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Traducción de Estíbaliz Montero Iniesta

Argentina – Chile – Colombia – España


Estados Unidos – México – Perú – Uruguay
Título original: Kigndom of the Cursed
Editor original: JIMMY Patterson Books / Little, Brown and Company
Traductora: Estíbaliz Montero Iniesta
1.ª edición: septiembre 2022
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© de la traducción 2022 by Estíbaliz Montero Iniesta
© 2022 by Ediciones Urano, S.A.U.
Plaza de los Reyes Magos, 8, piso 1.º C y D – 28007 Madrid
www.mundopuck.com
ISBN: 978-84-19251-69-5
«Vengo
para conduciros
a la otra orilla,
a la oscuridad eterna,
para morar allí
entre el calor abrasador
y el hielo».
Infierno, de Dante Alighieri.
En un crepúsculo de verano
inusualmente frío, en mitad del rugido de
la tormenta, llegaron gemelas. Sin
embargo, no se trataba del comienzo de
un encantador cuento de hadas. Aquellos
que habían estado observando,
esperando, reconocieron el presagio por
lo que era. Una perdería la vida, la otra
vendería su alma. Las brujas ancianas del
aquelarre discutieron el cómo y el
porqué, pero todas estuvieron de acuerdo
en un hecho: las gemelas señalaban el
comienzo de una época oscura. Ahora,
mientras una se hundía en la furia y
estudiaba con detenimiento el trono del
diablo, y la otra yacía sin corazón,
rodeada de muerte, otros susurraban
sobre una nueva profecía, una que
condenaba por igual tanto a las brujas
como a los demonios.
—Notas del grimorio secreto de los Di Carlo.
ALGÚN TIEMPO ATRÁS
Érase una vez un amanecer maldito, durante el cual
un rey atravesó su castillo. Sus pasos retumbaban en el pasillo,
provocando que incluso las sombras se deslizaran muy lejos
para evitar ser detectadas. Estaba de mal humor y este solo se
oscurecía aún más a medida que se acercaba a ella. Había
sentido su venganza mucho antes de poner un pie en aquella
ala del castillo. Se arremolinaba como una multitud enfurecida
a las puertas de su salón del trono. No le prestó demasiada
atención. La bruja era una plaga sobre aquella tierra.
Una que erradicaría de inmediato.
Sendas alas de llamas blancas rematadas en plata brotaron
entre sus omóplatos mientras abría de par en par las puertas
dobles. Estas chocaron contra la pared y por poco no partieron
la madera por la mitad, pero la intrusa no levantó la vista
desde su posición indolente arrellanada en el trono. El trono de
él.
Negándose a mirar en su dirección, la bruja se acarició la
pierna de la forma en que lo haría un amante atento con una
pareja deseosa. Su vestido se abrió por un lado, revelando su
suave piel desde el tobillo hasta la cadera. Se dibujó círculos
perezosos en la pantorrilla y arqueó la espalda mientras sus
dedos no dejaban de subir. La presencia de él no la disuadió de
pasarse las manos por la parte externa de los muslos.
—Fuera de aquí.
La bruja centró la atención en él.
—Hablar contigo no ha funcionado. Ni la lógica o el
razonamiento. He venido con una nueva oferta que te resultará
bastante tentadora. —Por encima de la fina tela de su vestido,
se rozó lentamente las cimas de los senos; su mirada era cada
vez más pesada mientras lo observaba con osadía—. Quítate
los pantalones.
Él se cruzó de brazos, con expresión amenazadora. Ni
siquiera su Hacedor había podido doblegarlo a sus caprichos.
Y ella estaba lejos de ser su Hacedor.
—Fuera —repitió—. Vete antes de que te obligue.
—Inténtalo. —Con un movimiento de una elegancia
inhumana, se puso de pie. Su largo vestido plateado brillaba
como una espada hendiendo los cielos. No quedaba ni rastro
de ningún intento de seducción—. Tócame y destruiré todo lo
que te es preciado. Majestad.
Su tono había adquirido un deje burlón, como si no fuera
digno del título o del respeto.
Entonces, él se rio, un sonido tan amenazador como la daga
que ahora tenía presionada contra su esbelta garganta. Ella no
era la única que había sido bendecida con una velocidad
inmortal.
—Me parece que te equivocas —dijo prácticamente
gruñendo—, no hay nada por lo que sienta aprecio. Te quiero
fuera de este reino antes del anochecer. Si no te has ido para
entonces, soltaré a mis sabuesos infernales. Cuando hayan
acabado contigo, lo que quede será arrojado al lago de fuego.
Esperó para oler su miedo. En lugar de eso, ella se inclinó
hacia delante y se cortó la garganta con la hoja en un único y
brutal movimiento. La sangre se derramó sobre su reluciente
vestido, salpicó el suelo de mármol y ensució los puños de la
camisa de él. Con la mandíbula tensa, limpió la daga en la
ropa.
Sin inmutarse por su nuevo y atroz collar, la bruja se alejó
de él, con una sonrisa más malvada que el peor de sus
hermanos. La herida se cosió sola.
—¿Estás seguro de eso? ¿No hay nada que anheles? —
Como él no respondió, su enfado estalló—. Tal vez los
rumores sean ciertos después de todo. No tienes corazón en el
interior de ese pecho blindado. —Lo rodeó, y sus faldas
dejaron un rastro de sangre a través del suelo otrora prístino—.
Tal vez deberíamos abrirte de par en par y echar un vistazo.
La bruja observó las inusuales alas formadas por llamas
plateadas y blancas que le brotaban de la espalda, y su sonrisa
se volvió salvaje. Las alas eran sus armas favoritas y se
alegraba de que ese calor feroz y candente hiciera que sus
enemigos retrocedieran aterrorizados o cayeran de rodillas
ante él, llorando lágrimas de sangre.
Con un chasquido rápido de sus dedos, ella hizo que
desaparecieran.
El pánico se apoderó de él mientras intentaba invocarlas, sin
éxito.
—Un truco tan desagradable como el mismísimo diablo.
Su voz era a la vez joven y vieja mientras pronunciaba el
hechizo. Él soltó un juramento. Por supuesto. Por eso había
derramado sangre; se trataba de una ofrenda a una de sus
despiadadas diosas.
—Desde este día en adelante, una maldición barrerá esta
tierra. Lo olvidarás todo menos tu odio. El amor, la bondad,
todo lo bueno que haya en tu mundo se extinguirá. Un día, eso
cambiará. Cuando conozcas la verdadera felicidad y temas la
pérdida una vez más, prometo llevarme también lo que sea que
ames.
Apenas había escuchado una palabra de cuantas pronunció
la bruja de cabello oscuro mientras se esforzaba en vano por
invocar sus alas. Fuera lo que fuere lo que hubiera hecho con
ellas, sus queridas armas habían desaparecido de verdad.
Su visión casi se había vuelto roja por la sed de sangre, pero
controló su temperamento a base de pura fuerza de voluntad.
Tal como estaban las cosas, la bruja no le serviría de nada
muerta. En especial si albergaba alguna esperanza de recuperar
lo robado.
Ella chasqueó la lengua una vez, como si se sintiera
decepcionada por que él no liberara a su monstruo interior para
tomar represalias, y comenzó a alejarse. No se molestó en
correr tras ella. Cuando habló, su voz sonó tan oscura y
tranquila como la noche.
—Te equivocas.
La bruja dejó de andar y lo miró por encima de su delicado
hombro.
—No me digas.
—El diablo puede ser desagradable, pero lo suyo no son los
trucos. —Su sonrisa era la tentación encarnada—. Lo suyo son
los tratos.
Por primera vez, la bruja pareció insegura. Había creído que
ella misma era la más astuta y letal. Había olvidado de quién
era la sala del trono en la que estaba y que él se había abierto
camino hasta aquella cosa maldita y mezquina a zarpazos.
Recordárselo sería un inmenso placer.
Aquel era el reino de los Malditos, y él los gobernaba a
todos.
—¿Te apetece hacer un trato?
UNO
El infierno no era lo que yo esperaba.
Ignoré al traicionero príncipe de la Ira que estaba junto a mí
y tomé aire en silencio y de forma temblorosa mientras el
humo flotaba alrededor de la magia demoníaca que él había
usado para transportarnos hasta allí. A los siete círculos.
En los breves instantes que había durado nuestro viaje desde
la cueva de Palermo hasta aquel reino, había experimentado
varias visiones de nuestra llegada, cada una más terrible que la
anterior. En todas las pesadillas, me había imaginado una
cascada de fuego y azufre. Llamas que arderían con el
suficiente calor como para abrasarme el alma o derretir la
carne sobre mis huesos. En vez de eso, al llegar tuve que
reprimir un escalofrío repentino.
A través del humo y la niebla persistentes, pude distinguir
paredes talladas en una extraña y opaca piedra preciosa que se
alzaba hasta tan arriba que no me alcanzaba la vista para ver el
final. Eran de color azul oscuro o negro, como si la parte más
oscura del mar se hubiera elevado hasta alcanzar una altura
imposible y se hubiera quedado congelada en esa posición.
Varios escalofríos me recorrieron la columna vertebral.
Resistí el impulso de echarme el aliento en las manos o de
girarme hacia Wrath en busca de consuelo. No era mi amigo, y
estaba claro que no era mi protector. Era exactamente lo que su
hermano Envy había afirmado: el peor de los siete príncipes
demoníacos.
Un monstruo entre bestias.
No podía permitirme olvidar nunca lo que era. Uno de los
Malditos. Los seres inmortales que robaban almas para el
diablo, y las egoístas criaturas de la medianoche contra las que
mi abuela nos había advertido toda la vida a mi gemela y a mí.
Ahora, yo había prometido por propia voluntad casarme con su
rey, el príncipe del Orgullo, para poner fin a una maldición. O
eso les había hecho creer.
El corsé de metal que mi futuro esposo me había dado con
anterioridad esa misma noche me resultó insoportablemente
frío en aquel aire helado. Las varias capas de mis faldas
oscuras y brillantes eran demasiado ligeras para proporcionar
auténtica protección o calor, y mis zapatillas eran poco más
que dos trozos de seda negra con suelas de cuero fino.
Sentía las venas repletas de hielo. No pude evitar pensar que
aquello era otra maquiavélica estratagema diseñada por mi
enemigo para perturbarme.
Bocanadas de vaho flotaban como fantasmas frente a mi
cara. Inquietantes, etéreas. Perturbadoras. Por la diosa. De
verdad estaba en el infierno. Si los príncipes demonios no
llegaban a mí primero, sin duda me mataría mi Nonna Maria.
Sobre todo, cuando mi abuela descubriera que le había
vendido mi alma a Pride. Sangre y huesos. El diablo.
Una imagen del pergamino que me ataba a la casa del
Orgullo pasó por mi mente. No podía creerme que hubiera
firmado el contrato con sangre. A pesar de mi anterior
confianza en mi complot para infiltrarme en su mundo y
vengar el asesinato de mi hermana, no me sentía en absoluto
preparada ahora que estaba allí.
Dondequiera que fuera «allí» exactamente. No parecía que
nos hubiéramos aparecido en el interior de ninguna de las siete
casas reales de los demonios. No sé por qué había creído que
Wrath haría que aquel viaje me resultara fácil.
—¿Estamos esperando a que llegue mi prometido?
Silencio.
Me removí, incómoda.
El humo aún flotaba lo bastante cerca como para
oscurecerme la visión, y dado que mi escolta demoníaca se
negaba a hablar, mi mente comenzó a provocarme con una
amplia gama de temores muy inventivos. Hasta donde yo
sabía, Pride estaba de pie ante nosotros, esperando para
reclamar a su novia en persona.
Escuché con esmero, esforzándome por prestar atención a
cualquier sonido que me indicara que alguien se acercaba a
través del humo. Cualquier cosa. No oí nada aparte del
golpeteo frenético de mi propio corazón.
No se oían los gritos de los condenados a la tortura eterna ni
los de las almas malditas. Nos rodeaba un silencio absoluto e
inquietante. Resultaba pesado, como si toda esperanza hubiera
sido abandonada hacía un milenio y lo único que quedara fuera
el aplastante silencio de la desesperación. Sería muy fácil
darse por vencida, tumbarse y dejar entrar a la oscuridad.
Aquel reino era el invierno en toda su rigurosa e implacable
gloria.
Y ni siquiera habíamos llegado a traspasar las puertas
todavía…
El pánico se apoderó de mí. Deseaba tanto volver a mi
ciudad, con su aire besado por el mar y su gente veraniega, que
me dolía el pecho. Pero había tomado una decisión y llegaría
hasta el final, costara lo que costare. El verdadero asesino de
Vittoria todavía andaba por ahí. Y atravesaría mil veces las
puertas del infierno para encontrarlo. Mi ubicación había
cambiado, pero mi objetivo final, no.
Me aferré a ese pensamiento con todo lo que tenía y me
obligué a moverme, a pesar de las oleadas de histeria que
intentaban ahogarme. Sobreviviría a aquello; destruiría al
demonio que me había arrebatado a mi gemela. Y luego
regresaría a casa con mi familia. Incluso si para conseguirlo
tenía que mentir, engañar y/o destrozar hasta al último príncipe
del infierno que se cruzara en mi camino.
Recordar el plan me ayudó a calmar mis emociones.
El humo por fin se disipó y me dejó echar mi primera ojeada
sin obstáculos al inframundo.
Estábamos solos en una cueva. Similar a la que habíamos
dejado sobre el mar en Palermo, el mismo lugar donde había
creado un círculo de huesos e invocado a Wrath por primera
vez casi dos meses atrás, pero también tan diferente que se me
revolvió el estómago ante aquel paisaje desconocido.
Desde algún lugar por encima de nosotros se filtraban unos
cuantos haces plateados de luz de luna. No era mucho, pero
ofrecían la suficiente iluminación como para ver el suelo
desolado y rocoso que relucía cubierto de escarcha.
A varios metros de distancia, una imponente puerta se
alzaba alta y amenazante, no muy diferente del príncipe
silencioso que estaba de pie a mi lado. Dos columnas (talladas
en obsidiana y con representaciones de personas torturadas y
asesinadas de forma despiadada) flanqueaban dos puertas
hechas por entero de calaveras. Humanas. De animales. De
demonio. Algunas con cuernos, otras con colmillos. Todas
ellas perturbadoras. Mi atención recayó en lo que supuse que
era el picaporte: un cráneo de alce con un enorme conjunto de
astas cubiertas de escarcha.
Wrath, el poderoso demonio de la guerra y el que había
traicionado mi alma, se movió. Una pequeña chispa de enfado
me hizo mirar en su dirección.
Su mirada penetrante ya estaba clavada en mí. La misma
mirada fría en su rostro. Me entraron ganas de arrancarle el
corazón y pisotearlo para obtener cualquier indicio de
emoción. Cualquier cosa sería mejor que la gélida indiferencia
que ahora lucía con tanta maestría. Se había vuelto contra mí
en el momento en que más convenía a sus necesidades. Era
una criatura egoísta. Justo como Nonna me había advertido. Y
yo había sido una tonta por haber creído lo contrario.
Nos miramos durante un tiempo prolongado.
Allí, en las sombras del inframundo, el dorado oscuro de sus
ojos brillaba como la corona rematada con rubíes que llevaba
sobre la cabeza. El pulso se me aceleraba cuanto más tiempo
permanecíamos inmersos en aquella batalla de miradas. Me
dio un ligero apretón, y solo entonces me di cuenta de que le
estaba agarrando la mano con tanta fuerza que tenía los
nudillos blancos.
Lo solté y me alejé. Si se sentía molesto, divertido o incluso
furioso, no podía saberlo. Su expresión seguía sin cambiar; se
mostraba tan distante como al ofrecerme el contrato con Pride
hacía unos minutos. Si así era como quería que fueran ahora
las cosas entre nosotros, ningún problema. No lo necesitaba ni
lo quería cerca.
De hecho, le diría que podía irse directo al infierno, pero eso
era algo que habíamos hecho ambos.
Me observó mientras controlaba mis pensamientos. Me
obligué a transmitir una calma helada que estaba lejos de
sentir. Sabiendo lo bien que él detectaba las emociones, lo más
probable era que fuera un esfuerzo inútil. Lo miré.
Me esforcé todo lo que pude para emular al príncipe
demonio e invoqué mi tono más altivo.
—Las infames puertas del infierno, supongo.
Arqueó una ceja oscura como preguntando si eso era lo
mejor que se me había ocurrido.
La ira reemplazó al miedo persistente. Al menos todavía
servía para algo.
—¿Es que el diablo es demasiado alto y poderoso para
acudir al encuentro de su futura reina en este sitio? ¿O le tiene
miedo a una cueva húmeda?
La sonrisa con la que me respondió Wrath era todo bordes
afilados y deleite perverso.
—Esto no es una cueva. Es un vacío fuera de los siete
círculos.
Colocó una mano en la parte baja de mi espalda y me guio
hacia delante. Estaba tan sorprendida por aquella agradable
sensación, por la tierna intimidad de su gesto, que no me
aparté. Unos guijarros resbalaron bajo nuestros pies, pero no
emitieron ningún sonido. Aparte de nuestras voces, la falta de
ruido creaba la discordancia suficiente para que casi perdiera
el equilibrio. Wrath me ayudó a estabilizarme antes de
soltarme.
—Es el lugar donde las estrellas temen entrar —susurró
cerca de mi oído; su cálido aliento producía un marcado
contraste con el aire helado. Me estremecí—. Pero nunca el
diablo. Él seduce a la oscuridad. Igual que al miedo.
Me acarició la columna con los nudillos desnudos,
provocando que se me erizara aún más la piel. Se me
entrecortó la respiración. Me di la vuelta y le aparté la mano.
—Llévame a ver a Pride. Me he hartado de tu compañía.
El suelo retumbó debajo de nosotros.
—Tu orgullo no apareció en ese círculo de huesos la noche
que derramaste sangre y me llamaste. Fue tu ira. Tu furia.
—Puede que eso sea cierto, alteza, pero en el pergamino que
firmé ponía «casa del Orgullo», ¿no es así?
Me acerqué, con el corazón desbocado mientras invadía su
espacio. El calor de su cuerpo irradiaba a mi alrededor como la
luz del sol, cálido y tentador. Me recordó a casa. El dolor que
sentí en el pecho era agudo, me consumía. Afilé mi lengua
como una cuchilla y apunté directamente a su corazón helado,
con la esperanza de penetrar el muro que tan hábilmente había
erigido entre nosotros.
—Por lo tanto, elegí al diablo, no a ti. ¿Qué se siente al
saber que preferiría acostarme con un monstruo por toda la
eternidad antes que volver a someterme a ti, príncipe Wrath?
Su mirada se posó en mis labios y se demoró sobre ellos. Un
brillo seductor iluminó sus ojos cuando yo hice lo mismo.
Puede que no lo admitiera, pero quería besarme. Mi boca se
curvó en una sonrisa despiadada; al fin había perdido esa fría
indiferencia. Lástima para él que ahora estuviera prohibida.
Me miró un momento más y luego dijo con una tranquilidad
letal:
—¿Eliges al diablo?
—Sí.
Ahora estábamos lo bastante cerca para compartir el aliento.
Me negué a retroceder. Y él también.
—Si eso es lo que deseas, díselo a este reino. De hecho —
sacó su daga del interior de la chaqueta de su traje—, si tan
segura estás sobre lo del diablo, haz un juramento de sangre.
Si el orgullo es de verdad el pecado de tu elección, me
imagino que no dirás que no.
El desafío ardía en su mirada cuando me entregó el arma,
con la empuñadura por delante. Le arrebaté la daga de su casa
y presioné el metal afilado contra la punta de mi dedo. Wrath
se cruzó de brazos y me miró sin emoción. No creía que yo
fuera a seguir adelante con aquello. Tal vez fuera mi maldito
orgullo, pero en parte también me sentí como si mi
temperamento estuviera furioso cuando me pinché el dedo y le
devolví la hoja con la serpiente. Ya había firmado el contrato
de Pride, no había razón para dudar ahora. Lo hecho, hecho
estaba.
—Yo, Emilia Maria di Carlo, elijo libremente al diablo.
Una única gota de sangre cayó al suelo, sellando el voto.
Presté atención a Wrath. Algo se encendió en las
profundidades de sus ojos, pero se dio la vuelta antes de que
pudiera leer lo que era. Se guardó la daga en la chaqueta y
echó a andar hacia las puertas, dejándome sola al borde de la
nada.
Pensé en correr, pero no había a dónde ir.
Miré a mi alrededor una vez más y me apresuré a ir tras el
demonio y ponerme a su lado. Me envolví el cuerpo con los
brazos en un intento desesperado de detener los crecientes
escalofríos, lo cual solo sirvió para hacer que me estremeciera
todavía más. Wrath se había llevado su calor con él, y ahora la
parte superior del corsé de metal me mordía la piel con
renovado vigor. Si nos quedábamos allí mucho más tiempo,
me moriría de frío. Evoqué recuerdos de calidez, paz.
Solo había sentido ese frío una vez, en el norte de Italia, y en
aquel entonces era joven y la nieve me había emocionado. Me
había parecido que era romántica, pero ahora veía la verdad;
era maravillosamente peligrosa.
Muy parecida a mi actual compañero de viaje.
Los dientes me castañetearon como pequeños martillos, el
único ruido en aquel vacío.
—¿Cómo es posible que podamos oírnos el uno al otro?
—Porque así lo deseo yo.
Bestia arrogante. Lancé un resoplido tembloroso. La
intención era parecer exasperada, pero me temía que solo
hubiera servido para revelar el frío que sentía. Una pesada
capa de terciopelo apareció de la nada para envolverme los
hombros. No sabía de dónde la había sacado Wrath y no me
importaba.
Me envolví más en ella, agradecida por su calor. Abrí la
boca para darle las gracias al demonio, pero me detuve con
una rápida sacudida interna. Wrath no había actuado por
bondad, ni siquiera por caballerosidad. Imaginé que lo había
hecho en gran parte para asegurarse de que no muriera cuando
le quedaba tan poco para cumplir su misión.
Si no me fallaba la memoria, entregarle mi alma a Pride lo
libraría del inframundo. Algo que una vez había dicho que
priorizaba por encima de todo.
Qué excepcionalmente maravilloso para él. Su estancia
terminaba cuando la mía acababa de empezar. Y lo único que
tenía que hacer era traicionarme para lograr hacer realidad el
mayor deseo de su corazón.
Supuse que lo entendía bastante bien.
Wrath continuó avanzando hacia la puerta y no volvió a
mirar en mi dirección. Apoyó una mano en la columna más
cercana a nosotros y susurró una palabra en una lengua
extranjera, en voz demasiado baja para que yo la oyera. Una
luz dorada palpitó desde su palma y fluyó hacia la piedra
negra.
Un momento después, las puertas se abrieron lentamente.
No lograba ver lo que había más allá y mi mente elaboró todo
tipo de teorías horribles a toda velocidad. El príncipe demonio
no me extendió ninguna invitación formal; se encaminó hacia
la abertura que había creado sin molestarse en ver si lo seguía.
Respiré hondo y templé mis nervios hasta convertirlos en
acero. No importaba lo que nos estuviera esperando, haría lo
que hiciera falta para alcanzar mis metas.
Wrath se detuvo en el umbral del inframundo y por fin se
dignó mirarme de nuevo. Su expresión era más dura que su
tono, lo cual me detuvo en seco.
—Una advertencia.
—Estamos a punto de entrar en el infierno —dije en tono
sarcástico—. Puede que el discurso de advertencia llegue un
poco tarde.
No le hizo gracia.
—En los siete círculos hay tres reglas que seguir. La
primera: no reveles tus verdaderos miedos.
No tenía planeado hacerlo.
—¿Por qué?
—Este mundo hará lo imposible para torturarte. —Abrí la
boca, pero él levantó una mano—. La segunda regla es que
controles tus deseos o se burlará de ti con ilusiones que pueden
pasar por reales con mucha facilidad. Ya experimentaste una
situación así cuando conociste a Lust. Aquí, todos tus deseos
se verán magnificados diez veces, sobre todo cuando entremos
en el Corredor del Pecado.
—El Corredor del Pecado. —No lo planteé como una
pregunta, pero Wrath respondió de todos modos.
—Los nuevos súbditos del reino son puestos a prueba para
ver con qué casa real se alinea mejor su pecado dominante.
Experimentarás un cierto… aguijonazo… de emociones a
medida que lo atravieses.
—He firmado para venderle mi alma a Pride, ¿por qué es
necesario ver dónde encajo mejor?
—Vive lo suficiente para descubrir la respuesta por ti
misma.
Me tragué mi creciente malestar. Nonna siempre nos
advertía que las malas noticias llegaban de tres en tres, lo que
significaba que lo peor estaba por venir.
—¿Y la tercera regla es…?
Su atención se deslizó al dedo que me había herido.
—Ten cuidado al hacer tratos de sangre con un príncipe del
infierno. Y bajo ninguna circunstancia debes hacer uno que
involucre al diablo. Lo que es suyo, es suyo. Solo un tonto se
enfrentaría a él o lo desafiaría.
Apreté los dientes. Estaba claro que ya habían comenzado
los auténticos juegos del engaño. Su advertencia despertó en
mí un vago recuerdo de una nota de nuestro grimorio familiar,
y me pregunté cómo habíamos llegado a adquirir ese
conocimiento. Aparté esos pensamientos y me concentré en mi
creciente ira.
Sin duda estaba avivando mis emociones con su poder
homónimo. Lo cual me enfureció todavía más.
—Vender mi alma no era suficiente. Así que has recurrido al
engaño. Por lo menos eres consecuente.
—Algún día lo verás como un favor.
Era improbable. Cerré la mano herida en un puño. Wrath me
sostuvo la mirada de nuevo y una sonrisa tironeó de las
comisuras de su sensual boca. No me cabía la menor duda de
que podía sentir mi creciente furia.
Un día, muy pronto, le haría pagar por aquello.
Le dediqué una sonrisa deslumbrante y me permití imaginar
lo bien que me sentiría cuando al fin lo destruyera. Él volvió a
la inexpresividad e inclinó la cabeza, como si leyera cada uno
de mis pensamientos y emociones y estuviera prometiendo en
silencio hacer lo mismo. Estábamos unidos en aquel odio.
Sosteniendo su intensa mirada, le devolví el asentimiento,
agradecida por su traición. Era la última vez que me
enamoraba de sus mentiras. Sin embargo, con un poco de
suerte, aquel era el comienzo de él y sus malvados hermanos
cayendo en las mías. Tendría que desempeñar bien mi papel o
acabaría muerta, como las otras novias brujas.
Pasé junto a él y atravesé las puertas del infierno como si
fuera su dueña.
—Llévame a mi nuevo hogar. Estoy lista para saludar a mi
querido esposo.
DOS
De la oscuridad de la cueva salimos a una reluciente
tundra en la cima de una montaña.
Parpadeé para alejar el escozor repentino que sentí en los
ojos y contemplé aquel mundo cruel e implacable. Diosa
maldita. Aquello era lo más lejos de casa que podía ir.
No había mar, ni calor, ni un sol brillante y ardiente. Nos
hallábamos en lo alto de un empinado sendero cubierto de
nieve, apenas lo bastante ancho para caminar uno junto al otro.
Un viento cortante rugió a través del escarpado paso de
montaña y atravesó mi capa. A nuestra espalda, las puertas se
cerraron con un ruido metálico que resonó con fuerza entre las
montañas cubiertas de nieve. Me tensé ante el inesperado
clamor. Era el primer ruido que oía fuera del vacío y no podía
haberme suscitado más aprensión ni aunque lo hubiera
intentado.
Giré sobre los talones, con el corazón desbocado, y vi brotar
magia demoníaca de las entrañas de aquella tierra y deslizarse
puertas arriba. Las mismas enredaderas cubiertas de espinas de
color azul violeta que habían cerrado el diario de Vittoria
serpenteaban y se introducían en las cuencas de los ojos y las
mandíbulas, retorciéndose hasta que las calaveras
blanquecinas brillaron con una tonalidad gélida, sobrenatural.
El aire frío me cortó la respiración. Estaba atrapada en el
inframundo, rodeada por los Malvagi, sola. Había actuado
llevada por el miedo y la desesperación, dos ingredientes
esenciales para provocar un desastre. Un destello del cuerpo
profanado de mi gemela aplastó ese sentimiento contra el
suelo helado. No podía permitir que Wrath me viera temblar.
—Me dijiste que las puertas estaban rotas. —Había una
mordacidad impresionante en mi tono—. Que los demonios se
estaban colando por ellas, dispuestos a desatar la guerra en la
Tierra.
—El Cuerno de Hades ha sido devuelto.
—Por supuesto.
Los cuernos del diablo eran necesarios para cerrar las
puertas. Por lo visto, cualquier príncipe demonio podía
empuñarlos, y yo no había sabido pedirle a Wrath una
aclaración al respecto. Otra de las formas que había
encontrado de jugar con la regla de «no poder mentirme
directamente» que había usado al invocarlo.
Si es que esa parte era cierta siquiera.
Solté un suspiro y volví a darme la vuelta para contemplar el
paisaje. A nuestra derecha, se hallaba una fuerte caída tallada
en el terreno cubierto de escarcha. En la distancia, apenas
visible por culpa de la niebla o de una tormenta lejana, se
alzaban las torres de un castillo, que con dedos larguiruchos
señalaban en un ademán acusatorio hacia los cielos.
—¿Eso es…? —Tragué saliva—. ¿Es ahí donde vive Pride?
—¿Ya no estás tan ansiosa por conocerlo? —Una expresión
de suficiencia apareció en las facciones de Wrath antes de que
su rostro se sumiera en la indiferencia—. El primer círculo es
el territorio de Lust. Piensa que es como las siete colinas de
Roma. Cada príncipe controla su propia región o cumbre. El
círculo de Pride es imposible de ver desde aquí. Está más hacia
el centro, cerca de mi casa.
Estar tan cerca de la fortaleza de Lust no era reconfortante.
No había olvidado cómo me había hecho sentir su influencia
demoníaca. Cómo había deseado a Wrath, bebido demasiado
vino dulce de manzana y bailado sin una sola preocupación en
el universo mientras un asesino cazaba brujas.
Tampoco olvidaría lo difícil que había sido recuperar la
razón después de que el cruel príncipe de la Lujuria se llevara
sus poderes y me dejara como un cascarón vacío. De no haber
sido por la interferencia de Wrath, puede que todavía estuviera
en ese lugar oscuro y aplastante.
Casi podía sentir cómo la desesperación arrastraba un clavo
afilado sobre mi garganta rogando, tentando… Fingí que mi
miedo creciente era fango bajo mis zapatos y lo aplasté.
Wrath me observó con atención, su mirada brillaba con gran
interés. Tal vez esperaba que cayera de rodillas y le suplicara
que me acompañara de vuelta a casa. Necesitaría mucho más
que llevarme al rincón más frío del infierno para que alguna
vez me rebajara ante él.
—Pensé que sería más cálido —admití, con lo que me gané
una mirada divertida del demonio—. Fuego y azufre: la obra
completa.
—Los mortales cuentan historias muy peculiares que
pretenden advertir sobre dioses y monstruos y su supuesto
creador, pero la verdad, como puedes ver, es muy diferente a
todo lo que hayas oído.
Un suave clic me distrajo de seguir investigando. En una
pendiente vertiginosa a nuestra izquierda se erguía un conjunto
de árboles de ramas desnudas que se mecían en el viento ártico
y que se golpeaban ligeramente entre sí. Algo en ellas me
recordó a un puñado de brujas viejas sentadas en corrillo,
usando huesos a modo de agujas de tejer. Si entrecerraba los
ojos, casi podría jurar que era capaz de ver el contorno
sombrío de sus figuras. Parpadeé y la imagen desapareció.
Casi de inmediato, un gruñido bajo flotó en el viento.
Miré a Wrath, pero no parecía haber tenido aquella peculiar
visión ni haber oído nada digno de mención. Había sido un día
muy largo, muy cargado de emociones, y mi imaginación me
estaba llevando al límite. Me sacudí aquella inquietante
sensación de encima.
—Este es el Corredor del Pecado —continuó Wrath, que, sin
saberlo, interrumpió mis preocupaciones—. La magia
transvenio está prohibida en este tramo de tierra la primera vez
que cruzas a este mundo, así que tendrás que viajar a pie.
—¿Tengo que hacerlo sola?
La mirada atenta de Wrath me recorrió entera.
—No.
Solté un suspiro lento y silencioso. Gracias a la diosa por los
pequeños favores.
—¿Por qué es necesario que la gente pase por aquí?
—Es una forma de que los recién llegados formen alianzas
con otros que compartan su pecado dominante.
Consideré aquella información.
—Si tiendo a enfadarme, encajaré mejor en la casa de la Ira.
—El príncipe asintió—. Y si hay otros que se adapten mejor a
otros pecados… ¿encontrarían desánimo en las otras casas
demoníacas? Digamos que un miembro de la casa de la Ira se
asocia con la casa de la Pereza, ¿se escandalizarían los demás
de alguna manera?
—No sería exactamente un escándalo, pero estaría cerca.
Los mortales se afilian a partidos políticos y causas varias.
Aquí no es diferente, pero negociamos con el vicio.
—¿Los demonios y los humanos se clasifican de la misma
forma?
Wrath pareció elegir con sumo cuidado sus siguientes
palabras.
—La mayoría de los mortales nunca alcanzan el Corredor
del Pecado o los siete círculos. Tienden a encarcelarse en su
propia isla separada, más allá de las puertas, frente a la costa
occidental. Es una especie de castigo autoinfligido.
—¿No los encerráis vosotros?
—No hay necesidad. Viven en una realidad creada por ellos
mismos. Pueden salir en cualquier momento. La mayoría
nunca lo hace. Viven y mueren en su isla y comienzan de
nuevo.
A su manera, era un infierno.
—Sigo sin entender por qué necesito someterme a esta
prueba.
—Entonces te sugiero que prestes atención a mi advertencia
anterior y te concentres en sobrevivir.
Sonó como un desafío y una orden altiva para que dejara de
hacer preguntas. Yo estaba demasiado preocupada para
mantener una discusión verbal. La amenaza de la muerte se
cernía sobre mí, baja y oscura como un conjunto de nubes. El
estúpido del príncipe arrastró su mirada sobre mí otra vez y se
detuvo en mis suaves curvas.
No llevaba mi amuleto, todavía lo tenía en su poder, así que
no cabía duda sobre dónde aterrizó su mirada. Incluso cubierta
por la capa, juro que sentí el calor de su atención como una
caricia física sobre la piel.
Los pensamientos de muerte se desvanecieron.
—¿Hay algún problema con mi ropa?
—Parece que tu prueba ha comenzado. Estaba comprobando
tu capa.
Exhalé muy despacio y me tragué varias maldiciones
coloridas que me vinieron a la cabeza.
Él sonrió como si mi enfado lo complaciera infinitamente.
Sin dejar de sonreír, avanzó a toda velocidad por el empinado
paso de montaña; sus pisadas eran firmes y seguras a pesar de
la nieve y del hielo.
No me lo podía creer… ¿Estaba compactando la nieve para
que yo pudiera caminar por ella con mis delicados zapatos?
Sus impecables modales demoníacos volvían a la acción.
De verdad haría cualquier cosa para entregarme a Pride sana
y salva.
Hablando de ese pecado en particular… Levanté el mentón,
con mi tono y mi comportamiento más arrogantes de lo que
podría esperar lograr cualquier rey o reina mortal nacido para
gobernar. ¿Y por qué no debería sentirme superior? Estaba a
punto de gobernar el inframundo. Era hora de que Wrath
mostrara algo de respeto.
—Soy perfectamente capaz de abrirme mi propio camino.
Ya puedes desaparecer.
—No te tenía por el tipo de persona que se corta la nariz
para fastidiarse la cara.
—Si no puedo andar por la nieve sin ayuda, lo mismo podría
cortarme la garganta ahora mismo y listo. No necesito que tú
ni nadie más me lleve de la mano. De hecho, me gustaría que
me dejaras en paz. Iré más rápido sin ti.
Dejó de caminar y miró por encima del hombro. Ya no había
calidez o burla en su expresión.
—Resístete al Corredor del Pecado. O te dejaré aquí con tu
orgullosa arrogancia. Eres más susceptible de caer bajo la
influencia de un pecado en particular cuando muestras
atributos para ello temprano. Esa es mi última advertencia y
toda la ayuda que te prestaré. Acéptala por lo que es o vete.
Apreté los dientes e hice todo lo posible por seguir sus
pasos. Una rabia a fuego lento comenzó a arder en mí mientras
viajábamos en silencio durante kilómetros. Sin duda, ahora me
estaban poniendo a prueba para la ira. Me resultaba familiar,
bienvenida. Me ocupé de ella mientras recorríamos el sendero,
cruzábamos un arroyo congelado y nos deteníamos cerca de
una extensión un poco más ancha y plana que se asomaba por
encima de una cordillera más pequeña. Racimos de árboles de
hoja perenne que se parecían a los bocetos de enebro y cedro
del grimorio de Nonna se desplegaban en semicírculo
alrededor de la esquina más oriental, donde nos detuvimos.
Por encima, unas nubes furiosas cruzaban el cielo. Un
relámpago azotó la tierra como si se tratara de la lengua de una
gran bestia, y a un rugido atronador lo siguió un latido. Sin
parpadear, observé cómo la masa oscura se acercaba al galope.
Había sido testigo de muchas tormentas, pero ninguna que se
moviera más rápido que las diosas en busca de venganza. Era
como si la misma atmósfera estuviera poseída.
O tal vez aquel mundo estuviera resentido con su nueva
habitante y estuviera manifestando su disgusto. Tenía mucho
en común con Wrath.
Tras unos minutos, detuvimos nuestra implacable marcha.
—Esto tendrá que valer.
Wrath se quitó la chaqueta del traje y la colocó con cuidado
sobre una rama baja. Antes me había equivocado; no llevaba la
daga metida en la chaqueta, sino en una funda de cuero para el
hombro sobre su camisa manchada de tinta, y la empuñadura
dorada brilló mientras él giraba. Se desabrochó los botones de
los puños, se arremangó a toda prisa y luego empezó a recoger
ramas cubiertas de hielo.
—¿Qué estás haciendo?
—Construir un refugio. A menos que desees dormir a la
intemperie durante una tormenta, te sugiero que recojas unas
cuantas ramas y les quites el hielo. Nos acostaremos sobre las
que consigas tú.
—No voy a dormir contigo. —Por muchas razones, la más
evidente, mi compromiso con su hermano. Dudaba de que al
diablo lo complaciera que me acurrucara junto a otro príncipe
demonio.
Wrath partió una rama del cedro más cercano y me miró.
—Como quieras —Barrió el paisaje con un brazo—. Pero no
te ayudaré a recuperar la salud cuando enfermes. —Me miró
con dureza—. Si no quieres morir congelada, te sugiero que te
des prisa.
Puesto que no deseaba volver a ser puesta a prueba para el
orgullo o cualquier otro pecado, me tragué el resto de mis
protestas y fui en busca de ramas. Encontré algunas a unos
pasos de donde Wrath trabajaba, y les quité los restos de nieve
y hielo tan rápido como pude. Para mi sorpresa, me movía tan
deprisa como el príncipe demonio. Por momentos, casi llevaba
más ramas de las que podía cargar. Lo cual era bueno, ya que
los dedos se me estaban poniendo rojos y rígidos a causa del
frío y la humedad.
Una vez que recogí un buen montón, me arrastré de vuelta a
nuestro campamento. Las nubes se arremolinaban enfadadas y
un trueno sacudió el suelo. Nos quedaban pocos minutos antes
de que cayeran las primeras gotas, si teníamos suerte. Wrath
ya había creado un pequeño refugio circular debajo de uno de
los árboles más densos, y estaba en pleno proceso de formar
montoncitos con la nieve y colocarla detrás de las ramas que
había clavado en el suelo. Las paredes exteriores eran de nieve
sólida, el techo era de ramas de paja y probablemente
tendríamos que acurrucarnos de costado para caber. No me
podía imaginar sobreviviendo a la noche en una habitación
hecha de ofrendas invernales, pero Wrath parecía creer que
estaríamos a salvo.
Levanté la vista; la enorme encina que se elevaba sobre
nosotros también proporcionaría una ventajosa barrera
protectora adicional. Elegir aquella ubicación había sido
inteligente.
Sin darse la vuelta, Wrath extendió el brazo.
—Dame.
Hice lo que me había pedido de forma no muy amable,
dándole una rama cada vez, mientras soñaba con atizarle en la
cabeza con ellas. Las colocó en fila, asegurándose de que todo
el suelo quedara cubierto por dos capas. Se movió con rapidez
y eficiencia, como si hubiera hecho aquello miles de veces. Y
lo más probable era que aquel fuera el caso. Yo no era la
primera alma que había robado para el demonio. Pero sería la
última. Una vez que ubicó la última rama, comenzó a
desabrocharse la camisa, con cuidado de evitar la funda de
cuero de su daga. Se la dejó puesta. Sus músculos poderosos y
ondulantes quedaron a la vista cuando se quitó la camisa, y no
pude evitar fijamente en el tatuaje de la serpiente que se
enrollaba alrededor de su brazo y su hombro derechos.
Parecía más imponente en aquel lugar, más detallado y
llamativo. Tal vez eso fuera porque su piel parecía más oscura
en contraste con el fondo pálido que constituía aquel paisaje, y
los trazos de un dorado metálico destacaban con más viveza.
Me aclaré la garganta.
—¿Por qué te desnudas? ¿También te afecta la magia de
aquí?
Levantó la mirada. El sudor humedecía el cabello oscuro
que le caía sobre la frente, haciendo que pareciera mortal, para
variar.
—Quítate el corsé.
—Ni pensarlo. —Le dediqué una mirada incrédula—. ¿Qué
narices crees que estás haciendo?
—Darte algo para que te pongas y que no te congeles con
esa cosa metálica. —Me tendió la camisa, pero la retiró antes
de que yo la agarrara, con los ojos brillantes de júbilo—. A
menos que prefieras dormir desnuda. La elección es de la
dama.
Me ardió la cara.
—¿Por qué no puedes simplemente hacer aparecer ropa con
más magia?
—Cualquier uso de la magia durante el primer viaje a través
del Corredor del Pecado es considerado una interferencia.
—Has hecho aparecer la capa con magia.
—Antes de cruzar al inframundo.
—¿Tú qué te vas a poner para dormir?
Su expresión se volvió extremadamente traviesa cuando
enarcó una ceja. Ah.
Maldije aquel mundo y al diablo y entré en nuestra
habitación hecha de nieve y hielo para aceptar la camisa que
me ofrecía. Me quité la capa a toda prisa y la coloqué en el
suelo. Como un caballero, Wrath salió del refugio el tiempo
suficiente para recuperar su chaqueta, y cuando volvió a
meterse en aquel pequeño espacio me examinó de arriba abajo.
Pues vaya con los buenos modales.
Torció las comisuras de los labios hacia arriba cuando me
retorcí y traté de desembarazarme de la estúpida prenda sin
tocarlo. No cedía. Y él tampoco. Miré al demonio como si mi
actual aprieto fuera culpa suya. Parecía absolutamente
encantado con mi enfado, el muy bárbaro.
—Necesito tu ayuda —dije al final—. No puedo
desabrochármelo yo sola.
El príncipe del infierno inspeccionó mi corsé con el mismo
nivel de entusiasmo que si le hubiera pedido que recitara un
soneto a la luz de la luna llena, pero no me negó la ayuda.
—Date la vuelta.
—Trata de no parecer demasiado emocionado, o podría
pensar que te gusto.
—Da gracias por lo que tienes. Que me gustaras sería algo
peligroso.
Resoplé.
—¿Por qué? ¿Los demás príncipes demonio ya no serían
nada, comparados contigo?
—Algo parecido.
Sonrió y me indicó que me diera la vuelta. Sus dedos se
movieron con habilidad por las cintas entrecruzadas de mi
espalda, tirando y deshaciendo con la precisión de un militar.
Sostuve la parte delantera de la blusa para evitar quedarme
desnuda cuando la parte trasera se abrió un momento más
tarde, exponiendo mi piel. El aire helado bailó sobre mí.
Nunca antes me había quitado un corsé tan rápido. O sus
sentidos sobrenaturales le servían de ayuda o tenía mucha
práctica desvistiendo mujeres.
En contra de mi voluntad, un destello de él acostándose con
alguien cruzó mi mente con un nivel de detalle
sorprendentemente vívido. Vi uñas pintadas clavándosele en la
espalda, piernas largas y bronceadas rodeándole las caderas,
suaves gemidos de placer mientras él empujaba rítmicamente.
Un sentimiento oscuro se deslizó por mi interior ante aquella
imagen. Apreté los dientes, reprimiendo una serie de
acusaciones repentinas mientras me daba la vuelta. Si no
supiera que era imposible, pensaría que estaba sintiendo…
—Envidia. —Wrath detectó con facilidad mi cambio de
humor.
—Deja de leer mis emociones. —Me concentré en él. Puso
su expresión en blanco. Cualquier destello de humor irónico o
de maldad desapareció. Se puso rígido, como si se estuviera
obligando a sí mismo a convertirse en un bloque de hielo
inamovible. Al parecer, la idea de tocarme de esa manera le
resultaba repugnante.
—El Corredor continuará poniéndote a prueba. —Observó
el rubor que manchaba mis mejillas de un tono intenso de rojo,
pero no hizo ningún comentario al respecto. Su atención se
desplazó brevemente a mi cuello antes de volver a mirarme a
los ojos—. Bloquea tantas emociones como te sea posible. A
partir de este punto, solo se intensificarán. Aparte del miedo,
este mundo se nutre del pecado y del deseo en igual medida.
—¿No es el deseo lo mismo que la lujuria?
—No. Puedes desear riquezas, poder o estatus. Amistad o
venganza. Los deseos son necesidades más complejas que los
meros pecados. A veces son buenos. Otras veces reflejan
inseguridades. Este mundo está influenciado por aquellos que
lo gobiernan. Con el tiempo, ha llegado a jugar con todos
nosotros.
Evitando más contacto visual, se alejó, se quitó la corona y
se acostó en el suelo, sobre las ramas; incluso miró en la
dirección opuesta. Aun así, íbamos a dormir demasiado cerca.
Apenas había un palmo entre nosotros.
Envidia. De él revolcándose con otra persona como un cerdo
asqueroso, en celo.
La idea era ridícula, en especial después de su traición, pero
la persistente sensación de los celos no desapareció enseguida.
Maldije por lo bajo y me concentré con más ahínco en
conseguir controlar mis emociones. Lo último que necesitaba
era que aquel reino me atrajera más profundamente hacia esos
pecados alimentándose de mis sentimientos.
Dejé caer el corsé de metal, mi dispositivo de tortura, y me
puse su camisa. Me quedaba enorme, pero no me importaba.
Me hizo entrar en calor y olía al príncipe. Menta y verano. Y a
algo clara e inequívocamente masculino.
Miré a Wrath. Seguía sin camisa a pesar de lo fresco que era
el aire. Aparte de sus pantalones ajustados, solo llevaba la
daga y su funda. Iba a ser una noche larga y horrible.
—¿No vas a volver a ponerte la chaqueta?
—Deja de tener pensamientos sucios sobre mí y descansa un
poco.
—Debería haberte matado cuando tuve la oportunidad.
Se dio la vuelta para estudiarme, su mirada viajó lenta y
serpenteante desde mis ojos hasta la curva de mis mejillas y se
posó en mis labios. Después de un largo momento, dijo:
—Duerme.
Suspiré, luego me hundí en el suelo y me tapé con la capa
como si fuera una manta. Aquel diminuto espacio se llenó
rápidamente del aroma a cedro y a pino. Fuera aullaba el
viento. Un momento después, unos pequeños perdigones de
hielo asaltaron nuestro refugio. Sin embargo, nada traspasó la
protección de las ramas.
Me quedé ahí quieta un rato, escuchando cómo la
respiración del demonio se volvía lenta y uniforme. Cuando
estuve segura de que se había dormido, volví a mirarlo.
Dormía como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.
El sueño profundo de un depredador en la cima de la pirámide.
Esperaba que eso significara que ninguna criatura con
colmillos nos estaba persiguiendo. Wrath no había
mencionado nada sobre los demonios menores, pero sabía que
estaban ahí fuera, en alguna parte.
Un destello del demonio Aper cruzó por mi mente. Su
cabeza de jabalí y el chasqueo de sus miles de dientes en
forma de aguja deseosos de probar mi sangre. Me pregunté
qué otras monstruosidades vivían y se alimentaban en aquel
reino. Lo cerca que podrían estar, y si nos estarían rodeando en
aquel preciso instante…
Dejando a un lado esos miedos, permití que mi mirada
vagara sobre Wrath de una manera que nunca me atrevería
mientras estuviera despierto. Observé la tinta brillante de sus
hombros, las frases en latín todavía demasiado pálidas y
lejanas para distinguirlas. En contra de mi buen juicio, me
permití sentir curiosidad por lo que albergaba el suficiente
valor o importancia como para que hubiera marcado su cuerpo
con ello de forma permanente. Quise partirle el alma para
abrirlo y leerlo como a un libro, descubrir sus secretos más
profundos y las historias de cómo llegó a ser.
Lo cual era una tontería.
Traté de no fijarme en la forma en que nuestro tatuaje a
juego ahora también se arrastraba con elegancia más allá de su
codo. Sus dobles lunas crecientes, flores silvestres y serpientes
me recordaron a una escena de cuento de hadas representada
en uno de los frescos de casa. Una historia sobre dioses y
monstruos.
Desesperada, intenté no pensar en lo mucho que quería
reseguir sus tatuajes, primero con las yemas de los dedos y
luego con la boca. Degustarlo, explorarlo.
Y, sobre todo, no me permití pensar en ser la persona con la
que se había acostado y a la que había hecho el amor. Su
cuerpo duro y poderoso moviéndose encima del mío,
hundiéndose en…
Bloqueé ese pensamiento escandalosamente carnal,
sorprendida por su intensidad.
Maldito Corredor del Pecado. Era obvio que en aquel
momento estaba poniendo a prueba mi lujuria y, teniendo en
cuenta quién era mi compañero de cama, eso era más peligroso
que cualquier bestia infernal que hubiera ahí fuera, sedienta de
mi sangre. No sé cuánto tiempo pasó, pero el sueño me
encontró por fin.
Un rato después, me removí. La tormenta rugía en el
exterior, pero eso no era lo que me había despertado. Un
aliento cálido me hacía cosquillas en el cuello con caricias
uniformes y rítmicas. En algún momento de la noche, debía de
haberme movido hasta acabar contra el demonio. Y, por
sorprendente que pareciera, ninguno de los dos se había
apartado.
Wrath yacía detrás de mí y un brazo pesado me envolvía la
cintura en ademán posesivo, como si desafiara a cualquier
intruso a robar lo que había reclamado como suyo. Debería
alejarme. Y no solo por una cuestión de decencia. Estar tan
cerca de él era como jugar con fuego y ya me había quemado
antes, pero sencillamente no quería moverme. Me gustaba que
su brazo estuviera sobre mi cuerpo, el peso, la sensación y su
olor enroscado a mi alrededor como una pitón. Quería que me
reclamara, casi tanto como quería que fuera mío.
En el instante en que llegó ese pensamiento, dejó de respirar
de forma regular.
Esperé en la oscuridad, con los músculos rígidos, mientras la
tensión aumentaba lo suficiente como para cortarla. Me
pregunté si él sería el primero en moverse, en reconocer
nuestros anhelos más secretos, en mandar al infierno las
repercusiones y actuar en consecuencia. Aquel era un juego
nuevo para los dos, y aunque fuera bastante extraño, a pesar de
que sabía que debería, no me importaba perder.
Retrocedí poco a poco y me apreté contra su pecho y, aun
así, seguí ansiando más contacto.
Su agarre sobre mí se contrajo una fracción.
—Emilia…
—¿Sí?
Ambos nos quedamos inmóviles ante el tono sensual de mi
voz, el anhelo que no podía ocultar. Apenas reconocía aquella
versión abiertamente deseosa de mí misma. En casa, a las
mujeres se les enseñaba que esos deseos eran malos,
incorrectos. Los hombres podían satisfacer sus necesidades
más bajas y nadie los llamaba «impíos». Eran libertinos,
pícaros, escandalosos, pero no se los condenaba al ostracismo
por su comportamiento. Un hombre con un apetito sexual
saludable era considerado alguien lleno de vitalidad, un
partido excelente.
Yo no era humana, ni era miembro de la nobleza, quienes
sufrían más restricciones de las que yo había experimentado
alguna vez, pero desde luego me habían criado con esas
mismas nociones.
Sin embargo, ya no me encontraba en el mundo mortal. Ya
no estaba obligada a jugar según sus reglas.
Un escalofrío de sorpresa me atravesó. Era incapaz de
decidir si se debía a la excitación o al miedo de permitir que
me liberara de esos grilletes en aquel lugar. Puede que sí lo
supiera, y tal vez esa fuera la parte que me asustaba. Anhelaba
algo contra lo que me habían advertido. Y ahora lo único que
tenía que hacer era alargar el brazo y darle la bienvenida. Ya
era hora de ser valiente, atrevida. En lugar de dejarme
gobernar por el miedo, podía convertirme en alguien audaz. A
partir de aquel instante.
Me acurruqué contra Wrath de nuevo, había tomado mi
decisión. Él arrastró una mano por la parte frontal de mi
camisa, muy despacio, jugando con los botones. Me mordí el
labio para no jadear.
—El corazón te late muy rápido.
Su boca me rozó el lóbulo de la oreja y, maldita fuera la
diosa, me arqueé ante aquella caricia y sentí lo mucho que le
gustaba nuestra posición actual.
Su excitación envió una oleada de entusiasmo hasta los
dedos de mis pies. No debería querer aquello. No debería
quererlo a él. Pero no era capaz de borrar de mi mente esa
imagen fantasma de él acostándose con otra persona, o la
forma en la que me hacía sentir. Quería ser la que él se llevara
a la cama. Quería que me deseara de esa manera. Y solo a mí.
Era un sentimiento primitivo y antiguo.
Uno que mi futuro esposo podría no aprobar, pero no me
importaba. Quizá la única aprobación que buscaría de ahora en
adelante sería la mía. Al infierno, literalmente, con todo lo
demás. Si iba a ser la reina de aquel reino, abrazaría cada
rincón de él, y de mi verdadero yo, por completo.
—Dímelo —susurró, su voz deslizándose como la seda
sobre mi piel sonrojada.
—¿El qué? —dije casi sin aliento.
—Que soy tu pecado favorito.
Por el momento, no estaba segura de poder pronunciar frases
completas. Wrath me había provocado antes, me había besado
con furia e incluso con pasión, pero nunca había intentado
seducirme.
Me desabrochó el primer botón de la camisa, su camisa, con
infinito cuidado y lentitud, y bajó serpenteando hacia el
siguiente. Cualquier pensamiento racional huyó de mi mente;
su toque me redujo a una única necesidad primitiva: el deseo.
Crudo, desenfrenado e interminable. No sentí vergüenza,
preocupación ni temor.
Mi pecho subía y bajaba con cada latido acelerado de mi
pulso. Desabrochó otro botón. Luego otro más. Pronto perdí
también el control sobre mis emociones. Un fuego
chisporroteante me consumió lentamente desde los dedos de
los pies y fue subiendo. Era un milagro que la nieve sobre la
que estábamos no se hubiera derretido.
Si no me tocaba, piel con piel, estallaría en llamas. El quinto
botón se abrió, solo quedaban unos pocos más. Estaba a punto
de arrancarme la maldita camisa. Al sentir mi necesidad, o tal
vez cediendo por fin a la suya, desabrochó a toda velocidad los
botones restantes y me abrió la camisa, exponiéndome.
Por encima de mi hombro, recorrió mi cuerpo con la mirada,
que se oscureció a medida que su mano callosa se deslizaba
sobre la suavidad de mi piel.
Se mostró muy tierno, muy atento, mientras me acariciaba la
clavícula. Cuando presionó la palma sobre mi corazón para
sentir su latido, como si fuera la mayor fuente de magia de su
mundo, pensé que podría tumbarlo de espaldas y acostarme
con él en ese mismo instante. Sus delicadas caricias
desentonaban con el poder aterrador que emanaba de él.
—¿Estás nerviosa?
En absoluto. Estaba embelesada. Completamente a su
merced. Aunque una mirada a su expresión me indicó que bien
podría ser al contrario. Me las arreglé para negar con la
cabeza.
Sus dedos bajaron más, explorando la curva por debajo de
mis pechos, recorriendo mi estómago y haciendo una pausa
para jugar con el cinturón que había olvidado que llevaba
puesto. Si me giraba un poco y me arqueaba hacia arriba,
podría desabrocharlo con facilidad. Por eso se había detenido.
Estaba esperando a que yo tomara la decisión. Creía que lo que
deseaba era obvio.
—Dímelo.
Prefería mostrárselo. Envalentonada, me di la vuelta, le
rodeé el cuello con el brazo y hundí los dedos en la suavidad
de su pelo. Quizás estuviéramos en el infierno, pero me hacía
sentir en el paraíso.
Sus obstinadas manos viajaron hacia arriba para volver a
rozarme los pechos. Los apretó con suavidad y la aspereza de
su piel creó una agradable fricción.
Era una sensación tan magnífica como la recordaba. Mejor,
incluso. No pude evitar jadear cuando su otra mano por fin
obedeció a mis deseos tácitos y se deslizó en la dirección
opuesta. Bajó por mis costillas, más allá de mi estómago, y se
quedó justo encima de la zona que quería que explorara. Un
calor meloso se me acumuló por debajo del vientre.
Wrath por fin reptó con sus dedos por debajo de mi falda y
rozó la piel suave que quedaba entre mis caderas, su toque
ligero como una pluma. Diosa maldita. En ese momento, no
me importaban sus mentiras ni su traición. No importaba nada
excepto la sensación de sus manos sobre mi cuerpo. No era
suficiente. Quería más. Lo quería todo. Lo quería a él entero.
—Por favor. —Tiré de Wrath para acercarlo. Sus labios
suaves rozaron los míos—. Bésame.
—No hará falta que me lo repitas. —Tiró de mi trasero hacia
él con suavidad, ofreciéndome una muestra perversa de lo que
se avecinaba. Su excitación palpitante avivó las llamas de mi
propia pasión. Ojalá hubiera hecho eso mismo sin que
tuviéramos la ropa puesta. Me froté contra su dura longitud y
cualquier control que hubiera estado ejerciendo sobre sí mismo
desapareció. Capturó mi boca con la suya y me dio un beso
posesivo, hambriento.
Una de sus manos permaneció inamovible en mi cadera y la
otra se metió debajo de mis faldas, deslizándose hasta mi
tobillo, pasando por la pantorrilla y luego viajando entre mis
muslos mientras profundizaba el beso y su lengua reclamaba la
mía. Le devolví el beso con todo lo que tenía, moviéndome
instintivamente contra él al ritmo de cada uno de los tirones
juguetones que daba a mis caderas. Sus dedos casi habían
llegado ya a mi resbaladizo y dolorido centro.
Lo necesitaba allí. Gemí su nombre cuando por fin…
—Si bien tu presente ilusión suena tremendamente
interesante —la voz sedosa de Wrath vino del otro lado de
aquel pequeño espacio—, es posible que desees ponerte la
ropa. La temperatura está muy por debajo de cero ahora
mismo.
Me incorporé con brusquedad y parpadeé en la oscuridad.
Por los siete infiernos…
Tardé un momento en estabilizar la respiración y otro en
orientarme. La camisa que me había prestado estaba tirada
junto a la capa, y mi piel desnuda sufría en contacto con el aire
helado. Tenía las faldas enrolladas alrededor de la cintura,
como si me las hubiera estado intentando quitar y no lo
hubiera conseguido.
Miré hacia el lugar frío y vacío a mi lado, confundida.
—¿Va todo bien? —Tal vez mi nueva asociación con la casa
del Orgullo nos impidiera tener relaciones íntimas—. ¿Hemos
roto alguna regla?
—Intenté advertirte. —No podía verle la cara, pero escuché
cómo su sonrisa satisfecha, demasiado engreída y muy
masculina, inundaba su voz, y en mi cabeza empezaron a sonar
campanas de alarma—. Tus anhelos se burlarán y te
provocarán hasta el olvido si no eres capaz de controlarlos.
Este es un reino de pecado y deseo. Depende de tus vicios para
su propia supervivencia, del mismo modo que el mundo
humano requiere oxígeno y agua. Si pierdes el control, aunque
sea solo un segundo, se abalanzará sobre ti. Y no siempre de la
manera en que crees que lo hará. Por ejemplo, si estuvieras
pensando en el odio, podría ponerte a prueba para demostrar si
lo contrario podría ser cierto.
—Yo… —Por la diosa. Mi cerebro confundido por la lujuria
por fin cayó en la cuenta de lo que había sucedido. Él había
dicho que era una ilusión. Más bien una pesadilla. Me ardía la
cara y la enterré entre las manos. Me pregunté si había un
hechizo que pudiera usar para desaparecer—. No ha sido
real… ¿Nada?
—Si hay algo que puedo prometerte —su voz sonó profunda
y sensual en la oscuridad—, es que cuando yo te toque, nunca
dudarás de que es real.
Frustrada, avergonzada y furiosa por haberme rebajado a
desearlo, aunque hubiera sido durante un único segundo,
levanté su camisa y volví a ponérmela con brusquedad antes
de dejarme caer de lado.
—Menudo engreído.
—Dice la que se estaba frotando contra mi p…
—Acaba esa frase y te asfixiaré mientras duermes, maldito
demonio.
La risa baja de Wrath hizo que se me encogieran los dedos
de los pies y mi imaginación volara directa hacia las fosas
ardientes del infierno. Mi mente traicionera repetía una y otra
vez su elección de las palabras. Él había dicho cuando me
tocara, no si. Como si planeara hacer realidad esa fantasía
erótica en algún momento del futuro. Pasó mucho rato antes de
que el sueño acudiera a mí de nuevo.
Solo que esta vez no soñé con ser felizmente seducida por el
príncipe prohibido.
Soñé con un asesinato despiadado y violento. Y con una
hermosa mujer con ojos de estrella que vociferaba una
maldición vengativa en la más oscura de las noches.
Lo más inquietante de todo era que sentía como si la
conociera. Y que su maldición iba dirigida a mí.
TRES
El amanecer entró a la fuerza en nuestro pequeño
refugio. Aunque no era que supiera con certeza qué hora era.
Aquel mundo parecía estar congelado en un crepúsculo
permanente. Puede que fuera culpa de la próxima tormenta,
que se acercaba a toda velocidad. Hasta ahora, «nublado» era
el estado preferido de la atmósfera de aquel lugar. Como para
demostrar que mi teoría era correcta, el viento aulló en la
distancia, erizándome el vello de los brazos.
Solo el ligero cambio en el ángulo de la luz y la forma en
que Wrath dijo con brusquedad «hora de moverse» me
indicaron que, efectivamente, era de día. Esperé a que el
arrogante príncipe se burlara de lo que había sucedido hacía
tan solo unas horas, pero no dio indicios de que hubiera estado
semidesnuda y retorciéndome contra él por culpa de una
ilusión pecaminosa en la que nuestros cuerpos estaban
enredados.
A lo mejor, de verdad era un sueño dentro de otro sueño.
Esa esperanza me ayudó a levantarme de nuestra cama
improvisada. Me doblé hacia un lado y hacia el otro, estirando
los músculos doloridos. No había sido la peor noche de sueño
de mi vida, pero no había resultado cómoda, se mirase por
donde se mirare. Un baño tibio, un cambio de ropa y una
buena comida eran justo lo que necesitaba.
Al pensar en la comida, mi estómago gruñó lo bastante
fuerte como para que Wrath se diera la vuelta y una ligera
arruga apareciera entre sus cejas.
—No tenemos que ir mucho más lejos, pero, debido al
terreno, es probable que no lleguemos a nuestro destino hasta
el anochecer.
—Viviré.
Wrath parecía escéptico al respecto, pero mantuvo cerrada
su fastidiosa boca.
Miré con tristeza el corsé de metal y empecé a
desabotonarme la camisa del demonio. Bien podía ponerme
rápidamente aquella horrible prenda para que pudiéramos
irnos. Aunque podría sobrevivir sin comida durante un tiempo,
si tardábamos mucho más, al final me entraría dolor de cabeza.
Vittoria había sido igual. Nuestro padre solía burlarse de
nosotras, alegando que nuestra magia quemaba un flujo
constante de energía que necesitaba reponerse y que era bueno
que tuviéramos un restaurante. Nonna sacudía la cabeza y lo
espantaba antes de darnos dulces a escondidas.
Un tipo diferente de dolor se instaló cerca de mi corazón. No
importaba cuánto me esforzara en ahogarlos, los pensamientos
sobre comida no tardaron en convertirse en pensamientos
sobre nuestra trattoria familiar.
Lo cual supuso un certero golpe emocional que casi me hizo
doblarme sobre mí misma. Echaba muchísimo de menos a mi
familia y solo llevaba una noche en el inframundo. El tiempo
podía moverse de forma diferente allí, así que era posible que
solo hubiera transcurrido una hora en mi mundo, tal vez
menos.
Esperaba que Nonna lograra encontrar un escondite seguro
para todos. Ahora que estaba allí, recé para que fuera
suficiente para mantener también a los príncipes demoníacos
en aquel reino. No soportaba pensar en Nonna siendo atacada
de nuevo, o en mi madre y mi padre siendo víctimas de Envy y
sus secuaces demoníacos. Perder a mi gemela había sido
devastador, y mi dolor seguía siendo lo bastante potente como
para ahogarme si lo dejaba emerger por encima de la furia
durante demasiado tiempo. Si perdía a alguien más… Guardé a
la fuerza esas preocupaciones en un pequeño arcón cerca de mi
corazón y me concentré en llegar al final del día. Un nuevo
pensamiento se coló en mi mente.
—¿Dónde está Antonio? —Observé a Wrath con suma
atención. No es que fuera a poder leer mucha cosa en su cara si
optaba por proteger sus emociones—. Nunca me dijiste a
dónde lo habías mandado.
—A un lugar seguro.
No dio más detalles y era probable que lo mejor fuera dejar
las cosas así por el momento. Teníamos cuestiones más
importantes en las que concentrarnos. Como salir del corredor
del pecado sin otro tirón de mis deseos y luego presentarme
formalmente ante Pride y su corte real.
Tendría mucho tiempo en el futuro para hablar con Antonio,
la espada humana que uno de los príncipes demoníacos había
usado para matar a mi gemela. Y el joven con el que soñaba
con casarme antes de descubrir la verdad de su odio por los de
mi especie. Si bien Wrath era sin duda capaz de muchos actos
monstruosos, tenía fe en que no le haría daño a Antonio. Al
menos, no todavía.
Siendo sincera, tras nuestra confrontación en el monasterio,
yo era la mayor amenaza para Antonio. Quizá por eso Wrath
se negaba a darme más información sobre su paradero. Estaba
manteniendo al humano a salvo de mí. No cabía duda de que
era mejor dejar ese pensamiento para más adelante.
En mi prisa por prepararme, arranqué un botón de la camisa
prestada y me encogí al ver el hilo colgante. Sabiendo lo
quisquilloso que era mi compañero de viaje con la ropa, me
preparé para un rapapolvo. Levanté la mirada, con una
disculpa en los labios, y me quedé sorprendida cuando Wrath
negó con la cabeza, cortando mis palabras antes de que les
diera voz.
—Quédatela. —Se puso la chaqueta negra. Fruncí el ceño y
él reparó enseguida en la sospecha que no traté de ocultar—.
Está arrugada y estropeada. Me niego a que me vean así.
—Tu consideración es abrumadora. Puede que me desmaye
y todo.
Inspeccioné su chaqueta. El lujoso material quedaba tirante
sobre sus anchos hombros, acentuando los músculos tensos y
las líneas duras de su pecho. Por supuesto que preferiría
aparecer semidesnudo en lugar de con una camisa arrugada
frente a cualquier súbdito demoníaco. Casi puse los ojos en
blanco ante su vanidad, pero me las arreglé para mantener una
expresión neutral.
Me fijé en algo que había pasado por alto la noche anterior:
ahora llevaba ambos amuletos. Los primeros atisbos de ira
burbujearon en mi interior, pero aplasté ese sentimiento. Ya
había soportado pruebas suficientes por un día.
Se abrochó el botón por encima de los pantalones, dejando
una imagen sin obstrucciones de su esculpido torso y el más
mínimo indicio de la funda de cuero. La espada forjada por
demonios no era su mejor arma: con mirarlo a él, cualquiera
dudaría en levantar una mano.
Los ojos de Wrath brillaron con placer libertino cuando vio
lo que me había llamado la atención.
—¿Quieres que vuelva a desabrocharlo? ¿O preferirías
hacerlo tú?
—No te lo creas tanto. Estaba pensando en lo engreído que
eres, no derritiéndome por ti.
—Anoche deseabas meterte debajo de mi cuerpo. De hecho,
fuiste bastante insistente.
Levanté el mentón. Era capaz de detectar las mentiras, así
que no me molesté en elaborar una.
—La lujuria no requiere que alguien te guste o que lo ames.
Es solo una reacción física.
—Tenía entendido que no estabas interesada en besar a
alguien a quien odiaras —dijo con frialdad—. ¿Debo creer que
ahora te parece bien acostarte con alguien que responda a esa
descripción?
—¿Quién sabe? Tal vez sea culpa de este reino y sus
perversas maquinaciones.
—Mientes.
—De acuerdo. Puede que me sintiera sola y asustada y tú me
proporcionaras una distracción.
Remetí la camisa dentro de mis faldas. Era mucho más
cálida y estaba encantada de dejar atrás el corsé metálico. Me
incliné para recuperar mi cinturón de serpiente y me lo
abroché alrededor de la cintura.
Wrath siguió cada uno de mis movimientos, sus ojos
dorados me evaluaban. Por raro que resultara, parecía
genuinamente intrigado por mi respuesta.
—De todas formas, ¿qué más te da? —pregunté—. No es
como si tú fueras a compartir mi cama.
—Me pregunto qué ha cambiado.
—Que estamos en el inframundo, por ejemplo. —Entrecerró
los ojos, detectando incluso la más pequeña de las mentiras.
Interesante—. Déjame aclarar cualquier confusión. Resultas
muy agradable a la vista. Y en algunas ocasiones en las que la
lógica falla, puede que te desee, pero nunca te amaré. Disfruta
de la ilusión de anoche: una fantasía. Es lo único que fue y lo
único que será.
Me dedicó una sonrisa burlona mientras volvía a colocarse
la corona.
—Ya lo veremos.
—Me tienta mucho apostar, pero me niego a rebajarme a tu
nivel.
Su mirada ardiente me recordó a los rescoldos de un fuego a
punto de encenderse de nuevo.
—Oh, yo creo que disfrutarías cada segundo de rebajarte a
mi nivel. Cada resbalón y caída harían que tu pulso se
acelerara y tus rodillas temblaran. ¿Quieres saber por qué?
—En absoluto.
Una molesta media sonrisa apareció en su rostro. Se inclinó
más cerca de mí y moduló la voz hasta un volumen
imposiblemente bajo.
—Las raíces del amor y del odio se hallan en la pasión —
susurró mientras arrastraba los labios a través de mi mandíbula
y los acercaba, despacio, a mi oreja. Se me entrecortó la
respiración por su proximidad, su calor. Él retrocedió lo
suficiente para encontrarse con mi mirada, su atención recayó
en mi boca. Por un momento pensé que iba a inclinarme la
cara hacia arriba, hacia la suya, pasar su lengua por la
comisura de mis labios y saborear mis mentiras—. Es extraño
lo borrosa que se vuelve esa línea con el tiempo.
Mi traidora boca se abrió en un suspiro. Antes de que yo
pudiera detectar siquiera que él se había movido, se deslizó
fuera de nuestro pequeño refugio. Un escalofrío me recorrió la
columna. No era el frío lo que me inquietaba; era el brillo de
determinación en sus ojos. Como si hubiera declarado la
guerra y se negara a alejarse del atractivo de la batalla. No
tenía claro si se refería al hecho de que yo nunca lo amaría o a
que nunca me acostaría con él, pero provocar al general de la
guerra significaba problemas, fuera como fuere.
Mientras me ponía la capa, recordé las advertencias de
Nonna sobre los Malditos: cómo una vez que alguien llamaba
la atención de un príncipe demonio, este no se detendría ante
nada para reclamar a esa persona.
La forma en que Wrath me había mirado me hacía pensar
que esas historias eran ciertas. Y a pesar de su proclamación
anterior de que yo tendría que ser la última criatura de
cualquier reino para que él me deseara y del hecho de que
ahora estaba prometida a su hermano, sin lugar a dudas, algo
acababa de cambiar.
Que la diosa nos ayudara a ambos.

La mañana pataleó y gritó para abrirse paso hacia el mediodía,


como si fuera un niño mimado en plena rabieta. Aparecieron
unas ráfagas de nieve, feroces y aullantes, y desaparecieron tan
rápido como habían llegado. Cuando empezaba a pensar que el
clima por fin se había vuelto moderado, nos arrojó hielo.
Tenía mechones congelados de pelo oscuro pegados a la
cara, y la capa se me adhería al cuerpo como una segunda piel.
Tenía frío y me sentía desdichada de una manera que nunca
había experimentado en casa, en mi cálida isla. Varias partes
del cuerpo me quemaban o picaban por culpa del hielo, y hacía
mucho que había perdido la sensibilidad en los pies. Esperaba
no perder un dedo del pie, o tres, por congelación.
Cada vez que sentía los primeros indicios de desesperanza
acercándose, apretaba los dientes y seguía adelante, con la
cabeza gacha, mientras las ráfagas de viento continuaban
azotándome. Me negué a sucumbir a los elementos a aquellas
alturas de mi misión. Mi hermana nunca se daría por vencida
si lo estuviera haciendo por mí.
Haría falta algo mucho peor que el hielo para detenerme.
O Wrath conjuró una ilusión o los elementos no se
atrevieron a meterse con su principesco ser. Su pelo no se vio
afectado y su ropa permaneció seca. Como si su actitud
arrogante con respecto al viaje no me hubiera molestado lo
suficiente ya, la forma en que el clima se doblegaba a su
voluntad fue suficiente para irritarme todavía más. Era de lo
más injusto que tuviera ese aspecto arrebatador mientras yo
parecía una náufraga empapada que llegaba a la costa después
de varios meses largos y duros en el mar.
Los pocos momentos en los que no estaba nevando o
granizando o alguna combinación terrible de las dos cosas, una
niebla espesa y fría se cernía sobre nosotros como un presagio
de un desagradable dios invernal. Estaba empezando a pensar
que allí había un poder superior que disfrutaba jugando con los
viajeros.
Si eso era cierto, lo encontraría y lo sumergiría,
repetidamente, en uno de sus propios baños de hielo.
El tiempo no dejaba de estirarse, aunque el sol no llegó a
aparecer del todo. Solo unos pocos tonos de gris teñían el
cielo. Wrath y yo apenas hablamos después de nuestra
conversación matutina, y a mí esa situación me parecía
perfectamente bien. Muy pronto estaría en la casa del Orgullo
y no necesitaba que un enredo complicado con otra casa
demoníaca arruinara mis planes.
Después de lo que calculé que serían una o dos horas más en
nuestro viaje, empecé a temblar sin control. Cuanto más
intentaba obligar a mis músculos a estarse quietos, más se
rebelaban. Nonna siempre nos decía que encontráramos la
parte positiva en cualquier situación, y yo me sentía tan
emocional y físicamente drenada por el clima helado que me
libré de que el Corredor del Pecado siguiera poniéndome a
prueba.
Mis escalofríos no tardaron mucho en volverse lo bastante
violentos como para llamar la atención de Wrath. Me evaluó
con la mirada, hizo una mueca y caminó más rápido. Por poco
no me ladró para que siguiera adelante. Para que me diera
prisa. Para que levantara los pies. Más alto, más rápido,
muévete, sigue, ahora. Era el poderoso general de la guerra y
no me costó nada imaginar cuánto lo odiarían sus soldados por
los ejercicios que los obligaba a hacer.
Cuando un sinfín de alfileres y agujas dolorosas comenzaron
a pincharme por todas partes del cuerpo, me distraje con un
nuevo juego. Tal vez fuera el Corredor del Pecado
animándome, pero imaginé todas las formas en las Wrath
podría resbalar por un precipicio y estrellarse contra las rocas
escarpadas de debajo. Lo veía todo con tanta claridad…
… correría tras él, con el pulso acelerado, mientras seguía
las ramas rotas y la destrucción que dejaría a su paso; su gran
cuerpo chocando con violencia contra todo lo que se
interpusiera en su camino hacia abajo. Una vez que lo atrapara,
me arrodillaría y le buscaría el pulso, frenética. Entonces me
empaparía los dedos en su sangre caliente y dibujaría
corazoncitos y estrellitas con ella.
Miró por encima del hombro, con el ceño fruncido.
—¿Por qué estás sonriendo?
—Estoy fantaseando con pintar el mundo con tu sangre.
—Eso explica esa mirada demasiado indulgente. —El muy
retorcido sonrió y el Corredor del Pecado pronto dejó de
empujarme de la glotonería a la ira. Antes de que me desatara,
dijo como quien no quiere la cosa—: ¿Te he dicho alguna vez
que tu ira es como mi afrodisíaco personal?
No, no lo había hecho. Pero, por supuesto, al demonio que
regía sobre la guerra lo excitaba el conflicto. Respiré hondo,
intentando calmar mi enfado y la ira hacia la que seguía
viéndome empujada.
—Si deseas mantener intacto tu apéndice favorito, te
recomiendo que no hables.
—Cuando termines de pensar en mi impresionante apéndice,
te sugiero que te muevas más rápido. Tenemos un largo
camino que recorrer. Y ya pareces medio muerta.
—Tu talento para hacer que una mujer se desmaye solo es
superado por tu encanto, príncipe Wrath.
Sus fosas nasales se ensancharon e hice un trabajo pésimo
ocultando la diversión que sentí. Lo cual solo hizo que
frunciera aún más el ceño. Wrath no volvió a provocarme
durante unas pocas horas, pero no era porque estuviera de mal
humor. Estaba centrado en algo, tenso. Albergaba la fuerte
sospecha de que estaba más preocupado de lo que dejaba
entrever. Hice todo lo que pude para seguirle el ritmo,
concentrándome en el objetivo final en lugar de en mi
miserable presente. Nos abrimos paso por el traicionero
sendero, el tiempo avanzaba en incrementos
insoportablemente más lentos cada vez. Empecé a resbalar
mucho y a recuperar el equilibrio justo antes de caer por el
borde.
Wrath me fulminó con la mirada, reuniendo suficiente ira en
mí como para seguir adelante, aunque solo fuera para
fastidiarlo. No estaba segura de cuánto tiempo había tardado
en darme cuenta, pero un hecho hormigueó en la parte
posterior de mis sentidos confusos. Wrath se había adelantado
bastante, asegurándose de que el terreno fuera transitable,
cuando sentí una ligera punzada de inquietud que se convirtió
en un pinchazo constante imposible de ignorar.
Dejé de caminar, y el sonido del crujido de la nieve se oyó
durante por lo menos medio latido más antes de que nos
envolviera un silencio inquietante. Despacio, paseé la mirada a
mi alrededor. Aquella parte del paso estaba bordeada de
árboles, cuyas ramas cargadas y arqueadas por la espesa nieve
impedían ver más allá de ellas en la sección más oscura del
bosque. Las ramas sobrecargadas de los árboles crujían y
gemían. Otro chasquido de la nieve.
Exhalé y mi aliento se mezcló con la niebla. El sonido de las
ramas rotas cayendo creaba aquella atmósfera embrujada. Me
di la vuelta y me quedé inmóvil. Una enorme criatura de tres
cabezas parecida a un perro me miraba fijamente, con las
cabezas inclinadas y tres pares de orejas aguzadas. Su pelaje
era tan blanco como la nieve que caía y sus ojos eran de un
azul glacial. Esos extraños ojos se clavaron en los míos,
primero con las pupilas dilatadas y luego contraídas.
Casi ni respiré por miedo a incitar un ataque. Sus colmillos
eran el doble de grandes que los cuchillos de mesa, y parecían
igual de afilados. La criatura olfateó el aire y su nariz húmeda
casi me rozó la garganta cuando su cabeza de en medio se me
acercó.
Me tragué un grito cuando avanzó un paso más, esos ojos
helados iluminados con…
Antes de que pudiera gritar pidiendo ayuda, todas sus
mandíbulas se abrieron y cerraron como si quisieran
morderme, pero cambió de opinión, para su sorpresa y la mía.
Negó con la cabeza, los ojos se le pusieron vidriosos y se
alejó. Era un depredador que detecta una amenaza mayor. Caí
en el terraplén y me quedé mirando, estupefacta, mientras se
escabullía en retirada hacia el bosque, todavía sosteniéndome
la mirada y gruñendo con suavidad.
No volví a respirar hasta que desapareció de la vista. El plan
de proyectar una imagen de valentía en el inframundo no
estaba yendo demasiado bien.
—Sangre y huesos. ¿Qué era eso?
—Si has terminado de jugar con el cachorro, me gustaría
continuar con nuestro viaje.
—¿Cachorro?
Giré mi cabeza en dirección al demonio. Wrath estaba a
unos pasos de distancia, con sus poderosos brazos cruzados y
una molesta sonrisa en el rostro. Sin ayudar, sin ofrecerse a
ello. Solamente burlándose de una situación que podría
haberse puesto fea muy deprisa. Una actitud típica de
demonios.
—¡Era del tamaño de un caballo pequeño!
—Abstente de ensillarlo. No les gusta que los monten.
—Qué gracioso. —Me puse de pie y me limpié la nieve de
la capa. Como si no hubiera estado lo bastante helada y
mojada antes—. Podría haberme mutilado y matado.
—Hay ciertos demonios menores que llaman «hogar» a los
bosques y las tierras periféricas. Los sabuesos infernales son lo
que menos deben preocuparte. Si has acabado ya con el
dramatismo, pongámonos en marcha. Ya hemos perdido
suficiente tiempo.
Por supuesto, el demonio tenía que llamar «cachorro» a un
sabueso infernal de tres cabezas y decir que yo estaba siendo
dramática sobre el asunto. Eché a andar y lo dejé atrás
mientras murmuraba todas las obscenidades que podía
recordar. Su risa oscura hizo que mis pies se movieran más
rápido, para que el Corredor del Pecado no me implantara más
ideas perversas.
Seguimos viajando, por fortuna, sin más encuentros con la
fauna del lugar. Nuestro mayor desafío era la implacable
tormenta. Juré en silencio que nunca volvería a romantizar la
nieve.
Cuando pensé que nuestra miseria tempestuosa estaba
llegando a su fin, otra montaña imponente apareció entre la
niebla. Tuve que inclinarme todo lo que pude hacia atrás y aun
así no alcanzaba a ver la cima.
Reprimí un pequeño gemido. No había ninguna posibilidad
de que pudiera arrastrar mi cuerpo congelado por ese
mastodonte. Sentía rara la cabeza; una combinación de mareo
y agotamiento. O vértigo. Consideré dejarme caer allí mismo.
Puede que me vinieran bien unos minutos de descanso.
Wrath se adelantó y me dejó donde estaba, contemplando mi
muerte casi segura. Al igual que cuando había apoyado una
mano en las puertas del infierno, colocó la palma contra la
pared rocosa. Una luz dorada brilló mientras ordenaba en
silencio a la montaña que obedeciera su voluntad.
O tal vez estuviera susurrando una amenaza a un dios del
infierno que le debía un favor.
Me encontraba demasiado lejos para escuchar lo que decía y
me reí al pensar en lo que podría estar pidiendo. Me reí a
carcajadas cuando una sección de la montaña se deslizó hacia
atrás, como si se tratara de su propia puerta personal. Por
supuesto. Una montaña que cumplía todos sus deseos. ¿Por
qué no?
Lástima que no ordenara a la tormenta que se detuviera,
como debería haber hecho antes con el sabueso del infierno.
Lo más probable era que hubiera metido la cola entre las
piernas y hubiera echado a correr en la dirección opuesta.
Por alguna razón, las imágenes me hicieron doblarme por la
mitad y reírme tan fuerte que varias lágrimas bajaron rodando
por mi cara. Un segundo después, se me olvidó qué era tan
gracioso. La nieve caía en copos más pesados. Se me ralentizó
el pulso, sentía el corazón tenso. Me sentía como si me
estuviera muriendo. O viajando a una isla de…
Wrath estuvo ante mí en un instante, sus fuertes manos me
agarraron los brazos. No me di cuenta de que me había estado
tambaleando hasta que él me estabilizó. Incluso con su ayuda,
todo seguía girando sin control y cerré los ojos con fuerza, lo
que solo empeoró las cosas.
Los volví a abrir y traté de concentrarme en un punto fijo
para aliviar la sensación.
El rostro severo de Wrath apareció ante mí.
Me miraba con el ceño fruncido. Si hubiera conservado la
capacidad de hacerlo, habría puesto los ojos en blanco ante su
valoración crítica de todo lo que él creía que me faltaba. No
todos habíamos sido bendecidos con la posibilidad de parecer
una deidad malévolamente hermosa mientras caminábamos
por el infierno. Sonrió.
Debía de haber dicho esa última parte en voz alta.
—Tal vez debería cargar contigo el resto del camino. Si
estás haciendo comentarios sobre mi aspecto divino, es que
debes de estar tremendamente enferma.
—No. Rotundamente, no.
Me tambaleé hacia la abertura que había hecho en la
montaña, desesperada por dejar atrás la nieve. Logré dar dos
pasos en el interior oscuro del túnel antes de que algo barriera
mis piernas y un brazo cálido y musculoso me rodeara los
hombros, impidiendo que me moviera.
Me retorcí, humillada al ver que cargaba conmigo como si
fuera una muñeca de trapo o una niña. Wrath no se inmutó
ante los intentos que hice por liberarme. Como la futura reina
de los Malditos, aquella no era la primera impresión que
quería causar. Medio delirando, medio congelada y
dependiendo por completo de un demonio.
Wrath había dicho una vez que allí el poder lo era todo e,
incluso en mi delirio, sabía que renunciar al mío durante un
momento siquiera me convertiría en un blanco fácil.
—Bájame.
—Lo haré.
Mi cabeza rodó hacia atrás y aterrizó en el rincón entre su
hombro y su cuello. Era deliciosamente cálido.
—Me refería a ahora mismo.
—Soy muy consciente de eso.
El mundo se balanceaba con cada uno de sus pasos, se
oscurecía. De repente fue un esfuerzo permanecer despierta.
Sentía la piel extrañamente tirante. Todo estaba demasiado
frío. El sueño haría que todo eso desapareciera. Y entonces
podría soñar. Con mi hermana. Con mi vida antes de haber
invocado a un demonio. Y con la época en la que había creído
como una tonta que el amor y el odio no estaban ni cerca de
ser la misma emoción.
—Te odio. —Mis palabras salieron más lentas de lo que
deberían—. Te odio de la más oscura de las maneras.
—También soy muy consciente de eso.
—Mi futuro esposo no puede verme así.
Lo sentí, más que lo vi, sonreír.
—Conociéndote, estoy seguro de que verá cosas mucho
peores.
—Grazie. —Imbécil. Me acurruqué contra su calor y
suspiré, socavando mis propias demandas de que me
depositara en el suelo. Solo descansaría un minuto—. ¿Crees
que me gustará?
Los pasos de Wrath no vacilaron en ningún momento, pero
me abrazó un poco más fuerte.
—El tiempo lo dirá.
Me quedé dormida y me desperté de golpe en lo que esperé
que hubiera sido solo un momento o dos más tarde. Entre la
oscuridad del túnel y su paso firme y rítmico, era difícil
mantenerse alerta. Pensamientos y recuerdos absurdos se
agolparon en mi cabeza y mis labios los derramaron.
—Dijiste que no lo harías.
—¿Que no haría qué?
El retumbar de su voz me vibró en el pecho. Era
extrañamente reconfortante. Presioné la mejilla contra su
corazón y lo escuché latir más rápido. O tal vez fuera una
ilusión. Su piel desnuda ardía contra la mía. Era casi doloroso.
—Cuidar de mí. Dijiste que no lo harías…
No respondió. No era que esperara que lo hiciera. No era
indulgente ni amable. Era duro y áspero, y lo alimentaban la
rabia y el fuego. Entendía de batallas, guerras y estrategias. La
amistad no se contaba entre esas cosas. Sobre todo, una que
involucrara a una bruja. Yo era una misión para él, una
promesa que había hecho a su hermano, nada más. Eso lo
entendía, aunque en el fondo me doliera. Yo tenía mis
objetivos, mis propios planes. Y no dudaría en destruir a
cualquiera que interfiriera en ellos.
Incluso a él.
El sueño por fin me atrapó en su abrazo y me relajé contra el
cuerpo de Wrath. Quizá fuera a sorprenderme
introduciéndonos a escondidas en la casa del Orgullo a través
de una entrada secreta para evitar a cualquier demonio
entrometido. Solo podía esperar que me concediera un poco de
misericordia.
Desde algún lugar lejano, podría haber jurado que susurró:
—Mentí.
CUATRO
—¿Está muerta? —Tardé un minuto en
ubicarla, pero reconocí aquella voz masculina. Anir. El
segundo al mando humano de Wrath. El demonio respondió
con una obscenidad que sonó terriblemente a Por supuesto que
no, maldito idiota—. ¿Me lo reprochas? Parece bastante
muerta. Tal vez debas dejar que el destino siga su curso. Nadie
te culpará si el corazón se le para. Ni siquiera…
—Cuidado. No recuerdo haber pedido tu opinión.
Unos dedos encallecidos me tantearon la garganta y me
agarraron la muñeca. Intenté incorporarme, pero estaba atada a
algo duro como una roca e inmóvil.
—Majestad, deberíamos alertar a la matrona. No creo que
esto…
—Trae una taza de agua tibia y más mantas. Ahora.
Sentía la piel como si alguien me hubiera arrojado al fuego y
me hubiera impedido alejarme de las llamas. Beber algo cálido
o taparme con una manta era lo último que quería hacer. Me
retorcí para librarme de mis cadenas y una de ellas se soltó y
alisó mi cabello hacia atrás. Brazos, no cadenas. Wrath todavía
me tenía contra su cuerpo. Intenté abrir los ojos, pero no fui
capaz. Él dio unos pasos y me colocó con cuidado sobre un
colchón. Al menos esperaba que fuera eso.
Lo que significaba… el corazón me retumbó en el pecho.
Debíamos de estar en el castillo del diablo. El pánico me
impulsó a arañarle los brazos mientras él trataba de alejarse. A
pesar de mi bravuconería anterior, no quería quedarme a solas
con el rey de los demonios. Al menos no así.
—N-no… no…
—No te muevas demasiado o se te podría paralizar el
corazón.
La respiración me salió entrecortada.
—T-tu forma de t-tratar a los e-enfermos…
—¿Es detestable? Hay una razón por la que no soy sanador.
La verdad casi nunca es apetecible. Ya te quejarás luego.
Tienes un caso leve de hipotermia. —Se desprendió con
suavidad de mi agarre mortal y retrocedió. Podría haber jurado
que me rozó con los labios la frente ardiente antes de
levantarse por completo de la cama. Cuando habló, su tono fue
lo bastante duro como para hacer que me preguntara si me
había imaginado el beso—. Túmbate y no te muevas.
Oí el sonido de una tela al rasgarse. Abrí los ojos cuando la
conmoción me recorrió entera. Wrath estaba inclinado sobre
mi cuerpo, rasgando mi ropa congelada por el centro como si
no tuviera más sustancia que un pedazo de pergamino. Las
faldas, la camisa, el cinturón. Unos cuantos tirones más y el
aire fresco recorrió mi piel quemada.
Casi gemí de placer cuando sacó mi ropa húmeda de debajo
de mí y la tiró bien lejos. Ni siquiera me importaba estar
desnuda frente al demonio. Otra vez.
Quería arrancarme la carne con las uñas y sumergir el
cuerpo en una tina de hielo. Lo cual era extraño si tenía en
cuenta que hacía no mucho me estaba congelando. Se me
cerraron los ojos y no importó lo mucho que lo intentara, no
pude reabrirlos. Extrañas imágenes pasaron por mi mente.
Recuerdos borrosos y fragmentados revoloteaban en una
espesa niebla, un posible resultado de un cerebro moribundo.
O tal vez fueran visiones de un futuro que nunca conocería y
que se estaban burlando de mí. Estatuas y flores. Fuego.
Corazones en tinajas, un muro de calaveras.
Nada tenía sentido.
—Emilia… quédate conmigo.
Wrath tomó mi mano y me masajeó todos los dedos con
suavidad para imbuirles calor. Si estaba intentando
mantenerme despierta, no estaba funcionando. Una paz
soñolienta cayó sobre mí y me relajé bajo sus caricias mientras
los recuerdos y las extrañas imágenes se desvanecían.
Desplazó sus esfuerzos por ayudarme de mis dedos a mi
muñeca y luego subió despacio por el brazo hasta el codo,
antes de pasar a atender mi otra mano.
Una vez que terminó de frotarme los dedos para devolverlos
a la vida, se desplazó cama abajo. Me levantó la pierna por el
tobillo con una mano y usó la otra para devolverme la
sensibilidad a los dedos de los pies igual que había hecho con
los de las manos. Las yemas de sus pulgares se deslizaron
hasta el arco de mi pie, y dejé escapar un suave gemido
mientras empleaba la cantidad justa de presión para aliviarme
el dolor que sentía ahí.
Alguien llamó a la puerta y Wrath ordenó que lo dejaran
todo fuera. Unos pasos resonaron en la habitación, una puerta
se abrió y luego se cerró de golpe, y a continuación volvió a
mi lado y me cubrió delicadamente el cuerpo con la tela más
suave que jamás había tocado.
Ahogué un grito. Me sentía como si me hubiera rociado con
queroseno y encendido una cerilla. Pateé para quitarme la
manta de encima y me gané un gruñido de frustración del
demonio.
—Para. —Me obligó a recostarme y volvió a envolverme en
la manta. Noté una pesadez asentándose a mi lado un instante
después. Dos grandes brazos rodearon mi cuerpo y me
acercaron más a él, su barbilla descansó sobre mi cabeza. Pasó
una pierna por encima de mi cadera, asegurando así nuestra
conexión.
Él era fuego. Y yo ya estaba ardiendo. Traté de alejarme de
él rodando, con el objetivo de acabar en el suelo. Quería
arrastrarme bajo las tablas del suelo y hundirme en la tierra
como un animal en hibernación. El agarre de Wrath nunca
vaciló, me tenía atrapada contra su cuerpo. Y, con su fuerza
sobrenatural, daba igual cuánto me esforzara en liberarme si él
decidía no soltarme.
El instinto de supervivencia entró en acción: me convertí en
un gato salvaje que arañaba al que intentaba enjaularme.
Los brazos de Wrath eran sendas barras de acero.
—Quítate de encima.
—No.
—¿No te enseñó tu Hacedor la forma correcta de tratar a las
mujeres?
—Vive y entonces respetaré tus deseos —espetó.
—No lo entiendes… —Estaba loca de furia y desquiciada
por la necesidad de moverme. Tenía sus brazos apretados a mi
alrededor, pero nunca de forma dolorosa—. Necesito estar en
el suelo. Tengo que ir bajo tierra.
—Es un síntoma común de la hipotermia. Se te pasará
cuando estés estable otra vez. —Deslizó un brazo detrás de
mis hombros y me inclinó hacia arriba—. Bebe esto. Ahora.
Su tono indicaba que me pellizcaría la nariz y me obligaría a
tragar si no obedecía. No era una niñera delicada. Probé un
sorbo del líquido tibio y contuve un grito. Todo resultaba
demasiado caliente. Wrath me volvió a colocar sobre una
almohada y lentamente me acomodó otra manta encima. El
contacto fue ligero como una pluma, pero me dolió
muchísimo. El dolor se intensificó hasta pasar a ser lo único
que ocupaba mi mente.
Serré los dientes, intentando detener el castañeteo. Por
suerte, meros momentos después de beber el líquido, entré y
salí de varios grados de conciencia. Me pregunté si habría
echado algo en la bebida para hacerme sentir somnolienta,
pero no pude reunir la energía suficiente como para
experimentar una sensación amenazante. Si me quisiera
muerta, habría dejado que la naturaleza se encargara de mí.
Un movimiento me sacó de mi febril batalla contra la
lucidez algún tiempo después. Se me había olvidado dónde
estaba. Con quién estaba. Una luz cálida enmarcó en dorado
una gran silueta.
Entrecerré los ojos, preguntándome quién habría enviado a
un ángel. Entonces recordé. Si el ser celestial que me estaba
mirando había sido un ángel alguna vez, ahora era algo
diferente. Algo que temer y evitar. Algo que aceleraba
corazones y provocaba que las rodillas temblaran.
Estaba tan prohibido como el fruto ofrecido a Eva, pero de
alguna forma era aún más tentador.
En un estado de ensueño, observé cómo Wrath encaraba
tareas de lo más peculiares. Rellenar una taza de líquido tibio.
Ayudarme a sorberlo hasta que un calor meloso se extendió
lentamente por mi cuerpo. Pacífico y calmante, un enorme
contraste con el infierno que había sentido antes. Me arropó
con más mantas. Echó leña al fuego que ardía en una enorme
chimenea frente a una cama hecha de medianoche. Las
sábanas eran blancas y plateadas como las estrellas fugaces.
Me resultaban extrañamente familiares, aunque nunca las
había visto.
En un momento dado, me di la vuelta para quedar de cara a
él y observé que sobre su piel desnuda brillaba una capa de
sudor. También se había metido bajo las mantas, sus brazos me
rodeaban en un cómodo abrazo, y el calor de su cuerpo
alimentaba el mío. Era extraordinario.
Y no tenía nada que ver con su aspecto físico.
Levanté la mirada hasta sus ojos. Manchas negras salpicaban
sus iris dorados como pequeñas estrellas que rodeaban sus
pupilas. Me observó inspeccionar sus rasgos, su propia mirada
examinando mi rostro con la misma intensidad. Me pregunté
qué veía cuando me miraba, cómo se sentía.
—A veces —mi voz sonó áspera y suave—, a veces creo
que quiero ser tu amiga. A pesar del pasado. Puede que
debamos considerar una alianza entre nuestras casas.
Tensó la mandíbula, como si la mera idea de una amistad o
una alianza fuera espantosa.
—Descansa.
El fuego ardía ahora con fuerza en la habitación. Mis
párpados se cerraron como si les hubiera ordenado que
obedecieran. El mundo se nubló.
—Wrath… —Quería decir «gracias», pero el sueño me robó
las palabras.
Habló en susurros y en voz muy baja. Me retiró el pelo de la
cara con su enorme mano tatuada. Sentía como si estuviera
compartiendo un secreto, algo vital. Tan importante que
cambiaría mi realidad para siempre. Me acurruqué más cerca
de él, esforzándome por escuchar. Su voz retumbó a través de
mí como una tormenta lejana, intentó despertar algo antes de
que volviera a dormirse.
No fui capaz de retener nada y me quedé dormida una vez
más.

