Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Tardé unas cuantas horas muy frustrantes, pero por fin encontré lo que
había estado buscando. Saqué del estante un grimorio sobre magia para
principiantes y me dejé caer en una silla cerca de un rincón oscuro. Paseé
la mirada por aquel espacio, no se oía ningún sonido ni había ninguna
indicación de que alguien más estuviera en la biblioteca. No es que fuera
a parecer extraño que una bruja estuviera estudiando magia. Aun así, no
quería que nadie se diera cuenta de las carencias de mi formación. Abrí el
lomo de cuero desgastado y empecé a leer.
Según la bruja que había escrito el libro, nuestra magia era similar a un
músculo que necesitaba ser ejercitado. Si se ignoraba durante demasiado
tiempo, se atrofiaba. También la describía como una «fuente»; un lugar en
nuestro interior del que podíamos extraerla con facilidad, como un pozo
sin fondo en nuestro núcleo.
Las sabias hilanderas del destino dicen que nuestro poder es un regalo
otorgado por las diosas; por lo tanto, tiene tendencia a imitar sus
habilidades hasta cierto punto. Algunas líneas de sangre notarán afinidad
con ciertos hechizos, en especial con aquellos que usen los cuatro
elementos. Es una señal de a qué diosa debe rezarle la bruja para
mejorar esa magia. El quinto elemento, del que menos se habla, el éter, se
cree que es el más raro, pero eso puede no ser cierto en este contexto.
Dejé de leer y me permití asimilar la información. Y con ella, otra
emoción que era mejor no examinar de cerca. No era exactamente
sospecha, ni ira, sino algo relacionado con ambas. Nonna nunca nos había
explicado de dónde venía nuestro poder o cómo funcionaba. Era posible
que no lo supiera, pero me costaba creerlo.
Aquella también era la primera vez que oía hablar sobre las hilanderas
del destino y rezar a una diosa. Siempre nos habían enseñado a rezarles a
todas ellas. Busqué en mi memoria algún altar que Nonna hubiera hecho
para cualquier diosa y no me vino ninguno a la cabeza. Tal vez nuestra
magia no estuviera demasiado alineada con ninguno de los elementos.
Hojeé el grimorio, buscando más información sobre las hilanderas del
destino, pero no encontré otras menciones. Volví al principio con la
intención de concentrarme en la fuente.
La ira que sentía hacia Nonna y la ausencia de cuestionamiento de
nuestra educación por mi parte no dejaban de distraerme.
—Céntrate.
Sin demasiada confianza en mis habilidades, cerré los ojos, dejé la
mente en blanco e intenté sentir esa fuente interna de poder. Al principio
no noté nada inusual, pero luego el mundo se desvaneció rápidamente a
mi alrededor. El interior de mi mente se volvió más oscuro. No sabía
nada, no era nada. Me convertí en nada.
Era casi como un vacío dentro de mí, bostezando en la oscuridad sin
fin. Tuve la extraña impresión de que había estado esperando a que
hiciera uso de él, y una vez que reconocí su existencia, me sentí atraída
hacia él de inmediato. Ahora lo sentía todo. Hice un túnel hacia abajo,
abajo, abajo, hasta mi mismo centro, cerca de mi corazón, que latía
salvaje, y me detuve. Mi magia dormía allí. No estaba segura de cómo lo
sabía, pero así era.
Acerqué mi conciencia a la magia e intenté hacerme una mejor idea de
cómo era.
Algo antiguo, poderoso y furioso abrió un ojo, enfadado porque lo
hubiera despertado.
Me alejé de ese lugar con un grito ahogado.
—Santa diosa… ¿qué ha sido eso?
Pasé las páginas del grimorio, pero no encontré ninguna mención a un
poder como el que acababa de experimentar. Lo que estaba claro era que
no encajaba con la tierra, el aire, el fuego, el agua o el éter. Era enorme,
omnisciente, poderoso de una forma que me preocupaba. Su rabia ardía
con una intensidad que obliteraba la razón. Si pudiera invocar esa fuerza a
voluntad… podría destruir aquel reino.
No es que quisiera hacerlo. Solo quería vengarme del asesino de mi
gemela. Respiré hondo y cerré los ojos, lista para intentarlo de nuevo.
—Oh, perdóname.
Levanté la vista de mi libro de hechizos, mi educación abandonada, y
cerré el grimorio con un ruido seco. Una mujer joven, con cabello negro
azabache rizado, ojos color sepia y piel morena me hizo una educada
reverencia. En su largo cabello había cráneos de animales, en un estilo
similar al mío cuando me entretejía flores en el pelo. Un vestido de un
tono rojizo intenso abrazaba hasta la última de sus generosas curvas.
Sostenía un libro sobre arboricultura, una elección sorprendente pero
interesante.
—Tú debes de ser Emilia, tienes a toda la corte muy intrigada. Soy
Fauna.
Le dediqué una sonrisa vacilante. Ya contaba con el hecho de que allí
los chismes llegarían tan lejos como en el mercado de casa.
—¿Qué tipo de rumores desagradables están circulando?
—Lo habitual. Que tu pelo está hecho de serpientes y tu lengua de
fuego, y que cuando te enfadas, escupes llamas como los poderosos
dragones infernales del tramo Despiadado. —Sonrió al ver mi mirada de
sorpresa—. Te estoy tomando el pelo. Son demasiado inteligentes para
iniciar rumores mientras el príncipe Wrath esté en casa. Como su invitada
personal, eres intocable. Lo ha dejado muy claro. Si tu nombre está en
boca de alguien, sea lord o lady de la corte real demoníaca, le arrancará la
lengua.
—Más bien los fulminará con la mirada hasta que se marchiten y
mueran si ponen trabas a su misión.
Me dirigió una mirada curiosa.
—En realidad, fue bastante literal en su amenaza. Lord Makaden tuvo
suerte de escapar con la suya intacta. El príncipe prometió que la próxima
vez que hable mal de ti, su lengua acabará clavada en el exterior de la sala
del trono y permanecerá allí hasta que se pudra. Lo más probable es que
la posición prominente de Makaden en la corte sea la única razón por la
que todavía no lo ha mutilado.
Tuve que recordarme mentalmente que debía seguir respirando mientras
esa imagen tomaba forma.
—¿De verdad? ¿Wrath ha amenazado con arrancarle la lengua a
alguien?
—No es una amenaza hecha a la ligera. Es una advertencia a tener en
cuenta. Su alteza no es misericordioso con aquellos que lo desafían. Esta
mañana ha derribado una montaña sobre Domitius, su teniente general. —
La sonrisa de Fauna se desvaneció—. Todavía lo están buscando entre los
escombros.
Me quedé sin palabras. Anir solo me había dicho que había derribado
una montaña. No había mencionado que nadie hubiera sido aplastado.
Wrath era un príncipe del infierno. El general de guerra. Uno de los
temidos y poderosos Siete. Aquella noticia no debería resultar
sorprendente. Había visto antes la violencia de la que era capaz.
Aun así, me sirvió como recordatorio de con quién estaba tratando y
dónde estaba. Necesitaría jugar como experta cuando visitara otros reinos.
El hecho de que Wrath hubiera herido a un oficial de alto rango no
debería ser una sorpresa. Lo más seguro era que se hubiera desquitado
con él después de nuestra pelea matutina. Si eso era lo que hacía después
de una pequeña discusión, me preocupaba quién podría haber sido víctima
de su legendaria ira tras nuestro último desacuerdo. La culpa hundió sus
garras en lo más profundo de mí, aunque racionalmente sabía que no tenía
por qué sentirme culpable. Él era el único responsable de sus acciones.
—¿Sabes por qué lo ha atacado Wrath?
—Creo que Domitius ha sugerido servir a los soldados tu corazón aún
palpitante. Aunque otros aseguran que ha hecho comentarios lascivos
sobre tus atributos físicos. Algo sobre degustarte para ver si eras tan dulce
como sugerían «tus pechos maduros».
—¿Y el otro? ¿Qué dijo?
—Lord Makaden preguntó si su alteza tenía otras reglas en lo
concerniente a la lengua que se aplicaran a ti. —Vaciló—. Ninguno de
ellos está considerado muy… gracioso. Su majestad hizo bien en actuar
con rapidez. Una fruta podrida estropea toda la cosecha.
Encantador. Era una forma delicada de decir que los demonios habrían
actuado como anunciaban. O, al menos, lo habrían intentado. Puede que
yo no estuviera muy versada en las armas o el combate, pero poseía cierta
habilidad con un cuchillo, gracias al tiempo que había pasado en la cocina
desmenuzando cadáveres. Conocía las áreas vitales a las que había que
apuntar y no dudaría en defenderme de quien quisiera hacerme daño.
La próxima vez que viera a Wrath, le pediría un arma. Seguro que me
concedería algún medio de protección. No quería depender de él ni de
nadie más para mi propia seguridad.
—¿Alguno de ellos era tu amante?
—Por el infierno, no. —Fauna resopló—. Conocerás al objeto de mis
anhelos bastante pronto. Mañana por la noche, de hecho.
La sospecha creció dentro de mí junto con el temor.
—¿Qué va a pasar mañana?
—Nada demasiado escandaloso o aterrador. Solo una cena con los
miembros más elitistas de la casa de la Ira. —Esbozó una sonrisa plena y
deslumbrante—. No te preocupes. El príncipe Wrath prohibió los
destripamientos hace al menos un siglo. Ahora las únicas hojas con las
que nos armamos son nuestras afiladas miradas. Nos lanzamos dagas con
los ojos por encima de nuestras copas de vino y soñamos con apuñalar la
carne de nuestros enemigos. Considéralo un entrenamiento para la
próxima fiesta.
—He oído que le arrebatan un miedo al invitado de honor. ¿Puede
intercambiarse con alguien? Si es así, negociaré con Wrath o con el
mismo diablo si tengo que hacerlo. Con algún miembro de la alta nobleza,
tal vez.
—Incluso si estuviera permitido, que bien podría estarlo, nadie se
ofrecería voluntario. —Fauna me miró con lástima—. Definitivamente,
ningún príncipe de este reino. Otorgaría demasiado poder a los demás
miembros de la realeza. —Sostuvo su libro con fuerza—. Te alojas en el
Ala de Cristal, ¿verdad?
—¿Quizá? —Me encogí de hombros—. Hay mucho cristal en mi
habitación.
—Maravilloso. Te veré antes de la cena y te acompañaré abajo.
Antes de que pudiera expresar mi conformidad o hacer preguntas, salió
corriendo de la biblioteca.
Negué con la cabeza. Mi primer día en la casa de la Ira había sido un
desastre. Una calavera encantada, discusiones con el príncipe, secretos
que mi familia podría estar guardando sobre mi magia, un miembro del
ejército de Wrath mutilado y la nueva amenaza del Festín del Lobo
cerniéndose sobre todo ello.
Lo último que quería en el mundo era ofrecer mi peor miedo a un reino
que me torturaría con él. Pero, tal vez, si aprendía a aprovechar mi poder,
podría resolver el problema del asesino de Vittoria y volver a casa, al
mundo de los mortales, mucho antes de que eso sucediera.
Recogí el grimorio, me levanté y me retiré a mis habitaciones, con la
necesidad de prepararme para el día siguiente. Dada la información sobre
la montaña derribada, no me cabía la menor duda de que la cena sería
algún tipo de batalla perversa. Una de la que tendría suerte de escapar
ilesa.
No terminé de vuelta en el Ala de Cristal. La curiosidad se apoderó de mí
y decidí investigar la versión del infierno de Wrath. Conoce a tu
enemigo… y sus hábitos de lectura.
Encontré una escalera circular cerca de la parte trasera de la biblioteca
del arcoíris y descendí con cuidado hacia la oscuridad que se abría más
abajo. Mi suposición inicial sobre el ébano, el oro y el cuero no distaba
mucho de la realidad de su biblioteca personal. Había sillas de cuero
oscuras, suaves como la mantequilla, frente a una chimenea que ocupaba
una pared de piedra. No me costaría nada meterme de pie en la abertura y
estirar los brazos por encima de la cabeza, y aun así no llegaría ni a rozar
la parte superior. Varias alfombras en varios tonos de carbón y negro con
detalles en hilo dorado habían sido colocadas con un gusto exquisito
alrededor de la habitación.
Allí, los estantes eran de obsidiana y todos los libros estaban
encuadernados en cuero oscuro. Un candelabro circular con brazos
delgados de hierro colgaba de las vigas expuestas del techo y arrojaba un
brillo tentador sobre la habitación. Era el lugar perfecto para acurrucarse y
leer frente a un fuego crepitante. Incluso había una manta de felpa tirada
como quien no quiere la cosa sobre el respaldo de una silla de lectura.
En un rincón del espacio de lectura principal, un juego de cadenas con
esposas colgaba de la pared. Wrath no estaba bromeando. Se me secó la
boca y me apresuré a desviar la mirada.
La tortura no había sido lo primero que me había venido a la mente. Y
no quería que aquel reino manipulara con su magia retorcida cualquier
emoción pasajera. Exploré el resto del espacio, absorbiendo todo lo que
pude.
Había libros sobre guerra, estrategia, historia (tanto demoníaca como
humana), rituales de brujas, grimorios y notas escritas a mano en
ordenadas pilas sobre un escritorio grande e imponente. En latín y en un
idioma que me era desconocido. Nada incriminatorio o útil. Nada sobre
las diosas ni su magia, ni fábulas demoníacas sobre la Doncella, la Madre
o la Anciana. Ningún hechizo para reanimar cráneos u otros huesos.
Solo plumas y botes de tinta. Una piedra áspera que imaginé que servía
para afilar un arma blanca.
En un estante detrás del escritorio, había siete volúmenes de diarios
dedicados a cada casa demoníaca. Ocho diarios, en realidad, si el patrón
del polvo podía servir de indicación. Tal vez una casa fuera tan prolífica
que se necesitaba más de un libro para almacenar toda la información.
Por lo visto, los títulos eran lo único que estaba escrito en latín. Hojeé
algunos, pero no fui capaz de leer el idioma del interior. La frustración
creció detrás de mi esternón cuando devolví los diarios a su lugar. Nunca
había nada fácil.
Una licorera parcialmente llena de un líquido lavanda y una copa de
cristal a juego atrajeron mi atención. Sentí curiosidad por saber a qué
bebida se daba Wrath y vertí un poco de licor en la copa para olfatearlo.
Desprendía una mezcla de notas cítricas y botánicas. Tomé un sorbo con
cuidado y siseé cuando sentí que me quemaba los dientes. Era un licor
fuerte. Casi como el brandy humano, pero con una nota de vainilla más
dulce por debajo. Si se lo rebajaba con un poco de crema y hielo, seguro
que estaría delicioso.
Y podría ayudarme a soportar el evento de la siguiente noche. Pediría
una copa antes de la cena.
Dejé el licor a un lado y me senté en el escritorio para intentar abrir los
cajones. Cerrados, por supuesto. Debajo de una escultura de cobre en
forma de serpiente que supuse que se usaba como pisapapeles, había un
sobre escrito con letra elegante. Sin sentirme culpable en absoluto, leí el
mensaje.
Lo leí de nuevo, pero no es que eso me ayudara a descifrar aquella
única frase. Me imaginé que la «G» era la firma de Greed. Pero también
podría ser Gluttony. Los han encontrado. viii. Tanto Envy como Greed
habían ido tras el Cuerno de Hades, pero Wrath nunca había mostrado
mucho interés en los amuletos. Por no mencionar que ahora estaba en su
posesión hasta que Pride nos permitiera entrar en su territorio.
—Veamos, ¿qué estabas buscando, queridísimo y reservado Wrath?
Levanté el pisapapeles de la serpiente y lo hice rodar entre las palmas.
—Ay.
Le di la vuelta; unas pequeñas crestas afiladas agrupadas en un diseño
geométrico sobresalían de la parte inferior. Era un sello de cera, no un
pisapapeles. O tal vez fuera ambas cosas. Lo dejé a un lado y escaneé la
nota otra vez. En esa ocasión, hubo algo que me llamó la atención. No iba
dirigida a nombre de nadie. Lo que significaba que no había forma de
saber si Wrath era el destinatario previsto o si la había interceptado.
Puede que el destinatario de aquel mensaje fuera el diablo y el objetivo
fuera hacerle saber que habían localizado sus cuernos. Puede que la «G»
representara el verdadero nombre de Wrath y él fuera el remitente. O
puede que aquello no tuviera importancia en absoluto y yo estuviera tan
desesperada por encontrar pistas que me las estaba inventando.
También faltaba una fecha, por lo que no había forma de saber si se
trataba de algo reciente o antiguo. A menos que eso fuera lo que
significaba la parte del viii. No tenía ni idea de cómo tabulaban el tiempo
los demonios. En el mundo humano estábamos a finales del siglo xix en la
Tierra, pero puede que allí fueran por el octavo eón. O puede que fuera
una referencia al octavo diario, al que faltaba. Podría pasarme una
eternidad intentando adivinarlo.
Aparté la nota, que no me era de ninguna utilidad, me apoderé de un
tintero, una pluma y un poco de pergamino, recuperé el grimorio sobre
magia para principiantes y volví a mi habitación, más frustrada y perdida
de lo que me había sentido antes. Con suerte, el día de mañana arrojaría
algo de claridad sobre el asunto. Incluso si era a partir de observar cómo
interactuaban los demonios y aprender cómo se movían por la corte.
