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Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta y uno
Capítulo Treinta y dos
Capítulo Treinta y tres
Capítulo Treinta y cuatro
Capítulo Treinta y cinco
Capítulo Treinta y seis
Capítulo Treinta y siete
Capítulo Treinta y ocho
Capítulo Treinta y nueve
Capítulo Cuarenta
Capítulo Treinta y seis
Capítulo Treinta y siete
Capítulo Treinta y ocho
Capítulo Treinta y nueve
Capítulo Cuarenta
Capítulo Cuarenta y uno
Capítulo Cuarenta y dos
Epílogo
S abía que volver sin previo aviso no sería fácil, pero nunca podría haber
imaginado las miradas de mi equipo cuando llegué a calentar antes del
partido.
Shelly estaba al frente y al centro dirigiendo a las tropas. Sabía que
tomaría el mando, ya que como mi ayudante de capitana siempre estuvo
hambrienta de poder. Probablemente estaba gritando órdenes antes de que
yo saliera de la ciudad.
Todos los ojos me miraban de arriba a abajo, con los labios fruncidos
por el disgusto de que me atreviera a aparecer vestida con mi uniforme y
esperando unirme a ellas.
Este era mi escuadrón. ¿Y qué si me fui? Nunca renuncié, nunca le
entregué oficialmente el mando a Shelly, solo tuve un... descanso.
Me permitieron animar el partido, aunque ninguna de ellas me quería
allí. Eso estaba bastante claro simplemente por las miradas, no obstante,
estaba claro que habían puesto mucho empeño en volver a coreografiar mis
rutinas para que yo no existiera. Era vergonzoso, solo podía esperar que la
gente estuviera demasiado entusiasmada con el partido como para darse
cuenta de que yo parecía un cachorro perdido mientras todo el escuadrón
parecía ser experto.
Estaba fuera de práctica, lo sabía, era aún más horrible de lo que
esperaba.
Los ojos del equipo se clavaron en mí cuando cada uno notó mi
aparición repentina. Unos cuantos recorrieron mi cuerpo con esa mirada que
hace que se me erice la piel del asco. Sé por qué lo hacen. Es culpa mía. Sé
cómo he actuado. Lo que les hice pensar a todos de mí.
Fue una estupidez. Soy una estúpida.
Una vez que la multitud comienza a dispersarse y el escuadrón termina
su rutina. Shelly voltea hacia mí, lo que era mi grupo leal de chicas,
apoyándola como un ejército.
—Ya puedes irte. Nadie te quiere aquí. —Me mira de arriba a abajo
como lo haría con uno de los nerds de los que nos burlábamos juntas y un
nudo del tamaño del balón que los chicos estaban lanzando me sube a la
garganta.
—Pero...
—No. Perdiste cualquier derecho a este equipo cuando empezaste a
drogar a nuestros jugadores —escupe Shelly, con las manos en las caderas
—. No eres nada aquí. Tú. No. Eres. Bienvenida.
Ella asiente con la cabeza al escuadrón e inmediatamente la siguen.
Todas pasan por delante de mí. Ni una sola me mira mientras se dirigen
hacia el lugar de donde saldrá el equipo. Un par de ellas incluso llegan a
golpear sus hombros contra los míos, para que quede claro.
—¡Mierda! —grito una vez que se alejan de mí. Las lágrimas me
queman los ojos, pero me niego a llorar. Soy más fuerte que esto.
No me van a doblegar.
Puede que piensen que me han destronado, sin embargo, tienen que
darse cuenta de que mi corona no irá a ninguna parte, actualmente solo está
un poco torcida.
Aspirando una gran bocanada de aire, enderezo mi uniforme. Antes me
quedaba como una segunda piel, ahora... estoy deseando quitármelo y
ponerme algo más cómodo. Eso es algo que nunca pensé que diría.
Sigo el camino que tomó el escuadrón cuando se marcharon hace unos
minutos. Puede que tuviera miedo de verlas, aunque su reacción era
predecible. Hay alguien más cuya opinión sobre mi regreso está un poco
más en el aire.
Sé que me vio. Sentí sus ojos clavados en mí cuando debería haber
estado concentrado en el juego. Fue una de las razones por las que estuve a
punto de no venir. No quería quitarle a nadie la concentración para ganar
esto para nosotros, pero igualmente quería formar parte de ello. He
trabajado incansablemente durante años por este escuadrón y apoyando a
nuestro equipo, yo también quería vivirlo. ¿Egoísta? Sí, probablemente
después de todo lo que he hecho, no obstante, sigo siendo un estudiante de
último año en esta escuela. Yo también quiero estos recuerdos.
La multitud ya es enorme junto a las puertas por las que saldrá el
equipo, así que me lleva un buen rato abrirme paso. También consigo
arrastrar hacia mí la atención de algunos estudiantes más, que claramente
no estaban viendo al equipo de porristas durante el partido. Los ojos se
abren de par en par y las barbillas caen ante mi presencia, pero los ignoro.
Todos me conocen como una puta impasible, así que esa es la máscara que
me pondré y les daré lo que esperan.
Me paro en el borde de la multitud, donde puedo ver salir a los chicos y,
con suerte, captar la atención del que quiero. El estómago se me revuelve de
los nervios mientras espero. La excitación que me rodea aumenta a medida
que pasan los minutos. Nada podría haberme preparado para la erupción de
ruido cuando la puerta se abre por primera vez.
Salen algunos de los chicos y la multitud enloquece, envolviéndolos en
la masa de cuerpos. El nivel de ruido no hace más que aumentar cuando
aparece el capitán con sus chicos a su lado. La amplia sonrisa en la cara de
Jake hace que algo se retuerza en mi estómago. Pero ya no son celos
mientras busca a Amalie entre la multitud. Durante muchos, muchos años,
pensé que Jake era todo para mí. Es decir, el capitán del equipo de fútbol
americano y la capitana del equipo de animadoras están destinados a serlo,
¿no? No, aparentemente no. Eso no me impidió pasar la mayor parte de los
últimos años siguiéndolo como un cachorro perdido mientras intentaba
hacer cualquier cosa para llamar su atención. Funcionó... una vez. Le
entregué mi virginidad una noche en la que él había bebido demasiado.
Creo que ni siquiera se dio cuenta de que fue mi primera vez... o de que era
yo a quien se estaba cogiendo, para ser sincera.
Se me escapa un suspiro al pensar en aquella noche. Solo pasaron unas
semanas antes de que llegara Amalie y me lo quitara. No es que él me haya
demostrado que había algo entre nosotros, aparte de esa noche.
Estaba destrozada. Hasta ese momento solo habían dos chicos que
realmente quise y, aunque el primero me considera una hermana pequeña, el
segundo había utilizado mi cuerpo y seguía sin quererme.
¿Realmente soy tan difícil de amar?
Aparece Zayn, seguido rápidamente por el que yo quiero.
El estómago me da un vuelco al ver su cabello rubio desgreñado, aún
húmedo por la ducha, y su camiseta de los Bears limpia y pegada a su
pecho fornido.
Mi mente me lleva a la única vez que me acerqué a ese pecho. Recuerdo
vívidamente el aspecto de mis manos cuando las apreté contra sus
pectorales para agarrarme.
Calor invade mis venas al revivir aquella fatídica noche.
Él da dos pasos fuera del edificio y se me revuelve el estómago
pensando que va a salir directamente y no me verá. Tomando el asunto en
mis manos, estiro mi mano y le agarro la muñeca. Se queda quieto por un
momento y me da pánico que esté a punto de soltarse antes de reconocerme.
Mantiene la mirada en el suelo durante mucho tiempo. Empiezo a
pensar que se va a negar a mirarme cuando levanta la cabeza.
Jadeo cuando sus ojos verdes se cruzan con los míos. Aunque no son
como los recuerdo. No son suaves y amables. Son duros y furiosos, con
razón. Me duele el corazón al mirarlos. ¿Se ha ido el chico que anhelaba?
Se me eriza la piel mientras nuestras miradas se sostienen. Pero cuanto
más dura, más oscura se vuelve y el cosquilleo de excitación que sentí al
principio da paso a otro tipo de emoción. Miedo. Miedo a que rompa
nuestra conexión y se aleje de mí, como hice yo aquella noche. Supongo
que es lo que me merezco. No. Es lo que me merezco.
Se acerca a mí, y mi esperanza aumenta. Puede que esté enfadado, pero
al menos va a reconocerme. En el momento en que apartó la mirada la
primera vez que nuestros ojos se encontraron cuando estaba jugando, me
dolió. Me dolió mucho. Es la única persona que necesito a mi lado ahora
mismo. Solo tengo que averiguar cómo voy a hacer que eso ocurra, porque
este momento, parece que apenas se está conteniendo de mandarme de
vuelta al lugar de donde acabo de salir.
En el momento en que está frente a mí, me rodea la muñeca con la
mano y me lleva de vuelta a las sombras, lejos de las miradas indiscretas.
Oh, genial, le da vergüenza hablar conmigo. Buen comienzo.
Pongo los ojos en blanco y permito que me arrastre hasta donde quiere.
—¿Qué carajos haces aquí, Chelsea?
—Esperándote. —Mi voz es tan enfermizamente dulce que lastima mis
propios oídos y me hace dar un respingo.
—¿Realmente pensaste que era la mejor idea? Nadie te quiere aquí.
Mi corazón se desploma ante la verdad de sus palabras.
—¿Incluso tú?
Me mira fijamente, con la mandíbula desencajada mientras le rechinan
los dientes, antes de soltar un suspiro.
—Chels.
—No —le digo molesta—. No me digas Chels. Dime cómo es. Dime
cómo te sientes de verdad.
—No deberías haber venido esta noche. Si hubiéramos perdido, habría
sido tu culpa.
—Sin embargo, no fue así, ¿verdad, campeón? —Doy un paso adelante
y paso mis manos por su pecho, desesperada por saber si esa conexión sigue
existiendo entre nosotros.
Antes de que tenga la oportunidad de sentirlo, mis manos son apartadas
bruscamente.
—Aquí no. Esta noche no.
Sus ojos se fijan en los míos, su advertencia es clara y contundente.
Abro la boca para decir algo más, pero se aparta antes de que las
palabras salgan de mis labios.
Sus ojos descienden por todo mi cuerpo, un poco de calor se cuela en
ellos y aleja la ira.
Lo recuerda tan bien como yo.
—Ve a buscar a un miembro del equipo más dispuesto. Todos quieren
celebrar esta noche, y estoy seguro de que estarán más que contentos de
ponerte de rodillas.
Mi barbilla baja. No me sorprende la sugerencia, es el hecho de que las
palabras salgan de su boca lo que me sorprende.
Siempre ha sido el amable, siempre lo he pensado como el débil. Tal
vez no sepa todo lo que hay que saber sobre el miembro más callado del
equipo.
No puedo decir más porque cuando vuelvo en mí, ya no está. Tragado
por la multitud que se alegra de celebrar con sus campeones.
Me quedo donde estoy, observando la alegría de la que debería ser parte,
con el corazón encogido.
Al poco tiempo, todo el mundo comienza a dispersarse. Las
celebraciones de esta noche tendrán lugar en la casa de los Dunn. No hemos
tenido una fiesta adecuada allí, que yo sepa, desde los dieciocho años de
Shane, pero conociendo a su padre, no me sorprende que quiera encargarse
de esta noche.
Mamá es amiga de Maddie, la madre de Shane, desde antes de que yo
llegara a la ciudad. Todo lo que ocurre bajo ese techo está relacionado con
el fútbol americano o, de alguna manera, es un recordatorio del éxito de
Brett y del futuro que quiere para todos sus hijos. Mamá siempre bromea
sobre cómo habría sido si hubieran tenido tres chicas a las que no les
interesara en absoluto el fútbol americano. La verdad es que no vale la pena
pensar en ello.
Espero a que la zona esté despejada antes de salir de las sombras.
Después de lo que Shane acaba de hacer conmigo, no quiero la ira de nadie
más.
Tenía la esperanza de que fuera amable, de que tal vez comprendiera de
alguna manera que necesitaba hacer esto, que necesitaba un tiempo lejos y
que tenía que estar aquí para esto.
Sé que es una locura pedirle eso. No tiene idea de nada, bueno, aparte
de lo básico.
La amistad de mamá con Maddie y Kelly, la madre de Ethan, significa
que saben algunas cosas sobre mi vida, algo de la oscuridad de la que mis
padres me rescataron.
Solo porque sentí que teníamos algún tipo de conexión esa noche, que
cuando me mira, puede ver más profundamente que los demás, no significa
que sepa nada de la mierda que me persigue y por qué hago las cosas que
hago.
Me ve igual que todos. Soy desechable para él. Solo una zorra para usar
y abusar cuando sea el momento adecuado.
Pensé que él era diferente.
Con un suspiro, salgo y encuentro a unos cuantos estudiantes y sus
familias merodeando junto a sus autos, pero nadie me presta atención.
Me miro a mí misma. Nunca me he sentido más fuera de lugar o
incómoda, aunque igualmente, nunca he sido de las que hacen cosas para
darme una vida fácil.
Subo a mi auto y arranco el motor. El estruendo me recorre y no puedo
evitar sentirme un poco mejor. No he conducido desde que salí de este lugar
y, de repente, volver a tener esta libertad me llena de emoción.
Podría conducir y seguir adelante. Podría dejar atrás Rosewood para
siempre. ¿Alguien, además de mis padres, me echaría de menos? Lo dudo
mucho.
Podría establecer mi propia vida y embarcarme en un nuevo futuro.
Apoyo la cabeza hacia atrás y exhalo un largo suspiro.
Realmente no importa si me quedo aquí o si me voy de la ciudad. La
vida va a ser irreconocible para mí, parece, y no veo que vaya a ser más
fácil en un futuro cercano.
Debería conducir a casa, prepararme un chocolate caliente y meterme en
mi cama con la esperanza de no tener que salir nunca más. Sin embargo,
cuando salgo del estacionamiento del estadio, no me dirijo a casa. Giro en
la misma dirección que casi todos los demás rumbo a la casa de los Dunn.
Para qué esconderme, mejor me arranco la curita en una noche, ¿no?
Como soy una de los últimos en llegar, no puedo estacionarme cerca de
su casa. La residencia Dunn no es ajena a una fiesta. Diablos, es donde
aprendí que podía beber más que la mayoría de los chicos y que si los toco
de la manera correcta, entonces serán como arcilla en mis manos.
«Dios, sueno igual que la mujer que me dio a luz».
Un escalofrío aleccionador me recorre la espalda al pensarlo. Supongo
que es cierto lo que dicen, de tal palo tal astilla.
Me dije que nunca sería como ella. Nunca me reduciría a las cosas que
ella hacía. Era demasiado joven para saber qué era lo que realmente hacía
en ese momento, pero lo intuía. Y a medida que he ido creciendo, se ha
hecho más y más clara la razón por la que solía llevar a todos los tipos al
azar a su dormitorio y estar malditamente drogada cuando finalmente se
iban.
Se me revuelve el estómago cuando pienso en aquel remolque. Todavía
recuerdo el olor como si fuera ayer.
Jadeo cuando los recuerdos se vuelven demasiado. Llevo más de diez
años con mis padres, pero esa vida sigue tan vívida como el día en que me
mudé aquí.
Detengo mi auto a un millón de kilómetros de la casa de los Dunn, abro
la puerta de golpe y salgo. Jalo mi uniforme en un intento de sentirme como
antes en él, aunque es inútil. Me temo que ya no pertenezco en él, y no
tengo ni idea de lo que eso significa para mí. Ser la capitana era lo que yo
era. Sin eso, solo soy una chica perdida que parece no tener control sobre su
vida, a pesar de ser ella quien hizo todo lo necesario para que explotara en
primer lugar.
Luca y Leon, los hermanos de Shane, han organizado algunas fiestas
masivas a lo largo de los años. Pero supongo que nunca ganaron el
campeonato estatal cuando ambos jugaban para los Bears, porque nunca he
visto nada de esta magnitud.
«Me pregunto cuánto habrá pagado el Sr. Dunn a los vecinos para que
ignoren esto esta noche».
Autos estorban su usualmente tranquila calle, hay gente por todas
partes, algunos moviéndose para asistir a la fiesta, otros simplemente
observando la conmoción y probablemente preguntándose qué demonios
está pasando.
Al doblar la última esquina, tengo que zigzaguear entre los autos para
acercarme a la casa.
—¡Dios! —murmuro cuando encuentro una furgoneta de la prensa y un
montón de periodistas amontonados en el patio delantero. No me sorprende
encontrar a Brett al frente y al centro de la atención. Vive para la fama.
A medida que me acerco, encuentro a los gemelos con grandes sonrisas
de orgullo en sus rostros y con los brazos echados alrededor de un Shane de
aspecto muy renuente.
Esta es su idea del infierno, no necesito ver la expresión de dolor en su
rostro para saberlo. Ha hecho todo lo posible para mantenerse alejado de los
reflectores durante años. Esto es cosa de su padre y sus hermanos, no de él.
Brett charla a pesar de que las preguntas probablemente se refieran al
partido de esta noche.
Me mantengo a un lado, escondida entre los arbustos mientras Brett
sigue acaparando la atención hasta que otras cuatro personas se unen a
ellos. La prensa se aparta inmediatamente del padre de Shane, hambriento
de fama, y se dirige a Jake y Mason, que tienen a sus chicas bien sujetas a
su lado.
La punzada de celos que sentí antes me golpea. Quiero que alguien me
abrace así de fuerte. Solo una vez. ¿Es demasiado pedir?
Jake y Mason responden a las preguntas, pero no parecen estar del todo
cómodos. Necesitan a Ethan. A él le encanta este tipo de atención de los
medios.
Es raro no verlos a los tres juntos.
Me arrepiento de no haber respondido a los mensajes que me ha
enviado en las últimas semanas. Sé que Kelly se ha ido y fue egoísta de mi
parte no preguntar al menos cómo estaba conllevando todo. Tengo que
recordar que mientras mi vida se desmorona, la de otros también.
En algún momento, Shane se las arregla para escabullirse porque
cuando salgo de mis pensamientos, no lo veo por ninguna parte.
Tomando eso como mi señal para entrar también, paso alrededor del
árbol y camino por la parte trasera de la casa.
Hay gente por todas partes. La mayoría de ellos no los reconozco como
estudiantes de Rosewood.
Mientras me dirijo a la cocina, recibo muchas miradas enojadas.
Mantengo la cabeza alta y sonrío en respuesta.
Sí, he cometido errores. Muchos. Pero me niego a acobardarme ante
esta gente que de repente parece creerse mejor que yo.
Me busco un refresco en la cocina y le doy un sorbo mientras miro
alrededor de la habitación.
Todos charlan y ríen como si no les importara nada.
—Espero que te hayas echado unas cuantas de tus pastillas en tu vaso
—dice molesta Shelly, parándose frente a mí.
Victoria y Krissy están detrás de ella. Las tres tienen las manos en la
cintura y miradas feroces en sus rostros.
—Es curioso —incita Krissy, rompiendo la tensión entre todas nosotras
—. Creí que habíamos dejado claro que no eras bienvenida aquí.
Me alejo del mostrador y me pongo en el espacio de Shelly.
—Ah, sí. Y probablemente deberías recordar quién te consiguió tu
puesto en el equipo, —le escupo a Krissy. Ella no era nada antes de hacer la
prueba. Yo la convertí en lo que es hoy. Yo fui quien le permitió asistir a
este tipo de fiestas y juntarse con el equipo de fútbol americano.
—Krissy se merece su lugar en el equipo. Mucho más que tú ahora
mismo —rebate Shelly, hablando por Krissy, que echa humo detrás de ella.
—Señoritas, señoritas, señoritas. Guarden las garras, ¿sí? —expone
Zayn, deslizándose a mi lado y rodeando mi hombro con su brazo y
haciéndome estremecer. Sé que es culpa mía que los chicos se crean dueños
de mi cuerpo, que tienen derecho a tocarlo, pero realmente no lo tienen. Ya
no—. Estoy seguro de que Chelsea tiene una razón para estar aquí que no
implica drogarnos a todos.
—¡Vete a la mierda! —estallo, empujando su brazo de mí y alejándome
de ellos.
—Aquí tienes, Chelsea. Te preparé una bebida. Es un cóctel especial,
especialmente para ti. —Una sonrisa malvada se forma en los labios de
Zayn mientras me ofrece un vaso—. Anda, bébelo. A ver si te gusta.
Nos quedamos de pie, con la mirada fija. Él retándome a que lo tome y
yo rogándole que no me obligue.
—¡No! —grito, sin apartar mis ojos de los suyos.
—¿Qué pasa, Chelsea? ¿Eres demasiado buena para beber tu propio
veneno? —Él levanta una ceja.
—No voy a beber eso. —Se me revuelve el estómago solo de pensarlo.
—Demuéstranos que estás arrepentida, que perteneces a este lugar.
Vamos, la Chelsea que yo conocía nunca rechazaba una bebida.
Empezaremos a pensar que hay algo malo contigo.
Mi corazón late muy fuerte y me tiemblan las manos. No puedo dejar
que estos imbéciles vean debajo de mi máscara. Odio hacerlo, pero sé que
no hay otra forma de salir de esto.
Miro fijamente a Zayn un poco más, realmente lo estudio. No es un tipo
malo. No se esfuerza por hacerle daño a la gente, especialmente a las
chicas. Realmente dudo que le haya echado algo a esa bebida.
Supongo que estoy a punto de averiguarlo.
—Bien —le digo molesta, tomando la bebida y tragándola de un tirón.
Los ojos de las chicas se abren de par en par mientras Zayn sigue
mirándome.
La dulzura explota en mi lengua en el momento en que el líquido la toca
y al instante sé que solo es jugo de frutas. Sin embargo, aún está por ver si
hay alguna droga en él.
Me siento débil por hacerlo. No debería doblegarme ante ellos. Tengo
que ser fuerte. Concentrarme en lo que quiero y en el motivo por el que
estoy aquí.
Vuelvo a mirar a Zayn y sostengo su mirada oscura. Suele ser el
bromista, aunque ahora sus ojos contienen una crueldad que no estoy segura
de haber visto nunca. ¿Llevaría las cosas tan lejos? ¿He caído en sus
manos?
Se me revuelve el estómago y me preocupa estar a punto de vomitar
sobre mis propios pies.
No queriendo mostrar ningún tipo de debilidad. Doy un paso adelante.
—¿Qué intentas demostrar, Hunter? —me burlo, sacando la cadera.
Su labio superior se curva de una forma a la que no estoy acostumbrada
cuando estoy tan cerca de él antes de que me rechace con una inclinación de
la barbilla.
Al mirar a un lado, veo que Shelly y Krissy me miran fijamente.
Necesitando alejarme de sus miradas ardientes y llenas de odio, me doy
la vuelta y corro.
Empujo a la gente a un lado mientras sus susurros demasiado fuertes,
todos dirigidos a mí, llenan mis oídos.
—¿Por qué demonios está aquí?
—¿No sabe que ya no la queremos?
—El karma le pateará duro el trasero.
—Parece una puta.
—Ha engordado.
—¿Por qué pensamos que era tan bonita?
Todos ellos se arremolinan en mi cabeza mientras lucho por encontrar
una salida.
No debería haber venido aquí.
Debí haber conducido a casa, o mejor, haber seguido adelante.
Finalmente, consigo salir de la habitación abarrotada al pasillo, tomando
la perilla de la primera puerta, me deslizo adentro y respiro aliviada.
CAPÍTULO CUATRO
SHANE
—¡M ierda!
dedos.
—gimo mientras ella envuelve mi longitud con sus
—¿N oapoyados
la perseguirás esta vez? —pregunta Zayn, con sus brazos
en mi hombro mientras Chelsea pasa volando junto a
nosotros y sale del edificio.
Me tenso ante la pregunta, y no tengo duda de que él lo siente.
—Shelly le rasguñó la cara con sus uñas, alguien tenía que asegurarse
de que estaba bien.
—¿En serio? Chelsea es más que capaz de cuidarse a sí misma.
Estoy de acuerdo, pero ese no es el punto, ella no debería tener que
hacerlo.
—¿Vendrán a Aces? —Rich pregunta desde adelante de nosotros.
—¡Claro que sí! —vocifera Zayn—. Vendrás, ¿verdad?
—Sí. No querría estar en otro lugar. —Mientras lo digo, la imagen de la
casa de la piscina de Chelsea aparece en mi cabeza.
Sé que faltó a clases esta tarde. Tenía que estar en mis dos clases.
Mentiría si dijera que no estaba nervioso mientras esperaba a que entrara
por la puerta, solo que nunca lo hizo.
Estaba decepcionado, quería ver si estaba bien después de lo que pasó
en el baño y su pelea con Shelly, pero sobre todo estaba preocupado.
Debía estar temiendo volver aquí. Ningún tiempo ausente iba a borrar lo
que sucedió antes de que se fuera. Nadie ha olvidado, incluso si algunos
como Amalie y Mason están contentos de dejar las cosas como están y
seguir adelante con sus vidas, las personas como Shelly ciertamente no.
Animar para Chelsea es como el fútbol americano para Jake y los otros
chicos. Es su vida. Es su propósito. Es la razón por la que se levantan de la
cama cada mañana. Si les quitan eso, qué queda, aparte del caparazón roto
de una persona que está llena de arrepentimientos.
—¡Maldita sea! —murmuro, restregando mi mano sobre mi mandíbula
áspera. Necesito sacarla de mi maldita cabeza.
—¿Qué pasa? —pregunta Zayn, dejándose caer en mi asiento del
copiloto.
—Nada —gruño.
Después de esperar unos segundos para ver si alguien más se nos unirá,
empiezo a retroceder del espacio.
—Nada, sí, claro. Por eso te comportas como un hijo de puta
malhumorado. Esta mañana supuse que era la resaca, o el hecho de que te
permitieras acercarte a una zorra animadora, pero solo ha empeorado. Así
que, ¿qué pasa, Shane?
—No quiero hablar de ello —murmuro en voz baja.
—Bueno pues eso realmente apesta para ti, porque creo que vas a tener
que hacerlo.
Suelto un suspiro. Aunque quisiera hablar de ello, no tengo idea de por
dónde empezar. Por suerte, o por desgracia, no estoy tan seguro, Zayn
parece saber exactamente por dónde empezar su interrogatorio.
—Pasó algo con Chelsea, ¿verdad?
Aprieto con fuerza el volante y se me ponen blancos los nudillos. No le
he contado a nadie lo de esa noche. Que yo sepa, solo nosotros dos sabemos
lo que pasó.
—Sí —admito.
—Entonces, ¿cuál es el maldito problema? Solo eres uno más en su...
espera... —Levanta la mano en el espacio que nos separa. Por suerte, tengo
que concentrarme en la carretera, así que no tengo que ver cómo conecta los
puntos—. A ti... te gusta ella, ¿no?
—No. No. No, carajo, la odio, por lo que hizo —argumento, aunque
incluso para mis oídos, es débil en el mejor de los casos.
—Entonces, ¿de qué estamos hablando? ¿Ella solo te la chupó, o
llegaste más lejos?
—¿Importa? —cuestiono, sin querer entrar en detalles. Más que nada
porque no tengo idea de si él mismo ya ha estado allí y tiene experiencia de
primera mano. Tan solo pensarlo hace que fuego corra por mis venas, que
todos los chicos con los que me junto la han visto como yo.
—Por supuesto que importa. ¿Cuándo y cuántas veces? —Volteo a verlo
y me encuentro con una sonrisa de mierda en la cara de Zayn—. ¿Qué? —
pregunta.
—Estás actuando como si no hubieras cogido anoche.
—¿Quién dijo que lo hice?
—Eh... la chica que gritó tu nombre en la habitación de al lado casi toda
la noche —digo.
—¿La chica? —pregunta, con un tono de regocijo en su voz—. No era
una, Dunn.
—¡Maldita sea! —murmuro.
—¿Por qué tener una cuando puedes tener dos? Laurie y Ruby juntas.
Vaya, hombre. Déjame decirte que no has vivido hasta que tengas a una
chu…
—Bien —reviro, interrumpiendo lo que sea que estaba a punto de
describir—. Ruby es de tercer año, hombre. Sin mencionar que es la amiga
de tu hermana. ¿No crees que deberías dejar en paz a las jóvenes un poco?
—¿Qué? No tuve ninguna posibilidad.
—Como sea. Eres un perro cachondo.
—Al menos no estoy obsesionado por un coño.
—No lo estoy... carajo.
—Hermano, el hecho de que incluso intentes negarlo es muy divertido.
Entonces, ¿cuál es el verdadero problema aquí? ¿La odias, y aun así quieres
cogértela otra vez? No veo el problema, no hay nada malo en una buena
cogida por odio. Son las más calientes si me preguntas a mí.
—Lo dice el experto —murmuro, poniendo los ojos en blanco.
—Dos en una noche, hermano. Dos en una noche —repite mientras
salimos del auto.
—Zayn —digo, mi voz adquiriendo de repente un tono serio—. Por
favor, no...
—Tu secreto está a salvo, hombre. Ni siquiera tienes que pedírmelo.
Pero haznos un favor a ambos, ¿sí?
—¿Cuál?
—Ve y cógetela, carajo. Sácate este mal humor de encima.
No puedo evitar reírme mientras nos dirigimos a Aces. Es eso o
voltearme e ir a buscar exactamente lo que acaba de sugerir. La tentación de
hacer eso es casi demasiado grande para ignorarla.
El equipo de porristas aparece poco después de nosotros y llena los
últimos espacios en las mesas usuales del equipo. Al igual que desde que
ella desapareció, su ausencia se hace notar cuando todos pasamos el rato
juntos, y del mismo modo, a nadie, excepto a mí, parece importarle o
siquiera darse cuenta.
Aunque no debería, me duele el corazón por ella, por haber sido
olvidada tan fácilmente por las personas que debían ser sus amigas.
¿Me extrañarían Noah, Wyatt, Camila y ahora Zayn un poco si yo
desapareciera de repente? Me gustaría pensar que he tenido un poco más de
impacto en sus vidas y que notarían mi desaparición repentina. Me hace
preguntarme cómo es realmente la vida de Chelsea si a las que se supone
que son sus amigas simplemente no les importa.
Cody, el amigo de Rae, nos trae hamburguesas y malteadas a la mesa.
Como e intento unirme a los demás, sin embargo, mi cabeza no está en ello.
Estoy demasiado ocupado preguntándome qué estará haciendo y si está
sentada en casa sola mientras todas sus supuestas amigas están disfrutando
como si ella no existiera.
Cuando suena mi teléfono, es la excusa perfecta para inventar un
pretexto y dirigirme a casa, aunque en el momento en que lo saco y
encuentro el nombre de mi padre mirándome fijamente, empiezo a
preguntarme si debería estar tan aliviado o no.
—Tengo que irme —digo, volteando hacia Zayn—. ¿Puedes volver por
tu cuenta o quieres que te lleve?
—Estaré bien. Ve a buscar lo que necesitas. —Me guiña un ojo.
—¿Qué? No. Mi padre —le discuto, agitando mi teléfono que aún está
sonando.
—Claro. Claro. Estaré bien. Nos vemos mañana.
Me despido de él y del resto del equipo que esta amontonado alrededor
de nuestra mesa antes de salir.
Decido no regresarle la llamada, pongo el auto en marcha y emprendo el
corto camino a casa.
No me molesto en llamarlo, ni siquiera en buscarlo. Sé exactamente
dónde estará. Solo me llama para una cosa y eso significa que está en su
oficina hablando de "negocios", es decir, de mi temido futuro.
—Ah, ahí estás. Te estaba llamando.
—Lo sé y aquí estoy —respondo, dejándome caer en uno de los
gigantescos sofás de cuero en el centro de la habitación.
—Bien, pues... pasé la tarde en una llamada con el entrenador de los
Steelers. Está muy interesado. Le envié algunos videos extra de ti en acción.
Los va a revisar y cree que podrías encajar muy bien en su equipo. ¿Sabes
cuántos jugadores dejaron su equipo el año pasado y se fueron directamente
a la NFL? —pregunta papá, con las cejas levantadas por la emoción.
—No tengo idea, pero estoy seguro de que estás a punto de decírmelo.
—¿Qué pasa? Este equipo es uno de mis mejores elecciones para ti.