La siguiente vez que desperté, el lado de la cama de Wrath


estaba vacío. Sin su enorme cuerpo y sus constantes miradas
ceñudas o sus cuidados no tan suaves, la habitación parecía
demasiado grande.
Una habitación.
Solté una respiración entrecortada y me puse alerta al
instante. La peor parte de mi estado delirante había
desaparecido y sentí como si la realidad fuera una montaña
que me estuviera aplastando. Wrath me había llevado a… no
estaba segura. El día anterior no había podido echar un buen
vistazo a dónde estaba. Me froté los restos de sueño de los ojos
y miré hacia arriba, donde vi un puñado de constelaciones.
Muy inesperado.
Parpadeé. Habían pintado el techo para que pareciera un
cielo lleno de estrellas. Eso tampoco era del todo cierto.
Cuando lo inspeccioné más detenidamente, vi que las
constelaciones eran en realidad pequeñas luces que emitían un
suave brillo en un techo pintado de un tono de azul oscuro que
tendía hacia el morado.
Paseé mi atención por la estancia. Era enorme. Elegante.
Las paredes eran de un blanco níveo puro con paneles
repletos de molduras decorativas, y la enorme chimenea al otro
lado de la cama estaba rematada en plata, en cuya brillante
superficie se reflejaban las llamas. Un espejo gigante y
ornamentado colgaba sobre ella. Había candelabros de plata a
ambos lados de la repisa de la chimenea, y otro juego idéntico
en la pared de detrás de la cama. Me sorprendió ver la plata y
no el oro característico de Wrath, aunque tenía la sospecha de
que en realidad aquel metal era oro blanco.
Una moqueta azul oscuro hacía juego con el tono exacto del
techo, y la cama parecía tallada en la misma piedra preciosa
que rodeaba las puertas del infierno. Sobre la moqueta oscura
había una alfombra amarilla tejida con hilos de oro.
Todos los tejidos eran suaves, lujosos, y desprendían un
ligero olor al aire fresco del invierno y a almizcle.
En el otro extremo de la habitación, un conjunto de sillas de
cristal y una mesa a juego estaban colocadas con muy buen
gusto en un rincón. Si no fuera porque los bordes relucían a
causa del fuego, podría haberlas pasado por alto por completo.
Junto a la chimenea había un enorme armario de madera
oscura, alto e imponente. En las puertas habían tallado
pequeñas flores, estrellas y serpientes. Los pomos tenían forma
de lunas crecientes. Me recordaron a un símbolo de la triple
diosa incompleto. Junto al armario había una puerta que
conducía a otra habitación o a un pasillo.
Era muy diferente del palacio abandonado que Wrath había
requisado en mi ciudad.
Giré sobre mí misma. A mi izquierda, otra puerta conducía a
un baño, si acaso las salpicaduras de agua podían servir de
indicación. A un lado colgaba un gran lienzo. El marco era de
plata y estaba tan ornamentado como el espejo sobre la
chimenea, y debía de haber costado una pequeña fortuna.
La propia pintura parecía un bosque encantado sacado
directamente de las páginas de un cuento de hadas. Los tonos
verdes atenuados y los marrones intensos daban vida al
paisaje. Un derroche de flores oscuras salpicaba el primer
plano. Enredaderas de hiedra rodeaban los enormes troncos de
los árboles.
Había árboles frutales que ofrecían delicias maduras, desde
manzanas hasta enormes granadas repletas de semillas y
cítricos varios. La niebla flotaba sobre el suelo cerca del centro
y la escarcha cubría los pétalos de las flores que se veían a la
derecha. La paleta que había usado el artista era oscura pero
apagada. Era una escena viva, pero congelada. El verano
habitaba en un lado y el hielo invernal bañaba el otro.
Era un jardín por estaciones como ningún otro que hubiera
visto en la vida real. Sentí el impulso repentino de buscar de
inmediato al artista que lo había pintado, me despertaba mucha
curiosidad la inspiración que habría detrás de una pieza tan
única. Si se había basado en una ubicación real, quería
visitarla. Pero primero…
Me eché un vistazo a mí misma. Wrath me había arrancado
del cuerpo la única ropa que tenía en su intento frenético de
calentarme y la diosa sabía dónde había acabado. Suspiré y tiré
de las sábanas hacia arriba para intentar anudarlas a modo de
vestido improvisado.
Alguien se aclaró la garganta.
Se me aceleró el pulso y eso me indicó de sobra quién era
antes de mirarlo. Mi ritmo cardíaco se disparó hasta estar
increíblemente alto en el momento en que nuestras miradas se
encontraron y se negaron a despegarse.
Yo estaba en clara desventaja. Y pretendía remediarlo de
inmediato.
Wrath estaba apoyado contra el marco de la puerta, el
cabello oscuro despeinado y húmedo, el traje nuevo planchado
a la perfección, su expresión rayando en la contemplación. Me
escaneó lentamente; su mirada era aguda y su valoración,
clínica. Una túnica de ébano bordada con flores silvestres
colgaba de las yemas de sus dedos.
—Estás despierta.
—Qué observador.
—Pórtate bien. Soy quien tiene tu ropa.
Mi atención se deslizó a la ropa en cuestión.
—¿Dónde estamos?
—En un dormitorio, por lo que parece.
No se cansaba de ser un imbécil.
—¿Tuyo?
Negó con la cabeza, sin dar más detalles. Conté hasta diez
en silencio. Wrath esperó, con las comisuras de su boca
apuntando hacia arriba, como si irritarme fuera su diversión
más preciada.
Si tenía ganas de discutir, me sentiría más que feliz de
complacerlo. Hasta que recordé lo que había dicho acerca de
que que la ira era un afrodisíaco. Me mordí la lengua.
—¿Estamos en la casa de Pride?
—No. Esta es la casa de la Ira.
—El contrato…
—¿Quieres ir allí? —Puso mucho cuidado en que su tono
fuera neutral.
Había algo en la pregunta que parecía una trampa. Y no
quise verme en ninguna trampa demoníaca tan pronto, o
nunca, más bien. Tragué saliva.
—Hice un juramento de sangre.
—Eso no responde a mi pregunta.
Como si él respondiera a todas las mías. Decidí imitarlo y le
lancé una pregunta a mi vez.
—¿Qué importa? Firmé. Está hecho.
—¿Quieres ir allí? —repitió. Por supuesto que no quería ir
allí, y tampoco quedarme donde estaba. Quería hacer lo que
había ido a hacer e irme a casa. Cuanto más rápido, mejor.
Apreté los labios, sin querer responder en voz alta, y me
obligué a pensar en algo agradable. Él sentía las emociones y
las mentiras. Y yo tenía una teoría que necesitaba poner a
prueba. Entrecerró los ojos mientras analizaba mi expresión en
busca de la verdad que escondía—. ¿Eso es un «sí»?
Asentí.
Un raro acceso de emoción brilló en su cara, pero se
recompuso con rapidez y cruzó la habitación en unas pocas
zancadas largas. Si no lo hubiera estado estudiando, me habría
perdido esa reacción, que había desaparecido tan rápido como
un rayo. Ahora, la rabia brillaba en sus ojos. Una máscara para
cubrir su dolor.
—No te preocupes. Cuando mi hermano se tome un
descanso de sus constantes fiestas y de su libertinaje, y cuando
su maldito orgullo por fin se rinda lo suficiente como para
permitirme entrar en su odioso dominio, cumpliré mi parte del
trato.
Estaba bastante segura de que todos los dominios eran
odiosos a su manera, pero no me molesté en señalarlo.
—¿Necesitamos recibir invitación?
—A menos que quieras iniciar una pelea entre nuestras
casas, sí.
Archivé aquella información en mi mente. La enemistad
entre los príncipes sin duda crearía una buena distracción de
actividades aparentemente más inocuas, como el chismorreo.
—¿Si entras en su territorio sin su consentimiento, se lo
toma como una amenaza? ¿Incluso si estás cumpliendo sus
órdenes? —Wrath asintió—. No tiene ningún sentido. ¿Es
porque él es el rey y quiere recordarte cuál es tu lugar?
—Por estos lares, darse ínfulas reales es el pasatiempo
favorito de algunos.
Lo cual no respondía exactamente a mis preguntas. El
príncipe Wrath, uno de los temidos y poderosos Siete, general
de la guerra y maestro de la evasión. Una idea taimada asaltó
mi mente. Procuré que mis rasgos denotaran escaso interés y
oculté mi sonrisa. Wrath tenía muchas máscaras en su arsenal.
Era hora de añadir algunas a mi propia colección.
—Como su novia, ¿qué pasa si decido ir sola hasta él?
Técnicamente, ¿no pertenezco a la casa del Orgullo? Si es así,
no veo por qué debería aplicárseme esa regla. ¿Se consideraría
eso un ataque o una invasión, o disfrutaría de la sorpresa? A
menos que todavía rinda devoción a su primera esposa, lo cual
no puede ser cierto si es tan libertino como dices, estoy segura
de que me daría la bienvenida a nuestro lecho conyugal.
Dudé de que Wrath se hubiera dado cuenta, pero la
habitación se enfrió un poco. Había dado con un tema sensible.
—Pride te dará la bienvenida a su cama, a ti y a cualquier
otra persona por la que se sienta fascinado. A todas a la vez si
lo desea, y si tú lo permites las noches que estés con él.
Aunque sugiero que finjas que es el mejor amante del
universo; de lo contrario dañarás su pecado homónimo y te
encontrarás sola.
Estaba tan aturdida que olvidé las semillas de la discordia
que había estado intentando plantar.
—No puedes estar hablando en serio. ¿Pride querría
compartir nuestra cama con otra persona? ¿Mientras esté yo?
No lo entiendo.
—Aquí, el sexo no es visto como algo vergonzoso o
pecaminoso, Emilia. La atracción y el deseo son parte del
orden natural de la vida. Los mortales ponen restricciones a
tales cosas. Los príncipes del infierno, no.
—Pero Lust… su influencia. Está considerado un pecado,
incluso aquí.
—Mi hermano jugó sobre todo con tu felicidad, con las
cosas que traen todo tipo de placer y alegría, no solo los
impulsos carnales. Ser puesto a prueba o incitado hacia una
emoción en particular por lo general significa que es algo con
lo que este reino siente que tienes problemas. —Ladeó la
cabeza—. Si te asustan la pasión o la intimidad, puede que
experimentes una tasa más alta de deseo sexual hasta que
superes tus problemas personales al respecto. ¿Cuál es la que
te intimida?
Tragué saliva, incómoda con el tema del placer mientras
estaba a solas con Wrath y desnuda bajo las sábanas de seda.
—Ninguna de los dos. Y a ti no tiene que preocuparte.
Hablar de lo que haré o no haré con mi esposo es inapropiado.
Sobre todo, contigo.
Wrath arrojó la túnica a mi lado sobre el colchón, y siguió
mostrando su expresión fría.
—De nada por haberte mantenido con vida. Según mi
cuenta, ya van dos veces. Y no he visto ni una pizca de
gratitud en ninguna de las dos ocasiones.
Su tono vertió queroseno en mi temperamento burbujeante.
Me pregunté si sabría que su magia se estaba filtrando y que
me afectaba tanto. Puede que estar dentro de su casa
exacerbara mi furia, junto con la comprensión de que era
lamentablemente inexperta en ciertas áreas. No había pensado
en lo de acostarme con Pride, ni había considerado cualquier
otro deber como esposa con el que pudiera tener que cumplir.
Me sentía como una tonta, atrapada. Mi ira burbujeante
necesitaba una vía de escape y Wrath parecía ser el indicado
para el puesto.
—¿Siempre exiges un profuso agradecimiento después de
hacer lo más decente? Empiezo a creer que en realidad tu
pecado es el orgullo, no la ira. Está claro que tu ego es lo
bastante frágil. Tal vez debería arrastrarme a tus pies o hacer
un desfile en tu honor. ¿Eso te satisfaría?
—Cuidado, bruja.
—¿O qué? ¿Venderás mi alma al mejor postor? —me burlé
—. Demasiado tarde. No olvidemos que, si no fuera por ti y tu
engaño, yo ni siquiera estaría aquí, casi muriéndome de frío, ¡o
preocupada por tener que acostarme con tu hermano!
Si el odio pudiera capturarse con una mirada, lo dominaría.
—Hay ropa para ti en el armario. Ponte lo que quieras. Haz
lo que quieras. Ve donde quieras dentro de este castillo. Si
decides dejar la Ciudad de Hielo, buena suerte. Regresaré
cuando Pride me convoque. Hasta entonces, buenas noches, mi
señora.
Salió de la habitación. Sus pasos resonaron en otra estancia
antes de que una puerta se abriera y se cerrara y los escuchara
retumbar por el pasillo. Dejé escapar un suspiro de frustración.
Aquel demonio avivaba mi ira como ningún otro.
Maldito animal. ¿Cómo se atrevía a exigir la verdad cuando
él no ofrecía nada a cambio? Esperé a que mi pulso se calmara
solo. Sí que me sentía agradecida por todo lo que había hecho
la noche anterior. Y si me hubiera dado una oportunidad, le
habría hecho saber que apreciaba sus esfuerzos. No tenía
necesidad de frotarme las plantas de los pies. Eso no tenía
nada que ver con la congelación y sí mucho que ver con la
ternura.
—La diosa nos maldiga a los dos. —Suspiré. No había
tenido la intención de ponerme tan furiosa o de estallar por lo
de la cueva, pero esos sentimientos se habían estado
enconando. Lo mejor era abrir la herida y quitármelo de
encima.
A pesar de la tensa escalada de nuestra discusión, mi
pequeño experimento en parte había sido un éxito. Wrath solo
podía detectar una mentira con certeza cuando hablaba. Un
truco más que añadir a mi arsenal.
Consideré perseguirlo para retorcerle el cuello o besarlo
hasta dejarlo sin sentido, pero acallé esos impulsos. Para
descubrir la verdad de lo que le había pasado a Vittoria, al
final tendría que desentenderme de él. Y bien podía empezar
en aquel preciso instante. Pronto me infiltraría en el castillo de
Pride.
No conocía todas las reglas ni la etiqueta del reino de los
demonios, pero al menos ahora sabía que los príncipes no
allanaban el dominio real de otro. Una vez que me fuera,
Wrath y yo no volveríamos a vernos. Al menos, no durante un
tiempo.
Mi señora.
Cuánta palabrería.
Mi atención recayó en la túnica y una extraña sensación hizo
que el corazón se me acelerara. No me había fijado cuando el
demonio la había sostenido al otro lado de la habitación, pero
las flores bordadas hacían juego con nuestros tatuajes.
La tinta de un lavanda pálido simbolizaba un compromiso
que había establecido sin querer entre nosotros al invocarlo
por primera vez. Él había tardado unos pocos instantes en
darse cuenta de lo que yo había hecho y no se había molestado
en contarme la verdad. Me había enterado semanas después
por Anir, la noche en la que habíamos encontrado a otra bruja
asesinada en un callejón. Wrath me había jurado que me lo iba
a decir, que había estado esperando hasta que tuviéramos más
confianza para revelar nuestro matrimonio inminente, pero lo
dudaba.
Era calculador. Cada movimiento era estratégico. Había
juegos a los que todavía estaba jugando y planes secretos que
yo ni había empezado a descifrar. Tal vez tuvieran relación con
el asesinato de mi hermana, o tal vez no. No importaba con
cuánto celo guardara sus secretos, me enteraría de lo que
realmente estaba buscando de una forma o de otra. Si había
aprendido algo sobre él, era que estaba dispuesto a llegar
adonde hiciera falta para conseguir lo que deseaba.
Me miré el brazo tatuado. Había creído que los tatuajes a
juego desaparecerían al lanzar mi hechizo para deshacer el
compromiso esa misma noche. Pero no.
A pesar de la magia rota, seguían cambiando, obstinados,
como semillas plantadas y cuidadas que continuaban
creciendo. Pedazos de ambos alimentaban el diseño: sus
serpientes, mis flores, las lunas crecientes gemelas dentro de
un anillo de estrellas. Eran un recordatorio constante de mi
inexperiencia y de sus mentiras por omisión. Tracé los
delicados tallos y pétalos replicados en la túnica, la tela sedosa
y fresca. Era preciosa; exactamente lo que elegiría para mí si
tuviera suficientes recursos para adquirir una prenda tan fina.
Él lo sabía. Me conocía.
Puede que más de lo que estaba dispuesta a admitir. Y, sin
embargo, él seguía siendo un misterio para mí.
Recogí la túnica, me levanté de la cama y me quedé desnuda
ante el fuego crepitante. Hacía horas había estado muy cerca
de morir, y la piel me había ardido por culpa del hielo, no por
el fuego. Se había quedado toda la noche a mi lado,
acunándome contra su propio cuerpo. Un cuerpo que no estaba
helado, como Nonna solía clamar al contar sus historias sobre
los Malditos. Podría haber convocado a un sanador real para
que lo hiciera.
También podría haberme dejado morir, como había sugerido
Anir. Pero no lo había hecho.
Me acerqué la tela a la cara, aspiré el persistente aroma de
Wrath y luego la lancé directamente a las llamas.
CINCO
«Muerte por guardarropa» estaba destinado a
ser el epitafio de mi lápida, gracias a la obsesión de Wrath por
la ropa fina y los tejidos exquisitos. Había tantos vestidos y
faldas y corpiños y corsés y túnicas y medias y delicadas
prendas interiores de encaje y camisones y batas de seda que
tuve que cerrar las puertas talladas del armario y dar un paso
atrás. Era demasiado.
En casa tenía un puñado de vestidos sencillos sin corsé y
algunos de muselina. Dos pares de zapatos. Unas sandalias y
unas botas con cordones. Algunas blusas y faldas de andar por
casa. Vittoria y yo a menudo compartíamos ropa para que
nuestro escaso fondo de armario pareciera más grande de lo
que era.
Las prendas del interior de aquel armario no se parecían a
nada que hubiera visto en el mundo mortal. Y no era
simplemente por lo atrevidas que eran y la escandalosa
cantidad de piel que dejarían expuesta. Era por los colores
brillantes, el detalle de los bordados y su naturaleza
caprichosa.
Respiré hondo y volví a abrir el armario. Al fondo, había
zapatos alineados que iban desde pantuflas a zapatitos de tacón
y botas en un arcoíris de colores oscuros. En negro, carbón,
granate intenso, dorado e incluso algún morado oscuro y
plateado.
Cintas, encajes, cuero. Vestidos con estampados exóticos y
fantásticos con espinas, serpientes, flores y frutas y telas
brillantes que rivalizaban con el cielo nocturno. Sedas, tules,
terciopelos y algo tan suave y velloso que me lo froté contra la
mejilla.
Cachemir. Un recuerdo medio olvidado cobró vida. Una
pequeña cabaña en lo profundo de un bosque helado; una
columna de humo plateado serpenteando hacia el cielo.
Susurros, calderos y… y Nonna nos había dado a Vittoria y a
mí unos guantes de cachemir cuando visitamos a su amiga en
el norte de Italia una vez. Me había gustado el material
entonces y ahora me encantaba. Saqué el vestido lavanda
pálido y tragué saliva.
—Oh.
La moda en los siete círculos era mucho más ceñida y
reveladora que la ropa de mi mundo. El vestido me quedaría
igual que esos guantes y caería hasta la mitad del muslo. Si
tenía suerte.
Era la prenda más obscena con la que me había topado
jamás, más corta que cualquier camisón diseñado para aquellas
que ejercían su oficio en las casas de placer. Me preguntaba
cómo me sentiría al tener confianza y ser dueña de mi cuerpo y
mi sensualidad, sin disculparme ni sentirme tímida ante nadie.
De repente, me imaginé usando aquel vestido mientras
buscaba pelea con el demonio que lo había elegido…
… su mirada se oscurecería al recorrerme despacio, furioso,
haciendo que me hirviera la sangre. Lo empujaría contra la
superficie dura más cercana, sin aliento, y mientras él pasaría
los dedos sobre la suave tela de mis muslos, considerando con
cuidado su próximo movimiento.
Tal vez su fastidiosa boca se burlaría y bromearía mientras
ideaba estrategias para exprimir mi placer. Él susurraría todo
tipo de promesas sucias, calentándome hasta la médula en
lugar de sorprendiéndome. Me inclinaría y le mordería el labio
inferior, una advertencia y una súplica.
Me sentiría feliz de informarle que ya no tenía miedo de mis
pasiones, ni estaba dispuesta a negármelas. Que vergüenza
sería lo último que sentiría al tenerlo en mis brazos.
Entonces me daría un beso, lento y profundo. Dominante,
exploraría mi boca, mi cuerpo. La prueba de que pensaba
cumplir sus pícaras promesas. Sentiría su propio deseo
empujando contra mí, duro, cálido y excitante. La satisfacción
que sentiría por afectarlo tanto se convertiría en necesidad tan
deprisa que ni me daría tiempo a inspirar otra vez. Me
apretaría contra él, queriendo sentir más.
No le costaría mucho subirme el vestido por encima de las
caderas, caer de rodillas y dejar un rastro de besos hacia
arriba…
—Sangre y huesos.
Me sacudí la ilusión que me había inducido la magia. Me
costaría mucho acostumbrarme a aquel reino y a los impulsos
que despertaba. No había sido tan intenso como en el Corredor
del Pecado, pero esa misma magia oscura y seductora estaba
allí, persistente, poniéndome a prueba y provocándome.
Otra desafortunada complicación. Tendría que ir con mucho
cuidado en cada uno de mis pensamientos y sentimientos.
Volví a ponerme el vestido a toda prisa y agarré una bata,
desterrando los pensamientos sobre Wrath.
Pensar en el príncipe de aquella casa pecaminosa mientras
estaba desnuda cerca de mi cama era buscarse problemas.
Después de ponerme la bata, anudé el cinturón de seda
alrededor de mi cintura y eché un vistazo a la ropa una vez
más.
Di con otro vestido cuyo estilo era un poco más similar a la
ropa de casa. Bueno, se parecía a los vestidos que podría tener
una princesa o una mujer noble. La parte superior era un corsé
sin tirantes de un negro mate infinito. Una falda elegante que
abrazaría mis caderas y se desplegaría hasta medio muslo
antes de caer en cascada hasta el suelo. Ribetes negros
satinados recorrían el contorno de la parte superior del corsé y
la cintura. Se alejaba mucho de las blusas y las faldas simples
sin corsé que solía ponerme para trabajar.
Me asaltaron unas punzadas de nostalgia. No había ropa
elegante en el mundo que pudiera reemplazar a la comodidad
que sentía con mi familia. Quería estar en la cocina del Mar y
Vino, escuchando la sinfonía de sonidos que creaban mi
madre, Nonna y mi hermana mientras trabajábamos. Los
cuchillos picando, el chisporroteo de las sartenes, el ruido de
las cucharas, y todas nosotras felices y tarareando mientras
compartíamos los chismorreos del mercado. Mi padre y el tío
Nino entablando una charla alegre con los comensales.
El aroma de una comida sabrosa flotando alrededor… Esa
vida simple y feliz había terminado.
Estuviera preparada o no, necesitaba asumir aquel nuevo rol
y hacerlo mío. Y eso haría. Tanto literal como figuradamente.
Y empezaría ya mismo.
Recogí el vestido, entré en la habitación en la que el príncipe
se había lavado y luego me detuve en seco.
—Diosas divinas.
Hasta la última superficie reflejaba mi expresión de
asombro. El suelo, el techo, la bañera hundida, el tocador: todo
estaba hecho de cristal sólido, vidrio esmerilado u oro blanco.
Había velas parpadeando en una araña circular en el techo. La
estancia emitía un brillo suave, como si hubiera cruzado desde
el inframundo a la superficie de la luna.
Los únicos toques de color procedían de varios montones de
maquillaje ordenados sobre el tocador. Pinceles para los ojos y
el rostro y peines para el cabello. Pinzas enjoyadas, tiaras y
alfileres. Capullos de flores para entretejer en el pelo. Botes de
tintas multicolores para los labios. Oro triturado que podría
espolvorearme en la cara o el cuerpo, delicados frascos de
perfume de color rosa pálido y violeta y tonos para los que no
tenía un nombre exacto.
Dejé el vestido a un lado, tomé un perfume e inhalé. Lilas y
puede que almendras con un toque de bergamota. Vittoria
habría adorado la inmensa variedad y riqueza de los perfumes.
Tragué saliva para deshacer el nudo que se me empezaba a
formar en la garganta y agarré el perfume a lilas. Me puse un
poco en cada muñeca y luego las froté entre sí. El olor era
celestial. Olfateé otro que me recordó a madreselva, madera de
abedul y nata espesa. Tal vez también desprendiera un ligero
toque de gardenia. Otro olía casi igual que el jacinto y me
recordó a las exuberantes mañanas de primavera.
Sonreí un poco para mí misma, la pasión de Vittoria por
crear perfumes me ayudaba a distinguir las notas individuales
de cada uno. Por un instante, casi sentí que podía cerrar los
ojos y fingir que ella estaba allí. El momento llegó y se fue,
una sombra temporal proyectada por una nube que pasaba
corriendo junto al sol.
Inspeccioné todas las botellitas y todos los artículos que
Wrath me había proporcionado. Nada me sorprendió tanto
como las flores frescas. Había un jarrón de cristal en el
tocador, al lado del maquillaje.
Varias flores fragantes en blancos, azules pálidos y rosas
dorados caían en cascada alrededor de un puñado de helechos
y eucaliptos entremezclados en el arreglo. Las flores eran
todas encantadoras, casi iguales a las que se podían encontrar
en el mundo humano, excepto por el hecho de que estaban
cubiertas de hielo.
Las olí, sorprendida de que su fragancia traspasara la
escarcha. Acaricié con los dedos los pétalos helados. Me
pregunté si las flores habrían sido idea de Wrath o si las habría
enviado otra persona.
Alguien como mi futuro esposo. Dejé de hacerme preguntas.
No importaba.
Me centré en la bañera de cristal hundida en el suelo;
ocupaba casi todo el centro de la estancia. Podría nadar de un
lado al otro y dar largas brazadas. Era una de las cosas más
lujosas que había visto en mi vida. Antes de acostarme, me
daría un baño. Pero en aquel momento tenía cosas que hacer,
secretos que descubrir. Y siete cortes demoníacas en las que
infiltrarme poco a poco, empezando por la casa de la Ira.
Hasta el momento, el inframundo era muy diferente de lo
que me habían contado sobre él en la Tierra. Tenía mucho que
aprender para ser capaz de distinguir la verdad de la ficción
mientras estuviera allí.
Solo tenía tiempo para un baño rápido. Me quité la bata, me
metí en la bañera y me froté la piel y el pelo lo más rápido que
pude con una pastilla de jabón colocada sobre unas toallas
dobladas. El agua estaba a la temperatura perfecta. Ni
demasiado caliente ni demasiado fría, sino deliciosamente
cálida. Una parte de mí reconsideró mi plan de un baño rápido
y se planteó pasar el resto de la tarde flotando en aquel cielo.
Con un suspiro, me enjuagué y salí de la bañera. La toalla
que encontré cerca del borde era lo bastante grande como para
poder secarme todo el cuerpo con ella y envolverme el pelo.
Una vez que estuve bien seca, recogí el vestido. Gracias a la
diosa y al demonio que había encargado aquel guardarropa, el
diseño del vestido permitía ponérselo sin ayuda. Me lo pasé
por las caderas y los pechos. Tenía pequeños corchetes en el
lateral y me fue muy fácil abrocharlos.
Volví a mi dormitorio y rebusqué hasta que encontré un par
de zapatos negros de tacón cubiertos con un polvo de carbón
brillante y me los puse. Me quedaban perfectos, igual que el
vestido. Si Wrath tenía alguna cualidad, era la de ser un
perfeccionista.
Regresé al baño, lista para encargarme de mi melena. El
maquillaje captó mi atención. En casa no teníamos dinero para
permitirnos semejante variedad de artículos de lujo.
Me senté en el taburete de cristal y me apliqué un poco de
kohl en la línea de las pestañas superiores. Mis dedos se
cernieron encima de un precioso conjunto de azahares
integrados con mucho cuidado en unas horquillas para el pelo.
En casa, habría seguido mi primer impulso para decorarme la
melena con ellos. Pero allí…
Elegí un tono violento y sangriento de rojo y me pinté los
labios del color del asesinato.
El armario y la ropa no fueron las únicas extravagancias que
descubrí.
Wrath me había instalado en unos aposentos dignos de una
reina. No solo era el baño lo que casi rivalizaba con la
totalidad de la casa de mi familia; también había una sala de
estar, un dormitorio, y otra habitación que parecía diseñada
para descansar, recibir invitados o cualquier otra actividad de
ocio que deseara llevar a cabo. Había un diván muy acogedor
que parecía perfecto para acurrucarse con un buen libro. No
estaba segura de qué hacer con tanto espacio.
Un estante repleto de lo que parecían botellas de licores
caros llenaba una pared en el cuarto destinado al ocio. Pasé un
dedo sobre el cristal frío y eché un vistazo a cada una de ellas.
En el interior vislumbré diferentes pétalos y hierbas trituradas
reposando en el licor del interior. Sobornos, sin duda. Las dejé
sin abrir y continué mi inspección. Todas las estancias estaban
decoradas con gusto, los muebles eran lujosos y acogedores.
Abundaba la elegancia. Al parecer, el príncipe demonio trataba
de impresionarme.
O tal vez estuviera intentando disculparse por todo aquel
desagradable asunto del robo de almas. La traición entraba
mejor si se servía acompañada de licor demoníaco del bueno,
suites personales en palacios lujosos y regalos caros. Al
menos, según él.
Aunque suponía que también podría estar mostrándole
respeto a su futura reina. Parecía que estar comprometida con
Pride reportaba ciertos beneficios.
Atravesé el dormitorio, en dirección a la salida que había
encontrado en una antecámara. Iba a hacer falta algo más que
muebles decadentes y vestidos bonitos para arreglar nuestra
situación actual. Por ejemplo, el príncipe podría empezar con
una disculpa. Después de eso, quizá fuéramos capaces de tener
una conversación sincera.
Quería arreglar lo que fuera que se estuviera gestando entre
nosotros antes de irme al castillo de mi esposo. No necesitaba
más animosidad con la casa de la Ira.
Ya tenía suficientes cosas de las que preocuparme.
Se oyó un golpe en la puerta justo cuando estaba cerrando la
mano alrededor del pomo. La abrí de un tirón, lista para
torturar a Wrath por ser un grano en el culo.
—Oh. —Parpadeé cuando vi a Anir—. No te esperaba a ti.
—Yo también me alegro de volver a verte.
Anir sostenía una bandeja cubierta en una mano y una
botella de lo que parecía ser vino en la otra. Llevaba su largo
cabello color medianoche recogido en un moño pulcro en la
nuca y su cicatriz brillaba plateada contra su piel tostada. El
traje que se había puesto era mucho más fino que el que vestía
cuando nos habíamos conocido en Palermo. No vi su espada
demoníaca, pero sabía que, con toda probabilidad, iba armado.
—No quería decir…
—Claro que sí. Y no me importa. —Me guiñó un ojo—. Se
me ha ocurrido que a lo mejor tendrías hambre. O que querrías
emborracharte.
Eché un vistazo al elegante pasillo de piedra con arcos que
rivalizaban con los de cualquier gran catedral. Vacío.
—¿Tu amo te envía a espiarme?
—Come y bebe un poco de vino y averígualo. Se me suelta
mucho la lengua después de unas cuantas copas.
Dudaba mucho de que Anir se emborrachara lo suficiente
alguna vez como para no controlar lo que estuviera diciendo.
Wrath nunca confiaría en él si se le escapaban los secretos
después de unas copas de vino o licor. Fruncí la nariz en
dirección a la botella.
—¿No es un poco temprano para beber?
—Es bien entrada la noche. Te has pasado la mayor parte del
día durmiendo.
Le di la bienvenida con un gesto del brazo y cerré la puerta
detrás de él. Anir colocó la bandeja y la botella sobre la mesa
de cristal que había en la esquina y retiró la tapa con una gran
floritura. Fruta, carne curada, queso duro, aceitunas marinadas
y crostini. Todo dispuesto con el cuidado de un experto.
Me quedé mirando aquel despliegue sin ninguna emoción.
—Wrath siempre ha actuado como si nunca hubiera estado
expuesto a la comida humana. ¿Otra mentira?
—No. —Anir sacó dos vasos de un pequeño armario cerca
de la mesa en el que yo no había reparado y nos sirvió a cada
uno una cantidad generosa de vino—. Me abastezco de
suministros en el mundo humano siempre que puedo. Sobre
todo, queso curado, carne curada y varios frutos secos, trigo y
arroz. Cosas que se pueden almacenar o secar con facilidad. —
Me entregó mi copa de vino—. Su alteza se ha asegurado de
que trajera estos artículos. Pensó que esta noche tal vez
querrías algo que te recordara a tu hogar. Ahora que ya no
estás al borde de la muerte y puedes disfrutarlo.
Acepté el vaso y lo olí.
—¿Vino tinto o vino demoníaco?
—Tinto humano. —Entrechocó su vaso contra el mío—.
Notarás la diferencia cuando bebas vino demoníaco. Es
inconfundible.
Pasando por alto esa siniestra información, tomé un sorbo.
Tenía un regusto suave, dulce. Bebí más.
—Así, pues, comida humana y vino. ¿Se supone que debes
hacer que me desinhiba y ganarte mi confianza? Me imagino
que vas a fingir que estás borracho, ofrecer cierta información
inocua que te habrá indicado tu amo y ver qué secretos se me
escapan a cambio.
—¿Siempre eres así de cínica?
—Si algo he aprendido en los últimos tiempos es a
cuestionar a cualquiera que tenga una conexión con el reino
demoníaco. Todos tienen sus propios planes. Su propio juego.
Si hago las preguntas suficientes, al final descubriré la verdad
detrás de la elaborada mentira de alguien. Aunque, según los
príncipes, son incapaces de decir una mentira. Y no es verdad,
estoy segura. O tal vez por eso estés tú aquí. Puedes mentir por
Wrath.
Seleccioné una aceituna de un plato diminuto y me la metí
en la boca. El sabor salado era un buen contrapunto para el
vino. Probé un poco de queso, carne y pan. Anir me observó
con expresión contemplativa, si no un poco triste.
—Es solo que no he descubierto qué más podría querer de
mí ahora. Ha ganado.
Anir movió el vino de su copa en círculos.
—¿Qué crees, exactamente, que ha ganado?
—Su libertad. Su gran engaño. Hacerme quedar como una
tonta por haber confiado en él cuando dijo que trabajaríamos
juntos. —Me terminé el vino y me serví una segunda copa.
Antes de tomar otro sorbo, comí otra aceituna—. ¿Por qué no
me explicas la política demoníaca para que pueda averiguar
qué más gana vendiéndole mi alma al diablo?
—¿Es eso lo que te ha dicho?
—Yo… —Pensé en la noche en que nos besamos, cuando
repetí lo que había escuchado de boca de Envy. No lograba
recordar con exactitud lo que había dicho Wrath, pero…—. Él
no negó la acusación. Si no le preocupaba que lo pillara
mintiendo, ¿por qué no me dijo la verdad?
—Acta non verba. —Ani sonrió—. Vive de acuerdo a ese
principio.
Acciones, no palabras. Cerré la boca con fuerza. Wrath me
había llevado al inframundo. Había aparecido con un contrato
de Pride. Era una acción lo bastante grande e innegable. No
tenía que decir nada. Recibí su mensaje, tan alto y claro como
un cielo de verano sin nubes. Wrath no tenía reparos con
respecto a usarme en su beneficio. Una vez me había dicho
que mentiría, engañaría, robaría o asesinaría para conseguir su
libertad. Había tenido suerte de que solo me hubiera engañado,
aunque eso no era un consuelo.
—¿Qué sabes sobre la consorte de Pride? ¿Cómo fue
asesinada?
—Interesante, y un cambio de tema agresivo. —Anir puso
un poco de queso en una rebanada de crostini y la coronó con
prosciutto—. ¿Quieres un consejo que no has pedido? Adopta
un enfoque más sutil en lo que se refiere a la recopilación de
información. Las casas reales son antiguas y sus formas,
anticuadas. No te darán nada si lo exiges o lo preguntas
abiertamente. Se considera grosero y tosco. Además, no creen
en dar sin obtener nada a cambio. Si pides algo, es mejor que
estés dispuesta a pagar un precio por ello.
Me mordí el labio inferior, pensando. Anir me había
ofrecido verdad y consejo libremente. Si tuviera que apostar
por alguna amistad en aquel lugar, tal vez debería hacerlo por
él, con independencia de su cercana relación con Wrath. Dejé
mi copa en la mesa.
—No estoy segura de cómo sacar el tema de forma menos
directa o inocua. Si te digo la verdad, me siento un poco
abrumada.
—Es comprensible. Muchas cosas están cambiando, y muy
deprisa. Me imagino que es difícil… procesar tantas
emociones.
Le había dado un giro extraño a la frase.
—Debes de haber atravesado el Corredor del Pecado. Dudo
que necesites usar mucha imaginación para entender cómo me
siento.
—Te doy toda la razón. —Tomó un sorbo de vino mientras
me analizaba con la mirada—. Tendrás que ganarte la
confianza de los príncipes, hacerte amiga de ellos. Que
conspiren contigo, que te busquen. Si juegas con sus egos y los
pecados que representan, te ofrecerán información útil.
Siempre debes estar preparada para revelar un secreto o hacer
un trato. Elige cosas que no te importe compartir o que utilicen
en tu contra. Define los términos antes de aceptar o de lo
contrario retorcerán las cosas para que sea ventajoso para
ellos.
Dejé escapar un suspiro.
—Esperaba una solución más rápida.
—Te has involucrado en algo que abarca varias décadas y
reinos. No existe la opción rápida o fácil. Esto va más allá del
derramamiento de sangre que se produjo en tu isla. Pero si
empiezas por ahí, tal vez logres descubrir más cosas. Reduce
la lista. Concéntrate en quién crees que tiene las respuestas que
buscas. ¿Qué información necesitas con más urgencia? ¿Cuál
será la más beneficiosa para tus objetivos?
—No tengo ningún plan. Simplemente siento curiosidad. Si
la esposa de Pride fue asesinada, y todas sus siguientes
prometidas también, me gustaría evitar ese mismo destino.
—Si eso fuera completamente cierto, no habrías venido
aquí.
—Estoy aquí para asegurarme de que los demonios no
atraviesen las puertas. Estoy aquí para proteger a mi familia.
Anir no respondió, pero ambos sabíamos que eso solo era
verdad en parte. Si quería respuestas sobre la consorte de Pride
y los detalles de su vida y su muerte, debía acudir a Pride.
Excepto por que él estaba librando una batalla infantil a base
de orgullo y ego masculino contra Wrath y necesitaba una
invitación.
No había llegado a ninguna parte con Envy y su papel en el
asesinato de mi hermana seguía sin estar claro. Descubrir
quién había matado a la primera consorte podría ser la forma
más útil de resolver mi misterio. Y no había mentido del todo,
saber lo que le había pasado me ayudaría. Por cómo habían
sonado sus palabras, parecía que Anir sabía más, pero la forma
en que lo había expresado no permitía considerar esa línea de
interrogación. Como mínimo, era una pista sutil.
—¿Por qué elegiste ser miembro de la casa de la Ira?
Anir no respondió de inmediato, y al instante me arrepentí
de haber preguntado algo que, con toda probabilidad, era
personal. Soltó un suspiro.
—Después de que asesinaran a mis padres, el enfado y la ira
fueron mis mayores consuelos. Él lo sintió, vio hacia dónde
iba encaminado y me ofreció una salida productiva para esa
furia.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Mmm. Aquí el tiempo transcurre de forma peculiar. Una
hora mortal podría ser una semana. Un mes, una década. Lo
único que sé es que ha pasado un tiempo. —Anir tomó un
generoso trago de su vino, con los ojos entrecerrados—. Tu
turno. ¿Qué le has hecho?
—No estoy segura de entender lo que quieres decir. ¿Qué ha
pasado?
—Ha salido y ha derribado una montaña entera en el límite
occidental de las Tierras Imperecederas. Hasta ahora, hemos
recibido cartas de las casas de la Lujuria y la Gula. Creen que
estamos en las últimas y quieren saber si nos estamos
preparando para la guerra.
—¿Por qué cada vez que un hombre tiene una rabieta, se
culpa a una mujer por su mal comportamiento? Si Wrath ha
actuado como un idiota, lo ha hecho por su cuenta. No veo por
qué su temperamento tiene que resultar tan impactante. Es la
encarnación viviente de la ira. Estoy segura de que ya lo has
visto enfadado antes.
Anir sonrió por encima del borde de su copa.
—¿Estás segura de que estaba furioso?
—¿Qué más iba a ser, tratándose de él?
—Elige otra emoción.
—¿Ser un cabrón orgulloso cuenta?
—Tu habitación, tus reglas. Pero no creo que estuviera
cabreado o se sintiera herido en su orgullo. —Sus ojos oscuros
centellearon—. ¿Sabes? En todos los años que hace que lo
conozco, nunca ha acompañado a nadie a la Ciudad de Hielo
en persona. —La expresión interrogante que vio en mi cara lo
impulsó a explicar—: Así es como se conoce a la casa de la Ira
dentro de los siete círculos.
Eso explicaba toda la decoración de cristal y vidrio
esmerilado de mi baño.
—Yo no me rompería la cabeza pensando en su supuesta
buena acción. Tenía que escoltarme por el contrato. Necesitaba
mi alma.
—Eso lo logró en el instante en que cruzaste al inframundo.
Podría haberte dejado sola en el Corredor del Pecado. Debería
haberlo hecho. —Anir se levantó con brusquedad y se dirigió a
la puerta. Golpeó el marco con los dedos y me miró—. Ahora
está en el balcón del séptimo piso. En caso de que quieras
pelearte un poco más con él. Creo que le viene bien. Que lo
desafíen. Y está claro que tú consigues afectarlo.
Como una astilla envenenada clavada en el corazón, sin
duda. Era tentador, y podría haber hecho justo eso si no
hubiera reparado en un objeto colocado en el borde de la cama.
Algo que no pertenecía a aquel lugar y que no había estado
allí momentos antes. Le di las buenas noches a Anir y me
apreté contra la puerta cerrada, contando en silencio los latidos
cada vez más desbocados de mi corazón. Miedo. Aquel reino
prosperaba gracias a él. Y yo pensaba privarlo de él de todas
las formas posibles.
Exhalé despacio y conté hasta diez.
Luego me enderecé, eché los hombros hacia atrás y me
acerqué al cráneo humano.
SEIS
—El Angelus mortis vive —canturreó el cráneo
en cuanto estuve a centímetros de él, su voz inquietantemente
similar a la de mi gemela. Se me erizó el vello a lo largo de los
brazos. Era como si Vittoria hubiera cruzado la barrera entre la
vida y la muerte para enviar un mensaje, excepto que resultaba
un poco fuera de lugar, incorrecto—. Furia. Casi libre.
Doncella, Madre, Anciana. Pasado, presente, futuro,
encuentra.
—¿Vittoria? —El hueso de la mandíbula se descolgó y
cualquier magia oscura que hubiera alimentado el cráneo
desapareció. Tragué saliva, incapaz de apartar los ojos del
mensajero maldito—. Por la diosa.
El hecho de que alguien hubiera colado una calavera
encantada sin que Anir o yo nos diéramos cuenta era casi tan
inquietante como la magia utilizada para imbuirle vida. Nunca
había oído hablar de un hechizo que controlara los huesos de
los muertos. Por supuesto, existía la nigromancia, pero eso no
era lo que daba vida al cráneo. Aquello ni siquiera era Il
Proibito. Era algo diferente, algo más aterrador que Lo
Prohibido.
Dejé la calavera donde estaba, me dejé caer en la silla de
cristal y tomé un buen sorbo de vino mientras mi mente
trabajaba a toda velocidad. Pensé en las lecciones de Nonna
sobre magia oscura, específicamente en aquellos hechizos que
empleaban objetos tocados por la muerte, y cómo ambas cosas
debían evitarse a toda costa. Nunca, ni una sola vez, nos había
hablado sobre ninguna bruja que pudiera manipular algo
muerto hacía mucho tiempo para insuflarle vida. Si es que eso
era lo que había sucedido. Tenía que ser magia demoníaca. Lo
que significaba que lo más probable era que el remitente fuera
un príncipe del infierno.
La pregunta era cuál y por qué.
Reproduje el mensaje en silencio en mi mente. El ángel de la
muerte vive. Furia. Casi libre. Doncella, Madre, Anciana.
Pasado, presente, futuro, encuentra.
Para simplificar, y para evitar entrar en pánico por culpa del
macabro mensajero, decidí analizarlo línea por línea,
empezando por el ángel de la muerte.
Claudia, mi mejor amiga y una bruja cuya familia practicaba
abiertamente las artes oscuras, había usado un espejo negro y
huesos humanos en su última sesión de adivinación, y las
voces de los muertos habían trastornado su mente. También
había mencionado algo sobre el ángel de la muerte.
Yo no creía en las coincidencias.
Me levanté y caminé por la habitación, esforzándome por
recordar más detalles de la sesión de adivinación de Claudia.
Aquella noche había estado repleta de terror y los detalles
resultaban borrosos. La había encontrado de rodillas en el
patio del monasterio, con las uñas rotas hasta la raíz, mientras
recitaba mensajes sin sentido sobre los malditos y los
condenados. Me había dicho que corriera, pero no pensaba
marcharme y dejarla allí con los miembros supersticiosos de la
santa hermandad. Había dicho algo sobre un astuto ladrón que
robaba las estrellas y bebía de ellas hasta dejarlas secas. Que
iba y venía.
Que debería haber sido imposible…
Conocía al menos a cuatro príncipes demoníacos que
vagaban por Sicilia en aquel momento. Wrath, Envy, Greed y
Lust. Uno de ellos tenía que ser el ángel de la muerte. Tal vez
no en el sentido literal pero, desde luego, podría tratarse de un
apodo. Me detuve en seco, con el corazón desbocado.
Solo un demonio encajaba en esa descripción. Incluso yo lo
había llamado Samael una noche, el ángel de la muerte y
príncipe de Roma, pensando que era una descripción
inteligente de él. Me había dirigido una mirada desconcertada
justo antes de advertirme que nunca más lo llamara así. Wrath.
No ocultaba el hecho de que era el general de la guerra.
Sobresalía en el uso de la violencia. Si él era la Muerte, tal vez
no lo hubieran elegido para resolver los asesinatos; tal vez lo
enfureciera el hecho de que alguien hubiera mancillado su
título y se había involucrado sin el consentimiento del diablo.
Eso explicaría por qué Pride no quería invitarlo a su círculo. El
diablo estaba castigando a Wrath por su desobediencia.
Lo cual, de ser cierto, ponía en duda hasta la última
información que le había sonsacado. Si Wrath había omitido
verdades básicas sobre su participación en todo aquello, no
sabía hasta qué punto llegaba su engaño.
Me froté las sienes. Wrath era mi principal sospechoso tanto
para el ángel de la muerte como para la parte de la furia del
críptico mensaje. Luego venían la Doncella, la Madre y la
Anciana. Esa parte era más difícil de conectar con los
asesinatos. Según nuestra historia, la Doncella, la Madre y la
Anciana eran tres diosas que gobernaban el cielo, la tierra y el
infierno.
Las viejas leyendas de las brujas decían que habían dado a
luz a las diosas a las que rezábamos, y una de ellas, la diosa
del cielo y el sol, era la madre de la Prima Strega. La Doncella,
la Madre y la Anciana eran para nuestras diosas lo que los
titanes eran para los dioses en las mitologías mortales.
Si la diosa del inframundo era real y no una fábula, o
cualquiera de las diosas nacidas en su reino, era probable que
poseyera el tipo de magia que reanimaba los huesos, pero la
razón de que me hubiera enviado un mensaje tan críptico
seguía siendo un misterio. En el pasado, las diosas jamás
habían mostrado interés en relacionarse con brujas. Dudaba de
que fueran a empezar ahora.
Sin embargo, si la Doncella, la Madre y la Anciana tenían
algún papel en todo aquello, no sería como decían las
leyendas. No era descabellado pensar que los demonios tenían
sus propios relatos e historias sobre ellas.
Las respuestas no iban a presentarse por sí solas si me
quedaba encerrada en mi habitación.
Saqué una bufanda del armario y envolví la calavera, con
cuidado de no tocarla con las manos desnudas. Si Vittoria
estuviera allí, la habría alzado y bailado con ella por la
habitación sin dudarlo un instante, alimentando así la
preocupación de Nonna sobre su afinidad con los muertos.
Una sonrisa casi tironeó de mis labios antes de que la
desterrara. Miré a mi alrededor en busca de un escondite,
luego me arrodillé, metí el cráneo dentro del armario y cerré
las puertas.
Con la situación resuelta, me sacudí el polvo de las manos y
me fui a inspeccionar la casa de la Ira.

Dejé de contar cuántos tramos de escaleras de piedra había


descendido alrededor de la docena. Todos los rellanos eran
magníficos y terminaban en un suelo que se extendía durante
lo que parecían ser miles de metros. Lo cual debía de ser obra
de algún engañoso truco de magia: no era posible que el
castillo de Wrath fuera tan grande.
En el siguiente rellano, me detuve para contemplar el
exterior desde un conjunto de tres ventanas arqueadas. Una
enorme masa de agua del color del merlot descansaba en el
fondo de un valle, el humo se elevaba en perezosas espirales
desde su superficie. Una rama de un árbol cercano cayó al
agua y estalló en llamas de inmediato.
Tomé nota de no acercarme nunca a aquel lago maldito a
menos que quisiera quemar la carne que protegía mis huesos.
Abandoné las ventanas y deambulé por el pasillo.
En su mayor parte, el castillo había sido construido con una
piedra de tonalidad pálida, similar a la piedra caliza, y había
algunas alas suntuosamente adornadas con grandes tapices de
colores. En aquella ala en particular había uno de ángeles
batallando contra criaturas monstruosas.
Me recordó al arte del Renacimiento: colores intensos y
oscuros contra las paredes y columnas pálidas. Puertas talladas
en hueso que daban paso a salones de baile, dormitorios sin
usar y salas de estar. Me detuve frente a un imponente
conjunto de puertas dobles y tracé con un dedo el tallado tan
delicado con que estaban adornadas. Una maraña de
enredaderas con flores y estrellas recorría los bordes y la parte
superior, mientras que las raíces retorcidas de esas mismas
enredaderas se hundían en las entrañas de la tierra al pie de las
puertas.
Esqueletos y calaveras y cosas abandonadas a la
podredumbre adornaban la parte inferior.
Empujé la puerta para abrirla y reprimí un grito. Dentro
había una biblioteca como nunca había soñado. La emoción
me recorrió entera cuando entré en la estancia y contemplé las
hileras e hileras de estanterías de cristal. La vista no alcanzaba
a ver el final.
Una amplia sonrisa invadió mi rostro. Las diosas debían de
estar sonriéndome, aquel era el lugar perfecto para investigar
sobre magia y mitos. Me quedé maravillada al ver los lomos
de vitela del color de diferentes joyas de los miles de libros
que había allí. Alguien los había ordenado por tonalidad, y las
encuadernaciones iban desde el tono más brillante de amarillo
a la crema de mantequilla más pálida y al blanco puro como la
nieve. Rojos, morados, azules, verdes y naranjas; era un
arcoíris repleto de belleza contra un fondo de hielo.
No era capaz de imaginarme a Wrath lo bastante sereno para
una noche tranquila de lectura, y si lo hiciera, nunca hubiera
imaginado que lo haría rodeado de semejante derroche de
color. Le pegaba más algo en ébano y dorado: madera y cuero,
todo oscuro y reluciente. La elegancia masculina en su
máxima expresión. Aquello era…
—El Refugio. Parecido al cielo, pero no tan aburrido.
Me di la vuelta, con una mano presionada contra mi corazón
desbocado.
—Acechar sigilosamente a la gente es de muy mala
educación. Se supone que los príncipes demonios tienen unos
modales impecables.
—En general, sí. —La mirada de Wrath se desplazó sin
ningún arrepentimiento por mi vestido sin tirantes. De repente
fui terriblemente consciente de todas las zonas en las que la
tela sedosa se deslizaba por mi piel. Sospechaba que su
examen obedecía más a la necesidad de asegurarse de que me
había vestido como una futura reina y que no lo avergonzaría
frente a cualquier miembro de su corte que a cualquier otra
cosa—. Mi biblioteca personal está un nivel más abajo.
—Déjame adivinar… ¿El Infierno? ¿Todo negro, de cuero y
dorado?
—También mucho fuego, cadenas y dispositivos de tortura.
—Su sonrisa fue un rápido destello de dientes. Peligrosa,
destinada a desarmar. Un tipo diferente de arma, una que había
pulido a la perfección. Probablemente la más peligrosa de su
arsenal. En especial, allí—. Cuando te sientas lo
suficientemente valiente, te la enseñaré.
Mi estómago dio un pequeño vuelco al pensar en cadenas y
espacios oscuros y en Wrath.
—Supongo que llamar a tus bibliotecas Refugio e Infierno
es lo bastante dramático para ti. —Eché a andar por un pasillo
lleno de libros de varios tonos de azul, y el demonio me
siguió. Necesitaba dejar de mirar su sonrisa o aquel reino
saltaría por los aires—. ¿Has tenido noticias de alguno de tus
hermanos?
—Envy, Lust y Greed han mostrado interés en hospedarte.
Hemos recibido las tarjetas de sus casas hace un rato. —Habló
en un tono casi sospechoso de tan ligero que resultaba—. En
concreto, han solicitado tu presencia en las celebraciones del
Festín del Lobo. Imagino que, con el tiempo, Sloth y Gluttony,
de las casas de la Pereza y la Gula, abandonarán los excesos el
tiempo suficiente como para enviarte también una invitación.
Lupercalia era una festividad prerromana que significaba
más o menos «Festín del Lobo», en la que los humanos
sacrificaban cabras y luego ungían las frentes de los ricos con
la sangre derramada. Algunos pedazos que se les cortaban a
las criaturas corrían luego por las calles y se golpeaba a los
transeúntes con la carne.
Si la celebración de los demonios era algo similar, prefería
no asistir.
Sin darme la vuelta, dije:
—¿Vas a organizar una fiesta?
Apareció ante mí, apoyado con aire despreocupado contra
una estantería. La velocidad sobrenatural en su máximo
esplendor. Su traje era del tono carbón oscuro de las sombras.
Me hizo pensar en la noche, en sábanas de seda, citas secretas
y cosas en las que no debería pensar.
—No. Estoy esperando a ver qué hace Pride.
—¿Te ha convocado ya?
—No.
—¿Por qué estás esperando a ver lo que hace?
—Es una de las pocas veces en las que los siete príncipes
son invitados al mismo dominio real. Luego son tres días de
pompa y circunstancia: cenas, cacerías, un baile de máscaras y
luego la fiesta. Decidimos dónde se llevará a cabo en función
de dos factores. A dónde elige ir el invitado de honor y qué
príncipe con el rango más alto decide ser el anfitrión.
—¿Acaso no tenéis todos el mismo poder? —Wrath negó
con la cabeza, sin más detalles. Procuré desterrar mi
frustración—. ¿Qué pasa si el invitado de honor no elige al
príncipe con el rango más alto?
—Siempre lo hacen. Y, en caso contrario, desde cualquier
casa en la que estén se les recomienda encarecidamente que lo
hagan. Negarse es un grave insulto y ha provocado no pocos
baños de sangre a lo largo de los siglos. —Durante un
momento fugaz, pareció preso del hambre de la batalla. Luego
su expresión se volvió contemplativa—. Al parecer, todos los
príncipes sufren de oleadas de otros pecados.
Nuestras miradas se encontraron. Entendí lo que quería
decirme en realidad. Wrath se estaba disculpando por nuestra
discusión anterior. Aquella información era una rama de olivo
a mis pies. Podía apartarla de una patada y continuar con
nuestra pelea o podía aceptarla y seguir adelante.
Reanudé mi lenta procesión por el pasillo buscando un tema
en particular, pero proyectando indiferencia para evitar
sospechas.
—De todos modos, ¿por qué celebráis una tradición
prerromana?
—Qué mortal por tu parte creer que no fueron ellos los que
se inspiraron en nuestros ritos y rituales —se burló—. Ni
siquiera tuvieron la decencia de conservar las fechas o las
prácticas correctas.
Dejé de leer los títulos y lo estudié de cerca.
—¿Por qué me lo cuentas? ¿Es que todos los príncipes del
infierno os convertís en grandes bestias y aulláis bajo la luna
llena? Quizá debería preocuparme por que te pusieras a jadear
en la puerta de mi habitación antes de la fiesta.
—Sí que llevamos máscaras de lobo, pero no jadearé. A
menos que lo pidas con amabilidad.
Tragué saliva, obligando a mis pensamientos a alejarse de
donde aquel reino (y aquel problemático príncipe) los estaba
conduciendo.
—No has respondido a mi primera pregunta. ¿Por qué me
estás contando todo esto ahora?
—Has sido nominada como invitada de honor. —El humor
que le quedaba abandonó su expresión—. La votación tendrá
lugar el próximo mes. Saldrás elegida, no tengo demasiadas
dudas al respecto. Tu llegada es la comidilla de los siete
círculos. Dudo de que alguien más sea la mitad de intrigante
en esta temporada de sangre.
Maravilloso.
—¿Me obligarán a matar a la cabra?
Wrath me sostuvo la mirada.
—No hay ninguna cabra, Emilia.
La forma en que lo dijo hizo que se me doblaran las rodillas.
—¿Seré yo el sacrificio?
—No. —El alivio me inundó cuando pronunció esa preciosa
palabrita—. Como sacrificio, se te arrebatará tu mayor miedo
o un secreto de tu corazón.
—No. —La voz me salió en un susurro suave, tembloroso.
La odié.
—Sí. —Su voz sonó dura, cortante. También la odié—. Y
sucederá frente a todos los príncipes del infierno y con todos
nuestros súbditos presentes. Aquí, el miedo es poder. Cuanto
más grande sea tu miedo, mayor será el poder que nos darás.
Sería mucho mejor si sacrificaras tu vida. Si te quitan tu mayor
temor, te prometo que desearás algo tan rápido y definitivo
como la muerte de un mortal.
SIETE
—No. Me niego. —Mi voz sonó acerada esta vez—. Dijiste
que siempre tendría elección.
Su expresión se volvió helada.
—Por tus acciones recientes, estaba empezando a creer que habías
olvidado esa conversación.
—¿Quieres discutir ahora lo que sucedió en la cueva?
—No especialmente, no.
—Al final tendremos que hacerlo, así que este momento es tan bueno
como cualquier otro.
—De acuerdo. Puedes empezar explicando tu decisión.
Habló como si realmente hubiera tenido elección, su voz teñida de una
ira apenas reprimida. Me sorprendió tanto que di un paso atrás y lo
estudié con detenimiento. Le tembló un músculo de la mandíbula y su
mirada era lo bastante dura como para poner celosos a los diamantes.
Wrath no solo estaba enfadado, se sentía indignado. Prácticamente podía
sentir el calor de su furia invadiendo el espacio entre nosotros.
De repente lo vi todo claro.
—Querías que rechazara a Pride.
—Yo no he dicho eso.
—No ha hecho falta. —Por una vez, llevaba sus emociones escritas por
toda la cara. Mi sorpresa no tardó nada en dar paso a la molestia. Si me
hubiera contado la verdad esa noche, las cosas serían muy diferentes.
Podríamos haber ideado un nuevo plan. Juntos. La ira desató mi lengua—.
Dime por qué. Exijo saber por qué querías que lo rechazara.
—Deja de presionar, Emilia. Esta conversación ha terminado.
—No, la verdad es que no. ¿Va a hacerme daño?
Las estanterías que quedaban más cerca de nosotros vibraron.
—¿Crees que yo lo permitiría?
—No lo sé —respondí con sinceridad—. No sé qué es real, qué es
fantasía o parte de tu plan más reciente. Me has traído aquí, a este reino,
para que me casase con tu hermano.
—No confundas tus elecciones con mis acciones.
Como si hubiera tenido buenas opciones.
—¿Se suponía que debía quedarme en casa y ver cómo los demonios
destrozaban mi mundo? ¿Cómo asesinaban o torturaban a mi familia y
amigos y seguían arrancando corazones a las brujas? No dejas de aludir al
hecho de que tenía elección, pero no la tuve.
—Siempre tienes elección.
—No con las manecillas del reloj avanzando y las puertas
resquebrajándose. Firmar el contrato con Pride era mi mejor opción para
detener aquella carnicería. Tomé una decisión teniendo en cuenta la
información de la que disponía. Si cometí un error o si no estás satisfecho,
por la razón que sea, tal vez deberías haber hablado conmigo esa noche.
¡En cambio, te quedaste ahí, distante y furioso, y no dijiste ni una palabra!
Sus ojos dorados se entrecerraron.
—¿Se te ha pasado por la cabeza que no podía?
—¿Que no podías qué? ¿Hablar conmigo?
—Interferir.
—¿Por la magia o por un edicto demoníaco? —Busqué la respuesta en
su rostro, pero había reemplazado la molestia que sentía con esa máscara
sin emociones que tan bien llevaba. Controlé mi temperamento, no tenía
ganas de pelear—. Creía que el diablo era el único que estaba maldito.
¿Estás insinuando que eso no es cierto? ¿Hay algo que necesite saber
sobre ti?
Cerró las manos en puños a los costados. Parecía que quería meterse de
cabeza en algún combate y liberar así su frustración.
—Puede que esa sea una pregunta que deberías haberle planteado a tu
familia mortal. Lo cierto es que hacen gala de algunas lagunas selectivas
en sus historias. ¿Alguna vez te has preguntado el motivo, bruja?
—¿Cómo te atreves a hablar de mi familia…?
Desapareció por arte de magia en una nube de humo y me dejó
vacilante, confundida. Mi familia no guardaba ningún secreto. Durante
toda nuestra vida, Nonna había compartido con nosotras historias sobre
los Malditos, sus mentiras y manipulaciones. Nos había advertido contra
las artes oscuras y el precio que exigía ese tipo de magia. Todo eso era
cierto.
Paseé por el pasillo lleno de libros. Wrath estaba equivocado o estaba
mintiendo u omitiendo parte de la verdad. Nonna nos había hablado de la
deuda de sangre entre la primera bruja, la Prima Strega, y el diablo; nos
había contado lo del sacrificio de sangre exigido por el robo.
Los dos amuletos que mi hermana y yo habíamos recibido al nacer
habían resultado ser el Cuerno de Hades. Sus cuernos. Wrath se había
adueñado de ellos la noche que entregó el contrato de Pride. Los había
usado para cerrar las puertas del infierno, tal como había prometido.
La furia creció en mí, pero rápidamente dio paso a la confusión. Nonna
sabía lo de las brujas de las estrellas y los cuernos del diablo y no nos
había dicho nada.
Me había enterado de lo de los cuernos gracias al diario de mi hermana,
y de lo de las brujas de las estrellas a través de Wrath y Envy, aunque ese
no era el nombre que habían usado. Envy me había llamado «bruja de las
sombras».
Nonna no había admitido de inmediato ninguna de las dos cosas cuando
la había confrontado.
Lo cual me llevaba a preguntarme cuántas cosas más había ocultado.
Nos había enseñado lo mínimo necesario sobre la magia de la tierra; cómo
lanzar hechizos simples con la ayuda de hierbas y objetos de intención.
Amuletos protectores. Hechizos de sueño y hechizos inofensivos para
manipular el rocío sobre el cristal y hacer que se deslizara por la
superficie. Cosas que apenas requerían habilidad.
Una frase o palabra en latín aquí, una pizca de esto allá y ya teníamos
un hechizo, con la ayuda de nuestra sangre mágica. ¿Qué más había que
saber sobre la maldición que yo ignoraba?
O sobre nuestra magia, ya que estábamos.
Caminé en círculos, agitada. Ahora que me estaba cuestionando las
cosas, no dejaba de encontrar más y más lagunas en nuestras vidas. Nonna
había pasado mucho tiempo enseñándonos cómo se comportaban los
demonios, solo para retrasar el educarnos en nuestras propias
capacidades. No pude evitar preguntarme si habría alguna razón detrás de
aquello.
Nonna era demasiado inteligente para haber olvidado las lecciones
valiosas. Seguro que la magia ofensiva era tan importante como nuestros
hechizos defensivos y protectores, ¿no? Pero nunca nos había enseñado
ese tipo de hechizos más audaces. De hecho, parecía decidida a ocultarnos
esa magia a toda costa. ¿Acaso era peligroso que la usáramos? A Vittoria
y a mí nos habían dicho que la escucháramos, que obedeciéramos y que
siguiéramos las normas o sufriríamos las consecuencias. Yo nunca había
querido hacer enfadar a Nonna o causar ningún daño.
Pero Vittoria siempre había jugado con los límites, sin miedo a las
consecuencias.
El comentario afilado de Wrath me había calado muy hondo, me había
infectado. Y esa había sido su intención. Su arsenal no se limitaba al
acero, las balas, las sonrisas astutas y los besos embriagadores. Sus
palabras eran igual de mortales cuando se apuntaba y disparaba a un
objetivo. No podía desembarazarme de la sensación persistente de que tal
vez tuviera razón.
En mi educación había agujeros que no podía ignorar.
Algunos hechizos acudían a mí con facilidad, como si se tratara de
memoria corporal. Pero algunos de los que había aprendido casi siempre
se me olvidaban. No lograba recordar dónde o cómo había descubierto el
hechizo de la verdad, solo que un día quería saber la verdad y había
lanzado un hechizo que robaba el libre albedrío. Nonna se había
enfurecido al enterarse. En lugar de ser recompensada por haber usado mi
poder a ese nivel, había recibido un castigo.
Avancé hasta llegar al final de las estanterías y encontré una enorme y
lujosa silla donde sentarme. Un pensamiento del que no podía huir me
siguió hasta allí. Puede que Wrath no se refiriera solo a Nonna.
Mi hermana había encontrado el primer libro de hechizos, había usado
magia demoníaca para cerrar su diario y había reunido a Greed y a los
cambiaformas por razones que no alcanzaba a entender, dado que los
cambiaformas y los demonios eran enemigos naturales.
Me miré el dedo y me sorprendí al ver que todavía llevaba el anillo de
rama de olivo que me había dado Wrath. Perdida en mis pensamientos,
hice girar la banda de oro alrededor del dedo. Me pregunté qué más
podría haber descubierto Vittoria antes de morir. ¿Podría tratarse de toda
la verdad sobre la maldición del diablo y la deuda de sangre? Tal vez ese
conocimiento, más que ninguna otra cosa, fuera la auténtica razón por la
que la habían asesinado.
Algo enterrado en lo más profundo de mi memoria se agitó y luego se
alejó flotando. Una voluta de humo que no pude retener. Me dio la
extraña impresión de que tal vez el diablo no hubiera sido maldecido en
absoluto.
Si eso era cierto… entonces tal vez los asesinatos de aquellas brujas no
tuvieran nada que ver con su búsqueda de una novia, y todo lo que creía
saber me lo había inventado a partir de lo que me habían dicho quienes
me habían engañado. Nonna. Vittoria. Los siete príncipes del infierno. Al
menos uno de ellos había estado mintiendo.
Y estaba más decidida que nunca a averiguar por qué.

Tardé unas cuantas horas muy frustrantes, pero por fin encontré lo que
había estado buscando. Saqué del estante un grimorio sobre magia para
principiantes y me dejé caer en una silla cerca de un rincón oscuro. Paseé
la mirada por aquel espacio, no se oía ningún sonido ni había ninguna
indicación de que alguien más estuviera en la biblioteca. No es que fuera
a parecer extraño que una bruja estuviera estudiando magia. Aun así, no
quería que nadie se diera cuenta de las carencias de mi formación. Abrí el
lomo de cuero desgastado y empecé a leer.
Según la bruja que había escrito el libro, nuestra magia era similar a un
músculo que necesitaba ser ejercitado. Si se ignoraba durante demasiado
tiempo, se atrofiaba. También la describía como una «fuente»; un lugar en
nuestro interior del que podíamos extraerla con facilidad, como un pozo
sin fondo en nuestro núcleo.
Las sabias hilanderas del destino dicen que nuestro poder es un regalo
otorgado por las diosas; por lo tanto, tiene tendencia a imitar sus
habilidades hasta cierto punto. Algunas líneas de sangre notarán afinidad
con ciertos hechizos, en especial con aquellos que usen los cuatro
elementos. Es una señal de a qué diosa debe rezarle la bruja para
mejorar esa magia. El quinto elemento, del que menos se habla, el éter, se
cree que es el más raro, pero eso puede no ser cierto en este contexto.
Dejé de leer y me permití asimilar la información. Y con ella, otra
emoción que era mejor no examinar de cerca. No era exactamente
sospecha, ni ira, sino algo relacionado con ambas. Nonna nunca nos había
explicado de dónde venía nuestro poder o cómo funcionaba. Era posible
que no lo supiera, pero me costaba creerlo.
Aquella también era la primera vez que oía hablar sobre las hilanderas
del destino y rezar a una diosa. Siempre nos habían enseñado a rezarles a
todas ellas. Busqué en mi memoria algún altar que Nonna hubiera hecho
para cualquier diosa y no me vino ninguno a la cabeza. Tal vez nuestra
magia no estuviera demasiado alineada con ninguno de los elementos.
Hojeé el grimorio, buscando más información sobre las hilanderas del
destino, pero no encontré otras menciones. Volví al principio con la
intención de concentrarme en la fuente.
La ira que sentía hacia Nonna y la ausencia de cuestionamiento de
nuestra educación por mi parte no dejaban de distraerme.
—Céntrate.
Sin demasiada confianza en mis habilidades, cerré los ojos, dejé la
mente en blanco e intenté sentir esa fuente interna de poder. Al principio
no noté nada inusual, pero luego el mundo se desvaneció rápidamente a
mi alrededor. El interior de mi mente se volvió más oscuro. No sabía
nada, no era nada. Me convertí en nada.
Era casi como un vacío dentro de mí, bostezando en la oscuridad sin
fin. Tuve la extraña impresión de que había estado esperando a que
hiciera uso de él, y una vez que reconocí su existencia, me sentí atraída
hacia él de inmediato. Ahora lo sentía todo. Hice un túnel hacia abajo,
abajo, abajo, hasta mi mismo centro, cerca de mi corazón, que latía
salvaje, y me detuve. Mi magia dormía allí. No estaba segura de cómo lo
sabía, pero así era.
Acerqué mi conciencia a la magia e intenté hacerme una mejor idea de
cómo era.
Algo antiguo, poderoso y furioso abrió un ojo, enfadado porque lo
hubiera despertado.
Me alejé de ese lugar con un grito ahogado.
—Santa diosa… ¿qué ha sido eso?
Pasé las páginas del grimorio, pero no encontré ninguna mención a un
poder como el que acababa de experimentar. Lo que estaba claro era que
no encajaba con la tierra, el aire, el fuego, el agua o el éter. Era enorme,
omnisciente, poderoso de una forma que me preocupaba. Su rabia ardía
con una intensidad que obliteraba la razón. Si pudiera invocar esa fuerza a
voluntad… podría destruir aquel reino.
No es que quisiera hacerlo. Solo quería vengarme del asesino de mi
gemela. Respiré hondo y cerré los ojos, lista para intentarlo de nuevo.
—Oh, perdóname.
Levanté la vista de mi libro de hechizos, mi educación abandonada, y
cerré el grimorio con un ruido seco. Una mujer joven, con cabello negro
azabache rizado, ojos color sepia y piel morena me hizo una educada
reverencia. En su largo cabello había cráneos de animales, en un estilo
similar al mío cuando me entretejía flores en el pelo. Un vestido de un
tono rojizo intenso abrazaba hasta la última de sus generosas curvas.
Sostenía un libro sobre arboricultura, una elección sorprendente pero
interesante.
—Tú debes de ser Emilia, tienes a toda la corte muy intrigada. Soy
Fauna.
Le dediqué una sonrisa vacilante. Ya contaba con el hecho de que allí
los chismes llegarían tan lejos como en el mercado de casa.
—¿Qué tipo de rumores desagradables están circulando?
—Lo habitual. Que tu pelo está hecho de serpientes y tu lengua de
fuego, y que cuando te enfadas, escupes llamas como los poderosos
dragones infernales del tramo Despiadado. —Sonrió al ver mi mirada de
sorpresa—. Te estoy tomando el pelo. Son demasiado inteligentes para
iniciar rumores mientras el príncipe Wrath esté en casa. Como su invitada
personal, eres intocable. Lo ha dejado muy claro. Si tu nombre está en
boca de alguien, sea lord o lady de la corte real demoníaca, le arrancará la
lengua.
—Más bien los fulminará con la mirada hasta que se marchiten y
mueran si ponen trabas a su misión.
Me dirigió una mirada curiosa.
—En realidad, fue bastante literal en su amenaza. Lord Makaden tuvo
suerte de escapar con la suya intacta. El príncipe prometió que la próxima
vez que hable mal de ti, su lengua acabará clavada en el exterior de la sala
del trono y permanecerá allí hasta que se pudra. Lo más probable es que
la posición prominente de Makaden en la corte sea la única razón por la
que todavía no lo ha mutilado.
Tuve que recordarme mentalmente que debía seguir respirando mientras
esa imagen tomaba forma.
—¿De verdad? ¿Wrath ha amenazado con arrancarle la lengua a
alguien?
—No es una amenaza hecha a la ligera. Es una advertencia a tener en
cuenta. Su alteza no es misericordioso con aquellos que lo desafían. Esta
mañana ha derribado una montaña sobre Domitius, su teniente general. —
La sonrisa de Fauna se desvaneció—. Todavía lo están buscando entre los
escombros.
Me quedé sin palabras. Anir solo me había dicho que había derribado
una montaña. No había mencionado que nadie hubiera sido aplastado.
Wrath era un príncipe del infierno. El general de guerra. Uno de los
temidos y poderosos Siete. Aquella noticia no debería resultar
sorprendente. Había visto antes la violencia de la que era capaz.
Aun así, me sirvió como recordatorio de con quién estaba tratando y
dónde estaba. Necesitaría jugar como experta cuando visitara otros reinos.
El hecho de que Wrath hubiera herido a un oficial de alto rango no
debería ser una sorpresa. Lo más seguro era que se hubiera desquitado
con él después de nuestra pelea matutina. Si eso era lo que hacía después
de una pequeña discusión, me preocupaba quién podría haber sido víctima
de su legendaria ira tras nuestro último desacuerdo. La culpa hundió sus
garras en lo más profundo de mí, aunque racionalmente sabía que no tenía
por qué sentirme culpable. Él era el único responsable de sus acciones.
—¿Sabes por qué lo ha atacado Wrath?
—Creo que Domitius ha sugerido servir a los soldados tu corazón aún
palpitante. Aunque otros aseguran que ha hecho comentarios lascivos
sobre tus atributos físicos. Algo sobre degustarte para ver si eras tan dulce
como sugerían «tus pechos maduros».
—¿Y el otro? ¿Qué dijo?
—Lord Makaden preguntó si su alteza tenía otras reglas en lo
concerniente a la lengua que se aplicaran a ti. —Vaciló—. Ninguno de
ellos está considerado muy… gracioso. Su majestad hizo bien en actuar
con rapidez. Una fruta podrida estropea toda la cosecha.
Encantador. Era una forma delicada de decir que los demonios habrían
actuado como anunciaban. O, al menos, lo habrían intentado. Puede que
yo no estuviera muy versada en las armas o el combate, pero poseía cierta
habilidad con un cuchillo, gracias al tiempo que había pasado en la cocina
desmenuzando cadáveres. Conocía las áreas vitales a las que había que
apuntar y no dudaría en defenderme de quien quisiera hacerme daño.
La próxima vez que viera a Wrath, le pediría un arma. Seguro que me
concedería algún medio de protección. No quería depender de él ni de
nadie más para mi propia seguridad.
—¿Alguno de ellos era tu amante?
—Por el infierno, no. —Fauna resopló—. Conocerás al objeto de mis
anhelos bastante pronto. Mañana por la noche, de hecho.
La sospecha creció dentro de mí junto con el temor.
—¿Qué va a pasar mañana?
—Nada demasiado escandaloso o aterrador. Solo una cena con los
miembros más elitistas de la casa de la Ira. —Esbozó una sonrisa plena y
deslumbrante—. No te preocupes. El príncipe Wrath prohibió los
destripamientos hace al menos un siglo. Ahora las únicas hojas con las
que nos armamos son nuestras afiladas miradas. Nos lanzamos dagas con
los ojos por encima de nuestras copas de vino y soñamos con apuñalar la
carne de nuestros enemigos. Considéralo un entrenamiento para la
próxima fiesta.
—He oído que le arrebatan un miedo al invitado de honor. ¿Puede
intercambiarse con alguien? Si es así, negociaré con Wrath o con el
mismo diablo si tengo que hacerlo. Con algún miembro de la alta nobleza,
tal vez.
—Incluso si estuviera permitido, que bien podría estarlo, nadie se
ofrecería voluntario. —Fauna me miró con lástima—. Definitivamente,
ningún príncipe de este reino. Otorgaría demasiado poder a los demás
miembros de la realeza. —Sostuvo su libro con fuerza—. Te alojas en el
Ala de Cristal, ¿verdad?
—¿Quizá? —Me encogí de hombros—. Hay mucho cristal en mi
habitación.
—Maravilloso. Te veré antes de la cena y te acompañaré abajo.
Antes de que pudiera expresar mi conformidad o hacer preguntas, salió
corriendo de la biblioteca.
Negué con la cabeza. Mi primer día en la casa de la Ira había sido un
desastre. Una calavera encantada, discusiones con el príncipe, secretos
que mi familia podría estar guardando sobre mi magia, un miembro del
ejército de Wrath mutilado y la nueva amenaza del Festín del Lobo
cerniéndose sobre todo ello.
Lo último que quería en el mundo era ofrecer mi peor miedo a un reino
que me torturaría con él. Pero, tal vez, si aprendía a aprovechar mi poder,
podría resolver el problema del asesino de Vittoria y volver a casa, al
mundo de los mortales, mucho antes de que eso sucediera.
Recogí el grimorio, me levanté y me retiré a mis habitaciones, con la
necesidad de prepararme para el día siguiente. Dada la información sobre
la montaña derribada, no me cabía la menor duda de que la cena sería
algún tipo de batalla perversa. Una de la que tendría suerte de escapar
ilesa.
No terminé de vuelta en el Ala de Cristal. La curiosidad se apoderó de mí
y decidí investigar la versión del infierno de Wrath. Conoce a tu
enemigo… y sus hábitos de lectura.
Encontré una escalera circular cerca de la parte trasera de la biblioteca
del arcoíris y descendí con cuidado hacia la oscuridad que se abría más
abajo. Mi suposición inicial sobre el ébano, el oro y el cuero no distaba
mucho de la realidad de su biblioteca personal. Había sillas de cuero
oscuras, suaves como la mantequilla, frente a una chimenea que ocupaba
una pared de piedra. No me costaría nada meterme de pie en la abertura y
estirar los brazos por encima de la cabeza, y aun así no llegaría ni a rozar
la parte superior. Varias alfombras en varios tonos de carbón y negro con
detalles en hilo dorado habían sido colocadas con un gusto exquisito
alrededor de la habitación.
Allí, los estantes eran de obsidiana y todos los libros estaban
encuadernados en cuero oscuro. Un candelabro circular con brazos
delgados de hierro colgaba de las vigas expuestas del techo y arrojaba un
brillo tentador sobre la habitación. Era el lugar perfecto para acurrucarse y
leer frente a un fuego crepitante. Incluso había una manta de felpa tirada
como quien no quiere la cosa sobre el respaldo de una silla de lectura.
En un rincón del espacio de lectura principal, un juego de cadenas con
esposas colgaba de la pared. Wrath no estaba bromeando. Se me secó la
boca y me apresuré a desviar la mirada.
La tortura no había sido lo primero que me había venido a la mente. Y
no quería que aquel reino manipulara con su magia retorcida cualquier
emoción pasajera. Exploré el resto del espacio, absorbiendo todo lo que
pude.
Había libros sobre guerra, estrategia, historia (tanto demoníaca como
humana), rituales de brujas, grimorios y notas escritas a mano en
ordenadas pilas sobre un escritorio grande e imponente. En latín y en un
idioma que me era desconocido. Nada incriminatorio o útil. Nada sobre
las diosas ni su magia, ni fábulas demoníacas sobre la Doncella, la Madre
o la Anciana. Ningún hechizo para reanimar cráneos u otros huesos.
Solo plumas y botes de tinta. Una piedra áspera que imaginé que servía
para afilar un arma blanca.
En un estante detrás del escritorio, había siete volúmenes de diarios
dedicados a cada casa demoníaca. Ocho diarios, en realidad, si el patrón
del polvo podía servir de indicación. Tal vez una casa fuera tan prolífica
que se necesitaba más de un libro para almacenar toda la información.
Por lo visto, los títulos eran lo único que estaba escrito en latín. Hojeé
algunos, pero no fui capaz de leer el idioma del interior. La frustración
creció detrás de mi esternón cuando devolví los diarios a su lugar. Nunca
había nada fácil.
Una licorera parcialmente llena de un líquido lavanda y una copa de
cristal a juego atrajeron mi atención. Sentí curiosidad por saber a qué
bebida se daba Wrath y vertí un poco de licor en la copa para olfatearlo.
Desprendía una mezcla de notas cítricas y botánicas. Tomé un sorbo con
cuidado y siseé cuando sentí que me quemaba los dientes. Era un licor
fuerte. Casi como el brandy humano, pero con una nota de vainilla más
dulce por debajo. Si se lo rebajaba con un poco de crema y hielo, seguro
que estaría delicioso.
Y podría ayudarme a soportar el evento de la siguiente noche. Pediría
una copa antes de la cena.
Dejé el licor a un lado y me senté en el escritorio para intentar abrir los
cajones. Cerrados, por supuesto. Debajo de una escultura de cobre en
forma de serpiente que supuse que se usaba como pisapapeles, había un
sobre escrito con letra elegante. Sin sentirme culpable en absoluto, leí el
mensaje.
Lo leí de nuevo, pero no es que eso me ayudara a descifrar aquella
única frase. Me imaginé que la «G» era la firma de Greed. Pero también
podría ser Gluttony. Los han encontrado. viii. Tanto Envy como Greed
habían ido tras el Cuerno de Hades, pero Wrath nunca había mostrado
mucho interés en los amuletos. Por no mencionar que ahora estaba en su
posesión hasta que Pride nos permitiera entrar en su territorio.
—Veamos, ¿qué estabas buscando, queridísimo y reservado Wrath?
Levanté el pisapapeles de la serpiente y lo hice rodar entre las palmas.
—Ay.
Le di la vuelta; unas pequeñas crestas afiladas agrupadas en un diseño
geométrico sobresalían de la parte inferior. Era un sello de cera, no un
pisapapeles. O tal vez fuera ambas cosas. Lo dejé a un lado y escaneé la
nota otra vez. En esa ocasión, hubo algo que me llamó la atención. No iba
dirigida a nombre de nadie. Lo que significaba que no había forma de
saber si Wrath era el destinatario previsto o si la había interceptado.
Puede que el destinatario de aquel mensaje fuera el diablo y el objetivo
fuera hacerle saber que habían localizado sus cuernos. Puede que la «G»
representara el verdadero nombre de Wrath y él fuera el remitente. O
puede que aquello no tuviera importancia en absoluto y yo estuviera tan
desesperada por encontrar pistas que me las estaba inventando.
También faltaba una fecha, por lo que no había forma de saber si se
trataba de algo reciente o antiguo. A menos que eso fuera lo que
significaba la parte del viii. No tenía ni idea de cómo tabulaban el tiempo
los demonios. En el mundo humano estábamos a finales del siglo xix en la
Tierra, pero puede que allí fueran por el octavo eón. O puede que fuera
una referencia al octavo diario, al que faltaba. Podría pasarme una
eternidad intentando adivinarlo.
Aparté la nota, que no me era de ninguna utilidad, me apoderé de un
tintero, una pluma y un poco de pergamino, recuperé el grimorio sobre
magia para principiantes y volví a mi habitación, más frustrada y perdida
de lo que me había sentido antes. Con suerte, el día de mañana arrojaría
algo de claridad sobre el asunto. Incluso si era a partir de observar cómo
interactuaban los demonios y aprender cómo se movían por la corte.
Dada mi posición como miembro de la clase trabajadora, en casa no
había tenido relación con los círculos pudientes de la sociedad, así que el
día siguiente constituiría una prueba de lo bien que podía pasar
inadvertida. Mi camino hacia la venganza sería a fuego lento, no un
infierno rugiente. Para cuando invadiera la casa del Orgullo, estaría bien
versada en la forma correcta de engañarlos.
Para cuando el demonio responsable de la muerte de Vittoria sintiera
por fin las llamas de mi furia, con suerte ya habría reducido a cenizas su
casa del pecado.
OCHO
Sangre seca o un merlot añejo, reducido en una cacerola y rociado
sobre un corte de carne sazonada con granos de pimienta. Me retorcí de lado
a lado frente al espejo dorado que llegaba hasta el suelo. No era capaz de
decidir qué descripción capturaba mejor el color único del vestido que
llevaba puesto en aquel momento. Nonna hubiera dicho que era un presagio
empapado en sangre y hubiera ofrecido sus oraciones a las diosas.
Me gustaba bastante.
Como es obvio, nunca antes había asistido a una cena con la realeza
demoníaca, y la nota que había llegado temprano por la mañana con los
elegantes trazos de Wrath indicaba que debería usar algo fiero y formal.
Aquel vestido cumplía ambos requisitos. Un corpiño rígido con corsé creaba
una profunda uve entre mis pechos y mostraba mi piel bronceada. Una fina
piel de serpiente negra bordeaba la atrevida parte superior, mientras que las
faldas eran de un tono consistente de vino oscuro. Galas demoníacas en todo
su esplendor gótico.
Dado que aquel vestido no tenía mangas ni tirantes, mi reluciente tatuaje
quedaba a la vista. Decidí renunciar a los guantes para enseñarlo bien. No
llevaba joyas excepto el anillo que Wrath me había regalado. Sin duda,
constituiría un interesante tema de conversación.
Y con suerte, cumpliría bien su propósito.
Echaba de menos el cornicello, pero tenía que aceptar que mi amuleto se
había ido para siempre. Pasé al baño y jugueteé con mi cabello suelto. El día
anterior, Fauna lo había llevado suelto y salvaje y había estado encantadora.
Decidí arreglarme el mío de manera similar para evitar errores en el
atuendo. Largas ondas oscuras derramándose en cascada por mi espalda, y
los mechones más cortos que enmarcaban mi rostro cayendo hacia delante
mientras fingía conversar con los comensales que tuviera a los lados.
No serviría. No quería esconderme detrás de nada esa noche. Los nobles
del infierno me verían sin obstáculos.
No importaba lo asustada o nerviosa que estuviera, me negaba a dejarlo
traslucir.
En un cajón del tocador, descubrí unas pequeñas horquillas rematadas en
forma de cráneo de pájaro y tiré de la parte superior de mi cabello hacia
atrás. Coloqué los huesos alrededor de mi corona como una diadema mortal
y añadí flores entre lo macabro. Así. Ahora ya parecía una princesa del
infierno, si no su futura reina.
Aunque, con los huesos en el pelo y el fulgor familiar de la ira apenas
contenida brillando en mis ojos, supuse que también podría pasar por la
diosa de la muerte y la furia.
Regresé a mi dormitorio y me detuve a mitad de camino. Sobre la mesa de
cristal, junto a la botella de vino que había sobrado después de la visita de
Anir la noche anterior, había otra calavera.
—Sangre y huesos. —Casi literalmente.
Respiré hondo y me acerqué lo suficiente para que entregara su mensaje.
Al instante, habló con la voz de Vittoria, lo que me puso la piel de gallina
por todo el cuerpo.
—Siete estrellas, siete pecados. Como pasa arriba, pasa abajo.
—Por la diosa. ¿Y eso qué significa?
No esperaba una respuesta y no me decepcioné demasiado cuando no
llegó. Dejé escapar un suspiro. Odiaba los acertijos. Eran cosas confusas e
inútiles. Saqué el tintero, la pluma y el pergamino que había tomado de la
biblioteca de Wrath y garabateé unas notas.
Si uno de los hermanos de Wrath se estaba tomando el tiempo de enviar
mensajes a través de cráneos poseídos, estaba claro que tenía que significar
algo. A menos que uno de los siete príncipes simplemente estuviera jugando
conmigo por culpa del aburrimiento. Cosa que dudaba, pero no pensaba
descartarlo. Tal vez fueran lo bastante mezquinos para algo así.
Los siete pecados eran los más fáciles de descifrar, estaba claro que se
refería a los príncipes del infierno. Como pasa arriba, pasa abajo era la
parte menos clara de la profecía. Nadie parecía completamente seguro de lo
que significaba. Nonna lo había mencionado en relación con Vittoria y
conmigo. Según ella, se suponía que íbamos a traer la paz a ambos reinos a
través de un gran sacrificio. Pero ni siquiera Nonna tenía todas las
respuestas. Al menos, eso era lo que había proclamado. ¿Quién sabía la
verdad a aquellas alturas? El resto… el resto requeriría algo de
investigación.
Comencé un nuevo apartado en mis notas, decidida a definir con claridad
cada teoría para poder tachar o agregar información con el tiempo. Tener
algo escrito siempre me ayudaba a verlo de verdad.
Además, era lo que hacían los detectives en las novelas, y al final del libro
siempre resolvían el misterio. Yo no era ninguna experta, pero iba a
esforzarme al máximo. A continuación, anoté toda la información que era
capaz de recordar acerca de la profecía.
Me quedé sin aliento cuando releí el segundo punto. Las gemelas señalan
el final de la maldición del diablo.
—Santa diosa de arriba. No puede ser…
¿Cómo no nos habíamos dado cuenta antes? Puse a trabajar mi mente a
toda velocidad y empecé a pensar en la sesión de adivinación de Claudia una
vez más. Sobre lo que había dicho de que «él» deambulaba libre y la
imposibilidad de ello. No había estado refiriéndose al ángel de la muerte.
Nos había estado advirtiendo sobre el diablo. Si mi gemela y yo poníamos
fin a su maldición, lo más probable era que hubiera sido nuestro nacimiento
lo que había roto la magia que lo ataba, no ninguna acción nuestra.
Lo que significaba que no había estado encadenado en el infierno como
creíamos.
Y no lo había estado durante casi dos décadas. Mientras yo había estado
investigando el asesinato de Vittoria, él había vagado libre por ahí, haciendo
la diosa sabía qué.
Entonces, ¿por qué Pride había poseído el cuerpo de Antonio y enviado a
Wrath a recogerme en su lugar? Si no estaba obligado a reinar en el infierno,
podría haber venido a por mí él mismo. Podría haber ido a recoger a todas
sus novias en potencia. ¿Por qué delegar ese deber en Wrath?
A menos que mi sospecha anterior fuera correcta; nunca había tenido la
necesidad de una novia. Y los asesinatos habían sido cometidos por otra
razón.
El miedo me recorrió la espina dorsal. Miré el reloj nuevo de mi mesita de
noche.
Antes de irme a dormir, había deseado tener una mesita de noche y un
reloj, y ambos habían aparecido por arte de magia mientras dormía. No sabía
si la habitación estaba hechizada para cumplir mis deseos, o si,
sencillamente, Wrath había adivinado que los necesitaría. La última opción
era más probable. La atención de Wrath al detalle era asombrosa. Como si
no tuviera nada mejor que hacer que mandar a buscar mesitas de noche.
La cena era a medianoche y aún quedaba una hora antes de eso. Lo cual
me dejaba justo el tiempo suficiente para volver corriendo a la biblioteca
personal del príncipe demonio. Había planeado pasar un tiempo practicando
para aprovechar mi fuente mágica, pero eso podía esperar. Necesitaba el
diario de la casa del Orgullo y llevármelo a escondidas a mi habitación. De
inmediato. Lenguaje demoníaco o no, encontraría alguna manera de leerlo,
aunque tuviera que negociar con otra parte de mi alma para lograrlo.