Dada mi posición como miembro de la clase trabajadora, en casa no
había tenido relación con los círculos pudientes de la sociedad, así que el
día siguiente constituiría una prueba de lo bien que podía pasar
inadvertida. Mi camino hacia la venganza sería a fuego lento, no un
infierno rugiente. Para cuando invadiera la casa del Orgullo, estaría bien
versada en la forma correcta de engañarlos.
Para cuando el demonio responsable de la muerte de Vittoria sintiera
por fin las llamas de mi furia, con suerte ya habría reducido a cenizas su
casa del pecado.
OCHO
Sangre seca o un merlot añejo, reducido en una cacerola y rociado
sobre un corte de carne sazonada con granos de pimienta. Me retorcí de lado
a lado frente al espejo dorado que llegaba hasta el suelo. No era capaz de
decidir qué descripción capturaba mejor el color único del vestido que
llevaba puesto en aquel momento. Nonna hubiera dicho que era un presagio
empapado en sangre y hubiera ofrecido sus oraciones a las diosas.
Me gustaba bastante.
Como es obvio, nunca antes había asistido a una cena con la realeza
demoníaca, y la nota que había llegado temprano por la mañana con los
elegantes trazos de Wrath indicaba que debería usar algo fiero y formal.
Aquel vestido cumplía ambos requisitos. Un corpiño rígido con corsé creaba
una profunda uve entre mis pechos y mostraba mi piel bronceada. Una fina
piel de serpiente negra bordeaba la atrevida parte superior, mientras que las
faldas eran de un tono consistente de vino oscuro. Galas demoníacas en todo
su esplendor gótico.
Dado que aquel vestido no tenía mangas ni tirantes, mi reluciente tatuaje
quedaba a la vista. Decidí renunciar a los guantes para enseñarlo bien. No
llevaba joyas excepto el anillo que Wrath me había regalado. Sin duda,
constituiría un interesante tema de conversación.
Y con suerte, cumpliría bien su propósito.
Echaba de menos el cornicello, pero tenía que aceptar que mi amuleto se
había ido para siempre. Pasé al baño y jugueteé con mi cabello suelto. El día
anterior, Fauna lo había llevado suelto y salvaje y había estado encantadora.
Decidí arreglarme el mío de manera similar para evitar errores en el
atuendo. Largas ondas oscuras derramándose en cascada por mi espalda, y
los mechones más cortos que enmarcaban mi rostro cayendo hacia delante
mientras fingía conversar con los comensales que tuviera a los lados.
No serviría. No quería esconderme detrás de nada esa noche. Los nobles
del infierno me verían sin obstáculos.
No importaba lo asustada o nerviosa que estuviera, me negaba a dejarlo
traslucir.
En un cajón del tocador, descubrí unas pequeñas horquillas rematadas en
forma de cráneo de pájaro y tiré de la parte superior de mi cabello hacia
atrás. Coloqué los huesos alrededor de mi corona como una diadema mortal
y añadí flores entre lo macabro. Así. Ahora ya parecía una princesa del
infierno, si no su futura reina.
Aunque, con los huesos en el pelo y el fulgor familiar de la ira apenas
contenida brillando en mis ojos, supuse que también podría pasar por la
diosa de la muerte y la furia.
Regresé a mi dormitorio y me detuve a mitad de camino. Sobre la mesa de
cristal, junto a la botella de vino que había sobrado después de la visita de
Anir la noche anterior, había otra calavera.
—Sangre y huesos. —Casi literalmente.
Respiré hondo y me acerqué lo suficiente para que entregara su mensaje.
Al instante, habló con la voz de Vittoria, lo que me puso la piel de gallina
por todo el cuerpo.
—Siete estrellas, siete pecados. Como pasa arriba, pasa abajo.
—Por la diosa. ¿Y eso qué significa?
No esperaba una respuesta y no me decepcioné demasiado cuando no
llegó. Dejé escapar un suspiro. Odiaba los acertijos. Eran cosas confusas e
inútiles. Saqué el tintero, la pluma y el pergamino que había tomado de la
biblioteca de Wrath y garabateé unas notas.
Si uno de los hermanos de Wrath se estaba tomando el tiempo de enviar
mensajes a través de cráneos poseídos, estaba claro que tenía que significar
algo. A menos que uno de los siete príncipes simplemente estuviera jugando
conmigo por culpa del aburrimiento. Cosa que dudaba, pero no pensaba
descartarlo. Tal vez fueran lo bastante mezquinos para algo así.
Los siete pecados eran los más fáciles de descifrar, estaba claro que se
refería a los príncipes del infierno. Como pasa arriba, pasa abajo era la
parte menos clara de la profecía. Nadie parecía completamente seguro de lo
que significaba. Nonna lo había mencionado en relación con Vittoria y
conmigo. Según ella, se suponía que íbamos a traer la paz a ambos reinos a
través de un gran sacrificio. Pero ni siquiera Nonna tenía todas las
respuestas. Al menos, eso era lo que había proclamado. ¿Quién sabía la
verdad a aquellas alturas? El resto… el resto requeriría algo de
investigación.
Comencé un nuevo apartado en mis notas, decidida a definir con claridad
cada teoría para poder tachar o agregar información con el tiempo. Tener
algo escrito siempre me ayudaba a verlo de verdad.
Además, era lo que hacían los detectives en las novelas, y al final del libro
siempre resolvían el misterio. Yo no era ninguna experta, pero iba a
esforzarme al máximo. A continuación, anoté toda la información que era
capaz de recordar acerca de la profecía.
Me quedé sin aliento cuando releí el segundo punto. Las gemelas señalan
el final de la maldición del diablo.
—Santa diosa de arriba. No puede ser…
¿Cómo no nos habíamos dado cuenta antes? Puse a trabajar mi mente a
toda velocidad y empecé a pensar en la sesión de adivinación de Claudia una
vez más. Sobre lo que había dicho de que «él» deambulaba libre y la
imposibilidad de ello. No había estado refiriéndose al ángel de la muerte.
Nos había estado advirtiendo sobre el diablo. Si mi gemela y yo poníamos
fin a su maldición, lo más probable era que hubiera sido nuestro nacimiento
lo que había roto la magia que lo ataba, no ninguna acción nuestra.
Lo que significaba que no había estado encadenado en el infierno como
creíamos.
Y no lo había estado durante casi dos décadas. Mientras yo había estado
investigando el asesinato de Vittoria, él había vagado libre por ahí, haciendo
la diosa sabía qué.
Entonces, ¿por qué Pride había poseído el cuerpo de Antonio y enviado a
Wrath a recogerme en su lugar? Si no estaba obligado a reinar en el infierno,
podría haber venido a por mí él mismo. Podría haber ido a recoger a todas
sus novias en potencia. ¿Por qué delegar ese deber en Wrath?
A menos que mi sospecha anterior fuera correcta; nunca había tenido la
necesidad de una novia. Y los asesinatos habían sido cometidos por otra
razón.
El miedo me recorrió la espina dorsal. Miré el reloj nuevo de mi mesita de
noche.
Antes de irme a dormir, había deseado tener una mesita de noche y un
reloj, y ambos habían aparecido por arte de magia mientras dormía. No sabía
si la habitación estaba hechizada para cumplir mis deseos, o si,
sencillamente, Wrath había adivinado que los necesitaría. La última opción
era más probable. La atención de Wrath al detalle era asombrosa. Como si
no tuviera nada mejor que hacer que mandar a buscar mesitas de noche.
La cena era a medianoche y aún quedaba una hora antes de eso. Lo cual
me dejaba justo el tiempo suficiente para volver corriendo a la biblioteca
personal del príncipe demonio. Había planeado pasar un tiempo practicando
para aprovechar mi fuente mágica, pero eso podía esperar. Necesitaba el
diario de la casa del Orgullo y llevármelo a escondidas a mi habitación. De
inmediato. Lenguaje demoníaco o no, encontraría alguna manera de leerlo,
aunque tuviera que negociar con otra parte de mi alma para lograrlo.
Me las arreglé para apretujar tanto el cráneo como el diario robado junto al
primer cráneo, lo escondí todo detrás de un vestido voluminoso y cerré el
armario justo cuando sonó un golpe en la puerta. Exhalé en silencio, recé
una oración rápida a la diosa de las mentiras y el engaño, y deseé no solo
superar la noche, sino salir de ella más victoriosa de lo que esperaba.
Me alisé la parte delantera del corpiño y crucé de mi dormitorio a la sala
de estar que hacía las veces de antecámara.
Con un poco de suerte, mis latidos acelerados pasarían por nervios
provocados por la cena.
Abrí la puerta y Fauna me dedicó una amplia sonrisa. Su alegría no
parecía forzada y eso aflojó el nudo que sentía en el pecho. A lo mejor
podría llegar a un acuerdo con ella para que me leyera el diario. Ella era un
demonio, sin duda poseería las habilidades necesarias para leer su lenguaje.
Pero todavía no estaba lista para entregarle mi confianza.
Sin percatarse de mi evaluación silenciosa y mis pensamientos errantes, su
mirada me recorrió rápidamente.
—Estás preciosa, Emilia.
—Tú también. —Un eufemismo. Estaba resplandeciente con un vestido
plateado que parecía hecho de metal líquido. Cruzaron por mi mente varias
imágenes de corazas de centuriones romanos, lo único que le faltaba era la
falda o la capa escarlata para completar el atuendo—. Tu vestido es como
una armadura.
—Es lo mejor para protegerse de las miradas asesinas. —Me guiñó un ojo,
dio un paso atrás en el pasillo y su expresión pasó a ser seria—. ¿Estás lista?
Deberíamos ir hacia allí pronto. Se espera que los invitados lleguen
elegantemente tarde, pero no lo bastante como para provocar la ira real.
El corazón me latía con fuerza. No había sabido ni una palabra de Wrath,
ni lo había visto, excepto por la nota que me había mandado antes con
respecto a mi ropa. No tenía ni la menor idea de qué esperar de él esa noche,
cómo actuaría frente a sus súbditos, si ignoraría mi presencia, si se burlaría
de mí o me sentaría en un lugar de honor.
Tal vez ni siquiera se molestara en aparecer. Puede que me arrojara a los
lobos y se sentara a observar si era lo bastante cruel como para que me
crecieran los colmillos y tratara de sobrevivir por mi cuenta. Después de
nuestro encuentro en la biblioteca, lo cierto era que parecía guardarle rencor
a mi familia. ¿Qué mejor forma de vengarse de ellos que dejándome sola en
una habitación llena de demonios sedientos de sangre?
—¿Wrath asistirá?
—Sí.
Esa voz profunda y suave se apoderó de toda mi atención con solo una
palabra. Mis ojos se clavaron en los suyos. Wrath estaba de pie en el pasillo,
vestido con su traje negro característico. Su mirada se oscureció al verme.
Sobre su cabeza descansaba una corona de serpientes de obsidiana
espolvoreadas con oro. Si una sombra alta y amenazadora cobrara vida, a la
vez peligrosa y tentadora como el pecado, se parecería a él.
Me dije a mí misma que su aparición inesperada fuera de mi dormitorio
era la causa del aleteo de mi pulso, y que no tenía absolutamente nada que
ver con el apuesto príncipe o el brillo depredador de su mirada. Con esa
mirada, que estaba tan fija en mí, indicaba que el resto del reino ya podía
arder, él no le prestaría atención. Había algo en su forma de mirar que…
Fauna se giró para ver quién había llamado mi atención y se inclinó al
instante en una profunda reverencia.
—Alteza.
—Déjanos.
Tras una rápida mirada de simpatía en mi dirección, Fauna se apresuró a
alejarse por el pasillo y desapareció de la vista. Una vez que el sonido de sus
zapatos de tacón se desvaneció, Wrath se acercó más y deslizó su pesada
mirada desde la corona de hueso animal que llevaba puesta a su anillo en mi
dedo, y luego descendió poco a poco hasta los dedos de los pies antes de
volver a arrastrarla hacia arriba. Me esforcé todo lo posible para respirar a
intervalos regulares.
No fui capaz de identificar si lo que brillaba en sus ojos era una codicia
voraz, ira o lujuria. Tal vez se tratara de una combinación de las tres. Parecía
que ahora el inframundo no estaba poniendo a prueba y sacando a relucir
solo mis deseos, de repente era una batalla que él también estaba librando.
Cuando por fin terminó su minuciosa inspección de mi atuendo, me miró a
los ojos. Una pequeña chispa me atravesó cuando nuestras miradas chocaron
y nos las sostuvimos el uno al otro.
Apenas era nada, un poco de la electricidad estática que uno
experimentaba después de arrastrar los pies y tocar algo metálico en un día
árido. Excepto por que… no me hacía sentir nada, exactamente.
Parecía el primer indicio de que se estaba acercando una tormenta
violenta. De esas en las que te mantenías firme o bien echabas a correr para
ponerte a cubierto. El aire entre nosotros pareció volverse pesado y oscuro
con la promesa de la furia de la naturaleza. Si cerraba los ojos, podía
imaginar un trueno haciendo castañetear mis dientes mientras el viento
azotaba a mi alrededor, amenazando con arrastrarme al interior del vórtice
arremolinado y devorarme por completo. Era el tipo de tormenta que
quebraba ciudades, que destruía reinos.
Y Wrath lo controlaba todo con una poderosa mirada.
—Tienes el aspecto de un hermoso cataclismo.
Me reí, tratando de aliviar la extraña tensión que flotaba entre nosotros. Su
elección de las palabras hizo que me preguntara cuán bien era capaz de leer
mis emociones. Tal vez ninguno de mis secretos había estado nunca a salvo
de él.
—El sueño de toda mujer es ser comparada con un desastre natural.
—Una violenta agitación. Yo diría que te va como anillo al dedo.
En su precioso rostro estuvo a punto de aparecer una sonrisa. En vez de
eso, me hizo señas para que girara sobre mí misma. Obedecí despacio para
que pudiera echarme un vistazo desde todos los ángulos.
La parte trasera del vestido era tan escandalosa como la delantera. Una
uve profunda que descendía y exponía mi piel casi hasta las caderas. Una
delgada cadena de oro unida entre mis hombros se balanceaba como un
péndulo contra mi columna vertebral, el único otro adorno que llevaba.
Fue solo porque me estaba esforzando por prestar atención, pero escuché
el cambio mínimo en su respiración cuando inhaló con brusquedad. Algo
parecido a la satisfacción me recorrió entera.
Me preocupaba sentirme cohibida con tantas franjas de piel expuestas en
el torso y la espalda, y la forma en que el vestido se adhería de forma
seductora a cada curva, pero sentí lo contrario. Me sentía poderosa. Ahora
entendía por qué Wrath elegía su ropa con tanto cuidado. Me prestarían
atención sin que tuviera que abrir la boca.
Era un riesgo que había decidido correr mientras me vestía y, a juzgar por
los puntos de calor en mi espalda y lo que imaginé que era la incapacidad de
Wrath para evitar que su mirada volviera a mí una y otra vez, funcionaba.
En la cena quería que todos los ojos estuvieran fijos en mí cuando entrara,
que todas las conversaciones murieran. No me escondería detrás de las
columnas y me escabulliría sin ser detectada. Si los súbditos de Wrath se
parecían en algo a él, no podían verme como a alguien débil. Olfatearían mi
miedo como un enjambre de tiburones ante una gota de sangre en el mar y
atacarían con la misma violencia depredadora.
Empecé a darme la vuelta otra vez, pero Wrath me detuvo con un ligero
roce en el hombro. Su piel desnuda ardía contra la mía.
—Espera.
Tal vez fue la suavidad con la que lo dijo, o la sensación de intimidad en
su voz, pero obedecí. Me recogió el pelo con cuidado y lo apartó hacia un
lado, dejando que los mechones me hicieran cosquillas mientras se
deslizaban por mis hombros. Me mordí el labio. Los hombros eran una zona
más erógena de lo que me había planteado nunca. O tal vez fuera solo la
forma en que Wrath se acercó más, hasta que sentí su calor contra mi piel y
una pequeña e intrigada parte de mí deseó sentir más.
Me pasó un collar por encima de la cabeza y el peso se asentó justo por
encima de mi escote. Lo abrochó más despacio de lo necesario. Pero no me
quejé ni me alejé.
Cuando terminó, recorrió mi columna con un dedo resiguiendo la línea de
la delgada cadena y, sin darse cuenta, me provocó un pequeño escalofrío.
Aproveché cada gramo de terquedad que pude reunir para no inclinarme
hacia su caricia. Para recordar mi odio. Porque seguro que de eso trataba
aquel sentimiento: el fuego que lo consumía todo, la furia del odio.
Me giré despacio hasta que volvimos a estar cara a cara. Su mirada se
posó en mi collar y por fin miré hacia abajo para ver lo que me había puesto.
Se me cortó la respiración cuando mi cornicello de plata reflejó la luz.
—¿Sabe el diablo que me estás dando esto?
Wrath no apartó la atención del amuleto.
—Considéralo un préstamo, no un regalo.
—¿Puedes hacer eso? ¿No irán a por ti?
Hizo la pantomima de mirar a cada extremo del pasillo vacío antes de
volver a mirarme.