Podría llevarte hasta el final.
—¿Hasta dónde? A tu sueño. No me interesa, papá. —Poniéndome de
pie, me dirijo hacia la puerta, ya harto de su conversación.
—Shane, vuelve aquí.
—No, ya terminamos.
Con mis dientes rechinando de frustración, atravieso la puerta dando un
portazo tras de mí y marchando directamente hacia la puerta principal.
La ira se arremolina en mi estómago mientras me dirijo a mi auto. Estoy
harto de tener esta misma conversación. ¿Por qué no puede escucharme?
No quiero la maldita NFL. No soy lo suficientemente bueno y no tengo
el deseo. Me encanta el fútbol americano, de verdad. Pero no es mi futuro.
Aunque no tengo ni idea de cuál es.
No soy mi padre. No soy mis hermanos. La NFL es su sueño y los
apoyaré hasta el final, pero no es el mío y solo desearía que me escuchara.
Conduzco por la ciudad mientras el sol se pone sin ningún lugar a donde
ir. Podría ir a casa de Wyatt y perderme en un videojuego, o estoy seguro de
que Zayn me recibiría, su madre nunca está para preocuparse por lo que
hace. Sin embargo, ninguno de esos lugares tiene algún tipo de atractivo en
este momento. No quiero estar con amigos. Solo quiero... olvidar. Quiero
unos momentos de tranquilidad en lo que todo en mi cabeza se detenga.
Me encuentro entrando en la entrada de Chelsea.
No debería estar aquí. Debería ir a casa y encerrarme en mi habitación
lejos de papá y sus ideas irreales, no obstante, no puedo quitármela de la
cabeza.
Ella es la que hace que todo desaparezca. Y yo necesito eso. Lo necesito
más que nada en este momento.
El sol se ha puesto casi por completo cuando me deslizo por la parte
lateral de su casa, sus padres están en la sala viendo la televisión, pero, por
suerte, no se dan cuenta de mi presencia.
Al acercarme a la casa de la piscina, movimiento en el interior me hace
saltar ligeramente hacia los arbustos.
Me mantengo en las sombras, observando cómo salen Ethan y Rae.
Chelsea les sonríe. Es una sonrisa genuina que no suele mostrar muy a
menudo, y mis propios labios se mueven ligeramente al verla. Hasta que
desaparecen por el borde de la piscina y se dirigen a la entrada,
afortunadamente en dirección contraria a la mía. En el momento en que se
pierden de vista, su rostro cambia. La tristeza la invade mientras cierra la
puerta detrás de ellos y vuelve a entrar en la casa de la piscina. Con los
hombros caídos y la cabeza baja, se deja caer en el sofá.
Saliendo de las sombras, me dirijo hacia ella, sin dejar de mirar su
forma derrotada.
Me detengo junto a la puerta y la observo mientras se lleva sus dedos a
la mejilla para secarse una lágrima.
Mis puños se aprietan por la necesidad de irrumpir en el interior y
atraerla hacia mí. Puede que haya querido verla sufrir después de lo que
hizo, pero verla derrumbarse me está desgarrando.
Como si supiera que estoy aquí, levanta la mirada.
Sus labios se separan conmocionados y solo puedo imaginar que un
chillido de sorpresa sale de ellos mientras nuestras miradas se mantienen.
Se levanta, no hace ningún movimiento para invitarme a entrar, pero
tampoco me echa.
Cuando cae otra lágrima, esta vez no la limpia, y es mi perdición.
Abro la puerta de un jalón, entro y la tomo en mis brazos.
—Shane, ¿qué demonios estás haciendo? —me pregunta, con los ojos
abiertos de par en par, mientras rodeo su cintura con un brazo y la atraigo
hacia mí. Levantando mi otra mano, limpio con mi pulgar el rastro húmedo
que dejó su lágrima.
—Lo que debería haber hecho antes.
Inclinándome hacia adelante, aprieto mis labios contra los suyos. Quiero
darle la oportunidad de apartarse, de decirme adónde ir, pero en el momento
en que conectamos pierdo todo el control.
Al hacerla retroceder, se golpea contra el mostrador. Sus manos se
deslizan por mi espalda antes de deslizarse dentro de mi camiseta.
Dejo caer mis manos sobre sus muslos y la levanto rápidamente sobre la
barra, sus piernas se abren al instante para permitirme ponerme entre ellas.
—Shane —gime cuando empiezo a besar su mandíbula y su cuello—.
Quítatela —me exige, tirando de la tela que rodea mi cuerpo.
La suelto por un momento, la arrastro por encima de mi cabeza y la dejo
caer al suelo junto a nosotros.
Sus ojos se posan en mi pecho antes de que los levante para encontrarse
con los míos. Están oscuros, hambrientos, y eso me estimula. Mi necesidad
de perderme en ella es demasiado grande para negársela. Estando aquí
ahora mismo, con sus manos sobre mí y sus piernas rodeando mi cintura, no
existe nada más. No hay ninguna mierda fuera de estas cuatro paredes. Solo
somos dos personas que necesitan escapar de todo lo que ocurre en nuestras
vidas que está totalmente fuera de control.
—No debería estar haciendo esto —susurro, tomando sus mejillas entre
mis manos. No sé por qué lo digo, alguna jodida necesidad de asegurarme
de que sabe que no hay nada más que lo que estoy a punto de darle.
—Entonces, ¿piensas detenerte? —Ella inclina la cabeza hacia un lado y
se muerde el labio inferior.
—No, carajo.
La tengo en mis brazos en un santiamén y la llevo hacia la parte trasera
de la casa de la piscina, donde espero que esté su habitación.
Mientras camino, sus labios recorren mi cuello, aumentando mi
necesidad por ella.
En cuanto encuentro su cama, la bajo y me arrastro sobre su cuerpo.
—Shane, ¿qué estás...?
—No —digo, poniendo mi dedo sobre sus labios, interrumpiendo
cualquier otra palabra que quisiera decirme—. No hables o me iré. Nada de
tonterías, solo... solo necesito... —Ella levanta las cejas, esperando que
termine. Me trago mi orgullo porque necesito esto demasiado en este
momento como para hacer otra cosa que no sea decir la verdad—. A ti,
¿está bien? Solo te necesito a ti.
Sus talones se clavan en la parte baja de mi espalda y caigo encima de
ella, presionando su pequeño cuerpo contra el colchón.
—¡Dámelo todo! —gime cuando suelto sus labios una vez más.
Recojo la tela de su camiseta y la subo por su estómago, mientras mis
labios besan la suave piel.
Una vez que la coloco sobre sus pechos, ella toma el control y la arranca
de su cuerpo.
Su pecho se agita mientras su respiración pasa entre sus labios abiertos.
Necesita esto tanto como yo. No tengo idea de lo que habría hecho si
me hubiera rechazado como lo hizo la otra noche. Diablos, puede que
todavía lo haga.
Ese pensamiento me incita.
En el momento en que arquea la espalda para mí, deslizo la mano por
detrás para desabrocharle el sostén.
Gime con fuerza cuando le quito la tela del cuerpo.
Sus pezones están erectos y listos para mí.
Maldición, esta chica me tiene la cabeza jodida.
La odio.
La deseo.
No debería tenerla.
No puedo evitarlo.
—Shane —gime—. Por favor.
La miro fijamente mientras ella me observa.
Debería irme y no mirar atrás. No hay manera de que esto sea algo
menos que un desastre a punto de ocurrir. Me temo que, después de haberla
probado una vez semanas atrás, ya estoy metido hasta el cuello.
La tensión crece entre nosotros mientras ninguno de los dos se mueve y
solo se escucha el sonido de nuestra pesada y dificultosa respiración.
—¿Shane? Creí que habías venido aquí con un plan en mente —se burla
—. O no eres lo suficientemente hom… ¡carajo! —grita cuando me lanzo
hacia adelante y chupo uno de sus pezones rosados en mi boca.
Sus dedos se clavan en mi cabello para retenerme y gime de placer
debajo de mí. Me cambio al otro lado y mis dedos bajan por sus costados
para jalar sus pantalones.
Mis labios se alejan de ella mientras levanta las caderas, permitiéndome
arrastrar la tela por sus piernas. Se quita los pantalones de los pies para que
no tenga que apartarme para librarla de la prenda.
Sentado, la contemplo desnuda ante mí.
Es jodidamente hermosa. Su esbelto cuerpo es de una perfección
impecable y muestra claramente todas las horas que le dedica a su deporte.
No puedo saciarme, demonios.
Al pasar mis manos por sus muslos, sus caderas se retuercen con su
necesidad de más.
—¿Qué necesitas?
—A ti —pronuncia—. T… tu boca.
Trago nerviosamente. No tiene idea, al menos no lo creo, de que el
tiempo que pasamos juntos antes fue la primera vez para mí. A diferencia
del resto del equipo, no paso cada noche de la semana con una chica
diferente. No esperaba a nadie en particular. Solo sabía que no quería que
fuera cualquiera. Ni en un millón de años habría pensado que Chelsea sería
con quien perdería mi virginidad, pero ahora que ha sucedido, no puedo
imaginarlo de otra manera.
—¿Qué pasa? ¿Vas a dejarme con las ganas? —La miro fijamente, con
la cabeza dándome vueltas por mi necesidad—. Me lo merezco. Deberías
levantarte y salir ahora y no mirar atrás. Todos los demás lo harían.
—¡Basta! —bramo, asegurándome de que sus labios se cierren de
inmediato—. Dije sin hablar.
Bajando a mi estómago, envuelvo mis manos alrededor de sus muslos y
me concentro en su centro.
Está tan preparada para esto, que el deseo me invade. Mi pene está
imposiblemente duro y desesperado por su tacto, pero por alguna jodida
razón, quiero darle esto primero. Quiero ayudarla a dejar todo atrás, como
estoy deseando para mí.
Cerrando el espacio entre nosotros, coloco mi lengua y la presiono
contra ella. Seré el primero en admitir que no sé realmente lo que estoy
haciendo, pero mientras ella gime, sus dedos vuelven a encontrar el camino
hacia mi cabello y tiran con fuerza. No es que vaya a quejarme. Con su
sabor en mi lengua y su dulce aroma rodeándome, estoy tan jodidamente
perdido que apenas sé mi propio nombre. Es exactamente lo que necesitaba.
Lo que sabía que ella podía darme.
—¡Shane, maldición! —Jadea, arqueando la espalda en su necesidad de
más.
Soltando una de sus caderas, encuentro su entrada y deslizo un dedo
dentro de ella.
—¡Sí!, ¡sí! ¡Sí, diablos! —dice, incitándome. Lamo más rápido antes de
rozarla con los dientes y añadir otro dedo que la abra—. ¡Oh, Dios! ¡Oh,
Dios!
Sus músculos se aprietan contra mí y yo mantengo el ritmo,
desesperado por sentir cómo se deshace contra mí.
Recuerdo muy bien lo apretada que estaba cuando se vino a mi
alrededor la última vez, los pequeños sonidos que hizo al bajar de su
éxtasis. Fue jodidamente alucinante y necesito experimentarlo de nuevo
más que mi próximo aliento.
—Shane. Shane. ¡Shannnneee! —grita mientras su cuerpo se estremece
debajo de mí. Sus muslos se aprietan alrededor de mis orejas mientras se
derrumba.
Me levanto de la cama, llevo mis manos a la cintura del pantalón y abro
el botón. Mis ojos no se apartan de Chelsea, que está recostada en la cama,
intentando recuperar el aliento.
—Shane, yo... —Apoyándose en los codos, sus palabras se cortan al ver
cómo me bajo los pantalones y los bóxers por los muslos y tomo mi pene
con la mano—. Maldición.
—¿Qué? —pregunto, pateando la tela de mis tobillos y dando un paso
hacia ella—. ¿Pensabas que eso era todo lo que había venido a hacer?
Ella niega con la cabeza, con los ojos todavía clavados en mí.
—N… no. Solo pensé... —Se detiene cuando pongo una rodilla en el
borde de la cama y luego la otra.
—Solo pensaste... —insisto, recordándole que estaba a punto de decir
algo.
—Pensé que estabas a punto de irte.
—Todavía no. Primero tengo que tomar lo que vine a buscar.
Algo brilla en sus ojos, el fuego al que estoy tan acostumbrado cuando
me reprende, sin embargo, las palabras no salen. Sabe muy bien que solo se
negará a sí misma si se vuelve contra mí en este momento.
Por muy jodido que sea esto. Por mucho que nos odiemos. Esto ahora
mismo está sucediendo porque ambos lo necesitamos demasiado. Nos
necesitamos demasiado.
Ese pensamiento es jodidamente aterrador.
No debería necesitar a nadie, y mucho menos a Chelsea.
Forzando el pensamiento de mi cabeza, me arrastro entre sus piernas y
encuentro su entrada.
—¿Condón? —indago, dándome cuenta de que no tengo ninguno.
Mierda.
—Está bien, es seguro.
—Pero...
—No he estado con nadie, Shane. No desde...
Mis ojos vuelan para encontrarse con los suyos. Todo lo que veo es
honestidad mirándome fijamente.
—A pesar de la creencia popular, no soy una puta.
—No, eso no era... —Ella frunce el ceño—. Solo me sorprendió.
—Sin hablar, ¿recuerdas? —revira con descaro, rodeando mis caderas
con sus piernas y arrastrándome más cerca.
—No lo olvidé.
Lanza un grito agudo mientras empujo mis caderas hacia adelante,
llenándola en un solo movimiento.
«Carajo». Mis ojos se aprietan mientras me doy un segundo. Está tan
caliente, tan apretada, tan jodidamente increíble.
Inclinándome sobre ella, envuelvo su nuca con mi mano y la inclino
hacia arriba para poder capturar sus labios. Vuelvo a empujar mientras mi
lengua se adentra en su boca y mi mano se acerca a su pecho, mis dedos
pellizcan su pezón.
—Oh, Dios, Shane —susurra contra mis labios mientras toco su cuerpo.
Estaba muy nervioso esa primera vez. No tenía idea de lo que estaba
haciendo y ella era, bueno... Chelsea, experta en todo. No obstante, en el
momento en que le puse las manos encima, todo encajó. Fue como si mi
cuerpo supiera lo que tenía que hacer y los nervios desaparecieron mientras
ella gemía y se retorcía contra mi tacto.
Nuestras lenguas se baten en duelo mientras nuestros cuerpos
encuentran un ritmo que me hace correr hacia mi liberación mucho antes de
que esté listo para que esto termine.
Las uñas de Chelsea me arañan la espalda mientras sus paredes
resbaladizas se agitan a mi alrededor, indicándome que está a punto de caer
al vacío conmigo.
—¡Chelsea! —gimo. Por una parte, por asombro, y por otra para
recordarme a mí mismo que es ella, que esto está sucediendo de nuevo.
Dejo caer mi mano por su cuerpo, encuentro su clítoris y lo rodeo.
Ella grita y sus uñas se clavan en mi piel, pero el dolor que siento
aumenta el placer que corre por mis venas.
—¡Maldición! ¡Carajo! —bramo contra sus labios, desesperado por
respirar, pero negándome a separarme de ella.
—¡Shane! —grita—. Oh, Dios. ¡Shane!
Todo su cuerpo se tensa cuando el placer la golpea. Su espalda se arquea
y echa la cabeza hacia atrás. Extraño sus labios inmediatamente, sin
embargo, en cuanto abro los ojos y la miro, lo olvido enseguida.
Con los ojos cerrados, sus labios hinchados se abren de par en par en
señal de placer mientras sobrelleva el clímax. Su coño me aprieta con una
fuerza imposible y no puedo evitar caer al vacío con ella.
Cayendo a su lado, los dos nos quedamos tumbados tratando de
recuperar el aliento.
El silencio que nos rodea se vuelve pesado, pero no es con la tensión
que llenaba la habitación hace poco, sino que se vuelve rápidamente más y
más incómodo mientras ninguno de nosotros dice nada.
Chelsea es la primera en romperlo, aunque nunca podría haber
adivinado las palabras que salen de sus labios.
—Bueno, eso fue inesperado pero agradable. —Una carcajada sube por
mi garganta—. Pero ya puedes irte.
Sentándome, la miro fijamente. Tiene el cabello despeinado, las mejillas
rosadas por el esfuerzo y los labios rojos por mis besos. No intenta ocultar
el hecho de que está desnuda y, si sus palabras no fueran tan definitivas,
probablemente me costaría mantener los ojos en su cara, pero tal y como
están las cosas, estoy demasiado sorprendido como para notarlo.
—Ya puedo irme. Vaya.
—¿Qué? ¿Esperabas pasar la noche acurrucándonos? Ya tienes lo que
viniste a buscar. Ya puedes irte.
Se pone de lado, dándome la espalda.
—¿Qué? Yo no... ¿Chels?
—Solo vete, Shane. Ambos sabemos que en realidad no quieres pasar
tiempo conmigo. Solo querías una cogida de venganza de la que hablaste el
sábado por la noche. Bueno, lo conseguiste, así que vete a la mierda.
—No crees eso realmente, ¿verdad? —Coloco mi mano en su cintura y
su cuerpo se tensa ante mi contacto.
—¡Vete!
Sabiendo que no tengo ninguna posibilidad de llegar a ella. Me levanto
de mala gana de su cama y me pongo la ropa.
No se mueve ni un poco mientras me preparo para salir.
Con un suspiro, me dirijo a la puerta, agachándome para recoger mi
camiseta en el camino. Sin poder evitarlo, miro por encima de mi hombro.
Ella está mirando a la pared, pero sé que es consciente de mi atención
porque su cuerpo se tensa cuando mis ojos la recorren.
—Toma —le digo, lanzándole mi camiseta—. Esto no ha terminado.
Abre la boca para responder, sin embargo, no dice nada. Asumiendo que
ha terminado, me doy la vuelta para irme. Estoy a medio camino de su sala
de estar cuando suena su sollozo.
Aprieto los puños y me clavo las uñas en las palmas de las manos,
aunque no volteo. Puede que no la conozca del todo bien, pero sé que no
estaba destinado a escuchar eso.
En cuanto subo a mi auto, me arrepiento.
CAPÍTULO QUINCE
CHELSEA
—¿Q uédirigimos
demonios está pasando? —Le pregunto a Zayn mientras nos
a la cafetería para comer. Los chicos que nos rodean
están zumbando con algo. La charla emocionada y los chismes son cada vez
más fuertes.
—La empujó por las escaleras. Fue brutal.
—Cayó de arriba a abajo como una muñeca de trapo.
—Nadie sabe si está viva.
«¿Qué demonios?».
Puede que no tenga ni idea, pero eso no impide que un hilillo de miedo
me recorra la espalda. Después de la pelea pública de ayer, mi imaginación
se dispara ahora mismo.
—No tengo idea, pero sea lo que sea, suena dramático —murmura
Zayn.
Ya casi llegamos a la cafetería cuando la multitud que nos precede se
separa y aparece el director Hartmann junto con otros tres profesores, todos
ellos acompañando a Shelly, Krissy y Aria por el pasillo.
Algo incómodo se apodera de mi estómago cuando empiezo a darme
cuenta. Solo hay una persona de la que esos estudiantes podrían estar
hablando.
—Chelsea —susurro antes de correr hacia la cafetería en busca de
respuestas.
Tengo que abrirme paso entre la multitud que parece haber aparecido de
la nada para ver a Shelly, y en segundos estoy atravesándola y corriendo
hacia alguien que sabrá lo que paso.
—Cami, ¿qué pasó?
—Eso —dice ella, mirando por encima del hombro—. Quién sabe.
Algún drama de las zorras animadoras probablemente. No tengo tiempo
para esas tonterías.
Aprieto los labios. Quiero gritarle que esas tonterías de las que habla
bien podrían significar algo para mí, pero no puedo.
En lugar de eso, me obligo a decir:
—Sí, probablemente tengas razón.
—Shane. —Girando sobre mis talones, encuentro a Zayn hablando con
Ruby y Harley. Ruby se sonroja con solo mirarlo, mientras que Harley
parece aburrida por tener que estar cerca de su hermano—. Continúa —la
anima Zayn una vez que me reúno con ellos.
Harley pone los ojos en blanco, frustrada, antes de dirigirse a mí.
—Shelly empujó a Chelsea por las escaleras.
—¿Qué? ¿Ella está bien? —pregunto apresuradamente, probablemente
pareciendo que me importa demasiado, aunque realmente me importa ni
una mierda ahora mismo.
—No tengo idea. La llevaron al hospital.
Salgo del edificio de la escuela antes de darme cuenta de que me he
movido. Mi necesidad de llegar a ella me consume, pero en cuanto
enciendo el motor, me paralizo.
Es muy probable que no me quiera allí. Me ha demostrado una y otra
vez que no le importo, que no me quiere, y yo sigo corriendo de nuevo
hacia ella como un triste cachorro.
Aprieto el volante hasta que mis nudillos se vuelven blancos. Necesito
ir allí. Necesito saber que está bien.
—¡Hijo de puta! —vocifero, golpeando el volante con mi mano y
apoyando la cabeza hacia atrás.
Mi cabeza me da vueltas mientras me grita que salga del auto y continúe
con mi día como si nada hubiera pasado.
Es lo que ella querría.
¿Pero qué hay de lo que yo quiero? ¿Lo que necesito?
—¡Al carajo!
Pongo el auto en marcha y salgo a toda velocidad del estacionamiento
de la escuela. Solo que, cuando llego a la curva para el hospital, no la tomo.
Tengo la cabeza demasiado jodida después de lo de anoche y de todo lo
que ha pasado en las últimas semanas.
Necesito que todo termine.
Respiro aliviado cuando veo que la entrada de la casa está vacía. Lo
último que necesito ahora es otro sermón de mi padre.
Por suerte, anoche conseguí escabullirme en la casa sin que me viera.
No necesitaba una repetición de nuestra conversación anterior. Nada de lo
que me diga puede hacerme cambiar de opinión. No me importa la fama, el
éxito, el dinero. El fútbol americano profesional y la NFL no me harán
feliz. La presión que ejerce sobre mí por el fútbol de la escuela ya es
suficiente. Veo cómo es con mis hermanos. Es implacable en su necesidad
de que sean los mejores. Es agotador.
Atravieso la casa a toda velocidad y no me detengo al bajar las escaleras
hacia el sótano y el gimnasio de papá. Odio estar aquí, pero es lo que
necesito.
Me quito la sudadera y la camiseta y las dejo caer en el banco antes de
detenerme frente a lo que realmente requiero.
El saco de boxeo.
Paso los dedos por el suave cuero negro antes de echar el otro brazo
hacia atrás y clavar los puños en él una y otra vez.
No me molesté en vendarlos, así que después de solo un par de golpes,
se parten.
Golpeo una y otra vez, descargando todo en la bolsa. Me imagino a mi
padre y todas sus exigencias de mierda, a Chelsea y la forma en que me
rechaza repetidamente. Nunca golpearía a una mujer, sin embargo, la cara
de Shelly aparece en mi cabeza mientras lanzo otro. ¿Cómo se atreve a
ponerle las manos encima a Chelsea? ¿Quién carajos se cree que es? Ya le
quitó la capitanía y disfruta restregándoselo en la cara. ¿No es suficiente?
El cabello se me pega a la frente, mi pecho se agita por el esfuerzo
mientras lucho contra el dolor de mis músculos agotados para continuar. No
importa cuántas veces mis puños golpeen el cuero, no es suficiente.
La puerta se abre detrás de mí y rompe mi neblina de ira. Lanzo un
puñetazo más al saco antes de voltearme para encontrar lo inevitable. Mi
padre furioso porque no estoy en la escuela donde debería estar. Para mi
sorpresa, cuando me doy la vuelta, encuentro a Luca mirándome fijamente.
—¿Qué haces aquí?
—Dejé un libro de texto en mi habitación. Y lo que es más importante,
¿por qué estás tú aquí? ¿No deberías estar en clase?
—¡Vete a la mierda! —gruño, dándole la espalda y volviendo a prestarle
atención al saco de boxeo.
—¿Necesitas un compañero con quien desquitarte?
Cuando miro por encima de mi hombro, ya ha dejado sus bolsos y
quitado su camiseta.
Se para unos cuantos pies delante de mí y levanta los puños, dispuesto a
pelear.
—No voy a pelear contigo —murmuro, dando un paso atrás. Puede que
nos hayamos peleado muchas veces a lo largo de los años, pero no me voy a
desquitar con él.
—Sí, lo harás —se burla, acercándose y golpeándome en el hombro—.
Entonces, ¿qué pasa? ¿Papá está encima de ti con lo de la NFL otra vez?
—¿Cuándo no lo hace?
Me muevo alrededor de él para conseguir algo de espacio, pero no me
lo permite y me sigue, continuando con la burla.
—Así que, si no es papá, entonces solo puede ser otra cosa.
—Oh, sí, ¿cuál es...? —pregunto, apartando mejor su brazo cuando
empieza a golpearme más fuerte.
—Una chica.
—Luca, ¿quieres dejarme en paz de una puta vez?
—No puedo, hermano. Necesitas sacar esto y yo te puedo ayudar.
Además, me vendría bien un buen entrenamiento y viendo que tus puños ya
están lastimados, tengo bastantes posibilidades de ganar.
No le recuerdo que él siempre gana. Es más grande y más fuerte que yo.
Ambos lo son y por eso son mejores en el juego.
Limpiándome la cara con mi camiseta tirada, volteo hacia él.
—Es ella, ¿no?
—¿Quién? —le cuestiono molesto.
—Chelsea. —Prácticamente canta su nombre con deleite y eso vuelve a
despertar mi ira—. No creas que no lo veo, hermanito. Llevas años
suspirando por ella.
—¿Qué importa? Ella solo ha tenido ojos para cosas más grandes. Tú...
—Pongo los ojos en blanco—. El maldito Jake Thorn. —Me arrepiento de
mi admisión en el momento en que sus labios se mueven en señal de logro
—. Oh, solo vete a la mierda de vuelta a la universidad.
—¿Y qué? Crees que no eres lo suficientemente bueno para ella, ¿es
eso? —El puño de Luca conecta con mi mejilla, pero no es un puñetazo,
más bien un toque para exaltarme y hacer que me defienda—. Es lo que
dice papá, ¿no? Tienes que esforzarte más, jugar más, trabajar más si vas a
conseguirlo. Lo quiere para ti, aunque no cree que puedas hacerlo.
La furia corre por mis venas. Sé que solo lo dice para irritarme, pero
carajo, está funcionando.
—Y en cuanto a Chelsea, ella quiere un ganador, Shane. Alguien de
quien pueda estar orgullosa. Alguien de quien pueda presumir para sentirse
mejor con ella misma. Ese no eres tú, ¿verdad?
—¡Hijo de puta! —Vuelo hacia él, sin embargo, no antes de ver la
sonrisa en su cara.
Mi puño golpea su mandíbula y su cabeza se desplaza hacia un lado
antes de volver hacia mí.
—Así está mejor, hermanito. Déjalo salir. Muéstrame lo que realmente
sientes.
Me empuja hacia atrás, pero no dejo que eso me desanime.
Los puños vuelan, los cuerpos se conectan y, a diferencia de lo que
ocurre cuando golpeo el saco, realmente siento algo de alivio de la tensión
que ha estado tirando de mis músculos.
—Maldición, maldición —digo, alejándome a tropezones de él después
de unos minutos. Estoy empapado en sudor y me duele el cuerpo.
Estoy bastante seguro de que no me golpeó con todo lo que es capaz,
aun así, me duele.
Me dejo caer en la banca un segundo antes de que me ponga una botella
de agua en la cara.
—Bebe.
—¿Quién eres?, ¿mi maldito padre?
—No, gracias a Dios.
Se deja caer a mi lado, igualmente sin aliento mientras apoya los codos
en las rodillas y aspira profundamente.
—Has mejorado, eres más rápido. Lo reconozco.
—Jódete.
Se ríe.
—No, guárdalo para Chels.
—Eso no es...
—Déjate de tonterías, Shane. Eres lo suficientemente bueno para ella y
lo sabes. ¿La quieres? Tómala. ¿Quieres la NFL? Hazlo, eres lo
suficientemente bueno. ¿Quieres ser un maldito bailarín de ballet?
Adelante. Lo que dije antes era una mierda y lo sabes. No escuches a ese
imbécil, nada de lo que hagas será lo suficientemente bueno para él, es algo
que tienes que aceptar. No necesitas ser lo suficientemente bueno para él.
Solo necesitas ser lo suficientemente bueno para ti.
Me recargo y asimilo sus palabras.
—Chelsea es una buena chica, Shane. Sin embargo, no es un secreto
que su pasado la ha jodido. Es... compleja. Y al igual que tú, no siente que
es lo suficientemente buena. Si logras ver debajo de la máscara que lleva,
conoces a la chica vulnerable que hay debajo. La que casi nadie ve. No es
tan fuerte como parece, pero no lo acepta. Luchará hasta el final, hasta
conseguir lo que quiere. Con razón o sin ella. La quieres. Vas a tener que
luchar también, hermano. Porque ella no dejará caer esos muros fácilmente.
—¡Mierda, Luc! ¿Cómo se ha vuelto tan sabio el Sr. cógelas y
deséchalas cuando se trata de mujeres?
—No soy jodidamente sabio. Solo la conozco. Y te equivocas. Ella
nunca me quiso. Solo quería que yo la quisiera. Está perdida, Shane. La
pregunta es, ¿eres lo suficientemente fuerte para ayudarla a encontrarse?
Exhalo un suspiro, sin saber siquiera por dónde empezar con toda la
información que acaba de descargar sobre mí.
—Necesito irme. Papá me matará si me encuentra aquí. A ti también. Te
sugiero que te bañes y desaparezcas. Tal vez ir a visitar a esa chica que te
tiene con correa.
—La nueva capitana del equipo de animadoras la empujó hoy por las
escaleras.
—¿Ella hizo qué? —grita enojado, ira atravesándolo en un instante—.
¿Está bien?
Me encojo de hombros.
—No tengo idea. La llevaron al hospital.
—Y tú estás aquí peleando conmigo porque...
—Porque no tengo idea de qué hacer. Sigue rechazándome. Ella no me
quiere.
—¿Y vas a permitir eso? Ella te necesita. Ve. —Recoge sus cosas y me
mira por encima del hombro antes de desaparecer—. Llámame si necesitas
algo, ¿sí?
—Gracias, hombre. Siento lo de tu ojo —digo, señalando con la cabeza
el lugar donde está empezando a hincharse.
—No, a las chicas les encantará. Se excitan mucho por un chico malo.
—¡Maldita sea! Vete. Por favor, vete.
Todavía estoy sacudiendo la cabeza cuando la puerta se cierra detrás de
él. Puede que sea un maldito idiota, pero tiene algo de razón.
Recogiendo toda la evidencia de que estuve aquí, subo a mi habitación
para darme una ducha. No puedo entrar al hospital con los nudillos en el
estado en que están ahora.
Al abrir el agua, evito mirarme en el espejo. Puede que Luca no se haya
ensañado conmigo, aunque eso no significa que no pueda sentir los
moretones de sus golpes.
Las manos me duelen muchísimo cuando el agua caliente las golpea.
Apretando los dientes, miro hacia abajo mientras el agua limpia la sangre.
Me las restriego por la cara y me baño rápidamente antes de prepararme
para ir a averiguar qué le pasó a Chelsea.
El trayecto hasta el hospital es rápido y, mientras me estaciono, no
puedo evitar arrepentirme de no haber venido antes. Aunque creo que
necesitaba ese tiempo con Luca más de lo que estoy dispuesto a admitir.
Con un suspiro, empujo la puerta y me dirijo a Emergencias. No tengo
idea de si ella estará allí o si sigue aquí, y me parece el mejor lugar para
empezar.
Apenas cruzo las puertas cuando veo a dos personas que no esperaba
ver, dirigiéndose hacia mí.
—Hola, ¿qué están haciendo aquí? —le pregunto a Amalie y Rae
cuando se detienen frente a mí.
—Vinimos con Chelsea. ¿Supiste lo que pasó?
—Sí, Shelly la empujó por las escaleras o algo así.
—Dijo que Shelly no la empujó en realidad, pero lo que sea que haya
pasado, Chelsea terminó en la parte de abajo inconsciente.
—¿Ella… está bien?