Me las arreglé para apretujar tanto el cráneo como el diario robado junto al
primer cráneo, lo escondí todo detrás de un vestido voluminoso y cerré el
armario justo cuando sonó un golpe en la puerta. Exhalé en silencio, recé
una oración rápida a la diosa de las mentiras y el engaño, y deseé no solo
superar la noche, sino salir de ella más victoriosa de lo que esperaba.
Me alisé la parte delantera del corpiño y crucé de mi dormitorio a la sala
de estar que hacía las veces de antecámara.
Con un poco de suerte, mis latidos acelerados pasarían por nervios
provocados por la cena.
Abrí la puerta y Fauna me dedicó una amplia sonrisa. Su alegría no
parecía forzada y eso aflojó el nudo que sentía en el pecho. A lo mejor
podría llegar a un acuerdo con ella para que me leyera el diario. Ella era un
demonio, sin duda poseería las habilidades necesarias para leer su lenguaje.
Pero todavía no estaba lista para entregarle mi confianza.
Sin percatarse de mi evaluación silenciosa y mis pensamientos errantes, su
mirada me recorrió rápidamente.
—Estás preciosa, Emilia.
—Tú también. —Un eufemismo. Estaba resplandeciente con un vestido
plateado que parecía hecho de metal líquido. Cruzaron por mi mente varias
imágenes de corazas de centuriones romanos, lo único que le faltaba era la
falda o la capa escarlata para completar el atuendo—. Tu vestido es como
una armadura.
—Es lo mejor para protegerse de las miradas asesinas. —Me guiñó un ojo,
dio un paso atrás en el pasillo y su expresión pasó a ser seria—. ¿Estás lista?
Deberíamos ir hacia allí pronto. Se espera que los invitados lleguen
elegantemente tarde, pero no lo bastante como para provocar la ira real.
El corazón me latía con fuerza. No había sabido ni una palabra de Wrath,
ni lo había visto, excepto por la nota que me había mandado antes con
respecto a mi ropa. No tenía ni la menor idea de qué esperar de él esa noche,
cómo actuaría frente a sus súbditos, si ignoraría mi presencia, si se burlaría
de mí o me sentaría en un lugar de honor.
Tal vez ni siquiera se molestara en aparecer. Puede que me arrojara a los
lobos y se sentara a observar si era lo bastante cruel como para que me
crecieran los colmillos y tratara de sobrevivir por mi cuenta. Después de
nuestro encuentro en la biblioteca, lo cierto era que parecía guardarle rencor
a mi familia. ¿Qué mejor forma de vengarse de ellos que dejándome sola en
una habitación llena de demonios sedientos de sangre?
—¿Wrath asistirá?
—Sí.
Esa voz profunda y suave se apoderó de toda mi atención con solo una
palabra. Mis ojos se clavaron en los suyos. Wrath estaba de pie en el pasillo,
vestido con su traje negro característico. Su mirada se oscureció al verme.
Sobre su cabeza descansaba una corona de serpientes de obsidiana
espolvoreadas con oro. Si una sombra alta y amenazadora cobrara vida, a la
vez peligrosa y tentadora como el pecado, se parecería a él.
Me dije a mí misma que su aparición inesperada fuera de mi dormitorio
era la causa del aleteo de mi pulso, y que no tenía absolutamente nada que
ver con el apuesto príncipe o el brillo depredador de su mirada. Con esa
mirada, que estaba tan fija en mí, indicaba que el resto del reino ya podía
arder, él no le prestaría atención. Había algo en su forma de mirar que…
Fauna se giró para ver quién había llamado mi atención y se inclinó al
instante en una profunda reverencia.
—Alteza.
—Déjanos.
Tras una rápida mirada de simpatía en mi dirección, Fauna se apresuró a
alejarse por el pasillo y desapareció de la vista. Una vez que el sonido de sus
zapatos de tacón se desvaneció, Wrath se acercó más y deslizó su pesada
mirada desde la corona de hueso animal que llevaba puesta a su anillo en mi
dedo, y luego descendió poco a poco hasta los dedos de los pies antes de
volver a arrastrarla hacia arriba. Me esforcé todo lo posible para respirar a
intervalos regulares.
No fui capaz de identificar si lo que brillaba en sus ojos era una codicia
voraz, ira o lujuria. Tal vez se tratara de una combinación de las tres. Parecía
que ahora el inframundo no estaba poniendo a prueba y sacando a relucir
solo mis deseos, de repente era una batalla que él también estaba librando.
Cuando por fin terminó su minuciosa inspección de mi atuendo, me miró a
los ojos. Una pequeña chispa me atravesó cuando nuestras miradas chocaron
y nos las sostuvimos el uno al otro.
Apenas era nada, un poco de la electricidad estática que uno
experimentaba después de arrastrar los pies y tocar algo metálico en un día
árido. Excepto por que… no me hacía sentir nada, exactamente.
Parecía el primer indicio de que se estaba acercando una tormenta
violenta. De esas en las que te mantenías firme o bien echabas a correr para
ponerte a cubierto. El aire entre nosotros pareció volverse pesado y oscuro
con la promesa de la furia de la naturaleza. Si cerraba los ojos, podía
imaginar un trueno haciendo castañetear mis dientes mientras el viento
azotaba a mi alrededor, amenazando con arrastrarme al interior del vórtice
arremolinado y devorarme por completo. Era el tipo de tormenta que
quebraba ciudades, que destruía reinos.
Y Wrath lo controlaba todo con una poderosa mirada.
—Tienes el aspecto de un hermoso cataclismo.
Me reí, tratando de aliviar la extraña tensión que flotaba entre nosotros. Su
elección de las palabras hizo que me preguntara cuán bien era capaz de leer
mis emociones. Tal vez ninguno de mis secretos había estado nunca a salvo
de él.
—El sueño de toda mujer es ser comparada con un desastre natural.
—Una violenta agitación. Yo diría que te va como anillo al dedo.
En su precioso rostro estuvo a punto de aparecer una sonrisa. En vez de
eso, me hizo señas para que girara sobre mí misma. Obedecí despacio para
que pudiera echarme un vistazo desde todos los ángulos.
La parte trasera del vestido era tan escandalosa como la delantera. Una
uve profunda que descendía y exponía mi piel casi hasta las caderas. Una
delgada cadena de oro unida entre mis hombros se balanceaba como un
péndulo contra mi columna vertebral, el único otro adorno que llevaba.
Fue solo porque me estaba esforzando por prestar atención, pero escuché
el cambio mínimo en su respiración cuando inhaló con brusquedad. Algo
parecido a la satisfacción me recorrió entera.
Me preocupaba sentirme cohibida con tantas franjas de piel expuestas en
el torso y la espalda, y la forma en que el vestido se adhería de forma
seductora a cada curva, pero sentí lo contrario. Me sentía poderosa. Ahora
entendía por qué Wrath elegía su ropa con tanto cuidado. Me prestarían
atención sin que tuviera que abrir la boca.
Era un riesgo que había decidido correr mientras me vestía y, a juzgar por
los puntos de calor en mi espalda y lo que imaginé que era la incapacidad de
Wrath para evitar que su mirada volviera a mí una y otra vez, funcionaba.
En la cena quería que todos los ojos estuvieran fijos en mí cuando entrara,
que todas las conversaciones murieran. No me escondería detrás de las
columnas y me escabulliría sin ser detectada. Si los súbditos de Wrath se
parecían en algo a él, no podían verme como a alguien débil. Olfatearían mi
miedo como un enjambre de tiburones ante una gota de sangre en el mar y
atacarían con la misma violencia depredadora.
Empecé a darme la vuelta otra vez, pero Wrath me detuvo con un ligero
roce en el hombro. Su piel desnuda ardía contra la mía.
—Espera.
Tal vez fue la suavidad con la que lo dijo, o la sensación de intimidad en
su voz, pero obedecí. Me recogió el pelo con cuidado y lo apartó hacia un
lado, dejando que los mechones me hicieran cosquillas mientras se
deslizaban por mis hombros. Me mordí el labio. Los hombros eran una zona
más erógena de lo que me había planteado nunca. O tal vez fuera solo la
forma en que Wrath se acercó más, hasta que sentí su calor contra mi piel y
una pequeña e intrigada parte de mí deseó sentir más.
Me pasó un collar por encima de la cabeza y el peso se asentó justo por
encima de mi escote. Lo abrochó más despacio de lo necesario. Pero no me
quejé ni me alejé.
Cuando terminó, recorrió mi columna con un dedo resiguiendo la línea de
la delgada cadena y, sin darse cuenta, me provocó un pequeño escalofrío.
Aproveché cada gramo de terquedad que pude reunir para no inclinarme
hacia su caricia. Para recordar mi odio. Porque seguro que de eso trataba
aquel sentimiento: el fuego que lo consumía todo, la furia del odio.
Me giré despacio hasta que volvimos a estar cara a cara. Su mirada se
posó en mi collar y por fin miré hacia abajo para ver lo que me había puesto.
Se me cortó la respiración cuando mi cornicello de plata reflejó la luz.
—¿Sabe el diablo que me estás dando esto?
Wrath no apartó la atención del amuleto.
—Considéralo un préstamo, no un regalo.
—¿Puedes hacer eso? ¿No irán a por ti?
Hizo la pantomima de mirar a cada extremo del pasillo vacío antes de
volver a mirarme.
—¿Ves a alguien intentando detenerme? —Negué con la cabeza—.
Entonces deja de preocuparte.
—No estoy… —Torció la boca en esa sonrisa problemática suya mientras
yo me interrumpía, sin acabar la mentira. Solté un suspiro silencioso—. No
significa lo que crees que significa, así que deja de sonreír.
—¿Qué es, exactamente, lo que tú crees que creo que significa?
—Me da igual lo que pienses. Por el momento, he decidido ser cordial.
Solo eso. Y simplemente tolero nuestra situación actual hasta que me vaya a
la casa del Orgullo.
—¿Estás segura?
—Sí.
—Dime que me odias, Emilia. Dime que soy tu peor enemigo. O mejor,
dime que no quieres besarme.
—No me interesa jugar a este juego. —Él arqueó una ceja, esperando, y
luché contra las ganas de poner los ojos en blanco ante su presunción—.
Está bien. No quiero besarte. ¿Satisfecho?
Una chispa de comprensión brilló en su mirada. Me di cuenta un segundo
demasiado tarde de lo que había hecho; lo que él había sabido en el
momento en que las palabras abandonaron mis traicioneros labios. Dio un
paso adelante y yo me apresuré a retroceder, hasta que choqué contra la
pared. Se inclinó y apoyó una mano a cada lado de mí, su expresión ardía
con la intención suficiente como para iniciar un incendio.
—Mentirosa.
Antes de que pudiera cavarme una tumba más profunda, su boca se inclinó
sobre la mía, robándome el aliento y cualquier otra negación con tanta
facilidad como me había robado el alma.
NUEVE
Su beso me consumió y me sedujo. Tal como él quería.
No fue algo rápido, ni duro ni alimentado por el odio o la
furia. Era una brasa, una promesa del fuego ardiente que
estaba por venir junto a una caricia tierna. Casi lo consideré
dulce: el tipo de abrazo casto que dos amantes en cortejo se
roban cuando su carabina no mira, hasta que poco a poco me
levantó los brazos por encima de la cabeza y me inmovilizó
contra la pared por las muñecas. Tomó mi labio inferior entre
los dientes y me dio un mordisco suave. Entonces lo recordé;
él no era ningún ángel. Y de repente me sentí más que
dispuesta a acabar condenada.
Maldito fueran ese reino y sus diabólicas maquinaciones. Su
necesidad de pecado. Mi innegable necesidad de él. En aquel
momento no existía ningún pacto de sangre con el diablo. No
había compromisos ni obligaciones para con mi familia. Solo
existía aquel instante, aquel príncipe maldito y el calor que no
dejaba de aumentar entre nosotros.
El cuerpo de Wrath se amoldó contra el mío, duro como una
roca e inflexible en todos los lugares apropiados. Cualquier
hambre que yo sintiera, él la igualaba. Deseaba odiarlo.
Deseaba no estar pasando la lengua sobre sus labios ni
suspirando mientras él obedecía a mi petición silenciosa y
hacía más profundo nuestro beso.
Aquel nuevo beso devoró, saqueó, robó. Fue una disculpa y
un deseo y una negativa feroz a someterse a cualquier
sentimiento verdadero, todo en uno. Una necesidad primaria
en su nivel más básico. No estaba segura de si dejarme llevar
por aquel sentimiento salvaje me asustaba o me excitaba.
Me alejé, respirando con dificultad.
—¿Esto es real?
—Sí.
Como para demostrar la veracidad de lo que acababa de
declarar, hizo rodar las caderas hacia delante y estuve casi
segura de que todo el castillo tembló en el momento en que
nuestros cuerpos conectaron. No había duda de cuánto me
deseaba aquel príncipe oscuro. Lo agarré de las solapas de la
chaqueta y acerqué sus labios a los míos.
Durante un momento en el que mi corazón tronó, deseé que
me subiera el vestido allí mismo, que se enterrara en mí hasta
lo más hondo y liberara hasta el último de mis deseos
atrapados. Anhelaba olvidar dónde estaba y lo que tenía que
hacer. Quería abandonar todo el sufrimiento, el dolor y la
pena, que nunca se alejaban demasiado. Lo único que deseaba
era el dulce olvido de las caricias. A Wrath no le costaría nada
proporcionarme eso. Y más.
Se contuvo y rompió el beso, solo para empezar a
acariciarme con languidez la parte superior del corpiño. La
necesidad estalló por todo mi cuerpo y pareció reflejarse en el
suyo. Arrastró las manos por mis costados, apretándome un
poco más fuerte contra él.
—Es posible que aún me destruyas.
—Más pronto que tarde, si no dejas de hablar y vuelves a
besarme.
—Criatura angelical y exigente.
Me sonrió con indulgencia, luego obedeció. Ese beso. Fue
lento, narcótico, e hizo que me diera cuenta de que él no era el
único que corría peligro de ser destruido. Me inclinó la cara
hacia arriba, trazó el contorno de mi mandíbula y luego deslizó
los dedos por mi cuello, rozando suavemente el punto donde
podría sentirme el pulso.
Bajo su caricia, experimenté diminutas descargas de
electricidad. Casi había olvidado que me había marcado; me
había otorgado una forma de convocarlo sin usar la daga de su
casa. La «S» pequeña y casi invisible me hormigueó en el
cuello. Nonna había dicho que la marca era un gran honor, que
rara vez se otorgaba.
Aquello no la había complacido.
Enseguida volví en mí y me obligué a dejar de lado la
cualidad adictiva de sus besos. Casi sentí que la magia del
mundo retrocedía como la marea baja, su decepción
rompiendo en olas renuentes a nuestro alrededor.
Wrath me soltó con suavidad al sentir el cambio en mis
emociones.
—¿Por qué? —Me las arreglé para pronunciar dos palabras,
mi voz teñida aún de deseo.
—No me ha parecido que fueras a preferir una audiencia.
Por mi mente cruzó una imagen indecente de él tomándome
sobre la mesa del comedor. Era tan vívida que podría jurar que
había oído los ruiditos de sorpresa de los invitados mientras su
príncipe me mostraba lo pecador que podía ser; los vasos
haciéndose añicos y los tenedores estrellándose contra la mejor
porcelana demoníaca mientras Wrath nos llevaba a ambos al
límite, sin prestar atención a nadie que nos estuviera mirando.
Me tragué una risita nerviosa. Esa entrada sin duda causaría
una gran impresión, una que la casa de la Ira no olvidaría en
una temporada. Aparté esos escandalosos pensamientos.
—Eso no es lo que quería decir, y lo sabes.
Aunque sí me preguntaba por qué había decidido besarme en
aquel momento.
Sus dientes relucieron en una especie de sonrisa mientras
cierto brillo de reconocimiento aparecía en sus ojos. Evasión
aceptada. No pude evitar negar con la cabeza, mis propios
labios curvados en las comisuras. Era un avance, por pequeño
que fuera. O tal vez, por fin estaba aprendiendo a leerlo mejor.
Aunque sospechaba que, en aquel momento en concreto,
tampoco era que estuviera intentando esconderse mucho de
mí. Intenté no dejar que la cautela arruinara el instante.
—Estaba hablando de cuando me marcaste. No de lo que sea
—hice un gesto entre nosotros— esto.
Escudriñó mi rostro durante un minuto lleno de tensión y los
últimos vestigios de calidez abandonaron su expresión. Ahora,
sus ojos parecían de un negro casi sólido. Esta vez no hubo
duda del estruendo que sacudió el castillo. Movió los hombros,
como si así pudiera liberar la tensión que sentía en ellos y
entre nosotros.
Wrath extendió el brazo hacia mí, todo rastro de pasión
borrado de su rostro.
Allí estaba el príncipe del infierno, frío e insensible.
—No podemos retrasarnos más. Es hora de conocer a mi
corte.

Nuestra llegada al exterior de las enormes puertas talladas en


hueso del comedor real estaba borrosa en mi mente. No
recordaba si Wrath me había hablado en nuestra
aparentemente interminable caminata hasta allí o si me había
escoltado en completo y estoico silencio. La opción más
probable era la última, no conseguía imaginármelo
participando nunca en algo tan prosaico como una
conversación sobre mi día o acerca del clima.
Aunque no era que yo me hubiera dado cuenta, de todas
formas.
Sentía una sensación extraña en el pecho; un ligero tirón o
una punzada, o una peculiar combinación de ambas cosas. Al
principio pensé que era mi pánico revoloteando contra las
costillas, miedo por lo que acababa de ocurrir entre nosotros,
pero no era exactamente eso. Era una sensación que se
acumulaba lentamente en mi interior, que viajaba desde mi
corazón y serpenteaba como un arroyo a lo largo de la parte
inferior de mi brazo.
Wrath giró la cabeza en mi dirección, un profundo surco
abriéndose paso en su frente.
Bajé la mirada hacia lo que él estaba mirando. Mi cornicello
brillaba con ese luccicare pálido, sobrenatural y púrpura que
correspondía a los seres humanos. Había sucedido dos veces
en el pasado. La primera, al encontrar a Wrath junto al cadáver
de mi gemela. Y la segunda, al hallar mi amuleto medio
enterrado en un túnel después de que fuera robado. Justo antes
de que los casi incorpóreos demonios Umbra atacaran y Envy
le clavara bien hondo a Wrath la daga de su casa en el
estómago.
Cerré las manos en puños al recordar la forma en que la
sangre de Wrath se me había secado en las manos, debajo de
las uñas. La sensación absoluta de…
—Respira. —Su voz era profunda y tranquilizadora—.
Haremos las presentaciones y luego nos iremos si no deseas
quedarte a cenar con ellos.
—No estoy nerviosa.
Y me sorprendió descubrir que era cierto. Solté el brazo de
Wrath y rocé con los dedos el frío metal del amuleto para que
me proporcionara consuelo, un viejo hábito al que era probable
que no renunciara nunca. Los cuernos del diablo, me recordé
con un pequeño estremecimiento. No era un amuleto para
alejar el mal. Aquel collar ya no era el amuleto inocente que
había creído que era toda mi vida.
Al contacto, una pequeña corriente me atravesó la piel,
alarmándome lo suficiente como para apartar la mano. Eso era
nuevo. Miré a Wrath.
—¿Has visto eso?
Asintió, sin apartar la mirada del cuerno encogido del
diablo. La preocupación seguía presente en sus facciones.
—¿Puedes llevarlo durante la cena?
—Por supuesto —dije—. Lo he llevado durante casi dos
décadas.
—Si sientes algo incómodo, dímelo de inmediato.
Wrath parecía a punto de decir algo más, pero cambió de
opinión en el último momento. Se me aceleró el corazón.
—¿Incómodo en qué sentido?
—Cualquier cosa inusual. No importa lo insignificante o
inocuo que parezca.
Estaba a punto de hablarle sobre la sensación de hormigueo,
pero se desvaneció antes de que las palabras llegaran a
formarse en mi lengua. Tal vez solo se tratara de los nervios
apoderándose de mí. Había viajado al inframundo con uno de
los Malditos, hecho un pacto de sangre con el diablo, y estaba
a segundos de distancia de conocer a la intrigante corte
demoníaca del príncipe de la Ira.
Sin mencionar que acababa de ser seducida por alguien que
no era mi prometido y que lo más seguro era que tuviera los
labios hinchados de forma incriminatoria. A pesar de que mis
sentimientos por Wrath eran mucho más complejos, no había
odiado el beso. De hecho, parecía haber dejado al descubierto
una verdad que no deseaba examinar de cerca. Me había
preguntado si podía acostarme con alguien a quien odiara, y
mientras que mi mente seguía agitada por la ira que me
provocaba su traición, mi cuerpo respondía a su roce.
No era capaz de imaginarme a Pride tomándose bien la
noticia de mi encuentro con su hermano. ¿Quién podía saber si
tenía espías en aquella corte, ansiosos y listos para informar de
cualquier asunto desagradable? Tenía todo el derecho a estar
nerviosa. Sería extraño si no lo estuviera.
Wrath se inclinó y me rozó el cuello con sus nudillos, su voz
tan suave como su tacto. Cualquiera que fuera la magia que
alimentaba su marca, me calmó al instante.
—¿Preparada?
Asentí. Estudió mi rostro y debió de ver que estaba
preparada de verdad para mi presentación en la casa de la Ira.
Sin previo aviso, giró sobre los talones y asestó una patada a
las puertas.
Las atravesó dando largas zancadas justo cuando chocaban
contra la pared; sus pasos sonaron como un trueno en el
repentino silencio. Me quedé sin aliento. Aquella no era en
absoluto la forma en que había imaginado nuestra gran
entrada. Dada su afición por la ropa elegante y los modales
impecables, creí que sería más… galante o refinado. Debería
aprender a no asumir nada sobre él.
Una oleada de demonios vestidos con elegancia cayó de
rodillas, con la cabeza inclinada y los ojos mirando al suelo
mientras él entraba en la habitación. Wrath se detuvo tras dar
varios pasos hacia el interior del gran comedor y esperó a que
me dirigiera hacia él. Mis pasos eran lentos y firmes, a
diferencia de mi pulso.
Me sentía como si hubiera pasado tanto una eternidad como
un solo segundo antes de cruzar la estancia y detenerme cerca
del príncipe de la Ira, con mi vestido susurrando sobre la
piedra.
Cuando habló, en su voz había entretejida una orden real.
—Levantaos. Y dad la bienvenida a su alteza, Emilia Maria
di Carlo, vuestra futura reina.
Las diosas debían de estar cuidando de mí, porque logré
tragarme mi sorpresa sin demostrar que la sentía. Me giré
hacia Wrath con sutileza, una pregunta en mis ojos. No me
había hablado sobre la parte de «su alteza». Había imaginado
que eso sucedería después de la coronación, o cualquiera que
fuera el equivalente demoniaco. La comisura de su boca se
contrajo antes de endurecer su expresión de nuevo y dirigirse
al mar de demonios curiosos en tono frío e implacable.
—Recordad lo que dije sobre el respeto. Como prometida de
un príncipe del infierno, lady Emilia ha sido elevada en
estatus. Solo os dirigiréis a ella como «alteza» o «mi señora».
Insultadla y responderéis ante mí.
Wrath clavó la mirada en un noble en particular, y asumí que
era el que Fauna había dicho que el príncipe había amenazado.
No me gustaría estar en el extremo receptor de esa mirada, que
fue lo bastante fría como para causar un estremecimiento entre
los nobles circundantes. Y no parecían el tipo de súbditos que
se acobardaban con facilidad.
—Considerad esto mi advertencia final.
A continuación, Wrath se movió hacia mí y me tendió el
brazo. Coloqué la mano en el hueco de su codo y alcé la
barbilla. Caminamos uno al lado del otro hasta una gran mesa
puesta al fondo de la sala, y yo dejé que mi mirada viajara con
sutileza a través de la estancia, absorbiendo los detalles de
nuestro entorno. Un tapiz colgaba contra la pared del fondo;
representaba a un ángel guerrero enfrascado en una batalla con
los demonios. Cabezas cortadas rodaban a sus pies. Cubiertas
de sangre y con los ojos blanquecinos. Una elección
interesante para un comedor.
Desvié la atención de aquel rayo de sol. La mesa a la que
nos dirigíamos estaba hecha de una madera antigua, sólida y
preciosa. Una guirnalda compuesta de hojas recorría el centro
de la mesa en toda su longitud, junto con un candelabro de
hierro con brazos larguiruchos colocado justo por encima de la
vegetación. Velas de color crema y oro la decoraban de punta a
punta, despidiendo un agradable resplandor titilante. Había
platos de loza negra delante de unas sillas doradas. Y los
cubiertos también estaban hechos del mismo oro mate. Todo
desprendía un aire de pura elegancia rústica. Masculino y
afilado, pero con ciertos toques cálidos inesperados. Perfecto
para un príncipe guerrero. Me gustaba mucho.
Wrath me condujo hacia el centro de la mesa, donde estaban
situados los dos asientos más grandes y ornamentados. No
llegaban a ser tronos, pero estaban cerca. A diferencia de lo
que me habían contado acerca de las cortes reales humanas, no
nos sentaríamos en extremos opuestos de la mesa. Estábamos
en el centro y todos los demás se desplegarían a nuestro
alrededor. Había dos hileras formadas por mesas de madera
similares pero más pequeñas a cada lado de la estancia, y entre
ellas se abría el pasillo por el que avanzábamos.
Esas mesas no tenían asientos dorados, sino bancos de
madera a juego. En todas ellas abundaban las velas; un
ardiente centro de mesa para el círculo más frío del infierno.
Los sirvientes, que permanecían cerca de la pared y en los
que no me había fijado, dieron un paso adelante y retiraron con
gracia nuestras sillas mientras rodeábamos la mesa. Wrath
esperó hasta que yo me sentara antes de hacer lo propio.
Rápidamente, nos sirvieron vino oscuro en sendas copas y nos
las dejaron delante.
Unas bayas congeladas subieron flotando hasta la superficie,
encantadoras y tentadoras. Miré al príncipe y estuve a punto de
preguntar por qué nadie más se había movido para tomar
asiento, pero cerré la boca.
La mirada de Wrath ya estaba fija en mí, sus ojos casi
brillaban a la luz de las velas.
Todo se desvaneció en las sombras. Era como si él y yo
fuéramos las únicas personas en el comedor, en todo el reino, y
no pude evitar que mis pensamientos regresaran a la anterior y
escandalosa visión de él tumbándome sobre la mesa y dándose
un festín con algo más que con comida y vino. Igual que los
héroes libertinos de mis novelas románticas favoritas
prometían hacer con aquellas a quienes profesaban su afecto y
su lujuria.
Un dolor palpitante se instaló entre mis piernas. Maldito
fuera aquel reino ridículo y sus inclinaciones pecaminosas. De
todos los momentos en los que podía entrar en acción su
retorcida magia, aquel era el peor. Aunque no estaba del todo
sorprendida. Wrath había mencionado que aquel reino
detectaba los puntos más conflictivos de cada persona y los
sacaba a relucir. Y estaba claro que yo tenía un conflicto entre
las emociones internas y los anhelos físicos.
Hasta que pusiera fin a mi guerra interna, lo más probable
era que esos impulsos no dejaran de acosarme.
Aparté la atención de Wrath y me removí en mi asiento,
incómoda, sin apartar la mirada del vino. O bien me ayudaría a
distraerme o bien me convertiría en una criatura salvaje que le
arrancaría la ropa al príncipe. Pensar en eso fue un terrible
error, puesto que enseguida me llevó a pensar en él sin camisa.
Sangre y huesos, aquella atracción prohibida empeoraba por
momentos.
Tal vez debería excusarme para tomar un poco de aire
fresco. Miré a mi alrededor, buscando un balcón o una terraza.
Necesitaba refrescarme de inmediato. Después de mi
presentación real, existían pocas dudas de que todos supieran
que estaba prometida con su hermano. Veía difícil que fuera a
parecer apropiado que babeara en público por aquel príncipe
cuando estaba a punto de casarme con el rey de los demonios.
Wrath se inclinó, sus labios casi me rozaron la parte superior
de la oreja, y lo sentí sonreír. Habló en voz lo bastante baja
como para que solo yo lo escuchara.
—Una palabra y haré que se vayan.
Sentí una llamarada de tentación.
—¿Tan nerviosa parezco?
—Estoy bastante seguro de que lo que estoy percibiendo no
tiene nada que ver con los nervios.
El rubor me subió por el cuello. No tenía ni idea de que
pudiera detectar… la excitación. Diosa maldita. Aquel reino
todavía podía ser mi muerte. Me obligué a recordar el motivo
por el que había viajado hasta aquel mundo. No habían sido la
seducción ni el deseo los que me habían impulsado a vender
mi alma. Había sido la venganza. La furia. Y esas emociones
eran más poderosas que cualquier magia pecaminosa.
O que cualquier príncipe pecaminosamente seductor.
Acerqué los labios a su oreja.
—¿Sientes el cuchillo con el que ahora mismo estoy
considerando apuñalarte, alteza?
—Si esto es un intento de cambiar el tema, te informo que
está siendo un fracaso estrepitoso. —Deslizó la mano por
debajo de la mesa y esta aterrizó sobre mi rodilla con
suavidad. No había duda de que se trataba de un
reconocimiento no verbal de mi mentira más reciente. Una
parte irracional de mí quería que desplazara esa mano más
arriba. Apuñalé mentalmente a esa parte irracional hasta que se
marchitó y murió. La voz de Wrath estaba teñida de diversión
—. Me interesa todavía más saber a dónde puede conducir
esto, milady. Olvidas sobre qué pecado gobierno. Siento
predilección por jugar un poco con los cuchillos.
—Tus súbditos nos están mirando.
Con la mano que tenía libre, levantó su copa de vino y bebió
un trago largo y cuidadoso. Actuaba como si estuviéramos
disfrutando de una copa a solas en lugar de estar siendo
observados por los nobles del infierno.
Dejó la copa sobre la mesa y se quedó mirando a la
silenciosa y atenta multitud.
—Podéis sentaros.
Odiaba admitirlo, incluso aunque fuera en silencio para mí
misma, pero su contacto mantenía mis nervios a raya mientras
la corte real al completo tomaba asiento. Era difícil
concentrarse en el miedo cuando sus largos dedos acariciaban
la fina tela de mi vestido, atrayendo toda mi atención hacia ese
punto de contacto. Me imaginé que estaba intentando
calmarme, pero sus roces tenían el efecto contrario. Se me
aceleró el corazón.
El puñetero príncipe no parecía afectado en absoluto. Una
parte confiada y recién despierta de mí consideró…
—Es un placer conoceros por fin, lady Emilia. Esta noche
tenéis el aspecto de una diosa. Una auténtica hechicera digna
de recordar.
La mano de Wrath se tensó sobre mi pierna, antes de
continuar arrastrando ese dedo por mi pierna lentamente, a lo
largo de la costura exterior del vestido. Aparté la mirada del
príncipe. Justo enfrente, al otro lado de la mesa, de pie detrás
de su asiento, un demonio rubio me sonreía. Era el noble al
que Wrath había fulminado antes con la mirada. No le devolví
la sonrisa.
—Lo lamento, me parece que no nos han presentado. ¿Quién
sois?
—Lord Baylor Makaden, mi señora.
En efecto, era el demonio que había hecho esos comentarios
tan groseros. Se sentó y empezó a hablar con los nobles que
tenía a ambos lados. Más miembros agradables de la nobleza
se nos unieron y los sirvientes se apresuraron a traer bandejas
llenas de comida.
Hojaldres de carne al horno. Tubérculos asados aderezados
con hierbas. Hogazas de pan crujiente que olían a especias
misteriosas. Cuencos llenos de salsa oscura. No había nada en
aquella comida que me resultara familiar o me recordara a mi
hogar, pero no era tan diferente como había temido. En
secreto, había albergado la preocupación de que fueran a servir
extraños animales de múltiples ojos y despojos crudos y
humeantes.
Aquello era una auténtica delicia.
Wrath retiró la mano de mi rodilla solo para sorprenderme al
cortarme la carne y llenarme el plato con un poco de todo lo
que había en la mesa. Otros comensales nos miraban desde
debajo de sus pestañas, algunos lo bastante audaces como para
susurrar. Me dio la sensación de que aquel no era el
comportamiento típico del príncipe. Él los ignoró, aunque sin
duda sintió su atención y su especulación silenciosas.
—¿Os gustaría un poco más de salsa, mi señora? —
preguntó.
Me centré en él, con el pulso acelerado. A todas luces,
estaba montando un espectáculo, pero no tenía ni idea de quién
iba a beneficiarse de él. Decidí seguirle el juego y negué con la
cabeza.
—No, gracias, alteza.
Mi uso de su título pareció complacerlo, aunque tenía mis
dudas sobre si la casi imperceptible curva de sus labios sería
evidente para cualquier otra persona. Después de ocuparse de
mi plato, colmó el suyo de generosas porciones y luego
entabló conversación con el noble que tenía a su izquierda.
Aquella era la versión que había esperado antes; el príncipe
con modales ejemplares. No la del bárbaro que asestaba
patadas a las puertas. Aunque ambos aspectos de él eran
intrigantes. Que la diosa me ayudara. No tenía por qué
encontrarlo intrigante o atractivo en absoluto.
Escuché con actitud cortés a la mujer noble sentada a mi
lado mientras se quejaba de su doncella, luego de su ardor de
estómago y del tapiz de su recibidor, que había sido devorado
por unos insectos.
La dejé hablar con total libertad mientras me dedicaba a
comer. Su mirada planeó sobre mi tatuaje, el amuleto, y
descansó en el anillo de mi dedo, pero no preguntó por ellos.
Hasta el momento, nadie estaba tocando ningún tema
importante y dudaba de que fuera a enterarme de algo más allá
de los cotilleos.
Esa noche, la corte estaba exhibiendo su mejor
comportamiento.
No estaba segura de si sentirme complacida, pero al menos
la comida valía la pena. Corté la carne como si fuera
mantequilla, y sabía igual de rica. Me esforcé todo lo que pude
para concentrarme en las conversaciones y no perderme en los
sabores. Quienquiera que hubiera cocinado aquella comida
tenía un talento inmenso. Me encantaría observar a ese alguien
en la cocina y tomar notas. Tal vez pudiera jugar con la salsa y
crear mis propias variaciones. Añadir un poco de sal marina y
hierbas al hojaldre para redondear los sabores con los que se
había marinado la carne.
Varias veces sentí una mirada entrometida y levanté la vista
para encontrarme con los ojos de lord Makaden fijos en mi
pecho. Su expresión hambrienta indicaba que no estaba
observando el amuleto. Lo ignoré, tal como había hecho
Wrath. Los gusanos como él deberían permanecer ocultos.
Aunque aquella comparación no era justa para los pobres
gusanos.
La mujer a mi lado, lady Arcaline, según me informó por
fin, dejó de obsequiarme con sus quejas el tiempo suficiente
para preguntar:
—¿Habéis conocido a alguien de la corte aparte de los
asistentes a la cena de esta noche?
—Sí, conocí a lady Fauna en la biblioteca.
Lady Arcaline emitió un ruidito desdeñoso y se giró hacia el
demonio que estaba a su otro lado.
Con todo lo que había pasado, me había olvidado de Fauna.
Tomé un sorbo de vino, eché un vistazo al comedor y me
sorprendí al verla charlando alegremente con Anir al final de
nuestra propia mesa. Era una lástima que no estuvieran
sentados más cerca, habría sido mucho más agradable.
Antes de que pudiera reflexionar sobre el hecho de sentir
cierta camaradería con alguien de la corte de Wrath, lord
Makaden se inclinó sobre la mesa, comiéndose mis labios con
los ojos sin ningún pudor. Constituía una mejora sobre su no
tan sutil examen de mi escote. Fue una suerte para él que
Wrath siguiera ocupado discutiendo con el lord a su izquierda
y no se hubiera percatado de sus miradas vulgares. Estaba
dispuesta a pasar por alto su idiotez a favor de mantener la paz
esa noche. El día siguiente sería una historia diferente.
Probé otro bocado de carne y unas verduras con hierbas.
Sabían a gloria.
—Complacedme, lady Emilia. —La voz chirriante de
Makaden me alejó de mi comida—. ¿Alguna vez habéis
experimentado algo tan placentero como la comida
demoníaca? Con cada bocado, parece como si estuvierais en
pleno éxtasis. Debo admitir que es cautivador. Siento envidia
de vuestro tenedor.
Los nobles sentados más cerca de mí siguieron con sus
conversaciones triviales, pero sentí que me prestaban atención.
Era una pregunta capciosa, casi rozaba el límite del decoro. Un
detalle en el que había reparado durante la cena era que ciertos
temas resultaban tan escandalosos allí como en el mundo
mortal. Solo el escándalo parecía implicar una referencia
abierta a otros pecados.
No rehuí la pregunta.
—Decidme, lord Makaden, ¿siempre os preocupa tanto la
boca de los demás?
Dio un sorbo a su vino y luego pasó un dedo por el borde de
la copa, sin dejar de prestar atención a mis labios en ningún
momento. La ira que había estado intentando mantener a fuego
lento comenzó a hervir cuanto más me miraba él.
Me pregunté qué tipo de impresión causaría en la casa de la
Ira si lo mutilaba antes del próximo plato. Dado que Wrath
había prohibido los destripamientos, imaginé que en tiempos
pasados habría sido un acontecimiento bastante habitual.
Como futura reina, podría librarme de cualquier castigo.
Afrontar la ira de Wrath podría valer la pena solo para borrar
esa mirada repulsiva del rostro de Makaden.
—Me han advertido que no hablase de vuestra lengua, mi
señora, así que no haré ningún comentario sobre lo afilada que
es. Sin embargo, dado que habéis mencionado la boca, hay una
pregunta que no puedo evitar hacerme. Parecéis estar
disfrutando de la carne, pero ¿alguna vez ha probado esa
boquita vuestra tan perfecta las salchichas?
Apreté la mandíbula con tanta fuerza que me sorprendió que
Wrath no escuchara el rechinar de mis dientes. Lord Makaden
no se estaba refiriendo a un plato hecho de cerdo, aunque
había formulado sus palabras con la suficiente inteligencia
como para poder fingir lo contrario. Exhalé despacio. Estaba
tratando de sacarme de quicio.
Me negué a dejarlo triunfar.
—Si la respuesta es negativa, tendremos que remediarlo
pronto. ¿Esta noche, tal vez? —Metió el dedo en el vino y
luego chupó el líquido despacio. La amplia sonrisa que me
dedicó no llegó a sus ojos llenos de odio. Durante un breve
instante, fantaseé con arrancárselos de la cabeza—. Incluso os
las prepararé yo mismo. Me han dicho, en más de una ocasión,
lo bien que lo hago.
Agarré con más fuerza mi cuchillo. Lo único que deseaba
era hundírselo en el corazón. Sin pensar mucho en las
consecuencias, levanté la hoja y me puse de pie, haciendo que
mi hermosa silla rechinara contra la piedra en una aguda
advertencia.
La sala entera dejó escapar un grito ahogado. Fue el último
sonido antes de que empezaran los gritos incoherentes de lord
Makaden. Un líquido tibio me roció el pecho y la cara. Me
sobresalté tanto que dejé caer el cuchillo y me limpié las
mejillas. Tenía los dedos cubiertos de un líquido rojo.
Un segundo después, un olor metálico me inundó la
garganta. Sangre. La guirnalda vegetal que había sobre la mesa
estaba cubierta de sangre, justo enfrente de mí. Me concentré
en el origen de la sangre.
En el plato que aquel demonio tan canalla tenía delante
había una lengua cortada y empalada.
Miré mi cuchillo sin pestañear, sin saber si lo había atacado
yo o no. Fue entonces cuando me fijé en la daga de la casa de
la Ira. Todavía vibraba por la fuerza con la que la había usado
para clavarla en el plato y luego a la mesa. Dejé escapar un
suspiro silencioso, incapaz de apartar la mirada. Las piedras
preciosas color lavanda que hacían las veces de ojos de la
serpiente brillaban con furia. O tal vez fuera sed de sangre.
Había olvidado cómo se regocijaba la daga con sus ofrendas.
—Se ha acabado la cena —declaró el príncipe demonio, en
voz peligrosamente baja. Tiró de su hoja ensangrentada para
liberarla—. Largo.
DIEZ
Se oyó el ruido de las sillas y los bancos siendo
arrastrados a la vez por el suelo de piedra. Anir estuvo a mi
lado un momento después; su agarre era firme pero amable
mientras me escoltaba fuera del comedor real y subíamos un
tramo de escaleras escondido detrás del tapiz de un jardín de
colores intensos en el que no había reparado antes.
Estaba tan sorprendida que no protesté. Tampoco miré hacia
atrás para ver si Wrath nos seguía. Puede que estuviera
masacrando los restos de Makaden. Ensartando varios órganos
para clavarlos en picas en el exterior del castillo: una generosa
ofrenda a las aves carroñeras que volaban en círculos por
aquellos cielos malditos. Por la diosa. Todavía escuchaba el
débil eco de los aullidos de ese desgraciado. Me habían dejado
helada hasta la médula.
—¿Cómo? —A duras penas podía comprender los últimos
sesenta segundos. Wrath se había movido tan rápido que yo no
había registrado su ataque hasta que se terminó. Y luego se
había quedado allí, ordenando en voz baja que todo el mundo
se fuera, como si no acabara de despojar a alguien de una parte
del cuerpo con suma brutalidad…
Me froté los brazos; de repente la escalera me parecía
insoportablemente fría.
—Cuidado por dónde pisas, las piedras no están niveladas
en este pasillo.
Me recogí las faldas y me concentré en subir las escaleras
tan rápido como mis zapatos y mi vestido me lo permitieron.
Poco a poco, mi conmoción estaba dando paso a una emoción
completamente diferente. Una que me sorprendió casi tanto
como la violencia. Aferré mi vestido con tanta fuerza que casi
me hice daño, como si estuviera estrangulando la tela.
Anir me condujo tramo tras tramo, lanzando alguna mirada
ocasional por encima del hombro, y con su mano libre
apoyada en la empuñadura de su espada. No creía que nadie
fuera lo bastante valiente o estúpido como para seguirnos, en
especial después de la escena empapada de sangre de la que
escapábamos.
Wrath había explotado por una insinuación. Si alguien
intentara hacerme daño físico o agredirme, una muerte rápida
sería un gesto de amabilidad. Y no había habido ningún
indicio de amabilidad en el rostro del príncipe demonio.
Tan solo una furia helada.
Lo cual era mucho peor. Un mal genio que se encendía de
repente acababa por apagarse, pero el hielo que cubría las
facciones del príncipe era glacial. Pasarían los siglos y su ira
se mantendría tan fresca como en un primer momento.
Salimos a través de un panel oculto en la parte superior de
las escaleras y sentí que me recorría una ligera sensación de
hormigueo. Anir no volvió a hablar hasta que nos detuvimos
frente a la puerta de mis habitaciones.
Incluso allí, su aguda mirada recorrió el pasillo vacío como
si esperara que los problemas se materializaran de la nada. Yo
no compartía su preocupación. Mis aposentos privados estaban
cerca del final de aquella ala y allí solo había otro par de
puertas. Incluso aunque Makaden tuviera aliados, demonios
furiosos a los que el pecado de la casa elegida volviese
salvajes, Wrath los eliminaría sin pensárselo dos veces.
Si mi ira era un afrodisíaco para él, lo más probable era que
la ira de su corte nutriera y alimentara su propio poder a
montones. Wrath se crecía con la furia, en todos los sentidos.
Miré hacia el extremo opuesto del pasillo; una puerta de
hierro ornamentada caía desde el techo, impidiendo que
cualquiera intentara entrar en aquella sección. Me dolía la
mandíbula por la fuerza con la que la estaba apretando. Estar
enjaulada no me emocionaba, pero al menos el panel secreto
era una salida alternativa, si quisiera irme. Una que estaba
protegida con magia, si era que aquella sensación de
hormigueo servía de indicación. Wrath había usado esa misma
magia en mi reino para protegerme de sus hermanos.
El hecho de que hubiera tomado precauciones en su propia
casa real no era reconfortante, pero confiaba en que nadie
traspasaría sus protecciones.
—Hacía décadas que Makaden se lo estaba buscando.
Centré la atención en Anir.
—Ya me lo imagino.
—¿Entonces por qué…? —su voz se apagó cuando me miró
de verdad—. Estás enfadada.
Incorrecto. Estaba furiosa. Era un milagro que no me saliera
vapor por las orejas.
Si no era capaz de manejar a criaturas tan repugnantes como
lord Makaden por mi cuenta, nunca me ganaría el respeto de
aquella corte ni de ninguna otra.
Wrath debería dar gracias de que no fuera él quien estaba
conmigo en aquel momento. Acercaría su preciosa daga a su
garganta, me arrancaría la ropa y me bañaría en su sangre
caliente mientras le rajaba el cuello de oreja a oreja.
El inesperado placer que sentí al pensar en algo tan oscuro y
perverso hizo que volviera a entrar en razón. Mientras las
llamas de mi furia se atenuaban, las brasas de mi ira
permanecían intactas. No me sentía tan horrorizada como
debería por mi casi literal sed de sangre.
Anir esbozó una sonrisa ladeada. Debía de haber leído la
promesa de muerte en mis ojos y lo encontraba divertido. Fue
lo bastante inteligente como para no reírse.
—Sus aposentos privados están al final de este pasillo. Dale
diez minutos, estoy seguro de que para entonces ya habrá
llegado.
Estaba demasiada enfadada para mostrar cualquier rastro de
sorpresa. Por supuesto, Wrath me había alojado cerca de él.
Vigilaba atentamente a la prometida de su hermano. Siempre
un soldado obediente. Excepto cuando me besaba antes de la
cena. Dudaba de que eso entrara en sus órdenes. Aunque,
conociéndolo, tal vez fuera otra forma retorcida de
mantenerme ocupada para que no causara problemas.
Giré sobre los talones y cerré la puerta de mi habitación
detrás de mí.