—¿Ves a alguien intentando detenerme? —Negué con la cabeza—.
Entonces deja de preocuparte.
—No estoy… —Torció la boca en esa sonrisa problemática suya mientras
yo me interrumpía, sin acabar la mentira. Solté un suspiro silencioso—. No
significa lo que crees que significa, así que deja de sonreír.
—¿Qué es, exactamente, lo que tú crees que creo que significa?
—Me da igual lo que pienses. Por el momento, he decidido ser cordial.
Solo eso. Y simplemente tolero nuestra situación actual hasta que me vaya a
la casa del Orgullo.
—¿Estás segura?
—Sí.
—Dime que me odias, Emilia. Dime que soy tu peor enemigo. O mejor,
dime que no quieres besarme.
—No me interesa jugar a este juego. —Él arqueó una ceja, esperando, y
luché contra las ganas de poner los ojos en blanco ante su presunción—.
Está bien. No quiero besarte. ¿Satisfecho?
Una chispa de comprensión brilló en su mirada. Me di cuenta un segundo
demasiado tarde de lo que había hecho; lo que él había sabido en el
momento en que las palabras abandonaron mis traicioneros labios. Dio un
paso adelante y yo me apresuré a retroceder, hasta que choqué contra la
pared. Se inclinó y apoyó una mano a cada lado de mí, su expresión ardía
con la intención suficiente como para iniciar un incendio.
—Mentirosa.
Antes de que pudiera cavarme una tumba más profunda, su boca se inclinó
sobre la mía, robándome el aliento y cualquier otra negación con tanta
facilidad como me había robado el alma.
NUEVE
Su beso me consumió y me sedujo. Tal como él quería.
No fue algo rápido, ni duro ni alimentado por el odio o la
furia. Era una brasa, una promesa del fuego ardiente que
estaba por venir junto a una caricia tierna. Casi lo consideré
dulce: el tipo de abrazo casto que dos amantes en cortejo se
roban cuando su carabina no mira, hasta que poco a poco me
levantó los brazos por encima de la cabeza y me inmovilizó
contra la pared por las muñecas. Tomó mi labio inferior entre
los dientes y me dio un mordisco suave. Entonces lo recordé;
él no era ningún ángel. Y de repente me sentí más que
dispuesta a acabar condenada.
Maldito fueran ese reino y sus diabólicas maquinaciones. Su
necesidad de pecado. Mi innegable necesidad de él. En aquel
momento no existía ningún pacto de sangre con el diablo. No
había compromisos ni obligaciones para con mi familia. Solo
existía aquel instante, aquel príncipe maldito y el calor que no
dejaba de aumentar entre nosotros.
El cuerpo de Wrath se amoldó contra el mío, duro como una
roca e inflexible en todos los lugares apropiados. Cualquier
hambre que yo sintiera, él la igualaba. Deseaba odiarlo.
Deseaba no estar pasando la lengua sobre sus labios ni
suspirando mientras él obedecía a mi petición silenciosa y
hacía más profundo nuestro beso.
Aquel nuevo beso devoró, saqueó, robó. Fue una disculpa y
un deseo y una negativa feroz a someterse a cualquier
sentimiento verdadero, todo en uno. Una necesidad primaria
en su nivel más básico. No estaba segura de si dejarme llevar
por aquel sentimiento salvaje me asustaba o me excitaba.
Me alejé, respirando con dificultad.
—¿Esto es real?
—Sí.
Como para demostrar la veracidad de lo que acababa de
declarar, hizo rodar las caderas hacia delante y estuve casi
segura de que todo el castillo tembló en el momento en que
nuestros cuerpos conectaron. No había duda de cuánto me
deseaba aquel príncipe oscuro. Lo agarré de las solapas de la
chaqueta y acerqué sus labios a los míos.
Durante un momento en el que mi corazón tronó, deseé que
me subiera el vestido allí mismo, que se enterrara en mí hasta
lo más hondo y liberara hasta el último de mis deseos
atrapados. Anhelaba olvidar dónde estaba y lo que tenía que
hacer. Quería abandonar todo el sufrimiento, el dolor y la
pena, que nunca se alejaban demasiado. Lo único que deseaba
era el dulce olvido de las caricias. A Wrath no le costaría nada
proporcionarme eso. Y más.
Se contuvo y rompió el beso, solo para empezar a
acariciarme con languidez la parte superior del corpiño. La
necesidad estalló por todo mi cuerpo y pareció reflejarse en el
suyo. Arrastró las manos por mis costados, apretándome un
poco más fuerte contra él.
—Es posible que aún me destruyas.
—Más pronto que tarde, si no dejas de hablar y vuelves a
besarme.
—Criatura angelical y exigente.
Me sonrió con indulgencia, luego obedeció. Ese beso. Fue
lento, narcótico, e hizo que me diera cuenta de que él no era el
único que corría peligro de ser destruido. Me inclinó la cara
hacia arriba, trazó el contorno de mi mandíbula y luego deslizó
los dedos por mi cuello, rozando suavemente el punto donde
podría sentirme el pulso.
Bajo su caricia, experimenté diminutas descargas de
electricidad. Casi había olvidado que me había marcado; me
había otorgado una forma de convocarlo sin usar la daga de su
casa. La «S» pequeña y casi invisible me hormigueó en el
cuello. Nonna había dicho que la marca era un gran honor, que
rara vez se otorgaba.
Aquello no la había complacido.
Enseguida volví en mí y me obligué a dejar de lado la
cualidad adictiva de sus besos. Casi sentí que la magia del
mundo retrocedía como la marea baja, su decepción
rompiendo en olas renuentes a nuestro alrededor.
Wrath me soltó con suavidad al sentir el cambio en mis
emociones.
—¿Por qué? —Me las arreglé para pronunciar dos palabras,
mi voz teñida aún de deseo.
—No me ha parecido que fueras a preferir una audiencia.
Por mi mente cruzó una imagen indecente de él tomándome
sobre la mesa del comedor. Era tan vívida que podría jurar que
había oído los ruiditos de sorpresa de los invitados mientras su
príncipe me mostraba lo pecador que podía ser; los vasos
haciéndose añicos y los tenedores estrellándose contra la mejor
porcelana demoníaca mientras Wrath nos llevaba a ambos al
límite, sin prestar atención a nadie que nos estuviera mirando.
Me tragué una risita nerviosa. Esa entrada sin duda causaría
una gran impresión, una que la casa de la Ira no olvidaría en
una temporada. Aparté esos escandalosos pensamientos.
—Eso no es lo que quería decir, y lo sabes.
Aunque sí me preguntaba por qué había decidido besarme en
aquel momento.
Sus dientes relucieron en una especie de sonrisa mientras
cierto brillo de reconocimiento aparecía en sus ojos. Evasión
aceptada. No pude evitar negar con la cabeza, mis propios
labios curvados en las comisuras. Era un avance, por pequeño
que fuera. O tal vez, por fin estaba aprendiendo a leerlo mejor.
Aunque sospechaba que, en aquel momento en concreto,
tampoco era que estuviera intentando esconderse mucho de
mí. Intenté no dejar que la cautela arruinara el instante.
—Estaba hablando de cuando me marcaste. No de lo que sea
—hice un gesto entre nosotros— esto.
Escudriñó mi rostro durante un minuto lleno de tensión y los
últimos vestigios de calidez abandonaron su expresión. Ahora,
sus ojos parecían de un negro casi sólido. Esta vez no hubo
duda del estruendo que sacudió el castillo. Movió los hombros,
como si así pudiera liberar la tensión que sentía en ellos y
entre nosotros.
Wrath extendió el brazo hacia mí, todo rastro de pasión
borrado de su rostro.
Allí estaba el príncipe del infierno, frío e insensible.
—No podemos retrasarnos más. Es hora de conocer a mi
corte.
Mi corazón latía al ritmo de los cascos de los caballos mientras el carruaje se alejaba
de la casa de la Envidia. Al final, Wrath no había aparecido para escoltarme a casa,
había enviado a una emisaria y un carruaje real. La emisaria se sintió muy
complacida de señalar que no se trataba del carruaje personal o de los corceles del
príncipe. Solo de los que tenía en los establos.
Como si esa información fuera de gran importancia. No estaba segura de cómo me
sentía acerca de su comentario desdeñoso o por el hecho de que el príncipe hubiera
enviado a alguien en su lugar. La emisaria, remilgada, se quedó sentada en su lado del
carruaje, evitando deliberadamente el contacto visual y, por lo tanto, cualquier
conversación conmigo.
Me sentía perdida con respecto a su evidente desprecio.
Estudié a la demonio por debajo de las pestañas mientras fingía dormir. Llevaba el
cabello rojo oscuro enrollado en intrincados moños alrededor de la coronilla,
mientras que la parte inferior era un conjunto de rizos largos peinados a la perfección.
Se le contrajo un músculo de la mandíbula, como si fuera plenamente consciente de
mi escrutinio y estuviera reprimiendo una serie de admoniciones. Tal vez su ira
latente fuera solo una indicación de la casa del pecado a la que pertenecía y yo
estuviera intentando deducir demasiado de ello.
Desvié la atención a la ventana. Por alguna razón, había corrido las cortinas antes
de partir. Las descorrí y me fulminó con la mirada.
—Déjalas cerradas.
Respiré hondo por la nariz, centrando mi creciente molestia en su actitud cortante.
Discutir con ella no serviría de nada. Y no necesitaba otra enemiga con la que
andarme con cuidado.
—¿Cómo te llamas?
—Solo necesitas dirigirte a mí por mi título.
Aunque me había dado cuenta de que ella se negaba a llamarme por el título que
Wrath había exigido que usaran en su corte. Aquello no me molestó ni un poco. No
era una mujer noble.
—Muy bien, emisaria. ¿Dónde está Wrath?
Su mirada gélida se encontró con la mía.
—Su alteza está ocupado.
No había duda de que el tono de su voz era tenso o de que advertía que no toleraría
más preguntas. Apoyé la cabeza contra la lujosa pared del carruaje. Al cabo de lo que
parecieron eones, por fin nos detuvimos. Sin hacer caso de su enfado, descorrí las
cortinas y me tragué un grito ahogado.
Nunca había visto el exterior de la casa de la Ira. Al llegar por primera vez, me
hallaba delirando en brazos de Wrath, y habíamos entrado por una montaña. Su
castillo era enorme, con una puerta de entrada, torreones, torres y una muralla
descomunal que abarcaba todo el perímetro. Las paredes eran de piedra pálida y los
techos de teja negra. Era un magnífico estudio de contrastes.
Las enredaderas, de hielo sólido, recorrían los muros.
Atravesamos las puertas y rodamos hasta detenernos en un camino semicircular. La
emisaria esperó a que un lacayo abriera la puerta del carruaje y luego aceptó su ayuda
para salir. Se fue sin echar una sola mirada atrás, con su deber de recoger a la
prometida descarriada, cumplido.
La miré fijamente, preguntándome por qué había sido tan fría y si había hecho algo
para ofenderla. Sabía que no. Aparte de mi sorpresa al verla a ella en lugar de a
Wrath, había sido amigable.
Una incómoda sospecha sobre su relación con Wrath se coló en mi cabeza, pero la
desterré. Me negué a dejar que me importara.
El lacayo me ayudó a bajar y me tomé mi tiempo para subir las escaleras de piedra
hacia la puerta de entrada. A mi derecha, escondido cerca del muro, había un jardín
dentro de un seto. Lo anoté mentalmente para visitarlo cuando el clima fuera más
cálido.
Si acaso el clima se volvía más cálido en algún momento. Como si fuera una señal,
empezó a caer una nieve ligera que cubrió el castillo de una capa finísima de copos
brillantes.
Me apresuré a entrar y sacudí mi capa de viaje. Aparte del lacayo que se estaba
encargando de mi baúl, no había sirvientes esperando para atenderme, cosa que me
hizo sentir aliviada.
Regresé a mi dormitorio sin encontrarme con nadie. No había sirvientes limpiando
el castillo o sus múltiples estancias. No vi a Fauna, a Anir ni a Wrath. Me sentí
tremendamente agradecida de no cruzarme con cualquiera de los otros residentes
nobles, como el ahora sin lengua lord Makaden o la charlatana lady Arcaline.
Sin embargo, a medida que avanzaba la tarde, me inquieté. No estaba acostumbrada
a estar ociosa tanto tiempo. En Palermo siempre estaba en la trattoria, trabajando en
mi arte culinario en casa o leyendo, cuando no caía en la cama rendida tras un duro
día de trabajo. Además, rara vez estaba sola, ya que mi familia siempre estaba allí,
riendo y hablando y transmitiéndome su calidez. Otras noches recorría la playa con
mi hermana y con Claudia mientras compartíamos nuestros secretos, esperanzas y
sueños.
Hasta que mi gemela había sido asesinada. Entonces mi mundo había cambiado
para siempre de forma irrevocable.
Incapaz de soportar el giro morboso de mis pensamientos, me acerqué a la
habitación de Wrath y llamé a la puerta. No obtuve respuesta. Consideré comprobar si
la puerta estaba cerrada, pero me contuve. Cuando me había colado en su habitación
después de su arrebato violento de la cena, había tenido una excusa válida. A mí no
me gustaría que él invadiera mi espacio personal cuando le viniera en gana. Además,
en realidad no tenía ninguna razón para verlo.
Regresé a mi habitación y decidí trabajar en volver a encontrar la fuente de mi
magia. Cerré los ojos y me concentré en mi pozo mágico interior. Unos segundos más
tarde, hice un túnel hacia abajo, hasta mi mismo centro, y luego me estrellé. Me
sentía como si hubiera chocado contra una pared de ladrillos.
Traté de reunir la energía necesaria para localizarla de nuevo, pero me sentía más
exhausta de lo que pensaba.
Había pasado la mayor parte de la noche anterior despierta en la cama, temerosa de
que Envy regresara rabioso. Y la noche anterior a esa apenas había dormido debido a
la confesión de Wrath. Imaginé que para canalizar la fuente necesitaba estar bien
descansada. Y mi estado actual era todo lo contrario.
Saqué el diario que había tomado prestado de la biblioteca de Wrath sobre la casa
del Orgullo. Me tomé mi tiempo para hojear cada página, con la esperanza de que
hubiera algo escrito en un idioma que me resultara conocido.
Mis esfuerzos fueron en vano. Ni siquiera había dibujos o ilustraciones que
descifrar. Solo una página tras otra de una caligrafía diminuta en lo que podría ser un
alfabeto demoníaco. No dejaba de desviar la atención hacia mi baúl, hacia el objeto
que contenía y que me había llevado de contrabando de la casa de la Envidia.
No quería sacarlo de su escondite todavía. Tenía la sensación de que alguien podría
acudir pronto en su busca. Me costaba creer que hubiera sido tan fácil llevármelo.
Demasiado fácil, a decir verdad. Una parte de mí había esperado que sonaran las
alarmas y que aparecieran demonios Umbra y vampiros en cuanto sacara el libro de
su vitrina. No había pasado nada. Simplemente me había dirigido a mi habitación, lo
había cosido en el interior de mi baúl y había esperado un ajuste de cuentas que no
había llegado.
Volví al momento y al tiempo presentes y hojeé las siguientes páginas. Me
concentré otra vez en el diario de la casa del Orgullo, las líneas de caligrafía ondulada
difuminadas ante mis ojos.
Me desperté varias horas después, con la cara pegada al diario abierto.
Estaba claro que no era mi tipo de libro. Una novela romántica me habría
mantenido en vela hasta las primeras horas de la mañana; nunca podía pasar las
páginas lo bastante rápido mientras, desesperada, intentaba saborear cada interacción
llena de tensión entre los protagonistas.
Adoraba que la mayoría de las veces se despreciaran el uno al otro y cómo esa
chispa de desdén se transformaba en algo completamente diferente.
La vida real no se parecía en nada a una novela romántica, pero seguía habiendo
una pequeña parte de mi antiguo yo que esperaba un final feliz. No se podía negar
que existía una chispa entre Wrath y yo, pero la probabilidad de que se convirtiera en
amor era la auténtica fantasía.
Me peiné y fui a comprobar de nuevo los aposentos de Wrath. El demonio seguía
fuera. O no pensaba molestarse en abrir la puerta. Me quedé allí, con la mano caída a
un costado. Era posible que estuviera molesto por cómo me había despedido de él en
la casa de la Envidia. Pero me parecía que había algo que no iba bien.
Había estado a mi lado durante meses en el mundo humano, y luego durante casi
dos semanas en aquel lugar. Si tuviera una amante, era posible que se hubiera
escabullido para visitarla. Dudaba de que él esperara que yo volviera tan rápido.
Debería regocijarme en la soledad. No tenía a nadie mirándome por encima del
hombro, ni deseos alimentados por la lujuria para completar un vínculo matrimonial.
Sin distracciones. Y, sin embargo… Y, sin embargo, no quería pensar en por qué me
sentía inquieta.
Llamé para que me llevaran la cena y comí en mi habitación, pensando en la
conversación con Envy y en todo lo que había aprendido. Específicamente, en el
hechizo de la verdad que había usado con el vino y lo que podría significar para el
resto de mi misión. La magia había funcionado con un príncipe del infierno. Y
aunque yo no había notado nada diferente en nuestra bebida, eso no significaba que
un príncipe no pudiera detectar algo raro. Envy sabía lo que estaba pasando, así que
no podía basarme en sus reacciones.