Ambas comparten una mirada y el pavor se retuerce en mi estómago.
—Sí, solo un golpe en la cabeza. Volverá a ser la encantadora de
siempre en unos días, estoy segura —responde Amalie poniendo los ojos en
blanco.
—Me sorprende que hayas ayudado —le comento.
—¿Qué se supone que debía hacer? ¿Echarla a los lobos para que lo
volvieran a hacer? Shelly lo está llevando un poco lejos, aunque no la haya
empujado.
—Deberíamos irnos. Ethan y Jake van a estar esperando. —Pensar en la
escuela y en perderme los entrenamientos con los chicos debería
preocuparme, pero ahora que sé que está aquí, mi necesidad de verla no ha
hecho más que aumentar—. En fin, ¿por qué estás aquí? ¿No deberías estar
con el equipo?
—Oh, sí, yo... eh... tengo una cita —les miento, terriblemente.
—¿En Emergencias?
—No, estoy atravesando por aquí.
Ambas me miran con curiosidad, no obstante, cuando doy un paso
adelante, ambas se apartan y me dejan pasar.
—Nos vemos mañana —finalizo, haciéndoles un gesto para despedirme
y desapareciendo dentro del edificio, agradeciendo que no puedan verme
caminar directamente hacia la recepción.
—Um... hola —digo cuando la mujer finalmente levanta la vista de su
computadora—. Estoy buscando a Chelsea Fierce.
—¿Y tú eres?
—Soy... um... ¿su novio? —Me acobardo al decir la palabra, y no puedo
evitar que me salga como una pregunta.
—Sus padres están con ella. Eres más que bienvenido a pasar siempre
que seas solo tú. O puedes esperar. —Señala con su bolígrafo a las sillas
que hay detrás de mí y yo miro por encima del hombro.
—Esperaré, gracias. No quiero agobiarla si no se siente bien. —
Además, lo último que necesito es que Honey y Derek me interroguen.
Busco un asiento en la esquina, pero donde pueda vigilar la salida.
Sacando mi teléfono del bolsillo abro mis notificaciones de Snapchat.
Casi se me salen los ojos cuando encuentro imágenes y vídeos de Chelsea
mientras caía por las escaleras y quedaba indefensa en el fondo.
¿Qué diablos le pasa a la gente?
Acabo esperando tanto tiempo que empiezo a preguntarme si no vi a sus
padres salir, y solo unos minutos después los veo salir de las puertas de
Emergencias. Derek atrae a su esposa llorando hacia su lado mientras se
dirigen a la entrada.
El corazón me pesa mientras me pongo de pie y atravieso las puertas.
No tengo idea de lo que voy a encontrar al otro lado, y mi pulso
empieza a acelerarse a medida que me acerco a donde sé que está ella.
CAPÍTULO DIECIOCHO
CHELSEA
C uando los analgésicos que me han dado empiezan a hacer efecto, mis
padres se despiden para que pueda descansar. La doctora vuelve a
aparecer mientras mamá me toma de la mano y me explica que,
aunque todo parece estar bien, quieren que pase la noche en el hospital para
vigilarme.
Odiaba la idea de pasar una noche en el hospital, pero no podía discutir.
Acababa de caerme de unas escaleras.
Me duelen los brazos donde debo de habérmelos golpeado, me duele la
cadera cuando me muevo en la cama, pero es mi cabeza la que sigue
palpitando y si miro alrededor de la habitación demasiado rápido, me
empieza a dar vueltas. Quizás una noche aquí, donde sé que me cuidarán si
algo está mal, no sea tan mala idea.
Me llevo la mano al vientre, sintiendo que me he quitado un gran peso
de encima ahora que la gente conoce mi pequeño secreto.
Ni siquiera me había dado cuenta de que mi periodo se había retrasado
mientras estaba en el centro. No fue hasta que llevaba tres semanas allí y
me di cuenta de que no había tenido uno desde hacía mucho tiempo cuando
empecé a sentir miedo. Resulta que tenía razón porque cuando me hice la
prueba, casi inmediatamente dio positivo.
Entré en pánico durante unos dos minutos mientras estaba sentada en el
asiento cerrado del inodoro, sin embargo, al pensar en ello, pronto me di
cuenta de que tal vez no era algo tan malo. Sí, era joven, solo había
celebrado mi decimoctavo cumpleaños la semana anterior, pero sabía que
podía hacerlo. Podía ser madre. Puede que no fuera capaz de cuidar de mí
misma en los mejores momentos, aunque incluso en ese instante, sabía que
amaba a la pequeña persona que crecía dentro de mí más que a nada.
Había vivido un infierno de niña. Podía ser una mejor madre que la que
me habían impuesto. Podía darle a un niño un mejor comienzo en la vida
que el que me dio esa perra. Demonios, he hecho un mejor trabajo ya que
ninguna droga o alcohol ha pasado por mis labios desde que me enteré.
Estoy segura de que eso es más de lo que ella podría haber dicho durante su
embarazo de mí.
No tengo idea de cuánto tiempo ha pasado antes de volver en mí. El
sonido de la gente deambulando afuera de la cortina llena mis oídos. Es tan
fuerte que a veces me pregunto cómo he podido dormir, o el dolor que sigue
golpeando mi cabeza.
Sabiendo que ha sido el dolor lo que me despertó, busco el botón para
llamar a la doctora para ver si puedo conseguir más Tylenol. Al no
encontrarlo inmediatamente sobre la almohada donde lo dejé, abro los ojos
para buscarlo.
—¡Maldita sea! —Jadeo, no esperando encontrar a alguien mirándome
fijamente—. Te estás convirtiendo en un acosador —suelto, con el corazón
acelerado por el susto.
Sus ojos se clavan en los míos. Hay una intensidad en ellos que me hace
entrar en pánico.
Maldición. ¿Lo sabe?
Mi corazón se acelera tanto que mi cabeza empieza a dar vueltas.
Localizo rápidamente el botón de llamada y presiono mi dedo sobre él.
El estómago se me revuelve como si estuviera a punto de vomitar y se
me hace agua la boca.
—¿Estás bien? ¿Puedo traerte algo? —Se sienta hacia delante en la silla
y trata de tomar mi mano.
Todo mi cuerpo se tensa. No puedo hacerlo. No ahora y, desde luego, no
aquí.
—No, y tú no deberías estar aquí.
—¿Q… qué? —pregunta, sus ojos abriéndose de par en par en estado de
shock.
—Shane. —Respiro y me enfoco en la cortina que tengo frente a mí. Si
tan solo lo miro, me quebraré y no puedo permitirme que eso ocurra—. Lo
que necesito es que te vayas.
—Eso es una mierda y lo sabes —me dice, acercándose, pero mantengo
la calma a pesar de que su olor me llena la nariz y me ruega que me dirija a
sus ojos verdes que sé que estarán oscuros como cuando esta hambriento o
bueno... hambriento.
Exhalo una respiración temblorosa y rezo para que no se dé cuenta.
—Gracias por venir a ver cómo estoy. Como puedes ver, estoy bien, no
obstante, necesito que te vayas.
Todo su cuerpo se tensa antes de acercarse aún más. El calor de su
aliento golpea mi mejilla y mi cuerpo traidor se estremece con su
proximidad.
—Esta es la última vez que conseguirás echarme, Chelsea. —Su voz es
baja y molesta, y hace que una bola de emoción suba por mi garganta—. Si
haces que me marche ahora, no volveré. Jamás. He intentado ser amable,
acercarme a ti cuando los demás no te aceptaron, pero tú me has rechazado
siempre. Bueno, esto es todo. —Extiende los brazos—. Dime que me
marche y habremos terminado.
Cada parte de mí quiere derrumbarse y decirle que se quede, ser sincera
acerca de todo y ser valiente. Sin embargo, no puedo. Me aterra que no me
quiera. Que no nos quiera. Y no puedo permitir que eso ocurra. He sido
rechazada una y otra vez toda mi vida. Eso tiene que terminar ahora, así que
lo echaré antes de que tenga la oportunidad.
Puede que quisiera verlo cuando volví, pero me ha demostrado que
cualquier cosa entre nosotros no sería una buena idea. Ahora tengo que
enfocarme en mí, no en los demás. Tengo algo más valioso que cuidar.
Aprieto los puños, mis uñas se clavan en las palmas de mis manos
mientras intento reunir las fuerzas para decir la palabra que necesito.
—V… vete.
Se le escapa una carcajada sin gracia mientras da un gran paso
alejándose de la cama.
—¿Sabes?, pensé que eras diferente a lo que todos decían. Pensé que
todo era una actuación. Pensé que debajo de todo eso eras diferente. Que no
querías lastimar a la gente, que toda esa mierda era solo que estabas
inconscientemente equivocada, pero parece que el idiota soy yo porque
todos tienen razón, ¿no? Realmente eres una zorra a la que no le importa
nadie más que ella misma. —Ante esas palabras, mis ojos buscan los suyos.
Me arrepiento al instante porque el verde es más oscuro de lo que he visto
nunca y están llenos de lágrimas sin derramar. «Maldición»—. Lo que sea
que esto haya sido. Se terminó. Adiós, Chelsea.
Sin mirarme otra vez, desaparece a través de la cortina. Me trago el
sollozo que brota de mi garganta porque necesito saber que se ha ido antes
de derrumbarme.
Me acurruco. Envuelvo mis brazos alrededor de mi vientre y lloro.
—Lo siento, lo siento mucho —le susurro a mi bebé—. Es lo mejor, lo
prometo.
No es hasta la tarde siguiente cuando por fin me dan de alta y puedo salir
del hospital. Todo sigue bien y por fin consiguieron que el dolor de mi
cabeza disminuya un poco.
Mamá insiste en sujetarme durante todo el camino hasta el auto, como si
fuera a caer al suelo en cualquier momento. Intentó que me sentara en una
silla de ruedas. Eso no lo toleré. Todo está bien, solo estoy un poco
adolorida con un golpe en la cabeza, no hay necesidad de mimos.
—Tenemos tu habitación lista —dice una vez que me he acomodado en
la parte trasera del auto y ella está en la parte delantera junto a papá.
—Estoy bien para volver a la casa de la piscina.
—Tonterías. Tenemos que vigilarte al menos durante unos días.
Veo los ojos de papá en el espejo y se arrugan en los bordes. Sé que es
su forma de rogarme que acepte para facilitarnos la vida a ambos.
Lo hago, pero sobre todo porque estoy demasiado agotada para hacer
otra cosa.
Me pasé lo que me pareció toda la noche llorando después de correr a
Shane y, con el ruido constante de Emergencias fuera de la cortina, apenas
pude dormir. Preferiría esconderme en mi casa de la piscina, pero para ser
sincera, cualquier cama cómoda en una habitación tranquila sería difícil de
rechazar en este momento.
El viaje a casa es tenso. Sé que es porque los dos están preocupados por
mí y por mis planes ahora que la universidad está claramente descartada,
aunque parece que ambos evitan sacar el tema, lo cual me parece bien
porque no tengo ninguna respuesta.
En cuanto llegamos a casa, me acompañan a mi antigua habitación y me
dicen que me meta en la cama. Lo hago porque estoy agotada, y realmente
no necesito que mamá esté preocupada como si fuera a romperme en
cualquier momento.
—Mamá, estoy muy bien. No necesitas hacer nada de esto.
—Lo sé. Quiero asegurarme de que estás cómoda.
—Solo me golpeé la cabeza.
—Chelsea —suspira—. Alguien te empujó por las escaleras.
—Ella no me empujó y en cuanto vuelva a la escuela se lo diré a
Hartmann. No soy exactamente inocente aquí. Me busqué toda esta mierda.
Solo tengo que seguir hasta el final. Todo el mundo se aburrirá de mí en
algún momento y se pasarán a alguien más.
—¿De verdad crees eso?
Me encojo de hombros. Si no lo creo, ¿qué esperanza tengo?
—No eres estúpida, Chelsea. Todo esto podría pasar, pero ¿entonces
qué? Un día aparecerás en la escuela sin poder ocultar tu secreto y volverás
a ser el chisme del momento.
—¿Qué estás sugiriendo, mamá?
—Yo... no lo sé. Solo odio que estés pasando por todo esto.
—Está bien. Es el karma.
Ella abre la boca para discutir una vez más. Puede que sea plenamente
consciente de mis fechorías, no obstante, eso no le impide intentar
defenderme. Es admirable, aunque preferiría que llame a las cosas por su
nombre. Me equivoqué. Lastimé a gente que debería haberme importado, y
estoy aprendiendo la lección. Se están defendiendo, y con razón. Puede que
esté fuera de lugar porque las personas que deberían odiarme, Amalie,
Mason, S… Shane, no puedo ni pensar en su nombre sin ponerme
sentimental, parecen estar bien. Son los que luchan por su honor, como
Shelly, los que parecen tener el mayor problema.
—¿Hay alguna posibilidad de que pidamos pizza para cenar? —
pregunto, intentando cambiar de tema.
—Por supuesto. Lo que quieras. —Se sienta en el borde de mi cama—.
¿Cómo has estado, ya sabes, con el embarazo? ¿Algo de náuseas matutinas
o antojos o algo? ¿Hay algo que necesites? ¿Vitaminas prenatales?
Sonrío ante su entusiasmo. No sé por qué tenía miedo de decírselo.
Debería haber sabido que me apoyaría.
—He sentido un poco de náuseas, pero no mucho. He perdido un poco
el apetito para ser sincera, aunque algunos días me despierto por la noche
muy hambrienta. Tengo todas las vitaminas que necesito. Gracias. —Tomo
su mano y la aprieto con las dos mías—. Gracias por estar bien con esto.
—Oh, Chelsea. A veces las cosas en la vida están fuera de nuestro
control. Solo tenemos que confiar en que alguien allá arriba quiere lo mejor
para nosotros. —Mira por la ventana. A lo largo de los años, mamá ha
luchado con su fe. Realmente quiere creer que hay algo ahí afuera, pero
luego recuerda todos los momentos difíciles y eso la hace cuestionarse todo.
Se crio en un hogar religioso y sé que se siente culpable por cuestionar las
creencias de sus padres y la forma en que fue educada. Espero que algún día
encuentre las respuestas que anhela.
—Es una locura —digo, dejando caer la mano sobre mi vientre—. Pero
se siente bien. Sé que todo está lejos de ser perfecto, pero se siente... bien
—repito, incapaz de explicarlo mejor. Una vez que se me pasó el susto, algo
en mi interior se resolvió. Tengo algo que es mío. Algo que va a confiar en
mí y que me mirará como si fuera la persona más importante del mundo.
Algo que me dé un propósito, una razón de ser. Esto ya me llena de más
alegría que cualquier cosa en mis dieciocho años anteriores.
—Lo entiendo. Estar embarazada es un regalo maravilloso y una cosa
preciosa. Me alegro mucho de que lo hayas compartido conmigo. Cualquier
cosa que necesites, solo tienes que pedirla. Te dejo para que duermas un
poco. —Deja caer un beso en mi mejilla y sale de la habitación, cerrando la
puerta tras ella.
Salgo de la cama, busco mi bolso que papá dejó caer en la silla cuando
llegamos aquí y saco las fotos del ultrasonido. Me quedo tumbada en la
cama mirándolas durante mucho tiempo antes de que el sueño me reclame.
Puede que todo en mi vida esté jodido ahora mismo, sin embargo, tengo
a mi pequeño. Todo estará bien.
Cuando vuelvo a despertarme es porque tocan a la puerta con suavidad.
—Cariño, ¿estás despierta? Tienes visita. —Mamá asoma la cabeza por
la puerta mientras yo me incorporo para sentarme contra la cabecera.
Mi primer pensamiento es que es Shane y la esperanza se hincha en mi
pecho de que haya ignorado mis palabras una vez más y vaya a luchar por
mí. Pero en el momento en que se aparta y veo un par de piernas cubiertas
con mallas de red detrás de ella, sé que era una ilusión. Después de lo que
dije, no tengo motivos para pensar que volverá a hablarme. Aunque
supongo que tendrá que hacerlo porque en algún momento tendremos que
tener una conversación seria.
—Hola, ¿cómo te sientes? —pregunta Rae, entrando en la habitación
con una caja de donas en la mano.
—Mucho mejor al ver esas.
—Me alegro de poder ayudar.
—Íbamos a pedir pizza para cenar. ¿Quieres quedarte, Rae? —cuestiona
mamá.
Rae me mira y yo asiento la cabeza a las dos.
—Sería estupendo, gracias, señora Fi...
—Llámame Honey —dice mamá con una sonrisa.
Rae entra en la habitación, no obstante, espera a que mamá haya cerrado
la puerta tras ella antes de dejarse caer en el extremo de mi cama y colocar
la caja entre nosotras.
—Así que... —empieza—. Estás embarazada.
—¿Puedo al menos comer un poco de azúcar antes de que empieces con
los temas difíciles?
Se ríe, retira la tapa y me deja escoger primero.
Lucho contra un gemido de placer cuando la dulzura explota en mi
lengua. Es un millón de veces mejor que la mierda que me dieron en el
hospital.
—Puedes visitarme de nuevo —murmuro entre un bocado.
—Puede que cambies de opinión en un minuto, quiero todos los
detalles. Cuéntamelo todo. ¿Cómo sucedió?
No se me escapa que solo nos conocimos el lunes y, sin embargo, esto
parece la conversación más natural que he tenido con otra chica a pesar de
que realmente no quiero hablar de esto.
—Bueno, pasé la noche con este tipo. Ahora, no sé lo que haces con
Ethan, pero él metió su pen… —Uno de los cojines que había sobre la cama
me golpea suavemente en el hombro.
—Eso no fue lo que quise decir. No necesito todos los pormenores. —
Las dos nos quedamos en silencio durante un rato antes de estallar
simultáneamente en carcajadas.
Lágrimas llenan mis ojos y la alegría llena mi corazón. No recuerdo la
última vez que me reí así, y me siento increíblemente bien.
Una vez que las risas se calman, se hace un silencio a nuestro alrededor
y Rae suelta un suspiro.
—Puede que me equivoque, pero... —La miro, con la respiración
entrecortada mientras espero lo que sea que ella cree haber descubierto—.
Es de Shane, ¿verdad?
Jadeo, conmocionada. Apenas conozco a esta chica, no hemos pasado
más que unas horas juntas, ¿cómo lo ha descubierto?
—Um... cómo... um... ¿qué te hace decir eso? —indago, intentando y
fallando en sonar como si ella no acabara de desequilibrar mi mundo.
—Hubo algo que dijo mientras estabas ausente, que se me quedó
grabado. Luego vi su reacción ante ti el viernes por la noche. Se suponía
que tenía que concentrarse en el juego, pero en cada oportunidad, sus ojos
te buscaban. —Mi corazón comienza a acelerarse. Seguramente, debe haber
estado imaginando cosas—. Luego lo vimos en el hospital. Se inventó una
excusa de mierda de que tenía una cita. Creo que Amalie se lo creyó, pero
yo me di cuenta de su mentira. Fue a verte, ¿verdad?
Trago saliva con nerviosismo mientras trato de encontrar alguna palabra
para responderle.
—S… sí. —Le sostengo la mirada mientras absorbe esa simple palabra.
Los míos se llenan de lágrimas mientras que los suyos se iluminan con
satisfacción—. No hace falta que parezcas tan contenta contigo misma.
—Cuando era una niña, solía imaginar cómo sería ser una detective.
—Bueno, felicidades, Sherlock. Parece que tienes este caso resuelto —
murmuro, estirándome para tomar otra dona, solo para darme algo que
hacer en lugar de entrar en un estado nervioso ante la admisión que acabo
de hacer.
—Maldición, ¿de verdad es de Shane? Creía que la idea era poco
convencional, pero... ¡diablos!
Me encojo de hombros, qué hay que decir.
—Él es... —Ella se detiene, tratando de encontrar las palabras
adecuadas—. Es diferente al resto de los chicos. Parece más... sensato,
atento, amable.
Se me forma un nudo en la garganta y las lágrimas me pican en el fondo
de los ojos, desesperadas por salir.
—Lo es. En realidad, es un gran tipo. Pero... no le digas a nadie que yo
te lo dije. —Me río, aunque está muy lejos de la alegría que se desprendió
de mis labios no hace mucho tiempo.
—¿Pero todavía no se lo dices?
Sacudo la cabeza.
—No puedo. ¿Y si no nos quiere?
CAPÍTULO DIECINUEVE
SHANE
—D esvístete.
No es la exigencia del siglo, ya que, de todas formas, estoy
parada aquí desnuda.
Me desabrocho rápidamente el botón alrededor de mi cintura y bajo la
tela por las piernas.
Shane observa todos mis movimientos, con los ojos casi negros de
deseo.
Lo miro fijamente, recostado en el sofá, como si no le importara nada,
pero sé que eso está muy lejos de la realidad. Los moretones cada vez más
oscuros alrededor de su ojo y su mandíbula, y su labio partido, son solo el
principio.
Realmente pensé que después de echarlo del hospital sería nuestro fin.
Sé que Shane es más amable que la mayoría de los chicos, que ya me ha
dado demasiadas oportunidades para admitir que lo quiero, sin embargo,
realmente no pensé que volvería por más otra vez.
«Está borracho», dice una vocecita en mi cabeza, y como si pudiera
leer mi mente, se inclina hacia adelante para tomar la botella que abandonó
no hace mucho.
Se toma un par de tragos como si fueran agua, aunque sé, por el leve
arrastre de su voz y la confianza en su tacto, que no lo es.
Maldita sea, realmente quiero un poco. No obstante, no puedo. No es
como que me ofrezca algo.
—¿Y ahora qué? Te dije lo que querías oír. —Aunque ambos sabemos
que no lo hice. Puede que haya dicho que lo quería en ese instante, pero hay
muchas cosas sin decir entre nosotros. Tendría que haberle dicho la verdad
hace unos momentos, cuando me preguntó si esto era como con los demás.
No tiene idea de que, en realidad, no hay otros. Al igual que todo el
mundo en Rosewood High, me tiene marcada como una especie de zorra
que se acuesta con todo el que muestra algún tipo de interés, solo que no es
del todo la verdad.
—Muéstrame. Muéstrame por lo que todos los demás se vuelven locos.
Creo que olvidé la última vez, tal vez no eres tan buena después de todo.
Coloca la botella en el suelo después de abrirse la bragueta
tentadoramente.
Debería alejarme de lo que está insinuando, no obstante, sé que yo
tengo la culpa. Puede que no sea tan malo como él cree, aunque no puedo
mentir que he tocado a demasiados de sus compañeros de equipo en el
pasado. A los que no, están encantados de presumir junto a los demás
pretendiendo como que saben. Debería haber aclarado las cosas la primera
vez que alguien dijo que me había puesto de rodillas, pero no pude. Es
jodido, lo sé, sin embargo, hablaban de mí como si fuera algo, como si les
importara y tuvieran una razón para mantenerme cerca. Como dije, es
jodido. Pero es lo que es.
Espero que se baje los pantalones, pero nunca lo hace. Se limita a
mantener sus ojos en mí, desafiándome a que le dé lo que necesita.
—Debería irme ahora mismo —digo, aunque mi cuerpo me traiciona y
me acerca un paso más a él.
—Entonces vete. Me estoy acostumbrando a verte la espalda.
Odio esta faceta suya. El personaje enfadado con el mundo que
interpreta para intentar hacerme daño como yo a él. Pero por mucho que lo
odie y anhele al chico dulce que sé que es en realidad, no puedo evitar que
me excite. Algo dentro de mí no puede resistirse a esa pizca de chico malo
que sospecho que solo yo he tenido el placer de presenciar.
Recuerdo cómo me arrancó las bragas no hace mucho tiempo y una
oleada de deseo me recorre. ¿Quién iba a saber que fuera capaz de hacer
eso?
—Nunca me retracto de un desafío, Shane. Si quieres jugar, te
equivocaste de oponente si quieres ganar.
Traga mientras observa mi cuerpo mientras acerco el espacio entre
nosotros.
Una vez que estoy frente a él, coloco mis manos en el respaldo del sofá
a ambos lados de su cabeza.
Me mira fijamente, con sus ojos oscuros y su pecho agitado.
—¿Qué estás esperando? Me lo debes.
No puedo discutirlo. Le debo mucho más que una mamada, después de
toda la mierda que le causé.
—¿Ah, sí? ¿Qué te debo exactamente?
—Todo. Ahora... —Mete los pulgares en la cintura de sus bóxers y
empuja.
—¡Detente! —le exijo, haciendo que sus ojos se abran de par en par por
la sorpresa.
Me alejo de él y caigo de rodillas.
Al verme ante él, la vena de su cuello palpita.
—Permíteme, después de todo te lo debo.
Sus labios se abren para responder, pero no sale ninguna palabra
mientras envuelvo mis propios dedos en la tela y tiro de ella.
Levanta las caderas para ayudarme y yo le bajo los pantalones y los
bóxers por encima del trasero y los muslos. Su pene, ya erecto, se apoya en
su estómago y no puedo evitar morderme el labio inferior ante la idea de
volver a metérmelo en la boca. No se equivocó con lo que dijo antes, ha
pasado tanto tiempo que casi lo he olvidado.
Una vez que se ha liberado de los pantalones, tiro la tela en el suelo y
abro sus piernas para poder acomodarme entre ellas.
Dejo caer mis labios al lado de su rodilla y beso lentamente su muslo.
Sus dedos se deslizan por mi cabello cuando su impaciencia empieza a ser
mayor, sin embargo, me niego a precipitarme.
Inclinándose hacia adelante, toma la botella de vodka que dejó en el
suelo y se la lleva a los labios.
—¿Quieres un poco? —me ofrece esta vez.
Niego con la cabeza.
—Tú te lo pierdes. —Se termina la botella antes de tirarla al otro lado
del sofá y volver a recargarse.
Me mira fijamente, con una impaciencia evidente en sus ojos, mientras
yo continúo provocándolo.
—Chels —gime mientras araño sus abdominales con mis uñas—.
Necesito...
—Sé lo que necesitas, Shane.
Sus manos aprietan mi cabello y no me deja otra opción más que
mirarlo. Sus ojos siguen oscuros por el deseo, no obstante, ahora hay algo
más. Su suavidad habitual ha vuelto.
—No, realmente no creo que lo sepas.
Se me hace un nudo en la garganta y las lágrimas me queman los ojos
cuando nuestra conexión se mantiene. Malditas hormonas del embarazo.
Quiero creer desesperadamente que podría haber algo entre nosotros, pero
sería peligroso permitir siquiera un poco de esperanza. Él no me quiere. No
puede, no después de todo. Hay una razón por la que nadie sabe de esta
situación en la que nos encontramos. Soy su pequeño y sucio secreto. Uno
que le gusta disfrutar a puerta cerrada, pero que probablemente le
avergüenza admitir al mundo exterior. No soy el tipo de chica que los
chicos como Shane se merecen. Debería tener una buena chica de su brazo.
No una con una reputación manchada que todo el mundo odia.
Necesitando romper cualquier conexión extraña que se ha desarrollado,
hago lo único que sé que lo distraerá. Me inclino hacia adelante y lo lamo.
Su pene palpita bajo mi suave contacto, sus caderas se levantan mientras
busca más y sus dedos se tensan hasta que su agarre es casi demasiado
doloroso de soportar.
—¡Maldición, Chelsea!
Motivada por sus palabras y su reacción a mi simple contacto, lo rodeo
con mis dedos y le lamo la cabeza del pene.
Gime, el ruido en el fondo de su garganta despierta mi propio placer
perdido de antes.
Abro mis labios y se lo chupo hasta el fondo, y me encanta el gruñido
que sube por su garganta.
Levanto la vista y veo que tiene la cabeza apoyada en el sofá; su cabello
rubio está revuelto después de que tuve mis manos en el no hace mucho;
tiene los ojos cerrados, las mejillas sonrojadas y los labios entreabiertos.
Recorro su cuerpo con la mirada, observando su pecho y sus
abdominales firmes. Mierda, quiero pasar mi lengua por cada hendidura.
Quiero poder tomarme mi tiempo, disfrutar de esto que hay entre nosotros y
no solo tener momentos robados llenos de ira y odio mientras luchamos el
uno contra el otro y contra lo que realmente sentimos.
—Maldición, maldición —repite cuando levanto la mano y le toco los
testículos.
Su longitud se hincha entre mis labios y sé que casi ha llegado al final.
Lo chupo una vez más antes de soltarlo con un sonido pop y ponerme
de pie.
—¿Qué carajo? —Levanta la cabeza, con los ojos muy abiertos por la
sorpresa.
Debe darse cuenta de mis intenciones en cuanto ve la sonrisa en mis
labios.
Ojo por ojo, cariño. Si me dejas con las ganas, puedes esperar el mismo
trato a cambio.
—Tú pusiste las reglas, bebé —le digo con una voz enfermiza y dulce
que suelo reservar para ligar con los imbéciles con los que juega—. No es
mi culpa si no puedes soportar las consecuencias.
Doy un paso atrás, pero él es más rápido de lo que creía. Sus dedos
encuentran los míos y me jala hacia él con tanta fuerza que no tengo más
remedio que caer en su regazo.
—¿Vas a algún lado? —pregunta, con sus ojos brillando de diversión.
—Sí, me voy.
—Esta vez no. No he terminado contigo. Y por una vez... yo tomo las
decisiones.
Lo miro fijamente, disfrutando de su lado más dominante.
En cuestión de segundos me mueve para que esté sentada a horcajadas
sobre su regazo con las piernas al lado de sus muslos y sus grandes manos
rodean mi cintura, sujetándome.
—Vamos entonces, creo que ambos hemos esperado bastante.
Me agarro a él. Sus párpados bajan ante la sensación y me deleito en el
hecho de que, incluso ahora, tengo todo el poder. Así es como necesito que
sea. Necesito ser la que da las órdenes aquí para intentar protegerme.
En el momento en que nos he alineado, me hundo y veo cómo los
músculos del cuello de Shane se tensan de placer. Su mandíbula cruje
cuando bajo aún más y las yemas de sus dedos se clavan en mi piel.
—¡Demonios! —brama una vez que estoy completamente sentada.
Sus ojos se fijan en los míos y yo me levanto lentamente y vuelvo a
bajar.
—¡Maldición, Chelsea! —gime, de repente sonando mucho más sobrio.
—¿Qué? —pregunto, confundida por el cambio en él.
—No se supone que sea así. —Su voz es baja y casi un susurro, y me
vuelvo a levantar.
—¿Así cómo?
—Así de jodidamente bueno. Así de jodidamente adictivo.
Me quedo callada, aunque me temo que mis sentimientos sobre lo que
acaba de decir están escritos en mi rostro. Tiene razón. No debería ser así.
Se suponía que era una noche de distracción. No se suponía que se
convirtiera en necesitarnos el uno al otro de esta manera. No se suponía que
se convirtiera en esta cosa tóxica que no puedo evitar anhelar tanto como la
odio.
Incapaz de mirar la honestidad de sus ojos, dejo caer mi cabeza en el
hueco de su cuello y dejo de lado todos los pensamientos mientras lo
monto.
Sus manos me ayudan a moverme, pero no pasa mucho tiempo hasta
que su necesidad de liberarse hace que sus caderas se abalancen sobre mí.
Mis dedos se enroscan en el respaldo del sofá y mis uñas se clavan
mientras corro hacia mi propio orgasmo.
—¡Demonios, Chelsea!, ¡maldición!
Sentada y erguida, echo la cabeza hacia atrás y grito su nombre mientras
mi cuerpo se desploma sobre el borde.
Solo unos segundos después, me jala contra su cuerpo y, con su cara
metida en mi cuello, se queda quieto mientras grita su liberación, con su
pene moviéndose en mi interior y provocando algunas de mis propias
réplicas.
Su respiración acelerada me hace cosquillas en mi piel ardiente mientras
se recupera.
Sabiendo que tengo que moverme, que nuestro tiempo juntos terminó,
me alejo de él, sin embargo, sus brazos me rodean y me mantienen en mi
lugar.
—¿Shane? —pregunto, necesitando que me suelte antes de permitirme
creer que podría haber algo más aquí.
—Solo necesito un minuto. Eso fue... —Se detiene.
—Sí. —Concuerdo con él. ¿Qué más se puede decir? Fue bastante
increíble. Casi lo suficiente para hacerme creer que podría haber algo entre
nosotros.
