arruinado, humeando: el abad de la Ordo Argent, muerto
por mi mano.
»—Au revoir, padre —susurré.
»Arrastré su espada para liberarla de mi vientre mientras Winter volvía a
salir volando de las vigas, chillando de rabia por la muerte de su amo. Un golpe
sordo sonó a medida que me balanceaba, cojeando hacia adelante ahora en una
nube de plumas cayendo. Sonaron disparos desde el altillo, y arrojé un puñado de
bombas plateadas, las hermanas terminaron esparcidas enteras o en pedazos entre
las explosiones cegadoras. Y aun así caminé hacia el altar, con los ojos rojo sangre
fijos ahora en Chloe, la hermana de pie sobre Dior con el cuchillo de acero plateado
levantado, mientras su voz vacilaba, mientras me miraba con sus ojos verdes y
hablaba con labios sin sangre.
»—¡Gabriel, todo esto estaba destinado a h-hrrrrk!
»Clavé la espada en su pecho, inmovilizándola contra el podio y el tomo
puesto sobre él. Chloe aferró la espada, con las palmas de sus manos
ensangrentadas, una expresión de total incredulidad en su rostro, como si incluso
aquí, incluso ahora, esperara que Dios interviniera.
»—Siempre fuiste una creyente pequeña Chloe Sauvage.
»—N-no… —jadeó—. Todo el t-trabajo hecho es de a-acuerdo con su p- 784
plan…
»Me incliné más cerca, susurré a través de mis colmillos descubiertos.
»—A la mierda con su plan.
»Intentó hablar, una línea carmesí derramándose por su barbilla a medida
que se dejaba caer sobre el tomo y suspiró por última vez. Dándome la vuelta, quité
las correas sujetando a Dior al altar, y ella se subió a mis brazos. La abracé tan
fuerte como me atreví, temblando, casi llorando de alivio.
»—¿Estás bien?
»—Estoy bien —susurró, mirando con horror y con los ojos del todo
abiertos al cuerpo de Chloe—. Ella… iba a matarme. ¿Por qué haría eso? —
Sacudió la cabeza, con lágrimas en sus ojos—. ¿Por qué?
»—No es tu culpa, amor. El ritual exige que la sangre vital del Grial acabe
con la muerte de los días.
»Me volví con un gruñido, escupiendo entre dientes ensangrentados.
»—Este maldito libro…
»Le di una patada al podio, y lo envié al suelo. El cuerpo de Chloe cayó, la
columna vertebral del tomo viejo se partió, rompiéndose y esparciendo las páginas
viejas sobre la piedra ensangrentada. Tomé una vela encendida del altar y me
dispuse a dejarla caer en las ruinas del libro.
»Dior me agarró de la muñeca, mirándome a los ojos.
»—¿Funcionaría? —susurró.
»—No me importa —respondí.
»Y dejé caer la vela.
»Las llamas se extendieron, el pergamino se quemó, el ritual se convirtió en
carbón y cenizas. Permanecimos uno al lado del otro, Dior y yo, observando el
humo que se elevó a la luz del vitral. Y no sentí ni una gota de arrepentimiento.
Encontraría otra manera de terminar la noche sin fin, de poner de rodillas al Rey
Eterno. O caería intentándolo. Porque algunos precios son simplemente demasiado
elevados para pagarlos.
»Miré a esta chica a mi lado. Mi colina para morir. Mi hombro para llorar.
No tenía ni idea de lo que creía, salvo que creía en ella.
»—¿Ahora qué hacemos? —preguntó Dior suavemente.
»Miré al Redentor y suspiré.
»—Supongo que deberías venir a conocer a mi hermana. 785
786
Gabriel agitó la botella vacía de Monét sobre su boca abierta. La luz del
amanecer debilucho estaba colándose ahora por la ventana como un ladrón,
reflejándose en las gotitas de color rojo sangre, cayendo lentamente sobre su
lengua.
Gota.
Gota.
Gota.
Esa polilla pálida aún revoloteaba alrededor de la luz de la linterna,
golpeando el cristal. Con una velocidad desmentida por las cuatro botellas que se
había bebido, Gabriel la arrebató en el aire y apretó. Abriendo el puño, dejó que el
cuerpo roto cayera sobre la piedra, las alas arruinadas cubriendo la mano con la
estrella de siete puntas.
Sintió como si hubiera estado en esta habitación toda su vida.
El marqués Jean-François del linaje Chastain metió la pluma en el tintero,
y escribió las últimas palabras que había dicho el santo de plata. Las páginas
estaban ahora llenas de su historia, palabra por palabra, línea por línea. A Gabriel 787
le pareció extraño y, a decir verdad, en cierto modo asombroso; que todo lo que él
era y lo que sería se pudiera resumir en unas pocas líneas elegantes en una página.