Lo que quería era poner a prueba una teoría. Y necesitaba a Wrath. Si pudiera
hechizar su vino sin que él lo supiera, podría haber encontrado una habilidad útil que
emplear en el Festín del Lobo. Todos los príncipes estarían presentes. Podría susurrar
el hechizo durante el brindis y descubrir quién era responsable de la muerte de
Vittoria sin que nadie se diera cuenta.
Si Wrath no detectaba el hechizo. Ese plan solo funcionaría si la prueba tenía éxito.
Me dije a mí misma que esa era la razón principal por la que había estado paseando
por el pasillo, ante la puerta de su habitación, a la mañana siguiente. Atenta a
cualquier señal de su regreso. Seguramente no tenía nada que ver con que lo echara
de menos. O con mis sospechas crecientes de a dónde había ido y con quién podría
estar. Lo cual era una tontería que encajaba mejor en la casa de la Envidia. Tal vez se
tratara de simples emociones residuales que aún albergaba tras mi visita a la
susodicha casa. Si tales cosas ocurrían.
Pasaron dos días y aún no había noticias del príncipe de la casa. Probé a invocar la
fuente de mi magia algunas veces más, pero me encontré con la misma resistencia.
No había información al respecto en el grimorio, así que tuve que esperar. Al final,
acabaría dominando la inmersión en aquel pozo. Pasé el tiempo en la biblioteca,
buscando nuevas fábulas. Me interesaba saber más sobre el árbol maldito, en especial
sobre lo que se decía acerca de que concedía más que deseos.
También busqué libros sobre la llave de la Tentación o el espejo de la Triple Luna.
Hasta el momento, todos mis esfuerzos habían sido en vano. Por fin, cuando ya
pensaba que me volvería loca, llamaron a mi puerta.
—Hola, lady Em. —Anir sonrió—. He venido a llevarte a una aventura.
—¿Lady Em? —Arrugué la nariz—. Nadie me ha llamado nunca Em o Emmy. No
estoy segura de si me gusta.
—Eso es porque nunca has asistido una reunión clandestina. Vamos. Ponte una
túnica y pantalones y reúnete aquí conmigo. Llegamos tarde.
—¿A dónde vamos?
Esbozó otra sonrisa. Aquella hizo que el estómago se me retorciera de los nervios.
—Ya lo verás.
Decidí que lo que había planeado tenía que ser mejor que estar sola en mi
habitación o deambulando por la biblioteca sin encontrar nada útil, así que corrí a
toda prisa hasta mi dormitorio y me puse la ropa que me había sugerido.
Una vez que me hube calzado unos zapatos planos, lo seguí hasta el pasillo.
Subimos un tramo de escaleras y se detuvo cerca del final de un largo corredor.
—Permíteme que te presente… —Anir empujó la puerta para abrirla—. La sala de
armas.
—Por las diosas. —Respiré hondo, aunque no debería haberme sorprendido aquella
grandeza, dado el papel de Wrath como general de la guerra. Aquello era la joya de la
casa de la Ira—. Es impresionante.
—Me lo dicen a menudo —bromeó Anir—. Entra.
Crucé el umbral. Examiné aquella sala cavernosa que parecía no tener fin. Unas
columnas dividían la cámara en estancias más pequeñas e interconectadas. Si la
galería de Envy era la parte más reveladora de su personalidad, allí estaba el alma de
Wrath al descubierto.
Hermosa. Elegante. Mortal. Pulida hasta una perfección brutal y sin avergonzarse
por regodearse en la violencia. Me quedé inmóvil mientras lo catalogaba todo.
El techo de cristal permitía que la luz se filtrara en el interior e iluminara lo que de
otro modo sería un espacio oscuro. Las paredes y el suelo eran de mármol negro con
vetas doradas. En la sala principal por la que habíamos entrado había un diseño
oculto (que presentaba las fases de la luna a un lado, una miríada de estrellas en el
otro y una serpiente que se tragaba la lengua formando un círculo) incrustado en oro
en el suelo. Por lo que pude ver, cada esquina de esa sección del suelo representaba
uno de los cuatro elementos. Parte del diseño estaba cubierto por una gran alfombra
colocada justo en el centro.
Había serpientes de oro enroscadas alrededor de las columnas de mármol de ébano,
lo cual las convertía en las columnas más fantásticas y magníficas que jamás había
visto.
Espadas, dagas, escudos, arcos, flechas y una variedad de cuchillos brillaban en
ébano y dorado desde sus posiciones cuidadosamente espaciadas en las paredes.
Giré sobre mí misma mientras absorbía todo aquel esplendor. Al fondo de la
habitación vi el mosaico de una serpiente. Tenía el cuerpo enrollado en un círculo
intrincado. Me recordó a algo, pero no sabía con certeza a qué. Contra la pared del
fondo había un fardo de heno con una diana gigante pintada en el centro.
Una pequeña mesa esperaba a su izquierda, y sobre ella reposaba un conjunto de
dagas alineadas a la perfección. No pude apartar la mirada, mis dedos se morían de
ganas de aferrar sus empuñaduras y lanzarlas por el aire.
—La primera lección será sobre tu postura. —Anir se desplazó al centro de la sala
de armas y señaló el espacio en la alfombra frente a él. Dejé de mirarlo todo
boquiabierta y me coloqué donde me había indicado—. Siempre tienes que tener los
pies bien plantados en el suelo, para que te brinden un apoyo constante a la hora de
lanzarte hacia delante, golpear o esquivar un ataque rápido en cualquier dirección sin
perder el equilibrio.
Me moví para imitar su postura. Los pies ligeramente más separados que el ancho
de las caderas, uno de ellos más adelantado y el otro hacia atrás. Había algo casi
familiar en aquella pose, pero nunca había peleado ni tenido motivos para recibir
lecciones de ese tipo.
—Debes distribuir el peso de forma uniforme. Asegúrate de que tus rodillas
apunten en la misma dirección que los dedos de tus pies.
Me tambaleé un poco, y luego ajusté la postura. Apenas había levantado la vista
cuando Anir se adelantó, movió el antebrazo como un ariete e hizo contacto con mi
plexo solar, lo que provocó que saliera despedida hacia atrás. Agité los brazos en el
aire formando un remolino antes de aterrizar con muy poca gracia sobre el trasero.
Miré a mi profesor.
—Vos, signore, sois terrible.
—Lo soy. Y vos, signorina, acabáis de recibir vuestra primera lección —me
replicó, su tono demasiado ligero para las circunstancias. Extendió una mano y me
ayudó a ponerme de pie—. Nunca dejes de prestar atención a tu oponente.
—Creía que estábamos practicando la postura.
—En efecto. —Me guiñó un ojo—. Mirar hacia abajo no te ayuda con el equilibrio.
Si tienes que mirar hacia abajo, usa los ojos, no todo el tronco superior del cuerpo. La
clave es la conciencia de uno mismo.
Repetimos la rutina con diversas variaciones en las que yo acababa dándome un
batacazo contra el suelo. Incluso con la alfombra mullida debajo de mí, por la
mañana me dolería todo. Con cada golpe, me sentía un poco más segura en mi
postura, me tambaleaba menos. El sudor perlaba mi frente mientras practicábamos
una y otra vez.
Me sentía bien entrenando mi cuerpo, vaciando mi mente.
Algún rato después, Anir pidió un descanso y se secó el sudor del cuello y el rostro
con un trozo de lino. Yo estaba lista para seguir, pero retrocedí, rebotando sobre los
talones. Me sentía viva, los músculos me temblaban pero los notaba hambrientos de
más acción.
Él se dobló por la cintura.
—Cinco minutos.
Lo seguí hasta una mesita auxiliar donde aguardaban una jarra de agua y varios
vasos.
—¿Dónde está Wrath? —No sé por qué lo solté, pero parecía extraño que el
demonio de la guerra no estuviera por ningún lado mientras entrenábamos en su
gloriosa sala de armas.
Anir me miró de soslayo mientras se servía un vaso y apuraba la mitad.
—Pensé que no te importaría su ausencia.
—No me importa. Pero tengo curiosidad. —Cuando no respondió, sentí que mi
ridícula boca se llenaba de palabras durante el silencio—. Parecía inquieto por mi
decisión de visitar a Envy. Creía que desearía verme a mi vuelta.
—¿Preguntas por mí cuando estoy fuera?
—No.
—Ah.
Sangre y huesos. Me reprendí de inmediato cuando la sonrisa de Anir se ensanchó.
Me serví un poco de agua y tomó un largo sorbo.
—Quería decir…
—No me ofendo. —Sus ojos brillaron, llenos de diversión—. Miéntete a ti misma
todo lo que quieras, pero tendrás que esforzarte más conmigo.
—De acuerdo. La verdad es que la emisaria me mosqueó.
—¿Lady Sundra? —Anir resopló—. Me imagino que sí. Su padre es un duque, y
ella nunca ha dejado que nadie olvidase su elevado rango. Siempre ha creído que
acabaría en un matrimonio ventajoso con un príncipe.
—Ah. Por eso se hizo emisaria. Le garantiza estar cerca de todos los miembros de
la realeza.
—Mírate, lady Em. Ya piensas como una noble artera. Sin embargo, la mayoría de
los príncipes no planean caer en ninguna trampa matrimonial. No importa cuánto lo
intenten las familias nobles como la suya, los príncipes están contentos como están.
Su estado natural es estar cabreada, no es nada personal contra ti.
—Entonces, cuanto más alto es el rango, más exhiben los demonios el pecado con
el que se identifican.
—Por lo que he deducido en mi tiempo aquí, sí. Aunque nadie puede ganar el poder
suficiente para derrocar a un príncipe. Ellos son algo completamente diferente. Es
como la diferencia entre un león y un tigre. Ambos son gatos grandes y depredadores,
pero no son lo mismo.
—¿Y los demonios menores? Son diferentes de los demonios nobles.
—Por supuesto. Y es por eso que a menudo eligen vivir en las afueras de sus
respectivos círculos.
Me apoyé contra el borde de la mesa y dejé mi vaso.
—Sabías que Wrath había empezado a aceptar el vínculo matrimonial la noche en
que los Viperidae me atacaron.
—Salve a la reina de los cambios de tema. —Me ofreció una reverencia dramática
—. ¿Hay alguna pregunta ahí detrás o solo buscas una confirmación?
—Sé que no soy su primera elección como esposa —respondí, pensando todavía en
la hija del duque—, pero me gustaría saber si hubo alguien que le interesara antes
de… todo.
Ese brillo burlón abandonó el rostro de Anir.
—No es asunto mío compartir su historia.
—No te estoy pidiendo que lo hagas. Solo quiero saber si había alguien más.
—¿Cambiaría algo si lo hubiera?
Pensé en ello. Mi curiosidad jugaba cierto papel en aquello, sin duda, pero sí
cambiaría las cosas. Rechazaría el vínculo y nuestro destino sería decidido por el
consejo de tres que Wrath había mencionado.
Si él amaba a alguien, bueno, eso me haría sentir incómoda y también me
despejaría el camino para perseguir a Pride. Lo cual seguía siendo el camino más
seguro para lograr mi objetivo de venganza.
A menos, por supuesto, que ganara a Envy y encontrara el mítico espejo de la
Triple Luna. Y si un príncipe demonio no podía sentir que el vino o la comida estaban
hechizados, podría descubrir la verdad de esa forma. Pero necesitaría practicar con un
príncipe del infierno, y había uno cuya ausencia seguía siendo notable, maldita sea.
Volví al asunto que nos ocupaba. No quería quedarme atrapada en un matrimonio
sin amor con Wrath si él siempre suspiraría por otra persona.
—Sí. Lo haría. Cambiaría muchas cosas.
—Cuidado —dijo una voz profunda a mi espalda—. O podría pensar que en
realidad te gustaría casarte conmigo.
DIECISIETE
Cerré los ojos y maldije en silencio antes de mirar a
Anir con el ceño fruncido.
—De verdad que eres lo peor.
—Apuesto siete monedas del diablo a que te sientes
diferente después de tu próxima lección. —El muy traidor me
dedicó una sonrisa torcida—. No olvides tu monedero mañana,
lady Em.
—Cierra la puerta al salir.
La voz de Wrath sonó demasiado cerca. Sentí su aliento
cerca de la base del cuello. Durante un breve instante,
consideré correr hacia la puerta o inventar un hechizo para que
el suelo me tragara por completo. En vez de eso, cuadré los
hombros y me di la vuelta poco a poco. El demonio estaba
prestando toda su atención al ser humano. Anir perdió un poco
de su arrogancia juguetona, que fue reemplazada por una
seriedad que nunca había visto en él.
—Nadie tiene permitido entrar en esta sala hasta que yo dé
la señal de que nuestro entrenamiento ha terminado.
¿Entendido?
—Sí, majestad.
Anir me ofreció una reverencia cortés y se dirigió a la salida
a toda prisa. Cobarde. Sonreí para mis adentros. Hablando de
cobardes, fingir que el príncipe demonio no estaba allí y no
había escuchado algo que deseaba que no hubiera escuchado
tampoco serviría a mi intento de ser intrépida.
Me obligué a sostener la mirada imponente de Wrath.
Escondí mi sorpresa mientras evaluaba a mi oponente más
reciente. Aquel día no iba vestido completamente de negro,
llevaba una camisa blanca brillante y un traje de levita.
Observé su enorme figura, la gelidez de sus rasgos, y tragué
saliva. No estaba de buen humor. Decidí que aquel no era el
momento de ser valiente. Un estratega inteligente dominaba el
arte de la retirada. Wrath no tramaba nada bueno y no quería
participar en el descubrimiento de lo malo que podía llegar a
ser.
—No creo que tu entrenamiento sea necesario. Anir estaba
haciendo un trabajo excepcional.
Una sonrisa se extendió por el rostro del príncipe, aunque en
ella no había rastro alguno de alegría. Esa mirada me confirmó
que quedarme para aquel entrenamiento era una idea terrible.
Di un paso atrás y algo peligroso chisporroteó en los ojos de
Wrath.
—Él no posee las habilidades necesarias para esta lección.
—Ah, bueno, tengo un compromiso previo. Tendremos que
reprogramar la sesión.
—¿De veras?
—Pues sí; de hecho, así es.
—¿Recuerdas el trato que hicimos en mi dormitorio?
Iba a asentir cuando una inmensa oleada letárgica se apoderó
de mí y, de repente, la cabeza me resultó demasiado pesada
para moverla. Wrath se concentró con intensidad en mi cambio
emocional y físico. No había preocupación patente en su
expresión, solo una dureza que debería haberme preocupado.
Y lo habría hecho, si no me hubiera encontrado en un estado
de lasitud tan horrible.
Al parecer, no era capaz de obligarme a sentirme
preocupada, o a estar de pie. Mis piernas se doblaron por
voluntad propia y caí al suelo, contra el que me estrellé en una
maraña de miembros. Acabé con la mejilla presionada contra
la gruesa alfombra, las fibras me rascaban la piel y me hacían
estar muy incómoda. Aun así, no me di la vuelta para estar
más cómoda. Ni siquiera parpadeé. Para mi horror, un hilillo
de saliva se abrió camino desde la comisura de mi boca. No
podría haberme importado menos.
—¿Alteza? —dijo Anir—. He olvidado…
—Déjanos.
Anir se detuvo a mitad de camino y soltó una rotunda
maldición antes de retirarse y volver a salir a toda prisa. No
me molesté en ver cómo se iba. Descubrí que no había nada
que me importara mucho. Ni siquiera el brillo de victoria en
los ojos de Wrath mientras se alzaba sobre mí.
Paseó alrededor de mi figura caída.
—Mírame, Emilia.
Quería hacerlo, casi más que cualquier otra cosa, pero era
demasiado difícil reunir la energía necesaria para conseguirlo.
A mis reservas no les quedaba ni una gota de sobra. Se me
cerraron los párpados. A pesar de mi indigna posición, tendida
en el suelo, babeando, no pude reunir la determinación de…
La pereza desapareció, como si nunca hubiera estado ahí. Un
segundo después, una cólera al rojo vivo que lo consumió todo
me impulsó a ponerme de pie. La rabia hizo que me temblara
el cuerpo. O tal vez fuera la ira.
Me lancé sobre el demonio.
—¡Voy a matarte!
—¿Matarme? Estoy seguro de que lo que pretendes es
besarme.
Wrath se rio de mi repentino cambio de temperamento y
luego, antes de que pudiera tocarlo, la atmósfera cambió con
brusquedad una vez más. De repente, ya no estaba intentando
rodearle la garganta con las manos; lo estaba acercando más a
mí, sujetándole el cuerpo con piernas y brazos. Lo deseaba.
Diosa maldita. La necesidad de acostarme con él era
abrumadora, y el dolor, insoportable.
En los bajíos de la Medialuna había creído conocer el deseo.
Nada se acercaba a lo que sentía en aquel momento. No podía
pensar en nada que no fueran sus manos sobre mí. Mis manos
sobre él.
En el fondo de mi mente sabía que algo iba terriblemente
mal. Aquello era justo lo mismo que Lust me había hecho esa
noche en la playa, pero no podía concentrarme en nada que no
fuera mi deseo.