—¿Chelsea? —cuestiona, con una extraña emoción que llena su voz y
que no puedo ubicar.
—¿Sí? —susurro, disfrutando demasiado de estar entre sus brazos.
Sus dedos se envuelven en mi cabello y me mantienen en mi sitio
mientras acerca sus labios a mi oído.
—Eso fue un reto —susurra.
Por un segundo, no entiendo las palabras. Pero en el momento en que lo
hago, todo mi cuerpo se tensa en su abrazo.
Me permite moverme, sus brazos caen alrededor de mí y me siento.
Tiene una sonrisa de satisfacción mientras sus ojos rebotan entre los
míos.
Algo caliente explota dentro de mí mientras le devuelvo la mirada.
—¡Eres un maldito imbécil! No eres mejor que ninguno de ellos,
¿sabes?
—Si no puedes contra ellos, úneteles —admite encogiéndose de
hombros.
—¡Maldito estúpido! —Me quito de encima, odiando que él
deslizándose desde dentro de mí se sienta tan bien que es casi una
distracción de la realidad—. ¿Te sientes mejor ahora que tienes una victoria
sobre mí? Tú ganas, Shane. Maldita sea, tú ganas.
Me pongo la ropa mientras él permanece inmóvil en el sofá. No lo miro,
no me atrevo a mirarlo para ver esa estúpida sonrisa de nuevo porque sé lo
mucho que me va a enfurecer.
Ni siquiera tengo fuerzas para decir algo mientras atravieso la puerta.
La cierro tan fuerte como puedo detrás de mí a la par que salgo corriendo de
la casa.
Para empezar, no quería estar aquí, pero al saber que me sentía mucho
mejor, Rae insistió en que intentara reincorporarme al mundo y mamá no
pudo hacer mucho más que aceptar. No podía mantenerme encerrada en esa
habitación para siempre.
Mantengo la cabeza baja mientras me abro paso entre los estudiantes
que disfrutan de su noche de viernes. Como ahora soy la marginada social,
casi nadie me mira mientras me dirijo a la puerta principal.
Por suerte, Rae no está por ningún lado o sé que nunca saldría de aquí.
Menos mal que lo consigo, porque para cuando busco las llaves de mi auto
en mi bolso, las lágrimas ya corren por mis mejillas.
—¡Hijo de puta! —grito, golpeando las manos contra el volante en un
intento de sacar algo de mi ira.
Fui yo quien le advirtió que no jugara juegos, que él sería el que
perdería. ¡Qué equivocada estaba, maldita sea!
Se supone que él es el bueno. El dulce. Sin embargo, me ganó en mi
propio juego. Aunque no estoy segura de que alguna vez fuera mi juego
para empezar.
No es hasta que estoy a mitad de camino que me doy cuenta de que el
auto que viene detrás me ha estado siguiendo desde que salí de la casa de
Ethan.
Se me acelera el corazón al saber que me está siguiendo y que conduce
borracho. No sé si me enoja más la idea de tener que verlo una vez más o
que se haya puesto en peligro. Tengo la tentación de decir que es esto
último, pero lo dejo de lado, no queriendo lidiar con lo que realmente siento
por él.
Está oscuro, así que no puedo distinguir el auto más allá de sus malditas
luces brillantes, no obstante, hace todos los giros que hago, hasta el punto
de señalar y estacionarse en la calle en la que vivo.
Mis dedos se tensan sobre el volante y el corazón me late en el pecho.
Estoy tentada a encerrarme en el auto por miedo a salir y tener que lidiar
con él de nuevo. Sin embargo, después de exhalar un suspiro, encuentro mis
agallas, apago el motor y abro la puerta.
El auto sigue ahí, parado junto a la acera, pero ahora que puedo verlo,
me doy cuenta de que es una camioneta y no una que reconozca.
Doy un paso hacia él para ver quién es el conductor, aunque antes de
que pueda ver el interior, se aleja a toda velocidad.
Qué raro.
Me digo a mí misma que es alguien de la escuela que intenta asustarme,
probablemente Shelly. Sacudo la cabeza y me dirijo a la casa. Estoy
desesperada por ir a mi casa de la piscina, pero todas mis cosas están en mi
antigua habitación. Todo eso cambiará mañana. No importa lo que piensen
mis padres, estoy perfectamente bien y voy a volver a mi pequeño refugio
para alejarme del mundo.
Por suerte, la casa está en silencio, así que, después de tomar una botella
de agua, subo a mi habitación.
Me acerco a la ventana para cerrar las cortinas, no obstante, unas luces
en el exterior vuelven a captar mi atención. El miedo se apodera de mí, pero
lo hago a un lado. Mucha gente me odia ahora, podría ser cualquiera de
ellos al verme huir de casa de Ethan.
CAPÍTULO VEINTIUNO
SHANE
T an solo pensar en lo que podría haber hecho con los tipos con los que
me veo obligado a pasar el tiempo, hace que la ira corra por mis venas.
Puede decirme que es una mierda por su parte todo lo que quiera.
Demonios, le creo. Sé que son unos fanfarrones y unos mentirosos, lo
experimento a diario. Aun así, no hace mucho por quitarme de la cabeza las
imágenes que no necesito.
Quiero que sea mía y solo mía. Odio que otros hayan experimentado
esto. A ella.
—Deja de pensar demasiado —me advierte, con sus manos cubiertas de
jabón rozando mis abdominales y acercándose peligrosamente a donde
realmente las necesito—. Deja de preocuparte por lo que ya está hecho. No
podemos cambiar el pasado, Shane. Lo sé mejor que nadie.
Me mira, sus ojos oscuros abiertos y honestos de una manera que no
estoy seguro de haber visto antes.
—¿Por qué lo hiciste, Chels? ¿Por qué lastimaste a todos?
—Fue una estupidez —responde, agachando la cabeza, demasiado
avergonzada de sus actos como para sostenerme la mirada.
—Explícamelo. Por favor. Ayúdame a entender.
Exhala un suspiro mientras considera sus palabras.
—Tú conoces mi pasado, Shane. Fue... malo. Yo era un estorbo, esta
personita no deseada y no amada que solo estorbaba. No servía de nada,
bueno, no hasta que crecí un poco, no es que eso impidiera que algunos de
los chicos me miraran con lascivia... —Un escalofrío recorre su espalda al
recordar.
La rodeo con mis brazos y la acerco con la esperanza de que le ayude a
sentir lo contrario de las cosas que acaba de describir.
—Siempre he deseado ser querida —dice en voz tan baja que casi creo
que lo imaginé—. Sé que tuve a Honey y a Derek, pero ellos no me
eligieron, no realmente. No tuvieron más remedio que acogerme cuando
aparecí por primera vez en su puerta.
»Durante años he observado a todo el mundo encontrar a su mejor
amigo. Esa persona con la que pueden tener una conversación sin siquiera
decir palabras. He visto a los que me rodean enamorarse. Y yo siempre me
he sentido sola. Estaba celosa. No voy a mentir, pensé que Jake era para mí.
Dos almas destrozadas que podrían arreglarse mutuamente o una tontería
así. Entonces apareció Amalie y destrozó todo en lo que creía. Él la quería,
tú la querías. Entonces Mason y Camila arreglaron sus problemas, y uno
tras otro vi cómo todos encontraban lo que yo tanto deseaba. Arremetí.
Estaba celosa y ahogándome en la felicidad de los demás. No tengo ninguna
excusa real porque fue algo jodidamente estúpido. Fue equivocado,
inmaduro, innecesario, egoísta, la lista continúa. Nunca me lo perdonaré.
Hasta el día de hoy no estoy segura de lo que intentaba conseguir, aparte de
evitar que todo el mundo fuera tan feliz y siguiera adelante con sus vidas
mientras yo parecía estar siempre atascada en la miseria. Estaba tan
jodidamente sola, Shane. Tan harta de todo. De fingir, de intentar ser la
persona que tenía que gustarle a todo el mundo. Todo era una puta mierda.
Los dos nos quedamos en silencio durante un rato antes de que ella
vuelva a hablar.
—Nunca me propuse hacerte daño ni hacer que pareciera que fuiste tú.
Sin embargo, una vez que todo el mundo lo asumió, no podía gritar a los
cuatro vientos que había sido yo. Bueno, supongo que podría haberlo
hecho, pero... —suspira—. Lo siento mucho. Lo siento muchísimo. De
alguna manera, tengo la intención de compensar a los demás también. No sé
cómo; solo espero que se me ocurra algo.
—Estoy bastante seguro de que solo tienes que decir las palabras, Chels.
Tomando su mejilla en mi mano, muevo su cabeza para que no tenga
más remedio que mirarme. Sus ojos están llenos de lágrimas, aunque no
tengo idea de si algunas han caído por el agua que cae sobre nosotros.
—Lo siento —susurra, con la voz entrecortada—. Hay tantas cosas que
haría de forma diferente si pudiera volver atrás.
—No puedes. Tienes que aceptarlo por lo que fue y seguir adelante.
Todos lo hicimos.
Ella asiente la cabeza con tristeza.
Se hace el silencio entre nosotros una vez más mientras sus palabras de
hace unos momentos dan vueltas en mi cabeza.
—¿Qué pasa con el equipo de porristas? —pregunto.
—¿Qué pasa con ellas? —Su ceño se arruga en señal de confusión.
—Creí que eran tus amigas.
—¿Como el equipo de fútbol americano son tus amigos?
—Pero...
—Mi equipo es mi equipo —dice, interrumpiéndome—. Hace tiempo
que decidí que las animadoras iban a ser mi vida. Me encanta. Lo vivo.
Llegar a ser la capitana nunca fue una cuestión para mí. Lo llevo en la
sangre. Esas chicas no se juntan conmigo porque les agrade, porque seamos
amigas, lo hacen porque tienen que hacerlo. Soy su líder, la razón por la que
están en ese equipo, la razón por la que tienen la posición en la escuela que
tienen. No son mis amigas —repite—. Solo mira lo rápido que me dieron la
espalda cuando la jodí. Los verdaderos amigos no hacen eso. Deberían estar
ahí por mucho que la jodas, aunque se enojen. C… como tú —susurra—.
Las únicas personas con las que he tenido algún tipo de amistad real son
Luca y Ethan. Ambos ven por debajo de la actuación, me ven a mí, no solo
a la perra animadora que todos ven.
—Así que tú y Ethan, nunca...
Sus labios se curvan con disgusto antes de reírse.
—Nunca. Es algo así como mi hermano. Luca también.
—¿Y yo? —indago, pasando mi pulgar por su labio inferior y
acercándome.
—No eres como un hermano —dice con una sonrisa de satisfacción.
—Gracias a Dios por eso —musito riendo.
La tensión crece entre nosotros, pero no nos decimos nada mientras
seguimos mirándonos fijamente.
Los labios de Chelsea se abren, aunque no dice nada durante mucho
tiempo.
—C… creo que tú podrías ser lo que estaba buscando durante todo este
tiempo. —Sus ojos se abren de par en par en cuanto se da cuenta de que lo
dijo en voz alta.
—¿Es eso cierto? —Me acerco a ella y la empujo contra la fría pared de
azulejos.
—No estoy segura, puede que tengas que mostrarme otra vez.
—¿E stás seguro de esto? —le pregunto a Shane, que está sentado a
mi lado en el asiento del conductor de su auto.
Se me revuelve el estómago y me preocupa vomitar en el reposapiés.
Exhalo lo que espero que sea un suspiro tranquilizador, pero sirve de
poco para calmar los nervios que me invaden.
No estoy preocupada por mí. Pueden hacerme lo que quieran y dejaré se
me resbale como si no me doliera. Me preocupa Shane. No se merece lo
que inevitablemente van a decir de él por mi culpa.
—Sí, Chels. Estoy seguro. Me niego a ocultarlo por culpa de esos
imbéciles. —Se acerca, entrelaza nuestros dedos y me atrae hacia él.
Sus labios rozan los míos y me relajo de inmediato.
—¿Qué tal si volvemos a la casa de la piscina a pasar el día? —sugiero.
Pasar tiempo juntos allí ayer fue increíble. Nunca me había sentido tan
relajada en mi propia casa. Que estuviera allí conmigo fue tan natural.
Todo fue genial hasta que mamá apareció y sacó conclusiones sobre la
repentina aparición de Shane. De acuerdo, eran conclusiones correctas y no
se impresionó cuando admití que aún no le había dicho la verdad.
Para ser justos, estaba intentando armarme de valor cuando ella nos
interrumpió. Me digo a mí misma que si ella no hubiera elegido ese
momento exacto para irrumpir, entonces se lo habría confesado todo.
Aunque una gran parte de mí sabe que solo me miento.
Ahora mismo vivo en la negación porque sé que una vez que se sepa la
verdad todo va a cambiar de nuevo.
Esta normalidad que hemos establecido se hará añicos, y me aterra
perderlo ahora que lo he encontrado.
Alguien golpeando la ventana me asusta y hace que nos separemos de
un salto, asustados.
Cuando volteo hacia la ventana, me encuentro a Rae sonriente
mirándome con Ethan divertido detrás de ella.
—¡Maldita sea!, ¿era necesario? —indago, empujando la puerta para
abrirla.
—Buenos días para ti también.
Le gruño mientras salgo del auto y tomo mi bolso.
—¿Estás lista para esto? —cuestiona mientras Shane se acerca y me
toma de la mano.
—No —le digo.
—No pasará nada. Estoy segura de que te has enfrentado a cosas peores
en el pasado —dice Rae con complicidad.
—¿Yo? Sí, es él quien me preocupa.
—Él ya está grandecito y puede tomar sus propias decisiones —
murmura Shane.
—¿Es eso cierto? —Rae lo mira, moviendo las cejas con deleite.
—¿En serio? —brama Ethan—. ¿No te parece que ya es
suficientemente malo que me ocultaras información sobre esos dos, y ahora
le estas echando el ojo a él?
Rae se estremece.
—Estoy en problemas. —Nos guiña un ojo antes de que Ethan la
levante sobre su hombro y se aleje de nosotros.
—Ella es perfecta para él —le digo a Shane mientras la vemos forcejear
y chillar contra su agarre.
—Es increíble lo que puede hacer la mujer indicada, ¿no crees?
—¿Crees que soy la indicada?
Siento un hormigueo cuando deja caer sus labios para susurrarme al
oído.
—Sí, en todos los sentidos.
A medida que nos acercamos al edificio de la escuela, mi piel empieza a
estremecerse. No necesito levantar la vista para saber que estamos llamando
la atención.
—Parece que acaba de llegar el chisme nuevo —musita Shane,
claramente más valiente que yo y mirando a nuestro creciente público.
Con un poco de confianza, levanto la cabeza.
Todas las miradas a los alrededores están puestas en nosotros.
—¡Maldición! Esto va a ser un infierno.
—Solo si lo permitimos. Vamos.
Para mi horror, Shane me lleva hacia donde el equipo de fútbol
americano y el escuadrón de porristas pasan el rato. Todos están demasiado
ocupados en sus propias conversaciones para notarnos al principio. Sin
embargo, en cuanto Rich levanta la vista, le da un codazo a Justin y en
cuestión de segundos todos nos miran.
—Bueno, esto no es lo que esperaba ver un lunes por la mañana —
anuncia Rich, asegurándose de que cualquiera que no se hubiera dado
cuenta voltee hacia nosotros.
Susurros se filtran a nuestro alrededor. Mi corazón golpea en mi pecho
mientras espero a que llegue el primer ataque.
Shane debe aburrirse de esperar cualquier tipo de reacción, o realmente
quiere hacer hincapié, porque jala mi brazo hasta que no tengo más remedio
que pegarme a su cuerpo. Entrelaza sus dedos en mi cabello y baja sus
labios.
Justo antes de que rocen los míos, dice:
—Más vale darles algo que mirar.
Sus labios se unen a los míos y me olvido de que estamos aquí, en
medio de la escuela, con casi todo el mundo mirándonos. Su lengua se
desliza dentro de mi boca y se enreda con la mía mientras me aprieta más
contra él.
—¡Bueno, mierda! No creí que Shane fuera capaz —vocifera Justin
cuando acaba soltándome.
Shane se ríe, aunque no los mira.
—¿Te acompaño a clase?
—Me encantaría.
Dejando a nuestros espectadores y los comentarios que hacen lo
suficientemente alto como para que los escuchemos, le damos la espalda y
nos alejamos.
Mientras esté con él no pueden hacerme daño.
—Ojalá estuviera en tus clases esta mañana —dice Shane, deteniéndose
a la salida de mi primera clase del día.
—Estaré bien. —Extiendo mi mano y tomo su mejilla, me encanta que
se preocupe por mí.
—Te veré a la hora del almuerzo, ¿está bien?
—Cuenta con ello.
Asiento con la cabeza mientras me da un dulce beso en los labios antes
de darse la vuelta y marcharse por el pasillo.
Se me derrite el corazón al verlo moverse. No tenía idea de que pudiera
sentir algo tan fuerte por otra persona, aparte de la que está creciendo
dentro de mí ahora. Ese pensamiento hace que la culpa me golpee de nuevo
con toda su fuerza.
«Se lo diré pronto», me digo mientras entro en el aula vacía con una
estúpida sonrisa en la cara.
A medida que pasa cada clase, ignoro los comentarios que esperaba, las
habladurías que escucho a mi alrededor. Me importa muy poco, mi
reputación en Rosewood High se arruinó hace semanas, no quiero que
Shane se hunda conmigo.
Por primera vez desde que volví, me encuentro almorzando en la
cafetería. Sin embargo, no estoy en la mesa en la que estoy acostumbrada,
con el equipo de fútbol americano y el escuadrón de porristas, estoy en una
en la que nunca pensé que estaría. Miro a Shane y luego a sus amigos que
nos rodean. Camila y Mason están enfrente con Amalie a su lado y Ethan y
Rae junto a mí.
Camila no oculta el hecho de que no está contenta con esto, y no puedo
culparla. Saber que solo está cuidando a Shane hace que me agrade mucho
más. Amalie, sin embargo, ni siquiera ha pestañeado por mi presencia.
Debería ser ella la que estuviera enfadada conmigo, al igual que Mason,
pero parece que lo han aceptado como lo que fue, un error, y han seguido
adelante. No podría estar más agradecida, no obstante, eso no significa que
no vaya a hablar con ambos cuando tenga la oportunidad de disculparme.
Todos charlan a mi alrededor como si mi presencia al lado de Shane
fuera normal. Mientras que el resto de la escuela parecía conmocionada, si
no ligeramente horrorizada por este giro de acontecimientos, estos chicos
parecen simplemente seguir la corriente. Me pregunto si Rae les habrá
avisado.
Me dijo que ella y Amalie habían visto a Shane en el hospital la semana
pasada y así fue como lo descubrió, tal vez Amalie tuvo pensamientos
similares.
Mientras que el equipo de fútbol americano nos ignora en su mayoría,
siento la atención del equipo de animadoras durante todo el almuerzo.
No he hablado con ninguna de ellas desde mi último enfrentamiento con
Shelly y, francamente, no tengo intención de cambiar eso.
Puede que no me haga gracia dejar a mi equipo, pero si va a ser así, que
así sea. Tengo cosas más importantes de que preocuparme ahora.
Pongo mi mano en la de Shane y la aprieto.
Acerca sus labios a mi oído y su aliento me hace estremecer.
—¿Estás bien? ¿Quieres salir de aquí?
—No, estoy bien. Tus amigos son simpáticos.
—Tienes que darle una oportunidad a la gente, Chels.
Quiero que me trague la tierra cuando pienso en cómo he actuado en el
pasado. He sido una perra.
—Solo voy al baño —digo mientras me levanto, necesitando alejarme
por un momento.
Me dirijo a los baños a los que él me persiguió la semana pasada, pero
cuando miro por encima de mi hombro, veo que hoy no está haciendo lo
mismo, aunque sus ojos estan fijos en mí, llenos de preocupación en ellos.
Entro e inhalo profundamente para calmarme, deseando que las
lágrimas que llenan mis ojos se detengan. No necesito derrumbarme y darle
a nadie más motivos para hablar sobre mí.
Las chicas adentro me miran mal, y gracias a mi reputación anterior,
ninguna me dice nada a la cara. Supongo que es una de las ventajas de ser
conocida como la reina de las perras.
—Oye, ¿estás bien? —me pregunta una voz familiar mientras pierdo el
tiempo lavándome las manos.
—Sí, solo necesitaba un respiro.
—No se lo has dicho, ¿verdad?
Al voltear, me encuentro con los ojos oscuros de Rae e inmediatamente
desvío la mirada.
—Todavía no. Tengo miedo.
Se acerca al espejo y se limpia el maquillaje oscuro bajo sus ojos.
—Lo entiendo. Sin embargo, ¿no crees que va a empeorar cuanto más
tiempo te lo guardes? Hoy debe de haber sido muy importante para él. Lo
que ha hecho por ti requiere mucho valor. Le debes la verdad.
Se me retuerce el estómago y coloco la mano sobre él con la esperanza
de que se detenga.
—Ya lo sé. Pero, ¿y si me odia?
—Te odiará más por mentirle.
—Touché.
—No puedo imaginar lo aterrador que debe ser. Pero lo necesitas.
Ambos —dice mirándome el estómago.
Dejo escapar un suspiro.
—Lo sé. Lo sé. Las cosas han sido tan... increíbles. No quiero
arruinarlo.
—¿Quién dice que lo arruinará? Sí, va a ser un shock, aunque las cosas
podrían salir bien.
Me gusta su pensamiento positivo, pero soy un poco más realista sobre
todo el asunto.
Cuando llega el final del día, estoy lista para irme a casa a dormir una siesta
mientras Shane está en el entrenamiento.
Estoy en mi casillero, tomando los libros que necesito para esta noche,
cuando una sombra se cierne sobre mí.
Un escalofrío me recorre la espalda mientras cierro mi casillero y volteo
hacia quienquiera que sea lo bastante valiente como para acercarse a mí.
Puede que hoy haya sido el tema de moda en la escuela, pero al menos todo
el mundo mantuvo su distancia.
Mis ojos se abren de par en par cuando veo a Victoria, Tasha y Aria
frente a mí.
—¿No deberían estar entrenando? —pregunto, apartándome de los
casilleros y dirigiéndome a la salida.
—De eso tenemos que hablar contigo.
Hago una pausa dándoles la espalda.
—¿Por qué? —cuestiono por encima de mi hombro.
—Um... las cosas no van muy bien.
Me doy la vuelta y las miro. Parecen nerviosas y eso despierta mi
interés.
—¿Y ese es mi problema porque...? Me echaron, ¿recuerdan?
—Sí, no obstante... te necesitamos.
Algo que solo puedo describir como esperanza crece en mi interior.
—¿Me... necesitan? ¿Para qué exactamente?
—Ugh, déjate de tonterías —contesta Aria, dando un paso al frente—.
Shelly era una pésima capitana. No sabe organizar una mierda. Kelly, pues
quién sabe dónde está, no ha llegado a los entrenamientos desde el
miércoles y todo se está desmoronando.
Abro la boca para responder, sin embargo, no salen palabras.
—Por favor —añade Victoria—. Vuelve. Sabemos que las cosas son...
incómodas, pero Shelly era la que no te quería. Todas sabemos que te
necesitamos si queremos tener una oportunidad en las regionales. Por favor,
Chels.
—Wow, muy bien —murmuro sorprendida.
—Entonces, ¿qué dices?
La idea de seguirlas y hacer lo que más me gusta me llena de alegría,
pero entonces mi realidad me golpea. Ya ni siquiera puedo subirme a una
pirámide y que me tiren de un lado a otro como antes.
—No puedo animar —admito—. Después del accidente de la semana
pasada, no es buena idea que yo... —Me detengo antes de decir demasiado
y que descubran en la mentira.
—Pero puedes ser capitana, puedes dirigirnos, ¿no? Una de las chicas
JV puede ocupar tu lugar. Harley es muy buena.
—Um... —Una sonrisa quiere escapar de mis labios—. Me encantaría.
—Trato de contener mi emoción, aunque se refleja en mi cara cuando gritan
de alegría y corren hacia mí.
—Shelly se enfurecerá cuando vuelva a la escuela —advierto mientras
camino en dirección contraria a la que esperaba ir.
—Shelly puede irse a la mierda —murmura Victoria—. No tiene lo que
se necesita para ser capitana. Se le infló tanto la cabeza que me sorprende
que quepa en el maldito gimnasio.
Dejo que las tres se me adelanten mientras saco mi teléfono para
mandarle un mensaje a Shane y decirle que no iré directo a casa. Me había
dado sus llaves para que manejara su auto, diciéndome que le pediría a uno
de los chicos que le diera un aventón, pero parece que vamos a irnos juntos
después de todo.
Las chicas están todas reunidas en el centro de las colchonetas cuando
entro.
—¡Dijo que sí! —grita Victoria cuando todas voltean hacia mí.
La alegría ilumina sus rostros cuando camino hacia ellas y la última
pieza de mi rompecabezas encaja en su sitio. Este gimnasio es mi casa.
Pertenezco a este lugar, y no es sino hasta ahora que realmente acepto lo
mucho que lo extrañé. Puede que no pueda animar como antes, pero eso no
es un problema. Estoy con mi equipo.
Dejo mi bolso y los libros a un lado en el gimnasio y tomo mi lugar
frente a las chicas.
—¿Están listas para arrasar en las regionales? —exclamo, con una
amplia sonrisa en la cara mientras todas empiezan a saltar y a animar.
CAPÍTULO VEINTISIETE
SHANE
O dié verlo desalentado al salir de Aces, sin embargo, sé que tenía razón.
Tenía que tratar con su familia a solas. No me corresponde a mí hacer
de pacificadora entre él y su padre.
Mis labios se fruncen de disgusto cuando pienso en cómo lo trata su
padre y lo que espera de él. Shane no habla mucho de ello, no necesita
hacerlo. Lo he visto con mis propios ojos a lo largo de los años, he oído sus
locas expectativas poco realistas. Es comprensible que Shane evite hablar
del futuro y de la universidad a la que quiere ir.
Su padre quiere que sea la próxima gran estrella de la NFL, no obstante,
cualquiera que conozca a Shane, aunque sea un poco, sabe que él no es así.
Diablos, yo lo sabía incluso antes de que pasara algo entre nosotros.
Aparto los pensamientos sobre Shane de mi mente por el momento y me
enfoco en mi equipo mientras se sientan y chismean a mi alrededor.
Lo último que esperaba era terminar el día de vuelta en mi adorado
papel de capitana, creí que ese barco había zarpado hacía tiempo, pero
resultó que solo tenía que ser paciente.
—Shelly vuelve mañana —dice Aria—. No estará feliz con esto.
Un escalofrío me recorre la espalda. No me imagino que le hiciera
mucha gracia que la suspendieran cuando la semana pasada ni siquiera me
tocó, pero parecía que ya estaba en la lista de mierda de Hartmann y era la
excusa exacta que necesitaba para darle un tiempo fuera.
No puedo quejarme. Ha sido agradable sin ella. Aunque no puedo evitar
preguntarme si mi fácil regreso al equipo va a durar muy poco. Volverá a
tenerme en la mira, eso es seguro.
Nuestra tarde en Aces es como en los viejos tiempos, solo que ahora,
siento que realmente puedo pertenecer. El equipo me quiere, mientras que
antes estaba segura de que solo me soportaban porque tenían que hacerlo, y
ahora sé que tengo a alguien que va a estar a mi lado sin importar lo que me
traigan el mañana y Shelly.
Nervios revolotean en mi estómago y me recuerdan que esas no son las
únicas diferencias. Dentro de unas semanas, sé que ya no podré ocultar este
secreto. Hasta ahora he tenido la suerte de guardándomelo para mí, aunque
sé que tengo los días contados, sobre todo con Shane.
Tengo que decírselo antes de que alguien se me adelante.
—Hola, Chels. ¿Quieres que te lleve a casa? —me pregunta Ethan,
sacándome de mis pensamientos.
Levanto la vista y lo veo con su brazo alrededor de Rae. No la mira,
pero tiene una sonrisa en los labios que creo que no existía hasta que ella
apareció en su vida.
—Sí, sería genial —respondo.
Después de despedirme del equipo, sigo a Ethan y Rae fuera del
restaurante.
Estoy demasiado ocupada charlando con ellos como para prestar mucha
atención al estacionamiento y me meto en la parte trasera de la camioneta
de Ethan sin pensarlo mucho.
Hasta que salimos y vuelvo a ver la camioneta parada junto a la salida.
—Oye —digo, asomando la cabeza entre los dos asientos delanteros—.
¿Tienes idea de quién conduce esa camioneta?
Sé que es poco probable, no obstante, supongo que vale la pena
preguntar porque no tengo ni una maldita idea. Me rompí la cabeza para dar
con la respuesta, pero aparte de una posibilidad que no quiero ni considerar,
no sé de quién podría ser. Eso sí, parece bastante interesado en mí.
Ethan mira por el espejo retrovisor cuando nos detenemos adelante de
ellos y niega con la cabeza.
—No tengo idea. ¿Por qué?
—Por nada —le miento, mirando hacia atrás por encima de mi hombro
para ver si puedo echarle un vistazo al conductor. Lamentablemente, el
reflejo del parabrisas no me deja ver más que el sol poniéndose en el cielo.
Me siento, cruzo los brazos y suelto un suspiro.
«Es solo una coincidencia que continúe viéndolo», me digo. Aunque
eso no calma el malestar que me revuelve el estómago.
Intento no mirar atrás, sabiendo que me volveré loca, pero lo hago. La
camioneta nos sigue hasta el final de mi calle antes de seguir adelante
cuando Ethan hace la señal para dar vuelta. No parece inmutarse después de
que se lo señalara antes. Sin embargo, ¿por qué habría de hacerlo? No es
consciente de que me ha estado siguiendo como un maldito acosador
psicópata durante los últimos días.
Respiro un poco más tranquila sabiendo que se ha ido mientras me
despido de Ethan y Rae y entro a la casa.
El sonido de la música navideña llena mis oídos y, a diferencia de los
últimos años, en lugar de gemir, sonrío.
—Hola, cariño —me dice mamá cuando asomo la cabeza en la sala de
estar—. Esperaba que volvieras pronto. ¿Quieres ayudarme? —pregunta
señalando el árbol sin adornos.
Ha estado decorando la casa poco a poco desde que volví del centro,
aunque me sorprende que haya tardado tanto en ocuparse del árbol.
Tenía intención de ducharme y empezar mi tarea, pero, por una vez,
pasar el rato con mamá y contagiarme del espíritu navideño me parece más
apetecible.
—Claro —respondo, dejo mi bolso en el sofá y voy con ella.
—¿Tuviste un buen día? —curiosea mientras envolvemos las lucecitas
alrededor de las ramas.
—En realidad, sí —continúo hablándole del equipo.
—Sabes que probablemente no deberías estar animando ahora, ¿verdad?
La miro fijamente durante un momento, claramente mi expresión dice
exactamente lo que mis palabras no dicen.
—Lo siento, lo siento. No puedo evitar preocuparme.
—Sé lo que hago, mamá —reviro, metiendo la mano en la caja con las
decoraciones y sacando un adorno.
—¿Por eso no se lo has dicho aún a Shane, porque sabes lo que haces?
—Deja de hacer lo que está haciendo y me mira fijamente.
No podía ocultar la implicación de Shane en todo este asunto cuando
apareció el fin de semana y luego nunca se fue.
—Las cosas son complicadas.
—Me lo dices a mí.
Dejo escapar un suspiro y me siento en el borde del sofá.
—El tiempo que pasamos juntos antes de irme... fue... pensé que fue un
error. Me sentía sola, él estaba allí. No hace falta que te lo explique —le
digo poniendo los ojos en blanco—. Pero entonces volví a encontrarme en
ese lugar, y empecé a permitirme reflexionar y considerar lo que realmente
quería, y las cosas empezaron a cambiar para mí. El tiempo que pasé con él,
aunque corto, fue diferente. Él era diferente—. Entonces me enteré de... —
Hago un gesto hacia mí—. Y supe que tenía que hacer algo al respecto. Ni
por un segundo pensé que querría volver a hablar conmigo cuando
regresara. Lo arrastré junto con los demás a los que lastimé. Tenía todo el
derecho a echarme en cara mis intentos de compensarlo. Bueno, en realidad
lo hizo al principio, pero... —Me detengo, sin necesidad de entrar en
detalles—. Por algún milagro, me perdonó y me mostró a su verdadero yo y
cómo podría ser la vida si dejara entrar a alguien. Él es... —Hago una
pausa, pienso en nuestro tiempo juntos e intento encontrar una palabra para
describirlo—. Ha sido increíble. Todo lo que nunca supe que necesitaba,
pero siempre quise. No sé —pronuncio sacudiendo la cabeza—. Todo me
parece perfecto.