Pasé el rato limpiándome la sangre y los restos de Makaden


del cuerpo. Me senté en el tocador de mi baño, sumergí una
toalla de lino en el lavabo de cristal y la teñí de un color
rosado. Me sequé la humedad restante mientras contemplaba a
la mujer silenciosa del espejo. No encontré ningún rastro de la
chica que había sido antes del asesinato de mi hermana.
Esa Emilia había perecido en la habitación con mi gemela,
también le habían arrancado el corazón, y no parecía que fuera
a recuperarlo en el futuro. Daba igual cuánto me esforzara, a
quién engañara o cuánto negociara con mi alma, nada traería
de vuelta a mi hermana. Incluso aunque mi plan de destruir a
aquellos que habían hecho daño a Vittoria fuera un éxito, no
me imaginaba volviendo a ser feliz con una vida sencilla y
tranquila. Esa en la que me contentaba con mis libros y
recetas.
Aquella nueva realidad me resultaba extraña, pero adecuada.
Era una vida en la que no me acobardaba ante la violencia,
solo me enfurecía cuando el castigo lo infligían otras manos
que no fueran las mías, que estaban ansiosas por hacerlo.
Pensé en la muerte, en aquellos a quienes perdíamos y en
cómo su pérdida nos robaba algo vital.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla mientras dejaba a un
lado la toalla manchada de sangre.
—Suficiente —dije en voz baja y contundente para mí
misma mientras me ponía de pie, plantaba las manos en el
tocador y me inclinaba hacia delante para contemplar mi
reflejo—. Suficiente.
Ya no quedaba lugar para la tristeza o el dolor en mi mundo.
En mi corazón.
Puse toda mi intención en concentrarme en esa ira, esa
chispa en mi interior cercana a la fuente de mi magia. Era
como si hubiera un pozo de lava burbujeando dentro de mí,
listo para estallar. Nunca antes había sentido mi poder con
tanta fuerza, y me di cuenta de que no haría falta mucho para
sacarle partido. Lo único que tenía que hacer era alcanzarlo y
aferrarme a él con fuerza.
Me concentré en mi magia, me imaginé sacándola de donde
se originaba y convirtiéndola en un puñado de llamas. En lugar
de luchar conmigo misma y obligarla a salir, dejé atrás mis
pensamientos, mis miedos. Mis preocupaciones.
Lo solté todo excepto mi propia ira, a la que me aferré como
si fuera lo más esencial y vital de mi universo. Porque era lo
más vital en aquel círculo del infierno. Si la ira del príncipe
Wrath era un glaciar, la mía era un infierno en llamas. Y
tardaría en extinguirse.
Inhalé y exhalé, mientras me imaginaba dando nueva vida al
fuego. Si pudiera dominar mi ira, concentrarme en ella sin
sentir ninguna emoción, podría arder con tanta fuerza y
durante tanto tiempo que incluso podría derretir el hielo
impenetrable de Wrath.
Extendí la palma de la mano y susurré:
—Fiat lux.
Que se haga la luz.
Quizá fuera blasfemo para algunos mortales. Pero no para
una bruja cuya residencia actual era el inframundo y que
estaba prometida con el diablo. Una esfera de diminutas llamas
de oro rosa flotaba sobre mi palma. Crepitaba como el fuego
auténtico, pero no me quemaba. Esperé a que comenzara el
dolor, a que mi carne burbujeara y me salieran verdugones. O
que se me chamuscara la piel. Que el anillo de Wrath se
derritiera en mi dedo.
El fuego se limitó a arder con más intensidad. Titilaba con
suavidad, como si saludara.
Observé, insensible, mientras se convertía en una flor en
llamas. Durante una fracción de segundo, consideré arrojarla
contra la pared y observar cómo se incineraba mi habitación, y
todos sus elegantes muebles. Cómo los diminutos capullos en
ascuas cobraban vida y florecían para dar paso a un jardín de
cenizas y llamas.
Cerré los dedos alrededor de la flor llameante, muy
despacio, apagándola de la forma en la que debería haber
extinguido la luz de los ojos de Makaden. Seguía demasiado
enfadada para regocijarme con lo que acababa de hacer. Con la
magia que no sabía que podía invocar. Más tarde, ya habría
tiempo para celebrarlo.
En aquel momento, tenía otras cosas que hacer. Como
enfrentarme al amo demoníaco de aquella casa.
Esa misma furia puso mis pies en marcha exactamente diez
minutos después de que Anir se hubiera marchado. Me llevó
fuera de mi habitación, por el pasillo, e hizo que me resultara
fácil irrumpir en los aposentos privados de Wrath como si
fueran los míos.
La puerta se estrelló contra la pared, haciendo que las velas
parpadearan con violencia sobre la repisa de la chimenea.
Wrath ni se sobresaltó ni se inquietó. Permaneció de espaldas a
mí mientras se desnudaba. Como si hubiera sabido que
acudiría a él, furiosa en lugar de asustada.
Me crucé de brazos.
—¿Y bien?
El príncipe demonio me ignoró deliberadamente. Se encogió
de hombros, se quitó la camisa y la arrojó sobre un sillón. Los
pantalones le quedaban bajos en las caderas, y con el fuego
ardiendo en el hogar, tenía una vista excelente de los trazos de
tinta que se curvaban sobre cada músculo finamente esculpido
de su espalda.
Sin hablar ni mirarme, se adentró más en su espacio
personal. Fui detrás de él, demasiado cabreada para fijarme en
ningún detalle de sus aposentos que no fuera el color merlot
intenso de las paredes y el negro de los muebles y las telas. Era
oscuro y sensual. Como otras partes del castillo donde el
príncipe pasaba la mayor parte de su tiempo.
—Mírame. —Hablé en voz baja, suave. Sonó como una
caricia, aunque era intencionado. La suavidad estaba destinada
a distraer la atención del acero que subyacía bajo la orden.
Wrath se giró con deliberada lentitud. Había algo seductor
en su movimiento: poderoso y fuerte, pero fluido de todas las
formas necesarias para la batalla. Hasta el más mínimo detalle
de cómo se movía indicaba que era un depredador. Pero yo no
tenía miedo. Ni siquiera después de su espectáculo de
violencia. Wrath nunca me haría daño. Y estaba casi segura de
que eso tenía poco que ver con su deber.
Al mirarlo en aquel momento, con la promesa del castigo
eterno y ni un gramo de arrepentimiento en su mirada, entendí
lo que había hecho, por qué lo había hecho, incluso aunque él
no lo entendiera todavía.
Estaba de pie frente a una cama grande, cuyas sábanas
sedosas parecían la superficie inmóvil de un lago a su espalda.
Una manta de piel color ébano cubría la parte inferior. Pensé
en desvestirme y arrojarme sobre él, causando otra onda en la
suave perfección de su mundo. Durante una fracción de
segundo, casi imaginé que lo había hecho antes. Arranqué ese
pensamiento de raíz antes de caer en cualquier magia
pecaminosa.
La expresión de Wrath se volvió ilegible.
—Ya es tarde. Deberías irte.
—Tenemos que hablar de lo que acaba de pasar.
—He dado una orden, Makaden la ha ignorado. Dos veces.
Dejé claras las consecuencias.
Entrecerré los ojos, su respuesta había sido demasiado rígida
y parecía practicada. Me acerqué más a él.
—¿Eso es todo? ¿Lo has atacado por la orden que habías
dado?
—Ha decidido insinuar que deberías probar su polla. Frente
a mi corte. —Le temblaron los hombros por el esfuerzo que
estaba haciendo para controlar la respiración, para mantener la
calma. No debería haberlo intentado siquiera. No había forma
de calmar la tormenta que rugía en sus ojos en aquel instante
—. Si hubiera dejado pasar su desobediencia, habría parecido
débil.
—Esa era mi pelea. Si interfieres cada vez que alguien dice
algo poco halagador, nadie sentirá respeto ni miedo nunca por
mí. No pienso parecer débil para que tú conserves tu poder. —
Avancé hasta detenerme justo frente a él, el calor de nuestra ira
combinada me provocó un cosquilleo en la piel. Me pregunté
si él también lo sentiría. Y si eso lo calmaría—. ¿Ha sido un
problema de orgullo masculino? Dudo mucho que tu control
sobre tu corte sea tan tenue como para que un noble odioso
pueda debilitar a tu gobierno.
—Sabes que el orgullo no es mi pecado.
No era la primera vez que me preguntaba si esa era toda la
verdad, pero lo dejé pasar.
—Quiero mi propia arma. Tal vez si voy armada y puedo
destripar a cualquiera yo misma, no volverás a actuar de forma
tan controladora frente a tus súbditos. Porque si lo haces —
permití que mi tono transmitiera la dulzura adecuada, lo cual
provocó que él entrecerrara los ojos con sospecha—, la
próxima vez te clavaré el cuchillo de la cena a ti. Considéralo
una promesa de tu futura reina.
Wrath se cruzó de brazos y me sostuvo la mirada. En sus
ojos parpadeó una emoción que no pude terminar de ubicar;
sin duda estaba calculando el centenar de razones por las que
darme un arma era una mala idea. Sobre todo, después de mi
última declaración. Esperé a oír el argumento que parecía
ansioso por dar.
—Me encargaré de que recibas un arma propia. Y lecciones.
—No necesito…
—Esa es mi oferta. No servirá de nada darte un arma solo
para que te hieras durante una pelea porque no sabes manejarla
bien. ¿Trato hecho?
—Una única petición razonable… ¿y estás de acuerdo
conmigo? ¿Así de fácil?
—Eso parece.
Lo miré.
—Ya habías considerado darme un arma.
—Soy el general de la guerra, por supuesto que lo había
considerado. Discutiremos las opciones de entrenamiento por
la mañana. Si va a haber lecciones físicas, también añadiremos
algunas sobre cómo bloquear la influencia mágica. ¿Aceptas
los términos de nuestro trato?
—Sí.
—Bien. Vuelve a tus aposentos. Estoy cansado.
Dejé pasar su penosa actitud sin comentarios. Todavía estaba
tenso, su propia ira no del todo refrenada. Consideré dejarlo a
solas con su propia e infame compañía, pero en vez de eso le
dediqué una media sonrisa burlona.
—Me lo imagino. La mutilación es un asunto agotador.
Casi me devolvió la sonrisa, pero esta nunca alcanzó sus
labios.
—Buenas noches, Emilia.
—Buenas noches, mi celoso y poderoso asesino de lenguas.
—Dices cosas horribles.
Pero el brillo de intriga en sus ojos indicó que no le
importaba. Todo lo contrario. Esperaba que se diera la vuelta y
se alejara, pero parecía enraizado donde estaba. Tenía la
indecisión garabateada en los rasgos.
Un poco tarde, me di cuenta de que yo tampoco había salido
de la habitación.
Me quedé quieta mientras él me inclinaba la cara hacia
arriba y sus largos dedos depositaban una caricia muy ligera en
un lado de mi cuello. Debería haber estado pensando en la
daga que acababa de sostener, en la sangre que le había
manchado las manos hacía unos momentos. En su despiadada
forma de proceder. Esas manos podían arrancar una lengua sin
mucho esfuerzo, pero también eran capaces de ofrecer ternura.
Protección.
Y, sin duda, placer.
Me humedecí los labios, recordando nuestro último beso.
—Solo digo la verdad.
Wrath me miró fijamente a los ojos antes de apartar la
mirada con evidente esfuerzo. No negó que estuviera celoso.
Tampoco pareció sorprendido por aquella emoción. Me
pregunté si ya la habría identificado y no estaba seguro de qué
hacer con ese conocimiento. Aunque no era que se pudiera
hacer mucho, incluso si cualquiera de nosotros se lo planteara.
Era la prometida de su hermano. Y su deber para con esa
misión siempre estaría por delante. Lo que había pasado antes
entre nosotros no volvería a suceder.
Retiró la mano y mi piel perdió su calor al instante, mientras
mi mente se tambaleaba, confundida, bajo el peso de mi
conflicto sentimental.
—Me encargaré de que tengas tu arma y tu primera lección
por la mañana. Buenas noches.
Esa vez, no hubo vacilación por su parte. Desapareció tras
una puerta cubierta con paneles transparentes y, con la
sensación de que me había despedido, por fin me di la vuelta y
me fui por donde había venido. Me detuve justo en la
antecámara, mis pies no querían sacarme de la habitación.
Sabía que debía irme, había conseguido lo que había ido a
buscar, pero algo me retuvo.
Entré en el dormitorio, me acerqué a esos paneles
ondulantes y miré a través de ellos.
Wrath había escapado a un balcón. Estaba de espaldas a mí,
mirando hacia las colinas y las montañas cubiertas de nieve
que sobresalían en la distancia, con una botella de vino posada
junto a él en la barandilla. La temperatura nunca parecía
afectarlo. Ciertamente, no le había impedido dormir al aire
libre durante la tormenta. Quizá fuera otra ventaja de la
inmortalidad.
O tal vez, antes me había equivocado un poco, tal vez no
siempre fuera pura furia helada. A lo mejor también albergara
fuego en su interior. Y su capacidad para soportar el frío fuera
simplemente el calor de su ira constante hirviendo a fuego
lento, ardiendo, calentándolo más de lo que los elementos
helados podían combatir.
Desvié la atención de nuevo a su bebida. La escarcha
recorría el lateral del cristal, creando pequeñas telarañas de
hielo. El líquido del interior de la botella no se parecía a nada
que hubiera visto en casa; similar al merlot o al chianti, pero
no de un rojo intenso. Era un púrpura tan oscuro que casi
parecía negro, pero esa no era la parte más inusual o hermosa.
Unas motas plateadas flotaban como burbujas brillantes por
toda su superficie. Wrath llenó su copa y la agitó, creando un
frenesí de destellos plateados.
Parecía que había creado su propia galaxia brillante. Apoyó
la copa en la barandilla junto a él e inclinó la cabeza.
—Si vas a seguir acechando en mi dormitorio, podrías beber
un poco de esto. Te ayudará a dormir.
Pensé en volver a mi habitación, pero la curiosidad se
apoderó de mí. Salí al balcón y examiné la copa sin tocarla.
—No me hará saltar por encima de la barandilla y
zambullirme en la nieve, ¿verdad?
En lugar de responder, Wrath alejó la copa de mí y dio un
largo trago. Me la devolvió y me sostuvo la mirada. El desafío
quedaba patente en sus ojos oscuros.
Fantaseé brevemente con empujarlo por la barandilla hacia
el banco de nieve de debajo, pero imaginé que me arrastraría
con él y algo en la imagen de nuestros cuerpos cayendo juntos
hizo que el corazón empezara a latirme como loco. No porque
tuviera miedo de la caída o de hacerme daño. Sabía que Wrath
se las apañaría para ser él quien chocara contra el suelo. Fue la
cuestión de sobre qué aterrizaría yo lo que provocó que el
pulso se me desbocara.
Me decidí a sorber aquello que parecían estrellas líquidas.
Estaba delicioso.
—¿Y bien? —preguntó—. ¿Qué te parece?
—Me encanta.
—Me lo imaginaba. —Su voz se volvió tranquila,
contemplativa. Como si no hubiera querido decirlo en voz alta
o admitirlo. Ojalá poseyera una pequeña parte de su habilidad
para percibir las emociones. Sentía curiosidad por saber lo que
él estaba sintiendo, por qué sonaba resignado.
Tomé otro pequeño sorbo y me concentré en los sabores.
Picante, como a jengibre fresco. Un toque de cítricos, algo
similar a la lima. Y había una profundidad que hacía que
ambas cosas combinaran a la perfección. No se trataba de ron,
pero sí de algo parecido. Apuré el resto de mi copa y me
planteé servirme más.
Wrath sonrió.
—El vino de bayas demoníacas es una de las dos mejores
ofrendas de este reino.
Alcé la botella y la sacudí un poco. El líquido brillaba como
polvo de estrellas. Era una de las cosas más magníficas que
había visto jamás.
—¿Qué es lo que hace que parezca el cielo nocturno?
—Las semillas de bayas demoníacas. Son lo bastante
pequeñas como para parecer burbujas. O estrellas.
Me llené la copa y me apoyé contra la barandilla. No tenía
calor precisamente, pero estaba lejos de sentir frío. Quizás el
vino me estuviera calentando por dentro. Desde allí veía
claramente el lago de fuego que separaba aquel tramo de
territorio del ornamentado castillo en la lejanía. Un puente
conectaba las dos franjas de tierra y, debajo, las aguas oscuras
se agitaban como un caldero burbujeante.
Por un segundo, consideré hablarle a Wrath sobre la magia
que había invocado. En vez de eso, señalé el castillo con la
cabeza.
—¿Qué casa real es esa?
Wrath siguió mi mirada.
—Orgullo.
Tomé otro sorbo de mi bebida. Las bayas demoníacas
chisporrotearon en mi lengua. De repente fue tal el silencio
que escuché el leve crujido de las burbujas al estallar en la
copa.
—¿Has tenido ya noticias suyas?
—No.
—¿Sabe que estoy aquí?
—Sí.
Suspiré. Sinceramente, esperaba que Pride superara su
pecado homónimo cuanto antes y enviara la maldita
invitación. Quería averiguar toda la verdad sobre el asesinato
de mi hermana y regresar con mi familia antes de volverme
vieja y gris. O antes de que ellos fueran viejos y grises. Lo más
seguro era que yo no envejeciera mucho mientras estuviera
allí. Ese pensamiento atravesó la armadura que había erigido
en torno a mi corazón, así que lo alejé.
Permanecimos en un silencio agradable, cada uno perdido en
sus propios pensamientos mientras sorbíamos nuestras
bebidas. Wrath se movió un poco, su brazo casi rozó el mío, y
pensé en lo cómodo que era aquello. Estar allí. Con él. Mi
enemigo. Bueno, no del todo.
Los límites de quiénes éramos y cómo me sentía yo acerca
de nosotros se estaban desdibujando. No tenía ni idea de si se
debía solo a que me resultaba familiar y estaba desesperada
por aferrarme a cualquier cosa remotamente cómoda mientras
estuviera allí. O si los pecados y las ilusiones estaban haciendo
todo lo posible para enredar en el asunto. Antes, al besarnos,
no había sentido que fuera un adversario.
Por mucho que quisiera recibir la invitación de Pride, me
había aficionado un poco a pasar tiempo con Wrath. Incluso
esperaba con ganas nuestras discusiones. Ver cómo
ensanchaba las fosas nasales cuando se sentía frustrado
empezaba a parecerme extrañamente entrañable. Aquel
pensamiento debería haberme perturbado, especialmente
después del incidente en la cena. Pero no fue así.
No estaba segura de lo que eso decía sobre mí, sobre la
entidad en la que me estaba convirtiendo, pero una profunda
sensación de deseo primitivo se había encendido en mi interior
cuando Wrath había usado la daga contra Makaden para
defenderme.
Durante un rato, había parecido que éramos aliados de
nuevo. No pensé que echaría de menos nuestro tiempo juntos
en Palermo, y no estaba segura de qué significaba que me
sintiera así. Percibí que volvía a centrarse en mí.
—¿Cuál es la segunda ofrenda? —pregunté, mirándolo a los
ojos. Estaba más cerca de lo que esperaba; su mirada cayó un
instante hacia mi boca como si lo intrigara y lo sedujera. Los
latidos de mi corazón se aceleraron. Wrath frunció el ceño y
sacudió la cabeza, recordando, al parecer, que le había hecho
una pregunta. Lo que estuviera pensando lo había cautivado
por completo—. Has dicho que el vino era solo la primera.
¿Qué es lo segundo mejor de este reino?
—Los bajíos de la Medialuna. —Dudó—. Es una laguna.
Esa extraña tensión flotaba entre nosotros como un hechizo
que se negaba a romperse. Enarqué una ceja, con las comisuras
de los labios medio apuntando hacia arriba.
—Déjame adivinar, puesto que esto es el infierno, ¿está
congelada?
—En realidad, no. Es uno de los pocos lugares de los siete
círculos que el hielo no toca. Está ubicada sobre un campo de
lava, por lo que el agua está más caliente que el agua con la
que te bañas, independientemente de la temperatura del aire.
—¿Tendremos que pelear con un perro de tres cabezas para
llegar hasta ese lugar?
—No.
—¿Viajar hasta allí es como atravesar el Corredor del
Pecado? —Wrath negó con la cabeza, pero no me dio más
detalles. Me acerqué a él, entrecerrando los ojos. Estaba siendo
más reservado de lo normal. Lo cual significaba,
definitivamente, que estaba ocultando algo—. ¿Dónde está?
—Olvida que lo he mencionado. —Volvió a llenarse la copa
y bebió un buen sorbo de vino, negándose a sostener mi
mirada inquisitiva—. Ya es tarde.
—Sangre y huesos. Está aquí, ¿no? ¿Has estado
escondiéndome una fuente termal?
—No la he escondido. Hay reglas que deben seguirse antes
de entrar al agua. Dudo de que te gusten. E incluso, si lo
hicieran, no creo que sea una buena idea.
—Ya veo. —Wrath se enderezó al oír mi tono y miró
despacio en mi dirección. Cuando conté con toda su atención,
proseguí—. En lugar de pedir mi opinión, has decidido por mí.
Puesto que voy a casarme con el diablo, eso me convierte en tu
futura reina, ¿no? —Él no respondió—. Me gustaría que me
llevaras allí. Ahora, por favor.
—Nada fabricado puede entrar en el agua.
—Nada… ¿te refieres a la ropa?
—Sí. Tendrás que desvestirte por completo antes de entrar
en el agua, mi futura reina. —Su sonrisa era pura maldad—.
No pensé que quisieras bañarte desnuda conmigo.
—¿Eso es todo? —Lo dudaba mucho. Me había visto sin
ropa en más de una ocasión en los últimos meses. Eso no sería
un impedimento. Tenía más que ver con la autoconservación.
La suya—. Supongo que hay algo en el agua que te gustaría
evitar.
Me recorrió con la mirada, despacio. Era imposible discernir
lo que sentía.
—En ocasiones, busca el corazón de los que entran. Y
refleja su verdad.
Le sostuve la mirada. Tal vez fuera el vino, o aquel mundo y
su propensión al pecado, o el brillo de triunfo de sus ojos, pero
me negué a ceder en aquella batalla.
Recordé lo que había dicho Anir sobre desafiarlo. Si debía
renunciar a una parte de mi verdad para descubrir algo sobre
él, era un pequeño precio a pagar.
Señalé con la barbilla la botella y las copas.
—Llévate eso y vamos a visitar esa laguna mágica. Me
vendría bien un baño caliente y relajante después de la
nochecita de hoy.
La sonrisa de Wrath se desvaneció.
—¿Estás segura de que eso es lo que quieres?
—Sí.
Era una respuesta terriblemente peligrosa, y eso quedó
patente en la espesa tensión que cayó rápidamente entre
nosotros otra vez, pero era la verdad. No quería volver sola a
mi habitación, ni quería separarme todavía de aquel príncipe.
Una aventura nocturna en unas aguas termales mágicas sonaba
a la distracción perfecta. Quería un recuerdo agradable al que
aferrarme antes de acostarme. No quería reproducir una y otra
vez el incidente de la lengua cercenada hasta que el sueño me
venciera. Y si volvía sola a mi habitación en ese momento, eso
era exactamente lo que sucedería.
En lugar de acompañarme hasta allí, Wrath tomó mi mano
entre las suyas y nos transportó mágicamente. La familiar
sensación de ardor fue reemplazada por un ligero y cálido
hormigueo en la piel. Estaba lejos de resultar desagradable.
Jadeé cuando la tierra sólida se formó bajo nuestros pies un
momento después.
Wrath me soltó una vez que estuvo seguro de que no iba a
caerme.
—La magia Transvenio no es tan discordante cuando
viajamos dentro de este círculo.
Quería hacerle más preguntas sobre la magia, pero descubrí
que todo pensamiento lógico me había abandonado al
contemplar nuestra nueva ubicación. Estábamos en la orilla
oscura y brillante de una laguna que tenía la forma de una
enorme medialuna, y el agua era de un azul glacial lechoso.
La niebla flotaba perezosa sobre su superficie. Me las
arreglé para apartar la mirada de aquel charco brillante el rato
suficiente como para echar un vistazo a las paredes de
obsidiana que nos rodeaban. Aquella laguna era subterránea.
—¿Dónde estamos, exactamente?
—Debajo de la casa de la Ira. —Dio unos pasos hacia la
orilla, luego señaló un arco de piedra en el que no había
reparado—. El lago de fuego se alimenta de estos bajíos desde
allí.
Miré hacia arriba, esperando ver más piedra, y se me
entrecortó la respiración. En realidad, el techo sí era de piedra,
pero alguien había pintado las fases de la luna en toda su
longitud, junto con un puñado de estrellas. «Impresionante» no
era la descripción más precisa. «Etéreo» tal vez le hiciera más
justicia.
Fui a meter los dedos de los pies en el agua cuando el
príncipe demonio me arrastró con cuidado hacia atrás.
—Ninguna tela de ningún tipo puede contaminar el agua.
Tienes que quitarte el vestido o levantarte la falda.
—¿Por qué?
Wrath alzó un hombro.
—¿Ves eso?
Seguí su mirada, que aterrizó en un gigantesco trozo de
madera flotante. Me incliné para verlo más de cerca y
entrecerré los ojos.
—¿Eso… son huesos?
Alejé la atención de lo que quedaba de la desafortunada
criatura y me concentré en el príncipe que estaba a mi lado. El
brillo de diversión de su rostro era casi tan pecaminoso como
él.
—¿Todavía quieres darte un chapuzón?
—¿Qué pasa si metemos el vino y las copas?
—Yo no lo haría. Ven —me ofreció la mano—, te llevaré de
vuelta a tu habitación. Puedes quedarte con el vino. Te relajará
tanto como lo habría hecho la laguna. Tienes un baño privado
enorme. Tendrá que ser suficiente.
O le preocupaba que la laguna revelara una verdad que
quería mantener oculta o estaba convencido de que yo
cambiaría de opinión y volvería a la cama. Le dediqué mi
propia sonrisa burlona mientras me desabrochaba con
habilidad los cierres del vestido. Me observó mientras me
desembarazaba del material rojo sedoso y la garganta le
tembló un poco cuando mi ropa interior de encaje golpeó el
suelo a continuación.
Me quité su anillo y lo puse sobre una roca lisa y plana.
Luego me enderecé y sostuve su mirada.
Me quedé desnuda ante él, sintiéndome de todo menos
tímida. Levanté una ceja.
—¿Vas a desnudarte para que podamos nadar o tienes
pensado quedarte mirándome toda la noche?
ONCE
La ropa de Wrath desapareció y quedó desnudo y
orgulloso ante mí.
Cualquier indicio de petulancia que yo hubiera sentido
desapareció al mismo tiempo que su ropa. Maldito fuera el
diablo, intenté no alimentar su ego admirándolo abiertamente,
pero fracasé de forma estrepitosa.
Los grandes artistas podrían intentar capturar su imagen,
pero no cabía duda de que no lograrían triunfar. Poseía cierto
dominio que impedía que su verdadera forma fuera capturada
en algo tan mundano como el bronce o tallada en mármol.
Deslicé la mirada por sus anchos hombros, la bajé por su
pecho esculpido y luego avancé lentamente hacia más abajo;
pasé por cada cresta de su abdomen, sobre sus caderas y más
abajo hasta que al final llegué a su…
Volví a mirarlo a la cara. Era muy obvio que se sentía atraído
por mí. Me quedó claro que la magia pecaminosa que vibraba
bajo la superficie de aquel mundo lo afectaba más de lo que
había imaginado. Aunque teniendo en cuenta los comentarios
que había hecho en la cena y la forma en que nuestro beso se
había vuelto hambriento y lleno de necesidad, tal vez no fuera
tan simple. Para ninguno de los dos.
Mi traicionera mirada volvió a caer. Intenté no mirar durante
demasiado rato, pero en su muslo izquierdo había entintado un
diseño interesante. Apuntando hacia abajo, se extendía desde
la cadera hasta la rodilla y parecía un símbolo del infinito
hecho de palabras con una flecha partida en el centro.
Volví a mirarlo a la cara y esperé, con el corazón acelerado,
a que arrastrara los ojos sobre cada centímetro expuesto de mi
piel. Mis nervios zumbaron con anticipación: era la primera
vez que me desnudaba frente a él sin que fuera el resultado de
la necesidad clínica de revivirme ante una muerte cercana. La
mirada de Wrath permaneció fija en la mía mientras me
ofrecía su mano, con la palma hacia arriba. Algo dentro de mí
se desinfló un poco.
Fui a desabrocharme el cornicello, pero él negó con la
cabeza.
—Eso puede quedarse. Junto con las flores y los huesos que
llevas en el pelo.
Confundida, dejé caer el amuleto y entrelacé los dedos con
los suyos. Técnicamente, puesto que eran los cuernos del
diablo, supuse que no contaban como algo fabricado. Y los
huesos y las flores también eran materia orgánica, así que, con
suerte, Wrath tendría razón y todo saldría bien.
Caminamos hasta la orilla de la laguna y el agua me lamió
los dedos de los pies, cálida y sedosa.
Él me observó, a la espera de ver si quería continuar. Di otro
paso y me regocijé en la sensación del agua, que hacía que
pareciera que había un millón de pequeñas burbujas sobre mi
piel.
Una vez que estuvimos en una zona lo bastante profunda,
Wrath me soltó la mano y se sumergió bajo el agua. Regresó a
la superficie un momento después, echando la cabeza hacia
atrás y salpicándome con un montón de gotitas. Su risa fue
plena y rica y su sonrisa era una de las más genuinas que le
había visto. Hizo que mi corazón se sintiera un poco inestable.
Me zambullí bajo el agua antes de que pudiera ver mi
expresión.
Cuando salí a la superficie y me aparté la maraña de cabello
húmedo de la cara, lo pillé mirándome fijamente. A diferencia
de mí, no intentaba ocultar lo que estaba sintiendo. Pensé en
los Malditos, en sus juegos pecaminosos. Las historias decían
que sus besos eran lo bastante adictivos como para que un
mortal vendiera su alma por la oportunidad de recibir otro.
Advertían sobre el peligro de llamar su atención. Era
imposible negar que yo había captado toda la atención de
Wrath. Y el único peligro que percibía era lo poderosa que me
hacía sentir.
Tenía ante mí una elección. Wrath, la tentación encarnada,
esperó, como si supiera hacia dónde se habían desviado mis
pensamientos. Podría jurar que había algo en lo prohibido que
lo endulzaba todo.
O tal vez solo se tratara de una mentira que me contaba a mí
misma. Tal vez, simplemente me gustara su sabor, en contra de
mi buen juicio. Me acerqué y alcé la mano hacia él poco a
poco. Se le cortó la respiración cuando hice que se diera la
vuelta y tracé, insegura, las palabras en latín que llevaba
tatuadas en los hombros. Había sentido curiosidad por aquella
tinta desde el primer momento en que lo había invocado en el
interior del círculo de huesos hacía todos esos meses. Se le
puso la piel de gallina con cada roce suave de las yemas de
mis dedos.
—Astra inclinant, sed no obligant. —Me mordí el labio
inferior, intentando traducirlo—. Las estrellas…
Giró hasta que estuvimos cara a cara de nuevo, sus ojos
emitían un suave brillo en la oscuridad.
—Las estrellas nos influencian, no nos atan.
—Es precioso.
No pasé por alto la importancia de que se hubiera marcado
de forma permanente en el cuerpo que no quería que nada lo
atara. Pensé en nuestro vínculo matrimonial, en cómo lo había
atado sin tener ni idea. Luego, lo había ligado al círculo de
invocación durante días y me había negado a liberarlo. No era
de extrañar que en aquel entonces me despreciara. Era un
milagro que no me odiara ahora.
—Lo siento. —Pronuncié las palabras con tanta suavidad
que no estaba segura de que me hubiera oído—. Por haberte
atado.
Estiró el brazo, me colocó un mechón húmedo detrás de la
oreja y alargó el roce antes de dar un paso atrás.
—El destino puede tender la mano, tratar de guiarnos por
ciertos caminos o intervenir, pero en última instancia, somos
libres de elegir nuestro propio sino. Nunca lo dudes.
—Creía que no tenías libre albedrío.
Su sonrisa estaba teñida de tristeza.
—A todos se nos concede elección. Pero, para algunos, tiene
un precio.
—¿Te hiciste ese tatuaje para recordar tu elección?
—Sí. —Me sostuvo la mirada—. Creo que John Milton, un
poeta mortal, fue quien mejor lo expresó. «Mejor reinar en el
infierno que servir en el cielo». Ya te he hablado del poder de
la elección, del atractivo que tiene para mí. Haría cosas
terribles, cosas imperdonables, para elegir mi destino. Por muy
maldito y terrible que fuera. Es mío. Nadie puede entender el
encanto que desprende, a menos que de verdad se haya visto
sin elección alguna.
—¿Qué hay de la serpiente, es otra elección?
—Toda la tinta de mi cuerpo, con la excepción de nuestro
tatuaje, fue elección mía.
Mi mirada se posó en sus labios y se demoró ahí antes de
que algo un poco más abajo captara mi atención. Apenas se
distinguía, pero había otra frase garabateada con tinta plateada
debajo de su clavícula izquierda. Nunca se la había visto. Sin
pensar, pasé la punta de los dedos por encima de las letras.
Acta, non verba.
No tuve problemas para entenderla. Acciones, no palabras.
—¿Y el diseño en tu muslo?
Wrath se quedó inmóvil, y solo entonces me di cuenta de
que me había acercado lo suficiente como para que nuestros
cuerpos estuvieran a punto de tocarse. Olvidé mi pregunta, lo
olvidé todo excepto el fuego en su mirada mientras me
devoraba centímetro a centímetro, lentamente. No creía que
pudiera ver mucho porque el agua me llegaba hasta el cuello,
pero la verdad era que no me sentía como si fuera una
auténtica barrera.
Cuando me miró con la intensidad ardiente que transmitía en
aquel momento… cualquier odio persistente o animosidad
entre nosotros desapareció al estallar en llamas. Puede que esa
fuera la verdad que no quería que revelara la laguna. La magia
del mundo se apoderó de mí, alentando mis emociones hasta
que tampoco pude negar ya mi deseo, que no dejaba de ir en
aumento. Su piel húmeda y resbaladiza se deslizó contra la
mía cuando anulé la distancia que nos separaba.
Tal vez fuera la belleza onírica de la escena celestial pintada
en el techo, o el vapor sofocante de los bajíos de la Medialuna.
O tal vez fuera simplemente el anhelo hecho carne, pero
ansiaba la sensación de sus manos sobre mi cuerpo. Éramos
dos adultos que consentían. Y yo quería que él desatara sobre
mí todo el poder de su sensualidad.
Pensé en mi fantasía anterior; en la que él me tomaba contra
la pared o contra la mesa.
Nunca, en toda mi vida, había reaccionado ante alguien de
manera tan carnal. Me habían gustado algunas personas, había
soñado con besos y más, pero aquello no era un
encaprichamiento sin importancia. Aquello era deseo en su
forma más pura.
Mi anhelo crecía y se descontrolaba. Quería tocarlo, ya no
me contentaba con negarme a mí misma mis pasiones. Lo
único que tenía que hacer era dar ese primer paso.
Me puse de puntillas y le peiné el pelo húmedo hacia atrás
con unas caricias suaves.
Esperé a ver si ponía distancia entre nosotros. Si me decía
que yo era la última criatura de todos los reinos a la que él
desearía. Su expresión delataba casi tanta tensión como su
cuerpo. No sabría decir si estaba luchando contra la atracción
o si estaba permitiendo obedientemente que una enemiga lo
sedujera.
Me incliné y presioné los labios sobre la tinta que le recorría
la clavícula, dándole otra oportunidad de alejarse. En lugar de
apartarse, apoyó la mano en la zona baja de mi espalda,
impidiendo que me moviera. Sabía, sin lugar a dudas, que el
poderoso guerrero me dejaría ir si decidía detenerme o
alejarme de él. Mi boca se movió hacia su otro hombro para
besarlo ahí.
—Emilia. —Pronunció mi nombre con suavidad. Se parecía
mucho a la versión de él que había conjurado en el Corredor
del Pecado, pero aquello no era otra fantasía más. Aquel
momento era real.
—Sé que no me dirás tu verdadero nombre. —Arrastré las
manos por su pecho. Su intensa mirada seguía cada uno de mis
movimientos—. Pero resulta un poco extraño murmurar
«Wrath» en un momento como este.
Volví a mirarlo a la cara cuando cerró los ojos y apoyó su
frente contra la mía. El poderoso general de guerra estaba
librando alguna batalla interna. Quizá le preocupara que
aquello fuera otro juego de estrategia, uno que perdería si
empezaba a jugar según mis reglas.
Yo ya no sabía si su miedo estaba justificado o no. Por una
vez, estábamos en igualdad de condiciones.
—Así que tal vez deberíamos dejar de hablar —continué—.
Por lo menos, por esta noche. —Exploré las crestas de su
abdomen, y él no se apartó ni se estremeció ante mi roce—.
Tal vez ambos podamos elegir comunicarnos de una forma
diferente. Sin palabras.
Pensé en nuestro último beso, en lo salvaje y desenfrenado
que se había vuelto. Lo habían alimentado una necesidad
primaria y la lujuria. Guie su cara hacia la mía y rocé sus
labios con mi boca. Fue un susurro suave, dulce. Contenía una
pregunta, una que no estaba segura de que él fuera a responder.
Esa vez quería que las cosas fueran diferentes. Incluso si no
estaban destinadas a durar. Podíamos tener esa noche, ese
momento, y rendirnos a la fuerza magnética que nos unía.
No había pasado ni futuro, solo el presente.
Aquel encuentro no tenía por qué significar más de lo que
era. No teníamos que enamorarnos u olvidar nuestros planes.
Esa noche podíamos firmar una tregua, una que durara solo
hasta el amanecer. Durante una noche, podíamos dejar de
fingir que aquello no era lo que ambos deseábamos. Si me
enfrentaba a esa parte desconocida de mí, tal vez aquel reino
dejaría de atormentarme con tantas ilusiones sensuales.
Rompí nuestro abrazo.
—A menos que no quieras esto.
Durante un segundo en el que el corazón me latió
desbocado, no reaccionó. Pensé que había juzgado mal el
momento. Entonces Wrath me respondió con un beso tierno y
no sentí que fuera mi enemigo. O que estuviera besándome por
cualquier razón que no fuera el hecho de que quería hacerlo.
Allí abajo, lejos de los ojos vigilantes de su corte y de los roles
que se suponía que debíamos desempeñar, podíamos
limitarnos a ser.
Él elegía aquello. Igual que yo. Y había poder en una
elección.
Sus fuertes manos se deslizaron por mis costados mientras
se acercaba y unía aún más nuestros cuerpos. De repente me vi
rodeada por él, por su olor, su enorme cuerpo. Toda su fuerza y
su atención. Me sentí como magia viviente, tal vez incluso más
que durante nuestros dos últimos encuentros.
Algo cobró vida dentro de mí.
Esa vez, cuando me metió la lengua en la boca, lo único que
pude hacer fue no rendirme de pura felicidad. Mis manos
viajaron a la deriva hacia sus caderas, y las suyas bajaron poco
a poco hacia las mías, deslizándose debajo del agua tibia y
recorriéndome la espalda mientras me anclaba contra él.
Me arqueé ante su caricia, olvidando cualquier noción de ir
despacio. Necesitaba placer. Y quería que me lo diera tanto
como yo quería devolvérselo.
Sonrió contra mi cuello antes de depositar un beso casto
debajo de mi oreja. No necesitaba verle la cara para saber que
mi respuesta le estaba divirtiendo.
—Su alteza es bastante exigente.
Si estaba intentando distraerme con esa invocación de la
marca de nuevo, no le iba a funcionar. Todas las veces
anteriores que me la había tocado, había apagado cualquier
emoción que se estuviera descontrolando. No permitiría que
nos distrajera a ninguno de los dos. La parte de mí que
acababa de despertar no quería echarse a dormir de nuevo.
Mis manos se sumergieron bajo el agua y las arrastré por sus
piernas lentamente antes de alejarlas de nuevo.
Maldijo por lo bajo y yo sonreí.
—No vamos a hablar más, ¿recuerdas?
—Sigue haciendo eso y voy a condenar a todas las deidades.
Le dibujé pequeños círculos en el muslo, moviéndome más
y más hacia arriba hasta que su atención se centró por
completo en el punto donde él deseaba que explorara a
continuación. Que probara un poco de su propia medicina y
experimentara lo necesitada que me había dejado en la cena.
—Es terrible, ¿no? Querer algo con tanta desesperación solo
para ser objeto de burlas cuando por fin está a nuestro alcance.
Por lo visto, recibió mi mensaje alto y claro. Su mano se
deslizó entre mis piernas y juntó su lengua con la mía en el
preciso instante en que acarició esa parte dolorida de mí. Jadeé
contra su boca, pero me cortó al atraerme más hacia él. Su
propia excitación presionó contra mi cuerpo. Dura y tentadora.
Como él.
—¿Así está mejor, mi señora?
Por la diosa, sí. Mucho mejor.
Despacio, trazó círculos con ese dedo perverso suyo
alrededor de mi vértice mientras me besaba hasta dejarme sin
sentido. El calor explotó en mis venas con cada caricia
burlona. Había tomado algunas malas decisiones en la vida,
pero llevarme a Wrath a la cama no sería una de ellas. Él
actuaría con tanto desenfreno como había imaginado, por lo
que esa parte primaria de mí dio la bienvenida a aquella nueva
batalla de voluntades.
Levanté las caderas, instándolo a continuar su exploración
mientras le enroscaba los brazos alrededor del cuello y tiraba
de él para profundizar el beso. Su dedo se hundió un poco
dentro de mí y reprimí un gemido. Lo retiró, concentrándose
por completo en la reacción de mi cuerpo al movimiento: la
leve exhalación, el estremecimiento, la forma en la que me
moví contra él en un acto reflejo y lo agarré con más fuerza.
Estaba aprendiendo lo que más me gustaba, variando un poco
y repitiéndolo.
Que la diosa me ayudara. El demonio de la guerra era un
estratega a todos los niveles.
Frotó con suavidad esa parte palpitante de mí con un
segundo dedo antes de volver a concentrarse en sus besos,
lentos y embriagadores. Fuego. Con ninguna magia aparte del
exquisito poder de sus roces, estaba convirtiendo mi cuerpo en
un millón de pequeñas llamas de deseo.
Y él lo sabía. Toda aquella provocación me estaba volviendo
loca.
—Llévame a tu dormitorio. —Mi voz era como el humo—.
Ahora.
—¿Eso es lo que quieres?
—Sí. —Más que nada en el mundo. Me las arreglé para
asentir y sus hábiles dedos me recompensaron con otra caricia
amorosa—. Date prisa.
Me mordisqueó el labio inferior.
—¿Mi reina lo ordena?
—Sí. —Por la diosa, sí.
—¿Es que ahora soy tu humilde servidor?
Retrocedí. Había cierto brillo diabólico en sus ojos. Incluso
si hubiera querido responder, mi respuesta se habría perdido en
su siguiente beso. Ambos sabíamos que él no era de los que
acataban órdenes. Así que no se apresuró. El muy despiadado
se tomó su tiempo para besarme, mientras sus dedos seguían
explorando, provocando, exprimiendo el placer de formas que
yo desconocía que eran posibles.
Me había prometido que no confundiría la realidad con una
ilusión cuando me tocara. No me había mentido. El Corredor
del Pecado, aquel reino, nada podría compararse con su magia.
La siguiente vez que me tocó, moví las caderas hacia delante
de forma involuntaria y por fin respondió a mi súplica
silenciosa. Sus dedos se deslizaron hasta el fondo y me mordió
el labio con suavidad para tragarse mi jadeo. Lo cual solo
logró volverme más salvaje.
—Tomad vuestro placer, mi señora. —Con cierta
inseguridad, repetí el balanceo. Él me observó, le ardía la
mirada—. Justo así.
Capturó mi gemido con su siguiente beso y enterré las
manos en su pelo. Necesitaba sentirlo más. De alguna manera,
salté y le envolví la cintura con las piernas. Su brazo libre
aseguró mi posición con facilidad. La sensación del agua
caliente burbujeando y la fricción de sus dedos callosos fue
suficiente para llevarme al límite de la más cruda necesidad. El
instinto tomó el control.
Nuestros cuerpos apretados, nuestras lenguas y dientes y el
hambre mutua bombeando a través de mis venas. Me di cuenta
de que la magia de aquel mundo no estaba creando aquel
anhelo, estaba intensificando lo que yo sentía. Y sentía más de
lo que nunca me había permitido admitir. Moví las caderas al
mismo compás que cada uno de sus profundos movimientos.
Ya no me avergonzaba perseguir el placer que me estaba
dando.
En mi fervor por experimentar todas las sensaciones, me
resbalé por su cuerpo hasta que acabé rozándome por
accidente contra su dureza. Él gimió, un sonido profundo y
retumbante. Mi sonrisa fue puro deleite maligno. Repetí el
movimiento y el aire siseó entre sus dientes. Sus besos se
volvieron hambrientos.
Sin parar, me mecí arriba y abajo contra su mano, contra él.
El calor estaba alcanzando un punto culminante dentro de mí,
buscando la liberación. Sus ojos estaban vidriosos por su
propia lujuria, sus dedos todavía permanecían enterrados
dentro de mí. Nunca antes lo había visto con aspecto de estar
fuera de control. Aquello no hizo más que incrementar mi
placer.
—Emilia… —Lo silencié con un beso. Al cuerno con su
habitación. Lo tomaría allí mismo. En ese preciso instante.
Cerré la mano alrededor de su excitación y gimió—. Sangre de
demonio, necesito…
—Llévame a la cama, ahora.
El príncipe de la Ira, que no aceptaba órdenes de nadie, se
sometió a la mía.
Sin más provocaciones, nos trasladó con magia, con los
cuerpos enredados, a su dormitorio.
DOCE
Los dedos de Wrath seguían enterrados entre mis
piernas cuando nos apoyó contra la puerta de su alcoba; su
respiración era fuerte y rápida. Había echado de menos el
dormitorio. Por una buena razón. Mi mano permanecía
envuelta alrededor de su impresionante longitud. Seguí
acariciando su piel suave como la seda, maravillándome ante
la forma en que cada movimiento hacía que perdiera aún más
el control.
En ese momento parecía incorrecto sentirse orgullosa, pero
no podía negar que adoraba el hecho de ser la razón por la que
la apretada correa con la que se tenía atado a sí mismo por fin
se hubiera roto.
No se me ocurría ninguna otra razón por la que nos había
transportado al pasillo público que conectaba nuestras
habitaciones. Al menos, la puerta que cerraba aquella ala
seguía bajada, y nadie podía acercarse lo suficiente como para
vernos. Tampoco era que fueran a vislumbrar mucho de mí
con el enorme cuerpo de Wrath cubriéndome. Y no era que
importara que pudieran verme.
Estaba demasiado perdida en las oleadas de placer que
crecían y aumentaban dentro de mí como para preocuparme
por dónde estábamos, o por quién teníamos alrededor. Lo
deseaba allí mismo. Al infierno con los siete círculos. Todavía
no estaba casada con Pride. Aparte del breve periodo en el que
había poseído a Antonio, ni siquiera lo conocía. Dudaba de
que al diablo le importara que tomara a un amante antes de
intercambiar nuestros retorcidos votos.
El nuestro no sería un matrimonio por amor. Y si a Pride le
importaba, lo que estaba claro era que no lo demostraba.
Seguía sin haber carta, ni invitación, ni reconocimiento de mi
llegada. El príncipe del Orgullo estaba contento a solas en su
castillo y, por el momento, eso me parecía más que bien.
Wrath siguió besándome, siguió bombeando con los dedos
mientras se balanceaba contra mi inquebrantable agarre, y lo
único que deseaba era poner de rodillas a aquella poderosa
criatura con un éxtasis implacable. Aquella parte salvaje y sin
ataduras suya era casi tan embriagadora como sus caricias.
Nunca había experimentado algo así, tan poderoso y
correcto. Él era correcto. Y yo sabía, con una certeza infinita,
que estábamos al borde de descubrir lo buenos que éramos
juntos. Tal vez siempre habíamos estado destinados a terminar
así, perdidos en la pasión del otro.
El sonido de su placer mezclándose con el mío estaba
creando su propio hechizo, y me sentía muy cerca de estallar
en pedazos, muy cerca de ese poder que no dejaba de aumentar
y romperse y…
El dolor estalló en un torrente violento, robándome el
aliento. Siempre en sintonía con mis cambios emocionales,
Wrath se detuvo de inmediato; el hechizo eufórico, roto.
—¿Estás bien?
—No. —Nunca había odiado más una palabra—. Siento un
d-dolor horrible.
—¿Dónde? —Su voz sonó áspera, pastosa.
—El corazón. —Casi había olvidado aquel dolor tan
repentino y horrendo. Hasta que empezó de nuevo. Solté a
Wrtah y él hizo una mueca—. Sangre y huesos. Duele mucho.
—Ven. Mandaré llamar a un curandero…
—Creo que es el Cuerno de Hades.
Wrath estaba alargando la mano para alcanzar el pomo de la
puerta de habitación, pero la dejó caer. No tardó ni dos
segundos en prestar atención al amuleto que aún llevaba
puesto y maldijo a las diosas de manera impresionante.
Todo se desintegró en humo y una luz negra brillante. No lo
había visto moverse, pero un segundo estábamos desnudos
fuera de su dormitorio al borde de la liberación mutua y al
siguiente estábamos de pie, parcialmente vestidos, ante una
puerta de madera llena de muescas en una torre.
Antorchas de aspecto medieval ardían con intensidad a
ambos lados de la entrada. Me sentí casi tan sorprendida por
nuestra ubicación como por el camisón del color del ébano que
de repente llevaba puesto. Uno que seguía sin hacer mucho por
ocultar mis formas. Wrath vestía pantalones negros y nada
más. Excepto tal vez una ligera mirada de preocupación.
—¿Dónde estamos? —Estiré el brazo para desabrocharme el
cornicello. El dolor no dejaba de intensificarse.
—No te quites eso. —Era como si los últimos minutos de
pasión no hubieran existido. Wrath era todo granito y furia otra
vez. Salvo que yo no era la receptora. Acercó el puño a la
madera y golpeó con la fuerza suficiente como para sacudir las
bisagras de hierro, su voz convertida en acero puro.
—¡Matrona!
La siguiente oleada de dolor hizo que se me doblaran las
rodillas, pero me negué a dejar que me hundiera. Incluso sin
estar mirándome, al príncipe demonio no se le pasó nada por
alto. Su siguiente golpe sacudió una piedra suelta. Puse una
mano en su brazo y le di un ligero apretón.
—Wrath.
—Si no abres esta puerta, juro por mi sangre…
—Estás a punto de echar abajo toda la torre con tanta
tontería, muchacho. —La puerta se abrió y reveló a una mujer
mayor con una larga melena plateada y lavanda. Vestía una
túnica de color púrpura oscuro con un cinturón metálico en
forma de cuerda que me recordó a las sacerdotisas que había
visto en pinturas y libros.
Dirigió su mirada oscura y evaluadora hacia mí.
—Hija de la luna, bienvenida. Soy Celestia, la matrona de
maldiciones y venenos. Te estaba esperando. —Dio un paso
atrás y abrió más la puerta en señal de bienvenida—. Entrad
antes de que su majestad rompa el reino.
—La próxima vez, abre la puerta más rápido.
Wrath entró el primero en la estancia, alerta y listo para la
batalla. Aparte de las tinturas, los antídotos y los venenos, no
estaba segura de qué enemigo esperaba encontrar allí, pero me
dolía demasiado para preocuparme. Lo seguí al interior y me
paré en seco. La sala circular estaba repleta de madera oscura,
piedra fría y estantes que trepaban hasta lo alto de la torre.
Había una escalera apoyada contra una de las secciones, como
si la matrona hubiera estado catalogando artículos en los
estantes más altos cuando la habíamos interrumpido. Una
mezcla ecléctica de aromas flotaba en el ambiente y la
combinación de todos ellos creaba un efecto agradable.
Apenas podía respirar hondo y el olor, por atrayente que
fuera, empezaba a revolverme el estómago. El sudor me
perlaba la frente mientras me obligaba a tomar aire y a soltarlo
entre los dientes apretados. Para evitar centrarme en las
crecientes náuseas, dejé que mi mirada vagara por aquel
espacio.
En una mesa larga cerca de una solitaria ventana arqueada
había varios frascos de líquidos extraños; algunos humeaban,
algunos burbujeaban y otros repiqueteaban contra el delgado
cristal, como si estuvieran probando si era una ruta de escape
viable. Los líquidos conscientes eran algo nuevo para mí y
más que un poco desconcertantes.
Un estante estaba repleto de plantas y plántulas
completamente desarrolladas, pétalos secos y hierbas. Había
cataplasmas y amuletos, calderos, figurillas talladas con forma
de criaturas como quimeras, deidades aladas y dioses. Piedras,
tanto ásperas como lisas y, si la savia oscura servía de
indicación, armas blancas y agujas envenenadas brillando a la
luz parpadeante del fuego.
Goterones de cera caían de unas velas enormes sobre una
repisa de madera que había encima de una gran chimenea
cerca del centro de la habitación, junto a varillas de incienso
que emitían impecables columnas de humo.
Parecía como si la matrona de maldiciones y venenos
estuviera preparada para cualquier actividad perversa.
Tragué saliva cuando me azotó la siguiente oleada de dolor.
Me sentía como si de repente mi cuerpo estuviera en mitad de
una guerra brutal consigo mismo. Lo que fuera que estuviera
causando el dolor estaba ganando.
Con una mano fuerte en mi espalda, Wrath me guio hasta un
pequeño taburete de madera e increpó con hostilidad a la
matrona.
—Haz algo. Ahora.
Ella chasqueó la lengua mientras cruzaba la habitación
despacio.
—Las exigencias y las amenazas son cosa de asustados y
débiles. Ninguno de esos rasgos te conviene, así que silencio.
—No me pongas a prueba.
Celestia fue hasta un contenedor lleno de tijeras y cizallas.
Algunas tenían mangos de oro o plata, otras estaban hechas de
piedras preciosas relucientes o de los huesos apagados de
mortales o criaturas del inframundo. No miré muy de cerca.
Wrath, sin embargo, se cernía sobre sus suministros.
—Muévete más rápido.
—Yo no interfiero en tu trabajo, chico, así que no te
entrometas en el mío. Ahora deja de dar vueltas y siéntate, o
sal y descarga esa ira en otro lado. —Su fría mirada se volvió
hacia la de él—. Hazlo por ella, no por mí.
Wrath no se fue, ni se sentó, ni hizo más comentarios, pero
le dio a la matrona espacio para trabajar. Decidí que me
gustaba aquella mujer intrépida y me pregunté quién sería ella
para Wrath. Tenía que saber que él acababa de cortar una
lengua. En aquel momento, el príncipe demonio se comportaba
con especial ferocidad, y ella no le estaba prestando la más
mínima atención. Dudaba de que muchos fueran lo bastante
valientes como para darle la espalda, en especial cuando en
aquel instante su poder se agitaba como una víbora enojada.
Aunque no era que me estuviera quejando. A su tosca
manera, estaba cuidando de mí.
La matrona seleccionó unas tijeras finas y doradas con el
mango en forma de alas de pájaro, luego tomó una jarra llena
de un líquido cerúleo chispeante, un frasco de hierbas secas y
otro frasco lleno de pétalos en tonos de azul escarchado y
plata. Lo llevó todo a su mesa de trabajo, sacó un cuenco de
madera de un armario y a continuación un mortero y una maja.
Después de mirarlo todo por última vez, volvió hacia mí sus
ojos antiguos.
—Necesito un mechón de tu pelo para la tintura.
—No. —El pánico se apoderó de mí y la palabra salió de mi
boca antes de que tuviera tiempo de empujarla hacia atrás. Las
advertencias de Nonna resonaron en mis oídos. Siempre nos
habían dicho que quemáramos el pelo y las uñas que nos
cortáramos, en lugar de permitir que alguien tuviera la
oportunidad de usar las artes oscuras contra nosotras—. ¿Es
necesario? El dolor ya está disminuyendo. Creo que su alteza
podría haber reaccionado de forma exagerada.
Ella suavizó la mirada.
—No tienes nada que temer de mí, niña. Te beberás hasta la
última gota de la tintura. Luego quemaremos el cuenco. No
quedará nada para aquellos que deseen hacerte daño.
Sentí la atención de Wrath sobre mí como dos atizadores
calientes en la nuca, pero me negué a mirarlo. Era mi decisión
y solo mía. Respiré hondo y asentí.
—De acuerdo.
Celestia me cortó un pequeño mechón de pelo y luego lo
esparció sobre la mezcla que había preparado: un tercio de
hierbas y dos tercios de pétalos. Lo trituró todo junto en el
mortero con el mazo hasta que obtuvo una pasta.
Una vez que la consistencia fue de su agrado, susurró un
encantamiento en una lengua que me era desconocida y luego
agregó un chorrito generoso del líquido azul chispeante a la
mezcla.
Lo vertió todo en un cáliz de plata con runas grabadas en la
superficie y lo agitó con vigor.
—No será la bebida más agradable que hayas ingerido, pero
las lágrimas de Saylonia mejorarán un poco el sabor.
—¿Lágrimas de Saylonia?
—Algunos dicen que es la diosa del dolor y la tristeza. Pero
esconde más que eso. Las lágrimas se recogen en un templo en
las islas Cambiantes.
—¿Dónde están? ¿Aquí?
Desvió su atención hacia el príncipe mientras removía la
bebida en la dirección opuesta y el contenido salpicaba a causa
de aquel cambio repentino.
—Ya casi está listo.
Wrath observaba cada paso que daba la matrona hacia mí
con un brillo peligroso en la mirada. Como si un movimiento
equivocado señalara la pelea para la que se había preparado.
Ignoré su extraño comportamiento y volví a concentrarme
en la mujer que se acercaba a mí.
—He usado el amuleto durante décadas y nunca había
experimentado un dolor semejante.
—Has visitado los bajíos de la Medialuna, ¿verdad?
—Sí. —Tenía el pelo húmedo y de poco servía mentir—.
¿Cómo lo has sabido?
—Una conjetura acertada. Existe cierto tipo de magia que no
puede entrar en esas aguas sin acarrear graves consecuencias.
Algunos dicen que sus aguas pertenecieron una vez a las
diosas y que queman aquello que no encaja. Otros creen que
los Temidos buscan reclamar lo que les fue arrebatado. Y a
ellos no les importa cómo lograr restaurar su poder, solo les
importa conseguirlo. La venganza es un objetivo brutal.
—¿Los Temidos? —Busqué en mi memoria cualquier
historia o leyenda de la infancia, pero el nombre no me
resultaba familiar—. ¿Es así como llamas a las diosas, o a los
príncipes demonio?
—Suficiente. —Wrath habló en tono tranquilo, pero no
admitía discusión—. Sería prudente guardarse las
supersticiones y los antiguos cuentos populares. —Cruzó los
brazos sobre el pecho, con una expresión dura como el
pedernal—. ¿Has terminado con la tintura?
Bajé la mirada para echar un vistazo al amuleto del cuerno
del diablo. Wrath me había dicho que me lo dejara puesto. Le
dirigí una mirada acusadora.
—Antes has olvidado advertirme sobre cualquier peligro. ¿Y
ahora estás preocupado?
Celestia entrecerró los ojos, pero permaneció en silencio
unos momentos mientras continuaba revolviendo la tintura.
—Si él hubiera sabido el efecto que tendría en ti, no te
habría llevado allí. Lo que debes preguntar es su otro secreto.
Él es plenamente consciente de que ese os afecta a ambos. Y,
sin embargo, no ha dicho una sola palabra al respecto. Me
pregunto por qué. Puede que por fin hayamos encontrado tu
talón de Aquiles, majestad.
Wrath se quedó extraordinariamente quieto. La temperatura
en la habitación se desplomó lo suficiente para que viera el
vapor de mi aliento. Los frascos tintinearon cuando los
estantes temblaron por la fuerza del poder que estaba
conteniendo, el enfado contra el que estaba luchando. Estaba
claro que la matrona había tocado un tema sensible. Aún más
intrigada por su respuesta, lo estudié de cerca. Estaba casi
irreconocible. No se había producido ningún cambio externo
en su fría expresión, pero sentí la inmensa oleada de magia que
atrajo hacia sí como la marea.
—Cuidado —advirtió—. Estás pisando terreno peligroso.
—Bah. —Ella agitó la mano en su dirección, en absoluto
preocupada por la creciente ira que zumbaba en el aire. Me
entregó el cáliz y me indicó que bebiera.
Llamé la atención de Wrath y lo que fuera que hubiera
provocado la manifestación de su pecado desapareció cuando
se encontró con mi mirada preocupada. La temperatura volvió
a la normalidad. Asintió en dirección al cáliz.
—Todo irá bien. Bebe.
Me llevé el brebaje a los labios y me detuve en seco. El olor
no era ni remotamente agradable. Me armé de valor antes de
que el dolor volviera y me lo bebí todo de un trago, ignorando
el sabor empalagoso pero amargo de las hierbas. Mis síntomas
desaparecieron.
—Ya estás lista, niña.
Le devolví el cáliz y observé cómo arrojaba el recipiente de
madera a las llamas. Quedó reducido a cenizas en cuestión de
segundos.
—¿Debería quitarme el amuleto ahora?
Ella miró a Wrath, con una ceja plateada enarcada. No me
giré a tiempo para ver la reacción de él, pero la matrona
frunció los labios. Dirigió la atención a mi cuello antes de
mirarme a los ojos otra vez.
—No. El amuleto ya no te molestará.
—Cuidado, Celestia.
—Ve a blandir una espada o pega un puñetazo a otra roca y
vete. ¿Creías que no me habría enterado de tu gran
demostración de mal genio? Domitius y Makaden son tontos.
Pero solo un tonto aún mayor actuaría como tú lo has hecho.
Algunos podrían pensar que hay nuevos pecados despertando.
Deberías vigilar, alteza. Hay otros observando. Y sienten un
interés especial por tu corte.
—Cuidado con lo que dices. —Su furia azotó como las
ráfagas de viento de una tormenta. Ella sonrió, pero no era el
tipo de expresión amorosa que una abuela le dedicaría a su
nieto. Estaba cubierta de acero. La expresión de Wrath era aún
peor—. No acato órdenes tuyas.
—Entonces considéralo una sugerencia. De todos modos, es
irresponsable no decírselo.
—Sí, me gustaría mucho saber de qué estáis hablando. —
Ahora que mi dolor había remitido, me sentía molesta. Sabía
que Wrath todavía guardaba secretos. Secretos que incluso
Celestia creía que yo tenía derecho a saber. Y después de lo
que acababa de pasar entre nosotros en la laguna, no pensaba
seguir tolerándolos. Le eché a Wrath una mirada mordaz.
—Alguien tiene que responder a mi pregunta. Ahora.
Celestia paseó la mirada entre nosotros.
—Es una conversación que es mejor que tengáis vosotros
dos. A solas. —Esa vez, su sonrisa fue la viva imagen de los
problemas—. Aunque es posible que quieras llevarla al templo
de la Furia, donde no os puedan escuchar. Me da la sensación
de que vais a despertar a todo el castillo.
Dicho esto, nos hizo salir de su cámara de tinturas y cerró de
un golpe la vieja puerta de roble a nuestra espalda. Miré al
príncipe. De una forma u otra, iba a decirme la verdad. No
alcanzaba a comprender cómo era posible que Celestia
conociera su secreto y yo no, y mi molestia estaba dando paso
a la ira. Y esa emoción no estaba provocada por el pecado de
aquella casa.
¿Cuántos miembros más de su corte estaban al tanto de la
información que me ocultaba, que me pertenecía? Era
inaceptable que yo fuera la única que no supiera nada.
—Quiero la verdad. No más mentiras. Al menos, me debes
eso.
Él parecía estar a punto de buscar un arma para blandirla.
Aunque su frustración no parecía dirigirse a mí, ni siquiera a la
matrona.
Puede que estuviera cabreado consigo mismo. Estaba claro
que cualquier plan o conspiración que estuviera llevando a
cabo había llegado a su fin. Y las cosas no habían resultado
como él esperaba.
—Mierda. —Wrath se pasó una mano por el pelo y se alejó
de mí—. Creía que tendríamos más tiempo. Pero después de
esta noche, es obvio que ya no puede esperar.
Wrath nos llevó a su biblioteca personal y llenó de magia la
habitación para contener nuestras voces en el interior. Me
quedé de pie frente a la enorme chimenea, calentándome las
manos. Entre la temperatura fresca del castillo, el agotamiento
que me había causado el dolor, mi camisón fino y la humedad
de mi cabello, estaba helada hasta los huesos.
El miedo también jugaba un papel en mis escalofríos. ¿Era
posible que le pasara algo a mi familia? Si estuvieran heridos,
o algo peor, no estaba segura de si Wrath me lo contaría.
Sabía que eran mi debilidad, que negociaría mi vuelta a mi
mundo y rompería el contrato con Pride. Eso complicaría las
cosas en su mundo y sería motivo suficiente para no ser
sincero conmigo.
El estado de tensión en el que se encontraba Wrath tampoco
estaba ayudando a calmarme. Invadió mis sentidos hasta que
mis propios nervios estuvieron lo bastante tensos como para
resquebrajarse.
Paseó por la habitación como un animal grande atrapado en
una jaula. Antes de nuestro apasionado interludio en la laguna,
y luego en el pasillo de fuera de su dormitorio, nunca lo había
visto exhibir otra cosa que no fuera tranquilidad, incluso
cuando estaba furioso, nunca estaba tan… nervioso. Resultaba
desconcertante verlo así. El hecho de que hubiera espetado así
a la matrona también era inusual. En ocasiones podía ser
brusco, arrogante o rebosar petulancia masculina, pero nunca
era grosero.
—¿Puedes hacer el favor de sentarte? —Me froté los brazos
—. Me estás poniendo nerviosa.
Se acercó a su escritorio y vertió dos dedos de líquido
lavanda en su vaso. Se lo bebió de un trago antes de volver a
llenarlo con prontitud y ofrecerme el segundo trago. Negué
con la cabeza.
La espera era insoportable. Y en el estómago ya tenía varios
nudos intrincados. Quería saber qué tenía que decir y por qué,
fuera lo que fuere lo estaba afectando tanto. Ni siquiera antes,
al atacar a Makaden, había habido remordimiento o
preocupación por su parte. Tan solo una eficiencia gélida.
Había ejecutado una sentencia y era imparcial ante la
brutalidad de esa decisión.
—¿De verdad es necesario todo este suspense? —Mi voz
sonó sorprendentemente tranquila. Constituía una
contradicción absoluta con los latidos frenéticos de mi corazón
—. Lo que sea que tengas que decir no puede ser tan malo.
Eso esperaba.
Por fin dejó de moverse el tiempo suficiente para mirarme a
los ojos. Me resultó imposible leer su expresión. Una calma
fría e inquietante se había apoderado de él. La inquietud se
deslizó por mi columna vertebral. Su comportamiento me
recordó a cuando una partera daba una noticia fatal.
—Antes me has preguntado por qué te marqué. No estoy
seguro de que entiendas del todo qué hace la marca. Por qué es
algo que rara vez se otorga.
Lo miré, momentáneamente sorprendida por su repentino
cambio de tema y cómo era posible que la marca jugara un
papel en todo aquello. Como mínimo, entendí cómo se había
enterado Celestia de aquel secreto, su mirada se había
desplazado brevemente hacia mi cuello. Me había equivocado
al pensar que estaba observando mi amuleto.
—¿Y bien? —insistió, atrayendo mi atención de nuevo hacia
él—. ¿Qué sabes al respecto?
—Nonna me contó que la marca permite a alguien convocar
a un príncipe del infierno sin un objeto que le pertenezca. Que
es un gran honor que se otorga a pocas personas. Y que,
mientras respire, el príncipe demonio siempre debe responder
a la convocatoria. Excepto, por supuesto, cuando intenté
invocarte y no apareciste. —Mi tono se volvió helado—. Creí
que estabas muerto.
Dio un paso atrás y su mirada me recorrió rápidamente en
silencio, calculadora.
—Después de que me hirieran con la daga de la casa de la
Envidia, aún no me había recuperado lo suficiente como para
viajar entre reinos. No me había dado cuenta de que estabas
molesta por mi ausencia. —Lo miré con furia, cosa que
provocó una inclinación traviesa de su boca. Esa mirada se
desvaneció casi al instante—. ¿Sabes por qué es algo que se
concede tan raramente?
—¿Porque los príncipes son unos malnacidos irascibles y no
les gusta ser convocados a voluntad?
El fantasma de una sonrisa volvió a hacer acto de presencia
en sus labios antes de desvanecerse.
—Porque es un vínculo mágico que no se puede romper
nunca.
—Imposible. Toda magia puede deshacerse.
—Este vínculo, no. Ni siquiera en la muerte.
—Pero eres inmortal.
—Imagina entonces su duración.
Nos miramos mientras el peso de esa verdad se asentaba
entre nosotros. Me estaba esforzando por absorber la
información, las implicaciones. Wrath no habló, su expresión
se volvió sombría mientras yo me enfrentaba a mi conmoción.
Si el vínculo perduraba incluso después de la muerte, no
alcanzaba a entender cómo funcionaba esa parte. Nuestras
almas estarían unidas para siempre. Excepto por que yo había
vendido la mía y no tenía ni idea de cómo afectaba eso al
vínculo. O a él.
—Emilia. —Habló con tranquilidad, pero su tono tenía un
dejo autoritario—. Di algo.
—Me dijiste que evitara hablar en términos absolutos.
Tienen tendencia a no cumplirse nunca, ¿te acuerdas?
—¿Recuerdas algo de lo que dije la noche que fuiste atacada
por el Viperidae?
Wrath se acercó, observándome con cuidado cada vez que
daba un paso muy calculado. Me imaginé que presentía lo
cerca que estaba de echar a correr y estaba haciendo todo lo
posible para no hacer ningún movimiento brusco que me
asustara. Su mirada revoloteó hasta su marca.
De forma inconsciente, levanté la mano para tocarme el
lugar del cuello donde aquel símbolo casi invisible me
marcaba la piel. Había sentido demasiado dolor para procesar
todo lo que había dicho esa noche, y luego nos habíamos
metido juntos en la bañera y las pesadillas habían comenzado
poco después.
Y antes de despertar me había dicho…
—Te dije que vivieras lo suficiente para odiarme. Y lo dije
en serio. —Extendió la mano y resiguió la marca de mi
garganta, su toque ligero como una pluma—. Esa fue la noche
en la que te marqué. Pero eso no es todo.
El pánico revoloteó dentro de mi caja torácica como un
pájaro atrapado.
Tenía la terrible sensación de que sabía a dónde iba aquello
y no quería ser partícipe. Podría jurar que mi tatuaje de
compromiso comenzó a tintinear, recordándome que estaba
allí. Como si me hubiera olvidado.
Obligué a mis pies a permanecer firmemente plantados en el
suelo, aunque una gran parte de mí quería huir y subir
corriendo hasta mi habitación, cerrar la puerta y no salir nunca
más.
—Para. —Di media vuelta y comencé a alejarme. Ese nuevo
miedo no dejaba de crecer. No quería seguir escuchando su
confesión—. Llévame de vuelta a mi habitación.
—No es una posibilidad. No hasta que sepas toda la verdad.
Ahora, Wrath estaba frente a mí, su mirada fusionada con la
mía. De verdad que odiaba su velocidad sobrenatural. No
volvió a tocarme, no me impidió el paso ni me acorraló en un
rincón, pero en su expresión hallé entrelazada la promesa de
permanecer cerca de mí hasta que estuviera lista para escuchar
su confesión completa. Sabía que esperaría una eternidad si
tenía que hacerlo, esperaría hasta que el sol se apagara y la
última estrella se desvaneciera del cielo. Y yo no tenía tanto
tiempo que perder.
Al final, asentí, dándole permiso para continuar. Para
arrancar mi mundo de raíz una vez más.
—¿Esa magia que usé y que confundiste con un hechizo de
renacimiento? Era la marca. Nos ató, carne con carne, de una
forma que permitió que mis poderes te sanaran. Saliste con
vida de aquel ataque solo porque tomé el veneno en mi propio
cuerpo a través de ese vínculo mágico.
En su cuerpo inmortal. Un cuerpo que no podía ser cortado o
envenenado y que no sucumbiría a cualquier otra cosa que sí
me mataría a mí. Tragué saliva. Wrath se había ligado a una
enemiga jurada solo para que yo viviera. La gravedad de lo
que había hecho, lo que había sacrificado para salvarme la
noche que había ido tras el amuleto de mi hermana, luchado
contra el demonio Viperidae con forma de serpiente y casi
muerto, se estrelló contra mí. No era de extrañar que hubiera
estado furioso por haber sido tan arrogante al respecto.
El precio que había pagado él había sido más alto de lo que
jamás hubiera imaginado. Pero, de nuevo, también lo era para
mí.
—La marca era más que una forma de invocarme o salvarte.
A causa de otro vínculo mágico que compartíamos, también
fue, en parte, señal de aceptación. Creo que entiendes hacia
dónde se encamina esta historia, pero ¿quieres que continúe?
El corazón me latía desbocado. Ya no estábamos hablando
de su marca ni de la magia que había empleado para librarme
del veneno. Hablábamos de mi miedo, el que seguía creciendo
incluso en aquel momento. No me atrevía a mirarlo a los ojos.
—Después de eso, rompí el hechizo.
—No pareces segura. Sin embargo, la verdad siempre ha
estado ahí, esperando a que la vieras.
Miré la traicionera tinta que adornaba su brazo desnudo; los
tatuajes mágicos que no habían desaparecido. Sospechaba que
mi intento de revertir el hechizo no había funcionado, pero
había dejado de lado esas preocupaciones. Él estaba en lo
cierto. No había querido reconocer lo que significaba. Seguía
sin querer.
—¿Puedo? —Wrath tomó mi mano, pero se detuvo antes de
tocarme. Asentí y me levantó el brazo con suavidad para
subirme la manga del camisón. Acercó su antebrazo al mío,
esperando hasta que la verdad dejara de revolotear como un
pájaro asustado y se posara en mi interior.
No se podía negar que combinaban a la perfección. Y sabía
por qué.
Desvié la atención de nuestros tatuajes hasta su rostro. Su
rostro hermoso, frío y real. El rostro de un dios caído. Y mi
destructor. La anticipación hizo que me hormigueara la piel.
—¿Buscas la verdad? Permíteme que te la entregue
libremente. Pride no te ha convocado a su corte, ni lo intentará
jamás. Al menos, no por la razón que crees.
—Porque…
Lo sabía, por la diosa, lo sabía. Aun así, necesitaba que él
pronunciara las palabras.
—No eres su prometida, Emilia. —El mundo se inclinó bajo
mis pies. La mirada de Wrath era lo bastante firme como para
evitar que mis rodillas y el reino temblaran—. Eres la mía.
TRECE
Eres la mía. Todo lo que no fueran esas tres palabras se
desvaneció. Mi conmoción, mi negación y mi total confusión
simplemente desaparecieron. Era como si hubiera saltado de la
biblioteca de Wrath a la nada del vacío. El pulso me latía con
fuerza en cada una de las células del cuerpo. La frase resonó
con suavidad, tamborileó contra todos y cada uno de mis
nervios, se me incrustó en el corazón.
Me sentí como si la magia que nos unía se despertara por
completo. De alguna forma, la admisión de Wrath la había
arrancado de su letargo y le había dado permiso para estirar los
brazos.
Aquel poderoso príncipe guerrero, rebosante de una
vitalidad y un poder inmortales, la muerte y la furia
encarnadas… De repente, fui arrastrada a una visión.
Si era pasado, futuro o pura ilusión fabricada por aquel
mundo pecaminoso, no fui capaz de discernirlo. Estábamos en
la cama de Wrath, cientos de velas parpadeando sobre la
superficie brillante de sus sábanas de seda, sus paredes de
color oscuro y el brillo del sudor cubriendo su pecho desnudo.
Yo estaba sentada a horcajadas sobre el príncipe demonio,
mis muslos abiertos para acomodar su amplitud. Me miraba
con una especie de posesividad primaria; su mirada de
párpados medio cerrados bebía la imagen de cada centímetro
de mi cuerpo mientras yo ondulaba las caderas, buscando el
placer, pero no hasta el final. Jugaba con los dos al no recorrer
por completo la ligera distancia entre nuestros cuerpos.
Él hizo ademán de agarrarme, pero lo sujeté contra el
colchón y le mordisqueé la boca de forma juguetona antes de
perderme en sus lentos besos. Pronto ya no se contentó con ser
un espectador, sus manos me aferraron las caderas y me
guiaron hacia su feroz excitación. Con un susurro cariñoso y
un rápido empujón hacia arriba, estuvimos unidos en todos los
sentidos. Para la eternidad.
Me las arreglé para respirar hondo, aunque de forma
entrecortada, y desterrar la visión. La negación volvió a entrar
en escena.
—Todavía estamos prometidos.
Los ojos de Wrath se nublaron un momento, como si hubiera
estado en esa tentadora ilusión seductora conmigo y todavía
sintiera los estremecimientos de placer a través de su cuerpo.
Su tono frío no coincidía con el calor persistente en su mirada.
—Sí. Seré tu esposo.
—Mi esposo. Tú, no Pride.
—Emilia…
—Por favor.
Levanté una mano para detenerlo. Algo antiguo sacudió mis
huesos. Ignoré el sentimiento y, en su lugar, me centré en la ira
que se desplegaba como zarcillos ardientes, reemplazando
cualquier sensación persistente de conmoción o negación y
despejándome la cabeza. Aquello no podía estar pasando. Era
una complicación que no podía permitirme por varias razones;
la más relevante, mi voto de vengar a mi hermana.
—Me mentiste.
Se quedó en silencio unos momentos, y luego dijo en voz
baja:
—A pesar de las menos que ideales circunstancias de
nuestra unión, nos adaptamos bien. Será suficiente.
Lo miré fijamente, sin pestañear. Con una declaración tan
extremadamente romántica, ¿quién necesitaba amor o pasión?
Si no me casaba con Pride para llevar a cabo mi plan, me
casaría por amor. «Nos adaptamos lo suficientemente bien»
también era una forma burda de tergiversar la situación.
Todavía deseaba estrangular a Wrath más a menudo de lo que
deseaba besarlo o acostarme con él. Me daba la sensación de
que él sentía lo mismo. Lo cual tal vez fuera una indicación de
que nos adaptábamos lo suficientemente bien. La nuestra sería
una furiosa unión profana.
—¿Tu hermano está al tanto de esto?
—Por supuesto.
El príncipe demonio parecía preparado para un estallido
violento; tenía los pies sutilmente separados al ancho de los
hombros, el cuerpo inclinado hacia delante. Se merecería una
buena bofetada por haberme escondido aquello, pero apenas
podía asimilar su confesión y la forma extraña en que sus
palabras, por inocuas que fueran, me calentaron la sangre de
repente.
Todo mi cuerpo zumbó de forma casi antinatural ante
aquella nueva verdad. Era extremadamente consciente de cada
uno de sus movimientos, desde el ligero trasiego de sus pies
hasta su respiración firme. Mi nueva percepción de él no alivió
mi ira. En todo caso, solo la avivó más.
Empecé a darme cuenta de otras cosas. Si era miembro de la
casa de la Ira, los miembros de otras casas reales, como los de
la corte de Pride, nunca compartirían conmigo chismes sobre
su príncipe. Cualquier esperanza o planes que hubiera tenido
para obtener la información que necesitaba sobre la primera
esposa de Pride habían quedado arruinados.
—Esto es una locura.
Había tomado el caos en el que se había convertido mi
mundo después de la muerte de Vittoria y había fingido que
todo estaba en orden yendo al infierno. Y solo lo había logrado
debido a la promesa que le había hecho a mi hermana.
Ahora… Ahora mi vida estaba una vez más fuera de control
debido a los Malditos.
Wrath en particular. Mi furia explotó por fin.
—No dejas de decirme que tengo elección. ¿Cuándo va a
pasar eso, en realidad? Ciertamente, no cuando se trata de qué
casa demoníaca elijo. O con qué príncipe creía que estaba
prometida. Y no olvidemos mi situación favorita, en Palermo,
cuando te pregunté si me harías venir aquí para gobernar en el
infierno. Dijiste que nunca me obligarías. Por lo visto,
engañarme para que lo haga es un sustituto perfectamente
aceptable. Felicidades —aplaudí despacio—, se te da de
maravilla tergiversar la verdad. Debo admitir que estoy
impresionada.
No parecía aliviado exactamente, pero relajó un poco la
postura. Detecté el momento exacto en el que recordó la noche
de la que estaba hablando, cuando yo creía que había roto
nuestro compromiso con un hechizo. Había jurado que no me
obligaría a casarme ni me llevaría al inframundo. Al parecer,
solo se trataba de más verdades a medias, si no de mentiras
completas.
—Todavía la tienes. No tienes que completar nuestro
matrimonio.
Apunté con un dedo acusatorio a la marca.
—¿Este vínculo inquebrantable? No siento que sea una
elección. Me doy cuenta de que tú también sacrificaste mucho,
pero al menos eras consciente de lo que estabas decidiendo.
De todos modos, deberías habérmelo dicho antes. Tenía todo
el derecho del mundo a saberlo.
—La marca fue la mejor opción que se me ocurrió en ese
momento. Y gracias al veneno, no tenía muchas otras opciones
que explorar antes de que se te parara el corazón. Te pedí
permiso para ayudar esa noche. Esa fue tu elección. Tú nos
prometiste. Yo acepté.
Como si necesitara un recordatorio de ese grave error.
—¿La mejor opción para qué?
—Para demorar ciertos deseos que crea la aceptación del
vínculo.
—Deseos.
Cerré la boca con un chasquido audible cuando lo
comprendí. Todos mis pensamientos y sentimientos lujuriosos
hacia Wrath se habían ido intensificando poco a poco. Habían
estado erosionando la desconfianza y la traición que había
sentido. Había creído que era solo aquel reino; que su
tendencia al deseo había alimentado mis emociones,
empujándome hacia esa necesidad frenética y casi primitiva de
acostarme con él. Pero no era eso. También obedecía a una
necesidad arcaica de reclamar a mi marido. Para asegurar
nuestro matrimonio.
Por la diosa. Wrath era mi prometido.
Había estado librando una batalla en múltiples frentes y ni
siquiera había sido consciente de ello. No era de extrañar que
me estuviera resultando tan difícil resistirme a la tentación.
Había estado luchando contra el vínculo, el reino y sus tirones
para que me enfrentara a mis miedos a la intimidad y a ser
dueña de mi propio deseo sexual sin culpa ni vergüenza.
Para ser sincera, el conflicto con mis sentimientos había
empezado mucho antes de que llegáramos a aquel mundo.
Cuando Envy lo había atacado y se había desangrado ante mí,
algo había cambiado.
Y antes de eso, cuando había estado bajo el hechizo de Lust,
había deseado a Wrath con desesperación. Aquella noche,
durante un instante, también me había parecido que él quería
anular la distancia que nos separaba.
Me obligué a regresar al presente.
—¿El hecho de que aceptes el compromiso crea deseo?
—La consumación, junto con una ceremonia tradicional,
completan el vínculo matrimonial. —Buscó en mi rostro,
probablemente para ver si estaba a punto de pegarle. Quería
hacerlo. Tenía muchísimas ganas—. Pareces…
—¿Cabreada? —Enarqué las cejas e incliné la cabeza. Era lo
bastante inteligente como para saber que el silencio que siguió
era el doble de peligroso que si hubiera levantado la mano
contra él.
—«Crear» ha sido una mala elección como palabra. Alienta
a completar el vínculo. A cierto nivel, tienes que haber
albergado esos sentimientos con anterioridad, o de lo contrario
no habría nada que el vínculo pudiera alentar.
—¿Alguna vez me ha estado alentando este reino, o es solo
nuestro vínculo?
—Ambas cosas.
—¿Y tu marca qué hace, exactamente?
—Marcarte somete los impulsos matrimoniales porque, en sí
mismo, es un vínculo inquebrantable entre nosotros. Si piensas
en ello en términos de una masa de agua, sería similar a un río
que se bifurca en dos corrientes más pequeñas. Cada una
diluye la otra hasta cierto punto, hasta que se vuelven a unir.
Por eso me rozaba la marca con los nudillos cada vez que
nos besábamos, estaba intentando diluir mi deseo. También lo
había hecho al encontrarme bajo la influencia de Lust junto a
la hoguera. Lo que significaba que había estado apisonándolo
durante un tiempo. Y no se había molestado en decírmelo.
No sabía por qué dolía tanto, pero así era.
—¿Qué sucede si me niego a aceptar el matrimonio?
¿Todavía te querré en mi cama?
—El deseo permanecerá, pero nunca te obligará a nada,
Emilia. El vínculo no funciona de esa forma. Siempre tendrás
elección. La misma que tendrías con cualquier otro
compañero.
—Siempre tengo elección —dije en tono de mofa—.
Excepto si quiero casarme con el diablo.
Wrath se puso rígido. Las palabras habían abandonado mi
boca sin haberlas pensado demasiado. O sin haber pensado en
cómo podrían afectar al príncipe. Para que él también
experimentara esos impulsos, debía de albergar sentimientos
por mí a algún nivel.
Y aquello era… era demasiado complicado para sacar nada
en claro.
Sabía que era injusto culparlo, en especial porque había sido
yo quien en un principio lo había atrapado en un compromiso
indeseado, pero no pude evitar aferrarme a mi furia. Todos mis
planes eran pasto de las llamas. Si no llegaba a la casa del
Orgullo, nunca descubriría la verdad de lo que le había pasado
a mi gemela. La única razón por la que había firmado ese
contrato había sido para entrar en el nido de la víbora y evitar
que más brujas fueran asesinadas.
Ahora estaba en aquel reino, atrapada en una situación que
no me ayudaría para nada a avanzar en mi misión. No había
ido hasta allí para encontrar el amor o para convertirme en la
princesa de la casa de la Ira. Había ido allí por venganza.
Había ido para ser reina. Estaba allí para destruir al demonio
que había matado a Vittoria y salvar a mi familia y a mi isla de
un peligro mayor que los demonios invasores. Y Wrath estaba
complicando todo mi mundo.
—¿Por qué guardarlo en secreto? —exigí saber—. Si no
querías que firmara el contrato de Pride, podrías haberme
contado todo esto esa noche, en la cueva. ¿Por qué no me
pediste que entrara a formar parte de tu casa? No tiene sentido
que me ocultes esto.
—Seas mi prometida o no, eres libre de unirte a cualquier
casa que desees. Nunca me interpondré en tu camino. Y no te
lo dije porque no quería que vinieras aquí.
—¿Por qué no me quieres aquí? —Apretó los labios. No
estaba dispuesta a dejar que se volviera a salir con la suya con
esa pobre imitación de respuesta—. Dímelo. Dime que esto
tiene algo que ver con la maldición y no con que ames a otra
persona. Necesito entender por qué guardas ciertos secretos y
renuncias a otros.
—No puedo. Conténtate con las respuestas que has
obtenido.
Me fijé mucho en su elección de las palabras. No puedo y no
eran cosas muy diferente. Le eché un buen vistazo, su
expresión no delataba nada. Pero sabía que había elegido esas
palabras con cuidado.
—¿Por eso no puedo viajar entre las cortes demoníacas sin
una invitación? ¿Porque técnicamente estoy ligada a tu casa?
Asintió.
—Necesitarías que alguien te escoltara a través del reino, ya
que es peligroso viajar solo, y necesitaríamos tener una
delegación de cada casa reunida en la frontera de nuestros
territorios, pero sí. Como mi prometida, aquí te ven como la
futura cogobernante de la casa de la Ira. Por lo tanto, sería
considerado un acto de agresión si te presentaras en otra corte
sin previo aviso ni permiso.
—¿Qué pasa con el contrato que firmé con la casa del
Orgullo?
—Si completamos nuestro matrimonio, será nulo.
—¿Y si no lo hacemos? ¿Qué pasa con los asesinatos de las
brujas? ¿Siguen teniendo lugar?
—No. Ya no.
—¿Cómo es eso posible? Toda tu misión giraba en torno a
encontrar una novia para el diablo. A menos que en realidad
nunca se haya tratado de eso…
Wrath parecía querer decir algo más, pero o no podía o no lo
haría. Su silencio solidificó mi preocupación anterior acerca de
que los asesinatos no tuvieran nada que ver con la necesidad
del diablo de encontrar a una novia para romper su maldición.
Lo que significaba que las brujas habían sido asesinadas por
alguna razón que todavía no había descubierto. Mi irritación se
enfrentó a mi ira mientras fulminaba con la mirada al príncipe
de los secretos.
—Si eliges no hacer nada —dijo por fin, rompiendo el
silencio—, al final el asunto será remitido al templo del
Destino. Se reunirá un consejo de tres para deliberar sobre el
asunto. Ese camino es desaconsejable, pero de todos modos, es
tu elección.
—Maravilloso. ¿Qué hará el consejo? ¿Decidir si me caso
contigo o con otro?
—Decidirán el destino de todos nosotros.
Lamenté no haber aceptado la bebida que me había ofrecido
antes. Giré la cabeza, tratando de aliviar la tensión creciente.
Demasiadas emociones luchaban por imponerse en ese
momento. Wrath caminó hasta mí y me puso el vaso en la
mano; luego comenzó a dar vueltas por la habitación.
—¿Cómo has sabido que quería la bebida? ¿Puedes sentir
mis emociones con tanta claridad o es una ventaja adicional de
nuestro compromiso? O tal vez de la marca. Es difícil seguir la
pista de todos tus trucos.
—Has mirado el vaso, Emilia. Me he limitado a leer tu
lenguaje corporal.
Lo observé caminar, mi mente giraba sobre sí misma con
cada una de sus vueltas alrededor de la habitación. Todas sus
acciones empezaban a tener sentido. No me había dejado morir
a la intemperie porque era su futura esposa. También era el
motivo de que se hubiera quedado conmigo en el Corredor del
Pecado, aunque Anir había dicho que no debería haberlo
hecho. Me vino otro recuerdo a la memoria. En Palermo, Anir
había mencionado algo sobre completar el vínculo
matrimonial y la seguridad de su casa, algo acerca de obtener
pleno poder. Cuando había ido a recogerme a la cueva, yo
había detectado un cambio en su poder. Me había dado la
sensación de que era infinito. Más fuerte.
Era posible que Wrath albergara ciertos sentimientos o
atracción física por mí, pero, dada su naturaleza, me pregunté
si no habría actuado en parte por autoconservación.
—¿Tus súbditos lo saben?
—Sí. Todo el reino es consciente de ello.
Por eso había impuesto un castigo ejemplar tan público a
lord Makaden. El noble no se había limitado a desobedecer
una orden real; había desafiado a Wrath e insultado a su futura
esposa. Y lo mismo se podía decir del oficial sobre el que
había derribado la montaña; había amenazado con matar a la
princesa de la casa de la Ira. Si alguno de ellos me hubiera
hecho daño, en cierto modo, eso habría afectado a su vez al
poder de Wrath. Y yo sabía con precisión cuánto codiciaban el
poder los príncipes del infierno.
Lo suficiente como para vincularse con alguien con quien
poder disfrutar entre las sábanas en alguna ocasión, pero a
quien nunca amaría de verdad. Para toda la eternidad.
Alguien a quien se adaptara bastante bien.
Que hubiera elegido esas palabras me molestaba. Tampoco
había negado que hubiera alguien más en su vida. Alguien a
quien había elegido antes de que yo destruyera su mundo.
—Esta noche te he invitado a mi cama. —Mi voz era baja,
pero no mansa. Wrath dejó de caminar y su mirada pesada
chocó con la mía. Mis ojos vagaron sobre su rostro—. ¿Me
habrías contado algo de esto antes de que nos acostáramos?
—No importa lo tentador que sea, no habría consumado
nuestro matrimonio esta noche. Hay muchas formas de dar y
recibir placer que no pondrían en peligro tu libre albedrío.
—¿Me estás diciendo la verdad? ¿O solo lo que crees que
deseo oír?
Me sostuvo la mirada, con la mandíbula tensa. La
temperatura a nuestro alrededor bajó unos pocos grados. Yo
medio esperaba que los cimientos del castillo temblaran.
—¿Qué clase de monstruo crees que soy?
No tenía una buena respuesta para esa pregunta. Y hasta que
la tuviera… respiré hondo.
—Quiero que me acompañes a la casa de Envy por la
mañana. ¿Puedes enviarle una nota para hacerle saber que
acepto su invitación?
Durante un largo momento Wrath no reaccionó, parecía que
no estaba seguro de haberme escuchado bien. Me miró tan
fijamente que empecé a preocuparme de que pudiera ver
directamente el interior mi alma, a través de la carne y los
huesos. Mantuve una expresión anodina y obligué a mis
pensamientos a centrarse en cosas tranquilas: recolectar
caracolas junto al mar, reír con mi hermana y con Claudia,
beber vino y hablar de cosas sencillas.
Cualquier cosa para evitar que mis emociones me
traicionaran.
Por fin asintió. No estaba contento, eso era obvio por lo
tenso que se había puesto al pedírselo, pero tampoco estaba
intentando detenerme o encarcelarme.
Yo no era su princesa mimada. Por el momento, mis
elecciones seguían siendo mías.
—¿Estás segura de que eso es lo que quieres? ¿Incluso
después de lo que hizo Envy?
—Sí. —Pensé en mi próxima petición—. También necesito
un juego de costura.
—Ya no tienes que coserte tu propia ropa, Emilia. Puede
hacerlo una costurera.
—Aun así, me gustaría disponer de uno para emergencias.
—Muy bien. Haré que te envíen uno a tu habitación y se lo
haré saber a mi hermano esta noche. ¿Eso es todo?
—Por ahora.
—Vamos. —Me ofreció su mano, su voz y su expresión eran
lo bastante afables como para hacerme sentir cautelosa
mientras me acercaba. Ignoré la pequeña chispa que pasó entre
nosotros cuando sus dedos se cerraron alrededor de los míos.
Si él lo sintió también, no lo dejó ver—. Te llevaré a tu
habitación para que prepares el equipaje. Partiremos hacia la
casa de la Envidia con las primeras luces.
CATORCE
Wrath hizo una pequeña petición, aparentemente
inocua, antes de dejarme para que pudiera preparar el equipaje
para mi visita. Por la mañana, había pedido que le enviaran un
vestido, uno que fuera apropiado para una recepción con un
príncipe del infierno. Al margen de cualquier motivo oculto, y
estaba segura de que tenía muchos, había decidido que
concederle su deseo no haría demasiado daño, así que no tardé
en aceptar.
Me dije que mi rápida aceptación no tenía nada que ver con
el hecho de que mi prometido estuviera en mis aposentos
privados, sin camisa, cerca de mi cama, con aspecto de haber
sido tallado a partir de la esencia de la tentación misma. Se
mantuvo a una distancia prudencial, casi dolorosa, pero no
había nada que pudiera hacer para mitigar lo consciente que
era de él. El espacio entre nosotros parecía vibrar, lleno de
tensión y anticipación. No estaba segura de si procedía solo de
mí, o si él también lo sentía. Había vuelto a ser el príncipe
enigmático y cordial, pero, por lo demás, difícil de leer.
Yo no estaba tan tranquila. Mis emociones seguían agitadas
después de haberme enterado de la verdad, y tenía todo el
derecho de arroparme en la negación hasta que me aclarara.
Lejos del príncipe.
Ese brillo divertido por fin irrumpió en sus frías facciones
cuando lo saqué de mi habitación y prácticamente le cerré la
puerta en las narices. Apoyé la cabeza contra la pared y
exhalé. Una hora antes me había sentido muy diferente. No
podía esperar a meterlo en mi cama.
Borré de golpe de mi mente el recuerdo de nuestro escarceo
romántico en el pasillo. Recordar la agradable sensación de sus
manos acariciando y explorando no me ayudaría en nada a la
hora de aclararme.
—Qué pesadilla.
Corrí al baño para echarme agua en la cara y me vislumbré
en el espejo, con lo cual comprendí al instante su reacción
divertida. Tenía los ojos oscuros muy abiertos y una mirada
salvaje, la melena despeinada por los problemas de antes, y la
piel sonrojada, como si alguna fiebre se hubiera apoderado de
mí y me estuviera torturando. Era un desastre indómito y
enloquecido por dentro y estaba traspasando hacia el exterior.
Estaba claro que no era la reacción ideal al matrimonio, desde
luego no una que afianzara el ego o la confianza de cualquier
hombre. Aunque no era como si Wrath tuviera alguna carencia
en esas áreas.
Mi mirada tropezó con mi amuleto, lo cual me arrancó unos
segundos de los pensamientos sobre maridos, esposas y lazos
mágicos irrompibles. Dada la reacción de Envy al Cuerno de
Hades de la última vez, quería el collar bien lejos de él. Me
negaba a correr riesgos o a ser descuidada y exhibirlo en sus
narices mientras me hospedaba en su casa.
Me lo quité y lo guardé en el fondo del cajón de mi tocador.
Por la mañana, haría saber a Wrath dónde encontrarlo.
Mientras cerraba el cajón, me fijé en algo que no había estado
presente antes: sobre la mesa había un espejo de mano
plateado, un cepillo y un peine a juego.
Habían aparecido en algún momento después, entre que me
limpiara la sangre de lord Makaden y aquel instante. Admiré el
grabado detallado y me maravillé con aquella artesanía. Otro
regalo precioso (y considerado) de mi futuro esposo. Suspiré.
Si Wrath empezaba a cortejarme, no estaba segura de que
fuera a recordar todas las razones por las que no hacíamos
buena pareja. Y existían muchas.
La primera, que era un príncipe del infierno, un enemigo
mortal de las brujas. La siguiente, que era reservado y no
confiaba en mí más de lo que yo confiaba en él. Puede que él
también sintiera lujuria a mi alrededor, pero eso no era lo
mismo que amar. Yo quería un verdadero compañero, un igual
y un confidente. Wrath siempre mantendría sus proverbiales
cartas ocultas, y no estaba segura de que alguna vez fuera a
repartirme una mano. Considerando la tenue confianza de
nuestra relación actual, era más que posible que yo tampoco lo
incluyera nunca en mis planes.
Me quité las horquillas de cráneos de animales y flores de
alrededor de la coronilla y luego pasé el peine a través de mis
rizos sueltos, tratando desesperadamente de desacelerar mi
pulso. No sirvió de nada.
Dejé el peine y regresé a mi dormitorio, donde me dediqué a
pasear tan rápido por la habitación que estuve a punto de
empezar a sudar, demasiado nerviosa para intentar dormir. Por
atractiva que resultara la idea de empujar a un lado mis
sentimientos, necesitaba desenredar un poco aquel embrollo
antes de irme a la casa de la Envidia.
Wrath era un apuesto príncipe soltero y, sin duda, muy
deseado por todas las damas casaderas de la nobleza. A veces
era un poco distante y arrogante, pero también era encantador
y seductor cuando deseaba serlo. Una vez incluso se había
llamado a sí mismo «su alteza real del deseo innegable». Y,
maldita fuera la diosa, no me pasaba por alto que era cierto. Si
se fijaba en alguien, dudo de que esa persona pudiera resistirse
a sus atenciones románticas por mucho tiempo.
Lo abordaba todo de forma estratégica y solo sería cuestión
de tiempo antes de que el objeto de su deseo se entregara con
alegría a su esmerada seducción. Era innegable que había sido
un amante generoso en los bajíos de la Medialuna,
concentrándose en mis necesidades como si satisfacerlas le
proporcionara el máximo placer. De hecho, imaginaba que
antes de que yo entrara en su mundo, tenía dónde elegir en
cuestión de compañeras de cama bien dispuestas. Algunas se
lo disputarían por su trono, otras estarían interesadas
únicamente en su cuerpo y en su poder.
Dejé de caminar de golpe cuando se me pasó por la cabeza
otra cosa, una que pinchaba como las pequeñas púas del
caparazón de un cangrejo cuando los servíamos en nuestra
trattoria. Lo había pensado antes y ahora parecía burlarse de
mí por sus implicaciones aún mayores.
Wrath no me profesaba amor o afecto, solo había declarado
que éramos lo bastante compatibles. Aunque no había sido la
declaración romántica de mis sueños, había verdad en sus
palabras.
Lo conocía lo suficiente como para saber que nunca me
obligaría a nada ni interferiría con mi libre albedrío, y al
menos no estaría ligada al diablo. Pero no podía dejar de
preguntarme si había alguien más con quien él hubiera
preferido casarse. Antes de que lo invocara por accidente y
quedáramos prometidos, era posible que hubiera alguien en su
cama y en su corazón.
Alguien en quien podría estar pensando en aquel mismo
momento. Al conocernos, había dejado muy claro cuánto
odiaba a las brujas. Incluso aunque sus sentimientos por mí ya
no fueran tan gélidos, era posible que nunca superara aquello
por completo, no como para amarme de verdad. ¿Tendría
amantes si completábamos nuestro vínculo matrimonial?
No me gustaba la pizca de incomodidad que acompañaba a
esos pensamientos.
No importaba lo mucho que intentara acallar a mi cerebro,
no podía dejar de pensar en nuestro apasionado encuentro en la
laguna y luego en el pasillo. Sus manos en mi cuerpo, mi
espalda apretada contra la pared, su lengua reclamando la
mía… En esos momentos me había sentido bien.
Pero eso no significaba que lo estuviera. Por multitud de
razones. La pasión y la lujuria no podían acabar con la falta de
confianza entre nosotros o los secretos que ambos
guardábamos. Una buena relación se construía sobre unos
cimientos sinceros y sólidos, y yo ni siquiera sabía su
verdadero nombre.
Aparte de la posibilidad real de que Wrath nunca se
permitiera amarme por completo, no tenía claro si yo podría
permitirme amarlo por entero alguna vez. Acostarme con él,
seguro. Casarnos, tal vez. Pero ¿abandonar todo lo demás y
aceptarlo como era, con todos sus secretos? No estaba tan
segura.
—Diosa, ayúdame. —Aquello era un desastre.
Había estado dispuesta a un matrimonio de conveniencia
con Pride. Pero solo porque aquello me concedía acceso a su
casa y la posibilidad de comprender mejor qué relación podía
tener el asesinato de su esposa con el de Vittoria. Atarme a
Wrath… No estaba segura de cómo ayudaría eso en mi misión.
En todo caso, lo único que se me ocurría eran más
complicaciones.
Me arrojé sobre la cama e invoqué la fuente de mi magia.
Respondió casi al instante, feliz de ser utilizada mientras
estaba distraída. Creé un jardín de rosas doradas en llamas y
las hice flotar hasta el techo mientras mi mente volvía a los
dos príncipes que ocupaban la mayor parte de mis
pensamientos.
No sabía nada sobre Pride, aparte del hecho de que era el
diablo. A Wrath estaba empezando a conocerlo un poco mejor,
y cuando estaba cerca de él, a veces el pecho me dolía un poco
menos. No borraba los recuerdos de mi gemela, nadie podría
hacer eso, pero cuando estaba cerca, encontraba una perversa
sensación de paz discutiendo con él.
Liberé la magia de mi control y las flores de fuego se
extinguieron lentamente. Observé cómo los pétalos se
convertían en brasas ennegrecidas que flotaron hasta el suelo y
se apagaron antes de tocar la alfombra. Suspiré, demasiado
angustiada para que me emocionara la demostración de magia
más impresionante que había logrado hasta la fecha. No era el
vínculo matrimonial lo que me molestaba, era darme cuenta de
que mi familia no había logrado arrancarme del pozo más
profundo de mi dolor, pero el príncipe demonio sí.
Algunos días lo odiaba por eso, pero había una parte aún
mayor de mí que se sentía agradecida por su negativa a tolerar
que mi fuego se apagara. Me provocaría, me pincharía y se
burlaría de mí hasta que solo deseara rodearle el cuello con las
manos y apretar. Y era mucho mejor estar furiosa que
convertirme en un fantasma de mi antiguo yo por culpa de la
tristeza y del dolor.
Había sido una noche muy larga e insomne y aquel reino no
hacía nada para facilitarme el camino mientras hacía un
recorrido por mis emociones. Me levanté dos veces y llegué
hasta la puerta que daba al pasillo, mi mano flotando por
encima del pomo; luego me obligué a recuperar el sentido
común y a volver a la cama.
Estaba allí para averiguar la verdad sobre mi gemela. Cuanto
más pensaba en Vittoria, más fácil me resultaba distanciarme
de esos otros impulsos. Y cuando esos pensamientos no eran
suficientes, continuaba profundizando en la fuente, creando
una variedad de flores llameantes de varios tamaños.
Cuando el vestido llegó justo antes del amanecer, junto con
el anillo de rama de olivo que Wrath me había dado en el
mundo de los mortales, abrí el paquete con los ojos
enrojecidos, pero complacida. Era de encaje negro, con
mangas largas ajustadas y una falda hasta el suelo, pero no era
del todo recatado. Habían cortado los laterales justo debajo de
mis pechos hasta la cintura entallada.
Esos cortes escandalosos estaban ribeteados con diseños
dorados metálicos que me recordaron a unas enredaderas en
flor. También se veían serpientes retorciéndose entre la flora.
Tentación era el nombre que debería haber recibido el
vestido, si se les pusiera uno a las prendas.
En aquel instante, mientras entrábamos en la antecámara
oscura de color esmeralda de la sala del trono de Envy, en
medio de un mar de nobles que esperaban vestidos con sedas
de varios colores y terciopelos de color verde oscuro, a nadie
le pasó por alto que Wrath había elegido mi ropa con un
propósito más importante.
Su traje perfectamente entallado era la versión masculina de
mi vestido. Chaqueta negra, chaleco negro y dorado con el
mismo diseño de flores y serpientes, camisa negra y pantalón a
juego. En sus nudillos brillaban varios anillos que se
asemejaban más a armas que a mera ornamentación. Su corona
estaba hecha de hojas de laurel doradas entrelazadas con
brillantes serpientes de ébano.
Yo no llevaba diadema ni tiara, pero Wrath me había vestido
con sus colores característicos: negro y dorado. Era su manera
de mostrarle a aquella corte cuál era mi verdadero sitio. A su
lado.
A juzgar por los susurros y las miradas curiosas que no
dejaban de deslizarse hacia nosotros después de que el heraldo
se apresurara a prepararse para anunciarnos, el plan de Wrath
había funcionado.
A decir verdad, me había percatado de su estratagema en el
momento en que había sacado el vestido de su funda de ébano.
Mi príncipe no era tan sutil como imaginaba. O tal vez, la
sutileza no fuera su objetivo en absoluto. La última vez que
había visto a Envy, su hermano lo había destripado. Tal vez
aquel gesto posesivo tenía más que ver con alguna disputa
privada entre ellos.
Aunque era posible que también fuera la forma de Wrath de
asegurarse de que cualquier miembro de aquella corte se lo
pensara dos veces antes de atacarme. Estaba protegiendo su
posible incremento de poder e irritando a su hermano. No me
cabía duda de que también había un profundo sentido de la
caballerosidad en juego.
Wrath no quería que me sucediera nada malo. Sabía que esa
era la verdadera motivación de sus acciones, por delante de
cualquier otro motivo. Por eso me había puesto el vestido que
proclamaba que formaba parte de su casa real tanto como
nuestros tatuajes mágicos y su marca real.
Estaba extendiendo su protección, y solo un tonto la
rechazaría. Puede que me hubiera comportado como una tonta
en el pasado, pero, gracias a la diosa, estaba aprendiendo
rápido.
El heraldo hizo un gesto con la cabeza a dos guardias
colocados en las puertas dobles y luego golpeó el suelo con un
bastón rematado con una esmeralda. Las puertas se abrieron y
me permitieron echar mi primer vistazo al interior de la corte
real de Envy. Los suelos de mármol verde oscuro se extendían
por la estancia, que recordaba a una catedral, con filas de
columnas a juego a ambos lados de un largo pasillo. Había
corrillos de miembros de la realeza vestidos con elegancia por
todo el espacio, con la atención fija en el heraldo.
Y las dos personas de pie detrás de él, esperando a ser
presentadas.
Wrath no les prestó atención, aunque sospechaba que ya
tenía localizadas las salidas y controlada la ubicación de los
guardias. En aquel momento, el general de la guerra estaba
escondido debajo del príncipe frío como el hielo. Desprendía
arrogancia, como si hubiera esperado el escrutinio de aquel
tribunal y no se sorprendiera por ello.
Posé la vista más allá de la multitud, ignorando sus miradas,
hasta que mi atención se detuvo en el estrado. El príncipe
Envy estaba tirado en su trono, su expresión era de completo
desinterés. Daba la impresión de que hubiera otros cien lugares
más interesantes en los que preferiría estar y otras cien
personas con las que preferiría relacionarse. Tenía que ser una
actuación. Seguro que había detectado a su hermano. Y la ola
de inquietud que se propagaba por la habitación.
Después de una pausa embarazosa para lograr el efecto más
dramático posible, la voz del heraldo perforó el silencio:
—Su alteza real, el príncipe Wrath de la casa de la Ira,
general de guerra y uno de los Siete, y lady Emilia di Carlo, de
la casa de la Ira.
No pensé que fuera posible que hubiera más silencio en la
estancia, pero sí lo era. Los susurros cesaron. Los pies en
movimiento se quedaron inmóviles. Era como si toda la corte
se hubiera convertido en piedra. Excepto por su príncipe. En el
momento en que nos anunciaron, Envy se enderezó. Esa
expresión indolente quedó reemplazada por un interés ladino
mientras avanzábamos despacio por el pasillo. Lo estudié con
tanta minuciosidad como él a nosotros.
Vestía un chaqué de terciopelo del color de un bosque
siempreverde con una corona plateada llena de joyas. Llevaba
el cabello negro azabache diferente de la última vez que lo
había visto. Lo tenía más corto por los lados y un pelín más
largo en la parte superior. El nuevo estilo resaltaba las líneas
ásperas y los ángulos de su rostro, esos pómulos lo bastante
afilados como para tallar algunos corazones. Su vello facial
también había desaparecido en su mayor parte, a excepción de
una ligera sombra que solo servía para realzar su rudo
atractivo.
Si no supiera qué tipo de monstruo despiadado acechaba
bajo aquella piel, me habría sentido atraída por esos rasgos tan
fascinantes.
Traté de no dejar traslucir la inquietud mientras sus ojos
anormalmente verdes se saltaban a su hermano y examinaban
mi cara. Envy había secuestrado a mi familia y luego había
hecho daño a Wrath en su empeño para conseguir el Cuerno de
Hades. No tenía que gustarme o confiar en él durante aquella
visita.
Solo necesitaba usarlo en mi beneficio.
—Hermano. Veo que has traído a tu bruja de las sombras. —
Una vez más, su expresión era de aburrimiento, aunque habría
jurado que sus labios se torcieron ligeramente en las comisuras
cuando Wrath se tensó a mi lado—. No sabía que te gustaba
compartir. Pero la has vestido de la forma más atractiva
posible, eso debo concedértelo. Toda esa piel suplica ser
adorada. Es hora de que encuentre la religión, ¿no crees?
Me mordí la lengua solo por lo mucho que necesitaba
obtener información.
—Tus modales parecen haber desaparecido junto con la
longitud de tu cabello. —Wrath me dio un suave apretón en la
mano—. Lady Emilia ha sido muy amable al aceptar tu
invitación. Yo quería aconsejarle que la quemara y te mandara
las cenizas. Junto con un montón humeante de mierda de
sabueso del infierno.
—Sí, bueno, las sutilezas nunca han sido lo tuyo. Deja a la
dama y vete.
—La acompañaré a su habitación antes de partir.
—No.
Una sonrisa lenta y amenazante se dibujó en el rostro de
Wrath.
—No ha sido una petición. La escoltaré hasta su recámara.
Luego, me iré.
La tensión descendió como un ejército entre los dos
hermanos, preparados y listos para atacar. No me atreví a mirar
detrás de nosotros, pero escuché el susurro de las faldas
moviéndose por el suelo como si los miembros de la corte
estuvieran poniendo la máxima distancia posible entre ellos y
los dos miembros de la realeza.
Me pregunté con qué frecuencia se pelearían y si usarían
magia, armas o ambas cosas.
Ninguno de los príncipes apartó la mirada de la del otro.
Casi puse los ojos en blanco mientras seguían fulminándose
con la mirada. Un momento más y se desabrocharían los
pantalones para comparar longitudes.
Envy por fin se echó hacia atrás, sus dedos enguantados
tamborilearon sobre los reposabrazos de su trono. Deslizó la
mirada entre su hermano y yo, y esa media sonrisa burlona
regresó.
—Muy bien. Si eso hará que te largues de aquí más rápido,
lo permitiré. —Sacudió la barbilla en dirección a un sirviente
de cabello plateado que esperaba cerca. El demonio dio un
paso al frente de inmediato, ansioso por complacer a su
príncipe—. Muestra a mi hermano y a su juguete sus
aposentos privados. Si no se ha ido dentro de un cuarto de
hora, usa la fuerza. Mi hospitalidad y buena disposición hacia
la casa de la Ira solo se extienden hasta ahí. Por cada minuto
que sobrepase el tiempo asignado, planearé algo creativo que
hacerle a su preciosa hechicera.
Observé con disimulo a Wrath por el rabillo del ojo. Esa vez
no picó el cebo de Envy. Le ofreció una ligera inclinación de
cabeza y luego le dio la espalda a su hermano. Y me di cuenta
rápidamente de que aquello era, muy posiblemente, la mayor
muestra de flagrante desprecio que podía ofrecer.
Sus acciones consideraban a Envy indigno de su miedo.
Prácticamente oía rechinar los dientes del príncipe de la
envidia mientras nos alejábamos. Para ser sincera, me
sorprendió que no se resistiera más. Wrath había entrado en
otra corte demoníaca y nadie parecía sorprendido por sus
exigencias. O por lo relativamente rápido que su príncipe
había accedido a ellas.
Wrath colocó mi mano en su brazo mientras salíamos de la
sala del trono y siguió al sirviente por una amplia y majestuosa
escalera.
En su mayoría, el castillo de Envy estaba decorado en verde
y plateado con toques de negro y blanco. Nos desplazamos
sobre baldosas que imitaban un tablero de ajedrez y sonreí
para mis adentros mientras observaba el diseño del suelo. Sus
invitados no eran más que piezas de ajedrez que se movían a lo
largo de los pasillos decorados con elegancia, destinados a
invocar sentimientos de envidia. Desde los muchos tonos de
verde hasta las riquezas exhibidas, todo jugaba a favor del
pecado que gobernaba aquella casa.
Había estatuas de mármol alineadas a cada lado del pasillo
dorado, pero no les dediqué más que una mirada superficial.
No quería sucumbir sin querer a los celos por la profusión de
tan preciosas obras de arte. Wrath no había ajustado la presión
de su agarre, pero sentí que la tensión fluía de su cuerpo
cuanto más nos adentrábamos en la fortaleza de su hermano.
El siguiente rellano se dividía en dos alas y fuimos
conducidos hacia la de la derecha.
El sirviente se detuvo ante una puerta cerca del final del
pasillo y se inclinó.
—Los aposentos de la dama. Encontrará su baúl en el
interior. ¿Necesitarán algo más? —Wrath negó con la cabeza.
El sirviente exhaló y volvió su atención hacia mí—. Tocad la
campanilla si necesitáis algo.
Antes de que Wrath pudiera asustar al demonio, le dediqué
una sonrisa cálida.
—Gracias.
El sirviente se quedó helado por un momento, luego asintió
una vez y desapareció a toda velocidad por el pasillo por el
que acabábamos de llegar. Wrath observó cómo se marchaba
antes de volverse hacia mí.
—El personal no espera que le des las gracias por hacer su
trabajo.
—Debemos sentirnos agradecidos por todo aquel que trabaja
o brinda un servicio que nos hace la vida más confortable.
Wrath me miró, con una expresión inescrutable, antes de
entrar en la alcoba que me había sido asignada. Examinó cada
rincón, grieta y mota de polvo como si esperara que alguna
criatura infame diera un salto y atacara.
O tal vez se sintiera disgustado por todos aquellos tonos
verdes y plateados.
Fui tras él, tratando de evitar que mis labios se curvaran
hacia arriba mientras miraba debajo de la cama con dosel,
luego mientras corría las cortinas y sacudía las ventanas para
ponerlas a prueba. Irrumpió en mi baño, con la mano en la
empuñadura de su daga y una expresión feroz. Príncipe del
infierno o guardia personal. Era difícil distinguir quién era
mientras registraba mi habitación.
Me mordí el labio para no reírme mientras tomaba una jarra,
la sacudía un poco y se la acercaba a la nariz. Dudaba de que
Envy la hubiera envenenado, pero Wrath no pensaba
arriesgarse.
Me pilló mirándolo y volvió esa mirada feroz hacia mí.
—¿Te parezco divertido?
—¿En este momento? Mucho.
Arrojó la jarra a un lado y caminó hacia mí, sus
movimientos lentos y deliberados. Ahí estaba el depredador
que apenas ocultaba bajo toda esa ropa elegante. Su apariencia
civilizada no era más que una máscara, una forma de ocultar la
verdad de su naturaleza. Su faceta de cazador estaba ahora en
plena exhibición y tenía un nuevo objetivo en el punto de
mira.
Un escalofrío me recorrió antes de que mi sonrisa
desapareciera y diera un paso atrás. Él no detuvo su
persecución hasta que la parte posterior de mis muslos rozó la
cama. Entonces dejó de avanzar, dándome la oportunidad de
escapar al otro lado de la cama. Pero no me moví. Me quedé
donde estaba.
Dio un paso más y luego se detuvo, ofreciéndome una
última oportunidad antes de eliminar por completo la distancia
que nos separaba. Podía sentarme o quedarme de pie. Sentarse
era un problema. Estar de pie era peor. Estaríamos demasiado
cerca. Mantuve mi posición.
Ahora, Wrath estaba tan cerca que, con cada una de mis
respiraciones, mis senos presionaban contra la dureza de su
pecho. A decir verdad, sentía cualquier cosa menos miedo. Me
humedecí los labios y su mirada se oscureció.
—¿Qué te parece ahora? —Inclinó el rostro hacia abajo y su
boca flotó justo sobre la mía—. ¿Esto sigue divirtiéndote, mi
señora?
El pulso se me aceleró todavía más. A juzgar por la mirada
ardiente que vi en sus ojos, sabía perfectamente cómo me
sentía en aquel momento. Tomé aire para calmarme y exhalé
muy despacio.
—Si decido regresar, ¿necesito enviar una solicitud a tu
casa?
Wrath dio un paso atrás y tomó mi mano entre las suyas para
darle la vuelta con cuidado. Se llevó mi palma a los labios y
depositó un tierno beso sobre ella, y luego me cerró los dedos
como si me hubiera dado un regalo. El calor reptó por mi
brazo, me calentó la sangre. Mi cuerpo zumbaba de necesidad.
Su inesperada ternura no ayudaba a que las cosas entre
nosotros se volvieran menos turbias.
—Mi hogar es tu hogar, Emilia. No necesitas una invitación.
Cuando decidas regresar, enviaré una escolta. —Hizo un gesto
hacia la cama—. Siéntate. Tengo que darte algo.
Mi mirada bajó disparada hacia su boca. La volví a levantar,
luchando contra la magia pecaminosa del reino, nuestro
persistente vínculo matrimonial y el atractivo general de
Wrath.
Aquel no era el momento de pensar en besarlo.
No dijo nada, ni sonrió, pero casi pude sentir su placer
mientras intentaba poner mis emociones bajo control. Decidí
que no era probable que me tomara allí, así que me senté en el
borde del colchón.
Wrath se puso de rodillas muy despacio, luego levantó mi
pie izquierdo y lo acomodó en su muslo tenso. Intenté
apartarlo, pero no me lo permitió. Ambos sabíamos que podía
deshacerme de su agarre si realmente quería, así que me quedé
quieta.
—Si decidimos consumar nuestro matrimonio, no será en
casa de mi hermano, en un breve momento. Te mereces más
que eso. —Esperó a que me relajara, como si eso fuera posible
después de esa declaración, y luego comenzó a subirme la
falda. Se detuvo cerca de mi pantorrilla desnuda, su mirada fija
en la mía—. Confía en mí.
—Dice el príncipe de las mentiras.
Se tomó el insulto con calma. Pensé en su tatuaje, en que,
para él, las acciones eran más valiosas que las palabras. La
confianza era algo que había que ganarse, pero para que
existiera esa posibilidad, tendría que concederle una
oportunidad. Uno de nosotros tenía que dar ese primer paso.
Era hora de poner a prueba mi valentía.
Asentí para que continuara, pero durante un instante pareció
incapaz de moverse, antes de que se rompiera el hechizo.
Wrath me agarró las faldas con los puños y me las levantó por
encima de las rodillas para detenerse cuando las tuve a mitad
del muslo.
Ni una sola vez apartó la atención de mi rostro, ni permitió
que su piel desnuda rozara la mía. También se aseguró de que
solo mi pierna izquierda estuviera expuesta.
—Ten. —Señaló mi falda con la barbilla—. Sujétala así.
Sujeté la tela y observé mientras sacaba una funda de cuero
del interior de su traje. Sacó una daga muy fina y la levantó
para que la inspeccionara. Tenía flores silvestres talladas en la
empuñadura y la hoja plateada brillaba lo suficiente como para
reflejar mi asombro.
—Es espectacular.
—Será suficiente por ahora. —Volvió a meter la daga en la
funda y deslizó la correa de cuero alrededor de mi muslo antes
de asegurar la hebilla. Deslizó un dedo por debajo de la correa
y miró hacia arriba—. ¿Demasiado apretado?
—No, está perfecto.
—Levántate y camina para asegurarnos. —Dio un rápido
paso atrás y desvió la mirada mientras me acomodaba la falda
y me ponía de pie. Di unas vueltas a la habitación y también
giré sobre mí misma.
—¿Todo bien?
—Sí. Gracias. ¿Cómo sabías que soy zurda?
Wrath miró el arma ahora escondida.
—Usas la mano izquierda cuando cortas pan o bebes vino.
—Sin darme la oportunidad de responder, añadió con
brusquedad—: Cuando desees volver a casa, envía una nota.
Regresaré por ti.
—Yo…
No estaba segura de qué decir. Si volvía, no sabía si eso
sería una señal de que aceptaba nuestro matrimonio. Entre
nosotros existía una atracción innegable, pero ese fuego podría
ser en gran medida el resultado de la magia que intentaba
tentarnos para convertirnos, literal y figuradamente, en uno
solo. No sabía si ese deseo seguiría ardiendo con tanta fuerza
si nos sometiéramos.
Y yo tenía otros planes para mi vida. Como volver con mi
familia. Elegir a Wrath significaría que la puerta a mi antigua
vida permanecería cerrada para siempre. Tal vez podría visitar
a mi familia en alguna ocasión, pero mi mundo quedaría aún
más fracturado de lo que ya lo estaba. No creía que el amor
verdadero debiera robarle la vida a una persona, solo
mejorarla.
—Será mejor que empiece a instalarme.
El príncipe demonio mantuvo una expresión perfectamente
cordial, pero vi un destello de algo en su mirada que no fue
capaz de disimular lo bastante deprisa. Antes de que pudiera
despedirme, desapareció en un haz de luz negro y humo,
dejándome a solas con el destino que había elegido.
Y con mi plan más reciente.
QUINCE
No tuve mucho tiempo para quedarme sentada y
pensar en mi decisión, poco después de que Wrath se fuera,
llegó un sirviente con una caja de ropa y una nota de su amo.
En menos de una hora, cenaría con el príncipe de aquella corte
en sus aposentos privados. Por lo visto, Envy no quería
público para nuestro encuentro.
O tal vez no deseaba compartir su última «curiosidad»,
como había dicho una vez.
Sentía los nervios zumbando en mi estómago como un
enjambre de abejas. Envy era despiadado, pero me sentía
bastante confiada en cuanto a que no me haría daño por el
momento. No mientras estuviera en aquel reino y él pudiera
iniciar una guerra entre la casa de la Ira y la de la Envidia. Ser
un miembro de la casa de Wrath tenía ciertas ventajas
políticas, eso era innegable. Ya no era simplemente una bruja
sin una corte demoníaca real que me protegiera. Envy tendría
que pensarlo largo y tendido antes de clavarme una daga en la
espalda.
Sin embargo, como es lógico, saber eso no alivió todas mis
preocupaciones.
Era difícil dejar de lado la noche en que había tomado a mis
padres como rehenes y luego se había adueñado del control de
nuestra casa. Todavía me costaba creer que Nonna lo hubiera
desterrado al inframundo usando una magia que yo no sabía
que poseía. Ese vórtice giratorio era una de las cosas más
extrañas que jamás había visto.
Aparté esos recuerdos y me concentré en aquel momento y
lugar. Recordé lo que Wrath había dicho sobre los vencedores
y las víctimas. Esa noche saldría victoriosa. Estaba allí para
obtener información.
Y haría todo lo que estuviera a mi alcance para tener éxito.
Si tenía que ponerme el atuendo elegido por mi enemigo, que
así fuera. Era un precio extremadamente pequeño que pagar.
Me pondría su tonto vestido y pestañearía, todo mientras
contaba los segundos hasta que obtuviera lo que de verdad
había ido a buscar.
—Veamos qué vestido has elegido, príncipe de los celos.
Abrí la caja y puse los ojos en blanco. El vestido era
precioso, de un terciopelo de color verde lo bastante oscuro
como para que casi se confundiera con el negro, con mangas
largas ajustadas, un corpiño ceñido con un escote que se abría
casi hasta el ombligo y falda con vuelo.
Una única esmeralda del tamaño de un huevo de petirrojo
estaba sujeta a una brillante cadena de plata. Lo más probable
era que aquel collar escandalosamente opulento fuera un arma
bonita que Envy deseaba que usara contra su hermano. Podía
imaginarme la expresión de Wrath cerrándose en banda
cuando viera el regalo de la casa de la Envidia brillando entre
mis pechos.
Al parecer, los concursos de meadas no eran un pasatiempo
exclusivo de los mortales idiotas.
Pensé en dejarme puesto mi vestido actual por despecho,
pero luego supuse que Envy podría sentirse más inclinado a
compartir información si no tenía que ponerle muecas al
ofensivo atuendo de la casa de la Ira. Y tampoco deseaba
rebajarme a su ridículo nivel.
Después de ponerme el vestido y arremangarme para
mostrar los antebrazos, me apliqué un poco de colorete en los
pómulos y los labios. Tomé el collar. La piedra preciosa era
perfecta, sin duda me convertiría en la envidia de cualquiera
que la viera.
Me las arreglé para colocármelo alrededor del cuello cuando
un sirviente entró en mi habitación.
—Si estáis lista, os llevaré a cenar, lady Emilia.
Había esperado estar unos momentos a solas para practicar
la invocación de mi magia, por si acaso las cosas salían muy
mal, pero incluso unas pocas horas no parecerían suficientes
para superar los años de entrenamiento que me faltaban. Le
sonreí al sirviente.
—Por favor, detrás de ti.
Mientras avanzaba hacia la puerta, capté mi reflejo en un
espejo de gran tamaño. Parecía lista para luchar de la manera
más elegante y feroz posible. Me estaba convirtiendo en una
auténtica princesa del infierno.
Que la diosa ayudara a los demonios.
Nos desplazamos hacia el extremo opuesto del pasillo donde
se encontraba mi habitación. Como era de esperar, Envy me
había alojado en el ala real. Era mejor mantener cerca a los
enemigos, y a una futura cuñada aún más cerca. Me
preguntaba si esa era una de las razones detrás del estado
anímico de Wrath. Estaba claro que los hermanos disfrutaban
chinchándose el uno al otro con la mayor frecuencia posible.
Aunque tendrían que encontrar otra cosa por la que pelearse.
Con vínculo mágico o sin él, solo me pertenecía a mí misma.
Un guardia estoico inclinó la cabeza, luego dio un paso atrás
y abrió la puerta. Una enorme habitación se extendía ante mí,
en su mayoría, revestida de oscuridad. Aquello tenía el
propósito de perturbarme.
Pero yo encontraba poco que temer en las sombras. Pronto
cumplirían mi voluntad.
Entré y me detuve para hacer una evaluación completa de la
habitación mientras la puerta se cerraba a mi espalda. No era
exactamente un estudio, ni un comedor formal. Si
estuviéramos en el mundo de los mortales, sería similar a uno
de esos clubes de caballeros que a menudo describían en mis
novelas románticas favoritas.
Había una mesa circular con dos sillas colocada cerca de una
pared con ventanas, que ofrecían un suave toque de luz. Los
cirios de un impresionante candelabro de plata que había sobre
la mesa estaban encendidos, y algunos apliques en los rincones
más alejados también añadían un poco de luminosidad.
La mayor parte de la estancia estaba en sombras, incluida la
puerta junto a la que me encontraba. Miré hacia arriba. El
techo estaba adornado con un fresco: seres alados sobre nubes,
unos luminosos, otros atormentados.
Dejé que mi mirada vagara por la habitación y se detuviera
en la figura sombría del príncipe. Envy estaba apoltronado en
una silla de terciopelo de gran tamaño cerca de un rincón
oscuro, con un vaso de líquido ámbar en una mano. Tenía una
de sus largas piernas levantadas y el tobillo descansaba sobre
la otra rodilla. No podría parecer más cómodo o relajado ni
aunque lo intentara. Aunque la fuerza con la que agarraba el
vaso me indicó que no estaba tan a gusto como desearía que yo
creyera.
Tomó un largo sorbo de su bebida, ocultando su mirada,
pero de todas formas sentí que me recorría de arriba abajo.
—Está claro que sabes cómo provocar problemas, mascota.
Permanecí en las sombras.
—Puede que tenga garras, alteza, pero te aseguro que no soy
la mascota de nadie. Y aún menos, la tuya.
Envy se inclinó hacia delante hasta quedar iluminado por el
charco de luz de las velas y, de alguna manera, incluso estando
sentado, se las arregló para mirarme por encima de su
majestuosa nariz. La belleza áspera de sus facciones estaba
adornada con un ceño que demostraba que no se sentía nada
impresionado.
—Gracias a los demonios por eso. No comparto lo que es
mío.
—Retener a los amantes a la fuerza no es algo de lo que se
deba presumir.
—El poder de decisión es atractivo, la obligación no lo es.
El poder no siempre hace lo correcto. A menos que mi
compañera de cama lo pida con amabilidad. —Me recorrió con
la mirada, y me pregunté cuán bien podía ver en las sombras
—. Asumo que has aceptado mi invitación para jugar con las
emociones envidiosas.
—¿No te gusta inspirar envidia?
—Venir aquí para poner celoso a mi hermano no hace nada
por mí. —Depositó el vaso en una mesita baja y se quitó una
pelusa imaginaria del traje. Vi la esmeralda que coronaba su
daga asomando por su chaqueta, y resistí el impulso repentino
de usarla contra él. Volvió a levantar el vaso y se acabó la
bebida—. Usar a alguien es algo muy grosero desde cualquier
punto de vista.
Si eso era lo que creía, mucho mejor. Di un paso hacia la luz
y vi cómo su mirada caía sobre el tatuaje metálico de mi
antebrazo. Le había divertido la primera vez que lo había visto.
Ahora sabía por qué.
—La noche que te conocí, supiste lo de mi compromiso con
Wrath. Mencionaste algo sobre telarañas enredadas. Me habría
encantado que fueras menos críptico. En especial, si estabas
buscando una alianza.
—En caso de que aún no te hayas dado cuenta, no soy
amable. Ni pretendo serlo. E incluso si contara con la aflicción
de una conciencia, habría odiado arruinar la diversión. —Los
labios de Envy se contrajeron en una mueca cruel cuando se
fijó en mi collar—. Era mucho más interesante sentarse y ser
testigo de cómo acababa. Algunos de nosotros incluso
apostamos por el resultado. No puedo decirte cuánto le gané a
Greed. Pero ahora está en deuda conmigo, y estoy seguro de
que puedes imaginar lo poco que disfruta de la situación.
Avancé con determinación a través de la habitación. Había
un aparador con una licorera y un vaso extra esperándome y,
sin aguardar a una invitación, me serví dos dedos de líquido
ámbar y me senté en la silla de terciopelo que había junto a la
de Envy. Él entrecerró los ojos, pero no me amonestó por mi
actitud maleducada. O por la falta de decoro o respeto por su
elevado rango.
—Querías que me uniera a tu casa, a pesar de que eras
consciente del vínculo matrimonial que compartía con tu
hermano. —Tomé un pequeño sorbo, anticipando el ardor—.
Debe de ser solitario. Tener que jugar a tantos juegos tú solo.
—Sea lo que fuere lo que estés intentando, te sugiero que
pares mientras todavía me sienta hospitalario.
Su tono era gélido, pero no ocultó el destello de dolor de sus
ojos lo bastante deprisa. Mi primer disparo había dado en el
blanco. Rechacé cualquier sentimiento de culpa. Su instante de
dolor no era nada comparado con el carácter definitivo del
brutal asesinato de mi gemela.
—Imagínate. —Sonreí por encima del borde de mi vaso—.
Y yo que creía que todavía no había sido testigo de tus buenos
modales. Primero, haces que tu perrito faldero vampírico me
amenace, luego retienes a mi familia como rehén. Tampoco
podemos olvidar ese pequeño incidente desagradable en los
túneles con tu ejército de demonios invisibles y, por supuesto,
todo el asunto de destripar a Wrath.
—Para alguien que está aquí en lugar de con su prometido,
lo cierto es que pareces muy enojada por ello. Pensé que lo
considerarías un favor.
—Un favor hubiera sido que te clavaras tu propia daga.
Al igual que cuando Wrath se ponía de mal humor, la
temperatura a nuestro alrededor pareció descender en picado.
Había sentido el horror gélido del poder y la influencia de
Envy antes; los fríos celos que erosionaban todo sentido de la
moral. Los primeros lametones de su poder me rozaron la
columna, pero era lo que yo había estado esperando.
Levanté una mano, como si fuera a retirarme un mechón de
la cara, y pasé los dedos por la marca de Wrath con sutileza.
Aquello rompió la influencia del príncipe antes de que
arraigara en mi interior, tal como esperaba que hiciera.
Envy se sacudió hacia atrás y me sostuvo la mirada. Una
lenta sonrisa se extendió por su rostro, apagando el parpadeo
de ira.
—Estás llena de sorpresas esta noche. Y a mí me
preocupaba que la cena fuera aburrida.
Mantuve una expresión tranquila, pero el corazón se me
aceleró. Si intentaba usar su poder de nuevo, no estaba segura
de que mi truquito funcionara una segunda vez. Él tenía todo
el aspecto de presentirlo y estar considerando su próximo
movimiento. Me recordó a un gato que intenta decidir si el
pájaro que revolotea a su alrededor vale el esfuerzo de
abandonar su sitio al sol.
La mirada de Envy cayó sobre la daga de su casa.
La sacó de su vaina y pasó un dedo por la hoja. Mi mente no
albergaba la menor duda de que estaba fantaseando con formas
creativas de usarla contra mí. Desplacé un poco la mano hacia
mi propia arma, pero no me levanté la falda para revelarla.
Pasara lo que pasare a continuación, estaría preparada.
Nos quedamos allí sentados durante un rato incómodamente
largo, el único sonido era el tictac de un reloj en algún lugar de
la habitación. Envy acarició el metal y podría jurar que la hoja
casi ronroneó. Justo cuando me asaltó la certeza de que estaba
a punto de saltar, sonó un golpe en la puerta, fracturando la
tensión asesina entre nosotros. Envy devolvió la daga a su
sitio. Tras una orden suya, los sirvientes desfilaron por el
interior de la habitación cargando bandejas de plata y platos de
comida que depositaron en la mesa circular cerca del otro
extremo de la estancia.
El príncipe desplegó su impresionante estatura al levantarse
y me ofreció su brazo.
—Partamos el pan y no los huesos de nadie esta noche, buja
de las sombras.
Me puse de pie, ignorando su brazo extendido. No éramos
amigos y no me pareció que fuera a apreciar que fingiera en
aquel caso. Todo lo que estaba pasando aquella noche parecía
una prueba.
Me dirigí a la mesa y me senté mientras me retiraban una
silla. Envy no pareció sentirse insultado, solo divertido,
cuando tomó asiento frente a mí. Dudaba de que muchos de
sus súbditos intentaran irritarlo alguna vez. Como pasaba con
Wrath, era posible que mi negativa a sonreír con afectación
ante su enorme poder pudiera intrigarlo lo suficiente como
para tolerarme. A mí y a mis preguntas. Hasta que se cansara
de ellas. Decidí desplazarme con cuidado sobre la fina línea
que separaba un leve desafío de ir demasiado lejos.
—In vino veritas. —Hizo un gesto a los sirvientes para que
se alejaran y llenó nuestras copas él mismo—. En el vino hay
verdad. Los mortales impresionan de vez en cuando. Aunque
supongo que son especialmente susceptibles cuando se trata de
sus propios vicios. Dale vino a un hombre y te cantará poesías
sobre su sabor. Es probable que incluso lo compare con una
mujer con la que se ha acostado. —Su mirada se deslizó hasta
la mía—. O con la que desea hacerlo.
Me mordí la lengua. No creía que quisiera acostarse
conmigo. Y si fuera el caso, su única motivación sería usar ese
hecho contra su hermano.
—¿Por qué odias a los mortales?
—Las suposiciones son la muerte de la verdad. —Tomó un
generoso sorbo de su vino—. Te aconsejo no vagar por ese
camino en estos momentos. —Hizo un gesto hacia mi copa—.
¿Has probado alguna vez a usar tu magia sobre la comida o la
bebida?
—No. Por los siete infiernos, ¿por qué iba a hacer tal cosa?
—Ocho. Y te lo pregunto porque puedes hechizar el vino
para que te dé la verdad. Igual que harías con un hechizo de la
verdad. Quien lo beba quedará esclavo de su influjo.
—¿Se supone que debo creer que me estás diciendo esto por
la bondad de tu corazón?
—No seas tonta. Te aseguro que lo más cerca que estoy de la
fibra moral es al ingerir cualquier fibra que encuentre en el
vino de frambuesa. Tú quieres la verdad y yo también. ¿Por
qué no asegurarnos de que ambos obtengamos lo que
deseamos? Nada de juegos.
Entrecerré los ojos.
—Debes de querer algo terriblemente malo si estás
dispuesto a sacrificar esa información y entregársela a tu
enemigo.
—Esta noche, podemos ser amigos. —Hizo una mueca al
pronunciar la palabra «amigos», como si la mera idea le
doliera. Enarqué una ceja y él fingió no entender lo que
insinuaba—. O amantes.
Esperé a sentirla, a sentir la magia de aquel mundo
seduciéndome con pensamientos de camas, cuerpos y pasión.
Tal como había ocurrido casi cada vez que la idea de pasar la
noche con Wrath cruzaba por mi mente. Envy era guapo, su
cuerpo ágil pero de músculos fuertes. Imaginé que sería atento
con cualquier amante, incluso con una que no le interesara
particularmente. Aunque solo fuera para que se volviera loca
de envidia cuando la dejara por otra compañera.
No sentí ningún impulso romántico aparte del deseo que
sentía de darle una patada.
—Si accediera, de verdad me llevarías a la cama.
—Siempre hay que hacer sacrificios en la guerra, cariño.
Haría lo necesario. Aunque difícilmente sería un sacrificio.
Las charlas de almohada son bastante agradables. Uno revela
muchos secretos después de tales actos íntimos. —Envy
contempló su vino con expresión distante—. Ahora, sé amable
y hechiza nuestro vino.
Dudé. Quería respuestas sinceras a mis preguntas, pero no
estaba segura de estar lista para darle lo mismo a cambio.
Envy podría preguntar cualquier cosa y me vería obligada a
quitarme mi máscara.
Valía la pena correr algunos riesgos. Arriesgarse con otros
era de tontos.
Envy inclinó la cabeza hacia un lado mientras me miraba.
—¿Aferrarte a tu verdad vale más la pena que descubrir la
mía? Tal vez sea el miedo lo que te refrena. Tal vez debería
seducirte.
—No puedes incitarme a cumplir tus órdenes, alteza. Es
prudente considerar todos los ángulos antes de someterme a un
interrogatorio.
—Podría obligarte a decirme lo que quiero, ¿sabes? —Su
voz era ligera, amistosa. Como si las amenazas brotaran de su
lengua con la misma facilidad con la que se hablaba sobre el
clima. Volví a pasar los dedos por la marca, atrayendo su
atención hacia mi cuello—. A través de la violencia, mi
señora. Alexei no es el único miembro con colmillos de mi
casa. Si uno pierde suficiente sangre, encuentro que los efectos
son bastante similares al vino de la verdad. Con menos
detrimento para mí, naturalmente.
Por supuesto. Recurriría a regalarme a sus vampiros. Volví a
pensar en mi gemela. Vittoria también debía de haber hecho
algunos tratos difíciles.
Me aparté de la mesa y alguien se apresuró a retirarme la
silla. Me llevaría algún tiempo acostumbrarme a que me
trataran como si fuera un miembro mimado de la realeza.
Caminé hasta colocarme junto a Envy y tomé su copa.
Susurré un hechizo de la verdad sobre ella y luego repetí el
proceso con las botellas de repuesto y mi propia copa.
La sonrisa de Envy fue positivamente inquietante cuando
volví a tomar asiento. Levantó su copa.
—Brindo por una noche de sinceridad entre enemigos. Que
nuestros corazones solo sangren por la pérdida de nuestra
dignidad y no por una daga clavada en la espalda.
Se bebió todo el vaso de un solo trago. Enarqué las cejas.
—¿Eso es necesario?
—Para nada. —Volvió a llenarse la copa y tomó otro gran
trago—. Pero no hace daño.
Bebí un sorbo de vino, insegura. No sabía diferente. Si no
hubiera pronunciado el hechizo yo misma, nunca habría
pensado que había algo sospechoso. Fruncí el ceño.
La carcajada repentina de Envy me arrancó de mis
pensamientos.
—Las brujas que te criaron se callaron muchos secretos, por
lo que veo. Es absolutamente delicioso.
—¿El qué?
—Ver cómo tu mundo perfecto se desmorona.
—Eres una persona horrible.
—Querida, no dejas de olvidarte de que no soy una persona.
La humanidad nunca ha sido una de mis aflicciones. —Se
encogió de hombros y volvió a beber—. Además, lo he dicho
en serio. Un fénix resurge de sus cenizas por una razón. Tu
mundo debe ser destruido para que puedas alzarte de nuevo. Y
lo harás. Tal como siempre temieron que harías.
—¿Cuánto tiempo antes de que funcione el hechizo de la
verdad?
Apuró su bebida y no tardó nada en servirse otra copa.
—Ya está funcionando.
—¿Te gusto?
—Te encuentro tolerable. Si encontraras un fin violento, no
derramaría ni una lágrima. Ni me regocijaría. Seguiría adelante
como si nunca hubieras existido.
Resoplé de una forma muy impropia para una dama y tomé
otro sorbo de mi bebida.
—La noche en que Nonna te atacó… parecías conocerla.
¿Cómo es posible?
—Las maldiciones son cosas curiosas. —Volvió a bebérselo
todo y escanció más en su copa vacía—. A veces son como los
árboles. Permanecen enraizadas en el sitio en el que están
plantadas. Otras veces son como flores silvestres. Sus semillas
flotan junto a las abejas y vuelan con los pájaros. Se enredan,
crecen y prosperan lejos del lugar donde fueron depositadas al
principio. Algo así como las llaves. No todas las llaves caben
en todas las cerraduras. Algunas son mucho más astutas.
Esperé a que sus divagaciones sin sentido se convirtieran en
una respuesta coherente. Él se limitó a devolverme la mirada.
—Eso no está ni remotamente cerca de lo que he
preguntado. ¿Estás borracho?
—Bastante. —Aquella era la primera sonrisa auténtica con
que me había obsequiado. Un hoyuelo apareció en su mejilla
derecha. Suavizó la aspereza que llevaba como una armadura
—. Pero lo que he dicho es verdad. Hay cosas que no puedo
decir, sin importar el hechizo empleado, porque todavía hay
poderes mayores involucrados. Conozco a tu abuela. Aunque
conozco muchos otros secretos interesantes.
—Háblame sobre la maldición, entonces.
—Es una historia tan antigua que solo unos pocos conocen
sus orígenes. E incluso sus recuerdos se vuelven cobrizos con
la edad y la pátina que se forma sobre ellos, apagando su brillo
hasta que la sombra de lo que fue es todo lo que queda.
—¿De qué estás hablando?
—De maldiciones y recuerdos robados. Y de desentrañar
muchas mentiras. —Se inclinó hacia atrás de golpe, con lo que
casi volcó su silla—. Mi hermano nunca te obligará a casarte
con él. Va en contra de todo lo que representa.
—No he preguntado por tu hermano.
—No, pero imagino que sientes curiosidad. ¿Ha indicado
que desea que completes el vínculo?
No quería responder, pero el hechizo de la verdad atrajo las
palabras hasta mis labios.
—Me ha hablado al respecto, pero no ha indicado cuál es su
preferencia.
—No te preguntaré si lo has considerado. En especial
porque sabemos cuál es la forma de aceptarlo. Al menos en
parte. —Traté de no mostrar alivio, pero Envy debió de ver el
ligero destello de tranquilidad en mi cara. Su sonrisa era todo
placer cruel—. No puede obligarte a que te cases con él, pero
no esperará al fondo como un corderito manso. Ese tampoco
es su estilo. Dará a conocer su presencia y sus intenciones a
todas las casas reales. Como ha hecho hoy.
Tomé otro sorbo del vino de la verdad.
—¿Por qué haces eso?
—¿Perdón?
—Siempre siembras semillas de desconfianza entre tu
hermano y yo. —No necesitaba beber vino para formular mi
siguiente pregunta—. ¿Tanta envidia le tienes? ¿O
simplemente codicias algo que no sea tuyo?
—No siempre estoy plagado de pensamientos envidiosos. —
Sus ojos verdes brillaron con una emoción que no era de burla
ni de celos—. El temperamento de mi hermano provocó que
me arrebataran algo importante. Espero devolverle el favor
algún día. No es la envidia lo que me motiva. Son las
represalias. Algo que imagino que tú y yo compartimos,
aunque dudo que lo admitas, incluso con el vino de la verdad.
No lo había formulado como una pregunta, por lo que el
hechizo no me obligó a responder.
—Yo haría cualquier cosa por recuperar a mi hermana.
Debes perdonar cualquier pecado que se haya interpuesto entre
tú y Wrath. La felicidad debería ser lo único importante.
—Me importa una mierda su felicidad. —Miró su vino, pero
no bebió—. Sin embargo, es obvio que a ti sí te importa. Más
de lo que probablemente te sientas cómoda admitiendo. ¿Estás
enamorada de él?
Apreté los dientes y me aferré a mi copa. No sirvió de nada.
Las palabras subieron a la superficie. Me concentré en la
forma en que Envy había formulado la pregunta y dejé que la
verdad brotara de mis labios.
—No, no estoy enamorada de él. Pero no niego que existe
cierta atracción. Él me trajo a este reino, vendió mi alma a su
hermano y me mintió acerca de ser mi prometido.
—La señora protesta demasiado.
—Shakespeare. —Casi puse los ojos en blanco—. Qué
pomposo y poco sorprendente por tu parte citarlo.
Me miró por encima del borde de su vaso, con una mirada
inquisitiva.
—¿No es extraño que una campesina de Sicilia tenga un
gusto tan refinado para los libros? O que lea, para el caso.
Su insinuación me irritó.
—Es posible que no hayamos tenido dinero y sirvientes,
alteza, pero sabemos leer.
—Supongo que me dirás que tu habilidad se debe a los
hechizos que tu abuela te enseñó. O a las recetas de tu pequeña
casa de comidas o a alguna otra tontería por el estilo.
—¿A dónde quieres ir a parar?
—Es simple curiosidad, eso es todo. Sabes lo mucho que
disfruto con las curiosidades.
Sonreí. Era la transición perfecta para mis siguientes
preguntas.
—¿Por qué te interesa tanto coleccionar objetos?
—Me interesan sobre todo los objetos divinos. Bueno, eso
no es del todo cierto. —Se rio, como si no pudiera creer que la
verdad siguiera brotando libremente de él—. Ahora solo me
interesa un objeto divino, el espejo de la Triple Luna.
—¿Qué es eso?
Chasqueó los dedos y apareció un sirviente. Susurró algo
demasiado bajo para que yo lo oyera y el lacayo salió
corriendo. Un momento después, regresó, sosteniendo un
estuche de cristal con grabados. Era sencillo, sin pretensiones.
De inmediato me incliné sobre la mesa, con la esperanza de
verlo mejor.
—Es un espejo de los dioses. De las diosas, debería decir. —
Pasó el dedo índice por la caja de cristal, luego lo frotó contra
su pulgar como si estuviera buscando polvo—. Se dice que ha
sido imbuido con la magia de la Doncella, la Madre y la
Anciana, y puede mostrar el pasado, el presente y el futuro a
quien lo solicite. Solía hallarse en esta caja, o eso me han
dicho.
Envy levantó la tapa, mostrando un cojín de terciopelo de un
color lavanda intenso, con una hendidura donde una vez hubo
un espejo. Me esforcé todo lo que pude para no reaccionar.
Pero el corazón me latía como loco en el pecho.
Si había un objeto divino que pudiera mostrarme el pasado,
eso resolvería el asesinato de mi hermana. Y sabría de una vez
por todas si de verdad tenía algo que ver con que el diablo
necesitara a una novia.
Me embargó la emoción. Ya no debía preocuparme por
casarme con Pride o con Wrath ni por elegir un lugar en sus
casas. Necesitaba encontrar ese espejo.
—Suena a leyenda infantil.
—Todas las leyendas contienen fragmentos de verdad. —Su
mirada era lejana, contemplativa—. De todos modos, se dice
que uno necesita el libro de hechizos de la Bruja, la llave de la
Tentación y el espejo para activar la magia de la diosa.
—Déjame adivinar —bajé la voz hasta convertirla en un
susurro conspirador—, lo tienes todo menos el espejo.
—Querida, creo que es hora de que veas mis curiosidades tú
misma. —Envy se puso de pie—. ¿Vamos?
DIECISÉIS
Envy abrió las puertas adornadas con un empujón exagerado y dio un paso
atrás, comportándose de repente como el perfecto caballero, para permitirme cruzar
primero el umbral de su cámara de curiosidades.
Dudando acerca de sus verdaderas intenciones, vacilé un momento. No creía que
me hubiera llevado a un nido de vampiros, aunque todo era posible cuando se trataba
de él.
Al recordar la daga en mi muslo, entré y me detuve en seco cuando vi lo que había
en el interior.
No eran vampiros lo que me esperaba, sino gigantes altos y sombríos, inmóviles en
sus posiciones. La cámara se parecía de forma inquietante a una imagen mental que
había tenido al conocer a Envy en el mundo de los mortales. En aquel momento, me
había imaginado humanos congelados en distintas poses en un macabro tablero de
ajedrez. El suelo que pisábamos en aquel momento no era parte de ningún juego,
simplemente estaba hecho de baldosas de mármol blanco y negro. Y los seres
congelados eran obras de arte, no mortales atrapados por un sádico príncipe del
infierno.
Las esculturas nos brindaron una bienvenida silenciosa, algunas fundidas en
bronce, otras talladas en mármol. Eran inquietantes, hermosas, tan reales que tuve
que extender la mano para asegurarme de que no fueran de carne y hueso. Nunca
había estado en un museo, pero había visto ilustraciones en libros, y me costaba
hacerme a la idea del tamaño de su colección de curiosidades.
—¿El silencio es porque te sientes aturdida o es que el vino está dándote una paliza
en las entrañas?
Parpadeé y me di cuenta de que todavía no me había movido.
—He tenido una extraña sensación de déjà vu.
Envy prestó atención a mi expresión, pero se limitó a encogerse de hombros y a
dejarlos caer.
—El diseño se basa en muchos museos y colecciones mortales. No es sorprendente
que te resulte familiar.
—Nunca he estado en un museo.
Lo cual era lo bastante cierto como para satisfacer al hechizo de la verdad. Pero no
pude deshacerme de la incómoda sensación de que había visto un destello de aquello
hacía muchos meses. Nunca había estado en aquel reino o en aquella casa real
demoníaca. Quizá tuviera un talento latente para la videncia que estaba empezando a
emerger. Según Nonna, no era raro que la magia siguiera desarrollándose a lo largo
de toda la vida de una bruja. También tendría sentido que mi nuevo uso de la fuente
desbloqueara otros dones mágicos. Talento latente o no, no era importante. Me
obligué a centrarme de nuevo en el presente.
La estancia era cavernosa, lo suficiente como para que nuestros pasos crearan eco
mientras nos desplazábamos en silencio hasta llegar al pie de la primera escultura. Un
hombre que llevaba un casco alado, una bandolera y ni una sola prenda de ropa
estaba de pie con una mano extendida, sosteniendo la cabeza cortada de Medusa. Con
la otra mano, agarraba una espada con fuerza. Había algo en ese gesto que me
entristeció.
Envy se acercó a la escena y su expresión se suavizó.
—Perseo y Medusa. Hay piezas similares en la tierra de los mortales, pero ninguna
tan exquisita como esta. El escultor capturó su mirada abatida, su negativa a ser
convertido en piedra y maldecido.
—La artesanía es impresionante, pero horrible.
—No todas las historias tienen un final feliz, Emilia.
Ya lo sabía. Mi vida había dado giros inesperados, la mayoría de los cuales no eran
ideales o para mejor. Todos teníamos huesos, si no esqueletos llenos de angustia, en
nuestros armarios. De repente, lo supe. Miré al príncipe demonio con disimulo. Envy
se sentía profundamente herido. Me pregunté quién o qué habría roto su corazón
hasta tal extremo. Se fijó en que lo estaba observando y me dirigió una mirada dura.
Las preguntas sobre su desamor no serían bienvenidas. Por alguna razón, dejé pasar
la oportunidad.
Avanzamos en silencio hasta la siguiente estatua. Era magnífica. Mi favorita con
creces. Un ángel, con un cuerpo poderoso esculpido en la guerra, con la espalda
arqueada, las alas extendidas y los brazos cruzados detrás de la cabeza, como si
hubiera sido empujado desde una gran altura y estuviera maldiciendo al que había
hecho que se precipitara al vacío. Las plumas tenían tanto detalle que no pude evitar
acercarme y acariciarlas con un dedo.
—El caído. —El tono de Envy era tranquilo, reverente—. Otra pieza magnífica.
Estudié al gran ángel guerrero. Su cuerpo era similar al de Wrath. No me
sorprendería que el artista se hubiera inspirado en él.
—¿Se supone que representa a Lucifer?
—Es mi interpretación de mi hermano maldito. —Envy torció los labios en una
sonrisa—. Justo antes de que el diablo perdiera sus preciosas alas. Y a todos nos pasó
lo mismo poco después.
—¿Por qué ibas a conmemorar un momento así?
—Para recordarlo siempre. —De repente, su voz resultó tan dura como la estatua
de mármol. Sacudió la cabeza, su expresión indiferente una vez más, como si hubiera
reemplazado una máscara que se le había resbalado por accidente—. Ven. Hay otra
habitación llena de objetos que tal vez encuentres más interesantes.
Estábamos en mitad de la siguiente cámara, llena de pinturas, bocetos y espejos con
una variedad de marcos adornados, cuando me fijé en los atriles.
Me acerqué, atraída por uno en particular. Un zumbido extraño y familiar nació en
mi interior. Conocía esa sensación. La reconocí. Aunque no era exactamente como la
recordaba. No había susurros o voces febriles que subieran y bajaran en una
cacofonía de sonidos. Solo ese sutil zumbido. Lo había oído en el monasterio la
noche en que había encontrado a mi gemela. Y luego otra vez cuando me había
enfrentado a Antonio. En ese entonces no sabía qué era ni qué quería.
Me detuve ante el grimorio abierto. Estaba encerrado en una vitrina, pero yo sabía,
sin necesidad de ver la portada, lo que era. Era el primer libro de hechizos. El libro de
hechizos personal de La Prima.
—¿Cómo has conseguido esto? —Mi voz sonó demasiado fuerte en aquella
habitación más pequeña—. Lo tenía conmigo la noche en que…
—¿La noche en que casi mataste a aquel adulador humano?
Giré sobre los talones, furiosa.
—Desapareció esa noche. Pensé… un demonio Umbra. —Respiré hondo—.
Enviaste uno para espiarme, ¿no?
—«Espiar» es una palabra desagradable. Por no mencionar que estaba vigilando el
monasterio. Tú simplemente pasaste por allí. Lugar equivocado, momento
equivocado. —Se metió las manos en los bolsillos y se acercó al siguiente atril. Otro
libro abierto—. Lo que tú llamas «el primer libro de hechizos» no es un manuscrito
completo. Es la tercera parte de un texto más grandioso y elaborado. —Señaló el
libro con la cabeza—. La Madre y la Anciana están en mi posesión, la Doncella ha
desaparecido. Las diosas son seres engañosos con magia aún más tramposa. Y
enfadar a una —silbó— es desaconsejable.
—El primer libro de hechizos pertenecía a la primera bruja, no a las diosas.
—Querida, no sé qué te contaron las brujas que te criaron, o por qué, pero estos
libros fueron escritos por las diosas. Vuestra llamada «Primera Bruja» robó el libro de
los muertos, el libro de la magia del inframundo de la Anciana. Créeme, a la Anciana
no le hizo ninguna gracia.
Un zumbido extraño que no tenía nada que ver con el grimorio comenzó en mis
oídos. Magia del inframundo. Del tipo que podría dar vida a los huesos de los
muertos. Y estaba en posesión de Envy. Hice lo posible por borrar mis miedos y
sospechas. Envy poseía un libro que podía hechizar calaveras. Los mismos cráneos
que me habían dicho «pasado, presente, futuro, encuentra». Se parecía mucho al
espejo de la Triple Luna que buscaba aquel príncipe.
—¿Hay hechizos sobre nigromancia?
—La Anciana es la diosa del inframundo. Sus hechizos reflejan la luna, la noche y
los muertos. Entre otras cosas, como emociones más oscuras y violentas. —Me
estudió de cerca—. El Bosque Sangriento ofrece unas vistas espectaculares. Se
encuentra entre mis tierras y las de Greed. Ninguna casa demoníaca puede reclamar el
territorio; por lo tanto, no necesitas invitación o escolta para viajar hasta allí.
Aparté la atención del libro de hechizos.
—¿Por qué me cuentas eso?
—¿Por qué no debería hacerlo? Ahora somos amigos, ¿verdad? —Empezó a
alejarse, pero me dijo por encima del hombro—. Antes de retirarte a dormir, es
posible que desees leer la placa de este cuadro. Creo que es bastante informativa.
—¿A dónde vas?
Envy no respondió. Al parecer, nuestro tiempo juntos había terminado por aquella
noche. Me quedé mirando en la dirección en la que había desaparecido el príncipe
demonio mucho después de que saliera de la habitación. Cuando estuve segura de que
no regresaría, me acerqué al cuadro. Mostraba un árbol inusual. Grande, con madera
nudosa y hojas del color del ébano veteadas de plata. Había algo en aquella pintura
que me recordaba al artista que había capturado el jardín por estaciones de mi
dormitorio en la casa de Ira.
Las sombras y el cuidado con que el artista había plasmado cada trozo de corteza u
hoja que caía eran notables; parecía como si pudiera meter la mano en la pintura y
arrancar una hoja del árbol.
Pasé los dedos por la placa de plata y leí la inscripción.
Releí la fábula, sin saber por qué Envy la había señalado entre las cincuenta o más
pinturas que revestían las paredes de aquella habitación. Nada de lo que hacía un
príncipe del infierno era accidental. Tenía la sensación de que, sin saberlo, me había
metido en uno de sus planes, pero retorcería su plan a mi favor.
Almacené aquella información y lentamente me abrí paso por el resto de la galería
para detenerme frente a un mapa de los siete círculos. Todas las casas demoníacas
estaban ubicadas en el pico de una montaña, elevándose por encima de sus territorios.
Vi las puertas del infierno, el Corredor del Pecado.
Había un lugar entre la casa de la Lujuria y la casa de la Gula señalizado como los
«Vientos Violentos». Me pregunté si ese sería el sonido que habíamos escuchado en
el Corredor del Pecado.
Continué estudiando el boceto, memorizando todo lo que pude. El Bosque
Sangriento se encontraba entre la casa de la Avaricia y la casa de la Envidia. El río
Negro atravesaba las casas del pecado y la casa del Orgullo estaba ubicada más allá,
al norte de la casa de la Envidia.
Una vez que me sentí confiada en mi capacidad para recordar la mayoría de los
puntos de referencia y la disposición general de aquel reino, dejé atrás el mapa y
deambulé por la galería. Un miembro del servicio con librea me esperaba en la sala
de las esculturas.
—Su alteza envía sus disculpas, pero ha abandonado las inmediaciones. Ha dicho
que sois bienvenida a quedaros todo el tiempo que deseéis, pero él estará ausente
durante bastante tiempo. —El sirviente vaciló y se aclaró la garganta, como si se
sintiera incómodo con la idea de entregar el resto del mensaje.
—¿Algo más?
—Su alteza también ha mencionado que, si deseáis poner celoso al príncipe Wrath,
podéis dormir en su cama esta noche. Sugiere hacerlo desnuda. Y… cito
textualmente: «Tener pensamientos sucios sobre el príncipe mejor dotado de este
reino, mientras os ocupáis de vos misma».
Conté mentalmente hasta que se me pasó el impulso de dar caza a Envy.
—Me gustaría enviar un mensaje a la casa de la Ira. Deseo comunicar que estaré en
casa mañana con las primeras luces.
—De inmediato, mi señora. —Hizo una reverencia—. ¿Os gustaría tener una
escolta de regreso a vuestros aposentos?
—Creo que podré encontrar el camino. Me gustaría admirar las estatuas una vez
más.
—Muy bien. Enviaré la misiva a la casa de la Ira ahora mismo.
Esperé a que se fuera antes de regresar a la sala de la galería, con la esperanza de
haber ocultado bien mi sonrisa y su significado. Sabía que encontraría un buen uso
para el juego de costura.
Y no tenía absolutamente nada que ver con coser lágrimas en vestidos bonitos.