Nuestra furia mutua encontraría una salida perfecta en la
pasión, otorgándonos la liberación mientras intentábamos
desnudarnos, acariciarnos, provocar que el otro se deshiciera.
Obligué a Wrath a acercar la cara a la mía, sus ojos brillaban
con el mismo deseo que sentía yo mientras tomaba, despacio,
su labio inferior entre mis dientes.
—Bésame. —Dejé su boca solo para pasar la lengua y los
dientes por un lado de su cuello, saboreando y succionándole
la piel mientras acercaba los labios a su oreja—. Te necesito.
—Desear, pero nunca necesitar, mi señora. —No me
devolvió las caricias, pero su sonrisa estaba llena de pecado
mientras se alejaba de mi roce—. En el corredor del pecado,
fuiste puesta a prueba para la envidia. Tengo curiosidad por lo
que te enfureció tanto. ¿Recuerdas qué ilusión estimuló el
pecado?
Mi deseo se evaporó. Una imagen de Wrath acostándose con
una mujer que no era yo resurgió en mi mente. Una vez más,
vi sus piernas envueltas alrededor del cuerpo de él, sus caderas
rodando hacia delante con cada embestida que daba para
hundirse en ella. En lugar de los gemidos de ella, ahora podía
escuchar los de él.
Una emoción posesiva y oscura burbujeó en mi interior.
Estaba tan celosa de ellos que me entraron ganas de matar.
Mi sangre se congeló tanto como mi tono de voz.
—Sí.
—Dime lo que viste.
—A ti y a otra mujer. En la cama.
Hubo un momento de silencio. Como si no hubiera esperado
que esa fuera la razón. O tal vez estuviera dejando que me
regodeara en el desagradable recuerdo.
—¿Y cómo te hizo sentir eso?
Exhalé y el sonido que solté fue más parecido a un gruñido.
—Homicida.
Wrath comenzó poco a poco a dar vueltas a mi alrededor de
nuevo; su voz era tranquila, pero burlona.
—¿Eso fue antes o después de ver el placer que me estaba
dando? El éxtasis puro que sentí enterrado en su calor.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla. No me sentía triste ni
furiosa. Ahora estaba completamente consumida por los celos.
No de la otra mujer, sino de la noche de intimidad que habían
compartido. Yo quería eso. Deseaba a Wrath con una
intensidad que arrasó con toda razón que hubiera en mi mente.
Y ese nivel de envidia era casi tan abrumador como la noche
en que había conocido al príncipe que gobernaba sobre ese
pecado.
Envy había usado su influencia sobre mí y nunca olvidaría la
frialdad de…
La comprensión descendió sobre mí en un estallido de ira
que rompió el hechizo.
—Bestia monstruosa. ¡Estás usando tus poderes conmigo!
—Y con qué facilidad has sucumbido a ellos. —La furia de
Wrath se elevó para encontrarse con la mía—. ¿Es que quieres
que mis hermanos te manipulen? Tal vez desees convertirte en
objeto de su diversión. Quizás empieces por ser el mío. Quítate
la ropa y baila para complacerme.
—Eres un cerdo.
—Soy algo mucho peor. Pero un trato es un trato.
—No he consentido esta mierda.
—Mentira. Me pediste que te armara. Me lo exigiste, si mal
no recuerdo. Mi contraoferta fue que recibirías entrenamiento
contra amenazas físicas y mágicas. ¿Acaso no accediste?
—Sí, pero…
—Quítate la ropa.
Había un extraño eco de poder en su voz. Traté de alejarme,
traté de luchar contra ello, pero sentí que la presión crecía y se
derrumbaba. Desesperada, intenté erigir una barrera emocional
entre nosotros, pero Wrath no pensaba permitirlo. Antes de
que pudiera tocarme la marca de invocación que tenía en el
cuello, su voz resonó clara y fuerte y llena de poder
dominante.
—Ahora.
El dique se rompió, y mi voluntad también. Mis dedos
aflojaron rápidamente los botones y tirantes de mis pantalones.
Me los quité, dejando que la tela se acumulara a mis pies. Mi
túnica los siguió. Wrath deslizó la mirada desde mi coronilla
hasta los dedos de mis pies, y luego recorrió el camino a la
inversa, muy despacio. No había lujuria, calidez o aprecio en
su mirada. Solo ira.
Y no era el único que la sentía. Odiaba sentirme impotente,
odiaba que me obligara a desnudarme. Elegir hacerlo en los
bajíos de la Medialuna había sido algo poderoso, liberador.
Aquella situación no era ninguna de las dos cosas. Me las
pagaría. Tan rápido como estalló mi necesidad de venganza,
desapareció con la siguiente oleada de su voluntad.
Fui a quitarme la ropa interior, pero su voz atravesó la
bruma.
—Déjatela puesta. Mueve las caderas.
Me concentré en la única ascua de furia que no había sido
aplastada por el poder mágico de la orden de Wrath. Intenté
con todas mis fuerzas inflamar ese núcleo de emoción que aún
me pertenecía y usarlo para destruir su magia. Sería yo quien
decidiría cuándo desnudarme frente a él o cualquier otra
persona. Sería dueña de mi propia voluntad. Y seguiría
luchando por mí misma, sin importar cuán terrible,
desesperada o fútil se volviera la situación.
Al notar mi determinación, Wrath desató más su poder.
—He dicho que movieras las caderas.
El pensamiento consciente, la emoción y el libre albedrío
quedaron encerrados en lo más profundo de mí. Lo único que
conocía era el sonido de su voz, su deseo. Su voluntad corría
por mis venas, me dominaba en todos los sentidos de la
palabra. Se volvió uno con mi corazón.
Hice lo que me había ordenado. Me convertí en pecado y
vicio. Me sentía lujuriosa. Y adoraba la sensación.
Mantuve la vista fija en él mientras me balanceaba de forma
sugestiva. Deseé que me pidiera que me quitara la ropa
interior. Luego deseé que se quitara la suya.
Wrath se acercó más, su expresión era un estudio de la furia
más fría. No entendía por qué se sentía tan disgustado. Eliminé
la distancia restante entre nosotros y bailé contra él,
apretándome contra su cuerpo tenso. Hubo algo en nuestra
posición que me recordó a otro momento, otro baile. Y la
misma ira que lo había atravesado junto a esa hoguera.
Entonces era una criatura difícil, y ahora lo era el doble.
—¿No es esto lo que deseas?
—Para nada. —Dio un gran paso para alejarse, poniendo
una odiosa distancia entre nosotros—. Te dirigirás a mí como
«maestro» de ahora en adelante. Arrodíllate.
—Yo nunca… —La ira estalló en mi interior y se extinguió
a toda velocidad. Me fui al suelo, con la cabeza gacha—. ¿Esto
te complace, maestro?
—Quítame la bota derecha.
Le desaté los cordones de la bota, se la quité y aguardé su
próxima orden.
—Sube con las manos hasta mi pantorrilla. —Alcancé su
pierna y él tiró de ella hacia atrás—. Empieza desde el tobillo.
Sin el menor atisbo de duda, arrastré las manos por su
cuerpo y sobre el músculo de su pantorrilla. Mis dedos rozaron
algo duro. Miré hacia arriba.
—¿Te he complacido ahora, maestro?
Wrath se agachó para levantarme la barbilla, su mirada vagó
por mi cara. Estaba buscando algo, pero su profundo ceño
indicó que no lo había encontrado.
—Aprende a protegerte. Eso me proporcionará el máximo
placer.
Con él, de alguna manera entendí la esencia misma del
placer. Eso podía lograrlo. Le solté la pantorrilla y alcancé la
cinturilla de sus pantalones.
—Déjame complacerte ahora, maestro.
La temperatura a nuestro alrededor se desplomó varios
grados.
—Si te quisiera de rodillas, desnuda ante mí, sin un solo
pensamiento propio en la cabeza, lo haría. Si deseara obligarte
al matrimonio mediante el sexo, harías exactamente lo que te
dijera. Y me rogarías más. Ninguna de esas posibilidades me
atrae ni me agrada. Lo que anhelo es una igual. Quítame la
daga que tengo escondida en la pierna. Levántate.
Saqué la hoja de la funda de cuero y me puse de pie, con el
corazón lleno de aprensión por su tono áspero y su rechazo a
mis avances. Tomé su mano, con la esperanza de tentarlo a
tomar lo que le estaba ofreciendo.
—Yo…
La furia, indómita, abrumadora, lo consumió todo y quemó
la lujuria que había sentido. Aferré la daga con tanta fuerza
que me hice daño en la mano. Wrath no apartó la mirada de la
mía mientras se desabrochaba lentamente los primeros botones
de su impecable camisa.
—Apoya la hoja sobre mi corazón.
Recorrí la distancia entre nosotros y la punta de la daga le
perforó la piel. En aquel momento me sentía colérica. Yo era
furia hecha carne. Y tomaría lo que me debían a mí y a los
míos.
Empezando en aquel preciso instante. Con aquel odioso
príncipe.
Wrath se inclinó y habló en voz baja y seductora.
—Esto es lo que sueñas. Sangre y desquite. Cóbrate tu
venganza, bruja. Recuerda lo que te acabo de hacer. Cómo has
caído de rodillas, rogando. Deja que el odio te consuma.
—Cállate.
—A lo mejor te ha gustado que te hiciera desnudarte. Que te
haya doblegado a mi voluntad.
—¡He dicho que te callases!
—A lo mejor debería demostrarte lo cruel que puedo ser.
Observé su pecho, la hoja que le atravesaba la piel. Un
hilillo de sangre rodó por su cuerpo. A través de la ira y la
furia que abrumaban mis sentidos, recordé. Ya le había
clavado un cuchillo en el corazón antes. En el monasterio. Me
había jurado que se necesitaría mucho más que una daga para
acabar con él. Entonces, quise demostrar la veracidad de esas
palabras. Ahora, me estaba ofreciendo la oportunidad de
hacerlo. Tragué saliva, sentí el movimiento tembloroso de mi
garganta. Las lágrimas sin derramar hacían que me ardieran
los ojos.
Me tembló la mano y la hoja se clavó con más fuerza en su
pecho mientras me esforzaba por luchar contra aquello.
—He dicho que te cobrases tu venganza.
Su influencia demoníaca se enfrentó a mi voluntad. Y ganó.
Una lágrima fue liberada cuando me incliné hacia la daga,
usando el peso de mi cuerpo para que traspasara músculo y
hueso. Observé con una furia abrasadora cómo se deslizaba en
su pecho. De la herida brotó sangre, su camisa quedó
manchada y mis dedos acabaron resbaladizos. No la arranqué.
Giré la daga, apretando los dientes antes de gritar lo bastante
fuerte como para invocar al mismísimo Satán.
El príncipe demonio miró impasible mientras sacaba la hoja
y lo apuñalaba de nuevo.
Y otra vez.
Y otra vez.
DIECIOCHO
Wrath eliminó toda influencia sobre mí de golpe.
Contemplé la hoja que sobresalía del pecho del demonio,
unos violentos espasmos me recorrían todo el cuerpo como
resultado. En lugar de la rabia que acababa de sentir, me
atravesó un acceso de náuseas. Solté el arma y me eché hacia
atrás, incapaz de apartar la mirada. Había mucha sangre. La
sangre de Wrath.
Florecía de forma obscena sobre su camisa blanca como una
flor mortal. Y si se hubiera tratado de cualquier otro, estaría
muerto. Lo habría matado. Respiré de forma entrecortada. El
peso de lo que podría haber sido, de lo que había hecho, estaba
a punto de aplastarme.
Wrath se arrancó la daga del pecho y la arrojó lejos. Me
estremecí cuando resonó contra la pared del fondo, el único
sonido en la estancia aparte de mi respiración entrecortada. Me
había obligado a apuñalarlo. En el corazón. Yo… no podía
dejar de mirar el lugar donde había clavado la daga. No podía
dejar de escuchar el repugnante crujido del hueso al perforarle
el pecho. Me esforcé por mantener las manos a los costados,
para no taparme los oídos y gritar hasta que ese horrible
sonido desapareciera de mi cabeza.
La herida ya estaba curada, pero su camisa seguía empapada
de sangre. Recuerdos de otro pecho, otro corazón, inundaron
mis sentidos. Mi gemela. Lo único en lo que podía pensar era
en su cuerpo vejado. Con qué facilidad podría haber sido ella
el cuerpo bajo mi daga. Resistirme había sido un esfuerzo
inútil.
Giré las manos, coloqué las palmas pegajosas y manchadas
de sangre hacia arriba y grité:
—¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a someterme a esta
depravación?
—Sí, ¿cómo me atrevo a enseñarle a mi esposa a protegerse
contra sus enemigos?
—Todavía no soy tu esposa. Y si esta es tu idea de
demostrar por qué debemos casarnos, estás loco. Eres la
criatura más despreciable que he tenido la desgracia de
conocer.
—Si eso fuera cierto, te habría dejado como lo hizo Lust al
liberarte de mi influencia.
El demonio me lanzó una bata. No se la había visto antes,
pero no me había fijado en demasiadas cosas aparte de en los
pecados que él quería que yo experimentara.
Ahora estaba viendo muchas cosas.
Su expresión estaba más cerca del asesinato de lo que yo
jamás había presenciado. Como si su pequeña exhibición de
poder lo enfureciera más que a mí. Como si eso fuera posible.
Le había atravesado el corazón con una daga. Nunca había
estado tan enfadada en mi vida. Y había sentido un amplio
rango de emociones rabiosas desde el asesinato de mi gemela.
Agarré la bata y metí los brazos dentro, odiándolo por saber
que la necesitaría. También comprendí con vívida claridad por
qué vestía de blanco. Su preparación para el entrenamiento me
hizo hervir la sangre en las venas aún más. Indicaba que sabía
exactamente qué pecados usaría, cómo me influenciaría para
que lo hiciera y que había anticipado lo que necesitaría
después de su pequeña demostración de poder.
Sentí la tentación de regresar a mi dormitorio en ropa
interior, o de desnudarme por completo. Que su corte me viera
en toda mi gloria.
—Adelante. —Sin duda discernió mis pensamientos a partir
de mi lenguaje corporal. Hizo un gesto amplio con el brazo—.
Si prefieres irte sin la bata, no seré yo quien se oponga.
—De verdad que deberías dejar de hablar ya mismo.
—Oblígame.
—No me tientes.
—Hazlo. —Avanzó hasta que lo tuve justo delante y tuve
que mirar hacia arriba—. Usa tu poder. Defiéndete.
Una provocación infantil. Me sumergí en mi fuente de
magia, tratando de invocar un poco de poder para arrancarle
esa expresión de sabelotodo de la cara. Volvió a recibirme un
muro de nada.
Wrath entrecerró los ojos, atento a todo.
—Entrenaremos todos los días hasta el Festín del Lobo.
Aprenderás a protegerte de mis hermanos. O sufrirás
indignidades mayores que las que te he demostrado hoy.
Agradece, mi querida prometida, que no quiera herir tu
persona. Solo tu ego y tu orgullo. Ambos, si no me equivoco,
pueden repararse.
—Has hecho que te apuñalara.
—Me curo rápido.
Lástima que yo no fuera a recuperarme tan deprisa del
impacto emocional de la leccioncita de aquel día. Me ceñí el
cinturón de la bata.
—Te odio.
—Puedo vivir con tu odio. —Se le contrajo un músculo de
la mandíbula—. Es mucho mejor usarlo a tu favor, en vez de
que me adores y sucumbas a la depravación de este mundo.
—¿Por qué la violencia? —Hablé en tono tranquilo—. No
tenías por qué desatar mi ira de esa forma.
—Te he ofrecido una salida. La venganza es un veneno, la
muerte lenta de uno mismo. Busca justicia. Busca la verdad.
Pero si eliges la venganza por encima de todo lo demás,
perderás más que tu alma.
—No puedes decir en serio que te preocupas por mi alma.
—No puedes extinguir tu dolor a través del odio. Dime, ¿te
sientes como te habías imaginado? ¿Derramar mi sangre ha
sanado tus heridas? ¿La balanza de la justicia por fin está
equilibrada o te has inclinado un poco más hacia algo que no
reconoces?
Apreté la mandíbula y lo fulminé con la mirada. Ambos
sabíamos que no me sentía mejor. En todo caso, me sentía
peor.
—Eso me parecía. —Giró sobre los talones y caminó hacia
la puerta—. Nos veremos aquí mañana por la noche.
—Nunca accedí a múltiples sesiones de entrenamiento.
—Tampoco estableciste parámetros durante nuestro trato. Te
sugiero que vengas preparada para la batalla o te encontrarás
de nuevo semidesnuda ante mí, de rodillas y suplicando. O
apuñalando. O ambas cosas.
Controlé mis emociones. Wrath se estaba comportando
como un grandísimo capullo, pero nunca era impulsivo.
—¿Mi visita a Envy tiene algo que ver con el momento que
has escogido para esta primera lección?
—No. —Wrath no se dio la vuelta, pero se detuvo antes de
abrir la puerta—. Ayer votaron para elegir al invitado de honor
para el Festín del Lobo.
Ahí estaba. Debía de haber esperado que apareciera alguien
más interesante para ocupar mi lugar.