La suma de su juventud y su gloria, su amor y su pérdida, su vida y sus lágrimas,
capturada como una polilla errante y atada como por magia en una cosa tan
pequeña y sencilla.
La simple maravilla de los libros.
Jean-François terminó de escribir, y miró a la ventana con el ceño fruncido,
como ofendido por la interrupción del lucero. Soplando sin aliento sobre la tinta
para secarla, el vampiro colocó el tomo sobre la mesa, juntó sus dedos pálidos
sobre los labios rubí, y sonrió.
—Una buena noche de trabajo, santo de plata. Mi pálida emperatriz estará
muy complacida.
Gabriel dejó caer la botella vacía al suelo, y se secó los labios con el dorso
de la mano.
—Honestamente, no puedes imaginar el alivio que sentiré al tener su
aprobación, vampiro.
—Aún queda mucho camino por recorrer. Tu trato con Liathe y tus vínculos
con los Infieles. La batalla de Augustin y la traición en Charbourg. La muerte del
Rey Eterno y la pérdida del Grial. Pero… —Jean-François miró una vez más con
odio el amanecer elevándose a través de la ventana estrecha—. Me temo que, el
tiempo nos ha alcanzado por ahora.
—Te lo dije, vampiro. —Gabriel sonrió, con la lengua llena de vino—.
Todo termina.
—Quizás por esta noche. —El historiador asintió, alisándose las plumas
altas en su cuello—. Pero tenemos mañana. Y mañana. Y mañana.
Jean-François metió la mano en su levita, y sacó una caja de madera tallada
con el escudo de armas del linaje Chastain. Lobos gemelos. Lunas gemelas. Con
un pañuelo con el monograma, limpió minuciosamente la punta dorada de la
pluma, la guardó y ocultó el estuche dentro de su abrigo una vez más. Extendiendo
la mano para recoger su tomo, se levantó para irse.
—Antes de que te vayas…
El vampiro miró a los ojos del último santo de plata.
—¿Oui, chevalier?
Gabriel respiró hondo, la vergüenza quemando sus mejillas.
—¿Podría fumar otra vez?
El monstruo miró al asesino con los ojos entrecerrados. Tan quieto, parecía 788
tallado en mármol. Gabriel apretó los dientes manchados de vino, el deseo en su
piel, la necesidad en su camino.
—Por favor —susurró.
Jean-François inclinó la cabeza. Y aunque nunca pareció moverse en
absoluto, ahora tenía una mano extendida. Y allí, en el plano blanco como la nieve
de su palma hacia arriba, yacía un frasco de vidrio de polvo marrón rojizo.
—Supongo que te lo has ganado.
Gabriel asintió, miserable y sediento. Llegando lentamente hacia el frasco.
—Sabes, nunca respondiste a mi pregunta, Chastain.
—¿Y qué pregunta fue esa, De León?
—Cuando tu madre oscura y amante pálida te asignaron esta tarea…
¿pensaste que ella me estaba encerrando aquí contigo, o a ti aquí conmigo?
El puño de Gabriel se cerró sobre la muñeca del vampiro, veloz como la
plata. Y con una velocidad desmentida por las cuatro botellas que había bebido,
agarró la garganta de Jean-François. Los ojos del vampiro se abrieron de par en
par, y abrió los labios para gritar, pero ese grito se convirtió en un chillido cuando
el mármol de su carne comenzó a ennegrecerse y la sangre dentro de sus venas a
hervir.
Gabriel embistió al vampiro contra la pared, el ladrillo convirtiéndose en
polvo. El cronista se resistió, rugió e intentó soltarse. La mesa se había volcado, la
historia se había derramado, la lámpara de cristal se había estrellado contra el
suelo. Gabriel mostró sus colmillos, las cicatrices en forma de lágrima
retorciéndose en su mejilla, inhalando profundamente el humo rojo elevándose de
la piel del vampiro.
—Te dije que te haría gritar, maldita sanguijuela —escupió.
Un rugido de furia resonó cuando la puerta de la celda se abrió de par en
par, y Meline entró volando en la habitación. Sostenía una daga reluciente en la
mano, sus ojos ardiendo con el ardor de una madre por su hijo, una amante por su
amado, una esclava por su amo, hundiendo su espada a través del abrigo de Gabriel
y en su espalda una, dos, tres veces. El santo de plata se volvió y abofeteó a la
mujer lo suficientemente fuerte como para enviarla navegando a través de la
habitación, golpeando a Jean-François contra la pared una vez más. Pero cuando
el dolor atravesó su pecho, burbujeando ahora en su boca, rojo salado, se dio cuenta
de que la hoja con la que ella lo había apuñalado no era un simple puñal de hierro
fundido.