Mi corazón latía al ritmo de los cascos de los caballos mientras el carruaje se alejaba
de la casa de la Envidia. Al final, Wrath no había aparecido para escoltarme a casa,
había enviado a una emisaria y un carruaje real. La emisaria se sintió muy
complacida de señalar que no se trataba del carruaje personal o de los corceles del
príncipe. Solo de los que tenía en los establos.
Como si esa información fuera de gran importancia. No estaba segura de cómo me
sentía acerca de su comentario desdeñoso o por el hecho de que el príncipe hubiera
enviado a alguien en su lugar. La emisaria, remilgada, se quedó sentada en su lado del
carruaje, evitando deliberadamente el contacto visual y, por lo tanto, cualquier
conversación conmigo.
Me sentía perdida con respecto a su evidente desprecio.
Estudié a la demonio por debajo de las pestañas mientras fingía dormir. Llevaba el
cabello rojo oscuro enrollado en intrincados moños alrededor de la coronilla,
mientras que la parte inferior era un conjunto de rizos largos peinados a la perfección.
Se le contrajo un músculo de la mandíbula, como si fuera plenamente consciente de
mi escrutinio y estuviera reprimiendo una serie de admoniciones. Tal vez su ira
latente fuera solo una indicación de la casa del pecado a la que pertenecía y yo
estuviera intentando deducir demasiado de ello.
Desvié la atención a la ventana. Por alguna razón, había corrido las cortinas antes
de partir. Las descorrí y me fulminó con la mirada.
—Déjalas cerradas.
Respiré hondo por la nariz, centrando mi creciente molestia en su actitud cortante.
Discutir con ella no serviría de nada. Y no necesitaba otra enemiga con la que
andarme con cuidado.
—¿Cómo te llamas?
—Solo necesitas dirigirte a mí por mi título.
Aunque me había dado cuenta de que ella se negaba a llamarme por el título que
Wrath había exigido que usaran en su corte. Aquello no me molestó ni un poco. No
era una mujer noble.
—Muy bien, emisaria. ¿Dónde está Wrath?
Su mirada gélida se encontró con la mía.
—Su alteza está ocupado.
No había duda de que el tono de su voz era tenso o de que advertía que no toleraría
más preguntas. Apoyé la cabeza contra la lujosa pared del carruaje. Al cabo de lo que
parecieron eones, por fin nos detuvimos. Sin hacer caso de su enfado, descorrí las
cortinas y me tragué un grito ahogado.
Nunca había visto el exterior de la casa de la Ira. Al llegar por primera vez, me
hallaba delirando en brazos de Wrath, y habíamos entrado por una montaña. Su
castillo era enorme, con una puerta de entrada, torreones, torres y una muralla
descomunal que abarcaba todo el perímetro. Las paredes eran de piedra pálida y los
techos de teja negra. Era un magnífico estudio de contrastes.
Las enredaderas, de hielo sólido, recorrían los muros.
Atravesamos las puertas y rodamos hasta detenernos en un camino semicircular. La
emisaria esperó a que un lacayo abriera la puerta del carruaje y luego aceptó su ayuda
para salir. Se fue sin echar una sola mirada atrás, con su deber de recoger a la
prometida descarriada, cumplido.
La miré fijamente, preguntándome por qué había sido tan fría y si había hecho algo
para ofenderla. Sabía que no. Aparte de mi sorpresa al verla a ella en lugar de a
Wrath, había sido amigable.
Una incómoda sospecha sobre su relación con Wrath se coló en mi cabeza, pero la
desterré. Me negué a dejar que me importara.
El lacayo me ayudó a bajar y me tomé mi tiempo para subir las escaleras de piedra
hacia la puerta de entrada. A mi derecha, escondido cerca del muro, había un jardín
dentro de un seto. Lo anoté mentalmente para visitarlo cuando el clima fuera más
cálido.
Si acaso el clima se volvía más cálido en algún momento. Como si fuera una señal,
empezó a caer una nieve ligera que cubrió el castillo de una capa finísima de copos
brillantes.
Me apresuré a entrar y sacudí mi capa de viaje. Aparte del lacayo que se estaba
encargando de mi baúl, no había sirvientes esperando para atenderme, cosa que me
hizo sentir aliviada.
Regresé a mi dormitorio sin encontrarme con nadie. No había sirvientes limpiando
el castillo o sus múltiples estancias. No vi a Fauna, a Anir ni a Wrath. Me sentí
tremendamente agradecida de no cruzarme con cualquiera de los otros residentes
nobles, como el ahora sin lengua lord Makaden o la charlatana lady Arcaline.
Sin embargo, a medida que avanzaba la tarde, me inquieté. No estaba acostumbrada
a estar ociosa tanto tiempo. En Palermo siempre estaba en la trattoria, trabajando en
mi arte culinario en casa o leyendo, cuando no caía en la cama rendida tras un duro
día de trabajo. Además, rara vez estaba sola, ya que mi familia siempre estaba allí,
riendo y hablando y transmitiéndome su calidez. Otras noches recorría la playa con
mi hermana y con Claudia mientras compartíamos nuestros secretos, esperanzas y
sueños.
Hasta que mi gemela había sido asesinada. Entonces mi mundo había cambiado
para siempre de forma irrevocable.
Incapaz de soportar el giro morboso de mis pensamientos, me acerqué a la
habitación de Wrath y llamé a la puerta. No obtuve respuesta. Consideré comprobar si
la puerta estaba cerrada, pero me contuve. Cuando me había colado en su habitación
después de su arrebato violento de la cena, había tenido una excusa válida. A mí no
me gustaría que él invadiera mi espacio personal cuando le viniera en gana. Además,
en realidad no tenía ninguna razón para verlo.
Regresé a mi habitación y decidí trabajar en volver a encontrar la fuente de mi
magia. Cerré los ojos y me concentré en mi pozo mágico interior. Unos segundos más
tarde, hice un túnel hacia abajo, hasta mi mismo centro, y luego me estrellé. Me
sentía como si hubiera chocado contra una pared de ladrillos.
Traté de reunir la energía necesaria para localizarla de nuevo, pero me sentía más
exhausta de lo que pensaba.
Había pasado la mayor parte de la noche anterior despierta en la cama, temerosa de
que Envy regresara rabioso. Y la noche anterior a esa apenas había dormido debido a
la confesión de Wrath. Imaginé que para canalizar la fuente necesitaba estar bien
descansada. Y mi estado actual era todo lo contrario.
Saqué el diario que había tomado prestado de la biblioteca de Wrath sobre la casa
del Orgullo. Me tomé mi tiempo para hojear cada página, con la esperanza de que
hubiera algo escrito en un idioma que me resultara conocido.
Mis esfuerzos fueron en vano. Ni siquiera había dibujos o ilustraciones que
descifrar. Solo una página tras otra de una caligrafía diminuta en lo que podría ser un
alfabeto demoníaco. No dejaba de desviar la atención hacia mi baúl, hacia el objeto
que contenía y que me había llevado de contrabando de la casa de la Envidia.
No quería sacarlo de su escondite todavía. Tenía la sensación de que alguien podría
acudir pronto en su busca. Me costaba creer que hubiera sido tan fácil llevármelo.
Demasiado fácil, a decir verdad. Una parte de mí había esperado que sonaran las
alarmas y que aparecieran demonios Umbra y vampiros en cuanto sacara el libro de
su vitrina. No había pasado nada. Simplemente me había dirigido a mi habitación, lo
había cosido en el interior de mi baúl y había esperado un ajuste de cuentas que no
había llegado.
Volví al momento y al tiempo presentes y hojeé las siguientes páginas. Me
concentré otra vez en el diario de la casa del Orgullo, las líneas de caligrafía ondulada
difuminadas ante mis ojos.
Me desperté varias horas después, con la cara pegada al diario abierto.
Estaba claro que no era mi tipo de libro. Una novela romántica me habría
mantenido en vela hasta las primeras horas de la mañana; nunca podía pasar las
páginas lo bastante rápido mientras, desesperada, intentaba saborear cada interacción
llena de tensión entre los protagonistas.
Adoraba que la mayoría de las veces se despreciaran el uno al otro y cómo esa
chispa de desdén se transformaba en algo completamente diferente.
La vida real no se parecía en nada a una novela romántica, pero seguía habiendo
una pequeña parte de mi antiguo yo que esperaba un final feliz. No se podía negar
que existía una chispa entre Wrath y yo, pero la probabilidad de que se convirtiera en
amor era la auténtica fantasía.
Me peiné y fui a comprobar de nuevo los aposentos de Wrath. El demonio seguía
fuera. O no pensaba molestarse en abrir la puerta. Me quedé allí, con la mano caída a
un costado. Era posible que estuviera molesto por cómo me había despedido de él en
la casa de la Envidia. Pero me parecía que había algo que no iba bien.
Había estado a mi lado durante meses en el mundo humano, y luego durante casi
dos semanas en aquel lugar. Si tuviera una amante, era posible que se hubiera
escabullido para visitarla. Dudaba de que él esperara que yo volviera tan rápido.
Debería regocijarme en la soledad. No tenía a nadie mirándome por encima del
hombro, ni deseos alimentados por la lujuria para completar un vínculo matrimonial.
Sin distracciones. Y, sin embargo… Y, sin embargo, no quería pensar en por qué me
sentía inquieta.
Llamé para que me llevaran la cena y comí en mi habitación, pensando en la
conversación con Envy y en todo lo que había aprendido. Específicamente, en el
hechizo de la verdad que había usado con el vino y lo que podría significar para el
resto de mi misión. La magia había funcionado con un príncipe del infierno. Y
aunque yo no había notado nada diferente en nuestra bebida, eso no significaba que
un príncipe no pudiera detectar algo raro. Envy sabía lo que estaba pasando, así que
no podía basarme en sus reacciones.
Lo que quería era poner a prueba una teoría. Y necesitaba a Wrath. Si pudiera
hechizar su vino sin que él lo supiera, podría haber encontrado una habilidad útil que
emplear en el Festín del Lobo. Todos los príncipes estarían presentes. Podría susurrar
el hechizo durante el brindis y descubrir quién era responsable de la muerte de
Vittoria sin que nadie se diera cuenta.
Si Wrath no detectaba el hechizo. Ese plan solo funcionaría si la prueba tenía éxito.
Me dije a mí misma que esa era la razón principal por la que había estado paseando
por el pasillo, ante la puerta de su habitación, a la mañana siguiente. Atenta a
cualquier señal de su regreso. Seguramente no tenía nada que ver con que lo echara
de menos. O con mis sospechas crecientes de a dónde había ido y con quién podría
estar. Lo cual era una tontería que encajaba mejor en la casa de la Envidia. Tal vez se
tratara de simples emociones residuales que aún albergaba tras mi visita a la
susodicha casa. Si tales cosas ocurrían.
Pasaron dos días y aún no había noticias del príncipe de la casa. Probé a invocar la
fuente de mi magia algunas veces más, pero me encontré con la misma resistencia.
No había información al respecto en el grimorio, así que tuve que esperar. Al final,
acabaría dominando la inmersión en aquel pozo. Pasé el tiempo en la biblioteca,
buscando nuevas fábulas. Me interesaba saber más sobre el árbol maldito, en especial
sobre lo que se decía acerca de que concedía más que deseos.
También busqué libros sobre la llave de la Tentación o el espejo de la Triple Luna.
Hasta el momento, todos mis esfuerzos habían sido en vano. Por fin, cuando ya
pensaba que me volvería loca, llamaron a mi puerta.
—Hola, lady Em. —Anir sonrió—. He venido a llevarte a una aventura.
—¿Lady Em? —Arrugué la nariz—. Nadie me ha llamado nunca Em o Emmy. No
estoy segura de si me gusta.
—Eso es porque nunca has asistido una reunión clandestina. Vamos. Ponte una
túnica y pantalones y reúnete aquí conmigo. Llegamos tarde.
—¿A dónde vamos?
Esbozó otra sonrisa. Aquella hizo que el estómago se me retorciera de los nervios.
—Ya lo verás.
Decidí que lo que había planeado tenía que ser mejor que estar sola en mi
habitación o deambulando por la biblioteca sin encontrar nada útil, así que corrí a
toda prisa hasta mi dormitorio y me puse la ropa que me había sugerido.
Una vez que me hube calzado unos zapatos planos, lo seguí hasta el pasillo.
Subimos un tramo de escaleras y se detuvo cerca del final de un largo corredor.
—Permíteme que te presente… —Anir empujó la puerta para abrirla—. La sala de
armas.
—Por las diosas. —Respiré hondo, aunque no debería haberme sorprendido aquella
grandeza, dado el papel de Wrath como general de la guerra. Aquello era la joya de la
casa de la Ira—. Es impresionante.
—Me lo dicen a menudo —bromeó Anir—. Entra.
Crucé el umbral. Examiné aquella sala cavernosa que parecía no tener fin. Unas
columnas dividían la cámara en estancias más pequeñas e interconectadas. Si la
galería de Envy era la parte más reveladora de su personalidad, allí estaba el alma de
Wrath al descubierto.
Hermosa. Elegante. Mortal. Pulida hasta una perfección brutal y sin avergonzarse
por regodearse en la violencia. Me quedé inmóvil mientras lo catalogaba todo.
El techo de cristal permitía que la luz se filtrara en el interior e iluminara lo que de
otro modo sería un espacio oscuro. Las paredes y el suelo eran de mármol negro con
vetas doradas. En la sala principal por la que habíamos entrado había un diseño
oculto (que presentaba las fases de la luna a un lado, una miríada de estrellas en el
otro y una serpiente que se tragaba la lengua formando un círculo) incrustado en oro
en el suelo. Por lo que pude ver, cada esquina de esa sección del suelo representaba
uno de los cuatro elementos. Parte del diseño estaba cubierto por una gran alfombra
colocada justo en el centro.
Había serpientes de oro enroscadas alrededor de las columnas de mármol de ébano,
lo cual las convertía en las columnas más fantásticas y magníficas que jamás había
visto.
Espadas, dagas, escudos, arcos, flechas y una variedad de cuchillos brillaban en
ébano y dorado desde sus posiciones cuidadosamente espaciadas en las paredes.
Giré sobre mí misma mientras absorbía todo aquel esplendor. Al fondo de la
habitación vi el mosaico de una serpiente. Tenía el cuerpo enrollado en un círculo
intrincado. Me recordó a algo, pero no sabía con certeza a qué. Contra la pared del
fondo había un fardo de heno con una diana gigante pintada en el centro.
Una pequeña mesa esperaba a su izquierda, y sobre ella reposaba un conjunto de
dagas alineadas a la perfección. No pude apartar la mirada, mis dedos se morían de
ganas de aferrar sus empuñaduras y lanzarlas por el aire.
—La primera lección será sobre tu postura. —Anir se desplazó al centro de la sala
de armas y señaló el espacio en la alfombra frente a él. Dejé de mirarlo todo
boquiabierta y me coloqué donde me había indicado—. Siempre tienes que tener los
pies bien plantados en el suelo, para que te brinden un apoyo constante a la hora de
lanzarte hacia delante, golpear o esquivar un ataque rápido en cualquier dirección sin
perder el equilibrio.
Me moví para imitar su postura. Los pies ligeramente más separados que el ancho
de las caderas, uno de ellos más adelantado y el otro hacia atrás. Había algo casi
familiar en aquella pose, pero nunca había peleado ni tenido motivos para recibir
lecciones de ese tipo.
—Debes distribuir el peso de forma uniforme. Asegúrate de que tus rodillas
apunten en la misma dirección que los dedos de tus pies.
Me tambaleé un poco, y luego ajusté la postura. Apenas había levantado la vista
cuando Anir se adelantó, movió el antebrazo como un ariete e hizo contacto con mi
plexo solar, lo que provocó que saliera despedida hacia atrás. Agité los brazos en el
aire formando un remolino antes de aterrizar con muy poca gracia sobre el trasero.
Miré a mi profesor.
—Vos, signore, sois terrible.
—Lo soy. Y vos, signorina, acabáis de recibir vuestra primera lección —me
replicó, su tono demasiado ligero para las circunstancias. Extendió una mano y me
ayudó a ponerme de pie—. Nunca dejes de prestar atención a tu oponente.
—Creía que estábamos practicando la postura.
—En efecto. —Me guiñó un ojo—. Mirar hacia abajo no te ayuda con el equilibrio.
Si tienes que mirar hacia abajo, usa los ojos, no todo el tronco superior del cuerpo. La
clave es la conciencia de uno mismo.
Repetimos la rutina con diversas variaciones en las que yo acababa dándome un
batacazo contra el suelo. Incluso con la alfombra mullida debajo de mí, por la
mañana me dolería todo. Con cada golpe, me sentía un poco más segura en mi
postura, me tambaleaba menos. El sudor perlaba mi frente mientras practicábamos
una y otra vez.
Me sentía bien entrenando mi cuerpo, vaciando mi mente.
Algún rato después, Anir pidió un descanso y se secó el sudor del cuello y el rostro
con un trozo de lino. Yo estaba lista para seguir, pero retrocedí, rebotando sobre los
talones. Me sentía viva, los músculos me temblaban pero los notaba hambrientos de
más acción.
Él se dobló por la cintura.
—Cinco minutos.
Lo seguí hasta una mesita auxiliar donde aguardaban una jarra de agua y varios
vasos.
—¿Dónde está Wrath? —No sé por qué lo solté, pero parecía extraño que el
demonio de la guerra no estuviera por ningún lado mientras entrenábamos en su
gloriosa sala de armas.
Anir me miró de soslayo mientras se servía un vaso y apuraba la mitad.
—Pensé que no te importaría su ausencia.
—No me importa. Pero tengo curiosidad. —Cuando no respondió, sentí que mi
ridícula boca se llenaba de palabras durante el silencio—. Parecía inquieto por mi
decisión de visitar a Envy. Creía que desearía verme a mi vuelta.
—¿Preguntas por mí cuando estoy fuera?
—No.
—Ah.
Sangre y huesos. Me reprendí de inmediato cuando la sonrisa de Anir se ensanchó.
Me serví un poco de agua y tomó un largo sorbo.
—Quería decir…
—No me ofendo. —Sus ojos brillaron, llenos de diversión—. Miéntete a ti misma
todo lo que quieras, pero tendrás que esforzarte más conmigo.
—De acuerdo. La verdad es que la emisaria me mosqueó.
—¿Lady Sundra? —Anir resopló—. Me imagino que sí. Su padre es un duque, y
ella nunca ha dejado que nadie olvidase su elevado rango. Siempre ha creído que
acabaría en un matrimonio ventajoso con un príncipe.
—Ah. Por eso se hizo emisaria. Le garantiza estar cerca de todos los miembros de
la realeza.
—Mírate, lady Em. Ya piensas como una noble artera. Sin embargo, la mayoría de
los príncipes no planean caer en ninguna trampa matrimonial. No importa cuánto lo
intenten las familias nobles como la suya, los príncipes están contentos como están.
Su estado natural es estar cabreada, no es nada personal contra ti.
—Entonces, cuanto más alto es el rango, más exhiben los demonios el pecado con
el que se identifican.
—Por lo que he deducido en mi tiempo aquí, sí. Aunque nadie puede ganar el poder
suficiente para derrocar a un príncipe. Ellos son algo completamente diferente. Es
como la diferencia entre un león y un tigre. Ambos son gatos grandes y depredadores,
pero no son lo mismo.
—¿Y los demonios menores? Son diferentes de los demonios nobles.
—Por supuesto. Y es por eso que a menudo eligen vivir en las afueras de sus
respectivos círculos.
Me apoyé contra el borde de la mesa y dejé mi vaso.
—Sabías que Wrath había empezado a aceptar el vínculo matrimonial la noche en
que los Viperidae me atacaron.
—Salve a la reina de los cambios de tema. —Me ofreció una reverencia dramática
—. ¿Hay alguna pregunta ahí detrás o solo buscas una confirmación?
—Sé que no soy su primera elección como esposa —respondí, pensando todavía en
la hija del duque—, pero me gustaría saber si hubo alguien que le interesara antes
de… todo.
Ese brillo burlón abandonó el rostro de Anir.
—No es asunto mío compartir su historia.
—No te estoy pidiendo que lo hagas. Solo quiero saber si había alguien más.
—¿Cambiaría algo si lo hubiera?
Pensé en ello. Mi curiosidad jugaba cierto papel en aquello, sin duda, pero sí
cambiaría las cosas. Rechazaría el vínculo y nuestro destino sería decidido por el
consejo de tres que Wrath había mencionado.
Si él amaba a alguien, bueno, eso me haría sentir incómoda y también me
despejaría el camino para perseguir a Pride. Lo cual seguía siendo el camino más
seguro para lograr mi objetivo de venganza.
A menos, por supuesto, que ganara a Envy y encontrara el mítico espejo de la
Triple Luna. Y si un príncipe demonio no podía sentir que el vino o la comida estaban
hechizados, podría descubrir la verdad de esa forma. Pero necesitaría practicar con un
príncipe del infierno, y había uno cuya ausencia seguía siendo notable, maldita sea.
Volví al asunto que nos ocupaba. No quería quedarme atrapada en un matrimonio
sin amor con Wrath si él siempre suspiraría por otra persona.
—Sí. Lo haría. Cambiaría muchas cosas.
—Cuidado —dijo una voz profunda a mi espalda—. O podría pensar que en
realidad te gustaría casarte conmigo.
DIECISIETE
Cerré los ojos y maldije en silencio antes de mirar a
Anir con el ceño fruncido.
—De verdad que eres lo peor.
—Apuesto siete monedas del diablo a que te sientes
diferente después de tu próxima lección. —El muy traidor me
dedicó una sonrisa torcida—. No olvides tu monedero mañana,
lady Em.
—Cierra la puerta al salir.
La voz de Wrath sonó demasiado cerca. Sentí su aliento
cerca de la base del cuello. Durante un breve instante,
consideré correr hacia la puerta o inventar un hechizo para que
el suelo me tragara por completo. En vez de eso, cuadré los
hombros y me di la vuelta poco a poco. El demonio estaba
prestando toda su atención al ser humano. Anir perdió un poco
de su arrogancia juguetona, que fue reemplazada por una
seriedad que nunca había visto en él.
—Nadie tiene permitido entrar en esta sala hasta que yo dé
la señal de que nuestro entrenamiento ha terminado.
¿Entendido?
—Sí, majestad.
Anir me ofreció una reverencia cortés y se dirigió a la salida
a toda prisa. Cobarde. Sonreí para mis adentros. Hablando de
cobardes, fingir que el príncipe demonio no estaba allí y no
había escuchado algo que deseaba que no hubiera escuchado
tampoco serviría a mi intento de ser intrépida.
Me obligué a sostener la mirada imponente de Wrath.
Escondí mi sorpresa mientras evaluaba a mi oponente más
reciente. Aquel día no iba vestido completamente de negro,
llevaba una camisa blanca brillante y un traje de levita.
Observé su enorme figura, la gelidez de sus rasgos, y tragué
saliva. No estaba de buen humor. Decidí que aquel no era el
momento de ser valiente. Un estratega inteligente dominaba el
arte de la retirada. Wrath no tramaba nada bueno y no quería
participar en el descubrimiento de lo malo que podía llegar a
ser.
—No creo que tu entrenamiento sea necesario. Anir estaba
haciendo un trabajo excepcional.
Una sonrisa se extendió por el rostro del príncipe, aunque en
ella no había rastro alguno de alegría. Esa mirada me confirmó
que quedarme para aquel entrenamiento era una idea terrible.
Di un paso atrás y algo peligroso chisporroteó en los ojos de
Wrath.
—Él no posee las habilidades necesarias para esta lección.
—Ah, bueno, tengo un compromiso previo. Tendremos que
reprogramar la sesión.
—¿De veras?
—Pues sí; de hecho, así es.
—¿Recuerdas el trato que hicimos en mi dormitorio?
Iba a asentir cuando una inmensa oleada letárgica se apoderó
de mí y, de repente, la cabeza me resultó demasiado pesada
para moverla. Wrath se concentró con intensidad en mi cambio
emocional y físico. No había preocupación patente en su
expresión, solo una dureza que debería haberme preocupado.
Y lo habría hecho, si no me hubiera encontrado en un estado
de lasitud tan horrible.
Al parecer, no era capaz de obligarme a sentirme
preocupada, o a estar de pie. Mis piernas se doblaron por
voluntad propia y caí al suelo, contra el que me estrellé en una
maraña de miembros. Acabé con la mejilla presionada contra
la gruesa alfombra, las fibras me rascaban la piel y me hacían
estar muy incómoda. Aun así, no me di la vuelta para estar
más cómoda. Ni siquiera parpadeé. Para mi horror, un hilillo
de saliva se abrió camino desde la comisura de mi boca. No
podría haberme importado menos.
—¿Alteza? —dijo Anir—. He olvidado…
—Déjanos.
Anir se detuvo a mitad de camino y soltó una rotunda
maldición antes de retirarse y volver a salir a toda prisa. No
me molesté en ver cómo se iba. Descubrí que no había nada
que me importara mucho. Ni siquiera el brillo de victoria en
los ojos de Wrath mientras se alzaba sobre mí.
Paseó alrededor de mi figura caída.
—Mírame, Emilia.
Quería hacerlo, casi más que cualquier otra cosa, pero era
demasiado difícil reunir la energía necesaria para conseguirlo.
A mis reservas no les quedaba ni una gota de sobra. Se me
cerraron los párpados. A pesar de mi indigna posición, tendida
en el suelo, babeando, no pude reunir la determinación de…
La pereza desapareció, como si nunca hubiera estado ahí. Un
segundo después, una cólera al rojo vivo que lo consumió todo
me impulsó a ponerme de pie. La rabia hizo que me temblara
el cuerpo. O tal vez fuera la ira.
Me lancé sobre el demonio.
—¡Voy a matarte!
—¿Matarme? Estoy seguro de que lo que pretendes es
besarme.
Wrath se rio de mi repentino cambio de temperamento y
luego, antes de que pudiera tocarlo, la atmósfera cambió con
brusquedad una vez más. De repente, ya no estaba intentando
rodearle la garganta con las manos; lo estaba acercando más a
mí, sujetándole el cuerpo con piernas y brazos. Lo deseaba.
Diosa maldita. La necesidad de acostarme con él era
abrumadora, y el dolor, insoportable.
En los bajíos de la Medialuna había creído conocer el deseo.
Nada se acercaba a lo que sentía en aquel momento. No podía
pensar en nada que no fueran sus manos sobre mí. Mis manos
sobre él.
En el fondo de mi mente sabía que algo iba terriblemente
mal. Aquello era justo lo mismo que Lust me había hecho esa
noche en la playa, pero no podía concentrarme en nada que no
fuera mi deseo.
Nuestra furia mutua encontraría una salida perfecta en la
pasión, otorgándonos la liberación mientras intentábamos
desnudarnos, acariciarnos, provocar que el otro se deshiciera.
Obligué a Wrath a acercar la cara a la mía, sus ojos brillaban
con el mismo deseo que sentía yo mientras tomaba, despacio,
su labio inferior entre mis dientes.
—Bésame. —Dejé su boca solo para pasar la lengua y los
dientes por un lado de su cuello, saboreando y succionándole
la piel mientras acercaba los labios a su oreja—. Te necesito.
—Desear, pero nunca necesitar, mi señora. —No me
devolvió las caricias, pero su sonrisa estaba llena de pecado
mientras se alejaba de mi roce—. En el corredor del pecado,
fuiste puesta a prueba para la envidia. Tengo curiosidad por lo
que te enfureció tanto. ¿Recuerdas qué ilusión estimuló el
pecado?
Mi deseo se evaporó. Una imagen de Wrath acostándose con
una mujer que no era yo resurgió en mi mente. Una vez más,
vi sus piernas envueltas alrededor del cuerpo de él, sus caderas
rodando hacia delante con cada embestida que daba para
hundirse en ella. En lugar de los gemidos de ella, ahora podía
escuchar los de él.
Una emoción posesiva y oscura burbujeó en mi interior.
Estaba tan celosa de ellos que me entraron ganas de matar.
Mi sangre se congeló tanto como mi tono de voz.
—Sí.
—Dime lo que viste.
—A ti y a otra mujer. En la cama.
Hubo un momento de silencio. Como si no hubiera esperado
que esa fuera la razón. O tal vez estuviera dejando que me
regodeara en el desagradable recuerdo.
—¿Y cómo te hizo sentir eso?
Exhalé y el sonido que solté fue más parecido a un gruñido.
—Homicida.
Wrath comenzó poco a poco a dar vueltas a mi alrededor de
nuevo; su voz era tranquila, pero burlona.
—¿Eso fue antes o después de ver el placer que me estaba
dando? El éxtasis puro que sentí enterrado en su calor.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla. No me sentía triste ni
furiosa. Ahora estaba completamente consumida por los celos.
No de la otra mujer, sino de la noche de intimidad que habían
compartido. Yo quería eso. Deseaba a Wrath con una
intensidad que arrasó con toda razón que hubiera en mi mente.
Y ese nivel de envidia era casi tan abrumador como la noche
en que había conocido al príncipe que gobernaba sobre ese
pecado.
Envy había usado su influencia sobre mí y nunca olvidaría la
frialdad de…
La comprensión descendió sobre mí en un estallido de ira
que rompió el hechizo.
—Bestia monstruosa. ¡Estás usando tus poderes conmigo!
—Y con qué facilidad has sucumbido a ellos. —La furia de
Wrath se elevó para encontrarse con la mía—. ¿Es que quieres
que mis hermanos te manipulen? Tal vez desees convertirte en
objeto de su diversión. Quizás empieces por ser el mío. Quítate
la ropa y baila para complacerme.
—Eres un cerdo.
—Soy algo mucho peor. Pero un trato es un trato.
—No he consentido esta mierda.
—Mentira. Me pediste que te armara. Me lo exigiste, si mal
no recuerdo. Mi contraoferta fue que recibirías entrenamiento
contra amenazas físicas y mágicas. ¿Acaso no accediste?
—Sí, pero…
—Quítate la ropa.
Había un extraño eco de poder en su voz. Traté de alejarme,
traté de luchar contra ello, pero sentí que la presión crecía y se
derrumbaba. Desesperada, intenté erigir una barrera emocional
entre nosotros, pero Wrath no pensaba permitirlo. Antes de
que pudiera tocarme la marca de invocación que tenía en el
cuello, su voz resonó clara y fuerte y llena de poder
dominante.
—Ahora.
El dique se rompió, y mi voluntad también. Mis dedos
aflojaron rápidamente los botones y tirantes de mis pantalones.
Me los quité, dejando que la tela se acumulara a mis pies. Mi
túnica los siguió. Wrath deslizó la mirada desde mi coronilla
hasta los dedos de mis pies, y luego recorrió el camino a la
inversa, muy despacio. No había lujuria, calidez o aprecio en
su mirada. Solo ira.
Y no era el único que la sentía. Odiaba sentirme impotente,
odiaba que me obligara a desnudarme. Elegir hacerlo en los
bajíos de la Medialuna había sido algo poderoso, liberador.
Aquella situación no era ninguna de las dos cosas. Me las
pagaría. Tan rápido como estalló mi necesidad de venganza,
desapareció con la siguiente oleada de su voluntad.
Fui a quitarme la ropa interior, pero su voz atravesó la
bruma.
—Déjatela puesta. Mueve las caderas.
Me concentré en la única ascua de furia que no había sido
aplastada por el poder mágico de la orden de Wrath. Intenté
con todas mis fuerzas inflamar ese núcleo de emoción que aún
me pertenecía y usarlo para destruir su magia. Sería yo quien
decidiría cuándo desnudarme frente a él o cualquier otra
persona. Sería dueña de mi propia voluntad. Y seguiría
luchando por mí misma, sin importar cuán terrible,
desesperada o fútil se volviera la situación.
Al notar mi determinación, Wrath desató más su poder.
—He dicho que movieras las caderas.
El pensamiento consciente, la emoción y el libre albedrío
quedaron encerrados en lo más profundo de mí. Lo único que
conocía era el sonido de su voz, su deseo. Su voluntad corría
por mis venas, me dominaba en todos los sentidos de la
palabra. Se volvió uno con mi corazón.
Hice lo que me había ordenado. Me convertí en pecado y
vicio. Me sentía lujuriosa. Y adoraba la sensación.
Mantuve la vista fija en él mientras me balanceaba de forma
sugestiva. Deseé que me pidiera que me quitara la ropa
interior. Luego deseé que se quitara la suya.
Wrath se acercó más, su expresión era un estudio de la furia
más fría. No entendía por qué se sentía tan disgustado. Eliminé
la distancia restante entre nosotros y bailé contra él,
apretándome contra su cuerpo tenso. Hubo algo en nuestra
posición que me recordó a otro momento, otro baile. Y la
misma ira que lo había atravesado junto a esa hoguera.
Entonces era una criatura difícil, y ahora lo era el doble.
—¿No es esto lo que deseas?
—Para nada. —Dio un gran paso para alejarse, poniendo
una odiosa distancia entre nosotros—. Te dirigirás a mí como
«maestro» de ahora en adelante. Arrodíllate.
—Yo nunca… —La ira estalló en mi interior y se extinguió
a toda velocidad. Me fui al suelo, con la cabeza gacha—. ¿Esto
te complace, maestro?
—Quítame la bota derecha.
Le desaté los cordones de la bota, se la quité y aguardé su
próxima orden.
—Sube con las manos hasta mi pantorrilla. —Alcancé su
pierna y él tiró de ella hacia atrás—. Empieza desde el tobillo.
Sin el menor atisbo de duda, arrastré las manos por su
cuerpo y sobre el músculo de su pantorrilla. Mis dedos rozaron
algo duro. Miré hacia arriba.
—¿Te he complacido ahora, maestro?
Wrath se agachó para levantarme la barbilla, su mirada vagó
por mi cara. Estaba buscando algo, pero su profundo ceño
indicó que no lo había encontrado.
—Aprende a protegerte. Eso me proporcionará el máximo
placer.
Con él, de alguna manera entendí la esencia misma del
placer. Eso podía lograrlo. Le solté la pantorrilla y alcancé la
cinturilla de sus pantalones.
—Déjame complacerte ahora, maestro.
La temperatura a nuestro alrededor se desplomó varios
grados.
—Si te quisiera de rodillas, desnuda ante mí, sin un solo
pensamiento propio en la cabeza, lo haría. Si deseara obligarte
al matrimonio mediante el sexo, harías exactamente lo que te
dijera. Y me rogarías más. Ninguna de esas posibilidades me
atrae ni me agrada. Lo que anhelo es una igual. Quítame la
daga que tengo escondida en la pierna. Levántate.
Saqué la hoja de la funda de cuero y me puse de pie, con el
corazón lleno de aprensión por su tono áspero y su rechazo a
mis avances. Tomé su mano, con la esperanza de tentarlo a
tomar lo que le estaba ofreciendo.
—Yo…
La furia, indómita, abrumadora, lo consumió todo y quemó
la lujuria que había sentido. Aferré la daga con tanta fuerza
que me hice daño en la mano. Wrath no apartó la mirada de la
mía mientras se desabrochaba lentamente los primeros botones
de su impecable camisa.
—Apoya la hoja sobre mi corazón.
Recorrí la distancia entre nosotros y la punta de la daga le
perforó la piel. En aquel momento me sentía colérica. Yo era
furia hecha carne. Y tomaría lo que me debían a mí y a los
míos.
Empezando en aquel preciso instante. Con aquel odioso
príncipe.
Wrath se inclinó y habló en voz baja y seductora.
—Esto es lo que sueñas. Sangre y desquite. Cóbrate tu
venganza, bruja. Recuerda lo que te acabo de hacer. Cómo has
caído de rodillas, rogando. Deja que el odio te consuma.
—Cállate.
—A lo mejor te ha gustado que te hiciera desnudarte. Que te
haya doblegado a mi voluntad.
—¡He dicho que te callases!
—A lo mejor debería demostrarte lo cruel que puedo ser.
Observé su pecho, la hoja que le atravesaba la piel. Un
hilillo de sangre rodó por su cuerpo. A través de la ira y la
furia que abrumaban mis sentidos, recordé. Ya le había
clavado un cuchillo en el corazón antes. En el monasterio. Me
había jurado que se necesitaría mucho más que una daga para
acabar con él. Entonces, quise demostrar la veracidad de esas
palabras. Ahora, me estaba ofreciendo la oportunidad de
hacerlo. Tragué saliva, sentí el movimiento tembloroso de mi
garganta. Las lágrimas sin derramar hacían que me ardieran
los ojos.
Me tembló la mano y la hoja se clavó con más fuerza en su
pecho mientras me esforzaba por luchar contra aquello.
—He dicho que te cobrases tu venganza.
Su influencia demoníaca se enfrentó a mi voluntad. Y ganó.
Una lágrima fue liberada cuando me incliné hacia la daga,
usando el peso de mi cuerpo para que traspasara músculo y
hueso. Observé con una furia abrasadora cómo se deslizaba en
su pecho. De la herida brotó sangre, su camisa quedó
manchada y mis dedos acabaron resbaladizos. No la arranqué.
Giré la daga, apretando los dientes antes de gritar lo bastante
fuerte como para invocar al mismísimo Satán.
El príncipe demonio miró impasible mientras sacaba la hoja
y lo apuñalaba de nuevo.
Y otra vez.
Y otra vez.
DIECIOCHO
Wrath eliminó toda influencia sobre mí de golpe.
Contemplé la hoja que sobresalía del pecho del demonio,
unos violentos espasmos me recorrían todo el cuerpo como
resultado. En lugar de la rabia que acababa de sentir, me
atravesó un acceso de náuseas. Solté el arma y me eché hacia
atrás, incapaz de apartar la mirada. Había mucha sangre. La
sangre de Wrath.
Florecía de forma obscena sobre su camisa blanca como una
flor mortal. Y si se hubiera tratado de cualquier otro, estaría
muerto. Lo habría matado. Respiré de forma entrecortada. El
peso de lo que podría haber sido, de lo que había hecho, estaba
a punto de aplastarme.
Wrath se arrancó la daga del pecho y la arrojó lejos. Me
estremecí cuando resonó contra la pared del fondo, el único
sonido en la estancia aparte de mi respiración entrecortada. Me
había obligado a apuñalarlo. En el corazón. Yo… no podía
dejar de mirar el lugar donde había clavado la daga. No podía
dejar de escuchar el repugnante crujido del hueso al perforarle
el pecho. Me esforcé por mantener las manos a los costados,
para no taparme los oídos y gritar hasta que ese horrible
sonido desapareciera de mi cabeza.
La herida ya estaba curada, pero su camisa seguía empapada
de sangre. Recuerdos de otro pecho, otro corazón, inundaron
mis sentidos. Mi gemela. Lo único en lo que podía pensar era
en su cuerpo vejado. Con qué facilidad podría haber sido ella
el cuerpo bajo mi daga. Resistirme había sido un esfuerzo
inútil.
Giré las manos, coloqué las palmas pegajosas y manchadas
de sangre hacia arriba y grité:
—¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a someterme a esta
depravación?
—Sí, ¿cómo me atrevo a enseñarle a mi esposa a protegerse
contra sus enemigos?
—Todavía no soy tu esposa. Y si esta es tu idea de
demostrar por qué debemos casarnos, estás loco. Eres la
criatura más despreciable que he tenido la desgracia de
conocer.
—Si eso fuera cierto, te habría dejado como lo hizo Lust al
liberarte de mi influencia.
El demonio me lanzó una bata. No se la había visto antes,
pero no me había fijado en demasiadas cosas aparte de en los
pecados que él quería que yo experimentara.
Ahora estaba viendo muchas cosas.
Su expresión estaba más cerca del asesinato de lo que yo
jamás había presenciado. Como si su pequeña exhibición de
poder lo enfureciera más que a mí. Como si eso fuera posible.
Le había atravesado el corazón con una daga. Nunca había
estado tan enfadada en mi vida. Y había sentido un amplio
rango de emociones rabiosas desde el asesinato de mi gemela.
Agarré la bata y metí los brazos dentro, odiándolo por saber
que la necesitaría. También comprendí con vívida claridad por
qué vestía de blanco. Su preparación para el entrenamiento me
hizo hervir la sangre en las venas aún más. Indicaba que sabía
exactamente qué pecados usaría, cómo me influenciaría para
que lo hiciera y que había anticipado lo que necesitaría
después de su pequeña demostración de poder.
Sentí la tentación de regresar a mi dormitorio en ropa
interior, o de desnudarme por completo. Que su corte me viera
en toda mi gloria.
—Adelante. —Sin duda discernió mis pensamientos a partir
de mi lenguaje corporal. Hizo un gesto amplio con el brazo—.
Si prefieres irte sin la bata, no seré yo quien se oponga.
—De verdad que deberías dejar de hablar ya mismo.
—Oblígame.
—No me tientes.
—Hazlo. —Avanzó hasta que lo tuve justo delante y tuve
que mirar hacia arriba—. Usa tu poder. Defiéndete.
Una provocación infantil. Me sumergí en mi fuente de
magia, tratando de invocar un poco de poder para arrancarle
esa expresión de sabelotodo de la cara. Volvió a recibirme un
muro de nada.
Wrath entrecerró los ojos, atento a todo.
—Entrenaremos todos los días hasta el Festín del Lobo.
Aprenderás a protegerte de mis hermanos. O sufrirás
indignidades mayores que las que te he demostrado hoy.
Agradece, mi querida prometida, que no quiera herir tu
persona. Solo tu ego y tu orgullo. Ambos, si no me equivoco,
pueden repararse.
—Has hecho que te apuñalara.
—Me curo rápido.
Lástima que yo no fuera a recuperarme tan deprisa del
impacto emocional de la leccioncita de aquel día. Me ceñí el
cinturón de la bata.
—Te odio.
—Puedo vivir con tu odio. —Se le contrajo un músculo de
la mandíbula—. Es mucho mejor usarlo a tu favor, en vez de
que me adores y sucumbas a la depravación de este mundo.
—¿Por qué la violencia? —Hablé en tono tranquilo—. No
tenías por qué desatar mi ira de esa forma.
—Te he ofrecido una salida. La venganza es un veneno, la
muerte lenta de uno mismo. Busca justicia. Busca la verdad.
Pero si eliges la venganza por encima de todo lo demás,
perderás más que tu alma.
—No puedes decir en serio que te preocupas por mi alma.
—No puedes extinguir tu dolor a través del odio. Dime, ¿te
sientes como te habías imaginado? ¿Derramar mi sangre ha
sanado tus heridas? ¿La balanza de la justicia por fin está
equilibrada o te has inclinado un poco más hacia algo que no
reconoces?
Apreté la mandíbula y lo fulminé con la mirada. Ambos
sabíamos que no me sentía mejor. En todo caso, me sentía
peor.
—Eso me parecía. —Giró sobre los talones y caminó hacia
la puerta—. Nos veremos aquí mañana por la noche.
—Nunca accedí a múltiples sesiones de entrenamiento.
—Tampoco estableciste parámetros durante nuestro trato. Te
sugiero que vengas preparada para la batalla o te encontrarás
de nuevo semidesnuda ante mí, de rodillas y suplicando. O
apuñalando. O ambas cosas.
Controlé mis emociones. Wrath se estaba comportando
como un grandísimo capullo, pero nunca era impulsivo.
—¿Mi visita a Envy tiene algo que ver con el momento que
has escogido para esta primera lección?
—No. —Wrath no se dio la vuelta, pero se detuvo antes de
abrir la puerta—. Ayer votaron para elegir al invitado de honor
para el Festín del Lobo.
Ahí estaba. Debía de haber esperado que apareciera alguien
más interesante para ocupar mi lugar.
—Sigues creyendo que me elegirán a mí.
—De eso tengo pocas dudas.
—¿Cuál era tu plan para esta noche? ¿Mostrarme lo
despiadado y lo poderoso que eres en realidad?
—Mis hermanos se sentirán más que felices de mostrarte lo
pecaminosos que pueden ser frente a una audiencia numerosa
y ansiosa. —Respiró hondo—. Si creías que Makaden era una
mala pieza, su comportamiento no es nada comparado con una
reunión organizada por mi familia. Tomarán lo que quieran
hasta que se aburran. Luego se desharán de las piezas rotas. Y
—añadió en voz baja—, si tan horrorizada te sientes por lo que
acaba de suceder aquí, cuando yo soy el único testigo, de
verdad que no tienes ni idea de lo que te espera.
—Deberías haberme advertido que empezaríamos a entrenar
esta noche.
—Mis hermanos no preguntarán. Tampoco te harán ninguna
advertencia.
—No soy la prometida de tus hermanos. Si quieres una
igual, te sugiero que me trates como tal. Es posible que
hayamos hecho un trato, pero eso no significa que no pudieras
prevenirme.
—El objetivo de esta lección era mostrarte lo vulnerable que
eres, no avergonzarte.
Observé las líneas tensas de su espalda. Los nudillos blancos
con los que aferraba el pomo de la puerta.
—No soy un héroe, Emilia. Tampoco soy un villano. A estas
alturas, ya deberías saberlo.
—Vete. Ya he oído suficientes excusas por una noche.
Durante un segundo, no se movió, y me preparé para lo que
fuera aquello que parecía estar debatiendo si decirme o no. Sin
otra palabra, salió de la habitación y la puerta se cerró detrás
de él.
Me quedé mirando la puerta unos instantes y aproveché para
recomponerme.
Me figuré que aquel entrenamiento era tanto en su beneficio
como en el mío. Si alguien lograra tenerme semidesnuda y
retorciéndome durante la fiesta (o algo peor), el general de la
guerra podría recordarle a su familia cómo había obtenido ese
honor militar. Y no me daba la impresión de que el camino a
ese título en particular hubiera estado libre de sangre
derramada por parte de Wrath.
Miré la daga que había usado para apuñalarlo, la hoja
cubierta con su sangre seca. No podía identificar la emoción
exacta que me inundaba en lugar del miedo, pero ya no sentía
náuseas. Sentía que podría escupir fuego. Y con mi habilidad
para invocarlo, podría ser capaz de hacer exactamente eso con
un poco de práctica. Que la diosa ayudara a los príncipes
demonios ahora.
Irrumpí en mi dormitorio y cerré la puerta con fuerza
suficiente para sacudir el cuadro enorme que colgaba cerca del
baño. De entre todos los trucos arrogantes, rencorosos y
desagradables, tenía que elegir aquel. Sí, yo había aceptado el
maldito trato, pero no sabía que era un contrato vinculante.
Sentí las mejillas encendidas de furia. Perder el control me
había desestabilizado más que cualquiera de sus trucos
demoníacos. Al entrar en esa sala de entrenamiento, él tenía un
plan y lo había ejecutado de forma impecable. Y yo había
estado a su merced. Ese. Ese era el núcleo de mi ira.
—Te dirigirás a mí como «maestro» de ahora en adelante —
me burlé, con mi mejor imitación de su voz—. Monstruo
odioso.
Entré en mi baño y empecé a frotarme la sangre de las
manos, sin dejar de hervir de ira en ningún momento. Si bien
no parecía particularmente complacido o engreído por sus
esfuerzos, eso no cambiaba el hecho de que había desatado su
poder sobre mí. Me sequé y marché alrededor de la habitación
en círculos, cabreada. Me sentía molesta con él por haber
demostrado su argumento, pero aún me sentía más furiosa
porque me hubiera dejado casi indefensa.
Dejando todo eso a un lado, tenía que admitir que era mucho
mejor estar sujeta a la influencia de Wrath que, por miserable
que fuera, al menos sabía que no llevaría las cosas demasiado
lejos. Podía hacer que me desnudara y rogara, o que clavara
una daga en su corazón, pero nunca se aprovecharía de verdad
ni provocaría que yo le hiciera daño a alguien más.
Me miré las manos, que ahora estaban limpias. Un
pensamiento inquietante se abrió paso en mi mente. Si un
príncipe demonio quisiera, bajo sus órdenes, yo sería capaz de
asesinar a alguien. Wrath me lo había demostrado esa noche.
Parte de mí quería apuñalarlo, pero nunca habría cruzado esa
línea por mi cuenta.
Pensé en Antonio, en cómo estaba claro que había actuado
bajo algún tipo de influencia. Si Wrath podía dominar otros
pecados con tanta facilidad y fuerza, era lógico que sus
hermanos también poseyeran el mismo talento.
Lo que significaba que cualquiera de ellos podría haber
estado manipulando a Antonio para que matara a las brujas. Su
odio ya estaba presente por cómo había muerto su querida
madre. No habría costado mucho sacar esa emoción a la
superficie, usarla en su contra.
Empujé fuera de mi mente los pensamientos y
preocupaciones sobre el asesino de mi hermana y la votación
del Festín del Lobo, fui hasta el armario y me puse un sencillo
vestido negro.
Miré hacia abajo cuando un destello de color blanquecino
asomó en la oscuridad, uno de los cráneos hechizados se había
deslizado de su escondite al sacar el vestido.
Solté un suspiro. Seguía necesitando resolver el misterio tras
las calaveras y averiguar si había sido Envy quien las había
enviado. Me entraron las dudas en cuanto a su participación en
todo aquello. Tenía poco sentido que me enviara los cráneos
en secreto solo para compartir información abiertamente
conmigo.
Me agaché para volver a cubrirlo con la bufanda cuando la
puerta exterior de mis dependencias se abrió con un crujido.
—Emilia, quería… —La mirada de Wrath recayó sobre el
cráneo encantado. Lo que fuera que hubiera estado a punto de
decir quedó olvidado de inmediato cuando cruzó la habitación
en un torbellino de negro, oro y furia. Sacó el cráneo de mi
armario de un tirón y se dio la vuelta, mirándome como si
apenas me conociera—. ¿Qué…?
—A menos que desees que te abofetee con un hechizo más
que desagradable, te sugiero que reconsideres tu tono. Ya no
estamos en tu sala de entrenamiento. No toleraré semejante
rudeza fuera de nuestras lecciones.
Inhaló profundamente. Luego exhaló. Repitió ambas
acciones. Dos veces. Con cada inhalación y exhalación, juraría
que la atmósfera se cargaba más y más. Se acumulaban nubes
de tormenta.
—¿Serías tan amable, mi señora, de explicarme cómo has
acabado en posesión de esto? Me gustaría mucho saberlo.
Noté que le palpitaba una vena en la garganta. Después de lo
que me había obligado a hacerle, sentí una perversa sensación
de júbilo al verlo tan enfadado.
—¿Qué haces aquí?
—Pedir disculpas. Respóndeme. Por favor.
—Alguien me lo mandó. Igual que el segundo cráneo.
—¿Segundo cráneo? —Habló entre dientes, como si se
estuviera forzando a mantener los modales corteses en contra
de la incredulidad que acaparaba sus rasgos—. Y, por favor,
dime, ¿dónde está ahora ese otro cráneo?
—En mi armario. Detrás de ese vestido tan ridículo con esa
falda enorme.
Sin pronunciar una sola palabra más, Wrath se metió con
tranquilidad dentro de mi armario y recuperó el objeto en
cuestión. Mantener la calma pareció requerir un esfuerzo
hercúleo por su parte.
—¿Se me permite preguntar cuándo llegó el primer cráneo?
—La noche en que Anir me trajo comida y vino.
—¿La primera noche que estuviste aquí? —Su voz aumentó
de volumen. Asentí, lo que al parecer provocó que rechinara
los dientes—. Y no pensaste que valía la pena compartir esta
información porque…
Mi sonrisa fue cualquier cosa menos dulce.
—No sabía que necesitaba informarte, alteza. ¿Hubieras
respondido a alguna de mis preguntas?
—Emilia…
—¿Qué hermano posee este tipo de magia? ¿Quién querría
burlarse de mí? Alguien debe de odiarme muchísimo.
Hechizaron las calaveras con la voz de mi hermana. Otro
precioso puñal directo a mi corazón. ¿Tienes alguna idea que
aportar?
Enarqué las cejas, a sabiendas de que no soltaría prenda.
Apretó los labios en una línea firme y no pude evitar la risa
oscura que brotó de mi garganta.
—Lo sospechaba. Aunque puedo prometerte una cosa, y es
que esta no será la última vez que decida limitarme a mi
propio consejo hasta que haya investigado a fondo por mi
cuenta. —Señalé la puerta—. Por favor, vete.
Entrecerró los ojos cuando lo despedí. Dudaba de que
alguien le hablara de esa forma alguna vez. Ya era hora de que
se acostumbrara.
—Respecto al entrenamiento de antes…
—Soy absolutamente capaz de comprender el valor de la
lección, sin importar lo terribles que sean tus métodos. Al
margen de nuestro trato, en el futuro, me preguntarás si quiero
entrenar. —Puse una cuidadosa expresión de indiferencia—. Si
no planeas compartir información conmigo, este interrogatorio
termina ahora. Vuelve a poner las calaveras en su sitio y sal de
aquí.
—Los cráneos se guardarán en algún lugar seguro.
—No me sirve tanta vaguedad. Sé específico.
—En mi habitación.
—Podré verlos cuando quiera. Y compartirás conmigo
cualquier información que descubras.
Me fulminó con la mirada.
—Si vamos a empezar con las exigencias, entonces, siempre
y cuando estés de acuerdo en cenar conmigo mañana, te
concederé tu petición.
—No puedo darte una respuesta esta noche.
—¿Y si insisto?
—Entonces debo declinar, alteza.
—Puedes escaquearte de la conversación esta noche.
Niégate a cenar conmigo. Pero hablaremos de todo esto.
Pronto.
—No, Wrath. Hablaremos de esto cuando ambos estemos
listos para hacerlo. —Lo vi asimilar mi declaración—.
Consentiré el entrenamiento y tu influencia solo en esa sala.
En el resto de los lugares, respetarás mis deseos.
—¿Y si no lo hago?
Negué con la cabeza, triste.
—Entiendo que tu reino es diferente, que tus hermanos son
diabólicos y confabuladores, pero no todas las declaraciones
son una amenaza. Al menos no entre nosotros. Hay algo que
debes saber: de aquí en adelante, si no respetas mis deseos, no
me quedaré. No es para castigarte, sino para protegerme a mí
misma. Perdonaré tu falta de decoro, juicio y decencia básica
si prometes aprender de este error. Sin embargo, compartirás
toda la información que obtengas sobre los cráneos, decida o
no cenar contigo. ¿Trato hecho?
Me miró, me miró de verdad, y al final asintió.
—Acepto tus términos.
Wrath recogió ambos cráneos y se detuvo cuando su mirada
aterrizó en mi mesita de noche. En el diario sobre la casa del
Orgullo.
—¿Cómo tenías pensado leerlo? Déjame adivinar —su voz
se volvió sospechosamente baja—. ¿Ibas a hacer un trato con
un demonio? ¿Ofrecer un pedazo de tu alma?
—Lo había considerado.
—Permíteme ahorrarte problemas. No está escrito en un
lenguaje demoníaco. Y ningún trato que hagas con nadie,
excepto conmigo, te dará las respuestas que buscas en
cualquiera de esos diarios. Lo único que tenías que hacer era
pedirlo y te lo habría dado. Robar era innecesario.
—Quizá. Pero ¿me habrías proporcionado una forma de
leerlo?
—No lo sé.
Salió de la habitación. Esperé hasta que escuché el clic de la
puerta al cerrarse antes de desplomarme contra la pared.
Conté las respiraciones, esperando hasta que estuve segura
de que no regresaría, y luego permití que las lágrimas brotaran
duras y rápidas. Me doblé sobre mí misma, los sollozos
sacudiéndome el cuerpo, consumiéndome. En cuestión de una
hora había estado sujeta a múltiples pecados y había apuñalado
a mi posible futuro esposo. Estaba claro que esa podría
definirse como una noche en el infierno.
Me incorporé de golpe, con el pecho agitado por el esfuerzo
de controlar mis emociones.
Me sequé la humedad de las mejillas y me prometí una vez
más que vencería a mis enemigos.
DIECINUEVE
Las flores cubiertas de hielo relucían como el cristal y las
ramas tintineaban como campanillas de invierno sobre mi cabeza mientras
paseaba por el jardín.
Hacía tanto frío que necesitaba guantes forrados de piel y una pesada capa
de terciopelo, pero la mañana en sí era encantadora. Tranquila. No había
tenido muchos días de esos en los últimos meses, y aquello parecía
decadente. Entrecerré los ojos para mirar a través del entramado de ramas.
En un buen número de árboles, las hojas se aferraban con obstinación a la
vida, congeladas hasta que el calor o la luz del sol las liberaran.
Todavía no había visto el sol entre tanta nieve y cielos nublados, por lo
que lo más probable era que pasara mucho tiempo antes de que llegara el
deshielo. Si acaso alguna vez sucedía. Recordé la forma en que Wrath se
había bañado en la luz del sol una tarde perezosa en el techo de su castillo
requisado. En ese entonces, había supuesto que añoraba las fosas ardientes
de su hogar infernal. Ahora sabía la verdad.
Racimos de flores (rosas, peonías y una con pétalos que parecían
diminutas lunas crecientes plateadas) adornaban secciones más anchas del
laberinto.
Paseé despacio por el camino interior, con los setos elevándose a ambos
lados, paredes vivas espolvoreadas con nieve. Los jardines de la casa de la
Ira eran otro impresionante ejemplo de su gusto refinado. Seguí el sendero
serpenteante hasta que llegué a un estanque reflectante cerca del centro.
En el agua había una estatua de mármol de una mujer desnuda: una corona
de estrellas en la cabeza, dos dagas curvas en las manos y una expresión de
furia helada. Parecía como si fuera a romper el tejido del universo con esos
desagradables cuchillos y no se arrepintiera en absoluto de sus acciones.
Una serpiente de gran tamaño, el doble de gruesa que mis brazos, se
enrollaba en su tobillo izquierdo, se deslizaba entre sus piernas aferrándose a
la pantorrilla y el muslo izquierdos y luego le rodeaba las caderas y la caja
torácica. Su gran cabeza cubría un pecho mientras su lengua se movía hacia
el otro, no como si estuviera a punto de lamerlo, sino como si estuviera
tapando la vista a los transeúntes curiosos.
Me acerqué, extasiada y un poco horrorizada. En realidad, el cuerpo de la
serpiente escondía la mayor parte de su anatomía privada. Como una suerte
de protectora malévola. Sus escamas habían sido talladas con el cuidado de
un experto, casi lograban engañar y hacer creer que en el pasado había sido
real y luego se había convertido en piedra.
Rodeé la gigantesca estatua. En el cabello, largo y ondulado, tenía
florecillas en forma de luna creciente talladas en los mechones sueltos.
Cerca de la parte inferior de la columna, le habían grabado en horizontal el
símbolo de una diosa. Extendí la mano para acariciar a la serpiente cuando
oí un gruñido bajo y agudo que salía de las profundidades de la tierra. Me
eché hacia atrás y choqué con una pared de carne cálida.
Antes de sentir miedo o de tener tiempo de reaccionar, un brazo con
músculos parecidos al acero serpenteó alrededor de mi cintura y tiró de mí
para acercarme más. Una daga afilada se me clavó en el costado. Me quedé
inmóvil, respirando tan superficialmente como me fue posible. El ataque
había terminado antes de que supiera lo que estaba pasando. Mi agresor se
inclinó hacia delante, su aliento cálido contra mi piel helada. Se me erizó el
vello de la nuca.
—Hola, ladronzuela.
Envy.
Empujé mi miedo hasta lo más profundo de mí, lejos de donde él pudiera
detectar lo mucho que me había afectado.
—Atacar a un miembro de la casa de la Ira es una tontería. Y venir aquí
sin una invitación es el doble de imprudente. Incluso para ti, alteza.
—Robarle a un príncipe se castiga con la muerte. —Su risa baja carecía de
cualquier rastro de humor—. Pero no estoy aquí por eso, bruja de las
sombras.
Dejó caer la daga y me soltó tan rápido que tropecé hacia delante. Cuadré
los hombros y lo encaré con una expresión fría y dura.
—Si has venido por el libro de hechizos, tu viaje ha sido en vano. Me
pertenece.
Mi intención era decir que pertenecía a las brujas, pero cuando las
palabras escaparon de mis labios, sentí que aquella era la verdad. Envy
parpadeó despacio.
—Audaz y descarada. Quizás hayas encontrado esas garras después de
todo. —Su mirada se deslizó sobre mí y luego sobre la estatua—. ¿Has
notado algo raro últimamente? ¿Algo extraño en tu magia, tal vez?
—No.
Esbozó una rápida sonrisa.
—Todos somos capaces de detectar las mentiras, Emilia. Permíteme ser
franco. Me robaste, pero yo también te he robado a ti. Ojo por ojo.
—No me han robado nada.
—Sobre el libro de hechizos pendía una maldición. Cualquiera que lo
sustraiga de mi colección perderá algo vital a cambio.
Un miedo helado corrió por mis venas. No había sido capaz de
sumergirme en la fuente de magia desde que había vuelto de su casa real.
—Mientes.
—¿Yo? Tal vez deberías lanzarme un hechizo de la verdad.
Envainó su daga y volvió a recorrerme lentamente con la mirada mientras
esperaba. Aunque sospechaba que sería inútil, me concentré en ese pozo de
magia, tratando de sumergirme en él y acceder a la suficiente magia para
echarlo (a él y a su expresión de suficiencia) de aquel círculo.
Solo encontré un muro increíblemente grueso donde una vez había sentido
a esa bestia dormida. Soltó un resoplido burlón, como si verme lo
disgustara.
—Eso me parecía. Ahora, querida, no eres más útil que un mortal.
Se dio la vuelta y comenzó a alejarse.
Marché tras él, echando humo.
—No tenías derecho a maldecirme.
—Y tú tenías aún menos derecho a robar. Diría que estamos en paz.
Pensé en mis planes para hechizar el vino en el Festín del Lobo.
Necesitaba recuperar mis poderes. Eso no era negociable.
—De acuerdo. Devolveré el libro. Espera aquí mientras voy a buscarlo.
Envy metió las manos en los bolsillos, considerando la oferta.
—Creo que este giro de los acontecimientos es mucho más interesante.
Quédate con el libro. Prefiero ver cómo se desmoronan tus planes.
—Estoy dispuesta a llegar a un acuerdo.
—Lástima que no pensaras en eso antes de robar. Podría haber estado
abierto a un acuerdo que nos beneficiara a ambos. ¿Ahora? Ahora disfrutaré
viendo cómo el destino sigue su curso.
Apreté los dientes para evitar maldecirlo o rogarle que lo reconsiderara.
Un débil gemido se elevó de nuevo desde las entrañas de la tierra. En un
instante, se me puso la piel de gallina por todo el cuerpo. Me giré para mirar
la estatua.
—Yo no mostraría demasiada curiosidad al respecto, mascota.
—Te he dicho que no me llamases…
Volví a girarme para enfrentarme de nuevo a Envy, solo para descubrir
que ya se había ido. Una voluta flotante de humo verde brillante y negro era
la única indicación de que había estado allí. Miré hacia atrás, a la estatua, y
escuché los lamentos de lo que fuera que estuviera siendo torturado debajo
de ella. Era un sonido triste, sin esperanza. El sonido de un corazón roto. Un
sonido que atravesó mi armadura emocional.
Me pregunté qué ser estaría tan condenado como para que Wrath lo
enterrara debajo de su retorcida casa en el inframundo, solo y desdichado.
Entonces me di cuenta de que debía de ser más horrible de lo que podía
siquiera imaginarme para recibir ese castigo. Wrath era la espada de la
justicia, rápido y brutal, sin emociones.
Pero no era cruel. Lo que fuera que estuviera emitiendo esos terribles
gemidos…
No quería toparme a solas con algo así sin magia. Me fui del jardín a toda
prisa, y los lamentos de sufrimiento siguieron resonando en mis oídos
mucho después de haberme deslizado entre las sábanas esa noche.

Al día siguiente, Fauna bailoteaba emocionada frente a mi puerta. Sus


golpes eran tan rápidos y ligeros como las alas de un colibrí. Abrí la puerta y
sonreí. Sus pies calzados con zapatillas de punta se movían con tanta rapidez
como aquella con la que nos hacía girar.
—¡Las invitaciones para la fiesta llegan esta semana!
Mi sonrisa se desvaneció. Después de la diabólica sesión de entrenamiento
de Wrath, no compartía su emoción. Para ser sincera, la fiesta no me había
emocionado en ningún momento desde que me lo había contado. Pero
ahora… Ahora descubrí que mi mirada se desviaba hacia el reloj y que
pegaba un bote con cada sonido que oía en el pasillo. No estaba ni cerca de
sentirme lista para resistirme a la influencia de un príncipe demonio. Por no
mencionar que quedarme sin mi magia era otro obstáculo que no había
previsto.
Fauna parecía pensar que no sabríamos quién sería el anfitrión durante
unos días más, pero yo sospechaba algo diferente. No tenía fundamento para
los temores que no dejaban de crecer en mi interior, así que me esforcé todo
lo que pude para ignorar la aprensión que se apoderó de mí como una nube
de tormenta.
Mi amiga pidió té y dulces y holgazaneó en mi sala de estar con un libro.
Yo intenté relajarme de la misma manera, pero estaba demasiado tensa.
Después de mi encuentro con Envy, había revisado varios libros sobre
magia, buscando una manera de romper una maldición o un maleficio.
Era complejo: necesitaba que me liberara quien hubiera lanzado la
maldición o descubrir su intrincada estructura. En un grimorio se describía
como algo similar a un conjunto de hilos mágicos entretejidos. Tendría que
localizar el nudo de origen y luego cortarlo. Si me equivocaba o deshacía el
nudo equivocado, podría terminar cortando mágicamente el hilo de la vida.
Y morir.
El autor del libro sobre maleficios se había asegurado de señalarlo varias
veces, como si alguien pudiera confundir el significado de «cortar el hilo de
la vida».
Había contemplado brevemente visitar a la matrona de maldiciones y
venenos, pero aun así tendría que enfrentarme a la muy real posibilidad de la
muerte si no localizaba el hilo correcto.
Era una apuesta que no estaba dispuesta a hacer. Al menos, no de
momento.
Deseé que Anir apareciera y comenzara nuestra lección temprano. El
entrenamiento físico me ayudaría a quemar el exceso de nervios. Y
necesitaba con desesperación deshacerme de aquella inquietud.
Por fin, a altas horas de la noche, un sirviente entregó el sobre que tanto
temía. No había ningún escudo real, ni indicación de lo que contenía, pero
yo lo sabía. Mi nombre y título eran lo único que estaba escrito. Lo cual
indicaba que no se trataba solo de una nota del príncipe de aquella casa.
Acepté el sobre que me entregó el sirviente con el mismo nivel de
entusiasmo que si acabara de recibir la noticia de mi ejecución. Usé la
delgada daga que Wrath me había regalado y corté con cuidado el borde
superior del sobre.

Si el corazón me latiera más fuerte, podría romperme una costilla. Me


habían dicho que tendría elección, incluso si al final me animaba a elegir la
casa anfitriona. No pude evitar temer qué otras reglas serían dejadas de lado
en el último minuto.
Observé la invitación, cuya elegancia marcaba un contraste severo con el
pánico que inducía. Haber sido elegida como invitada de honor no era una
sorpresa, Wrath ya había dejado claro que lo más probable era que yo fuera
la desafortunada, pero el hecho de verlo en blanco y negro hizo que todo
pareciera terriblemente real.
En especial la parte sobre mi mayor miedo o la de que me arrancaran a la
fuerza uno de los secretos de mi corazón delante de todos los invitados. Con
las «lecciones» de Wrath y la mortificación y el horror que comportaban tan
frescos en la mente, sentí como si fuera a vomitar.
—¿Qué es? —Fauna dejó su libro a un lado—. ¿Su alteza te ha mandado
llamar?
—No. —Dejé escapar un suspiro—. Es la invitación al Festín del Lobo.
—¿Tan pronto? —Se levantó de un salto del diván, extendiendo la mano
con una emoción imposible de contener—. ¿Quién es el anfitrión de esta
temporada? —Le pasé la tarjeta y su boca formó un perfecta «o» de sorpresa
mientras la leía—. La casa de la Gula. Interesante. Sus fiestas son
legendarias por su libertinaje. Envy y Greed deben de haber retirado sus
solicitudes para ser anfitriones.
—Me imagino que el príncipe de la Gula tendrá comida suficiente.
—No solo eso. Su casa es el reflejo puro de la indulgencia a todos los
niveles. El alcohol brota de las fuentes, la ropa es opcional en su jardín
crepuscular y los encuentros amorosos a menudo tienen lugar en unas salas
de cristal que están en el mismo salón de baile. No existe nada clandestino
en su mundo. Todo está disponible para el consumo: carne, comida, bebida,
deseo carnal y cualquier clase de vicio. Debería ser todo un evento. ¿Ya
sabías quién sería el anfitrión?
—Esta es la primera información que tengo. ¿Has asistido antes a alguna
de sus fiestas?
—No. La última vez que fue anfitrión, yo era demasiado joven. Siempre
he sentido curiosidad. Algunas de las historias que se cuentan han adquirido
un aura surrealista, como de fábula. Es difícil saber qué es real y qué es pura
fantasía. En especial con lo que esa escritora publicó sobre él en su último
artículo sobre la realeza.
—Me imagino que los columnistas tienen mucho en lo que inspirarse.
—Por supuesto, y ella más que nadie. Lo detesta de verdad. Los rumores
dicen que él arruinó la oportunidad de su prima de casarse con un miembro
de la nobleza, razón por la cual tomó la maldita pluma. ¡Menudo escándalo!
—Soltó un suspiro feliz, luego juntó las cejas como si un nuevo
pensamiento amenazara de repente con llover sobre su sueño soleado. Su
atención se movió sobre la invitación una vez más—. ¿Qué miedo crees que
te será arrancado del corazón?
—Sea cual fuere, estoy segura de que será horrible.
—Tal vez podamos trabajar en algo que no sea demasiado malo.
—Ojalá la preocupación por bailar sin pisar los dedos de los pies del otro
y montar una escenita fuera mi mayor miedo.
Que bailar me ponía nerviosa no era exactamente una mentira. Nunca
había asistido a un baile real o formal. Solo habíamos bailado en festivales
con otras personas de nuestra misma clase. Allí, todos estarían mirando,
juzgando. No debería importarme lo que pensaran o que se rieran de mí,
pero cuando me imaginé allí de pie, sintiéndome vulnerable y expuesta, el
estómago se me encogió.
—¡Eres una genia! —Mi amiga se giró despacio hacia mí, su rostro
partido por una gran sonrisa—. Podemos buscar un hechizo o una poción. Te
convertiremos en la peor bailarina de todos los siete círculos, digna de tu
mayor miedo.
—Fauna —advertí—. Solo estaba bromeando.
—No, podría funcionar. Si bebieras una poción para hacer que ese miedo
cobrara vida de forma desproporcionada, es incluso más probable que te lo
arranquen mientras estás en un baile.
—Y si descubren el ardid, ¿entonces qué?
—Solo tendremos que asegurarnos de usar un hechizo o una poción de
primer nivel.
—Aun así, los miembros de la realeza podrían presentir la traición y las
mentiras.
—Solo necesitamos practicar para asegurarnos de que sea perfecto.
—No hay necesidad de preocuparse por eso porque no vamos a engañar a
nadie, Fauna.
—Deberíamos preguntarle a la matrona si puede…
Fauna desvió la atención de la invitación y observó mi expresión.
—Sangre de ángel. Parece que necesitas una distracción con cierta
urgencia. Tengo en mente el lugar perfecto. Ven. Vamos a ir ahora mismo.
Sin darme la oportunidad de objetar, me tomó del brazo y nos sacó
corriendo de mis habitaciones. La invitación cayó de su mano, olvidada por
el momento. Para ella, al menos.
A mí, el miedo me golpeaba el pecho como un tambor, a un ritmo
constante e implacable.

La idea de Fauna de una distracción no podría haber sido más adecuada para
mí. Me llevó medio a rastras por los pasillos reales, bajamos varios tramos
de escaleras, cruzamos el pasillo de los sirvientes y por fin irrumpimos en
una cocina bulliciosa. Me quedé allí plantada, absorbiendo las imágenes y
los sonidos.
El personal estaba preparando el menú para la cena y la cocina bullía de
vida.
Había varias mesas colocadas a lo largo de la sala, con grupos de
trabajadores asignados a diferentes tareas. Unos cortaban verduras, otros
trinchaban las carnes, otros amasaban masa para panes y galletas. Había
todavía más personas de pie frente a cacerolas y sartenes.
Las lágrimas amenazaron con brotar, pero las ahogué. De nada serviría
llorar por culpa del funcionamiento interno de la casa de la Ira.
El cocinero nos recorrió con la mirada y luego señaló una mesa cerca de
una pared llena de ventanas. Estaban abiertas, para dejar salir el calor del
fuego de los hornos.
—Puede usar cualquier cosa que desee, lady Emilia. Si no encuentra lo
que necesita, simplemente pregunte.
—Gracias.
—Agradézcaselo a su alteza. Nos ordenó que le proporcionáramos todo lo
que deseara.
—¿Eso hizo? —Fauna apenas ocultó su chillido mientras se adentraba
más en la cocina—. Qué increíblemente atento. ¿No estás de acuerdo, lady
Emilia?
—Por supuesto.
Miré a mi alrededor. No se parecía en nada a nuestro pequeño restaurante
familiar, era mucho más grande y amplio pero, aun así, me sentí como en
casa. En contra de mi buen juicio, me inundó una oleada de gratitud. Wrath
había adivinado que acabaría por bajar allí, al único lugar de aquel reino que
me resultaría familiar como ningún otro. Y le había dejado claro al personal
que tendría libertad para hacer lo que quisiera. Les estaba igual de
agradecida a ellos por darme la bienvenida a sus dominios.
Me volví hacia el jefe de cocina.
—Gracias por dejarme entrar en su cocina.
Él inclinó la cabeza y regresó para gritar órdenes a los cocineros de
primera línea.
La tensión de mis extremidades se derritió cuando abrí la fresquera y vi
una cesta llena de bayas. Al lado había un frasco de lo que sospeché que era
ricotta. Mi madre era la que mayor talento tenía para los postres en nuestra
familia, pero había aprendido lo suficiente como para hacer un pastel con las
bayas.
Reuní todo el menaje necesario y establecí mi zona de trabajo cerca de la
ventana gigante. En unos momentos ya tenía mezclada y preparada la masa
del pastel. Me apresuré a lavar las bayas y las coloqué sobre un trapo para
que se secaran, a la espera del azúcar con el que las rociaría. Puede que
también preparara unas natillas.
El sonido de metal contra metal atrajo mi atención. Al otro lado de la
ventana, Wrath y Anir iban de un lado a otro, sus espadas y dagas
entrechocando y produciendo el ruido de un trueno. No pude evitar
quedarme boquiabierta mientras cargaban el uno contra el otro, agitando sus
armas en el aire. Literalmente, saltaban chispas cada vez que sus armas
entraban en contacto.
Le dediqué a Fauna una mirada acusatoria.
—Ya veo que la cocina no era la única distracción que tenías en mente.
Su sonrisa era demasiado amplia para ser inocente. Saltó al alféizar de la
ventana, agarró un bolígrafo y un bloc de notas y fingió apuntar con mucho
interés mientras miraba por encima de las páginas y observaba a los dos
guerreros que simulaban una batalla. Blandían las espadas sobre sus
cabezas, sus poderosos cuerpos tensos por el esfuerzo del entrenamiento y
de levantar las pesadas armas.
—No tengo idea de lo que queréis decir, mi señora. No sabía que estarían
aquí.
—Se te da fatal mentir. —La observé mientras miraba a Anir con
adoración—. ¿Cuánto tiempo llevas enamorada de él?
Giró la cabeza y me miró a los ojos.
—¿Por qué crees que me preocupo por el mortal?
—Una mera suposición. —Hice un gesto con la cabeza a la zona de
postres que había montado—. No tengas miedo de recoger el rodillo y
ayudar. No muerde.
Ella se rio desde detrás de su libreta.
—Tal vez no, pero ¿has visto la forma en que el príncipe te está mirando?
Es con su mordedura con la que debes tener cuidado.
Enrollé la masa para la corteza con una concentración sin parangón,
haciendo todo lo que estaba en mi poder para no mirarlo. De todos los
lugares que había en todo el castillo, tenía que elegir ese momento para
entrenar, con armadura de cuero sin mangas, directamente ante las ventanas
de las cocinas.
Aunque supuse que Fauna era igual de culpable en lo que a aquel
inesperado encuentro se refería.
—Es un goloso —dije al darme cuenta de que ella seguía esperando una
respuesta—. Lo más probable es que esté mirando el pastel.
—No parece tener hambre solo del postre, mi señora. Ojalá Anir me
contemplara con tanto anhelo.
—Insinúate.
—Créeme, si diera alguna muestra de estar abierto a mis avances, me
abalanzaría sobre él sin dudarlo. Su alteza parece estar experimentando el
mismo dilema en este preciso instante.
Mi traicionera mirada se deslizó hacia la ventana. La luz de una antorcha
hacía brillar la pátina de sudor que Wrath se había ganado empuñando la
espada. Nuestras miradas chocaron al tiempo que el metal de su espada se
encontraba con el de Anir. Fauna tenía razón. Wrath parecía estar quemando
la magia de nuestro vínculo con el entrenamiento. Y estaba perdiendo la
batalla. No se molestó en ocultar su mirada.
Rápidamente, volví a enrollar la masa, usando más concentración de la
requerida.
No lograba olvidar la sensación de la daga deslizándose en su carne. Dejé
el rodillo a un lado y comencé con las natillas, obligando al crujido
silencioso del hueso a huir de mis pensamientos.
—Si me permites hablar con libertad, el favor que te ha concedido no es
precisamente pequeño.
—¿Qué favor?
—No insistir en que lleves el vínculo matrimonial hasta el final. Es lo
único de lo que habla todo el mundo.
Esperaba que el rubor en mis mejillas pasara por un efecto del calor de la
cocina. Fabuloso. Toda la corte estaba chismorreando sobre si nos
acostábamos o no.
—Lo que está claro es que en este reino os hace falta aprender la
diferencia entre elecciones y favores.
Se encogió de hombros.
—Algunos podrían argumentar que tú ya tomaste una decisión la noche en
que iniciaste el compromiso. En realidad, fue él quien no tuvo elección.
—Me cuesta creer que Wrath tolere que su corte discuta nuestros asuntos
personales.
—Tu posible futuro como la princesa de este círculo lo convierte en
asunto de todos.
—Yo…
—Nadie te culpa. Es solo que… tener un cogobernante otorga más poder a
la realeza. Nos protege de cualquier príncipe aburrido de otras casas. Esos a
los que les gusta causar problemas de vez en cuando. Los príncipes son
inmortales, y la mayoría de los demonios viven vidas extremadamente
largas, pero no para siempre. A la mayoría les preocupa que, si la corte entra
en guerra, nuestro príncipe no hará todo lo que pueda por el bien de nuestro
reino. Hay susurros de que puede estar debilitándose.
—Eso es ridículo —me burlé—. Es el príncipe más poderoso que he
conocido.
—No están poniendo en duda su poder, solo su corazón. Él podría
seducirte con bastante facilidad. Usar su influencia si fuera necesario. Y, sin
embargo, te está dando tiempo para que decidas por ti misma.
—Lo siento, pero tengo problemas para entender cómo es que os resulta
un concepto tan extraño. ¿De verdad creen los miembros de la corte que
debería obligarme a casarme con él? ¿O a que nos acostásemos en contra de
mi voluntad? En el mundo de los mortales, hay leyes contra ese acto
repugnante.
—No estaba hablando de violación, mi señora. Aquí esa práctica no es
tolerada, no sin que Wrath acabe con la vida de quien ose tomar a otro
contra su voluntad. —Fauna me miró—. No te sorprendas tanto. Puede que
los siete círculos estén gobernados por el pecado, pero hay algunos actos
demasiado depravados incluso para nuestro reino. El castigo por la violación
es la muerte. Impartida por la propia mano de Wrath. Te prometo que, si un
príncipe decidiera seducirte, especialmente el nuestro, elegirías meterte en
su cama por voluntad propia.
—¿Y la corte se pregunta por qué no está intentando tentarme?
—Entre otras cosas. —Se encogió de hombros cuando dejé de hacer las
natillas y se quedó mirando—. Considera esto: si un puño de su traje está
deshilachado, la corte empieza a hablar. Creen que, si un príncipe no puede
tener controlado algo tan simple como su ropa, no hay esperanzas de que se
preocupe por los que viven en este círculo.
—Deben de tener demasiado tiempo libre si cotillean sobre hilos sueltos.
—En realidad, nunca se trata de la ropa. Se trata del significado
subyacente, de por qué el príncipe no prestaría suficiente atención o no se
preocuparía por esos pequeños detalles.
Volví a pensar en lo ofendido que se había sentido Wrath con aquella
camisa vieja del mercado que le había dado. En su momento me había
parecido un arrogante que no estaba acostumbrado a usar la ropa campesina.
Ahora sabía que era debido a algo mucho más profundo: si alguien de aquel
reino lo hubiera visto, habría cuestionado su gobierno.
—Un gobernante distraído es peligroso, Emilia. Es señal de debilidad.
Hace que los habitantes de su casa se pregunten si deberían buscar nuevas
alianzas.
Y los príncipes del infierno codiciaban todo el poder. Wrath debía de
morirse de ganas de completar el vínculo. Pero estaba renunciando a la
seguridad de su casa, a ese poder adicional y a los rumores de la corte, todo
para que yo pudiera tener lo único que codiciaba por encima de todo:
capacidad de elección.
—Mencionó algo acerca de que también se requería una ceremonia. Si
nosotros —inhalé profundamente—, si…
—¿Hicierais el amor de forma dulce, apasionada y llena de lujuria? —me
ayudó Fauna con rostro inocente—. ¿Si os devorarais el uno al otro hasta las
primeras horas de la mañana? ¿Si gritarais el nombre del otro mientras él te
inclina hacia delante y…?
— … sí. Eso. Nuestro matrimonio no estaría completo hasta que también
se llevara a cabo la ceremonia, ¿correcto?
—Correcto.
Fauna sonrió como si hubiera estado al tanto de la dirección en la que
habían viajado mis pensamientos.
—Más allá de lo que haya ocurrido entre ambos en el pasado, no dudes de
él ahora. Debe de respetarte lo suficiente como para condenar a su propia
corte. No importa que sea durante un periodo fugaz.
Me fijé en que no había dicho nada acerca de que él se preocupara por mí
o me amara. Me pregunté si tener un marido que me respetara compensaría
la ausencia de las otras dos cosas. Tal vez mi sitio estuviera en la casa de la
Avaricia. No pensaba que fuera a conformarme con un matrimonio que no
contuviera las tres cosas.
Y lo que era más problemático aún… No estaba segura de cuándo había
empezado a considerar tomar a Wrath como esposo. Ya estaba en el
inframundo. Pronto conocería a todos los príncipes y tendría la oportunidad
de descubrir algunos de sus secretos. No necesitaba casarme. Y no
importaba cuáles pudieran ser mis sentimientos en aquellos momentos, no
abandonaría a mi familia por nadie. Mientras me concentrara en eso, todas
mis nociones románticas se desvanecerían.
Con suerte.