—Sigues creyendo que me elegirán a mí.
—De eso tengo pocas dudas.
—¿Cuál era tu plan para esta noche? ¿Mostrarme lo
despiadado y lo poderoso que eres en realidad?
—Mis hermanos se sentirán más que felices de mostrarte lo
pecaminosos que pueden ser frente a una audiencia numerosa
y ansiosa. —Respiró hondo—. Si creías que Makaden era una
mala pieza, su comportamiento no es nada comparado con una
reunión organizada por mi familia. Tomarán lo que quieran
hasta que se aburran. Luego se desharán de las piezas rotas. Y
—añadió en voz baja—, si tan horrorizada te sientes por lo que
acaba de suceder aquí, cuando yo soy el único testigo, de
verdad que no tienes ni idea de lo que te espera.
—Deberías haberme advertido que empezaríamos a entrenar
esta noche.
—Mis hermanos no preguntarán. Tampoco te harán ninguna
advertencia.
—No soy la prometida de tus hermanos. Si quieres una
igual, te sugiero que me trates como tal. Es posible que
hayamos hecho un trato, pero eso no significa que no pudieras
prevenirme.
—El objetivo de esta lección era mostrarte lo vulnerable que
eres, no avergonzarte.
Observé las líneas tensas de su espalda. Los nudillos blancos
con los que aferraba el pomo de la puerta.
—No soy un héroe, Emilia. Tampoco soy un villano. A estas
alturas, ya deberías saberlo.
—Vete. Ya he oído suficientes excusas por una noche.
Durante un segundo, no se movió, y me preparé para lo que
fuera aquello que parecía estar debatiendo si decirme o no. Sin
otra palabra, salió de la habitación y la puerta se cerró detrás
de él.
Me quedé mirando la puerta unos instantes y aproveché para
recomponerme.
Me figuré que aquel entrenamiento era tanto en su beneficio
como en el mío. Si alguien lograra tenerme semidesnuda y
retorciéndome durante la fiesta (o algo peor), el general de la
guerra podría recordarle a su familia cómo había obtenido ese
honor militar. Y no me daba la impresión de que el camino a
ese título en particular hubiera estado libre de sangre
derramada por parte de Wrath.
Miré la daga que había usado para apuñalarlo, la hoja
cubierta con su sangre seca. No podía identificar la emoción
exacta que me inundaba en lugar del miedo, pero ya no sentía
náuseas. Sentía que podría escupir fuego. Y con mi habilidad
para invocarlo, podría ser capaz de hacer exactamente eso con
un poco de práctica. Que la diosa ayudara a los príncipes
demonios ahora.
Irrumpí en mi dormitorio y cerré la puerta con fuerza
suficiente para sacudir el cuadro enorme que colgaba cerca del
baño. De entre todos los trucos arrogantes, rencorosos y
desagradables, tenía que elegir aquel. Sí, yo había aceptado el
maldito trato, pero no sabía que era un contrato vinculante.
Sentí las mejillas encendidas de furia. Perder el control me
había desestabilizado más que cualquiera de sus trucos
demoníacos. Al entrar en esa sala de entrenamiento, él tenía un
plan y lo había ejecutado de forma impecable. Y yo había
estado a su merced. Ese. Ese era el núcleo de mi ira.
—Te dirigirás a mí como «maestro» de ahora en adelante —
me burlé, con mi mejor imitación de su voz—. Monstruo
odioso.
Entré en mi baño y empecé a frotarme la sangre de las
manos, sin dejar de hervir de ira en ningún momento. Si bien
no parecía particularmente complacido o engreído por sus
esfuerzos, eso no cambiaba el hecho de que había desatado su
poder sobre mí. Me sequé y marché alrededor de la habitación
en círculos, cabreada. Me sentía molesta con él por haber
demostrado su argumento, pero aún me sentía más furiosa
porque me hubiera dejado casi indefensa.
Dejando todo eso a un lado, tenía que admitir que era mucho
mejor estar sujeta a la influencia de Wrath que, por miserable
que fuera, al menos sabía que no llevaría las cosas demasiado
lejos. Podía hacer que me desnudara y rogara, o que clavara
una daga en su corazón, pero nunca se aprovecharía de verdad
ni provocaría que yo le hiciera daño a alguien más.
Me miré las manos, que ahora estaban limpias. Un
pensamiento inquietante se abrió paso en mi mente. Si un
príncipe demonio quisiera, bajo sus órdenes, yo sería capaz de
asesinar a alguien. Wrath me lo había demostrado esa noche.
Parte de mí quería apuñalarlo, pero nunca habría cruzado esa
línea por mi cuenta.
Pensé en Antonio, en cómo estaba claro que había actuado
bajo algún tipo de influencia. Si Wrath podía dominar otros
pecados con tanta facilidad y fuerza, era lógico que sus
hermanos también poseyeran el mismo talento.
Lo que significaba que cualquiera de ellos podría haber
estado manipulando a Antonio para que matara a las brujas. Su
odio ya estaba presente por cómo había muerto su querida
madre. No habría costado mucho sacar esa emoción a la
superficie, usarla en su contra.
Empujé fuera de mi mente los pensamientos y
preocupaciones sobre el asesino de mi hermana y la votación
del Festín del Lobo, fui hasta el armario y me puse un sencillo
vestido negro.
Miré hacia abajo cuando un destello de color blanquecino
asomó en la oscuridad, uno de los cráneos hechizados se había
deslizado de su escondite al sacar el vestido.
Solté un suspiro. Seguía necesitando resolver el misterio tras
las calaveras y averiguar si había sido Envy quien las había
enviado. Me entraron las dudas en cuanto a su participación en
todo aquello. Tenía poco sentido que me enviara los cráneos
en secreto solo para compartir información abiertamente
conmigo.
Me agaché para volver a cubrirlo con la bufanda cuando la
puerta exterior de mis dependencias se abrió con un crujido.
—Emilia, quería… —La mirada de Wrath recayó sobre el
cráneo encantado. Lo que fuera que hubiera estado a punto de
decir quedó olvidado de inmediato cuando cruzó la habitación
en un torbellino de negro, oro y furia. Sacó el cráneo de mi
armario de un tirón y se dio la vuelta, mirándome como si
apenas me conociera—. ¿Qué…?
—A menos que desees que te abofetee con un hechizo más
que desagradable, te sugiero que reconsideres tu tono. Ya no
estamos en tu sala de entrenamiento. No toleraré semejante
rudeza fuera de nuestras lecciones.
Inhaló profundamente. Luego exhaló. Repitió ambas
acciones. Dos veces. Con cada inhalación y exhalación, juraría
que la atmósfera se cargaba más y más. Se acumulaban nubes
de tormenta.
—¿Serías tan amable, mi señora, de explicarme cómo has
acabado en posesión de esto? Me gustaría mucho saberlo.
Noté que le palpitaba una vena en la garganta. Después de lo
que me había obligado a hacerle, sentí una perversa sensación
de júbilo al verlo tan enfadado.
—¿Qué haces aquí?
—Pedir disculpas. Respóndeme. Por favor.
—Alguien me lo mandó. Igual que el segundo cráneo.
—¿Segundo cráneo? —Habló entre dientes, como si se
estuviera forzando a mantener los modales corteses en contra
de la incredulidad que acaparaba sus rasgos—. Y, por favor,
dime, ¿dónde está ahora ese otro cráneo?
—En mi armario. Detrás de ese vestido tan ridículo con esa
falda enorme.
Sin pronunciar una sola palabra más, Wrath se metió con
tranquilidad dentro de mi armario y recuperó el objeto en
cuestión. Mantener la calma pareció requerir un esfuerzo
hercúleo por su parte.
—¿Se me permite preguntar cuándo llegó el primer cráneo?
—La noche en que Anir me trajo comida y vino.
—¿La primera noche que estuviste aquí? —Su voz aumentó
de volumen. Asentí, lo que al parecer provocó que rechinara
los dientes—. Y no pensaste que valía la pena compartir esta
información porque…
Mi sonrisa fue cualquier cosa menos dulce.
—No sabía que necesitaba informarte, alteza. ¿Hubieras
respondido a alguna de mis preguntas?
—Emilia…
—¿Qué hermano posee este tipo de magia? ¿Quién querría
burlarse de mí? Alguien debe de odiarme muchísimo.
Hechizaron las calaveras con la voz de mi hermana. Otro
precioso puñal directo a mi corazón. ¿Tienes alguna idea que
aportar?
Enarqué las cejas, a sabiendas de que no soltaría prenda.
Apretó los labios en una línea firme y no pude evitar la risa
oscura que brotó de mi garganta.
—Lo sospechaba. Aunque puedo prometerte una cosa, y es
que esta no será la última vez que decida limitarme a mi
propio consejo hasta que haya investigado a fondo por mi
cuenta. —Señalé la puerta—. Por favor, vete.
Entrecerró los ojos cuando lo despedí. Dudaba de que
alguien le hablara de esa forma alguna vez. Ya era hora de que
se acostumbrara.
—Respecto al entrenamiento de antes…
—Soy absolutamente capaz de comprender el valor de la
lección, sin importar lo terribles que sean tus métodos. Al
margen de nuestro trato, en el futuro, me preguntarás si quiero
entrenar. —Puse una cuidadosa expresión de indiferencia—. Si
no planeas compartir información conmigo, este interrogatorio
termina ahora. Vuelve a poner las calaveras en su sitio y sal de
aquí.
—Los cráneos se guardarán en algún lugar seguro.
—No me sirve tanta vaguedad. Sé específico.
—En mi habitación.
—Podré verlos cuando quiera. Y compartirás conmigo
cualquier información que descubras.
Me fulminó con la mirada.
—Si vamos a empezar con las exigencias, entonces, siempre
y cuando estés de acuerdo en cenar conmigo mañana, te
concederé tu petición.
—No puedo darte una respuesta esta noche.
—¿Y si insisto?
—Entonces debo declinar, alteza.
—Puedes escaquearte de la conversación esta noche.
Niégate a cenar conmigo. Pero hablaremos de todo esto.
Pronto.
—No, Wrath. Hablaremos de esto cuando ambos estemos
listos para hacerlo. —Lo vi asimilar mi declaración—.
Consentiré el entrenamiento y tu influencia solo en esa sala.
En el resto de los lugares, respetarás mis deseos.
—¿Y si no lo hago?
Negué con la cabeza, triste.
—Entiendo que tu reino es diferente, que tus hermanos son
diabólicos y confabuladores, pero no todas las declaraciones
son una amenaza. Al menos no entre nosotros. Hay algo que
debes saber: de aquí en adelante, si no respetas mis deseos, no
me quedaré. No es para castigarte, sino para protegerme a mí
misma. Perdonaré tu falta de decoro, juicio y decencia básica
si prometes aprender de este error. Sin embargo, compartirás
toda la información que obtengas sobre los cráneos, decida o
no cenar contigo. ¿Trato hecho?
Me miró, me miró de verdad, y al final asintió.
—Acepto tus términos.
Wrath recogió ambos cráneos y se detuvo cuando su mirada
aterrizó en mi mesita de noche. En el diario sobre la casa del
Orgullo.
—¿Cómo tenías pensado leerlo? Déjame adivinar —su voz
se volvió sospechosamente baja—. ¿Ibas a hacer un trato con
un demonio? ¿Ofrecer un pedazo de tu alma?
—Lo había considerado.
—Permíteme ahorrarte problemas. No está escrito en un
lenguaje demoníaco. Y ningún trato que hagas con nadie,
excepto conmigo, te dará las respuestas que buscas en
cualquiera de esos diarios. Lo único que tenías que hacer era
pedirlo y te lo habría dado. Robar era innecesario.
—Quizá. Pero ¿me habrías proporcionado una forma de
leerlo?
—No lo sé.
Salió de la habitación. Esperé hasta que escuché el clic de la
puerta al cerrarse antes de desplomarme contra la pared.
Conté las respiraciones, esperando hasta que estuve segura
de que no regresaría, y luego permití que las lágrimas brotaran
duras y rápidas. Me doblé sobre mí misma, los sollozos
sacudiéndome el cuerpo, consumiéndome. En cuestión de una
hora había estado sujeta a múltiples pecados y había apuñalado
a mi posible futuro esposo. Estaba claro que esa podría
definirse como una noche en el infierno.
Me incorporé de golpe, con el pecho agitado por el esfuerzo
de controlar mis emociones.
Me sequé la humedad de las mejillas y me prometí una vez
más que vencería a mis enemigos.
DIECINUEVE
Las flores cubiertas de hielo relucían como el cristal y las
ramas tintineaban como campanillas de invierno sobre mi cabeza mientras
paseaba por el jardín.
Hacía tanto frío que necesitaba guantes forrados de piel y una pesada capa
de terciopelo, pero la mañana en sí era encantadora. Tranquila. No había
tenido muchos días de esos en los últimos meses, y aquello parecía
decadente. Entrecerré los ojos para mirar a través del entramado de ramas.
En un buen número de árboles, las hojas se aferraban con obstinación a la
vida, congeladas hasta que el calor o la luz del sol las liberaran.
Todavía no había visto el sol entre tanta nieve y cielos nublados, por lo
que lo más probable era que pasara mucho tiempo antes de que llegara el
deshielo. Si acaso alguna vez sucedía. Recordé la forma en que Wrath se
había bañado en la luz del sol una tarde perezosa en el techo de su castillo
requisado. En ese entonces, había supuesto que añoraba las fosas ardientes
de su hogar infernal. Ahora sabía la verdad.
Racimos de flores (rosas, peonías y una con pétalos que parecían
diminutas lunas crecientes plateadas) adornaban secciones más anchas del
laberinto.
Paseé despacio por el camino interior, con los setos elevándose a ambos
lados, paredes vivas espolvoreadas con nieve. Los jardines de la casa de la
Ira eran otro impresionante ejemplo de su gusto refinado. Seguí el sendero
serpenteante hasta que llegué a un estanque reflectante cerca del centro.
En el agua había una estatua de mármol de una mujer desnuda: una corona
de estrellas en la cabeza, dos dagas curvas en las manos y una expresión de
furia helada. Parecía como si fuera a romper el tejido del universo con esos
desagradables cuchillos y no se arrepintiera en absoluto de sus acciones.
Una serpiente de gran tamaño, el doble de gruesa que mis brazos, se
enrollaba en su tobillo izquierdo, se deslizaba entre sus piernas aferrándose a
la pantorrilla y el muslo izquierdos y luego le rodeaba las caderas y la caja
torácica. Su gran cabeza cubría un pecho mientras su lengua se movía hacia
el otro, no como si estuviera a punto de lamerlo, sino como si estuviera
tapando la vista a los transeúntes curiosos.
Me acerqué, extasiada y un poco horrorizada. En realidad, el cuerpo de la
serpiente escondía la mayor parte de su anatomía privada. Como una suerte
de protectora malévola. Sus escamas habían sido talladas con el cuidado de
un experto, casi lograban engañar y hacer creer que en el pasado había sido
real y luego se había convertido en piedra.
Rodeé la gigantesca estatua. En el cabello, largo y ondulado, tenía
florecillas en forma de luna creciente talladas en los mechones sueltos.
Cerca de la parte inferior de la columna, le habían grabado en horizontal el
símbolo de una diosa. Extendí la mano para acariciar a la serpiente cuando
oí un gruñido bajo y agudo que salía de las profundidades de la tierra. Me
eché hacia atrás y choqué con una pared de carne cálida.
Antes de sentir miedo o de tener tiempo de reaccionar, un brazo con
músculos parecidos al acero serpenteó alrededor de mi cintura y tiró de mí
para acercarme más. Una daga afilada se me clavó en el costado. Me quedé
inmóvil, respirando tan superficialmente como me fue posible. El ataque
había terminado antes de que supiera lo que estaba pasando. Mi agresor se
inclinó hacia delante, su aliento cálido contra mi piel helada. Se me erizó el
vello de la nuca.
—Hola, ladronzuela.
Envy.
Empujé mi miedo hasta lo más profundo de mí, lejos de donde él pudiera
detectar lo mucho que me había afectado.
—Atacar a un miembro de la casa de la Ira es una tontería. Y venir aquí
sin una invitación es el doble de imprudente. Incluso para ti, alteza.
—Robarle a un príncipe se castiga con la muerte. —Su risa baja carecía de
cualquier rastro de humor—. Pero no estoy aquí por eso, bruja de las
sombras.
Dejó caer la daga y me soltó tan rápido que tropecé hacia delante. Cuadré
los hombros y lo encaré con una expresión fría y dura.
—Si has venido por el libro de hechizos, tu viaje ha sido en vano. Me
pertenece.
Mi intención era decir que pertenecía a las brujas, pero cuando las
palabras escaparon de mis labios, sentí que aquella era la verdad. Envy
parpadeó despacio.
—Audaz y descarada. Quizás hayas encontrado esas garras después de
todo. —Su mirada se deslizó sobre mí y luego sobre la estatua—. ¿Has
notado algo raro últimamente? ¿Algo extraño en tu magia, tal vez?
—No.
Esbozó una rápida sonrisa.
—Todos somos capaces de detectar las mentiras, Emilia. Permíteme ser
franco. Me robaste, pero yo también te he robado a ti. Ojo por ojo.
—No me han robado nada.