Mamá me mira con ojos suaves y llenos de lágrimas.
—Chelsea —dice, dejándose caer a mi lado y tomando mis manos entre
las suyas—. No me malinterpretes, estoy encantada de que hayas
encontrado eso en él. Es un chico muy bueno y no creo que hubiera podido
elegir a alguien mejor para ti, aunque lo hubiera intentado. Sin embargo —
dice, y yo gimo—. Tienes que decírselo. Cuanto más tiempo pase sin que
sepa la verdad, más le dolerá. Si es la clase de hombre que crees que es,
querrá saberlo.
—¿Y si no es ese tipo de hombre? —pregunto, aterrorizada incluso de
decir las palabras en voz alta.
—Si no lo es, entonces no lo necesitas en tu vida. Eres una mujer joven
y fuerte, Chelsea. No necesitas a un hombre. Eres más que capaz de hacer
las cosas por ti misma.
—Yo... lo sé. Lo creas o no, en realidad no tengo miedo de hacer esto
sola si tengo que hacerlo. Es solo que... no quiero hacerlo. Sé lo que es
venir de un hogar roto, no quiero eso. —Retiro mi mano de la suya y la dejo
caer sobre mi vientre.
—Tienes que confiar en que él hará lo correcto. Y si no es eso lo que
quieres, entonces tienes que hacer lo mejor que puedas. Vas a ser una madre
increíble, Chelsea. Simplemente no pierdas el tiempo y te arriesgues a que
Shane no sea el tipo de padre que podría ser porque está demasiado
enfadado para ver lo que es importante.
—Tienes razón. —Asiento con la cabeza—. Solo que no sé cómo tengo
que decírselo.
—Ya pensarás en algo. Tengo fe en ti.
Pasamos la siguiente hora terminando el árbol antes de que mamá se
ofrezca a prepararnos chocolate caliente. La dejo para que pueda ducharme
y cambiarme.
En cuanto entro en la casa de la piscina, lo huelo. La decepción por su
ausencia me invade y saco mi teléfono del bolso. Encuentro un mensaje
suyo de hace diez minutos.
Shane: Te extraño. ¿Qué estás haciendo?
Chelsea: Poniendo decoraciones con mamá. ¿Todo salió bien?
Muestra que leyó el mensaje, pero no responde. Siento pavor en el
estómago de que aún se encuentre lidiando con lo que sea que su padre le
esté echando en cara.
Suspiro, me siento en el borde de la cama y dejo mi teléfono en mi mesa
de noche, con la esperanza de volver a tener noticias suyas pronto.
Abro el cajón de arriba, levanto los cuadernos y los trozos de papel para
encontrar lo que escondí debajo.
Saco las fotos del ultrasonido y contemplo a mi personita. La emoción
se apodera de mí y aprieto mi estómago con la palma de mi mano, deseando
que sepa cuánto lo quiero ya.
Paso el dedo por la diminuta imagen en blanco y negro, preguntándome
cómo será el bebé. Si tendrá el cabello y los ojos oscuros como yo, o claros
como Shane. Si será una animadora o un jugador de fútbol.
Sé que tengo muchas cosas en que preocuparme o que me inquieten, no
obstante, la emoción es lo que más me embarga cada vez que pienso en lo
que me depara el futuro.
Dejo las fotos en la mesa de noche y me levanto de la cama para
desnudarme y meterme en la ducha.
Tengo la intención de ponerme pantalones deportivos y una sudadera
con capucha y pasar la tarde relajándome con mamá y alguna película
navideña que seguro encuentra en la televisión.
Estoy enjuagándome el acondicionador del cabello cuando escucho un
ruido muy fuerte.
El corazón se me sube a la garganta al pensar en la camioneta con las
ventanillas oscuras y los faros brillantes.
—Maldición —murmuro, termino rápidamente y me envuelvo el cuerpo
con una toalla, agradeciendo que nadie haya entrado aquí con un cuchillo ni
nada parecido.
Con el corazón a punto de salírseme del pecho, asomo la cabeza desde
el baño. Pero no hay nadie.
—¡Hola! —grito mientras me dirijo de puntitas a la sala de estar, pero
cuando llego, la encuentro tan vacía como la habitación.
Miro a mi alrededor, buscando algo fuera de lugar que pudiera haber
causado el estruendo, sin embargo, no encuentro nada.
Suponiendo que era mamá que vino por algo, vuelvo a la habitación.
Algo en el suelo, junto a mi cama, me llama la atención. En cuanto doy un
paso hacia él, sé exactamente lo que es. Mis fotos del ultrasonido.
Vuelvo a mirar a mi alrededor, aunque sé que no hay nadie, aunque el
miedo me invade.
¿Quién entró aquí y vio esto?
Tomo mi teléfono y rezo para que Shane me responda y me diga que
sigue en casa.
Por favor, por favor, por favor, ruego en silencio mientras toco la
pantalla.
Nada.
—Demonios.
Dejo caer la toalla al suelo y me pongo algo de ropa rápidamente,
aunque con lo mucho que me tiemblan las manos no lo consigo.
En cuanto me visto, tomo mi teléfono y las llaves del auto y salgo
corriendo de la casa de la piscina.
—¡Lo siento, mamá! ¡Necesito irme! —grito mientras corro por la casa
principal.
—¿Todo está bien? —me responde desde la cocina.
—Espero que sí.
Me grita algo, pero ya estoy en la puerta, demasiado lejos para
distinguir las palabras.
No me molesto en buscar a mi acosador, sino que abro la puerta de un
jalón y me dejo caer en el asiento del conductor.
Salgo volando de la entrada y, en cuestión de segundos, me dirijo a la
casa de los Dunn.
Si fue él, es muy probable que no haya ido directamente a casa.
Mierda.
Me tiemblan las manos contra el volante y se me revuelve el estómago
al pensar que se ha enterado así.
Me va a odiar, ¡diablos!
Se me hace agua la boca como si estuviera a punto de vomitar y por un
momento pienso que voy a tener que parar para poder hacerlo. Después de
respirar hondo, se me pasa y puedo continuar.
En cuanto doy vuelta en su calle, estiro el cuello para ver si su auto está
estacionado en la entrada
«Por favor, que esté aquí. Por favor, que esté aquí».
—¡Oh, Dios mío! —grito cuando me acerco y veo la parte trasera de su
auto en la entrada.
Detengo mi auto en la calle, echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos
un segundo.
Quizá no había nadie allí. Tal vez fue solo mi imaginación y no puse las
fotos en la mesa de noche como pensé.
Casi me doy la vuelta y me voy a casa, sintiéndome estúpida por
exagerar. Pero, ¿y si me equivoco? ¿Y si mi primer instinto era cierto y
ahora está ahí adentro odiándome porque sabe mi, nuestro, secreto?
—Mierda, mierda, mierda.
Suelto el aliento en una larga exhalación, empujo la puerta y salgo.
Camino hasta la puerta principal, toco y espero. No pasa nada, a pesar
de que oigo voces, voces fuertes, en el interior. Oír una discusión en pleno
vigor no ayuda en absoluto a calmar mis nervios.
Agarro el picaporte y empujo para ver si puedo entrar.
Sorprendentemente, sí.
Me meto silenciosamente en la casa y me asomo por la puerta de la
cocina, de donde proceden los gritos.
Dentro, encuentro a Maddie y Brett gritándose el uno al otro, agitando
los brazos en señal de frustración. Me muevo antes de que me descubran,
me dirijo a las escaleras y subo corriendo en silencio.
Paso las puertas cerradas de las habitaciones hasta que llego a la que
quiero.
«Bien, aquí voy».
La abro y entro, pero la habitación está vacía.
Mi ritmo cardíaco aumenta una vez más mientras doy un paso
tímidamente y miro a mi alrededor.
Me relajo en cuanto oigo correr el agua y me giro hacia el baño de
Shane.
Sale vapor de la habitación contigua y se me dibuja una sonrisa en los
labios al saber que lo encontraré desnudo detrás de esa puerta.
Definitivamente, las cosas están saliendo mejor de lo que esperaba.
Dejando mi celular y llaves en la cómoda y me dirijo hacia allí.
El calor me golpea en cuanto entro en la habitación. Está claro que lleva
aquí algún tiempo. Todo está lleno de vapor y apenas puedo verlo tras la
puerta de cristal.
Está de pie con la cara inclinada hacia el agua, totalmente inmóvil.
Aprovecho unos minutos para recorrer con la mirada su cuerpo
esculpido. No es tan fornido como otros chicos del equipo, pero no por ello
es menos corpulento.
Se me hace agua la boca cuando pienso en desnudarme y unirme a él.
En pasar las manos por su piel suave y tensa.
Vuelvo a mirar hacia arriba, disfrutando de la vista. Como si supiera que
estoy aquí, cuando llego a su barbilla, baja la cabeza y nuestros ojos se
cruzan.
Mientras sus ojos se abren de golpe, algo crepita entre nosotros.
Sus labios se entreabren por la sorpresa antes de esbozar una sonrisa.
Extendiendo su mano, cierra el agua y sale de detrás de la puerta.
Sus ojos se apartan de los míos para contemplar mi cuerpo y mi
temperatura se dispara.
—¡Carajo! —Es todo lo que dice antes de cerrar el espacio entre
nosotros y encontrar mis labios.
Agarra mi trasero con las manos, me levanta y me coloca sobre el
mostrador. Me separa las rodillas y se mete entre ellas, empapándome con
su cuerpo húmedo.
Me besa con fuerza y desliza los dedos por mi cabello aún húmedo para
inclinarme la cara en el ángulo adecuado. Su lengua se introduce en mi
boca, enredándose con la mía mientras me reclama.
Mis manos recorren su espalda, mis uñas arañan ligeramente hasta que
encuentro su trasero y lo aprieto. Nos aprieta más, y su pene duro roza mi
centro.
El calor me inunda al pensar que me tome aquí así.
—Shane —gimo cuando separa sus labios de los míos para besarme el
cuello.
Me roza con los dientes mientras besa y succiona mi piel sensible.
Su mano se abre paso bajo mi camisa y gime cuando me encuentra
desnuda. Su tacto cálido me recuerda el pánico que sentí al vestirme y salir
de la casa de la piscina.
Pero todo eso desaparece cuando me pellizca el pezón con tanta fuerza
que juro que estoy al borde de venirme.
—Shane, te necesito.
—¡Maldición, Chels!
Me agarra de la camisa, me la quita por encima de la cabeza y la tira
detrás de él. Sigue besándome hasta la parte de arriba de mis pechos
mientras me sube la falda por los muslos hasta la cintura.
Rápidamente me arranca la tanga por los lados y me la quita del cuerpo
antes de jalarme al borde del mostrador.
Está en un frenesí de necesidad, pero justo antes de penetrarme, apoya
su frente con la mía y me mira a los ojos.
Se me corta la respiración al ver las emociones en su mirada. No puedo
descifrar la mayoría de ellas, sin embargo, una cosa sí sé: ahora mismo
necesita esto.
—¡Cógeme! —le exijo y él se lanza hacia adelante.
Un grito ahogado sale de mis labios cuando me llena de un solo
movimiento.
Por suerte, se detiene un momento para que me adapte antes de salir,
moverme un poco más hacia adelante y volver a penetrarme.
—¡Oh, Dios!
Me apoyo hacia atrás con mis manos y miro dónde conectamos.
Es. Tan. Ardiente, ¡diablos!
—Chelsea —gime, obligándome a mirarlo.
Sus párpados están pesados, está desesperado por cerrarlos, por permitir
que el placer lo aleje de lo que sea que está causando las líneas arrugadas en
su frente.
—Estoy aquí. Toma lo que necesites.
Sus dedos se clavan en mis caderas con un doloroso apretón mientras
sale de mí.
—¿Cómo lo supiste? —Su voz es tan baja que casi no distingo las
palabras.
—¿Saber qué?
—Que te necesitaba. Carajoooo.
Llega tan profundo que pierdo el hilo de mis pensamientos mientras
arremete contra mí una y otra vez, preparándome para una caída increíble.
—¡Shane! ¡Maldición! ¡Maldición! —Mi cabeza cae hacia atrás
mientras él sigue.
Lo único que se oye es nuestra respiración agitada y el contacto de
nuestras pieles. El aroma de su gel de ducha da paso al olor a sexo mientras
el calor de la habitación nos deja la piel resbaladiza de sudor.
—Labios. Chelsea. Necesito tus labios.
Levanto la cabeza y lo veo mirándome fijamente. Sus ojos casi negros
por su necesidad. Me incorporo, le rodeo la nuca con la mano y acerco mis
labios a los suyos.
El nuevo ángulo es alucinante y en cuestión de segundos estoy a punto
de liberarme.
Nos besamos desesperadamente mientras intentamos sacar lo más que
podemos el uno del otro, pronto nuestra necesidad de aire al caer los dos
sobre el borde detiene nuestros movimientos.
—¡Ay, mierdaaa! —gruñe mientras su pene se retuerce violentamente
dentro de mí.
Dejo caer mi cabeza sobre su hombro y lucho por recuperar el aliento,
pero él no se detiene.
Con sus dedos de nuevo en mi cabello, jala mi cabeza hacia atrás y
encuentra mis labios.
Me besa como si fuera su última oportunidad. Es húmedo, sucio y lleno
de emociones. Es como si intentara decirme lo que siente, lo desesperado
que está sin decir las palabras. Lo acepto todo porque el sentimiento es
definitivamente mutuo. Puede que le haya dicho antes a mamá que sé lo que
hago. Pero la verdad es que no tengo ni la más mínima idea. Estoy en la
cúspide de algo que me cambiará tanto mi vida que ni siquiera puedo
empezar a comprender cómo será el futuro. Estar con Shane así. Todo se
desvanece y sé que él lo necesita tanto como yo en este momento.
Me levanta en brazos, le rodeo la cintura con las piernas y me lleva a su
habitación antes de bajarme a la cama.
Se levanta y me mira fijamente. Su pecho se agita mientras las gotas
siguen cayendo de su cabello y recorren sus músculos definidos. Su pene
vuelve a estar duro y se estremece bajo mi mirada.
—¿Cómo lo supiste? —pronuncia, repitiendo su pregunta de antes—.
¿Cómo sabías que te necesitaba?
Me muerdo el labio inferior, insegura de cómo responder a esa pregunta.
—¿F… fuiste a la casa de la piscina esta noche? —Sus cejas se fruncen
ante mi repentino cambio de tema.
—¿Qué? No, estaba aquí. Deseando estar contigo.
No puedo resistir la sonrisa que se dibuja en mis labios.
—¿Está todo bien? —pregunta, percibiendo claramente que algo no está
bien conmigo.
—S… sí. —Debería decirle la verdad. Debería contárselo todo ahora.
Abro la boca para decir algo, cualquier cosa, pero al mismo tiempo, él
cae encima de mí y se aprovecha de mis labios entreabiertos.
—Quería ir a verte. Sin embargo, estabas pasando el rato con tu mamá.
Maldición, Chels.
—¿Qué pasó con tu padre?
—La mierda usual. No soy lo suficientemente bueno. Nunca lo
conseguiré. Necesito decidir en qué equipo quiero jugar. Mierda, no me
hace caso.
—Shane —digo, poniendo la palma de mi mano en su mejilla áspera.
—Eres lo suficientemente bueno. Eres más que suficiente. Eres
increíble.
Una sonrisa se dibuja en sus labios.
Mueve la cabeza como si no pudiera creer lo que estoy diciendo.
—Carajo, no me canso de ti.
Rápidamente me baja la falda por las piernas y la deja caer al suelo para
que los dos estemos desnudos antes de ponerme encima de él.
—Tu turno —bromea guiñándome un ojo, tomando su miembro con la
mano y sujetándolo para que lo único que tenga que hacer sea hundirme en
él.
—Dios, no soy tu esclava sexual.
—La posición está disponible si quieres... —Sus palabras se
interrumpen mientras bajo sobre él—. Maldición. ¿Alguna vez me
acostumbraré a esta sensación?
—Espero que no.
Desciendo hasta ocupar cada parte de él.
Me mira con tanta adoración, con tanto, me atrevería a decir... amor, que
mis ojos se llenan de lágrimas.
—Chels —gime, tomando mis manos y jalándome hacia adelante.
Sus ojos buscan los míos. No me cabe duda de que puede ver las
lágrimas que amenazan con salir, pero como siempre que estoy cerca de él,
no quiero ocultar lo que siento. Me quito la máscara cuando estamos los dos
solos. Él me ve. Mi verdadero yo. Y, sin embargo, sigue aquí.
—Lo sé —susurro—. Lo sé.
—Me matas, ¿lo sabes?
—El sentimiento es mutuo.
Acerco mis labios a los suyos e interrumpo cualquiera que fuera su
respuesta. Me temo que está a punto de admitir algo de lo que se va a
arrepentir cuando por fin tenga el valor suficiente para decirle la verdad.
«Lo haré después de esto», me digo, aplazándolo una vez más.
Me muevo contra él, esta vez lentamente. Intento mostrarle exactamente
lo que siento por él con mi cuerpo en lugar de con mis palabras. Necesito
que sepa lo real que es esto, lo mucho que significa para mí. Algunas veces
las palabras no tienen valor. Se dicen todo el tiempo. Las mentiras son
demasiado fáciles. Pero esto. Este sentimiento de nosotros juntos. No hay
mentiras allí. Es imposible.
Nuestras lenguas se deslizan una contra la otra mientras sigo
moviéndome contra él. Sus manos buscan mis caderas, intentando que vaya
más rápido, pero me resisto. Esta vez mando yo y marco el ritmo.
Aparto mis labios de los suyos y le beso la mandíbula, chupo el lóbulo
de su oreja antes de bajar por su cuello.
—Qué rico —gimo en su oído—. Tu pene se siente tan bien dentro de
mí.
Un gruñido sale de su garganta.
—¿Lo sientes? —Me agarra la nuca con sus dedos.
—Cada maldita vez que te miro. Te toco. Te pienso. ¡Maldición, Shane!
—jadeo, sus palabras me empujan más cerca de la liberación.
—Tú lo eres todo para mí, Chels. Esto es todo para mí. Pase lo que pase
de aquí en adelante, la universidad, nuestro futuro. Somos nosotros, nena.
Prométemelo.
Sus palabras hacen que mi corazón se llene hasta el punto que me
preocupa que pueda estallar.
—Somos nosotros. Siempre.
El primer apretón de mi liberación me golpea y empiezo a caer cuando
hay un alboroto en la puerta.
—Shane, necesito… ¡maldición! —Los ojos de Brett se abren
increíblemente al posarse en nosotros antes de llevarse las manos al cabello
y darse la vuelta—. ¿Qué carajo, muchacho? Esta es nuestra casa. Nuestra
maldita casa. ¡Sácala de aquí, maldición! —grita tan fuerte que no puedo
evitar estremecerme mientras salto de encima de Shane.
—¡Lárgate de una puta vez, papá!
—Qué dem… oh —expone Maddie, corriendo a ver qué pasa.
Sus ojos se posan en mí y, aunque noto lo sorprendido que está Brett,
ella no parece tan molesta al encontrarme aquí.
—¡Sal de aquí, carajo! —me grita Brett, arriesgándose a darse la vuelta.
Por suerte, ahora estoy envuelta en una de las sábanas de Shane. Él, sin
embargo, sigue de pie desnudo con tan solo una almohada cubriendo su
entrepierna.
—Papá, detente. No le hables así, demonios.
—Eres un maldito chiste. Un maldito chiste. —Se dirige hacia Shane
señalándolo con el dedo.
La vergüenza recorre las facciones de Shane.
—¡No! —exclamo, intentando correr hacia él, pero Maddie me toma del
brazo y me impide interponerme entre los dos.
—Vete, Chels. —La voz de Shane es vacía, fría, y hace que un sollozo
brote de mi garganta.
—No, no voy a dejarte así con él.
—Está bien. Te veré mañana.
—No. Shane.
Tarda unos segundos, y finalmente desvía su mirada de la de su padre y
mira hacia mí.
—Por favor —susurra, sus ojos suplicándome que no haga esto más
difícil de lo que ya es.
Las lágrimas que llenaban mis ojos se derraman.
—Es… está bien.
—Toma. —Me lanza una camiseta que está en la silla a su lado y,
después de un segundo, sigo a Maddie fuera de la habitación.
Cierra la puerta detrás de nosotras.
—¿Qué estás haciendo? Tienes que detenerlos, detenerlo —le suplico.
—Lo haré. No te preocupes por él. Le diré que te llame.
Sin preocuparme de que esté parada frente a mí, suelto la sábana y me
pongo la camiseta de Shane por encima de la cabeza. Su olor me relaja al
instante, bueno, eso es hasta que se escucha un fuerte estruendo desde su
habitación.
—¡Vete! —me dice—. Todo estará bien.
Quiero gritarle. ¿Cómo va a estar todo bien? Ella vio la mirada de Brett
al igual que yo. Quiero entrar corriendo y llevarme a Shane conmigo. Sin
embargo, no puedo. No puedo hacer nada más que lo que me dicen.
Asintiendo con la cabeza, me doy la vuelta y me dirijo a las escaleras.
—Chelsea. —Mi nombre no es más que un susurro.
Volteo y miro por encima de mi hombro su expresión triste.
—Me alegro de que seas tú. —Es todo lo que dice antes de volver a la
habitación segundos antes de que estallen los gritos y algo más se haga
añicos.
Bajo corriendo las escaleras, las lágrimas corren por mi rostro mientras
huyo de su casa. No quiero irme sin él, quiero estar a su lado y librar sus
batallas con él, aunque sé que no puedo. Esto es un asunto familiar y tengo
que alejarme y dejar que lo afronte a su manera.
No me doy cuenta de que dejé mis zapatos en el suelo del baño hasta
que piso su entrada y las piedras se me clavan en la piel.
—¡Hijo de puta! —escupo mientras corro hacia mi auto.
Enciendo el motor y me alejo a toda velocidad de su casa. Si me quedo
aquí, sé que la tentación de volver a entrar será demasiado fuerte como para
ignorarla.
Casi llego a mi casa cuando veo las luces detrás de mí.
El fuego arde en mi estómago y aprieto con fuerza el volante. Ahora sí
que no es el momento para este imbécil.
A diferencia de antes, cuando giro hacia mi calle, él me sigue.
Piso a fondo el freno y detengo bruscamente el auto antes de salir y
correr hacia la camioneta que me sigue.
Para mi sorpresa, se detiene frente a mi casa a pesar de que cada vez
estoy más cerca.
Cuando me acerco, baja la ventanilla del copiloto.
—¿Cuál es tu maldito problema? ¿Por qué diablos me estás siguiendo,
imbécil? —reclamo. Perdí el control de mis emociones en el momento en
que me echaron de la habitación de Shane.
El auto está a oscuras cuando me acerco, pero mis ojos no tardan en
adaptarse.
—¿Qué quieres de m…? —Mi última palabra se interrumpe cuando veo
unos ojos que me resultan familiares—. ¡No! —grito, con un miedo que
hacía años que no sentía y que me invade las venas—. No. No. —
Retrocedo, tropezando con mis propios pies mientras corro hacia la casa.
Esta vez no siento las piedras cortándome la piel mientras me dirijo
rápidamente por la parte trasera de mi hogar y corro hacia la seguridad de
mi casa de la piscina.
Batallo con la cerradura y, después de lo que parece el tiempo más
largo, entro por la puerta. Respiro entrecortadamente mientras intento
aspirar el aire que necesito.
Doy un portazo y corro hacia la habitación y luego al baño, la puerta se
cierra con un fuerte golpe.
Esos ojos azules son una imagen permanente en mi cabeza.
—No. No. ¡No! —repito mientras abro la ducha y me tiro al suelo bajo
el chorro.
El agua empapa la camisa de Shane, y apenas me doy cuenta. Solo
necesito la tranquilidad que acompaña al agua.
Es el único lugar donde solía sentirme segura. A salvo de ellos.
Un escalofrío me recorre la espalda.
Pensé que los había dejado atrás. Pensaba que los hombres de mi pasado
solo estaban en mis pesadillas ocasionales. No tenía idea de que uno me
acecharía.
No tengo idea de a quién pertenecen esos ojos. Nunca me tomé el
tiempo de aprenderme sus nombres. No eran más que una escoria tras otra
que aparecía por la puta de mi madre. Algunos apenas me miraron, otros me
miraron demasiado. Algunos... se me hiela la sangre y lucho por no
recordarlos.
Nada bueno puede venir de recordar esa época de mi vida. Una época
en la que a nadie le importaba lo que me pasaba. Cuando me forzaron,
pensando que podían tomar cosas que no eran suyas.
Maldición. Quiero a Shane.
Acerco las rodillas a mi pecho, las rodeo con mis brazos y dejo caer la
cabeza sobre ellos mientras intento alejar las imágenes que me han
perseguido durante años. Solo en los últimos meses me he librado casi por
completo de ellas.
CAPÍTULO VEINTINUEVE
SHANE
—¿I ntentas joderlo todo a propósito? —grita papá, pero ya estoy harto
de sus estupideces.
Mientras mamá vuelve a entrar a la habitación, con la esperanza de que
le ayude a calmarse de una maldita vez, encuentro un bóxer y me lo subo
por las piernas.
Tengo los músculos tensos por la rabia y por no moverme, cuando lo
único que quiero es pegarle, es físicamente doloroso.
La mirada de Chelsea cuando le dije que se fuera me persigue. No
quería hacerle daño. Solo la necesitaba lejos de esto, de él.
Me pongo unos pantalones deportivos, saco una camisa limpia del cajón
y tomo un bolso.
—¿Me estás escuchando?
No le hago caso, y eso solo le echa más leña al fuego.
—Brett, ya basta. —Mamá intenta tranquilizarlo mientras empiezo a
meter ropa en el bolso, preparándome para irme.
Lamentablemente, sus palabras tienen poco efecto en él.
—Entonces, ¿eso es todo? ¿Tirarás todo por la borda por un par de tetas
y un buen culo?
Volteo hacia su persona, con el fuego ardiendo en mi cuerpo para
vengarme. Sería tan fácil arremeter contra él. No obstante, eso me haría tan
malo como mi padre. Y no me parezco en nada a él.
—Eso implicaría tener algo que tirar. No lo quiero. Nada de eso.
¿Cuántas veces tengo que decirlo antes de que tu cabeza dura lo entienda?
No tiraré nada por ella. Ella es mi futuro.
Su barbilla cae.
—Eso es una tontería. Tienes dieciocho años, no sabes lo que quieres.
—¿Y tú sí? ¿Cómo es posible que sepas lo que quiero?
—¡Porque yo sé lo que es mejor! —ruge.
No creo que espere que me ría, pero eso es exactamente lo que hago.
Sus puños se cierran a los lados cuando su frustración se vuelve demasiado
grande.
—Vamos, viejo, pégame. A ver si me haces entrar en razón —me burlo,
dando un paso hacia él y poniéndome delante de su cara.
—Shane, para —me suplica mamá. Sabe tan bien como yo que papá
tiene un temperamento que puede estallar en cualquier momento.
—¿Por qué? Creo que es hora de que lo veamos por lo que realmente es.
Vamos, muéstrame lo decepcionante que soy.
Sus dientes rechinan mientras me preparo para el dolor que sé que
vendrá.
Aunque nunca llega.
Tras largos segundos, da un paso atrás.
—Maldito cobarde —murmuro, dándome la vuelta y tomando el bolso
que medio empaqué.
—¿Adónde carajos crees que vas? —me grita.
—A algún lugar donde alguien me quiera. A mi verdadero yo. No el que
me obligan a ser.
Con eso, paso rápidamente a un lado de mamá, que solloza mientras
salgo y corro por la casa.
En cuanto estoy en el auto, me permito respirar y pensar un momento en
lo que acaba de pasar.
—¡Hijo de puta! —grito, golpeando el volante con las manos.
Una gran parte de mí desearía que me hubiera pegado para poder
vengarme. Dios sabe que lo he deseado un millón de veces a lo largo de los
años.
Una vez que mis manos han dejado de temblar lo suficiente como para
arrancar el auto, salgo del garaje con el pecho agitado y un solo
pensamiento en la cabeza.
La necesito. Necesito a Chelsea.
Me digo que es para asegurarme de que está bien. Pero sé que,
egoístamente, es más por mí que por ella.
Ella me da una calma que no siento tan a menudo, especialmente no en
casa. La necesito. Necesito algún tipo de señal de que esta mierda va a
llegar a su fin. Necesito tener alguna esperanza de que voy a poder tomar
mi propia decisión y no ser el títere de mi padre para hacer lo que él quiera
el resto de mi vida.
El trayecto hasta su casa solo dura unos minutos y, antes de darme
cuenta, estoy empujando la puerta del auto y trotando por el lateral de la
casa con mi bolso en la mano.
No tengo idea de si me quiere aquí, pero de ninguna maldita manera
voy a quedarme en esa casa y permitir que me parta en dos. Ya lo he
aguantado bastante.
Tengo dieciocho años. Puedo hacer lo que me dé la puta gana.
La casa de la piscina está a oscuras y me preocupa que ella no esté aquí.
Aunque, ¿adónde habrá ido? Se fue sin llevar nada más que mi camiseta
puesta.
Cuando llego a la puerta, la encuentro entreabierta y mi corazón, ya
acelerado, vuelve a acelerarse.
—¿Chelsea? —La abro de un empujón y entro.
Me dirijo a la habitación y dejo caer el bolso sobre la cama al pasar.
Un rayo de luz procedente del baño y el sonido del agua corriendo me
indican dónde está y un poco de excitación empieza a alejar la rabia que
aún me invade.
Envuelvo los dedos en el picaporte de la puerta y empujo, esperando
que se abra y encontrarme con una Chelsea desnuda y mojada. No obstante,
cuando empujo, la puerta no se mueve.
Lo intento de nuevo, pensando que está atascada y juro por Dios que un
grito de miedo sale del baño.
—¿Chelsea? —pregunto, preocupación serpenteando por mis venas—.
Solo soy yo. ¿Estás bien?
Suena un movimiento en el interior antes de que la cerradura haga clic y
ella abra la puerta.
Está empapada, con el cabello pegado a la cara y su maquillaje corrido
por las mejillas, pero por el enrojecimiento de sus ojos veo que no es por la
ducha.
Me agacho y veo que aún lleva puesta mi camiseta y que está
empapada.
Empujo la puerta y la tomo en mis brazos.
Está helada y tiembla al abrazarme.
—¿Qué demonios, Chels?
La abrazo con fuerza y nos dirijo a la ducha. Como era de esperar,
cuando meto la mano bajo el agua está helada. ¿Qué demonios pasó?
Seguro que esto no puede ser por mi padre.
Cierro la ducha y la saco de la habitación, tomando una toalla al salir.
Se aferra a mí como si fuera a desaparecer en cualquier momento. Su
esbelto cuerpo tiembla contra el mío, su camisa mojada empapa la mía.
—Voy a dejarte en la cama.
Afortunadamente, me suelta y se deja caer cuando la animo a hacerlo.
Me apresuro a quitarle la tela mojada del cuerpo y dejarla caer al suelo.
La seco y exprimo el agua de su cabello antes de encontrar mi jersey
enredado en las sábanas y ponérselo.
—Métete en la cama —digo señalándola con la cabeza, y ella se
apresura a cubrirse.
Me quito la ropa y me meto con ella, atraigo su cuerpo frío hacia el mío
y la envuelvo como si fuera una manta.
Tiembla en mis brazos mientras lucha contra las lágrimas que sé que la
amenazan.
—No pasa nada —agrego, abrazándola lo más fuerte que puedo.
Sacude la cabeza, con la respiración agitada mientras intenta
controlarse.
Permanece en silencio durante mucho tiempo y, aunque me mata no
preguntar, no saber qué le pasa, sé que lo necesita.