Bien entrada la noche, llegó una nota escrita del puño y letra de Wrath.
Consideré ignorar su petición o elegir un par de pantalones y una blusa
solo para demostrar que no mandaba sobre mí ni me poseía. Pero actuar por
despecho no era el camino que quería recorrer.
No importaba lo satisfactorio que hubiera sido ver el brillo de la
incredulidad en su exigente cara de demonio; al final, sus lecciones me
beneficiarían.
Y en aquel momento, estaba dispuesta a aprovechar todas las ventajas que
pudiera. El Festín del Lobo se acercaba a una velocidad alarmante, y estaría
preparada para enfrentarme a los demonios en su campo y a aplastarlos en
su propio juego. De la forma más elegante y traicionera imaginable.
Con un suspiro, arrojé la nota a las llamas y fui a vestirme para mi
entrenamiento con Wrath.
VEINTE
—En cuanto empieces a sentir la caricia de la
magia, debes agarrar con fuerza tus propias emociones y no
soltarlas. Gravitas hacia la ira de forma natural, de modo que
úsala al principio si es necesario.
Wrath daba vueltas a mi alrededor en la sala de armas, con
un brillo depredador en sus ojos mientras recorría mi vestido
con atención. Un cazador consumado acechando a su presa.
Poco sabía que él no era quien había tendido aquella trampa en
particular. Y que tampoco saldría victorioso.
Estaba claro que esa noche era más bestia que hombre, en
especial en lo que se refería a asuntos relacionados con la
batalla.
Con unos pantalones de cuero ceñidos y una armadura sin
mangas a juego que se abrochaba por delante, esa noche
parecía haberse transformado. Aquel no era el príncipe bien
educado que presidía una corte demoníaca. Aquella era una
criatura hecha para la pelea. Y el primer vistazo que obtenía yo
del guerrero con cicatrices de batalla, aparte de su
entrenamiento anterior con Anir.
Sus dientes relucieron en una pobre imitación de una
sonrisa, aumentando mis sospechas de que en aquel instante
era puro animal. Y de que le gustaba. Dejé que mi mirada lo
recorriera entero. Puede que a mí también.
—Lo sentirás como un susurro a través de tu piel. Lo
bastante sutil como para que sea apenas perceptible. Tu libre
albedrío es lo único que necesitas recordar. No sucumbirás
ante nadie si eliges no hacerlo.
El ambiente entre nosotros estaba cargado. Después de que
me hubiera obligado a apuñalarlo, nuestra relación no se
encontraba en un punto demasiado amistoso, y tampoco
estábamos totalmente consumidos por el odio. Dado que su
aspecto era el de la Guerra y el mío el de la Seducción, las
cosas podrían ponerse interesantes durante aquella lección.
—Entonces, lo que estás diciendo es que me concentre en mi
mente y en mi voluntad. O que me imagine matándote para
mantener el control sobre mis propias emociones. Eso debería
ser bastante fácil. —Sonreí—. Si esta noche domino la lección,
creo que deberías acceder a arrastrarte ante mí. De hecho, me
encantaría verte de rodillas, rogando.
Su mirada se desvió hacia mi corpiño.
La parte delantera estaba decorada con un conjunto de
diminutas cintas. No albergaba ilusiones en cuanto a lo que
había planeado para tal vestido, sobre todo si nuestro
entrenamiento iba a parecerse en algo a la última sesión. Sin
duda usaría su influencia demoníaca sobre mí para que
deshiciera todos y cada uno de los lazos. No me detendría
hasta estar de pie delante de él, vestida solo con la ropa
interior de encaje que llevaba debajo.
O tal vez, esos fueran mis propios deseos secretos aflorando.
Había elegido esa ropa interior en particular con sumo
cuidado.
—Es a Greed a quien le interesan las apuestas. A mí, no.
—Sin embargo, parece que tu orgullo recibirá una estocada
si gano. Por eso no te arrodillarás ante mí. Quizá no puedas
soportar la idea de rendirte ante alguien. Incluso aunque se
trate de tu posible futura esposa.
—No te equivoques, Emilia. Cuando me arrodille ante ti,
será para conquistar, no para rendirme. Si tienes alguna duda,
disfrutaré demostrándote lo equivocada que estás. Ahora
desabróchame la armadura.
En su declaración entremezcló una orden mágica.
Sentí la ligera sensación de hormigueo que había descrito
cuando su influencia demoníaca trató de tomar el control de
mis emociones para doblegarlas a la voluntad del príncipe
demonio. Había recorrido la mitad de la sala de armas antes de
librarme de su pecaminoso influjo. Una pequeña oleada de
emoción me recorrió entera. No necesitaba mi magia para
luchar contra él. Solo mi voluntad.
—Desabróchame la armadura, ahora. Luego lleva tu arma
hasta mi cinturón.
Esa vez, Wrath usó toda la fuerza de su poder. La magia me
acarició, me instó a seguir adelante. Desaté su armadura y la
deseché en cuestión de segundos.
Deslicé la mano bajo mi vestido y saqué la daga escondida
allí en un movimiento veloz. La hoja estaba ya en su cinturón
cuando me resistí.
Wrath apretó la boca en una línea firme.
—Estás distraída.
—Vete a saber por qué. —Fingí pensar en ello—. Tal vez
tenga algo que ver con la invitación que he recibido para el
Festín del Lobo. He oído que las fiestas de Gluttony son
legendarias por su libertinaje.
—La mayoría de las reuniones están cargadas de pecado y
vicio. Es lo habitual en este reino y el motivo de que estemos
entrenando. Pero eso no es lo que te preocupa.
—Pensé que iba a tener voto en la decisión de dónde
organizar la fiesta. —Jugueteé con la daga—. Yo no… No es
que arda en deseos de que llegue el momento.
—Para entonces, serás capaz de sentir cualquier
manipulación emocional. Y estarás preparada para liberarte de
su influencia en caso de que alguien se comporte de forma
inadecuada.
—Tampoco es eso.
Estudió mi rostro.
—No será agradable, pero no será lo peor que vivirás.
—Como siempre, tu habilidad para calmar los nervios es
excepcional. —Negué con la cabeza, luego me incliné para
volver a guardar la daga en la vaina de mi muslo—. Yo… no
es solo por el miedo que me van a arrancar.
—Mis hermanos no te harán daño.
—No sé bailar.
Enarcó las cejas.
—No te obligarán a bailar si no quieres.
No lo miré a los ojos. Bailar me daría la oportunidad de
pasar tiempo con cada uno de sus hermanos. Imaginé que
habría un poco de conversación involucrada, y no quería que
mi falta de refinamiento fuera un impedimento para mi misión.
Como ya no podía intentar hechizar el vino, bailar y tomar un
refrigerio después sería la oportunidad perfecta para conversar.
—Es probable que tengas razón. —Me obligué a sonreír—.
Es una tontería preocuparse por eso.
Wrath no respondió de inmediato. Ladeó la cabeza hacia un
lado, con los ojos entrecerrados.
—Bailaste en la hoguera la noche que te encontraste con
Lust. Estuviste magnífica entonces. No veo por qué ibas a
tener problemas con un vals.
Me encogí de hombros y devolví la atención a la mesa que
teníamos cerca. Sobre ella, había varias dagas extrañas
formando una hilera ordenada. Eran de color negro con una
larga hendidura en el centro de la empuñadura y la hoja.
—Cuchillos arrojadizos de veinte centímetros. —Wrath se
acercó a la mesa y seleccionó uno de los cuchillos—. Son de
acero macizo sin mango para dificultar el agarre y tienen más
peso en la parte delantera para que el lanzamiento sea más
preciso. ¿Te gustaría practicar?
Pasé un dedo por el frío metal.
—Sí.
—Sujétalo por el mango. Trabajaremos tu técnica de giro.
Lo sostuve por el mango y apunté a la diana de madera que
Wrath me indicó en el otro extremo de aquella zona de la sala
de armas. Voló por el aire, impactó a la izquierda del centro y
cayó al suelo. El príncipe demonio asintió y me entregó otro
cuchillo.
—La hoja no se ha clavado porque estás demasiado cerca.
—¿Cómo puedes saber eso?
—Cuando gira, si la cuchilla está inclinada hacia abajo al
caer, eso indica que debes dar un paso atrás. La mitad del arte
de lanzar cuchillos y hacer que alcancen el objetivo está
relacionado con el lugar desde el que lo lanzas.
Cambié de postura, luego repetí los pasos. Esa vez, el
cuchillo impactó a la derecha del círculo rojo y se quedó
clavado. Experimenté una intensa sensación de euforia.
Extendí la mano, esperando el siguiente cuchillo, y me
sorprendió sentir los dedos de Wrath envolviendo los míos en
vez de eso. Retorcí la mano, confundida.
—¿Qué…?
—Vamos a empezar una nueva lección. —Me acercó a él
con suavidad—. Ponme una mano en el hombro. Y agárrate un
poco a mí con esta. Bien. —Colocó nuestros cuerpos en
posición y luego se enderezó por completo—. Los pasos son
sencillos. Vamos a bailar dibujando una caja. Da un paso hacia
atrás apoyando la parte delantera del pie derecho y sigue con
el izquierdo. Mantenlos a unos treinta centímetros de distancia
mientras nos movemos.
—No podemos bailar aquí.
—Por supuesto que podemos.
Formábamos una extraña pareja. Sin su armadura, Wrath
llevaba el pecho desnudo y sus pantalones de cuero se
ajustaban a su forma, mientras yo vestía seda carmesí. A él no
parecía importarle. Actuaba como si también llevara el mejor
traje de noche.
El príncipe guerrero me guio lentamente paso a paso, con
una separación entre nosotros que equivalía al ancho de los
hombros, mientras nos deslizábamos hacia atrás, hacia los
lados y hacia delante en una interpretación libre de lo que era
una caja.
Observé nuestros pies, preocupada por pisoteárselos o
enredarme en sus piernas.
—Levanta la barbilla para que puedas mirarme a los ojos
con adoración. —Sonrió cuando fruncí el ceño—. Quiero que
te concentres en lo guapo que soy y en el talento que tengo
para bailar y matar, y te olvides de todo lo demás. Excepto de
lo mucho que ansías besarme.
No pude evitarlo, me reí.
—Eres incorregible.
—Quizá. —Bajó la voz hasta transformarla en un susurro
seductor mientras su mano se deslizaba hacia la parte baja de
mi espalda y me acercaba un poco más a él—. Pero ahora estás
bailando como una diosa.
Su calidez, su alabanza, el músculo duro bajo las yemas de
mis dedos… Todo ello me impulsaba a acercarme más a él.
Wrath colocó los labios contra mi oreja.
—Estás…
—¿Es que ahora esto es un maldito salón de baile? —Anir
estaba apoyado contra el marco de la puerta, de brazos
cruzados. Una sonrisa perezosa se extendió por su rostro
mientras pestañeaba—. ¿Enseñarás esta nueva técnica a todos
los soldados, alteza, o solo a los que somos atractivos?
Wrath apartó su mirada de mí, pero no cambió de posición
ni me soltó.
—Un buen luchador es experto en armas. Un gran luchador
es un hábil bailarín. Tal vez te nombre maestro de baile.
—Por emocionante que suene, traigo noticias. —Se impulsó
desde donde se había apoyado con aire desinteresado, su
expresión era seria de repente—. Es el mortal.
Wrath se puso tenso.
—¿Qué ha pasado?
La mirada de Anir se deslizó hacia mí.
—Ha preguntado por Emilia.
VEINTIUNO
Esperaba que las mazmorras de la casa de la Ira
fueran subterráneas. Una oscuridad interminable rota solo por
los escasos haces de luz de unas antorchas colocadas a lo largo
de unos inhóspitos pasillos. Piedras húmedas por la orina y
otros malos olores procedentes de los olvidados y los
condenados impregnaban la esencia misma del espacio. Gritos
de almas torturadas lo bastante abominables como para
encontrarse prisioneras en el infierno. Me había convencido a
mí misma de que los lamentos que había escuchado en los
jardines se originaban en las celdas.
La realidad era muy diferente.
Subimos una amplia escalera de piedra en el interior de una
torre; el aire era fresco y limpio, y la luz entraba a través de
una serie de ventanas arqueadas ubicadas en lo alto. Una
hermosa puerta de madera nos recibió en la cima. No había
guardias fuera. No había armas apuntando al asesino que
aguardaba, más allá de los pálidos muros de piedra, su
audiencia con el príncipe y la posible futura princesa de
aquella casa del pecado.
Le eché a Wrath una mirada incrédula.
—¿Lo has dejado desprotegido?
—La puerta está cerrada con magia. Y también se cierra
desde fuera. —Apoyó la palma de la mano sobre la madera y
esta se abrió—. Está hechizada para que se abra ante nosotros
dos.
Parpadeé muy despacio. Parecía haber perdido la capacidad
de hablar. O Wrath confiaba en mí más de lo que dejaba
entrever, o no me consideraba una amenaza. Era una tontería
por su parte subestimarme.
Entré en la habitación y me detuve.
Antonio estaba sentado en una lujosa silla de cuero, con un
libro apoyado en el regazo y una taza humeante de lo que
parecía ser té en una mesa baja junto a él. Tenía una manta
extendida sobre las piernas. Se alojaba en una alcoba con
vistas a las montañas nevadas del reino. Un río de ébano se
deslizaba por el terreno como una serpiente gigante. El paisaje
era impresionante, y la habitación era mucho mejor que su
dormitorio de la santa hermandad. Aquella celda era el colmo
de la comodidad.
No estaba segura de si había dejado de respirar.
Antonio levantó la mirada cuando llegamos, sus ojos
marrones eran cálidos y amistosos. El odio con el que me
había mirado en el pasado había desaparecido. El asco.
—Emilia. Has venido.
Una abrumadora oleada de ira se apoderó de mí al ver su
sonrisa. Al oír el tono suave de su voz. Allí estaba la espada
humana que había matado a mi gemela, pasando el rato con un
libro y una bebida caliente. Como si estuviera tomándose un
agradable respiro de la santa hermandad en lugar de estar
sufriendo por sus crímenes. Wrath había sido inteligente,
después de todo, al ocultarme su ubicación.
Ya había recorrido la mitad de la habitación cuando los
brazos de Wrath me rodearon la cintura y me levantaron por
los aires. El contacto hizo poco para calmar el fuego en mis
venas.
Pataleé, intentando asestar un golpe al despreciable humano.
—¡Suéltame de una vez! ¡Voy a matarlo!
Wrath me sostuvo contra su cuerpo sin cuartel. Me enfrenté
a él, salvaje, con una furia que escalaba más allá del control o
de la razón. En el fondo de mi mente, sabía que mi reacción
era exagerada, pero había perdido la capacidad de ser
razonable.
Lo veía todo rojo.
El rojo de la ira y el tono carmesí de la sangre de mi gemela,
formando charcos en el duro suelo. Mancharme las manos al
resbalar con ella y perder cualquier sensación de paz que me
quedara. Ahora sería yo la que se lo arrebataría todo hasta que
no le quedara nada. Hasta que se enfrentara al mismo destino
que Vittoria. Le arrancaría su corazón maldito del pecho con
los dientes, si fuera necesario.
Antonio dejó caer el libro y se hundió en la silla, con los
ojos muy abiertos. Lo único que se interponía entre él y un
ataque feroz era el demonio. Había cierta ironía en aquello.
—¿Recuerdas lo que te he dicho sobre tu ira, mi señora?
La voz baja del príncipe tenía un toque burlón que apagó el
infierno ardiente que era mi ira. Las ganas de resistirme
abandonaron mi cuerpo, solo para ser reemplazadas por un
tipo diferente de tensión.
Sin dejarme ir, Wrath nos llevó hasta el pasillo y cerró la
puerta de una patada detrás de nosotros. Con cuidado, me dejó
de pie en el suelo, con la espalda contra la piedra fría, y sus
brazos colocados a cada lado de mi cuerpo como quien no
quiere la cosa.
Un destello de diversión brilló en sus ojos cuando lo fulminé
con la mirada.
—Domina tu temperamento o ya volveremos a intentarlo
mañana.
—Esto era una prueba.
—Y tu fracaso ha sido estrepitoso.
Tal como él había supuesto. Respiré hondo por la nariz,
luego exhalé por la boca. Tal como había hecho él la noche
que habíamos discutido por las calaveras encantadas. Repetí el
ejercicio dos veces más antes de que mis emociones se
calmaran.
—Ya estoy tranquila.
La comisura de su boca se curvó hacia arriba.
—Me parece fascinante que sigas mintiéndome a la cara
cuando sabes muy bien que puedo detectar la falsedad. La
rabia propicia estrategias de batalla que acaban en desastre. Si
no puedes controlar tu furia, corres el riesgo de salir herida.
—De acuerdo. Ya estoy más tranquila. Aunque no por
mucho tiempo si no dejas de darme con un palo.
—Eso crea bastantes imágenes mentales.
Y tal como él pretendía, de repente ya no estaba pensando
en matar, en mi enfado o en la rabia que sentía. En mi cuerpo
latía un nuevo pulso que poco tenía que ver con mi corazón.
Mi mirada recayó en sus labios traviesos, me fijé en la
tentadora curva que describían. Wrath no había usado ni un
gramo de magia o influencia. Aquel estado de lujuria me
pertenecía solo a mí. Y a aquel reino y nuestro incitante
vínculo matrimonial.
O tal vez él no fuera el único cuya ira se convertía
rápidamente en pasión.
Puede que también fuera un afrodisíaco para mí.
—Eres de lo más inapropiado.
—Mentira. —Wrath se movió despacio y pegó su cuerpo al
mío. El contacto físico fue una distracción más que bienvenida
de la ira que todavía hervía a fuego lento en mi interior. Me
concentré en el demonio, en aquel calor que no se originaba en
la furia—. Soy tu prometido. Y una encarnación viva del
pecado, como me llamaste una vez. Es de esperar una cierta
cantidad de comportamiento inapropiado. En especial cuando
la futura princesa de la casa de la Ira es tan atractiva.
—Eres un bárbaro. Acabo de intentar asesinar a un hombre.
—Precisamente por eso. —Me presionó la mejilla con sus
labios—. ¿Estás lista para volver a intentarlo?
—¿Para volver a intentar asesinarlo?
—Yo te sugeriría una conversación, pero eres libre, como
siempre, de elegir tu camino.
—Entonces, asesinato, o al menos una buena paliza.
—Inténtalo. —Esa única palabra estaba impregnada de
desafío—. Acabaremos aquí otra vez.
Como si eso fuera a disuadirme.
—¿Confías en mí?
—Es más importante que confíes en ti misma. —Se apartó
de la pared—. Solo tú puedes decidir cómo seguir adelante.
¿Qué te gustaría hacer?
Una pregunta peligrosa. Quería rajar al asesino por la mitad,
desde la tripa a la garganta, y observar cómo sus entrañas,
apestosas y humeantes, caían al suelo. Esa respuesta no haría
que volviera a entrar. Y sin importar cómo me hubiera sentido
momentos antes, no quería convertirme en alguien a quien yo
misma no pudiera respetar. Asesinar a un hombre, incluso a
uno que había matado violentamente a mi gemela, solo me
pondría a su nivel. Por eso Wrath me había hecho clavarle la
daga la noche anterior.
Sabía cómo me sentía al herir a alguien. No me mancharía
las manos de sangre. Ese día.
Wrath esperó en silencio, dándome tiempo y espacio para
decidir mi próximo movimiento. Su expresión era la más
amable posible, sin emitir ningún juicio. No veía ningún
indicio de lo que estaba pensando.
Roté los hombros para liberar la tensión.
—Estoy lista para interrogarlo sobre mi hermana.

—Emilia. —Antonio se puso de pie de un salto—. Me alegro


de verte.
Su tono indicaba que lo que en realidad quería decir era:
«Me alegro de ver que ya no gruñes y pataleas como una
bestia rabiosa que intenta arrancarme la garganta».
Sin embargo, la reunión acababa de empezar. Había tiempo
de sobra para gruñir e intentar morder. La correa que me había
puesto ya empezaba a resbalárseme. No le devolví su sonrisa
insegura. Solo porque había decidido no destriparlo, eso no
significaba que volviéramos a ser amigos.
Entré con cuidado en la pequeña cámara de la torre y sentí
que Wrath me seguía de cerca. Por lo visto, su confianza tenía
límites. Demonio inteligente.
—¿De verdad? Suponía que al principio sería como
sostenerle la mirada a una de tus víctimas. Solo para descubrir
que, después de todo, no estaba muerta.
Se produjo un instante de silencio que creó un ambiente
incómodo.
—No puedo… Las palabras y las disculpas nunca serán
suficientes para compensar lo que te hice.
—Lo que le hiciste a Vittoria.
—Por supuesto. —Se le movió la garganta al tragar saliva.
Casi creí que la emoción era real—. He estado tomando un
tónico. —Señaló la taza humeante que había en la mesita—.
La matrona tiene talento para anular hechizos.
Me detuve en el centro de la habitación. Wrath era una
sombra que se cernía sobre mí en la periferia.
—¿Eso es lo que proclamas ahora? La magia es la
verdaderamente malvada, ¿no tu odio?
Antonio me observó con detenimiento mientras se recostaba
en su sillón. Su mirada no se desvió ni una sola vez hacia el
príncipe demonio que tenía a mi espalda. Él no sabía que yo
era incapaz de usar magia, que mis amenazas eran todo
ladridos y ningún mordisco. Su miedo provocó algo en mí. Me
hizo querer golpear más fuerte.
—¿Recuerdas el viaje que hice a aquel pueblo? ¿Ese donde
afirmaban que una diosa estaba de celebración con los lobos
en el reino de los espíritus y enseñándoles formas de
protegerse del mal?
—Déjame adivinar —empleé un tono gélido—. ¿Afirmas
que una diosa descendió de verdad sobre ese pueblo y fue la
que te maldijo?
—Emilia, Dios mío. —Parecía ofendido—. Yo no…
—¿Esperabas perdón? ¿Una misericordia inmerecida?
Asesinaste a mi gemela. Mataste a otras mujeres inocentes. En
lugar de asumir la responsabilidad de tus actos, me estás
contando chismes supersticiosos. Unos a los que estabas más
que feliz de tildar de tontos e infundados, si mal no recuerdo.
Admite la verdad de lo que hiciste, tus errores, y no me hagas
perder el tiempo con cuentos populares antiguos o más
mentiras.
Giré sobre los talones y me dirigí de nuevo a la puerta. No
confiaba en la creciente oscuridad de mi interior. Wrath se hizo
a un lado y me dejó pasar; su expresión aún era ilegible.
Me di la vuelta en el umbral y miré al hombre al que alguna
vez creí amar. Qué joven y tonta había sido en aquel entonces.
Antonio había dedicado su vida a la orden sagrada y nunca
sería ni la mitad de honorable que el príncipe del infierno que
estaba de pie a su lado.
—Cuando recuperes todos tus recuerdos, o lo que sea eso
con lo que la matrona está ayudándote, manda que me llamen.
Pero si vuelves a mentirme, vendré a por ti. Te arrancaré el
corazón y se lo daré de comer a los sabuesos del infierno.
Wrath no puede hacer guardia y protegerte para siempre.
Antonio apretó los labios.
—Sé que debo ganarme tu perdón. Por favor, Emilia. Por
favor, vuelve pronto a visitarme. Déjame demostrar que soy
digno de confianza.
El infierno ya estaba congelado, así que no señalé que sería
necesario que se descongelara y transformara en el jardín del
Edén para que yo volviera a buscar su amistad de forma
voluntaria.

Dejé a Wrath en la torre, corrí de regreso a mis aposentos y,


una vez allí, me dirigí sin dudar al cuarto de baño. Necesitaba
absorber la experiencia de estar en la sucia presencia de
Antonio. Había conseguido llegar al taburete de cristal junto a
mi tocador cuando escuché un leve golpe.
—Adelante.
—Mi señora, soy Harlow, debo atenderos cuando necesitéis
ayuda.
Levanté la vista desde donde estaba sentada, recogiéndome
la larga melena. Una joven sirvienta demoníaca —con piel
color lavanda y cabello color nieve— estaba en la entrada
hecha un manojo de nervios. Inspiré hondo y solté el aire. Me
negaba a dejar que mi malhumor me estropeara el resto de la
velada.
—Encantada de conocerte, Harlow. Pero no tienes por qué
preocuparte. Puedo prepararme el baño yo sola. —Se mordió
el labio y sus ojos se dirigieron a la bañera hundida en el suelo.
Me pregunté si mi negativa sería interpretada como un insulto
en lugar de como un intento de ser amistosa. Me obligué a
sonreír—. Me encantaría que añadieras algunos aceites y jabón
al agua.
—Ahora mismo. —Harlow entró corriendo al baño y se le
iluminó la expresión—. Iré a buscar un paño de lino y lo
dejaré a un lado para que os podáis secar después del baño,
lady Emilia.
—Gracias.
La criada hizo una rápida reverencia y luego salió de la
habitación. Sabía que Wrath había dicho que los sirvientes no
esperaban que les dieran las gracias por hacer su trabajo, pero
resultaba extraño ignorar los esfuerzos de alguien por
proporcionar comodidad. Ella se ocupó del agua, extendió la
toalla de lino y luego me dejó sola y en silencio.
Dejé resbalar la bata de seda por mis hombros y la colgué en
un gancho de cristal cerca del tocador. Las velas del
candelabro parpadearon con mis movimientos, añadiendo
cierta sensación de serenidad al ambiente ya encantador del
cuarto de baño.
Después del estallido de furia provocado por Antonio que
me había consumido todo pensamiento racional, aquello era
justo lo que necesitaba. Era el momento de limitarme a
respirar, ponerme a remojo y dejar ir la ira que sentía.
Descendí al agua tibia mientras los aceites perfumados se
elevaban con el vapor. Entre el dolor provocado por las
lecciones con Anir y la tensión que se había apoderado de mi
cuerpo a causa de Antonio, al meterme en el agua me sentí
como en el cielo.
Me sumergí hasta el cuello y me apoyé en el borde de la
enorme bañera. Intenté despejar mi mente y mis emociones.
Cada vez que reproducía lo que había dicho Antonio sobre la
diosa y los cambiaformas, sentía que esa inquietante ira
asesina estallaba.
Una vez que pasó la furia inicial, intenté analizar sus
palabras. No le creía. Pero quizá no había sido influenciado
por un demonio. Era posible que una bruja se cruzara en su
camino y fingiera ser una diosa. ¿O se trataba de dos mortales
influenciados por la magia demoníaca? Quizá la persona que
se había mostrado ante él como el ángel de la muerte había
sido otra víctima. Sería inteligente por parte del demonio que
Antonio nunca le viera la cara. Entonces nunca sería capaz de
identificarlo.
Después de mis lecciones con Wrath, sabía lo difícil que era
luchar contra un ataque mágico, pero el perdón y la compasión
seguían fuera de alcance. Una parte de mí odiaba admitirlo,
incluso ante mí misma. Al ponerme tan furiosa… había
sentido como si dejara mi cuerpo y todo sentido de la
humanidad se desvaneciera, reemplazado por la ira más
elemental. Me hundí en la bañera, agotada tanto emocional
como físicamente.
Debí de quedarme dormida, el crujido de la puerta al abrirse
me despertó.
No oí pasos ni ruidos que indicaran el regreso de la criada.
Una sensación incómoda hizo que me hormigueara la piel.
No estaba sola en el baño.
Alguien me estaba mirando. Alguien que no se había
identificado.
—¿Harlow?
Un trozo de lino me rodeó el cuello y apretó. Mis dedos
volaron hacia la tela mientras el flujo de aire hacia mis
pulmones se veía interrumpido. Me retorcí en la bañera,
salpicando agua en violentas olas. Un sonido estrangulado
escapó de mis labios, pero no lo bastante fuerte como para
alertar a nadie del intento de asesinato. Me ardía la garganta,
veía manchas blancas en las esquinas. El pánico me hizo dar
sacudidas.
Entonces recordé lo único que no me había quitado para
bañarme.
Mi mano se sumergió bajo el agua a toda velocidad y
emergió con la daga que Wrath me había regalado.
Con un estallido final de energía, eché el brazo hacia atrás y
sentí un júbilo salvaje cuando la hoja se hundió en la carne
blanda de mi atacante. El intruso jadeó y soltó el lazo
improvisado.
En los segundos que tardé en arrancarme la tela de la
garganta y darme la vuelta, había desaparecido. La única señal
de que algo había sucedido era la obscena cantidad de gotas de
sangre que conducían a la puerta. Con calma, me incorporé y
me puse una bata. A continuación, llamé a un sirviente para
que trajera a Wrath. Durante todo ese rato, el pulso me latía
con fuerza en los oídos. Alguien había intentado asesinarme.
Y yo lo había apuñalado. En algún lugar vital, a juzgar por
la cantidad de sangre que había en el suelo.
No pude reunir ni un solo gramo de arrepentimiento. O tal
vez solo me sintiera entumecida por la conmoción.
Sin embargo, hubo un detalle que no me pasó por alto.
Gracias a la maldición de Envy tras robarle el libro de
hechizos, no tenía magia con la que defenderme del ataque.
Ningún poder aparte del golpe físico que había asestado con la
daga. Lo que significaba que quienquiera que hubiera acudido
a asesinarme tampoco tenía magia que invocar. De haber sido
así, yo no estaría en pie en aquel momento.
Wrath apareció en medio de una nube de humo y una luz
negra brillante, la ira grabada en su expresión helada.
—¿Estás herida?
—No. —Señalé la sangre del suelo—. Pero no puedo decir
lo mismo del agresor.
Wrath me escrutó primero, centrándose en mi cuello. Su
expresión se volvió tormentosa. Imaginé que empezaba a
salirme un moretón. Los mismísimos cimientos del castillo
vibraron.
—¿Quieres acompañarme?
Me miré las manos, la daga que aún sostenía, cubierta de
sangre. Tal vez me hiciera parecer débil, pero no me atrevía a
ser testigo de lo que estaba a punto de ocurrir. Negué con la
cabeza, sin mirar a Wrath a los ojos. Si hubiera una casa de la
Cobardía, probablemente sería la reina.
—Se necesita una fuerza enorme para reconocer los propios
límites, Emilia. —Su mano me acarició desde la sien a la
barbilla, luego me la levantó con suavidad para que pudiera
mirarlo—. Un verdadero líder delega. Tal como estás haciendo
ahora. Nunca dudes de tu coraje. Yo no lo hago, de eso no
tengas dudas.
Mientras apartaba la mano de mi cara, Wrath por fin miró la
sangre.
Se acercó a ella, un depredador todopoderoso en plena caza,
y no pronunció ni una palabra más antes de desaparecer, con la
daga de su casa agarrada en una mano y aspecto de ser una
pesadilla hecha carne.
Y para quienquiera que me acabara de atacar en su casa,
supuse que eso era exactamente lo que se disponía a ser. Que
las diosas concedieran al atacante una muerte rápida, porque
Wrath ciertamente no lo haría.
VEINTIDÓS
Tomé una hogaza de pan de una bandeja recién
horneada y me la llevé hasta mi enorme tabla de cortar de
madera. Dos cabezas de ajo, un pellizco generoso de albahaca,
pecorino, piñones y aceite de oliva acabaron también en mi
espacio de trabajo. El cocinero estaba terminando cuando
llegué, y me informó que Wrath había llevado aquellos
ingredientes del mundo mortal para mí.
Al parecer, también había comprado semillas y las había
plantado en el invernadero del castillo, así que tenía a mi
disposición todas las hierbas que me eran familiares. Una
pizca de magia había sido de ayuda, según el cocinero, y había
todo un botín esperándome cuando decidiera visitar el jardín
interior.
Rebusqué en la fresquera y saqué un trozo de lo que parecía
ser queso de cabra, y luego me puse un delantal que había
encontrado colgado de una percha junto a un ejército de
sábanas limpias.
Cocinar me relajaba. Cuando estaba en una cocina, mis
problemas se desvanecían. Solo estábamos el plato y yo; los
aromas, los sonidos y la satisfacción de crear algo nutritivo y
delicioso superaban a todo lo demás. No había asesinatos. No
perdía a ningún ser querido. No había mentirosos ni gente que
guardara secretos. Me olvidaba de los intentos de asesinato y
de los matrimonios propiciados por un hechizo que salía mal.
Sentía alegría, paz. Y la serenidad era algo que necesitaba con
desesperación en aquel momento.
Corté la parte superior de una cabeza de ajo para exponer
todos los dientes, rocié aceite de oliva por encima y los metí
en el horno. Me concentré en la albahaca, los piñones, el ajo y
el aceite de oliva.
Cortar, mezclar, verter todo mi amor y energía en la salsa,
borrar el resto de la noche de mis pensamientos. No estaba en
proceso de negación, solo buscaba un breve respiro.
Acababa de terminar de preparar el pesto cuando sentí su
presencia. Seguí trabajando, esperando a que él hablara. No
sabía si deseaba que hubiera encontrado a mi atacante o si de
repente quería fingir que aquello no había sucedido en
absoluto. Tras varios momentos, por fin levanté la mirada.
—¿Hay algo que necesites decirme?
Wrath estaba más cerca de lo que pensaba. Se había apoyado
en el extremo de la mesa en la que yo trabajaba, con los brazos
y los pies cruzados. La viva imagen de la calma desenfadada.
Me di cuenta de que se había cambiado de camisa y de que
tenía el pelo ligeramente húmedo.
—Es poco lo que necesito. Pero mucho lo que quiero.
—No pienso volver a esa habitación esta noche.
—No te he pedido que lo hicieras. —Se enderezó y se
movió hasta situarse a mi lado, donde señaló con la cabeza
hacia la barra de pan—. ¿Puedo ayudar?
Lo miré por el rabillo del ojo.
—No queda mucho por hacer, pero puedes servir un poco de
vino para ambos. Un tinto estaría bien.
—Pues vino tinto será.
Se fue y volvió un instante después, botella y copas en
mano. Rebuscó en la fresquera y sacó lo que parecía ser un
cuenco con moras. Después de descorchar la botella, añadió
algunas bayas a cada copa y luego colocó la mía al lado de
donde estaba cortando el pan.
Puse las rebanadas de pan en una bandeja para hornear y
rocié aceite de oliva por encima. Las metí en el horno y ajusté
el pequeño temporizador antes de tomar un sorbo de vino.
Wrath chocó mi copa con la suya, su mirada reflejaba que
estaba contento.
—Que siempre lo celebremos después de haber derramado
la sangre de nuestros enemigos.
Le sonreí por encima del borde de mi copa.
—Eres un bárbaro.
—Te has defendido. Si estar orgulloso me convierte en un
bárbaro, que así sea.
—¿Crees que lo he matado?
Hizo girar el líquido en la copa y no desvió la mirada de
ella.
—¿Importaría si lo hubieras hecho?
—Por supuesto que importa. No quiero ser una asesina.
—No es lo mismo defenderse que atacar sin causa ni
motivo.
—Lo cual, por tu negativa a responder, asumo que significa
que lo maté.
—La carga de la muerte de ese demonio no recae sobre tus
hombros, Emilia. —Wrath dejó su copa y me miró a los ojos
con expresión severa—. Recae sobre los míos. —La sonrisa
que curvó las comisuras de su boca no era cálida o amistosa.
Era fría, calculadora. Estaba diseñado para asustar, invocar al
miedo y seducirlo—. Aquí estoy, la esencia misma del mal y el
pecado. ¿Soy el monstruo que tanto temías?
Lo miré, lo miré de verdad. En su rostro no se veía ninguna
señal clara de sus emociones, pero había algo en la forma en
que había hecho la pregunta que me hizo formular mi
respuesta con sumo cuidado. Él no quería que yo pensara que
era un monstruo.
Y, maldita fuera la diosa, no era eso lo que pensaba de él. Lo
miré a los ojos y le sostuve la mirada.
—¿Ha sufrido?
—No lo suficiente.
—¿Has podido sonsacarle alguna información?
Wrath negó con la cabeza.
—Le han cortado la lengua hace poco. Parece que fue por
elección propia, lo más seguro es que se tratara de una medida
preventiva por si lo atrapaban.
No sé qué locura se apoderó de mí, pero dejé mi vino en la
mesa y me moví hasta donde Wrath permanecía rígido, como a
la espera de un juicio. Despacio, como si me acercara a un
animal listo para echar a correr, le envolví la cintura con los
brazos y apoyé la cabeza contra su pecho.
Durante varios largos momentos, apenas respiró. Después,
sus brazos me rodearon, y su barbilla descansó sobre mi
cabeza. Nos quedamos allí, abrazados, hasta que el pequeño
reloj de cuerda abollado dio la hora. Incluso entonces, no lo
solté de inmediato. Aquel demonio, aquella encarnación viva
del pecado, era mucho más que el monstruo que se suponía
que era.
Me alejé poco a poco y me puse de puntillas para apoyar los
labios contra su mejilla en un beso casto.
—Gracias.
Sin darle la oportunidad de responder, fui a toda prisa hacia
el horno y saqué las tostadas y el ajo asado. Coloqué ambas
cosas en la tabla de cortar, luego agregué el trozo de queso de
cabra y el plato de pesto. Saqué dos platos pequeños y puse
algunos cuchillos de mantequilla cerca de cada elemento de la
tabla. Sonreí ante el resultado de mi trabajo, inmensamente
complacida con el resultado.
—Tendrás que servirte tú mismo, pero es fácil. —Tomé una
rebanada de pan tostado y unté algunos dientes de ajo asados
sobre él como si fueran mermelada—. Ahora, unta un poco de
queso de cabra sobre el ajo. Y al final —agregué una
cucharada generosa de pesto—, lo rematas con un poco de
pesto.
Wrath me observó trabajar, luego tomó una tostada e hizo lo
mismo con la suya. Le dio un mordisco y su atención se
deslizó hacia mí.
—Creo que esto me gusta casi más que los dulces que
hiciste.
—Eso es un gran elogio viniendo del rey de los cannoli. —
Le sonreí—. A veces, si sobra, añado un huevo escalfado para
el desayuno o el almuerzo. A Vittoria le gusta…
Me interrumpí de golpe y dejé mi tentempié a un lado.
Wrath me tocó el codo con suavidad y me devolvió al
presente.
—¿Qué pasa?
—La echo de menos.
—A tu gemela.
—Sí, desesperadamente. A veces, durante un segundo,
olvido que se ha ido. Y luego lo recuerdo todo. Una parte de
mí se siente fatal por olvidar. Y la otra parte quiere arremeter
contra el mundo. A veces es como si estuviera en guerra
conmigo misma y no supiera qué parte ganará.
—No tengo experiencia personal con la muerte, pero sé que
eso es lo normal para algunos mortales.
—Sí, pero me pregunto… —Lo miré a los ojos—. Desde su
asesinato, me han consumido la rabia y la ira. La intensidad de
esas emociones no me asusta, y eso sí me asusta. Yo no solía
ser así. Luego, esta noche… Esta noche, cuando ese demonio
ha intentado matarme, no estaba asustada. Estaba furiosa.
Quería infligirle dolor. Uno de mis primeros pensamientos
después de que pasara no ha sido de terror, sino de ira porque
nadie me ha enseñado magia oscura.
—Tu familia mortal debería haberte enseñado a protegerte.
Respiré hondo; ya que estaba, bien podía exponer todos mis
miedos. Después de los acontecimientos de aquella noche,
necesitaba purgar los sentimientos oscuros de toda mi persona.
—A veces me preocupa que no sea el diablo quien está
maldito, sino yo.
Wrath se quedó inmóvil.
—¿Por qué ibas a creer eso?
—Asesinaron a mi gemela. Atacaron a mi abuela. Envy
tomó a mis padres como rehenes. Y, sin embargo, ¿qué me ha
pasado a mí? Aparte del intento de asesinato de esta noche,
quiero decir. —Busqué respuestas en su rostro—. Puede que
esté maldita y que toda la gente a la que amo esté en peligro.
¿Qué pasa si yo soy el monstruo? ¿Uno tan violento, tan
terrible, que mi castigo es olvidar? ¿Qué pasa si las brujas que
fueron asesinadas empezaron a recordar? Puede que yo sea el
monstruo y ni siquiera lo sepa.
Wrath permaneció en silencio durante un rato tan largo que
acabó por ser incómodo. Cuando empezaba a sentirme tonta
por compartir tantos miedos con él, dijo con amabilidad:
—O tal vez todos estuvieran involucrados en actividades
con las que no deberían haber tenido nada que ver. Y tú eres la
que está recogiendo los pedazos que dejan atrás sus errores.

El vino de bayas demoníacas me goteó por la barbilla y se


derramó sobre mi vestido sin mangas, pero no dejé de beberlo
de la botella el tiempo suficiente como para molestarme en
limpiarme la cara. La sensación mágica que me tenía esclava
se desvaneció. Dejé la botella, contemplando seriamente la
posibilidad de arrojarla por encima de la mesa. Wrath me
dedicó una sonrisa de suficiencia.
Había hecho llevar a la sala de armas una gran mesa dorada
y dos sillas muy lujosas. Más tronos que no eran tronos. El
borde exterior de los asientos estaba rematado con serpientes
de metal, no del todo doradas o plateadas, sino algo a medio
camino.
Platos dorados a rebosar de frutas, postres, cuencos de crema
batida y otros alimentos opulentos y sabrosos ocupaban cada
centímetro de la superficie cubierta de tela. Algunos platos
albergaban montañas de comida tan altas que se volcaban y
todo acababa derramado en el suelo. Era un desperdicio
despreciable.
Negué con la cabeza.
—Esto es vergonzoso.
—Los cachorros se darán un festín digno de la realeza.
—Cachorros. —Resoplé—. ¿Te refieres a esos sabuesos del
infierno de tres cabezas?
—¿Tengo que recordarte que tú has pedido que
entrenáramos? Deja de evitar la lección.
—Considerando el hecho de que no bebo en exceso, no
estoy segura de qué se supone que debo aprender de esta
pequeña sesión. Debe de haber algo que puedas enseñarme que
sea más útil.
—Permíteme esforzarme más para demostrar mi objetivo.
Debería haberlo conocido mejor como para asumir que el
príncipe se lo tomaría con calma durante nuestra sesión de
entrenamiento de la noche siguiente. Parecía jugar con la
lujuria, la envidia, la ira y la pereza, pero esa noche me había
expuesto al pecado de la gula. Todo, desde mi ropa, pasando
por las joyas que llevaba, hasta la opípara comida que
habíamos picoteado y el vino que acababa de engullir, hablaba
de excesos.
Sí que le había enviado una nota solicitando reanudar
nuestras lecciones. Después del intento de asesinato, estaba
aún más decidida a protegerme de los príncipes demoníacos.
Me estaba costando descubrir el valor de beber vino en exceso
y cómo esa habilidad me ayudaría en mi empeño.
Wrath me sirvió más vino en un cáliz enorme y me lo
entregó. Era la tercera vez que lo hacía. Y eso sin contar las
dos botellas de vino de bayas demoníacas que ya había
consumido en la última hora o dos.
Cada vez era más difícil luchar contra la influencia
demoníaca o incluso sentir ese ligero cosquilleo que indicaba
que estaban usando magia conmigo. Respiré hondo para
calmar la oleada de náuseas. Solo me había emborrachado con
vino una vez en el pasado, pero reconocía los síntomas.
—Bébete todo esto lo más rápido que puedas. Luego sírvete
otra y haz lo mismo.
Su magia rozó mis sentidos. Apreté los dientes y me
concentré en lo molesta que me sentía. Él sonrió sobre un plato
de bayas cubiertas de chocolate. Entonces su poder me
abrumó.
Lo mantuve a raya durante otro momento tenso; luego me
bebí hasta la última gota del cáliz.
La cabeza me dio vueltas y empecé a ver doble. Me limpié
la boca, sonriendo como una idiota y me serví otra vez. El vino
cayó del cáliz al suelo. Mis zapatillas de seda parecían haber
estado deambulando por la escena de un crimen, pero no podía
importarme menos.
Cuanto más me influía para que bebiera, más imposible me
resultaba concentrarme en mi libre albedrío. Lo cual, a pesar
del estupor de mi ebriedad, por fin cobró sentido.
Era posible que sus hermanos me obligaran a beber y, a su
vez, una embriaguez lenta me haría casi imposible evitar su
influencia. Cuanto más control cediera, más fácil les resultaría
superar mis defensas. Wrath tenía razón después de todo.
No solo estaba intentando que luchara contra la gula.
Me levanté de mi asiento y fui dando tropezones hasta el
lado de la mesa del demonio, con el cáliz vacío colgando de la
punta de mis dedos. Me había hecho vestirme con un vestido
de seda plateada largo y extravagante. Era lujoso hasta el
punto de resultar excesivo. No llevaba ropa interior y aquella
tela no ocultaba ninguna de mis curvas. Con el vino
empapando la parte delantera del corpiño, el efecto era el
mismo que si estuviera bailando desnuda. Dudaba de que él
hubiera planeado aquella parte.
Wrath ni siquiera había dirigido la mirada por debajo de mi
escote. Siempre era el perfecto caballero. Al menos cuando no
estaba arrancando lenguas o torturando a posibles asesinos.
Pesados hilos llenos de diamantes colgaban de mi cuello.
Había tantos de diferentes largos, que me sentía como si
estuviera cargando con cinco kilos adicionales alrededor de la
garganta. Era tan excesivo que incluso Envy se sentiría
horrorizado en lugar de celoso.
Me incliné precariamente sobre Wrath, mi cara cerca de la
suya. Ansiaba besarlo. Probablemente romper una botella y
apuñalarlo con ella primero. Pero, definitivamente, luego
quería besarlo.
—Me estás emborrachando a propósito. —Le dediqué lo que
me pareció que era una sonrisa descarada—. Demonio
travieso.
—Estar bajo la influencia del alcohol u otras sustancias
reducirá en gran medida tu capacidad para sentir la magia de
un príncipe del infierno. En especial la de Gluttony. Te
empujará a beber poco a poco hasta que pierdas el control y
pueda tomarlo él. —Endureció el tono—. Tienes que
contraatacar.
Estaba intentando prestar atención a la lección, pero la
forma que adoptaban sus labios al hablar me tenía fascinada.
Alargué la mano y los toqué. Él los apretó en una línea firme.
—Emilia. Céntrate.
—Oh, te prometo que lo estoy. Estoy muy concentrada en
este momento. Cautivada. ¿O es hechizada? —Levanté la
mirada. Había dos príncipes frunciendo el ceño. Parpadeé
hasta que solo quedó un único demonio molesto—. ¿Por qué
no me has seducido?
Era difícil estar segura, pero me pareció que retiraba su
influencia.
—Si no puedes luchar contra la bruma del alcohol, entonces
es mejor evitar beber cualquier cosa en la fiesta. Puedes
aceptar un brindis, pero limítate a fingir que tomas un sorbo.
Baja la copa en cuanto puedas hacerlo sin llamar la atención.
O tira el vino en uno de los muchos helechos y macetas que
seguro que mi hermano instalará en el salón de baile.
—Te preocupas demasiado. —Alisé el surco entre sus cejas
—. Nonna dice que el vapor de la cocina mantendrá las
arrugas a raya. Vittoria y yo no envejeceremos. Como tú.
—Considerando que no eres humana, imagino que hay cierta
verdad en eso.
—No has respondido a mi pregunta. Sobre la seducción. —
Me balanceé un poco sobre los talones. Su regazo parecía
bastante cómodo. Me dejé caer sobre él. Tensó el cuerpo
entero, pero no me levantó. Sonreí para mis adentros ante
aquella pequeña victoria—. Fauna me ha dicho que a toda la
corte le gustaría saberlo.
—Lady Fauna habla demasiado. Tal vez debería insistir en
que visitase a un pariente lejano.
—No te desquites con ella si estás de mal humor, solo me
estaba contando los cotilleos. —Me recosté en su hombro y
apoyé la barbilla en la mano mientras lo miraba. Un poco
tarde, me di cuenta de que debía de parecer una loca al mirarlo
de la forma en que lo hacía en nuestra posición actual—.
¿Sabes? Algunos creen que la evasión es un signo de cobardía.
—Soy consciente de lo que estás haciendo y no funcionará.
—Frunció aún más el ceño—. No te seduzco porque ahora
mismo no deseo hacerlo. Es así de sencillo.
Si me hubiera clavado un cuchillo en el corazón, me habría
dolido menos.
Me giré y me acerqué el plato de bayas cubiertas de
chocolate. Añadí una cucharada de crema batida y arponeé una
con un tenedor. No acerté. El tenedor se estampó contra el
plato. Una baya salió catapultada por encima de la mesa.
Malditas cosas.
Estaba claro que era culpa de sus diminutas formas redondas
y no de mi actual estado de embriaguez.
Apunté y entrecerré los ojos para ver bien el plato. Las
bayas nadaban. No eran rivales para mí. Apunté de nuevo y
otra baya salió volando. Solté un improperio rotundo.
La profunda exhalación de Wrath me hizo cosquillas en el
hombro desnudo cuando se estiró y me quitó el tenedor. Lo
clavó en una baya cubierta de chocolate y la mojó en la crema
batida.
Hizo una pausa con el tenedor ante mi boca.
—Si dices una sola palabra sobre esto, juro venganza, mi
señora.
—De acuerdo. Aunque dudo de que por la mañana vaya a
recordar siquiera este acto extremo de caballerosidad.
Me apoyé en su hombro, con la cabeza echada hacia atrás, y
esperé a que me diera de comer el postre. Tras una mínima
vacilación, lo hizo. Podría jurar que la comida sabía más
dulce. Me sentí como una diosa romana mimada mientras me
daba de comer una baya cada vez.
—Mmm. Apenas recuerdo ya una palabra de lo que
estábamos diciendo.
—Mentirosa. —Dejó el tenedor y acercó su boca a mi oído,
tomando de repente mi lóbulo entre los dientes. El calor me
inundó y los dedos de mis pies se curvaron ante aquella
sensación. No estaba segura de si lo había hecho Wrath, pero
cualquier intoxicación que me estuviera afectando se
desvaneció—. Por otra parte, yo tampoco. En cierto sentido.
VEINTITRÉS
Wrath trazó un camino de besos abrasadores por mi
cuello, encendiéndome de deseo.
Las bayas cubiertas de chocolate quedaron olvidadas. Había
un nuevo vicio sobre la mesa. Y con mucho gusto tomaría
hasta quedar saciada de aquel agradable deleite. Había pedido
seducción, y el príncipe me la estaba concediendo. Sus manos
recorrieron mi silueta y se detuvieron para descansar en mis
caderas.
Más que parecer posesivo, daba la impresión de que se
estaba controlando. O tal vez estuviera contemplando formas
ingeniosas de infligirme una lenta tortura. Jugueteó con el
cierre de uno de mis collares. Los excesivos hilos de
diamantes no eran una barrera, pero de todas formas deseaba
que desaparecieran por completo. No quería que hubiera nada
entre nosotros.
Llevó su boca de vuelta a mi cuerpo y mi mente quedó vacía
de todo lo demás.
Eché la cabeza hacia atrás, perdida en el éxtasis de su lengua
acariciando la zona donde me había dado un mordisquito. Me
atrajo hacia él y sus dientes rozaron ligeramente el punto
donde se encontraban mi hombro y mi cuello. Los escalofríos
bailaron sobre mi cuerpo de la forma más tentadora jamás
imaginada. Esa sensación… no era pecaminosa, como los
mortales intentaban hacer creer a sus hijas. Era natural,
maravillosa. Si era socialmente aceptable que Wrath tuviera
una amante, entonces yo merecía el mismo derecho.
Al fin y al cabo, había dos personas involucradas en tales
encuentros.
Me arqueé al sentir sus caricias. Me declaré dueña de aquel
deseo, lo disfruté. Y eso no quería decir que fuera libidinosa o
lasciva. Me hacía sentir humana, me hacía sentir que tenía bajo
control mis deseos. No seguiría negando mis pasiones.
Me aferré con una mano a cada uno de sus muslos, incapaz
de soltarlo mientras me prodigaba toda su atención y me
besaba en el cuello, en los hombros. Quería darme la vuelta y
mirarlo a la cara, necesitaba explorar su cuerpo con tanta
calma como él el mío. Por alguna razón, incluso a pesar de mi
nueva convicción, dudé.
—¿Hay algo que desees de mí, mi señora?
—No tienes que llamarme así cuando estamos solos. No hay
ninguna necesidad de espectáculo.
Él sonrió contra mi cuello.
—¿Alguna otra petición?
—Yo…
—Reivindica tus deseos. No necesitas disculparte por ellos.
—¿Incluso si quiero que te detengas?
—Sobre todo en ese caso.
—Quítame los diamantes. Por favor.
El príncipe desabrochó cada una de las hebras repletas de
piedras preciosas, dejando que tintinearan al caer al suelo.
—Siento curiosidad. —Su voz me resultó tan suave como el
terciopelo cuando se inclinó y me quitó el último collar—.
Sobre lo que pasó en el Corredor del Pecado. Sobre lo que
estabas experimentando esa noche cuando gritaste mi nombre.
Cuéntamelo.
No había ninguna orden mágica o impulso demoníaco
entremezclado con la petición. Solo curiosidad genuina. Me di
cuenta de que la sensación de mareo provocada por la bebida
también había desaparecido. Ya no estaba bajo ninguna
influencia, de ningún tipo, excepto borracha de mis propias
pasiones, y no había sido así desde antes de que me besara por
primera vez.
Tal vez nuestra postura actual, el hecho de que no le
estuviera viendo la cara, facilitara mi confesión. O tal vez
simplemente no deseaba sentir culpa o vergüenza con respecto
a mi cuerpo y las cosas que quería y anhelaba. Reuní todo el
coraje que pude, sabiendo con exactitud a dónde conduciría
aquella admisión. Rezando para que acabara de esa forma, de
hecho.
—Tú estabas… detrás de mí, como ahora. Excepto que
estábamos tumbados.
Recompensó mi honestidad con una suave caricia a lo largo
del brazo.
—¿Y?
—Yo llevaba tu camisa y me la estabas desabrochando. Tan
despacio que me estabas volviendo loca.
—Me imagino que exigiste que te la quitara. —Las yemas
de sus dedos se deslizaron sobre mi hombro, luego a lo largo
de mi clavícula, antes de seguir bajando hasta la piel expuesta
de mi escote. Me quedé sin respiración cuando interrumpió las
caricias y deslizó una mano debajo del cinturón de tela de mi
vestido. Solo aquella fina capa de seda se interponía entre
nosotros—. Y yo obedecí. ¿Es correcto?
—Más o menos.
—¿Quieres que haga lo mismo ahora? —Tras solo una
pequeña pausa, asentí—. Necesito escuchar esas palabras,
Emilia. ¿Deseas que me detenga?
—No. —Me aferré a sus muslos con más fuerza, como si así
pudiera mantenerlo allí para siempre. — No, no quiero.
Me apartó la melena a un lado y se recostó en su silla,
dejando suficiente espacio entre nosotros para masajearme
ligeramente los hombros. Agarró un tirante con cada mano,
apretó los labios contra mi columna y me la besó mientras me
bajaba la parte superior del vestido.
El aire fresco sopló sobre mi piel sonrojada.
—¿Qué pasó después?
La fantasía y la realidad chocaron. Se me aceleró la
respiración, presa de la anticipación.
—Tú querías que te dijera que eres mi pecado favorito.
Emitió una risa baja, profunda. Eso aumentó aún más el
dolor que sentía por él.
—¿Lo soy?
—Ahora mismo, sí.
—Pero en aquel momento no lo confesaste.
Escuché la pregunta en su voz a pesar de que no la había
formulado de esa manera.
—No. —Cerré los ojos antes de abrirlos de nuevo—.
Empezaste a tocarme y fui incapaz de pensar en otra cosa.
Me acarició la nuca antes de alcanzar mis pechos. Una
oleada de calor me recorrió el cuerpo. Sus dedos trazaron la
curva exterior, acercándose a los montículos del centro.
Cuando los rozó por encima, se endurecieron, víctimas del
deseo. Se me cortó el aliento cuando hundió los dientes en mi
labio inferior. Retrocedí poco a poco, ansiando más su calor, y
noté lo mucho que le estaba afectando lo que hacíamos.
—Dime qué hice en tu ilusión para que gritaras mi nombre.
Me sonrojé. No pensaba contarle esa parte. Cerré los ojos y
reuní toda mi determinación, obligándome a no sentirme
avergonzada. Adueñarme de mis deseos no era un pecado.
Hablar sobre mis necesidades no era algo sucio. Cuanto más lo
repetía en silencio, más lo aceptaba como un hecho.
Con renovada confianza, me permití la libertad de dejarme
llevar.
—Tiraste de mí con suavidad, contra tu excitación, y
deslizaste la mano debajo de mis faldas. Me tocaste. Ahí. Con
los dedos.
—¿Te sentiste igual que en los bajíos de la Medialuna?
—Casi. Fue increíble, pero duró un mero instante. Entonces
me desperté.
—¿Antes de llegar al clímax?
—Yo…
—Permíteme el honor de compensarte ahora.
No se movió de inmediato y me di cuenta de que estaba
esperando mi consentimiento. Wrath nunca me tomaría sin
permiso.
—Por favor.
—Con mucho gusto.
Deslizó una mano bajo mi vestido de seda. Su otra mano
pasó de acariciarme los pechos a la cadera, anclándome contra
él. Con caricias ligeras, subió por mi pantorrilla hasta el
muslo, luego trazó patrones circulares allí, moviéndose un
poco más hacia arriba con cada atrevido círculo, hasta que ya
no pude soportarlo más. Dejé de apretar las rodillas para
mantenerlas juntas y él arrastró un dedo hasta el vértice de mi
cuerpo. La sensación era mejor que la combinación de lo que
había sentido en el Corredor del Pecado y los bajíos de la
Medialuna.
Wrath me empujó suavemente hacia delante hasta que casi
me incliné sobre él, luego dejó un rastro de besos por mi
columna vertebral. La piel me hormigueaba con cada pasada
de sus labios. Todo el tiempo, sus dedos exploraron y bailaron
sobre mi cuerpo, llevándome a un estado de frenesí perpetuo.
Cuando estuve convencida de que moriría de placer, los
deslizó dentro de mí. Me quedé inmóvil, acostumbrándome a
aquella sensación mientras él empezaba a moverlos, despacio.
Incapaz de soportar lo exquisita que era cada sensación, me
recosté hacia atrás y empujé contra él, dando la bienvenida a la
dureza de su excitación contra mi trasero. Él pausó los besos y
me asestó un mordisco suave en el cuello.
Se me aceleró la respiración. Estaba persiguiendo una
sensación que me resultaba casi familiar, pero no del todo. Era
magnífico. Un éxtasis como ningún otro. Sintiendo mi
creciente necesidad, los dedos de Wrath se movieron más
rápido y ese dolor se convirtió en el más glorioso maremoto de
euforia.
Aparté la timidez a un lado y dejé de pensar en cualquier
cosa que no fuera aquella sensación tan increíble. Me moví
contra él, persiguiendo el éxtasis, y me di cuenta de que, en
aquel momento, Wrath me estaba dejando tomar mi propio
placer. Yo marcaba el ritmo, y me movía tan rápido o tan
despacio como deseaba. El hecho de estar al mando de mi
propio cuerpo, de mis propios deseos, que ninguna regla
mortal me atara…
… me deshice.
Grité cuando el placer me atravesó el cuerpo en una
maravillosa oleada tras otra, y luego por fin me desplomé
contra su pecho, respirando como si acabara de correr para
salvar la vida.
Una vez que dejé de temblar tras sentirme liberada, Wrath
retiró despacio la mano de debajo mis faldas y me arregló la
parte superior del vestido. Un largo instante de silencio se
extendió entre nosotros mientras yo me ajustaba los tirantes
con más cuidado y atención de lo necesario.
Me moví en su regazo y noté que su excitación no había
disminuido. Los latidos de mi corazón se aceleraron.
Podríamos completar uno de los siguientes pasos para aceptar
nuestro vínculo matrimonial en unos instantes.
Allí mismo. En la sala de armas. Solo sus pantalones y mi
vestido se interponían entre nosotros. Y podían desaparecer
con bastante facilidad. Tal vez fuera la euforia que aún corría
por mis venas, nublando mis sentidos, pero no me parecía una
idea tan terrible.
Si se necesitaba una ceremonia como paso final, no
teníamos que llevarla a cabo. Podíamos regocijarnos en el
placer carnal y permanecer libres de cualquier atadura eterna.
Me moví de tal manera que sometí a nuestros cuerpos a un
roce íntimo. La sensación que creó esa caricia, en especial
después del placer que acababa de alcanzar, era un nuevo nivel
de éxtasis.
Wrath no se movió. Me estaba dando permiso para elegir.
Agarré el dobladillo de mis faldas y me las subí lentamente,
por encima de los muslos, del trasero. Ahora, lo único que
Wrath tenía que hacer era quitarse los pantalones. Me senté, y
la fricción de su excitación contra mi cuerpo hizo que tuviera
que tragarme un gemido. Él apretó las manos alrededor de mis
caderas.
Un rayo de alarma me atravesó, robándome el aliento. Ya no
sabía si acostarnos era una buena idea, o si mi juicio se había
visto afectado por lo que acabábamos de hacer. Lo más
probable era que fueran los nervios. Me armé de valor,
negándome a sucumbir a ninguna duda.
—El entrenamiento ha acabado por esta noche.
En un movimiento rápido, Wrath se levantó y nos puso a
ambos de pie. Me di la vuelta y lo miré boquiabierta. Su
expresión era totalmente ilegible.
—¿Entrenamiento? ¿Así es como describirías lo que acaba
de pasar?
—Has pedido seducción. Y he obedecido. —Se inclinó por
la cintura, ofreciéndome una reverencia cortés—. Ahora que
sabes lo que te hace disfrutar, puedes encontrar el mismo
placer con tu propia mano. Buenas noches.
VEINTICUATRO
—¿Que dijo qué? —Fauna puso los ojos como
platos. Entrelazó el codo con el mío y me guio hasta un
camino cubierto—. A lo mejor lo oíste mal. O malinterpretaste
el sentido de sus palabras. Es una posibilidad. ¿No?
—De entre todas las cosas que podría haber dicho después
de ese momento. —Exhalé, mi aliento formó una nube en el
aire helado de la mañana. Estaba demasiado molesta para
sentirme avergonzada. Tras el incidente en la sala de armas, no
había visto a Wrath durante el resto de la noche—. Detesto de
veras a ese demonio.
Mi amiga resopló, pero se mordió la lengua. Paseamos por
uno de los largos tramos de parapetos cubiertos que rodeaban
el castillo. Los guardias nos dedicaban un asentimiento desde
sus puestos junto al muro cuando pasábamos por delante. Una
vez que estuvimos lo bastante lejos, Fauna se inclinó.
—Puede que solo lo dijera porque de ahora en adelante te
imaginará haciéndolo.
—Lo dudo. Se dio mucha prisa en salir de la sala.
—Apuesto toda la casa de la Avaricia a que anoche se ocupó
él mismo de su deseo y pensó en ti mientras derramaba su
semilla.
A pesar de mi nueva confianza a la hora de adueñarme de
mis deseos y no sentir vergüenza, el calor me inundó el rostro
por la franqueza con la que Fauna discutía asuntos tan
privados.
Había acudido a visitarme a primera hora de la mañana y se
las había arreglado para sonsacarme lo que me preocupaba
antes de que me diera tiempo a ponerme mi capa de terciopelo.
Fauna no se había sonrojado ni pestañeado ante aquel tema,
que habría causado conmoción y escándalo en casa. Se había
limitado a preguntarme si yo le había devuelto el favor con la
mano o con la boca y luego se había desternillado de risa al
pedirle que me aclarara eso último.
—Puede que no quisiera tomarte en la sala de armas, donde
cualquiera podía entrar. Vas a ser su esposa. Es posible que
quiera protegerte de miradas indiscretas.
—Por favor. —Casi resoplé—. La mitad de este reino está
más que contento de fornicar en público. Dudo que él se dejara
disuadir por la posibilidad de que alguien nos viera.
Lo que estaba claro era que no le había importado tener
público cuando habíamos terminado en el pasillo de nuestras
habitaciones. Apreté los dientes ante el recuerdo. Enfrentarme
a él después de ese encuentro no había sido incómodo. No
podía decir lo mismo de la siguiente vez que volviera a verlo.
No tenía ni idea de cómo actuar.
—En realidad, los encuentros en público no son tan
comunes fuera de la casa de la Lujuria y de la casa de la Gula.
Claro que los demás príncipes muestran su libertinaje en
ocasiones, como Greed y su antro de juegos, pero no en la
misma medida que esas dos casas en particular. Su alteza
puede querer que estés segura de que lo estás eligiendo a él
con la cabeza despejada. O tal vez no estuviera seguro de que
eso fuera lo que tú querías. Tal vez decidiera irse antes de
hacer algo de lo que pensó que te arrepentirías.
La frustración anidó en mi pecho.
—Levantarme las faldas fue una indicación más que clara de
lo que deseaba. Si anhela asegurar el vínculo matrimonial, no
está haciendo un gran trabajo convenciéndome de que eso es
lo que él quiere.
—Por lo que describes, mi señora, parece que la atracción
física no es el problema.
Me detuve en seco. No tenía ni idea de por qué aquello me
molestaba tanto. Dejando a un lado lo que había ocurrido la
noche anterior, yo seguía sin querer asegurar nuestro vínculo.
La idea de que él sintiera lo mismo no debería consumir mis
pensamientos. En especial cuando tenía cien cosas más por las
que preocuparme. Como el hecho de que el Festín del Lobo se
acercaba a toda velocidad.
Me sacudí de encima aquella la molestia y me dirigí hacia la
torre con mi amiga.
—Basta de hablar de príncipes por el momento. No quiero
que la matrona nos escuche e informe a Wrath.
Fauna se rio.
—Puedo prometerte que lo más probable es que eso nunca
suceda.
—Deduzco que la animosidad entre ellos no es reciente.
—Para nada. —Fauna hizo que nos detuviéramos y luego
miró a su alrededor—. Corre el rumor de que ya dura varios
siglos. Algunos dicen que su hija estaba maldita y que el
príncipe no hizo nada para salvarla.
—¿Está su hija en el castillo?
—Ese es el tema… nadie lo sabe. Se especula que su alteza
la desterró de este círculo. Por un tiempo, al menos. Es posible
que la matrona la haya recuperado y la tenga escondida en
algún lado.
Por alguna razón, se me puso la piel de gallina. Pensé en los
lamentos que subían flotando desde debajo de la estatua de la
mujer y la serpiente. No podía imaginarme a Wrath castigando
a alguien enviándolo bajo tierra. Tal vez fuera porque no lo
había hecho él.
Aunque apenas la conocía, no dudaba de que la matrona
podría haber hecho algo como eso. En especial, si no era para
castigar, sino para proteger.
Tal vez aquella criatura desgraciada y llorona a la que había
oído fuera su hija desaparecida. Y si la matrona había llevado
a su hija de regreso y la mantenía encerrada, tenía aún más
curiosidad por saber por qué. Wrath sabía todo lo que sucedía
en su círculo, y dudaba de que la matrona pudiera ocultarle ese
secreto por mucho tiempo. Lo que indicaba que estaba
escondiendo a su hija de otro príncipe.
Una nueva sospecha asaltó mis pensamientos. Aquella
historia era similar a otra que ya había escuchado. Una que
hablaba de La Prima Strega y su hija. Se rumoreaba que la
Primera Bruja había maldecido al diablo porque su hija se
había enamorado de él y se habían negado a renunciar a su
relación.
¿Era la matrona de maldiciones y venenos en realidad la
Primera Bruja?
Si lo era y había maldecido al diablo, quería saber por qué se
encontraba en aquel momento en el castillo de Wrath,
afirmando ser otra persona. Él debía de conocer su verdadera
identidad. Lo que significaba que también sabía lo que le había
hecho a su hermano, y eso explicaría su odio y su historia.
Entonces, ¿por qué iba a estar dispuesto a guardarle el secreto,
a menos que ella conociera uno de los suyos? Y si ese era el
caso, tenía que ser un secreto tan retorcido que estaría
dispuesto a hacer un trato con una enemiga acérrima.
Teniendo en cuenta lo que había hecho para salvarme, no
parecía tan descabellado.

—Hija de la Luna. Lady Fauna. —Celestia abrió la puerta


unos instantes después de mi primer golpe. Escondí mi
sonrisa. Wrath se pondría furioso si supiera que había
respondido tan rápido—. ¿En qué puedo ser de utilidad?
—Tengo algunas preguntas. Sobre maldiciones.
Su alegría parecía genuina.
—Desde luego, habéis venido al lugar adecuado. Adelante.
Entré en aquella cámara de la torre y el agradable aroma de
las hierbas y los aceites me inundó las fosas nasales al instante.
Me tragué la punzada de nostalgia, el repentino recuerdo de mi
Nonna Maria fabricando velas mágicas en nuestra pequeña
cocina familiar. Mi familia estaba a salvo. Y yo terminaría lo
que me había propuesto hacer y regresaría con ellos para crear
más recuerdos. Pronto.
Me obligué a volver al presente. Celestia cruzó la cámara y
apartó los libros y las ollas que tenía encima de un par de
taburetes para hacernos sitio y que nos sentáramos alrededor
de su mesa. Mientras lo hacía, me fijé en aquellos elementos
que había pasado por alto durante mi primera visita.
La matrona tenía cosas aún más extrañas y curiosas en su
colección. Desde frascos cerrados llenos de ojos parpadeantes,
hasta cestas repletas de picos de pájaros, una rebosante de
garras y otra llena de plumas. Botes con pomadas, ungüentos y
lociones de todo tipo.
Un cráneo de pájaro con runas talladas en su superficie
reposaba encima de una pila de libros encuadernados en cuero.
La matrona reparó en lo que me había llamado la atención y
asintió.
—Los cuervos simbolizan muchas cosas. Muerte, curación,
fertilidad. Sabiduría.
—¿Y las runas? —Me acerqué, pero no toqué las tallas ni
los restos. Si ella era la Primera Bruja, podría haber encantado
las calaveras y habérmelas enviado. No estaba segura de si
estaba intentando ayudar o si mi teoría era completamente
errónea. Era posible que fuera exactamente quien afirmaba ser
y que yo estuviera juntando las piezas de un rompecabezas que
no encajaban—. ¿Dan vida al cráneo?
—No. —Celestia me miró con lo que parecía ser sospecha.
Si ella era la Primera Bruja, había nacido directamente de la
diosa del inframundo. No estaba segura de si podría percibir
emociones como lo hacía Wrath, pero me esforcé todo lo que
pude para mantener la calma—. Vienen a mí cuando medito
sobre el cráneo. Grabo lo que el cuervo desea que vea. Los
símbolos arcanos pueden ser un aliado poderoso para aquellos
con magia en la sangre.
Fauna se removió, incómoda, con la vista clavada en los
frascos golpeados desde el interior por fuerzas invisibles en el
lado más alejado de la estancia. Volví a mirar a la matrona y
bajé la voz.
—¿Se pueden usar para mejorar la «fuente»?
—Las brujas, sí. Las que son fuente, no. Los símbolos
arcanos se originan a partir de su esencia.
—Las que… te refieres a las diosas.
Celestia asintió, con la mirada fija en mi cara.
Según las leyendas de Nonna, las diosas eran la fuente
original de nuestro poder, diluido con el tiempo a través de los
descendientes de la Primera Bruja. Estudié a la mujer de
cabellos plateados y lavanda. Tenía el rostro un poco arrugado,
pero no veía ninguna indicación clara de su edad. Fauna había
mencionado que su animosidad con Wrath tenía siglos de
antigüedad, lo que significaba que lo más probable era que
fuera inmortal. La tonalidad púrpura en su cabello tampoco me
pasó inadvertida. Era del mismo color que el tatuaje que
compartía con Wrath, y también, que cuando veía el luccicare,
el aura tenue que rodeaba a los humanos.
No habría sabido decir si era emoción o miedo lo que me
corría por las venas.
—Entonces, si una bruja usa símbolos arcanos en sus
hechizos, aumenta la potencia de dicho hechizo.
—Correcto.
Deslicé mi atención hacia Fauna, que ahora estaba mirando
un caldero con los ojos entrecerrados.
—¿Es posible que alguien hechice una calavera y envíe un
mensaje? Quizás un príncipe del infierno o una bruja.
—Todo es posible; si es o no probable, ya es otra historia.
Aquellos con conocimientos de los símbolos arcanos podrían
ser capaces de hacer algo semejante. —Celestia me indicó que
me sentara—. ¿Había algún símbolo tallado en el hueso? —
Negué con la cabeza—. Entonces dudo de que el responsable
sea un príncipe demonio o una bruja. Lo más probable es que
sea alguien mucho más cercano a la fuente.
Alguien como la Primera Bruja. Mantuve la respiración
regular, puesto que no quería alertar a nadie de la intensidad de
mis emociones. Si Celestia era la Primera Bruja y su hija
estaba maldita, eso significaba que la primera esposa del
diablo no estaba muerta después de todo. Y si de verdad estaba
viva, entonces tal vez estuviera en lo cierto acerca de que las
brujas de mi isla habían sido asesinadas por una razón
diferente.
Una que no tenía nada que ver con que el diablo buscara a
una novia.
Y sí mucho que ver con la venganza.
—¿Lady Emilia? —Fauna interrumpió la espiral
descendente de mis pensamientos—. ¿Volvemos a palacio?
—Sí. —Me puse de pie, luego me di la vuelta para mirar a la
matrona—. Una última pregunta. El árbol de la maldición. Me
han dicho que otorga más que deseos, que ofrece
conocimiento. ¿Cómo podría alguien obtener información en
lugar de un deseo o un maleficio?
Fauna giró la cabeza con brusquedad para mirarme, pero la
ignoré. Celestia entrecerró los ojos.
—Talla el verdadero nombre de la persona sobre la que
buscas información en el tronco. A continuación, arranca una
hoja del árbol. Ve con cuidado cuando lo hagas, las hojas son
tan frágiles como el cristal. Cuando desees saber la verdad,
rompe la hoja en presencia de aquel cuyo nombre hayas
tallado.
Pensé en la Primera Bruja, en las leyendas y fábulas que nos
habían contado. En ninguna se había usado su nombre.
—¿Qué pasa si no estoy segura del verdadero nombre de esa
persona? ¿Funcionará si empleo su título?
—Los nombres tienen poder. Los títulos son una
demostración de poder. Una de esas cosas se puede tomar o
dar por capricho; la otra, no. —Celestia sonrió de una manera
que me puso los nervios de punta—. ¿Algo más, mi señora?
La forma en que dijo «mi señora» demostraba su argumento.
Era un título de cortesía, algo otorgado que tenía poco
significado fuera de ese ámbito. Mi nombre era un tema
diferente. Aparte de mi nombre de pila, allí solo sería una
princesa o una dama. En mi isla, sería para siempre Emilia
Maria di Carlo, a menos que me casara. Y solo me cambiaría
el apellido, nunca el nombre de pila.
—No, gracias. Ha sido de lo más… instructivo.
VEINTICINCO
Tiré otro libro al suelo. Refugio, la contraparte celestial del
Infierno personal de Wrath unas plantas más abajo, parecía haber sido
pasto de una tormenta que hubiera sacudido sus estantes ordenados por
colores. Agarré otro tomo antiguo y lo hojeé, consciente de lo delicadas
que eran las páginas.
Los libros de aquella biblioteca estaban todos escritos en latín, así que
entendía la mayor parte de lo que decían. Aunque no era que me
estuvieran ayudando con mi situación.
—Sangre y huesos.
Otro grimorio, otra decepción. No había registros en los que figurara la
Primera Bruja.
Aunque eso podía deberse al hecho de que no sabía su verdadero
nombre. En Palermo, Wrath había dicho algo parecido a «la Primera
Bruja, como tú la llamas», lo que significaba que ese no era el nombre por
el que la conocían los príncipes demonio. Si no encontraba algo pronto,
tendría que preguntarle. Cosa que prefería evitar por varias razones. La
primera era que si sabía que La Prima estaba allí y le estaba ofreciendo
refugio, frustraría mis esfuerzos por resolver aquel misterio.
Había buscado registros de Celestia, pero tampoco había ninguna
mención a la matrona de maldiciones y venenos. Si de verdad fuera una
curandera real además de envenenadora, debería figurar en algún registro
judicial. Ya fueran menciones de que había salvado vidas o de que las
había arrebatado.
No había nada.
Era como si no existiera fuera de esa cámara de la torre. Una prueba
más de que podría no ser quien fingía ser.
Me tiré al suelo y mis faldas se desplegaron a mi alrededor. Aquel día
llevaba un vestido precioso de color azul marino y dorado con flores
bordadas en el corpiño. Lo bastante elegante para una dama de la realeza
demoníaca y lo bastante cómodo como para pasar horas de rodillas en un
rincón oscuro de la biblioteca, buscando respuestas.
Hojeé un diario bastante delgado lleno de notas y bocetos. Hablaba de
demonios creados con fuentes no naturales. No eran demonios menores
del todo, pero estaban cerca. Esas criaturas podían tener desde una
apariencia humana hasta una mezcla entre el mundo natural y el de los
mortales. Hice una pausa al ver una ilustración en concreto. Tenía forma
humanoide, pero la piel parecía la corteza de un árbol; su barba era de
musgo, y sus dedos y extremidades eran ramas de diferentes longitudes y
anchuras.
La siguiente imagen representaba a un hombre joven con un enorme par
de cuernos de alce. Otra mostraba a una mujer con orejas puntiagudas y
cuernos de carnero que se curvaban hasta llegarle a los hombros. Las
notas hablaban de hechizos y maleficios que habían salido mal y habían
acabado convirtiendo a los mortales en pesadillas. Maldecidos y
rechazados por su mundo, habían acabado allí, en el inframundo, donde
podían vagar sin miedo.
Según el libro, la mayoría se había dispersado por todo el reino, hasta ir
a parar a las tierras imperecederas al noroeste, y por una cadena
montañosa al este conocida como el tramo Despiadado.
Me llamó la atención una nota en particular.

Las criaturas creadas a través del miedo


primordial a menudo anhelan sangre. Buscan la
vida y no hay mayor símbolo de vida que el
corazón.
—Encantador. —Eran la versión de aquel reino de un vampiro.
Dejé ese diario con ilustraciones a un lado y examiné el siguiente
grimorio, con una oreja puesta en la entrada. Solo había páginas escritas a
mano sobre hechizos, encantamientos y maleficios. Dejé caer el libro en
la pila imponente que había a mi lado. Luego levanté las rodillas y me
apoyé contra los estantes.
No importaba lo mucho que intentara dejar de imaginarme a esas
criaturas dándose un festín a base de corazones, no podía desterrar el
cuerpo mutilado de mi hermana de mi mente.
Una noche en Palermo, Wrath me había dicho que a la esposa de Pride
también le habían arrancado el corazón. También había mencionado que
la Primera Bruja había usado la magia más oscura para arrebatarle los
poderes a su hija y que eso había acarreado consecuencias imprevistas.
¿Y si su corazón desaparecido no fuera parte del ritual del asesino, y
fuera una de las consecuencias provocadas por La Prima? También podría
haber sido una forma de liberarla de cualquier atadura mortal. Me asaltó
el vago recuerdo de que Nonna había dicho algo así en alguna ocasión.
Si la hija de La Prima estaba maldita y no muerta, ella podría ser el
monstruo que andaba por ahí arrancando corazones de brujas y
devorándolos.
Tal vez su motivación fuera la venganza contra su madre, contra lo que
la humanidad hubiera robado cuando sus poderes le fueron arrancados. Si
el diablo era su amor eterno, tal vez se hubiera vuelto loca y hubiera
matado a cualquier posible novia que fuera a ocupar su lugar.
O tal vez fuera tan simple como afirmaba el diario ilustrado: si ella ya
no estaba en posesión de su humanidad, tal vez su ansia de corazones se
debiera a todo lo que le habían arrebatado.
—Tal vez haya demasiados «quizá» y no las suficientes respuestas
definitivas.
Me puse de pie y eché los hombros hacia atrás. Ahora que estaba sola,
volvería a visitar a la matrona y la confrontaría directamente acerca de
mis sospechas. Si era la Primera Bruja, creía que no me haría daño. Había
una razón por la que me había estado mandando las calaveras hechizadas
y no era para asustarme. Rocé con la mano la vaina que llevaba escondida
en el muslo.
Y si intentaba hacerme daño, no caería sin luchar.
La expectación hizo que me encontrara ante la puerta de la cámara de la
torre de la matrona al cabo de lo que parecieron meros momentos. La
decepción hizo que tensara la mandíbula cuando arranqué la nota clavada
en la puerta y leí el mensaje garabateado con prisas.
Era imposible determinar si lo decía en sentido literal o figurado. O
bien regresaría en unos minutos o había ido en busca de un hechizo. No
sabía cuánto tiempo podría llevarle lo último, pero, por si acaso existía la
remota posibilidad de que volviera pronto, pululé junto a su torre hasta
que la nieve empezó a caer y me ahuyentó.
Había dado dos pasos en el pasillo de mi dormitorio cuando una
punzada de reconocimiento se deslizó sobre mi piel. Wrath estaba
apoyado contra la puerta de mis aposentos, con su atención fija en mi
cara. Me tragué la oleada de… lo que fuera aquel sentimiento y enarqué
una ceja tal como él había hecho innumerables veces antes. Todavía no lo
había visto ni hablado con él después de nuestra última sesión de
entrenamiento. Y aquella visita era de lo más desagradable.
Hice una pausa a una distancia decente.
—¿Puedo ayudarte en algo?
—Yo he venido a preguntar lo mismo.
No entró en detalles, y yo no me sentía de humor para jugar a hacerle a
Wrath mil preguntas y recibir respuestas frustrantes. Avancé hacia mi
puerta, esperando que se hiciera a un lado, e inhalé hondo al ver que no se
movía. Me crucé de brazos y esperé.
Al intuir mi determinación, o en un intento por reconducir su estrategia
para aquella batalla, Wrath cambió de táctica.
—La biblioteca es un desastre.
—Cuánto dramatismo. Hay algunas pilas esparcidas de libros en una de
las secciones. Lo ordenaré todo esta noche.
—Estás buscando información sobre la Primera Bruja.
—Me interesa mi historia y forma parte de ella.
Se le oscureció la expresión. No era del todo atronadora, pero sí un
poco tormentosa.
—Mientes.
—Lo que pueda o no estar buscando no es de tu incumbencia.
—Todo lo que sucede en este castillo es asunto mío. Tú especialmente.
Respiré hondo.
—Yo no te presiono ni me entrometo en tus planes. Espero la misma
cortesía por tu parte.
—¿Incluso si he venido a ofrecer ayuda?
—Después de nuestra última «lección», tenía la impresión de que
deseabas que me encargara del asunto con mis propias manos de ahora en
adelante. De forma bastante literal.
Wrath desvió la mirada y recorrió con ella mi silueta. Parecía como si
estuviera reproduciendo mentalmente nuestro encuentro en la sala de
armas, subiéndome el vestido hasta los muslos, tocándome y
acariciándome como si mi placer fuera el suyo. Cuando volvió a mirarme
a los ojos, no había calor ni ningún indicio de la emoción que acababa de
apoderarse de él. Estaba distante, insensible. Entre nosotros se estaba
alzando un muro, lentamente. No habría sabido decir si lo que me roía la
boca del estómago era alivio u otra cosa.
—Partiremos en dirección a casa de Gluttony dentro de tres noches.
Mándame un mensaje si te apetece entrenar antes de eso.
Se dio la vuelta para irse y, que el diablo me maldijera, grité:
—Bien. Reúnete conmigo en la sala de armas a medianoche. Tendremos
una última lección antes de que empiece el verdadero juego.