—Sobre el libro de hechizos pendía una maldición. Cualquiera que lo
sustraiga de mi colección perderá algo vital a cambio.
Un miedo helado corrió por mis venas. No había sido capaz de
sumergirme en la fuente de magia desde que había vuelto de su casa real.
—Mientes.
—¿Yo? Tal vez deberías lanzarme un hechizo de la verdad.
Envainó su daga y volvió a recorrerme lentamente con la mirada mientras
esperaba. Aunque sospechaba que sería inútil, me concentré en ese pozo de
magia, tratando de sumergirme en él y acceder a la suficiente magia para
echarlo (a él y a su expresión de suficiencia) de aquel círculo.
Solo encontré un muro increíblemente grueso donde una vez había sentido
a esa bestia dormida. Soltó un resoplido burlón, como si verme lo
disgustara.
—Eso me parecía. Ahora, querida, no eres más útil que un mortal.
Se dio la vuelta y comenzó a alejarse.
Marché tras él, echando humo.
—No tenías derecho a maldecirme.
—Y tú tenías aún menos derecho a robar. Diría que estamos en paz.
Pensé en mis planes para hechizar el vino en el Festín del Lobo.
Necesitaba recuperar mis poderes. Eso no era negociable.
—De acuerdo. Devolveré el libro. Espera aquí mientras voy a buscarlo.
Envy metió las manos en los bolsillos, considerando la oferta.
—Creo que este giro de los acontecimientos es mucho más interesante.
Quédate con el libro. Prefiero ver cómo se desmoronan tus planes.
—Estoy dispuesta a llegar a un acuerdo.
—Lástima que no pensaras en eso antes de robar. Podría haber estado
abierto a un acuerdo que nos beneficiara a ambos. ¿Ahora? Ahora disfrutaré
viendo cómo el destino sigue su curso.
Apreté los dientes para evitar maldecirlo o rogarle que lo reconsiderara.
Un débil gemido se elevó de nuevo desde las entrañas de la tierra. En un
instante, se me puso la piel de gallina por todo el cuerpo. Me giré para mirar
la estatua.
—Yo no mostraría demasiada curiosidad al respecto, mascota.
—Te he dicho que no me llamases…
Volví a girarme para enfrentarme de nuevo a Envy, solo para descubrir
que ya se había ido. Una voluta flotante de humo verde brillante y negro era
la única indicación de que había estado allí. Miré hacia atrás, a la estatua, y
escuché los lamentos de lo que fuera que estuviera siendo torturado debajo
de ella. Era un sonido triste, sin esperanza. El sonido de un corazón roto. Un
sonido que atravesó mi armadura emocional.
Me pregunté qué ser estaría tan condenado como para que Wrath lo
enterrara debajo de su retorcida casa en el inframundo, solo y desdichado.
Entonces me di cuenta de que debía de ser más horrible de lo que podía
siquiera imaginarme para recibir ese castigo. Wrath era la espada de la
justicia, rápido y brutal, sin emociones.
Pero no era cruel. Lo que fuera que estuviera emitiendo esos terribles
gemidos…
No quería toparme a solas con algo así sin magia. Me fui del jardín a toda
prisa, y los lamentos de sufrimiento siguieron resonando en mis oídos
mucho después de haberme deslizado entre las sábanas esa noche.
La idea de Fauna de una distracción no podría haber sido más adecuada para
mí. Me llevó medio a rastras por los pasillos reales, bajamos varios tramos
de escaleras, cruzamos el pasillo de los sirvientes y por fin irrumpimos en
una cocina bulliciosa. Me quedé allí plantada, absorbiendo las imágenes y
los sonidos.
El personal estaba preparando el menú para la cena y la cocina bullía de
vida.
Había varias mesas colocadas a lo largo de la sala, con grupos de
trabajadores asignados a diferentes tareas. Unos cortaban verduras, otros
trinchaban las carnes, otros amasaban masa para panes y galletas. Había
todavía más personas de pie frente a cacerolas y sartenes.
Las lágrimas amenazaron con brotar, pero las ahogué. De nada serviría
llorar por culpa del funcionamiento interno de la casa de la Ira.
El cocinero nos recorrió con la mirada y luego señaló una mesa cerca de
una pared llena de ventanas. Estaban abiertas, para dejar salir el calor del
fuego de los hornos.
—Puede usar cualquier cosa que desee, lady Emilia. Si no encuentra lo
que necesita, simplemente pregunte.
—Gracias.
—Agradézcaselo a su alteza. Nos ordenó que le proporcionáramos todo lo
que deseara.
—¿Eso hizo? —Fauna apenas ocultó su chillido mientras se adentraba
más en la cocina—. Qué increíblemente atento. ¿No estás de acuerdo, lady
Emilia?
—Por supuesto.
Miré a mi alrededor. No se parecía en nada a nuestro pequeño restaurante
familiar, era mucho más grande y amplio pero, aun así, me sentí como en
casa. En contra de mi buen juicio, me inundó una oleada de gratitud. Wrath
había adivinado que acabaría por bajar allí, al único lugar de aquel reino que
me resultaría familiar como ningún otro. Y le había dejado claro al personal
que tendría libertad para hacer lo que quisiera. Les estaba igual de
agradecida a ellos por darme la bienvenida a sus dominios.
Me volví hacia el jefe de cocina.
—Gracias por dejarme entrar en su cocina.
Él inclinó la cabeza y regresó para gritar órdenes a los cocineros de
primera línea.
La tensión de mis extremidades se derritió cuando abrí la fresquera y vi
una cesta llena de bayas. Al lado había un frasco de lo que sospeché que era
ricotta. Mi madre era la que mayor talento tenía para los postres en nuestra
familia, pero había aprendido lo suficiente como para hacer un pastel con las
bayas.
Reuní todo el menaje necesario y establecí mi zona de trabajo cerca de la
ventana gigante. En unos momentos ya tenía mezclada y preparada la masa
del pastel. Me apresuré a lavar las bayas y las coloqué sobre un trapo para
que se secaran, a la espera del azúcar con el que las rociaría. Puede que
también preparara unas natillas.
El sonido de metal contra metal atrajo mi atención. Al otro lado de la
ventana, Wrath y Anir iban de un lado a otro, sus espadas y dagas
entrechocando y produciendo el ruido de un trueno. No pude evitar
quedarme boquiabierta mientras cargaban el uno contra el otro, agitando sus
armas en el aire. Literalmente, saltaban chispas cada vez que sus armas
entraban en contacto.
Le dediqué a Fauna una mirada acusatoria.
—Ya veo que la cocina no era la única distracción que tenías en mente.
Su sonrisa era demasiado amplia para ser inocente. Saltó al alféizar de la
ventana, agarró un bolígrafo y un bloc de notas y fingió apuntar con mucho
interés mientras miraba por encima de las páginas y observaba a los dos
guerreros que simulaban una batalla. Blandían las espadas sobre sus
cabezas, sus poderosos cuerpos tensos por el esfuerzo del entrenamiento y
de levantar las pesadas armas.
—No tengo idea de lo que queréis decir, mi señora. No sabía que estarían
aquí.
—Se te da fatal mentir. —La observé mientras miraba a Anir con
adoración—. ¿Cuánto tiempo llevas enamorada de él?
Giró la cabeza y me miró a los ojos.
—¿Por qué crees que me preocupo por el mortal?
—Una mera suposición. —Hice un gesto con la cabeza a la zona de
postres que había montado—. No tengas miedo de recoger el rodillo y
ayudar. No muerde.
Ella se rio desde detrás de su libreta.
—Tal vez no, pero ¿has visto la forma en que el príncipe te está mirando?
Es con su mordedura con la que debes tener cuidado.
Enrollé la masa para la corteza con una concentración sin parangón,
haciendo todo lo que estaba en mi poder para no mirarlo. De todos los
lugares que había en todo el castillo, tenía que elegir ese momento para
entrenar, con armadura de cuero sin mangas, directamente ante las ventanas
de las cocinas.
Aunque supuse que Fauna era igual de culpable en lo que a aquel
inesperado encuentro se refería.
—Es un goloso —dije al darme cuenta de que ella seguía esperando una
respuesta—. Lo más probable es que esté mirando el pastel.
—No parece tener hambre solo del postre, mi señora. Ojalá Anir me
contemplara con tanto anhelo.
—Insinúate.
—Créeme, si diera alguna muestra de estar abierto a mis avances, me
abalanzaría sobre él sin dudarlo. Su alteza parece estar experimentando el
mismo dilema en este preciso instante.
Mi traicionera mirada se deslizó hacia la ventana. La luz de una antorcha
hacía brillar la pátina de sudor que Wrath se había ganado empuñando la
espada. Nuestras miradas chocaron al tiempo que el metal de su espada se
encontraba con el de Anir. Fauna tenía razón. Wrath parecía estar quemando
la magia de nuestro vínculo con el entrenamiento. Y estaba perdiendo la
batalla. No se molestó en ocultar su mirada.
Rápidamente, volví a enrollar la masa, usando más concentración de la
requerida.
No lograba olvidar la sensación de la daga deslizándose en su carne. Dejé
el rodillo a un lado y comencé con las natillas, obligando al crujido
silencioso del hueso a huir de mis pensamientos.
—Si me permites hablar con libertad, el favor que te ha concedido no es
precisamente pequeño.
—¿Qué favor?
—No insistir en que lleves el vínculo matrimonial hasta el final. Es lo
único de lo que habla todo el mundo.
Esperaba que el rubor en mis mejillas pasara por un efecto del calor de la
cocina. Fabuloso. Toda la corte estaba chismorreando sobre si nos
acostábamos o no.
—Lo que está claro es que en este reino os hace falta aprender la
diferencia entre elecciones y favores.
Se encogió de hombros.
—Algunos podrían argumentar que tú ya tomaste una decisión la noche en
que iniciaste el compromiso. En realidad, fue él quien no tuvo elección.
—Me cuesta creer que Wrath tolere que su corte discuta nuestros asuntos
personales.
—Tu posible futuro como la princesa de este círculo lo convierte en
asunto de todos.
—Yo…
—Nadie te culpa. Es solo que… tener un cogobernante otorga más poder a
la realeza. Nos protege de cualquier príncipe aburrido de otras casas. Esos a
los que les gusta causar problemas de vez en cuando. Los príncipes son
inmortales, y la mayoría de los demonios viven vidas extremadamente
largas, pero no para siempre. A la mayoría les preocupa que, si la corte entra
en guerra, nuestro príncipe no hará todo lo que pueda por el bien de nuestro
reino. Hay susurros de que puede estar debilitándose.
—Eso es ridículo —me burlé—. Es el príncipe más poderoso que he
conocido.
—No están poniendo en duda su poder, solo su corazón. Él podría
seducirte con bastante facilidad. Usar su influencia si fuera necesario. Y, sin
embargo, te está dando tiempo para que decidas por ti misma.
—Lo siento, pero tengo problemas para entender cómo es que os resulta
un concepto tan extraño. ¿De verdad creen los miembros de la corte que
debería obligarme a casarme con él? ¿O a que nos acostásemos en contra de
mi voluntad? En el mundo de los mortales, hay leyes contra ese acto
repugnante.
—No estaba hablando de violación, mi señora. Aquí esa práctica no es
tolerada, no sin que Wrath acabe con la vida de quien ose tomar a otro
contra su voluntad. —Fauna me miró—. No te sorprendas tanto. Puede que
los siete círculos estén gobernados por el pecado, pero hay algunos actos
demasiado depravados incluso para nuestro reino. El castigo por la violación
es la muerte. Impartida por la propia mano de Wrath. Te prometo que, si un
príncipe decidiera seducirte, especialmente el nuestro, elegirías meterte en
su cama por voluntad propia.
—¿Y la corte se pregunta por qué no está intentando tentarme?
—Entre otras cosas. —Se encogió de hombros cuando dejé de hacer las
natillas y se quedó mirando—. Considera esto: si un puño de su traje está
deshilachado, la corte empieza a hablar. Creen que, si un príncipe no puede
tener controlado algo tan simple como su ropa, no hay esperanzas de que se
preocupe por los que viven en este círculo.
—Deben de tener demasiado tiempo libre si cotillean sobre hilos sueltos.
—En realidad, nunca se trata de la ropa. Se trata del significado
subyacente, de por qué el príncipe no prestaría suficiente atención o no se
preocuparía por esos pequeños detalles.
Volví a pensar en lo ofendido que se había sentido Wrath con aquella
camisa vieja del mercado que le había dado. En su momento me había
parecido un arrogante que no estaba acostumbrado a usar la ropa campesina.
Ahora sabía que era debido a algo mucho más profundo: si alguien de aquel
reino lo hubiera visto, habría cuestionado su gobierno.
—Un gobernante distraído es peligroso, Emilia. Es señal de debilidad.
Hace que los habitantes de su casa se pregunten si deberían buscar nuevas
alianzas.
Y los príncipes del infierno codiciaban todo el poder. Wrath debía de
morirse de ganas de completar el vínculo. Pero estaba renunciando a la
seguridad de su casa, a ese poder adicional y a los rumores de la corte, todo
para que yo pudiera tener lo único que codiciaba por encima de todo:
capacidad de elección.
—Mencionó algo acerca de que también se requería una ceremonia. Si
nosotros —inhalé profundamente—, si…
—¿Hicierais el amor de forma dulce, apasionada y llena de lujuria? —me
ayudó Fauna con rostro inocente—. ¿Si os devorarais el uno al otro hasta las
primeras horas de la mañana? ¿Si gritarais el nombre del otro mientras él te
inclina hacia delante y…?
— … sí. Eso. Nuestro matrimonio no estaría completo hasta que también
se llevara a cabo la ceremonia, ¿correcto?
—Correcto.
Fauna sonrió como si hubiera estado al tanto de la dirección en la que
habían viajado mis pensamientos.
—Más allá de lo que haya ocurrido entre ambos en el pasado, no dudes de
él ahora. Debe de respetarte lo suficiente como para condenar a su propia
corte. No importa que sea durante un periodo fugaz.
Me fijé en que no había dicho nada acerca de que él se preocupara por mí
o me amara. Me pregunté si tener un marido que me respetara compensaría
la ausencia de las otras dos cosas. Tal vez mi sitio estuviera en la casa de la
Avaricia. No pensaba que fuera a conformarme con un matrimonio que no
contuviera las tres cosas.
Y lo que era más problemático aún… No estaba segura de cuándo había
empezado a considerar tomar a Wrath como esposo. Ya estaba en el
inframundo. Pronto conocería a todos los príncipes y tendría la oportunidad
de descubrir algunos de sus secretos. No necesitaba casarme. Y no
importaba cuáles pudieran ser mis sentimientos en aquellos momentos, no
abandonaría a mi familia por nadie. Mientras me concentrara en eso, todas
mis nociones románticas se desvanecerían.
Con suerte.
Bien entrada la noche, llegó una nota escrita del puño y letra de Wrath.
Consideré ignorar su petición o elegir un par de pantalones y una blusa
solo para demostrar que no mandaba sobre mí ni me poseía. Pero actuar por
despecho no era el camino que quería recorrer.
No importaba lo satisfactorio que hubiera sido ver el brillo de la
incredulidad en su exigente cara de demonio; al final, sus lecciones me
beneficiarían.
Y en aquel momento, estaba dispuesta a aprovechar todas las ventajas que
pudiera. El Festín del Lobo se acercaba a una velocidad alarmante, y estaría
preparada para enfrentarme a los demonios en su campo y a aplastarlos en
su propio juego. De la forma más elegante y traicionera imaginable.
Con un suspiro, arrojé la nota a las llamas y fui a vestirme para mi
entrenamiento con Wrath.
VEINTE
—En cuanto empieces a sentir la caricia de la
magia, debes agarrar con fuerza tus propias emociones y no
soltarlas. Gravitas hacia la ira de forma natural, de modo que
úsala al principio si es necesario.
Wrath daba vueltas a mi alrededor en la sala de armas, con
un brillo depredador en sus ojos mientras recorría mi vestido
con atención. Un cazador consumado acechando a su presa.
Poco sabía que él no era quien había tendido aquella trampa en
particular. Y que tampoco saldría victorioso.
Estaba claro que esa noche era más bestia que hombre, en
especial en lo que se refería a asuntos relacionados con la
batalla.
Con unos pantalones de cuero ceñidos y una armadura sin
mangas a juego que se abrochaba por delante, esa noche
parecía haberse transformado. Aquel no era el príncipe bien
educado que presidía una corte demoníaca. Aquella era una
criatura hecha para la pelea. Y el primer vistazo que obtenía yo
del guerrero con cicatrices de batalla, aparte de su
entrenamiento anterior con Anir.
Sus dientes relucieron en una pobre imitación de una
sonrisa, aumentando mis sospechas de que en aquel instante
era puro animal. Y de que le gustaba. Dejé que mi mirada lo
recorriera entero. Puede que a mí también.
—Lo sentirás como un susurro a través de tu piel. Lo
bastante sutil como para que sea apenas perceptible. Tu libre
albedrío es lo único que necesitas recordar. No sucumbirás
ante nadie si eliges no hacerlo.