Demonios, yo necesito esto.
Dejo caer mi nariz sobre su cabello y respiro. Recordándome a mí
mismo por qué vine aquí. Por qué estar aquí con ella significa tanto para mí.
Pienso en la conexión que había entre nosotros antes de que nos
interrumpieran y esta noche se fuera al carajo. Mi corazón se estremece al
recordar la mirada que me dirigió. Recuerdo el calor que me recorrió las
venas cuando me dijo que ella también lo sentía. Quiero decir, lo sabía, lo
noto en su tacto, lo veo en sus ojos, pero oírla admitir que no soy el único
loco aquí fue increíble.
Estoy tan absorto en mis pensamientos que, cuando por fin rompe el
silencio, tardo un segundo en registrar sus palabras.
—Esa camioneta... la que me ha estado siguiendo...
Cada músculo de mi cuerpo se tensa mientras espero oír lo que viene a
continuación. ¿La detuvo? ¿Le hizo daño?
—Es un hombre de mi pasado. —Sus palabras son tan silenciosas,
amortiguadas contra mi pecho, que apenas la oigo—. Uno de los v…
visitantes de mi madre biológica.
Sus palabras me sacuden el cuerpo. Recuerdo perfectamente lo que me
contó sobre su pasado. No entró en detalles, comprensiblemente, y me
alegré de darle el tiempo que necesitaba para contármelo, si es que quería
hacerlo.
—Y… yo... —Exhala un suspiro—. No recuerdo cuál es exactamente.
Todos se confundieron en uno. Pero recuerdo sus ojos. Son tan brillantes
que siempre pensé que eran falsos. —Se aparta un poco de mí y me mira.
Sus ojos grandes y oscuros están enrojecidos por el llanto y la mirada es
como un bate de béisbol en mi pecho.
—¿Él...? —Me quedo sin palabras, incapaz de formular la pregunta que
necesito hacerle.
—N… no lo sé. Como dije, todos se confundieron en uno. Algunos
estaban más interesados que otros. Algunos incluso eran amables conmigo,
pero yo era tan joven y estúpida. No puedo distinguir cuál era cuál en mis
recuerdos. Lo bueno se desvanece y solo la oscuridad permanece conmigo.
—Maldición, Chels. —Vuelvo a estrecharla entre mis brazos y la abrazo
fuerte.
—¿Cómo me encontró? —susurra.
—No lo sé, nena. Pero no te va a pasar nada. Te lo prometo.
Exhala un suspiro tembloroso antes de volver a mirarme.
—¿Cómo te fue con tu padre?
—Eso no importa ahora.
—Sí importa. Esto no es solo sobre mí y mi pasado, Shane. Yo también
quiero estar aquí para ti.
—Lo sé y lo estás. Esto —explico, apretándola fuerte—. Es todo lo que
necesito ahora mismo.
—¿Todo lo que necesitas? —Levanta una ceja y empieza a recuperar su
brillo habitual.
—Estás en mis brazos. ¿Qué más podría necesitar?
Sonríe, pero no se refleja en sus ojos como lo haría normalmente. Odio
que algo de hace tanto tiempo, de toda una vida, pueda causarle tanto dolor.
Haría cualquier cosa por quitárselo, pero mientras estoy aquí tumbado,
abrazándola lo más fuerte que puedo, sé que no puedo hacer nada más.
Se hace el silencio a nuestro alrededor y, al final, su respiración se
calma y sé que se quedó dormida.
Sonrío para mí, sabiendo que se siente lo bastante segura como para
hacerlo, y en ese momento sé que esta noche tomé la decisión correcta.
Venir aquí y dejar atrás a ese imbécil fue lo correcto. No estoy seguro de
haber dicho palabras más ciertas en mi vida que cuando le dije que Chelsea
era mi futuro, y mañana pienso decírselo a ella.
Es hora de que dejemos de pensar en el pasado, en las pesadillas y los
errores y empecemos a mirar hacia delante, hacia nuestro futuro juntos,
porque así es exactamente como debe ser.
N o veo a los alumnos ansiosos que esperan que ocurra algo mientras
salgo enfadado de esa aula.
Se gritan cosas. Se hacen acusaciones, pero no escucho ninguna.
La sangre pasa tan rápido por mis oídos que solo un zumbido los llena.
Por el rabillo del ojo, veo a Jake, Amalie, Mason y Cami arrancando
furiosamente los carteles de los casilleros y las paredes.
Amalie me ve por encima del hombro y corre hacia mí.
—Shane, ¿estás bien? —Miro desde sus ojos preocupados hasta los
carteles que tiene, extiendo la mano y le arrebato uno. Los demás caen al
suelo, aunque no me detengo a ayudarla a recogerlos. Solo pienso en salir
de aquí. Alejarme de de las habladurías, las miradas indiscretas, las miradas
cómplices.
Me importó un carajo cuando entré ayer con ella del brazo. Era lo que
quería. Podían decirme lo que fuera, darme todas sus opiniones de mierda.
En lo que a mí respecta, ella era todo lo que yo quería.
Sin embargo, ahora... me acaban de restregar en la cara exactamente lo
que todos esperaban.
¿Cómo esto puede ser verdad? ¿Cómo pudo ocultarme algo tan grande?
Saco las llaves de mi bolsillo, me subo al auto y arranco el motor en
cuanto estoy dentro. Necesito irme de aquí ahora mismo.
No puedo lidiar con todos ellos y, desde luego, no puedo lidiar con ella
ahora mismo.
La cabeza me da vueltas mientras conduzco y no tengo ni puta idea de
si me paso algún semáforo o si casi mato a alguien en los cruces por los que
pasé. No tengo ni puta idea de cómo, pero de algún modo consigo llegar en
una pieza al estacionamiento de Aces junto a la playa.
El trozo de papel que tengo sobre el regazo revolotea y llama mi
atención. Cualquier posibilidad de que esto fuera una broma de mal gusto
me mira fijamente.
Lo agarro de nuevo, abro la puerta y salgo.
En unos segundos estoy en la arena y corro hasta que encuentro una
duna aislada a lo lejos.
Es entonces cuando me detengo, caigo sobre la arena y sostengo el
cartel frente a mí.
El texto de la parte superior se burla de mí y me apresuro a arrancarlo y
meterlo en la arena suave a mi lado.
No necesito un recordatorio de mi duda sobre esto. No necesito que me
recuerden la persona que casi todo el mundo cree que es Chelsea.
¿O lo es?
—¡¡Maldita Seaaa!! —grito en el silencio que me rodea.
Estoy jodidamente confundido.
«¿Es un juego? ¿Ha estado jugando conmigo todo este tiempo?» Se me
encoge el corazón al pensar en esa posibilidad. Todo parecía tan real, tan
crudo. Cuando anoche me dijo que me amaba... ¡maldición!
Mis dedos aprietan el papel y se arruga en mis manos.
Con el corazón palpitante y mi cabeza en conflicto, observo la imagen.
Se me corta la respiración al concentrarme en la pequeña persona en
blanco y negro en el centro.
—Maldita sea.
Una bola tan jodidamente enorme me obstruye la garganta y me arden
los ojos.
¿Es mío? ¿Nosotros lo hicimos?
Me tiemblan las manos mientras mis ojos permanecen fijos en la
pequeña persona que tengo adelante.
Todo está tan claro que puedo distinguir todas las partes importantes.
Luego veo la fecha impresa en la esquina. El martes pasado. Recuerdo
mi visita al hospital para asegurarme de que estaba bien.
¿Lo sabía entonces?
¿Lo supo todo este tiempo?
¿Por eso me echó?
Mis dientes rechinan mientras todas estas preguntas llenan mi cabeza.
Solo una persona puede responderlas todas. Sin embargo, ahora mismo,
lo último que quiero hacer es verla.
Estoy aterrorizado. Aunque no estoy seguro de qué.
Que ella me diga que esto es real. Que es mío y que nuestras vidas están
a punto de cambiar para siempre. O que no lo es y es de otra persona.
Ese pensamiento es como un cuchillo directo a mi corazón.
Quiero creerle. Que solo ha estado conmigo, que solo puede ser mío. No
obstante, durante años las pruebas han apuntado a que ella no es tan
inocente. ¿Debo creerle a ella o a las habladurías de los vestidores?
Me dejo caer de espaldas sobre la arena, uso el papel para tapar el sol
mientras sigo observándolo fijamente.
Si esto es mío, si esto está pasando de verdad, ¿qué significa eso para
mi futuro? Un futuro que ya estaba en el aire y rodeado de discusiones y
desacuerdos. ¿Qué pasará ahora?
Me paso horas recostado dándole vueltas a todo en mi cabeza una y otra
vez, intentando desesperadamente dar con respuestas que se me siguen
escapando. Solo una persona tiene las respuestas, y aún no he decidido si
puedo fiarme de algo que salga de su boca.
Finalmente, las nubes se ciernen sobre mí y todo se oscurece, al igual
que mi estado de ánimo.
Sabiendo que tengo que moverme antes de empaparme, doblo con
cuidado el papel y me lo meto en el bolsillo antes de ponerme en pie.
Cada paso que doy me cuesta un gran esfuerzo mientras camino de
regreso.
Mi estómago gruñe al sentir el olor de Aces, lo que me indica que ya ha
pasado la hora de comer.
¿Qué le habrá pasado a Chelsea? ¿Todavía está en la escuela
absorbiendo la atención de todo esto? Algo me dice que no.
Una gran parte de mí quiere ir a buscarla, para ver si está bien, para
escucharla. Pero entonces recuerdo todo, y cambio de opinión. Podría
llenarme de más mentiras. ¿Cómo lo sabré?
—¿No deberías estar en la escuela? —me reprende Bill cuando entro al
restaurante y tomo asiento en uno de lugares de la barra.
—Sí. —Ni siquiera me molesto en ocultar la verdad.
—¿Todo bien?
—Oh, sí. Perfecto. Por eso estoy aquí a mediodía —murmuro.
Sus ojos se abren de par en par ante mi actitud. Está acostumbrado a
recibir mierda del resto de los chicos, sin embargo, no de mí.
—¿Quieres hablar de ello?
—La verdad no. Solo es una chica.
—¿No lo es siempre? —Se ríe entre dientes—. ¿Qué hiciste? —Lo miro
y debe leer la verdad en mis ojos—. Ooh, ¿qué hizo ella?
—Me hizo confiar en ella.
—Ouch. —Él debe saber de quién estamos hablando. Estuvo aquí
anoche mientras ella estaba sentada a mi lado con mi brazo rodeándola—.
Tal vez las cosas no son lo que parecen.
—Sí, tal vez. ¿Alguna posibilidad de comida para llevar? —pregunto,
ya harto de hablar de esto.
—Claro, ¿quieres lo de siempre?
—Por favor.
Por suerte, Bill se va a hacer mi pedido antes de que un grupo que
parecen ser universitarios entren por la puerta y se lo lleven lejos de mí.
En cuanto mi comida está lista, me marcho.
Me la como en el auto mientras la lluvia cae a cántaros a mi alrededor.
Observo cómo los pequeños ríos de agua se derraman por el parabrisas
y no puedo evitar comparar su descenso a la nada con mi vida.
Ahora mismo me estoy ahogando. Ya era bastante malo solo con la
mierda con mi padre, y ahora esto.
Diablos. No sé qué camino tomar.
Probablemente debería conducir a casa, aunque la idea de encontrarme
con ese imbécil me desanima inmediatamente. Le dije que estaba hastiado
anoche, que elegí a Chelsea. Ahora mírame.
Arranco el auto y me dirijo a una casa en la que espero ser bienvenido y
que me dé la escapatoria que necesito.
La entrada está vacía, pero a pesar de ello abandono mi auto y camino
por la parte de atrás.
Como siempre, encuentro una llave escondida bajo una maceta en el
patio trasero y la uso para entrar.
Como sé dónde se esconde el alcohol, tomo una botella de Jack y me
dirijo al estudio.
Los chicos están entrenando, así que probablemente me quede un rato
más con mis pensamientos jodidos antes de que me bombardeen con
preguntas. Solo puedo esperar que cuando llegue a casa esté solo. No puedo
lidiar con una reunión de equipo esta tarde, eso es seguro.
Para cuando tengo compañía, ya he bebido la mitad de la botella y estoy
medio desmayado en el sofá con la música retumbando a mi alrededor.
—Por el amor de Dios, Shane —dice Zayn, entrando, bajando el
volumen de la música y arrancándome la botella de las manos.
—¿Qué? —escupo—. No podía quedarme allí.
—No estaba sugiriendo que pudieras. Tampoco estaba pensando que
irrumpir en mi casa fuera la mejor idea. Si mamá hubiera llegado a casa
primero...
—¿Lo hizo?
—Bueno, no, pero…
—Pero nada. Devuélveme eso.
—¿Qué carajo estás haciendo?
—Emborrachándome y olvidando mis problemas. ¿Qué carajo parece
que estoy haciendo, imbécil?
Zayn se deja caer en la mesita de centro frente a mí, la botella colgando
tentadoramente de sus manos.
—¿Y de qué va a servir?
Suelto un suspiro.
—Me hace sentir mejor.
—¿Crees que deberías solucionar esta mierda?
—¿Hablar con ella? No, gracias. —Una risa sin gracia sale de mis
labios—. Es una puta mentirosa.
Zayn levanta una ceja.
—¿De verdad crees eso?
—No sé qué mierda creer. —Me levanto del sofá y me acerco
tambaleando a los ventanales que dan al patio trasero—. Me he pasado años
escuchándolos hablar de estar con ella. Luego me dice que en realidad no
ha estado con ninguno de ustedes y que todo son mentiras y engaños. —Me
callo un momento—. ¿Te la cogiste?
—No —replica, aunque puedo distinguir un poco de culpabilidad en sus
ojos.
—Aunque supongo que te lo ha chupado.
Duda un segundo, y esa leve pausa es toda la respuesta que necesito.
—¡Hijo de puta! —grito, golpeando el cristal con las palmas de mis
manos.
—Fue hace siglos, Shane. Y no significó nada. Los dos estábamos
borrachos, una cosa llevó a la otra.
—¿La tocaste?
—¿Qué?
—¿LA. TOCASTE?
—Eh... no. La b.. besé —admite con una mueca—. Pero eso fue todo.
Te lo juro, maldición.
Aunque estoy jodidamente mortificado, acaba de admitir que tenía su
pene y su lengua en su boca, debo decir que estoy aliviado de que no fuera
más lejos de ahí.
—Shane —suspira—. Que yo sepa, ninguno de los chicos se ha
acostado con ella.
—Mentira, es de lo único que presumen.
—Sí, exacto. Presumen. Justin es el que más alardea, y sé que es
mentira.
Volteo a mirarlo tan rápido que la habitación da vueltas a mi alrededor.
—¡Maldición! —bramo, agarrándome la cabeza con la esperanza de que
deje de girar.
—¿Qué más da? Incluso si se ha acostado con todo el equipo, cosa que
no ha hecho —añade rápidamente—. Todo eso está en el pasado. He visto
cómo te mira, hombre. Nunca ha mirado así a ningún otro tipo. Bueno...
aparte de Jake, pero eso ya es historia. Él está tan jodidamente enamorado
de Amalie que no va a volver a verse las pelotas.
Me vuelvo a tumbar en el sofá, apoyo los codos en las rodillas y agacho
la cabeza.
—Zayn, está embarazada, carajo —admito en voz alta por primera vez
—. Un bebé está creciendo dentro de ella. Un maldito bebé.
—Eso he escuchado.
—Esto es tan jodido.
Lo miro. Su habitual sonrisa despreocupada desaparece mientras me
devuelve la mirada con una seriedad mortal. Es una mirada desconcertante.
—¿Y qué vas a hacer al respecto?
Me estiro para tomar el control remoto, subo el volumen y tomo la
botella que colocó a su lado. Esta vez ni siquiera intenta detenerme.
Me llevo la botella a los labios y me dejo caer en el sofá.
—Voy a embriagarme.
—Me parece justo. Resulta que tengo exactamente lo que necesitas.
De pie, Zayn mete la mano en su bolsillo y saca un cigarro de
marihuana seguido de un encendedor.
Se lo lleva a los labios, lo enciende y le da una fumada.
Conozco las reglas de esta casa y sé que está infringiendo la más
importante al hacer esto, pero me siento tan aliviado de contar con su apoyo
en este momento y tan desesperado por escapar que no digo ni una palabra.
Me lo pasa y no pierdo tiempo en fumarlo.
Solo lo he hecho un par de veces. No es algo que quiera convertir en un
hábito, sin embargo, tiempos desesperados requieren medidas desesperadas.
—Muy bien, cálmate. Tienes que compartir —advierte,
arrebatándomelo antes de tumbarse a mi lado.
Le paso la botella y él le da un trago después de otra fumada.
—Por preocuparnos por nuestros problemas mañana.
—¿De qué demonios te preocupas tú?
—De qué coño voy a reclamar el viernes por la noche.
—Oh, es tan complicado el ser tú —murmuro, intentando sacarme de la
cabeza las imágenes del baile de invierno del viernes por la noche.
Los bailes de la escuela no son lo mío, no obstante, pensaba invitar a
Chelsea. Supongo que ahora ya no.
Una canción sigue a la siguiente mientras nos pasamos el alcohol y la
hierba de un lado a otro. Hasta que una voz chillona se escucha sobre la
música.
—¡Mamá te matará, imbécil!
Miro hacia la puerta y veo a Harley, la hermana menor de Zayn, de pie,
con la mano en la cintura y fulminando a Zayn con la mirada.
—Oh, mira, la santurrona y sus amigas han llegado.
Mirando detrás de Harley, encuentro a Ruby y Poppy, la prima de Jake,
merodeando detrás de ella.
—Nada de hierba en la casa, ¿cuántas veces debo decírtelo? —Ella se
acerca y hace ademán de intentar quitársela, pero a él no le interesa, tiene la
vista puesta en otra persona.
Esquiva a Harley y ella se desploma en el sofá a mi lado, gruñendo de
frustración mientras él camina hacia la puerta.
—Hola, nena —le dice a Ruby, que arquea descaradamente la espalda
para ponerle las tetas encima. Le rodea su cintura desnuda con la mano y la
pone contra la pared, bajando la cabeza, aunque no lo suficiente como para
besarla. Ella lo mira como si él acabara de colgar la luna. Es repugnante.
Poppy la observa con el labio superior curvado por el asco.
—Cuidado, Ruby. Ese perro probablemente tiene pulgas, o algo peor.
Zayn la mira y le lanza un beso. Ella se estremece antes de darles la
espalda a ambos.
—Quítale tus malditas manos de encima —revira Harley, apartando
físicamente a su amiga de las garras de Zayn—. Deja esa mierda o se lo diré
a mamá.
—Ohhh tengo tanto miedo —se burla Zayn.
Harley pone los ojos en blanco.
—Vamos a hacer la tarea en el patio de atrás.
Harley y Poppy se marchan, pero Ruby se queda atrás unos minutos.
—Eres más que bienvenida a unirte a nuestra fiesta, nena.
—Ruby —llama Harley.
Ella se muerde el labio inferior y deja que sus ojos recorran el cuerpo de
Zayn.
—Quizá la próxima vez, muchachote.
Zayn gime como si sintiera dolor físico cuando ella desaparece de su
vista.
—Maldita sea, esa chica es una puta provocadora —se queja mientras
se deja caer de nuevo en el sofá y busca la botella.
—Creí que tú... —Me quedo sin palabras, con vagos recuerdos de la
noche del fin de semana pasado llenando mi mente.
—Un chico nunca habla sobre sus conquistas, hermano. Pero Ruby y yo
tenemos asuntos pendientes.
Las tres caminan frente a la pared de cristal, las caderas de Ruby se
balancean seductoramente solo para el beneficio de Zayn. Cuando mira por
encima de su hombro, le sonríe y guiña un ojo, pero cuando vuelvo a mirar
a Zayn, juro que sus ojos están en otra persona por un segundo.
—Poppy tenía razón, eres un puto perro —murmuro, reclamando la
botella y bebiendo lo que queda.
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
CHELSEA
N o presto atención a los demás comensales que nos rodean hasta que
me pongo de pie y me giro para marcharme. Es entonces cuando miro
un par de ojos muy familiares que no quiero volver a ver.
Se me hiela la sangre, igual que cuando miré dentro de su auto y me
encontré con esos ojos azules helados mirándome fijamente.
Empieza a levantarse mientras yo empiezo a correr.
—Espera, por favor —me suplica, sin embargo, no hay forma de que
me quede a escuchar nada de lo que ese imbécil tenga que decir, por muy
educadamente que me lo pida.
No me doy cuenta de que Luca no está detrás de mí hasta que estoy
fuera de la cafetería y me arriesgo a mirar hacia atrás.
La única persona que está allí es él. Está parado en la puerta con el ceño
fruncido.
—¿Q… qué quieres de mí? —tartamudeo, intentando por todos los
medios de no mostrarle que estoy asustada y fracasando miserablemente.
—Por favor, Rose. Solo quiero hablar contigo.
—No soy Rose. Te equivocaste de persona —contradigo, dándole la
espalda, esperando que Luca aparezca en cualquier momento y me lleve
lejos antes de que esto se salga de control.
—Eres tú, sé que lo eres.
—¿Está todo bien? —pregunta Luca, saliendo por fin detrás del hombre
—. ¿Este imbécil te está molestando?
—N… no, está bien. ¿Podemos irnos, por favor?
—Claro. —Luca mira entre el tipo y yo, con confusión en su rostro.
En cuanto su auto emite un pitido que indica que está abierto, me subo y
vuelvo a cerrarlo.
El pánico me hace respirar entrecortadamente.
—¿Qué carajo fue eso? ¿Quién era él? Maldición, ¿estás bien? —me
cuestiona cuando se da cuenta de que estoy al borde de un ataque de pánico.
Asiento con la cabeza, concentrándome en mi respiración hasta que
todo vuelve a la normalidad. Sin embargo, sus ojos preocupados no se
apartan de mí.
—¿Tengo que ir a darle una paliza por algo?
No puedo evitar la carcajada que se me escapa. Probablemente es lo
menos que se merece ese tipo.
Sigue mirándonos desde su lugar en la puerta de la cafetería, no necesito
levantar la vista para saber que está ahí. Siento cómo su mirada me eriza la
piel.
—No pasa nada. No es nada.
—No estoy de acuerdo, demonios. Estás todo menos bien.
—Es solo un fantasma de mi pasado. Uno que espero no volver a ver.
—¿Tu pasado? ¿Quieres decir antes de Rosewood?
—Sí. ¿Puedes llevarme a casa, por favor?
—Claro.
Arranca el motor, y con los ojos del tipo observando cada uno de
nuestros movimientos, sale de su parqueo y se incorpora a la carretera.
Le sostengo la mirada, no quiero, pero mentiría si dijera que su
insistencia en verme, en hablar conmigo, no me intriga.
Ahora que mi miedo se ha disipado al saber que estoy a salvo en el auto
junto a Luca, veo algo más en sus ojos. Aunque antes de que pueda
averiguar qué es, hemos doblado la esquina y ya no está a la vista.
—¿Segura que estás bien?
—Sí. —Me tiemblan las manos en mi regazo y el corazón me sigue
galopando en el pecho, pero estoy bien.
Lo que necesito es estar en la casa de la piscina con el mundo exterior a
salvo al otro lado de la puerta.
Volvemos a mi casa en silencio. Percibo el millón de preguntas que
Luca quiere cuestionarme, no obstante, por suerte, se las arregla para
guardárselas.
—¿Qué vas a hacer el resto del día? —indaga cuando detiene el auto en
la entrada.
—La tarea. ¿Y tú?
—Probablemente debería intentar asistir al menos a una de mis clases
de hoy.
—Luca —suspiro—. Dije que vinieras si no tenías clases.
Se acerca y toma mi mano entre las suyas.
—Me necesitabas, Chels. Shane me necesita. No hay ningún otro lugar
donde preferiría estar.
Emociones queman el fondo de mis ojos y lucho por apartar las
lágrimas.
—Oh, no, no. No llores, sabes que no puedo soportarlo.
Me río de él mientras jalo su brazo para darle un incómodo abrazo en el
auto.
—Nos vemos pronto, ¿de acuerdo? —Asiento mientras empujo la
puerta para abrirla—. Y si me necesitas, llámame. Cuando quieras.
—Gracias, Luc. Te lo agradezco mucho.
—Cuida bien de mi sobrina o sobrino. —Me señala la barriga con la
cabeza y las mariposas levantan el vuelo.
—Lo haré. Gracias. —Se despide antes de salir de la entrada.
Me entra pánico cuando se marcha y me doy cuenta de que debería
haberle dicho que no le dijera a Shane que me había visto. No quiero que
vaya a buscarlo e intente librar mis batallas por mí. Aunque no creo ni por
un segundo que fuera a escucharme. Con una sonrisa, me apresuro hacia la
puerta principal y entro.
P ensaba que estaba loco por hacer esto. Creí que nadie lo entendería, sin
embargo, en cuanto le conté a mamá mis planes, estuvo totalmente de
acuerdo. Se le nublaron los ojos y pensé que iba a echarse a llorar.
Inmediatamente me mandó a mi habitación a vestirme para ir de
compras. No me llevó al centro comercial de Rosewood, sino a su favorito,
a unos cuantos pueblos de allí. Puede que estuviera para ayudarme, pero
supe cuál era el vestido en cuanto lo vi. No me molesté en mirar otros.
Después de arriesgarme con la talla, salí de aquella tienda con la primera
sonrisa genuina que había tenido en días. Algo simplemente no está bien sin
ella. Yo no estoy bien sin ella.
Dicho esto, caminar hasta su casa de la piscina con la esperanza de que
Chelsea estuviera de acuerdo con este plan fue una de las cosas más
estresantes que he hecho en mi vida.
Podría haberse negado fácilmente. Me dije una y otra vez que
probablemente lo haría, para estar preparado. No obstante, en cuanto la
miré a los ojos supe que me necesitaba tanto como yo.
El alivio que me invadió me consumió por completo. Deseaba
desesperadamente atraerla hacia mí y hacerla mía una vez más, pero sabía
que tenía que esperar.
Hay muchas cosas que deben decirse entre nosotros. Y sí, tal vez
deberíamos tener esas conversaciones antes de pasar la noche juntos en el
baile, pero a la mierda. Solo quiero una noche normal con mi chica. ¿Es
mucho pedir? Quiero dejarlo todo de lado, solo durante unas horas, para
que podamos disfrutar de la compañía del otro antes de volver a permitir
que entre la realidad y aceptar que todo está a punto de cambiar para
nosotros.
El estacionamiento de la escuela está casi lleno cuando llegamos. Sé
que llegamos tarde, así lo planeé.
Siempre he sido el que se esconde entre las sombras, el que ignora la
atención que me da formar parte del equipo, pero no esta noche. Esta noche
voy a mantener la cabeza alta y mostrar al mundo lo que quiero.
Después de decirle que me espere, corro alrededor de la parte delantera
del auto y le abro la puerta.
Extendiendo mi mano, rodeo la suya con mis dedos y la saco del auto.
No doy un paso atrás, así que cuando se pone de pie, sus senos rozan mi
pecho y, con los tacones puestos, sus labios están en la posición perfecta.
Sería tan fácil. Cada músculo de mi cuerpo me pide a gritos que cierre
ese pequeño espacio.
Sus ojos oscuros se clavan en los míos, suplicándome que haga el
movimiento porque sabe que ella no puede.
Tengo que ser yo quien dé el primer paso esta noche. Yo tomo las
decisiones.
—¿Lista para lucir ese vestido? —Siento el escalofrío que recorre su
cuerpo ante mi pregunta—. No tienes miedo, ¿verdad?
—Yo... —Duda y odio la mirada aprensiva de sus ojos.
Me inclino hacia ella y rozo su oreja con mis labios; esta vez su
estremecimiento se debe a otro motivo, ya que mi aliento recorre su piel.
—Eres la maldita Chelsea Fierce, nena. Entra ahí con la cabeza en alto y
demuéstrales que nunca te esconderás de ellos.
Jadea ante mis palabras, sin embargo, al cabo de un rato asiente con la
cabeza.
—Solo si estás a mi lado.
—No querría estar en ningún otro lugar.
—De acuerdo. Vamos entonces, hagámoslo.
Coloca su mano en la mía y, tras cerrar la puerta, nos dirigimos al
gimnasio donde Rosewood High celebra todos sus eventos.
La música resuena mucho antes de que lleguemos. Unos cuantos
estudiantes merodean fuera, probablemente intentando localizar el alcohol
que han escondido durante toda la semana con la esperanza de colar un
poco.
Algunos nos miran, pero nadie dice nada.
A medida que nos acercamos a la puerta, la mano de Chelsea empieza a
apretar la mía con más fuerza.
No puedo evitar sonreír. Hace solo unos meses, me preguntaba si
realmente era una reina de hielo. Nada la afectaba. Nada de lo que le decían
o le hacían le afectaba. Y ahora lo veo. Veo su lado vulnerable, sus miedos,
sus nervios, y me encanta porque sé muy bien que soy el único que puede
hacerlo.
Aspira hondo antes de que ambos empujemos las dos puertas y
entremos.
Vamos directamente al centro de la acción. Como si nos estuvieran
esperando, la música baja un poco cuando entramos y casi todos los
presentes voltean hacia nosotros.
—¡Diablos! —chilla a mi lado. Solo un segundo después, se endereza y
me sigue hacia el centro de la habitación.
Todas las miradas nos siguen mientras muevo a Chelsea frente a mí.
Como si nada, la canción cambia y la atraigo hacia mí.
—Mas vale darles algo que mirar —digo mientras ella me observa
completamente asombrada.
Una tímida sonrisa aparece en sus labios mientras niega con la cabeza.
—Eres increíble. ¿Lo sabías?
Me encojo de hombros.
—Tú sacas lo mejor de mí.
Incapaz de resistirme por más tiempo, bajo mi cabeza. Comienza como
un suave roce de labios sabiendo que toda nuestra clase, maldición, toda la
escuela, está mirando. Pero no puedo resistirme cuando ella aprieta su
cuerpo contra el mío.
Con mis manos en la piel desnuda de su espalda, abro mis labios y lamo
dentro de su boca. Acepta mi beso con entusiasmo, como si estuviéramos
los dos solos en su casa de la piscina.
Solo puedo suponer que todo el mundo se aburre de nosotros, porque
cuando al final nos separamos, un poco sin aliento y mareados después de
unas cuantas canciones, la mayoría de los chicos han vuelto a sus propias
conversaciones y bailes.
Chelsea se ríe y me da un vuelco el corazón.
—No puedo creer que hicieras eso.
—Ya era hora de que hubiera algo nuevo de que hablar por aquí, ¿no
crees?
—Aunque sigue enfocándose en nosotros.
—Tal vez, aunque al menos es algo diferente.
—Vaya, vaya, vaya —pronuncia una voz grave y familiar abriéndose
paso—. No pensé que fueras capaz, Dunn.
Al levantar la vista, me encuentro la cara divertida de Ethan con Rae
acurrucada a su lado.
—No tienes que preocuparte por Shane. Es más que capaz de muchas
cosas.
—Ah, pensé que esa eras tú. —Ethan dice con humor seco, mirando a
Chelsea y haciendo que Rae resople de risa.
—No esperaba verte aquí esta noche. No te imaginaba como una chica a
la que le gusten los bailes de la escuela —le dice Chelsea a Rae.
—¿Qué te ha dado esa impresión?
Me fijo en su maquillaje oscuro, su vestido negro tipo skater, sus mallas
de red y sus botas estilo militar.
—No tengo idea —revira ella, teniendo pensamientos similares.
—Fueron Sindy y Barbie —responde poniendo los ojos en blanco.
—¿Quiénes? —Mis cejas se fruncen al no saber de quién está hablando.
—Ellas. —Asiente con la barbilla por encima de mi hombro y, cuando
miro a mi alrededor, veo a Amalie y Camila caminando hacia nosotros con
mis compañeros de equipo a regañadientes detrás.
—Así que esta es una noche para torturar a los novios, ¿no?
—Eso pensarías viendo sus caras, ¿verdad?
—Dunn, Chelsea —agrega Jake cuando llega hasta nosotros.