Llegué a la sala de armas casi media hora antes de lo previsto. Quería


establecer el tono de nuestra lección y con cada golpe de la manecilla del
reloj, el pulso se me aceleraba. Observé mi reflejo en un escudo
particularmente brillante que había colgado en la pared, aliviada de que
mi aspecto exterior siguiera siendo impecable, al margen del estado
caótico de mi interior.
Me sacudí los nervios de encima y me moví hacia el centro de la
habitación.
Exactamente a medianoche, Wrath entró en la estancia y se detuvo
cerca de la puerta. Esta se cerró con un chasquido que me recordó a una
hoja al deslizarse fuera de la vaina. Un sonido apropiado, considerando la
batalla que estaba a punto de dar comienzo entre nosotros.
Wrath se fijó en mi vestido: un corpiño negro que dejaba los hombros
descubiertos, adornado con flores pálidas y enredaderas de pedrería, con
vaporosas faldas del color del champán oscuro con una abertura a un lado
un poco más abajo de mi rodilla.
Su mirada se detuvo en mi calzado. Había mandado diseñar aquellos
zapatos específicamente para aquel vestido y estaba bastante segura de
que al príncipe demonio le gustaban casi tanto como a mí.
Eran unos zapatos de tacón con sendas serpientes negras brillantes
enrolladas alrededor del tobillo y que subían hasta llegarme al muslo. La
serpiente enseñaba la lengua, pero quedaba semicubierta por mi vestido.
Si Wrath quería una imagen completa, tendría que apartar las faldas de
en medio. Para los zapatos, me había inspirado en parte en la estatua de
los jardines.
—Esta noche vamos a…
— … trabajar en el orgullo. —Sonreí al notar que mi pintalabios del
tono intenso de las bayas capturaba su atención. Giré sobre mí misma
muy despacio—. He diseñado esto para nuestra lección y estoy muy
contenta con el resultado. Es la primera vez que creo algo exclusivamente
a partir de mi imaginación.
—Es bonito.
—Lo sé. —Le guiñé un ojo y Wrath se rio entre dientes—. Es perfecto.
—Veo que tu orgullo ya está listo para la lección. —En sus ojos brilló
algo oscuro y peligroso—. Empecemos.
—Hazlo lo peor que puedas, alteza. Estoy preparada.
Esa vez, la magia fue como una pequeña cuenta rodando entre mis
hombros, deslizándose por mi espalda, agradable y tentadora. Casi me
arqueé hacia él, pero en el último momento recordé que debía empujar
para alejarlo, concentrarme en crear una barrera entre la influencia
demoníaca y yo.
Respiré hondo e hinché el pecho, presa de la euforia. Estaba
resistiéndome a la influencia de Wrath, y apenas estaba sudando. Luchar
contra el orgullo era, con mucho, lo más fácil que había hecho hasta el
momento.
Lancé una sonrisa arrogante hacia donde estaba, medio oculto en las
sombras. No había dado ningún paso más para adentrarse en la estancia,
permanecía junto a la puerta, con aspecto de estar listo para salir
corriendo. Ya era hora de que él se sintiera inestable. Últimamente, cada
vez que lo tenía cerca, sentía como si mi mundo se saliera violentamente
de su eje.
—Tendrás que esforzarte más. He mejorado bastante en esto de
resistirme a tu influencia.
—¿De verdad? —En sus ojos detecté un brillo de diversión—. Eso
suena como si estuvieras un poco orgullosa.
Me encogí de hombros y los dejé caer como quien no quiere la cosa.
—Orgullosa, no. Solo soy sincera. Has sido un profesor bastante
decente, pero esta estudiante ya ha superado las lecciones. Acepto mis
deseos. Doy la bienvenida a cualquier reto. Perder es algo que apenas me
da miedo. Creo que tus hermanos deberían preocuparse.
—¿De veras?
—Por supuesto. No hay nada más peligroso que una mujer que es dueña
de su ser y no se disculpa ante nadie. —Lo recorrí con la mirada de arriba
abajo, despacio—. Creo que soy poderosa, y por tanto, lo soy. ¿No es ese
el principio por el que te riges? Bueno, sé que soy poderosa. Sé que el
poder proviene de muchas fuentes y ahora tengo muchas armas en mi
arsenal, alteza. De hecho, podría poseerte a ti ahora mismo si eligiera
hacerlo. Y por una vez, estarías indefenso.
—Presumida. Jactanciosa. Con una opinión demasiado elevada de ti
misma. —Wrath remarcó cada punto con los dedos—. Tienes razón. No
suena en absoluto como si estuvieras bajo la influencia del orgullo.
—¿Sabes qué más creo? Creo que, en secreto, te gustaría que te
poseyera. Al menos, en ciertas… zonas.
Avancé con pasos deliberados y uniformes por la sala, permitiendo que
mis caderas se balancearan. Mi falda revoloteó a ambos lados, mostrando
la serpiente enrollada en mi pierna.
Si Wrath quería una lección, le daría una que tardaría en olvidar.
Lo apoyé contra la pared, mis labios curvándose hacia arriba mientras
arrastraba un dedo por su pecho y luego seguía la hilera de botones hasta
sus pantalones. Demonio retorcido. Ya estaba excitado. Levanté la mirada
hacia la suya y lo observé con atención mientras deslizaba la palma de la
mano sobre su bulto. Siseó entre dientes. Reseguí aquel contorno duro por
encima de los pantalones y se le aceleró la respiración.
La magia demoníaca que había estado ejerciendo se quebró y se
desvaneció. Tal como sospechaba que haría. Wrath había revelado sus
imperativos morales personales durante todas y cada una de nuestras
lecciones, y yo había prestado mucha atención, aprendiendo todo lo
posible incluso cuando no había podido bloquear su influencia. Nunca
usaba la magia cuando las cosas se ponían románticas.
—Emilia.
Era más una súplica que una advertencia. Ahora que su influencia había
desaparecido, nuestra lección acababa de empezar. Me incliné hacia él,
presionando mi pecho contra el suyo, disfrutando de la forma en que su
mirada se desviaba hacia mi escote. Sabía con precisión lo ajustado que
llevaba el corsé y las buenas vistas de mis mejores atributos que
disfrutaba desde arriba gracias a nuestra nueva posición. Parecía dividido
entre mirar hasta hartarse y mantener sus modales caballerosos. Eso
último no me servía. Lo quería completamente desatado.
De repente, una imagen se coló en mis sentidos, tan vívida y real que
me hizo confundir realidad con espejismo. Durante un sorprendente
momento, estuve en dos lugares a la vez.
Se oía el murmullo bajo de la música, de los instrumentos de cuerda y
el piano, un sonido amortiguado que acechaba a través de las paredes.
Nos habíamos escabullido juntos, lejos del bullicioso ruido de la fiesta
que se celebraba en el otro extremo del pasillo. Las sombras lo ocultaban
de la vista, pero me encontró muy rápido. Ahuecó la mano sobre mi
pecho por encima del corpiño, saqueándome con besos posesivos. Mi
pasión ardía con tanta intensidad como la suya. Le mordí el labio,
desafiándolo a que hiciera lo mismo. Hizo algo mejor. Tiró de la parte
superior de mi vestido hacia abajo, reemplazando su atrevida mano con
la boca.
Yo deslicé la mía dentro de sus pantalones y lo encontré duro y
deseoso; luego sonreí al oírle soltar una maldición con la primera caricia
que le di. Acerqué la boca a su oído.
—Chist. Van a oírnos.
En la visión, lo tomé en mi mano como si fuera algo que había hecho
cientos de veces antes. Sabía con precisión lo que le gustaba y cómo
proporcionarle el mayor placer posible. Su cuerpo, su mente, los conocía
tan bien como a los míos. Usé ese conocimiento a mi favor en aquel
momento.
A él no pareció importarle.
Varios instantes después se estremeció contra mí; su respiración era
irregular y dificultosa. Una vez que su temblor cesó, me puse de puntillas
y le di un beso largo y profundo.
—Esta noche, reúnete conmigo en el jardín a la hora de las brujas. Ya
sabes dónde.
Apenas había logrado abrocharse los pantalones cuando salí
corriendo, mirando por encima del hombro una última vez antes de
escapar de aquella habitación en penumbra.
Wrath pronunció mi nombre y me devolvió al presente. Nunca había
tenido una visión como aquella. No tenía ni idea de qué hacer al respecto.
Algo en ella me hacía presentir que no era obra de la magia de aquel
reino.
Parecía un recuerdo.
Wrath trazó la curva de mi mejilla y habló en tono tranquilo.
—Emilia…
—Yo…
Me alejé de él, dándonos a ambos la distancia que tanto necesitábamos,
y consideré mis siguientes palabras con cuidado. Me sentía como si
estuviera perdiendo el contacto con la realidad. La preocupación tiñó sus
rasgos, así que me esforcé al máximo para recuperar ese sentimiento de
orgullo. Para emplearlo a mi favor.
Dejé caer la mirada hasta sus pantalones a propósito, ya no había
ninguna señal de atracción o lujuria. Al parecer, mi distracción no había
pasado inadvertida.
Le ofrecí una sonrisa cortante.
—Parece que nuestra lección ha terminado.
Antes de que se me cayera la máscara, giré sobre los talones y salí por
la puerta. Algo extraño estaba ocurriendo. Y parecía suceder cada vez que
Wrath y yo nos encontrábamos en situaciones apasionadas.
Si eran recuerdos y no ilusiones creadas por aquel reino… entonces
podría haber descubierto otro de los secretos de Wrath. Excepto por que
no tenía ni idea de cómo podría ser posible algo sí.
Pero iba a averiguarlo, como que me llamaba Emilia.
VEINTISÉIS
Los copos de nieve bailaban con malicia al otro lado
de mi ventana.
La escarcha trepaba por los cristales como si de enredaderas
invernales se tratara. Me senté en el ancho alféizar y
contemplé un mundo cubierto por una capa reciente de nieve.
La noche caía con rapidez, tiñéndolo todo de un tono intenso
de azul. Habían pasado dos días desde la última vez que había
visto al príncipe de aquel círculo. Había estado evitándolo
después de la visión, sin saber aún si se trataba de un recuerdo
o de una fantasía. Tenía que ser algo que aquel reino hubiera
conjurado, pero había sentido que era tan real que me resultaba
difícil dejarlo de lado.
La matrona de maldiciones y venenos no había regresado
todavía, y no quería confiarle a nadie lo que había visto o
experimentado. Albergaba la esperanza de que ella pudiera
elaborar un tónico o que supiera de cualquier magia que
liberara la verdad escondida en mi interior.
Si se trataba de un recuerdo, entonces ya había estado en
aquel reino antes. Y Wrath y yo… no alcanzaba a comprender
cómo en Palermo había podido fingir que no me conocía. Sin
embargo, había habido momentos en los que me había
preguntado cómo conocía ciertos detalles que yo no había
compartido. Como mi dirección. Mi nombre. Me había
consolado pensando que tenía algo que ver con lo que había
creído que era su hechizo de renacimiento. La noche en que
me había atacado el Viperidae habíamos estado dentro de la
mente del otro durante unos breves instantes.
¿Era eso lo que estaba pasando en aquel momento? Era
posible que estuviera viendo los recuerdos de él, siendo testigo
de su encuentro con otra persona. Puede que estuviera
experimentando el mundo a través de los ojos de ella,
reviviendo sus recuerdos. Sabía que los demonios podían
poseer a las personas, pero nunca había oído hablar de que una
bruja hiciera lo mismo. A aquellas alturas, nada conseguiría
sorprenderme.
Había pasado la mayor parte de los últimos dos días tratando
de desentrañar todos los significados posibles. Ninguna teoría
era demasiado absurda. Lo escribí todo. Desde pensar que
Wrath podría ser Pride, a considerar si yo era la Primera Bruja,
condenada a olvidar como castigo por lo que había hecho.
Al cabo de un tiempo, los detalles comenzaron a
desdibujarse, confundiéndome todavía más. No lograba
recordar si había visto la cara de Wrath o si solo me había
dado la impresión de que se trataba de él.
Recordé que en mi visión la habitación estaba a oscuras y se
oían los sonidos de una fiesta distante, pero no me acordaba
del sonido de la voz de mi amante. Si había jurado en voz alta
al alcanzar la liberación o si había sido un murmullo. Y si no
era Wrath quien estaba conmigo en la visión…
Exhalé, mi aliento creó nubes en el cristal de la ventana. Eso
complicaba las cosas incluso más. Cuando llegara a la fiesta
esa noche, puede que reconociera al amante del recuerdo. Si
bailábamos juntos, ¿desbloquearía eso otros recuerdos que
hubieran sido escondidos?
Me deslicé desde el borde de la ventana y hojeé las notas
que había tomado sobre las calaveras hechizadas. Pasado,
presente, futuro, encuentra. Había empezado a pensar que
aquello hacía referencia al espejo de la Triple Luna de Envy.
Ahora me preguntaba si abarcaba más que eso.
¿Eran esas visiones parte de mi pasado o de mi futuro? Si
eran imágenes del futuro, tal vez estuvieran relacionadas con
la profecía. Con la parte en la que decía que podía corregir un
terrible error.
Bajo la influencia de Lust, había tenido la impresión de
poder elegir, de estar en equilibrio. Que podría condenarlos a
todos o arreglar algo. ¿Pero el qué?
Seguí dándole vueltas al tema de la novia asesinada del
diablo. ¿Era posible que enamorarse fuera la clave para romper
la maldición? A simple vista, parecía simple. Pero no lo era.
Necesitaría enamorarme perdidamente de Pride. Y para
lograrlo, tendría que romper mi compromiso con Wrath de
forma definitiva.
—Que la diosa me ampare, esto es un desastre.
Pride estaría en la fiesta. Si fuera el amante misterioso de mi
visión, y si esta formaba parte del pasado y no del futuro, era
muy probable que ninguno de nosotros fuera capaz de negar
nuestra candente conexión en persona. Lo cual me asustaba.
Si lo que había visto era el pasado… entonces eso
significaría que ya era la esposa de Pride. Puede que para
romper la maldición tuviera que enamorarme de él otra vez,
sin ningún recuerdo previo de nosotros.
Una teoría tan extravagante que podría ser cierta. Podría ser
la auténtica razón por la que Pride no me había invitado a su
círculo. Tal vez fuera por un motivo más profundo que mi
compromiso accidental con Wrath.
Sin saberlo, a lo mejor le había roto el corazón a Pride y los
había condenado a todos al elegir al hermano equivocado.
También explicaría el odio que había sentido Wrath la primera
vez que lo había invocado y me había exigido que revirtiera el
hechizo antes de que fuera demasiado tarde.
Un golpe en la puerta de mis aposentos me sacó de mi
ensimismamiento.
—Adelante.
Harlow hizo una rápida reverencia y luego sostuvo una bolsa
alargada de tela en alto.
—El zapatero tendrá vuestros zapatos listos en breve.
¿Deseáis que os prepare el vestido?
—Por favor.
Por culpa de todas mis preocupaciones, había perdido por
completo la noción del tiempo. Al cabo de una hora,
pondríamos rumbo a la casa de la Gula. Esa sería la primera de
tres noches dedicadas al Festín del lobo, un evento que
preferiría evitar si no fuera por la posible información que
podría recopilar allí. Sin embargo, el hecho de que fueran a
arrancarme mi mayor miedo hacía que mi ritmo cardíaco fuera
el triple de rápido de lo habitual.
Al principio, me preocupaba que mi mayor temor fuera que
revelaran mi vengativa misión secreta. En aquel momento,
podría ser mi miedo sobre la criatura que lloraba debajo de la
estatua, que mi familia muriera a manos de nuestros enemigos,
que mi magia nunca regresara o la posibilidad de que me
hubieran robado los recuerdos y que la vida que había estado
viviendo fuera una mentira.
El mayor miedo de todos siguió dando vueltas en mi cabeza
como un presagio de muerte y fatalidad.
No podía dejar de pensar que yo era la novia del diablo y
que no había sido asesinada, había sido condenada a olvidar.
Se me humedecieron las palmas. No había forma posible de
que eso fuera cierto.
Aun así, la idea me persiguió durante todo el rato que me
estuve preparando para la velada inaugural de aquella noche.
Fuera verdad o no, si no podía apartar a un lado mi miedo, este
sería revelado ante todos mis enemigos y sus súbditos. No solo
sería humillante, sino que indicaría que no había dejado atrás
el pasado al vender mi alma y que estaba trabajando con
ahínco para destruir a uno de ellos.
Si los príncipes demonio habían llegado a sospechar de mi
motivación para viajar al infierno antes, sus conjeturas se
verían confirmadas. Y no quería saber qué harían para
vengarse.

Bajé las escaleras, con los hombros hacia atrás y la cabeza


bien alta. Esperaba ver a Fauna y a Anir. En cambio, era el
príncipe de la Ira quien me esperaba, vestido para devastar, y
con su mirada clavada en la mía. Había elegido no usar
ninguno de los colores característicos de su casa. No era que
pareciera descontento con el vestido de terciopelo rojo o la
forma en que se adhería a mis curvas antes de acumularse
alrededor de mis pies.
De hecho, casi perdí el equilibrio cuando me fijé en el color
de su camisa. Un intenso y tentador tono de arándano asomaba
bajo el chaleco negro y la chaqueta de su traje. Harlow o la
costurera debían de haberlo informado sobre mi atuendo.
Llegué al último escalón y giré sobre mí misma muy
despacio. Mis zapatos tenían el mismo diseño en forma de
serpiente que los de unas noches atrás, pero estos eran de un
dorado mate en lugar de negros. Era el único homenaje a mi
actual casa del pecado. Al margen de si alguna de mis teorías
era correcta, en aquella realidad, en aquella versión de mí
misma, era allí donde me sentía cómoda. No servía de nada
negar que el pecado de la ira encajaba conmigo más que
cualquier otro.
—¿Y bien? —invité—. ¿Qué aspecto tengo?
La mirada de Wrath se oscureció hasta convertirse en una
sombría promesa de pecado.
—Sospecho que ya lo sabes.
—Pues dame el gusto.
—Eres la encarnación de los problemas.
—Una gran alabanza viniendo de uno de los Malvagi. —
Eché un vistazo al vestíbulo vacío. El silencio se extendió
entre nosotros. Lo cual no ayudaba a calmar mis crecientes
nervios. Cuanto más intentaba no centrarme en mis teorías,
con más insistencia me perseguían—. ¿Dónde están Fauna y
Anir?
—A estas alturas ya estarán casi en casa de Gluttony.
—¿Quién más vendrá con nosotros?
—Nadie. —Me tendió el brazo. Me pregunté si sabía que él
también parecía problemático. Y tentador. Pero si Pride era el
hombre de mi visión, Wrath también podría parecer un
agradable recuerdo antes de que terminara la noche. Sentí una
punzada en el pecho ante aquel pensamiento—. Esta noche
usaremos mi carruaje. Se considera de mala educación llegar
al Festín por arte de magia.
Acepté su brazo y salimos por las amenazantes puertas
dobles.
En el exterior aguardaba nuestro vehículo, con copos de
nieve pegados al techo como azúcar en polvo. El carruaje de
Wrath era más oscuro que la noche, con motas doradas en el
acabado lacado.
Cuatro corceles negros como el ébano olfatearon el aire, sus
ojos rojos eran la única indicación de que no pertenecían
exactamente a la misma raza que los caballos del mundo
mortal. Wrath se dispuso a comprobar sus bridas y emitió un
ruidito de disgusto cuando uno de los caballos del infierno lo
mordisqueó.
Tragué aire con dificultad. Me había equivocado. Sus ojos
no eran lo único que los señalaba como diferentes. Sus
relucientes dientes de metal indicaban que eran más
depredadores que los simples equinos. El caballo del infierno
mordió de nuevo, con más insistencia.
—Tranquilo, Muerte.
—Diosa, dame fuerza. —Miré a las otras tres bestias—.
Hambre, Pestilencia y Guerra, supongo. —La sonrisa de Wrath
fue confirmación suficiente cuando me miró por encima del
hombro—. No puedo creer que les pusieras el nombre de los
cuatro jinetes y, sin embargo, no es que me sorprenda
demasiado.
Caminó hacia donde yo esperaba, luego me ayudó a subir al
carruaje.
—Puede que no hayan recibido simplemente el mismo
nombre.
Wrath se acomodó en el lujoso banco de terciopelo frente a
mí con expresión engreída mientras yo asimilaba esa
información. Con un rápido golpe en el techo, partimos.
Las ruedas resonaron sobre la piedra, pero el sonido y la
sensación discordante fueron amortiguados por los asientos
bien acolchados y las distintas capas de alfombras lujosas.
Nunca había montado en un vehículo tan opulento. Tampoco
había montado nunca en uno en mal estado. Antes de mi viaje
con la emisaria, lo más cerca que había estado de viajar en un
carruaje era una calesa tirada por caballos.
Fruncí el ceño. Eso no podía ser cierto… Teníamos que
haber viajado en carruaje para visitar a la amiga de Nonna en
el norte de Italia. Excepto que no podía recordar cómo
habíamos llegado allí.
Wrath me estudió.
—Parece como si estuvieras en mitad de un acertijo
desconcertante.
Si él supiera. Me encogí de hombros.
—Supongo que son sobre todo nervios.
—¿Por la parte del miedo del Festín?
—Por el miedo y por todo el calvario. Conocer al resto de
tus hermanos. Bailar.
Se quedó en silencio un rato. Dudaba de que esperara
semejante honestidad y lo más probable era que no tuviera
claro cómo proceder. Al final, se inclinó hacia delante.
—No sufrirás ningún daño. No lo permitiré.
—Quizá deberías preocuparte por tus hermanos.
—Si son lo bastante estúpidos como para encender tu furia,
merecen quemarse.
Le sonreí.
—Y, sin embargo, tú no dejas de arrojar cerillas al queroseno
todo el tiempo.
—La ira y la furia son mis pecados. Me gusta tu
temperamento.
Después de un tiempo indeterminado, nuestro carruaje se
detuvo de golpe. Wrath echó un vistazo al exterior, su
expresión era una máscara fría e implacable una vez más.
—Hemos llegado. —Alcanzó la manija, luego se detuvo.
Sus músculos estaban tensos debajo de su traje de confección.
Sacudió la cabeza una vez y luego me miró—. Si te encuentras
en necesidad de una pareja, bailaré contigo.
Antes de que pudiera reaccionar, abrió la puerta y salió del
carruaje. Su mano apareció desde las sombras, esperando la
mía. Me concedí un momento para controlar mis emociones.
No había mentido a Wrath sobre la causa de mis nervios, pero
no había expresado todas las razones detrás de las
palpitaciones de mi corazón. Ahora tendría la oportunidad de
hablar con todos los príncipes del infierno. Y era muy
probable que uno de ellos hubiera orquestado el asesinato de
mi hermana.
En los próximos días, mucho se ganaría o se perdería. Y si el
asesino de mi hermana estaba allí, no sabía si intentaría
arrancarme el corazón del pecho a mí también.
Si estaba a punto de librar una batalla por mi vida, al menos
tendría a Wrath de mi lado.
Ignorando la forma en que sus dedos apretaron los míos, y el
consuelo que me supuso aquel pequeño gesto, bajé del carruaje
y eché un vistazo a la casa de la Gula. Era enorme, aunque con
un diseño inusual. Un cruce entre terrazas romanas abiertas
con altas ventanas arqueadas y torres medievales. Había sido
construida en la ladera de la empinada cima de una montaña y
parecía sacada de un cuento de hadas gótico.
—Prepárate. —Wrath me acompañó por un pequeño tramo
de escaleras y se detuvo en el interior de la gran entrada del
castillo—. El libertinaje de mi hermano no conoce límites.
Las palabras me fallaron cuando nos detuvimos dentro de la
casa de Gluttony. El príncipe de aquel círculo no escondía sus
pecados o sus vicios homónimos. Inmediatamente después de
entrar en el gran vestíbulo de la recepción, nos recibió la
escena más escandalosa de la que jamás había sido testigo.
Había una mesa del tamaño de cuatro colchones enormes en
exhibición, la cual obligaba a los invitados a apretujarse a su
alrededor si querían adentrarse más en el castillo. La mesa no
estaba cubierta de comida o vino. Estaba cubierta de amantes.
Algunos estaban ocupados en actos con los que nunca había
soñado.
En un extremo, una mujer yacía desnuda con las piernas
abiertas mientras un hombre vertía un rastro de salsa de
chocolate sobre sus senos, bajaba por su estómago y cruzaba el
vértice de su cuerpo. Luego él arrojó la jarra a un lado, se
arrodilló y comenzó a darse un festín. No había nada
romántico en ello, ninguna seducción. Solo un hambre pura,
animal. No era que a la mujer pareciera importarle. Se retorció
sobre la mesa, moviendo las caderas, animándolo a tomar más.
Y eso hizo él.
Dirigí la mirada al extremo opuesto de la mesa, donde un
joven yacía con un brazo detrás de la cabeza, observando
cómo su compañera chupaba crema batida de su miembro
mientras otro amante la penetraba a ella por detrás. Sentí el
rostro en llamas ante aquella escena erótica.
Antes de que supiera que Pride no era mi prometido, Wrath
había mencionado la posibilidad de que su hermano invitara a
otros amantes a nuestra cama. En aquel momento, entendí lo
que quería decir. También supe con vívida claridad de lo que
hablaba Fauna al preguntar acerca de si me había llevado a
Wrath a la boca.
—A mi hermano le gusta sorprender a los invitados a su
llegada. —La voz baja de Wrath junto a mi oído envió un
escalofrío a lo largo de mi columna vertebral—. Sus súbditos
están más que dispuestos a participar en el espectáculo de su
vicio favorito. Estos amantes de aquí quieren ser vistos.
Desean que nos dejemos llevar por su placer. Nuestra atención
los alimenta como sus encuentros nos alimentan a nosotros.
No será así en toda la casa.
La mano de Wrath en mi espalda no arrancó mis pies de
donde los tenía clavados.
—¿La influencia de Gluttony me hará hacer eso? ¿Enfrente
de todo el mundo?
Wrath siguió mi mirada, su propia expresión inescrutable.
—No.
Estudié con sutileza al demonio que tenía al lado. No parecía
afectado en absoluto por todos aquellos cuerpos desnudos,
gruñidos y gemidos. Podría estar observando los muebles,
fijándose en que estaban allí para sentarse, pero como si no
merecieran nada más que una mirada superficial. No podía
decir lo mismo de mí. A la fuerza, aparté la mirada de donde el
hombre lamía y chupaba con febril abandono.
—¿Cómo puedes estar seguro? Lust logró influir en mí. Al
igual que Envy. Estoy segura de que tu hermano puede
obligarme a hacer lo que le plazca con quien le plazca y que lo
haré. Tal vez nuestras lecciones no hayan sido suficientes.
Quizá…
—Respira. Nadie te tocará mientras estemos aquí, Emilia.
Sería un acto de guerra y nos hemos reunido bajo el amparo de
una tregua temporal. Perteneces a la casa de la Ira. Si lo
olvidan, será un placer recordárselo.
Una mirada a sus duros rasgos me convenció de la veracidad
de su promesa. No tenía demasiadas dudas de que aquel
príncipe desgarraría a alguien miembro por miembro si me
pusiera un dedo encima. Quería ese poder. Anhelaba conocer
la seguridad por mi propia mano y casi habría jurado que una
vez había estado en posesión de ella. Tal vez por eso había
sentido tantos celos de Envy cuando lo conocí y usó su
influencia sobre mí. Anhelaba el poder de defendernos a mis
seres queridos y a mí.
Mi mirada se desvió hacia donde el hombre estaba
arrodillado entre los muslos de la mujer. Ahora estaba usando
tanto la boca como la mano. Otro amante avanzó hacia sus
senos, vertió crema batida encima de ella y le lamió la piel
hasta que estuvo limpia antes de agregar otra cucharada.
Gluttony deseaba escandalizar a sus invitados, perturbarlos.
Excepto que la mayoría pertenecían a aquel reino y lo más
probable era que hubieran presenciado mucho más libertinaje.
No, aquel cuadro no era para todos sus invitados. Era para mí.
Para desestabilizar a la invitada de honor mortal mucho antes
de que entrara en su salón de baile.
Y casi lo había logrado.
Cuerpos desnudos, personas buscando placer. Sin importar
cuánto intentara superarlo, la costumbre mortal de pensar en
ello como algo malo y vergonzoso seguía persiguiéndome.
Aquellas cosas no dejaban de sorprenderme porque, en el
fondo, todavía me preocupaba la ruina de las nociones
humanas sobre el escándalo.
Suficiente. Ya había tenido suficiente, no volvería a caer en
viejos miedos. Me acerqué a la mesa y sumergí un dedo en un
tazón de crema batida, y luego me giré despacio hacia Wrath
mientras me lo lamía.
En aquel instante, no había nada en su expresión que hablara
de aburrimiento o desinterés. Siguió cada uno de mis
movimientos con la mirada como si los estuviera
memorizando.
Apareció un camarero con una bandeja de copas de
champán.
Le dediqué a Wrath una pequeña y tortuosa sonrisa y agarré
una copa de vino espumoso.
—Brindo por los actos escandalosos.
Sin esperar su respuesta, me di la vuelta y pasé junto a la
mesa repleta de amantes.
Cuando entré en el Festín del Lobo y el heraldo gritó mi
nombre, me convencí a mí misma de que era la más temible de
la estancia.
VEINTISIETE
El príncipe de la Gula no era para nada lo que yo esperaba. No
estaba sentado en un trono, ni tenía aspecto de estar aburrido y ser frío, ni
exudaba arrogancia real. Tampoco había nada en su apariencia que se
viera particularmente peligroso. Excepto por la amenaza que representaba
para los corazones.
Estaba de pie, con varias mujeres rollizas bajo los brazos, cerca de una
fuente de bebidas espirituosas, y con una sonrisa secreta tirando de las
comisuras de una boca voluptuosa. El príncipe se inclinó para susurrar
algo al oído de todas sus acompañantes, su risa sensual y repleta de
pícaras promesas.
Enarqué una ceja cuando se puso a mordisquearles el cuello por turnos.
Era un libertino hasta la médula. Y parecía ser adorado por ello.
No era tan alto como Wrath, pero tenía unos hombros anchos, caderas
estrechas y el ancho de sus muslos sugería un cuerpo en forma escondido
debajo de su traje color mora.
Su cabello castaño ligeramente despeinado tenía mechones dorados y
rojizos en función de cómo incidiera la luz en ellos, aunque la oscuridad
nunca abandonaba su dominio por mucho rato. Portaba una corona de
bronce, adornada con piedras preciosas multicolores. Los ojos color
avellana de Gluttony eran una mezcla de tonos verdes, dorados y
marrones brillantes. Todos compitiendo por el dominio, todos disfrutando
de su propia belleza.
Y ahora estaban fijos en el lugar en el que nos encontrábamos Wrath y
yo. Arqueó una ceja.
—¡Hermano! Ven a conocer a mis nuevas amigas. Drusila y Lucinda.
Justo me estaban contando una historia de lo más interesante.
—No me cabe la menor duda. —La falta de decoro de Wrath no pareció
sorprender a nadie más que a mí. Colocó una mano en la parte baja de mi
espalda—. Mi esposa, Emilia di Carlo.
La mirada de Gluttony se desplazó hacia mí. Parecía que se había roto
la nariz una o dos veces en el pasado, pero esa imperfección solo lograba
hacerlo más interesante. Su mirada me recorrió entera y una chispa
traviesa estalló en sus ojos.
—Futura esposa, según tengo entendido.
—En realidad —interrumpí—, no he decidido si aceptaré el vínculo.
—¿Oyes eso, hermano? —Gluttony se alejó de sus acompañantes y
pasó un brazo alrededor de los hombros de Wrath—. Todavía puedo tener
esperanzas.
—Si respiras cerca de ella sin su permiso, te destripará. —Wrath tomó
una copa de vino de una bandeja que pasaba y bebió un sorbo, la viva
imagen de la elegancia sin esfuerzo—. Ya le he pedido que se abstuviera
de la violencia durante nuestra visita, pero si fuera tú, no tentaría su furia.
Ambos hermanos intercambiaron una larga mirada. Básicamente, Wrath
había llegado y establecido sus propias reglas en la corte real de su
hermano. Tal como había hecho en la casa de la Envidia. Era un milagro
que Gluttony ni siquiera enarcara una ceja ante la impertinencia de Wrath.
—Entonces, ¿eres una pequeña arpía violenta?
—Tengo mis momentos, alteza.
Su risa era plena e intensa.
—Eso explica cómo has captado la atención de este. —Se inclinó y
habló en un susurro fingido, en tono serio, como si compartiera un secreto
peligroso—. El gusto de Wrath por la furia es insaciable. Aunque nunca
se excede. Para consternación de todos. —Wrath no le devolvió la sonrisa
a su hermano, lo cual solo logró deleitar más al príncipe de aquel círculo
—. Quizás esta vez nos sorprendas a todos, querido hermano. Puede que
este sea el año en que te dejes llevar, finalmente. La ocasión en que estés
a la altura de nuestras expectativas. Deléitate con un poco de diversión
por una vez.
—Agradece que limite mi idea de diversión, hermano.
—Bueno, la caza comienza al amanecer, así que puedes ensillar un
caballo infernal y desatar tu espíritu guerrero entonces. —Me miró, con
una sonrisa problemática—. Tú también. Lady Emilia. Deja que veamos
si te mueve la misma sed de sangre.
—Yo no cabalgo.
—¿No? —Le brillaron los ojos, llenos de diversión—. Entonces me
quedaré y te haré compañía. Mientras ellos se meten en problemas,
nosotros podemos crear los nuestros.
Cualquier frivolidad que pudiera sentir Gluttony desapareció en un
instante. Fue reemplazada por una expresión helada. Seguí la dirección de
su mirada y me sorprendí al descubrir que el objeto de su odio era una
noble hermosa y remilgada. Llevaba el cabello azul pálido peinado al
estilo de las damas inglesas más formales y el elegante vestido abotonado
hasta el cuello.
Se había puesto unos guantes de cabritilla que le llegaban más allá de
los codos y lucía una expresión de repugnancia mientras espiaba al
anfitrión, con su mirada cortante desde el otro lado de la estancia. Se
inclinó junto a su compañera y susurró algo que hizo reír a la otra mujer
noble.
—Si me disculpáis. —El estado de ánimo de Gluttony se oscureció aún
más—. Hay una aguafiestas entre nosotros.
Sin pronunciar ni una palabra más, Gluttony se dirigió hacia las damas
y sus risas tontas.
Me volví hacia Wrath.
—¿Qué acaba de pasar?
—Es una periodista de las islas Cambiantes. Y rara vez tiene algo
halagador que decir sobre la realeza en este reino. Ha sido particularmente
despiadada con Gluttony.
Volví a pensar en los amantes sobre la mesa.
—Asumo que no disfruta de tales demostraciones de excesos.
—Al contrario. —Wrath esbozó una media sonrisa—. Describió la
última reunión que presidió mi hermano como «perfectamente ordinaria y
completamente forzada. Una velada predecible y anodina».
—No me creo que hayas memorizado eso.
—Mi hermano citó esa frase con tanta frecuencia que se me quedó
grabada. Gluttony estaba furioso. Desde entonces ha celebrado las fiestas
más lujosas, exageradas y libertinas que ha podido.
—Quiere que ella se trague sus palabras.
—Entre otras cosas, sin duda.
No pude evitar sonreír.
—El odio es un poderoso afrodisíaco para algunos.
—En efecto. Lo es. —La mirada de Wrath se detuvo un instante en mis
labios—. ¿Te gustaría recorrer los jardines de placer o prefieres instalarte
en tus habitaciones?
Recordé lo que Fauna había dicho sobre los jardines crepusculares y mi
estómago dio un vuelco nervioso. Si Wrath y yo nos escapábamos en
aquel momento, perdería la oportunidad de conocer al resto de su familia.
Por no mencionar que no estaba segura de que estar a solas con él donde
la seducción era servida en bandeja fuera una buena idea.
Como si hubiera sacado el pensamiento de mi mente, añadió en voz
baja:
—Pride hará su gran entrada en el baile de máscaras de mañana. Sloth
entrará justo antes de la ceremonia del miedo. Greed y Envy llegarán
elegantemente tarde esta noche.
—¿Y Lust?
—Me imagino que ya está aquí y que se está dando algún gusto. Si bien
tiende a apropiarse de los sentimientos felices para aumentar su poder,
participa en las tentaciones carnales cuando se le ofrecen. Estas fiestas
tienden a alimentar su pecado a múltiples niveles.
Miré hacia la terraza, donde había un par de puertas abiertas por las que
entraba una brisa fría acompañada de algunos copos de nieve desde el
patio que había más allá. Unos orbes plateados diminutos flotaban y
parpadeaban en la oscuridad.
Ir a mi dormitorio era la mejor decisión. Sin embargo, me encontré
diciendo:
—Demos un paseo rápido por el jardín.
Como era de esperar, la idea de Gluttony de un jardín del placer era
bastante literal. Pasamos junto a amantes que a duras penas se escondían
en las sombras; los sonidos de sus pieles desnudas golpeando una contra
la otra y los gemidos entrecortados creaban una sinfonía extrañamente
inquietante. Hice todo lo posible por mantener la vista fija en el sendero
iluminado por antorchas frente a nosotros, sin atreverme a buscar sombras
que se retorcieran cerca de los setos.
Wrath, como siempre, no parecía afectado por nada de aquello.
—¿Has estado antes en estos jardines? —Al instante, deseé no haber
preguntado.
—Sí. —Wrath me miró de soslayo—. Siempre inspecciono el terreno
para asegurarme de que no haya ninguna amenaza oculta.
Casi como obedeciendo una orden, una mujer gritó el nombre de su
amante.
—Por supuesto. —Puse los ojos en blanco—. Lo cierto es que suena
como si aquí hubiera algún peligro.
—Ejércitos ocultos, invitados no deseados, reuniones clandestinas entre
casas intrigantes. —Wrath se acercó y bajó la voz—. Pueden pasar
muchas cosas en la oscuridad, mi señora.
—No se equivoca. —La sonrisa del príncipe de la Lujuria parecía casi
felina cuando entró en nuestro campo visual y estiró los brazos por
encima de la cabeza, dejando al descubierto una zona de piel dorada. Sus
ojos de color carbón se bebieron mi cuerpo y luego me escupieron con
desinterés—. Hola de nuevo, querida.
—Lust. —A pesar de la vocecilla interior que me instaba a correr, me
mantuve firme. Todos mis sentidos estaban en alerta mientras esperaba
esa primera pizca de su aplastante influencia—. Diría que es un placer
volverte a ver, pero… —Me encogí de hombros, dejando el resto en el
aire.
—Tendré que remediar eso. Luego. —Se giró hacia su hermano. No
había ira ni asomo de venganza en su expresión. Que yo supiera, la última
vez que se habían visto, Wrath le había clavado una daga en el pecho—.
Necesito hablar contigo. En privado.
Wrath vaciló antes de asentir una vez. Se volvió hacia mí.
—Luego pasaré por tu habitación. A menos que quieras que te
acompañe hasta allí ahora.
—No. —Negué con la cabeza, agradecida por la excusa para alejarme
de Lust y su problemática influencia—. Estoy segura de que encontraré el
camino de vuelta yo sola.
Wrath asintió, pero no se movió para seguir a su hermano. Sentí su
mirada sobre mí hasta que giré la esquina. A mitad de camino por el
siguiente sendero, apareció un sirviente. Sin duda, Wrath había logrado
concertar nuestro encuentro.
—Lady Emilia, si sois tan amable de seguirme. Puedo mostraros
vuestros aposentos.
Después de instalarme en mi habitación bien amueblada, todo azul
cobalto, plateado y excesivamente lujoso, esperé sentada al borde de mi
cama durante lo que parecieron horas. Esforzándome por oír el golpe
ligero de Wrath al llamar a mi puerta.
Nunca sucedió.
Al principio me preocupaba que Lust le hubiera dado una paliza en
venganza por lo que había ocurrido entre ellos en Palermo. Luego
apareció una nueva preocupación en mi mente. Estábamos alojados en
una casa llena de libertinaje. Si Wrath no había llegado a su cama, me
pregunté si eso significaba que había caído en la de otra persona.
Me quedé mirando la nota que llegó bien pasada la medianoche. Papel
azul cobalto con tinta plateada. El pergamino era grueso y lujoso.
No había ninguna indicación sobre quién era el remitente, qué
encontraría si aceptaba la invitación o qué tipo de maldades podría estar
invitando a mi ya de por sí complicado mundo. La caligrafía no era la de
Wrath, que aún no había aparecido.
Dado lo lujoso del papel y la tinta, imaginé que la había escrito
Gluttony, pero siempre cabía la posibilidad de que la hubiera enviado uno
de los demás príncipes presentes.
Ponerme algo «mortal» podría no ser un eufemismo demoníaco.
Consideré mis opciones con mucho cuidado. Podía ignorar la nota. Sin
duda, ese era el proceder más seguro. Después del intento de asesinato en
la casa de la Ira, no era una exageración pensar que se trataba de una
trampa.
Puesto que todo el mundo se reuniría al amanecer para la cacería,
estaría sola y sería vulnerable. Quien hubiera enviado la nota debía de
saber que había elegido no cabalgar con los demás.
Y la única persona que lo sabía, aparte de Wrath, era Glutonny.
Si mi atuendo importaba, eso podría indicar que se trataba de una fiesta
clandestina. Una en la que las máscaras fueran obligatorias para mantener
el anonimato de los asistentes. Un evento misterioso organizado en el
inframundo por un anfitrión desconocido no era la típica reunión a la que
habría considerado asistir en el pasado.
Pero ahora… suspiré. Ahora no podía rechazar algo que podría
proporcionarme la oportunidad de interrogar a un príncipe del infierno sin
la presencia de Wrath.
Le di la vuelta a la nota y examiné las dos caras mientras pensaba. Solo
porque me hubieran pedido que nos reuniéramos en el Jardín Escarcha
Plateada no significaba que tuviera que presentarme allí. Al menos no
desde el principio.
Un plan empezó a tomar forma en mi mente poco a poco. Había una
amplia terraza en el exterior del salón de baile de la torre sureste, con una
gran escalera que conducía a los jardines. Llegaría temprano y esperaría
allí, en las sombras. Me levanté de la cama y me apresuré a ponerme un
vestido hecho de sombras.

Gluttony se paseaba por la terraza vacía, con un dedo de licor en un vaso


de cristal. Llevaba una licorera metida debajo de su otro brazo. Diría que
era demasiado pronto para beber, pero no parecía haberse ido a la cama.
Tenía el cabello un poco despeinado, una ligera arruga en el traje. Como
si su compañera de cama lo hubiera mantenido ocupado toda la noche y
hasta bien entrada la mañana. Interpretaba el papel de un libertino a la
perfección.
Tomó un saludable trago y siseó entre dientes. Todos los príncipes
parecían disfrutar por igual del alcohol, aunque las cantidades que
consumían diferían.
Me escondí aún más entre las sombras y observé cómo se acercaba a
través de las pestañas. Aguanté la respiración para evitar ser detectada.
Como si la más mínima inhalación fuera a delatarme.
—No logro decidir si eres muy valiente o muy estúpida.
Todo mi cuerpo se tensó al haber sido descubierta tan deprisa. Alcancé
mi daga y me relajé una vez que sentí su peso familiar en la mano. Di un
paso hacia la luz acuosa que precedía al amanecer.
Ya no tenía sentido esconderse.
Esperé en silencio a que continuara. Estaba claro que él deseaba
mantener aquella reunión a solas. Podía empezar a deslumbrarme con
cualquier discurso que hubiera preparado.
Se inclinó sobre la barandilla de piedra, inspeccionando el jardín
decadente de abajo. Las flores plateadas cubiertas de escarcha brillaban
como diamantes.
—Puede que tu estrategia funcione a la perfección.
—¿Qué estrategia?
—En cinco minutos, todo el castillo saldrá a galope de los establos. —
Apoyó la bebida en la amplia barandilla que tenía delante y luego hizo un
gesto hacia el tejado cubierto de nieve en la distancia. Las colinas
cubiertas de nieve daban paso a un bosque—. La gente rara vez se da
cuenta de lo que tiene delante, sobre todo cuando esperan encontrar algo
más.
—No estoy segura de entender a qué te refieres.
Muy despacio, se giró para mirarme, su expresión era la viva imagen
del falso disgusto.
—Puede que haya omitido algunos detalles importantes en la nota.
Como la cacería y el premio para el ganador.
—No sabía que había un premio involucrado en la cacería.
—Premio. Presa. Algunos podrían argumentar que son lo mismo. —Esa
sonrisa estaba tallada a base de malas intenciones—. El anfitrión elige la
presa cada temporada de sangre. Los participantes solo se enteran de lo
que están buscando en los establos, justo antes de que comience la
cacería.
Se me heló la sangre en las venas.
—Wrath me dijo que no habría ningún sacrificio en ningún momento de
estos tres días.
—Yo no he dicho nada sobre ningún sacrificio. Solo he dicho que
alguien o algo será cazado. —Me estudió más de cerca de lo que hubiera
creído posible, considerando lo mucho que debía de haber bebido—.
Nadie mata a la presa elegida. —Me guiñó un ojo—. No somos unos
completos monstruos.
—¿Por qué querías que me pusiera una máscara?
—Para ver si me complacías. —Se encogió de hombros y los dejó caer.
Como si esa fuera la única razón que alguien necesitaría—. ¿Te ha
contado alguien por qué se llama «temporada de sangre»?
—No, pero estoy segura de que será una historia encantadora.
—Si un demonio menor o un noble gana la cacería, se le da la opción
de beber el elixir de la vida.
—Sangre.
El estómago me dio un vuelco cuando Gluttony asintió. Nonna solía
decirnos que los Malvagi bebían sangre. Ahora sabía de dónde había
salido aquel rumor.
—¿Qué pasa si gana un miembro de la realeza?
—Tenemos la opción de reclamar nuestro propio premio, si al menos
cuatro votan a favor. Pero beber el elixir de la vida no es la única razón
por la que la llamamos «temporada de sangre». Al ganador de la cacería
lo elige quien derrama la primera gota sangre. Los participantes eligen
cuánta derramar y cómo hacerlo. Garras, cuchillas, flechas, dientes. —
Giró la mirada hacia los establos. Un disparo rasgó el aire—. Ah, sí.
Balas. Si yo fuera tú, consideraría unirme a la cacería ahora.
—Ya te he dicho que no monto a caballo.
—Es una pena. Este año van a cazar a un dragón de hielo. Unas
criaturas majestuosas y violentas. —Desvió la atención del edificio que
quedaba a la distancia y me miró de nuevo—. Y en cuanto a lo de montar,
yo lo reconsideraría. He descubierto que a veces nuestros cuerpos
recuerdan lo que nuestras mentes no pueden.
Gluttony inclinó la cabeza y luego regresó a su castillo, dejándome a
solas para evaluar sus palabras de despedida. Un segundo disparo resonó
como un trueno y le siguió el estruendo de una estampida. La tierra
retumbó bajo mis pies. Algo se agitó en mi sangre.
Antes de que pudiera cambiar de opinión, me subí las faldas y corrí
hacia los establos.
VEINTIOCHO
En el exterior de los establos, una yegua de color
violeta pálido se dedicaba a aplastar la nieve con unos cascos
metálicos y puntiagudos antes de girar sus ojos del color del
mercurio hacia mí. La inteligencia brilló en esos ojos líquidos
mientras me acercaba, despacio, al enorme caballo del
infierno. Una medialuna plateada brillaba en su frente y tenía
un puñado de estrellas repartidas en los cuartos traseros, como
una constelación de pecas.
—Eres magnífica, chica. —Me acerqué—. No sé cómo te
llamas, pero necesito tener un nombre por el que llamarte.
¿Qué tal Tanzie? Es una abreviatura de «tanzanita».
Sonreí cuando la yegua inclinó la cabeza en señal de
aprobación.
El momento de tranquilidad duró poco. A lo lejos se oyeron
gritos, seguidos de un rugido que hizo temblar la tierra. Me
imaginé que pertenecía al dragón de hielo que había
mencionado Gluttony.
Estaba claro que la cacería se hallaba en pleno apogeo, pero
me preocupaba menos que la creciente necesidad de cabalgar
lo más rápido posible por aquellos terrenos helados.
El corazón me retumbó en el pecho como un tambor de
guerra. Cabalgar a toda velocidad por aquel terreno sería
peligroso, si no fuera por las herraduras puntiagudas como
garras. Acaricié el flanco de Tanzie con confianza. De alguna
manera, sabía que no toleraría nada menos de la persona a la
que permitiera el honor de encaramarse a su silla. Y era una
silla preciosa, tan oscura y aceitada que parecía tinta
congelada.
Había un pequeño morral colgado a un lado. Gluttony debía
de haber mandado que lo prepararan.
Coloqué un pie en el estribo y me impulsé hacia arriba,
agradecida de haber decidido ponerme medias gruesas debajo
del vestido. Sentarme a horcajadas era bastante inapropiado,
pero dudaba de que en el inframundo hubiera alguien que lo
viera de la misma forma que los mortales.
Apreté los muslos alrededor de la yegua mientras me
preparaba. Chasqueé la lengua y levanté las riendas. No tuve
que instar más a la gran bestia. Tanzie se alejó del establo al
trote, descendió por una colina inclinada y fue ganando
velocidad en el declive en lugar de disminuirla.
A juzgar por los sonidos amortiguados de otros cascos
golpeando la nieve, el grupo de caza estaba a nuestra espalda,
ya fuera en el bosque o simplemente en la linde. No había
reglas que establecieran que tenía que participar en la cacería,
pero no deseaba que me descubrieran allí y me animaran a
unirme a ellos.
Mi respiración formó nubes de vaho frente a mí mientras me
inclinaba hacia delante en la silla, con el corazón latiéndome al
compás de cada impacto de los cascos del corcel. Cabalgamos
alrededor del castillo de Gluttony y la suave pendiente se
convirtió en una fuerte caída. Mi cabello suelto voló hacia
atrás cuando el viento cortante me mordió el cuerpo. Las
lágrimas hicieron que me picaran los ojos, pero era incapaz de
parpadear, incapaz de hacer otra cosa que no fuera erguirme
aún más en la silla de montar e instar a mi montura a lanzarse
montaña abajo. Un recuerdo se agitaba en mi interior… Sentí
como si hubiera estado allí antes, compitiendo con el viento y
cabalgando como una guerrera hacia la batalla.
Me olvidé de la caza, del Festín del Lobo y de la realeza
demoníaca que cabalgaba cerca. No tenía ni idea de hacia
dónde iba, pero en lo profundo de mi sangre había algo
llamándome. Me gritó que recordara, que dejara de pensar y
me limitara a sentir.
Tanzie relinchó como para confirmar esos sentimientos.
Como si hubiera querido que recordara aquello para lo que
habíamos sido creadas. Aquella sensación de máxima libertad
y de deshacerse de las restricciones. Lo único importante era el
suelo por el que nos precipitábamos y la sangre que corría por
nuestras venas.
Cuando llegamos a la cima de una colina enorme, ante
nosotras apareció un campo negro como una mancha de tinta.
Reduje el ritmo a un trote lento y conduje a Tanzie más cerca
de la colina reluciente. De cerca, vi que la oscuridad no era
sólida. Eran millones de diminutas flores negras que crecían
atravesando el hielo. Detuve a Tanzie y bajé de su grupa de un
salto. Aquellos pétalos de ébano estaban adornados con puntos
plateados.
Intrigada, arranqué una flor y me sorprendí cuando toda la
raíz salió con facilidad. Las extrañas raíces plateadas brillaron
con intensidad y luego se secaron ante mis ojos. Ya se tratara
de magia o de alguna planta infernal peculiar, quería estudiarla
más tarde y ver qué más podía hacer. Arranqué un puñado de
flores y las guardé en el pequeño morral de cuero sujeto a la
silla.
Tanzie relinchó y pisoteó el suelo imperiosamente,
señalando así que la aburría el momento de distracción
recogiendo flores. Sin una sola mirada atrás, al campo
ondulado, me encaramé de nuevo a su grupa y cabalgamos aún
más deprisa que antes. Estaba tan absorta en el aspecto
sensorial del paseo, en la exaltación del aire helado
mordisqueándome la piel y robándome el aliento, que no me
fijé en el imponente castillo que teníamos delante. Tampoco
me había percatado de que hubiéramos cruzado una línea
divisoria invisible.
Solo cuando el primer grupo de guardias nos rodeó, con las
espadas en alto y listos para usarlas, gritando que me
detuviera, me di cuenta de mi error. Había invadido el dominio
de otro príncipe demonio sin invitación. Tanzie retrocedió y
luego se dejó caer al suelo, pateando mientras un guardia
mandaba callar a los demás antes de gritarme una orden clara.
—Desmontad y poneos de rodillas.
—Me parece que se trata de un malentendido. —Me agarré
con fuerza a las riendas—. Estaba cabalgando por la casa de la
Gula y no me he dado cuenta de que me había alejado tanto.
—He dicho que desmontéis y os pongáis de rodillas.
El guardia que había hablado se alejó de la formación. Su
casco de hierro, que le dejaba la cara descubierta, tenía unas
alas de aspecto mortal a ambos lados. En la parte superior,
donde el casco se ceñía sobre su frente, había un conjunto de
marcas de garras doradas grabadas en el metal.
Me fijé en que ninguno de los otros guardias llevaba ese
mismo diseño, lo que a todas luces lo convertía en el líder de
su grupo. Otra hilera de guardias apareció desde el castillo,
con flechas preparadas en sus arcos.
Les presté poca atención y decidí centrarme en cambio en la
mayor amenaza de todas.
Paseé la mirada por los rasgos del guardia líder,
memorizándolos por si las cosas salían mal y necesitaba
recordar detalles durante mi huida. Bajo el casco asomaban
unos mechones de cabello dorado bruñido. Su piel besada por
el sol estaba libre de toda imperfección, salvo una: una cicatriz
pálida y plateada que cruzaba en diagonal un par de labios
arrogantes.
No distinguía el color de sus ojos desde mi posición, pero la
dureza de su mirada era imposible de olvidar. Tanzie olfateó el
aire y retrocedió cuando los otros guardias avanzaron un paso
más, cerrando filas. Si desmontaba en aquel momento, seguro
que lo lamentaría.
Me senté con la espalda más recta y usé mi tono más
autoritario.
—Exijo hablar con el príncipe de esta casa. Ha habido un
error.
—Desmontad antes de que mi espada encuentre el camino
hacia vuestras entrañas.
—Tócame y te prometo que sentirás más que mi ira. —La
sonrisa que tironeó de mis labios fue tan agresiva como su
arma—. El dolor podría valer la pena solo por ver al príncipe
de la Ira desgarrándote. Dudo que se muestre compasivo con
cualquiera que dañe a su princesa.
La sorpresa parpadeó en su mirada antes de que controlara
su expresión.
—Perdonadme, pero no recuerdo haber recibido noticias de
que hayáis sido invitada a nuestras tierras. —Él se acercó,
alineando su hoja con mi corazón—. Lo cual me otorga
permiso para eliminar cualquier amenaza a nuestro territorio
como mejor me parezca. Ahora, bajad del maldito caballo,
princesa.

Si me veía obligada a centrarme en lo positivo de una


situación muy mala, no me habían encadenado y escoltado
hasta una celda. Me habían llevado a un lujoso salón y
enseguida me habían encerrado dentro con un puñado de
guardias armados apostados en las puertas y ventanas. Ignoré
sus miradas gélidas y examiné la habitación.
Los suelos y paredes de mármol blanco brillaban alegres
bajo la luz parpadeante de las velas. Estaba rodeada de
muebles tapizados con seda, lo bastante dorados y
ornamentados como para rivalizar con el famoso palacio del
Rey Sol en Francia. Me senté en el borde de un sofá de
brocado perlado, mis dedos ansiosos por hacerse con mi daga
escondida. Nadie habló. No llevaban ningún escudo real en los
uniformes, nada que indicara qué casa real había invadido por
accidente.
No es que pudiera identificar ningún blasón que no fuera el
de la rana con corona de Greed si tuviera uno delante. Sabía
con certeza que no estaba en la casa de la Ira, la Envidia o la
Gula. Hasta donde yo sabía, los siete príncipes del infierno
estaban ya en la fiesta. Lo cual era probable que fuera el
motivo de aquella complicación, una en la que los guardias
desconocían el protocolo adecuado para tratar con un intruso.
Un aspecto positivo de aquella lúgubre situación era que había
encontrado el escondite perfecto para evitar la cacería.
Un reloj imperial rococó sobre la repisa de la chimenea
marcaba el paso de los segundos. El jefe de los guardias me
había dejado allí y se había marchado murmurando órdenes a
los dos subordinados que tenía apostados a ambos lados de la
puerta. Había deslizado la mirada hacia mí antes de sacudir la
cabeza en reconocimiento de lo que fuera que hubiera dicho.
Pasó un cuarto de hora. Seguro que, como invitada de honor
que era, alguien de la casa de la Gula repararía en mi ausencia.
Wrath acudiría a buscarme.
Transcurrió una hora. No se presentó nadie. Luego
transcurrió otra en lo que tuvo que ser el paso del tiempo más
lento de la historia. Aun así, ningún príncipe llegó, daga en
mano, para liberarme.
Había llegado el momento de convertirme en mi propia
heroína y salvarme a mí misma.
Me aclaré la garganta.
—¿Qué casa real es esta?
Silencio.
Nadie se movió, ni siquiera parpadearon. Era como si no
hubiera hablado en absoluto. Me recosté de nuevo en mi
asiento y me puse cómoda. Pasó otra hora y justo cuando
estaba a punto de volverme loca, la puerta se abrió. Uno de los
guardias me bloqueaba la vista, y las voces hablaban
demasiado bajo para distinguir cualquier retazo de la
conversación. El guardia asintió y luego cerró la puerta.
Giró en mi dirección con expresión gélida.
—Levantaos.
Las rodillas no me funcionaban.
—¿A dónde vamos?
—Su alteza os ha liberado.
—No lo entiendo… ¿no desea hablar conmigo?
Una sonrisa cruel atravesó el rostro del guardia.
—Es mejor no preguntar sobre sus deseos. Sospecho que os
provocarían pesadillas.

El viaje de regreso a la casa de la Gula fue frío y lamentable.


No era capaz de deshacerme del presentimiento que me
perseguía como una sombra. Tanzie parecía igual de
trastornada; cabalgó deprisa y sin pausa, sus cascos se
clavaban con fuerza en la nieve y el hielo como si no pudiera
alejarnos de aquella maldita casa demoníaca lo bastante
rápido. Llegamos a la cima de la montaña y corrimos con
todas nuestras fuerzas hacia el lado sur del castillo. Gluttony
estaba apoyado contra la barandilla en el exterior de los
establos, con una capelina de color cobalto que ondeaba en la
brisa. Observó cómo nos acercábamos con una ceja arqueada.
—¿Ha pasado algo interesante?
Desmonté y palmeé el flanco de Tanzie.
—¿A qué estás jugando?
—¿Ahora mismo? —Consultó un reloj de bolsillo—. A ser
el tipo que te acompaña a tus aposentos. El baile de máscaras
comienza en unas horas. Tu pequeña excursión casi nos
retrasa.
Mi pequeña excursión para convertirme en prisionera. Antes
de que pudiera replicarle, lo tenía justo delante, con su daga
destellando bajo la luz menguante. Cortó el pequeño morral de
cuero de la silla de montar de Tanzie.
—Esto —sacó una flor de la bolsa y la alzó, las raíces
plateadas brillaron mientras una brisa ligera las hacía
retorcerse— es la raíz del sueño. Capaz de dejar fuera de
combate hasta al más poderoso de los demonios reales. ¿Qué
clase de planes perversos tienes para esta noche?
—Ninguno.
—¿De veras? —Sonaba decepcionado—. ¿Tienes en tu
posesión una planta que la mayoría de los príncipes teme, y no
tienes ninguna intención oculta de usarla contra nosotros? —
Me arrojó el morral con la raíz del sueño—. Necesitas
conspirar a lo grande, amiga mía. Deja libre a tu malvado yo
interno.
—Ahora que sé lo que hace —dije con dulzura—, me
aseguraré de darle un buen uso.
—Perfecto. Ahora preparémonos para un poco de
desenfreno.
VEINTINUEVE
Mi vestido de cuentas era extravagante. Y pesado.
Diosa de arriba, habría jurado que casi pesaba una cuarta parte
de mi peso corporal completo. En la parte superior llevaba un
corsé ajustado, y me apretaba lo suficiente sobre las caderas
como para sentir que me habían sumergido en oro líquido.
Unas lentejuelas metalizadas cosidas en patrones que seguían
diseños geométricos acentuaban mis curvas. Caderas, cintura,
busto. Cada zona contaba con una mezcla de cuentas,
lentejuelas y figuras diseñadas para llamar la atención.
Me retorcí ante el espejo, admirando el arduo trabajo que
habría costado fabricar esa prenda.
La seda color champán susurró sobre mi piel. Las faldas se
abrían en el centro, unos pocos centímetros por encima de las
rodillas, y la capa recubierta de cuentas ondulaba sobre seda
pura y prístina. Un cinturón dorado brillante con vides y
espinas aportaba un toque peligroso a la belleza de todo lo
demás.
Mi máscara… pertenecía por entero a la casa de la Ira. Me
habían informado que los príncipes solo podían usar máscaras
de lobo, y el resto de los asistentes eran libres de usar lo que
quisieran.
La media máscara que había encargado hacer era de muy
buen gusto. De color dorado mate con delicados hilos
brillantes y la más mínima similitud con la piel de una
serpiente. Me dejé el pelo suelto y salvaje y añadí algunas
horquillas doradas para apartármelo de la cara. Acababa de
terminar los últimos toques cuando Wrath entró en la
habitación y frenó en seco.
No pude evitar que una sonrisa tímida tirara de mis labios
hacia arriba mientras apartaba la aguja y el hilo que tenía en
mi juego de costura.
—Creo que servirá.
Desvió su intensa mirada hacia la máscara.
—¿Dónde has encontrado eso?
Levanté la mano para rozar el frío metal con los dedos.
—Un verdadero caballero lo que comenta es la belleza de su
cita. No pregunta dónde ha encontrado una máscara.
—Entonces, ¿eres mi cita esta noche?
Su tono contenía un toque burlón. Sin embargo, por debajo
sentí cierta tensión. Intenté no pensar en dónde había estado la
noche anterior, por qué no había acudido a mi habitación como
había prometido que haría. No tenía ni idea de lo que quería
Lust, pero podía hacerme una idea del tipo de entretenimiento
que podría buscar él y con el que podría incitar a su hermano.
La repentina opresión que sentí en el pecho se parecía
demasiado al dolor.
—Vas a escoltarme hasta la fiesta. —Me encogí de hombros
—. No estoy segura de qué otra forma llamarte. Si te gustaría
que lo intentara, probablemente podría dar con algunas
descripciones más.
—No me cabe la menor duda.
Admiré su traje sin tapujos. Ébano y dorado: su chaleco
también recordaba a la piel de una serpiente, excepto que el
suyo estaba hecho de metal auténtico, como una armadura de
cota de malla.
—¿Esperas alguna batalla?
—Solo si me pides que luche contra tus pretendientes.
—¿Y tu máscara?
Extendió un brazo.
—Disfruta de ese misterio.
—Estoy a punto de ser sometida al honor de que me
arranquen mi mayor miedo o un secreto de mi corazón. Pensar
que esta noche podré disfrutar de algo no parece realista. Me
gustaría saber con exactitud qué esperar de cada parte de la
velada.
—Ahora viene la cena. Y estoy seguro de que disfrutarás del
espectáculo.
Sin ofrecerme más pistas, Wrath me acompañó por unas
impresionantes escaleras hasta un vestíbulo lleno de invitados
enmascarados que bebían champán y charlaban en voz baja. El
ambiente de esa noche era más sutil, pero no menos
encantador.
Gluttony reparó en nuestra llegada y dio una palmada,
atrayendo sin esfuerzo la atención de los asistentes reunidos
para la fiesta.
—Por favor, que todo el mundo tome asiento. La fiesta está
a punto de empezar.
Wrath me condujo a nuestros asientos, y me alegré de ver a
Fauna allí y de que le hubieran asignado el asiento junto al
mío. Anir estaba frente a ella, y ahí se acababa mi buena
suerte. La expresión de lady Sundra, radiante como la luz del
sol, se volvió tormentosa al divisarme.
—Lady Sundra.
Apretó la mandíbula y me di cuenta de inmediato de la
trampa que le había tendido de forma involuntaria. Con Wrath
presente, la estaba obligando a usar mi título.
—Lady Emilia.
Envy entró en la habitación y se hundió en la silla que
quedaba frente a Wrath (y junto a una lady Sundra que seguía
echando chispas por los ojos), con una sonrisa de complicidad
tirando de las comisuras de su boca.
Antes de que pudiera provocarme con lo que fuera que se
estuviera gestando en su mirada, un chef se presentó.
—Buenas noches, caballeros, damas y príncipes del
inframundo. El tema del menú de esta noche es «Fuego y
hielo». Cada uno de los platos de las tierras mortales
representará los elementos elegidos de una forma o de otra.
Nuestro primer plato es una ensalada frisée con hielo. En
breve descubrirán por qué.
Apareció un ejército de sirvientes cargados con platos
individuales que colocaron delante de cada comensal al mismo
tiempo. Mis preocupaciones sobre lady Sundra se
desvanecieron. Era incapaz de apartar la atención del plato.
Las verduras habían sido dispuestas en círculo sobre una base
de madera, con lo cual el plato se asemejaba al nido de un
pájaro que hubiera sido arrancado del árbol.
Alrededor de las verduras había pedacitos de queso y nueces
trituradas. En el centro había algo con forma de huevo de color
rubí parcialmente lleno de líquido. No era una simple
ensalada; era una obra de arte, de pasión. Aquello demostraba
un genio creativo a un nivel con el que nunca antes me había
topado.
Me alegró ver que no era la única que aún no había
levantado el tenedor, no del todo preparada para alterar aquella
escultura comestible.
—Vinagreta de fresa congelada. —El príncipe de la Gula
golpeó el falso huevo para romperlo y derramar el aderezo.
Arrojó los trozos de queso y las nueces trituradas sobre las
hojas verdes y lo mezcló todo con la vinagreta. Todo el mundo
lo imitó y la emoción de las charlas inundó el gran comedor.
Wrath me observó con las comisuras de la boca hacia arriba
mientras rompía mi huevo de vinagreta y me maravillaba ante
lo que tenía el plato.
—Ya veo que lo estás pasando fatal.
—Terriblemente mal. —A pesar de la atención intrusiva que
sentí que venía del lado opuesto de la mesa, le devolví la
sonrisa—. Es casi demasiado bonito para comérselo.
El picadillo de menta, cebolla roja rallada e hinojo
combinaba de forma exquisita con la amargura de las verduras.
Una vez que nuestros platos estuvieron limpios, los camareros
se apresuraron a retirarlos para dar paso a nuestra próxima
delicia culinaria. Como si fuera un maestro y la comida, la
orquesta que dirigía, el chef reapareció para anunciar con
orgullo su próximo plato.
—Nuestro segundo plato esta noche incluye fuego. La
«vela» está hecha de grasa de tocino. Mientras arde lentamente
creará una salsa en la que mojar las vieiras y las virutas
carbonizadas de coles de Bruselas con parmesano.
Los camareros se inclinaron y encendieron las velas de
tocino al unísono. Gluttony animó a todos a beber un sorbo de
vino y a observar cómo se derretían las velas. Aburrido de
tanta teatralidad, Envy se giró hacia el demonio sentado a su
lado.
—¿Alguna palabra sobre las Estrellas de las siete?
—Nada nuevo, alteza. Todas las pistas conducen al bosque.
La atención de Wrath se desvió hacia su hermano. Bebió un
sorbo de vino con mucha cautela.
—¿Persiguiendo cuentos de hadas otra vez?
—Me pregunto, querido hermano, si cuando me convierta en
el más poderoso seguirás burlándote de mí. —La sonrisa de
Envy era salvaje—. ¿O te inclinarás ante tu nuevo rey?
Lady Sundra miró con sutileza al príncipe sentado a su lado
y le echó una mirada calculadora.
Apreté los labios, tratando de evitar que las preguntas
salieran a borbotones de ellos. Anir se inclinó desde el otro
lado de la mesa con un brillo de picardía en sus ojos.
—El poder es la moneda de cambio en este sitio. Los
mortales acumulan riquezas, nuestra realeza hace lo mismo
con la magia.
—¿Pueden los demonios menores destronar a los príncipes
del infierno?
—No. Siempre gobiernan sus círculos. Básicamente, es una
prueba de quién de entre ellos tiene más poder. Una rivalidad
entre hermanos, por así decirlo.
—Entonces, el de diablo es un título que puede pasar a un
gobernante diferente.
Los príncipes que teníamos cerca se pusieron rígidos, pero
Anir les prestó poca atención.
—No siempre. En mayor o menor medida, influye en las
diferentes épocas de la Tierra. Se puede ver, a través de la
historia del mundo mortal, cuál de los siete príncipes tenía más
poder e influencia en un momento dado. Guerras, codicia,
despertares sexuales. Y, sin embargo —su susurro fue
cualquier cosa menos suave—, no recuerdo ninguna era de la
envidia.
Envy dejó su copa de vino sobre la mesa con un golpe
violento.
—Cuida tu lengua, mortal.
—O si no…
Antes de que llegaran a las manos, el chef reapareció y su
voz resonó con fuerza en la estancia.
—Nuestro tercer plato es el más interactivo. Voy a pedirles
que coloquen las tiras de carne de res cruda marinada sobre las
brasas y las doren rápidamente por ambos lados. Una vez que
retiren la carne de las brasas, hay que espolvorear el queso
azul congelado por encima.
A mi derecha, Wrath se movió, lo cual atrajo mi atención.
Tenía la mirada clavada en la puerta, por donde acababa de
entrar Greed, que en aquel momento hacía una cortés
reverencia. Llevaba un traje de color bronce, a juego con su
pelo y sus ojos, del tono exacto del metal del que parecían
hechos. En su mirada aguda seguía percibiendo algo que no
encajaba, como si no estuviera tan acostumbrado a los
humanos como sus hermanos.
Le dedicó a Wrath un pequeño asentimiento antes de tomar
asiento en el extremo opuesto de la mesa.
—Mis disculpas por la tardanza. Que no se detenga la fiesta
por mi causa.
—Siéntate de una puta vez —murmuró Gluttony—. ¡Chef!
Saca otro plato.
Aprovechando los dramas familiares que habían captado la
atención de Wrath, me incliné para susurrarle a Fauna al oído.
—¿Alguna vez has oído hablar de las Estrellas de las siete?
—Ah, te refieres a las siete hermanas. Por supuesto. Aquí
todo el mundo ha oído hablar de ellas. En las antiguas
leyendas, se aparecían ante los viajeros necesitados con formas
no más sustanciales que las sombras. Algunos dicen que
encontrárselas es una bendición, pero aquí la mayoría cree que
es una maldición.
—¿Por qué?
—Si interrumpes su hilado celestial, existe la posibilidad de
que puedan arrancar el hilo del destino equivocado. A veces
los resultados de tales interferencias son inmediatos, y otras
veces tardan décadas en hacerse patentes.
—Qué… interesante. Si tejen los hilos del destino, deben
poder recordar el pasado. Ver los hilos que ya han tejido. —
Fauna me echó una mirada cautelosa, pero asintió—. Así que
si alguien sabe dónde están los objetos perdidos, son las siete
hermanas.
—Emilia… —advirtió Fauna—. No puedes buscarlas.
Preguntar por un ser vivo puede ocasionar daño tanto en el
pasado como en el futuro.
—No tenía planeado preguntar sobre ningún ser. Solo por un
objeto.
—Sea lo que fuere lo que estés tramando, déjalo. Es muy
peligroso.
Peligroso o no, encontraría a las misteriosas tejedoras del
destino. Uno de los cráneos encantados había mencionado
«siete estrellas» y «siete pecados». Mi primera suposición
había sido que hablaba de los príncipes demonio, pero no sabía
lo que significaban las siete estrellas. Ahora estaba bastante
segura de saberlo. Y el demonio a quien Envy había
preguntado al inicio de la cena había mencionado un bosque.
El cuerpo me vibraba por la emoción. Al visitar la corte de
Envy, él se había asegurado de hablarme sobre el Bosque
Sangriento. Nunca había entendido por qué quería que yo
conociera la fábula del árbol maldito. Empezaba a sospechar
que también había estado insinuando algo más.
Su elección del tema de conversación esa noche tampoco era
accidental. Envy quería que buscara a las siete hermanas. Y
apostaría a que sin duda tenía algo que ver con los objetos
mágicos que buscaba. Por alguna razón, debía de creer que yo
tenía más probabilidades de extraerles información. Al margen
de sus motivos, aquella información casaba bastante bien con
los míos.
Traté de recordar el mapa que había visto en la casa de la
Envidia. Podía visualizar el bosque, pero no era capaz de
recordar su ubicación en relación con la casa de la Gula.
—¿Cómo se va al Bosque Sangriento desde aquí? El
príncipe Envy mencionó que no es parte de ningún territorio
real, pero supongo que habrá que pasar por algún lado para
llegar allí.
—¿Desde aquí? —preguntó Fauna—. La ruta más rápida
sería a través del círculo del Orgullo.
Eché un vistazo a la larga mesa. Wrath, Greed, Envy,
Gluttony. Entrecerré los ojos. Lust me sonrió desde el otro
extremo de la estancia y usó el dedo para dedicarme un gesto
burlón.
Lo ignoré y pregunté en voz baja:
—¿El diablo ha llegado ya?
La conversación cesó. Las manos que sostenían cubiertos y
vasos se detuvieron a mitad de camino de la boca. Fue como
su hubiera lanzado un hechizo para congelar el tiempo. Al
parecer, preguntar por el diablo era un tema tabú.
—Para nuestro plato final —la voz del chef perforó el
silencio del comedor—, tenemos una combinación de fuego y
hielo a la vez. Crème brûlée, cocida directamente donde se
encuentran sentados, cubierta con una guarnición de helado de
perlas de frambuesa y hojas de menta trituradas.
Cuando el chef nos dejó con el postre, unos dedos cálidos
me rozaron la muñeca. Miré a Wrath a los ojos.
—Baila conmigo esta noche.
Se puso de pie, al igual que el resto de los príncipes
presentes. Los sirvientes se apresuraron a retirar sus sillas
antes de desaparecer en las sombras.
—¿A dónde vas?
—Es hora de que nos pongamos nuestras máscaras.
—Y nos despojemos de nuestro civismo —bromeó Gluttony
—. Nos vemos en la fiesta de máscaras.
TREINTA
Aquel príncipe del infierno sabía cómo organizar
un evento inolvidable, eso estaba claro.
A pesar de la negatividad que sin duda imprimiría la
columnista en su artículo sobre la fiesta, estuvo entretenida. Y
espectacular. El salón de baile en el que entramos Fauna y yo
destilaba decadencia en cada centímetro cuadrado. En el
mundo mortal, la concepción del pecado de la gula era que se
centraba en la comida, pero allí, en los siete círculos, era pura
indulgencia.
La bienvenida de la noche anterior había sido una mínima
representación de hasta qué punto podía llevar Gluttony su
pecado homónimo. Copas hechas de diamante derramaban
vino espumoso de bayas demoníacas sobre mesas y bandejas
con piedras preciosas incrustadas. Más de una docena de
candelabros de cristal colgaban de unos postes curvos
instalados a intervalos uniformes alrededor de la pista de baile.
Alrededor de los postes habían enroscado guirnaldas de
flores con cristales transparentes cosidos a los pétalos. Daba la
sensación de que acabábamos de entrar en un cuento de hadas
invernal. Si el hielo estuviera hecho de diamantes en lugar de
con agua. Cuando la luz de las velas incidió en los cristales y
las piedras preciosas, las llamas parecían estar atrapadas
dentro del hielo. El tema que había elegido Gluttony estaba
presente a lo grande incluso después de la cena.
—Esto es…
—¡Mira! —Fauna casi soltó un chillido—. Allí.
Los postres, recubiertos de oro comestible y transformados
en bestias fantásticas de lo más realistas, eran tan altos como
los invitados. Dragones de hielo alados, hermosos unicornios
en tonos pastel, perros del infierno de tres cabezas. Todo
aquello me resultó tan intrigante como poco apetecible. Los
enmascarados no parecían encontrarlo desagradable y
empezaron a comerse el flanco de un unicornio, deleitándose
con el pastel relleno de bayas, que se parecían demasiado a la
sangre para mi gusto. Desvié la atención hacia un plato de
frutas cubiertas de chocolate que formaban una pila tan alta
como la que Wrath me había puesto delante la noche en la que
me había entrenado para aquel pecado.
Recorrí la habitación con la mirada, buscándolo a él y a los
demás príncipes. Ninguno de ellos había llegado todavía a
aquella parte de la fiesta. Volví a contemplar la escultura del
dragón de hielo de postre.
—¿Quién ha ganado la cacería?
—Creo que su alteza. Parecía decidido a ganar a toda costa.
—¿Wrath?
—¿Mmm? Sí. —Me agarró del codo como para evitar salir
volando—. Mira allí. Los rumores eran ciertos. —La voz de
Fauna se llenó de asombro—. Tiene salas para encuentros
amorosos.
Como si fuéramos polillas atraídas por la llama del
libertinaje, nos acercamos. Las infames salas de cristal estaban
alineadas en el lado oeste del salón de baile. La tenue luz de
las velas parpadeaba en su interior, y las cortinas estaban
atadas con cuidado para asegurarse de que todo aquel que
pasara pudiera contemplar hasta hartarse las románticas
exhibiciones que tenían lugar en aquellas alcobas no tan
privadas.
Fauna me agarró del brazo con fuerza, con los ojos abiertos
como platos detrás de su máscara iridiscente. Con cada
habitación y pareja ante las que pasábamos, las escenas se
volvían más desinhibidas, más atrevidas. Gracias a la diosa
que llevábamos máscaras. Daba igual cuán a menudo
contemplara tales exhibiciones públicas de sexualidad, no
podía refrenar ese instinto inicial de vergüenza.
Sentí el calor de mi rubor y supe que mi rostro debía de estar
casi escarlata.
Fauna no estaba teniendo la misma reacción que yo, sino
que estudiaba a las parejas como si estuviera memorizando
ciertos trucos. Si hubiera sacado un cuaderno, no me habría
sorprendido.
—¿Has visto eso? —En la voz de Fauna distinguí un matiz
de apreciación—. No tenía ni idea de que podía caber tanta
gente en una habitación tan pequeña, y mucho menos hacer lo
que todos estaban haciendo y mantener el ritmo. Debe de
requerir una habilidad tremenda.
—Y resistencia. Esa es la auténtica proeza en exhibición.
Ella se rio y me dio un golpecito juguetón en el brazo.
—Y pensar… que esta es la zona más comedida. He oído
que el jardín crepuscular es mucho más atrevido de lo que me
habían dicho en un principio.
Sin querer, pensé en Wrath. Traté de no dejar que las
sospechas se abrieran paso de nuevo.
Lo que hubiera hecho, y a quienquiera que hubiera visto la
noche anterior, no era de mi incumbencia. Me regañé para mis
adentros. Si Wrath estuviera allí, sonreiría y me llamaría la
atención por tan descarada mentira.
Antes de que pudiera examinar más a fondo mis
sentimientos, un extraño silencio descendió como un
regimiento de soldados sobre la mascarada. Examiné el salón
de baile, buscando la causa de tal reacción. Se me cortó la
respiración. Seis figuras imponentes con máscaras de lobo
emergieron de cada esquina del salón de baile. Altos,
silenciosos, letales. Había algo en que estuvieran todos juntos,
en el hecho de que dejaran de lado sus batallas internas y
olvidaran sus planes para convertirse en una unidad temible,
que despertó un ramalazo de malestar y activó en mí un estado
de lucha o huida. Incluso los nobles del infierno parecían
dispuestos a huir.
Toda la multitud se contagió de aquella tensión.
Mi mirada aterrizó en el más grande de todos ellos mientras
avanzaba. Incluso con una máscara cubriéndole la cara,
reconocería ese andar confiado en cualquier lugar. Wrath no se
limitaba a entrar en una habitación, la recorría a zancadas y la
dominaba. Y ni siquiera se esforzaba. Todos los demás podrían
desvanecerse y él seguiría ardiendo y resplandeciendo. Una
fuente constante de poder y vitalidad.
Los príncipes rodearon lentamente a la multitud, como si
estuvieran pastoreando un rebaño. Fauna y yo arrastramos los
pies junto con todos los demás, el espacio entre la gente se
reducía más y más con cada paso que dábamos. A
continuación, una vez que todo el mundo estuvo cerca de la
pista de baile, los príncipes se giraron y observaron las
escaleras.
Aparté la mirada de Wrath y esperé. En un movimiento bien
coreografiado, un príncipe solitario bajó la gran escalera con
las manos metidas en los bolsillos y los zapatos reluciendo
como piedras preciosas a la luz parpadeante de las velas.
Incluso desde el otro extremo de aquel gigantesco espacio,
escuché el débil golpeteo de sus pasos cuando las suelas de
cuero golpeaban el suelo de mármol.
Fauna se acercó a mí.
—Ese es el príncipe del Orgullo.
Observé a la llamativa figura pasearse entre la multitud.
Como los demás príncipes, llevaba una máscara de lobo que le
cubría toda la cara menos el labio inferior y la barbilla. La
suya era de plata y oro. Ornamentada, pero conservaba la
elegancia. No miró a nadie, ni hizo ningún gesto de
reconocimiento a los que hacían reverencias o le dedicaban
una inclinación al pasar. Tenía el cabello castaño con algunos
mechones dorados. Lo llevaba cortado al ras por los lados y
más largo en la parte superior, lo cual quedaba muy elegante.
No había ni un mechón fuera de lugar.
Ni una arruga en su frac.
Vestido de azul marino y plateado, a él no se lo confundía
con las sombras. Se quedó un poco apartado, como si deseara
que todos recordaran quién era su dueño.
No me había dado cuenta de que había estado conteniendo la
respiración mientras lo miraba sin tapujos desde detrás de la
seguridad de mi propia máscara, hasta que exhalé. El diablo
estaba a solo unos metros de distancia. Una figura vilipendiada
y odiada por casi todos. Si las historias eran ciertas, aquel era
un ángel rebelde, uno que había sido arrojado desde el cielo.
Ahora era el rey de los demonios. Tan corrompido por el
pecado, tan monstruoso, que gobernaba sobre los peores
habitantes de cada reino. Su mirada plateada chocó con la mía
y destelló como una estrella fugaz al cruzar el cielo. Un
escalofrío me recorrió la espalda. Si no me hubiera prometido
accidentalmente con Wrath, y si él no hubiera aceptado el
vínculo, ahora estaría mirando a mi esposo.
La mirada de Pride me recorrió desde la máscara hasta los
pies, con la cabeza inclinada hacia un lado. Tuve la horrible
sensación de que me estaba evaluando, debatiendo cómo hacer
un mejor uso de sus habilidades para derribar a su presa. Si
había veces en las que Wrath me recordaba a una pantera
enjaulada, Pride era un león de melena dorada.
Ambos eran príncipes feroces. Ambos eran mortíferos. Pero
solo uno podía fundirse con la noche, atacar fuerte y rápido
bajo el amparo de la oscuridad y luego escabullirse sin ser
detectado. Aparté la mirada del diablo y busqué a Wrath.
Había desaparecido.
—Hola, lady Venganza.
Habló en voz baja y con tono divertido junto a mi oído.
Requirió un gran esfuerzo no mostrar sorpresa o tensión.
Esperaba que no sintiera el objeto que llevaba escondido
encima. Despacio, centré la atención en el príncipe que tenía a
mi lado y le ofrecí una ligera inclinación de cabeza. Él no era
mi rey.
Y nunca me habían dicho que tuviera que hacer una
reverencia.
—Alteza.
—¿Me honrarías con un baile?
Fauna hundió los dientes en su labio inferior, prácticamente
bailando sobre las puntas de los pies mientras asentía
vigorosamente en señal de aliento.
—Yo…
—¿Tú? —Paseó la mirada por la habitación, con un brillo de
reconocimiento en los ojos. La multitud retrocedió, como
aterrorizada de que posara su atención en ellos. La pista de
baile quedó despejada—. ¿Acaso hay alguien con quien
esperaras bailar primero? Si es así, hagamos que se arrepienta
de no haberlo pedido antes que yo.
—Bailaré con vos, pero no tengo ningún motivo oculto para
ello.
—Por supuesto.
No dejó de parecer que se estaba divirtiendo mientras me
llevaba a la pista de baile. La orquesta comenzó a tocar un vals
de inmediato. Durante unos segundos, no hablamos.
Simplemente me hizo girar alrededor de la habitación y mis
nervios por bailar en público se convirtieron en un recuerdo
olvidado mientras me guiaba con facilidad por los pasos. Era
encantador. Un diamante reluciente encapsulado en platino
puro.
O tal vez eso era lo que quería que creyera. Tal vez en
realidad fuera una espada. Forjada en el fuego del infierno y
mortífera como el pecado. Se inclinó escandalosamente cerca.
—Si tanto te intriga mi máscara, espera a que me la quite.
—Os aseguro que no estoy mirando vuestra máscara,
majestad. Para ser sincera, intento encontrar cuernos o
colmillos.
Los ojos de Pride brillaron.
—Puedo ser aterrador. Cuando quiero serlo.
—Estoy segura de que podéis, pero no tanto como alguien
que yo me sé.
—¿Wrath? —Torció las comisuras de la boca hacia abajo
mientras yo registraba con la mirada la pista de baile, con la
esperanza de que su nombre fuera suficiente para convocarlo
—. No estoy acostumbrado a que una pareja de baile tan
hermosa piense en mi hermano mientras está en mis brazos.
No pude evitarlo, me reí en la cara del diablo.
—Sois sumamente engreído.
—Uno de nuestros rasgos familiares más destacados.
Aunque te aseguro que mi ego está más que justificado.
—Tendré que tomaros la palabra, alteza.
Bailamos por la pista, junto a otras parejas que se nos habían
unido, sus pasos firmes y fluidos mientras me guiaba en cada
movimiento. Incluso después de la lección improvisada de
Wrath, me había preocupado equivocarme con los pasos y
pisarle los pies, pero su habilidad fue suficiente para superar
cualquiera de mis errores.
Una parte de mí se sentía decepcionada. Si aquello hubiera
salido terriblemente mal, podría haberse convertido en mi
mayor temor de aquel momento.
—El príncipe de la Ira es bastante serio en comparación con
el resto.
—Eso es lo que hace, destaca en la guerra y en la justicia.
Ambos son asuntos serios. Y por eso ninguno de nosotros
tiene que preocuparse por los aspectos desagradables de reinar.
—Fruncí el ceño—. Este reino habría acabado hecho pedazos
si él no lo aterrorizara hasta el sometimiento.
—No estoy segura de haberlo entendido.
Pride nos hizo girar hasta que pude ver a Wrath apoyado
contra la columna de mármol. Tenía la máscara echada hacia
atrás y su mirada seguía cada movimiento, cada giro alrededor
del salón de baile.
No parecía complacido ni enfadado, pero había algo en su
expresión que me hizo pensar que estaba… celoso. Pride bajó
la mano a lo largo de mi columna vertebral, sin duda avivando
deliberadamente la irritación de Wrath. Le pisé un pie y sonreí
para mis adentros cuando hizo una mueca.
—Él, queridísima mía, es el equilibrio. Y suele ser lo único
que impide la destrucción total. Wrath es la justicia imparcial
hecha carne. Lo temen porque no duda en ejecutar una
sentencia, en impartir justicia a los que merecen castigo. Si
debe enviar a alguien a la prisión de la Condena Eterna, lo que
los mortales consideran su versión del «infierno», no es un
asunto de poca monta.
Hasta el momento, nadie había hablado de las almas
mortales que eran enviadas allí.
—¿Dónde se encuentra? ¿En las islas Cambiantes?
—Es adorable que creas que te lo voy a decir. ¿Se lo has
preguntado a Wrath?
Lo había hecho y estaba bastante segura de que eso era lo
que había dicho.
—Tenía la impresión de que se suponía que ese era tu papel.
—Las reglas son más divertidas cuando se rompen. —Se
encogió de hombros—. Delegar también forma parte de
gobernar, ¿no es así?
Antes de que pudiera responder, nos arrastró por la pista de
baile una vez más, con sus movimientos fluidos, agraciados y
dominantes. Comprendí que ya no le interesaba hablar de
poder y cambié de táctica. Esperé hasta que estuvimos lo
bastante lejos de otras parejas, luego dije en voz baja:
—Sé que es un asunto privado, pero quería ofreceros mis
condolencias.
Pride se puso rígido bajo mis manos. Dudaba de si me
habría percatado si no hubiéramos estado bailando, que era
justo el motivo por el que había esperado para abordar ese
tema.
—Perder a alguien a quien se ama —continué cuando vi que
no hablaba— es el peor tipo de dolor que existe. No se lo
desearía ni a mi peor enemigo.
—Como estoy seguro de que mis hermanos y yo nos
contamos entre aquellos a quienes consideras enemigos, me
complace escuchar eso.
Era solo cierto en parte, pero no lo corregí. Con la siguiente
vuelta alrededor de la pista de baile, su máscara se deslizó
hacia arriba, revelando su boca. Una pequeña cicatriz diagonal
le atravesaba el labio superior y terminaba justo debajo del
inferior. Esperaba que los rápidos latidos de mi corazón se
confundieran con el ritmo acelerado de nuestro baile.
Nos deslizamos hacia el límite de la pista de baile, cerca de
un rincón escondido por un conjunto de grandes macetas de
helechos. Justo cuando nos acercábamos, hice que diéramos la
vuelta y tiré de él hacia las sombras, lejos de miradas
indiscretas. No vi su expresión al completo, pero sí escuché su
brusca inhalación mientras lo apretaba contra la pared y
acercaba los labios a su oído.
Sin necesidad de más estímulos, se quitó la máscara y la
dejó caer al suelo.
Luego se puso a trabajar en quitarme la mía, confundiendo
nuestra posición con algo que no era.
La reacción que yo esperaba.
—Tu hermano cree que eres un libertino. Demasiado
borracho de vino y amantes para molestarse con cualquier cosa
de importancia. —Me alejé lo suficiente para estudiarlo. La
cautela dominaba sus rasgos—. No obstante, esta mañana
dirigías a tus guardias por los terrenos de la casa del Orgullo,
con aspecto de cualquier cosa menos de estar borracho.
—¿Disculpa? —Fingió confusión como el más experto de
los actores. Me percaté de que no había abordado directamente
mi pregunta. Eso le daba una manera de evitar mentir—. Estoy
aquí para besar, no para someterme a la Inquisición. Si lo que
te interesa es hablar, puedo encontrar temas más interesantes.
Acercó la boca a la mía y lo detuve poniéndole la palma de
la mano en el pecho.
—Permíteme hablar con más claridad, majestad. No te
quedes aquí, fingiendo que no recuerdo que has sido tú quien
me ha hecho desmontar de mi caballo. ¿Por qué ocultas el
hecho de que no estás tan borracho y no eres tan orgulloso
como te gustaría que los demás creyeran?
—Por principio, rara vez muestro mi verdadero rostro ante
nadie. Sería prudente que hicieras lo mismo.
Desvié la mirada hacia su cicatriz. Dudaba de que esa fuera
la única razón por la que elegía esconderse.
—No apareciste en el monasterio esa noche, cuando poseíste
a Antonio. ¿Fue para mantener el anonimato?
—¿No deberías estar preguntando sobre la maldición?
Una táctica evasiva familiar entre los demonios, responder a
una pregunta con otra.
—Sé que mi nacimiento marcó el final de tu maldición. Por
lo tanto, debes de haber tenido otras razones para esconderte.
Su temperamento estalló. Mi flecha había dado en el blanco.
—No me estaba escondiendo. Estaba ocupado con otros
asuntos.
—Bueno, aunque estoy segura de que podríamos hablar en
círculos durante toda la eternidad, no te he traído a un lado
para que charlásemos.
—Entonces vayamos a la parte divertida. —Pride arrastró la
mano por mi silueta y volvió a subirla lentamente, para
detenerse cerca de mi muslo. Arqueó las cejas—. ¿Qué
tenemos aquí?
—Mi daga. —Sonreí cuando me soltó de golpe—. La parte
divertida es esta. Voy a cruzar tus tierras, en dos ocasiones, en
una hora y fecha de mi elección, sin ninguna interferencia por
tu parte, por la de tus guardias o cualquiera que pertenezca a la
casa del Orgullo o viva cerca.
—¿Por qué debería acceder a semejante trato?
—Porque conozco uno de tus secretos.
—Mis talentos amatorios ya son bien conocidos.
Su coqueteo era otro intento de desviar la conversación. Lo
tenía acorralado y estaba enseñándome los dientes con una
sonrisa que pretendía demostrar que no estaba molesto. Pride
exudaba una actitud perfectamente despreocupada. Tanto, que
resultaba sospechosa.
—No le contaré a tu hermano lo de la raíz del sueño. Tienes
suficiente para dejar fuera de combate a todo un ejército. Y
eso, alteza, parece una información que deberías estar
desesperado por mantener en secreto. A diferencia de esas
artes amatorias de las que te jactas.
Me dirigió una mirada dura, calculadora. Se le contrajo un
músculo de la mandíbula cuando sacudió la cabeza para
acceder.
—De acuerdo.
—Tendrás que ser más específico.
—Puedes cruzar mis tierras, dos veces, sin que nadie que
considere que mi círculo es su casa te ponga ningún
impedimento. A cambio, no le hablarás a mi hermano sobre mi
raíz del sueño. Ya está —me miró desde arriba—, ¿satisfecha?
—Más de lo que podrías imaginar, alteza.
La sospecha inundó sus rasgos. Con razón. Acababa de
cometer un grave error.
Di media vuelta y salí de nuestro pequeño rincón para darme
de bruces con un pecho duro. Envy también se había quitado la
máscara y sus ojos verdes prácticamente brillaban mientras
miraba a mi espalda.
—Bien jugado, bruja de las sombras. Una piedra, dos
príncipes.
—¿Ya estás borracho?
—No de alcohol. —Esbozó la sonrisa que hacía aparecer su
hoyuelo—. He venido a buscarte, invitada de honor. Es hora
de que nos alimentes con tu mayor miedo. Y soy incapaz de
expresar con palabras lo hambriento que me siento de repente.
TREINTA Y UNO
Vislumbré a Fauna entre la multitud, su piel
morena estaba considerablemente pálida bajo su máscara. Mi
amiga miraba a su alrededor, como si tratara de encontrar una
manera de distraer a los invitados y detener aquella pesadilla
antes de que comenzara. Anir estaba a su lado, su expresión
irradiaba suficiente ira para ser digno de la casa del pecado
que lo había adoptado.
Parecía listo para agarrar el arma que sabía que llevaba
escondida bajo su traje de noche. La dureza de su mirada
prometía que cualquiera que intentara evitar que me escoltara
fuera de allí sufriría. Ambos sabían que no había forma de
evitar aquello, pero no tenía por qué gustarles ni tenían por qué
ponérselo fácil a la realeza.
A pesar de la gran cantidad de preocupaciones que me
invadían, su muestra de amistad reforzó mis ánimos. Me
aparté del brazo que Envy me ofrecía y miré a mi alrededor,
buscando a Wrath. Necesitaba su familiar ceño fruncido para
calmar mis nervios. Me puse de puntillas, mirando por encima
de los hombros y las cabezas de la gente en busca de la
imponente figura del príncipe demonio. Por supuesto, seguía
sin estar allí.
Tampoco vi a Lust o a Greed entre la multitud. Y Sloth
debía de estar presente, ya que antes habían sido siete los
príncipes con máscaras de lobo, pero también estaba
desaparecido. O estaría descansando en alguna parte. Tal vez
hubiera una sala de juegos a la que retirarse. Una parte de mí
quería correr por todo el castillo hasta dar con ellos. Lo cual
solo retrasaría lo inevitable.
Pride salió de la esquina donde habíamos cerrado nuestro
trato y se paseó hasta llegar a una columna, dejando que me
enfrentara a aquel juicio por mi cuenta. No era que aquello me
sorprendiera.
—Ven. —Envy no se molestó en controlar la emoción en su
voz—. Permíteme presentarte al maestro de ceremonias.
Lo seguí a través de la multitud que nos abría camino, con el
pulso acelerado con cada paso que dábamos para acercarnos
más al estrado que habían llevado hasta allí. Un demonio de
piel azul con ojos rojos aguardaba con una daga horrible en
mano. Fue un milagro que el corazón no se me saliera del
cuerpo. Sostuve los extremos de mi falda de cuentas mientras
subía las escaleras y me coloqué junto al demonio. Él asintió
una vez, luego levantó la hoja por encima de su cabeza,
mostrando las runas talladas en ella, y la multitud se alborotó.
—Sin más preámbulos, si no hay objeciones, liberaremos el
mayor temor de nuestra huésped. —El maestro de ceremonias
me tendió la mano—. Lady Emilia. Si sois tan amable de
ofrecer vuestra muñeca. La magia requiere unas gotas de
sangre para funcionar.
El pánico hizo vibrar cada una de mis células. Apenas podía
ver más allá de las pequeñas manchas blancas que flotaban en
mi visión mientras levantaba el brazo poco a poco. Toda
nuestra vida, Nonna Maria había querido evitar que nuestra
sangre cayera en manos enemigas. Y allí estaba yo,
ofreciéndola libremente. A una hoja grabada con runas
mágicas que robaría mis secretos.
Mantuve el brazo firme, luchando contra el impulso de
retirarlo y huir.
A su favor, había que decir que el maestro de ceremonias no
irradiaba alegría ni triunfo. Me ofreció una mirada
comprensiva y susurró:
—Un cortecito y todo habrá acabado muy pronto.
La hoja resultó tan fría como el hielo contra mi piel. El
pánico se apoderó de mí. Aquello estaba sucediendo de
verdad. Cerré los ojos con fuerza, rezando en silencio a las
diosas para que…
—Alto. —La voz profunda resonó en la estancia—. Seré yo
quien sacrifique un secreto de su corazón.
El metal desapareció de mi piel de inmediato. Abrí los ojos
y desvié la mirada desde el maestro de ceremonias a la
multitud. Todos a una, los invitados se giraron y miraron sin
disimular su asombro al demonio que había hablado. Seguí sus
miradas hasta que lo vi.
Wrath estaba de pie con los brazos cruzados y la mirada fija
en mí.
—Con el debido respeto, majestad, no puede sustituir a…
—Lo reclamo como premio.
El maestro de ceremonias negó con la cabeza como si
estuviera considerando su frase con mucha atención.
—Yo… no creo que se pueda hacer. No sin que paguéis un
elevado precio.
—Soy muy consciente del precio.
Lo observé con incredulidad mientras avanzaba por el
pasillo y subía las escaleras del estrado. ¿Tenía miedo de que
mi mayor temor tuviera repercusiones peores que revelar su
verdad? Wrath me había entrenado para resistirme a la
influencia demoníaca, pero nunca había parecido preocupado
por aquella parte de la fiesta. ¿Siempre había sabido que me
sustituiría?
Estaba tramando algo, pero no tenía ni idea de por qué.
Sin romper el contacto visual conmigo, se quitó la chaqueta
del traje y se remangó el brazo izquierdo. Al ver nuestros
tatuajes a juego, un murmullo se elevó entre la multitud. Al
parecer, no todo el mundo estaba al corriente de que nuestro
compromiso había sido accidental.
Para ellos, una cosa era enamorar a un príncipe y, al parecer,
atarlo mágicamente en matrimonio era otra muy distinta. Tal
vez les preocupara que su inesperada muestra de heroísmo
estuviera motivada por un hechizo mágico. El maestro de
ceremonias miró boquiabierto al príncipe demonio. Dudaba de
que algún príncipe se hubiera ofrecido a hacer algo parecido
en el pasado. Ni siquiera yo podía creérmelo. Wrath, el
príncipe demonio que valoraba sus secretos más que nadie que
yo conociera, estaba ofreciendo uno.
Por mí. Frente a todas las cortes enemigas. No era una
declaración de amor, pero se aproximaba bastante.
Wrath por fin rompió el contacto visual.
—Toma la daga.
—Yo… —El maestro de ceremonias buscó a tientas el arma,
claramente incómodo con la perspectiva de cortar a uno de los
gobernantes del infierno—. Antes de comenzar, todavía queda
el asunto de que es necesario que vuestros hermanos voten a
favor de que este sea vuestro premio.
—Oh, por el amor de Dios. Suficiente. —Pride se impulsó
con brusquedad para separarse de la columna contra la que
había estado desplomado, sus ojos plateados entrecerrados en
señal de advertencia—. Esto es increíblemente aburrido.
Seguro que hay algún otro premio más divertido que puedas
reclamar. Los secretos me aburren. —Dedicó a su hermano
una mirada larga y dura—. Quizás el sacrificio de este año
tomará la forma de una cita prohibida. Estoy seguro de que
podremos encontrar a un voluntario dispuesto a llevar a la
cama a la invitada de honor. Así mi hermano podrá elegir un
premio diferente.
Los demonios allí reunidos pasearon la mirada con sutileza
entre Wrath y su rey, conteniendo el aliento.
—No.
El tono de Wrath fue lo bastante gélido como para rivalizar
con el hielo. Me miró de reojo, probablemente para ver si me
había hecho gracia la idea y él había hablado demasiado
pronto. Imaginé que, si yo accedía, retrocedería y no
pronunciaría ni una sola palabra de protesta si elegía
acostarme con Pride. Sin importar cuánto odiaría él la idea.
Y la odiaría. A Wrath se le había resbalado la máscara de
indiferencia y no la había vuelto a colocar en su sitio.
—Parece que ha habido un malentendido. —La sonrisa del
diablo era puro pecado cuando Wrath lanzó una mirada
cautelosa en su dirección. Pride estaba prácticamente
atusándose las plumas, complacido de haber puesto el cebo
perfecto y de que Wrath hubiera caído en su verdadera trampa
—. No pretendía sugerir que yo sería quien ofrecería el
servicio. Puesto que lady Emilia es tu prometida, creo que
deberías ser tú quien se acostase con ella, hermano.
Me puse rígida. Si Wrath y yo compartiéramos cama…
… estaríamos mucho más cerca de completar nuestro
vínculo matrimonial. Y Pride lo sabía. Parecía imperturbable
ante la idea, en todo caso, parecía ansioso por que me casara
con su hermano. Lo cual indicaba que nunca le había
importado el contrato que había firmado y que nunca había
sido su prometida. Entonces, por los siete infiernos, ¿qué
estaba pasando en realidad? Si la maldición del diablo se había
roto con mi nacimiento y el de Vittoria, seguía sin entender por
qué los demonios habían mentido sobre las novias.
Wrath me miró en aquel instante; su expresión estaba en
blanco excepto por la ligera tensión que detecté alrededor de
su boca. Era la única indicación de que no estaba contento con
el giro de los acontecimientos.
Lo que fuera que vio en mi rostro hizo que endureciera el
tono cuando volvió a dirigirse a su hermano.
—Elige otra opción o retira esta y votemos para completar la
ceremonia.
—Ya te lo he dicho —respondió Pride arrastrando las
palabras—. Los secretos me aburren bastante. Es hora de una
nueva tradición. Estoy seguro de que nuestro anfitrión está
dispuesto a complacerme.
Pride hizo un movimiento de cabeza en dirección a
Gluttony. El príncipe de aquel círculo se frotó las manos.
—En efecto. Adoro romper las reglas. Tienes dos opciones.
Podéis acostaros en una de las salas de cristal de aquí —Se
hizo a un lado y, con una gran floritura, tiró de un cordón
dorado que retenía las cortinas. En el interior, un dormitorio
vacío resplandecía con suavidad a la luz de las velas—. O…
—En tus aposentos reales —ofrecí, dejando a todo el mundo
sorprendido, yo la que más.
—¿En mis aposentos? —Wrath me miró mientras yo asentía
—. No tenemos por qué cambiar las reglas, Emilia. Si quiero
reclamar el miedo como premio, lo haré.
—Solo si obtienes suficientes votos. —La sonrisa de
Gluttony se ensanchó—. Es posible que hayas ganado la
cacería, pero este premio ya no es tuyo para que lo reclames.
Estamos sustituyendo el sacrificio de la invitada de honor. Y
ella ha tomado una decisión. Puedes elegir los aposentos
reales, la sala de cristal o, mejor aún, podéis quedaros aquí.
Tómala sobre el estrado o contra una columna. Así podremos
estar seguros de que hayas completado la tarea. A menos que
desees hacerte a un lado y que otro se ofrezca como
voluntario.
—No.
El tono de Wrath indicó que no existía ninguna posibilidad
en aquel círculo del infierno de que fuera a convertir aquello
en un deporte con espectadores y que iría a la guerra si sus
hermanos intentaban cualquier ardid.
Gluttony se lo tomó todo con calma y me pregunté si su
estado de ánimo se agriaba alguna vez o si era
permanentemente feliz.
—Entonces será una cita en tus aposentos reales. —Dio dos
palmadas—. Maestro de ceremonias, completa el ritual.