El ambiente entre nosotros estaba cargado. Después de que
me hubiera obligado a apuñalarlo, nuestra relación no se
encontraba en un punto demasiado amistoso, y tampoco
estábamos totalmente consumidos por el odio. Dado que su
aspecto era el de la Guerra y el mío el de la Seducción, las
cosas podrían ponerse interesantes durante aquella lección.
—Entonces, lo que estás diciendo es que me concentre en mi
mente y en mi voluntad. O que me imagine matándote para
mantener el control sobre mis propias emociones. Eso debería
ser bastante fácil. —Sonreí—. Si esta noche domino la lección,
creo que deberías acceder a arrastrarte ante mí. De hecho, me
encantaría verte de rodillas, rogando.
Su mirada se desvió hacia mi corpiño.
La parte delantera estaba decorada con un conjunto de
diminutas cintas. No albergaba ilusiones en cuanto a lo que
había planeado para tal vestido, sobre todo si nuestro
entrenamiento iba a parecerse en algo a la última sesión. Sin
duda usaría su influencia demoníaca sobre mí para que
deshiciera todos y cada uno de los lazos. No me detendría
hasta estar de pie delante de él, vestida solo con la ropa
interior de encaje que llevaba debajo.
O tal vez, esos fueran mis propios deseos secretos aflorando.
Había elegido esa ropa interior en particular con sumo
cuidado.
—Es a Greed a quien le interesan las apuestas. A mí, no.
—Sin embargo, parece que tu orgullo recibirá una estocada
si gano. Por eso no te arrodillarás ante mí. Quizá no puedas
soportar la idea de rendirte ante alguien. Incluso aunque se
trate de tu posible futura esposa.
—No te equivoques, Emilia. Cuando me arrodille ante ti,
será para conquistar, no para rendirme. Si tienes alguna duda,
disfrutaré demostrándote lo equivocada que estás. Ahora
desabróchame la armadura.
En su declaración entremezcló una orden mágica.
Sentí la ligera sensación de hormigueo que había descrito
cuando su influencia demoníaca trató de tomar el control de
mis emociones para doblegarlas a la voluntad del príncipe
demonio. Había recorrido la mitad de la sala de armas antes de
librarme de su pecaminoso influjo. Una pequeña oleada de
emoción me recorrió entera. No necesitaba mi magia para
luchar contra él. Solo mi voluntad.
—Desabróchame la armadura, ahora. Luego lleva tu arma
hasta mi cinturón.
Esa vez, Wrath usó toda la fuerza de su poder. La magia me
acarició, me instó a seguir adelante. Desaté su armadura y la
deseché en cuestión de segundos.
Deslicé la mano bajo mi vestido y saqué la daga escondida
allí en un movimiento veloz. La hoja estaba ya en su cinturón
cuando me resistí.
Wrath apretó la boca en una línea firme.
—Estás distraída.
—Vete a saber por qué. —Fingí pensar en ello—. Tal vez
tenga algo que ver con la invitación que he recibido para el
Festín del Lobo. He oído que las fiestas de Gluttony son
legendarias por su libertinaje.
—La mayoría de las reuniones están cargadas de pecado y
vicio. Es lo habitual en este reino y el motivo de que estemos
entrenando. Pero eso no es lo que te preocupa.
—Pensé que iba a tener voto en la decisión de dónde
organizar la fiesta. —Jugueteé con la daga—. Yo no… No es
que arda en deseos de que llegue el momento.
—Para entonces, serás capaz de sentir cualquier
manipulación emocional. Y estarás preparada para liberarte de
su influencia en caso de que alguien se comporte de forma
inadecuada.
—Tampoco es eso.
Estudió mi rostro.
—No será agradable, pero no será lo peor que vivirás.
—Como siempre, tu habilidad para calmar los nervios es
excepcional. —Negué con la cabeza, luego me incliné para
volver a guardar la daga en la vaina de mi muslo—. Yo… no
es solo por el miedo que me van a arrancar.
—Mis hermanos no te harán daño.
—No sé bailar.
Enarcó las cejas.
—No te obligarán a bailar si no quieres.
No lo miré a los ojos. Bailar me daría la oportunidad de
pasar tiempo con cada uno de sus hermanos. Imaginé que
habría un poco de conversación involucrada, y no quería que
mi falta de refinamiento fuera un impedimento para mi misión.
Como ya no podía intentar hechizar el vino, bailar y tomar un
refrigerio después sería la oportunidad perfecta para conversar.
—Es probable que tengas razón. —Me obligué a sonreír—.
Es una tontería preocuparse por eso.
Wrath no respondió de inmediato. Ladeó la cabeza hacia un
lado, con los ojos entrecerrados.
—Bailaste en la hoguera la noche que te encontraste con
Lust. Estuviste magnífica entonces. No veo por qué ibas a
tener problemas con un vals.
Me encogí de hombros y devolví la atención a la mesa que
teníamos cerca. Sobre ella, había varias dagas extrañas
formando una hilera ordenada. Eran de color negro con una
larga hendidura en el centro de la empuñadura y la hoja.
—Cuchillos arrojadizos de veinte centímetros. —Wrath se
acercó a la mesa y seleccionó uno de los cuchillos—. Son de
acero macizo sin mango para dificultar el agarre y tienen más
peso en la parte delantera para que el lanzamiento sea más
preciso. ¿Te gustaría practicar?
Pasé un dedo por el frío metal.
—Sí.
—Sujétalo por el mango. Trabajaremos tu técnica de giro.
Lo sostuve por el mango y apunté a la diana de madera que
Wrath me indicó en el otro extremo de aquella zona de la sala
de armas. Voló por el aire, impactó a la izquierda del centro y
cayó al suelo. El príncipe demonio asintió y me entregó otro
cuchillo.
—La hoja no se ha clavado porque estás demasiado cerca.
—¿Cómo puedes saber eso?
—Cuando gira, si la cuchilla está inclinada hacia abajo al
caer, eso indica que debes dar un paso atrás. La mitad del arte
de lanzar cuchillos y hacer que alcancen el objetivo está
relacionado con el lugar desde el que lo lanzas.
Cambié de postura, luego repetí los pasos. Esa vez, el
cuchillo impactó a la derecha del círculo rojo y se quedó
clavado. Experimenté una intensa sensación de euforia.
Extendí la mano, esperando el siguiente cuchillo, y me
sorprendió sentir los dedos de Wrath envolviendo los míos en
vez de eso. Retorcí la mano, confundida.
—¿Qué…?
—Vamos a empezar una nueva lección. —Me acercó a él
con suavidad—. Ponme una mano en el hombro. Y agárrate un
poco a mí con esta. Bien. —Colocó nuestros cuerpos en
posición y luego se enderezó por completo—. Los pasos son
sencillos. Vamos a bailar dibujando una caja. Da un paso hacia
atrás apoyando la parte delantera del pie derecho y sigue con
el izquierdo. Mantenlos a unos treinta centímetros de distancia
mientras nos movemos.
—No podemos bailar aquí.
—Por supuesto que podemos.
Formábamos una extraña pareja. Sin su armadura, Wrath
llevaba el pecho desnudo y sus pantalones de cuero se
ajustaban a su forma, mientras yo vestía seda carmesí. A él no
parecía importarle. Actuaba como si también llevara el mejor
traje de noche.
El príncipe guerrero me guio lentamente paso a paso, con
una separación entre nosotros que equivalía al ancho de los
hombros, mientras nos deslizábamos hacia atrás, hacia los
lados y hacia delante en una interpretación libre de lo que era
una caja.
Observé nuestros pies, preocupada por pisoteárselos o
enredarme en sus piernas.
—Levanta la barbilla para que puedas mirarme a los ojos
con adoración. —Sonrió cuando fruncí el ceño—. Quiero que
te concentres en lo guapo que soy y en el talento que tengo
para bailar y matar, y te olvides de todo lo demás. Excepto de
lo mucho que ansías besarme.
No pude evitarlo, me reí.
—Eres incorregible.
—Quizá. —Bajó la voz hasta transformarla en un susurro
seductor mientras su mano se deslizaba hacia la parte baja de
mi espalda y me acercaba un poco más a él—. Pero ahora estás
bailando como una diosa.
Su calidez, su alabanza, el músculo duro bajo las yemas de
mis dedos… Todo ello me impulsaba a acercarme más a él.
Wrath colocó los labios contra mi oreja.
—Estás…
—¿Es que ahora esto es un maldito salón de baile? —Anir
estaba apoyado contra el marco de la puerta, de brazos
cruzados. Una sonrisa perezosa se extendió por su rostro
mientras pestañeaba—. ¿Enseñarás esta nueva técnica a todos
los soldados, alteza, o solo a los que somos atractivos?
Wrath apartó su mirada de mí, pero no cambió de posición
ni me soltó.
—Un buen luchador es experto en armas. Un gran luchador
es un hábil bailarín. Tal vez te nombre maestro de baile.
—Por emocionante que suene, traigo noticias. —Se impulsó
desde donde se había apoyado con aire desinteresado, su
expresión era seria de repente—. Es el mortal.
Wrath se puso tenso.
—¿Qué ha pasado?
La mirada de Anir se deslizó hacia mí.
—Ha preguntado por Emilia.
VEINTIUNO
Esperaba que las mazmorras de la casa de la Ira
fueran subterráneas. Una oscuridad interminable rota solo por
los escasos haces de luz de unas antorchas colocadas a lo largo
de unos inhóspitos pasillos. Piedras húmedas por la orina y
otros malos olores procedentes de los olvidados y los
condenados impregnaban la esencia misma del espacio. Gritos
de almas torturadas lo bastante abominables como para
encontrarse prisioneras en el infierno. Me había convencido a
mí misma de que los lamentos que había escuchado en los
jardines se originaban en las celdas.
La realidad era muy diferente.
Subimos una amplia escalera de piedra en el interior de una
torre; el aire era fresco y limpio, y la luz entraba a través de
una serie de ventanas arqueadas ubicadas en lo alto. Una
hermosa puerta de madera nos recibió en la cima. No había
guardias fuera. No había armas apuntando al asesino que
aguardaba, más allá de los pálidos muros de piedra, su
audiencia con el príncipe y la posible futura princesa de
aquella casa del pecado.
Le eché a Wrath una mirada incrédula.
—¿Lo has dejado desprotegido?
—La puerta está cerrada con magia. Y también se cierra
desde fuera. —Apoyó la palma de la mano sobre la madera y
esta se abrió—. Está hechizada para que se abra ante nosotros
dos.
Parpadeé muy despacio. Parecía haber perdido la capacidad
de hablar. O Wrath confiaba en mí más de lo que dejaba
entrever, o no me consideraba una amenaza. Era una tontería
por su parte subestimarme.
Entré en la habitación y me detuve.
Antonio estaba sentado en una lujosa silla de cuero, con un
libro apoyado en el regazo y una taza humeante de lo que
parecía ser té en una mesa baja junto a él. Tenía una manta
extendida sobre las piernas. Se alojaba en una alcoba con
vistas a las montañas nevadas del reino. Un río de ébano se
deslizaba por el terreno como una serpiente gigante. El paisaje
era impresionante, y la habitación era mucho mejor que su
dormitorio de la santa hermandad. Aquella celda era el colmo
de la comodidad.
No estaba segura de si había dejado de respirar.
Antonio levantó la mirada cuando llegamos, sus ojos
marrones eran cálidos y amistosos. El odio con el que me
había mirado en el pasado había desaparecido. El asco.
—Emilia. Has venido.
Una abrumadora oleada de ira se apoderó de mí al ver su
sonrisa. Al oír el tono suave de su voz. Allí estaba la espada
humana que había matado a mi gemela, pasando el rato con un
libro y una bebida caliente. Como si estuviera tomándose un
agradable respiro de la santa hermandad en lugar de estar
sufriendo por sus crímenes. Wrath había sido inteligente,
después de todo, al ocultarme su ubicación.
Ya había recorrido la mitad de la habitación cuando los
brazos de Wrath me rodearon la cintura y me levantaron por
los aires. El contacto hizo poco para calmar el fuego en mis
venas.
Pataleé, intentando asestar un golpe al despreciable humano.
—¡Suéltame de una vez! ¡Voy a matarlo!
Wrath me sostuvo contra su cuerpo sin cuartel. Me enfrenté
a él, salvaje, con una furia que escalaba más allá del control o
de la razón. En el fondo de mi mente, sabía que mi reacción
era exagerada, pero había perdido la capacidad de ser
razonable.
Lo veía todo rojo.
El rojo de la ira y el tono carmesí de la sangre de mi gemela,
formando charcos en el duro suelo. Mancharme las manos al
resbalar con ella y perder cualquier sensación de paz que me
quedara. Ahora sería yo la que se lo arrebataría todo hasta que
no le quedara nada. Hasta que se enfrentara al mismo destino
que Vittoria. Le arrancaría su corazón maldito del pecho con
los dientes, si fuera necesario.
Antonio dejó caer el libro y se hundió en la silla, con los
ojos muy abiertos. Lo único que se interponía entre él y un
ataque feroz era el demonio. Había cierta ironía en aquello.
—¿Recuerdas lo que te he dicho sobre tu ira, mi señora?
La voz baja del príncipe tenía un toque burlón que apagó el
infierno ardiente que era mi ira. Las ganas de resistirme
abandonaron mi cuerpo, solo para ser reemplazadas por un
tipo diferente de tensión.
Sin dejarme ir, Wrath nos llevó hasta el pasillo y cerró la
puerta de una patada detrás de nosotros. Con cuidado, me dejó
de pie en el suelo, con la espalda contra la piedra fría, y sus
brazos colocados a cada lado de mi cuerpo como quien no
quiere la cosa.
Un destello de diversión brilló en sus ojos cuando lo fulminé
con la mirada.
—Domina tu temperamento o ya volveremos a intentarlo
mañana.
—Esto era una prueba.
—Y tu fracaso ha sido estrepitoso.
Tal como él había supuesto. Respiré hondo por la nariz,
luego exhalé por la boca. Tal como había hecho él la noche
que habíamos discutido por las calaveras encantadas. Repetí el
ejercicio dos veces más antes de que mis emociones se
calmaran.
—Ya estoy tranquila.
La comisura de su boca se curvó hacia arriba.
—Me parece fascinante que sigas mintiéndome a la cara
cuando sabes muy bien que puedo detectar la falsedad. La
rabia propicia estrategias de batalla que acaban en desastre. Si
no puedes controlar tu furia, corres el riesgo de salir herida.
—De acuerdo. Ya estoy más tranquila. Aunque no por
mucho tiempo si no dejas de darme con un palo.
—Eso crea bastantes imágenes mentales.
Y tal como él pretendía, de repente ya no estaba pensando
en matar, en mi enfado o en la rabia que sentía. En mi cuerpo
latía un nuevo pulso que poco tenía que ver con mi corazón.
Mi mirada recayó en sus labios traviesos, me fijé en la
tentadora curva que describían. Wrath no había usado ni un
gramo de magia o influencia. Aquel estado de lujuria me
pertenecía solo a mí. Y a aquel reino y nuestro incitante
vínculo matrimonial.
O tal vez él no fuera el único cuya ira se convertía
rápidamente en pasión.
Puede que también fuera un afrodisíaco para mí.
—Eres de lo más inapropiado.
—Mentira. —Wrath se movió despacio y pegó su cuerpo al
mío. El contacto físico fue una distracción más que bienvenida
de la ira que todavía hervía a fuego lento en mi interior. Me
concentré en el demonio, en aquel calor que no se originaba en
la furia—. Soy tu prometido. Y una encarnación viva del
pecado, como me llamaste una vez. Es de esperar una cierta
cantidad de comportamiento inapropiado. En especial cuando
la futura princesa de la casa de la Ira es tan atractiva.
—Eres un bárbaro. Acabo de intentar asesinar a un hombre.
—Precisamente por eso. —Me presionó la mejilla con sus
labios—. ¿Estás lista para volver a intentarlo?
—¿Para volver a intentar asesinarlo?
—Yo te sugeriría una conversación, pero eres libre, como
siempre, de elegir tu camino.
—Entonces, asesinato, o al menos una buena paliza.
—Inténtalo. —Esa única palabra estaba impregnada de
desafío—. Acabaremos aquí otra vez.
Como si eso fuera a disuadirme.
—¿Confías en mí?
—Es más importante que confíes en ti misma. —Se apartó
de la pared—. Solo tú puedes decidir cómo seguir adelante.
¿Qué te gustaría hacer?
Una pregunta peligrosa. Quería rajar al asesino por la mitad,
desde la tripa a la garganta, y observar cómo sus entrañas,
apestosas y humeantes, caían al suelo. Esa respuesta no haría
que volviera a entrar. Y sin importar cómo me hubiera sentido
momentos antes, no quería convertirme en alguien a quien yo
misma no pudiera respetar. Asesinar a un hombre, incluso a
uno que había matado violentamente a mi gemela, solo me
pondría a su nivel. Por eso Wrath me había hecho clavarle la
daga la noche anterior.
Sabía cómo me sentía al herir a alguien. No me mancharía
las manos de sangre. Ese día.
Wrath esperó en silencio, dándome tiempo y espacio para
decidir mi próximo movimiento. Su expresión era la más
amable posible, sin emitir ningún juicio. No veía ningún
indicio de lo que estaba pensando.
Roté los hombros para liberar la tensión.
—Estoy lista para interrogarlo sobre mi hermana.