—Hola. Um... —Chelsea balbucea, poniéndose tensa a mi lado—.
¿Podemos hablar un momento?
Jake nos mira a ambos. Es como si me pidiera permiso, una parte de mí
quiere reírse. ¿Cómo demonios llegamos a esto?
—Solo tengo algunas cosas que decirle —musita Chelsea al oído.
—Confío en ti —le susurro—. Pero, por favor, asegúrate de decirle que
soy el mejor que has tenido.
—¡Shane! —grita, dándome una palmada juguetona en el pecho.
Me da un beso rápido en la mejilla antes de llevar a Jake a un rincón
más tranquilo.
—¿De qué se trata todo eso? —me pregunta Amalie, viendo cómo mi
chica se lleva a su chico.
—No tengo idea, aunque dudo que esté a punto de lanzarse sobre él.
Ambos vemos cómo Chelsea le dice lo que sea que tenga que decirle.
Jake sacude la cabeza, con una suave sonrisa en los labios.
Se está disculpando, eso es obvio, y yo no podría estar más jodidamente
orgulloso de ella ahora mismo.
—Así que ustedes dos… o tres ¿lo intentarán? —indaga Amalie,
dándose la vuelta para darle un poco de privacidad.
—Sí, creo que sí.
—Diría que necesitas que te revisen la cabeza, pero no estoy ciega.
Ustedes dos son perfectos el uno para el otro. Aunque ni en un millón de
años los hubiera imaginado juntos cuando llegué.
—No puedes evitar de quién te enamoras.
—No necesitas decírmelo. Podría haberme enamorado del chico bueno,
sin embargo, en vez de eso terminé con... —Ella grita cuando Jake le rodea
la cintura con las manos y la jala hacia él—. Eso —dice riendo.
—¿Por qué tengo la sensación de que están hablando de mí?
—Porque lo estamos —responde Amalie—. Estaba diciendo lo imbécil
que eres.
—Sí, bueno, menos mal que te encanta, carajo.
Desviando la mirada mientras le mete la lengua en la boca, miro a
Chelsea cuando me pasa el brazo por la cintura y se acurruca a mi lado.
—¿Todo bien?
—Sí. Solo necesitaba decir lo mío después de...
—Lo entiendo —la tranquilizo, dejando caer mis labios sobre su
cabeza.
—También necesito hablar con Mase, pero ahora está ocupado.
Miro y lo encuentro bailando intensamente con Camila al ritmo de la
música.
—¿Nos unimos a ellos?
—Preferiría hacerlo en privado y con menos ropa —murmura Chelsea,
haciendo que mi pene se retuerza de excitación.
—Tenemos mucho tiempo para eso.
A pesar de todo y de las incógnitas que hay entre nosotros, pasamos la
noche más increíble y normal.
Bailamos, bebemos, charlamos y nos reímos con los amigos. En algún
momento, Zayn y algunos otros miembros del equipo se unieron a nosotros,
no obstante, tras el anuncio de Zayn del juego del ligue de la noche, se
dedicaron sobre todo a intentar conquistar a las chicas que habían elegido
mientras los ocho veíamos con deleite cómo la mayoría de ellos eran
rechazados una y otra vez.
Al final Zayn se aburrió de intentar conquistar a la nerd que le habían
retado y acabó bailando con Ruby que parecía emocionada mientras su
hermana y Poppy miraban sus payasadas con cara de asco.
—¿Nos vamos de aquí? —Chelsea finalmente me susurra al oído
cuando todos a nuestro alrededor se pierden en sus propias conversaciones.
—Hmmm... me parece una idea perfecta. ¿Lista para ver qué más tengo
planeado?
—Estoy más que lista.
Nos despedimos de los que nos rodean antes de dejar atrás el baile.
No es hasta que ambos estamos de vuelta en mi auto que creo que me
tomo un respiro.
—Eso fue una locura —dice Chelsea, reflejando mis pensamientos.
—Sí, lo fue. Pero tenía que pasar.
—¿Por qué dices eso?
—Ahora todo el mundo lo sabe.
—¿Saber qué? —pregunta, con nervios en su voz.
—Que tú eres la indicada para mí. —Me acerco, le tomo la mano y me
llevo sus nudillos a mis labios—. Bien, vamos.
Con su mano apoyada en mi muslo, salgo del lugar y me dirijo a nuestro
destino de fin de semana. Iba a reservarnos un hotel, sin embargo, mamá
pidió algunos favores y consiguió encontrar el lugar perfecto para que
tengamos la privacidad que necesitamos para resolverlo todo de una vez por
todas.
—Tengo hambre —se queja Chelsea cuando llevo una hora
conduciendo.
—¿Qué quieres?
—Eh… una hamburguesa y una malteada.
Me río entre dientes.
—Pararemos en la próxima cafetería que pasemos.
—¿No estamos cerca? Llevamos siglos conduciendo.
—Apenas.
—Quizás es que estoy impaciente.
La miro; sus ojos, normalmente oscuros, están casi negros. Se chupa el
labio inferior, sabiendo que la estoy mirando, y eso hace que mi pene se
hinche. Desvío la mirada hacia su pecho y descubro sus senos voluptuosos,
tentadoramente expuestos por el vestido.
—Los ojos en la carretera, Shane —bromea riendo, señalando hacia
delante.
Hago lo que me dice, aunque solo porque no quiero matarnos a todos
antes de contarle lo que llevo días planeando.
—¡Ahí! —grita Chelsea, señalando un edificio iluminado más adelante,
lo que demuestra lo hambrienta que está realmente.
Pongo la direccional para salir de la carretera y me detengo en el
estacionamiento de la cafetería.
Chelsea empuja la puerta y sale antes de que yo haya podido apagar el
motor.
—Creo que estamos demasiado arreglados —me murmura mientras
entramos en el desgastado restaurante. Echo un vistazo a los otros dos
clientes con jeans rotos y camisas manchadas de aceite y no puedo evitar
darle la razón.
Sus ojos y los de la única mesera nos siguen hasta una butaca en la
ventana. Espero que Chelsea agarre el menú en cuanto nos sentemos, pero
no lo hace. En lugar de eso, espera a que la mesera se acerque.
—Hola, qué tal, ¿qué les puedo ofrecer?
—Una hamburguesa con queso, por favor. La más grande que tengan. Y
una malteada de fresa —dice Chelsea sin respirar.
—Muy bien, ¿y para ti, cariño?
—Lo mismo. Gracias.
Se escabulle mientras yo me río en silencio de Chelsea.
—¿Qué?
—Menos mal que no se quedó, podrías habértela comido.
—No es gracioso. De vez en cuando me entra un hambre voraz, es
como si no hubiera comido nada nunca y de repente necesitara consumir
todo lo que hay a la vista.
—Cuéntamelo. Cuéntamelo todo —le exijo.
Abre la boca y vuelve a cerrarla.
—No sé por dónde empezar —admite.
—¿Cuándo te enteraste?
Toma uno de los sobres de sal del soporte y se pone a juguetear con él
mientras hace memoria.
—Unas tres semanas después de que me fui. Para empezar, no quería
estar allí y toda mi atención se enfocaba en volver. Pero después de un
tiempo, me adapté y me di cuenta de que, en realidad, mis padres tenían
razón al enviarme. Me desperté una mañana y me di cuenta de repente de
que hacía mucho tiempo que no tenía la regla. No soy el tipo de chica que
monitoreaba ese tipo de cosas, pero no necesité intentar averiguarlo. Lo
supe. No puedo explicar cómo me sentí diferente, simplemente lo hice. Fue
extraño. Me hice una prueba y ahí estaba. Ese resultado positivo me miraba
fijamente.
—¿Se lo dijiste a alguien?
—¿Aparte del médico? —Sacude la cabeza—. No.
—Dios, Chels.
Se encoge de hombros como si no fuera para tanto.
—En ese momento supe que me lo quedaría. Ni siquiera recuerdo
haberme asustado tanto. Me sentí bien. Todavía me siento bien. Sí, estaba
muy nerviosa por tener que decírselo a la gente, a ti. Pero yo sabía que lo
quería. —Su mano baja por debajo de la mesa, su palma presionando contra
su vientre.
Es algo que no esperaba ver en muchos años, sin embargo, la emoción
empieza a burbujear en mi interior.
Puede que seamos jóvenes. La gente puede pensar que estamos locos,
pero yo sé que quiero esto con ella.
¿Va a ser fácil? No. No me hago ilusiones de que vaya a ser fácil en
ningún sentido de la palabra, y eso no es suficiente para asustarme. Nada
que merezca la pena es fácil. Y si tuviera que embarcarme en este reto con
alguien, no puedo imaginarme que fuera con nadie más que con Chelsea.
—Debería habértelo dicho. Quería decírtelo, pero esa primera noche
fuiste tan...
—¿Horrible?
—Sí, algo así. Aunque me lo merecía. Lo que hice, fue... imperdonable.
Tenías todo el derecho a tratarme así, o peor si te soy sincera. Pero cuando
las cosas cambiaron entre nosotros, se hizo más difícil. Te estabas
convirtiendo rápidamente en todo lo que siempre había querido, y sabía que
admitir la verdad podría arruinar todo lo que estábamos construyendo.
Tenía miedo. No, estaba aterrorizada, de que me odiaras, de que me dejaras,
y entonces volvería al punto de partida una vez más sin nadie.
Extiendo la mano por encima de la mesa y tomo su mano entre las mías.
—Deberías habérmelo dicho. Escucharlo de ti habría sido mucho mejor
que lo que pasó.
Traga saliva, nerviosa.
—Lo sé. Iba a decírtelo esa noche, ¿recuerdas que te dije que teníamos
que hablar? Sabía que tenía que hacerlo. Solo que nunca tuve la
oportunidad.
—¿Quién fue?
—Shelly.
—¿Qué? ¿Por qué haría eso? ¿No fue suficiente echarte del equipo y
empujarte por las escaleras?
Se encoge de hombros.
—Me dejaron volver sin su permiso. Todas sabíamos que se enfadaría.
—¿Cómo se enteró?
—La mujer que me hizo el ultrasonido en el hospital es su madre. Solo
puedo suponer que ella se lo dijo.
—Maldita sea. —Me acuerdo de cuando estaba en el hospital y se me
ocurre algo—. Por eso me echaste del hospital. Pensaste que me iba a
enterar.
Sus facciones se tiñen de culpa.
—Las cosas eran... complicadas entre nosotros en aquel entonces.
—Solo porque tú las hiciste así. Si no me hubieras seguido echando...
—Tenía miedo, Shane —me interrumpe—. Estaba confundida. Me pasé
todo el tiempo que estuve lejos pensando en ti, en aquella noche, en todas
las razones que tenías para odiarme, aunque rezando para que por algún
milagro no lo hicieras. Luego volví, y parecía que sí me odiabas. Luego
hubo pequeños momentos en los que no lo hacías y... —suspira—. No sabía
cuál era el camino. Todo era diferente. Mi vida había cambiado totalmente
de formas que nadie conocía y, aunque tenía mucho más claro lo que quería
desde que me fui, me estaba ahogando.
—Nunca te odié, Chels. Lo intenté, créeme, lo hice. Estaba tan enojado
porque me dejaste cargar con la culpa de todo aquello. Que permitieras lo
que pasó entre nosotros, que incluso lo instigaras, cuando sabías la verdad.
Sin embargo, aun así, no podía odiarte.
Miro la mesa por un momento.
—Te he deseado durante demasiado tiempo. —Ella jadea y yo la miro
por debajo de las pestañas—. Te vi durante años mirar a cualquiera menos a
mí. Pero de repente me viste, me deseaste. Ni siquiera... —Sacudo la
cabeza, inseguro de cómo vocalizar lo que intento decirle, pero la mesera
elige ese momento exacto para traer nuestros platos.
—Gracias. —Ambos decimos mientras ella merodea preguntando si
necesitamos algo más.
Cuando se va, miro a Chelsea, que ya ha empezado a comer sus papas
fritas, y sonrío.
—¿Qué? —indaga tímidamente.
—Eres mucho más de lo que había imaginado.
—Lo seré después de haberme comido todo esto. Es del tamaño de mi
cabeza —dice, señalando la hamburguesa.
—No me refería a eso y lo sabes. Para alguien que siempre quiso ser el
centro de atención, no aceptas muy bien los cumplidos.
—No los recibía muy a menudo —admite.
—Bueno, más vale que te acostumbres.
Chelsea se devora su cena, no tengo idea de dónde la pone, sobre todo
porque me cuesta terminarme mi propio plato, pero dice sentirse mejor por
ello mientras se recarga y se pone la mano en el estómago.
—¿Nos vamos? No tenemos que ir muy lejos.
Ambos nos deslizamos y salimos de la butaca y ya casi estoy en la
puerta cuando me doy cuenta de que no está detrás de mí.
—Chel... —Se me cortan las palabras cuando la veo mirando los postres
en exhibición.
—¿Quieres una dona? —me pregunta como si no acabáramos de
devorar nuestro peso corporal en comida.
—No, la verdad no —le digo riendo.
—Te compraré una por si cambias de opinión.
Sigo riéndome de ella mientras toma la caja que le pasa la mesera y
volvemos al auto.
Solo veinte minutos después, entramos en el estacionamiento de un
edificio de apartamentos con vistas a la bahía. La luna brilla en la oscuridad
del mar. Imagino lo impresionante que es a la luz del día.
—¿Nos quedaremos aquí?
—Sí. Vamos. —Salto entusiasmado y tomo nuestras maletas del
maletero antes de unirme a ella en su lado del auto mientras contempla el
mar más allá.
Entramos en el edificio en silencio.
—Vaya, esto es lujoso —añade, observando el elegante entorno.
La entrada es impresionante, con enormes obras de arte y un escritorio
de roble macizo detrás del cual se sienta el personal de seguridad.
Después de darle mi nombre al tipo, como me dijo mamá. Me da una
tarjeta y me indica los ascensores.
Toco el panel con la tarjeta y, en cuanto se cierran las puertas, nos
ponemos en marcha.
Chelsea guarda silencio, pero su emoción es palpable mientras el
ascensor sigue subiendo.
Cuando salimos, nuestros pies se hunden en la alfombra más lujosa que
he pisado nunca.
Solo hay un par de puertas en este enorme vestíbulo.
—Supongo que aquí es.
Toco con la tarjeta la caja que hay junto a la pared, las puertas hacen
clic y las abro.
—¡Oh, wow! —Chelsea se queda boquiabierta y se pone a mi lado
mientras contemplamos toda la bahía a través de la pared de ventanas que
van del suelo al techo—. Es increíble.
Dejo las maletas y la jalo hacia las puertas.
La luna brilla y las estrellas centellean en el cielo negro.
La pongo delante de mí, la rodeo con los brazos y apoyo la barbilla en
su hombro.
Puede que todo esté en el aire en este momento, pero con ella en mis
brazos, todo parece estar bien.
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
CHELSEA
Cuando llega el domingo por la mañana, para nada estoy preparado para
abandonar nuestro pequeño penthouse celestial, no obstante, sé que la vida
real me espera. Puede que solo falten unos días para Navidad, y con la
cantidad de cosas de las que tenemos que ocuparnos, siendo mi padre la
más apremiante, parece que faltan un millón de años.
—No quiero irme —gimotea Chelsea mientras sujeto nuestras maletas
con una mano y extiendo la otra para levantarla del sofá, donde está
disfrutando de los últimos segundos de la vista.
—Lo sé, pero son las fiestas navideñas.
Una sonrisa se dibuja en sus labios.
—Las vamos a pasar juntos, ¿verdad?
—Claro que sí, maldición. No creo que sea bienvenido en la cena de
Navidad de la familia Dunn. ¿Crees que a tus padres les parecerá bien que
me cuele?
—Él podría sorprenderte, Shane.
—Sí, y puede que no —digo con tristeza.
Sé que está en casa, he recibido mensajes de mamá. Lo que aún no sé es
si él lo sabe, aunque a menos que haya llegado y se haya encerrado en casa,
no puedo imaginar que no lo sepa. Este chisme no se limita a Rosewood
High, está por toda la ciudad ahora que los chicos han tenido tiempo de
sobra para ir a casa y contárselo a sus padres.
El infame hijo de Brett Dunn ha dejado embarazada a su novia
adolescente, seguro que les encanta.
Con un suspiro triste y una última mirada a nuestra escapada de fin de
semana, Chelsea y yo nos dirigimos a mi auto.
El camino de vuelta a casa es mucho más sombrío que el de aquí, la
tensión en el auto es palpable y odio que no tengamos idea de a qué estamos
a punto de llegar.
Mi intención es llevar a Chelsea a casa, asegurarme de que está contenta
antes de irme y afrontar las consecuencias. Sé que va a querer venir
conmigo, pero al igual que la última vez, necesito hacerlo solo. Ya tiene
bastante de qué preocuparse, no necesita que mi relación rota con mi padre
la agobie más de lo que probablemente ya está.
Sin embargo, todos esos planes se hacen añicos cuando entro en la
entrada de la casa de Chelsea para encontrar una camioneta estacionada que
la hace ponerse tensa de miedo.
—¿P… por qué está eso a… aquí? —balbucea, con los ojos muy
abiertos fijos en la camioneta negra que reconozco inmediatamente.
—¿Nos vamos? —le pregunto, sin saber qué quiere que haga.
—N… no. Creo que es hora de llegar al fondo de esto. Averiguar qué
quiere ese imbécil. Si es tan descarado como para presentarse así en mi
casa, entonces tengo que averiguar cuál es su problema.
—Muy bien, vamos. —Estoy en su puerta antes de que haya puesto un
pie fuera—. Estaré a tu lado, nena.
Ella asiente con un movimiento de cabeza, pero no pronuncia palabra
mientras, de la mano, nos dirigimos a la puerta principal.
—Chelsea, ¿eres tú? —llama su madre desde la sala y el agarre de
Chelsea se vuelve casi doloroso.
—No pasa nada. Estoy aquí, tus padres están aquí. No son tan estúpidos
como para ponerte en peligro.
—Lo sé, lo sé —responde, exhalando un suspiro lento.
En cuanto doblamos la esquina, mis ojos se fijan en el hombre que no
he visto antes, solo he visto su sombra tras el parabrisas de su camioneta.
Se para en cuanto ve a Chelsea y tengo un segundo para estudiarlo.
Nunca lo había visto antes, de eso estoy seguro, aunque no puedo evitar
pensar que hay algo familiar en él.
Chelsea jadea a pesar de saber que él estaba aquí, y retrocede un poco.
La rodeo con el brazo y la atraigo hacia mí.
—No pasa nada. Te tengo —le susurro mientras sus ojos permanecen
fijos en el hombre.
—Chelsea, este es Greg...
Se tensa en mis brazos antes de interrumpir a su madre.
—¿Qué demonios haces en mi casa? ¿No te basta con haberme estado
acosando en todas partes donde he estado la semana pasada, ahora tienes
que entrar por la fuerza en mi casa, en mi familia?
Traga saliva con nerviosismo, abre la boca para decir algo, pero no le
sale ninguna palabra. No tengo idea de quién es ni de lo que quiere, y es
evidente que ahora mismo está fuera de sí.
—Lo siento. No quise asustarte. Es que... no sabía cómo hacerlo.
—¿Hacer qué? —escupe Chelsea—. ¿Pensaste que ya estaba grande y
que estaría bien tomar lo que quisieras? —Ella avanza hacia adelante,
encontrando su coraje de alguna parte, y mantiene los brazos a los lados—.
Eres un enfermo. Todos ustedes. Lo mejor que me pudo haber pasado es
que me sacaran de ese lugar. De escorias como tú.
—¿Qué? No, no... Yo no estaba... Yo no quería...
Mira a Honey y a Derek en busca de apoyo.
—Chelsea, cariño. Greg no es uno de ellos. Es tu padre.
—¿Qué? —grita Chelsea, su cuerpo rígido mientras observa fijamente a
los tres, la incredulidad escrita en su cara.
Miro fijamente al hombre que tanto miedo le ha dado en los últimos
días y de repente caigo en cuenta de por qué me resultaba familiar, aunque
sus ojos son azules y los de Chelsea oscuros, son casi idénticos.
Maldición.
Chelsea niega con la cabeza.
—No. Me acuerdo de ti. Solías llevarla a su habitación como todos los
demás. Solo eres uno de ellos que solía financiar su adicción a las drogas.
—No, intentaba ayudar.
—¿Ayudar? Si lo que dices es verdad. Me dejaste allí. Me dejaste con
todos esos hombres asquerosos que solían... —Ella se detiene mientras la
sangre se drena de la cara de Greg—. Ayudarme habría sido llevarme,
alimentarme, vestirme, cuidarme. Sin embargo, no hiciste nada de eso.
—Hice lo que pude en ese momento.
—Bueno, está claro que no fue suficiente. ¿Tienes idea de lo que fue
para mí? Ese lugar era el infierno sobre la tierra. Y tú me dejaste allí.
La culpa le cubre el rostro. Levanta su mano y se frota la mandíbula
mientras intenta encontrar las palabras para responder.
—Les llevé comida y ropa cada vez que venía. Le di dinero, pero sin
duda se lo gastó todo en drogas. Hice lo que pude.
—¡Mentira! —escupe Chelsea.
—Si hubiera podido llevarte lejos, darte una vida mejor, lo habría
hecho. Pero no pude.
—¿Por qué? ¿Qué era tan importante que no pudiste ayudar a una niña
vulnerable?
—Si pudiera volver atrás, habría hecho las cosas de forma muy
diferente —admite.
—No obstante, no puedes, así que dime, ¿por qué? ¿Por qué no pudiste
ser el hombre que yo necesitaba?
—Tu madre fue mi alumna. Admitir que eras mía, habría expuesto
nuestra aventura y no podía arriesgar mi carrera. Era lo único que tenía.
Sacudiendo la cabeza, Chelsea se pasa las manos por la cara.
—¿Tu trabajo? ¡Tu maldito trabajo! Me dejaste allí, sabiendo
exactamente lo que ella estaba haciendo, de lo que eran capaces esos
hombres por culpa de tu puto trabajo —grita, su cuerpo tiembla
visiblemente por la rabia—. Esos hombres, ellos... —Se estremece cuando
los recuerdos la golpean—. Tienes que irte. Tienes que irte y no volver
jamás. No me interesa nadie que pueda hacerme eso a mí o a cualquier otro
niño. No hacer nada te hace tan malo como ellos. No, ¿sabes qué? Te hace
peor. Me dejaste allí a propósito. Me dejaste allí para que me descuidaran y
abusaran de mí. Eres un maldito monstruo, igual que ellos.
—No, Rose, por favor.
«¿Rose?».
—Yo no soy ella. Esa niña, a la que abandonaste, hace mucho que se
fue. Ya no soy esa niña débil y vulnerable de la que te olvidaste. Me llamo
Chelsea, Chelsea Fierce y no voy a olvidarme de todo eso, de todo lo que
has hecho o has dejado de hacer, solo porque ahora hayas decidido intentar
enmendar todas tus fechorías. No necesito un padre. Ahora tengo unos
padres increíbles que me han dado todo lo que tú no me diste. Llegaste
demasiado tarde. No te necesito.
La tensión en la habitación es muy fuerte mientras siguen mirándose
fijamente. El peso de las palabras de Chelsea presionándonos a todos.
—Tienes razón. Sobre todo, eso, tienes razón. Solo necesitaba... —
suspira—. Necesitaba verte. Saber que a pesar de todos mis errores
sobreviviste.
—Sí, sobreviví. Estoy muy jodida, pero sobreviví.
Tanto su madre como su padre se quedan boquiabiertos al oír sus
palabras, ambos queriendo discutir, pero sabiamente mantienen la boca
cerrada.
—Por favor, R… Chelsea. Necesito... —Ella le lanza una mirada
mordaz y él retrocede—. Muy bien, me iré. Voy a dejar esto aquí, por si
alguna vez quieres buscarme, aunque sea para gritarme. Realmente me
gustaría conocerte, si alguna vez consideras darme la oportunidad. —Deja
caer una tarjeta sobre la mesa. La habitación está tan silenciosa que el
sonido de su golpe contra el cristal es como un disparo por toda la casa.
Voltea hacia Honey y Derek—. Gracias por permitirme hacer esto, por
recibirme en su casa. Sé que es más de lo que merezco.
Con una última mirada a su hija, sale de la habitación y poco después de
la casa.
En el momento en que la puerta principal se cierra de golpe. Chelsea se
derrumba.
Los tres corremos hacia ella, por suerte llego antes que sus padres y la
recojo en brazos mientras llora.
La llevo al sofá y me siento con ella en mi regazo.
Miro a sus padres y veo en sus caras una expresión de culpabilidad
similar a la de Greg no hace mucho.
Creen que han hecho mal. Y, aunque lo entiendo, no puedo evitar pensar
que era necesario que sucediera.
Ha estado pesando en la mente de Chelsea desde que vio su camioneta
por primera vez, necesitaba saber la verdad, por dolorosa que fuera.
Pasan largos y angustiosos minutos mientras todos esperamos a que
Chelsea se calme.
Mientras le froto la mano por la espalda, su madre va a prepararnos
café.
Al final, saca la cabeza del hueco de mi cuello y se seca las lágrimas de
las mejillas.
—Lo siento —dice débilmente.
—Cariño. No tienes nada que lamentar —la tranquiliza Honey.
—Debería haberles dicho que me seguía.
—Nos lo dijo antes de que volvieras.
—¿De verdad es mi padre?
Ambos asienten con la cabeza.
—Sí. Parece que lleva tiempo buscándote. Sé que es fácil decirlo,
aunque realmente creo que quiere intentar enmendarse.
Chelsea exhala un suspiro tembloroso.
—No tienes idea de cómo fue —pronuncia en voz baja—. Las cosas que
les he contado son solo la punta del iceberg.
—Lo sabemos, cariño. Y no te diremos lo que tienes que hacer. Si
decides no volver a verlo, respetaremos tu decisión, él también. Solo tenía
que intentarlo.
Ella asiente con la cabeza, abrazándome un poco más fuerte mientras
guarda silencio una vez más.
—Odio que pueda llevarme de vuelta allí como si fuera ayer.
Nadie habla. Ninguno de nosotros puede quitarle nada de eso, hacerlo
mejor. Aunque realmente desearía poder hacerlo.
Tras largos e insoportables minutos, Honey intenta aligerar el ambiente
cambiando de tema.
—¿Pasaron un buen fin de semana?
—Sí, fue increíble —dice Chelsea.
—Me alegro de que hayan arreglado las cosas.
—Lo hicimos. Esto es todo ahora, ¿verdad? —pregunta, con sus
grandes ojos mirándome.
—Así es.
—Bueno, bienvenido a la familia entonces, supongo —exclama Derek,
levantando su taza en nuestra dirección.
—Los dejaremos hacer lo suyo.
Derek y Honey toman su café y cierran la puerta detrás de ellos.
Chelsea vuelve a acurrucarse en mí y me respira. El movimiento, el
saber que se siente así de segura en mis brazos hace que me duela el pecho.
—Te amo, Chelsea —le susurro sobre su cabeza.
—Yo también te amo.
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
CHELSEA
P ensaba que estaba loco por hacer esto. Creí que nadie lo entendería, sin
embargo, en cuanto le conté a mamá mis planes, estuvo totalmente de
acuerdo. Se le nublaron los ojos y pensé que iba a echarse a llorar.
Inmediatamente me mandó a mi habitación a vestirme para ir de
compras. No me llevó al centro comercial de Rosewood, sino a su favorito,
a unos cuantos pueblos de allí. Puede que estuviera para ayudarme, pero
supe cuál era el vestido en cuanto lo vi. No me molesté en mirar otros.
Después de arriesgarme con la talla, salí de aquella tienda con la primera
sonrisa genuina que había tenido en días. Algo simplemente no está bien sin
ella. Yo no estoy bien sin ella.
Dicho esto, caminar hasta su casa de la piscina con la esperanza de que
Chelsea estuviera de acuerdo con este plan fue una de las cosas más
estresantes que he hecho en mi vida.
Podría haberse negado fácilmente. Me dije una y otra vez que
probablemente lo haría, para estar preparado. No obstante, en cuanto la
miré a los ojos supe que me necesitaba tanto como yo.
El alivio que me invadió me consumió por completo. Deseaba
desesperadamente atraerla hacia mí y hacerla mía una vez más, pero sabía
que tenía que esperar.
Hay muchas cosas que deben decirse entre nosotros. Y sí, tal vez
deberíamos tener esas conversaciones antes de pasar la noche juntos en el
baile, pero a la mierda. Solo quiero una noche normal con mi chica. ¿Es
mucho pedir? Quiero dejarlo todo de lado, solo durante unas horas, para
que podamos disfrutar de la compañía del otro antes de volver a permitir
que entre la realidad y aceptar que todo está a punto de cambiar para
nosotros.
El estacionamiento de la escuela está casi lleno cuando llegamos. Sé
que llegamos tarde, así lo planeé.
Siempre he sido el que se esconde entre las sombras, el que ignora la
atención que me da formar parte del equipo, pero no esta noche. Esta noche
voy a mantener la cabeza alta y mostrar al mundo lo que quiero.
Después de decirle que me espere, corro alrededor de la parte delantera
del auto y le abro la puerta.
Extendiendo mi mano, rodeo la suya con mis dedos y la saco del auto.
No doy un paso atrás, así que cuando se pone de pie, sus senos rozan mi
pecho y, con los tacones puestos, sus labios están en la posición perfecta.
Sería tan fácil. Cada músculo de mi cuerpo me pide a gritos que cierre
ese pequeño espacio.
Sus ojos oscuros se clavan en los míos, suplicándome que haga el
movimiento porque sabe que ella no puede.
Tengo que ser yo quien dé el primer paso esta noche. Yo tomo las
decisiones.
—¿Lista para lucir ese vestido? —Siento el escalofrío que recorre su
cuerpo ante mi pregunta—. No tienes miedo, ¿verdad?
—Yo... —Duda y odio la mirada aprensiva de sus ojos.
Me inclino hacia ella y rozo su oreja con mis labios; esta vez su
estremecimiento se debe a otro motivo, ya que mi aliento recorre su piel.
—Eres la maldita Chelsea Fierce, nena. Entra ahí con la cabeza en alto y
demuéstrales que nunca te esconderás de ellos.
Jadea ante mis palabras, sin embargo, al cabo de un rato asiente con la
cabeza.
—Solo si estás a mi lado.
—No querría estar en ningún otro lugar.
—De acuerdo. Vamos entonces, hagámoslo.
Coloca su mano en la mía y, tras cerrar la puerta, nos dirigimos al
gimnasio donde Rosewood High celebra todos sus eventos.
La música resuena mucho antes de que lleguemos. Unos cuantos
estudiantes merodean fuera, probablemente intentando localizar el alcohol
que han escondido durante toda la semana con la esperanza de colar un
poco.
Algunos nos miran, pero nadie dice nada.
A medida que nos acercamos a la puerta, la mano de Chelsea empieza a
apretar la mía con más fuerza.
No puedo evitar sonreír. Hace solo unos meses, me preguntaba si
realmente era una reina de hielo. Nada la afectaba. Nada de lo que le decían
o le hacían le afectaba. Y ahora lo veo. Veo su lado vulnerable, sus miedos,
sus nervios, y me encanta porque sé muy bien que soy el único que puede
hacerlo.
Aspira hondo antes de que ambos empujemos las dos puertas y
entremos.
Vamos directamente al centro de la acción. Como si nos estuvieran
esperando, la música baja un poco cuando entramos y casi todos los
presentes voltean hacia nosotros.
—¡Diablos! —chilla a mi lado. Solo un segundo después, se endereza y
me sigue hacia el centro de la habitación.
Todas las miradas nos siguen mientras muevo a Chelsea frente a mí.
Como si nada, la canción cambia y la atraigo hacia mí.
—Mas vale darles algo que mirar —digo mientras ella me observa
completamente asombrada.
Una tímida sonrisa aparece en sus labios mientras niega con la cabeza.
—Eres increíble. ¿Lo sabías?
Me encojo de hombros.
—Tú sacas lo mejor de mí.
Incapaz de resistirme por más tiempo, bajo mi cabeza. Comienza como
un suave roce de labios sabiendo que toda nuestra clase, maldición, toda la
escuela, está mirando. Pero no puedo resistirme cuando ella aprieta su
cuerpo contra el mío.