»—A-acero plateado —jadeó.
789
Jean-François estalló en sus manos, el cuerpo del vampiro colapsando en
una masa revoltosa y desordenada. Mientras Gabriel se tambaleaba hacia atrás, con
espuma rosada en los labios, se dio cuenta de que solo sostenía el manto
emplumado y la levita del vampiro; terciopelo oscuro bordado con rizos dorados.
Una horda de ratas ahora estaba pululando a sus pies, desplegándose de las piernas
de los calzones del historiador, de las mangas de su abrigo fino, corriendo como
un torrente de la celda. Meline se había puesto de pie, agarrando la historia contra
su pecho a medida que salía a toda prisa de la habitación y cerraba la puerta
bruscamente, algunas ratas chillando y gruñendo mientras se apretujaban debajo
de la jamba. Y jadeando, babeando sangre, Gabriel se encontró nuevamente solo
en la celda.
El último santo de plata se acercó cojeando a la mesa caída, tomó la pipa de
hueso, el frasco reluciente de sanctus. Cargando el cuenco con una porción
saludable del sacramento, Gabriel se sentó con las piernas cruzadas entre los
muebles revueltos y las botellas rotas, con su cabello largo alrededor de su rostro,
inclinado hacia el charco de aceite de la linterna ardiendo. Su vientre se estremeció
cuando empezó: esa alquimia sublime, esa química oscura, la sangre en polvo
burbujeando ahora, el color fundiéndose en esencia, el aroma del acebo y cobre
llenando la celda. Y Gabriel apretó sus labios contra esa pipa con más pasión de la
que jamás hubiera besado a una amante, y oh dulce Dios del cielo, lo respiró.
La trampilla de la ventana enrejada de la puerta se abrió de golpe. Gabriel
alzó la vista, y vio un par de ojos color chocolate, inyectados en sangre de dolor y
rabia y manchados por lágrimas de sangre.
Levantó la pipa y le regaló a Jean-François una sonrisa sombría.
—No se puede culpar a un hombre por intentarlo.
El historiador entrecerró los ojos y siseó.
Gabriel aspiró una columna de humo sanguinolento en el aire.
—Hasta mañana, vampiro.

790
Era el vigésimo séptimo año de la muerte de los días en el reino del Rey
Eterno, y su asesino aún estaba esperando morir.
El asesino observaba desde una ventana estrecha, las manos manchadas de
sangre nueva y cenizas pálidas como la luz de las estrellas. El piso estaba salpicado
de vidrios rotos, muebles astillados, la piedra bajo sus pies marcada por hollín y
tinta derramada. La puerta estaba revestida de hierro, pesada y aún cerrada como
un secreto. El asesino vio salir el sol de su descanso inmerecido y, presionando
una delgada pipa de hueso contra sus labios, recordó lo bien que sabe el infierno.
El château debajo de él dormía ahora. Monstruos volviendo a escondidas a
lechos de tierra fría y deslizándose en la fachada de que eran algo cercano a los
humanos. Afuera, el aire estaba pálido por las ráfagas de nieve cayendo, y el frío
del invierno interminable. Los esclavos soldados vestidos de acero oscuro aún
patrullaban las almenas de abajo, y el labio del asesino se curvó a medida que los
observaba. Pero a decir verdad, sabía quién era en realidad el esclavo.
Se miró las manos. Manos que habían matado cosas monstruosas. Manos
que habían salvado un imperio. Manos que habían permitido que la última
esperanza de su especie se deslizara y se rompiera como vidrio sobre la piedra.
El cielo de arriba estaba oscuro como el pecado.
El horizonte, rojo como los labios de su dama la última vez que la besó.
791
Se pasó el pulgar por los dedos, las letras escritas con tinta debajo de los
nudillos.
—Paciencia —susurró.
792
793
Autor de novelas de fantasía y ciencia ficción, Jay Kristoff nació en Perth,
Australia, en el año 1973. Obtuvo un grado universitario en Arte y, durante poco
más de una década, estuvo trabajando en publicidad creativa en el ámbito
televisivo.
En sus obras Kristoff trata temáticas como la familia, la amistad, el amor,
la pérdida o la traición. A lo largo de su trayectoria literaria, el autor ha publicado
la trilogía Crónicas de Nuncanoche, además de series como Illuminae o Las 794
guerras del loto, de género steampunk y ambientación japonesa.
Gracias a sus obras Kristoff ha sido galardonado con premios como el
Aurelais, tiene más de dos millones de libros impresos y se publica en más de
treinta y cinco países, la mayoría de los cuales nunca ha visitado.
No cree en los finales felices.
795

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