Wrath se paseaba por la silenciosa suite real, un depredador


poderoso enjaulado contra su voluntad. No importaba que su
jaula fuera un magnífico dormitorio bien provisto con
champán frío, fruta recubierta de chocolate, candelabros de
cristal y sábanas de seda. Y una prometida que anhelaba
voluntariamente sus caricias.
Lo habría deseado incluso si no hubiera ofrecido uno de sus
propios secretos para permitirme conservar el mío. Era hora de
dejar de mentirme a mí misma. Era el momento de dejar de
fingir que solo la magia seductora de aquel mundo y nuestro
vínculo creaban aquella atracción. Lo deseaba. Era su figura
imponente la que buscaba en cada estancia llena de gente.
Eran su protección y su pecado lo que anhelaba.
Dejando a un lado nuestro pasado y las circunstancias que
nos habían llevado a aquella situación, hasta aquel momento,
juntos, deseaba esa noche de pasión con él.
El príncipe no parecía sentir lo mismo. Se acercó a la
chimenea y se inclinó contra la repisa, observando cómo las
llamas se volvían plateadas y se retorcían ante él. No había
hablado durante el recorrido hasta la habitación, ni me había
mirado una sola vez después de entrar.
Sin girarse para mirarme a los ojos, dijo:
—No es demasiado tarde para que revele un secreto. No
tenemos que hacer esto. Juré que tendrías elección. Mantendré
mi palabra. Mis hermanos no votarán en mi contra, da igual lo
que hayan dicho antes.
—He elegido.
Por fin se giró, con una expresión atronadora.
—Elegir entre dos opciones menos que ideales no es elegir.
Mis labios se curvaron hacia arriba.
—¿Compartir la cama contigo será menos que ideal?
—No te tomes a la ligera esta situación.
—No lo estoy haciendo. —Mi voz perdió el tono burlón—.
Nunca he querido renunciar a un miedo o a un secreto. No
puedo decir lo mismo sobre desearte.
Se quedó inmóvil, su mirada se deslizó desde mis ojos a mi
boca.
—Esto no es lo mismo.
—¿Es la propuesta más romántica? No se puede negar que
no lo es. Sin embargo, no puedo decir que me sienta
disgustada. Como eres un experto en detectar emociones y
mentiras, creo que ya lo sabes. Por lo tanto, deduzco que estás
molesto porque sientes que te han robado tu posibilidad de
elegir. —Se me ocurrió una idea diferente—. O tal vez no
desees acostarte conmigo.
—¿Eso es lo que crees?
—Si anoche visitaste la cama de alguien y no quieres estar
en la mía, lo entiendo. Podemos volver abajo y completaré la
ceremonia del miedo. No me debes nada.
Wrath cruzó la habitación y yo me mantuve firme. Colocó
las manos en mis caderas con suavidad y me atrajo hacia él.
Un pequeño estremecimiento nació en el punto donde nuestros
cuerpos conectaron. Incluso a través de la tela de sus
pantalones y mi vestido de cuentas, pude notar la verdad
presionada contra mí.
—¿Lo ves? —Su tono era áspero, profundo. Arañó una parte
interna de mí, provocó que esta se despertara y que quisiera
apoyarme más en él—. No es cuestión de desearte, Emilia.
—Entonces, ¿por qué?
—No quiero que acabes en mis brazos a causa de fuerzas
externas. —Me inclinó la cabeza hacia arriba y me rozó la
boca con los labios—. Cuando decidas venir a mi dormitorio,
quiero que sepas entre qué sábanas te estás metiendo. Quiero
que grites mi nombre.
—Sé quién eres.
—¿De veras? —Sus labios se cernieron sobre mi piel, casi
rozando la zona sensible de mi cuello, pero no del todo, ya que
acercó la boca a mi oído—. Me gustaría oírte decirlo.
—Tus hermanos solo han dicho «cita». —Cambié de tema
con brusquedad—. No han especificado que debamos…
—¿Que debamos qué? —Se inclinó hacia atrás, con la boca
torcida hacia un lado mientras esperaba. El muy cruel sabía
exactamente lo que había querido decir. Y fingiría confusión
hasta que yo lo dijera.
—Joder. O fornicar. Aunque solo he escuchado la primera
palabra en este círculo, repetida como una oración perversa
mientras abandonaba el jardín de placer anoche.
Su risotada fue estruendosa y magnífica. Deseé poder volver
a introducir aquella grosera palabra en mi estúpida boca
mientras se me sonrojaban las mejillas, y en silencio las
maldije a ellas y al demonio.
Me acarició la mandíbula con los nudillos, con su expresión
llena de calidez.
—No, supongo que no han especificado si debíamos fornicar
o no. —Sus ojos se oscurecieron hasta adquirir el tono del oro
fundido—. ¿Qué deseas que haga, mi señora? ¿Esto?
No me dio tiempo a responder. Depositó pequeños
mordiscos cariñosos a lo largo de mi garganta. Ni siquiera
intenté controlar el suspiro que se me escapó cuando su lengua
lamió mi pulso palpitante.
—Dime lo que deseas y será tuyo.
Cerré los ojos y me incliné más hacia su caricia. Una imagen
de los amantes recostados sobre la mesa del vestíbulo a nuestra
llegada cruzó por mi mente. La boca de Wrath recorrió mi
hombro dejando besos calientes y distrayéndome más y más
cuanto más se acercaban a mi escote.
—Deseo…
Se detuvo el tiempo suficiente para retroceder y mirarme a
los ojos.
—¿Sí?
— … que me quites el vestido.
Unos dedos ágiles comenzaron a desabrochar los botones a
lo largo del costado de mi vestido. A diferencia de la ayuda
que me había prestado durante nuestra caminata a través del
Corredor del Pecado, no lo hizo con rapidez. Se tomó su
tiempo, como si supiera con precisión cómo me volvía loca de
deseo con cada botón que desabrochaba. Con cada roce
accidental de sus dedos contra mi piel, con cada respiración
acelerada que se me escapaba… Me quedaba poco para
estallar y ni siquiera me había quitado la ropa todavía.
Deslizó el tirante de un hombro hacia abajo y dejó un rastro
de besos con la boca abierta a medida que avanzaba. Entonces
deslizó el otro tirante y su lengua y sus dientes siguieron el
mismo camino. Tiró de la parte superior del vestido hacia
abajo con cuidado, deteniéndose solo cuando hubo liberado
mis pechos.
—Eres tan condenadamente preciosa. —Parecía un hombre
al que hubieran ofrecido la mejor comida que el dinero podía
comprar después de casi haber muerto de hambre. Pero en
lugar de atiborrarse, planeaba disfrutar de cada bocado,
saborearlo todo bien. Pasó un pulgar lentamente sobre mi
pezón, provocando que me tensara de placer. El calor se
acumuló en el vientre—. ¿Qué más deseas, mi señora?
—Placer. Seducción. —Reuní todo mi coraje—. Quiero que
te quedes. Toda la noche. Conmigo. Y si se te ocurre siquiera
hacerme una reverencia después y marcharte como hiciste la
última vez que me tocaste, te perseguiré y haré que te
arrepientas.
—Vuelve a amenazarme.
Su tono ronco indicaba que le había gustado mucho.
—Bárbaro retorcido.
—Solo lo mejor para ti.
Se apoderó de mi boca con la suya. Con ese beso me
dominó, me poseyó. Y yo estaba más que feliz de dejarme
someter. Durante un instante. Pasé la lengua sobre su labio
inferior, suspirando mientras él se aprovechaba e introducía la
suya en mi boca. Conquistando, seduciendo. Tal como le había
pedido.
Lo acerqué más a mí, lo abracé más fuerte. Había echado de
menos aquello. Lo había echado de menos a él. Cómo lo sentía
bajo mis dedos, el sonido de su respiración entrecortada
cuando me tocaba, desatando sus propios deseos y rindiéndose
a nuestra conexión.
Sus hábiles manos tomaron mis pechos, prodigándoles
caricias enloquecedoramente ligeras que me dejaron con ganas
de más. Mi vestido seguía alrededor de mi cintura. Lo quería
fuera. Quería su piel desnuda sobre la mía, sus manos libres
para explorar cada centímetro de mi cuerpo.
Lo arrastré por la pequeña sala de estar hacia el dormitorio,
quería sentir su peso aplastándome contra el colchón. En
aquello me permitió llevar la voz cantante, sin cesar nunca la
lenta exploración de mi boca.
Me siguió hasta la cama, tirando lentamente de mi vestido
durante el recorrido. Yo levanté las caderas para ayudar a
quitármelo y que él lo arrojara a un lado.
Su chaqueta y su camisa acabaron en el suelo a
continuación. Lo único que quedaba entre nosotros era mi ropa
interior escandalosamente fina y sus pantalones.
Wrath miró las cintas a mis costados. Tenía el aspecto de
alguien ansioso por desenvolver el regalo que le ofrecían. Y,
maldita fuera la diosa, quería que hiciera pedazos mi ropa
interior. Una lenta y triunfante sonrisa se extendió por su
rostro, ya que lo más probable era que sintiera mi excitación.
Se colocó entre mis muslos y se inclinó hacia delante para
tirar de las cintas con los dientes. Me retorcí debajo de él, sin
saber exactamente qué era lo que quería que hiciera a
continuación, pero conociendo su posición actual, era muy
tentador.
Detuvo lo que estaba haciendo.
—¿Esto está bien?
—Sí. —Tomé su rostro entre las manos y le acaricié la
mejilla—. Por favor, no te detengas.
Era el permiso que él anhelaba. Sin demora, terminó la tarea
que había emprendido. Una vez que me quitó la ropa interior,
me admiró durante un largo momento, y su mirada me resultó
abrasadora por su intensidad. Luché contra el impulso de
cerrar las piernas o cubrirme.
Como si hubiera detectado ese miedo en mi cabeza, clavo la
mirada en la mía.
—Nunca te escondas de mí. A no ser que quieras que me
detenga o que no te esté dando placer de la forma en que te
gusta. Eres preciosa. Y no hay nada que desee más que hacer
esto. —Arrastró un dedo por el centro de mi cuerpo y casi vi
las estrellas—. Con la lengua.
Me miró con intensidad a los ojos, asegurándose de que
viera la verdad en los suyos, y luego llevó su boca hasta mí. El
primer lengüetazo me provocó una descarga de placer que
electrificó todo mi cuerpo. Me arqueé sobre la cama, el cuerpo
me hormigueaba por la anticipación del siguiente roce.
Wrath me rodeó las piernas con los brazos y su boca
descendió una vez más. Esa vez me inmovilizó e inclinó mis
caderas de forma que sintiera el máximo placer. La sangre me
inundó la cabeza. Por la diosa, cada caricia era una dulce
tortura. Justo cuando pensaba que no podía sentirme mejor,
hundió un dedo en mi interior y su boca se movió con más
fuerza contra mí.
Me retorcí debajo de él, mis manos buscaron algo a lo que
aferrarse, desesperadas por echar raíces mientras aquella
tormenta de placer me lanzaba por los aires y me llevaba
volando. Agarré las sábanas con los puños mientras su boca
abierta continuaba besándome en ese lugar íntimo y sus dedos
bombeaban al compás de cada latido de mi corazón. Me estaba
deshaciendo, persiguiendo esa sensación de fuego puro que me
atravesaba el cuerpo.
Hundí los dedos en su suave cabello, mi respiración
convertida en un conjunto de ráfagas superficiales, mi pulso
palpitando en cada glorioso centímetro de mi cuerpo. Estaba
muy cerca.
Las caricias de Wrath se volvieron exigentes, el demonio de
la guerra ordenaba a mi cuerpo que obedeciera sus deseos y
estallara contra su boca. Porque él lo quería así. Lo deseaba.
Roté las caderas hacia delante y él soltó un gruñido de
aprobación, cuyo sonido y vibración casi me liberaron por
completo. Antes de que pudiera gritar su nombre, subió por mi
cuerpo y presionó su propia excitación contra mí mientras su
boca impactaba contra la mía. Movió las caderas con una
fuerza gloriosamente áspera al tiempo que nuestros cuerpos
chocaban. Se retiró y se movió contra mí de nuevo. Y otra vez.
Clavé las uñas en sus hombros y acompasé mis movimientos
con los suyos con avidez.
Cada embestida me acercaba más al borde. Su dura longitud
deslizándose contra mí creó una fricción que aumentó mi
placer. Seguía llevando puestos los malditos pantalones, lo
cual nos impedía conectar por completo, pero eso no impidió
que al final estallara en pedazos debajo de su enorme cuerpo.
Con un gemido tan poderoso que estuvo a punto de sacudir
la cama, Wrath me siguió por el precipicio.
TREINTA Y DOS
Estaba tendida dentro del círculo de los brazos
de Wrath, con la espalda apretada contra su pecho, mientras
ambos recuperábamos el aliento. Él trazó el contorno de mi
tatuaje con la punta de sus dedos, y sus caricias ociosas
despertaron en mí un nuevo conjunto de emociones. Había
algo más íntimo en aquel roce suave que en cualquier acto
sexual o expresión física de amor. No estaba segura de que
Wrath fuera plenamente consciente de que lo estaba haciendo.
Lo cual complicaba más las cosas.
Me acurruqué contra él, tratando de dejar de lado mis
preocupaciones y de disfrutar del momento.
Presionó los labios contra mi sien.
—Por favor, abstente de moverte así. Como mínimo, durante
unos minutos.
—¿Te duele?
Sonrió contra mi piel.
—Todo lo contrario.
Intrigada, y como no se me daba demasiado bien obedecer
órdenes, lo hice de nuevo. El cuerpo de Wrath se endureció
contra mí. Diosa de arriba. Su sed de seducción era insaciable.
Me di la vuelta para mirarlo a la cara.
—Quítate los pantalones.
Él arqueó una ceja. Moví un brazo para señalar mi cuerpo
desnudo.
—Me niego a ser la única que duerme desnuda.
—Si me quito los pantalones, no puedo garantizar que vaya
a dormir mucho.
Imité su ceja arqueada y esperé. Yo no había dicho nada
sobre dormir en ningún momento. Qué prepotente por su parte
asumir que había descubierto mis planes. Tras un suspiro, sus
pantalones desaparecieron. Me acurruqué contra él y sonreí
cuando me acerqué y escuché su brusca inhalación.
—Emilia.
—¿Sí? —Mi tono era pura inocencia espolvoreada con
azúcar—. ¿Hay algún problema?
Debería habérmelo pensado mejor antes de burlarme del
general de la guerra. Wrath no jugaba limpio, jugaba para
ganar. Desde atrás, se situó justo en la entrada de mi cuerpo,
provocando que se me entrecortara la respiración. Me sentía
prieta y holgada a la vez, lista para que él se hundiera más
profundamente.
—Dime, querida prometida. ¿Estás segura de que deseas que
sea tu marido? —Me agarró la cadera con una mano y deslizó
la otra debajo de mí, acercándome más a él. Mi tenue
autocontrol empezó a desaparecer. Me arqueé contra él—.
¿Estás lista y dispuesta a pasar la eternidad aquí, conmigo?
Mi mente aún estaba decidiendo, pero mi cuerpo estaba
dócil y dispuesto. Esa vez, cuando meció las caderas, sus
caricias fueron deliberadamente lentas, tentadoras. Sin
pantalones, su piel aterciopelada se deslizó sobre la mía y me
provocó una sensación de pura dicha. En aquel preciso
instante, habría renunciado a casi cualquier cosa por
experimentarlo todo de él. Excepto a mi misión.
Con gran esfuerzo, me escabullí por debajo de sus brazos y
me puse de pie. No opuso resistencia o pelea. Para suavizar el
golpe de mi rechazo, me incliné sobre la cama y le di un beso
casto.
—¿Qué tal un trago antes de dormir?
Wrath me observó con atención, pero no había decepción ni
dolor en su expresión. Solo victoria. Sabía que no seguiría
insistiendo en acostarme con él.
—¿Quieres que traiga algo?
—Yo ya estoy levantada. Tú quédate ahí. —Rodó sobre un
codo y me dirigió una mirada desconcertada mientras lo
señalaba con un dedo—. Nada de moverse. Nada de
reverencias. Lo has prometido.
—Soy un demonio que cumple su palabra.
—Bien.
Recogí mi vestido y me dirigí a la sala de estar donde
esperaba el champán helado. Con el corazón latiéndome
descontrolado, miré por encima del hombro para asegurarme
de que se hubiera quedado en la cama y luego recé una oración
rápida a la diosa de la mentira y el engaño para que guiara mi
mano.
Le había hecho una promesa a alguien a quien amaba mucho
antes de conocer a Wrath. Y aquella oportunidad era
demasiado buena para dejarla pasar. Por mucho que mi
corazón rugiera de dolor al anticipar cómo iba a romperse.
Recuperé el objeto que había cosido en mis faldas, mis
movimientos seguros y rápidos. Antes de autoconvencerme
para no hacerlo, rocié una pizca de la mezcla en la copa de
Wrath y, a continuación, vertí el champán encima. Dejé caer
un trozo de fruta cubierta de chocolate en cada copa. Surgieron
unas burbujas efervescentes alrededor de la intrusión no
deseada, lo cual era ideal para encubrir mi traición.
Regresé al dormitorio, complacida al ver que Wrath, tan
respetuoso como era, se distraía con el vaivén de mis caderas.
Por el momento, no me había molestado en ponerme mi ropa
de dormir. Y no era que él lo hubiera hecho tampoco. La
musculosa parte superior de su cuerpo estaba al descubierto,
aunque se había subido las sábanas hasta la cintura. Palmeó el
lugar vacío a su lado, una sonrisa perezosa curvó esos labios
malvados.
En una vida diferente, habría sido feliz besándolo durante
toda la eternidad.
—Por los nuevos comienzos. —Le ofrecí al príncipe su
bebida y luego levanté mi propia copa—. Iucundissima
somnia.
La frente de Wrath se arrugó ante la última parte del brindis.
Si recordaba habérmelo dicho una vez, no comentó nada al
respecto. Chocó su copa contra la mía y luego se bebió el
champán de un trago.
Yo me bebí el mío y conté en silencio. Su copa cayó al suelo
antes de que terminara mi primer sorbo.
—Emilia. —Volvió una mirada adormilada hacia mí, sus
ojos brillantes por la furia y la traición. La temperatura se
desplomó a nuestro alrededor y luego volvió a la normalidad
mientras él caía hacia atrás.
El poderoso demonio de la guerra ya no era una amenaza.
Dejé mi copa en la mesita de noche, luego me acerqué para
retirarle el pelo de la frente. Cualquier tregua a la que
hubiéramos llegado habría desaparecido cuando se despertara.
Era un sacrificio que había estado dispuesta a hacer, pero eso
no lo hacía más fácil. Lo besé en la frente, saboreando el
momento antes de enderezarme.
—Dulces sueños, alteza.

Esa noche era una ladrona de un tipo diferente mientras me


escabullía por el pasillo entre los aposentos de Wrath y los
míos, deslizándome dentro y fuera de las sombras como una
carterista en plena acción. Me metí en mi habitación y corrí
hacia el arcón. Saqué los pantalones de cuero forrados de piel,
el suéter grueso y los calcetines que había llevado, me puse las
botas y me eché la capa color ébano sobre los hombros en un
tiempo récord. Me sujeté la daga al muslo con la funda y tiré
para comprobar que la había asegurado bien.
En cuestión de momentos estaba de vuelta en el pasillo y
bajaba corriendo las escaleras de los sirvientes. Con la fiesta
todavía en marcha, no había nadie cerca de aquel extremo del
castillo. O eso esperaba.
Con el corazón tronando en señal de advertencia, eché un
vistazo en la esquina. Había una puerta abierta en la parte
trasera de la cocina, tal como había sospechado, para dejar
salir el exceso de calor creado por el fuego de los hornos.
Recé una rápida oración a la diosa de las mentiras y el
engaño, corrí por el pasillo y luego frené un poco una vez que
entré en la cocina. No tenía ni idea de cuánto tiempo
mantendría inconsciente a Wrath la raíz del sueño, y dado su
inmenso poder, no creía que tuviera mucho tiempo. Necesitaba
estar lo suficientemente lejos como para que no pudiera
atraparme antes de cruzar el territorio de Pride. Corrí a través
de la amplia extensión de tierra que conectaba la parte trasera
del castillo con los establos y no me detuve hasta llegar a la
entrada.
Recorrí con la mirada el exterior del edificio, examinando
cada rincón y grieta, buscando cualquier señal de movimiento
en la oscuridad. Los palafreneros debían de estar ya en la cama
después de haber atendido a los caballos tras la cacería de
aquella mañana. Abrí la puerta lo suficiente para deslizarme
dentro y corrí a lo largo de las casillas hasta que encontré a
Tanzie. Ella resopló a modo de saludo mientras sus pezuñas
plateadas trituraban el heno.
—Nos vamos a vivir una aventura, dulzura.
Ensillé a la yegua a toda prisa, impresionada y agradecida de
recordar los pasos necesarios para hacerlo después de ser
testigo de ello en casa en un par de ocasiones. La saqué tirando
de las riendas y, bendita fuera, se apresuró a salir por la puerta
principal, como si supiera que se requería sigilo.
—Llévame a la casa del Orgullo. —Me abalancé sobre ella y
con una rápida palmadita en el flanco, echamos a correr—.
Vamos a visitar el Bosque Sangriento.
Tanzie salió disparada hacia la noche, levantando nieve a
nuestras espaldas mientras prácticamente volamos sobre las
laderas de la casa de la Gula. Me aferré con las rodillas y me
incliné hacia el viento.
Cada paso atronador que daba hacía que me entraran ganas
de mirar por encima del hombro, convencida de que había
alertado a los guardias del castillo y habían iniciado la
persecución. Atravesamos las colinas sembradas de raíz del
sueño y, a nuestra derecha, aunque no me había fijado antes,
vimos el borde superior del lago de fuego.
Soplaba una brisa fría con olor a azufre que me levantó
algunos mechones de cabello y me provocó un
estremecimiento. Mantuve la atención fija en el castillo que se
vislumbraba en la distancia, tensa y en busca de los guardias
de Pride. Tanzie aumentó la velocidad ella misma, sus pezuñas
devoraban con avidez la tierra helada. Rodeamos el perímetro
de la casa del Orgullo y la dejamos atrás en un abrir y cerrar de
ojos, sin detenernos nunca ni ser detenidas. Dejé escapar un
grito de alegría. Una pequeña victoria.
Si la memoria no me fallaba, pasaría del círculo de Pride al
de Envy. Ya había sido invitada a su territorio y él no había
revocado ese permiso. Con un poco de suerte, atravesaría su
casa y llegaría al Bosque Sangriento ilesa.
Mientras cabalgábamos como si el diablo nos persiguiera,
mi mente se aceleró con todos los pensamientos que había
intentado esconder durante la fiesta. Envy iba detrás de las
siete hermanas. Y me había señalado el árbol maldito cuando
había paseado por su galería. Puede que no conociera los
detalles del bosque, pero sería capaz de encontrar un árbol tan
inusual. Y, con suerte, los seres místicos que podrían ayudarme
a encontrar la llave de la Tentación o el espejo de la Triple
Luna estarían cerca del temible árbol. A aquellas alturas,
cualquier información que pudieran ofrecer sobre cualquiera
de los dos objetos mágicos sería útil.
Atravesamos la casa de la Envidia sin incidentes. Antes de
que me diera cuenta, llegamos al río Negro, que dividía el
territorio de Envy y se bifurcaba en el Bosque Sangriento.
Tanzie redujo la velocidad hasta casi detenerse y pisoteó el
suelo mientras consideraba el salto. Yo estaba evaluando las
vistas que teníamos ante nosotras. El Bosque Sangriento había
sido nombrado con mucho acierto. Incluso bajo el manto de un
cielo nocturno, distinguí que las cortezas de los árboles eran de
un carmesí oscuro.
En lo profundo del bosque, unas bocanadas de humo
flotaban como niebla fantasmal. Tuve la preocupante sospecha
de que no era fruto de un incendio, sino que se trataba del
aliento de unas enormes bestias que merodeaban por el bosque
carmesí. O tal vez se tratara de alguno de los demonios que
había visto en los diarios. Los que ansiaban corazones y
sangre. Inhalé y exhalé lentamente.
—¿Lista, chica?
Tanzie sacudió la cabeza, luego trotó hacia atrás y cargó
contra el río de ébano. Obligué a mis ojos a permanecer
abiertos mientras estábamos en el aire y mi estómago caía en
picado. Aterrizamos y Tanzie ni siquiera hizo una pausa para
recuperar el aliento; corrió a través del bosque, esquivando
árboles y maleza.
Me esperaba un silencio perturbador. En la realidad, un coro
de bichos chirriaba tan fuerte que resultaba desorientador. Si
hubiera algún depredador cerca, sería imposible oír el ataque
hasta que fuera demasiado tarde. Tanzie parecía saberlo. Mi
imponente yegua del infierno metió la barbilla y rodeó los
obstáculos que iban surgiendo. Decidida a que su jinete llegara
ilesa a nuestro destino.
Corrimos a través de un claro, y en la linde vi a un demonio
Aper. Lanzó su cabeza gigante hacia delante y eso fue todo lo
que vi, puesto que lo dejamos a nuestra espalda, babeando.
Después de unos minutos de cabalgar a toda velocidad,
Tanzie se detuvo en seco. A la luz de la luna, la corteza
plateada del árbol maldito brillaba como una espada
gigantesca clavada profundamente en la tierra. Desmonté y
palmeé a Tanzie.
—Quédate aquí y mantente alerta.
Ella me acarició el hombro con el morro como diciéndome
lo mismo.
Avancé poco a poco hacia el árbol, ahora con la daga en la
mano. Los bichos se habían quedado en silencio. Una niebla
siniestra flotaba sobre el suelo helado, ocultando cualquier
rastro de huellas recientes. Las raíces sobresalían como los
dedos podridos de unos gigantes asesinados. Me acerqué para
inspeccionar mejor las hojas. Eran similares a las de un abedul
común, pero de color ébano con vetas plateadas. De acuerdo
con las leyendas que había leído, eran afiladas como cuchillas
y frágiles como el cristal.
—¿Has venido a pedir un deseo de sangre?
Me di la vuelta y la capucha de mi capa cayó hacia atrás.
Había una figura solitaria apoyada en un bastón, demasiado
lejos y escondida tras la niebla para distinguirla con claridad.
No vi a Tanzie por ningún lado.
Agarré la empuñadura de mi daga y me coloqué con sutileza
en la posición de combate que Anir me había enseñado.
—¿Quién eres?
—¿Quién eres tú, niña? Esa es la mejor pregunta.
—Soy alguien que necesita información.
No podía ver su rostro por culpa de la niebla, pero me dio la
impresión de que estaba sonriendo.
—Qué situación tan excepcional. Verás, yo soy alguien que
tiene información. Y que espera un pago.
Me detuve al oír aquello, reprimiendo mi respuesta inicial de
ofrecerle lo que quisiera. Eso sería peligroso en cualquier
reino, y mucho más en uno lleno de pecado como aquel.
—Te pagaré con un secreto.
—No. —La figura se acercó. Llevaba la capucha de la capa
calada sobre los ojos, cubriendo su rostro—. Conozco tus
secretos. Mejor que tú, imagino. Quiero un favor. Será en el
futuro, a mi discreción.
Que la diosa me maldijera. Era un trato terrible.
—No cometeré ningún asesinato.
—O aceptas el favor, o no. Todo dependerá, supongo, de lo
mucho que necesites esa información. Considéralo una prueba
de coraje. ¿Qué será? ¿Valentía o miedo?
Puede que la valentía fuese la ausencia de miedo en muchos
casos, pero también parecía que era un poco como hacer una
tontería por una buena causa. No me preocupaba ser valiente.
Me interesaba cuidar de mí misma, tomar la mejor decisión
posible. Si aquella misteriosa mujer me conocía mejor que yo,
entonces no tenía más remedio que aceptar. Al diablo con las
consecuencias, así como con mi alma.
—Acepto.
Antes de que las palabras hubieran abandonado mis labios
por completo, la figura arremetió hacia delante. Sucedió tan
deprisa que apenas registré el escozor que sentí en el brazo.
Me había cortado. Levanté la mirada, lista para defenderme
contra cualquier otro ataque, y me detuve en seco al ver que se
estaba cortando su propia palma y la colocaba sobre mi herida.
Susurró una palabra y un destello cegador de luz atravesó el
cielo nocturno.
—Adelante, pues, niña. Formula tus preguntas.
—Quiero encontrar a las siete hermanas. ¿Están aquí?
—No. Habitan donde ningún pecado gobierna sobre los
demás.
—Eso no es una respuesta.
—Cuando llegue el momento adecuado, lo entenderás.
Apreté los dientes. Bien.
—Quiero información acerca de mi gemela. Fue asesinada y
necesito saber qué casa demoníaca está detrás de su muerte. Si
es que alguna es responsable.
—No puedes esperar encontrar respuestas al misterio de
nadie más cuando aún no entiendes tu propio misterio.
—¿No es ese el propósito de nuestra charla? No he aceptado
tu trato para que te limites a lanzarme más preguntas. No
puedes decirme dónde están las siete hermanas, no puedes
hablarme de mi gemela. ¿En qué me puedes ayudar,
exactamente?
—Si esperas encontrar lo que buscas, debes pasar mi prueba
de coraje.
—Eso no era parte de nuestro trato.
—Te sugiero establecer términos más claros en el futuro,
alteza. Tú, mi niña, te encuentras en el centro de tu propio
misterio. Hasta que descubras los secretos que te rodean a ti,
no conocerás las respuestas al misterio de tu hermana. Y eso es
algo que no puedo contarte. Algunas verdades debes
encontrarlas por tu cuenta. ¿Qué más te preocupa?
Tragué saliva.
—Mi magia. No puedo acceder a ella.
—Puede que conozca una forma de que la recuperes. Y
encontrar la respuesta que tu corazón anhela. Con respecto a tu
príncipe. —La figura se paró de repente frente al árbol—.
Quieres saber su verdad, así que graba su nombre en el árbol y
toma una hoja.
Volví a pensar en la fábula que había leído y una sensación
de malestar se retorció como un cuchillo en mi interior.
Aquella figura encapuchada tenía que ser la Anciana. La diosa
del inframundo. Y era algo a lo que temer.
—Si lo hago y me equivoco, habrá un precio.
—Es imposible llevar a cabo un verdadero acto de valentía
sin el riesgo de un precio elevado. —Su sonrisa afilada era lo
único que podía ver de ella y no servía de mucho para aliviar
mis nervios—. Después de tallar su verdadero nombre y
llevarte la hoja, debes romperla en su presencia. Si estás en lo
cierto, lo sabrás. Si no…
Me tragué el creciente ataque de terror. Si estaba en lo cierto
y ella era la diosa del inframundo, su precio sería la muerte.
Un pequeño detalle que tanto Envy como Celestia habían
omitido en mi educación.
—No lo sé con certeza…
—Sabes quién es él, pero eliges permanecer en las sombras,
te sientes cómoda en la oscuridad. Tal vez no sea su verdad lo
que temes, sino la tuya. Tal vez te niegues a mirarlo demasiado
de cerca, por lo que eso pueda revelar sobre ti. Él es tu espejo.
Y rara vez apreciamos aquello que nos devuelve nuestro
propio reflejo. Ahí, hija mía, es donde empieza la verdadera
prueba. ¿De verdad eres lo bastante valiente como para
enfrentarte a tus demonios?
Observé mi tatuaje mágico, el que contaba nuestra historia.
—Esa no es la pregunta que me ha traído aquí.
—No. Pero es la que estás demasiado asustada para
formular. Por eso lo preguntaré de nuevo, hija de la luna, no
quién es él, sino ¿quién eres tú?
—Yo… no lo sé.
—Incorrecto. —Dio un pisotón, desplazando la niebla con
su movimiento repentino—. Cuéntamelo. ¿Quién eres?
—No lo recuerdo. ¡Pero voy a averiguarlo, maldita sea!
—Bueno. Es un comienzo. —Me dedicó un pequeño
asentimiento de complicidad—. ¿Qué vas a hacer?
Miré por encima del hombro. Tanzie había regresado de
donde la Anciana la hubiera escondido, sus ojos líquidos
llenos de solemnidad. Aquella elección podría costarme la
vida.
Levanté mi daga y la presioné contra el árbol maldito. Iba a
tallar el verdadero nombre de Wrath en la madera y a hacer lo
que había sugerido la Anciana: enfrentarme a la verdad de la
que había estado huyendo.
Y si me equivocaba… tendría que rezar a las diosas para que
no fuera el caso, o me uniría a Vittoria en la tumba de nuestra
familia antes de que terminara la noche.
TREINTA Y TRES
Wrath no estaba en sus aposentos, ni en su
biblioteca. Comprobé su balcón y estaba a punto de marchar
hacia los bajíos de la Medialuna cuando decidí pasar por las
cocinas.
Era uno de los últimos lugares en los que esperaba encontrar
al demonio de la guerra, pero allí estaba, de espaldas a mí,
cuchillo en mano, cortando un trozo de lo que parecía ser
queso y depositando los cubos perfectos en una bandeja que ya
había llenado con varias frutas.
—No necesitas una invitación para acompañarme, Emilia.
—No se giró para mirarme—. A no ser que, por supuesto, no
quieras estar en mi compañía.
—Te he estado buscando. Creo que eso indica que deseo tu
compañía.
—Después de que me drogaras para escaparte de mis
aposentos, me preguntaba si eso habría cambiado.
—Eso… no tuvo nada que ver contigo.
Continuó cortando, el cuchillo siguió golpeando la tabla.
—Me pareció bastante personal, dado lo que había ocurrido
entre nosotros.
—Yo…
—No es necesario que te expliques.
—No pensaba hacerlo. Iba a disculparme porque fuiste una
víctima de lo que necesitaba hacer. —El silencio se extendió
entre nosotros—. ¿Cuánto tiempo estuviste inconsciente?
—No puedes esperar que comparta esa información.
—No, supongo que no.
Caminé hacia donde trabajaba, admirando su habilidad con
el cuchillo. La forma en que había dispuesto las frutas y las
había presentado también era impresionante. Los higos estaban
cuidadosamente cortados en cuartos, las bayas y las uvas
estaban apiladas en atractivos montones. Incluso había
encontrado una granada.
—No creí que disfrutaras de pasar tiempo en la cocina.
—Yo tampoco. —Se encogió de hombros, con la mirada fija
únicamente en su tarea—. No me interesa mucho hornear o
mezclar, pero descuartizar, cortar y rebanar me resultan
extrañamente relajantes.
Sonreí. Por supuesto que le agradaba esa parte de cocinar.
En lugar de comentar algo o romper el momento, elegí lo que
parecía ser un trozo de manzana del plato y me lo llevé a la
boca. Estaba retrasando las cosas y lo sabía perfectamente.
Pues vaya con mi prueba de valentía.
—En algunas religiones mortales, se dice que las manzanas
son la fruta prohibida.
Wrath se detuvo durante menos de un segundo, pero yo
estaba prestando mucha atención. Él no levantó la vista de su
misión.
—Para alguien que se crio con brujas, me sorprende que
dedicaras tanto tiempo a las creencias humanas.
Elegí otra pieza de fruta.
—También he oído que los higos, las uvas y las granadas
son contendientes en la liza por ser el fruto prohibido.
—Has pensado mucho en los alimentos prohibidos.
—He visitado el árbol maldito. —Siguió cortando con
cuidado el trozo de queso cheddar sobre la tabla. Yo me moví
alrededor de la mesa hasta estar enfrente, para poder mirarlo a
la cara—. He hecho un trato con la Anciana. Y ha dicho algo
que me ha hecho pensar en frutos prohibidos y árboles del
conocimiento.
A Wrath se le pusieron los nudillos blancos cuando agarró el
cuchillo con más fuerza.
—¿Y?
—Quería saber la verdad sobre mi hermana, pero ella
insistió en que primero necesitaba descubrir mi verdad. Para
enfrentarme a mis miedos. Ha dicho que descubriré parte de
mi verdad si acepto quién eres. —Su mirada colisionó con la
mía—. Me ha dicho que tallara tu verdadero nombre en el
árbol.
—Por favor, dime que te negaste a hacerlo. La Anciana es
peor que mis hermanos.
Negué despacio con la cabeza y dejé la hoja de color ébano
con vetas plateadas en la mesa. Wrath miró fijamente hacia
abajo, como si hubiera llevado una víbora a la cocina. Levanté
el puño para aplastarla y su mano salió disparada, cubriendo la
mía.
Me atrajo hacia sí y sostuvo mi mano contra su corazón.
Latía con fuerza.
—Volveremos y haremos otro trato con la Anciana.
Retrocedí lo suficiente para mirarlo a los ojos.
—Estás nervioso.
—Tallaste un nombre en un árbol que exige sangre a cambio
de la verdad. —Soltó un suspiro frustrado—. Por supuesto que
me siento receloso.
Moví la mano libre para colocarla sobre su mejilla. Esa no
era toda la verdad detrás de su nerviosismo y ambos lo
sabíamos.
—Sé quién eres.
—Lo dudo mucho.
Su tono indicaba que, si conociera su verdad, no estaría tan
cerca de él, aceptándolo como era. Su secreto me aterrorizaba,
pero nunca lo superaría si no lo sacaba a la luz. Nunca
descubriría quién era yo y qué le había pasado a mi gemela si
seguía asustada de la verdad. La Anciana tenía razón. Me
había acostumbrado a la oscuridad, había permanecido en ella
durante demasiado tiempo. Primero, por Nonna, y ahora por
mi propia voluntad. Era hora de dejar de lado mis miedos y dar
un paso hacia la luz.
Antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba
haciendo, pateé la mesa tan fuerte como pude, enviándola al
suelo junto con la fruta, el queso y la hoja maldita, cuyos
pedazos cayeron entre los escombros.
Me rodeó con sus brazos, como si pudiera protegerme del
árbol maldito y del precio que iba a cobrarse. Pero no sentí
ningún acceso repentino de dolor. Ni me debilité ni perdí la
conciencia. No morí. Ni siquiera sangré.
Wrath me abrazó con más fuerza, parecía que le costaba
respirar y lo hacía muy rápido.
Las lágrimas hicieron que me picaran los ojos de repente,
pero me negué a dejarlas caer. Estar de pie allí, a salvo en el
círculo de los brazos de Wrath, significaba que tenía razón. Y
que la Anciana estaba en lo cierto una vez más.
Ahora que estaba en posesión de la verdad, no sabía qué
hacer con ella. Creía que estaba preparada, creía que podría
manejar que su secreto quedara al descubierto. Estaba
equivocada.
Y me odiaba a mí misma.
Dejé escapar un suspiro tembloroso. Necesitaba un
momento para digerir por completo lo que había descubierto.
Wrath percibió que me estaba recluyendo en mí misma y, de
mala gana, dejó caer los brazos y se alejó, poniendo distancia
entre nosotros. No dijo nada, solo esperó, paciente, a que yo
hablara.
Sangre y huesos. Aquello era difícil. Pero había pasado por
cosas peores y había sobrevivido.
Pasara lo que pasare después, también sobreviviría a
aquello.
—Cuando ignoraste el nombre con el que te llamé en el
monasterio, me pregunté si había una razón por la que no
reaccionaras con más vehemencia. —Me limpié los ojos,
todavía sin mirarlo—. Actuaste como si no significara nada,
como si solo te hubiera molestado. —Sonreí mirándome las
manos—. Porque, según Nonna, un príncipe del infierno nunca
revelará su verdadero nombre a sus enemigos.
Podía sentir su atención fija en mí, pero aun así no pude
mirarlo a los ojos.
—Sé que las brujas y los demonios son enemigos. Pero en
nuestra historia hay algo más, ¿no es así?
—Emilia…
—Eres la tentación. La seducción. —Por fin arrastré la vista
hacia su brazo y asentí en dirección al intrincado tatuaje de la
serpiente—. La serpiente en el jardín. Quien animó a los
mortales a pecar.
Subí la mirada hacia arriba, para mirarlo por fin a los ojos.
Lo miré, lo miré de verdad, objetivamente. Su rostro, su
cuerpo, toda su presencia y cómo se comportaba gritaban
autoridad. Dominación. Y estaba diseñado para seducir. Él era
la tentación hecha carne.
Su expresión se cerró en banda mientras aguardaba. En
aquel momento, más que nunca, deseé desesperadamente
poder sentir sus emociones. Aunque sospechaba que él estaba
sintiendo las mías y por eso se había vuelto tan distante. Su
armadura estaba en su sitio, inamovible. Y se estaba
protegiendo de mí.
—No sé cómo has engañado a la humanidad durante tanto
tiempo, pero Envy tenía razón. Eres el mentiroso más experto
de todos. Samael.
Su verdadero nombre pareció inquietarlo. No parecía haber
respirado desde el inicio de nuestra conversación. Exhaló en
aquel instante.
—Demonio. Satán. Príncipe de la oscuridad. Rey de los
malditos. Me han llamado muchas cosas, pero no soy un
mentiroso.
Busqué en su rostro. Yo tenía razón. Lo había sabido en el
momento en que el árbol no se había cobrado lo que le
correspondía, pero la verdad era difícil de digerir. Wrath era el
diablo. El mal que se temía en todo el mundo.
Y yo había caído presa de su seducción como una estúpida.
Por sus ardientes ojos dorados y su ingenio agudo. Por el
orgullo que sentía por su apariencia. La forma en la que
protegía a los que estaban bajo su cuidado y elegía la justicia
por encima de la venganza. No era de extrañar que el mundo
de los mortales confundiera con tanta facilidad a los dos
príncipes, el del Orgullo y el de la Ira. Lo cierto era que
compartían muchas similitudes.
—Has tenido muchas oportunidades para decirme que eras
el diablo. Eres tú a quien maldijo La Prima. ¿De verdad murió
la esposa de Pride, o fue tu consorte?
—Nunca te he mentido directamente.
—Deja de omitir cosas.
—La consorte de Pride fue asesinada. Todo eso es verdad.
Pero sí, fui maldecido por la Primera Bruja. Como todos mis
hermanos. Mi castigo por no ayudarla fue mayor: robó algo
muy importante para mí. Y haría casi cualquier cosa para
recuperarlo.
—El Cuerno de Hades —supuse, pensando en los amuletos
que constituían los cuernos de diablo.
No los había echado de menos. En todo caso, había
sentido… alivio por la ausencia de mi amuleto en los últimos
días. Lo cual no cuadraba en absoluto con cómo me había
sentido cuando me los había quitado por primera vez. Aunque
sospechaba que tenía algo que ver con mi dolorosa experiencia
en los bajíos de la Medialuna. Recordé mi preocupación por
que el diablo se enfadara con Wrath por haberme dejado
tomarlo prestado esa noche. Que tonta debía de haberle
parecido.
—Tú eras el único que no parecía quererlos. Lo que supongo
que indicaba que los querías más que los demás, y no deseabas
parecer demasiado ansioso y levantar sospechas.
—Son mis alas, no unos cuernos. Tu Primera Bruja las
maldijo y las transformó en una burla a través del acervo
popular de los mortales, y luego las escondió de mí. —Parecía
estar perdido en un recuerdo. Uno que provocó que cerrara las
manos en puños a ambos lados del cuerpo. Cuando volvió a
mirarme, una furia helada ardía en sus ojos—. Para
restaurarlas, necesito un hechizo que se encuentra en su
grimorio.
—Tienes alas. —Porque era un ángel. Diosa de arriba. Una
cosa era sospecharlo y otra ver esa sospecha confirmada.
—Tenía.
Había todo un mundo de ira y dolor envolviendo su voz.
Una parte de mí quería acercarse a él, calmar la herida
emocional que aún seguía abierta. En cambio, me quedé donde
estaba, vacilante.
Sus alas eran una conexión con el mundo angelical. El reino
que había dejado atrás. Era difícil de creer que el diablo llorara
por algo que lo ataba al lugar que había odiado lo suficiente
como para ser expulsado de él por toda la eternidad.
O tal vez nada de aquello fuera cierto. Tal vez no fueran más
que cuentos mortales, retorcidos y erróneos por culpa del paso
del tiempo. Wrath no parecía la encarnación del mal. Ni
ningún gran seductor. Excepto… que poco a poco se había
introducido en mi vida. Y en mi corazón.
—Emilia. —Me alcanzó y me estremecí. Apartó la mano—.
Puedo sentir tus emociones básicas, pero quiero saber cómo te
sientes en realidad.
—Eres el diablo.
—Eso me acabas de recordar.
—Pero Lucifer… Pride… No lo entiendo.
Lanzó un gran suspiro.
—El pecado de elección de mi hermano hace que le sea casi
imposible negar que es el rey de los demonios. Los mortales
asumen que es él, y su orgullo le impide admitir la verdad. Se
siente muy complacido de alimentar su propio ego. No albergo
emociones en ningún sentido sobre mi verdadero título. Para
mí, es un deber. Una obligación impuesta. Nada más. En todo
caso, que Pride se lleve el prestigio me permite llevar a cabo
mi trabajo sin necesidad de adoptar ninguna pose.
—Yo… no sé lo que siento. ¿Ha habido algo real entre
nosotros o ha sido todo un lento juego de seducción? Una
pizca de verdad salpicada de mentiras.
—Dime —entrecerró los ojos—, cuando aceptaste casarte
con Pride, creyendo que él era el diablo, ¿importaba entonces?
Un recuerdo no solicitado regresó a mí.
—En los bajíos de la Medialuna, la noche que… me
llamaste tu reina.
—Viniste aquí, creyendo que serías la reina de los Malditos.
Todo eso es cierto. Si eliges completar nuestro vínculo
matrimonial, no serás simplemente mi reina, sino la reina. —
Examinó mi rostro, su propia expresión volviéndose distante
—. El único cambio es con qué hermano te casarás. En este
reino, todos saben quién soy. Conocen mi verdadero título.
Solo los mortales asumen algo diferente. Así que, te lo
pregunto una vez más, ¿de verdad importa ahora que tú sabes
quién soy?
—Siendo sincera, no estoy segura. Es mucho que asimilar.
Eres el demonio. El mal encarnado.
—¿Eso te he parecido en el tiempo que llevas
conociéndome?
—Fuera de este reino, eso es lo que todo el mundo piensa de
ti.
—No me interesa lo que opinen los demás. —Dio un paso
atrás e inclinó la cabeza. Sus movimientos eran rígidos—.
Gracias por tu honestidad. Era todo lo que necesitaba oír, mi
señora.
—Wrath, espera.
Desapareció en una brillante nube de humo.
TREINTA Y CUATRO
El humo quedó flotando en el aire varios minutos después de
que Wrath se hubiera marchado. Me quedé contemplándolo mientras los
ojos me ardían, deseando poder lanzar un hechizo para revertir el tiempo.
Sería mucho más fácil olvidar sin más lo que había sucedido. O, mejor
aún, olvidar la verdad sobre su nombre. Su título. Y la forma en que me
dolía el corazón ante la idea de que algo de lo que había pasado entre
nosotros, o todo ello, fuera parte de un juego a mayor escala.
Apoyé una cadera contra una de las mesas y examiné el desorden del
suelo. Parecía una metáfora apropiada sobre mi vida. Cada vez que
pensaba que me estaba aproximando a la verdad que rodeaba al asesinato
de mi gemela, algo nuevo se añadía al montón, lo cual me distraía, porque
había más basura entre la que rebuscar.
Gracias a que la maldición tenía conciencia y un papel activo a la hora
de preservar sus propios secretos, era casi imposible encajar las piezas del
rompecabezas.
Una antigua preocupación volvió a asaltarme. Había empezado a pensar
que había estado experimentando recuerdos, por lo general después o
durante algunos encuentros románticos con Wrath.
Si yo no era la consorte, ¿era la Primera Bruja? Estaba casi convencida
de que la matrona de maldiciones y venenos era la Primera Bruja, pero
ahora eso parecía menos probable. No era capaz de imaginar que Wrath la
mantuviera cerca de sí ahora que sabía que ella le había robado las alas.
¿Era localizar a la Primera Bruja la verdadera razón detrás de los
asesinatos? Tendría sentido que alguien tratara de encontrarla y hacerle
pagar por todo lo que había robado. Y si todos los príncipes del infierno
habían perdido sus alas, o algo igual de preciado, entonces cualquiera de
ellos podría ser el responsable.
Si yo fuera la Primera Bruja, también tendría sentido que Wrath me
hubiera odiado la noche en que lo había invocado. En aquella ocasión, me
había llamado «criatura» y había jurado que nunca se sentiría tentado por
mí cuando yo había creído erróneamente que los pactos con los demonios
se sellaban con besos adictivos.
—Felicidades, Emilia —me burlé—. Te has entregado por completo a
la locura. Y a la paranoia.
Hablarme a mí misma en voz alta no estaba ayudando a calmar las
preocupaciones sobre mi creciente locura. Casi me reí ante la idea. Quizá
sí estuviera perdiendo todo sentido de la realidad.
Tal vez habría un tónico que pudiera tomar para deshacerme de todos
los recuerdos y pensamientos tontos de mi mente. Hacer borrón y cuenta
nueva.
Resoplé. Era absurdo y… y completamente posible. Había alguien en
aquel castillo con el don de crear tónicos y tinturas. Alguien que podría
poseer las habilidades necesarias para romper cualquier maldición que
pesara sobre mí. Ya fuera la Primera Bruja o no, me vendría bien su
ayuda.
Me fui a toda prisa a visitar a la matrona de maldiciones y venenos,
rezando a todas las diosas que se me ocurrían para que estuviera en su
torre.

—Hija de la luna. —Celestia me dirigió una mirada desconcertada cuando


pasé corriendo junto a ella y le indiqué que cerrara la puerta—. ¿Qué te
trae por aquí?
—¿Sabes quién soy?
Era difícil saber si su vacilación se debía a la preocupación por mi
bienestar o si estaba rodeando con cuidado la verdad.
—Sí, mi señora.
—No me refiero a mi título de cortesía. ¿Nos hemos visto antes?
Su escrutinio se volvió más cuidadoso.
—¿Has ingerido algo extraño?
—No. —Caminé en círculos, agitada—. He experimentado algunos
recuerdos que en un principio no parecían pertenecerme. Ahora ya no
estoy tan segura. ¿Existe algún tónico que me puedas dar? ¿Algo que
detecte una maldición o la rompa?
—Siéntate. —Se dirigió hacia la mesita y los taburetes que solía usar
para trabajar. La seguí y me encaramé al borde de uno, sin dejar de mover
la rodilla—. Dame las manos. —Me incliné sobre la mesa e hice lo que
me pedía—. A veces, olvidar puede ser un regalo.
Envolví sus manos con las mías y descansé los pulgares en sus
muñecas.
—¿Hablas por experiencia propia?
—Hablo como alguien que desea tal regalo.
—¿Soy la Primera Bruja?
La expresión de Celestia se suavizó.
—No, niña.
—¿Lo eres tú?
—No.
Le solté las manos y me senté. No se le había acelerado el pulso con
ninguna de mis preguntas.
—Admito que me siento solo ligeramente aliviada. Cuanto más aprendo
sobre ella, menos suena como la heroína de nuestras fábulas.
—Todo villano se cree el héroe. Y viceversa. La realidad es que existe
un pequeño villano y un pequeño héroe en cada uno de nosotros. Depende
de las circunstancias.
Eché un vistazo alrededor de la cámara circular y mis ojos se
detuvieron sobre el cráneo tallado.
—He estado intentando resolver un acertijo. Sobre una llave que no
necesariamente abre una cerradura. Y siete estrellas y pecados, y el ángel
de la muerte.
—Buscas la llave de la Tentación. —Celestia dejó escapar un gran
suspiro—. Puedo decirte lo siguiente, hija de la luna, ya la has
encontrado. —Volví a mirarla a ella—. Si estuviera en tu lugar, lo
reconsideraría. Una vez que emprendas ese camino, no hay vuelta atrás.
—Eso debería habérselo planteado quienquiera que haya matado a mi
gemela. —Me puse de pie—. ¿Está la llave de la Tentación aquí, en la
casa de la Ira?
—Es peligrosa. Los objetos divinos… no deben tomarse a la ligera.
—Pero está aquí.
Celestia apretó los labios. Fue suficiente confirmación para mí. Volví a
pensar en mi conversación con Envy, en que había confundido sus
divagaciones con embriaguez la noche que habíamos tomado el vino de la
verdad. Él había mencionado que no todas las llaves tenían la forma que
uno acostumbraba a pensar que tenían.
La sangre era la clave para desbloquear la magia demoníaca, por
ejemplo. Así que, con eso en mente, no había límites para lo que
realmente podría desbloquear el espejo de la Triple Luna. Por lo que
sabía, la llave de la Tentación podría ser un elixir. Y sin embargo… algo
empezó a jugar en los rincones de mi memoria.
Si Wrath tenía un objeto divino y quería mantenerlo oculto, no había
lugar más seguro que a plena vista. Wrath hacía que lo obvio fuera
cuestionable suscitando dudas. Era la misma estrategia de la que se había
servido cuando lo había llamado Samael por primera vez en Palermo.
Dudaba de que la guardara en su dormitorio.
Lo que me llevaba a pensar que la llave estaba en uno de dos lugares
posibles. Su biblioteca personal o la sala de armas. Me puse de pie, lista
para salir corriendo y destrozar ambos espacios si era necesario.
Celestia me agarró por la manga del vestido para frenar mi salida.
—Si lo haces, prepárate para consecuencias que estarán fuera de tu
control.
—Ahora mismo hay muy poco que esté bajo mi control, matrona. Lo
único que cambiará es que por fin sabré la verdad.
Celestia me soltó el brazo y se hizo a un lado. No perdí ni un instante
antes de echar a correr hacia la sala de armas. Medio temía que Wrath
estuviera allí, eliminando el exceso de emociones después de nuestra
conversación. Estaba en silencio, vacía. Recorrí cada centímetro con
presteza, pasando las manos por encima de cada diseño dorado que
encontré, buscando cualquier compartimento u objeto secreto que pudiera
ser una llave.
Me detuve al fondo de la habitación, cerca del mosaico de la serpiente.
Como la primera vez que lo había visto, podría jurar que había algo
familiar en él… Mi mente se aceleró, buscando un recuerdo.
—Sangre y huesos. —Me agarré las raíces del cabello y tiré de ellas
con suavidad—. Piensa.
La había visto antes. Apostaría lo que quedaba de mi alma. Si tan solo
pudiera…
—Demonio retorcido. Eres brillante. —Me tapé la boca con la mano
para evitar gritar de alegría—. Ya te tengo.

Me detuve sobre el escritorio de Wrath y levanté el pisapapeles de la


serpiente.
O lo que en un principio había confundido con un pisapapeles. Le di la
vuelta y estudié las crestas y el diseño geométrico con una nueva
perspectiva. Sin duda, podría tratarse de una llave. Dada su forma,
encajaría a la perfección en la parte superior de un espejo de mano. Y eso
explicaría por qué Envy había compartido esa información conmigo.
Sin una invitación a la casa de la Ira, él no podía registrar el castillo en
persona. Aparecerse fuera, en el jardín, durante un minuto o dos era una
cosa, pero pasearse por la biblioteca personal de Wrath habría sido otra
muy distinta. Aunque, conociendo a Wrath, era probable que el interior
estuviera protegido para mantener alejados a sus hermanos. Nada de eso
importaba.
Sostuve la llave de la Tentación contra el pecho y sentí las primeras
punzadas de esperanza. No estaba segura de por qué a Celestia le
preocupaba tanto lo de tocar un objeto divino. Hasta el momento solo me
había transmitido paz. Alegría. Después de tantos arranques y paradas,
aquello era una ventaja tangible. Un hilo auténtico del que tirar. Ahora lo
único que tenía que hacer era localizar el espejo de la Triple Luna. Y,
armada con la llave, empecé a concebir un nuevo plan.
De vuelta en mis aposentos personales, saqué mis notas y una pluma. Si
podía descifrar el mensaje de las calaveras hechizadas, tendría una
dirección que seguir.

Me golpeé los labios con la pluma mientras escudriñaba las notas,


deseando que la respuesta se manifestara sola. El mensaje de la primera
calavera resultaba un poco más claro a aquellas alturas. Estaba casi segura
de que tenía relación con el espejo de la Triple Luna y su capacidad para
ver el pasado, el presente y el futuro.
Era el mensaje de la segunda calavera el que me tenía atascada.
Sabiendo lo que sabía ahora sobre que las siete estrellas era otro de los
nombres que recibían las siete hermanas, y el hecho de que Envy estaba
interesado en localizarlas, me preguntaba…
Respiré hondo, distraída por un nuevo pensamiento. Si Wrath ocultaba
la llave de la tentación a plena vista, entonces tal vez hubiera hecho lo
mismo con el espejo de la Triple Luna. Tal vez no pudiera contarme nada
sobre la maldición, pero a lo mejor había intentado ayudar de una forma
más sutil.
En el estuche que Envy tenía, cabía un espejo de mano. Había recibido
uno de esos espejos como regalo antes de partir hacia la casa de la
Envidia. La esperanza hizo que me aferrara a la llave, echara a correr
hacia mi baño y sacara el precioso espejo de donde lo había guardado en
el tocador. Ya había admirado el grabado en la parte posterior antes, pero
no había considerado que pudiera tratarse de algo más que de un diseño
bonito.
Con la emoción inundándome el pecho, coloqué la llave de la Tentación
en la parte posterior del espejo y la giré. O lo intenté. Encontrar la
alineación correcta era difícil. Probé de varias formas más, en varias
direcciones. Le di la vuelta a la llave y estudié las líneas en relieve. Parte
de la emoción se disipó. No parecían coincidir, pero no quería rendirme
todavía.
Después de intentar por todos los medios encajar las dos piezas, al final
acepté el hecho de que no coincidían.
Regresé a mi dormitorio y me dejé caer en la cama para releer mis
notas.
Lo que debía hacer a continuación era encontrar a las siete hermanas y
preguntarles si sabían dónde estaba el espejo de la Triple Luna. Los
cráneos eran la clave para descifrarlo, si era que conseguía resolver el
acertijo.

Inhalé y exhalé, expulsando la frustración y mis teorías anteriores. La


Anciana había dicho algo a lo que solo había prestado atención en parte.
Me concentré en esa conversación y sus palabras acerca de las siete
hermanas volvieron a mí poco a poco.

Observé de nuevo el mensaje entregado por la segunda calavera. Había


estado muy convencida de que la parte de los siete pecados era la más
fácil de descifrar, pero eso podría no ser cierto en absoluto.
Tal vez fuera la simplicidad de esa parte de la pista lo que pretendía
destacar. Había creído que se refería a los siete príncipes del infierno.
Pero ¿y si se tratara de un lugar dentro de los siete círculos? «Como pasa
arriba, pasa abajo» solía usarse para hacer referencia al equilibrio. La
pista podría apuntar hacia el lugar donde los siete pecados se usaban por
igual, donde ninguno gobernaba por encima de los otros. Justo como
había insinuado la Anciana.
El Corredor del Pecado.
Con el corazón acelerado, dediqué una sonrisa a mis notas. Tenía que
ser eso.
Las siete hermanas moraban en algún lugar del Corredor del Pecado, y
tenía la sensación de que estaban en posesión del espejo. Eso explicaría
por qué no dejaban de moverse por el reino, escondiéndose de los
príncipes. Eran ladronas de magia o guardianas de la paz.
Al margen del papel que desempeñaran para los príncipes demoníacos,
eran mi salvación.
Me apresuré en preparar una bandolera con suministros: la llave de la
Tentación, el libro de hechizos de la Anciana que le había robado a Envy,
un par de medias extra y frutos secos que había birlado de las cocinas.
Luego me cambié y me puse algo más abrigado.
Me quité el vestido y lo reemplacé con los pantalones de cuero forrados
de piel, una túnica con cordones, un jersey de cachemira y una capa de
terciopelo. Me calcé unas botas que me llegaban hasta los muslos y me
ajusté la correa de la bandolera mientras salía corriendo. Hice una pausa
cerca de los establos; una parte egoísta de mí quería llevarse a Tanzie
como compañía, pero no tenía ni idea de lo que estaba buscando y no
quería perderme ningún detalle por ir demasiado rápido. Aquello era algo
que necesitaba hacer sola.
Antes de que pudiera convencerme a mí misma de no hacerlo o de
llamar la atención de cualquier miembro entrometido de la casa de la Ira,
me dirigí hacia el límite de la propiedad y me deslicé por la empinada
montaña. En un tiempo récord, volví a pisar terreno semiplano. Miré a mi
espalda: la montaña que Wrath había abierto con una palabra susurrada
era tan alta e imponente como la recordaba.
Esperaba volver a verla pronto.
Con la imagen de mi gemela en mi mente y el corazón lleno de
determinación, emprendí mi viaje a través del implacable paso de
montaña. Esa vez estaba preparada para el sutil tirón de mis emociones. Y
sabía cómo luchar contra la influencia demoníaca. Sentí las primeras
oleadas de poder deslizándose a lo largo de mi piel, buscando un lugar
donde hundir los dientes. Yo le había enseñado mis dientes a aquel reino.
Incluso aunque no usara mi magia, no estaba indefensa. Tenía una daga y
unas agallas recién descubiertas.
—Esfuérzate todo lo que puedas.
Yo lo iba a hacer, eso seguro. Me abrí paso a través de la nieve, que
poco a poco alcanzó la altura de mis rodillas, con pasos lentos y
vacilantes. No pensé en el frío ni en el hielo. Eran distracciones. Me
mantuve atenta a mi entorno y busqué cualquier indicio de las siete
hermanas.
La primera vez que habíamos pasado por allí, habría jurado que había
visto a unas mujeres usando huesos como agujas de tejer. Me había
convencido a mí misma de que mi mente me estaba jugando una mala
pasada, pero no creía que fuera el caso. Puesto que las siete hermanas se
habían presentado ante mí entonces, recé para que lo hicieran de nuevo,
en especial ahora que ya no transitaba aquel territorio con el enemigo.
Cuando llevaba un tercio de la subida a una enorme sección de la
montaña, se desató una tormenta helada. Me calé bien la capucha de la
capa y continué. Empezaron a golpearme unas bolitas, una y otra vez.
Como si se sintieran furiosas con mi desafío. En eso, el reino se
equivocaba. No era el desafío lo que me impulsaba hacia delante, dando
un paso insoportable tras otro en aquel infierno. Era amor.
Puede que aquel viaje comenzara con venganza y represalias, pero
debajo de eso, siempre se había tratado del amor que sentía por mi
gemela. Nonna tenía razón: el amor era la magia más poderosa de todas.
Y yo lo aprovecharía y… por la diosa. Un tocón apareció de la nada, y
solté una maldición impresionante mientras caía en el banco de nieve.
Entrecerré los ojos en dirección al cedro gigante y sentí que la sangre
abandonaba mi rostro.
vii
—¿Hola?
Me puse en pie de un salto y miré alrededor. No había sonidos, ni
huellas, ni indicaciones sobrenaturales de que las siete hermanas
anduvieran cerca. Pero ese siete romano tallado en el tronco… Me habían
enseñado a no pasar nunca por alto las señales. Y aquella era cegadora.
Rodeé el árbol y no encontré en él nada más que fuera inusual. Era de
tamaño medio, un poco más delgado que el grupo de cedros que lo
rodeaba. Me arrodillé y empecé a cavar en la nieve. Tenía que haber algo
allí.
Tras unos momentos dolorosos y más de un dedo congelado, mis uñas
rasparon la tierra congelada. Intenté rascar la superficie y con ello solo
logré romperme varias uñas.
Me puse de pie, con las manos en puños a los costados, y traté de
controlar mi temperamento. El Corredor del Pecado intuyó mi lapso
momentáneo de autocontrol y se abalanzó sobre mí. Mi pecado favorito
desató mi furia, y grité. El sonido quedó amortiguado y sofocado por la
nieve recién caída.
Liberé todas mis emociones, pateé la nieve, rompí ramas y golpeé la
tierra. El sudor me perlaba la frente y era incapaz de parar. Llevé el puño
contra el árbol y golpeé lo más fuerte que pude.
—¡Joder!
El dolor me recorrió todo el brazo. Hice una mueca al verme los
nudillos ensangrentados, y las ganas de pelea y la furia me abandonaron
de inmediato. Aquella era una misión para tontos, maldita sea. Acertijos
ridículos y… Se me ocurrió algo mientras mi sangre goteaba sobre la
nieve. Siguiendo una corazonada, unté unas gotas en el árbol, justo sobre
el número siete romano. No hubo ni un momento de vacilación, el tronco
se abrió y reveló un conjunto de anchas escaleras escondidas en su
interior. Volví a rodear el árbol. No parecía posible que semejante
conjunto de escaleras tan enorme cupiera dentro, pero ya no tenía más
preguntas. Era el momento de las respuestas.
Recé una oración a las diosas y entré. La puerta oculta se cerró detrás
de mí, pero se encendieron unas antorchas. Respiré hondo y seguí
adelante. Las escaleras eran de piedra, semicirculares, y se curvaban
alrededor de un enorme tronco.
Di pasos seguros y confiados, la emoción y la inquietud bombeaban por
mis venas cuanto más me acercaba al fondo. Me recibió una pequeña
cámara de piedra con un pedestal solitario en el centro.
Y allí estaba. Tenía que ser eso. Hice una pausa para observar la belleza
pura del espejo que estaba allí exhibido. Madreperla y piedra lunar bruta,
era lo más magnífico que había visto en mi vida.
Parecía brillar desde el interior. Me detuve frente a él, sin notar apenas
las lágrimas que resbalaban por mis mejillas hasta que las gotas golpearon
el espejo y chisporrotearon. Dejé mi bandolera en el suelo y quise
alcanzarlo cuando se encendieron un montón de velas alrededor de la
cámara.
Siete sombras fantasmales parpadearon en la tenue luz. No hablaron.
No hicieron ningún movimiento en mi dirección. Permanecieron a la
espera. Las siete hermanas habían llegado. No fue miedo, sino asombro lo
que sentí, en lo más profundo de mi alma. Y una sensación de
familiaridad.
—Hola, estoy…
—A punto de tomar una decisión imposible de deshacer. —Celestia
emergió del extremo opuesto de la cámara. Sus extraños ojos brillaban.
Debería haberme sentido sorprendida por su aparición, pero no lo estaba
—. Te ofrezco una última oportunidad, niña. Aléjate.
—No puedo.
Me miró largamente y luego sonrió. Era una sonrisa que ya había visto
antes, medio escondida detrás de una capa, en lo profundo del Bosque
Sangriento Ahora sí estaba sorprendida.
—Eres la Anciana.
—Y reclamo mi favor, hija. —Se acercó al espejo de la Triple Luna y lo
miró con cariño—. Una vez que actives el espejo, te pido que me
devuelvas mi libro de hechizos.
—¿Eso es todo?
—No, niña. —Volvió su atención hacia mí—. Eso lo es todo. —Celestia
extendió la mano hacia mí, y sentí un extraño hormigueo en la piel. Una
oleada de magia burbujeó en mi interior. Había restaurado mi poder. Me
sumergí en mi fuente y casi lloré cuando abrí un túnel más allá del muro,
que había saltado en pedazos. Ella me dirigió una mirada de complicidad
y señaló hacia las sombras—. Cuando recibas tus respuestas, ven a
buscarme. Espero mi pago sin demora.
TREINTA Y CINCO
Me dejé caer en el suelo del interior del árbol mágico y hojeé el libro
de hechizos, cuyo papel crujía como las hojas secas por el temblor de mis
dedos. De entre las páginas cayó una nota que no había estado allí antes. La
recogí con cautela y leí las líneas cuidadosamente escritas.

Wrath. No debería sorprenderme que hubiera encontrado el grimorio


robado. Después de todo, estaba buscando un hechizo para restaurar sus alas.
Me conmovió que lo hubiera dejado de vuelta en su sitio, incluso después de
haber deducido que me lo llevaría de su casa.
Él sabía de primera mano que la verdad albergaba tanto el poder de cortar
como el de sanar. Eso se lo había enseñado yo. Me había demostrado a través
de sus acciones que no era tan malvado como el mundo creía. Era la espada
de justicia y derribaba sin emoción a quienes habían sido condenados.
Un soldado que seguía órdenes y se regía por el deber y el honor.
Y no había podido decirle que era capaz de ver eso. De verlo a él. Wrath
era el equilibrio de lo correcto y lo erróneo. No era ni bueno ni malo,
simplemente existía, tal como me había dicho una vez.
Las llamas de las velas oscilaron con violencia, proyectando sombras
alrededor de la cámara en penumbra. La Anciana y las siete hermanas habían
desaparecido, dejándome a solas con mi tarea. Ignoré la presión del miedo y
cómo me robaba el aliento. Nunca había sentido aprensión en los espacios
pequeños o en los sótanos. Me negaba a empezar en aquel momento. Estaba
muy cerca. Muy cerca de la verdad que me había eludido durante todos
aquellos meses.
Si todo salía bien, en cuestión de minutos sabría por fin lo que le había
pasado a mi hermana.
Me detuve un instante. El espejo de la Triple Luna podría mostrarme los
momentos previos a la muerte de mi gemela. O peor aún, podría presenciar
su asesinato de primera mano. Una cosa era encontrar su cuerpo destrozado,
pero ver cómo había sucedido… Me estremecí.
—Sé valiente. —Encontré el hechizo que había dejado marcado unas
noches antes y exhalé. Había llegado el momento. Daba igual lo que viera a
continuación, sabría quién le había arrebatado la vida a Vittoria—. Pasado.
Presente. Futuro. Encuentra. Muéstrame mi mayor deseo escondido en lo
profundo de la mente del universo.
Al principio, como con el hechizo de invocación que había usado con
Wrath, no pasó nada. Me quedé mirando el espejo de mano, mientras
colocaba el deseo más grande de mi corazón al frente de mis pensamientos.
Pensé en mi gemela, y, por primera vez en meses, pude evocarla con suma
claridad. Oí su risa despreocupada, olí su aroma a lavanda y salvia blanca,
sentí la fuerza de su amor por mí.
Un vínculo tan poderoso que la muerte no había podido apagarlo.
En el espejo, la luz parpadeó, y a continuación apareció un remolino de
nubes oscuras. Parecía como si una tormenta se estuviera gestando en el
cristal. La magia zumbó por todo el metal, sorprendiéndome, pero me aferré
con fuerza al espejo de la Triple Luna; no estaba dispuesta a mirar hacia otro
lado o a dejarlo caer ahora que lo tenía.
La tormenta en su interior persistió, pero me llegaron voces apagadas. El
pulso me latía con fuerza. Deseé que la borrasca que me bloqueaba la vista se
calmara para darme la oportunidad de ver a mi gemela.
Despacio, como si la escena hubiera sido capturada en un tarro de miel y se
estuviera revelando con pereza, emergió una habitación. Había ventanas en
un rincón redondeado. En el exterior, unas montañas cubiertas de nieve se
elevaban por encima de la niebla. Tardé un momento en ubicarme, pero
parecía la cámara donde Wrath tenía prisionero a Antonio. La imagen del
espejo se desplazó más hacia atrás, lo que me permitió ver una porción
mayor de aquel espacio.
Parpadeé cuando el enorme sillón de cuero apareció a la vista. Junto con el
humano que había asesinado a mi gemela. Estaba enfrascado en una
conversación, pero quienquiera que fuera su interlocutor quedaba fuera del
plano. Entonces escuché la otra voz. Y mi corazón dio un traspié.
— … bien mi voluntad.
Vittoria. Las lágrimas no derramadas me provocaron picor en los ojos
cuando me di cuenta de que debía de ser una ilusión. Antonio no había estado
hablando con una persona, lo más probable era que alguien le hubiera
enviado una calavera hechizada. No tenía ni idea de cómo era posible que
aquella se acercara tanto al sonido real de su voz, pero ansiaba con
desesperación que hablara de nuevo. No me importaba que la voz se oyera
entrecortada y acerada, era lo más cerca que había estado de oír a mi gemela
en meses. En silencio, le rogué a la voz que volviera a hablar.
En respuesta a mis oraciones, una mujer se acercó a Antonio y se sentó en
el brazo de su sillón. Llevaba un vestido de gasa lavanda que parecía agitado
por una brisa mágica. Sus rizos oscuros caían sueltos en cascada por su
espalda, y su piel broncínea prácticamente brillaba. Parecía un cuadro de una
deidad romana al que le hubieran insuflado vida. Y, sin embargo, había algo
muy familiar en su pose informal.
—Por las diosas. Es imposible.
La mujer se parecía mucho a mi gemela. Al menos de perfil. Se giró como
si sintiera una presencia mágica fuera de lugar en la habitación. Unos ojos
lavanda, no de un castaño intenso, me miraron. O a lo que fuera que ella
sintiera cerca del espejo. Su rostro me resultaba familiar y extraño a la vez.
Era Vittoria, pero no lo era.
Apenas podía procesar lo que estaba viendo. Mi mente se revolvió
lentamente al tiempo que las emociones me abrumaban al asimilar la imagen
que me estaba mostrando el espejo. Vittoria estaba en la casa de la Ira. Con
Antonio. Debía de haber ido al infierno antes de que la mataran. Pero Wrath
me había jurado que no la conocía… Y no volvería a dudar de él. Lo que
significaba que no era una imagen del pasado. O bien se trataba del presente
o del futuro. Y por algún motivo, de alguna forma, mi hermana estaba viva.
Al menos en aquel reino.
Las lágrimas amenazaron de nuevo con desbordarse, pero las contuve, pues
no quería perderme un solo segundo de lo que me mostraba aquella imagen
mágica. La Vittoria del espejo ladeó la cabeza, todavía con la mirada clavada
en cualquier magia que estuviera creando mi presencia. Pensé en su diario,
en el hecho de que había afirmado que los objetos mágicos le hablaban.
Quizás el espejo de la Triple Luna estuviera conversando con ella en aquel
momento.
—¡Vittoria! —grité, agitando las manos—. ¿Puedes oírme?
—Es la hora. —Apartó la mirada de mi dirección y la fijó en Antonio—.
¿Estás listo para irte?
—Sí. —No alcanzaba a ver la cara de Antonio, pero sonaba jadeante.
Como si supiera que estaba en presencia de algo sobrecogedor—. Entrego mi
vida a tu causa, mi ángel.
Vittoria le dio unas palmaditas en la cabeza y luego se levantó.
—Dame un momento y luego nos marcharemos.
—¡No! —grité. Si aquello era el presente, no podía volver a perder a mi
gemela. Casi dejé caer el espejo en mis prisas por llegar a la mazmorra de la
torre. Me las arreglé para guardarlo en la bandolera y subí corriendo las
escaleras, dando vueltas y más vueltas hasta que llegué a la puerta del tronco
del árbol.
Me lancé hacia la noche y atravesé a toda prisa el Corredor del Pecado,
tropezando con raíces y rocas en las que no había reparado la primera vez,
ensangrentada y magullada, mientras imprimía más fuerza y velocidad a mi
carrera. Tenía que llegar a la casa de la Ira. Al cabo de mucho menos tiempo
del que debería haber sido posible, atravesé las puertas y me doblé sobre mí
misma para recuperar el aliento. Me encontré con la daga de Anir apoyada en
mi garganta.
—Por la sangre del diablo, Emilia. Creía… —Envainó su arma y me tendió
la mano—. ¿Estás herida? Wrath no podía detectarte por ninguna parte.
—¿Dónde está?
—Estás sangrando.
No podría importarme menos.
—¿Dónde está?
—Acaba de irse al Corredor del Pecado. Es el único lugar donde no puede
sentirte.
—Necesito llegar a la torre de la mazmorra. Trae a Wrath. Ahora.
Anir gritó algo, puede que una maldición o una súplica, pero no me atreví a
detenerme. No tenía manera de saber si la escena que había presenciado
pertenecía al presente o al futuro. Pero de una forma o de otra, mi hermana
estaba allí, o lo estaría, y no sabía si reír o gritar o quedarme catatónica.
Corrí escaleras arriba, dando vueltas y vueltas mientras subía con una
energía y una fuerza que parecían ser inagotables. Sin detenerme siquiera
para recobrar el aliento, abrí la puerta de un tirón. Wrath había dicho que
estaba hechizada para abrirse cuando yo la tocara, y no había mentido.
—¿Antonio? —llamé mientras entraba en la habitación. Una vela echaba
humo desde el sillón que había junto a la mesa, como si alguien acabara de
soplarla o de apagarla con un movimiento rápido. Mi mano voló hacia mi
propia daga. La habitación no era grande, solo contaba con el espacio
suficiente para albergar su cama, el pequeño rincón de lectura, y una cortina
que le ofrecía privacidad mientras se lavaba y usaba el orinal. Clavé la
mirada en la cortina. Detrás de ella no se oía ningún sonido.
—¿Hola?
Una punzada de inquietud se deslizó por mi espalda mientras avanzaba
lentamente hacia la cortina y lo que fuera que yaciera oculto detrás. Tiré de
ella hacia un lado y dejé escapar un suspiro de frustración. Allí, junto a una
jarra y un lavamanos, había otra calavera hechizada. Se me aceleraron los
latidos del corazón mientras me acercaba con el cuerpo tenso, a la espera de
escuchar su mensaje. Cobró vida justo cuando eliminé el resto de la distancia
con un último paso.
—Ven a las islas Cambiantes, hermana. Tenemos mucho que discutir
acerca de cómo romper el resto de nuestra maldición. Las respuestas esperan
tu llegada. Hasta entonces. Da un paso atrás.
No lo pensé, salté hacia atrás y el cráneo explotó en una nube de polvo
brillante, con lo cual solo quedó el escalofriante mensaje resonando en mis
oídos. Me quedé allí plantada, con la respiración acelerada. Mi hermana
estaba viva de verdad.
Victoria estaba viva.
Me ahogué con la risotada demente que brotó de mi garganta. Vittoria
podría volver a casa. Podríamos volver con Nonna y nuestros padres.
Reanudaríamos nuestra vida. Todavía podíamos tener el futuro que habíamos
soñado. Juntas. Y si por cualquier motivo ella no pudiera regresar al mundo
de los mortales, me quedaría allí. Pasara lo que pasare, pronto nos
reuniríamos.
Estaba allí. La había echado de menos cada minuto, cada segundo.
El alivio decreció lentamente hasta convertirse en algo más oscuro. Vittoria
había estado allí, muy cerca, y sin embargo se había llevado a Antonio y se
había esfumado sin verme. Había dejado una calavera hechizada con un
mensaje. Como si estuviera demasiado ocupada como para molestarse con
una simple visita a mis aposentos. O para esperar a que yo la alcanzara. Esa
noche. Tenía que haber sentido mi presencia. Y, aun así, se había ido. Como
si yo no importara.
Había pasado meses perdida en la rabia y la venganza.
Meses de tristeza y furia. De luto.
Mientras tanto, mi gemela estaba viva. Bien. Mejor que bien si su nueva y
poderosa magia servía de indicación. Mi gemela había estado hechizando
cráneos. Dejándolos por ahí a modo de pistas morbosas. Cuando lo único que
tenía que hacer era colarse en mi habitación. En cambio, había jugado
conmigo. Había intentado romperme. Y nunca podría perdonarle el monstruo
en el que había estado a punto de convertirme.
Respiré hondo y luego solté el aire, que era como fuego en mis pulmones.
Las lecciones de Wrath sobre el control de mis emociones quedaron
incineradas por mi furia. Mi gemela estaba viva. Había ido a por Antonio. Y
no había sido para atacarlo o hacerle pagar por lo que había hecho. Al
contrario, él tenía el aspecto de haber recibido una bendición. La había
llamado su ángel. Como si se tratara del ángel de la muerte que había
mencionado la noche del monasterio. Yo había creído que se estaba
refiriendo a Wrath o a otro príncipe del infierno. Si él no había matado a
Vittoria, entonces eso significaba que nunca había estado bajo la influencia
de un príncipe demonio. Aún no tenía pruebas, pero sí nuevas sospechas.
Engaños. Mentiras. Traición.
Todas las palabras que antes asociaba con los Malditos ahora le pertenecían
a Vittoria. Ella lo había orquestado todo: una dramaturga creando su propia
historia retorcida, repartiendo los papeles a actores que no sabían que lo eran,
incluida yo misma. Y estaba harta de ser un peón en su juego.
Daba igual que su objetivo final fuera romper la maldición, no tenía
derecho a mentirme. A dejarme a oscuras. Pero las sombras habían dejado de
rodearme. Ahora ardía de rabia.
Sentí un escozor en las manos y miré hacia abajo para encontrarme con los
pequeños cortes que me había hecho en las palmas allí donde me había
clavado las uñas con tanta fuerza que me había roto la piel. Exhalé y por fin
retuve el fuego de mi ira. Tenía un nuevo plan, una nueva dirección en la que
avanzar. Con mucho gusto le haría una visita a mi querida hermana. Y no
estaba en mis manos evitar que pronto se arrepintiera de haber extendido esa
invitación. Era hora de que Vittoria conociera al monstruo que había ayudado
a crear.
Giré sobre los talones y me dirigí a la puerta. Las islas Cambiantes me
aguardaban. Pero había una última cosa que necesitaba hacer antes de
marcharme de la casa de la Ira.

Anduve por los pasillos mientras mi mente trabajaba a toda velocidad en


estrategias y planes. Ya no me importaba quién había iniciado el juego. Las
brujas. Los Malditos. Mi gemela. Y todas las despreciables y temibles
criaturas que quedaran en medio. Si mi hermana estaba viva, eso ponía en
duda los asesinatos que se habían cometido antes y después del suyo.
¿Alguna de esas brujas estaba muerta de verdad, o todo formaba parte de una
conspiración a mayor escala para acumular más poder o transferirlo? No
tenía ni idea de qué ganaría alguien orquestando asesinatos falsos, a menos
que tuviera la esperanza de incitar una guerra entre reinos y no simplemente
de romper la maldición. Y una guerra era algo que me negaba a dejar que
tuviera lugar.
A medida que cada paso me acercaba más a los aposentos de Wrath, lo
veía todo mucho más claro. Había tomado una decisión. Y lo único que
lamentaba era cuánto tiempo había tardado en llegar hasta allí.
Asesté una patada a la puerta y eché un vistazo alrededor. La sala de
recepción estaba vacía, el fuego languidecía. No había pisado su habitación
en toda la noche. Debía de haber empezado a buscarme poco después de que
me fuera. Incluso después de dudar de él, de dudar de la bondad de su
corazón. De su alma. Él había ido a buscarme.
Me dirigí hacia su dormitorio, agarré una botella de vino de bayas
demoníacas de un estante y continué avanzando hacia el balcón. Él podía
detectar mi paradero con mayor o menor exactitud a través de nuestro tatuaje.
No me cabía ninguna duda de que no tardaría en dar conmigo. Descorché la
botella y bebí el vino directamente de ella mientras contemplaba el lago. A
esas horas, las aguas carmesíes parecían un charco de sangre derramada. Era
una especie de presagio. Y por una vez, le di la bienvenida.
Momentos después, sentí la electricidad que precedía a la llegada de
Wrath. Un humo negro brillante flotó hacia mí mecido por la brisa mientras
el rey de los demonios se acercaba. Su voz retumbó como un trueno en mi
oído.
—Emilia.
Me giré despacio y lo observé. El peligro acechaba en su mirada, junto con
su pecado homónimo. Pero él no era el único que estaba enfadado. Aunque
mi ira no iba dirigida a él. Él era lo único que me servía de ancla. Me
sumergí en la «fuente» de mi magia, y liberé toda la ira y la furia que había
estado reprimiendo desde que había visto a mi gemela. Mi poder respondió a
mi llamada de inmediato.
Levanté las manos, con la mirada fija en el rostro de Wrath mientras una
flor ardiente aparecía en cada una de mis palmas. No hubo ningún destello de
sorpresa. No entrecerró los ojos ni tensó la mandíbula. Liberé el control que
ejercía sobre mi poder y permití que ardiera hasta extinguirse. Las flores
adquirieron un tono negro carbonizado, las diminutas brasas rosadas y
moribundas fueron las únicas motas de color restantes antes de que la brisa se
llevara las cenizas.
Wrath sabía que poseía aquel talento. Aquel poder. Y nunca me lo había
dicho. Quería descubrir qué más sabía sobre mí, qué otro secreto tenía que
desentrañar aún sobre mi pasado. Tal vez de verdad fuera la Primera Bruja,
tal vez aquel bloqueo en mis recuerdos fuera el precio que había pagado por
haber usado magia oscura. Ciertamente, eso explicaría por qué Nonna me
había advertido que me mantuviera alejada de ciertos hechizos.
Tal vez los cuernos del diablo, sus alas, estuvieran destinados a mantener
mi poder bajo control. Quizá Wrath se los había llevado no solo en su
beneficio, sino también en el mío. Era posible que me liberaran y anularan
cualquier magia que hubiera estado bloqueando todas mis habilidades.
—¿Cuánto tiempo hace que sabes que puedo invocar fuego? —Apretó los
labios. Negué con la cabeza al tiempo que soltaba una risa amarga—. Mi
gemela está viva. Aunque sospecho que eso también lo sabes ya.
Cierta emoción brilló por fin en sus ojos, pero permaneció en silencio,
vigilante. En guardia. Como si yo fuera algo temible. No estaba equivocado.
—Quiero respuestas.
No esperaría a que mi gemela me ofreciera su versión de la verdad cuando
la viera al día siguiente. Quería recopilarla yo misma. Y empezaría en aquel
preciso instante. Miré a Wrath. Una vez me había aconsejado que estudiara a
mis enemigos de cerca. Para buscar cualquier señal de la verdad en sus
gestos. No había dicho ni una palabra. Y eso era inusual.
—A juzgar por tu silencio, imagino que la maldición está actuando de
nuevo. Nos acercamos a algo que no quiere que yo descubra. —Un destello
de aprobación brilló en su mirada. Al instante siguiente, ya había
desaparecido—. Si acepto el vínculo matrimonial, tengo la extraña sensación
de que algo de eso cambiará. Es posible que la maldición no se rompa por
completo de esa forma, pero creo que hay lazos más poderosos que la magia
oscura. Y no hay nada más peligroso que el amor, ¿verdad? La gente lucha
por él. Muere por él. Va a la guerra y comete traición y todo tipo de pecados
en su nombre.
Tenía que saberlo. Había estado dispuesta a hacer cosas terribles para
vengar a mi gemela.
Algo parecido a la preocupación brilló en sus ojos.
—Los sentimientos no son hechos.
—Interesante.
Curvé la boca de forma seductora. Wrath acababa de mentir. O se había
acercado a la mentira tanto como le había sido posible.
Al infierno con la maldición, él seguía deseando que yo tuviera elección.
Para aceptar nuestro vínculo sin que ninguna fuerza externa coartara mi libre
albedrío. El príncipe de los tratos estaba dispuesto a perder, aunque tuviera la
mano ganadora. Y lo estaba haciendo por mí. Siempre por mí.
—Háblame de tus alas. Quiero saber por qué las llevábamos en realidad.
¿Era para atar nuestro poder o era, como decía mi familia, una forma de
esconderlas de ti?
—No tengo ninguna prueba, pero creo que ambas cosas. También he
estado estudiando la posibilidad de que fueran hechizadas para asegurarse de
que olvidaras ciertas cosas.
—Me hiciste llevar el amuleto en los bajíos de la Medialuna para poner a
prueba la teoría. —Respiré hondo mientras él asentía para confirmarlo. Al
menos su expresión era de culpa.
—Esperaba que las propiedades de la verdad de los bajíos eliminaran
cualquier bloqueo de tu mente. No había anticipado la reacción tan extrema
que causaron.
—¿De verdad cierran las puertas del infierno?
—Sí.
Respiré aliviada para mis adentros. Al menos, no todo lo que me habían
dicho era mentira.
—Tengo una última pregunta, alteza. —Apoyé la mano en su pecho y sentí
sus latidos constantes bajo mi palma. Él bajó la mirada hacia ese pequeño
punto de conexión antes de volver a mirarme a los ojos—. Finge que no hay
maldición. Ni ningún compromiso mágico. Ni impulsos románticos creados
por nuestro vínculo. ¿Me elegirías a mí? Para reinar a tu lado. Para ser tu
reina. Tu amiga. Tu confidente. Tu amante.
—Emilia…
—Me engañaste para que hiciera un trato de sangre contigo antes de cruzar
al inframundo. ¿Recuerdas lo que dijiste? —Juraría que su corazón se saltó
un latido antes de acelerar el ritmo con furia—. Me dijiste que nunca hiciera
un trato con el diablo. «Lo que es suyo, es suyo».
—Era una forma de hablar. Un trato de sangre no equivale a posesión.
—Tal vez no, técnicamente. —Dejé caer la mano y retrocedí—. Lo hiciste
como otra forma de protegerme. En caso de que no quisiera aceptar nuestro
vínculo. Afirmaste que ningún otro príncipe del infierno sería tan estúpido
como para desafiarte. Era tu manera secreta de ofrecerme una salida a
cualquier contrato con otra casa demoníaca. Lo cual incluía el pacto de
sangre que había hecho con Pride. ¿Me equivoco?
—No.
—No respondas ahora, pero quiero saber si mantienes lo que dijiste
entonces.
—Tendrás que ser más específica. Dije muchas cosas.
—Si todavía soy tuya.
Se quedó inmóvil. Mis palabras quedaron suspendidas entre nosotros,
pesadas y persistentes. Como su mirada.
—Yo te diría que eres mío. Que te elijo como esposo. No hay nadie más
con quien preferiría enfrentarme a mis demonios, ningún alma con la que
viajaría por el infierno. Y no hay nadie más que desee que esté a mi lado
cuando me reúna con mi gemela mañana.
Se quedó en silencio durante un largo momento, como si estuviera
calibrando mi sinceridad y sopesándola a la vez que valoraba sus propios
sentimientos.
—¿Y si no necesito tiempo para pensarlo?
Gracias a la diosa. Solté el aire que retenía en silencio y abandoné el
balcón para entrar en su dormitorio mientras tiraba de los lazos de mi túnica
suelta al pasar por su lado. Miré por encima del hombro y me percaté, con
satisfacción, de que el deseo oscurecía su mirada mientras mi camisa se
deslizaba cuerpo abajo.
—Entonces sugiero que vengas a la cama, majestad.
AGRADECIMIENTOS
Escribir un libro durante una pandemia global fue todo un
desafío, y me siento inmensamente agradecida por las
siguientes personas, que me animaron a seguir con esta
historia.
Stephanie Garber: te estaré eternamente agradecida por
todas esas horas de lluvias de ideas y charlas sobre las escenas.
Pero incluso por encima de eso, me siento muy agradecida por
nuestra amistad, al margen del sector editorial.
Anissa de Gomery: nuestra amistad y nuestro amor por los
libros, la comida y todo lo relacionado con el romance son lo
mejor, como TÚ.
Isabel Ibañez: me hace muy feliz poder afirmar que eres una
querida amiga. Gracias por leer el borrador, por hacer
comentarios estelares y por, literalmente, ir más allá y venir a
visitarme con todo el mundo. (¡Un saludo a nuestro equipo de
comidas: Kristin Dwyer, Adrienne Young, Stephanie Garber y
mi hermana Kelli!).
A mi familia: mi amor y aprecio por vosotros no tiene
medida. Un agradecimiento especial a mi hermana Kelli, por
leer el borrador y por su tienda (Dogwood Lane Boutique),
que continúa inspirando un montón de detalles de mis libros.
A Barbara Poelle, mi agente, amiga y eterna campeona, un
hurra por esta DÉCADA siendo cómplices en el crimen
editorial.
A mis equipos en IGLA, Baror International y Grandview:
Maggie Kane, Irene Goodman, Heather Baror-Shapiro y Sean
Berard, un millón de gracias por todo lo que hacéis.
A mi nuevo equipo en Little Brown Books for Young
Readers y NOVL, os habéis hecho cargo de esta serie con
emoción y entusiasmo, y vuestro amor por los personajes
brilla más que el tatuaje metalizado de Wrath. Desde mis
editoras hasta el equipo editorial, el de marketing, el de
distribución en bibliotecas y el de publicidad, el increíble
equipo de producción, el departamento de arte y los
departamentos de ventas y derechos, os estaré eternamente
agradecida por el arduo trabajo que lleváis a cabo entre
bambalinas.
Un agradecimiento especial a mi editora Liz Kossnar por
recibir con los brazos abiertos el romance de este libro; a
Virgina Allyn por crear el impresionante mapa; a Alvina Ling,
Siena Koncsol, Savannah Kennelly, Stefanie Hoffman, Emilie
Polster, Victoria Stapleton, Marisa Finkelstein, Scott Bryan
Wilson, Tracy Shaw, Virginia Lawther, Danielle Cantarella,
Shawn Foster, Claire Gamble, Karen Torres, Barbara Blasucci,
Carol Meadows, Katharine Tucker, Anna Herling, Celeste
Gordon, Leah Collins Lipsett, Janelle DeLuise, Elece Green,
Michelle Figueroa, a la narradora del audiolibro, Marisa Calin,
y mis editoras Megan Tingley y Jackie Engel. Publicar un libro
no es poca cosa, y todos vosotros habéis hecho posible la
magia durante una pandemia.
A JIMMY Patterson Books: siempre me sentiré agradecida
por todo lo que este equipo y James Patterson han hecho para
ayudar a lanzar mis libros al mundo.
A mi familia del Reino Unido en Hodder & Stoughton:
Molly Powell, Kate Keehan, Maddy Marshall, Laura
Bartholomew, Callie Robertson, Sarah Clay, Iman Khabl,
Claudette Morris y a todo el equipo, sois estrellas del rock y
me siento muy feliz de poder trabajar con todos vosotros.
A los libreros, bibliotecarios, librerías independientes,
blogueros, instagrammers, Bookish Box, FairyLoot, Librarian
Box y a los adorados y entusiastas fans de BookTok: sois los
auténticos creadores de magia.
Gracias por hablar sobre estos libros, por venderlos
personalmente y por todo el boca a boca, que es inmensamente
positivo. Aprecio todos y cada uno de vuestros esfuerzos más
de lo que nunca sabréis. Espero que la magia que ayudáis a
crear se multiplique por diez.

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