Con mis manos en la piel desnuda de su espalda, abro mis labios y lamo
dentro de su boca. Acepta mi beso con entusiasmo, como si estuviéramos
los dos solos en su casa de la piscina.
Solo puedo suponer que todo el mundo se aburre de nosotros, porque
cuando al final nos separamos, un poco sin aliento y mareados después de
unas cuantas canciones, la mayoría de los chicos han vuelto a sus propias
conversaciones y bailes.
Chelsea se ríe y me da un vuelco el corazón.
—No puedo creer que hicieras eso.
—Ya era hora de que hubiera algo nuevo de que hablar por aquí, ¿no
crees?
—Aunque sigue enfocándose en nosotros.
—Tal vez, aunque al menos es algo diferente.
—Vaya, vaya, vaya —pronuncia una voz grave y familiar abriéndose
paso—. No pensé que fueras capaz, Dunn.
Al levantar la vista, me encuentro la cara divertida de Ethan con Rae
acurrucada a su lado.
—No tienes que preocuparte por Shane. Es más que capaz de muchas
cosas.
—Ah, pensé que esa eras tú. —Ethan dice con humor seco, mirando a
Chelsea y haciendo que Rae resople de risa.
—No esperaba verte aquí esta noche. No te imaginaba como una chica a
la que le gusten los bailes de la escuela —le dice Chelsea a Rae.
—¿Qué te ha dado esa impresión?
Me fijo en su maquillaje oscuro, su vestido negro tipo skater, sus mallas
de red y sus botas estilo militar.
—No tengo idea —revira ella, teniendo pensamientos similares.
—Fueron Sindy y Barbie —responde poniendo los ojos en blanco.
—¿Quiénes? —Mis cejas se fruncen al no saber de quién está hablando.
—Ellas. —Asiente con la barbilla por encima de mi hombro y, cuando
miro a mi alrededor, veo a Amalie y Camila caminando hacia nosotros con
mis compañeros de equipo a regañadientes detrás.
—Así que esta es una noche para torturar a los novios, ¿no?
—Eso pensarías viendo sus caras, ¿verdad?
—Dunn, Chelsea —agrega Jake cuando llega hasta nosotros.
—Hola. Um... —Chelsea balbucea, poniéndose tensa a mi lado—.
¿Podemos hablar un momento?
Jake nos mira a ambos. Es como si me pidiera permiso, una parte de mí
quiere reírse. ¿Cómo demonios llegamos a esto?
—Solo tengo algunas cosas que decirle —musita Chelsea al oído.
—Confío en ti —le susurro—. Pero, por favor, asegúrate de decirle que
soy el mejor que has tenido.
—¡Shane! —grita, dándome una palmada juguetona en el pecho.
Me da un beso rápido en la mejilla antes de llevar a Jake a un rincón
más tranquilo.
—¿De qué se trata todo eso? —me pregunta Amalie, viendo cómo mi
chica se lleva a su chico.
—No tengo idea, aunque dudo que esté a punto de lanzarse sobre él.
Ambos vemos cómo Chelsea le dice lo que sea que tenga que decirle.
Jake sacude la cabeza, con una suave sonrisa en los labios.
Se está disculpando, eso es obvio, y yo no podría estar más jodidamente
orgulloso de ella ahora mismo.
—Así que ustedes dos… o tres ¿lo intentarán? —indaga Amalie,
dándose la vuelta para darle un poco de privacidad.
—Sí, creo que sí.
—Diría que necesitas que te revisen la cabeza, pero no estoy ciega.
Ustedes dos son perfectos el uno para el otro. Aunque ni en un millón de
años los hubiera imaginado juntos cuando llegué.
—No puedes evitar de quién te enamoras.
—No necesitas decírmelo. Podría haberme enamorado del chico bueno,
sin embargo, en vez de eso terminé con... —Ella grita cuando Jake le rodea
la cintura con las manos y la jala hacia él—. Eso —dice riendo.
—¿Por qué tengo la sensación de que están hablando de mí?
—Porque lo estamos —responde Amalie—. Estaba diciendo lo imbécil
que eres.
—Sí, bueno, menos mal que te encanta, carajo.
Desviando la mirada mientras le mete la lengua en la boca, miro a
Chelsea cuando me pasa el brazo por la cintura y se acurruca a mi lado.
—¿Todo bien?
—Sí. Solo necesitaba decir lo mío después de...
—Lo entiendo —la tranquilizo, dejando caer mis labios sobre su
cabeza.
—También necesito hablar con Mase, pero ahora está ocupado.
Miro y lo encuentro bailando intensamente con Camila al ritmo de la
música.
—¿Nos unimos a ellos?
—Preferiría hacerlo en privado y con menos ropa —murmura Chelsea,
haciendo que mi pene se retuerza de excitación.
—Tenemos mucho tiempo para eso.
A pesar de todo y de las incógnitas que hay entre nosotros, pasamos la
noche más increíble y normal.
Bailamos, bebemos, charlamos y nos reímos con los amigos. En algún
momento, Zayn y algunos otros miembros del equipo se unieron a nosotros,
no obstante, tras el anuncio de Zayn del juego del ligue de la noche, se
dedicaron sobre todo a intentar conquistar a las chicas que habían elegido
mientras los ocho veíamos con deleite cómo la mayoría de ellos eran
rechazados una y otra vez.
Al final Zayn se aburrió de intentar conquistar a la nerd que le habían
retado y acabó bailando con Ruby que parecía emocionada mientras su
hermana y Poppy miraban sus payasadas con cara de asco.
—¿Nos vamos de aquí? —Chelsea finalmente me susurra al oído
cuando todos a nuestro alrededor se pierden en sus propias conversaciones.
—Hmmm... me parece una idea perfecta. ¿Lista para ver qué más tengo
planeado?
—Estoy más que lista.
Nos despedimos de los que nos rodean antes de dejar atrás el baile.
No es hasta que ambos estamos de vuelta en mi auto que creo que me
tomo un respiro.
—Eso fue una locura —dice Chelsea, reflejando mis pensamientos.
—Sí, lo fue. Pero tenía que pasar.
—¿Por qué dices eso?
—Ahora todo el mundo lo sabe.
—¿Saber qué? —pregunta, con nervios en su voz.
—Que tú eres la indicada para mí. —Me acerco, le tomo la mano y me
llevo sus nudillos a mis labios—. Bien, vamos.
Con su mano apoyada en mi muslo, salgo del lugar y me dirijo a nuestro
destino de fin de semana. Iba a reservarnos un hotel, sin embargo, mamá
pidió algunos favores y consiguió encontrar el lugar perfecto para que
tengamos la privacidad que necesitamos para resolverlo todo de una vez por
todas.
—Tengo hambre —se queja Chelsea cuando llevo una hora
conduciendo.
—¿Qué quieres?
—Eh… una hamburguesa y una malteada.
Me río entre dientes.
—Pararemos en la próxima cafetería que pasemos.
—¿No estamos cerca? Llevamos siglos conduciendo.
—Apenas.
—Quizás es que estoy impaciente.
La miro; sus ojos, normalmente oscuros, están casi negros. Se chupa el
labio inferior, sabiendo que la estoy mirando, y eso hace que mi pene se
hinche. Desvío la mirada hacia su pecho y descubro sus senos voluptuosos,
tentadoramente expuestos por el vestido.
—Los ojos en la carretera, Shane —bromea riendo, señalando hacia
delante.
Hago lo que me dice, aunque solo porque no quiero matarnos a todos
antes de contarle lo que llevo días planeando.
—¡Ahí! —grita Chelsea, señalando un edificio iluminado más adelante,
lo que demuestra lo hambrienta que está realmente.
Pongo la direccional para salir de la carretera y me detengo en el
estacionamiento de la cafetería.
Chelsea empuja la puerta y sale antes de que yo haya podido apagar el
motor.
—Creo que estamos demasiado arreglados —me murmura mientras
entramos en el desgastado restaurante. Echo un vistazo a los otros dos
clientes con jeans rotos y camisas manchadas de aceite y no puedo evitar
darle la razón.
Sus ojos y los de la única mesera nos siguen hasta una butaca en la
ventana. Espero que Chelsea agarre el menú en cuanto nos sentemos, pero
no lo hace. En lugar de eso, espera a que la mesera se acerque.
—Hola, qué tal, ¿qué les puedo ofrecer?
—Una hamburguesa con queso, por favor. La más grande que tengan. Y
una malteada de fresa —dice Chelsea sin respirar.
—Muy bien, ¿y para ti, cariño?
—Lo mismo. Gracias.
Se escabulle mientras yo me río en silencio de Chelsea.
—¿Qué?
—Menos mal que no se quedó, podrías habértela comido.
—No es gracioso. De vez en cuando me entra un hambre voraz, es
como si no hubiera comido nada nunca y de repente necesitara consumir
todo lo que hay a la vista.
—Cuéntamelo. Cuéntamelo todo —le exijo.
Abre la boca y vuelve a cerrarla.
—No sé por dónde empezar —admite.
—¿Cuándo te enteraste?
Toma uno de los sobres de sal del soporte y se pone a juguetear con él
mientras hace memoria.
—Unas tres semanas después de que me fui. Para empezar, no quería
estar allí y toda mi atención se enfocaba en volver. Pero después de un
tiempo, me adapté y me di cuenta de que, en realidad, mis padres tenían
razón al enviarme. Me desperté una mañana y me di cuenta de repente de
que hacía mucho tiempo que no tenía la regla. No soy el tipo de chica que
monitoreaba ese tipo de cosas, pero no necesité intentar averiguarlo. Lo
supe. No puedo explicar cómo me sentí diferente, simplemente lo hice. Fue
extraño. Me hice una prueba y ahí estaba. Ese resultado positivo me miraba
fijamente.
—¿Se lo dijiste a alguien?
—¿Aparte del médico? —Sacude la cabeza—. No.
—Dios, Chels.
Se encoge de hombros como si no fuera para tanto.
—En ese momento supe que me lo quedaría. Ni siquiera recuerdo
haberme asustado tanto. Me sentí bien. Todavía me siento bien. Sí, estaba
muy nerviosa por tener que decírselo a la gente, a ti. Pero yo sabía que lo
quería. —Su mano baja por debajo de la mesa, su palma presionando contra
su vientre.
Es algo que no esperaba ver en muchos años, sin embargo, la emoción
empieza a burbujear en mi interior.
Puede que seamos jóvenes. La gente puede pensar que estamos locos,
pero yo sé que quiero esto con ella.
¿Va a ser fácil? No. No me hago ilusiones de que vaya a ser fácil en
ningún sentido de la palabra, y eso no es suficiente para asustarme. Nada
que merezca la pena es fácil. Y si tuviera que embarcarme en este reto con
alguien, no puedo imaginarme que fuera con nadie más que con Chelsea.
—Debería habértelo dicho. Quería decírtelo, pero esa primera noche
fuiste tan...
—¿Horrible?
—Sí, algo así. Aunque me lo merecía. Lo que hice, fue... imperdonable.
Tenías todo el derecho a tratarme así, o peor si te soy sincera. Pero cuando
las cosas cambiaron entre nosotros, se hizo más difícil. Te estabas
convirtiendo rápidamente en todo lo que siempre había querido, y sabía que
admitir la verdad podría arruinar todo lo que estábamos construyendo.
Tenía miedo. No, estaba aterrorizada, de que me odiaras, de que me dejaras,
y entonces volvería al punto de partida una vez más sin nadie.
Extiendo la mano por encima de la mesa y tomo su mano entre las mías.
—Deberías habérmelo dicho. Escucharlo de ti habría sido mucho mejor
que lo que pasó.
Traga saliva, nerviosa.
—Lo sé. Iba a decírtelo esa noche, ¿recuerdas que te dije que teníamos
que hablar? Sabía que tenía que hacerlo. Solo que nunca tuve la
oportunidad.
—¿Quién fue?
—Shelly.
—¿Qué? ¿Por qué haría eso? ¿No fue suficiente echarte del equipo y
empujarte por las escaleras?
Se encoge de hombros.
—Me dejaron volver sin su permiso. Todas sabíamos que se enfadaría.
—¿Cómo se enteró?
—La mujer que me hizo el ultrasonido en el hospital es su madre. Solo
puedo suponer que ella se lo dijo.
—Maldita sea. —Me acuerdo de cuando estaba en el hospital y se me
ocurre algo—. Por eso me echaste del hospital. Pensaste que me iba a
enterar.
Sus facciones se tiñen de culpa.
—Las cosas eran... complicadas entre nosotros en aquel entonces.
—Solo porque tú las hiciste así. Si no me hubieras seguido echando...
—Tenía miedo, Shane —me interrumpe—. Estaba confundida. Me pasé
todo el tiempo que estuve lejos pensando en ti, en aquella noche, en todas
las razones que tenías para odiarme, aunque rezando para que por algún
milagro no lo hicieras. Luego volví, y parecía que sí me odiabas. Luego
hubo pequeños momentos en los que no lo hacías y... —suspira—. No sabía
cuál era el camino. Todo era diferente. Mi vida había cambiado totalmente
de formas que nadie conocía y, aunque tenía mucho más claro lo que quería
desde que me fui, me estaba ahogando.
—Nunca te odié, Chels. Lo intenté, créeme, lo hice. Estaba tan enojado
porque me dejaste cargar con la culpa de todo aquello. Que permitieras lo
que pasó entre nosotros, que incluso lo instigaras, cuando sabías la verdad.
Sin embargo, aun así, no podía odiarte.
Miro la mesa por un momento.
—Te he deseado durante demasiado tiempo. —Ella jadea y yo la miro
por debajo de las pestañas—. Te vi durante años mirar a cualquiera menos a
mí. Pero de repente me viste, me deseaste. Ni siquiera... —Sacudo la
cabeza, inseguro de cómo vocalizar lo que intento decirle, pero la mesera
elige ese momento exacto para traer nuestros platos.
—Gracias. —Ambos decimos mientras ella merodea preguntando si
necesitamos algo más.
Cuando se va, miro a Chelsea, que ya ha empezado a comer sus papas
fritas, y sonrío.
—¿Qué? —indaga tímidamente.
—Eres mucho más de lo que había imaginado.
—Lo seré después de haberme comido todo esto. Es del tamaño de mi
cabeza —dice, señalando la hamburguesa.
—No me refería a eso y lo sabes. Para alguien que siempre quiso ser el
centro de atención, no aceptas muy bien los cumplidos.
—No los recibía muy a menudo —admite.
—Bueno, más vale que te acostumbres.
Chelsea se devora su cena, no tengo idea de dónde la pone, sobre todo
porque me cuesta terminarme mi propio plato, pero dice sentirse mejor por
ello mientras se recarga y se pone la mano en el estómago.
—¿Nos vamos? No tenemos que ir muy lejos.
Ambos nos deslizamos y salimos de la butaca y ya casi estoy en la
puerta cuando me doy cuenta de que no está detrás de mí.
—Chel... —Se me cortan las palabras cuando la veo mirando los postres
en exhibición.
—¿Quieres una dona? —me pregunta como si no acabáramos de
devorar nuestro peso corporal en comida.
—No, la verdad no —le digo riendo.
—Te compraré una por si cambias de opinión.
Sigo riéndome de ella mientras toma la caja que le pasa la mesera y
volvemos al auto.
Solo veinte minutos después, entramos en el estacionamiento de un
edificio de apartamentos con vistas a la bahía. La luna brilla en la oscuridad
del mar. Imagino lo impresionante que es a la luz del día.
—¿Nos quedaremos aquí?
—Sí. Vamos. —Salto entusiasmado y tomo nuestras maletas del
maletero antes de unirme a ella en su lado del auto mientras contempla el
mar más allá.
Entramos en el edificio en silencio.
—Vaya, esto es lujoso —añade, observando el elegante entorno.
La entrada es impresionante, con enormes obras de arte y un escritorio
de roble macizo detrás del cual se sienta el personal de seguridad.
Después de darle mi nombre al tipo, como me dijo mamá. Me da una
tarjeta y me indica los ascensores.
Toco el panel con la tarjeta y, en cuanto se cierran las puertas, nos
ponemos en marcha.
Chelsea guarda silencio, pero su emoción es palpable mientras el
ascensor sigue subiendo.
Cuando salimos, nuestros pies se hunden en la alfombra más lujosa que
he pisado nunca.
Solo hay un par de puertas en este enorme vestíbulo.
—Supongo que aquí es.
Toco con la tarjeta la caja que hay junto a la pared, las puertas hacen
clic y las abro.
—¡Oh, wow! —Chelsea se queda boquiabierta y se pone a mi lado
mientras contemplamos toda la bahía a través de la pared de ventanas que
van del suelo al techo—. Es increíble.
Dejo las maletas y la jalo hacia las puertas.
La luna brilla y las estrellas centellean en el cielo negro.
La pongo delante de mí, la rodeo con los brazos y apoyo la barbilla en
su hombro.
Puede que todo esté en el aire en este momento, pero con ella en mis
brazos, todo parece estar bien.
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
CHELSEA
Cuando llega el domingo por la mañana, para nada estoy preparado para
abandonar nuestro pequeño penthouse celestial, no obstante, sé que la vida
real me espera. Puede que solo falten unos días para Navidad, y con la
cantidad de cosas de las que tenemos que ocuparnos, siendo mi padre la
más apremiante, parece que faltan un millón de años.
—No quiero irme —gimotea Chelsea mientras sujeto nuestras maletas
con una mano y extiendo la otra para levantarla del sofá, donde está
disfrutando de los últimos segundos de la vista.
—Lo sé, pero son las fiestas navideñas.
Una sonrisa se dibuja en sus labios.
—Las vamos a pasar juntos, ¿verdad?
—Claro que sí, maldición. No creo que sea bienvenido en la cena de
Navidad de la familia Dunn. ¿Crees que a tus padres les parecerá bien que
me cuele?
—Él podría sorprenderte, Shane.
—Sí, y puede que no —digo con tristeza.
Sé que está en casa, he recibido mensajes de mamá. Lo que aún no sé es
si él lo sabe, aunque a menos que haya llegado y se haya encerrado en casa,
no puedo imaginar que no lo sepa. Este chisme no se limita a Rosewood
High, está por toda la ciudad ahora que los chicos han tenido tiempo de
sobra para ir a casa y contárselo a sus padres.
El infame hijo de Brett Dunn ha dejado embarazada a su novia
adolescente, seguro que les encanta.
Con un suspiro triste y una última mirada a nuestra escapada de fin de
semana, Chelsea y yo nos dirigimos a mi auto.
El camino de vuelta a casa es mucho más sombrío que el de aquí, la
tensión en el auto es palpable y odio que no tengamos idea de a qué estamos
a punto de llegar.
Mi intención es llevar a Chelsea a casa, asegurarme de que está contenta
antes de irme y afrontar las consecuencias. Sé que va a querer venir
conmigo, pero al igual que la última vez, necesito hacerlo solo. Ya tiene
bastante de qué preocuparse, no necesita que mi relación rota con mi padre
la agobie más de lo que probablemente ya está.
Sin embargo, todos esos planes se hacen añicos cuando entro en la
entrada de la casa de Chelsea para encontrar una camioneta estacionada que
la hace ponerse tensa de miedo.
—¿P… por qué está eso a… aquí? —balbucea, con los ojos muy
abiertos fijos en la camioneta negra que reconozco inmediatamente.
—¿Nos vamos? —le pregunto, sin saber qué quiere que haga.
—N… no. Creo que es hora de llegar al fondo de esto. Averiguar qué
quiere ese imbécil. Si es tan descarado como para presentarse así en mi
casa, entonces tengo que averiguar cuál es su problema.
—Muy bien, vamos. —Estoy en su puerta antes de que haya puesto un
pie fuera—. Estaré a tu lado, nena.
Ella asiente con un movimiento de cabeza, pero no pronuncia palabra
mientras, de la mano, nos dirigimos a la puerta principal.
—Chelsea, ¿eres tú? —llama su madre desde la sala y el agarre de
Chelsea se vuelve casi doloroso.
—No pasa nada. Estoy aquí, tus padres están aquí. No son tan estúpidos
como para ponerte en peligro.
—Lo sé, lo sé —responde, exhalando un suspiro lento.
En cuanto doblamos la esquina, mis ojos se fijan en el hombre que no
he visto antes, solo he visto su sombra tras el parabrisas de su camioneta.
Se para en cuanto ve a Chelsea y tengo un segundo para estudiarlo.
Nunca lo había visto antes, de eso estoy seguro, aunque no puedo evitar
pensar que hay algo familiar en él.
Chelsea jadea a pesar de saber que él estaba aquí, y retrocede un poco.
La rodeo con el brazo y la atraigo hacia mí.
—No pasa nada. Te tengo —le susurro mientras sus ojos permanecen
fijos en el hombre.
—Chelsea, este es Greg...
Se tensa en mis brazos antes de interrumpir a su madre.
—¿Qué demonios haces en mi casa? ¿No te basta con haberme estado
acosando en todas partes donde he estado la semana pasada, ahora tienes
que entrar por la fuerza en mi casa, en mi familia?
Traga saliva con nerviosismo, abre la boca para decir algo, pero no le
sale ninguna palabra. No tengo idea de quién es ni de lo que quiere, y es
evidente que ahora mismo está fuera de sí.
—Lo siento. No quise asustarte. Es que... no sabía cómo hacerlo.
—¿Hacer qué? —escupe Chelsea—. ¿Pensaste que ya estaba grande y
que estaría bien tomar lo que quisieras? —Ella avanza hacia adelante,
encontrando su coraje de alguna parte, y mantiene los brazos a los lados—.
Eres un enfermo. Todos ustedes. Lo mejor que me pudo haber pasado es
que me sacaran de ese lugar. De escorias como tú.
—¿Qué? No, no... Yo no estaba... Yo no quería...
Mira a Honey y a Derek en busca de apoyo.
—Chelsea, cariño. Greg no es uno de ellos. Es tu padre.
—¿Qué? —grita Chelsea, su cuerpo rígido mientras observa fijamente a
los tres, la incredulidad escrita en su cara.
Miro fijamente al hombre que tanto miedo le ha dado en los últimos
días y de repente caigo en cuenta de por qué me resultaba familiar, aunque
sus ojos son azules y los de Chelsea oscuros, son casi idénticos.
Maldición.
Chelsea niega con la cabeza.
—No. Me acuerdo de ti. Solías llevarla a su habitación como todos los
demás. Solo eres uno de ellos que solía financiar su adicción a las drogas.
—No, intentaba ayudar.
—¿Ayudar? Si lo que dices es verdad. Me dejaste allí. Me dejaste con
todos esos hombres asquerosos que solían... —Ella se detiene mientras la
sangre se drena de la cara de Greg—. Ayudarme habría sido llevarme,
alimentarme, vestirme, cuidarme. Sin embargo, no hiciste nada de eso.
—Hice lo que pude en ese momento.
—Bueno, está claro que no fue suficiente. ¿Tienes idea de lo que fue
para mí? Ese lugar era el infierno sobre la tierra. Y tú me dejaste allí.
La culpa le cubre el rostro. Levanta su mano y se frota la mandíbula
mientras intenta encontrar las palabras para responder.
—Les llevé comida y ropa cada vez que venía. Le di dinero, pero sin
duda se lo gastó todo en drogas. Hice lo que pude.
—¡Mentira! —escupe Chelsea.
—Si hubiera podido llevarte lejos, darte una vida mejor, lo habría
hecho. Pero no pude.
—¿Por qué? ¿Qué era tan importante que no pudiste ayudar a una niña
vulnerable?
—Si pudiera volver atrás, habría hecho las cosas de forma muy
diferente —admite.
—No obstante, no puedes, así que dime, ¿por qué? ¿Por qué no pudiste
ser el hombre que yo necesitaba?
—Tu madre fue mi alumna. Admitir que eras mía, habría expuesto
nuestra aventura y no podía arriesgar mi carrera. Era lo único que tenía.
Sacudiendo la cabeza, Chelsea se pasa las manos por la cara.
—¿Tu trabajo? ¡Tu maldito trabajo! Me dejaste allí, sabiendo
exactamente lo que ella estaba haciendo, de lo que eran capaces esos
hombres por culpa de tu puto trabajo —grita, su cuerpo tiembla
visiblemente por la rabia—. Esos hombres, ellos... —Se estremece cuando
los recuerdos la golpean—. Tienes que irte. Tienes que irte y no volver
jamás. No me interesa nadie que pueda hacerme eso a mí o a cualquier otro
niño. No hacer nada te hace tan malo como ellos. No, ¿sabes qué? Te hace
peor. Me dejaste allí a propósito. Me dejaste allí para que me descuidaran y
abusaran de mí. Eres un maldito monstruo, igual que ellos.
—No, Rose, por favor.
«¿Rose?».
—Yo no soy ella. Esa niña, a la que abandonaste, hace mucho que se
fue. Ya no soy esa niña débil y vulnerable de la que te olvidaste. Me llamo
Chelsea, Chelsea Fierce y no voy a olvidarme de todo eso, de todo lo que
has hecho o has dejado de hacer, solo porque ahora hayas decidido intentar
enmendar todas tus fechorías. No necesito un padre. Ahora tengo unos
padres increíbles que me han dado todo lo que tú no me diste. Llegaste
demasiado tarde. No te necesito.
La tensión en la habitación es muy fuerte mientras siguen mirándose
fijamente. El peso de las palabras de Chelsea presionándonos a todos.
—Tienes razón. Sobre todo, eso, tienes razón. Solo necesitaba... —
suspira—. Necesitaba verte. Saber que a pesar de todos mis errores
sobreviviste.
—Sí, sobreviví. Estoy muy jodida, pero sobreviví.
Tanto su madre como su padre se quedan boquiabiertos al oír sus
palabras, ambos queriendo discutir, pero sabiamente mantienen la boca
cerrada.
—Por favor, R… Chelsea. Necesito... —Ella le lanza una mirada
mordaz y él retrocede—. Muy bien, me iré. Voy a dejar esto aquí, por si
alguna vez quieres buscarme, aunque sea para gritarme. Realmente me
gustaría conocerte, si alguna vez consideras darme la oportunidad. —Deja
caer una tarjeta sobre la mesa. La habitación está tan silenciosa que el
sonido de su golpe contra el cristal es como un disparo por toda la casa.
Voltea hacia Honey y Derek—. Gracias por permitirme hacer esto, por
recibirme en su casa. Sé que es más de lo que merezco.
Con una última mirada a su hija, sale de la habitación y poco después de
la casa.
En el momento en que la puerta principal se cierra de golpe. Chelsea se
derrumba.
Los tres corremos hacia ella, por suerte llego antes que sus padres y la
recojo en brazos mientras llora.
La llevo al sofá y me siento con ella en mi regazo.
Miro a sus padres y veo en sus caras una expresión de culpabilidad
similar a la de Greg no hace mucho.
Creen que han hecho mal. Y, aunque lo entiendo, no puedo evitar pensar
que era necesario que sucediera.
Ha estado pesando en la mente de Chelsea desde que vio su camioneta
por primera vez, necesitaba saber la verdad, por dolorosa que fuera.
Pasan largos y angustiosos minutos mientras todos esperamos a que
Chelsea se calme.
Mientras le froto la mano por la espalda, su madre va a prepararnos
café.
Al final, saca la cabeza del hueco de mi cuello y se seca las lágrimas de
las mejillas.
—Lo siento —dice débilmente.
—Cariño. No tienes nada que lamentar —la tranquiliza Honey.
—Debería haberles dicho que me seguía.
—Nos lo dijo antes de que volvieras.
—¿De verdad es mi padre?
Ambos asienten con la cabeza.
—Sí. Parece que lleva tiempo buscándote. Sé que es fácil decirlo,
aunque realmente creo que quiere intentar enmendarse.
Chelsea exhala un suspiro tembloroso.
—No tienes idea de cómo fue —pronuncia en voz baja—. Las cosas que
les he contado son solo la punta del iceberg.
—Lo sabemos, cariño. Y no te diremos lo que tienes que hacer. Si
decides no volver a verlo, respetaremos tu decisión, él también. Solo tenía
que intentarlo.
Ella asiente con la cabeza, abrazándome un poco más fuerte mientras
guarda silencio una vez más.
—Odio que pueda llevarme de vuelta allí como si fuera ayer.
Nadie habla. Ninguno de nosotros puede quitarle nada de eso, hacerlo
mejor. Aunque realmente desearía poder hacerlo.
Tras largos e insoportables minutos, Honey intenta aligerar el ambiente
cambiando de tema.
—¿Pasaron un buen fin de semana?
—Sí, fue increíble —dice Chelsea.
—Me alegro de que hayan arreglado las cosas.
—Lo hicimos. Esto es todo ahora, ¿verdad? —pregunta, con sus
grandes ojos mirándome.
—Así es.
—Bueno, bienvenido a la familia entonces, supongo —exclama Derek,
levantando su taza en nuestra dirección.
—Los dejaremos hacer lo suyo.
Derek y Honey toman su café y cierran la puerta detrás de ellos.
Chelsea vuelve a acurrucarse en mí y me respira. El movimiento, el
saber que se siente así de segura en mis brazos hace que me duela el pecho.
—Te amo, Chelsea —le susurro sobre su cabeza.
—Yo también te amo.
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
CHELSEA
Tracy Lorraine es una autora bestseller de novelas románticas contemporáneas para adultos del USA
Today y del Wall Street Journal. Tracy vive en el lindo pueblo de Cotswold en Inglaterra junto con su
esposo, su hija y su adorable, pero un poco loco springer spaniel. Habiendo sido siempre una adicta a
los libros con la cabeza metida en su Kindle, Tracy decidió probar suerte con la idea de una historia
que soñó y no ha mirado atrás desde entonces.
Si quieres saber lo que estoy haciendo, ver avances y fragmentos en los que estoy trabajando,
entonces debes de formar parte de mi grupo de Facebook. Únete a los Ángeles de Tracy aquí.
Cuando soñé por primera vez con Jake Thorn y los demás hace poco más de
un año, pensé que la serie Rosewood High constaría solo de tres libros. ¡No
tenía idea de lo mucho que me iba a enamorar de todos estos chicos!!
Debo admitir que me preocupaba tratar de redimir a Chelsea, ella ha
hecho honor a su título de Reina de las perras bastante bien en el pasado,
sin embargo, no pude evitar que ella y Shane me pidieran a gritos su
historia. Son la pareja más inverosímil, no obstante, me llegaron al corazón
mientras escribía este libro. Los quiero tanto a los dos, a Chelsea por su
fuerza y fiereza y a Shane por su gran corazón.
Me arriesgué con Thorn el año pasado; era diferente a lo que había
escrito antes y me lo cuestioné muchas veces, pero estoy tan contenta de
haber escuchado a mi corazón y haberme arriesgado. Estos chicos han sido
una parte muy importante de mi vida y no puedo esperar a que continúe.
Todavía quedan muchos libros de esta serie y muchos más personajes por
conocer, algunos a los cuales ni siquiera conocen todavía. *Se frota las
manos con entusiasmo*
MUCHAS GRACIAS por darle una oportunidad a esta serie, estoy muy
agradecida de que me acompañen en este viaje.
Como siempre, tengo que dar las gracias a mi asistente personal y
lectora alfa de Fierce. Sam admitió abiertamente que odiaba a Chelsea antes
de embarcarse en este libro y me complace decir que la derrumbamos hasta
el punto en que lloró por Chelsea. No podría haber terminado este libro a
tiempo sin tu ayuda, así que muchas gracias por eso y por todo lo demás
que haces.
A mis lectoras beta, Darlene, Deanna, Michelle, Nicole, Susanne y
Tracy por sus rápidos comentarios y su apoyo.
También debería dar las gracias a mi hija por ser tan increíble durante el
encierro en pandemia y permitirme seguir escribiendo para no perder la
cabeza y las fechas pautadas.
Espero que la historia de Chelsea y Shane haya sido todo lo que
esperaban. Por si aún no lo han adivinado, volveremos a Rosewood para
conocer un poco mejor a Zayn y, por fin, es el turno de Poppy.
Mantengan los ojos bien abiertos, porque también tengo un par de
historias cortas de este mundo que se publicarán este invierno, ¡y no
querrán perdérselas!
Hasta la próxima,
Tracy xo